Rosa Luxemburgo Fui, soy y seré

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Luxemburgo, una Rosa roja para el siglo XXI Néstor Kohan La Jiribilla "Su energía impetuosa y siempre en vilo aguijoneaba a los que estaban cansados y abatidos, su audacia intrépida y su entrega hacían sonrojar a los timoratos y a los miedosos..." Clara Zetkin "El socialismo no es, precisamente, un problema de cuchillo y tenedor, sino un movimiento de cultura, una grande y poderosa concepción del mundo... Carta de Rosa Luxemburgo a Franz Mehring" (febrero de 1916)

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Luxemburgo, una Rosa roja para el siglo XXINéstor Kohan

La Jiribilla

"Su energía impetuosa y siempre en vilo aguijoneaba

a los que estaban cansados y abatidos, su audacia intrépida

y su entrega hacían sonrojar a los timoratos y a los miedosos..."

Clara Zetkin

"El socialismo no es, precisamente, un problema de

cuchillo y tenedor, sino un movimiento de

cultura, una grande y poderosa concepción del mundo...

Carta de Rosa Luxemburgo a Franz Mehring"

(febrero de 1916)

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Apenas 80 años de un asesinato. Eso indica la fría marca del calendario. Recordada desde un continente como el nuestro, que ha sufrido durante el siglo XX —para no mencionar los anteriores— represiones, matanzas y genocidios salvajes a manos de las clases dominantes, su muerte podría computarse simplemente como una más de las tantas víctimas del capitalismo. Un número, solo eso, en la aridez de la estadística. No es el caso.

Las revoluciones del futuro, que las habrá no por mandato predeterminado de LA Historia (con mayúsculas) sino por la voluntad colectiva y el accionar político de los pueblos latinoamericanos, recuperará la memoria de cada uno de esos mártires masacrados y desaparecidos por el capitalismo. El combate socialista por el futuro se desarrollará entre nosotros no solo pensando en un porvenir “luminoso” sino fundamentalmente —como señalaba Walter Benjamin para el caso europeo— a partir del recuerdo imborrable de todos nuestros compañeros oprimidos, explotados y asesinados de la historia pretérita.

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Entre todos ellos y ellas el ejemplo de Rosa Luxemburgo ocupará uno de los primeros lugares. Su memoria sigue aún hoy descolocando y desafiando la triste mansedumbre que actualmente pregonan los mediocres con poder.

Partiendo de esta realidad, cabe preguntarse, ¿por qué se torna imperioso recordar hoy, precisamente hoy, a Rosa cuando muchos otros nombres también ligados al socialismo internacional apenas son aptos para rellenar los libros de historia? Este modesto artículo tiene por objetivo el intento de comenzar a responder esa acuciante pregunta.

En primera instancia constatamos que el simple recuerdo de su figura, siempre sospechada de “hereje” por los que hasta ayer nomás monopolizaban el estandarte de la “ortodoxia” marxista, resulta de una incomodidad insoportable para una tradición de pensamiento que ella estigmatizó sin piedad en Reforma o revolución y en La crisis de la socialdemocracia: el reformismo.

El aniversario de su muerte constituye la gran mancha negra de la socialdemocracia, supuestamente “abanderada de los derechos individuales” frente a las corrientes por ellos —los profetas rosados de la democracia burguesa— despectivamente denominadas “jacobinas, blanquistas, partisanas, leninistas” del socialismo.

Se sabe. Los responsables de su asesinato (como el de Liebknecht) fueron Gustav Noske, Scheidemann y Friedrich Ebert. El nombre de este último bautizó incluso a una conocida fundación de la socialdemocracia alemana que durante los años ’80 coqueteó con posiciones “progresistas” cooptando mediante grandes sumas de dinero a numerosos intelectuales latinoamericanos presurosos de olvidar su pasado revolucionario.

El trauma histórico de este asesinato quedó siempre latente. Ni siquiera Willy Brandt cuando fue alcalde de Berlín en la última posguerra fue capaz de ponerle una placa recordatoria al puente desde el cual fue arrojado al agua el cuerpo sin vida de Rosa (una placa que sí puso la aún más derechista y reaccionaria democracia cristiana alemana, solo para ironizar sobre sus rivales electorales). El solo

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hecho de mencionar su nombre seguramente haría temblar los labios de todos aquellos partidarios de la reunificación alemana que han vuelto a poner en el primer plano de la política contemporánea al neonazismo, al antisemitismo y a la política de gran potencia —eurodólar mediante— del Reicht alemán.

En este cansado fin de siglo, cuando muchos disidentes y herejes vuelven a la nave madre y al hogar común de la socialdemocracia (el ex PC Italiano a la cabeza) propagandizando una supuesta “tercera vía”, convendría entonces reencontrarse con la herencia insepulta de Rosa y sus demoledoras críticas al reformismo.

Pero volver a respirar el aire fresco de sus escritos también nos permite reactualizar la inmensa estatura ética que tiñó en ella al socialismo en momentos en que socialistas “renovados” del cono sur —como por ejemplo el canciller chileno— marchan presurosos a Londres a socorrer al dictador Pinochet en nombre del “realismo”, de la razón de estado, de la “gobernabilidad” y del pragmatismo socialista. Exactamente los mismos ejes y las mismas banderas contra las cuales dirigió sus ácidos dardos Rosa en las mejores de sus polémicas.

Su palpitante actualidad nos invita además a replantearnos toda una gama de cuestiones teóricas que aún hoy están a la orden del día en la agenda política de los revolucionarios. Y que seguramente lo estarán en el siglo que viene.

Sucede que, además de refutar y combatir despiadadamente al reformismo, Rosa también fue una dura impugnadora del socialismo autoritario. En un folleto que ella escribió durante 1918 en prisión sobre la naciente revolución rusa, hundió el escalpelo en los peligros que entrañaba ante sus ojos cualquier tipo de tentación de separar el ejercicio del poder soviético de la democracia obrera y socialista.

Ante la crisis y el derrumbe de la burocracia soviética (que dilapidó el inmenso océano de energías revolucionarias generosamente brindado por el pueblo soviético desde 1917 hasta la victoria sobre el nazismo, pasando por el triunfo de la guerra civil) aquellas premonitorias advertencias de Rosa merecen ser seriamente repensadas. Más que

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todo si tomamos en cuenta que además Polonia y Alemania —donde actuó políticamente Rosa—, fueron dos países cuyos modelos de socialismo autoritario y burocrático análogos al soviético entraron en crisis terminal y se derrumbaron como un castillo de naipes hace apenas una década.

Aquel célebre folleto crítico sobre la revolución rusa fue publicado póstumamente con intenciones polémicas por Paul Levi —un miembro de la Liga Spartacus y del KPD alemán, luego disidente y reafiliado al SPD. Cabe agregar que Rosa cambió de opinión sobre su propio folleto al participar ella misma de la revolución alemana. Sin embargo, aquel escrito fue utilizado para intentar oponer a Rosa frente a la revolución rusa y sobre todo frente a Lenin (de la misma manera que luego se repitió ese operativo enfrentando a Gramsci contra Lenin o más cerca nuestro al Che Guevara contra la Revolución Cubana). Se quiso de ese modo construir un luxemburguismo descolorido y “potable” para la dominación burguesa.

Al resumir sus posiciones críticas hacia la dirección bolchevique, cuya perspectiva revolucionaria general compartía íntimamente, Rosa se centró en tres ejes problemáticos. Les cuestionó la catalogación del carácter de la revolución, su concepción del problema de las “guerras nacionales” y la relación entre democracia y terror.

No solo Lenin (en su famosa crítica del folleto de Junius, seudónimo de Rosa) y Trotsky le señalaron sus errores. También Lukacs en Historia y conciencia de clase tomó partido en el debate. Entre esos señalamientos figuran en primer término su subestimación de la forma política consejista (que asumió en Rusia el carácter de soviet) como una alternativa radical frente a la democracia burguesa. En ese sentido creemos que Lukacs había dado en el clavo cuando —sin dejar de reivindicarla como un faro metodológico para el marxismo— le señaló a Rosa su inconsecuencia al no diferenciar las transformaciones específicamente políticas de las revoluciones burguesas (Inglaterra-1688 y Francia-1789) de la revolución socialista (Rusia-1917). En aquellas primeras dos se trataba, según Lukacs, de depurar el Parlamento, mientras que en 1917 se había intentado en cambio suplantarlo por los soviets.

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Y en ese punto se puede ubicar la radical diferencia entre un tipo y otro de revolución, pues en la transición al socialismo no se trata ya de acelerar o retardar el desarrollo autónomo e independiente de la economía por parte del estado sino, por el contrario, de dirigirla conscientemente (una opinión donde el Che coincidirá evidentemente con Lukacs en sus debates sobre el cálculo económico y el sistema presupuestario de financiamiento).

Al mismo tiempo Rosa, siempre según la opinión de Lukacs, habría subestimado en aquel folleto el papel cumplido en la revolución rusa por las fuerzas no proletarias y por lo tanto en su esquema habría terminado desdibujado el lugar y la función estrictamente hegemónica del partido proletario sobre el resto de las fracciones sociales que habían participado del octubre insurrecto.

Si bien es cierto que aquel escrito adolece de este tipo de equivocaciones, también resulta insoslayable que Rosa acertó al señalar algunos agujeros vacíos cuya supervivencia a lo largo del siglo XX generó no pocos dolores de cabeza a los partidarios del socialismo.

