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«—¿Y qué es un hombre, si no puede correr con sus hermanos? —dijo Mowgli—. Yo nací en la Selva. He obedecido la Ley de la Selva, y no hay ni uno de nuestros lobos al que no haya quitado una espina de las patas. ¿Cómo no van a ser mis hermanos?»

ILUSTRACIÓN: © DAVID SIERRA

AUSTRALINTRÉPIDA

RUDYARD KIPLING

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RUDYARD KIPLING

EL LIBRO DE LA SELVA

Traducción

Gabriela Bustelo

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No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesitafotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactarcon CEDRO a través de la web www.conlicencia.como por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Título original: The Jungle Book

© Rudyard Kipling, 2016 © por la traducción: Gabriela Bustelo, 2016© Editorial Planeta, S. A., 2016 Avda. Diagonal, 662, 6ª planta, 08034 Barcelona (España) www.planetadelibros.com

Diseño de la colección: Austral / Área Editorial Grupo PlanetaIlustración de la cubierta: © David SierraPrimera edición en Austral: octubre de 2016

Depósito legal: B. 12.821-2016ISBN: 978-84-08-16011-3Composición: A

– tona - Víctor Igual, S. L.

Impresión y encuadernación: EgedsaPrinted in Spain - Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien librede cloro y está calificado como papel ecológico.

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ÍNDICE

Intrépido lector 7

Prefacio 11

1 Los hermanos de Mowgli 15

Canción de caza de la Manada de Seeonee 57

2 La caza de Kaa 59

Canción de los bandar-log al ponerse

en camino 111

3 ¡Tigre! ¡Tigre! 113

Canción de Mowgli 149

4 La foca blanca 153

Lukannon 193

5 Rikki-tikki-tavi 195

Cántico de Darzee 229

6 Toomai el de los Elefantes 231

Siva y el saltamontes 273

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7 Los servidores de su Majestad 275

Canción de desfile de los animales

del campamento 309

Biografía del autor 313

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capítulo 1

Los hermanos de Mowgli

El murciélago Mang se acuesta prontoy la noche la trae Chil el milano.Nosotros rondaremos hasta el alba,por eso se guarecen los rebaños.

Garras, uñas, colmillos: Adelante.Es la hora del salto y de la presa.¡Escuchad la llamada y cazad bien,observando las leyes de la Selva!

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Eran las siete de una tarde muy calurosa en lascolinas de Seeonee cuando Padre Lobo des-

pertó de su descanso diurno, se rascó, bostezó, yestiró las patas, una tras otra, para quitarse la sen-sación de sueño que notaba en las puntas. MadreLoba estaba tumbada, tapando con el gran hocicogris a sus cuatro lobeznos inquietos y chillones, yla luna entraba por la boca de la cueva en que vi-vían.

—¡Augr! —dijo Padre Lobo—. Ya es hora deir de caza.

E iba a lanzarse cuesta abajo cuando una som-bra pequeña, con una cola peluda, cruzó el um-bral y aulló:

—La buena suerte os acompañe, Jefe de losLobos, así como a vuestros nobles hijos. Les deseo

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unos dientes blancos y fuertes, y que no olvidennunca a los hambrientos de este mundo.

Era el chacal (Tabaqui, el Lameplatos), y loslobos de la India detestan a Tabaqui, porque siem-pre va por todas partes sembrando cizaña, con-tando chismes, comiendo trapos y trozos de cueroque encuentra en los montones de basura de lasaldeas. Pero también lo temen porque Tabaqui,más que nadie en la Selva, suele tener ataques delocura, y entonces olvida que alguna vez tuvomiedo y corre entre los árboles mordiendo todo loque se le cruza en el camino. Incluso el tigre huyey se esconde cuando al pequeño Tabaqui le da unataque, pues la locura es lo más deshonroso que lepuede ocurrir a un animal salvaje. Nosotros lo lla-mamos hidrofobia, pero ellos lo llaman dewanee(«la locura») y huyen al decirlo.

