Roma - Checkpoint | España · la transición al Principado, protagoni-zados por un Julio César...

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ENERO | MARZO 2005 LEX NOVA la revista Texto y fotos: Carlos M. Martín R oma provoca en el visitante pri- merizo un constante clamor de sorpresa. No resulta sencillo descifrar las claves que explican la fascinación que esta ciudad ocasiona, indefectiblemente, en el viajero. Son muchos –su enumeración resultaría prolija– los factores que han contri- buido a sentar a la Ciudad Eterna en el trono del Olimpo de los mitos urba- nos. La trascendencia de su papel en el desarrollo de la Historia supera sus propios límites físicos. Conserva, dos milenios después de su instauración, la capitalidad espiritual de Occidente. Sobre un mosaico arquitectónico pla- gado de reminiscencias del auge polí- tico del Imperio, Sixto V sembró en la ciudad un enjambre de obeliscos. Representantes de los poderes religio- so y civil, familias adineradas y artis- tas de talla universal, como Miguel Ángel, Borromini, Bernini y la pléyade de genios que sintieron la vis atracti- va de la capital mundial de la cultura durante los años de producción rena- centista y barroca, dejaron en la ciu- dad la impronta de una concepción artística sublime, que asoma con expresividad rebosante tanto en el interior de fastuosas edificaciones como en el escaparate de la vía públi- ca. Además, Roma ha superado la ten- tación de enterrar su casco histórico bajo un sarcófago de hormigón, poniendo a salvo de la presión espe- culadora a «gloriosos espacios vacíos» que proclaman su tradición milena- ria. También ha resistido el influjo de la corriente arquitectónica que ha inundado las capitales europeas con modernos –y casi siempre insulsos– rascacielos. Pasado Imperial El peso de la historia milenaria se deja sentir en todos los rincones de la ciu- dad. La abundancia de vestigios que han podido eludir los efectos destruc- tivos del paso de los milenios permite al visitante reproducir imaginaria- mente múltiples pasajes de la historia antigua romana, desde el remoto Periodo de Los Reyes, allá por el siglo VI a. de C. en que la ciudad se amuralla y amuebla definitivamente con una auténtica urdimbre arquitec- tónica, hasta el advenimiento del Medievo. De los años de la República quedan exponentes desmembrados en los Templos del Largo de Argentina (*) que nos permiten reconocer el espí- ritu conciliador con que se intenta armonizar el concepto propio de la arquitectura etrusca con el diseño del edificio griego que, abrazado por columnata, invitaba a la contempla- ción perimetral. Cuando visitemos el Templo de Portunus (**), en el Forum Boarium podremos apreciar algunas características de aquella arquitectura Republicana. Los restos del Teatro di Marcelo (*) y la ampliación del Circo Máximo nos transportan a los años de la transición al Principado, protagoni- zados por un Julio César empeñado en Roma: Oriente y Occidente

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ENERO | MARZO 2005LEX NOVAl a r e v i s t a

Texto y fotos: Carlos M. Martín

Roma provoca en el visitante pri-merizo un constante clamor desorpresa. No resulta sencillo

descifrar las claves que explican lafascinación que esta ciudad ocasiona,indefectiblemente, en el viajero. Sonmuchos –su enumeración resultaríaprolija– los factores que han contri-buido a sentar a la Ciudad Eterna en eltrono del Olimpo de los mitos urba-nos. La trascendencia de su papel en eldesarrollo de la Historia supera suspropios límites físicos. Conserva, dosmilenios después de su instauración,la capitalidad espiritual de Occidente.Sobre un mosaico arquitectónico pla-gado de reminiscencias del auge polí-tico del Imperio, Sixto V sembró en laciudad un enjambre de obeliscos.Representantes de los poderes religio-so y civil, familias adineradas y artis-tas de talla universal, como MiguelÁngel, Borromini, Bernini y la pléyadede genios que sintieron la vis atracti-

va de la capital mundial de la culturadurante los años de producción rena-centista y barroca, dejaron en la ciu-dad la impronta de una concepciónartística sublime, que asoma conexpresividad rebosante tanto en elinterior de fastuosas edificacionescomo en el escaparate de la vía públi-ca. Además, Roma ha superado la ten-tación de enterrar su casco históricobajo un sarcófago de hormigón,poniendo a salvo de la presión espe-culadora a «gloriosos espacios vacíos»que proclaman su tradición milena-ria. También ha resistido el influjo dela corriente arquitectónica que hainundado las capitales europeas conmodernos –y casi siempre insulsos–rascacielos.