Entre estos últimos creemos que Rosa sí tuvo razón cuando sostuvo que sin una amplia democracia socialista —base de la vida política creciente de las masas trabajadoras— solo resta la consolidación de una burocracia. Según sus propias palabras, si este fenómeno no se puede evitar, entonces “la vida se extingue, se torna aparente y lo único activo que queda es la burocracia”. La historia, en el caso del socialismo europeo, le dio lamentablemente la razón.

La necesaria vinculación entre socialismo y democracia política y los riesgos de eternizar y tomar como norma universal lo que era en realidad producto histórico de una situación particular, es decir, el peligro de hacer de necesidad virtud en el período de transición al socialismo, constituye el eje de su pensamiento que probablemente más haya resistido el paso del tiempo.

Pero esta crítica de Rosa, dura y sin contemplaciones a pesar de su ferviente adhesión al bolchevismo, no implica soslayar la necesaria crítica que hoy debemos hacer a las formas “democráticas” (en

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realidad republicanas parlamentarias, no democráticas) con que el capitalismo ejerce su dominación y su hegemonía en las sociedades modernas occidentales. Una crítica desarrollada a fondo por el intelectual que fue más lejos —incluso más allá de la misma Rosa— al pensar las condiciones de una revolución anticapitalista en Occidente, Antonio Gramsci.

Esta crítica a la forma republicana de dominación burguesa —como la denominó Marx en su célebre 18 Brumario de Luis Bonaparte— resulta impostergable para nosotros los latinoamericanos, pues en nuestros países el imperialismo norteamericano después de financiar y sostener a las dictaduras militares más sangrientas de la historia, apostó a implementar su reformulación neoliberal del capitalismo con regímenes políticos donde funciona el Parlamento y los tribunales “independientes”.

De modo que uno de nuestros principales desafíos contemporáneos y futuros consiste en tratar de recuperar y sintetizar al mismo tiempo el reclamo de Rosa sobre la necesaria vinculación de socialismo, participación popular y democracia revolucionaria en los países donde los trabajadores ya han tomado el poder y la crítica impiadosa de Gramsci hacia los regímenes políticos donde aún domina el capital internacional y sus expresiones nacionales. Ambos pensamientos apuntan a una misma problemática política.

Si la pregunta básica de la filosofía política clásica de la modernidad se interroga por las condiciones de la obediencia al soberano, el conjunto de preguntas que delinean la problemática del marxismo apuntan exactamente a su contrario. Es decir que desde este último ángulo lo central reside en las condiciones que legitiman no la obediencia sino la insurgencia y la rebelión, no la soberanía que corona al poder institucionalizado, sino la que justifica el ejercicio pleno del poder popular. Antes, durante y después de la toma del poder.

Allí, en ese terreno nuevo que permanecía ausente en los filósofos clásicos del iusnaturalismo contractualista, en Hegel y en el pensamiento liberal, la teoría política marxista tal como la elaboraron Rosa, Lenin y Gramsci ubica el eje de su reflexión. En ese sentido, el

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socialismo no constituye el heredero moderno, mejorado y perfeccionado del liberalismo moderno sino su negación antagónica.

Si hubiera entonces que situar la filiación que une la tradición política iniciada por Marx y que Rosa desarrolló en su espíritu —contradiciendo muchas veces su letra— a partir de la utilización de su misma metodología, podríamos arriesgar que el socialismo contemporáneo pertenece a la familia libertaria más radical y es —o debería ser— el heredero privilegiado de la democracia directa roussoniana.

Desde esta óptica —bien distinta a la de quienes legitimaron los “socialismos reales” europeos amparándose en el perfeccionamiento de la tradición ilustrada dieciochesca— se torna comprensible los presupuestos desde los cuales Rosa dibujó las líneas centrales de su crítica al socialismo burocrático.

En cuanto al problema de la controvertida relación entre “espontaneidad” y vanguardia —otro de los núcleos centrales de su pensamiento político—, podemos también apreciar su apabullante actualidad.

Esta otra serie de interrogantes hoy reaparece con otro lenguaje y otro ropaje. No es ya el problema de la huelga de masas —que Rosa analizó a partir de la primera revolución rusa de 1905— sino más bien el de los movimientos sociales (la subjetividad popular) y su vinculación con la política. Aquí sus escritos, releídos desde nuestras inquietudes contemporáneas, tienen mucho para decirnos.

También aquí Lenin y Lukacs cuestionaron a Rosa. Le criticaron el haber subestimado no solo el lugar de los consejos o soviets como forma política de nuevo tipo sino también el papel de la conciencia socialista en la necesidad de organizarse en partido (y de entablar una polémica abierta con el oportunismo).

Sin embargo, no deberíamos olvidar que en este rubro ella cuestionó incluso antes que Lenin el papel de “guía” que Kautsky monopolizaba entre las filas de la II Internacional. Lo cierto es que tanto Rosa como Lenin terminaron de romper amarras no solo política sino también

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epistemológicamente con el marxismo kautskiano-plejanoviano en los primeros años de la Guerra Mundial. En ambos casos la problemática del sujeto —el proletariado como clase, el partido como organización— fue el detonante de esa inmensa ruptura epistemológica.

Revisitar entonces los escritos de Rosa centrados en ese horizonte seguramente nos permitiría recuperar a Lenin de otra forma, despojados ya de todo el lastre dogmático que impidió utilizar todo el arsenal político de quien Gramsci no dudó en catalogar como “el más grande teórico de la filosofía de la praxis”.

Creemos que esto es así porque a partir de un contrapunto entre las posiciones de Rosa y Lenin se podría entender que cuando este último hablaba de “llevar la conciencia desde afuera” al movimiento obrero —tesis de factura kautskiana cuyas consecuencias epistemológicas extrajo hasta el paroxismo Louis Althusser— no estaba defendiendo un externalidad total frente al movimiento social “espontáneo” sino una externalidad circunscripta en relación con el terreno económico. El “afuera” desde el cual Lenin defendía la necesidad de un partido político socialista remitía a un nivel que no se dejaba subsumir dentro de la práctica economicista, pero no implicaba —como lo leyó el stalinismo en política y el althusserianismo en epistemología— situarse en un “afuera” opuesto al movimiento social.

Esta última deformación del pensamiento de Lenin derivó en una concepción burocrática del partido encerrado en sí mismo que facilitó enormemente todas las injustas acusaciones de “sustitucionismo” con que hoy la socialdemocracia denosta a los revolucionarios en todo el mundo. El partido debe ser parte inmanente del movimiento social —como lo demostraron Gramsci en el movimiento consejista turinés o nuestro Mariátegui frente a las masas indígenas peruanas—, nunca un “maestro” que desde afuera lleva una teoría pulcra y redonda que no se “abolla” en el ir y venir del movimiento de masas. Entre el sentido común, la ideología “espontánea” del movimiento popular, y la reflexión científica, es decir, la ideología del intelectual colectivo, no debe haber ruptura absoluta. Cuando esta última se produce se pierde la capacidad hegemónica del partido y crece la capacidad hegemónica del enemigo que cuenta en su haber con las tradiciones de sumisión,

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con las instituciones del poder y hoy en día con el monopolio de los medios de comunicación mundial.

De modo que las posiciones de Rosa y de Lenin —polémicas entre sí— en última instancia serían integrables en función de una difícil pero no imposible dialéctica de la organización política como consecuencia y a la vez impulsora del movimiento social. La hegemonía se construye desde adentro. La conciencia de clase es fruto de una experiencia de vida, de valores sentidos y de una tradición de lucha construida que ningún manual puede llevar desde afuera, pues se chocará indefectiblemente —como de hecho ha sucedido en la historia— con un muro de silencio e incomprensión.

Otro de los núcleos donde Rosa Luxemburgo polemizó fue en el campo de la “cuestión nacional”, uno de sus flancos más débiles. Todo el problema alrededor del cual gira la reflexión de Rosa, como también la de Lenin, Otto Bauer, Stalin o Trotsky, etc., es aquella que se pregunta qué deben hacer los partidarios del socialismo, los críticos del capitalismo, frente a una situación de opresión de naciones que son mantenidas por la fuerza en el status de colonias o semicolonias por la mano de uno o más imperialismos.

Desde el marxismo latinoamericano debemos presurosamente aclarar que dicho problema es bien distinto al que en nuestra América afrontó Mariátegui cuando intentó descifrar el problema de la nación. En este último caso no se trataba de una nación ya constituida histórica, social y culturalmente, aunque oprimida por otra con mayor poder, sino el de una nación aun inacabada —tal como era entonces Perú—, sin integración racial y con un desarrollo desigual y combinado de su cultura (la blanca y mestiza —heredera de la conquista y la colonización europea— y la cultura indígena autóctona).

Cuando Rosa, Lenin y los demás marxistas de su época discutían, tenían como presupuesto compartido la reflexión sobre unidades nacionales —opresoras u oprimidas— ya constituidas. Y en ese rubro Rosa, de origen judío y de nacionalidad polaca, se opuso a la independencia de Polonia (proponiendo que los proletarios polacos enfrentaran a la burguesía polaca uniéndose junto con los revolucionarios rusos en una gran federación).

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Esa posición errónea en parte se explica por los residuos epistemológicos que Rosa seguramente había heredado de Engels y su teoría —de factura hegeliana— sobre los llamados por él “pueblos sin historia”, pequeñas “nacioncillas” que no tenían derecho a existir. Pero tampoco habría que subestimar la posición política de Rosa dentro de Polonia, como militante del Partido Socialdemócrata Polaco (SDKP) y enemiga a muerte del socialpatriotismo —encarnado en el Partido Socialista Polaco (PPS)— que terminó en 1914 entregando los partidos socialistas europeos en brazos del militarismo imperialista burgués.

