RuizP - Republica Literaria 2010

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II LA REPÚBLICA LITERARIA

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Ruiz Pérez, Pedro. Historia de la literatura española 3. El siglo del arte nuevo 1598-1691. Barcelona: Crítica, 2010.

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    En 1972 Nol Salomon estableci una caracterizacin bsica delos autores en la edad de oro, agrupndolos en tres categoras: losescritores aristcratas, los artesanos y los de mercado. Los prime-ros se mantienen en los hbitos palaciegos y conciben su actividad,generalmente de carcter potico, como una muestra de distincin,un lujoso adorno en una existencia social ajena a las necesidadesmateriales. Los segundos se caracterizan ms bien como escrito-res-criados, adscritos al mundo de la corte, pero en las dependen-cias del servicio, que presta con su escritura a cambio de sustentomaterial, acomodando sus obras a los requerimientos de los seores;con su prctica complementan la actividad nobiliaria o sustituyenel papel de los seores en la composicin de materiales literariospara la celebracin o el entretenimiento, apareciendo en ocasioneselementos de conflicto entre ambas prcticas. La tercera categoraes la de los escritores profesionales, que se mueven con preferenciaen un entorno ciudadano, donde su existencia resulta ms libre y, enconsecuencia, ms desamparada, al sustituir la dependencia del se-or por la relacin con un pblico consumidor amplio y diversi-ficado. La distincin es fundamental, pero no agota la variedadde matices apreciable en la situacin de los autores, sobre todo alatender a una cronologa ms delimitada que la que lleva del mar-qus de Santillana a Caldern de la Barca.

    En el siglo xvn el crecimiento de las ciudades y el mercado quelo acompaa acrecienta la separacin entre el escenario cortesano yel urbano, al tiempo que se acentan las diferencias entre los escri-

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    tores que lo son por aficin o signo social y los que actan comotales movidos por la necesidad econmica. El lugar de los escrito-res-criados difumina sus perfiles en esta dinmica, sobre todo porla propia movilidad de los autores, para quienes esta condicin esuna coyuntura y no una determinacin definitiva, como ejemplificala variedad de situaciones en la trayectoria de Lope de Vega. En elmbito del palacio se acenta la distancia entre seores y criados,con la especializacin de stos, sacudidos tambin por una inci-piente conciencia de su condicin y los ecos de una movilidad delplano social en las antpodas del esttico orden de los salones corte-sanos. En el entorno de la ciudad los escritores, con el mismo ori-gen social y similar formacin que los anteriores, intensifican sutendencia a la profesionalizacin, administrando segn sus propiosintereses o circunstancias las concesiones realizadas a los marcos dela tradicin o las demandas del pblico, incorporando el factor de in-novacin y cambio en el grado necesario para mantener su acepta-cin por los consumidores.

    El panorama se completa con la consideracin de otras figuras,con antecedentes en los estadios precedentes y con distinto nivel deincidencia en el desarrollo de las letras en el XVII. Con un carcterespecfico hay que considerar a los letrados stricto sensu, vinculados ainstituciones religiosas o acadmicas (cuando exista diferencia en-tre ellas), que comparten rasgos con los escritores aristcratas, peromuestran su propia especificidad; como aqullos, eran espritus se-lectos y formaban los estamentos superiores, pero el acceso a losmismos no obedeca tanto a la sangre como al estudio; al igualque los nobles y caballeros, no vinculaban el ejercicio de la escritu-ra a las necesidades materiales, pero en gran parte era la va paraasegurar la posicin de privilegio del estamento, justificada en suatencin a las necesidades espirituales o intelectuales de la socie-dad; herederos de fray Luis de Granada o fray Luis de Len, losletrados del xvn, de Paravicino a Gracin, presentan respecto aaqullos la regularizacin de su relacin con la imprenta, cuya di-nmica establece los puentes entre los espacios cerrados de claus-tros y aulas y el horizonte abierto de los lectores. Aunque al mar-

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    gen de Gngora esta figura no tiene muestras significativas, la en-tidad del poeta y su repercusin inmediata sostiene la consideracinde este nuevo perfil, el del artista en un sentido pleno, como com-ponente ineludible del panorama social de los escritores del XVII,en una conjuncin de aristocratismo espiritual y proyeccin mun-dana, de liberacin de las ataduras del mercado y de inseparablemarco urbano.

    Ms all de la ampliacin del catlogo o las matizaciones de losperfiles respecto a la situacin precedente, lo distintivo del panora-ma social de los autores en el siglo xvn es la generalizacin de laimprenta como. cauce prcticamente ineludible para casi todas lasactitudes y gneros, y, en parte relacionada con ello, una compleji-dad del panorama resultante, basada en la difuminacin de lasfronteras distintivas y, sobre todo, en un dinamismo que afecta alconjunto del sistema y se particulariza en la movilidad de algunosautores. Una parte importante de ellos se muestran capaces de al-ternar o compartir perfiles distintos, tal como sucede con Lope deVega, quien lleva a su formulacin ms alta esta situacin.

    Si el campo literario, tal como definiera este concepto PierreHourdieu, se constituye como un conjunto dinmico de autores,elementos de mediacin, canales de difusin y consumo y elemen-tos de institucionalizacin, y se caracteriza por sus rasgos de varie-dad y de conflictividad, en el siglo XVII hispano se consolida lo quecomenz a apuntarse en la segunda mitad del siglo XVI, cuando alos profesores del humanismo se unen los romancistas en el ali-mento de las prensas y en la atencin de los lectores, asentndosegneros y modelos directamente vinculados al gusto y el entreteni-miento. Frente a las historias verdaderas aparecen las historiasfingidas, segn las denomina Rodrguez de Montalvo en el prlo-.i;odel Amads (r508), y la multiplicacin de pastores, moros y via-jeros confirma a partir de r 5 5 9 la semilla de los caballeros, siempreal hilo de la imprenta. Los volmenes de rimas y, sobre todo, elromancero artstico extienden la poesa ms all de los salones cor-tesanos y la plaza pblica, para llevarla a los gabinetes de los lecto-res profanos. Los corrales y otras formas de lugares teatrales urba-

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    nos y estables permiten el desarrollo de una escritura dramticapara un pblico amplio y no especializado. En todos estos casos,las alteraciones en los modelos y en la preceptiva potica que lossustentaban, con ser muy apreciables, no alcanzan la trascendenciade otro aspecto, el de la emergencia y consolidacin de un novedo-so tipo de escritor, identificado con la profesionalizacin, indisolu-blemente unido a la aparicin de un nuevo receptor -espectador olector-, caracterizado por su amplitud, su variedad y su disposi-cin para acceder a textos y espectculos previo pago.

    Los circuitos comerciales se asientan paulatinamente a lo largodel xvt, sostenidos por cuatro factores: las demandas de un pblicoen busca de entretenimiento, el desarrollo de medios materialescomo la imprenta y los escenarios estables, la formalizacin de unosgneros que compensan con su aceptacin la falta de una teora deraz clsica y, finalmente, unos autores que tienen en la escritura unmodus vivendi, con una dependencia directa de su aceptacin porparte del mercado. El desarrollo de esta parcela, que est en la basede nuestra moderna concepcin de la literatura, no supone, sin em-bargo, la clausura de los espacios tradicionales de los letrados, cuyaprctica se mantiene en todas sus vertientes. Cronistas y tratadistassiguen dando respuestas a los deseos de verdad y utilidad; huma-nistas y fillogos codifican la tradicin clsica y mantienen su per-vivencia con distintos grados de vulgarizacin, desde la erudicin alas miscelneas; salones palaciegos, aulas escolares o universitarias,altares o atrios de los templos y la plaza pblica siguen acogiendoformas dramatizadas de doctrina, prctica retrica o simple cele-bracin; los miembros de la aristocracia continan cultivando sugusto por el verso como forma de entretenimiento y signo de iden-tidad y de distincin, sin que en esto haya un cambio sustancialentre el caballero y el cortesano, como no lo habr en el desarrollodel patriciado urbano. En todos estos casos, la prctica de la escri-tura encontraba, cuando no un elemento de prestigio, un principiode justificacin, asentada sobre unas slidas bases de orden ideol-gico, social, conceptual y potico, de las que las reglas de la codifi-cacin aristotlica, horaciana y virgiliana ofrecan unas nociones

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    sustantivas, desplegadas en la concepcin retrica de la escritura,con su pormenorizada preceptiva, su objetivo esencial del movereyel inamovible principio del decorumo aptum. Con este horizontesostenido, si no puede afirmarse del todo que contra l, va asentan-do su presencia una prctica literaria completamente ajena, porms que comparta una porcin importante de elementos retricos.Con ella tambin arraiga una figura autorial sin precedentes inme-diatos en la tradicin hispana, y se traza una frontera de diferencia-cin entre letrados y escritores romancistas, aun cuando persistenabundantes casos de alternancia de papeles en una misma figura.

    Si en el caso del jurista Fernando de Rojas puede circunscribir-se la composicin de la Celestina a un entretenimiento juvenil, noocurre as con la dualidad de Gonzlez de Oviedo entre la crnicade Indias y la fabulacin caballeresca, la adicin por Francisco De-licado de La lozana andaluza a su tratado mdico sobre la sfilis, losdifciles y logrados equilibrios de fray Antonio de Guevara entremoralidad y entretenimiento, verdad histrica y ficcin, o, ya en elltimo tramo de siglo, la amplia variedad de la escritura de Fernan-do de Herrera, quien, contando slo con su produccin impresa envida, firma una biografa de Toms Moro, una relacin de la bata-lla de Lepanto, unos comentarios a Garcilaso y un volumen depoesa lrica, extendiendo la condicin de humanista a los lmitesde su acepcin tradicional. A ttulo de ejemplo, estos casos apun-tan la complejidad del proceso y la existencia de muchos elementosde continuidad sin rupturas en una transicin de ms de un siglo,pero lo significativo es cmo una parte importante de la segundamitad del siglo XVI viene marcada por la regularizaciqn de un nue-vo perfil autorial, representado por figuras como Jorge de Monte-mayor, Feliciano de Silva o Lope de Rueda, autores en la mayorade los casos instalados en el cultivo de gneros igualmente novedo-sos, cuando no son ellos mismos quienes establecen sus bases. Laaceptacin de sus propuestas por lectores y espectadores no encon-tr equivalencia inmediata en otro tipo de valoraciones, encon-trndose con resistencias importantes desde planteamientos poti-cos, pero tambin ideolgicos y sociales.

