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Zorrillo el último Roxanna Erdman Ilustraciones de Enrique Martínez

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Zorrillo el últimoRoxanna ErdmanIlustraciones de Enrique Martínez

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Ardilla

Si uno estuviera muy cerca, o más bien, siuno pudiera corretear a su lado y al mismo tiempo escuchar con atención, alcanzaría a percibir la musiquilla que acompaña sus saltos elásticos.

Que cada uno de los movimientos de la ardilla sea una nota alegre en el bosque no

es casualidad: es un don que conser-va del tiempo mágico en que era una de tantas hadas que pueblan la espesura. Una hadilla rebelde que no quería cumplirle deseos a nadie. Se aburría con la plática

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de las mariposas y no le encontraba la gracia a revolotear de aquí para allá averiguando si las petunias habían florecido o si el sauce gozaba de buena salud.

Deseaba jugar todo el día, gastarle bro-mas pesadas a quien se dejara; hacer trave-suras, como los duendes, sin que nadie la regañara.

Por eso inventó el disfraz de ardilla: un traje cómodo, de una sola pieza, encantador y flexible. Con él puede saltar de rama en rama, hacerla de equilibrista en los cables de luz, acercarse a la gente sin que le pidan favores. El único inconveniente es que la cremallera le provoca cosquillas; cuando eso sucede (y le pasa muy a menudo), la risa le sacude la punta de la cola.

Vestida de ardilla no le da pena hacer trampa ni andar de curiosa: todo quiere sa-ber, nada se le puede escapar. Nunca le hace el feo a un regalo, por más inútil o raro que sea, aunque acabe por esconderlo en algún agujero.

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La ardilla no se a l i -m e n t a de fruta, pan, cacahuates ni cosa por el estilo. Como buena hada, sigue nutriéndose de esa mielecita que destila el corazón de los humanos cuando la ven.

De vez en cuando todavía se entera de los deseos de la gente, pero se reserva la decisión de cumplirlos; algunos los vuelve realidad, otros no, según el humor de que ande.

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Armadillo

Conoce la comezón, pero no las cosqui-llas. Todo lo que le pide a la vida es una caricia, pero su infortunio es no ser amable al tacto.

El armadillo es un tipo duro de co-razón blandito. Se imagina que con-

seguiría lo que quiere si alguna gracia tuviera, pero no puede hacerse el muertito o rodar, dar la pata ni pararse en dos patas como los perros. A los gatos les envidia la habilidad de arquear el lomo peludo.

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Montículo de arcilla, recorre las plani-cies resecas buscando quién le sobe el lomito, aunque sea con una caricia breve, como las que se dan, por ejemplo, al tocar al herma-nito recién nacido.

Dice la leyenda que el armadillo tiene ese aspecto tan raro porque un día quiso estrenar vestido antes de que saliera el sol. Afanoso, se puso a trabajar con varas, hierbas, fibras y estambres en un gran telar. El diseño que eligió era muy complicado y al amanecer, por más que se apuró, con aquel extraño tejido de palos y fibras parecía llevar una escalera en la espalda.

Así vestido, lo más que ha logrado es que los humanos le acepten su caparazón como guitarra. Pero de contacto directo, nada, y eso que en cuanto siente que alguien lo mira se echa en el suelo a esperar; cierra los ojos y su corazón de barro húmedo late con fuerza dentro de su caja de resonancia. Y ahí se queda el armadillo, soñando y ha-ciendo tac-tac.

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Pero nadie lo quiere abrazar.A veces, si se concentra, logra hacer bro-

tar de su caparazón unas cuantas cerdas durísimas que a él le parecen pelos. Es en-tonces cuando más contento se siente y cre-ce su esperanza de volverse suave y sedoso algún día.

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Buitre

Encargado desdesiempre del orden y la limpieza, circula el cielo con aire grave.

El buitre observa el mundo desde las alturas, planeando sin prisa; no juzga, no critica; sabe quién vive y quién muere.

Su amor por la perfección al volar es lo único que permite distinguirlo desde tie-rra de sus más agraciados parientes, halco-nes y águilas.

Es el pacifista de la familia: aunque tie-ne los medios, nunca se le ocurriría emplear-los para cazar. Admirador de la ecología, con

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dignidad y eficiencia limpia el planeta de lo que no sirve, de lo que huele mal, de lo que ya nadie quiere.

Es adulto desde que nace: para el polluelo de buitre no hay mimos ni halagos, nada de cacareos vanidosos, cero plumaje colorido. La presunción va bien en los otros; no es para él.

Su fúnebre atuendo no da idea de su delicado gusto por la etiqueta. Siempre correctamente ataviado, el buitre no usa sombrero, pero si lo hiciera, su desarrollado sentido de la cortesía lo obligaría a quitárselo y ponérselo a cada rato.

Vive a medio camino entre los mundos de luz y de sombra, ocupado en conducir a su nuevo hogar a los espíritus que han quedado libres de su envoltura terrenal.

Para asearse de la escoria, en los días soleados baja del cielo, despliega las alas y se carga de energía y de luz.

El buitre lleva luto por esa parte del mundo que muere cada día, a veces sin que nadie se entere.

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