Lenin, a su turno enemigo de la política de gran potencia del zarismo ruso, levantó como consignas la unidad y la independencia de Polonia —en concordancia con la posición de Marx y la primera Internacional al respecto— y el derecho a la autodeterminación de las naciones.

La historia del siglo XX, con sus opresiones que todavía hoy no concluyen —sino allí están los recientes bombardeos norteamericanos sobre Iraq para recordárnoslo— a pesar de la pomposamente llamada “globalización”, le dio en este punto preciso, creemos, la razón a Lenin. Pues a pesar de que hoy existe una tendencia objetiva a la regionalización y a construir bloques económicos y políticos que superan las barreras estrechas del estado-nación (un impulso acorde con el movimiento transnacional del capital) sin embargo, no han desaparecido los conflictos nacionales.

Dentro de estos últimos ha cobrado cada vez mayor fuerza la dimensión cultural como un componente central de la nación —una veta en la que Rosa fue realmente precursora junto con el austromarxismo—. Y si esto no fuera así, ¿cómo explicarnos la apabullante exportación planetaria de valores nacionales norteamericanos, vía el Mc Donald, la Coca Cola, y toda la industria cultural de la imagen —cine y video—, garantía imprescindible de su hegemonía mundial?

Cuando la globalización del capital subsume formal y realmente al mundo, decaen las soberanías de los estados-naciones más débiles, las de los países del Tercer Mundo. En ese nuevo contexto la problemática del imperialismo —y su necesario correlato: la opresión

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nacional— se ha modificado pero no ha desaparecido. No es cierto que el mundo viva en una interdependencia absoluta, donde todos los polos de las relaciones de poder son intercambiables. Sigue habiendo, lamentablemente, opresores y oprimidos. Si bien es cierto que la hegemonía mundial del capital asume una tendencia hacia la desterritorialización, ello no implica que hayan desaparecido las naciones.

Tanto en el terreno político (con el resurgimiento ultrarreaccionario del neonazismo alemán, el Frente Nacional en Francia, los separatistas italianos y otros movimientos por el estilo), como en el filosófico (el discurso de “la diferencia” en un mundo donde el valor mercantil tiñe en su homologación dineraria todos los colores culturales del color único del capital) el problema de la nación —y su potencial opresión— sigue vigente. En ese contexto mundializado, las naciones oprimidas tienen cada vez menos poder. Ya no solo son oprimidas económica o comercialmente. Hasta ven amenazadas sus valores y tradiciones culturales. De modo que, tomando en cuenta las variaciones históricas, hoy no nos podemos dar el lujo de soslayar la implicación contemporánea que este debate de principios de siglo tiene para los partidarios socialistas del florecimiento mundial de las culturas y las naciones.

Otro de los ejes donde Rosa incursionó con notable éxito —de un modo mucho más equilibrado y justo que en el problema nacional— fue en la relación entre socialismo y religión.

Sabido es que en la “ortodoxia” plejanovista-kaustkiana de la II Internacional —de la cual fue una clara continuación filosófica el DIAMAT de la época stalinista— el marxismo era concebido como una ciencia “positiva” análoga a las naturales, cuyo modelo paradigmático era la biología. Ciencia que Plejanov veía como arquetipo al bautizar a la filosofía de Marx como “monismo” siguiendo a Haeckel y que Kautsky intentaba imitar, sintetizando a Darwin con Marx, en un más que dudoso matrimonio de materialismo histórico y evolucionismo.

Desde esos parámetros ideológicos no resulta casual que se intentara trazar una línea ininterrumpida de continuidad entre los pensadores

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burgueses ilustrados del siglo XVIII y los fundadores de la filosofía de la praxis. En ese particular contexto filosófico-político, la religión era concebida —en una lectura apresurada del joven Marx (1843) —simplemente como el “opio del pueblo”.

Aún educada inicialmente en esa supuesta “ortodoxia” filosófica —desde la cual batallará contra el reformismo de Bernstein y con la cual romperá amarras alrededor de 1915— Rosa Luxemburgo se opuso a una lectura tan simplificada del materialismo histórico en torno al problema de la religión.

Ante el estallido en 1905 de la primera revolución rusa, Rosa como parte de los socialistas polacos de la parte de Polonia que en ese tiempo era rusa, escribió un corto folleto sobre El socialismo y las iglesias. En él cuestiona crispadamente el carácter reaccionario de la iglesia oficial que intentaba separar a los obreros polacos del socialismo marxista, manteniéndolos en la mansedumbre y la explotación. Hasta allí su escrito no se diferenciaba en absoluto de cualquier otro de la época de la II Internacional.

Pero al mismo tiempo —y aquí reside lo más notable de su empeño— intenta releer la historia del cristianismo desde una óptica marcadamente historicista que descentra completamente la óptica de la ilustración “materialista” dieciochesca. Así afirma que “los cristianos de los primeros siglos eran comunistas fervientes”. En esa línea de pensamiento reproducía largos fragmentos que resumían el mensaje emancipador de diversos apóstoles como San Basilio, San Juan Crisóstomo y Gregorio Magno.

De ese modo Rosa retomaba el sugerente impulso del último Engels, quien en el prólogo de 1895 a Las luchas de clases en Francia no había tenido miedo de homologar el afán cristiano de igualación humana con el ideal comunista del proletariado revolucionario. Una lectura cuya tremenda actualidad no puede dejar de asombrarnos cuando grandes sectores populares religiosos rompen amarras con el carácter jerárquico y autoritario de las iglesias institucionales para asumir una práctica de vida íntimamente consustanciada con el comunismo de aquellos primeros cristianos.

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Llegado este punto del análisis deberíamos preguntarnos, ¿qué presupuestos filosóficos permitieron a Rosa incursionar con tanta fortuna en temáticas tan diversas? La respuesta resulta aquí inequívoca. La lectura filosófica de Rosa remite hoy al problema del método.

Ninguna categoría ha sido más repudiada, castigada y desechada en las últimas décadas que la de “totalidad”. Las vertientes más reaccionarias del posmodernismo —que no solo cuestionan a la modernidad, lo cual no deja de ser una tarea impostergable, sino que también rechazan todo proyecto de transformación y emancipación social— y del pragmatismo han asimilado toda visión totalizadora con la metafísica. A esta última a su vez la igualaron con el pensamiento “fuerte” y de allí (sin mediaciones) han sostenido que en ese tipo de racionalidad se encuentra implícita la apología de la violencia irracional y el autoritarismo.

De este modo han intentado desechar, junto con los grandes relatos de la historia todo proyecto de emancipación y junto con la categoría de “superación” (aufhebung) cualquier visión totalizadora del mundo.

Ahora bien, esa categoría tan vilipendiada —la de totalidad— es central en el pensamiento de Rosa y de su crítica de la economía capitalista. Ella consideraba que el modo de producción capitalista nunca se puede comprender si fragmenta cualquiera de sus momentos internos (la producción, la distribución, el cambio o el consumo). El capitalismo los engloba a todos en una totalidad articulada según un orden lógico que a su vez tiene una dinámica esencialmente histórica. De allí que cuando intente explicar en las escuelas del partido el nada fácil problema de “¿Qué es la economía?” dedique buena parte de su exposición a desarrollar no solo las definiciones de la economía contemporánea sino particularmente la historia de la disciplina.

Esa decisión no era caprichosa ni arbitraria. Estaba motivada por la misma perspectiva metodológica que llevó a Marx a conjugar lo que él denominaba el “modo de exposición” y el “modo de investigación”, dos órdenes del discurso científico crítico que remitían al método lógico y al método histórico. Para el marxismo revolucionario que intenta descifrar críticamente las raíces fetichistas de la economía

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burguesa no hay simple enumeración de hechos —tal como aparecen a la conciencia inmediata en el mercado, según nos muestran las revistas y periódicos actuales de economía— sin lógica. Pero a su vez no hay lógica sin historia, pues una lógica sin historia —por ejemplo la canonización materialista del DIAMAT válida para todo tiempo y espacio— deriva indefectiblemente en la metafísica.

Pues bien, la categoría que permite articular en el marxismo a la lógica y a la historia es la de totalidad, nexo central de la perspectiva metodológica que Rosa encontró en Marx, como bien señaló Lukacs en Historia y conciencia de clase. No importa si sus correcciones a los esquemas de reproducción del capital que figuran en el tomo II de El Capital son correctas o no. Lo importante es el método empleado en ese análisis. Pudo quizás equivocarse en sus conclusiones pero no se equivocó en el método. Eso es para nosotros lo importante.

La categoría de totalidad no gira en el vacío ni flota en el aire. La sociedad humana concebida como totalidad es el resultado de una praxis histórica. En esta última, en la categoría de praxis reposa la segunda y no menos importante categoría de su marxismo revolucionario. No hay posibilidad de ciencia, al menos en el marxismo, sin praxis. Las totalidades sociales no se suceden en la historia de manera automática. Son los seres humanos y su praxis colectiva (su “actividad crítico práctica” como la llamaba Marx en sus Tesis sobre Feuerbach) las que logran derribar sistemas y crear otros nuevos.

Toda la reflexión de Rosa gira metodológicamente en torno a este horizonte categorial. Retomar hoy ese ángulo nos parece de vital importancia, sobre todo si tomamos en cuenta que en las dos últimas décadas se ha intentado fracturar toda perspectiva de lucha global contra el capitalismo en aras de los “micropoderes”, los “microenfrentamientos capilares”, etc., etc. Sin cuestionar la totalidad del sistema capitalista, toda crítica al sistema se vuelve impotente.