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    La creciente profesionalizacin que se va afianzando desde elecuador del siglo XVI es una etapa ms de la trayectoria de refor-mulacin de la estructura medieval y su orden esttico, donde ladivisin tripartita de oratores,bel/atoresy laboratorestena una exac-ta correspondencia en los tres rdenes estilsticos (sublimis, me-diocris, humilis), el principio de decoro reflejaba en el arte el esta-tismo y jerarquizacin de la sociedad y el principio de auctoritasrega por igual la escritura y el orden poltico. Desde el mester declereca, la expresin letrada correspondi a los.detentadores de lacultura, identificados como poseedores del discurso (oratio) y per-tenecientes en exclusiva al mbito de la Iglesia. Es en el siglo xvcuando la Pennsula asiste a la paulatina movilidad de una estruc-tura esttica y cerrada, con el desplazamiento de los saberes y suformulacin escrita a los salones cortesanos, conforme la noblezadeba dedicar menos tiempo a la lucha en la frontera: con la auro-ral posicin de don Juan Manuel y el ejemplo seero de Santillana,cada vez ms bel/atores, los antiguos guerreros, reivindican su de-recho a las letras, pues la sciencia non enbota el fierro de la lanca,ni faze floxa la espada en la mano del cavallero. Sin embargo, laaristocracia encuentra que muy pronto ha de compartir espacio,sobre todo en el entorno de la corte regia, con otros poseedores delas letras que, sin pertenecer al orden clerical ni a la nobleza de lasangre, le disputan los privilegios del conocimiento y la expresin.En estos representantes de un temprano y limitado humanismocastellano se encuentran los primeros elementos de profesionalis-mo, aunque circunscritos casi siempre al discurso de una prosadoctrinal, entre la crnica y el tratado, al servicio de la ideologaemergente y consolidada alrededor del trono. Procedentes en granparte de los estamentos ms bajos, cuando no de linajes de conver-sos, estas figuras comparten el prestigio cultural con el desdn so-cial. El primero se sustenta en el carcter utilitario y prctico desus saberes y actividades, mientras que el segundo se sustancia enla disputa entre armas y letras, cuyos ecos llegan hasta las pginasdel Quijote. En forma de un parangone, que actualiza formas deldebate medieval, junto a la cuestin de la primaca de una y otra se

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    forjan los argumentos de la condena o la reivindicacin de las le-tras. La precariedad de la prctica letrada en el marco social se veacentuada cuando se trata de escritura de entretenimiento o fic-cin, ya que las razones ideolgicas y sociales pueden revestirse delos elementos del discurso religioso o de la tradicin potica, conla condena de lo profano o la marginacin de lo humilde, motivode tantas justificaciones y una retrica prologal inclinada a unacreciente irona.

    Como las tensiones no siempre podan resolverse a travs deenfrentamientos directos o sortear el anatema moral o potico, seavanzan lneas de acercamiento, entre la convivencia y la neutraliza-cin. Entre las primeras se encuentra la reivindicacin de la eutra-pelia, entretenimiento honesto y recreacin para preparar el nimoy el cuerpo para tareas ms dignas; con base doctrinal en el pensa-miento de Toms de Aquino, el humanismo ofrece la formulacinms depurada de este planteamiento en Erasmo de Rotterdam,con la plasmacin en su Moria. En el otro extremo se sitan todaslas propuestas de cristianizacin o contra/actaa lo divino de los g-neros profanos, desde el cancionero garcilasiano a los libros de ca-balleras, desde los relatos de pastores a los de peregrinos, juntoa las distintas modalidades de teatro religioso. Entre ambas hayque situar todos los intentos de dotar de un sentido trascendente alas manifestaciones ms aparentemente profanas y subjetivas, talcomo opera el proyecto humanista de fundir, a travs de la filogra-fa amorosa superpuesta a la poesa amorosa petrarquista, expe-riencia sentimental y sentido moral o esttico, en un intento degranjearle aceptacin. De Bembo a Herrera, en la empresa de co-dificacin y racionalizacin de este discurso se despliega una de lasbases ms slidas de la conciencia autorial, aunque an en los lmi-tes de la profesionalizacin. Desplegadas a lo largo de varios siglos,las diferentes situaciones y actitudes no son etapas conclusivas,sino que permanecen vivas en el siglo xvn en una confluencia, sinduda enriquecedora y de notable dinamismo, generadora al tiem-po de importantes tensiones, proyectadas en actitudes, discursos yfrancos enfrentamientos.

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    En la transicin del siglo xv al XVI la imprenta bas su desarrolloen dos modalidades: los gruesos infolios de las ediciones de clsi-cos y los tratados de saberes prcticos o doctrinales, por una parte,y el surtido de modalidades de divulgacin que tocaban en formasde vulgarizacin, por otra. Distanciadas de tales modelos discursi-vos y editoriales, las posiciones aristocrticas se identificaron con elalejamiento de la imprenta, en la que se perciban los rasgos de unacreciente profesionalizacin. La tendencia se manifestaba en una do-ble vertiente, relacionada con la distincin anterior: la propia de losletrados y su labor erudita y la correspondiente a unos romancistasdedicados a atender las demandas del pblico. Ni una ni otra posi-cin encontraba encaje en las actitudes de quienes, en un discursoformalizado en Il cortegiano de Castiglione (traducido en Espaapor Boscn a instancias de Garcilaso), conceban la prctica de lasletras como un ejercicio espordico, destinado a completar su figu-ra mundana y aadirle un elemento de distincin, pero sin incurriren el extremo de convertirse en una ocupacin orientada al susten-to material; para ellos, cartas, relatos o poemas eran juegos ocasio-nales que no traspasaban las fronteras del crculo inmediato dedestinatarios directos y se mantenan, por tanto, en el espacio delmanuscrito, cuando no en el de la estricta oralidad; frente a ellos ladifusin impresa se mostraba inapropiada y contradictoria. Desdeesa actitud trasladaban a la prctica de las letras el principio de je-rarqua determinante en el orden social, y ello ocurra igual cuandose trataba de netos prejuicios estamentales y cuando se traduca en

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    actitudes estticas, como todava en el siglo xvn se mantiene enamplios sectores de la poesa clasicista ocultista, en autores (de losArgensola a Gngora) que sostienen hasta el final de su trayectoriala identificacin de las prensas con una forma de degradacin; noobstante, la distancia es mayor en lo tocante a su propia posicinde autor que en lo concerniente a sus versos, como muestra la tra-yectoria gongorina.

    El cannigo cordobs, ms por sus rentas que por su cargoeclesistico, no toma en ningn momento la iniciativa de imprimirsus versos en un volumen de autor, pero no parece poner ningninconveniente en que se difundan a travs de la edicin de las anto-logas ms dispares, las del popularizado romancero nuevo (desdela Flor de varios romances nuevos y canciones, que da a la luz Pedro deMoncayo en I589) o la selecta propuesta de Pedro Espinosa en susFlores depoetas ilustres de Espaa ( I605); concebidos los versos parala ocasin y confiados a la memoria, a la repeticin y a la copia ma-nuscrita, el poeta ni se molesta en guardar un testimonio escrito delos mismos; en cambio, cuando aborda la escritura dramtica, eldestino de sus textos se vincula directamente a la imprenta, pues eneste caso las dificultades de acceso a las tablas, por la hegemonalopesca, no dejan otro cauce de difusin; al final de su vida, las cir-cunstancias le llevan, por una parte, a autorizar la elaboracin deun cuidado y precioso cdice para halago del mecenas y, ms ago-biado an por las necesidades econmicas, a plantearse la impre-sin de sus versos, como una renuncia final a unas posiciones deselecto aristocratismo extendidas desde el plano meramente estti-co al del gesto social, pero tambin a la inversa, pues la posicinautorial deriva en gran medida de las convenciones sociales, encuyo marco se separaba con toda claridad el acceso a la imprenta yla existencia liberada de necesidades materiales.

    Como la propia doctrina potica y la prctica que la acompaa,el comportamiento social se rige por un principio de decoro queafecta con especial intensidad al espacio de interseccin entre posi-cin social y escritura, estableciendo unas precisas relaciones, consus valores consiguientes, entre gneros, destinatarios y autores.

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    Los gneros sustentados en un criterio de verdad histrica, doctri-nal o de utilidad prctica se dirigan esencialmente a un lector cul-to, incluso especializado, para el que los autores no tienen dema-siados escrpulos en imprimir sus textos, amparados en los propiosvalores de verdad y utilidad. Por el contrario, en los discursos deficcin, vinculados al entretenimiento, se estableca una distincindecisiva, entre aquellos gneros orientados a un lector culto (la pi-ca, las imitaciones de Heliodoro, la lrica culta), generalmente enmanos de autores de la misma naturaleza, y aquellos otros que te-nan como destinatario a un pblico vulgar (las novelas o patraas,el romancero y la lrica popular), con cuya condicin se identificabala del propio autor; mientras estos ltimos discurran por el caucede la imprenta como mbito propio, los primeros solan mantener-se al margen de la fijacin tipogrfica, en una solucin manuscritao estrictamente oral acorde a la extensin reducida y homogneade los crculos a los que se dirigan, con los salones cortesanos yacadmicos como paradigmas. En lo concerniente a los gnerosestrictamente literarios, en el sentido moderno, esta distincin noresultaba operativa para la narracin en prosa ni para los largospoemas picos cultos, cuya extensin no permita la fijacin en lamemoria ni propiciaba la copia manuscrita, por ms que se dieraespordicamente; as, mientras la epopeya se vinculaba de maneracasi inseparable a la imprenta desde su formalizacin culta a me-diados del siglo XVI, las formas de la narrativa idealista en prosa,desde finales del xv con los relatos sentimentales, nacen indisolu-hlemente ligadas a la fijacin y transmisin impresa, lo que debide constituir (junto con la falta de preceptiva y modelos clsicos ycon la sospecha de inmoralidad) una de las razones de su descalifi-cacin. Tampoco el teatro favoreca una discriminacin similar,con sus particulares procesos de transmisin del texto desde la plu-ma del poeta dramtico a las manos de los actores, y de ellas a unformato de lectura muy pronto vinculado a la imprenta; si bienhubo casos de biblifilos refinados (como el conde de Gondomar)coleccionistas de manuscritos teatrales, lo que se generaliz fue unauniversal transmisin impresa, sin diferenciacin por gneros, des-

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    de el auto sacramental a los entremeses, sin que en este plano sediera la distincin existente entre los diferentes espacios de repre-sentacin escnica. Slo la poesa lrica poda mantener una opcindistintiva entre los cauces impreso y manuscrito (e incluso oral),por la brevedad y el valor mnemotcnico del verso, propios de sucondicin genrica, de un lado, y por la alternancia en su cultivo deautores cultos y populares, entre el entretenimiento y la estrictaprofesionalizacin; en los versos lricos, y al margen de la oralidadde las formas tradicionales y las ms populares, su creador tena laposibilidad de mantenerlos dentro de sus crculos ms inmediatos,generalmente en forma fragmentaria y dispersa, y la alternativa dedarlos a la imprenta, previamente organizados en un volumen edi-torial, para un pblico ms amplio, generalmente con una voluntadde beneficio material directo o indirecto, en el primer caso con eldinero de la venta y en el segundo por el posible mecenazgo quepudiera obtener a raz del prestigio alcanzado. En esta opcin elpoeta se iguala con el novelista y el dramaturgo y se hace con ellosobjeto de un desdn en el que se anan argumentos de preceptiva,de prejuicios sociales y de moralidad. Si los primeros podan sor-tearse apelando a modelos clsicos como Virgilio, Plauto o Helio-doro, presentaba ms dificultad la respuesta al menosprecio por laprctica de un ejercicio venal o la condena por lo inapropiado dela ficcin y las consecuencias que traa en el plano moral.

