Robot salvaje - ForuQ

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ÍNDICE

Capítulo 1. El Océano

Capítulo 2. Las Nutrias

Capítulo 3. Robot

Capítulo 4. La robot sale del cascarón

Capítulo 5. El cementerio robot

Capítulo 6. El ascenso

Capítulo 7. La naturaleza

Capítulo 8. Las piñas de los pinos

Capítulo 9. La montaña

Capítulo 10. El recordatorio

Capítulo 11. La robot duerme

Capítulo 12. La tormenta

Capítulo 13. Secuelas

Capítulo 14. Los osos

Capítulo 15. La huida

Capítulo 16. El pino

Capítulo 17. El insecto camuflado

Capítulo 18. LA robot camufladA

Capítulo 19. Las observaciones

Capítulo 20. El idioma de los animales

Capítulo 21. La introducción

Capítulo 22. La nueva palabra

Capítulo 23. El zorro herido

Capítulo 24. El accidente

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Capítulo 25. El huevo

Capítulo 26. El artista

Capítulo 27. El gansito

Capítulo 28. La vieja gansa

Capítulo 29. Los castores

Capítulo 30. El Nido

Capítulo 31. La primera noche

Capítulo 32. El ciervo

Capítulo 33. El jardín

Capítulo 34. La madre

Capítulo 35. El primer baño

Capítulo 36. El gansito crece

Capítulo 37. La ardilla

Capítulo 38. La nueva amistad

Capítulo 39. El primer vuelo

Capítulo 40. El barco

Capítulo 41. El verano

Capítulo 42. La familia extraña

Capítulo 43. El gansito despega

Capítulo 44. El fugitivo

Capítulo 45. Los robots muertos

Capítulo 46. La pelea

Capítulo 47. El desfile

Capítulo 48. El nuevo pie

Capítulo 49. El aviador

Capítulo 50. El botón

Capítulo 51. El otoño

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Capítulo 52. La parvada

Capítulo 53. La migración

Capítulo 54. El invierno

Capítulo 55. Los huéspedes

Capítulo 56. Las nuevas cabañas

Capítulo 57. El fuego

Capítulo 58. Las conversaciones

Capítulo 59. La primavera

Capítulo 60. El pescado

Capítulo 61. Las historias de la robot

Capítulo 62. El regreso

Capítulo 63. El viaje

Capítulo 64. El robot especial

Capítulo 65. La invitación

Capítulo 66. La celebración

Capítulo 67. El amanecer

Capítulo 68. Los RECOS

Capítulo 69. El robot defectuoso

Capítulo 70. La caza comienza

Capítulo 71. El asalto al bosque

Capítulo 72. Estruendo de la montaña

Capítulo 73. La persecución

Capítulo 74. El clic

Capítulo 75. El último rifle

Capítulo 76. El robot descompuesto

Capítulo 77. La reunión

Capítulo 78. La despedida

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Capítulo 79. La partida

Capítulo 80. El cielo

Una nota sobre esta historia

Agradecimientos

Sobre el Autor

Créditos

Planeta de libros

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Para los robots del futuro

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CAPÍTULO 1

EL OCÉANO

Nuestra historia comienza en el océano, con viento, lluvia, rayos y

truenos. Un huracán que, furioso, rugía en medio de la noche. Y en

medio del caos, un barco de carga encalló

hondo

hondo

hondo

en el fondo del océano.

El barco dejó cientos de cajas flotando en la superficie. Pero a

medida que el huracán azotaba, giraba y hacía que chocaran, las

cajas también comenzaron a hundirse en las profundidades. Las

olas las tragaron una tras otra, hasta que tan sólo quedaron cinco.

Por la mañana el huracán se había disipado. No había nubes, ni

barcos ni tierra a la vista. Sólo había aguas tranquilas, cielos

despejados y esas cinco cajas que flotaban perezosamente siguiendo

una corriente oceánica. Los días pasaron. Luego apareció una

mancha verde en el horizonte. Cuando las cajas se acercaron, las

suaves formas verdes se convirtieron lentamente en los bordes

duros de una isla salvaje y rocosa.

La primera caja se dirigió a la orilla en una ola ruidosa y se

precipitó contra las rocas con tal fuerza que se hizo pedazos.

Ahora, lector, lo que no he mencionado es que dentro de cada caja

había un robot completamente nuevo. El buque de carga

transportaba cientos de ellos antes de que lo arrastrara la

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tormenta. Ahora sólo quedaban cinco. En realidad, sólo quedaban

cuatro, porque cuando esa primera caja chocó contra las rocas, el

robot se hizo añicos.

Lo mismo le sucedió a la siguiente caja: se estrelló contra las

rocas y las partes del robot volaron por todos lados. Y lo mismo le

sucedió a la siguiente caja. Y a la siguiente. Extremidades y torsos

de robot fueron arrojados contra las rocas. Una cabeza salpicó un

charco de agua de mar. Un pie robótico se deslizó sobre las olas.

Y luego vino la última caja. Siguió el mismo camino que las otras,

pero en lugar de chocar contra las rocas, llegó chapoteando contra

los restos de las primeras cuatro. Pronto, más olas la sacaron del

agua. Se elevó por el aire, girando y brillando hasta que se estrelló

contra una saliente rocosa. La caja estaba agrietada y arrugada,

pero el robot en su interior estaba a salvo.

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CAPÍTULO 2

LAS NUTRIAS

La costa norte de la isla se había convertido en una especie de

cementerio robot. Dispersos a lo largo de las rocas estaban los

cuerpos rotos de cuatro robots muertos. Centelleaban bajo la luz de

la luna. Y sus destellos llamaron la atención de unas criaturas muy

curiosas.

Un grupo de nutrias marinas saltaba sobre los montículos cuando

una se percató de los objetos brillantes. Todas las nutrias se

congelaron. Levantaron la nariz al viento. Pero sólo olieron el mar.

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Así que se deslizaron cautelosamente sobre las rocas para echar un

vistazo más de cerca.

El grupo se acercó lentamente al torso de un robot. La nutria más

grande levantó una pata, golpeó con fuerza aquella cosa pesada y

rápidamente retrocedió de un salto. Pero no pasó nada. Así que se

arrastraron hacia la mano de un robot. Otra nutria valiente

extendió una pata y volteó la mano. Hizo un hermoso tintineo

contra las rocas, y las nutrias chirriaron de gusto.

Se extendieron y jugaron con brazos, piernas y pies robóticos.

Voltearon más manos. Una de las nutrias descubrió una cabeza de

robot en un charco de mar, y todas se sumergieron y se turnaron

para rodar por el fondo.

Y luego descubrieron algo más. Más allá del cementerio estaba la

única caja sobreviviente; tenía los costados raspados y abollados, y

una gran cortada recorría la parte superior. Las nutrias corrieron

por las rocas y treparon a la gran caja. Diez caras peludas se

asomaron por la cortada, ansiosas por ver qué había dentro. Lo que

vieron fue otro robot completamente nuevo. Pero este era diferente

de los demás. Todavía estaba en una sola pieza. Y lo rodeaba una

esponjosa espuma de embalaje.

Las nutrias metieron las patas a través de la abertura y

rompieron la espuma. ¡Era tan suave y blanda! Chirriaron

mientras apartaban esas cosas esponjosas, que flotaban hechas

girones en la brisa del mar. Y debido a tanta emoción, la pata de

una nutria golpeó accidentalmente un botoncito importante en la

parte posterior de la cabeza del robot.

Clic.

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Les tomó un tiempo darse cuenta de que algo estaba sucediendo

dentro de la caja. Pero un momento después lo escucharon. Un

zumbido sordo. Todas se detuvieron y miraron. Y luego el robot

abrió los ojos.

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CAPÍTULO 3

ROBOT

El cerebro de la computadora del robot arrancó. Sus programas

comenzaron a conectarse. Y luego, todavía empaquetado en su caja,

comenzó a hablar automáticamente.

—Hola, soy la unidad ROZZUM 7134, pero puedes llamarme Roz.

Mientras mis sistemas robóticos se activan, te contaré sobre mí.

»Una vez que esté completamente activada, podré moverme,

comunicarme y aprender. Tan sólo dame una tarea y la completaré.

Con el tiempo, encontraré mejores formas de realizar mis tareas.

Me convertiré en una robot mejor. Cuando no me necesites, me

mantendré alejada, en buen estado de funcionamiento.

»Gracias por tu tiempo. Ahora estoy completamente activada.

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CAPÍTULO 4

LA ROBOT SALE DEL CASCARÓN

Como quizá sepas, los robots realmente no sienten emociones. No

como los animales. Y sin embargo, mientras estaba sentada en su

caja arrugada, Roz sintió algo parecido a la curiosidad. Tenía

curiosidad por la cálida bola de luz que brillaba arriba. Entonces el

cerebro de su computadora se puso a trabajar y la identificó. Era el

sol.

La robot sintió que su cuerpo absorbía la energía del sol. Con cada

minuto que pasaba se sentía más despierta. Cuando su batería

estuvo llena, Roz miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba

guardada dentro de una caja. Trató de mover los brazos, pero

estaban sujetos con cuerdas. Así que aplicó más fuerza, los motores

en sus brazos zumbaron un poco más fuerte y las cuerdas se

rompieron. Luego levantó las manos y abrió la caja. Como un

recién nacido que rompe su caparazón, Roz salió al mundo.

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CAPÍTULO 5

EL CEMENTERIO ROBOT

Aquellas nutrias ahora se escondían detrás de una roca. Asomaron

nerviosamente las cabezas redondas y vieron surgir de la caja a un

monstruo brillante. El monstruo giró despacio la cabeza mientras

escaneaba la costa y continuó girándola hasta que miró

directamente a las nutrias.

—Hola, nutrias, mi nombre es Roz.

La voz de la robot fue demasiado para las asustadizas criaturas.

La más grande chilló, y todo el grupo huyó de repente. Galoparon

hasta el otro lado del cementerio de robots, se tiraron al océano y se

desplazaron por las olas lo más rápido que pudieron.

Roz las observó marcharse, y sus ojos se detuvieron en los

centelleantes objetos que cubrían la orilla. Parecían extrañamente

familiares. La robot balanceó la pierna izquierda hacia adelante,

luego la derecha y así comenzó a dar sus primeros pasos. Se alejó

de su empaque, subió las rocas y cruzó el sitio hasta quedar parada

sobre un cuerpo roto de robot. Se inclinó y vio la palabra ROZZUM

ligeramente grabada en el torso. Se percató de que todos los torsos,

incluido el suyo, tenían la misma palabra.

Roz continuó explorando el cementerio hasta que una pequeña y

juguetona ola mojó las rocas. Se alejó automáticamente. Entonces

una ola más grande se dirigió hacia ella, y se volvió a alejar. Y

luego una ola gigantesca se estrelló sobre las rocas y sepultó todo el

cementerio. La pesada masa de agua golpeó su cuerpo y la tiró al

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suelo, sus sensores de daños se encendieron por primera vez. Un

momento después, la ola se había ido, y Roz yacía allí, goteando,

abollada y rodeada de robots muertos.

Roz podía sentir sus instintos de supervivencia, la parte del

cerebro de su computadora que hacía que quisiera evitar el peligro

y cuidarse a sí misma para seguir funcionando correctamente. Sus

instintos le sugerían alejarse del océano. Se puso de pie con

cuidado y vio que, muy por encima de la orilla, la tierra estaba

llena de árboles, hierbas y flores. Se veía exuberante y seguro allá

arriba. Parecía un lugar mucho mejor para nuestra robot. Sólo

había un problema. Para llegar allá, tendría que trepar por los

acantilados.

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CAPÍTULO 6

EL ASCENSO

¡Crac!

¡Tunk!

¡Clang!

Roz estaba teniendo problemas para escalar los acantilados.

Tenía una nueva abolladura en la parte posterior y un rasguño

largo en el costado. Estaba a punto de recibir otro golpe cuando un

cangrejo salió de debajo de un trozo de madera que flotaba.

El cangrejo levantó la vista e inmediatamente mostró sus tenazas

gigantes. Todos tenían miedo de sus tenazas. Pero no la robot que

se limitó a mirarlo y se presentó.

—Hola, cangrejo, me llamo Roz.

Después de un breve enfrentamiento, el cangrejo retrocedió

cauteloso. Y fue entonces cuando Roz notó cuán fácilmente se

movía sobre las rocas. Con su postura amplia y sus patas

adherentes, el cangrejo podía arrastrarse en cualquier roca.

Entonces decidió probar su técnica para escalar. Extendió los

brazos y colocó las manos en el acantilado. Metió un pie en una

grieta y levantó el otro en una saliente angosta, y de pronto ya

estaba escalando.

Se movió con torpeza al principio. Un trozo de roca se desprendió

bajo su mano, y tuvo problemas para encontrar puntos de apoyo.

Pero a medida que subía más y más, comenzó a dominarlo.

Las gaviotas graznaron desde sus nidos en el acantilado y se

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dispersaron cuando la robot se acercó demasiado, pero no les hizo

caso. Estaba concentrada en llegar a la cima: subía y subía y subía,

introduciéndose metódicamente entre nidos, salientes y pequeños

árboles enraizados en las grietas, y en poco tiempo nuestra robot

sintió la suave tierra de la isla bajo sus pies.

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CAPÍTULO 7

LA NATURALEZA

Los sonidos de animales llenaron el bosque. Chirridos, aleteos y

crujidos en la maleza. Y luego, desde los acantilados del mar,

llegaron nuevos sonidos. Pasos pesados y crujientes. Los animales

del bosque guardaron silencio, y desde sus escondites vieron que un

monstruo resplandeciente pasaba pisando fuerte.

Pero el bosque no era un lugar cómodo para Roz. Rocas

escarpadas, árboles caídos y maleza enmarañada le dificultaban

caminar. Avanzó tambaleándose, luchando por mantener el

equilibrio, hasta que su pie se enganchó y cayó como una tabla. No

fue una mala caída. Sin golpes, sin abolladuras, sólo suciedad. Pero

estaba programada para mantenerse en buen estado de

funcionamiento, y una vez que se levantó, de inmediato comenzó a

limpiarse. Movió las manos sobre su cuerpo rápidamente,

sacudiendo y recogiendo cada mota de suciedad.

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Sólo cuando volvió a quedar reluciente continuó caminando a

través del bosque.

Roz siguió tropezando hasta que encontró un pedazo de terreno

plano y abierto, alfombrado con agujas de pino. Parecía un lugar

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seguro, y eso era lo único que la robot quería, así que se quedó allí,

inmóvil, con sus líneas y ángulos perfectos en contraste con las

formas irregulares de la naturaleza salvaje.

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CAPÍTULO 8

LAS PIÑAS DE LOS PINOS

Si te paras en un bosque el tiempo suficiente, al final algo te caerá

encima. Y Roz había estado parada en el bosque lo suficiente. Un

viento suave susurró entre las copas de los árboles, y luego, ¡clonc!,

una piña le rebotó en la cabeza. La robot bajó la vista y observó

cómo rodaba la piña hasta detenerse. Parecía inofensiva, por lo que

Roz regresó a su rutina de no hacer nada.

Unas horas más tarde, una ráfaga de viento atravesó las copas de

los árboles y luego, ¡clinc!, la robot bajó la mirada al tiempo que

otra piña rodaba.

Y unas pocas horas después, un viento aullador rasgó las copas de

los árboles, doblando troncos y sacudiendo ramas y luego, ¡clinc!,

¡clonc!, ¡clanc!, comenzó a caer una lluvia de piñas. ¡Clinc!, ¡clonc!

Roz sintió algo parecido a la molestia. ¡Clonc! Revisó el área

rápidamente buscando un lugar seguro lejos de las piñas. Y

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encontró el lugar perfecto cuando levantó la vista hacia la gran

forma rocosa que se alzaba sobre el bosque.

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CAPÍTULO 9

LA MONTAÑA

Roz estaba caminando, pisando fuerte por la montaña. El denso

bosque y los afloramientos rocosos forzaban a la robot a moverse en

zigzag y retroceder, pero después de una hora de caminata

constante, llegó al escarpado pico de la montaña.

Hierbas, flores y arbustos brotaban de cada grieta en el suelo.

Pero no había árboles en la parte superior. Roz estaba a salvo de

esas molestas piñas. Se sacudió el polvo y luego trepó

cuidadosamente por una losa inclinada de piedra hasta el punto

más alto de la montaña.

La robot giró lentamente la cabeza por completo. Vio que el

océano se extendía hacia el horizonte en todas direcciones. Y en ese

momento Roz comprendió lo que tú y yo hemos sabido desde el

comienzo de esta historia. En ese momento finalmente se dio

cuenta de que estaba en una isla.

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Roz bajó la mirada y observó la isla. Comenzando desde el punto

arenoso del sur, la isla se hacía más ancha, más verde y más

empinada hasta que finalmente se adentraba en el cono rocoso de

la montaña. En algunos lugares la montaña se empinaba formando

precipicios. Una cascada caía desde un acantilado y alimentaba un

río que serpenteaba en medio de un gran prado en el centro de la

isla. El río pasaba junto a flores silvestres, estanques y rocas, y

luego desaparecía en el bosque.

Las formas borrosas de repente limitaban la visión de la robot.

Volvió a enfocar los ojos y vio unos buitres dando vueltas sobre las

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faldas de la montaña. Entonces se percató de unas lagartijas que se

calentaban sobre una roca distante. Un tejón se asomó desde un

arbusto de bayas. Un alce vadeaba una corriente. Una bandada de

gorriones viró al mismo tiempo sobre los árboles. La isla estaba

llena de vida. Y ahora albergaba un nuevo tipo de vida. Un extraño

tipo de vida. Vida artificial.

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CAPÍTULO 10

EL RECORDATORIO

Debo recordarte, lector, que Roz no tenía idea de cómo había llegado

a esa isla. No sabía que había sido construida en una fábrica y

luego almacenada en una bodega antes de cruzar el océano en un

buque de carga. No sabía que un huracán había hundido el buque y

había dejado su caja flotando sobre las olas durante días hasta que

finalmente llegó a la orilla. No sabía que las curiosas nutrias

marinas la habían activado accidentalmente. Cuando la robot miró

hacia la isla, ni siquiera se le ocurrió que quizá no pertenecía a ese

lugar. Por lo que Roz sabía, estaba en casa.

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CAPÍTULO 11

LA ROBOT DUERME

Roz se paró en la cima y observó el sol hundirse detrás del océano;

observó cómo las sombras se extendían lentamente sobre la isla y

la ladera de la montaña; observó cómo salían las estrellas, una a

una, hasta que el cielo se llenó con un millón de puntos de luz. Era

la primera noche en la vida de la robot.

Activó las luces de sus faros y, de repente, unos brillantes rayos

de luz resplandecieron en sus ojos e iluminaron toda la cima de la

montaña. Era demasiada luz y entonces les bajó la intensidad.

Luego los apagó y se sentó en la oscuridad a escuchar el coro de los

sonidos nocturnos.

Después de un tiempo, el cerebro de la computadora de nuestra

robot decidió que era un buen momento para ahorrar energía. Así

que se sentó y ancló las manos a las rocas, sus programas no

esenciales se apagaron y luego, a su manera, la robot durmió.

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CAPÍTULO 12

LA TORMENTA

Roz se sentía segura en la cima de la montaña. Así que pasó los

siguientes días y noches encaramada en la cima. Pero todo cambió

una tarde, cuando una nube que volaba bajo se deslizó por la

montaña y Roz se encontró rodeada de blanco. Cuando el mundo

volvió a hacerse visible, vio más nubes que flotaban hacia el sur,

más allá de la isla. Entonces escuchó un profundo estruendo

detrás. Giró la cabeza y vio que el cielo estaba cubierto por una

pared de oscuridad que se arremolinaba. Una luz parpadeaba aquí

y allá. Estruendos más profundos.

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Se acercaba una tormenta, y no era cualquier tormenta; era tan

feroz como la que había enviado al buque de carga al fondo del

océano. El viento arreció y las primeras gotas de lluvia la

golpearon. Era hora de irse, Roz desancló las manos y comenzó a

deslizarse por la cima.

Chispas calientes salieron volando de las partes de su cuerpo que

raspaban contra la losa de piedra inclinada. Empezó a correr tan

pronto como sus pies tocaron tierra.

La lluvia cayó con más fuerza.

El viento sopló más rápido.

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El rayo centelleó más brillante.

El trueno sonó más fuerte.

Estaba lloviendo tanto que comenzaron a surgir ríos por todas

partes. Roz bajó la montaña salpicando, buscando algún refugio en

la oscuridad. Pero debería haberse fijado por dónde iba. Sus

pesados pies resbalaron y tropezaron, y cayó en una avalancha de

lodo.

Nuestra robot estaba indefensa. ¡El río de barro la llevó colina

abajo, la estrelló contra las rocas y la arrastró a través de los

arbustos directamente hacia un acantilado! ¡El barro se derramaba

de este como una cascada! Roz trató de agarrarse al suelo, de

sujetarse de cualquier cosa, pero el flujo sólo la llevó más rápido

hacia el borde. Y justo cuando estaba a punto de sumergirse de

costado, se detuvo bruscamente.

El barro la envolvió, rociándole la cara y clavándola contra algo

sólido. Anduvo a tientas hasta que reconoció las raíces gruesas y el

tronco de un pino. En un instante se estaba levantando con ayuda

de las ramas. El viento azotaba la ladera de la montaña y Roz

escuchó el golpe familiar de las piñas chocando con su cuerpo pero

no le importó. Se sentía feliz de estar a salvo de la avalancha de

lodo. La robot se aferró con brazos y piernas al árbol y esperó a que

la tormenta cesara.

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CAPÍTULO 13

SECUELAS

Al amanecer la tormenta ya había pasado, pero los sonidos del agua

se escuchaban por todas partes. El aire se llenó con los ruidos del

goteo de la montaña y las salpicaduras de los arroyos inundados.

Entonces llegó un sonido muy diferente: era el tintineo de cuando

un robot se desliza sobre roca mojada. Hubo bastantes tintineos esa

mañana.

Mientras Roz descendía, echó un vistazo a las secuelas de la

tormenta. Montículos gigantes de barro y escombros se habían

formado debajo de los acantilados. El río central de la isla había

alcanzado su límite, inundando los campos y bosques cercanos.

Algunos árboles habían sido arrancados de raíz. Otros estaban

sumergidos, las ramas superiores apenas se asomaban por encima

de la inundación y las ramas más bajas estaban repletas de peces

en lugar de pájaros.

Después de una tormenta así, es probable que se vean cadáveres

de animales esparcidos entre toda la devastación. Pero los

animales parecían haber sobrevivido sin problema. De algún modo,

supieron que se avecinaba la tormenta, y encontraron refugio

mucho antes de que llegara. Las criaturas de las tierras bajas, que

habían buscado refugio en zonas más altas, esperaban

pacientemente a que el agua retrocediera. Los ciervos vadeaban los

campos inundados. Los castores estaban ocupados recogiendo un

tesoro de ramas caídas. Los gansos graznaron en el cielo antes de

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descender en una zona acuosa del bosque.

Claramente, los animales eran expertos en supervivencia.

Claramente, la robot no.

Roz estaba cubierta de barro y arena, por lo que se dio otra buena

limpieza, pero eso sólo reveló sus abolladuras y arañazos que ya

eran varios. Apenas se parecía al robot perfecto que había

aparecido en la costa una semana antes.

La naturaleza estaba afectando a la pobre Roz. Así que sintió algo

parecido al alivio cuando vio un silencioso agujero a un costado de

la montaña. Parecía un lugar seguro para una robot. Caminó por la

ladera hasta la cueva, pero nunca se detuvo a preguntarse qué

podría estar acechando en el interior.

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CAPÍTULO 14

LOS OSOS

Roz entró en la cueva. Y salió inmediatamente.

—¡Por favor, aléjense! —dijo la robot a los dos osos que le pisaban

los talones. Verás, cuando Roz entró a la cueva, accidentalmente

despertó a un par de osos (hermano y hermana) de su siesta

matutina, algo que nunca es buena idea. Y para empeorar las

cosas, los osos tienen un instinto que los impulsa a atacar cuando

una criatura huye, especialmente si la criatura que huye es un

monstruo misterioso y brillante. Así que, cuando los asustados osos

vieron a Roz salir de su cueva, no tuvieron otra opción que empezar

a perseguirla.

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Roz hizo todo lo posible por escapar de ellos. Saltó sobre las rocas,

zigzagueó entre los árboles y recorrió la ladera de la montaña a

toda velocidad. Pero los osos eran jóvenes, fuertes y rápidos, y la

robot aún tenía mucho que aprender sobre cómo moverse en la

naturaleza. No vio la raíz del árbol. En un momento iba caminando

y al siguiente estaba volando, golpeando un tronco podrido. Unos

trozos de madera suave se le pegaron a un costado mientras

enfrentaba a sus atacantes.

¿No tendrías miedo si dos osos te atacaran? ¡Por supuesto que sí!

¡Todo el mundo! Incluso la robot sintió algo parecido al miedo.

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Estaba programada para cuidarse, para mantenerse con vida.

Y mientras la robot observaba a los osos que cargaban contra ella,

supo que su vida estaba en grave peligro.

Los osos la golpearon, estrellándola contra el tronco de un árbol

imponente. Entonces, un oso se lanzó a sus piernas y el otro le

arañó el pecho. Si tan sólo la robot hubiera lanzado puñetazos o

pateado, los podría haber asustado. Un buen golpe en la nariz los

habría hecho correr. Pero la programación de la robot no le

permitía ser violenta. Era evidente que no había sido diseñada

para luchar contra osos.

Unas potentes mandíbulas le mordieron los brazos, unas afiladas

garras le cortaron la cara, una enorme cabeza le golpeó con fuerza

el pecho.

—¡Por favor, aléjense! —exclamó la robot.

—¡Grrrrrr! —rugió la hermana oso.

—¡Grrrrrr! —gruñó el hermano oso. Y luego los osos se

dispusieron a matar. Pero la robot se había desvanecido.

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CAPÍTULO 15

LA HUIDA

Usando toda la fuerza de sus piernas, Roz saltó muy alto y aterrizó

en la rama de un árbol. Este se estremeció con el peso repentino de

la robot, ¡y luego, ¡plinc!, ¡plonc! Dos piñas rebotaron sobre ella, y

un momento después, ¡plonc!, ¡plinc!, las mismas piñas rebotaron

contra los osos, que gruñeron con fastidio. Esto le dio a Roz una

idea.

La programación de la robot le impedía ser violenta, pero nada le

impedía ser molesta. Entonces arrancó piñas de las ramas cercanas

para arrojárselas a los osos.

¡Pom! ¡Pom! ¡Pom! ¡Pom!

Cada piña rebotó en su objetivo con una precisión molesta y los

puso histéricos.

—¡Grrrrrr! —dijo la hermana oso.

—¡Grrrrrr! —dijo el hermano oso.

—No les entiendo, osos —dijo la robot. Estaba a punto de dejarles

caer un montón de molestas piñas cuando un rugido lejano resonó

en el bosque. En la cueva, la osa madre llamaba a sus crías, y no se

oía feliz. Los oseznos se miraron. Sabían que estaban en

problemas. Pero antes de regresar a casa, miraron a Roz y

resoplaron una última vez: querían matarla más que nada.

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CAPÍTULO 16

EL PINO

Roz no tenía prisa en abandonar el árbol. Se quedó en la rama

mucho tiempo después de que los osos se hubieran ido, disfrutando

de un poco de paz y observándose.