Es cierto que ya no podemos seguir hundiéndonos en sistemas metafísicos que únicamente toman en cuentan el carácter de clase (por más que se disfracen con el ropaje “materialista dialéctico”) sin cuestionar al mismo tiempo la dominación sexista, generacional, el

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autoritarismo pedagógico, la destrucción de la ecología, el racismo, etc., etc. Los reclamos de los nuevos movimientos sociales tienen una racionalidad que no se puede negar. Pero si no logramos articular sus reclamos puntuales y fragmentarios en una totalidad que los integre —sin disolverlos— hay capitalismo para rato. El abandono de la categoría de “totalidad” expresa entonces —como señaló hace poco Jameson— la impotencia de los nuevos movimientos sociales al no poder construir una alianza entre todos sus reclamos puntuales. Superar esa impotencia (legitimada filosóficamente por las filosofías de la “diferencia” y la ya cansadora polémica contra la herencia de Hegel) implica reactualizar la herencia metodológica que Rosa Luxemburgo supo desarrollar en su crítica de la economía política y en su crítica radical de la “civilización” capitalista.

Esta última resume seguramente lo más explosivo de su herencia y lo más sugerente de su mensaje para el socialismo que viene, el del siglo XXI.

Cuando Rosa termina de cortar sus vínculos con la tradición determinista “ortodoxa” de la II Internacional —aquella misma que la llevó, según el Gramsci de los Cuadernos de la cárcel, a concebir la crisis del capitalismo y la huelga general como “la artillería pesada de la guerra de maniobra”— formula una consigna que hoy tiene absoluta actualidad: “Socialismo o barbarie”.

Inserta en su folleto de Junius (1915), esa consigna resulta superadora del determinismo fatalista y economicista asentado en el desarrollo imparablemente ascendente de las fuerzas productivas. Según esta última concepción, durante décadas considerada la versión “ortodoxa” del marxismo, la sociedad humana marcharía de manera necesaria, ineluctable e indefectible hacia el socialismo. La subjetividad histórica y la lucha de clases a lo sumo lo que podrían hacer es acelerar o retrasar ese ascenso de progreso lineal.

Pero Rosa rompe con ese dogma dieciochesco y plantea que la historia humana tiene un final abierto, no predeterminado por el progreso de las fuerzas productivas (ese viejo grito moderno del más antiguo “¡Dios lo quiere!”, tal como irónicamente afirmaba Gramsci). Por lo tanto, el futuro solo puede ser resuelto por el resultado de la lucha de

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clases. Podemos ir hacia una sociedad desalienada y una convivencia más humana, el socialismo, o podemos ir hacia la barbarie.

Y cuando hoy hablamos de “barbarie” —concepto tomado por Rosa no del Manifiesto comunista en el cual era erróneamente utilizado para caracterizar a los pueblos de la periferia colonial, sino del último Engels— estamos pensando en la barbarie moderna, es decir, la civilización globalizada del capitalismo. Nunca hubo más barbarie que durante el capitalismo moderno del siglo XX. Como ejemplos contundentes pueden recordarse el nazismo alemán con sus fábricas industriales de muerte en serie; o el apartheid sudafricano —régimen político insertado de lleno en la modernidad blanca, europea y occidental— o, más cerca nuestro, los regímenes argentinos y chilenos de la década del 70 quienes realizaron un genocidio burocrática y racionalmente planificado aplicando torturas científicas.

A 80 años de su muerte y a escasos márgenes del siglo XXI, la roja herencia de Rosa sigue siendo un incentivo para no bajar los brazos y no permitir que continúe la barbarie.

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¿Reforma o revolución? Comentario sobre la obra de Rosa Luxemburgo.

Breve comentario de la obra de Rosa Luxemburgo “Reforma o revolución”.

Víctor Atobas | Para Kaos en la Red | 20-11-2010 a las 15:28 |

Rosa Luxemburg, más conocida como R. Luxemburgo, teórica marxista.

En pocas palabras se podría resumir "Reforma y revolución" como un análisis crítico de cada uno de los fallos argumentales que tiene Eduard Bernstein, que direcciona la teoría hacia una subyugación del movimiento obrero al capitalismo reformado. En esta obra podemos encontrar enunciaciones tanto en el ámbito económico (en la teoría del valor) como en el político (el metodismo de alcanzar el poder político).

                      El libro comienza poniendo patente las contradicciones que existen entre reforma (Bernstein) y revolución (Marx, Luxemburgo). La ciencia se va reduciendo, como observan algunos socialistas como Lassalle, gradualmente en una actividad desarrollada y reservada exclusivamente para los campos académicos. El movimiento obrero, entonces, podría desviarse si los proletarios no tienen ejercicio o conocimiento de la propia ciencia - es lo que pretenden los socialdemócratas reformistas. Para el marxismo, y por ende para la autora que tratamos, realmente son los obreros quienes gozan del poder, de las armas, del verdadero y final cambio revolucionario.

                      Un error de comienzo de Bernstein es entender la teoría como una imagen controvertida, que no se corresponde directamente con la más estricta realidad. La teorificación debe corresponderse, y por tanto ser percibida, como una correspondencia de la realidad. Y la realidad era, como sabemos, unas condiciones represivas por parte del sistema

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capitalista que predisponen la subyugación de la clase proletaria. Es decir, se intenta - erróneamente- a través de los sindicatos y corporativas alcanzar una reforma, que un camino último de la historia. - la revolución, la dictadura del proletariado. La objetividad bernstiniana se desarrolla conjunto al capitalismo.

                      Para ésta rama del partido que enfrentaba Luxemburgo, la decadencia capitalista es poco probable, ya que es el mejor sistema de todos que supera una y otra vez las crisis.

                      Van a negar - los reformistas- la primera de las teorías socialistas, y sus premisas más básicas para alcanzar el triunfo proletario y el cambio:

1.          Anarquía capitalista: Las reglas económicas del capitalismo (acumulación de capital, formación de riqueza en pocas manos y pobreza en muchas) derivan a un anarquismo mercantil del que es imposible salir. Llegamos al colapso. Bernstein niega esto por una serie de afirmaciones categóricas inútiles, puesto no ha comprendido la teoría del valor del marxismo, condición necesaria para criticarlo.

2.          Conquista gradual de los medios productivos: Existen unos medios - sindicatos y cooperativas- que facilitan que, por fases, se camine hacia la socialización (propiedad pública) de los medios productivos y que se transformen la distribución de la riqueza y las relaciones productivas. Esto es erróneo porque los sindicatos son un mero organismo defensor del obrero y las cooperativas (además de fracasar) no permutan la naturaleza capitalista del sistema. Debe ser - la conquista- según la autora por medio de la violencia, que ha sido el cauce histórico cuando los obreros tomen el poder y lo cambien.

3.          Organización y fortalecimiento del proletariado: La toma de conciencia de la clase proletaria es muy importante para la organización de las masas obreras, para que éstas tengan conocimiento de su condición de explotadas y para que llegue el día en que se levanten derruyendo el capitalismo, su economía y su sociedad clasista desigual.   

                      Para el marxismo se alcanzará al fin el socialismo porque es una necesidad histórica (por las contradicciones capitalistas). Para Bernstein, sin embargo, no es una necesidad objetiva lo anterior. Si el proletariado aumenta sus condiciones de vida, desaparecen las condiciones objetivas.

                      La teoría bernstiniana formuló una serie de "medios de adaptación" que harán que el capitalismo no se llegue a colapsar (como dicta el marxismo) y se pregunta si es en verdad la transformación (revolución) una necesidad histórica. Esos "medios de adaptación" no son sino el intento de refutar determinadas leyes económicas marxistas y de conducir al proletariado hacia la aceptación del capitalismo, con la espera de que pueda distribuirse más equitativamente la riqueza.

                      También nos encontramos con que la teoría de la plusvalía (el plusvalor de la manufactura que según Marx debe ser para el obrero)  es tachado de utopismo o al menos, de poseer ciertas reminiscencias del mismo.

                      La adaptación del capitalismo de Bernstein también tiene errores que Luxemburgo intentará con esta obra refutar:

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1.          Crédito: Es especulación, cuando el burgués dispone de bienes (líquido para invertir) que no le pertenecen y continúa aumentando su riqueza sin que repercuta en una distribución productiva - de la riqueza- más equitativa. Además facilita las crisis, que no tienen coincidencia temporal, que no son sino choques periódicos entre las fuerzas contradictorias de la economía capitalista. Se intenta aquí apaciguar las contradicciones (que crean el movimiento, la energía revolucionaria) pero no logra sino agravarlas con el antagonismo entre modo de producción y de distribución.

2.          Organizaciones patronales: Acabarán con el problema capitalista de la anarquía mercantil de producción. Pero con los mecanismos capitalistas  (monopolio, cárteles, y trust) que aceleran la llegada de la caída (porque utilizan capital reservado como se hace en las crisis) y no regulan realmente al mercado, incrementan a su vez la libertad dentro de él.

3.            Comunicaciones.

                      Para Bernstein los pequeños empresarios se extinguen, pero esto es porque no ha comprendido la teoría del valor marxista ni su naturaleza. Trata, a través de unas estadísticas, de demostrar lo primeramente dicho pero una serie de fallos documentales lo equivocan - números absolutos o mezcla de ramas industriales entre otras equivocaciones.

                      Los reformistas pretenden construir el socialismo por medios de los sindicatos y corporativas, reformas sociales y la democratización política.