—Entrad, pues, y mirad —dijo Padre Lobo ás-peramente—, pero aquí no hay comida.

—Para un lobo, no —dijo Tabaqui—, peropara alguien tan despreciable como yo, un huesoseco es un banquete. ¿Quiénes somos los gidur-log(«el Pueblo de los Chacales») para andar con me-lindres?

Se adentró rápidamente hacia el fondo de la cue-

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va, donde encontró un hueso de gamo con algo decarne y se sentó alegremente, dispuesto a partirlo.

—Os doy todo mi agradecimiento por estabuena comida —dijo relamiéndose—. ¡Qué her-mosos los nobles hijos! ¡Qué ojos tan grandes!¡Tan jóvenes, además! Por supuesto, por supues-to..., debería haberme acordado de que los hijosde reyes son hombres desde el primer momento.

Es evidente que Tabaqui sabía, tan bien comocualquiera, que nada hay tan funesto como alabara los hijos estando ellos delante; y le alegró ver queMadre Loba y Padre Lobo se ponían nerviosos.

Tabaqui permaneció unos instantes en silen-cio, disfrutando del daño que había hecho; des-pués dijo maliciosamente:

—Shere Khan, el Grande, se ha mudado de te-rritorio. Durante la siguiente luna cazará en estascolinas, según me ha dicho.

Shere Khan era el tigre que vivía cerca del ríoWaingunga, a treinta kilómetros de distancia.

—¡No tiene ningún derecho! —saltó PadreLobo enfurecido—. Según la Ley de la Selva, notiene derecho a cambiar de territorio sin avisar atiempo. Va a asustar a todas las piezas de caza endieciséis kilómetros a la redonda y yo... yo voy a

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tener que estar matando por dos durante una tem-porada.

—Su madre no le llamaba Lungri (el Cojo) sinrazón —dijo Madre Loba con gran tranquili-dad—. Ha estado cojo de un pie desde que nació.Por eso mata solamente ganado. Ahora que losaldeanos del Waingunga están furiosos con él, tie-ne que venir aquí a enfurecer a los nuestros. Ras-trearán la Selva de arriba abajo cuando él ya estélejos y tendremos que salir corriendo con nuestroshijos cuando enciendan la hierba. ¡Se comprendeque estemos muy agradecidos a Shere Khan!

—¿Deseáis que le hable de vuestra gratitud?—dijo Tabaqui.

—¡Fuera! —ladró Padre Lobo—. Fuera y a ca-zar con vuestro amo. Ya habéis hecho bastantedaño por esta noche.

—Me voy —dijo Tabaqui tranquilamente—.Ya se oye a Shere Khan entre los matorrales. Mepodía haber ahorrado la noticia.

Padre Lobo se puso a escuchar, y en el valleque descendía hasta un riachuelo oyó el gemidoseco, enfurecido, impaciente y monótono de untigre que no ha atrapado nada y al que no le im-porta que se entere toda la Selva.

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—¡El muy imbécil! —dijo Padre Lobo—. ¡Em-pezar la labor de una noche haciendo ese ruido!¿Se creerá que nuestros gamos son como sus bue-yes gordos del Waingunga?

—¡Chss! No son gamos ni bueyes lo que cazaesta noche —dijo Madre Loba—. Busca al Hombre.

El gemido se había convertido en una especiede ronroneo zumbón que parecía llegar de todaspartes. Es el ruido que aturde a los leñadores ygitanos que duermen al aire libre, y que a veces leshace salir corriendo a meterse justo en la boca deltigre.

—¡El Hombre! —dijo Padre Lobo enseñandotodos sus dientes blancos—. ¡Puaj! ¿Es que no haysuficientes ranas y escarabajos en las charcascomo para que tenga que comerse al Hombre, yen nuestras tierras además?

