Rubem Fonseca - Los Prisioneros

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    LO SPRISIO NERO S

    Rubem Fonseca

    Los prisioneros

    Traduccin de Teresa Ari jn y Brbara Bell oc

    latinoamericana

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    LO SPRISIO NERO S

    el cuenco de plata / latinoamericana

    Director editorial: Edgardo Russo

    Diseo y produccin: Pablo Hernndez

    Rubem Fonseca, 1963 El cuenco de plata, 2012

    Av. Rivadavia 1559 3 A (1033) Buenos Aires, Argentinawww.elcuencodeplata.com.ar

    Prohibida la reproduccin parcial o total de este libro sin la autorizacin previa del editor y/o herederos.

    Fonseca, RubemL os prisioneros -1a ed. - Buenos Aires : El Cuenco de Plata, 2013.

    128 pgs. ; 21x13 cm. - (latinoamericana)

    Ttulo original: O s pri sioneirosTraducido por: Teresa Arijn y Brbara BellocISBN 978-987-1772-66-7

    1. Narrativa Brasilea. I. Arijn, Teresa, trad. II. Belloc, Brbara, trad.CDD B869.3

    Los prisioneros

    Hecho el depsito que indica la ley 11.723.Impreso en junio de 2013.

    Obra publicada com o apoio do Ministrio da Cultura do Brasil / Fundao Biblioteca Nacional.

    Obra publicada con el apoyo del M inisterio de Cultura de Brasil / Fundacin Biblioteca Nacional.

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    Somos prisioneros de nosotros mismos.Nunca olvides eso, y que no hay fuga posible.

    LAO-TS,Tao Te Ching(600 a. C.)

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    FEBREROOMARZO

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    La condesa Bernstroff usaba una boina de la que colgabauna medalla del kiser. Era vieja, pero bien poda decir queera una mujer joven y lo deca. Deca: apoya la mano aqu enmi pecho y comprueba lo duro que es. Y el pecho era duro,ms duro que los pechos de las chicas que yo conoca. Miramis piernas, deca ella, mira lo duras que son. Eran piernastorneadas y fuertes; usaba medias con costura y las costuras,salientes y slidas, delineaban la pantorrilla. Un verdaderomisterio. Explcame ese misterio, insista yo, borracho y agre-sivo. La esgrima, explicaba la condesa; form parte del equipo

    olmpico austriaco de esgrima pero yo saba que menta.Un miserable como yo no poda conocer a una condesa,aunque fuera una condesa falsa. Pero esta era verdadera; yel conde era verdadero, tan verdadero como la msica deBach que escuchaba mientras tramaba, por amor a los pla-nes y al dinero, su crimen.

    Era de maana, la maana del primer da de carnaval.Escuch decir que algunas personas viven de acuerdo a unplan, saben todo lo que va a ocurrir con ellas durante los

    das, los meses, los aos. Parece que los banqueros, losamanuenses de carrera y otros hombres organizados haceneso. Yo yo vagaba por las calles, mirando mujeres. De ma-ana no hay mucho que hacer. M e detuve en una esquina,compr una pera, me la com y empec a sentirme inquieto.Fui al gimnasio.

    De eso s que me acuerdo muy bien: comenc con un supi-no de noventa kilos, tres veces ocho.

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    ganaba yo la vida. Le expliqu, tambin brevemente, que nose necesita mucho dinero para vivir; que ganaba dinero aqu

    y all. l se pona y se sacaba el monculo, mirando por laventana. Yo continu:

    En el gimnasio practico gratis y ayudo a Joo, que es eldueo, y encima me da un dinerito a cambio; vendo sangreen el banco de sangre, no mucha para no perjudicar la gim-nasia, pero la sangre se paga bien y el da que deje de hacergimnasia voy a vender ms y es probable que viva slo deeso, o principalmente de eso.

    Al llegar a esa parte el conde se interes mucho y quisosaber cuntos litros me sacaban, si no quedaba mareado,cul era mi tipo de sangre y otras cosas. Despus dijo quetena una propuesta muy interesante para hacerme, y que siyo aceptaba nunca ms necesitara vender sangre, a no serque eso ya fuera un vicio para m, cosa que l comprendaperfectamente bien porque respetaba todos los vicios.

    No quise or la propuesta del conde, no dej que la hiciera;al fin de cuentas, yo me haba acostado con la condesa, que-

    daba feo que me pasara de bando. Le dije que nada de lo quetuviera para ofrecerme me interesaba. Tengo la impresin deque mis palabras lo hirieron, porque dej de mirarme y se pusoa mirar por la ventana, un largo silencio que me dej inquieto.

    Por eso continu, no voy a ayudarlo a hacerle ningnmal a la condesa, no cuente conmigo para esas cosas.

    Pero cmo? exclam, sosteniendo el monculo con lapunta de los dedos como si fuera una hostia. Yo slo quierosu bien, quiero ayudarla, ella me necesita y tambin lo nece-

    sita a usted... Permtame explicarle todo, me parece que es-tamos siendo vctimas de una gran confusin, djeme expli-carle por favor.

    No lo dej. Me fui. No quise explicaciones. Al final decuentas, no serviran de nada.

    DOSCIENTOSVEINTICINCOGRAMOS