                      Los sindicatos, que en esta época tienen su auge en Alemania y otros lugares europeos, obligan al obrero a vender su trabajo al precio corriente de mercado, con lo que pierden su condición revolucionaria, sirviendo únicamente para luchar por la mejora de las condiciones laborales y sociales. Pero, sin duda, los sindicatos siguen actuando dentro del capitalismo y aceptándolo como inevitable. Las coyunturas tales como: demanda de trabajo creada por el nivel productivo, la oferta laboral, y el grado de productividad del trabajo no son controlados por los sindicatos, con lo que no pueden suprimir la explotación (son reaccionarios)  y se estable una solidaridad capital-trabajo, simplemente se dedican a intentar incrementar los salarios. No influyen en el método productivo ni en sus subsiguientes relaciones que son las formas de control del sistema clasista de producción.

                      Para Bernstein, a quien Rosa Luxemburgo tacha de poco menos que de reaccionario, la expropiación de los medios de producción no pueden hacerse por una vez, es algo inalcanzable e inútil, con lo que su "condición transformadora" junto con otras premisas hacen de los reformistas, efectivamente, reaccionarios y revisionistas. El Estado es dialécticamente clasista y es la organización política típica del capitalismo, donde se desarrolla y pone en práctica.

                      Después Luxemburgo nos va dando conceptos sobre el proteccionismo, que impide el desarrollo y de las aduanas agrícolas cuya tarea es "transformar intereses feudales y reflejarlos en la forma capitalista". El capitalismo surge de la guerra, ya sea como derrota o victoria de la misma - Alemania, Italia, entre otros casos. La socialización de los medios productivos expande la propiedad privada y el control estatal clasista, no los anula o suprime.

                      Para la socialdemocracia el movimiento obrero es un proceso mecánico que una vez puesto en marcha no se puede parar, pero el revisionismo niega las crecientes contradicciones de la economía capitalista y repudia la toma de conciencia de clase. Para

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éstos, las crisis son meros trastornos del mecanismo económico. Sin embargo, para el marxismo es inevitable la toma de poder y las crisis son la señal de que un día llegará una colapso general que posibilite el socialismo con sistema político.

                      La mayor conquista del movimiento proletario son las condiciones económicas dentro del capitalismo para construir el socialismo, Bernstein lo niega, y no llega a explicitar, si quiera, la naturaleza del dinero. El trabajo humano como algo abstracto es el dinero para Marx - luego es la consecuencia.

 

15 de enero de 1919: Rosa Luxemburg es asesinada en Berlín

Esbozo biográfico de Rosa Luxemburg, características básicas de su pensamiento, bibliografía de y sobre Rosa, y la traducción del último artículo de ROSA LUXEMBURG.

BALANCE. Cuadernos de historia de la guerra de clases | 14-1-2006 a las 16:47 | 

Rosa Luxemburg

1.- Biografía

Rosa Luxemburg nació el 5 de marzo de 1871, en el seno de una familia judía de clase media, en la pequeña población de Zamosc, cerca de Lublin, en la Polonia rusa. La familia se trasladó a Varsovia donde Rosa, estudiante aventajada, fue una de las pocas jóvenes hebreas aceptadas en el Liceo (ruso) de Varsovia. Una cura inadecuada le deformó la cadera, provocándole una ligera cojera. Desde muy joven fue activista del movimiento socialista. En 1887 se unió a un partido revolucionario llamado Proletariat, fundado en 1882.

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En 1886, Proletariat fue prácticamente decapitado por la represión. Sólo se salvaron del naufragio pequeños núcleos, a uno de los cuales se unió Rosa Luxemburg a la edad de 16 años. Alrededor de 1889, su militancia fue descubierta por la policía, por lo que tuvo que abandonar Polonia para evitar la cárcel. Fue a Zurich, refugio de los exiliados políticos polacos y rusos. Ingresó en la universidad, donde estudió ciencias naturales, matemáticas y economía política. Tomó parte activa en el movimiento obrero local y en la intensa vida intelectual de los revolucionarios emigrados: Plejanov, Axelrod, Parvus, Karski, Zasulich, Marchelewsky y Warzaswsky. Pero fue su profunda vinculación con Leo Jogisches, en 1890, la que determinó un cambio profundo en su vida, tanto en el campo sentimental como en el intelectual y militante.

Apenas dos años más tarde, Rosa ya era reconocida como líder teórico del partido socialista revolucionario de Polonia. Llegó a ser colaboradora principal del diario del partido, Sprawa Rabotnicza, publicado en París. En 1894, el nombre del partido, Proletariat, cambió por el de Partido Social Demócrata de Polonia; muy poco después también de Lituania. Representó a ese partido en el Congreso de la Internacional Socialista., donde con sólo 22 años, tuvo que enfrentarse a prestigiosos militantes del otro partido polaco, el Partido Socialista Polaco (PSP), que tenía como objetivo principal la independencia de Polonia, y que pretendía el reconocimiento exclusivo del resto de partidos de la Segunda Internacional.

El nacionalismo de los socialistas polacos, en lucha por la independencia de Polonia, gozaba no sólo del peso de una larga tradición, que incluía a Marx y Engels, sino también de un amplio apoyo internacional. Indiferente a todo eso, Rosa cuestionó al PSP, acusándolo de sostener y difundir principios nacionalistas claramente burgueses, así como de desviar a los trabajadores de su único interés auténtico: la lucha de clases. Contra todo dogmatismo y tradición, Rosa defendió un análisis distinto al de Marx y Engels, oponiéndose además a la consigna de "independencia para Polonia". Rosa Luxemburg defendía una línea política anti-independentista en una Polonia ocupada entonces por las tres grandes potencias del momento: Rusia, Alemania y Austria. Sus adversarios no ahorraron insultos.Wilhelm Liebknecht, llegó a acusarla de agente de la policía secreta zarista. Después de una breve estancia en Francia, donde trató a los líderes socialistas Guesde y Vailant, contrajo matrimonio blanco con Gustav Lübeck, para obtener la ciudadanía alemana y poder de este modo trabajar políticamente en Alemania, sin riesgo de expulsión.

A partir de mayo de1898 se vinculó, en Berlín, al movimiento obrero alemán. Comenzó a escribir con fluidez, convirtiéndose en asidua colaboradora del periódico teórico marxista más importante de la época, Die Neue Zeit. Invariablemente independiente en el juicio y en la crítica, ni siquiera el tremendo prestigio de Karl Kautsky, su director, logró apartarla de sus novedosas y radicales posiciones, que siempre estaban sólidamente construidas y fundamentadas.

Rosa entregó cuerpo y alma al movimiento obrero en Alemania. Era colaboradora regular de diversos diarios socialistas, y en algunos casos directora. Intervino en numerosos mítines populares y llevó a cabo muy enérgicamente cuantas tareas le fueron encomendadas por el movimiento socialista. Desde el principio hasta el fin, sus disertaciones y artículos eran trabajos creativos originales, en los que apelaba a la razón más que a la emoción, y en los que siempre abría a sus oyentes y lectores un horizonte más amplio.

El movimiento obrero alemán se dividió en dos tendencias principales: una reformista, mayoritaria y con fuerza creciente; y la otra revolucionaria, minoritaria. Alemania había

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gozado de una creciente prosperidad económica desde la crisis de 1873. El nivel de vida de los trabajadores había mejorado ininterrumpidamente, aunque en forma lenta: los sindicatos y cooperativas se habían hecho muy fuertes. En estas circunstancias, la burocracia de estas grandes organizaciones de masas, junto con la creciente e influyente representación parlamentaria del Partido Social Demócrata, se alejaba de los principios y tácticas revolucionarios, inclinándose inevitablemente a favor de los que proclamaban un cambio gradual del capitalismo, sin más horizonte que la reforma del sistema. El principal representante de esta tendencia era Eduard Bernstein, discípulo de Engels. Entre 1896 y 1898, escribió una serie de artículos en Die Neue Zeit sobre "Problemas del Socialismo", atacando cada vez más abiertamente los principios revolucionarios del marxismo. Estalló una larga y agria discusión. Rosa Luxemburg, que acababa de ingresar en el movimiento obrero alemán, salió inmediatamente en defensa de los principios revolucionarios del marxismo. De forma brillante y apasionada atacó en numerosos artículos las posiciones y argumentaciones reformistas, que posteriormente fueron recopilados en el folleto ¿Reforma o revolución?

Poco después, en 1899, el "socialista" francés Millerand participó en un gobierno de coalición, con un partido burgués. Rosa siguió atentamente este experimento y lo analizó en una serie de brillantes artículos referentes a la situación del movimiento francés en general, y a la cuestión de los gobiernos de coalición en particular. Tras rechazar tajantemente la participación de Millerand en el Gobierno burgués de Waldeck-Rousseau,polemizó también contra la posición «republicana» de Jaurés, que servía de cobertura ideológica al «millerandismo». Junto a Kautsky contribuyó decididamente a la lucha contra el revisionismo que comenzaba a expandirse en la Segunda Internacional.

Entre 1903-1904, Rosa entabló una dura polémica con Lenin, con quien disentía en la cuestión nacional, en la concepción de la estructura del partido y en la relación entre el partido y la actividad de las masas. En su artículo "Problemas de organización de la socialdemocracia rusa" (1904) calificó las concepciones organizativas de Lenin como propias del blanquismo. En 1904, después de "insultar al Káiser", fue sentenciada a nueve meses de prisión, de los cuales cumplió solo uno.

En 1905, con el estallido de la primera revolución rusa, escribió una serie de artículos y panfletos para el partido polaco, en los que exponía la idea de la revolución permanente, que había sido desarrollada independientemente por Trotsky y Parvus, pero sostenida por pocos marxistas de la época. Mientras bolcheviques y mencheviques, a pesar de sus profundas divergencias, creían que la revolución rusa había de ser democrático-burguesa, Rosa argumentaba que la revolución en Rusia superaría la etapa democrática hasta alcanzar un punto en el que se daría una alternativa única entre el poder de los trabajadores o su total derrota. La consigan a seguir era "dictadura revolucionaria del proletariado, basada en el campesinado".