Pasado ImperialEl peso de la historia milenaria se dejasentir en todos los rincones de la ciu-dad. La abundancia de vestigios quehan podido eludir los efectos destruc-tivos del paso de los milenios permite

al visitante reproducir imaginaria-mente múltiples pasajes de la historiaantigua romana, desde el remotoPeriodo de Los Reyes, allá por elsiglo VI a. de C. en que la ciudad seamuralla y amuebla definitivamentecon una auténtica urdimbre arquitec-tónica, hasta el advenimiento delMedievo. De los años de la Repúblicaquedan exponentes desmembradosen los Templos del Largo de Argentina(*) que nos permiten reconocer el espí-ritu conciliador con que se intentaarmonizar el concepto propio de laarquitectura etrusca con el diseño deledificio griego que, abrazado porcolumnata, invitaba a la contempla-ción perimetral. Cuando visitemos elTemplo de Portunus (**), en el ForumBoarium podremos apreciar algunascaracterísticas de aquella arquitecturaRepublicana. Los restos del Teatro diMarcelo (*) y la ampliación del CircoMáximo nos transportan a los años dela transición al Principado, protagoni-zados por un Julio César empeñado en

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dotar a Roma de espectaculares estruc-turas urbanísticas –aunque alguna desus ideas resultase tan peregrina comola propuesta de desvío de un tramo delrío Tíber–. El período del Imperio llegade la mano de Augusto con ansias depacificación. Para conmemorar laimplantación de la Pax Augusta, tras lasbatallas del Mediterráneo, se erigió elAra Pacis (**), cuyas inacabables tareasde restauración ocasionan en el visitan-te la frustración de no poder contem-plar a plena satisfacción uno de los másemblemáticos vestigios de la historiade la ciudad. No obstante, la oferta delcatálogo de joyas arquitectónicascorrespondiente a la etapa Imperialresulta inagotable. Tras asomarnos a losmiradores que se abren sobre el Foro(**) y la Columna de Trajano (**), podre-mos caminar por las desgastadas calza-das del Foro Romano (***) y ascenderhasta la plataforma del Palatino (***)para retroceder idealmente en el tiem-po hasta imaginar episodios de la épo-ca. Huroneando en las laberínticasentrañas del ciclópeo Coliseo (***) reme-

moraremos el desahogo de las frustra-ciones y pasiones sanguinarias de loshabitantes de un Imperio sin apenascabida para la conmiseración. En susinmediaciones, la arqueología ha resca-tado las hechuras de la Domus Aurea(*), que, hoy desnuda y antaño ricamen-te alhajada, se conserva como exponen-te residual del fastuoso complejo pala-ciego con que Nerón dejó muestras desu delirio de grandeza. Nuestro repasosumario a la Roma Imperial nos condu-cirá al corazón histórico de la ciudad,para visitar exponentes como el Mau-soleo de Augusto (**), el templo deAdriano (*) o el majestuoso Pantheón(***), obra también impulsada porAdriano en el siglo II, cuya soberbiacolumnata exterior compite en bellezay mérito arquitectónico con el prodigiode su cúpula.

Roma sacraLa Ciudad Eterna ha reunido, en sudecurso milenario, la colección de artesacro más abrumadora del orbe. Sucapacidad de fascinación reside tanto

en la asombrosa magnitud de la arqui-tectura como en el ornato con que lasartes de compañía han amueblado susnichos y paredes. Se cuentan por cen-tenares las iglesias consideradas deprimer nivel en cuanto a interés turís-tico. Extraer todo su provecho a laoferta romana de arte religioso estarea en la que muchos habitantes dela ciudad han empleado toda una vidasin llegar a conseguirlo. Debe reco-mendarse, por ello, al visitante some-tido a la esclavitud del tiempo limita-do que opte por señalar en su agendaun exiguo número de objetivos a losque pueda dedicar el tiempo quemerecen, para degustar concienzuda-mente los motivos con que nos des-lumbrará cada templo, antes de entre-garse a una carrera frenética en pos detodas las iglesias que destacan lasguías como dignos de contemplación,aunque todas, sin duda, lo sean. Deeste modo podrá el viajero dejar que elasombro que provoca el fascinanteinterior de Santa María la Mayor (***)desarrolle completamente sus efectos,

Panorámica del Foro de Trajano desde Il Vittoriano.