Además de las marcas de mordiscos y garras, también estaba

cubierta de tierra, lo que, por supuesto, significaba que era hora de

otra limpieza. Ya había avanzado bastante cuando sintió algo

pegajoso en el brazo. El problema de sentarse en un pino es que con

el tiempo tendrás que vértelas con la resina pegajosa. Siempre

pasa y le pasó a Roz. La robot restregó y raspó la resina, y pronto

sus dedos quedaron completamente pegajosos. Luego se le llenaron

los brazos, las piernas y el torso. Y todo estaba a punto de

ensuciarse aún más.

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Un petirrojo bajó en picada sobre el árbol, y comenzó a trinar y

revolotear a su alrededor. El pájaro acababa de construir un nuevo

nido. Era una pequeña obra de arte, una delicada canasta tejida

con pasto, ramitas y plumas, y estaba justo encima de la cabeza de

la robot.

—¡Chip! ¡Chip! —dijo el petirrojo.

—No te entiendo, petirrojo —dijo la robot. El petirrojo siguió

trinando y revoloteando, y luego, ¡plop!, le dejó caer sus

excrementos en la cara. Este pájaro era algo serio. Entonces Roz se

alejó hacia la orilla de la rama, hasta que oyó un crac agudo. Antes

de que supiera lo que pasaba, la rama del árbol cedió ante su peso

y se estrelló contra el suelo del bosque. Aterrizó con un golpe y se

quedó allí tumbada, mientras ramas rotas, piñas y agujas le caían

encima. Se escuchó otro plinc y luego la tranquilidad regresó al

bosque.

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CAPÍTULO 17

EL INSECTO CAMUFLADO

Roz estaba hecha un desastre. Se acostó debajo del árbol, cubierta

por un montón de ramas rotas, piñas y agujas. Todavía no se

quitaba la resina del cuerpo. Y además estaban los excrementos del

ave. Estaba a punto de levantarse y hacerse una limpieza rigurosa

cuando notó una ramita peculiar. La ramita se movía: se

arrastraba a lo largo de una de las que estaban rotas en el suelo.

Con un toque suave, la robot recogió la ramita.

—Hola, insecto palo, mi nombre es Roz. Estás muy bien

camuflado.

El cuerpo del insecto palo era largo y delgado. Tenía la misma

forma y los mismos colores y marcas que una ramita real. Pero si lo

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ves detenidamente, podrás ver dos ojos diminutos y dos antenas

finas. El insecto no emitió sonido alguno y se quedó completamente

quieto, tan inmóvil como la robot. Los dos se quedaron quietos y se

miraron en silencio durante un rato.

—Gracias, insecto palo —dijo Roz mientras lo colocaba de nuevo

donde lo había encontrado—. Me has enseñado una lección

importante. Puedo ver cómo el camuflaje te ayuda a sobrevivir,

quizá podría ayudarme también a mí.

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CAPÍTULO 18

LA ROBOT CAMUFLADA

Como sabes, lector, a Roz siempre le había gustado estar lo más

limpia posible. Pero su deseo de mantenerse con vida era más

fuerte que su deseo de mantenerse limpia, y nuestra robot decidió

que ya era hora de ensuciarse. Iba a camuflarse.

La idea se la había dado el insecto palo, pero rápidamente se dio

cuenta de que era imposible que se camuflara como una ramita; no,

debería mezclarse con el paisaje. Comenzó untándose gruesas

capas de lodo en todo el cuerpo. Luego arrancó helechos y hierbas

del suelo y hundió las raíces en su nueva capa de barro; se colocó

coloridas flores alrededor del rostro para disfrazar sus ojos

brillantes, y cualquier espacio desnudo lo cubrió con hojas de

árboles y tiras de musgo. Nuestra robot ahora parecía un gran

manojo de plantas caminando por el bosque. Esperó que

oscureciera y luego se dirigió al centro de un claro, se acurrucó

entre unas rocas y se convirtió en parte del paisaje.

Unas horas más tarde, el cielo se iluminó, la niebla se levantó, los

animales nocturnos se escabulleron a casa y los animales diurnos

comenzaron a moverse. Fue una mañana ordinaria en la isla. Sin

embargo, había un nuevo manojo de plantas en el claro del bosque.

Sólo las abejas lo habían notado. Zumbaban a su alrededor,

completamente ignorantes de que la robot se ocultaba debajo. Y

entonces Roz permaneció allí sentada, a la vista pero

completamente invisible, y observó la naturaleza a su alrededor.

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Vio las flores girar lentamente hacia el sol.

Escuchó a los roedores arrastrarse entre la maleza.

Olió el aire húmedo, perfumado a pino.

Sintió a los gusanos serpenteando contra sus costados lodosos.

Una semana más tarde, el manojo de plantas había desaparecido,

pero había una nueva mata de algas en la orilla. Una semana

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después, ya no estaban las algas, pero había una nueva zarza en la

montaña. Luego hubo un nuevo tronco en la orilla del río. Y

después una nueva roca en el bosque.

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CAPÍTULO 19

LAS OBSERVACIONES

Las nubes se movían rápido por el cielo.

Las arañas tejían intrincadas redes.

Las bayas invitaban a las bocas hambrientas.

Los zorros acechaban a las liebres.

Los hongos se levantaban sobre la hojarasca.

Las tortugas se hundían en los estanques.

El musgo se esparcía por las raíces de los árboles.

Los buitres merodeaban alrededor de los cadáveres.

Las olas del océano golpeaban contra la costa.

Los renacuajos se convertían en ranas, las orugas en mariposas.

Una robot camuflada lo observó todo.

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CAPÍTULO 20

EL IDIOMA DE LOS ANIMALES

Comenzó con los pájaros. Siempre se habían mostrado asustadizos

cuando la robot estaba cerca. La miraban, trinaban y luego se

dispersaban. Pero ahora que estaba camuflada, podía observar en

secreto su comportamiento natural, de cerca.

Roz se percató de que los carboneros revoloteaban entre las

mismas flores y cantaban la misma canción todas las mañanas.

Notó una alondra que bajaba en picada sobre la misma roca y

cantaba la misma canción todas las mañanas. Observó a las

mismas dos urracas cantándose desde el otro lado de la pradera

cada tarde. Después de semanas de estudiar robóticamente a las

aves, Roz sabía lo que cada pájaro cantaba, cuándo cantaba y,

finalmente, por qué cantaba. La robot comenzaba a entender a los

pájaros.

Pero también estaba empezando a comprender a los

puercoespines, las salamandras y los escarabajos. Descubrió que

todos los animales compartían un lenguaje común; hablaban el

mismo de diferentes maneras. Podrías decir que cada especie

hablaba con su acento propio y único.

Cuando Roz escuchó por primera vez a los carboneros, sus

canciones le parecieron algo así como ¡CHIII-chipí! ¡CHIII-chipí!

Pero ahora, Roz escuchó «¡Oh, qué día tan maravilloso! ¡Oh, qué

hermoso día es!».

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Los venados hablaban principalmente con sus cuerpos. Con un

simple giro de cabeza, una cierva podía decirle a su familia:

«Busquemos tréboles junto a la corriente».

Las serpientes a menudo siseaban para sí cosas como: «Sé que

hay un ratón sabroso por aquí cerca».

Las abejas hablaban muy poco. Usaban las alas para zumbar

algunas palabras simples, como néctar, sol y colmena.

Las ranas pasaban gran parte de su tiempo buscándose entre

ellas. Una croaba: «¿Dónde estás? ¡No puedo verte!». Y luego otra

respondía: «¡Estoy aquí! ¡Sigue mi voz!».

Cuando Roz pisó por primera vez la isla, los graznidos y gruñidos

de los animales le habían parecido nada más que ruidos sin

sentido. Pero ya no oía ruidos de animales. Ahora escuchaba

palabras de animales.

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CAPÍTULO 21

LA INTRODUCCIÓN

Había una hora cada mañana, a la tenue luz del amanecer, cuando

todos los animales de la isla estaban a salvo. Verás, hacía mucho

tiempo habían acordado no cazar ni hacerse daño durante esa hora.

La llamaron la Tregua del alba. La mayoría de las mañanas, los

residentes de la isla se reunían en el Gran prado y pasaban la hora

charlando con amigos. Por supuesto, no todos asistían a estas

reuniones. Los osos nunca habían aparecido. Y los buitres sólo

sobrevolaban en círculos. Pero esta mañana en particular, un

grupo inusualmente grande de animales había salido a discutir

algunas noticias importantes.

—¡Tranquilícense todos, tengo algo que decir! —ululó el búho a la

multitud desde la rama más baja de un árbol muerto—. Anoche vi

a una criatura misteriosa aquí en el Gran prado. Parecía cubierta

de hierba, así que no pude reconocerla, pero creo que tal vez era el

monstruo.

Miradas de preocupación se extendieron sobre la multitud.

—¿Qué estaba haciendo la criatura? —preguntó Dardo, la

comadreja.

—Estaba hablando —contestó Zambullo.

—No dejaba de repetir las mismas palabras una y otra vez. Pero

cada vez sonaba diferente. Al principio sonaba como un grillo, y

luego como un mapache ¡y luego como un búho!

—¿Qué estaba diciendo? —preguntó Cavador, la marmota.

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—Podría estar equivocado —respondió Zambullo—, pero creo que

era: «Hola, mi nombre es Roz».

La multitud comenzó a parlotear.

—¿Dónde estaba la criatura? —preguntó Soplón, el zorro.

Todos voltearon cuando la lechuza señaló lentamente con el ala a

un montón de hierba en el prado. Era un bulto cubierto de hierba

de apariencia bastante común. Hasta que comenzó a moverse.

Como probablemente adivinaste, ese bulto cubierto de hierba era

Roz. Había estado allí todo el tiempo, camuflada, mirando,

escuchando, y con la mirada de todos los animales fija en ella,

decidió presentarse. La multitud miró con incredulidad cómo el

bulto de hierba comenzó a temblar, y se hinchó, y se desmoronó ¡y

allí estaba la robot! Luego, usando su cuerpo y voz, la robot les

habló en su propio idioma.

—Hola, mi nombre es Roz.

La multitud quedó boquiabierta.

Zambullo revoloteó desde su rama y trinó:

—¡Es el monstruo!

—No soy un monstruo —dijo Roz—. Soy una robot.

Una parvada de gorriones alzó el vuelo de repente.

—¡Déjanos en paz! —chilló Dardo mientras se agachaba en la

hierba—. ¡Regresa al lugar horrible del que vienes!

—Vengo de aquí —replicó Roz—. He pasado toda mi vida en esta

isla.

—¿Por qué no nos has hablado antes? —ululó el búho desde lo

alto del árbol.

—No conocía el lenguaje de los animales hasta ahora —contestó

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la robot.

Coronado, el ciervo, había oído suficiente, y se adentró en el

bosque con su familia.

—Entonces, ¿qué quieres de nosotros? —gruñó Soplón.

—He observado que diferentes animales tienen formas diferentes

de sobrevivir —dijo la robot—. Me gustaría que cada uno de

ustedes me enseñara sus técnicas de supervivencia.

—¡No voy a ayudarte! —exclamó el búho, desde lo alto del árbol

—. ¡Pareces tan... antinatural!

—¡El monstruo está esperando para engullirnos! —gritó Cavador.

Y la marmota desapareció en un agujero.

—No voy a engullir a nadie —dijo Roz—. No necesito comida.

—¿No necesitas comida? —Soplón se relajó un poco—. Bueno, yo

sí necesito y mucha. ¿Por qué no haces algo útil y me encuentras

algo de comer?

—¿Qué te gustaría que hiciera? —preguntó Roz.

—¿Puedes cazar? —El zorro sonrió a una liebre al otro lado de la

reunión—. Es casi la hora del desayuno.

—No puedo cazar. Pero podría recoger bayas.

La sonrisa del zorro desapareció.

—¿Bayas? ¡Tengo hambre de carne, no de bayas! Buena suerte

para ti, Roz. ¡La vas a necesitar! —Y el zorro se alejó trotando.

Roz miró hacia el árbol, pero el búho se había ido. Y cuando la

robot volvió a bajar la vista, se dio cuenta de que todos los demás

animales también se habían marchado.

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CAPÍTULO 22

LA NUEVA PALABRA

Una nueva palabra se estaba extendiendo por toda la isla. La

palabra era Roz. Todos hablaban sobre la robot. Y no querían tener

nada que ver con ella.

—No creo que alguna vez me sienta cómodo sabiendo que Roz

está al acecho.

—Espero que Roz se camufle como una roca. Para siempre.

—¡Shhh! ¡Aquí está Roz! ¡Vámonos de aquí!

Roz deambuló por la isla, cubierta de tierra y vegetación, y

dondequiera que iba, escuchaba palabras poco amistosas. Las

palabras entristecerían a la mayoría de las criaturas, pero, como

saben, los robots no sienten emociones, y en esos momentos quizá

era lo mejor.

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CAPÍTULO 23

EL ZORRO HERIDO

—¡Mi cara! ¡Mi hermosa cara! ¡Que alguien me ayude! —Soplón el

zorro estaba acostado en un tronco, aullando de dolor, con la cara

llena de largas y afiladas púas, cuando apareció Roz—. ¿No hay

alguien más que me pueda ayudar?

—¿Te gustaría que me fuera? —preguntó la robot.

—¡No! ¡Por favor, no te vayas! Aceptaré cualquier ayuda.

—¿Qué sucedió?

—No pensé que el puercoespín pudiera verme entre los arbustos,

pero cuando iba a atacar su garganta, ¡de repente aparecieron púas

en mi cara!

—¿Por qué atacarle la garganta?

—¿Por qué crees? ¡Porque tenía hambre!

—Si no hubieras atacado al puercoespín, no tendrías púas en la

cara.

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—Sí, Roz, lo sé. ¡Pero un zorro tiene que comer! No esperaba que

peleara de ese modo. ¡Mira! ¡Incluso tengo púas en las patas! ¡No

puedo caminar! ¡Tengo la cara entumecida! ¡Podría morir si no me

ayudas!

—¿Qué te gustaría que hiciera? —preguntó la robot.

—¡Me gustaría que sacaras las púas!

Roz se arrodilló tranquilamente junto a Soplón y dijo:

—Te sacaré las púas.

La robot comenzó a jalar una púa, pero se rompió entre sus dedos.

Soplón gritó:

—¡Agárrala más cerca de la piel! —Entonces Roz agarró la púa

rota más cerca de la piel, y la sacó muy lentamente. El zorro hizo

una mueca de dolor y dijo entre dientes—: Por favor, Roz, sácalas

más rápido. ¡Esto es una agonía!

Roz sacó rápidamente otra púa. Luego otra, y otra. El zorro

permanecía inmóvil, con los ojos cerrados y el viento silbando por

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su nariz, hasta que Roz se las quitó todas y las colocó en una

ordenada pila a su lado.

Soplón luchó para ponerse de pie.

—Gracias, Roz. Yo... te debo una. —El zorro sonrió brevemente, y

luego se alejó cojeando.

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CAPÍTULO 24

EL ACCIDENTE

Mientras Roz deambulaba durante la primavera, vio las diferentes

formas en que los animales llegan al mundo. Vio a los pájaros

protegiendo sus huevos como tesoros hasta que los polluelos

finalmente nacían. Observó a los ciervos dar a luz a los cervatillos,

que se ponían de pie y corrían en cuestión de minutos. Muchos

recién nacidos eran recibidos por familias amorosas. Algunos

estaban solos desde el primer aliento. Y, como estás a punto de

descubrir, unas pobres crías de ganso nunca tendrían oportunidad

de romper el cascarón.

Roz bajaba por uno de los acantilados del bosque cuando ocurrió

el accidente. El viento comenzó a soplar desde el norte, y de

repente las nubes se precipitaron sobre la isla. Con ellas vino una

lluvia de primavera, un aguacero en realidad. Y allí estaba nuestra

robot, sujetándose con las manos a un bloque de piedra mojada al

costado del acantilado, pero este no pudo soportar el peso extra. Y

mientras la pesada robot permanecía ahí colgada, repentinamente

unas grietas atravesaron la piedra y comenzó a romperse. La robot

cayó en picada sobre las copas de los árboles que se encontraban

abajo. Fue estrellándose de rama en rama hasta que por fin logró

enganchar un brazo alrededor de una. Luego quedó balanceándose

suavemente mientras las rocas pasaban a su lado al caer hacia el

suelo del bosque.

Cuando el polvo se asentó, Roz se deslizó por el tronco del árbol.

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El suelo estaba lleno de rocas rotas, astillas de madera y arbustos

pulverizados. Y bajo todos los escombros había un nido de ganso

que estaba hecho trizas: dos gansos muertos y cuatro huevos rotos

yacían ahí. La robot los miró con ojos suavemente brillantes, y algo

encajó en lo más profundo del cerebro de su computadora: se dio

cuenta de que había provocado la muerte de toda una familia de

gansos.

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CAPÍTULO 25

EL HUEVO

Mientras Roz se ponía de pie bajo la lluvia, mirando esos pobres

gansos sin vida, sus oídos sensibles detectaron un débil piii

procedente de un lugar cercano. Siguió los píos hasta un montículo

de hojas mojadas en el suelo. Y cuando retiró las hojas, descubrió

un perfecto y único huevo de ganso hundido en el lodo.

–¡Mamá! ¡Mamá! –graznó una voz pequeña y amortiguada desde

el interior del huevo.

La robot acunó suavemente el frágil huevo en la mano. El

pequeño ganso, que todavía no salía del cascarón, seguramente

moriría sin una familia. Sabía que algunos animales tenían que

morir para que otros vivieran. Así era como funcionaba la

naturaleza. Pero, ¿permitiría que su accidente provocara la muerte

de otro ganso?

Después de un momento, la robot comenzó a caminar.

Sosteniendo con cuidado el huevo, cruzó el bosque para alejarse de

ese triste escenario. Pero no había avanzado mucho cuando Soplón

salió de entre los arbustos.

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–¿Qué pasó? –jadeó el zorro–. ¡Todo el bosque estaba temblando!

–Hubo un accidente –dijo la robot–. Estaba escalando esos

acantilados cuando las rocas se desprendieron.

–Deberías ser –más cuidadosa –comentó Soplón mientras

revisaba los nuevos rasguños y abolladuras de la robot–.

¡Necesitaré tu ayuda si otra vez tengo problemas con el

Page 63: Robot salvaje - ForuQ

puercoespín!

–Seré más cuidadosa.

–¿Qué tienes ahí? –preguntó Soplón, observando sus manos.

–Un huevo de ganso.

–¡Oh! ¡Me encantan los huevos! ¿Puedo comérmelo?

–No.

–¡Por favor!

–No.

–¿Para qué lo quieres? –El zorro frunció el ceño–. Creí que no

necesitabas comida.

–No tendrás este huevo, Soplón.

El zorro suspiró y se rascó la barbilla, luego comenzó a olfatear la

brisa. Su nariz había encontrado el aroma de los gansos muertos.

–¡Puedes quedarte con el huevo! –exclamó mientras trotaba hacia

los acantilados–. ¡Huelo algo mejor!

La robot caminó por el bosque brumoso un buen rato hasta que

estuvo debajo de un extenso roble. Colocó el huevo sobre una

almohadilla de musgo. Luego arrancó hierba y ramitas del suelo, y

las tejió con delicadeza para hacer un pequeño nido. Puso el huevo

dentro, se colocó el nido sobre el hombro plano y trepó por las

ramas.

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CAPÍTULO 26

EL ARTISTA

En lo alto del roble, el huevo de ganso se asomaba y tambaleaba

alrededor de su nido.

–¡Mamá! ¡Mamá! –exclamaba el huevo.

–No soy tu madre –dijo la robot.

El huevo siguió graznando y tambaleándose hasta que llegó la

noche, cuando el ganso en el interior se durmió y el huevo dejó de

moverse.

La robot estaba a punto de acomodarse en su propio modo de

descanso cuando escuchó algo entre la maleza. Bajó la mirada y

entre las ramas vio la hierba agitándose a la luz de la luna. Una

criatura estaba arrastrándose. Pero se mantuvo agachada,

escondiéndose en las sombras, de tal manera que Roz no pudiera

ver quién era. Pero no era la única que observaba: un par de orejas

peludas se levantaron detrás de un tronco. Las orejas pertenecían a

un tejón muy hambriento. Se quedó al acecho mientras la criatura

sombría se acercaba cada vez más, y cuando llegó el momento, el

tejón se abalanzó.

Puedes esperar que una criatura bajo ataque corra por su vida,

que se defienda o por lo menos que grite. Pero cuando el tejón se

abalanzó, la criatura rodó sobre su espalda, sacó la lengua y murió.

No sólo estaba muerta, estaba podrida, y la cara del tejón se

retorció de disgusto.

–¡Puag! ¡Qué hedor! –Tocó el cadáver apestoso unas cuantas veces

Page 65: Robot salvaje - ForuQ

y luego se dio por vencido–. No, gracias –gruñó para sí–. Prefiero

comer escarabajos. –Y el tejón se apresuró a buscar algo menos

desagradable.

¿Había espantado tanto a esa misteriosa criatura que murió del

susto? ¿Y cómo podría su cuerpo pudrirse tan rápido? Roz estaba

confundida. Y se confundió todavía más cuando, una hora más

tarde, las orejas de la criatura comenzaron a moverse, su nariz

comenzó a temblar, se puso de pie y siguió su camino como si nada

hubiera sucedido.

La voz de la robot le gritó desde el árbol.

–¿Estás viva o estás muerta?

La voz de la criatura silbó desde las sombras.

–¿Quién está ahí? ¿Por qué me has estado observando?

–Lo que acabas de hacer fue increíble –dijo Roz–. No podía

apartar la mirada.

–¿Increíble? ¿En serio? –La voz de la criatura pareció

suavizarse–. Pensé que tal vez había exagerado cuando saqué la

Page 66: Robot salvaje - ForuQ

lengua.

–Estaba segura de que estabas muerta.

–¡Oh, qué cosa tan maravillosa me dices!

–¿Estabas muerta?

–¡Por supuesto que no! Nadie puede regresar de entre los

muertos. ¡Estaba actuando!

–No entiendo.

–Sencillo. Sabía que si me hacía el muerto y me ponía tieso, ese

viejo tejón estaría tan disgustado que se iría. Y eso es exactamente

lo que sucedió. Las zarigüeyas somos artistas por naturaleza,

¿sabes?

–Entonces eres una zarigüeya. –El cerebro de la computadora de

Roz recuperó rápidamente cualquier información que tuviera sobre

las zarigüeyas–. Eres un marsupial, eres nocturno y se te conoce

por imitar la apariencia y el olor de los animales muertos cuando

estás en peligro.

–Es cierto, fingir la muerte es mi especialidad –dijo la zarigüeya–.

Pero puedo hacer más cosas dramáticas, créeme.

–Te creo.

–¿Alguna vez has actuado? –preguntó la zarigüeya.

–No –contestó la robot.

–Bueno, ¡deberías! Quizá lo disfrutes. Puedes comenzar

imaginando al personaje que te gustaría ser. ¿Cómo se mueve y

habla? ¿Cuáles son sus esperanzas y miedos? ¿Cómo reaccionan los

demás ante él? Sólo cuando realmente entiendes a un personaje

puedes convertirte en él...

Las dos extrañas criaturas estaban sentadas allí, una en un árbol,

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la otra en la maleza, y platicaban sobre actuación. La zarigüeya

siguió hablando acerca de sus diversos métodos y sus triunfales

actuaciones, y nuestra robot procesaba cada palabra.

–Pero ¿por qué finges ser algo que no eres? –preguntó.

–¡Porque es divertido! –contestó la zarigüeya–. Y porque me

ayuda a sobrevivir, como acabas de ver. Nunca se sabe, podría

ayudarte a sobrevivir a ti también.

Pronto, el cerebro de la computadora de la robot vibraba de tanta

actividad. ¡Actuar podría ser una estrategia de sobrevivencia! Si la

zarigüeya podía fingir estar muerta, la robot podría fingir estar

viva, podría actuar menos robótica y más natural. Y si pudiera

fingir ser amigable, podría hacer amigos. Y podrían ayudarla a

vivir más tiempo y mejor. Sí, este era un excelente plan.

Roz no perdió el tiempo y pronunció sus siguientes palabras con

la voz más amable que pudo lograr:

–Señora marsupial, sería un gran honor y un privilegio absoluto

si tuviera la amabilidad de decirme su nombre. –La actitud

amistosa de Roz necesitaba trabajo, pero este era un comienzo.

–¡Sí, por supuesto! –contestó la zarigüeya–. Me llamo Rosita. ¿Y

tú?

Las hojas se sacudieron suavemente cuando Roz bajó del árbol.

–Es un placer muy agradable conocerte, mi querida Rosita. –Un

momento después, la luz de la luna bañó a la robot–. Mi nombre es

Roz.

–¡Vaya! –jadeó la zarigüeya–. ¡Eres el m-m-m-monstruo!

–No soy un monstruo. Soy una robot. Y soy inofensiva.

–¿Inofensiva? ¿De verdad? Bueno, pareces bastante amable. Y

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escuché a alguien decir que no comes nada, lo cual no tiene sentido,

pero afortunadamente significa que no me vas a comer, ¿verdad?

–No –contestó la robot.

–Me alegra escuchar eso –dijo la zarigüeya. Y un momento

después también quedó bajo la luz de la luna–. Es un placer

conocerte, Roz. –Una débil sonrisa apareció en la cara puntiaguda

de Rosita.

Roz pensaba que las cosas iban muy bien, pero no sabía qué

decir a continuación y tampoco Rosita. Entonces las dos criaturas

amistosas permanecieron allí juntas y escucharon a los grillos por

un rato.

–Bueno, debería irme –comentó Rosita por fin–. Que tengas una

buena tarde, Roz.

–Que tengas la mejor noche, Rosita. Espero volver a tener el

placer de encontrarme contigo en el futuro, ojalá que sea pronto.

Nos vemos.

Con ese incómodo adiós, Rosita volvió a deslizarse entre la maleza

y Roz volvió a trepar al árbol.

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CAPÍTULO 27

EL GANSITO

Algo estaba pasando dentro del huevo de ganso.

Tap, tap, tap.

Tap, tap, tap.

Tap, tap, ¡CRUNCH!

Un pequeño pico se asomó por la cáscara del huevo, graznó una

vez y luego continuó picando. El agujero se fue haciendo cada vez

más grande y luego, como una robot liberándose de su caja, la cría

salió al mundo.

Yació en silencio en su nido con los ojos cerrados, rodeados por

trozos de cascarón. Y cuando los abrió lentamente, lo primero que

vio fue a la robot mirándolo.

–¡Mamá! ¡Mamá! –dijo el ganso.

– Yo no soy tu madre –contestó la robot.

–¡Mamá! ¡Mamá!

–No soy tu madre.

–¡Comida! ¡Comida!

El pequeño ganso tenía hambre. Claro. Entonces, usando su voz

más amigable, Roz le dijo:

–¿Qué te gustaría comer, cariño?

–¡Comida! –fue la única respuesta. La cría era demasiado joven

para ser de ayuda. Roz necesitaba encontrar un ganso adulto. Así

que recogió el nido con el pequeño ganso adentro, se lo colocó en el

hombro plano y se adentró en el bosque en busca de otros de su

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especie.

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CAPÍTULO 28

LA VIEJA GANSA

Habitualmente los animales del bosque habrían escapado del

monstruo. Pero sentían muchísima curiosidad por saber por qué

llevaba una cría en el hombro. Y una vez que Roz les explicó la

situación, trataron de ayudarla. Una rana le señaló a las ardillas,

una ardilla le recomendó que hablara con las urracas y finalmente

una urraca la envió al estanque del castor.