    Aun encauzados en la imprenta, los gneros basados en unprincipio de verdad o de utilidad encontraban en esta condicin larazn de su justificacin y la de sus autores (~ 7), aun cuando enellos se dieran muestras de profesionalizacin, pues sta corres-ponda a una erudicin que, adems, entroncaba, por la va de losstudia humanitatis, con los antiqui auctores. Sin esta salvaguarda,los gneros de ficcin y dirigidos al entretenimiento, as como losautores que los cultivaban, eran objeto de menosprecio, cuando node una explcita condena en todos los planos. Siguiendo el anate-ma platnico, se identificaba la ficcin con la mentira y sus daos auna ciudad que expulsaba a los poetas fuera de sus murallas. En ladoctrina cristiana de unos padres de la iglesia situados ante la lite-

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    ratura pagana se fundamentaba el rechazo a unas lecturas que per-vertan las costumbres y apartaban el nimo del camino de la virtudy de la salvacin. Al dar su trabajo a cambio de dinero convertanste en una actividad mecnica, ajena a las artes liberales, y, porconsiguiente, servil, en una condicin extensible al propio autor,quien no slo quedaba adscrito a ese estamento y al estatuto depechero (es decir, obligado a pagar impuestos), sino que en la Es-paa de los casticismos arrastraba consigo la sospecha de falta delimpieza, ya sea por la tradicional vinculacin de ciertos oficiosmercantiles a la raza juda, ya sea, sencillamente, por considerar laprctica profesional como separada del ncleo de una ortodoxiadonde se anan religin e ideologa.

    De las tres lneas de cuestionamiento, la ltima tuvo especial in-cidencia en otras prcticas que hoy consideramos artsticas, pero conmuy distinta consideracin en el siglo xvn, Es el caso paradigmticode la pintura, en cuyo campo se forj la lnea de argumentacin yreivindicacin ms contundente, expresa y continuada acerca de ladignidad de una prctica ms propia de artistas (arte liberal) que deartesanos (oficio mecnico). No es de extraar que el proceso arran-cara de un creador caracterizado por su singularidad y procedente deun mbito distinto al hispano, como fue el Greco, quien pleite paraconseguir cobrar el precio estipulado por El entierro del condede Or-gaz al tiempo que afirmaba su condicin autorial y la altura de suobra de creacin. Tras este gesto aflora una generalizada voluntadde obtener el reconocimiento de la condicin de liberal para el ar-te de la pintura, lo que exonerara a sus cultivadores del pago de lasalcabalas, convirtindose el argumento de la dignidad del arte endemento constante en tratados y composiciones sobre la pintura(Carducho, ~ 52, Pacheco, Pablo de Cspedes ...), en discursos es-pecficos sobre el carcter liberal de las artes plsticas (Gutirrez delos Ros, ~ 5 r, Butrn) y en numerosos memoriales y composicio-nes de poetas, que pronto se sumaron a una empresa que entendancomo suya. Autores como Lope de Vega, Valdivieso, Juregui oCaldern participaron con textos militantes en la defensa de la pin-tura como arte liberal; Carrillo, Juregui o Gngora le dedicaron

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    composiciones a la pintura y a sus cultivadores, y algunos de estosautores cultivaron las dos artes; siguiendo el tpico horaciano de utpicturapoesis, los escritores no slo apoyaron la empresa de los pin-tores, sino que asumieron muchos de sus argumentos y estrategiascuando tuvieron que defender la dignidad de la poesa, en la mismaconsideracin que la pintura y con las mismas aspiraciones de reco-nocimiento. Con obras como el Panegricopor lapoesa (1627) deVera y Mendoza como texto emblemtico, el discurso de defensade la poesa sigue la lnea de argumentacin ya consolidada para lasartes plsticas: la antigedad de su prctica (si no su creacin directapor Dios), la proteccin prestada por los grandes y la amplitud ydignidad de la nmina de sus cultivadores I-e 98).

    Junto a los discursos explcitos, algunos elementos caractersti-cos o destacados de las obras de creacin del perodo tienen su ra-zn de ser en las posiciones adoptadas por los artistas en este deba-te. Uno de los culminantes es el gesto sin precedentes de Velzquezal incluir su retrato en la composicin de Las Meninas, hacerlo ensu condicin de pintor y, desafiando el menosprecio extendido ha-cia las actividades manuales, representarse con los tiles en lamano, en el acto de pintar, verdadero desafo por ms que el gestofuera ratificado despus con la concesin del hbito de Santiago,cuya ensea se incorpor al pecho del artista en el cuadro. En elorden de lo escrito el gesto s tena precedentes, desde el singularprlogo del Quijote de 1605, donde Cervantes se representa en eltrance de la escritura (o, ms bien, de la meditacin que la acompa-a), para reafirmarse unos aos despus en la rotundidad del pr-logo a las Novelas ejemplares,donde la prosopopeya de su descrip-cin fsica se completa con la enumeracin de sus obras y laafirmacin del orgullo por su originalidad creativa. Con la ironacaracterstica del autor, este retrato verbal ocupa el lugar de los gra-bados con la efigie autorial que comenzaban a generalizarse, juntoa otros elementos de la retrica prologal y de afirmaciones de orgu-llo de creador. En el proceso una figura destacada es la de Lope deVega, sin duda uno de los autores ms representativos de la prcti-ca profesional y de la afirmativa conciencia de la misma: casi al

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    tiempo en que Cervantes redactaba el prlogo al primer Quijote,Lope escriba a un amigo de Valladolid acerca de su posicin: Siall murmuran de ellos [de sus "librillos" y "comedias"] que pien-san que los escribo por opinin, desengeles v.m. y dgales quepor dinero (agosto de 1604).Y no tardara en refrendarlo en laspalabras del Arte nuevo.

    El Fnix personifica, con la diversidad de orientaciones prcti-cas contenidas en la variedad genrica de su escritura, la diversifi-cacin del tradicional papel del mecenazgo en el sostenimiento delos autores y el impulso a sus creaciones (~ 72). Cliente de distin-tos mecenas, reales o frustrados, esta prctica le lleva, por ejemplo,a diversificar las dedicatorias de cada una de las doce comediascontenidas en cada una de las partes de la xm a la xx, justo hastaque regulariza su relacin con el librero Alonso Prez. Como cria-do, su relacin con el duque de Sesa fue otra fuente de ingresos ysostenimiento econmico. Y, junto a ello, la frecuentacin de laimprenta y del tablado escnico reflej una profesionalizacin endependencia directa del mercado. As, Lope recorre la prctica to-talidad de la escala de modalidades de sustento del escritor y, liga-do a ello, de las estrategias pragmticas y las modalidades genricasa ellas vinculadas, convenientemente jerarquizadas en los distintosestilos, con su correspondencia en los destinatarios, y con una di-versificacin que se acrecienta con el avance del siglo y la aparicino consolidacin de nuevas formas. Es lo que ocurre en el teatro,donde la profesionalizacin ligada al espacio del corral encuentracorrelatos ms dignificados en la composicin de autos para lasfiestas del Corpus y, sobre todo, la preparacin de representacionespalaciegas, ya fueran comedias similares a las del corral, ya se trata-ra de las grandes fiestas de aparato; mientras en el primer caso elpoeta dramtico deba buscar al director de compaa (que eraquien reciba el nombre de autor), los autos sacramentales se ha-can por encargo directo del cabildo eclesistico o municipal de laciudad, en tanto que la posicin en la corte poda ser ms variada,desde la del criado a la de los propios cortesanos, pasando por au-tores oficiales como Caldern o, ms tarde, Bances Candamo. En

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    la prosa, mientras la de carcter doctrinal, histrico o erudito podaservir para la consecucin de un mecenazgo, la narrativa de ficcinse orientaba directamente al mercado. La poesa, por su parte,tambin ofreca una variada tipologa en este aspecto, aunque cadavez ms neutralizada en el mbito de la imprenta, prcticamentegeneralizada en el ecuador del siglo; mientras el ejercicio ocasionaldel verso se multiplicaba, en preliminares y celebraciones pblicaso academias de mbito ms reducido, donde los premios tenan uncarcter honorfico y no estrictamente material, tambin se regula-rizaba la edicin de volmenes lricos de autor. Esto no siempreera un ndice de profesionalizacin, pero s del paulatino amorti-guamiento de los prejuicios vigentes en las dcadas previas, por loque podan acceder a esta prctica autores de ttulo, sin menoscabode su dignidad, como es el caso del prncipe de Esquilache, delconde de Rebolledo o del de San Felices, Juan de Moncayo.

    La actividad editorial de estos nobles poetas incorpora una di-mensin de amateurismo propicia a la desactivacin de las acusa-ciones vertidas contra la profesionalizacin de la escritura, pues, altiempo que incrementaba la variedad de perfiles que coexistan enla repblica literaria del momento, ms an que como, dcadas an-tes, la present en abigarrada pintura Saavedra Fajardo, tambincontribua a atemperar las tensiones y divergencias entre los escri-tores. De hecho, stas perdieron en la segunda mitad del siglo lavirulencia y acritud mostradas en las dcadas precedentes, cuandolas diferentes posiciones autoriales, muy vinculadas a las respecti-vas situaciones de los escritores en la escala social, se saldaban enforma de enfrentamientos directos, verdaderamente sintomticosde la dinmica de un campo literario en crecimiento y su progresi-va heterogeneidad. Tambin dio lugar esta diversidad de posicio-nes a unas apreciables variaciones en el discurso terico y en la re-sultante consideracin de los ideales estilsticos.