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saborear pausadamente la espectacu-lar irrupción del Moisés de MiguelÁngel (***) en un San Pietro in Vincoleque pasaría inadvertido de no venir elvisitante prevenido por las guías turís-ticas o disfrutar con la debida sereni-dad el sabor bizantino de los mosaicosy pinturas ya milenarios de San Juande Letrán (**), Santo Estéfano (*), SantaMaría in Dominica (*), Santa Prassede(*) y San Clemente (*). Exige sosiegoapreciar la elegancia del peculiarmodo de entender el románico en latorre de Santa María in Cosmedin (**) odeleitarse contemplando el Éxtasis deSanta Teresa (***), obra con la que GianLorenzo Bernini dejó muestra de sumagia en Santa María della Victoria.Debe elevarse con serenidad la miradahacia las bóvedas de amplia luz de SanIgnacio (**) o Gesú (**) y escudriñar condetenimiento, en Sant´Andrea al Qui-rinale (**), la concepción arquitectóni-ca con la que Bernini elevó este temploa la categoría de obra maestra delbarroco romano. Aún habremos dereservar tiempo para disfrutar lamagia de los exponentes del otro ladodel Tíber, entre la que puede destacar-se, sin demérito de otros ejemplos, auna admirable Santa María in Traste-vere (**).

Pasión por el coleccionismoQuien crea haber contemplado lasmás exquisitas obras de arte del mun-do sin haber visitado la Galería Borg-hese (***) tiene aún una asignaturapendiente en este maravilloso reductode la exaltación artística. Bernini dejóaquí muestra de su virtuosismo. Locomprobaremos al contemplar comolos dedos del raptor Plutón se hundenen la marmórea carne de Proserpina.Las horas que el visitante dedique arecorrer este museo de la belleza que-darán grabadas como uno de los másimborrables recuerdos romanos. Romaha ejercido como capital milenaria dela cultura, y la consecuencia de estavocación se deja ver en la inagotablerelación de colecciones artísticas, agru-padas por familias pudientes, queesconden sus viejos palacios, algunosde los cuales abren hoy sus puertas alvisitante. En la Galería Pamphilj (**)podremos rastrear una interesante

muestra pictórica, antes de caer atra-pados en la atmósfera que exhala lapequeña estancia donde se muestranlas auténticas joyas de la colección: unmaravilloso retrato de Inocencio X deun Velázquez genial y un sublime bus-to del sumo pontífice debido a lamágica mano de Bernini. La hermosavitola renacentista de Villa Giulia (**)esconde una interesante colección dearte etrusco. El Palacio Spada Capodife-rro (*) alberga una Galería que ofreceuna muestra pictórica de los siglos XVII yxVIII, además de asombrarnos con ladestreza arquitectónica de un Borromi-ni especialmente inspirado en la con-cepción de la Galería Ilusionista. Tam-bién nos asombrará el ideario de estegenio de la arquitectura en el Palazzo

Barberini (*), donde, además de dibujarlas hechuras del edificio, descendió aldetalle diseñando una espléndida esca-lera helicoidal. En la colección del Palaz-zo Corsini (*) podremos descubrir elinnovador concepto del juego de la luzen la pintura de Caravaggio. El MuseoNazionale Romano (**) recoge unimpresionante repertorio de tesorosrescatados por una Arqueología que enRoma se siente desbordada. En el Palaz-zo Venezia (*) se exhibe el museo deartes decorativas más notable de la ciu-dad. Las pinacotecas y fondos de escul-tura de los Museos Capitolinos (**) delPallazo dei Conservatori y Palazzo Nuo-vo se nos muestran pletóricas de obrasespectaculares, con exponentes queabarcan un arco temporal que hunde

Templos –Hércules y Portuno– del Forum Boarium.

Palazzo Sant’Angelo.

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sus más remotas raíces en lejanasfechas de la Antigüedad… Son sólo algu-nos de los múltiples focos romanos decoleccionismo donde podremos disfru-tar expresiones del genio arquitectóni-co, pictórico y escultórico que aglutinauna ciudad donde, durante milenios, seenseñoreó la más sublime creatividadartística.

Paseos romanosRoma es un paraíso para el caminante.Siendo muchos los motivos para laexaltación anímica que se derivan dela contemplación artística, el recuerdomás vívido que el visitante se lleva deesta ciudad tiene mucho que ver con laemoción íntima que causa el pausadotránsito por su anárquico laberinto deviejas callejuelas, por las que el cami-nante pasea imbuido en una atmósfe-ra mágica, saboreando la aristocráticadecadencia de viejos y señoriales edifi-cios, de los que parece querer despren-derse la amarillenta pintura, displi-cente, cansada de una centenarialucha contra las inclemencias meteo-rológicas.