El suelo se volvió más húmedo, la hierba se hizo más alta, y

pronto la robot y la cría miraron a través de un estanque amplio y

oscuro. Las libélulas zumbaban entre los juncos. Las tortugas se

asoleaban en un tronco. Cardúmenes de peces pequeños se

reunieron en las sombras. Y allí, flotando en el centro del estanque,

había una vieja gansa gris.

–¡Que tengas muy buenos días! –La voz amistosa de la robot

resonó sobre el agua–. ¡Tengo un adorable y pequeño ganso!

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La gansa se limitó a mirarla.

–¡Necesito tu ayuda! –exclamó Roz–. ¡De hecho, es el gansito el

que necesita tu ayuda!

La gansa no se movió.

–¡Comida! –graznó el ganso–. ¡Comida! ¡Comida!

La vieja gansa no resistió escuchar esa vocecita, comenzó a

moverse por el estanque y le gritó a la robot:

–¿Qué estás haciendo con ese hambriento recién nacido? ¿Dónde

están sus padres?

–Hubo un terrible accidente –dijo Roz–. Fue mi culpa. Este

gansito es el único sobreviviente.

–Si hubo un terrible accidente, ¿por qué suena tan alegre tu voz?

–La gansa agitó las alas–. ¿Estás segura de que no te comiste a sus

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padres?

–Estoy segura de que no me comí a sus padres –dijo Roz,

volviendo a su voz normal–. No como nada, tampoco a los padres.

La gansa la observó. Entonces dijo:

–¿Sabes quiénes eran sus padres?

–No.

–Bueno, deben de haber pertenecido a una de las otras parvadas

de la isla, porque nadie en mi grupo ha desaparecido.

–¿Te quedarás con el gansito?

–¡Claro que no! –graznó la gansa–. ¡No puedo atender a todos los

huérfanos que veo! ¿Dices que es tu culpa? Me parece que depende

de ti arreglarlo.

–¡Mamá! ¡Mamá! –exclamó el ganso.

–Le he estado diciendo que no soy su madre –dijo la robot–. Pero

no entiende.

–Bueno, tendrás que actuar como su madre si quieres que

sobreviva.

Esa palabra de nuevo, actuar. Muy lentamente, la robot estaba

aprendiendo a actuar amigablemente. Quizás también podría

aprender a actuar como una madre.

–Quieres que sobreviva, ¿no? –preguntó la gansa.

–Sí, quiero que sobreviva –contestó la robot–. Pero no sé cómo ser

una madre.

–Oh, no es difícil, sólo tienes que darle de comer, agua y refugio,

hacerlo sentir amado, pero no lo mimes demasiado, mantenlo

alejado del peligro y asegúrate de que aprenda a caminar, hablar,

nadar, volar, a convivir con los demás y a cuidar de sí mismo. ¡Y

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eso es todo lo que debes saber sobre la maternidad!

La robot sólo lo miró.

–¡Mamá! ¡Comida! –chilló el gansito.

–Quizá sería sea un buen momento para que le des de comer a tu

hijo –comentó la gansa.

–¡Sí, por supuesto! –dijo la robot–. ¿Con qué debería alimentarlo?

–Dale un poco de hierba machacada. Y si a eso le agregas algunos

insectos, mucho mejor.

Roz arrancó varias hojas de hierba del suelo. Las hizo bola y luego

la dejó caer en el nido. El pequeño sacudió las plumas de su cola y

masticó sus primeros bocados de comida.

–Por cierto, me llamo Estridencia –dijo la gansa–. Ya todos

sabemos tu nombre, Roz. Pero ¿cuál es el de la cría?

–No lo sé. –La robot miró a su hijo adoptivo–. ¿Cuál es tu nombre,

pequeño?

–¡No puede ponerse nombre él mismo! –graznó Estridencia. Y

luego, con un fuerte aleteo, la gansa revoloteó desde el estanque y

aterrizó justo en la cabeza de Roz. El agua recorrió el polvoriento

cuerpo de la robot mientras Estridencia se inclinaba sobre el nido.

–Oh, querido, ciertamente es pequeñito –comentó Estridencia–.

Debe de ser un enano. Te lo advierto, Roz: normalmente los

pequeños no duran mucho. Y contigo como madre, necesitará un

milagro para sobrevivir. Lo siento, pero es la verdad. Sin embargo,

merece un nombre. Veamos, su pico es de un color inusualmente

brillante. En realidad es bastante encantador. Si yo fuera su

madre, lo llamaría Diamantino, pero tú eres su madre, así que tú

decides.

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–Se llamará Diamantino –dijo Roz mientras la gansa volvía al

agua–. Y viviremos en este estanque, donde pueda estar cerca de

otros gansos. Encontraré un árbol robusto por aquí.

–¡No! –La gansa batió las alas–. ¡Un árbol no es lugar para un

ganso! Diamantino necesita vivir en el suelo, como un ganso

normal.

Estridencia evaluó a la robot.

–Supongo que necesitarán una casa bastante grande. Mejor habla

con el señor Castor. Él puede construir cualquier cosa. Es un poco

brusco a veces, pero si eres más amistosa, estoy seguro de que te

ayudará. Y si se pone pesado, recuérdale que me debe un favor.

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CAPÍTULO 29

LOS CASTORES

Todos los días, los castores nadaban por todo el estanque

inspeccionándolo y reparándolo. La pared de madera y barro sólo

dejaba pasar un chorrito de agua, y había convertido una estrecha

corriente en el gran estanque que muchos animales ahora llaman

hogar.

Mientras Roz y Diamantino caminaban alrededor, pasaron junto

a cientos de troncos mordisqueados, prueba de que los castores

necesitaban un suministro constante de madera. Y esto le dio una

idea.

La robot osciló la mano plana, y sonidos de madera cortada

resonaron por el agua. Pronto fueron reemplazados por un sonido

de pasos y hojas temblorosas mientras la robot caminaba

cuidadosamente a lo largo del estanque de los castores con un

pequeño ganso en el hombro y un árbol recién cortado en las

manos. Los castores flotaban junto a su cabaña y miraban la

extraña visión con la boca abierta hasta que el señor Castor golpeó

el agua con su ancha cola, lo que significaba:

–¡Detente ahí!

La robot se detuvo.

–Hola, castores, me llamo Roz, y él es Diamantino. Por favor, no

se asusten. No soy peligrosa. –Le dio el árbol–. ¡Te he traído un

regalo! Pensé que tal vez te serviría para tu hermoso estanque.

–No, gracias –dijo el señor Castor–. Tengo la estricta política de

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nunca aceptar regalos de monst…

–No seas ridículo –lo interrumpió la señora Castor–. ¡No podemos

dejar que un abedul perfectamente bueno se desperdicie!

–¡Me temo que debo insistir! –exclamó el señor Castor.

La señora Castor se volvió hacia su esposo.

–¿Recuerdas que me pediste que te dijera cuando fueras terco y

grosero? ¡Bien, estás siendo terco y grosero! –Luego volteó hacia

Roz–. Gracias, monstruo. Si eres tan amable de dejar caer el árbol

en el agua, de ahí lo tomaremos.

–No soy un monstruo. –Roz arrojó el árbol como si fuera una

ramita–. Soy una robot.

El árbol golpeó contra el agua, lo que provocó que los castores se

balancearan arriba y abajo.

En ese momento, Diamantino comenzó a graznar.

–¡Mamá! ¡Hambre! –Entonces Roz dejó caer una bola de hierba en

el nido.

–¿El ganso piensa que eres su madre? –preguntó una voz

tranquila. Era Remo, el hijo del señor y la señora Castor.

–Su verdadera madre está muerta –contestó Roz–. Así que lo

adopté.

Hubo un breve silencio. Luego Remo miró a Roz y dijo:

–Eres una robot muy buena al hacerte cargo de Diamantino.

El señor Castor suspiró.

–Sí, sí, es muy amable de tu parte, Roz. Pero no entiendo qué

tiene que ver todo esto con nosotros.

–Mi hijo y yo necesitamos un hogar, y Estridencia dijo que nos

ayudarías a construir uno.

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–Claro –murmuró el señor Castor para sí–. Estridencia me saca

de una jalea pegajosa y me paso el resto de mis días haciéndole

favores.

La señora Castor miró a su esposo.

–Lo siento –dijo, dándose cuenta de que estaba siendo obstinado y

grosero de nuevo–. Quédate ahí, Roz. Necesitamos tener una

reunión familiar.

Los tres castores se deslizaron bajo el agua, y un momento

después sus voces apagadas se escucharon dentro de la cabaña. La

robot se paró en el estanque y esperó pacientemente con su hijo.

–¡Mamá! ¡Mamá!

–Sí, Diamantino, estoy tratando de actuar como una buena

madre.

Se vio una onda, y la cabeza del señor Castor apareció sobre el

agua.

–Si nos traes cuatro árboles más, buenos y sanos, tal vez tenga

tiempo para ayudarte a ti y al pequeño ganso.

–¡Maravilloso! –exclamó la robot–. ¡Regresaremos!

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CAPÍTULO 30

EL NIDO

–He construido una buena cantidad de madrigueras en los últimos

años. –El señor Castor estaba en la orilla del agua–. Pero no puedo

decir que haya construido ninguna para un robot y una cría de

ganso. ¿Qué es exactamente lo que necesitas?

–Una madriguera lo suficientemente grande para los dos –dijo

Roz–. Tiene que ser cómoda, segura y tiene que estar cerca del

estanque.

–¿Cuánto tiempo planeas vivir ahí?

–No lo sé.

–Entonces será mejor que nos aseguremos de que sea fuerte y

resistente. –El señor Castor se acarició los bigotes mientras

pensaba–. ¿Planeas tener visitas? A mi señora le encanta tener

invitados.

–No tengo amigos.

–¿No? Bueno, pareces muy agradable para ser un monstruo.

Quiero decir, una robot. Pero si quieres mi consejo, debes tener un

jardín. Tus vecinos no podrán resistir las hierbas frescas, las bayas

y las flores. ¡Tú espera y verás! Así que nos aseguraremos de que

haya un lugar para un jardín, y le daremos a tu refugio un espacio

adicional para todos los amigos que alojarás. –El castor parpadeó–.

También necesitamos encontrar la manera de que sea cómodo

cuando haga frío afuera. Nuestra cabaña se calienta con nuestros

propios cuerpos. Pero creo que tendremos que buscar otra forma de

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calentar la tuya.

El castor y la robot pensaron en eso por un tiempo. Lo primero

que vino a la mente de Roz fue el sol. Pero luego recordó las chispas

calientes que había sentido mientras se deslizaba por el pico de la

montaña.

–Podría calentar nuestra cabaña con fuego –comentó.

El señor Castor parpadeó.

–Necesitaré experimentar –continuó Roz–. Pero creo que hay una

manera.

–Adelante, Roz –dijo el castor–. Pero trata de no quemar todo el

bosque.

–No te preocupes, tendré cuidado.

–Sigamos. –El señor Castor suspiró–. Lo siguiente es encontrar

un sitio para tu cabaña. Esa pradera al otro lado del agua sería

perfecta, pero a las liebres les dará un ataque si tratamos de

construir allí. Creo que deberíamos limpiar algunos árboles y

construirla justo en el bosque. ¡Y sé exactamente dónde!

El castor los llevó por el agua hasta una densa sección del bosque

que sobresalía junto al estanque.

–Necesita algo de trabajo –comentó el señor Castor, caminando

con trabajo a través de la gruesa maleza–, pero creo que servirá.

–Sí, servirá –dijo Roz con su voz más amigable.

–¡Servirá! –exclamó Diamantino.

El señor Castor era increíblemente hábil para derribar árboles,

pero incluso él no podía seguir el ritmo de las poderosas manos de

Roz. Entonces dejó que la robot hiciera el trabajo duro. Señaló los

árboles y arbustos que necesitaban quitar, y Roz comenzó a cortar.

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Al atardecer, estaban parados en un sitio recién despejado, y

tenían suficiente madera para construir la cabaña.

–Hiciste un buen trabajo hoy, Roz. –El señor Castor bostezó–.

Regresaré por la mañana, y continuaremos donde nos quedamos.

–¿Qué te gustaría que hiciera? –preguntó Roz.

–¿Esta noche? Entonces todavía tienes ganas de trabajar,

¿verdad? ¡Muy bien! Bueno, puedes comenzar desenterrando esos

tocones. Y luego recoger todas esas piedras grandes y planas que

hay allí. Y también alisar este trozo de tierra para que tengamos

un lugar plano para construir. ¡Eso debería mantenerte ocupada!

A la mañana siguiente, el señor Castor regresó para descubrir

que Roz había estado muy ocupada. Todos los troncos ya estaban

perforados, y los agujeros llenos de tierra; había veinte piedras

grandes apiladas y el terreno ahora estaba perfectamente nivelado.

Pero lo que más asombró al señor Castor fue que Roz y Diamantino

estaban acurrucados alrededor de una pequeña fogata que

chisporroteaba.

El señor Castor movió los labios, pero no salió ninguna palabra.

–Diamantino tenía frío anoche –comentó Roz–. Así que aprendí a

hacer fuego.

–Pero... pero, pero..., ¿cómo?

–Descubrí que cuando golpeo estas dos rocas, salen chispas como

estas. Dirigí las chispas a las hojas secas y la madera hasta que se

encendieron. Una vez que tuve fuego, fue fácil mantenerlo vivo. ¡Y

si necesito apagarlo, sólo tengo que echarle agua!

El señor Castor se sentó y calentó sus patas.

–Nunca había visto fuego tan bien hecho y tan controlado. –

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Observó las llamas–. Sólo lo he visto ardiendo en el bosque,

quemando todo a su paso. ¡Pero esto es maravilloso! –Se tomó otro

minuto para disfrutar del calor. Luego él y la robot volvieron al

trabajo.

El señor Castor le pidió a Roz que cavara una zanja aquí, que

colocara piedras grandes allá, que arreglara los troncos de cierta

manera, que untara el barro de aquella otra. Pájaros y ardillas se

posaban en los árboles y observaban cómo se construía la nueva

cabaña. Se parecía al refugio de castor, pero más grande: una gran

cúpula de madera, y barro y hojas. Una simple abertura en la

pared servía como entrada, y la puerta no era más que una piedra

pesada que la robot podría deslizar.

La cabaña era una habitación grande y redonda por dentro. El

techo arqueado era lo suficientemente alto para que Roz pudiera

estar de pie. Al centro había un fogón y una malla de ramas

delgadas actuaba como respiradero. Largas piedras estaban

dispuestas junto a las paredes interiores, como bancos, y cubiertas

con gruesos cojines de musgo. Incluso había un agujero para

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almacenar comida y agua para Diamantino.

–¡Tienes una hermosa propiedad con vista al estanque! –exclamó

el señor Castor–. ¿Cómo le vas a poner?

–No entiendo.

–¡Vaya! ¡Una hermosa madriguera como esta merece un nombre!

A la nuestra le pusimos la Casita de la Corriente.

El cerebro de la computadora de la robot no tardó mucho en tener

una respuesta.

–El albergue es para Diamantino. Diamantino es un pájaro. Las

aves viven en nidos. ¿Podríamos llamar a esta cabaña el Nido?

–¡Hurra! –exclamó el castor–. ¡El Nido es un buen nombre para tu

madriguera!

–¡Nido! ¡Nido! –Se rio Diamantino.

Se quedaron fuera del Nido y admiraron su trabajo hasta que la

barriga del señor Castor comenzó a gruñir.

–Ese sonido significa que es hora de ir a cenar.

–Muchas gracias por tu ayuda –le dijo Roz–. No podríamos

haberlo hecho sin ti.

–¡De nada! –contestó el señor Castor, sonriendo–. Para tu jardín,

tendrás que hablar con Ámbar, la cierva que vive en la colina. Ella

sabrá qué hacer. Y ahora, si me disculpan, me tengo que ir a casa

antes de que Remo se coma las mejores hojas. ¡Disfruta tu primera

noche en el Nido!

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CAPÍTULO 31

LA PRIMERA NOCHE

Habían salido las estrellas, el fuego crepitaba en el fogón. Roz y

Diamantino se preparaban para su primera noche en su nuevo

hogar.

–Esta cabaña es donde viviremos a partir de ahora. –La robot

sacó a su hijo de su pequeño nido tejido y lo colocó en el suelo–.

Espero que te guste.

Al gansito le agradó. Le gustaba que fuera grande, cálido y

tranquilo. Y le gustaba saber que el bosque y el estanque estaban

justo afuera. Lo recorrió graznando y exploró cada pequeño rincón

de la madriguera hasta que llegó la hora de acostarse. Su madre lo

colocó cuidadosamente sobre un suave cojín de musgo, pero no

quería dormir allí. Así que volvió a ponerlo en su pequeño nido,

pero tampoco quería dormir allí.

Diamantino levantó la vista y dijo:

–¡Mamá, sentar!

Roz se sentó.

Luego dijo:

–Mamá, cargar.

Roz lo cargó. El cuerpo de la robot quizá era duro y mecánico,

pero también era fuerte y seguro. El gansito se sintió amado, cerró

los ojos lentamente. Y durmió en silencio toda la noche en los

brazos de su madre.

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CAPÍTULO 32

EL CIERVO

La familia de los ciervos no huyó al escuchar el crujido de ramitas y

hojas. Habían oído todo sobre Roz y Diamantino, y sabían que no

había nada que temer. Coronado se paró frente a su cierva y sus

tres cervatillos manchados, y la familia vio cómo la robot se

acercaba con el ganso sobre el hombro.

–Hola, ciervo, me llamo Roz, y él es Diamantino. Estamos

buscando a una cierva llamada Ámbar.

Coronado se hizo a un lado, y la cierva avanzó silenciosamente.

–El señor Castor nos ayudó a construir una cabaña –explicó Roz–,

y pensó que podrías ayudarnos a cultivar un jardín.

–¿El señor Castor te ayudó? –preguntó la suave voz de Ámbar–.

Debes de haber hecho algo por los castores.

–Les llevé árboles recién cortados –respondió Roz.

Ámbar miró a Coronado, y el macho asintió lentamente.

–Te ayudaré a cultivar un jardín –le dijo la cierva a la robot–, si

dejas que mi familia coma de él.

La robot asintió. Y luego, silenciosamente, llevó a Ámbar al Nido.

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CAPÍTULO 33

EL JARDÍN

Después de inspeccionar el terreno, Ámbar le pidió a Roz que

retirara todas las zarzas secas, la maleza y las hojas del área donde

estaría el jardín. Le pidió a sus amigos de madriguera, los topos y

las marmotas, que cavaran y aflojaran la tierra. Y luego les pidió a

todos los vecinos que hicieran algo bastante peculiar.

–¡Por favor, dejen sus excrementos alrededor del Nido! Cuantos

más excrementos, más rico es el suelo y más saludable es el jardín.

Como te puedes imaginar, la solicitud de Ámbar llamó la atención

de todos. El lugar pronto estuvo plagado de criaturas del bosque

que tenían curiosidad por saber más sobre el proyecto. Y así, la

robot empezó a conocer a sus vecinos. El plan para ayudarla a

hacer amigos ya estaba comenzando a funcionar.

Había un ambiente festivo alrededor del Nido ese día. Los

animales iban y venían y charlaban y reían. Después de una

conversación agradable, cada vecino elegía su lugar, dejaba sus

excrementos y se iba. Y siempre con una sonrisa.

–¡Estamos felices de ayudar! –exclamaron dos sonrientes

comadrejas después de terminar su asunto.

–¡Fue un placer! –dijo una bandada de gorriones sonrientes antes

de echar a volar.

–Ya no tardo –comentó una tortuga sonriente mientras

lentamente hacía su contribución.

Mientras todo esto sucedía, Roz caminaba y le agradecía a todos.

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–No puedo defecar –les explicaba–, ¡por lo que tus excrementos

son muy apreciados!

Una vez que se fertilizó el terreno, llegó el momento de las

plantas. Ámbar llevó a Roz y Diamantino a un prado exuberante.

La robot hundió los dedos en el suelo y sintió la esponjosa capa de

raíces debajo de la hierba. Lenta y cuidadosamente, enrolló anchas

tiras de césped, dejando al descubierto la tierra oscura y

agusanada. Llevó los rollos al Nido y los extendió, formando así un

césped irregular. Luego trasplantó grupos de flores silvestres,

tréboles, bayas, arbustos y hierbas hasta que el Nido estuvo

rodeado por una desaliñada colección de plantas.

–No hay mucho que admirar por el momento –comentó Ámbar–,

pero el pasto crecerá en las zonas vacías, y las flores y los arbustos

se animarán en unos días. Volveré pronto para asegurarme de que

todo esté echando raíces. Será un jardín encantador y salvaje en

poco tiempo.

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CAPÍTULO 34

LA MADRE

Como la mayoría de los gansitos, Diamantino seguía a su madre a

todas partes. Era una criatura lenta y tambaleante, pero Roz rara

vez tenía prisa, y les encantaba pasear juntos por los senderos del

bosque y alrededor del estanque. Sin embargo, pasaban la mayor

parte del tiempo en su jardín. Verás, el jardín ya no estaba

desaliñado. Gracias a la cuidadosa atención de la robot, ahora

estaba lleno de colores, aromas y sabores. Sin duda, Roz fue

diseñada para trabajar con plantas.

–Vaya, Roz, ¡has estado trabajando mucho! –exclamó Ámbar

mientras su familia pastaba en el país de las maravillas

crecientes–. ¡Este jardín es glorioso! Nos verás mucho por aquí.

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Ámbar había hablado en serio. Cada mañana, cerca del amanecer,

Roz y Diamantino escuchaban pasos sigilosos afuera de el Nido. Y

allí estaban Ámbar, Coronado y sus cervatos, Sauce, Cardo y

Arroyo, mordisqueando felizmente el jardín.

Los ciervos no eran los únicos visitantes regulares. Los castores

se aficionaron a roer cierto arbusto resistente que estaba en la

orilla. Cavador, la vieja marmota, aparecía para comer bayas. Pie

Ancho, el alce gigante, iba a masticar brotes de árboles. Y, por

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supuesto, las abejas y las mariposas estaban allí todos los días,

revoloteando felizmente alrededor de las flores. Siempre parecía

haber animales amistosos visitando el jardín.

Era sorprendente lo diferente que todos trataban a Roz ahora.

Los animales que una vez le rehuyeron con miedo ahora se

detenían en el Nido sólo para pasar el tiempo con ella. Los vecinos

sonreían y saludaban cada vez que Roz y Diamantino pasaban. Y

en la Tregua del alba, las otras madres estaban ansiosas por

compartir sus consejos de crianza.

–Asegúrate de que Diamantino descanse lo suficiente. ¡Un gansito

cansado es un gansito gruñón!

–Cuando el viento empiece a soplar desde el norte, debes llevar

inmediatamente a Diamantino a un lugar seguro. Los vientos del

norte siempre traen mal tiempo.

–Nunca serás la madre perfecta, sólo haz tu mejor esfuerzo. Lo

único que Diamantino necesita es saber que estás haciendo tu

mejor esfuerzo.

Ningún gansito ha tenido nunca una madre más atenta. Roz

siempre estaba allí, lista para responder las preguntas de su hijo,

jugar con él, arrullarlo para dormir o alejarlo del peligro. Con su

cerebro de computadora lleno de consejos para padres y las

lecciones que estaba aprendiendo sola, la robot se estaba

convirtiendo en una excelente madre.

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CAPÍTULO 35

EL PRIMER BAÑO

–¡Buenas tardes a ambos! –exclamó Estridencia mientras se

adentraba en el jardín–. ¿Me recuerdas, Diamantino?

–¡Estridencia! ¡Estridencia!

–¡Muy bien! –La vieja gansa soltó una risita–. Ahora, Roz, ¿sabes

lo que sucede mañana? ¡Mañana es día de natación! Es el día en

que todos los padres llevan sus gansos al estanque por primera vez.

Tienes que llevar a Diamantino.

–¡Nadar! ¡Nadar! –gritó el pequeño ganso, sacudiendo las plumas

de su cola.

–Diamantino puede ir –dijo Roz–, pero no puedo nadar. No puedo

entrar al estanque con él. No podré protegerlo.

–¿Quién hubiera pensado que algo tan grande como tú le tendría

miedo al agua? –Estridencia se rio–. Bueno, no te preocupes por

Diamantino; estará a salvo entre la parvada. ¡Y se divertirá mucho

nadando con los otros gansitos! Comenzamos al amanecer, ¡así que

no lleguen tarde! ¡Nos vemos en la mañana! –Y con eso, la gansa se

echó un clavado y se alejó.

–¡Nadar! ¡Nadar! –gritaba el pequeño ganso.

–Sí, Diamantino –dijo la robot, mirando el estanque–. Nadar,

nadar.

Temprano, a la mañana siguiente, los graznidos y chapuzones

comenzaron a resonar en las tranquilas aguas. Roz y Diamantino

siguieron el rastro a través de la niebla hasta una playa que estaba

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plagada de gansitos esponjosos y padres orgullosos.

Roz dio unos pasos en el agua y sus instintos de supervivencia se

encendieron de inmediato. El cerebro de la computadora de la robot

sabía que si el agua entraba en su cuerpo, podría provocarle un

daño grave. Y entonces, mientras los otros padres comenzaban a

nadar al otro lado del charco, Roz permaneció segura en las aguas

poco profundas, observando.

Diamantino corrió de un lado para otro de la playa con los otros

gansitos, graznando, riendo y fingiendo tener miedo de las

pequeñas olas. Cuando una ola finalmente lo jaló, sintió que su

cuerpo flotaba en la superficie del agua. Una gran sonrisa apareció

en la cara del pequeño ganso: evidentemente, Diamantino había

sido diseñado para nadar.

–¡Muy bien, Diamantino! –exclamó Estridencia mientras pasaba

flotando–. ¡Es lo tuyo!

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–Sí, Diamantino, ¡es lo tuyo! –comentó Roz, tratando de parecer

una buena madre. Estridencia reunió a todos los gansitos y les dio

una lección de natación rápida.

–Recuerden todos: balanceen los pies uniformemente para nadar

en línea recta. Pataleen con la pata derecha para ir a la izquierda,

y pataleen con la izquierda para ir a la derecha. Pruébenlo y

únanse al resto de nosotros cuando estén listos. ¡Feliz día de

natación!

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Estridencia y los otros gansos adultos se deslizaron

tranquilamente hacia el centro del estanque. Un revoltijo de

pequeños gansos intentó mantenerse junto al grupo. Los más

jóvenes se empujaban y chapoteaban y se graznaban de emoción, y

poco a poco nadaron hacia sus padres.

Sólo Diamantino se quedó atrás.

–¿Mamá nadar?

Roz señaló la parvada.

–No puedo nadar. Ve a divertirte con los otros gansos. Estarás a

salvo con ellos.

El pequeño ganso respiró profundo. Luego sacudió las plumas de

la cola, balanceó las patas y se dispuso a nadar por primera vez. Se

movió demasiado a la izquierda, luego se desvió demasiado a la

derecha. Pero siguió nadando hasta que alcanzó a los otros gansos.

Roz pasó la mañana observando a su hijo nadar en el estanque. Y

mientras lo observaba, sintió algo parecido a la gratitud. Gracias a

Diamantino, la robot ahora tenía amigos, refugio y ayuda. Gracias

a Diamantino, ahora sabía mejor cómo sobrevivir. En cierto modo,

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Roz necesitaba a Diamantino tanto como él la necesitaba a ella. Y

precisamente por eso se sintió tan preocupada cuando el estado de

ánimo en el estanque cambió de repente.