    Desde el siglo XVI, la relacin de la escritura con la prctica y lanaturaleza del cortesano, con su ideal aristocrtico acorde a la posi-cin social que ocupaba, se adscribi por estas razones a un prin-cipio de naturalidad, codificado con la doctrina neoplatnica que

    POSICIONES, ACTITUDES Y DISCURSOS II9

    se hizo extensible a la teora del amor, y plasmado en un modeloestilstico caracterizado por la llaneza y la aparente sencillez, talcomo los miembros de la corte departan entre ellos, imitando elideal clsico de la comunicacin amistosa. El texto, sobre todo el po-tico, reflejaba o, por mejor decir, transparentaba el alma del sujeto;en su lgica, slo tendr dignidad aquel texto que corresponde a unalma bella, sin mancha de bajas pasiones ni intereses materiales, loque, por supuesto, exclua las manifestaciones de los miembros delos estamentos inferiores. Una teora tan reduccionista pronto su-fri los embates de quienes buscaban una justificacin de su prcti-ca, desde dos frentes opuestos; de un lado se desarroll la doctrinadel furor potico, un arrebato atribuido a la musa, pero sta es ca-prichosa, y su don poda llegar a los seres ms dispares, cuyas obraspodan justificarse al margen de la condicin social del autor, loque se regulariza ms adelante con la teora del ingenio ligada a loshumores naturales, sin una dependencia directa del linaje; del otrolado, el auge de la preceptiva potica buscaba una codificacin,cuyo dominio permita acceder a la composicin de textos valiososa toda persona forjada en el estudio. Ambas vas abran las puertasde una escritura no exenta de dignidad a una diversidad de figurasal margen de su origen y genealoga, en tanto que justificaba yalentaba el artificio y la extraeza como ideal estilstico, dejandopaso a lo abigarrado y complejo que se identifica con las formasmanieristas y barrocas. Con el cambio de siglo las teoras de basehumanista quedan completamente diluidas en el mbito hispni-co, y los tratados se sitan con claridad en la teora del furor (Car-vallo) o en la del arte (Pinciano, Cascales, pero tambin Carrillo,~ 64, y, ms tarde, Juregui), en tanto que los creadores, que yacomenzaron a afirmar de forma ms o menos expresa el cambio deorientacin en las ltimas dcadas del XVI, van ms all, aadiendoun nuevo elemento de reivindicacin de la dignidad de su prcticaen lnea con el incremento de la profesionalizacin.

    De nuevo Cervantes y Lope actan como avanzados de la posi-cin que, ms all de la naturaleza y el arte, reclama el valor de laexperiencia, la exercitatio clsica, que avala sus creaciones frente a

  • 120 EL SIGLO DELARTE NUEVO (1598-1691)

    las posiciones de acadmicos, clasicistas y conservadores. La orgu-llosa afirmacin de sus obras y la frecuencia con que aprovechan lasoportunidades para ofrecer relacin de ella son muestras de estaactitud, sobre todo en aquellos gneros que no contaban con nor-mas ni modelos. As se afirma Lope frente a la Academia de Ma-drid al defender su arte nuevo o, desde una melanclica irona, lohace Cervantes en su Viaje del Parnaso, en cuyos tercetos ajustacuentas con una repblica literaria que lo margina, pero ante la quepuede ostentar la ejecutoria de sus obras y el juicio crtico alcanza-do con su escritura, glosada por partida doble en el punto centralde la fbula satrica, en su dilogo con Apolo, y en la prosa de laAdjunta, verdadero espejo epilogal del prlogo quijotesco de 1605.En su repaso, el Cervantes narrador-personaje, fiel reflejo de su au-tor, completa su propia reivindicacin con la descalificacin de losrepresentantes de las viejas posturas, los poetas vergonzantes queocultan sus versos, los nobles amparados en su sangre y posicinsocial y los pedantes ostentosos de una erudicin que se muestravaca, pero tambin aquellos oficiales que sin ningn criterio sedan espordicamente a la versificacin, es decir, todas aquellas fi-guras que, dentro de la repblica o campo literario del momento,se diferencian o se oponen al escritor como profesional de las letras.Como refleja el contexto argumental de la batalla, este encuentroen el reducido espacio representado por el Parnaso no poda dejarde producirse sin conflictos y enfrentamientos, en el que versos yvolmenes impresos aparecen como armas arrojadizas.

    Las defensas de la dignidad del oficio tanto en pintores como enescritores implicaron en la reivindicacin de la exercitatio (~ 49-5 o)una reorientacin en las formulaciones tericas y un cuestiona-miento de los discursos preceptistas, cuyos estrictos moldes queda-ban desbordados ante la potencia de una novedosa creatividad y latendencia de los autores a asentarse en su prctica profesional.Adems de la legitimacin de unos gneros reconocidos y acepta-dos por el pblico o de la novedad de una innovacin estilstica, elcambio de actitud propici un reforzamiento de la imagen autorialy de la dignidad del ejercicio de la escritura frente a los ataques de

    POSICIONES, ACTITUDES YDISCURSOS 121

    tericos, moralistas y detentadores de los privilegios culturales,siendo una de las vas por las que se asienta el reconocimiento de ladignidad de la poesa y la literatura de ficcin, como pone de relie-ve la frecuente apelacin a una nmina de cultivadores cada vezms extensa y, a la vez, volcada hacia las figuras del presente, almargen del tradicional catlogo de antiqui auctores(~ 76-79). Sinembargo, el asentamiento de un campo literario contemporneoconvierte a ste en objeto de disputa para definir sus perfiles, esta-blecer sus reglas y ocupar su centralidad, lo que da como resultadoel desarrollo, con gran virulencia en la primera mitad del xvn, denumerosas polmicas y enfrentamientos, tras los cuales es posiblepercibir un origen en las diferentes posiciones de campo como con-secuencia de las diferentes ubicaciones en la jerarqua social (~ 87-99). Para reforzar el orden institucional tambin en el espacio de laescritura (y de la lectura), y como ltimo intento de contener la lite-ratura de ficcin a una prudente distancia de los valores aceptados,se desarrollan o potencian los elementos de control institucional,adquiriendo la preponderancia que los caracteriza en la monarquahispnica.

  • 3ELEMENTOS DE CONTROLY CENSURA. AUTORIDAD Y AUTORA

    La empresa de reforzamiento del trono se inicia en el siglo xv enun intento de centralizacin del poder frente a la disgregacin quepretenda mantener la nobleza feudal como espacio natural para lapervivencia de sus privilegios. Los frustrados intentos de Juan II ylvaro de Luna fueron continuados y coronados con xito por lahija del monarca, sobre todo a partir de la unin dinstica con elheredero de la corona de Aragn. As, a finales del siglo xv los Re-yes Catlicos inician una sistemtica poltica que, camino de lamonarqua absoluta y del aparato estatal que la sustenta, exige unosaltos grados de control, como va para el mantenimiento de un or-den caracterizado por el estatismo y la seguridad. El orden de loscaminos se encomienda a la Santa Hermandad, y el de las fronte-ras del imperio, a un ejrcito cada vez ms profesionalizado; el or-den del dogma religioso (identificado ya con lo racial y progresiva-mente con lo nacional) queda bajo la guarda de la Inquisicin, ysimilares mecanismos de supervisin y control deban arbitrarsepara el discurrir de las ideas, aun las ms profanas y alejadas de lapoltica. La contrarreforma catlica acentu an ms esta tenden-cia, y no slo por el carcter autoritario y dogmtico de la jerarquaeclesial, reforzada por el ataque de los luteranos y reformados; en elcaso espaol, la intensificacin acompaa el papel asumido porel emperador y sus descendientes como paladines del catolicismo,en una fusin de lo poltico y lo religioso en un discurso ideolgico;el control se hace an ms frreo e, incluso, se instituye alrededor

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  • 124 EL SIGLO DELARTE NUEVO (1598-1691)

    de un bien definido cuerpo de doctrina, plasmado en los decretos deTrento, que Felipe II convierte en leyes del reino en una perfectamanifestacin de integrismo. De esta fusin sale muy reforzada laestructura inquisitorial con el papel del Santo Oficio, pero, sobretodo, se cimienta con solidez casi inquebrantable una mentalidadbasada en la existencia de una ortodoxia y en la condena de todo loque traspasa sus fronteras. Se impone, pues, la necesidad de vigilary perseguir, de establecer unos principios y garantizar su cumpli-miento, en definitiva, de consolidar un orden preservado de cual-quier forma de desviacin. El proceso ideolgico e institucional seencuentra plenamente culminado al iniciarse el sigloxvn, y todo eldecurso de ste tiene lugar dentro de tal marco.

    Antes an de que los mecanismos resultantes de un procesosistemtico afecten directamente a la composicin, difusin y re-cepcin de los textos, con el funcionamiento del aparato institu-cional de control, subyace en todo tipo de escritura dentro de lamonarqua hispana un modelo ideolgico, origen de los mecanis-mos de control, pero tambin retroalimentado y reforzado por s-tos, y este sustrato implcito acta en los planos ms profundos dela mentalidad y su actividad intelectual. As, en el plano de lasciencias el dogma se impone sobre la demostracin emprica, y loscastigos ejemplares (Servet, Galileo, Bruno ...) sujetan la difusinde las ideas, sobre todo cuando tocan a la estabilidad del trono odel altar. En el orden que hoy consideramos literario es imposibleseparar de la mentalidad sealada la persistencia de un carcterpreceptivo en las ideas poticas, de la imposicin de unas reglas ymodelos caracterizados por su antigedad y de la consagracin dela auctoritas como principio incuestionable. En tanto la jerarquiza-cin estilstica puede percibirse como un reflejo del orden esta-mental; as el sentido social del orden, la autoridad y el control semantienen vivos en los juicios sobre las obras literarias y, subya-centes en los autores, rigen su escritura, haciendo incluso innecesa-rios los mecanismos legales y materiales de control. stos, sin em-bargo, existan y tenan una especial incidencia en lo relativo a ladifusin tipogrfica.

    ELEMENTOS DE CONTROL Y CENSURA. AUTORIDAD Y AUTORA 125

    La tecnologa fijada por Gutenberg permita multiplicar losejemplares y, por tanto, incrementar la difusin de las ideas y larapidez con que stas se extendan, por lo que se converta en uneficaz instrumento, pero tambin en una peligrosa amenaza. Elincremento exponencial de lectores no slo era un altavoz impara-ble para todo tipo de discursos; tambin tena un aspecto cualita-tivo, pues por esta va los textos y sus contenidos llegaban a todotipo de receptores, incluidos los indeseables para el poder. Y algosimilar ocurra con los autores, pues el nuevo cauce facilitaba ladifusin a obras y escritores que difcilmente hubiesen tenido re-percusin (o muy limitada) en el espacio del manuscrito. Aunqueesta evidencia se impone con bastante rapidez, la primera reaccindel trono, inmerso en la empresa de consolidar su poder tambinextendiendo la ideologa que lo sustentaba, fue la del apoyo al in-vento venido de Alemania, como las medidas de exencin tributa-ria establecidas por los Reyes Catlicos para favorecer el asenta-miento en los reinos peninsulares de oficiales del nuevo arte y susoficinas de impresin, ya que la misma novedad del invento ysus caractersticas tcnicas resultaban muy acordes con la imagende renovacin y momento auroral que Isabel y Fernando queranimprimir a su reinado. La Gramtica (1492) de Nebrija (converti-do ms tarde l mismo en impresor) sintetiza el nuevo discursoideolgico no slo en la doctrina de su prlogo, en su voluntadnormativa y en su reivindicacin de la lengua nacional: no menoslo hace en su dedicatoria a la reina y en su mismo carcter impre-so. Sin embargo, a estas medidas proteccionistas y de impulso a laimprenta le siguieron rpidamente las primeras medidas de con-trol (pragmtica de r 502), pues el riesgo de la proliferacin de fo-cos de difusin de textos e ideas pronto se hizo manifiesto, sobretodo cuando las ideas eran de reforma religiosa, cuestionamientodel poder papal y, de paso, del orden imperial y la integridad de susterritorios. La amenaza tena un nombre propio, Martn Lutero, yde inmediato se convirti en un arma de combate la identidad deprocedencia germnica de las tesis deWittenberg y los tipos mvi-les de Gutenberg. Unidas al incremento del poder inquisitorial,

  • 126 EL SIGLO DEL ARTE NUEVO (1598-1691)

    aparecen las primeras leyes restrictivas para la libre difusin de lostextos impresos.