Sin embargo, pensar, escribir y hablar sobre la revolución no era suficiente para Rosa Luxemburg. El lema de su vida era: "En el principio fue la acción". Y aunque no gozaba de buena salud en ese momento, entró clandestinamente en la Polonia rusa tan pronto como pudo (en diciembre de 1905). En ese momento el punto culminante de la revolución había sido superado. Las masas todavía activas, empezaban a vacilar, mientras la reacción levantaba cabeza. Se prohibieron todos los mítines, pero los obreros todavía los seguían celebrandoen las fábricas. Todos los periódicos obreros fueron suprimidos, pero el del partido de Rosa seguía apareciendo todos los días, impreso clandestinamente.En su folleto "Huelga de Masas,

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Partido y Sindicatos" intentó explicar la experiencia de la revolución rusa de 1905 y su validez para los países europeos.

El 4 de marzo de 1906 fue arrestada y detenida durante cuatro meses, primero en la prisión y posteriormente en una fortaleza. A causa de su mala salud y de su nacionalidad alemana, fue liberada y expulsada del país.De regreso a Berlín fue designada, en 1907, profesora de economía en la escuela del partido, en sustitución de Hillferding. Fruto de sus enseñanzas elaboró una "Introducción a la economía política", que no alcanzó a publicar en vida.

La revolución rusa dio vigor a una idea que Rosa Luxemburg había concebido años atrás: las huelgas de masas, tanto políticas como económicas, constituían un elemento fundamental en la lucha revolucionaria de los trabajadores por el poder, singularizando a la revolución socialista de todas las anteriores. Al hablar en tal sentido en un mitin público fue acusada de "incitar a la violencia", y pasó otros dos meses en prisión, esta vez en Alemania.

En 1907, participó en el Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Stuttgart. Habló en nombre de los partidos ruso y polaco, desarrollando una posición revolucionaria coherente frente a la guerra imperialista y el militarismo. Rosa Luxemburg redactó, con Lenin y Markov, las enmiendas revolucionarias a la moción de Bebel contra la guerra.

Entre 1905 y 1910, la escisión entre Rosa Luxemburg y la dirección centrista del SPD, del que Kautsky era el portavoz teórico, se hizo más profunda. Ya en 1907, Rosa había expresado su temor de que los líderes del partido, al margen de su adhesión verbal al marxismo, vacilarían en una situación que requiriese pasar a la acción. El punto culminante se alcanzó en 1910, cuando se produjo una ruptura total entre Rosa Luxemburg y Karl Kautsky en la cuestión de cuál era la vía a seguir por los trabajadores para tomar el poder. Desde ese momento, el SPD se dividió en tres tendencias diferenciadas: los reformistas, que progresivamente fueron adoptando una política imperialista; los llamados centristas, conducidos por Kautsky, que conservaba su radicalismo verbal, pero se limitaba cada vez más a los métodos parlamentarios de lucha; y los revolucionarios, que contaban con uno de sus principales teóricos en Rosa Luxemburg.

En 1913, publicó su obra más importante: La acumulación de capital. (Una contribución a la explicación económica del imperialismo). Ésta es sin duda, desde El Capital una de las contribuciones más originales a la doctrina económica marxista. Este libro, tal y como lo señalara Mehring, el biógrafo de Marx, con su caudal de erudición, brillantez de estilo, vigoroso análisis e independencia intelectual, es de todas las obras marxistas, la más cercana a El Capital. El problema central que estudia es de enorme importancia teórica y política: los efectos que la expansión del capitalismo en territorios nuevos y atrasados, tiene sobre sus propias contradicciones internas y sobre la estabilidad del sistema.

En setiembre de 1913, en un discurso pronunciado en Frankfurt del Main, exhortó a los soldados alemanes a no combatir contra Francia. Fue acusada de incitar a los soldados a la rebelión. En la arenga a los soldados alemanes había dicho: "Si ellos esperan que asesinemos a los franceses o a cualquier otro hermano extranjero, digámosles: 'No, bajo ninguna circunstancia'". En el Tribunal que la juzgó se transformó de acusada en acusadora, y su disertación, publicada posteriormente bajo el título Militarismo, guerra y clase obrera, es una de las más inspiradas condenas del imperialismo por parte del socialismo revolucionario. Al salir de la sala del tribunal fue de inmediato a un mitin popular, en el que repitió su

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revolucionaria propaganda antibélica.En febrero de 1914 fue condenada a un año de cárcel, con suspensión de pena debido a su precaria salud.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, prácticamente todos los líderes socialistas fueron devorados por la marea patriótica. El 3 de agosto de 1914, el grupo parlamentario de la socialdemocracia alemana decidió votar a favor de los créditos para la guerra, presentados por el gobierno del Káiser. Sólo quince de los ciento once diputados mostraron algún deseo de votar en contra. No obstante, los parlamentarios antibelicistas se sometieron a la disciplina del partido, y el 4 de agosto, todo el grupo socialdemócrata votó por unanimidad en favor de los créditos de guerra. Pocos meses después, el 3 de diciembre, Karl Liebknecht, infringiendo la disciplina de partido, votó de acuerdo con su conciencia. Fue el único voto en contra de los créditos para la guerra.

La decisión de la dirección del partido fue un rudo golpe para Rosa Luxemburg. Sin embargo, no se permitió la desesperación. El mismo día que los diputados de la socialdemocracia se unieron a las banderas del Káiser, un pequeño grupo de socialistas se reunió en casa de Rosa y decidió emprender la lucha contra la guerra. Este grupo, dirigido por Rosa, Karl Liebknecht, Franz Mehring y Clara Zetkin, finalmente se transformó en la Liga Espartaco. Durante cuatro años, principalmente desde la prisión, Rosa continuó dirigiendo, inspirando y organizando a los revolucionarios, levantando las banderas del socialismo internacional. En el periodo de febrero de 1915 a noviembre de 1918, excepto de febrero a julio de 1916, Rosa estuvo encarcelada, viviendo en unas condiciones lamentables. Casi aislada, sin calefacción, mal alimentada. El estallido de la guerra separó a Rosa del movimiento obrero polaco, pero tuvo lasatisfacción de que su partido, en Polonia, permaneció fiel a las ideas del socialismo internacional.En la cárcel escribió en 1915 el folleto "La crisis de la socialdemocracia", firmada con el seudónimo de Junius. Lenin criticó minuciosamente este trabajo anónimo, especialmente en los puntos que trataban la cuestión nacional, las etapas de la revolución y la necesidad del partido, aunque considerándolo como un folleto teórico extraordinariamente valioso.

La revolución rusa de febrero de 1917 concretó las ideas políticas de Rosa Luxemburg: oposición revolucionaria a la guerra y lucha por el derrocamiento de los gobiernos imperialistas. Desde la prisión, seguía febrilmente los acontecimientos, estudiándolos a fondo con el objeto de recoger enseñanzas para el futuro. Señaló sin vacilaciones que la victoria de febrero no significaba el final de la lucha, sino solo su comienzo; que únicamente el poder en manos de la clase trabajadora podría asegurar la paz. Emitió constantes llamamientos a los trabajadores y soldados alemanes para que emularan a sus hermanos rusos, derrocaran a los junkers y al capitalismo. Así, al mismo tiempo que se solidarizarían con la revolución rusa, evitarían morir desangrados bajo las ruinas de la barbarie capitalista.

Cuando estalló la Revolución de Octubre, Rosa la recibió con entusiasmo, ensalzándola al mismo tiempo que anunciaba claramente que si la Revolución Rusa permanecía en el aislamiento, un elevado número de distorsiones mutilarían su desarrollo; bien pronto señaló tales distorsiones en el proceso de desarrollo de la Rusia soviética, particularmente sobre la cuestión de la democracia.

El 8 de noviembre de 1918, la revolución alemana liberó a Rosa de la prisión. Con toda su energía y entusiasmo se sumergió en la lucha revolucionaria. La revolución obrera estalló en Alemania en 1918 y Rosa Luxemburg fue liberada por los soldados rojos. El 18 de noviembre

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publicó el primer número de la revista "Die Rote Fahne" (Bandera Roja). Los espartaquistas rompieron con los socialistas independientes, y junto con los «radicales» de izquierda formaron el 30-31 de diciembre el Partido Comunista de Alemania (KPD). Pero las fuerzas reaccionarias eran muy poderosas. Líderes del ala derecha de la socialdemocracia y generales del viejo ejército del Káiser unieron sus fuerzas para derrotar al proletariado revolucionario.El 6 de enero de 1919, la gran burguesía alemana lanzó el Ejército y las fuerzas paramilitares prenazis contra los miles de obreros rojos sublevados contra el capitalismo. Los paramilitares estaban dirigidos por el socialdemócrata Noske, que no tenía más objetivo que el de reprimir duramente los movimientos de huelga general que sacudían Alemania. El 11 de enero el movimiento revolucionario ya había sido derrotado. Los paramilitares prenazis iniciaron sus tareas de limpieza contrarrevolucionaria y desataron el terror «blanco» contra el proletariado. Miles de obreros fueron asesinados. Como tantos otros, Rosa Luxemburg y Karl Liebbknecht fueron detenidos e identificados. El 15 de enero de 1919Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg fueron torturados y asesinados salvajemente.El cadáver destrozado de Rosa fue lanzado a un canal y no fue recuperado hasta cinco meses después. Un año después el oficial alemán, autor del asesinato, fue amnistiado.