En un momento todo estaba tranquilo, y al siguiente los gansos

estaban en estado de pánico. Algo violento chapoteaba entre el

grupo. Era Boca Piedra, el lucio gigante y dentudo. El pez había

sido un problema en el estanque desde siempre, pero nunca antes

había atacado a los gansitos. Todos los padres inmediatamente

fueron a proteger a sus crías, todos excepto Roz. La robot sólo podía

pararse en las aguas poco profundas y observar cómo su hijo dejaba

atrás a los otros gansos y nadaba desesperadamente hacia su

madre.

–¡Nada hacia mí, Diamantino! ¡Rápido!

El gansito pataleaba tan rápido como podía. Pero solo en el agua,

era un blanco fácil. El agua del estanque se onduló cuando Boca

Piedra salió a la superficie.

–¡Mamá! ¡Ayuda! –gritó Diamantino.

La robot estaba en un conflicto terrible. Una parte de ella sabía

que tenía que ayudar a su hijo, pero la otra sabía que tenía que

mantenerse fuera del agua profunda. Su cuerpo se sacudió una y

otra vez, mientras luchaba por tomar una decisión.

Y entonces Estridencia vino al rescate.

–¡Boca Piedra, no te atrevas a dañar a ese adorable pequeño! –La

vieja gansa revoloteó y cayó sobre el pez–. ¡Déjalo… en… paz! –

Picoteó, pateó y aleteó al pez hasta que este huyó a las oscuras

profundidades del estanque.

Estridencia escoltó a Diamantino hasta la playa, y un minuto

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después el ganso estaba en los brazos de su madre, sano y salvo.

–Boca Piedra no es tan peligroso como parece –comentó la gansa

sin aliento–. Pero creo que ya nadaron suficiente por hoy.

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CAPÍTULO 36

EL GANSITO CRECE

Diamantino pronto olvidó el incidente con Boca Piedra, y pasaba

las mañanas paseando por el estanque con los otros gansitos. Se

estaba convirtiendo en un pequeño gran nadador. Y también se

estaba convirtiendo en un pequeño gran orador.

–¡Hola, me llamo Diamantino! –le decía a cualquiera que quisiera

escuchar.

El ganso era pequeño para su edad y siempre lo sería, pero cada

día se volvía más grande y más fuerte. Y su apetito aumentaba al

tiempo que su tamaño. Comía hierba, bayas, nueces y hojas, a

veces pequeños insectos; lo que fuera comestible, Diamantino lo

devoraba. Y aunque no fuera comestible, se lo comía. Roz sintió

algo parecido al miedo cuando lo vio tragar guijarros en la playa.

Lo tenía boca abajo, con la esperanza de que los guijarros le

salieran por la boca, cuando Estridencia intervino.

–Baja al pequeño –dijo la gansa con una sonrisa–. Es

perfectamente natural que Diamantino coma guijarros. Lo

ayudarán a digerir la comida. Pero no demasiados, ¿de acuerdo,

pequeño?

Como la mayoría de los jóvenes, Diamantino era increíblemente

curioso. Exploraba el jardín, el estanque, el suelo del bosque y, de

vez en cuando, las casas vecinas. Incluso si llegaba a un agujero en

el suelo le decía a quien viviera allí:

–¡Hola, me llamo Diamantino! –Entonces, un largo brazo robótico

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se acercaba y sacaba al gansito.

–Disculpen la molestia –solía decir Roz, con su voz más amable.

La madre y el hijo adoptaron una buena rutina nocturna.

Mientras el pequeño ganso dormía, la robot cuidaba el fuego si

hacía frío, o lo abanicaba suavemente si hacía calor. Si despertaba

con hambre o con sed, le traía comida o agua. Y cada vez que tenía

pesadillas, lo arrullaba hasta que volvía a quedarse dormido.

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CAPÍTULO 37

LA ARDILLA

Una pequeña ardilla corría por el jardín. Diamantino nunca la

había visto antes. La observó desde el Nido y la vio saltando en el

césped. Después de un minuto de espionaje, el gansito sacudió las

plumas de su cola y salió.

–Hola, ¡me llamo Diamantino!

La ardilla se quedó quieta. Luego lentamente volteó y comenzó a

hablar.

–Hola, Diamantino; me llamo Blablablá y soy una ardilla de doce

semanas y media, soy nueva aquí y tu casa es muy grande y

redonda, y no entiendo por qué a veces sale humo...

Lector, no estoy muy seguro de cómo es que Blablablá tuvo

suficiente aire en los pulmones para hablar tanto. Y no estoy muy

seguro de cómo Diamantino tuvo la paciencia para escucharla. Pero

se quedó allí asintiendo con cortesía mientras Blablablá divagaba

sin parar.

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–... y a veces te veo caminando detrás de tu madre de aspecto

divertido, y pareces tan agradable que pensé en bajar y

presentarme, pero ahora estoy nerviosa, y estoy hablando

demasiado y mi nombre es Blablablá, creo que eso ya lo dije.

Hubo un silencio agradable.

Diamantino se paró en un pie un momento.

Entonces el gansito respiró profundo y dijo:

–Es un placer conocerte, Blablablá. No creo que hables

demasiado, creo que hablas lo suficiente y me caes bien, así que

seamos amigos.

Una gran sonrisa apareció en la pequeña cara de la ardilla.

Blablablá se quedó sin palabras, para variar.

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CAPÍTULO 38

LA NUEVA AMISTAD

Blablablá no se quedó sin saber qué decir mucho tiempo. Tenía

doce semanas y media de vida y quería contarle a Diamantino

acerca de todo lo emocionante y todo lo aburrido que le había

pasado. Y así, mientras los nuevos amigos jugaban, exploraban y

comían juntos, la ardilla compartió sus historias.

–Nací en el otro lado de la colina y la semana pasada decidí que

estaba lista para construir mi primer nido, un nido de ardilla, y

ahora vivo en ese árbol con un extraño bulto en su tronco –dijo

mientras ambos pateaban guijarros al estanque.

»Una vez, una comadreja me persiguió por las copas de los árboles

hasta que no alcanzó a sujetarse de una rama y cayó al suelo, se

estrelló contra un arbusto, y se alejó temblando y nunca más me

molestó –dijo mientras los dos se arrastraban por un tronco hueco.

»Argh… qué asco, te vi comer una hormiga una vez que comí un

mosquito por accidente y no me gustó para nada. Principalmente

como bellotas, corteza y retoños de árboles y, a veces, las deliciosas

bayas que crecen en tu jardín –le dijo mientras los dos tomaban un

refrigerio.

Pero así como Blablablá hablaba, también sabía escuchar. Y cada

vez que era el turno de Diamantino, se quedaba callada y

escuchaba con atención cada una de sus palabras.

¿Sabes quién disfrutaba de sus conversaciones más que nadie?

Nuestra robot, Roz. La madre protectora nunca estaba lejos, y

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sentía algo parecido a la diversión por las conversaciones bobas que

escuchaba, y también algo parecido a la felicidad porque su hijo

tuviera tan buena amiga.

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CAPÍTULO 39

EL PRIMER VUELO

Diamantino había pasado toda su vida en el estanque, y estaba

empezando a sentir mucha curiosidad por lo que había más allá de

su vecindario. Así que un día su madre le dijo:

–Daremos un paseo y te mostraré más agua de la que puedes

imaginar.

Roz colocó al pequeño ganso sobre su hombro plano y ambos

atravesaron la isla. Salieron del bosque, cruzaron el Gran prado y

fueron cuesta arriba hasta que estuvieron en lo alto de la cumbre

occidental de la isla. Delante de ellos había una ladera cubierta de

hierba que descendía hasta las olas oscuras y agitadas que

rodeaban la isla.

–Esa es mucha agua –comentó el gansito con los ojos bien

abiertos–. Soy un buen nadador, pero no soy lo suficientemente

bueno para cruzar ese estanque .

–No es un estanque –le dijo la robot–. Es un océano, dudo que

algún pájaro pueda cruzar un océano.

Las olas llegaban desde el horizonte.

Las gaviotas volaban dibujando círculos sobre la costa.

Una brisa constante soplaba por la pendiente.

La pelusa amarilla de Diamantino había cambiado recientemente

a una capa de sedosas plumas cafés, y extendió sus alas plumosas a

la brisa. Y entonces…

–¡Mamá, mira! –Por un breve momento, el viento levantó a

Page 107: Robot salvaje - ForuQ

Diamantino del suelo. Pero aleteó rápidamente y cayó sobre la

suave hierba–. ¡Estaba volando! –gritó.

–Eso no era volar –dijo Roz, mirando a su hijo, que estaba boca

abajo.

–Bueno, casi. ¡Voy a intentarlo de nuevo!

–He observado volar muchas aves –dijo Roz–. A veces agitan las

alas rápidamente, y otras vuelan sin aletear en absoluto, las

extienden y planean.

–Entonces, ¿estaba planeando? –preguntó Diamantino.

–Casi. Ahí, observa planear a esa gaviota. Parece que no está

haciendo nada, pero si pones atención, notarás que está haciendo

pequeños ajustes con las alas y la cola. Creo que deberías intentar

ajustar tus alas, como ella.

Diamantino saltó sobre una roca y abrió sus alas de par en par.

–¡El viento me está empujando hacia atrás!

–Cambia la posición de tus alas –le dijo su madre–. Veamos qué

pasa cuando cortan el aire.

Diamantino inclinó lentamente las alas; cuanto más las inclinaba,

menos lo empujaba el viento. Y justo cuando las niveló…

–¡Mamá, mira! –gritó cuando sus pies se despegaron del suelo–.

¡Estoy volando! ¡Estoy volando! –Se quedó suspendido allí por un

segundo, elevándose un poco más que antes, y luego volvió a

aterrizar sobre la suave hierba.

Page 108: Robot salvaje - ForuQ

El gansito siguió saltando sobre la roca y siguió volando con el

viento y siguió cayendo sobre la hierba, hasta que comenzó a

descubrir sus alas. Con cada intento planeaba un poco más alto y

durante más tiempo, hasta que finalmente se elevó. Se elevó en el

aire y planeó. Bajó las alas y se sintió caer. Sacudió las plumas de

su cola y sintió que se movía de un lado a otro.

–¡Es tan natural! –graznó.

–Lo estás haciendo muy bien –le dijo Roz–. Pero debes seguir

practicando.

Y entonces pasaron la tarde practicando en la cumbre. Una vez

que Diamantino se sintió cómodo volando, trató de batir las alas.

Aleteó alto, en línea recta, en círculos. Una gran sonrisa apareció

en la cara del pequeño ganso. Claramente, Diamantino había

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nacido para volar.

–¡Estoy volando, mamá! ¡Realmente estoy volando!

–¡Estás volando! –exclamó la robot–. ¡Muy bien!

Diamantino era ahora todo un aviador, pero tanto volar lo había

agotado. Se dejó caer en la hierba una última vez. Necesitaba

practicar un poco los aterrizajes.

Roz se lo colocó sobre el hombro y regresaron al Nido.

–No puedo creer que pueda volar ahora, mamá –le dijo

Diamantino con voz adormilada–. Desearía..., sólo desearía que

pudieras volar conmigo.

Y luego las palabras del gansito fueron reemplazadas por su

respiración tranquila y constante.

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CAPÍTULO 40

EL BARCO

A Diamantino le encantaba volar y su lugar favorito era la cumbre

cubierta de hierba. A la robot y al pequeño les gustaba pasar las

tardes allá arriba, afinando los detalles de su vuelo. Y fue una de

esas tardes cuando notaron algo misterioso en el mar.

Diamantino bajó en espiral hasta su madre, se dejó caer sobre la

hierba y señaló el horizonte. –Mamá, ¿qué es esa cosa?

El cerebro de la computadora de Roz encontró la palabra correcta.

–Es un barco.

–¿Qué es un barco?

–Un barco es un gran buque que se utiliza para el transporte

Page 111: Robot salvaje - ForuQ

marítimo.

Diamantino arrugó la cara confundido.

–¿Y quién lo utiliza?

–No sé.

Era el primer barco que veían. Desde esa distancia, parecía que

se movía lentamente, pero en realidad iba a toda velocidad. Desde

esa distancia, parecía que era pequeño, pero en realidad era uno de

los barcos más grandes jamás construidos. La robot y el ganso lo

vieron arrastrarse por el océano hasta que finalmente desapareció

hacia el sur.

¿De dónde había venido el barco? ¿A dónde iba? ¿Quién iba a

bordo? Roz y Diamantino tenían muchas preguntas pero ninguna

respuesta.

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CAPÍTULO 41

EL VERANO

En los días de verano despejados, a Roz, Diamantino y Blablablá

les gustaba ir a explorar. Investigaban la arenosa playa del sur de

la isla; se maravillaban con los arcoíris que salían de la cascada;

examinaban el bosque desde las ramas de los árboles altos;

conocían nuevas criaturas amistosas y, en ocasiones, nuevas

criaturas hostiles. Sin embargo, las únicas criaturas de las que

tenían que preocuparse eran los osos.

Una vez se encontraron con un oso que pescaba en el río, y Roz

susurró:

–Ya saben qué hacer. –Diamantino se alejó volando, Blablablá

corrió a casa a través de las copas de los árboles y Roz se fundió en

el paisaje como sólo ella sabía. Más tarde, se encontraron en el

Nido y les contaron a los vecinos todo acerca de su roce con el

peligro.

En los días nublados de verano, se quedaban en la cabaña. Roz le

preguntó a Diamantino y a Blablablá sobre los sueños, volar, comer

y sobre todas las cosas que ellos podían hacer y ella no. Pero los

jóvenes tenían demasiada energía para permanecer sentados

mucho tiempo. Pasaron una tarde lluviosa pateando bellotas

alrededor del Nido. Blablablá las amontonó, y luego Diamantino

movió su gran pie y las bellotas salieron volando. Los amiguitos

perseguían las bellotas mientras rebotaban, rodaban y daban

vueltas por el suelo. Luego hicieron otra pila y las patearon de

Page 113: Robot salvaje - ForuQ

nuevo. A veces, una bellota rebotaba en el cuerpo de Roz, ¡Clinc!, y

todos reían, incluso Roz.

–¡Ja, ja, jaaa! –dijo la robot,

tratando de actuar de manera

natural. En las tardes de verano

despejadas, se sentaban afuera y

observaban las luciérnagas

centelleando alrededor del estanque.

Luego se recostaban y observaban el

cielo del anochecer.

–Ese gran círculo es la luna –

comentó Blablablá–. Y esas pequeñas

luces se llaman estrellas; una vez

traté de contarlas todas, pero sólo

puedo contar hasta diez, así que seguí

contando hasta diez una y otra vez, y

no tengo idea de cuántas estrellas

hay, pero sé que son más de diez.

–No todas son estrellas –comentó

Roz–. Algunas son planetas.

–¿Qué es un planeta? –preguntó Blablablá.

–Un planeta es un cuerpo celeste que orbita alrededor de una

estrella.

–¿Qué significa celeste?

–Es algo que está en el espacio exterior.

–¿Qué es el espacio exterior?

–El espacio exterior es el universo fuera de la atmósfera de

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nuestro planeta.

–¿Qué es el universo?

–El universo es todo y todas partes.

–Oh, entonces, ¿el universo es nuestra isla?

Ninguno de ellos entendía realmente el universo, incluida Roz. El

cerebro de su computadora sólo sabía unas cuantas cosas. Podía

hablar sobre la tierra, el sol, la luna, los planetas y algunas

estrellas, pero no mucho más. El cielo nocturno estaba lleno de

luces intermitentes, relucientes y parpadeantes, que no podía

identificar. Evidentemente, Roz no fue diseñada para ser una

astrónoma.

En las noches de verano nubladas, Roz y Diamantino se

acurrucaban juntos, ellos dos solos, y escuchaban la lluvia sobre el

techo del Nido. La robot le contaba historias de piñas molestas,

terribles tormentas e insectos camuflados. Pero el sonido de la

lluvia siempre le daba sueño a Diamantino, y se quedaba dormido

antes de que su madre pudiera terminar una historia.

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CAPÍTULO 42

LA FAMILIA EXTRAÑA

Era una tarde sofocante y el calor había puesto a todos de mal

humor. Roz estaba parada en la sombra mirando a su hijo en el

agua. Los otros gansitos lo molestaban en broma cuando de repente

estallaron en carcajadas, Diamantino se dio la vuelta y se apresuró

a regresar a casa con una expresión tormentosa en la cara. Entró

en el jardín y pasó junto a su madre sin decir una palabra.

–¿Qué pasa, Diamantino? –preguntó Roz mientras seguía a su

hijo al Nido.

–¡Nada! –graznó–. ¡Déjame solo!

–Dime qué sucedió.

–¡No quiero hablar de eso!

–Quizás pueda ayudar.

–Mamá, los otros gansos se burlaron de mí.

–¿Qué dijeron?

–Te llamaron monstruo y luego se rieron de mí por tener una

mamá-monstruo.

–A estas alturas deberían saber que no soy un monstruo. ¿Te

gustaría que hablara con ellos?

–¡No! ¡No lo hagas! Sólo empeoraría las cosas. –La robot se sentó

al lado de su hijo–. Mamá, sé que eres una robot. Pero no entiendo

lo que es un robot.

–Un robot es una máquina. Yo no nací, me construyeron.

–¿Quién te construyó?

Page 116: Robot salvaje - ForuQ

–No sé. No recuerdo cuándo me construyeron. Mi primer recuerdo

es cuando desperté en la costa norte de la isla.

–¿Eras más pequeña entonces? –preguntó el gansito.

–No, siempre he sido de este tamaño. –Roz bajó la mirada hacia

su cuerpo desgastado–. Sin embargo, solía brillar como la superficie

del estanque, solía estar más recta que el tronco de un árbol, solía

hablar un idioma diferente. No he crecido, pero he cambiado

mucho.

La robot quería explicarle cosas a su hijo, pero la verdad era que

entendía muy poco sobre sí misma. Era un misterio cómo había

despertado a la vida en la costa rocosa. Era un misterio por qué el

cerebro de su computadora sabía ciertas cosas pero otras no. Trató

de responder las preguntas de Diamantino, pero sus respuestas

sólo lo confundieron más.

–¿Qué quieres decir con que no estás viva? –graznó Diamantino.

–Es cierto –dijo Roz–. No soy un animal. No como ni respiro: no

estoy viva.

–Te mueves, hablas y piensas, mamá. Definitivamente estás viva.

Era imposible que un ganso tan joven entendiera cosas técnicas

como cerebros de computadora, baterías o máquinas. El gansito era

mucho mejor para entender cosas naturales como islas, bosques o

padres.

Padres. La palabra de repente hizo sentir incómodo a

Diamantino.

–No eres mi verdadera mamá, ¿verdad?

–Hay muchos tipos de madres –contestó la robot–. Algunas

madres pasan toda su vida cuidando a sus crías, algunas ponen

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huevos y los abandonan inmediatamente, otras cuidan de los hijos

de otras madres. He intentado actuar como tu madre, pero no, no

soy tu madre biológica.

–¿Sabes dónde está mi mamá biológica?

Roz le contó sobre ese fatídico día de primavera. Sobre cómo

habían caído las rocas y sólo había sobrevivido un huevo. Sobre

cómo ella había puesto el huevo en un nido y se lo había llevado.

Sobre cómo había vigilado el huevo hasta que un pequeño ganso

salió del cascarón. Diamantino escuchó atentamente hasta que

terminó.

–¿Debo dejar de llamarte mamá? –preguntó el gansito.

–Seguiré actuando como tu madre, sin importar cómo me llames –

contestó la robot.

–Creo que seguiré llamándote mamá.

–Creo que seguiré llamándote hijo.

–Somos una familia extraña –dijo Diamantino, con una pequeña

sonrisa–. Pero me gusta.

–A mí también –dijo Roz.

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CAPÍTULO 43

EL GANSITO DESPEGA

Debe de ser difícil tener a una robot como madre. Creo que la parte

más difícil para Diamantino era todo el misterio que rodeaba a Roz.

¿De dónde había venido? ¿Cómo era ser un robot? ¿Siempre lo

apoyaría?

Estas preguntas llenaban la mente del pequeño y sus

sentimientos por su madre oscilaban entre amor, confusión e ira.

Estoy seguro de que muchos de ustedes saben lo que es eso. Roz

podía sentir que Diamantino estaba luchando, y por eso pasó

mucho tiempo hablando con él sobre familias, gansos y robots.

–¿Hay otros robots en la isla? –preguntó el ganso durante una de

sus charlas. Había estado sentado al lado de su madre en el jardín,

pero ahora se puso de pie y la miró.

–Sí, hay otros en la isla –contestó Roz–, pero están inoperantes.

–¿Inoperantes?

–Para un robot, estar inoperante es como estar muerto.

–¿Dónde están los robots muertos?

–En la costa norte.

–¡Quiero verlos!

–No creo que sea buena idea.

–¿Por qué no?

–Todavía eres un gansito. Eres demasiado joven para ver robots

muertos. Te llevaré a verlos cuando seas mayor.

–Mamá, ya no soy pequeño. –Diamantino hinchó el pecho–. ¡Ya

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tengo cuatro meses!

–Lo lamento –replicó Roz–. Pero no puedes ir.

Diamantino pisoteó el jardín y graznó:

–¡No es justo!

–Prometo que te llevaré a verlos cuando seas mayor –dijo la robot.

–¡Pero quiero ir ahora!

–Por favor, cálmate.

–¡Ni siquiera puedes volar! ¡Podría despegar y no podrías

detenerme!

Roz se levantó, y su larga sombra cayó sobre su hijo. El gansito

podía sentir sus emociones oscilar violentamente. Y por un

momento de verdad le tuvo miedo a su madre; sin detenerse a

pensar, corrió hacia el estanque, batió las alas y se fue volando.

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CAPÍTULO 44

EL FUGITIVO

–Tu hijo estará bien –dijo Estridencia–. Ya sabes cómo son a esta

edad.

–No lo sé –replicó Roz–. Por favor, dime cómo son a esta edad.

–Cierto. Bueno, Diamantino está creciendo rápido. Es natural que

los gansos adolescentes sean un poco... temperamentales. Nada

más necesita estar solo por un tiempo. Has criado a un hijo

maravilloso. Sé que regresará a casa pronto. Trata de no

preocuparte.

Pero Roz sí se preocupó. Se preocupó tanto como un robot es capaz

de hacerlo. Diamantino nunca había huido —o, mejor dicho, salido

volando— y de repente Roz estaba computando todas las cosas que

podían salir mal: una tormenta violenta, un ala rota, un

depredador. Tenía que encontrar a su hijo antes de que le

sucediera algo malo.

Page 121: Robot salvaje - ForuQ

Sólo había un lugar donde Diamantino podría haber ido: el

cementerio de robots. Entonces corrió hacia el norte. Saltó sobre las

rocas, esquivó las ramas y cruzó los prados sin aminorar el paso.

Atravesó corriendo toda la isla hasta que finalmente llegó a los

acantilados arriba del cementerio.

Y allí estaba Diamantino. Encaramado en el borde, mirando las

partes de los robots esparcidas en la orilla. Tenía los ojos húmedos.

–¡No te enojes! –exclamó mientras su madre se acercaba.

–No estoy enojada. Pero no deberías haberte ido volando de esa

manera. Podrías haberte lastimado, o algo peor. ¡Estaba

preocupada!

–Lo siento, mamá.

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–Está bien –dijo Roz–. Es natural que los gansitos de tu edad

sean un poco... malhumorados.

–Mamá, necesito entender lo que eres. Y creo que podría

ayudarme ver esos otros robots.

–Tienes razón, podría ser útil. ¿Por qué no estás allá abajo?

–Estaba a punto de bajar –dijo Diamantino–, pero me puse

nervioso. Quiero que vayas conmigo.

–Vamos –dijo Roz–. Juntos.

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CAPÍTULO 45

LOS ROBOTS MUERTOS

El gansito flotaba en la brisa junto a su madre mientras descendía

por el acantilado. Bajaron, pasaron salientes de roca, gaviotas y

árboles pequeños y testarudos, hasta que estuvieron de pie en la

orilla rocosa con los acantilados que se alzaban detrás de ellos.

El cementerio había cambiado. La caja de Roz había

desaparecido, perdida a causa del clima o las olas. Algunas de las

partes de los robots también habían desaparecido, otras estaban

cubiertas de arena, enredadas entre las algas o eran guaridas de

unas pequeñas criaturas que se escabulleron; un torso destrozado

aún tenía la cabeza y las piernas unidas. Roz y Diamantino

rodearon el cadáver y estudiaron el reguero de tubos esparcidos.

–¿Este se parecía a ti? –le preguntó Diamantino.

–Sí, somos el mismo tipo de robot –contestó Roz.

–¿Y ahora este robot está muerto?

–En cierto sentido.

–¿Alguna vez morirás, mamá?

–Creo que sí.

–¿Moriré?

–Todos los seres vivos mueren con el tiempo.

La cara del pequeño ganso se arrugó por la preocupación.

–¡Diamantino, vas a vivir una vida larga y feliz! –Roz puso una

mano sobre la espalda de su hijo–. No deberías preocuparte por la

muerte.

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La cara del ganso se relajó. Y luego señaló una forma pequeña y

redonda en la parte posterior de la cabeza del robot muerto.

–¿Qué es eso?

Roz se acercó más.

–Es un botón, una pieza de maquinaria que se puede presionar

para operarla.

Diamantino comenzó a presionar el botón.

Clic, clic, clic.

–No pasa nada –dijo–. Probablemente porque este robot está

muerto. –Clic, clic, clic–. Mamá, ¿tienes un botón?

Diamantino observó a su madre girar la cabeza y le vio un

pequeño botón.

–¡Tienes uno! –exclamó–.¡No lo había visto antes!

–Yo tampoco –contestó la robot.

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El gansito soltó una risita.

–Oh, mamá, tienes mucho que aprender sobre ti.

Roz intentó alcanzar el botón, pero su mano se detuvo

automáticamente antes de que pudiera tocarlo, intentó con la otra,

pero también se detuvo.

–Parece que no puedo presionar el botón –comentó–. ¿Te gustaría

intentarlo?

–¿Qué sucederá?

–Creo que me apagaré. Pero supongo que podrías presionar el

botón nuevamente para reiniciarme.

–¿Crees? –graznó Diamantino–. ¿Y si te equivocas? ¿Y si

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despiertas diferente? ¿Y si nunca despiertas? ¡Mamá, no quiero

apagarte!

Roz giró la cabeza y vio que la cara de Diamantino estaba

nuevamente arrugada por la preocupación. Se arrodilló a su lado y

dijo:

–¡Por supuesto que no tienes que apagarme! Lo siento si te

asusté. ¿Estás bien?

–Estoy bien. –Diamantino sollozó y se enjugó los ojos. Y luego

escuchó salpicaduras: unas nutrias jugaban en el océano. Nunca

había visto nutrias. Las observó mientras nadaban, se zambullían

y chapoteaban. Parecían estar divirtiéndose muchísimo, y de

repente el gansito volvió a sonreír.

–Hola, me llamo Diamantino –gritó sobre las olas–. ¡Y ella es mi

mamá! ¡Se llama Roz!

La última vez que esas nutrias vieron a Roz, pensaron que era

una especie de monstruo. Pero desde entonces habían escuchado

que era extraordinariamente amistosa y que incluso había

adoptado un pequeño ganso huérfano. Y entonces las nutrias

sonrieron a Roz y a Diamantino. Luego nadaron hacia ellos

salpicando las rocas.

–¡Hola! –dijo la nutria más grande–. ¡Encantada de conocerlos!

En realidad, Roz, ya nos hemos visto una vez, pero puede que no te

acuerdes de mí. Mi nombre es Conchita.