La Ley de la Selva, que nunca impone nada sintener un motivo, prohíbe a las fieras que atrapenal Hombre, excepto cuando estén matando paraenseñar a sus hijos, y entonces deben hacerlo fue-ra de los límites de caza de su manada o tribu. Laverdadera razón de esto es que matar al Hombresignifica, tarde o temprano, la llegada de hombresblancos con armas, montados encima de elefan-

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tes, y de centenares de hombres marrones congongs, cohetes y antorchas. Todos los habitantesde la Selva sufren entonces. La razón que las fierasse dan unas a otras es que el Hombre es el másdébil e indefenso de todas las criaturas vivientes, ytocarlo no es digno de un buen cazador.

También dicen, y es cierto, que los devorado-res de hombres se vuelven sarnosos y pierden losdientes.

El ronroneo se fue haciendo más fuerte y ter-minó en el «¡Aaar!» a pleno pulmón que lanza eltigre al atacar.

Entonces se oyó a Shere Khan dar un aullidoimpropio de un tigre.

—Ha fallado el golpe —dijo Madre Loba—.¿Qué será?

Padre Lobo corrió unos pasos hacia fuera,oyendo a Shere Khan murmurar y refunfuñar fe-rozmente mientras daba saltos en la maleza.

—Al muy imbécil no se le ha ocurrido nadamejor que saltar al fuego de unos leñadores, y seha quemado las patas —dijo Padre Lobo soltandoun gruñido—. Tabaqui está con él.

—Algo sube por la cuesta —dijo Madre Loba,levantando una oreja—. Preparaos.

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Se oyó un crujido de arbustos en la maleza yPadre Lobo se echó al suelo, con las ancas debajodel cuerpo, listo para atacar. En ese momento, sihubierais estado delante, habríais visto la cosamás asombrosa del mundo: un lobo deteniéndoseen pleno salto. Se había lanzado antes de ver loque estaba atacando, y entonces había intentadodetenerse. El resultado fue que salió disparadohacia arriba, en línea recta, recorriendo una dis-tancia de un metro y medio, más o menos, y vol-vió a caer casi en el mismo sitio.

—¡Un hombre! —dijo bruscamente—. Un ca-chorro de un hombre. ¡Mirad!

Justo delante de él, agarrándose a una ramabaja, había un niño desnudo, de piel morena, quecasi no sabía andar; la cosa más diminuta, suave yrechoncha que jamás había entrado en la cueva deun lobo por la noche. Levantó la vista para mirara Padre Lobo y soltó una carcajada.

—¿Eso es un cachorro de hombre? —dijo Ma-dre Loba—. Es el primero que veo. Traedlo.

Un lobo que esté acostumbrado a llevar a suscachorros de un lado a otro puede, si es necesario,llevar un huevo en la boca sin romperlo, y aunquelas quijadas de Padre Lobo se cerraron sobre la

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espalda del niño, ninguno de los dientes le arañóla piel al depositarlo entre los lobeznos.

—¡Qué pequeño! Qué desnudo y... ¡qué atre-vido! —dijo Madre Loba suavemente. El niño seestaba haciendo sitio entre los cachorros paraacercarse al calor de la piel.

—¡Ajai! Ahora está comiendo, igual que losotros. Así que esto es un cachorro de hombre.Pues a ver si ha habido alguna vez una loba quepudiera alardear de tener un cachorro de hombreentre sus hijos.

—Alguna vez he oído historias parecidas, perono en nuestra manada ni en estos tiempos —dijoPadre Lobo—. No tiene absolutamente nada depelo y podría matarlo de un zarpazo. Sin embar-go, fijaos, nos mira sin miedo.

La luz de la luna dejó de entrar por la boca dela cueva, ya que la gran cabeza cuadrada y loshombros de Shere Khan se precipitaron haciadentro. Tabaqui, detrás de él, chillaba:

—¡Señor, señor, ha entrado aquí!—Shere Khan, es un gran honor para nosotros

—dijo Padre Lobo, pero sus ojos estaban enfure-cidos—. ¿Qué desea, Shere Khan?

—Mi presa. Un cachorro de hombre ha veni-

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do hacia aquí —dijo Shere Khan—. Sus padreshan huido. Dádmelo.