    El desarrollo de una amplia normativa de carcter general,destinada a regular la produccin y circulacin de libros por laPennsula, vino acompaado de normas especficas, y no slo lasrelativas a los textos religiosos; as ocurre con relacin al mundonovohispano, objeto de una minuciosa y restrictiva normativa pararegular el comercio de impresos con esos territorios, para controlarla produccin de la imprenta americana y, de una manera especial,para vigilar de forma muy estrecha los textos sobre la materia ame-ricana, la conquista y la colonizacin. Los libros de historia [yJ desucesos dignos de ponerse en ella se haran objeto, tras el decretode r 645, de una particular pragmtica de Felipe IV (r 65 r) hacia elfinal de su mandato y cuando el imperio, sometido a ataques mili-tares y de propaganda, se encontraba en situacin delicada. En re-lacin con ello se encuentra otra disposicin particular, la pragm-tica de r6ro que prohiba a los autores espaoles imprimir sustextos en el extranjero, salvo licencia oficial, para frenar una ten-dencia que no slo obedeca a razones ideolgicas o a la voluntadde rehuir el control estatal, ya que en muchas ocasiones lo que bus-caban los autores era disponer para sus obras de mejor papel, ofi-ciales y correctores ms cualificados o, sencillamente, los tiposgriegos que escaseaban en nuestras imprentas desde finales del XVI.

    El mismo Felipe II que convierte en leyes del reino los decretosde Trento toma otras medidas de control paralelas, como el cierre defronteras a maestros y estudiantes, pero tambin a libros, y no es lanica disposicin que afecta a estos productos materiales y a loscontenidos que transmiten. En r 5 5 9 aparece en Espaa el primerIndex librorumprohibitorum, el del inquisidor Valds, bien es ciertoque mucho ms tarde, con menor virulencia y con menos textosliterarios afectados que sus homlogos romanos o portugueses. Yun ao antes, por medio de su hermana doa Juana, el monarcahaba firmado la pragmtica que regular hasta ms all de la fina-lizacin del siglo XVII el proceso de composicin de un libro, esdecir, la transformacin de un texto en una obra lista para llegar a

    ELEMENTOS DE CONTROL Y CENSURA. AUTORIDAD Y AUTORA 127

    una imprevisible cantidad de lectores. Esta normativa, recogida enel corto espacio de dos pliegos de imprenta, establece el protocoloal que ha de atender el autor y los dems participantes en el proce-so para convertir un texto en un volumen impreso.

    En primer lugar, el autor ha de disponer de dinero suficientepara llevar su texto a la imprenta, y los medios disponibles para ellase relacionan directamente con la tipologa de escritores existenteen el momento. Completa autonoma disfrutan los autores con pe-culio propio, procedente de sus rentas; de menos libertad, pero node menores posibilidades de acceder a la fijacin tipogrfica, dis-ponen los autores que lo son por encargo, de su propia orden -enel caso de los religiosos regulares- o de comitentes ajenos, peroigualmente aptos para subvenir a los gastos de impresin; los escri-tores que no disponen de medios suficientes han de recurrir a soli-citar la ayuda del mecenas, como clientes o criados del mismo, o avender directamente su texto a un librero, quien arriesga su dineroen busca del negocio. En conjunto, trazan la escala del amateuris-mo a la completa profesionalizacin. El propietario del texto (seael autor, el comitente o el librero) ha de obtener una autorizacinpara que se permita la impresin y difusin del libro, y la ha de so-licitar al Consejo de uno de los reinos hispnicos. ste, a su vez,para otorgar la licencia, solicita una o varias censuras (si no sonaportadas directamente por el peticionario) a hombres de letras,religiosos o seglares, cuyo dictamen orienta la concesin o la dene-gacin del permiso. Cada Consejo dispona de una nmina decensores, entre los que figuran nombres destacados de la creacinliteraria (Ercilla, Lope, Valdivieso, Juregui ...) y otros que lleganen ocasiones a un alto grado de profesionalizacin, a tenor de surecurrente aparicin en estas funciones, como ocurre con figurascomo Murcia de la Llana. Las aprobaciones pasan progresivamen-te de las escuetas y formularias constataciones de que el texto encuestin no contiene ningn elemento contrario a la religin, lasleyes del reino o las buenas costumbres, a convertirse en verdaderasmuestras in nuce de crtica literaria, con pormenorizadas referen-cias a distintos aspectos de la invencin, la disposicin o el estilo,

  • 128 EL SIGLO DEL ARTE NUEVO (1598-1691)

    en un completo anlisis retrico. Igualmente, crecen los casos enque las aprobaciones van mucho ms all del nmero exigido, con-virtindose en autnticas celebraciones del autor o, en el otro ex-tremo, estrategias defensivas ante las reacciones que pudiera susci-tar un texto con rasgos de novedoso o problemtico. Apoyado enestos juicios, el Consejo emita su dictamen, firmado por el secre-tario, que era tambin el encargado de rubricar cada una de las p-ginas del manuscrito, enmarcando su texto para evitar que stefuera alterado durante el proceso de impresin, y garantizar que elresultado fuera un fiel reflejo del original.

    Una vez autorizado un texto para su publicacin, el titular delmismo poda solicitar un privilegio, esto es, el reconocimiento del de-recho a imprimirlo en exclusiva, lo que resultaba fundamental paraquien se acercaba a esta actividad con idea de negocio. El privilegiose conceda para varios aos, generalmente diez, y castigaba cual-quier impresin ilegal o pirata, si es que sta poda descubrirse y noescapaba al control de los aparatos estatales. La divisin de la mo-narqua hispana en distintos reinos y el mantenimiento de una le-gislacin particular en cada uno, procedente de sus fueros primiti-vos, obligaba a solicitar privilegios especficos en las diferentesinstancias con el fin de evitar el fcil expediente para los deseosos deaprovecharse del xito de una obra de hacer imprimir una edicinen alguno de los reinos para cuyos territorios no existiese privilegioo, sencillamente, falsificar el pie de imprenta para presentar comoforastero lo impreso en el mismo reino en el que apareci la edicinoriginal; la prctica fraudulenta explica la frecuencia con que obrascon buena acogida por los lectores conocan segundas ediciones enAragn o en Portugal, cuando no en los Pases Bajos y, ms tarde,Francia. Con privilegio o sin l, el texto era llevado a la imprenta,donde se contrataba su reproduccin detallando pormenorizada-mente todos los aspectos, incluido el nmero de ejemplares (entrer.ooo y r.500 por tirada), el formato, el tipo de letra o la calidad delpapel, si ste no era proporcionado por quien realizaba el encargo.

    Concluida la impresin, era remitido al Consejo un ejemplarde cada pliego confeccionado, junto con el original previamente

    ELEMENTOS DE CONTROL Y CENSURA. AUTORIDAD Y AUTORA 129

    firmado, para verificar que ambos resultaban plenamente coinci-dentes. Para ello, el secretario o alguien de su gabinete haca lacomprobacin y emita el dictamen correspondiente, denominadofe de erratas; su espacio era aprovechado en muchas ocasionespara sealar (aunque esto no era obligado) los errores materialesapreciados en la composicin de las pginas. Para completar elcontrol de los impresos en todos sus aspectos se realizaba un lti-mo trmite, consistente en establecer la tasa o precio fijo al quese haba de vender el ejemplar o, mejor dicho, los pliegos en ramadel mismo, porque sta era su presentacin habitual en las libre-ras, aunque en muchas oficinas de venta de libros existan tambintalleres de encuadernacin, cuyo trabajo supona un coste adicionaly variable, como lo era el aspecto exterior del libro resultante deesta labor final. La tasa se mostraba como una pervivencia (no lanica) de la teora medieval y escolstica del iustum pretium y encierta medida sustraa la actividad tipogrfica del rechazo moralque en la conciencia catlica representaba el lucro obtenido en ellibre funcionamiento del mercado, lo que recuerda que la aplica-cin de este trmino al funcionamiento de la actividad librera, suimpresin y su comercio, no ha de entenderse en ningn caso en elsentido pleno de la modernidad capitalista. La tasa representabatambin el ltimo signo del control absoluto ejercido por el poderregio en el entorno del libro y lo presentaba a los lectores sometidoa estas normas y avalado por esta autoridad, ya que los documentosemanados de todos estos trmites (licencia, aprobaciones, privile-gio, fe de erratas y tasa) haban de figurar impresos en un pliego,fuera de numeracin y compuesto al final de todo el proceso, queconstitua los preliminares del libro, obligados por la pragmtica,as como la indicacin de los datos de impresin (lugar, taller yao) en la portada.

    Un reflejo literario, pero no por ello menos revelador de lasconsecuencias de estos procedimientos legales en la mentalidad delos lectores (y, de vuelta, en la de los autores) lo ofrece el episodiocervantino en el que los acompaantes de don Quijote discutensobre la veracidad de los libros de caballeras y sus fantasiosas aven-

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    turas. El ventero Juan Palomeque, entregado a la pasin lectora(no lo olvidemos, siendo analfabeto), ofrece el argumento irrebati-ble de su conviccin en la verdad de lo narrado en los gruesos info-lios caballerescos: Bueno es que quiera darme a entender vuestramerced que todo aquello que estos buenos libros dicen sea dispara-tes y mentiras, estando impreso con licencia de los seores delConsejo Real, como si ellos fueran gente que haban de dejar im-primir tanta mentira junta, y tantas batallas, y tantos encantamien-.tos, que quitan el juicio (Quijote, I, xxxii). La ingenuidad le lleva averbalizar lo que deba de constituir una idea asentada en la menta-lidad dominante, que sancionaba tanto la autoridad reconocida enel monarca y sus rganos de gobierno como la que portaban los li-bros impresos, justamente como conferida por aqullos. La exis-tencia de la ficcin no slo pona en cuestin el dogma religioso yatentaba contra las costumbres piadosas, ya que tambin afectabaal principio de verdad y a la legitimidad del ordenamiento social, loque la haca tan peligrosa como se argumentaba recogiendo lasteoras por las que Platn expuls a los poetas de la Repblica. Estacausa estaba asimismo en la base de la sostenida (aunque no siem-pre respetada) prohibicin de exportar libros de ficcin a los terri-torios de ultramar, donde podan distraer de su empresa a los colo-nizadores y pona en grave riesgo la labor de los misioneros, alofrecer en el mismo soporte y, en consecuencia, al mismo nivel delectura las sagradas escrituras y las invenciones novelescas. Otrasprohibiciones, como la promulgada para Castilla por la Junta de Re-formacin, entre 1625 y 1635, y que afectaba a la impresin decomedias y novelas, tenan la misma raz, con resultados que afec-tarn por igual a los hbitos de impresin (con alteracin de luga-res o falsificacin de los datos) y a los modelos genricos (con in-vencin de moldes de presentacin de las piezas textuales o conrotulaciones imaginativas).