Debe advertirse que cierta anarquíay una interpretación más bien relajada

de las normas de circulación vial de losconductores hacen que el tránsitopedestre por Roma resulte una peque-ña aventura. Cualquier vacilación en elviandante a la hora de hacer valer supreferencia es interpretada por el con-ductor como una renuncia a la priori-dad. Para cruzar por un paso de cebra,el peatón debe manifestar una volun-tad resuelta de imponer su derecho…¡sin caer en la temeridad!

Contacte con la magia de la ciudaden la Fontana de Trevi (***), en plenocorazón del casco histórico. Una vezdegustado el encanto del lugar –que niel permanente exceso de afluenciaturística ni el agobiante asalto de losvendedores callejeros consiguen disi-par–, comience a caminar abandonán-dose al impulso de su primer pálpito,con la seguridad de que el paseo le con-ducirá por lugares encantadores. Quizáse encamine hacia Campo de Fiori (**),entrañable escenario para el descubri-miento de la urdimbre tradicional deuna Roma que nos devuelve a un mun-do interiorista, cálido y amable. En todocaso, el paseo anárquico por el centro dela ciudad desvelará que Roma es ciudadpródiga en hermosas plazas, palacios

imponentes y encantadoras fuentes.Cualquier recorrido por el centro histó-rico permite desembocar en espaciosque se abren a la fascinación, comoNavona (***), Spagna (***), Popolo (**),Colona (*), Venezia (**) y un largo rosariode ejemplos, todos notables. La repro-ducción nominal del conjunto de losPalacios y Villas romanos resultaríaprolija. Villa Medicci (**), Palazzo Farne-se (**), Castello Sant´Angelo (**) y unainagotable colección de fantásticas sor-presas arquitectónicas irán desgranan-do ante los atónitos ojos del caminante,durante sus paseos en uno y otro ladodel Tíber, las mejores esencias de Roma.

Antes o después, el visitante seencontrará ante la escalinata de Il Vit-toriano (*). Es un edificio transgresor.El turista se detiene con cierto escepti-cismo frente a este cíclope de mármol,sin saber muy bien a que atenerse a lahora de emitir un juicio inicial. Intuyealgún componente de excesiva teatra-lidad en esta propuesta arquitectónicadecimonónica que rompe los moldesque hicieron de la Ciudad Eterna lacuna de la elegancia para entregarse allujo de lo superfluo y a las dimensio-nes abrumadoras como argumentos

Foro romano. Arco de Settimo Severo.

con los que, a falta de otros recursosimaginativos, pretende impresionar alvisitante, aunque para ello deba per-mitirse prebendas tan cuestionablescomo la de ocultar a Santa Maríad´Aracoeli (**). Su extraordinarioemplazamiento, no obstante, convier-te a este delirio de grandeza en esplén-dida atalaya para disfrutar del fasci-nante entorno que abraza a la«máquina de escribir», apodo con elque los habitantes de la ciudad hancastigado al ciclópeo Vittoriano, cuyaalba pátina y apabullante entidad noacaban de encontrar plácido acomodoen un panorama circundante cargadode sabrosa discreción clásica.

La hora del crepúsculo vespertinocobra especial interés en Roma por laespectacularidad de los atardeceresque se disfrutan desde el cómodo ote-adero de la Piazalle de Napoleone I (**)en los Jardines Pincio. Una alternativatambién recomendable invita a com-partir con millares de habitantes yvisitantes de la ciudad la ceremoniade salutación al crepúsculo vesperti-no desde las escalinatas de la Plaza deEspaña (***).

El caminante más esforzado tieneen Trastevere y Gianicolo dos referen-cias inexcusables para captar el almade la otra cara de la ciudad. Propone-mos un largo y placentero paseo quepermite disfrutar de rincones periféri-cos de innegable atractivo. Con motivode la visita a la Piazza della Boca dellaVeritá, y una vez nos hayamos recrea-do en la contemplación de motivos deinterés tan notables como el Arco deJano, los templos del Foro Boarium o laespléndida iglesia de Santa María inCosmedian, y acaso cumplido el trámi-te de comprobar cuánto tiene de ver-dad la leyenda que asegura que quienintroduzca la mano en la famosa Bocade la Verdad se cerrará despiadada-mente sobre quien tenga alguna infi-delidad pendiente de justificar, podre-mos ingresar en la barriada delTrastevere (**) a través del Ponte Palati-no, desde el que se obtienen bellas vis-tas del Ponte Rotto (**) e isla Tiberina.Tras obligada detención en la plaza deSanta María (**), la parte más exigentedel trayecto nos obliga a ascender has-ta San Pietro in Montorio, donde el