Shere Khan se había lanzado sobre el fuego deunos leñadores, como había dicho Padre Lobo, yestaba furioso por el dolor de sus pies quemados.Pero Padre Lobo sabía que la boca de la cueva erademasiado estrecha para que entrara un tigre. In-cluso donde estaba, Shere Khan tenía los hombrosy las patas delanteras apretados por falta de espa-cio, como estaría un hombre si tuviera que luchardentro de un barril.

—Los lobos son un pueblo libre —dijo PadreLobo—. Reciben órdenes del jefe de la Manada yno de cualquier matarreses a rayas. El cachorro dehombre es nuestro, para matarlo si queremos.

—¡Si queremos y si no queremos! ¿A quécuento viene eso de si queréis o no? Por el toroque maté, ¿es que tengo que meter las narices envuestra perrera para conseguir lo que es mío enjusticia? ¡Soy yo, Shere Khan, quien habla!

El rugido del tigre llenó la cueva de un ruidoatronador. Madre Loba se separó de los cachorrossacudiéndose y se lanzó hacia delante, haciendo fren-te a los ojos chispeantes de Shere Khan con los suyos,que eran como dos lunas verdes en la oscuridad.

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—Y soy yo, Raksha (el Diablo), quien contes-ta. El cachorro de hombre es mío, Lungri..., mío ymuy mío. No morirá. Vivirá para correr con laManada y cazar con ella; y al final, mirad, caza-dor de pequeños cachorros desnudos..., devora-dor de ranas..., matador de peces..., él os cazará avos. ¡Y ahora, fuera de aquí, o por el sambhur1

que maté (yo no como ganado muerto de ham-bre), aseguro que os hallaréis de nuevo con vues-tra madre, fiera abrasada de la Selva, aún máscojo que cuando llegasteis al mundo! ¡Marchaos!

Padre Lobo la contemplaba asombrado. Yacasi había olvidado aquellos días en que ganó aMadre Loba en una lucha abierta contra otroscinco lobos, cuando ella corría con la Manada yno la llamaban el Diablo por hacerle un cumpli-do. Shere Khan podía haberse atrevido a lucharcon Padre Lobo, pero no se enfrentaría a MadreLoba porque sabía que, en el lugar en que esta-ban, ella tenía una situación ventajosa y lucharíaa muerte. Así que se separó de la boca de la cueva,

1. Palabra procedente del hindú sambar. Es un ciervoasiático de gran tamaño, con fuertes astas de tres puntas ypelo largo y áspero en el cuello.

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marcha atrás, gruñendo, y cuando se encontró acierta distancia, gritó:

—¡Cada perro ladra en su cubil! Ya veremoslo que opina la Manada sobre esto de adoptar ca-chorros de hombre. El cachorro es mío e irá a pa-rar entre mis dientes al final, ¡ladrones de colapeluda!

Madre Loba se dejó caer, jadeante, entre loscachorros, y Padre Lobo le dijo con tono serio:

—Al menos en esto, Shere Khan dice la ver-dad. Hay que enseñar el cachorro a la Manada.¿Aún deseáis quedaros con él, Madre?

—¡Quedarme con él! —La loba tragó aire—.Ha venido desnudo, de noche, solo y muy ham-briento; pero, ¡no tenía miedo! Mirad, ya ha echa-do a un lado a uno de mis hijos. ¡Y ese carnicerocojo lo hubiera matado y se hubiera escapado alWaingunga mientras los aldeanos de aquí rastrea-ban todas nuestras cuevas para vengarse! ¿Que-darme con él? Por supuesto que voy a quedarmecon él. Tranquilo, ranita. Mowgli (pues os llama-ré Mowgli, la Rana), llegará el día en que vayáistras Shere Khan, como él lo ha hecho con vos.

—Pero ¿qué dirá nuestra Manada? —dijo Pa-dre Lobo.