    Otros mecanismos de control especfico se establecieron paralos impresos de surtido, esto es, pliegos y gacetas, ajenos en granparte a la legislacin general sobre el libro y que, sobre todo en elltimo cuarto de siglo, se muestran a los guardianes de la ortodoxia

    ELEMENTOS DE CONTROL Y CENSURA. AUTORIDAD Y AUTORA 131

    y la estabilidad polticas necesitados de regulacin, que se articula atravs de media docena de disposiciones desde l 679, yendo msall de las restricciones establecidas en este tipo de produccin edi-torial por la pragmtica de 1627. Tambin supuso un control adi-cional el ejercido por las rdenes regulares, que imponan a susmiembros la preceptiva autorizacin del provincial o de una jerar-qua equivalente para poder dar sus textos a la imprenta; en el cam-po ms estrictamente literario la medida afect al mercedario Ga-briel T llez y al jesuita Baltasar Gracin, obligados a publicar conpseudnimos (Tirso de Malina, Lorenzo Gracin, Garca de Mar-iones) y condenados finalmente, por desobediencia, al silencio o atratar materias sagradas, como la historia de la orden de la Mercedo El comulgatorio, las nicas firmadas con el nombre real del autorrespectivo.

    El control sobre el libro no conclua en las etapas previas a supublicacin, pues, una vez realizada sta, actuaban nuevos agentesde vigilancia y represin, el principal de los cuales fue, sin duda, laInquisicin, si se consideran slo los de carcter externo a la rep-blica literaria. Los tribunales del Santo Oficio, directamente y pormedio de su amplia red de familiares, pero tambin por las delacio-nes y denuncias recibidas, suponan otro filtro de las heterodoxiaso incumplimientos que pudieran haberse deslizado en los libros yasalidos de los talleres tipogrficos. El ndice de libros prohibidosconstitua su principal elemento de referencia, traducido en la reti-rada inmediata de los libros o en su cuidadoso expurgo, persegui-dos hasta las mismas bibliotecas particulares, donde los censoresprocedan a la destruccin de los ejemplares (tambin parodiada enla primera parte del Quijote) o a la tachadura de los pasajes conde-nados, con un cuidado digno de mejor causa. A lo largo del XVIIaparecen tres ndices prohibitorios, en 1612 (debido a Sandoval),en l 632 y en l 640, y se prepara un cuarto en los aos finales, queaparecer en l 707. Adems de su eficacia material, el sistemticofuncionamiento inquisitorial traslad, como consecuencia princi-pal, una actitud de respeto reverencial, si no franco miedo, a lasnormas establecidas e, incluso, a las no explicitadas, lo que mantu-

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    vosobre el libro un halo de sospecha y de prevencin, a la vez queunavoluntad frrea de mantenerlo dentro de los lmites de la orto-doxiay de lo comnmente aceptado. Ello afect singularmente alasobras espirituales o de doctrina y, con ellas, a aquellos tratadoscientficosinterpretados como contrarios a la verdad revelada y susescrituras,pero tambin tuvo una particular incidencia en el mun-dode la creacin literaria.

    La prevencin respecto a las creaciones ficticias y las obras deentretenimiento se entrelaz en muchos casos de manera inextri-cablecon el rechazo a la innovacin, entendida como una arriesga-da excursin fuera de los lmites de lo aceptado y preservado poruna norma tan precisa como implacable. As aparece en los trata-dos de preceptiva y en las actitudes ms conservadoras, y en estecontextopuede apreciarse que las motivaciones que la sustentabanno eran de orden exclusivamente esttico. El funcionamiento delosmecanismos de control y la subordinacin del discurrir de lostextos impresos a la normativa legal, como a la norma potica,apunta la estrecha relacin existente entre el absolutismo del Anti-guoRgimen y el clasicismo en la poesa y las artes. El principio deautoridad rega por igual en los niveles poltico e ideolgico y en elpotico, donde el valor de la auctoritas y el peso de los auctores noeranotra cosa que la traduccin de la potestas regia y su ministerio,delmismo modo que la norma de la imitacin constitua la garan-tams firme del mantenimiento dentro del orden establecido. Porellola referencia a los modelos constitua un factor de legitimacinno slo en el orden de la preceptiva potica, sino tambin en el dela aceptacin social. Cuando Cascales en sus Cartas filolgicas ful-minaba su dicterio contra la poesa de las Soledades (no es pica nilrica,luego es intil) estaba manifestando esta actitud, conjugan-do ideas relativas al seguimiento de los modelos y la acomodacina unos moldes establecidos, opiniones de valor moral y, en ltimainstancia, el juicio sobre la obra, que no era esttico, pues no sebasaba en una sensacin subjetiva, sino estrictamente normativo,deacuerdo con los postulados clasicistas. La presencia, incluso fsi-caYtextual, de la autoridad regia en los preliminares de los libros

    ELEMENTOS DE CONTROL Y CENSURA. AUTORIDAD Y AUTORA 133

    era algo ms que una sancin: era una orientacin de la lecturadentro de los mrgenes de lo establecido y un elemento de preven-cin frente a las tentaciones de los autores ante la novedad y elcambio, si queran mantener la aceptacin de sus textos. As losmecanismos de control actuaban en una dimensin ms profunday de mayor trascendencia en la creacin y el consumo literario: msall de las restricciones materiales o los obstculos a la difusin delas obras, su efecto supuso un rgido condicionante en la propiaconcepcin de los textos y en sus mecanismos de recepcin, comose puso de manifiesto en las actitudes mantenidas en el discurso delos debates literarios, tanto reales como fingidos.

    No obstante, la misma normativa que estableci estos condi-cionamientos y fue agente determinante en el mantenimiento delprincipio de autoridad tambin abri algunas puertas a los factoresde su disolucin, pues la norma demanda su cumplimiento, y sterequiere sujetos responsables, de los cuales, en el contexto del li-hro, uno de los ms relevantes es el propio autor. Otro de los pre-ceptos establecidos en la pragmtica filipina de 15 5 8 sobre el libroes la inexcusable mencin en la portada del nombre del autor, loque ofreca una diferencia sustancial respecto a la tradicin manus-crita medieval, en cuyos cdices, y generalmente en el colofn, noapareca el nombre del autor, sino, en todo caso, el del copista oamanuense o el del seor en cuya corte se compona el texto o aquien se le dedicaba. Era el reflejo en la pgina de una concepcindel texto como una entidad inmutable o recibida, que slo podacopiarse o adornarse mediante glosas, lo que minimizaba el papeldel escritor, si no era el calgrafo que lo reproduca con un compo-nente de belleza material. La sustitucin del incipit de los textos enesta concepcin por la identificacin del creador no slo supona elreconocimiento de la responsabilidad penal, como sealaba Foucaulten su desconstructiva arqueologa de la nocin de autor, sino tam-bin una nueva relacin en la escritura entre el sujeto y su creacin,ya que la individuacin del nombre iba aparejada a la singulariza-cin del propio texto, y, en consecuencia, su insercin en una din-mica, aun dentro de la relacin con los modelos, distinta a la de la

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    mera copia, una distancia que slo era cuestin de acentuar paraafirmar la moderna concepcin de la autora.

    El sentido coercitivo de la medida se manifiesta en un signifi-cativo episodio de una ms de las disputas literarias del perodo,adems de mostrar la contigidad de las razones legales con lasmorales y de stas con las diferencias estticas: el hecho sucede en1627, cuando, muerto Gngora y aparecida la primera edicin desu poesa con carcter exento, el jesuita Juan de Pineda mantiene laenemiga personal, iniciada en una disputa por una prebenda en elcabildo cordobs, y el enfrentamiento potico, surgido a raz de laactuacin del jesuita como juez en unas justas y su descalificacinde un poema de Gngora, que contest con una stira contra surival; al aparecer el volumen editado por Vicua, Pineda pretendesu retirada alegando el supuesto carcter inmoral de algunas com-posiciones satricas, pero slo consigue su propsito cuando seapela al incumplimiento de una formalidad legal, ya que el nombrede Gngora no apareca en la portada, donde slo luca la referen-cia al Homero espaol. Evidentemente, esto suceda en un volu-men pstumo, compuesto aos atrs pero retenido por la oposicindel autor a que saliera, por sus prevenciones sobre la degradacinde su imagen que poda suponer el hecho de comercializar sus ver-sos (a lo que slo le empuj a ltima hora la necesidad, y sin xito).En este caso, el editor respet la voluntad autorial, pero no siempresuceda as, y en ocasiones aparecan impresos fuera del control delautor o, al menos, as sealado por l. Las repetidas muestras depiratera editorial provocaban la reaccin del autor, al ver en ellasuna prdida de ganancias o, directamente, de prestigio, por tratarsede obras concebidas para otro tipo de difusin o en condicionesdistintas; as ocurri con algunas de las obras satricas de Quevedoo con la Repblica literaria de Saavedra Fajardo; en tales casos, elautor optaba por intervenir directamente en el proceso de edicin opor modificar la versin de su obra, para ofrecer textos autorizadosy sujetos a su control; en el mercado de las comedias tambin serepitieron situaciones de este tipo, con la particularidad de que eneste campo la preocupacin de los autores por sus textos era menos

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    de ndole filolgica que comercial. La imprenta y sus normas im-ponan, pues, un escenario en que las posibilidades de caracteriza-cin se acentuaban, pero no siempre en la misma direccin. De ahlas estrategias para reforzar una imagen autorial, sumando a losparatextos preliminares de carcter legal todo un aparato de ele-mentos grficos y textuales con similar funcin, no prescritos por laley, sino por el uso y las estrategias pragmticas de afirmacin dela autora frente a la autoridad, de forma que en muchos volmenesllegan a hacerse ms frondosos y efectivos que las huellas estrictasde la autorizacin legal.