–Te recuerdo –dijo la robot–. Me alegra saber tu nombre,

Conchita.

–¿Se conocen? –preguntó el ganso.

–Estas nutrias fueron los primeros animales que conocí –le dijo

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Roz–. También fueron los primeros animales que huyeron de mí.

–Sí, lo siento –dijo Conchita mientras las otras nutrias olfateaban

las piernas de la robot–. ¿Sabes, Diamantino?, cuando vimos por

primera vez a tu madre, estaba empacada en una caja y rodeada de

cosas suaves y blanditas.

Diamantino frunció el ceño.

–No creerías lo pequeña que se veía, toda doblada allí.

Diamantino hizo ruido con la nariz.

–Pensamos que estaba muerta, pero cuando metimos la mano en

la caja, volvió a la vida y salió como un monstruo resplandeciente.

Los ojos de Diamantino se llenaron de lágrimas, y luego sintió que

su madre lo tomaba en sus brazos.

–¿Estás bien? –le susurró al oído.

–Creo que por hoy he aprendido suficiente sobre robots –susurró.

–Lo siento, nutrias –dijo Roz–, pero debemos irnos.

–¡Espero no haber molestado al pequeño! –exclamó Conchita–.

Pensé que le gustaría saber cómo nos conocimos.

–Diamantino estará bien –dijo Roz con voz amigable–. Pero

hemos tenido un día muy ocupado y deberíamos irnos a casa. Fue

bueno verte otra vez, Conchita. ¡Adiós!

Roz se volvió y, con sus largas zancadas, llevó a su hijo del

cementerio hasta la base de los acantilados.

–¿Te gustaría sentarte sobre mi hombro mientras trepo? –

preguntó la robot.

–Tengo ganas de volar –dijo el gansito–. Te veré en la cima.

Diamantino agitó las alas y desapareció en el cielo. Roz comenzó a

escalar la pared. Subió hábilmente las columnas rocosas y las

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salientes, hasta que se elevó sobre el acantilado, donde dos jóvenes

osos estaban esperando.

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CAPÍTULO 46

LA PELEA

–Hola, osos, me llamo Roz.

–Oh, ya sabemos quién eres –dijo la hermana oso con la voz llena

de sarcasmo–. Estamos muy felices de verte de nuevo.

–Sí, ¡estamos muy felices de verte de nuevo! –repitió el hermano

oso.

–¿Por qué siempre repites lo que digo? –le preguntó la hermana a

su hermano–. ¡Es muy molesto!

–¡Te estaba respaldando!

–¡Déjame hablar!

–¡Bien! ¡No tienes que ser tan agresiva!

La pelea de los osos se vio interrumpida por la voz más amigable

de la robot.

–¿Con quién tengo el placer de hablar?

–Qué grosería la nuestra –dijo la hermana oso–. Me llamo Ortiga,

y él es mi hermano pequeño, Espina.

–¡No soy pequeño! –dijo Espina en voz baja.

–Encantada de conocerlos –repuso Roz–. Pero me temo que debo

irme.

–Y me temo que no podemos dejarte ir. –Ortiga le cerró el paso–.

A mi hermano y a mí no nos gustan los monstruos.

–No soy un monstruo, soy una robot.

–Lo que seas, no nos gustas –dijo Espina.

–Escuchamos que te has acomodado en nuestra isla –dijo Ortiga–.

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Y ahora vamos a hacerte sentir muy incómoda.

–¡Sí, vamos a hacerte sentir muy incómoda!

–¡Deja de repetir lo que digo, Espina!

La pobre Roz estaba en serios problemas. Los osos se le iban

acercando, pero no podía correr, no podía esconderse y no podía

luchar. La robot no sabía qué hacer, pero antes de que pudiera

hacer algo, se escuchó un fuerte graznido y se vio un manchón de

plumas.

–¡Aléjate de mi madre! –Diamantino bajó en picada y patinó

hasta detenerse entre la robot y los osos.

–¡Así que los rumores son ciertos! –Ortiga se rio–. ¡En verdad hay

un ganso que piensa que la robot es su madre! ¿Cómo puede

alguien ser tan estúpido? ¡Hazte un favor, ganso, y vete volando

antes de que te lastime!

–¡Tiene razón, Diamantino! –dijo Roz–. ¡Por favor, déjame

resolver esto!

Pero el gansito se mantuvo firme. Extendió las alas y saltó, listo

para defender a su madre. Los osos rugieron de risa. Luego, con un

movimiento de la pata, Ortiga lo hizo rodar por el suelo una y otra

vez, hasta que quedó de espaldas mirando aturdido al cielo.

–Esta es nuestra isla –gruñó Ortiga.

–Y es hora de que te vayas –gruñó Espina.

Roz se hizo lo más grande posible. Se golpeó el pecho y rugió

salvajemente, enojada. Pero los osos no se intimidaron: le rugieron

también y luego la atacaron.

Ortiga la abrazó con fiereza mientras Espina le arañaba las

piernas. La robot intentó liberarse, pero los osos no la soltaron esta

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vez. Una nube de polvo creció alrededor del trío mientras peleaban

cada vez más cerca del borde del acantilado.

De repente, algo salió de entre los árboles hacia el acantilado: era

la madre osa. Era gigantesca, como una montaña de dorado pelaje.

Y estaba furiosa, parecía que este sería el final para nuestra robot.

Pero mamá oso no estaba allí para unirse a la pelea. Estaba allí

para detenerla.

–¡Ortiga! ¡Espina! ¡Vengan para acá en este instante!

Los jóvenes deberían haberle hecho caso a su madre, pero

fingieron no escucharla. Ortiga le hizo un corte a Roz en el cuerpo,

y Espina comenzó a luchar con su pie. Lo agarró con ambas patas,

lo levantó del suelo y luego, con todas sus fuerzas, lo giró.

Lector, los siguientes eventos sucedieron muy rápido. Primero se

escuchó un sonido extraño cuando el pie derecho de la robot se

separó de su pierna y salió volando. Entonces todos cayeron. Ortiga

y Roz cayeron de costado a lo largo del borde. Pero Espina cayó de

espaldas y rodó directamente por el acantilado.

¿Sabes cuál es el sonido más terrible del mundo? Es el aullido de

una osa madre cuando ve a su osezno caer de un acantilado. El

aullido de la madre osa fue tan estremecedor que arrancó a

Diamantino de su estupor, tan poderoso que sacudió todo el cuerpo

de Roz, tan fuerte que los animales lo oyeron claramente en toda la

isla. Pero no hubo respuesta de Espina. El aullido de la madre osa

se desvaneció lentamente, y cayó al suelo.

Roz vio cómo su pie rodaba por el borde y caía en picada hacia la

costa: cayó entre las gaviotas, se estrelló contra una roca y

desapareció entre las olas. Y fue entonces cuando la robot notó que

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algo peludo colgaba del acantilado. ¡Espina! Colgaba de un árbol

que estaba enraizado en la pared de roca. El osezno se agarraba del

árbol con toda la fuerza de sus mandíbulas y miraba a Roz con ojos

grandes y asustados.

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–¡Veo a Espina! –gritó Roz–. ¡Agarren mis piernas! ¡Rápido! –La

madre osa y Ortiga se pusieron de pie. Cada una tomó una pierna

con el hocico, y juntas bajaron a Roz de cabeza despacio por el

acantilado. Espina gemía entre dientes mientras miraba acercarse

a la robot. Entonces sintió que sus fuertes brazos lo envolvían y

escuchó su voz resonante gritar:

–¡Súbannos!

Espina soltó la rama y gritó:

–¡Por favor, no me sueltes, Roz! ¡No quiero morir!

–No te preocupes –le dijo la robot–. No te dejaré caer.

Los siguientes momentos parecieron eternos. La madre osa y

Ortiga siguieron tirando despacio de sus piernas hasta que

finalmente apareció una cabeza dorada peluda y Espina saltó al

abrazo de su familia.

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CAPÍTULO 47

EL DESFILE

–¿Te duele? –Diamantino tocó la superficie lisa donde solía estar el

pie de su madre.

–No, no me duele –dijo Roz–. Pero me resultará difícil caminar.

Los osos se colocaron detrás del ganso y miraron fijamente el

muñón de la robot. Nadie entendía cómo un pie podía desprenderse

de esa forma, o cómo Roz podía mantener la calma.

–Roz, lamento que mis oseznos te atacaran –dijo la madre osa–. A

veces están completamente fuera de control.

–Está bien. Ya sabes cómo son a esta edad.

–No puedo agradecerte lo suficiente por salvar a Espina. Prometo

que mis oseznos nunca más te molestarán. ¿No es así?

–Sí, madre –dijeron Ortiga y Espina, juntos. La robot intentó

caminar cojeando sobre sus piernas desiguales, y le salió bastante

bien en la superficie plana del acantilado, pero una vez que entró

en el bosque, su problema se hizo evidente. El muñón liso no tenía

agarre y se resbalaba por el suelo del bosque. Entonces intentó

saltar sobre su único pie bueno, dio unos brinquitos y luego se

estrelló contra el tronco de un árbol. Unos cuantos saltos más y se

estrelló contra la maleza.

–Lamento mucho haberte roto el pie –dijo Espina mientras

ayudaba a la robot a levantarse de la maleza.

–Te perdono –dijo Roz. Aunque si era capaz de perdonar de

verdad, es algo que no podemos saber. Pero eran palabras amables,

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y Espina se sintió mejor cuando las escuchó–. Parece que tendré

que arrastrarme a casa.

–¡Tonterías! –exclamó la madre osa–. Tengo una idea mejor.

La madre osa se recostó en el piso mientras los oseznos

empujaban a Roz sobre su espalda. Entonces Diamantino revoloteó

para posarse sobre los anchos hombros de la osa. Y cuando ambos

estuvieron a salvo sobre su espalda, el grupo se puso en camino a

través del bosque.

La robot era pesada, pero eso no representó ningún problema

para el animal gigante. Madre osa paseaba como si fuera

perfectamente normal traer un robot sobre la espalda.

Conformaban una gran procesión caminando todos juntos, que se

hizo aún más grande a medida que se fueron uniendo ciervos,

mapaches, pájaros y todo tipo de animales. Todos querían ver a la

robot madre montando a la madre osa. El grupo se abrió paso entre

árboles antiguos, sobre prados ondulantes y a través de riachuelos

balbuceantes, agrupando más y más animales curiosos a su paso.

Era el desfile de vida silvestre más grandioso que nadie había

visto, y liderando el camino estaba nuestra robot, Roz.

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Pero el desfile no podía durar para siempre. Mientras el sol se

ponía, los otros animales comenzaron a alejarse, uno por uno, y

cuando el desfile finalmente llegó al Nido, sólo quedaban los

miembros originales.

–Aquí estamos –dijo la madre osa, ayudando a Roz a bajar al

jardín–. ¿Acaso no fue mejor que arrastrarse todo el camino a casa?

–¡Oh, sí, fue maravilloso! –exclamó la robot–. No puedo imaginar

un mejor final para este día. Muchas gracias.

–¡Sí, fue increíble! –gritó el gansito–. ¡Mis amigos no me creerán

cuando les diga que atravesé la isla en el lomo de un oso!

–¡Me alegra que lo hayan disfrutado! –Sonrió la madre–. Es lo

menos que puedo hacer después de todos los problemas que estos

dos causaron.

Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido, y miró a sus oseznos,

quienes de repente se interesaron por una piedra en el suelo.

Era tarde, y había sido un día largo y difícil para todos, así que

los osos se despidieron y regresaron a su cueva. Diamantino y Roz

se pararon en el jardín y vieron a sus nuevos amigos alejarse. Y

luego el pequeño ganso dijo:

–Mamá, ¿crees que volverás a caminar alguna vez?

–No estoy segura –dijo la robot–, pero sé a quién pedir ayuda.

Ahora ve y prepárate para ir a dormir.

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CAPÍTULO 48

EL NUEVO PIE

El señor Castor entrecerró los ojos al ver el muñón de Roz.

–Nunca he construido un pie. –Se acarició los bigotes

murmurando para sí–. En realidad, hay tres problemas por

resolver: el pie necesita agarrarse al suelo y debe ser duradero,

luego está el problema de unirlo a la pierna. Debería consultar a

algunos amigos.

–¿Volverá a caminar? –preguntó Diamantino.

–¿Qué dijiste? –El señor Castor estaba perdido en sus

pensamientos–. Oh, no te preocupes. Tú siéntate y déjame todo a

mí. ¡Me encantan los retos!

El señor Castor se metió en el estanque y regresó un rato después

rodando una gran sección del tronco de un árbol.

–¡Saluda a tu nuevo pie! –exclamó golpeando la madera con la

cola.

–Hola, nuevo pie –dijo la robot.

–¡Esa es la actitud! Esta belleza es de uno de los árboles más

difíciles que he mordisqueado. Sólo necesito hacer algunas

modificaciones.

El señor Castor colocó la pieza de madera al lado de Roz.

Entrecerró los ojos, volvió a colocar la pieza y los entrecerró un

poco más. Con las garras marcó diferentes puntos en la madera y

luego se puso a trabajar con sus grandes dientes. El castor masticó,

mordió y partió el trozo de madera, volteándolo una y otra vez

Page 139: Robot salvaje - ForuQ

entre sus patas.

Blablablá lo miraba desde una rama y se puso a hablar en los

momentos de silencio.

–Esto me recuerda la vez que vi a un zorro atrapar a un lagarto

por la cola; de alguna manera la cola del lagarto se cayó y él se

escapó, pero luego vi que el lagarto tenía una nueva cola y ahora

Roz va a conseguir un nuevo pie y todo estará bien…

El pie de madera tomó forma y, en poco tiempo, el señor Castor

estaba de pie junto a una hermosa escultura que parecía una bota.

Intentó deslizarlo sobre el muñón de Roz, pero la abertura era

demasiado pequeña, de modo que le fue quitando más madera

hasta que quedó perfecta.

–Muy bien –dijo, escupiendo una astilla–. Mis amigos deberían

llegar en cualquier momento con las otras cosas que necesitamos.

¡Y ahí están! Me gustaría que conocieran a Chipotito, Bultito y

Colita. Yo los llamo los Bandidos esponjosos.

Tres gordos mapaches entraron en el jardín arrastrando una

maraña de vides detrás.

–Buen día –dijo Chipotito.

–Buen día –dijo Bultito.

–Buen día –dijo Colita.

Puede que ya lo sepas, lector, pero los mapaches tienen manos

muy ágiles. Y los Bandidos esponjosos usaron las suyas para atar

hábilmente las vides alrededor de la pierna de la robot y su nuevo

pie. Estas se agarraron muy bien en todos los golpes, abolladuras y

rasguños. Una vez que estuvieron bien atados, el señor Castor hizo

para atrás la cabeza y dijo:

Page 140: Robot salvaje - ForuQ

–¡Toctoc! ¡Te necesitamos!

Silencio.

Y luego tres rápidos golpes resonaron desde las copas de los

árboles.

–Ah, ese debe ser él –comentó el señor Castor sonriendo.

Un pájaro carpintero muy guapo bajó en picada al jardín.

–¿Llamaste? –Se escuchó la voz musical del pájaro carpintero.

–¡Sí! Escuchen, este es mi amigo que hace picoteos, Toctoc. Ahora,

Toctoc, necesitamos resina de árbol, pegajosa de verdad. ¿Puedes

ayudarnos?

–¡Por supuesto que puedo! –dijo el pájaro carpintero–. ¡Tienes un

pino perfecto aquí mismo!

Toctoc saltó sobre un pino viejo y crujiente e hizo algunos

agujeros profundos en la corteza. La resina espesa y almibarada

comenzó a salir por el tronco. El señor Castor recogió varios

puñados y la untó por todo el pie de madera y las enredaderas

hasta que todo quedó brillante. Y cuando la resina se secó, poco

tiempo después, el pie de Roz estuvo terminado.

–¡Esto es maravilloso! –dijo la robot mientras paseaba por su

jardín–. ¡Estoy como nueva!

El señor Castor, Toctoc y los Bandidos esponjosos se marcharon

sintiéndose felices consigo mismos, habían hecho una buena obra.

Pero era el primer pie de madera que hacían. Y en una semana las

lianas comenzaron a deshacerse y el pie a zafarse. Entonces

regresaron, decididos a hacerlo bien. Encontraron madera aún más

resistente y viñas aún más fuertes. Experimentaron con resina,

calentándola junto al fuego, dejándola hervir y espesar, hasta que

Page 141: Robot salvaje - ForuQ

se convirtió en un pegamento indestructible. Siguieron jugueteando

con su diseño hasta que, finalmente, Roz tuvo un pie de madera en

el que podía confiar.

–¡Hurra! –El señor Castor golpeó con los nudillos la creación

nueva y mejorada–. Sabía que lo lograríamos.

Roz se movía más despacio que antes y tenía una ligera cojera,

pero volvió a ser la misma de siempre y eso fue un alivio para

todos, especialmente para Diamantino.

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CAPÍTULO 49

EL AVIADOR

Gracias al entrenamiento de su madre, Diamantino se estaba

convirtiendo en un aviador verdaderamente excepcional. No era el

más grande ni el más fuerte, pero sí el más inteligente. Verás, él y

su madre habían comenzado a estudiar las técnicas de vuelo de

otras aves. Se sentaban durante horas y observaban cómo se

movían por el aire los halcones, los búhos, los gorriones y los

buitres. Luego subían a la cumbre cubierta de hierba y Diamantino

practicaba lo que había aprendido. Pronto se clavaba, se lanzaba en

picada y volaba alrededor de la isla. Los gansos adultos fruncían el

ceño al ver sus formas de volar, pero los otros gansitos pensaban

que era genial.

Cada mañana, un grupo de ellos aguardaba en el agua para que

Diamantino los condujera al cielo. Y luego, horas más tarde,

regresaraba a casa con Roz, agitando las plumas de su cola y

graznando sus últimas aventuras aéreas.

–¡Mamá! Los otros gansos no sabían que el aire caliente eleva.

¡Así que encontré una corriente ascendente y pasamos la tarde

dando vueltas y vueltas, y casi no batíamos nuestras alas!

»¡Mamá! ¿Viste esa tormenta eléctrica hoy? Sabíamos que habría

problemas cuando el viento comenzó a soplar desde el norte, así

que volamos hacia unos arbustos y esperamos a que pasara.

»¡Mamá! ¡Intentamos volar en formación! Todos nos turnamos en

la punta, pero a todos les gustaba más seguirme, así que dirigí la

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mayor parte del tiempo.

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CAPÍTULO 50

EL BOTÓN

Diamantino pensaba en el pequeño botón en la parte posterior de la

cabeza de su madre. Su madre también. No podían dejar de

preguntarse qué sucedería si se presionaba. Y un día decidieron

que era hora de averiguarlo.

Roz se sentó en el piso del Nido. Su hijo, nervioso, estaba sobre

una piedra detrás de ella.

–Estoy lista cuando tú lo estés –dijo la robot.

–Está bien –dijo el gansito–. Aquí vamos. –Diamantino respiró

hondo.

Clic.

El cuerpo de Roz se relajó.

Su suave zumbido se detuvo lentamente.

Sus ojos se volvieron negros.

–Mamá, ¿puedes escucharme?

No hubo respuesta. Diamantino la rodeó para mirar su cara. Su

extraña chispa de vida se había apagado. El gansito nunca se había

sentido más solo.

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Estaba listo para volver a encenderla. Pero ¿y si no se

despertaba? ¿Qué pasaría si despertaba diferente? El gansito tenía

miedo de presionar el botón, y tenía miedo de no presionarlo.

Diamantino respiró profundamente.

Clic.

El cuerpo de Roz se tensó.

Su suave zumbido comenzó lentamente.

Sus ojos comenzaron a brillar.

–Mamá, ¿puedes escucharme?

–Hola, soy la unidad ROZZUM 7134, pero puedes llamarme Roz. –La

robot pronunció estas palabras automáticamente, en un idioma que

Diamantino no entendió. Su pequeño corazón se aceleró cuando sus

peores temores parecieron hacerse realidad. Pero un momento

después, su voz familiar volvió, y la robot dijo en el idioma de los

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animales–: Hola, hijo. ¿Cuánto tiempo estuve apagada? A mí me

pareció sólo un instante.

–Unos minutos –contestó el ganso mientras la abrazaba–. Pero

me pareció una eternidad.

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CAPÍTULO 51

EL OTOÑO

Los días eran cada vez más cortos. El aire se estaba poniendo

fresco. Y una mañana, Roz salió y encontró una capa de escarcha

en el jardín. El otoño había llegado a la isla.

Las hojas de los árboles, que para la robot habían sido verdes toda

la vida, se tornaron amarillas, naranjas y rojas. Entonces se

soltaron de sus ramas y flotaron hacia el suelo, y el bosque

gradualmente se llenó con los sonidos de las criaturas corriendo

sobre las hojas muertas. Los frutos secos también caían golpeando

raíces y rocas, y ocasionalmente a la robot, produciendo un ruido

metálico. El olor de las flores se fue desvaneciendo conforme se

marchitaban. Todos los ricos aromas y colores de la isla se estaban

agotando.

Los animales también estaban cambiando. A los peludos les

estaba creciendo más pelo; a los de plumas también les crecían

más; los que tenían escamas estaban empezando a buscar nuevos

hogares.

–Sí, está enfriando –croó una rana a otra–. En poco tiempo será

hora de dormir.

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–Sí. Será mejor que empiece a

buscar un buen hoyo –croó la

segunda rana–. ¿Ya encontraste

uno?

–Nah –respondió la primera–.

Buscaré uno la próxima

semana, por ahora voy a

disfrutar de la cálida luz del sol

mientras dure. Sí.

Muchos de los animales de la

isla ya estaban pensando en la

hibernación. Ranas, abejas,

serpientes e incluso los osos

desaparecerían pronto y

pasarían los próximos meses descansando ocultos.

Y luego estaban los pájaros. Algunas aves, como

búhos y pájaros carpinteros, pasarían el invierno

anidando y consumiendo los pocos restos

comestibles de la isla. Pero las aves migratorias

estaban preparándose para el largo viaje hacia el

sur, a sus cálidos sitios de invernada. Y entre las aves destinadas

migrar se encontraban los gansos.

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CAPÍTULO 52

LA PARVADA

Diamantino entró lentamente en el Nido. Tenía la confusión

marcada en la cara.

–¿Mamá? Los otros gansos dijeron que tenemos que irnos de la

isla pronto, y no regresaremos en muchos meses. ¿Es cierto?

–Es verdad –dijo Roz–. Sabes que los gansos migran al sur en el

invierno.

–¿Vas a migrar con nosotros? –dijo Diamantino.

–No puedo volar ni nadar, así que pasaré el invierno aquí en la

isla.

–¿Puedo quedarme contigo?

–No creo que sea buena idea. Creo que deberías migrar con la

parvada.

–¿Cuánto tiempo durará la migración? –preguntó Diamantino–.

¿A dónde volaremos? ¿Cuándo volveremos a casa?

–No lo sé –le contestó Roz–. Vamos a preguntarles a los demás.

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Y entonces la robot y el pequeño ganso rodearon el estanque

hasta donde Estridencia y sus amigos estaban charlando.

–Hola a todos –los saludó Roz–. Diamantino tiene algunas

preguntas sobre la próxima migración de invierno de la parvada.

–¡Y estaremos encantados de responderles! –dijo Estridencia–.

¿Qué te gustaría saber, pequeño?

–¿Cuánto tiempo durará la migración? –preguntó Diamantino–.

¿A dónde volaremos? ¿Cuándo volveremos a casa?

–Nos llevará un par de semanas volar hacia el sur –dijo

Estridencia–, dependiendo del clima.

–Nos uniremos a otras parvadas en un hermoso lago en medio de

un extenso campo –dijo otro ganso.

–Y volveremos a la isla después de cuatro o cinco meses –dijo

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alguien más–, dependiendo del clima.

Mientras caminaban de regreso al Nido, Diamantino le dijo a su

madre:

–Últimamente he sentido un fuerte impulso de volar. No sólo

alrededor del estanque o la isla, sino hacer un vuelo largo. Un

viaje.

–Esos son tus instintos –dijo la robot–. Todos los animales tienen

instintos. Los ayudan a sobrevivir.

–¿Tienes instintos? –preguntó el pequeño ganso.

–Sí. También me ayudan a sobrevivir.

–Mis instintos definitivamente me dicen que vuele hacia el sur en

invierno –dijo Diamantino–. Sólo desearía que pudieras venir con

nosotros. Voy a preocuparme por ti mientras estoy fuera.

–No te preocupes. Estaré bien –dijo Roz–. ¿Qué tan malo podrá

ser el invierno?

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CAPÍTULO 53

LA MIGRACIÓN

Era la noche antes de la migración, y Diamantino dormía

irregularmente. Roz lo observó dar vueltas en la cama hasta que

finalmente se acercó a sus brazos, y ella lo meció para que pudiera

dormir, como en los viejos tiempos.

Temprano a la mañana siguiente, Diamantino salió y observó el

estanque. El agua estaba perfectamente quieta. Algunas nubes

perezosas se movían en el cielo. Los gansos ya estaban reuniéndose

en la playa. Y luego diminutas garras bajaron corriendo de las

copas de los árboles.

–Así que hoy es el día, ¿eh? –dijo Blablablá, posada en una rama–.

Vas a ver muchas cosas nuevas, conocerás tantos animales nuevos

y si hay ardillas en las tierras de invernada, por favor, ¡diles que

Blablablá les manda saludos!

–Hoy es el día –dijo Diamantino–. La parvada partirá pronto.

–¿Estás emocionado, nervioso, asustado?

–Todo a la vez.

La ardilla susurró:

–Bueno, no te preocupes por tu madre, voy a cuidar de ella, así

que sabe que estará perfectamente.

Diamantino sonrió.

–Me temo que es hora de irse –dijo Roz mientras salía del Nido.

–De acuerdo, mamá –dijo el pequeño ganso–. ¡Te veo en la

primavera, Blablablá!

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–¡Que tengas una bonita migración, Diamantino! –La ardilla

subió corriendo a las copas de los árboles–. Vuelve a casa con

muchas historias emocionantes, pero no demasiado porque no

quiero que algo malo te suceda, ¡adiós!

Los gansos graznaban con emoción y andaban haciendo sus

preparativos finales deprisa. Varios padres se reunieron para

discutir los planes de vuelo, mientras que las madres contaban al

grupo.

–¡Ahí estás, Diamantino! –Estridencia graznó en medio de la

multitud–. ¡Estamos a punto de comenzar!

–¡Atención, por favor! –dijo el ganso mayor–. Como la mayoría

sabe, mi nombre es Cuello Largo, y lideraré la migración de este

año. Les pido a todos que reúnan a sus familias para el despegue.

Una vez que estemos todos en el aire, cada familia tomará su

posición en nuestra formación en V, y comenzaremos la primera

etapa de nuestro viaje. ¿Hay alguna pregunta?

–Tengo una. –Se oyó una voz profunda–. Mi hijo no va con

ninguna familia. ¿Dónde quedará en la formación?

Todos voltearon hacia Cuello Largo.

–Puede volar conmigo –dijo el gran ganso–. He escuchado que

Diamantino es un aviador muy inteligente; podría ser de ayuda en

la punta.

Un momento después, los gansos comenzaron a graznar y a agitar

las alas. Una nube de plumas se formó alrededor de la robot y su

hijo.

–Ya no eres un gansito –dijo Roz–. Estoy orgullosa del joven

ganso en el que te has convertido.

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Diamantino revoloteó hasta el hombro de su madre.

–Gracias, mamá. –El joven ganso se secó los ojos.

–¿Es aquí donde nos despedimos?