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La Ley de la Selva establece muy claramenteque cualquier lobo, al casarse, puede retirarse dela Manada a la que pertenece; pero en cuanto suscachorros tengan edad suficiente para tenerse enpie, debe llevarlos ante el Consejo de la Manada,que normalmente se celebra una vez al mes, enluna llena, para que el resto de los lobos puedanidentificarlos. Después de esa inspección, los lo-bos son libres de correr por donde les plazca, yhasta que no hayan matado su primer gamo no seacepta ninguna excusa si un lobo adulto de la Ma-nada mata a alguno de ellos. El castigo es la muer-te en cuanto se encuentre al asesino; y si pensáissobre esto durante un momento, os daréis cuentade que así es como debe ser.

Padre Lobo esperó a que sus cachorros pudie-ran correr un poco y el día de la Reunión de laManada los llevó, con Mowgli y Madre Loba, ala Roca del Consejo, una cima de colina, cubiertade piedras y rocas, en la que podían ocultarse uncentenar de lobos. Akela, el Lobo Solitario, enor-me y gris, que guiaba a toda la Manada a base defuerza y astucia, estaba tumbado todo lo largoque era sobre su roca, y por debajo de él se senta-ban cuarenta lobos o más, de todos los tamaños y

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colores, desde veteranos de color tejón que po-dían manejar a un gamo a solas, hasta los jóvenesde color negro y tres años de edad, que creían po-der hacerlo. Hacía un año que el Lobo Solitarioera jefe. En su juventud había caído dos veces enuna trampa para lobos, y una vez lo habían apa-leado y dado por muerto; de modo que conocía elcomportamiento y las costumbres de los hombres.Se hablaba muy poco en la Roca. Los cachorrostrepaban unos por encima de otros en el centrodel círculo que formaban sus madres y padres, yde vez en cuando un lobo adulto se acercaba silen-ciosamente a un cachorro, lo estudiaba con cuida-do, y volvía a su sitio sin hacer ruido. A veces unamadre empujaba a su lobezno hacia la luz de laluna, para que no pasara inadvertido. EntoncesAkela, desde su roca, gritaba:

—Conocéis la Ley, conocéis la Ley. ¡Miradbien, Lobos!

Y las madres inquietas lo repetían:—¡Mirad! ¡Mirad bien, Lobos!Al fin, y a Madre Loba se le erizaron los pelos

de la nuca al llegar el momento; Padre Lobo em-pujó a Mowgli, la Rana, como ellos lo llamaban,hacia el centro, donde se quedó sentado, riendo y

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jugando con unos guijarros que brillaban a la luzde la luna.

Akela no levantó la cabeza de entre las patasen ningún momento, pero siguió con su grito mo-nótono: «¡Mirad bien!». Por detrás de las rocas seoyó un rugido sordo, la voz de Shere Khan, quegritaba:

—El cachorro es mío. Dádmelo. ¿Qué tie-ne que ver el Pueblo Libre con un cachorro dehombre?

Akela no movió ni las orejas, lo único que dijofue:

—¡Mirad bien, Lobos! ¿Qué tiene que ver elPueblo Libre con las órdenes de nadie, salvo conlas del Pueblo Libre? ¡Mirad bien!

Se formó un coro de gruñidos feroces, y unlobo joven, de cuatro años, volvió a lanzar a Akelala pregunta de Shere Khan:

—¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con uncachorro de hombre?

Ahora bien, la Ley de la Selva establece que, sisurge alguna disputa sobre el derecho de un ca-chorro a ser admitido en la Manada, deben hablaren su favor al menos dos miembros de ésta, queno sean su padre y su madre.

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—¿Quién habla en favor de este cachorro?—dijo Akela—. ¿Quién, que sea del Pueblo Libre,habla?

No hubo respuesta, y Madre Loba se preparópara lo que sabía que sería su última lucha, si sellegaba a esos extremos.

En ese momento, el único otro animal al quese le permite participar en los Consejos de la Ma-nada, Baloo, el oso marrón y soñoliento que ense-ña a los cachorros de lobo la Ley de la Selva, elviejo Baloo, que puede ir y venir por donde leplazca, porque sólo come nueces, raíces y miel, selevantó sobre sus patas traseras y soltó un gru-ñido.