    El recurso a los paratextos como estrategia de refuerzo del dis-curso y de su valor pragmtico adquiere relevancia en algunos delos impresos novohispanos en los inicios del siglo; ocurre de mane-ra destacada en el volumen de r602 de Diego Dvalos: en los prem-bulos de la Defensa de las damas, su segunda parte, se dan cita hastaocho autores en encomio del escritor y de su obra, despus de queen el texto inicial, la Miscelnea austral, quince autores cumplen lamisma funcin, en un conjunto de nombres conocidos en su ma-yor parte e introducidos con explcitas referencias a sus cargos en elaparato administrativo e intelectual del virreinato, justamente enel prtico de una obra dedicada al Virrey destos Reynos del Piru,Chile, y Tierra Firme; se trata de una verdadera transposicin dela corte virreinal a la pgina impresa para marcar la identidad delaparato administrativo con el andamiaje cultural y potico de losnuevos territorios, en una actualizacin de los vnculos entre podery escritura. De concierto con la reiterada inclusin de nminas depoetas novohispanos en las ms diversas composiciones a uno yotro lado del Atlntico, la llamativa confluencia de firmas en lospreliminares de volmenes como el citado es reflejo de una cre-ciente conciencia criolla con proyeccin en la expresin literaria yun sentido grupal por parte de unos autores a los que esta circuns-tancia les facilita su afirmacin, de la misma manera que cuandopublican en la metrpoli buscan el respaldo de los autores consa-grados en la Pennsula, como hace Bernardo de Balbuena en suSiglo de oroen las selvas de Erifile (Madrid, r6o8), abierto con poe-

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    mas laudatorios de Lope, Qpevedo, Lugo y Dvila, Baltasar Elisiode Medinilla y otros nombres menos significados.

    La presencia de componentes paratextuales en un volumen(~ 82-86) reproduce y proyecta en la pgina impresa las tensiones,a veces contradictorias, entre la necesidad de la aceptacin y lavo-luntad de distincin. Ajenos o de la propia mano del autor, as su-cede en el conjunto de elementos y en cada uno de ellos. La apari-cin, a veces en nmero superior a la veintena de nombres, defiguras que, desde distintas instancias, avalan la obra a travs de pr-logos y explicaciones, aprobaciones y poemas laudatorios, textua-liza un respaldo al autor y un reconocimiento de su creacin, peroel propio carcter social de esta presencia representa tambin unlmite a la individualidad y una recuperacin de la obra para el es-pacio de lo compartido, en una oscilacin que no siempre se de-canta del mismo lado. Lo mismo ocurre con los preliminares fir-mados por el autor, en forma de proemios o dedicatorias, cuyafrecuente multiplicacin, y la de sus destinatarios, es otro indiciode una situacin movediza, prolongada durante varios siglos y quetiene en el xvn un punto de particular inflexin. Las dedicatorias,generalmente a un personaje socialmente superior, prolongan laactitud medieval del escritor al servicio de una orden o una corte, yen la bsqueda de mecenazgo sitan en el plano econmico unarelacin que es algo ms que espiritual. La aparicin de textos de-dicados a lectores diferentes al privilegiado dedicatario apunta uncambio de posicin autorial en la apertura al mercado, con lo queimplica otro tipo de relaciones y de sustento material; el desdobla-miento de estos textos, como ocurre en la primera parte del Guz-mn deA!farache (1599), con los textos dirigidos, respectivamente,al vulgo (~ 68) y al discreto lector, ratifica esta conciencia y leda cuerpo textual a su funcionamiento en los procesos de escrituray de edicin, esto es, en lo que constituye al autor. La retrica pro-logal muestra en su evolucin los mismos rasgos, a travs de susargumentos de humildad, sus protestas de justificacin o sus gestosde afirmacin, dominantes cada uno de ellos en las distintas etapasde un proceso de transformacin en la actitud autorial. La irnica

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    afirmacin cervantina de ser slo padrastro de su Quijote es lamarca del asunto en cuestin y de la radical posicin de un autorque la va a hacer an ms expresa en los prlogos de sus siguientesobras. En ellos juega con su propia representacin, entre lo real ylo figurado, entre la condicin humana y la de escritor, tal comoreflejaban las imgenes plsticas que, en forma de grabados, seincorporan a los libros con una deriva similar a la sealada en losprlogos.

    El primer paso fue el de liberar la iconografa del autor de laactitud oferente con que apareca en las ilustraciones medievales yprotorrenacentistas, donde la imagen compona el acto de entregade la obra, con el autor arrodillado ante el seor, ofreciendo el libromismo que el autor tena en sus manos. Paulatinamente, aparecenrepresentaciones exentas del autor, generalmente de su busto, aun-que inicialmente no hay una preocupacin o unas posibilidades ex-cesivas de dotarlo de rasgos individuales, cercanos al verdadero re-trato, segn se plasma en la frecuente reutilizacin de los mismostacos xilogrficos para imprimir el rostro de autores diferentes. Elinters por personalizar los rasgos se advierte, por ejemplo, a me-diados del XVI, en la diferente iconografa de los retratos de Jorgede Montemayor en sus distintas obras y ediciones, con las que sepuede trazar una trayectoria vital en sus rasgos fsicos y en sus or-namentos identificadores de una posicin social; no son ajenos aestos hechos ni el carcter profesional del autor ni su regular co-mercio con la imprenta. Conforme estos rasgos se regularizan yextienden se ve incrementada la frecuencia en la aparicin de retra-tos de autor en las ediciones y se transforman sus elementos de re-presentacin; as, los autores de la pica (Ercilla, Rufo) tienden aaparecer con las armas que los avalan, y no slo como testigos di-rectos de lo narrado, mientras que otros recurren a otros elementosde prestigio extraliterario (birretes universitarios, cruces de rde-nes militares ...), para llegar en las representaciones pstumas deQpevedo o Caldern a elementos de celebracin relacionados conla canonizacin de los clsicos (la iconografa parnasiana, el laurel,las orlas ...); la variedad de retratos de Lope son por s solos una

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    completa exposicin de estas estrategias, en cuyo campo tambinse juega la batalla de la afirmacin del autor en el horizonte deunos mecanismos de canonizacin que son primariamente de re-duccin a un orden establecido, de legitimacin sancionadora enun concepto de autoridad del que va a nacer, sin embargo, la ima-gen misma de la autora, cuya construccin tiene en el XVII hispanoalgunos de sus hitos fundacionales.

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    AGENTES DE MEDIACIN

    El carcter inconcluso en la constitucin del campo literario en elsiglo XVII y la particular consideracin de la literatura de ficcinenfrentan a los autores con una doble lnea en los procesos de me-diacin, entendiendo por tales aquellos que encauzan su texto parala lectura y aquellos otros que inciden en el carcter y orientacinde dicha lectura y, en definitiva, en el juicio que se establece sobrela obra y el propio escritor. Los primeros son previos a la confor-macin material del libro y acompaan su difusin; los segundosparten de sta y funcionan con posterioridad a la misma. Mientrasaqullos se relacionan con los aspectos materiales (el objeto libro ysu economa), stos tienen ms que ver con los mecanismos de ins-titucionalizacin.

    El acceso de los textos a la imprenta, como queda apuntado, hade realizarse por los cauces que funcionan, al mismo tiempo, comomecanismos de control y tienen, como tales, un carcter restricti-vo. La vigilancia estatal y religiosa es el primer filtro que el escritortiene que tener en cuenta ya desde el acto mismo de su creacin, ypor ello acta como elemento modelizador en un sentido amplioy generalizado, que adquiere en ocasiones un valor especfico, comomando se plasma en prohibiciones concretas, tan presentes en elmbito de las representaciones teatrales. En los trmites adminis-trativos no fueron pocos los textos que quedaron marginados ycondenados al silencio, como otros lo fueron aposteriori, retiradospor la Inquisicin una vez impresos. Tambin los cambios polticosmotivaron silencios sobrevenidos o cambios en los textos, como su-

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    cedi en el giro que llev desde la vigencia de las teoras de la raznde estado a la afirmacin doctrinal de la idea del prncipe cristiano,como sucedi con obras de Saavedra Fajardo o Qpevedo, quientambin rehizo algunos de sus textos al hilo de su cambio en elaprecio por la poltica de Olivares. Del otro lado, tambin huboconsideraciones de carcter moral o relativas al prestigio del autorque motivaron la condena al estadio de manuscrito, y hasta la de-saparicin, para textos que, por su carcter satrico o vulgar, nofueron respaldados por sus autores en el marco de la imprenta,como sucediera con el propio Qpevedo o, en otro mbito, con mu-cha de la poesa del momento.

    Los aspectos materiales, en particular el econmico, actuaronasimismo como elementos de dilacin y aun de abandono en losproyectos de edicin. As lo muestran los libros que finalmente seimprimieron en un momento muy alejado en el tiempo de la fechade concesin de la licencia o el privilegio, esto es, textos que esta-ban completamente preparados para las prensas pero que, pese atener todos los requisitos legales para ello, se demoraron en los ca-jones, en lo que sin duda debi de tener mucho peso la falta de re-cursos para materializarlos tipogrficamente; as ocurri, por ejem-plo, con las Flores de Espinosa (1605, con licencia de 1603), lasTablaspoticas de Cascales (1617, aprobadas en 1614), el BachillerTrapaza de Castillo Solrzano (r 637, con licencia de r 635) o laLira deMelpomene de Vaca de Alfara (1666, con preliminares deseis aos atrs), en una muestra de que la situacin poda afectar alos autores ms diversos, en todos los gneros y en las ms variadasfechas y situaciones. Mayor repercusin tuvo la escasez de recursospara los textos que nunca alcanzaron las prensas y de cuya existen-cia se tiene noticia por los documentos de la tramitacin legal, sinconstancia alguna de su realizacin. En todo caso, la disponibili-dad econmica para afrontar los trabajos de la imprenta era unacondicin imprescindible para la realizacin de un libro, y los au-tores no siempre contaban con los recursos necesarios. Surge eneste punto el papel del librero (--t 53), quien, a escala artesanal, rea-liza la funcin de las modernas casas editoriales, ofreciendo a los

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    escritores una va para culminar su trabajo en la fijacin tipogrficay la difusin, pero tambin imponiendo sus gustos y condiciones.En la mayora de los casos estos agentes invertan su dinero en bus-ca de beneficios, lo que se traduca en una proyeccin del mercado,esto es, de las demandas del pblico comprador, en la seleccin delos textos que llegaban a las prensas; en este caso lo hacan con laplena enajenacin por parte del autor de la propiedad sobre suobra, ajenos por completo escritor y librero a la nocin de derechosde autora, que slo a principios del siglo siguiente se regularon enInglaterra y precisamente a iniciativa de los libreros, para afirmarla propiedad legal adquirida con su pago al autor, como en unaoperacin mercantil ms de venta de un producto. En ocasiones, lafrmula era que el autor reciba como pago a la cesin de su obraun nmero determinado de ejemplares, de cuya venta poda obte-ner algn beneficio, pero con los riesgos que esto conllevaba, comomuestran algunos inventarios post mortem, que registraban en lacasa del autor un nmero importante de ejemplares sin vender. Elpapel del librero quedaba recogido por su mencin en la portada;cuando no se registraba era indicio de que el autor o contaba conun mecenas o tena que recurrir a su propio peculio u otras formasde obtencin del dinero necesario para la impresin. Aunquesiempre aparece la mencin del taller, por imperativo legal, su pa-pel era meramente subsidiario, ya que se trataba de una mera la-bor artesanal prestada a cambio de un estipendio, sin que en casiningn caso el responsable del taller tipogrfico lo fuera de la elec-cin de los textos que salan de sus prensas. Fueron prcticamen-te inexistentes en la Pennsula talleres como los de Giolito o Ma-nuzzio en la Italia renacentista o Plantino en Flandes en tiemposde Felipe Il, convertidos en autnticos focos humanistas y de pro-duccin de textos que modificaron el panorama esttico no slocon la calidad de sus trabajos tipogrficos, sino con la eleccin delos textos y el tratamiento que les otorgaron para orientar su accesoa los lectores; ni siquiera funcionaron talleres como los lioneses, demenor calidad esttica, pero de enorme repercusin en el mercado,incluido el espaol. En los reinos peninsulares no se registran ta-

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    lleres de esta entidad, ni siquiera cercana, y apenas cabe contar configuras como las de Francisco de Robles, que financi el Quijotey las Novelas ejemplares,y Alonso Prez, librero de Lope de Vega ypadre de Juan Prez d~Montalbn, aunque su labor, ajena a prc-ticas ms comunes, fue muy importante para la obra del Fnix ypara la difusin de los gneros comerciales del momento.