2.- Características básicas de su pensamiento político

El pensamiento político de Rosa Luxemburg ha sido deformado y tergiversado por enfrentarse directamente a las dos corrientes más destacadas del pensamiento socalista: el estalinismo y la socialdemocracia.

El estalinismo, con su culto a la personalidad de Lenin, fundamentado además en el socialismo en un solo país,que sostenía como un dogma indiscutible “el derecho de las naciones a la autodeterminación” y que concibe elpartido como una organizaciónque basa su papel fundamental y su estructura en la exportación “desde fuera” de la clase obrera de su conciencia de clase está en las antípodas del pensamiento de Rosa.

En realidad la diferencia entre Rosa y Lenin es muy sencilla. Para Rosa la conciencia de clase es adquirida por las masas en la lucha de clases, entendida como lucha cotidiana, económica y política de los obreros. La conciencia la adquiere la clase obrera en la lucha. En cambio para Lenin esa lucha económica de la clase obrera no proporciona conciencia de clase, que necesariamente debe ser importada desde fuera por los revolucionarios profesionales.

La socialdemocracia no podía sobrevivir, desde un punto de vista teórico, a las críticas de Rosa al reformismo de Bernstein. La democracia sólo sobreviviría si era defendida por un movimiento obrero en ascenso, porque la burguesía ya no iba a impulsar un desarrollo democrático que no siguiera defendiendo sus intereses de clase. Se vislumbraba ya el nazismo y el fascismo. Y en todo caso las reformas eran los medios, pero la revolución era el fin, y además la única puerta abierta al socialismo. En el debate Bernstein/Luxemburg asistimos en realidad al enfrentamiento entre las prácticas de un movimiento sindical poderoso, con numerosos parlamentarios, integrado en el sistema capitalista, que sólo defiende los intereses inmediatos de la clase obrera alemana y una teoría marxista revolucionaria, internacionalista, que defiende los intereses históricos del proletariado.

Características básicas del pensamiento se Rosa son:

1.- El internacionalismo del proletariado es absolutamente opuesto al derecho burguésde las nacionalidades a su autodeterminación.

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2.- La organización de la clase obrera en partido, es considerada en continuidad con Marx, como partido que surge del suelo de la clase obrera. Es la propia clase obrera la que adquiere su conciencia de clase en la lucha de clases. No hace falta ningún partido (esta es la concepción leninista) de revolucionarios profesionales que le traiga a los trabajadores, desde fuera de la clase, su conciencia de clase explotada. La emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores. Espontaneidad y organización no se oponen, sino que cada una juega su papel. El movimiento obrero es un proceso vivo, contínuo y variable.

3.- Para Rosa Luxemburg la construcción del socialismo pasa necesariamente por la dictadura del proletariado, entendida como represión contra los intentos contrarrevolucionarios de la burguesía. Pero Rosa Luxemburg abogaba al mismo tiempo por una democracia socialista, que respetara las libertades democráticas en el seno del proletariado, especialmente de prensa, reunión, asociacióny manifestación, porque “la libertad es siempre únicamente del que piensa de otra manera”. La dictadura del proletariado no puede convertirse en dictadura del partido sobre las masas, sin más, porque esto arrastraría al poder absoluto de la burocracia estatal o del partido. Represión de los contrarrevolucionarios, sÍ; pero libertad para todas las opiniones ofracciones proletarias, también. Y esto ya ¡antes de enero de 1919! con antelación al triunfo absoluto del estalinismo.

Agustín Guillamón.Barcelona, enero 2006.

Balance. Cuadernos de historia de la guerra de clases.

3.- Bibliografía de Rosa Luxemburg en castellano:(1899) Reforma o revolución. Colección 70 de Grijalbo, México, 1967.(1903) “En memoria del partido “Proletariado”, en Escritos políticos. Grijalbo, Barcelona, 1977.(1904)“Problemas de organización de la socialdemocracia rusa”, en Escritos políticos. Grijalbo, Barcelona, 1977.(1906) Huelga de masas, partido y sindicatos. Siglo XXI, Madrid, 1974(1976) La Liga Spartakus. Dossier sobre la revolución alemana 1918-1919. Ensayo introductorio de Gilbert Badía. Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1976.(1908) La cuestión nacional y la autonomía. Traducción y prólogo de María José Aubet. El Viejo Topo, Barcelona, 1998.(1912) La acumulación del Capital. Grijalbo, Barcelona, 1978.(1914) “Militarismo, guerra y clase obrera, Palabras pronunciadas ante el Tribunal de Frankfurt”, en Escritos políticos. Grijalbo, Barcelona, 1977. (1915) La crítica de la socialdemocracia (Folleto de Junius). Introducción de Ernest Mandel. Contiene también el texto de la cr´tica de Lenin al folleto de Junios. Anagrama, Barcelona, 1976.(1918) La revolución rusa. Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1975

(14 de enero de 1919) “El orden reina en Berlín”. Reproducido a continuación.

4.- Bibliografía útil, en castellano, sobre Rosa Luxemburg:

Aubet, María José: Rosa Luxemburg y la cuestión nacional. Anagrama, Barcelona, 1977.

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-El pensamiento de Rosa Luxemburg. Antología de escritos de Rosa Luxemburg. Ediciones del Serbal, Barcelona, 1983.

Basso, Lelio: El pensamiento político de Rosa Luxemburg. Ediciones de bolsillo-Península, Barcelona, 1976.

Díaz Valcárcel, José Antonio: La pasión revolucionaria de Rosa Luxemburgo. Akal, Madrid, 1975.

Frölich, Paul: Rosa Luxemburgo. Vida y obra. Fundamentos, Madrid, 1976.

Geras, Norman: Actualidad del pensamiento de Rosa Luxemburg. Era, México, 1980.

Gómez Llorente, Luis: Rosa Luxemburgo y la socialdemocracia alemana. Ediciones de bolsillo-Edicusa, Madrid, 1975.

Guerin, Daniel: Rosa Luxemburg y la espontanedidad revolucionaria. Proyección, Buenos Aires,1973.

Löwy, Michael: El marxismo olvidado. Fontamara, Barcelona, 1978.

5.- Bibliografía de otros pensadores marxistas, de la corriente consejista, opuestos al nacionalismo, al “derecho de las naciones a la autodeterminación”, al partido leninista, al sindicalismo, al reformismoy al parlamentarismo. 1.- GORTER y PANNEKOEK: Contra el nacionalismo, contra el imperialismo y la guerra: ¡ Revolución proletaria mundial! Ediciones Espartaco Internacional, Barcelona, 2005.[Contiene: Pannekoek: NACION Y LUCHA DE CLASES; Gorter: EL IMPERIALISMO, LA GUERRA Y LA SOCIALDEMOCRACIA; Pannekoek: EL DESARROLO DE LA REVOLUCION MUNDIAL Y LA TACTICA DEL COMUNISMO]2.- GORTER, KORSCK y PANNEKOEK: La izquierda comunista germano-holandesa contra Lenin. Ediciones Espartaco Internacional, Barcelona, 2004.[Contiene: Korsch: LA CONCEPCION MATERIALISTA DE LA HISTORIA; Gorter: CARTA ABIERTA AL CAMARADA LENIN; Pannekoek: LENIN FILOSOFO.]3.- APPEL, GORTER, LAUFENBERG, MEYER, PANNEKOEK, PFEMFERT, RUHLE, REICHENBACK, SCHWAB, WOLFFHEIM: Ni parlamento, ni sindicatos: ¡Los Consejos obreros!. Los comunistas de izquierda en la Revolución alemana. Ediciones Espartaco Internacional, Barcelona, 2004.[Contiene entre otros muchos textos: LA REVOLUCION NO ES UN ASUNTO DE PARTIDO de Otto Rühle: LAS LECCIONES DE LAS JORNADAS DE MARZO, de Gorter y el apéndice de Pannekoek a REVOLUCION MUNDIAL Y TACTICA DEL COMUNISMO.] 6.- Último artículo de Rosa Luxemburg. 

 El orden reina en BerlínRosa Luxemburg 

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(14 de enero de 1919)

(su ultimo escrito, fue asesinada el 15 de enero de 1919) "El orden reina en Varsovia", anunció el ministro Sebastiani a la Cámara de París en 1831 cuando, después de haber lanzado su terrible asalto sobre el barrio de Praga, la soldadesca de Paskievitch había entrado en la capital polaca para dar comienzo a su trabajo de verdugos contra los insurgentes.

"¡El orden reina en Berlín!", proclama triunfante la prensa burguesa, proclaman Ebert y Noske, proclaman los oficiales de las "tropas victoriosas” a las que la chusma pequeñoburguesa de Berlín acoge en las calles agitando sus pañuelos y lanzando sus ¡hurras! La gloria y el honor de las armas alemanas se han salvado ante la historia mundial. Los lamentables vencidos de Flandes y de las Ardenas han restablecido su renombre con una brillante victoria sobre...los 300 "espartaquistas" del Vorwärts. Las gestas del primer y glorioso avance de las tropas alemanas sobre Bélgica, las gestas del general von Emmich, el vencedor de Lieja, palidecen ante las hazañas de Reinhardt y Cía., en las calles de Berlín. Parlamentarios que habían acudido a negociar la rendición del Vorwärts asesinados, destrozados a golpes de culata por la soldadesca gubernamental hasta el punto de que sus cadáveres eran completamente irreconocibles, prisioneros colgados de la pared y asesinados de tal forma que tenían el cráneo roto y la masa cerebral esparcida: ¿quién piensa ya a la vista de estas gloriosas hazañas en las vergonzosas derrotas ante franceses, ingleses y americanos? "Espartaco" se llama el enemigo y Berlín el lugar donde creen nuestros oficiales que han de vencer. Noske, el "obrero", se llama el general que sabe organizar victorias allí donde Ludendorff ha fracasado.