—El cachorro de hombre... ¿el cachorro dehombre? —dijo—. Yo hablo en su favor. No haynada malo en un cachorro de hombre. No tengoel don de la palabra, pero digo la verdad. Dejadleque corra con la Manada, que sea aceptado con elresto. Yo mismo le enseñaré.

—Todavía necesitamos otro —dijo Akela—.Baloo ha hablado y es el profesor de los cachorrosjóvenes. ¿Quién habla además de él?

Una sombra negra se deslizó dentro del círcu-lo. Era Bagheera, la pantera negra, completamen-

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te negra como la tinta, pero con las marcas típicasde las panteras, que se le veían según le daba laluz, como el tejido de una seda lustrosa. Todosconocían a Bagheera, y nadie quería cruzarse ensu camino, pues era tan astuta como Tabaqui, tanatrevida como el búfalo salvaje y tan precipitadacomo el elefante herido. Pero tenía la voz tan dul-ce como la miel silvestre que gotea de un árbol, yla piel más suave que el pulmón.

—Akela, y vosotros, Pueblo Libre —dijo convoz ronroneante—, no tengo derecho a asistir avuestra asamblea; pero la Ley de la Selva dice quesi surge alguna duda no referente a una muerte, encuanto a un cachorro nuevo, se puede comprar lavida del cachorro por un precio concreto. Y la leyno dice quién puede, o quién no puede, pagar eseprecio. ¿Tengo razón?

—¡Bien! ¡Bien! —dijeron los lobos jóvenes,que siempre tienen hambre—. Escuchad a Baghee-ra. El cachorro se puede comprar por un precio.Es la ley.

—Puesto que sé que no tengo derecho a hablaraquí, os pido permiso.

—Hablad, pues —gritaron veinte voces.—Matar a un cachorro desnudo es una ver-

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güenza. Además, resultará mejor presa cuandosea mayor. Baloo ya ha hablado en su favor. Aho-ra, a las palabras de Baloo yo añado un toro biengordo, recién matado a menos de un kilómetro deaquí, si aceptáis el cachorro de hombre, según laley. ¿Hay alguna objeción?

Se formó un clamor de docenas de voces quedecían:

—¿Qué importa? Morirá con las lluvias delinvierno. Se abrasará al sol. ¿Qué daño nos puedehacer una rana desnuda? Dejadle correr con laManada. ¿Dónde está el toro, Bagheera? Acepté-moslo.

Y entonces se oyó el aullido profundo de Ake-la, que pedía:

—Mirad bien, ¡mirad bien, Lobos!Mowgli seguía sumamente interesado en los

guijarros y no se dio cuenta de que los lobos sefueron acercando de uno en uno, para observarlo.Al final se marcharon todos cuesta abajo, en bus-ca del toro, y sólo quedaron Akela, Bagheera, Ba-loo, y los lobos de Mowgli. Shere Khan seguíarugiendo en la oscuridad, pues estaba muy furiosoporque no le habían entregado a Mowgli.

—Sí, rugid bien —dijo Bagheera por debajo de

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sus bigotes—, porque llegará un día en que estacosa desnuda os hará rugir a otro son, o yo sémuy poco sobre el Hombre.

—Hemos hecho bien —dijo Akela—. Loshombres y sus cachorros son muy listos. Con eltiempo, nos puede ser útil.

—Cierto, útil en tiempos de necesidad, ya queno se puede esperar ser jefe de la Manada parasiempre —dijo Bagheera.

Akela no contestó. Estaba pensando en el mo-mento, que llega para todos los jefes de manada,en que los abandonan las fuerzas y se hacen más ymás débiles, hasta que los lobos los matan y apa-rece un jefe nuevo, que también morirá cuando letoque el turno.

—Lleváoslo —dijo a Padre Lobo—, y adies-tradlo para que sea un miembro digno del PuebloLibre.