    Tambin hay que considerar entre los condicionantes del acce-so a la imprenta y, a travs de ella, al mercado la existencia mismade talleres en el entorno de los autores, ya que a lo largo del XVII seproduce una concentracin de los mismos alrededor de determina-dos focos, sobre todo el de la corte y algunas ciudades importantes(Zaragoza, Barcelona y, con notable decadencia, Sevilla), frente ala dispersin del siglo anterior. Ello establece tambin una fronteraentre los distintos autores y los crculos en que se mueven, ademsde una notable atraccin de escritores a la capital del reino, conver-tida ya en el siglo XVII en la capital literaria. Al igual que ocurri enotros pases de la Europa contempornea, la concentracin de im-prentas en la corte y las importantes limitaciones en provincias de-rivaron en acentuados procesos de centralizacin y control. En laPennsula coinciden con la iniciativa de Olivares hacia la Unin deReinos (~ 4), que acenta las diferencias entre Castilla y Aragn,encendidas por el episodio de Felipe II, Antonio Prez y el justiciade Aragn. La circunstancia le otorga una dimensin particular ala situacin de la imprenta en este reino, como cauce de un discur-so ideolgico y de afirmacin cultural, en el que participan libreroscomerciales, como los Alfay, y ncleos cultos, como los de Andrsde Uztrroz y Lastanosa, con la activa participacin en todos ellos deGracin. No ocurre lo mismo, por ejemplo, en otro ncleo poticoimportante, el cordobs, con una plyade de hombres de letras yversificadores, pero que apenas ofrecieron un volumen de versos, elde Antonio de Paredes (1622), y ste en homenaje a un joven ami-go fallecido; la retraccin de la imprenta mantuvo a los autores enlos estrechos lmites de los crculos acadmicos y la difusin ma-nuscrita. El panorama apunta a que no siempre fueron razonesculturales, de concepcin de las letras o de prestigio aristocrtico,

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    las que motivaron el alejamiento de la imprenta, sino que tambinincidieron causas de orden material y econmico, en una relacinno siempre unilineal, desde la que matizar la visin democratiza-dora de la imprenta, pues su distribucin tambin favoreci pro-fundas diferencias.

    En el caso de los poetas dramticos, un primer elemento demediacin lo constituye el circuito teatral, con sus distintos com-ponentes. En los espectculos escnicos pesaban prohibiciones es-pecficas y mecanismos adicionales de control, fruto de las presio-nes de moralistas y predicadores, que llegaron a cerrar los corralesen diferentes etapas a lo largo del siglo, apoyados en ocasiones ensucesos luctuosos de la familia real; as ocurre, en el cambio de si-glo, con la muerte de la esposa de Felipe II, que motiv la suspen-sin de las representaciones de r 597 a r600.Cuando los escenariosestaban abiertos, el escritor deba encontrar una compaa dis-puesta a adquirir su obra para incluirla en su repertorio, y el preciode compraventa (alrededor de 300 reales) dependa en muchos ca-sos de la entidad del autor o encargado de formar y dirigir algrupo de actores, en los que inverta su dinero para obtener benefi-cios; la situacin se converta en un criterio determinante, comolamentaron Cervantes yJuan de la Cueva, en la eleccin de los tex-tos, obligando a los dramaturgos a optar entre la frmula del xitoo el silencio, apenas alterado por la subsidiariedad de la estampa,como hizo, junto a los mencionados, Gngora. En su paso por laescena los textos que lo conseguan tenan una respuesta ms in-mediata del pblico, y por tanto ms determinante en su xito ofracaso, con repercusin directa en la trayectoria subsiguiente delautor. El proceso tuvo, sin embargo, una trascendencia en la con-solidacin, si no de los derechos de autor en su sentido moderno,en su conciencia y su relacin con la imprenta. Una vez vendidoel manuscrito a la compaa, el poeta perda todo control sobre elmismo, incluyendo todos los aspectos, hasta el de la propia fijacindel texto. La situacin reclama el inters de los escritores cuando,tras diferentes peripecias, su texto (o lo que queda de l) llega a laimprenta desde manos ajenas, que son las que obtienen el benef-

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    cio. Es entonces cuando, con Lope como activa referencia, se em-pean incluso en batallas legales para recuperar sus derechos y serellos quienes controlen el proceso de edicin y obtengan los rditoscorrespondientes. Mientras tanto, seguan llevando a la imprentalas piezas teatrales los autores que haban adquirido los textos, deprimera o de ensima mano y sometidos a revisiones o adaptacio-nes de diferente calado; pero tambin lo hacan quienes practica-ban una forma de piratera consistente en obtener el texto apren-dindolo de memoria en las representaciones; estos memorillas,como eran llamados, llegaban a ser verdaderos especialistas, y aellos debemos en algunos casos el conocimiento impreso de textos,aunque sin ninguna garanta sobre el rigor de su trascripcin. Noobstante, la deuda principal del desarrollo del campo literario paracon estas actividades de piratera editorial corresponde a la reac-cin provocada en los verdaderos autores, que regularizaron la re-lacin con la imprenta, cuidaron sus textos y fueron asentando unaforma visible de profesionalizacin.

    La diversidad de facetas en que los autores dramticos obtie-nen beneficios de su escritura se incrementa con las labores de en-cargo, centradas fundamentalmente en dos espacios, el de los autossacramentales y el de los espectculos palaciegos. Los primeros sedesarrollan por toda la geografa peninsular, aunque el movimien-to econmico y el consiguiente atractivo para autores y compaasno era el mismo en todas las ciudades ni, menos aun, respecto a lacorte. En sta Caldern alcanza a la altura de medio siglo una ex-clusividad prcticamente total, unindose a la demanda del pbli-co una sancin regia, mantenida incluso aos despus de su muer-te. Tambin tuvo una posicin de privilegio en la realizacin defiestas y representaciones teatrales en palacio, aunque en este casola situacin era algo ms diversificada, con una variedad de drama-turgos cortesanos, como Antonio Hurtado de Mendoza, y de otrosque alternaban la escritura para el corral con los requerimientospalaciegos. En el primer caso, la posicin era la del escritor-criado,aunque con matices, pues en casos como el mencionado no se tra-taba de una ocupacin indigna o servil. Lo ms frecuente, sin em-

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    bargo, era la alternancia de roles en las prcticas de escritura y elmodo en que los autores buscaban su sustento, combinando todaslas posibilidades de la escena y de la imprenta.

    La tendencia de los autores hacia la regularizacin de su activi-dad coincidi con un apreciable declive en la produccin de los ta-lleres tipogrficos espaoles, iniciado en el siglo anterior y agrava-do por hechos como el privilegio concedido por Felipe II a Plan tinopara el aprovisionamiento de los Estados del rey de Espaa enbreviarios, misales, diurnarios, libros de horas y otras obras litrgi-cas, es decir, en aquellos impresos de ms amplio y seguro merca-do, sustento de muchas imprentas mientras no se encontraban de-dicadas a empresas de ms alto fuste cultural y econmico. Otrofactor de retroceso fue el estancamiento en la calidad de los pro-ductos tipogrficos hispanos, tanto en la letrera como en el papel yen las labores de composicin. Son libros poco competitivos en elmercado y en inferioridad de condiciones respecto a los europeos,a cuyos circuitos difcilmente acceda el impreso espaol, porrazo-nes polticas y comerciales, mientras que los focos editoriales fran-ceses y flamencos encontraban dentro de nuestras fronteras am-plios canales de distribucin, pese al mantenimiento del cordnsanitario impuesto por Felipe II. El mercado americano propor-ciona una salida a la produccin espaola, pero bastante restringi-da por las prohibiciones que seguan pesando sobre el mismo, que,si no eran muy respetadas, s condicionaban el comercio y restrin-gan la estabilizacin de sus circuitos. El desarrollo de la imprentaen los virreinatos trasatlnticos limit an ms la difusin de loslibros de la metrpoli, ofreciendo una alternativa muy acorde conla emergente mentalidad criolla.

    Los talleres de Madrid publican algo ms de un centenar de li-bros al ao en el primer cuarto del xvn, y a lo largo del siglo secontabilizan unos cien impresores, pero se trata de la corte, y estaproduccin se hace a costa de un hundimiento de la tipografa enotros lugares de la Pennsula, como sucede con Valladolid, quepa-li las consecuencias de la cada de grandes ferias, tambin del li-bro, como Medina del Campo, con el momentneo fulgor de la

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    presencia de la corte a comienzos de siglo, para despus seguir elcamino de la mayora de las provincias del reino. Junto con los ta-lleres, tambin se produce un retroceso en los circuitos de distribu-cin del libro, en lo que tuvieron gran peso circunstancias econ-micas derivadas de la situacin poltica del imperio, pero tambinel rechazo casticista a la actividad comercial. Aunque en la corte seregistran hasta 46 libreros en 1650, la entidad de los mismos mati-za el dato meramente cuantitativo, y de nuevo nos encontramoscon la peculiaridad de la capital del reino. Muchos de estos mer-caderes de libros lo eran a escala reducida y secundaria, dedicadosal surtido de piezas menores o al encante o venta de libros usados.Esta venta al menor apenas puede ocupar una parte mnima del espa-cio dejado por el ocaso de los grandes circuitos comerciales del XVI,vinculados a las ferias comerciales o a emporios como el sevillano.Ahora son buhoneros y vendedores de pliegos de cordel los querecorren los caminos y alimentan la demanda de un pblico de es-casas posibilidades econmicas, para el cual exista tambin el re-curso de los puntos de alquiler de