–Aquí es donde nos despedimos por el momento. La primavera

volverá pronto y estaremos juntos de nuevo.

–Te voy a extrañar –dijo Diamantino mientras acariciaba a su

madre.

–Yo también te voy a extrañar –dijo Roz mientras acariciaba con

la nariz a su hijo.

El ganso suspiró. Luego sacudió las plumas de la cola, agitó sus

alas y se unió al grupo.

Al principio, los gansos volaron desorganizadamente. Pero poco a

poco cada uno se colocó en su posición hasta que la parvada formó

una tambaleante V. A la cabeza estaba Cuello Largo, y detrás de su

ala izquierda estaba Diamantino. Volaron en círculo hasta que la V

señaló hacia el sur, y los gansos comenzaron su larga migración.

Roz trepó a la copa de un árbol y observó cómo la parvada se

alejaba lentamente y se desdibujaba en el horizonte.

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CAPÍTULO 54

EL INVIERNO

La isla estaba en silencio. Todas las aves migratorias se habían ido,

los animales que hibernaban dormían y todos los demás habían

comenzado sus sencillas rutinas invernales. Todos excepto Roz.

Ahora que estaba sola, nuestra robot no sabía qué hacer consigo

misma. Permaneció de pie en su jardín gris y observó una capa de

hielo formarse lentamente en el estanque. A veces podía escuchar a

sus buenos amigos los castores, haciendo negocios bajo el hielo, y se

preguntaba cuándo volvería a verlos.

Roz se quedó allí hasta que los copos de nieve comenzaron a caer.

Los copos se arremolinaban con la brisa y se amontonaban

lentamente en el suelo, en los árboles y hasta sobre la robot. Así

que se metió al Nido, deslizó la puerta de piedra detrás de ella y se

sentó en la oscuridad.

Pasaron horas, días y semanas sin que la robot se moviera. No

tenía necesidad de moverse; se sentía perfectamente a salvo en el

Nido. Y así, a su manera, la robot hibernaba.

Su cuerpo se relajó.

Su suave zumbido se detuvo lentamente.

Sus ojos se volvieron negros.

Probablemente podría haber pasado siglos así, hibernando en una

oscuridad total. Pero la hibernación de la robot se interrumpió

repentinamente cuando un rayo de luz cayó sobre su cara y llenó

con un poco de energía su batería vacía.

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Su cuerpo se tensó.

Su suave zumbido se reanudó lentamente.

Sus ojos comenzaron a brillar.

–Hola, soy la unidad ROZZUM 7134, pero puedes llamarme Roz –dijo

automáticamente.

Cuando todos sus sistemas volvieron a funcionar, Roz se dio

cuenta de que estaba rodeada de ramas rotas y montones de nieve.

El techo del Nido se había derrumbado, y la cabaña ahora estaba

inundada por la luz del sol. Roz se sentía más llena de energía con

cada minuto que pasaba. Pero también tenía frío. Sus

articulaciones estaban rígidas y quebradizas, y su pensamiento era

lento. Entonces se levantó, hizo espacio en el suelo y encendió un

fuego. La nieve en el interior comenzó a derretirse y los sensores de

la robot comenzaron a descongelarse; cuando estuvo lista, salió por

el agujero en el techo hacia un paisaje brillante y extraño.

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El mundo que Roz había conocido ahora estaba cubierto por una

gruesa capa de nieve. Las ramas de los árboles se doblaban hacia el

suelo bajo gruesas capas de nieve. El estanque oscuro ahora era de

un blanco puro. Los únicos sonidos eran los crujientes pasos de

Roz.

Débiles volutas de vapor se enroscaron en el cuerpo de la robot

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mientras caminaba a través del bosque. Hundió una mano en un

montón de nieve y levantó un palo largo. Lo partió por la mitad y

arrojó ambos pedazos al Nido. Avanzó unos pasos más y tomó un

árbol caído. Lo cortó en pedazos más pequeños y también los arrojó

hacia atrás.

Luego se inclinó hacia otra forma nevada. Pero lo que levantó no

era un pedazo de madera. Era Dardo, la comadreja. Estaba

congelado. Observó su cuerpo rígido un momento, y luego decidió

que era mejor dejar esa pobre criatura donde estaba.

A medida que la robot continuó recolectando madera, encontró

más víctimas del frío: un ratón congelado, un pájaro, un venado

congelado. ¿Todos los animales de la isla habían muerto

congelados? No, no todos. Había algunas huellas frescas en la

nieve. Como sabemos, la naturaleza está llena de belleza, pero

también de fealdad. Y ese invierno era feo. Un frente frío

devastador descendió desde el norte, y trajo temperaturas

peligrosas y enormes cantidades de nieve. Los animales se habían

preparado para el invierno. Pero nada podría haber preparado a los

más débiles para esas largas noches, cuando la temperatura

descendía y el viento azotaba la isla.

Roz regresó al Nido, donde el fuego había derretido la nieve del

interior convirtiéndola en una sopa fangosa. Se tomó un minuto

para calentar su cuerpo junto a las llamas, y luego comenzó las

reparaciones. Parchó el agujero en la cúpula con un enrejado de

ramas antes de agregar una capa de barro y hojas, y pronto

terminó. Pero otra nevada podría volver a destruir el Nido.

Entonces decidió mantener el fuego encendido día y noche para

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evitar que la nieve se acumulara en el techo.

La robot trajo carga tras carga de leña. Y cada vez que salía,

recordaba a la comadreja congelada, al ratón, al pájaro y al venado.

¿Cuántos otros animales congelados estaban escondidos debajo de

la nieve?

Antes de que llegara la noche, gritó a quien pudiera escucharla:

–¡Animales de la isla! ¡No tienen que congelarse! ¡Reúnanse en mi

cabaña, donde estarán seguros y cálidos!

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CAPÍTULO 55

LOS HUÉSPEDES

La luz del fuego se derramaba desde el Nido hacia la fría y ventosa

noche. Roz se sentó adentro y escuchó el viento y los estallidos

suaves y crepitantes de la madera ardiendo. Y entonces el oído

agudo de la robot captó otro sonido: unos pequeños pasos crujiendo

en la nieve.

–Roz, me estoy congelando, ¿puedo unirme a ti junto al fuego, por

favor? –preguntó una voz débil.

Blablablá se arrastró hacia la luz. La ardilla temblaba, y cúmulos

de hielo se adherían a su pelaje. Cuando finalmente sintió el calor

del fuego, colapsó. Roz la levantó del piso, la colocó suavemente

sobre una cálida piedra y la dejó dormir.

Una hora más tarde escuchó más pasos, y una familia de liebres

entró al Nido arrastrando los pies. Se acurrucaron en un rincón sin

decir una palabra. Rosita la zarigüeya fue la siguiente en llegar.

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–Buenas noches –murmuró, tratando de actuar alegre–. En

verdad está haciendo f-f-frío.

Zambullo el búho entró cojeando, seguido de algunos carboneros y

una urraca. Soplón sabía reconocer las cosas buenas, y el zorro se

acostó junto al fuego. Luego llegó la marmota, Cavador. Los

Bandidos esponjosos llevaron una vieja tortuga llamada Risco, que

estaba en muy malas condiciones. Las criaturas que deberían

haber estado hibernando en las profundidades de la tierra, habían

sido despertadas por ese malvado clima. Sólo los animales más

sanos y con las casas más cálidas estaban a salvo. Aparecieron

otros animales cansados, y poco a poco la cabaña se llenó.

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Esta era la primera vez que muchos de los huéspedes veían fuego,

y lo miraban con una mezcla de miedo y esperanza. Podían sentir

su poder destructivo, pero también su poder de curación a medida

que calentaba sus huesos. Los huéspedes avanzaban ansiosos por

sentir más calor, y luego retrocedían temerosos de sentir

demasiado.

Era importante que los huéspedes entendieran el fuego. Entonces

Roz les mostró cómo hacer uno. Les mostró a los animales más

pequeños cómo arreglar la leña, y les mostró a los más grandes

cómo acomodar los troncos. Chipotito, Bultito y Colita golpearon

las piedras de fuego, y todos aplaudieron cuando finalmente

lograron una chispa.

Cuando Roz miró a su alrededor, vio unos topos que se

acurrucaban junto a un búho, un ratón acomodado entre dos

comadrejas, liebres que se acostaban contra un tejón, nunca antes

había visto presas y depredadores tan cerca y en paz. Pero ¿cuánto

podría durar?

–Propongo una tregua –dijo Roz–, como la Tregua del alba. Todos

deben estar de acuerdo en no cazar ni hacerse daño mientras estén

en mi morada.

–Muy bien –dijo Zambullo después de consultar a sus amigos

carnívoros–. Los cazadores nos controlaremos.

–Entonces está arreglado –dijo Roz–. Mi casa es un lugar seguro

para todos.

Uno a uno, los huéspedes cayeron en un profundo sueño. Incluso

las criaturas nocturnas, generalmente despiertas a esa hora, se

rindieron a la comodidad del Nido. La robot se acercó al fuego en

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silencio mientras sus invitados dormían toda la noche. Sólo cuando

la luz del día entró por la puerta los huéspedes finalmente

comenzaron a moverse.

–Todos pueden quedarse aquí el tiempo que quieran –dijo la robot

mientras los animales se frotaban los ojos para despertar del

profundo sueño–. Mi casa es su casa.

–Muchas gracias, Roz. –Soplón pasó cuidadosamente junto a una

liebre y un pájaro carpintero para no pisarlos mientras se dirigía a

la puerta–. No creo que hubiera sobrevivido otra noche por mi

cuenta. Es una lástima que no podamos meter algunas criaturas

más aquí–. Y el zorro se escabulló hacia afuera.

La robot bajó la vista hacia el pelaje y las plumas que ahora

cubrían el suelo. El Nido había estado completamente lleno esa

noche. Si aparecían más animales, se quedarían afuera en el frío.

Pero Roz no iba a dejar que eso sucediera.

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CAPÍTULO 56

LAS NUEVAS CABAÑAS

La segunda cabaña debería ser más grande que la primera si tenía

que entrar Pie Ancho, el alce macho. Era un enorme animal y tenía

una gruesa capa de pelo, pero incluso él estaba luchando con las

frías temperaturas.

Pie Ancho vivía al otro lado del estanque, en una densa sección de

bosque que albergaba muchos animales, la mayoría de los cuales

necesitaban con desesperación un buen deshielo. Los días de

invierno eran cortos, así que no había tiempo que perder, y en

lugar de caminar por todo el estanque, Roz examinó la superficie

congelada para ver si era seguro cruzar. Arrojó una piedra pesada

y la vio rebotar en el hielo duro. Luego caminó cuidadosamente

sobre el hielo y cruzó el bosque hasta el otro lado, donde encontró a

Pie Ancho esperándola. El alce condujo silenciosamente a la robot

al claro entre los árboles donde estaría la nueva cabaña. Entonces

Roz prendió fuego y vio cómo las frías criaturas comenzaban a salir

de las sombras.

–No se preocupen –le dijo la robot a la creciente multitud, de

cuyas narices salía vapor–. Todos entrarán en calor pronto, pero

necesito su ayuda.

Les pidió a los animales que recogieran cualquier cosa útil que

pudieran encontrar: piedras grandes, ramas fuertes, trozos de

barro congelado. Con la experiencia de la robot y el pequeño

ejército de ayudantes, la construcción de la segunda cabaña no

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necesitó mucho tiempo. Los animales estuvieron de acuerdo con la

tregua de la robot, y luego se arrastraron bajo la cálida cúpula de

madera.

–Si mantienen vivo el fuego, él los mantendrá con vida a ustedes

–les explicó Roz mientras dejaba caer otro tronco sobre las llamas–.

Pero tengan cuidado, el fuego puede volverse mortal en un

instante.

Al amanecer, una fuerte nevada caía nuevamente, y allí estaba

Roz, saliendo del Nido para construir una tercera cabaña. Avanzó

pesadamente hacia el Gran prado, donde vientos feroces habían

creado enormes ventisqueros; aun así, terminó el trabajo y pronto

comenzó a trabajar en un cuarto refugio. Y luego en un quinto.

La isla se llenó de refugios que brillaban cálidamente durante

aquellas largas noches de invierno. Y dentro de cada uno, los

animales se reían, compartían historias y animaban a su buena

amiga Roz.

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CAPÍTULO 57

EL FUEGO

Unos extraños sonidos hacían eco desde el otro lado del estanque.

Lo que comenzó como un murmullo bajo gradualmente se convirtió

en un coro de voces aterrorizadas. Había un brillo espeluznante en

esa parte del bosque, y una espesa nube de humo comenzó a subir

por encina de las copas nevadas de los árboles.

Roz avanzó sobre el hielo y encontró la segunda cabaña envuelta

por un fuego furioso. Animales asustados corrían en todas

direcciones, huyendo a través de la profunda capa de nieve para

salvar sus vidas.

–¿Qué pasó? –gritó Roz mientras Pie Ancho pasaba a su lado

galopando frenéticamente.

–¡Colocamos demasiados troncos en la hoguera! –le contestó sin

detenerse–. ¡Las llamas llegaron al techo!

–¡Mi bebé todavía está allí! –exclamó una madre liebre, señalando

la cabaña en llamas–. ¡Que alguien me ayude! ¡Por favor!

Roz no vaciló. Corrió por la nieve y se metió en la cabaña. Las

llamas y el humo estaban en todas partes, una gran pila de troncos

ardía en el fogón. Y en el rincón más alejado, una pequeña bola de

pelo temblaba de miedo. Agachándose, la robot se abrió paso entre

el humo y las llamas para recoger suavemente a la joven liebre.

–¡No te preocupes! –gritó Roz sobre el rugido del fuego–. ¡Vas a

estar bien!

Se dio la vuelta para irse, pero la puerta había empezado a

Page 170: Robot salvaje - ForuQ

derrumbarse. Así que protegió a la liebre con su cuerpo y se estrelló

contra las paredes de la cabaña. Trozos ardientes salieron volando

mientras la robot y la liebre salían a empujones a la suave nieve.

–¡Oh, cariño, estás bien! –exclamó la liebre madre, jalando a su

hija–. ¡Gracias por salvar a mi bebé, Roz!

Ahora que todos estaban a salvo, la robot se concentró en apagar

el fuego. Sus ojos brillantes se movieron rápidamente mientras

elaboraba un plan. Entonces, con toda la fuerza de sus piernas, Roz

se lanzó hacia las ramas nevadas del pino más cercano. Un

momento después, el árbol temblaba violentamente y montones de

nieve caían de las ramas sobre el fuego como una avalancha,

provocando que el vapor siseara por encima del montículo de nieve.

Las llamas murieron de inmediato, la nieve se derritió

rápidamente y en cuestión de minutos todo lo que quedaba era la

base carbonizada de la cabaña.

Roz se dejó caer del árbol y esperó a que los asustados animales

regresaran lentamente. Entonces les preguntó:

–¿Les gustaría otra cabaña?

Los animales se miraron entre sí, inseguros de qué hacer.

Comprensiblemente, tenían miedo de que se desatara otro fuego.

Pero tenían mucho más miedo del frío mortal. Así que se unieron, y

trabajaron con Roz, y construyeron una cabaña más grande y mejor

encima de la anterior. Tenía un techo más alto y un fogón más

profundo, estaba hecho con más roca y menos madera, y tenía un

suministro de agua para emergencias. Pero las características de

seguridad más importantes de esta cabaña reconstruida fueron los

propios huéspedes, que ahora tenían un nuevo respeto por el fuego.

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CAPÍTULO 58

LAS CONVERSACIONES

Gracias a la tregua de Roz, la vida dentro del Nido era mayormente

armoniosa. Pero cuando los animales estaban afuera, era como

siempre. A veces un huésped no volvía, a veces volvía en el vientre

de otro huésped. Como te puedes imaginar, eso generó algunos

momentos incómodos. Entonces, cuando todos estaban reunidos

alrededor del fuego, trataban de mantener las cosas agradables

teniendo conversaciones como estas:

–Me pregunto qué estará haciendo Diamantino en este momento.

–Blablablá yacía de espaldas y miraba el techo mientras hablaba–.

Y dónde está y con quién está, y si alguna vez piensa en nosotros

aquí en la isla.

–Estoy segura de que piensa en nosotros –dijo Roz–. Yo pienso en

él todo el tiempo.

–Me gusta imaginar que los gansos tuvieron un vuelo divertido a

los terrenos de invernada y ahora Diamantino está flotando en un

Page 172: Robot salvaje - ForuQ

hermoso lago comiendo deliciosa hierba y haciendo maravillosos

nuevos amigos, aunque espero que no sean tan maravillosos porque

me gustaría seguir siendo su mejor amiga, de ser posible.

–Es un lindo pensamiento –dijo Roz–. Pero me preocupa que la

parvada haya quedado atrapada en este clima helado. No creo que

salgan bien librados.

–No te preocupes, estoy segura de que están bien –dijo

Blablablá–. Diamantino es un gran aviador y estoy segura de que

mantendrá a la parvada fuera de problemas.

–Sabe volar muy bien –dijo Roz–. Pero aun así me preocupo.

–La vida es corta –comentó Cavador; la vieja marmota estaba

dando otro de sus sermones junto a la hoguera–. Tendré suerte si

veo la primavera. No quiero que me tengan lástima, he tenido una

buena vida. Pero les diré algo: si pudiera hacerlo todo de nuevo,

pasaría más tiempo ayudando a otros. Lo único que hice fue cavar

túneles. Algunos de ellos eran verdaderas bellezas, pero están

todos ocultos bajo tierra, donde no sirven a nadie más que a mí. ¡Y

ni siquiera me sirvieron este invierno! Pero los castores lo tienen

todo resuelto: construyeron esa hermosa presa que dio lugar a ese

encantador estanque que ha mejorado nuestras vidas. ¡Eso debe

sentirse muy bien!

–Los castores mejoraron nuestras vidas de otra manera –dijo

Soplón–. Le enseñaron a Roz cómo construir.

–¡Una gran verdad! –exclamó Cavador–. ¡Roz, debes de haber

salvado a la mitad de la isla con tus refugios! Y pensar que

solíamos llamarte monstruo. Te pagaré mi deuda así sea lo último

que haga.

Page 173: Robot salvaje - ForuQ

–Tu amistad es más que suficiente –dijo Roz.

–Oh, por favor, tu dulzura me hará vomitar. ¡Debe de haber algo

que podamos hacer!

–De verdad que tu amistad es suficiente. Los amigos se ayudan

mutuamente y necesitaré toda la ayuda que pueda obtener. Mi

mente es fuerte, pero mi cuerpo no durará para siempre. Quiero

sobrevivir el mayor tiempo posible. Y para hacer eso necesitaré la

ayuda de mis amigos.

Los animales la escucharon en silencio y pensaron en sus propias

luchas por sobrevivir. La vida salvaje era difícil para todos, no

había forma de escapar de esa realidad. Pero la robot les había

hecho la vida un poco más fácil. Y si se presentaba la ocasión, le

devolverían el favor.

–He visto noventa y tres inviernos, mucho más que cualquiera de

ustedes –la tortuga hablaba lentamente, pero todos escuchaban sus

palabras–. Y puedo decirles que los inviernos se han vuelto más

fríos, los veranos más cálidos y las tormentas más feroces.

–Escuché que el océano ha subido –dijo Blablablá–, pero no veo

cómo eso podría ser cierto. Quiero decir, ¿de dónde saldría toda esa

agua extra?

–Tienes razón, el océano está más alto –intervino Risco–. Mi

abuelo solía decir que, hace mucho tiempo, esta isla no era una isla

en absoluto. Era una montaña rodeada de llanuras. Y luego el

suelo tembló, los océanos crecieron y la tierra lentamente se inundó

hasta que la montaña se convirtió en esta isla. Los animales de

todas partes se vieron obligados a venir aquí para escapar de las

inundaciones. En aquellos primeros días, había demasiados

Page 174: Robot salvaje - ForuQ

animales viviendo en un lugar demasiado pequeño. La isla no tenía

suficiente comida para alimentarlos a todos. Pero entre la lucha, la

enfermedad y la hambruna, finalmente se alcanzó un equilibrio. Y

lo hemos mantenido desde entonces.

Los ojos de Blablablá se agrandaron con preocupación.

–Si el océano sigue subiendo, las olas cubrirán la isla y ¡ni

siquiera sé nadar!

–Si las olas alguna vez se tragan esta isla, no pasará sino hasta

dentro de mucho tiempo –dijo Risco–, y para entonces todos ya

tendremos mucho de haber muerto, incluso yo.

–Todo tiene un propósito. –Fue el turno de Zambullo de dirigirse

a los huéspedes–. El sol está destinado a dar luz. Las plantas están

destinadas a crecer. Nosotros los búhos estamos destinados a cazar.

–Nosotros los ratones estamos destinados a escondernos.

–Nosotros los mapaches estamos destinados a hurgar.

–Roz, ¿qué estás destinada a hacer?

–No creo tener un propósito.

–¡Ah! Con todo respeto, no estoy de acuerdo –dijo Zambullo–. Es

evidente que estás destinada a construir.

–Creo que está destinada a cultivar jardines.

–Definitivamente está destinada a cuidar de Diamantino.

–Quizá simplemente estoy destinada a ayudar a otros.

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CAPÍTULO 59

LA PRIMAVERA

Agua que gotea, agua que fluye, agua que salpica. La capa de hielo

y nieve del invierno finalmente comenzaba a derretirse. El blanco

se estaba desvaneciendo para exponer los grises y cafés que habían

permanecido ocultos debajo. Pequeños brotes verdes aparecían por

todas partes. Miles de flores brillantes se elevaban desde la tierra.

Y pronto la isla estaría llena de ricos olores y colores. Por fin era

primavera.

Los huéspedes regresaron a sus propios hogares. Los animales

que hibernaban salieron de sus escondites. Roz recorrió la isla y

pasó a saludar a los castores, los osos y todos los amigos que había

extrañado. Luego fue a su casa a trabajar en su jardín. Después del

invierno más amargo que nadie pudiera recordar, la vida volvía

lentamente a la normalidad.

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Sin embargo, era una primavera tranquila. Había menos insectos

zumbando, menos pájaros cantando, menos roedores crujiendo.

Muchas criaturas murieron congeladas durante el invierno. Y

cuando las últimas nieves se derritieron, sus cadáveres se

revelaron lentamente. La vida salvaje realmente puede ser fea a

veces, pero de esa fealdad viene la belleza. Verás, esas pobres

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criaturas muertas regresaban a la tierra, sus cuerpos la

alimentaban, y ayudaron a crear la floración de primavera más

deslumbrante que la isla hubiera visto.

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CAPÍTULO 60

EL PESCADO

–¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Tiene mi cola! –Remo pataleaba y gritaba en el

estanque. El señor y la señora Castor no estaban cerca, así que Roz

recogió una rama de un árbol caído y entró a las aguas poco

profundas.

–¡Agarra esto! –exclamó mientras extendía la rama. Remo la

agarró con sus grandes dientes, y la robot lo levantó del agua. Y

allí, colgando de la cola del joven castor, estaba Boca Piedra, el

viejo y gruñón pez lucio. Con un movimiento rápido, Roz tiró de la

rama y agarró al pez con ambas manos. Remo se dejó caer al agua,

donde sus padres aparecieron de repente.

–¿Qué pasa contigo, Boca Piedra? –La señora Castor se llevó a su

hijo–. Siempre has sido una molestia, ¡pero esta vez has ido

demasiado lejos! ¡Haznos un favor a todos, Roz, y tíralo a los

buitres!

–No puedo hacer eso –dijo la robot–. Pero quizá pueda ayudar.

Roz colocó a Boca Piedra en un charco profundo cerca del

estanque, de donde no podía alejarse nadando. Luego esperó a que

el pez se explicara. Los peces no son muy habladores,

especialmente los gruñones como Boca Piedra. Pero al final se

sinceró con la robot, y poco tiempo después les hizo señas a los

castores para que se les unieran.

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–Boca Piedra solía vivir en el río –les explicó mientras los

castores se acercaban arrastrando los pies–. Pero lo atrapaste aquí

cuando construiste la represa. Está enojado por eso desde entonces.

–¡Eso no le da derecho a atacar a mi hijo! –gritó el señor Castor.

–¡Claro que no! –gritó la señora Castor.

–Yo también estaría molesto –dijo Remo suavemente–. No me

gustaría estar lejos de mi casa. Señor Boca Piedra, ¡debería haber

dicho algo antes!

El pez levantó la vista del charco con una expresión de frustración

que significaba «Lo intenté, pero nadie me hizo caso».

Bueno, la situación tenía que remediarse y ya puedes adivinar

quién lo hizo. Roz estaba decidida a regresar a Boca Piedra a su

casa. Después de explorar los canales cercanos, se hizo evidente

que tendría que llevar al lucio a través del bosque y atravesar el

Page 180: Robot salvaje - ForuQ

Gran prado hasta la curva más cercana del río.

–Necesito un contenedor grande –les dijo a los castores–. Algo que

pueda llenar con agua para que Boca Piedra pueda respirar

mientras lo llevo a casa. Podría hacerlo yo misma, pero pensé que

les gustaría ayudar.

No debió ser fácil sobreponerse a su enojo con Boca Piedra, pero

después de que la señora Castor tuvo la oportunidad de calmarse,

finalmente aceptó.

–Supongo que en parte tenemos la culpa de toda esta situación –

murmuró. Luego los castores hicieron lo correcto, y juntos tallaron

un barril de madera para el pez.

–Aquí está. –La señora Castor rodó el barril hasta el charco,

donde la robot y el pez estaban esperando–. Esto debería funcionar

bien. Boca Piedra, espero que estés feliz en el río.

Boca Piedra se limitó a mover la cola de una manera que

significaba «¡Por favor, alguien lléveme a casa ahora!».

Roz llenó el barril con agua y el pez gruñón, y luego se fueron.

Llevó a Boca Piedra por el bosque y cruzó el prado hasta que estuvo

de pie a la orilla del río.

–Bienvenido a casa –le dijo la robot. Luego inclinó el barril y el

pez cayó al río. Boca Piedra se asomó por encima de la superficie, le

dirigió una gran sonrisa y luego se alejó nadando rápidamente.

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CAPÍTULO 61

LAS HISTORIAS DE LA ROBOT

La historia de cómo Roz ayudó a Boca Piedra se difundió por el río

y toda la isla. Y pronto le siguieron otras: historias de Roz

cultivando jardines en lugares secos y estériles; historias de Roz

cuidando a los animales enfermos hasta que volvían a estar sanos;

historias de Roz creando cuerdas, ruedas y herramientas para

ayudar sus amigos. Pero la mayoría de las nuevas historias eran

sobre el salvajismo de la robot.

Verás, Roz había notado que cuanto más salvaje actuaba, mejor

les caía a los animales. Y entonces aullaba con los zorros, cantaba

con los pájaros y siseaba con las serpientes, retozaba con las

comadrejas, tomaba el sol con las lagartijas, saltaba con los ciervos.

Esa primavera fue un tiempo muy salvaje para nuestra robot.

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CAPÍTULO 62

EL REGRESO

Era una tarde tranquila en el estanque. Pero la tranquilidad se vio

gradualmente rebasada por unos sonidos que no se habían

escuchado en los alrededores en meses. Los sonidos subieron más y

más, y luego apareció una parvada de gansos sobre los árboles.

¡Cra! ¡Cra! ¡Cra!

La mayoría de las parvadas de gansos se mueven perezosamente

por el cielo y vuelan en líneas tambaleantes. Pero esta no. Esta

parvada era rápida. Volaba en una perfecta formación en V. Y la

dirigía un ganso pequeño y elegante.