Renacimiento esconde su emblemapionero del Tempietto (**), obra con laque Bramante abrió las puertas alnuevo movimiento artístico que tor-naba los ojos a los valores humanísti-cos y estéticos de la antigüedad clási-ca. San Pietro in Montorio (**) ofreceun oteadero que abre fascinantes vis-tas sobre el corazón de la ciudad, qui-zá para compensar el eventual esfuer-zo de su trepada. Desde aquí sealcanza, ahora con comodidad, el Gia-nicolo, espléndido entorno para elrecreo del caminante. Hacia naciente,el corazón de la ciudad hace destacarlas cúpulas de sus innumerables tem-plos sobre el raso arquitectónico de laurbe. La Basílica de San Pedro recla-ma, al noroeste, la atención del vian-dante, haciendo resaltar los elemen-tos más destacados de su imponente

arquitectura entre los troncos deesbeltos pinos que medran en los jar-dines.

Ciudad del VaticanoLa muerte natural del paseo que cierrael capítulo anterior nos deja a los piesde la Ciudad del Vaticano. Nada se pue-de decir del conjunto arquitectónico deSan Pedro (***) que no conozca de ante-mano el visitante. Acoge en el interiorde su imponente Basílica emblemasartísticos tan populares como la Piedadde un Miguel Ángel que en sus añosjuveniles ya enseñaba la promesa de sugenio o el Baldaquino de Bernini, con elque todos tomamos contacto en la ado-lescencia a través los libros de texto.Requerirá tiempo apreciar todos susmotivos de interés. No menos pacien-zuda debe ser la visita a los Museos

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Panorámica de Roma desde Plaza Garibaldi.

Vaticanos (***). La simple cita de laextraordinaria Capilla Sixtina o de lasmaravillosas Estancias de Rafael haceinnecesaria cualquier tentación deabusar de la recomendación de suvisita.

Oriente y OccidenteTodos los caminos continúan condu-ciendo a Roma, aunque el visitantemoderno haya sustituido la sobriaropa talar del viejo peregrino de anta-ño por la inconfundible vitola quecaracteriza al moderno turista.

Roma ha desempeñado durantemilenios, con inequívoco carácterintegrador, su vocación de sincretismocultural. No puede extrañar, por ello,que algunos escritores, como Gómez iOliver, hayan calificado a esta urbecomo la ciudad más occidental deOriente. ■

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>La implantación de losnuevos «vuelos económi-cos» ha comenzado a des-viar el flujo de visitanteshacia pequeños aeropuer-tos periféricos, comoCiampino, que se erige ennuevo y pujante punto dedestino. Para enlazar conel corazón urbano desdeeste aeropuerto existe unaalternativa económica,para los autobuses, quesuelen ofertar las compa-ñías aéreas. Junto a suentrada localizaremos laparada del autobús queenlaza con Anagnina,estación terminal demetro de la línea que con-duce hasta Barberini,Spagna y otros enclavesdel corazón urbano.

>Para los desplazamientosmetropolitanos, Romacuenta con una sencillared de metro, compuestapor dos líneas que reco-rren diagonalmente elentramado urbano. Sucobertura, por obviasrazones arqueológicas, noalcanza a todos los puntosturísticos neurálgicos. PeroRoma, a pesar de sudimensión, es ciudad muyasequible para el turistadispuesto a disfrutar como

peatón de la inagotableoferta de sorpresas queofrecen sus encantadorascalles.

>Si pretende economizaren las comidas, cercióresede que los precios de lacarta incluyen cubierto,servicio y extras de cual-quier naturaleza. Asegúre-se, también, de que labebida que pide, corres-ponde a sus deseos. A faltade indicación le servirán,en muchos de los restau-rantes que proliferan cercade los puntos turísticosmás visitados, la opción

menos económica. ¡Lacuenta puede versedesagradablemente corre-gida mediante la aplica-ción a la suma que se habíaimaginado de un notablecoeficiente corrector!

>Madrugue para entraren los museos vaticanosdurante las épocas demáxima afluencia de visi-tantes y en las de horariorestringido. La mareahumana que forma colapara adquirir entradaspuede alcanzar centenaresde metros con el avancede la mañana.

Basílica de San Pedro.

MUY PRÁCTICO

Leyenda: (*) interesante, (**) muy interesante, (***) imprescindible