¿Cómo no pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que impuso el "orden" en París, en la bacanal de la burguesía sobre los cadáveres de los luchadores de la Comuna? ¡Esa misma burguesía que acaba de capitular vergonzosamente ante los prusianos y de abandonar la capital del país al enemigo exterior para poner pies en polvorosa como el último de los cobardes! Pero frente a los proletarios de París, hambrientos y mal armados, contra sus mujeres e hijos indefensos, ¡cómo volvía a florecer el coraje viril de los hijitos de la burguesía, de la "juventud dorada", de los oficiales! ¡Cómo se desató la bravura de esos hijos de Marte humillados poco antes ante el enemigo exterior ahora que se trataba de ser bestialmente crueles con seres indefensos, con prisioneros, con caídos!

"¡El orden reina en Varsovia!", "¡El orden reina en París!", "¡El orden reina en Berlín!", esto es lo que proclaman los guardianes del "orden" cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos "vencedores" no se percatan de que un "orden" que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin. ¿Qué ha sido esta última "Semana de Espartaco" en Berlín, qué ha traído consigo, qué enseñanzas nos aporta? Aun en medio de la lucha, en medio del clamor de victoria de la contrarrevolución han de hacer los proletarios revolucionarios el balance de lo acontecido, han de medir los acontecimientos y sus resultados según la gran medida de la historia. La revolución no tiene tiempo que perder, la revolución sigue avanzando hacia sus grandes metas aún por encima de las tumbas abiertas, por encima de las "victorias" y de las "derrotas". La primera tarea de los combatientes por el socialismo internacional es seguir con lucidez sus líneas de fuerza, sus caminos.

¿Podía esperarse una victoria definitiva del proletariado revolucionario en el presente

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enfrentamiento, podía esperarse la caída de los Ebert-Scheidemann y la instauración de la dictadura socialista? Desde luego que no si se toman en consideración la totalidad de los elementos que deciden sobre la cuestión. La herida abierta de la causa revolucionaria en el momento actual, la inmadurez política de la masa de los soldados, que todavía se dejan manipular por sus oficiales con fines antipopulares y contrarrevolucionarios, es ya una prueba de que en el presente choque no era posible esperar una victoria duradera de la revolución. Por otra parte, esta inmadurez del elemento militar no es sino un síntoma de la inmadurez general de la revolución alemana.

El campo, que es de donde procede un gran porcentaje de la masa de soldados, sigue sin apenas haber sido tocado por la revolución. Berlín sigue estando hasta ahora prácticamente aislado del resto del país. Es cierto que en provincias los centros revolucionarios -Renania, la costa norte, Braunschweig, Sajonia, Württemberg- están en cuerpo y alma al lado de los proletarios de Berlín. Pero lo que sobre todo falta es coordinación en la marcha hacia adelante, la acción común directa que le daría una eficacia incomparablemente superior a la ofensiva y a la rapidez de movilización de la clase obrera berlinesa. Por otra parte, las luchas económicas, la verdadera fuerza volcánica que impulsa hacia adelante la lucha de clases revolucionaria, están todavía -lo que no deja de tener profundas relaciones con las insuficiencias políticas de la revolución apuntadas- en su estadio inicial.

De todo esto se desprende que en este momento era imposible pensar en una victoria duradera y definitiva. ¿Ha sido por ello un "error" la lucha de la última semana? Sí, si se hubiera tratado meramente de una "ofensiva " intencionada, de lo que se llama un "putsch". Sin embargo, ¿cuál fue el punto de partida de la última semana de lucha? Al igual que en todos los casos anteriores, al igual que el 6 de diciembre y el 24 de diciembre: ¡una brutal provocación del gobierno! Igual que el baño de sangre a que fueron sometidos manifestantes indefensos de la Chausseestrasse e igual que la carnicería de los marineros, en esta ocasión el asalto a la jefatura de policía de Berlín fue la causa de todos los acontecimientos posteriores. La revolución no opera como le viene en gana, no marcha en campo abierto, según un plan inteligentemente concebido por los "estrategas". Sus enemigos también tienen la iniciativa, sí, y la emplean por regla general más que la misma revolución.

Ante el hecho de la descarada provocación por parte de los Ebert-Scheidemann, la clase obrera revolucionaria se vio obligada a recurrir a las armas. Para la revolución era una cuestión de honor dar inmediatamente la más enérgica respuesta al ataque, so pena de que la contrarrevolución se creciese con su nuevo paso adelante y de que las filas revolucionarias del proletariado y el crédito moral de la revolución alemana en la Internacional sufriesen grandes pérdidas.

Por lo demás, la inmediata resistencia que opusieron las masas berlinesas fue tan espontánea y llena de una energía tan evidente que la victoria moral estuvo desde el primer momento de parte de la "calle".

Pero hay una ley vital interna de la revolución que dice que nunca hay que pararse, sumirse en la inacción, en la pasividad después de haber dado un primer paso adelante. La mejor defensa es el ataque. Esta regla elemental de toda lucha rige sobre todos los pasos de la revolución. Era evidente -y haberlo comprendido así testimonia el sano instinto, la fuerza interior siempre dispuesta del proletariado berlinés- que no podía darse por satisfecho con reponer a Eichhorn en su puesto. Espontáneamente se lanzó a la ocupación de otros centros de poder de la contrarrevolución: la prensa burguesa, las agencias oficiosas de prensa, el Vorwärts. Todas

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estas medidas surgieron entre las masas a partir del convencimiento de que la contrarrevolución, por su parte, no se iba a conformar con la derrota sufrida, sino que iba a buscar una prueba de fuerza general.

Aquí también nos encontramos ante una de las grandes leyes históricas de la revolución frente a la que se estrellan todas las habilidades y sabidurías de los pequeños "revolucionarios" al estilo de los del USP, que en cada lucha sólo se afanan en buscar una cosa, pretextos para la retirada. Una vez que el problema fundamental de una revolución ha sido planteado con total claridad -y ese problema es en esta revolución el derrocamiento del gobierno Ebert-Scheidemann, en tanto que primer obstáculo para la victoria del socialismo- entonces ese problema no deja de aparecer una y otra vez en toda su actualidad y con la fatalidad de una ley natural; todo episodio aislado de la lucha hace aparecer el problema con todas sus dimensiones por poco preparada que esté la revolución para darle solución, por poco madura que sea todavía la situación. "¡Abajo Ebert-Scheidemann!", es la consigna que aparece inevitablemente a cada crisis revolucionaria en tanto que única fórmula que agota todos los conflictos parciales y que, por su lógica interna, se quiera o no, empuja todo episodio de lucha a su mas extremas consecuencias.

De esta contradicción entre el carácter extremo de las tareas a realizar y la inmadurez de las condiciones previas para su solución en la fase inicial del desarrollo revolucionario resulta que cada lucha se salda formalmente con una derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de "guerra" -también es ésta una ley muy peculiar de ella- en la que la victoria final sólo puede ser preparada a través de una serie de "derrotas"!

¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del socialismo? La primera llamarada de la lucha de clases en Europa, el levantamiento de los tejedores de seda de Lyon en 1831, acabó con una severa derrota. El movimiento cartista en Inglaterra también acabó con una derrota. La insurrección del proletariado de París, en los días de junio de 1848, finalizó con una derrota asoladora. La Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el camino que conduce al socialismo -si se consideran las luchas revolucionarias- está sembrado de grandes derrotas.

Y, sin embargo, ¡ese mismo camino conduce, paso a paso, ineluctablemente, a la victoria final! ¡Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas "derrotas", de las que hemos sacado conocimiento, fuerza, idealismo! Hoy, que hemos llegado extraordinariamente cerca de la batalla final de la lucha de clases del proletariado, nos apoyamos directamente en esas derrotas y no podemos renunciar ni a una sola de ellas, todas forman parte de nuestra fuerza y nuestra claridad en cuanto a las metas a alcanzar.

Las luchas revolucionarias son justo lo opuesto a las luchas parlamentarias. En Alemania hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras "victorias" parlamentarias, íbamos precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue, cuando llegó el día de la gran prueba histórica, cuando llegó el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la victoria final en el futuro.

¡Pero con una condición! Es necesario indagar en qué condiciones se han producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha sobrevenido porque la energía combativa de las masas se ha

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estrellado contra las barreras de unas condiciones históricas inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción revolucionaria?

Ejemplos clásicos de ambas posibilidades son, respectivamente, la revolución de febrero en Francia y la revolución de marzo alemana. La heroica acción del proletariado de París en 1848 ha sido fuente viva de energía de clase para todo el proletariado internacional. Por el contrario, las miserias de la revolución de marzo en Alemania han entorpecido la marcha de todo el moderno desarrollo alemán igual que una bola de hierro atada a los pies. Han ejercido su influencia a lo largo de toda la particular historia de la Socialdemocracia oficial alemana llegando incluso a repercutir en los más recientes acontecimientos de la revolución alemana, incluso en la dramática crisis que acabamos de vivir.

¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco a la luz de las cuestiones históricas aludidas más arriba? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción?

¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masa berlinesas y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más reciente episodio.

La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta "derrota" una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta "derrota" florecerá la victoria futura. "¡El orden reina en Berlín!", ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana "se levantará estruendosamente" y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas:

¡Fui, soy y seré!