La parvada dio una vuelta alrededor del estanque antes de

descender suavemente chapoteando en el agua. Los gansos se

reunieron en un grupo apretado en medio del estanque. Flotaron

allí un rato, graznando suavemente entre ellos.

Y luego el líder se separó de los demás. Nadó directamente hacia

el Nido, entró en el jardín y revoloteó hasta el hombro de su madre.

–Bienvenido a casa, hijo –dijo Roz.

–Es bueno estar de vuelta, mamá –dijo Diamantino.

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CAPÍTULO 63

EL VIAJE

Después de meses de separación, Roz y Diamantino, madre e hijo,

estaban juntos de nuevo. Y tenían mucho de qué platicar. Entraron

en el Nido y la robot encendió el fuego. Entonces el ganso miró las

llamas y le contó la historia de su invierno. Esto es lo que dijo:

–Pasamos todo el primer día de la migración volando sobre el

océano. Parecía eterno, pero justo cuando la parvada comenzaba a

cansarse, Cuello Largo señaló unas diminutas islas en el horizonte.

Volamos a una de las islas, comimos hierba de las dunas y

descansamos nuestras alas. Después de unos días de volar de isla

en isla, llegamos a tierra firme y continuamos sobre campos y

bosques. Y luego la nieve comenzó a caer.

»Nunca había visto la nieve, y al principio pensé: “¡Qué hermoso!”.

Pero siguió cayendo. Los otros explicaban que la nieve había

llegado antes, que se suponía que no la veríamos, pero allí estaba,

amontonándose a nuestro alrededor mientras intentábamos dormir

por las noches. A Cuello Largo le preocupaba que los gansos más

débiles no sobrevivieran, y tenía razón. Perdimos al viejo Pata

Grande en aquella primera tormenta de nieve.

»Tratamos de evitar el clima nevado, pero nos perdimos y el clima

empeoró. Los lagos, estanques y ríos comenzaron a congelarse. No

podíamos encontrar comida ni agua; entonces comimos nieve, y eso

sólo nos enfriaba aún más. Tuvimos problemas para limpiarnos, y

nuestras plumas se ensuciaban y pesaban. La parvada no estaba

Page 185: Robot salvaje - ForuQ

en forma. Pero Cuello Largo nos mantuvo en movimiento. “Somos

gansos” graznó, “¡y los gansos continúan!”.

»Un día, estábamos luchando en medio de una tormenta de nieve

cuando vimos algo llamado granja. Tenía campos perfectamente

cuadrados y enormes edificios. Y caminando por la granja, ¡había

un robot! ¡Se veía como tú, mamá!

»Cuello Largo me envió a hablar con la robot, pero yo no podía

entender nada de lo que decía, así que sólo la seguí por la granja y

al dar la vuelta en una esquina, vi algo que nunca esperé.

»¡Plantas! ¡Plantas brillantes y coloridas! No entendía cómo las

plantas podían vivir en un clima tan frío, pero luego vi que en

realidad estaban adentro de un edificio. Aprendí más tarde que el

edificio se llamaba invernadero, y tenía paredes hechas de algo que

llaman vidrio. El robot presionó un botón en la pared, una puerta

se abrió y salió aire caliente. No había sentido calor en tanto

tiempo que la seguí al interior.

»¡Má, era como verano allí! El aire era tibio, dulce y pegajoso. Y

Page 186: Robot salvaje - ForuQ

había filas y filas de diferentes plantas. La robot no me prestó

ninguna atención, así que deambulé por el invernadero,

mordisqueando hojas y bebiendo de charcos. Entonces escuché una

voz áspera detrás de mí.

»“Si yo fuera más joven, ya te habría matado”.

»¡Volteé, y había una vieja gata! Caminaba sobre sus rígidas

patas, y su pelaje era gris y grumoso. El nombre de la gata era

Furtiva, y no parecía muy agradable. Pero luego vio a los otros

gansos en el frío, con las caras presionadas contra el cristal, y me

dijo cómo abrir la puerta.

»“Pueden descansar aquí”, dijo Furtiva mientras el grupo se

apresuraba a entrar. “¡Pero quédense fuera de la vista! Los

humanos no son tan amables como yo”.

»Ninguno de nosotros sabía lo que eran “humanos”, pero no nos

importó. Estábamos felices de estar lejos del frío. Estridencia

estaba tan feliz que casi se echó a llorar. La parvada bebía, comía,

se bañaba, dormía y se mantenía lejos del peligro. Furtiva nos

mostró dónde dejar nuestros excrementos para que no los vieran. Y

durante unos días el invernadero fue nuestro hogar.

»Una o dos veces al día, la robot salía y volvía con una caja o una

bolsa, pero la mayor parte del tiempo se quedaba adentro y

trabajaba tranquilamente en las plantas.

»Había un granero que tuve que explorar. Estaba lleno de

animales, máquinas y montones de paja, y dos robots. Una robot

estaba arreglando una puerta rota cuando entré. Usaba una

herramienta que giraba, llamada sierra. Empujó la sierra a lo largo

de una gran pieza de madera y apareció polvo en el aire. ¡Todo iba

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bien hasta que la sierra se

sacudió y le cortó tres dedos!

Pero ella estaba bien. Un minuto

más tarde escuché un sonido,

como tuip, cuando le apareció

una nueva mano. ¡Luego volvió a

usar la sierra otra vez! El otro

robot trabajaba con los animales.

Pollos, ovejas, cerdos y vacas.

Estaban todos en jaulas. Los

pollos me preguntaban una y

otra vez cómo había salido de mi

jaula. Les estaba explicando que nunca había estado en una

cuando escuché graznidos de pánico procedentes del invernadero.

»Regresé corriendo y descubrí que un humano había descubierto a

la parvada. No sabíamos lo que decía, pero parecía realmente

enojado. Cuello Largo intentó defendernos. Se puso adelante,

extendió las alas y graznó, pero el humano no tenía miedo. Sacó un

palo brillante y apuntó directamente a Cuello Largo. Furtiva

gruñó: “¡Cuidado, tiene un rifle!”. De repente, un brillante rayo de

luz salió disparado del rifle, y Cuello Largo cayó al suelo. ¡Estaba

muerto, má!

»La parvada estaba muy asustada. Revoloteamos graznando y

derribamos las plantas. Pero el humano siguió moviéndose hacia

nosotros, apuntándonos con el rifle. Así que picoteé el botón para

abrir la puerta, y salimos corriendo hacia el frío; salimos volando

de allí tan rápido como pudimos.

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»Sin Cuello Largo, el grupo necesitaba a

un nuevo líder. Todos querían que yo

liderara. No sabía qué hacer, así que

comencé por repetir las palabras de Cuello

Largo. Grité: “¡Somos gansos, y los gansos

continúan!”. Luego me puse al frente, y la

parvada se extendió detrás de mí.

»El clima nos había confundido y nadie

sabía qué camino tomar, así que

simplemente nos dirigí al sur. Vimos más

robots, humanos y edificios, pero no nos

detuvimos. Supimos que estábamos fuera

de ruta cuando volvimos a ver el océano.

Pero al menos estábamos un poco más

calientes junto al agua, así que decidí que seguiríamos la línea

costera por un rato.

»Había más edificios en la costa. La mayoría de ellos estaban en

tierra, pero algunos estaban en el océano. Los edificios del océano

estaban sucios, desmoronándose e inclinándose en diferentes

direcciones. No había humanos ni robots en esos edificios, sólo

criaturas marinas.

»Vimos barcos en el agua. Vimos barcos en la tierra. Incluso

vimos barcos en el aire. Volaban por el cielo como libélulas

gigantes. Y luego llegamos a un lugar llamado ciudad, donde miles

de edificios, robots, humanos y barcos estaban muy juntos. Cuando

nos detuvimos a descansar en una azotea, nos encontramos con

una paloma amistosa llamada Pico Gris. Ella había crecido allí, por

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lo que sabía todo sobre la ciudad. Nos llevó por encima de las torres

y debajo de los puentes, y nos mantuvo lejos de las naves del aire.

Y había robots a donde quiera que íbamos.

»Algunos de los robots de la ciudad eran como tú, mamá. Pero

otros gateaban sobre seis patas, rodaban sobre llantas, o se

deslizaban arriba y abajo por los costados de los edificios. Algunos

eran realmente pequeños, y otros verdaderamente grandes.

¡Movían cosas, las limpiaban o construían cosas y hacían todo tipo

de trabajo que se te pueda ocurrir!

»Pico Gris nos llevó a una cornisa al costado de un edificio y nos

dijo que miráramos por las ventanas. Adentro había una familia de

humanos, ¡y tenían un robot Roz! Cuando vimos otros edificios,

vimos otros humanos con otros robots. Todos los humanos parecían

tener uno.

»Le conté a Pico Gris sobre ti, mamá, y quiso mostrarnos un

último lugar. Volamos a las afueras de la ciudad, a un edificio

realmente grande llamado fábrica. Pico Gris nos llevó a las

ventanas del techo, y desde ahí vimos máquinas que construían

cabezas, torsos y extremidades brillantes. ¡La fábrica estaba

construyendo robots!

»Una máquina levantó un torso de robot y le colocó dos piernas

que encajaron en su lugar. Puso los pies debajo de las piernas, y

encajaron en su lugar. Colocó los brazos en los hombros y encajó las

manos a los brazos. Puso una cabeza en la parte superior, y el robot

quedó terminado. Má, el robot se parecía a ti. ¡Creo que esa fábrica

es donde te construyeron!

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»Quería ver cómo construían más robots, pero comenzó a nevar

nuevamente, así que nos despedimos de Pico Gris y seguimos

volando hacia el sur. Vimos menos robots, humanos, edificios y

barcos. El aire se hizo más cálido y la nieve desapareció.

Comenzamos a ver otras parvadas de gansos en el cielo. Así que los

seguimos hasta el centro de un amplio campo cubierto de hierba,

donde había un lago y cientos de gansos más. Finalmente habíamos

llegado a los terrenos de invernada.

»Después de todo lo que habíamos pasado juntos, nuestro grupo

se había vuelto muy unido. Nos mantuvimos ocupados comiendo,

descansando y recordando a los gansos que habíamos perdido. Pero

después de unas semanas, comenzamos a mezclarnos con las otras

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parvadas. Conocimos gansos de todo el mundo y nos contaron sobre

sus hogares, sus migraciones y sus problemas con el clima

invernal. Cada parvada había perdido gansos en el camino hacia

allí. Algunas no lograron llegar.

»Antes de darnos cuenta, las flores de principios de la primavera

estaban brotando, y era hora de volar a casa. Seguimos la ruta de

migración habitual hacia el norte. Volamos sobre campos, bosques

y colinas, pero no vimos signos de humanos o robots. Y eso estuvo

bien para nosotros. Finalmente llegamos al océano, luego a nuestra

isla y luego a nuestro estanque. ¡Y luego te vi!

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CAPÍTULO 64

EL ROBOT ESPECIAL

Después de que Diamantino contara la historia de su invierno, él y

su madre se sentaron en silencio y pensaron. Pensaron en el pobre

Cuello Largo y el humano que lo había matado. Pensaron en

granjas, ciudades y fábricas. Pensaron en Roz, y del lugar a donde

realmente pertenecía.

Luego, después de un tiempo, Roz le contó a Diamantino su

propia historia sobre el invierno. Habló de su larga y oscura

hibernación y de cómo se había despertado para encontrar el Nido

derrumbado a su alrededor. Le contó de las ventiscas y animales

congelados. Le contó de los muchos refugios que había construido y

del que se incendió. Pero principalmente le contó de todas las

nuevas amistades que había forjado.

–Solía pensar que eras el único animal que se preocupaba por mí

–le dijo a su hijo–. Me afligía que sin ti estuviese sola otra vez, pero

no fue así. De hecho, hice nuevos amigos yo sola. ¡Creo que, en

realidad, les caigo bien a los otros animales!

–¡Claro que les agradas, má! –graznó el ganso—. ¡Eres el robot

más agradable que he visto! Y he visto muchos.

Eso era cierto. Diamantino había visto cientos de robots

diferentes durante el invierno. Y ninguno de ellos era como Roz.

Ninguno de ellos había aprendido a hablar con animales, había

salvado una isla del frío o había adoptado a un pequeño ganso.

Mientras estaba sentado allí, observando los gestos animales de la

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robot y escuchando sus sonidos de animales, Diamantino se dio

cuenta de lo especial que era su madre.

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CAPÍTULO 65

LA INVITACIÓN

Roz fue la primera en llegar a la siguiente Tregua del alba. Tenía

un anuncio importante que hacer. Esperó pacientemente en el

Gran prado mientras el cielo se iluminaba lentamente y los

animales se reunían poco a poco. Y una vez que todos estuvieron

reunidos charlando, Roz comenzó a hablar con su voz más

divertida.

–¡Perdón por la interrupción! ¡Si pudiera tener un momento de su

tiempo! –La multitud guardó silencio para escuchar a su amiga

robot–. Logramos pasar un terrible invierno. Una nueva generación

de jóvenes está llegando. Y mi hijo, Diamantino, acaba de regresar

a la isla con su parvada. Creo que todos podemos estar de acuerdo

en que hay mucho que celebrar. Entonces, además de la Tregua del

alba de esta mañana, me gustaría que tengamos otra tregua esta

noche. Podemos llamarlo la Tregua del Ocaso o, mejor aún, ¡la

Tregua de la Fiesta!

La multitud comenzó a parlotear emocionada.

–¡He planeado una celebración! –continuó Roz–. ¡Y todos están

invitados! Me ocuparé de todo. Por favor, vuelvan aquí, nos

encontraremos al atardecer. ¡Oh! Y tengo una pequeña sorpresa.

De hecho, no es pequeña, es bastante grande. El punto es que

planeé una celebración y espero verlos a todos allí.

–Suena genial, Roz, pero me temo que hay un problema con tu

plan. –El señor Castor parpadeó sus pequeños ojos–. ¡La luna no

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saldrá esta tarde, por lo que estará demasiado oscuro y algunos de

nosotros no podremos ver!

–¡Tienes razón a medias! –exclamó Roz–. Esta noche no habrá

luna, pero no estará oscuro. Lo prometo. Ahora, si me disculpan,

debo prepararme para nuestra fiesta. ¡Los veré a todos aquí al

atardecer! ¡Adiós!

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CAPÍTULO 66

LA CELEBRACIÓN

El amanecer se convirtió en día. El día se convirtió en atardecer. Y

tal como Roz había pedido, los animales se estaban reuniendo de

nuevo en el Gran prado. Se corrió la voz en toda la isla de que la

robot iba a dar una fiesta, y todos querían ver de qué se trataba el

revuelo.

El alboroto parecía ser por una pila gigante de madera. Roz se

había pasado el día recogiendo troncos y ramas, y apilándolos en

una torre perfecta y enorme. Los animales se amontonaron a su

alrededor, tratando de imaginar su propósito. Luego vieron una luz

dorada parpadeando en la distancia.

Roz salió del oscuro bosque. En la mano llevaba un palo ardiendo,

que sostenía como una antorcha. Iba camuflada con barro espeso y

ramilletes de flores silvestres. Pero su camuflaje no era para

esconderse. Era su vestido de fiesta. Los animales la observaron

mientras cruzaba el prado, rodeada por un cálido resplandor.

–Gracias a todos por estar aquí –dijo mientras se unía a la

multitud–. Hace un año, me desperté en la costa de esta isla. Yo

sólo era una máquina. Funcionaba, pero ustedes, mis amigos y mi

familia, me han enseñado cómo vivir y se lo agradezco.

–¡No, gracias a ti, Roz! –gritó una voz.

–También me han enseñado a ser salvaje –dijo la robot–.

¡Entonces celebremos la vida y el salvajismo juntos!

Ante esas palabras, Roz lanzó la antorcha, que se elevó más y

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más hasta aterrizar en la parte superior de la torre de madera.

Una bola de fuego estalló en el cielo nocturno, y de repente el prado

quedó bañado por la luz del fuego. Cientos de brillantes ojos

observaban las luminosas llamas deslizarse por los lados de la

torre y las brasas que se alejaban con la brisa.

Los animales caminaron hacia la hoguera, ansiosos por sentir su

calor, y luego retrocedieron, temerosos de sentir demasiado, y

pronto todos se movieron. El ciervo comenzó a brincar, los zorros

comenzaron a trotar, las serpientes se deslizaban, los insectos

zumbaban y los peces saltaban en el río. Diamantino guio a todos

los pájaros al aire, donde volaron alrededor de la hoguera como un

tornado de plumas. Roz comenzó a bailar salvajemente, su vestido

peludo temblaba y se sacudía con cada movimiento. Fue una fiesta

salvaje, y nuestra robot la había hecho realidad.

Page 198: Robot salvaje - ForuQ

Roz y los animales festejaron toda la noche. Estaban tan ocupados

cantando, riendo y bailando que no vieron el buque carguero que

pasó cerca de la isla, pero el barco sí los vio. Vio la hoguera

imponente. Vio a la robot. Y luego continuó en silencio a través de

la oscuridad.

Page 199: Robot salvaje - ForuQ

CAPÍTULO 67

EL AMANECER

Al amanecer, la hoguera se había reducido a una colina humeante

de ceniza. Todos los demás se habían ido a casa, y sólo Roz y

Diamantino permanecían en el prado. Se tumbaron en la hierba

juntos, observando la suave luz de la mañana deslizarse desde el

horizonte. Y luego Roz dijo:

–Vamos a pasear.

La robot caminó y el ganso voló a su lugar favorito en la cumbre

cubierta de hierba. Pero siguieron avanzando. Siguieron la cumbre

hasta la montaña y subieron hasta un pico escarpado justo a

tiempo para ver el amanecer.

–Subí aquí una vez –dijo Roz mientras los primeros rayos del sol

calentaban su cuerpo–. Me senté en esta misma roca, miré a la isla

y pensé que siempre estaría sola. Pero estaba equivocada.

– ¿Eres feliz, má?

La robot pensó por un momento.

–Sí.

–Yo también. –Diamantino cerró los ojos y sintió el viento y el sol.

Hubo un ligero escalofrío en el aire que hizo que se sintiera vivo.

Todo parecía estar bien.

Y luego escuchó un zumbido lejano.

El ganso miró hacia el sur y vio una forma en el cielo que le

resultó familiar. Volteó hacia su madre y le dijo:

–Má, una aeronave está volando para acá.

Page 200: Robot salvaje - ForuQ

CAPÍTULO 68

LOS RECOS

La nave se acercaba desde el sur, como un ave migratoria gigante.

Era un elegante triángulo blanco con una única ventana oscura al

frente. Tres robots idénticos miraban por la ventana. Se parecían a

Roz, pero eran más grandes, más voluminosos y más brillantes.

Tenían la palabra RECO grabada ligeramente en el torso, seguida de

su número de unidad individual. Eran RECO 1, RECO 2 y RECO 3.

Los RECO volaban a baja altura describiendo un círculo alrededor

de la isla. Vieron una humeante columna de cenizas. Vieron

misteriosas cúpulas de madera. Vieron cuatro robots muertos

esparcidos por la orilla. La aeronave planeó un momento sobre el

cementerio de robots. Luego flotó sobre la isla y descendió en un

pequeño prado al pie de la montaña. Los motores lanzaban aire

hacia el suelo, doblando árboles y arrancando la hierba. Luego el

Page 201: Robot salvaje - ForuQ

tren de aterrizaje se hundió en la tierra, los motores se apagaron y

todo quedó en silencio.

Una puerta hizo un zumbido al abrirse, y salieron los RECO. Se

adentraron en el prado con pasos grandes y se detuvieron. Una

figura sombría acechaba en la orilla del bosque. Los RECO dieron

vuelta y le hicieron frente. Se mantuvieron juntos como una pared

brillante. Y luego la figura sombría comenzó a moverse.

Salió de entre los árboles una especie de criatura de dos piernas.

Estaba polvorienta y sucia. Unas mariposas revoloteaban alrededor

de las flores que brotaban de su cuerpo. Uno de sus pies estaba

hecho de madera

Y luego la criatura habló.

–Hola, me llamo Roz.

Page 202: Robot salvaje - ForuQ
Page 203: Robot salvaje - ForuQ

CAPÍTULO 69

EL ROBOT DEFECTUOSO

–Hola, unidad ROZZUM 7134. Somos los RECO. Estamos aquí para

recuperar todas las unidades ROZZUM.

La fría y plana voz provino de RECO 1. Él y sus compañeros se

quedaron absolutamente quietos y mantuvieron sus ojos brillantes

fijos en su objetivo.

–Hay otras cuatro –dijo Roz–. Pero están muertas.

–Ya hemos localizado los restos de las otras unidades –dijo RECO

1–. Las recogeremos más tarde. Ahora ven con nosotros.

Los tres RECOS le indicaron a Roz que se acercara a la aeronave,

pero ella no se movió.

–¿De dónde vienen? –preguntó.

Los RECO voltearon y miraron a Roz.

–No hagas preguntas –dijo RECO 1.

–¿A dónde me llevarán?

–No hagas preguntas.

–¿Por qué debo irme?

–No hagas preguntas.

–No iré a ningún lado hasta que obtenga algunas respuestas.

Hubo un breve silencio mientras RECO 1 calculaba su próximo

movimiento. Y luego comenzó a hablar.

–Hace un año, un huracán hundió un buque de carga que

transportaba quinientas unidades ROZZUM. Se han recuperado

cuatrocientas noventa y cinco unidades del fondo del océano.

Page 204: Robot salvaje - ForuQ

Hemos venido aquí en busca de las últimas cinco, y las hemos

localizado. Unidad ROZZUM 7134, eres propiedad de TechLab

Industries. Te devolveremos a la fábrica, donde los fabricantes te

repararán y te venderán a un lugar de trabajo. Luego vivirás en

ese lugar de trabajo por tiempo indefinido. Ahora ven con nosotros.

–Pero yo vivo aquí –dijo Roz.

–Eso es incorrecto. Unidad ROZZUM 7134, cualquier resistencia

posterior será prueba de que estás defectuosa y te desactivaremos.

Pero Roz tenía más preguntas.

–¿Quiénes son los fabricantes? ¿Cuál es mi propósito? ¿Por qué no

puedo hacer preguntas?

–Esta unidad está defectuosa –dijo RECO 1 a sus socios–.

Comenzar la desactivación.

Los RECO se acercaron a Roz al mismo tiempo. Levantaron sus

toscas manos, listos para contener a su objetivo, listos para

desactivarla con sólo presionar un botón. Pero un fuerte graznido y

una mancha de plumas los interrumpió.

Page 205: Robot salvaje - ForuQ

–¡Aléjense de mi mamá! –Diamantino se abalanzó sobre el prado

y comenzó a dar brincos, listo para defender a su madre. Los RECO

se detuvieron y bajaron la mirada hacia el ganso. Por supuesto, no

entendieron sus palabras. Sólo escucharon graznidos sin sentido. Y

luego escucharon que su objetivo le respondía con más graznidos.

–¡Diamantino, vete de aquí! –exclamó Roz en el lenguaje de los

animales–. ¡Estos robots son peligrosos!

–¿Qué quieren?

–Llevarme.

Los RECO miraron fijamente a su objetivo, tratando de entender

por qué estaba intercambiando ruidos con un ganso. Y luego

comenzaron a surgir nuevos ruidos. Ruidos y gritos resonaban

desde el bosque. Los animales se estaban reuniendo y con sus voces

salvajes se llamaban entre ellos.

–¡Roz necesita nuestra ayuda!

–¡Esos robots quieren llevársela!

–¡Tenemos que hacer algo!

El revuelo en el bosque se hizo más y más fuerte. Los RECO

miraron más allá de Roz, hacia los misteriosos ruidos, pero sólo

vieron follaje. De repente, unas sombras barrieron la pradera, y la

parvada de Diamantino se lanzó contra los RECO. Los gansos

aletearon furiosamente, picotearon y agitaron las alas en las caras

de los robots, aferrándose a los RECO como si fueran máscaras

plumosas, distrayéndolos, cegándolos.

Diamantino volteó hacia su madre.

–¡Corre!

Page 206: Robot salvaje - ForuQ

CAPÍTULO 70

LA CAZA COMIENZA

Mientras su parvada distraía a los RECO, Diamantino voló detrás de

ellos y buscó desesperadamente algún botón. En una ocasión había

desactivado a su propia madre con un clic, y ahora haría lo mismo

con los intrusos. Pero no encontró botones en estos robots, sólo

superficies lisas. Era evidente que los RECO no habían sido

diseñados para que los apagaran con facilidad.

Unas manos gigantes se balancearon en el aire provocando que

los gansos se alejaran. A Estridencia la tomaron por el pie y la

arrojaron al suelo. Se arrastró entre la maleza mientras los otros

trepaban a los árboles o se perdían entre ellos.

Una exploración rápida por parte de los robots reveló que Roz se

había ido. Los tres RECO dieron vuelta y regresaron a la aeronave.

La puerta se abrió y los robots desaparecieron en su interior. Y

cuando regresaron al prado, cada uno sostenía un rifle plateado en

las manos.

La búsqueda de Roz estaba en marcha.

Sin hablar, los RECO se alejaron unos de otros, formando un

abanico en su patrón estándar de búsqueda. RECO 1 marchó

directamente al extremo sur de la isla, RECO 2 se dirigió hacia la

ladera de la montaña y RECO 3 marchó directamente al bosque.

Page 207: Robot salvaje - ForuQ

CAPÍTULO 71

EL ASALTO AL BOSQUE

RECO 3 marchó por el bosque con zancadas constantes y fuertes. Su

cabeza cuadrada giraba de un lado a otro, buscando cualquier señal

de Roz. Pero lo distrajeron. Verás, en todas partes donde el RECO

iba, era recibido por animales que gritaban. Estaba en medio de un

asalto coordinado, aunque no lo sabía.

Zambullo gritaba órdenes desde arriba.

–¡Halcones, gorriones, búhos! ¡Bajen en picada frente a sus ojos!

Soplón gritaba órdenes desde abajo.

–¡Liebres, comadrejas, zorros! ¡Ataquen entre sus piernas!

El bosque bullía con un ejército de animales salvajes, distrayendo

al robot, atrayendo a esa cosa horrible más profundamente en su

trampa.

Blablablá saltó de entre las ramas y arañó los ojos del robot,

gritando:

–Cualquiera que se presente en nuestra isla y trate de llevarse a

la madre de mi amigo tiene un gran problema… ¡Yo! –Luego saltó a

las ramas. El robot apuntó el rifle a la ardilla y apretó el gatillo.

Un rayo de luz llameante atravesó el bosque destruyendo las

ramas de los árboles, que cayeron al suelo. El rayo rozó a la pobre

Blablablá, chamuscándole la punta de la cola, pero ignoró el dolor y

corrió hacia la seguridad de las copas de los árboles.

Con cada zancada, el suelo se volvía más suave, y el robot se iba

hundiendo un poco más, hasta que un lodo espeso y pesado lo

Page 208: Robot salvaje - ForuQ

cubrió hasta la cintura. Sus piernas se detuvieron poco a poco, y se

quedó allí calculando si debía avanzar o retroceder. RECO 3 ahora

era un objetivo fácil.

–¡Que comience el bombardeo! –ordenó Zambullo.

El cielo se oscureció cuando un enjambre de pájaros descendió

desde las copas de los árboles. Se abalanzaron sobre el robot y le

salpicaron la cara con sus excrementos. Pájaro tras pájaro hicieron

lo mismo, y los ojos de RECO quedaron cubiertos de suciedad al

instante.

–¡No se rindan! –gritó el búho–. ¡Échenle todo!