Y así fue como Mowgli fue aceptado en laManada de los Lobos de Seeonee, por el precio deun toro y defendido por Baloo.

Ahora, tendréis que conformaros con un salto dediez u once años y simplemente imaginar la vida

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tan maravillosa que tuvo Mowgli entre los lobos,porque si estuviera escrita, llenaría libros y libros.Creció con los lobeznos, aunque éstos se hicieronadultos mientras él seguía siendo un niño, y PadreLobo le enseñó sus obligaciones y el significadoque tienen las cosas en la Selva; hasta que cadaroce entre las hierbas, cada bocanada de aire cáli-do de la noche, cada nota que soltaban los búhossobre su cabeza, cada arañazo de las garras de unmurciélago al descansar un rato en un árbol ycada chapoteo de un pececillo dando saltos en elremanso de un río, tenían para él la misma impor-tancia que el trabajo en la oficina tiene para unhombre de negocios. Cuando no estaba apren-diendo, se sentaba al sol y dormía, y comía y vol-vía a dormir; cuando se sentía sucio o tenía calor,nadaba en las lagunas del bosque; y cuando que-ría miel (Baloo le había dicho que la miel y lasnueces estaban tan buenas como la carne cruda),trepaba para cogerla, y fue Bagheera quien le en-señó a hacerlo. Ésta se tumbaba en una rama ydecía: «Venid aquí, Hermanito», y al principioMowgli se agarraba con la torpeza del perezoso,pero acabó lanzándose entre las ramas con la mis-ma valentía que el mono gris. También ocupó su

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puesto en el Consejo de la Roca cuando se reuníala Manada, y allí descubrió que, si miraba fija-mente a cualquier lobo, éste acababa bajando lavista, y le divertía mucho hacerlo. Otras veces sa-caba largas espinas de las plantas de las patas desus amigos, pues los lobos sufren terriblementecon las espinas y los cadillos que se les clavanen la piel. De noche, bajaba la cuesta hasta lastierras de cultivo, y miraba con mucha curiosidada los aldeanos en sus chozas, pero desconfiaba delos hombres, porque Bagheera le había enseñadouna caja cuadrada con una puerta que se cerrabade golpe, oculta en la Selva de forma tan astutaque él estuvo a punto de caer en ella, y le habíadicho que era una trampa. Lo que más le gustabaera ir con Bagheera al calor y la oscuridad del co-razón de la Selva, dormir durante toda la modorradel día, y ver cómo cazaba Bagheera por la noche.Mataba a diestro y siniestro cuando tenía ham-bre, y Mowgli también, con una excepción. Encuanto tuvo edad suficiente para entender las co-sas, Bagheera le dijo que jamás pusiera la manoencima a una cabeza de ganado, pues había logra-do ser admitido en la Manada por el precio de lavida de un toro.

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—Toda la Selva es vuestra —dijo Bagheera—,y podéis matar todo lo que vuestras fuerzas ospermitan; pero por respeto al toro que os compró,no debéis matar ni comer ganado, sea joven o vie-jo. Así es la Ley de la Selva.

Mowgli obedeció fielmente.Y creció; y creció fuerte, como debe crecer el

niño que no sabe que está aprendiendo lecciones,que no tiene nada en qué pensar, excepto en lo queva a comer.

Madre Loba le dijo una o dos veces que ShereKhan no era un animal del que uno pudiera fiarse,y que algún día él tendría que matarlo; pero aun-que un lobo joven hubiera tenido presente esteconsejo a todas horas, Mowgli lo olvidó porqueno era más que un niño, a pesar de que él se hu-biera llamado a sí mismo «lobo», de haber sabidohablar alguna de las lenguas de los hombres.

Shere Khan siempre se cruzaba en su caminoen la Selva, ya que, aprovechando que Akela sehacía mayor y más débil, el tigre cojo era ahoramuy amigo de los lobos jóvenes de la Manada,que lo seguían para recoger sus sobras, cosa queAkela nunca hubiera permitido si se hubiera atre-vido a ejercer su autoridad como le correspondía.

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