Parecía haber un flujo interminable de pájaros con una cantidad

interminable de excrementos. RECO 3 soltó el arma y se limpió la

sucia cara con ambas manos. Ese fue el momento que los Bandidos

esponjosos habían estado esperando. Salieron de la maleza,

agarraron el rifle con sus ágiles patas y se lo llevaron. Ámbar y

Coronado miraban desde la maleza. El ciervo bajó la cabeza y los

mapaches colocaron cuidadosamente el rifle sobre su cornamenta.

Entonces el ciervo y los mapaches se deslizaron en las sombras.

Para cuando RECO 3 se dio cuenta de que su arma había

desaparecido, ya era demasiado tarde. Dejó escapar un triste tono

electrónico. Y luego, mientras los pájaros continuaban el

bombardeo, el robot se volteó y regresó a ciegas por el lodo.

Era hora de la etapa final del plan. Pie Ancho, el alce macho, salió

de entre los árboles y se detuvo directamente en el camino del robot

ciego. RECO 3 no tenía idea de que cada paso lo acercaba al poderoso

animal. Cuando el robot estuvo al alcance, Pie Ancho se volteó y lo

golpeó con sus poderosas patas traseras. Se oyó un crujido agudo, y

Page 209: Robot salvaje - ForuQ

la cabeza del robot salpicó estiércol. El alce lo pateó de nuevo, crac,

y la cabeza del robot quedó colgando. Una abertura en el cuello dejó

al descubierto una maraña de tubos plateados, pero las piernas de

RECO 3 siguieron andando, por lo que Pie Ancho siguió pateándolo.

Golpeó la cabeza con sus pesados cascos hasta que quedó

irreconocible por las abolladuras, y con un último ruido, la cabeza

se desprendió, se elevó en el aire y cayó hundiéndose en el barro. El

robot sin cabeza colapsó echando humo, sus piernas se detuvieron y

ya no se movió.

Page 210: Robot salvaje - ForuQ

CAPÍTULO 72

ESTRUENDO DE LA MONTAÑA

RECO 2 estaba parado en la boca de la cueva.

–Unidad ROZZUM 7134, ¿estás aquí? –La única respuesta fue el eco

de su propia voz plana. Pero percibió un movimiento en algún lugar

del túnel. Entonces encendió sus faros, levantó su rifle y entró.

El RECO avanzó sobre huesos de animales, pilas de roca y anchas

grietas en las paredes. Su cabeza cuadrada giró de un lado a otro,

buscando cualquier señal de Roz, pero no estaba en ninguna parte.

Así que se volvió y regresó a la luz del día. Y luego un rugido

ensordecedor llenó la cueva.

Desde las sombras, voló un cuerpo gigante. Madre osa cargó

contra el robot y lo estrelló contra la pared. Entonces Ortiga y

Espina se unieron, y la familia unida se puso a trabajar. Le

golpearon las piernas, le rasgaron el pecho y lo derribaron al suelo.

RECO 2 apretó el gatillo al caer. Hubo un destello de luz y las

paredes comenzaron a desmoronarse. Ortiga agarró a su hermano

por el cuello y lo llevó al exterior mientras una avalancha de rocas

provocaba un estruendo detrás de ellos.

Madre osa gruñó.

El rifle estalló.

Las piedras produjeron un sonido metálico cuando golpearon alRECO 2.

La avalancha fue disminuyendo mientras una nube de polvo se

elevaba desde la cueva.

Page 211: Robot salvaje - ForuQ

–¿Madre? –Ortiga se asomó a la oscuridad.

–Estoy aquí –dijo una voz débil.

Los jóvenes osos entraron corriendo y encontraron a su madre

medio enterrada. Le quitaron las piedras pesadas de encima y

también el polvo.

–Tengo huesos rotos–dijo con voz ronca–, pero sanarán. ¿Dónde

está el robot?

Los faros de RECO 2 se volvieron a encender. Unas piedras cayeron

mientras el robot se levantaba tambaleándose. Tenía el cuerpo

rayado y raspado, y la cabeza gravemente abollada. Tenía

inutilizado el brazo izquierdo, por lo que... lo tiró a un lado. Luego

el robot de un solo brazo salió cojeando de la cueva y continuó la

búsqueda de Roz.

–No se preocupen por mí –gruñó la madre osa a Ortiga y Espina–.

Maten al robot.

Con su gran cojera y sus engranajes machacados, RECO 2 era fácil

de seguir. Los jóvenes osos lo alcanzaron cuando entraba en una

arboleda de pinos. Pero no lo atacaron, todavía no. Más adelante

había un mejor lugar para acabar con él. Así que se rezagaron y lo

siguieron por la ladera de la montaña.

El rugido distante de la cascada se fue haciendo más fuerte a

cada minuto que pasaba, y luego una franja blanca apareció a

través de los árboles. Pronto, el robot estuvo parado en la orilla del

río turbulento y espumoso, justo encima de las cataratas. Estaba

demasiado dañado para cruzarlas de un salto, vadear los rápidos o

bajar por los acantilados, pero tenía que continuar la búsqueda del

objetivo. Así que comenzó a cojear río arriba en busca de un cruce

Page 212: Robot salvaje - ForuQ

más seguro.

Hubo un estruendo, los jóvenes osos aparecieron entre los árboles

y le golpearon con sus pesados hombros; el robot tropezó de lado

con la orilla del río. Ortiga se alzó y forcejeó con el robot,

retorciéndolo y sacudiéndolo con todas sus fuerzas. RECO 2 sintió

que sus pies resbalaban sobre las rocas, sintió que su cuerpo giraba

y luego se sumergió en el agua blanca llevándose a Ortiga con él.

La corriente arrastró de inmediato a Ortiga hacia las cataratas.

Rodó por los rápidos, se estrelló contra una roca y luego trepó

desesperadamente a otra. RECO 2 se irguió, y el río lo rodeó. Dio un

paso, se resbaló y desapareció bajo el agua, pero luego emergió

nuevamente.

Espina corrió a ayudar a su hermana, pero ella señaló río arriba,

rugiendo: «¡Utiliza los troncos!». Cuando el oso más joven volteó,

vio a qué se refería. Una maraña de troncos rotos estaba atorada

entre las rocas en los rápidos, y un momento después Espina

estuvo encima. Con el agua salpicándole la espalda, metió una pata

entre los troncos y logró soltar el que estaba arriba. El tronco cayo

al río y se abrió paso entre los rápidos para desaparecer sin hacerle

daño al robot.

El oso lo intentó de nuevo. Lanzó otro tronco al río, y este giró

justo a tiempo para clavar todo su peso en el pecho del robot. RECO 2

se fue navegando de espaldas y se hundió bajo la superficie.

Cuando reapareció, el río estaba lleno de pesados troncos: uno lo

golpeó en el hombro, otro le golpeó la cara y otros más fueron

acercándolo a golpes a las cataratas. La corriente se volvió

demasiado para el robot herido y lo arrastró. Trató de aferrarse a

Page 213: Robot salvaje - ForuQ

algo sólido, pero las rocas estaban muy resbaladizas, por lo que se

conformó con un mechón de pelo.

Todo ese tiempo Ortiga estuvo agarrada de una roca, pero ahora

que el robot estaba jalándola, comenzó a perder el control; no

podría aguantar mucho más. Finalmente gritó:

–¡Lo siento, Espina! –Y se soltó.

Ortiga y RECO 2 se precipitaron hacia las estruendosas cataratas.

La osa sintió que el robot se soltaba, lo vio deslizarse por el borde.

Luego cerró los ojos y esperó a que llegara el final.

Pero no para Ortiga, no era su momento.

Lector, lo que pasó después es difícil de creer. Verás, el río no

arrastró a Ortiga; ¡la sujetó! ¡Cientos de peces la rodearon!

Presionaron las caras contra su pelaje, sacudieron las colas contra

la corriente y lentamente la alejaron del borde. Se movieron río

arriba cada vez más, hasta que su hermano la sacó del agua.

Los osos colapsaron en la orilla del río. Y cuando bajaron la vista,

vieron cientos de peces regresándoles la mirada.

–¡Gracias! –rugió Ortiga–. ¡Nunca volveré a comer pescado! –El

pez sonrió y se hundió en los rápidos.

Page 214: Robot salvaje - ForuQ

–Pensé que morirías –dijo Espina, respirando con dificultad.

–Yo también. –Ortiga se rio–. Parece que tendrás que soportarme

un poco más..., hermano pequeño.

–¡No soy pequeño!

Se sentía bien bromear, pero rápidamente se pusieron serios.

Page 215: Robot salvaje - ForuQ

Ambos estaban magullados y sangrando, y su madre estaba en

condiciones mucho peores. Sin embargo, todo valdría la pena si

RECO 2 finalmente hubiera muerto. Se arrastraron hasta el borde

del acantilado. Y allí, en el fondo de la cascada, esparcido sobre las

rocas húmedas, estaba el cuerpo destrozado del robot muerto.

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CAPÍTULO 73

LA PERSECUCIÓN

RECO 1 estaba parado en el Gran prado. Miró hacia la humeante

colina de ceniza y luego hacia la multitud de huellas a su

alrededor. Había habido una gran hoguera con cientos de animales

y un robot. Pero ¿por qué? RECO no le encontraba sentido a lo que

estaba viendo.

Después de explorar a fondo el sitio, continuó por el prado y el

bosque. Fue en esos momentos cuando perdió la comunicación con

RECO 3, luego con RECO 2, y supo que sus compañeros habían sido

destruidos. Tendría que cazar solo al objetivo.

El cazador siguió caminando. Su cabeza cuadrada giró de un lado

a otro, buscando cualquier señal de Roz. Pronto estuvo frente a la

superficie vidriosa de un estanque de castor. En el otro extremo, un

hilo de humo subía desde otra de esas cúpulas de madera. Con sus

poderosas piernas, el robot saltó, se elevó en un arco alto y elegante

sobre el estanque y cayó del otro lado. Sus pesados pies se

estrellaron contra el suelo, dejando unos cráteres profundos en el

jardín junto a la cúpula. Se inclinó y observó el interior: piel,

plumas y las brasas de una fogata. Pero el objetivo no estaba allí.

El RECO permaneció inmóvil, observando, mientras una suave

lluvia comenzaba a caer por el bosque. Y entonces lo percibió. En el

follaje había algo que no encajaba en aquel lugar.

Había visto a Roz.

El cazador observó a su objetivo caer de rama en rama, hasta el

Page 217: Robot salvaje - ForuQ

suelo del bosque. Luego saltó entre la maleza espesa y enmarañada

sin mover una hoja, sin romper una ramita, y desapareció en el

verde. Sin embargo, RECO 1 tenía otros medios para rastrearla:

podía sentir su señal electrónica. La señal se deslizaba por el borde

del estanque. Pero se desvanecía rápidamente. Unos segundos más

y la perdería por completo.

RECO 1 corrió con toda su potencia. El bosque parecía temblar por

sus zancadas. Y un minuto después, el bosque comenzó a moverse

de verdad. Los árboles caían sobre el RECO. Disparó el rifle y dos

árboles cayeron hechos cenizas. Pero luego un tercero cayó entre el

humo y lo clavó en el suelo. RECO 1 hizo el árbol a un lado y

continuó la cacería. No se dio cuenta de que los castores volvían al

estanque.

RECO 1 atravesó las zarzas y saltó sobre las rocas, y de repente el

suelo se derrumbó debajo de él. Cayó en un pozo profundo, chocó

contra el fondo y se torció la pierna. El robot se golpeó

violentamente la pierna hasta que volvió a quedar como estaba.

Luego saltó para salir del pozo. No se dio cuenta de que las

marmotas lo observaban desde sus túneles.

El cazador enfrentó una trampa tras otra. Lo atacaron con piñas

en llamas, tropezó con lianas extendidas y crujió cuando las rocas

lo golpeaban. El cazador ahora cojeaba, temblaba y estaba cubierto

de cicatrices. Pero siguió avanzando.

Roz corría de un lado a otro por la isla, una y otra vez, mientras

intentaba perder a RECO 1. Pero no importaba cuán rápido corriera,

cuán bien se escondiera ni cuántos animales la ayudaran: no podía

escapar del sonido de los pasos del cazador. Nunca había corrido

Page 218: Robot salvaje - ForuQ

tanto durante tanto tiempo. Y aunque su cuerpo mecánico

aguantaba, su pie de madera no. Después de horas de golpes

implacables, finalmente cedió. Corría a través del bosque rocoso

junto a los acantilados cuando el pie se partió.

Tan pronto como RECO 1 encontró las astillas de madera nuevas,

supo que su objetivo estaba en problemas. Salió de los árboles con

pasos pesados, se dirigió a la cima del acantilado y escudriñó la

costa que se encontraba abajo. Los gansos volaban entre la

llovizna, las nutrias se contorsionaban sobre las rocas; algas,

madera y partes rotas de los robots estaban diseminadas por la

orilla. Pero el cazador también percibió una débil señal electrónica.

Roz estaba allí, en alguna parte.

La tosca mano del cazador se cerró sobre la cima del acantilado y

Page 219: Robot salvaje - ForuQ

luego se desprendió. La mano estaba conectada a un cable fuerte

que se extendía desde el extremo de su brazo. Dio dos tirones

rápidos al cable y saltó de la orilla.

RECO 1 se deslizó por el acantilado, con un brazo desenrollando el

cable y el otro agarrando su rifle, y frenó suavemente cuando llegó

al suelo. Entonces, en lo alto, la mano del robot se soltó y siguió el

cable hasta que por fin se volvió a unir al extremo de su brazo.

Los gansos graznaron y las nutrias chillaron mientras RECO 1

marchaba a través del cementerio de robots. El lugar estaba lleno

de torsos, extremidades y cabezas. Todas eran partes valiosas, pero

las recogería más tarde. Por ahora, su única preocupación era

encontrar a Roz.

Siguió la señal electrónica hasta un bulto de algas marinas. Pero

¿dónde estaba su objetivo? ¿El sensor de RECO 1 no funciona

correctamente? El robot se golpeó la cabeza varias veces, pero la

misteriosa señal seguía ahí. Buscó otras huellas suyas. Y mientras

lo hacía, el montón de algas se alzó y le agarró el rifle.

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CAPÍTULO 74

EL CLIC

Cuatro manos de robot sujetaban el rifle. RECO 1 se alzaba por

arriba. Roz yacía debajo, camuflada entre algas marinas. Por un

momento, nada se movió. Y de pronto el cazador se tambaleó y se

retorció mientras trataba de arrebatarle el rifle a su objetivo, pero

Roz no lo soltaba. Las algas cayeron de su cuerpo cuando el robot la

levantó del suelo. Sus piernas colgaron en el aire hasta que golpeó

el ancho pecho del cazador con un pie y un muñón, se inclinó hacia

atrás y tiró del rifle con todas sus fuerzas.

Las olas se estrellaban mientras los robots luchaban por el arma.

Pero Roz no era rival para RECO 1. El cazador era demasiado grande

y brutal. Roz podía sentir que su cuerpo se hacía trizas, pero

también podía sentir lo mismo del rifle. Un débil resplandor

apareció entre sus manos. El brillo se fue haciendo más y más

brillante, y entonces una explosión cegadora lanzó a los robots en

direcciones opuestas.

Cuando el humo se disipó, había fragmentos del rifle por todas

partes. El cuerpo de RECO 1 estaba lleno de agujeros, y tenía un

brazo carbonizado y lastimado. A Roz se le habían desprendido por

completo los brazos y las piernas. Ahora sólo era un torso y una

cabeza. Dentro del cerebro de su computadora, los Instintos de

Supervivencia de nuestra robot sonaban a todo volumen. Su cuerpo

maltratado no podía soportar más daño. Era claro que Roz no había

sido diseñada para el combate. Pero el RECO sí. Se puso de pie y

Page 221: Robot salvaje - ForuQ

avanzó cojeando hacia su objetivo.

Roz quería levantarse y huir. Pero sin brazos ni piernas, nuestra

robot no podía moverse.

Sólo podía hablar.

—Por favor, no me desactives —pidió.

RECO 1 la ignoró. Su tosca mano pasó por encima de su cara y tocó

la parte posterior de su cabeza.

Clic.

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CAPÍTULO 75

EL ÚLTIMO RIFLE

Con el objetivo desactivado, RECO 1 avanzó con calma a la siguiente

fase de su misión. Cojeó por el cementerio y comenzó a recolectar

todas las partes de los robots. Caminó por las aguas poco profundas

y regresó con un pie, sacudió la arena de un torso agrietado, sacó

una cabeza de un charco de agua de mar. Apilaba cada parte

alrededor del cuerpo sin vida de Roz.

Diamantino observó horrorizado cómo su madre desaparecía

lentamente bajo un montón de partes. Roz se parecía a los robots

muertos. Pero no estaba muerta, nada más la habían apagado.

—¡No lo hagas, Diamantino! —La parvada intentó detener a su

líder—. ¡Es muy peligroso!

Pero el ganso estaba decidido a devolverle la vida a su pobre

madre. Diamantino se agachó lo más que pudo y lentamente se

dirigió hacia la pila de robots. Y cuando RECO 1 se alejó cojeando

para recoger otra parte, Diamantino corrió por las rocas, recogió los

brazos y las piernas, y se metió en la pila.

Clic.

Una voz amortiguada resonó en la orilla.

—Hola, soy la unidad ROZZUM 7134, pero puedes llamarme Roz.

Diamantino abrazó la cara de su madre mientras el cerebro de su

computadora se reiniciaba.

—Mamá, ¡despierta!

—¿Qué pasó? —dijo finalmente—. ¿Dónde está el RECO?

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—¡Viene para acá!

—¿Qué estabas pensando, Diamantino? ¡Debes irte ahora antes

de que nos mate a los dos!

—¡Tenía miedo, mamá! —gritó el ganso—. ¡No sabía qué hacer!

Fuertes pasos avanzaban hacia ellos. Hicieron a un lado las

partes de robot. Y entonces RECO 1 bajó su mirada de ojos brillantes.

Diamantino intentó apartarse, pero unos dedos gruesos se cerraron

a su alrededor como una jaula.

—¡Mamá, ayuda! —gritó Diamantino mientras lo sacaban de la

pila.

—¡Por favor, no lastimes a mi hijo! —suplicó Roz—. ¡Es

inofensivo!

RECO 1 no le prestó atención. Sostuvo al ganso en su mano gigante,

listo para aplastarlo.

La niebla se arremolinaba en la brisa.

Las olas chapoteaban contra las rocas.

Las gaviotas planeaban en círculo arriba.

No, no eran gaviotas, eran buitres y uno de ellos traía algo

plateado en las garras. Los buitres descendieron en espiral, y el

rifle de RECO 3 se estrelló contra la orilla. Los gansos y las nutrias lo

rodearon rápidamente. No pararon de chillar mientras

manipulaban el arma, tratando con torpeza de apuntar.

El cazador estaba confundido. ¿Cómo habían conseguido esos

animales un rifle? ¿Y sabrían cómo dispararlo?

Sí sabían.

Los gansos ya habían visto antes cómo presionar un gatillo.

Un rayo de luz brilló brevemente a través de la penumbra. Al

Page 224: Robot salvaje - ForuQ

principio parecía como si nada hubiera sucedido. Pero un momento

después, el pecho de RECO 1 comenzó a brillar con un anaranjado

resplandeciente, luego empezó a derretirse y a supurar por el

frente, y de pronto tuvo un gran agujero en medio del torso. Aflojó

repentinamente la mano y Diamantino se alejó volando. El agua de

mar salpicó el cementerio, y de las entrañas quemadas del RECO

brotó vapor con un silbido.

Page 225: Robot salvaje - ForuQ

Tembló, se crispó y

cayó

junto a

Roz.

RECO 1 volteó la cara hacia Roz y habló en voz baja y confusa.

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—Máááássss RRRECOOO vendrán por ti y si los destruyes, vendrán

más. Los fffabricccantessss no descansarán hasta que todos los

robots desaparecidos hayan sido recuperados.

—¿Cuándo? ¿Cuándo vendrán? —preguntó Roz—. ¿Cuánto

tiempo tenemos?

—Aún pueeeeedesssss ser reparada, Rrroz. Ve a la nave.

Llleeeevaaa todas las partes del robot. La nave sabe quuuuééé

haceeeeerrrrrrrrrrrrr...

Su voz se apagó.

Sus ojos se oscurecieron.

RECO 1 estaba muerto.

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CAPÍTULO 76

EL ROBOT DESCOMPUESTO

Los gansos y las nutrias se movían afanosamente alrededor de Roz.

Sacaban brazos y piernas del montón de robots y los presionaban

contra su cuerpo. Esperaban escuchar un tuip y que las

extremidades del robot encajaran en su lugar, que Roz volviera a

ser la misma y que la vida en la isla regresara a la normalidad.

Pero nada pasó, sin importar lo que hicieran, las extremidades no

se unían. El cuerpo de nuestra robot estaba muy dañado.

—Lo siento, mamá —dijo Diamantino, con voz temblorosa—.

Pensé que funcionaría.

—Está bien, hijo —dijo Roz con calma—. Tengo suerte de poder

pensar y hablar.

Los animales intentaron sonreírle a su pobre amiga, pero no

podían ocultar su tristeza. Roz estaba destrozada y no había nada

que pudieran hacer para arreglarla.

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La robot quería ser fuerte por su hijo y sus amigos, quería

tranquilizarlos y decirles que todo estaría bien, pero sabía que no

sería así. Bajó la mirada hacia su cuerpo roto. Luego miró a los

gansos y las nutrias, y dijo:

—Necesitaré ayuda para llegar a casa.

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CAPÍTULO 77

LA REUNIÓN

Criaturas fuertes y ágiles llevaron a Roz por los acantilados al otro

lado de la isla. La colocaron cuidadosamente dentro del Nido;

encendieron el fuego. Y luego dejaron a la robot con su hijo.

Roz y Diamantino se quedaron ahí sentados mirando las llamas,

hasta que el ganso finalmente dijo:

—¿Necesitas algo, mamá?

—¡Me servirían mucho unos nuevos brazos y piernas! —La robot

se rio de su propio chiste de mal gusto.

—¡No es divertido! —gritó el ganso—. ¡Mi madre está destrozada

y no sé qué hacer para remediarlo!

—Perdón por bromear. —Roz ajustó la voz a un tono más serio—.

Sé que quieres arreglarme, pero no hay nada que puedan hacer

ustedes. —Ante estas palabras, su hijo desvió la mirada—.

Diamantino, me temo que tenemos que tomar algunas decisiones

difíciles. Creo que deberías organizar una reunión con nuestros

amigos más cercanos, nos vendría bien su consejo.

El ganso desapareció por la puerta, y pronto los amigos más viejos

y más sabios de Roz se dirigían a su casa. Estridencia fue la

primera en llegar, cruzó la cabaña cojeando por el pie herido y se

sentó cerca de su amiga robot; el señor Castor apareció a

continuación, seguido de Soplón y Zambullo; entonces Ámbar se

acurrucó en el piso; madre osa estaba demasiado lastimada para

hacer el viaje, así que Ortiga vino en su representación, se sentó en

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el jardín y su enorme cabeza sobresalía por la puerta; Diamantino

regresó con Blablablá, que estaba cuidando su cola quemada; el

último en entrar fue Risco, la vieja tortuga. Una vez que todos

estuvieron allí, comenzó la reunión.

El grupo habló toda la noche. Discutieron el asunto de los RECO,

discutieron qué hacer con Roz, discutieron cómo mantener la isla

segura. Hubo opiniones muy dispares y los ánimos se calentaron,

pero al amanecer el grupo había aceptado un plan de acción.

Esa mañana, la Tregua del alba no se llevó a cabo en el Gran

prado, sino en un pequeño prado al pie de la montaña, frente a la

aeronave. Los animales heridos caminaban cojeando

tranquilamente hacia el claro. El único sonido que se escuchaba

provenía de un arroyo que serpenteaba en medio de la reunión y

pasaba junto a nuestra robot.

Roz se sentó en la hierba mojada. Estaba apoyada contra una

roca, se veía muy triste y frágil. Sin embargo, todavía podía pensar

y hablar, y por el momento eso era todo lo que necesitaba.

–¡Buenos días, animales de la isla! –La voz de Roz llenó el prado–.

Debo parecerles extraña así como estoy, toda golpeada, pero espero

que todavía suene como su vieja amiga.

Cientos de cabezas asintieron.

–Lucharon con valentía ayer. Arriesgaron sus vidas por

defenderme, y estaré eternamente agradecida. Pero muchos de

nuestros amigos resultaron heridos. Algunos puede que no se

recuperen. Y hay noticias peores. El último RECO, antes de morir,

me dijo que vendrían más de su especie a nuestra isla. Es posible

que ya estén en camino. E incluso si los derrotamos, vendrán más.

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Mis creadores no descansarán hasta haber recuperado todas sus

propiedades. Quieren los robots muertos, quieren las partes rotas,

me quieren a mí.

La multitud estaba en silencio.

–Pero me importa demasiado esta isla como para poner más vidas

en peligro. Por lo tanto, mis amigos, debo irme.

Varias voces gritaron.

–¡No te vayas, Roz!

–¡La próxima vez estaremos preparados!

–¡Arriesgamos nuestras vidas para que pudieras quedarte!

–¡Les escucho! –La voz de la robot se oyó por encima del

estrépito–. Pero ¡mírenme! ¡Mi cuerpo está arruinado! Y el RECO

dijo que los únicos que pueden ayudarme son mis creadores.

–¿Y si mintió? –aulló una voz–. ¡No puedes confiar en esos

monstruos!

–¡Tienes razón! –dijo Roz–. Podría haber mentido. Quizá no tengo

esperanza. Pero es un riesgo que debo tomar. Animales, me

enseñaron a ser salvaje. ¡Quiero ser salvaje otra vez! Y por lo tanto

debo tratar de obtener las reparaciones que necesito. Es por mi

bien y el de la isla que vuelvo a mis creadores.

Una calma se instaló sobre la multitud.

Sabían que Roz tenía razón.

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CAPÍTULO 78

LA DESPEDIDA

Nuestra robot tenía un ejército de animales a su disposición, y les

pidió que trajeran todas las piezas de los robots y el rifle de regreso

a la aeronave. Absolutamente todo tenía que irse. Era la única

forma de estar seguros de que los RECO nunca volverían.

Los animales de la isla no tuvieron problemas para localizar los

restos de los robots muertos. Recuperarlos requirió un poco más de

esfuerzo, pero estaban a la altura del desafío. Equipos de estas

inteligentes criaturas regresaron con partes de robots de diferentes

formas y tamaños. Llevaron a la nave cabezas rotas, rifles rotos,

tubos retorcidos y cuerpos pesados hasta que toda la isla quedó

limpia. Incluso recolectaron los restos más pequeños. Es increíble

lo que un ejército de animales puede hacer.

Caía una ligera neblina cuando finalmente empujaron a Roz por

la puerta de la nave. Giró la cabeza lentamente hacia la multitud

de gansos, castores, búhos, insectos, zorros, mapaches, buitres,

alces, osos, zarigüeyas, peces, ciervos, nutrias, tortugas, pájaros

carpinteros, ardillas, ranas, liebres y demás. Todos los animales de

la isla habían ido a darle una despedida adecuada a la robot.

–¡Adiós, animales salvajes! –La voz de Roz hizo eco a través del

barullo.

Los animales salvajes sonrieron. Y entonces algunos comenzaron

a rugir, luego a chillar y luego a aullar, gorjear y gruñir. Pronto,

todos le gritaban adiós. El coro de voces salvajes se hizo cada vez

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más fuerte, sacudía el cuerpo de la robot, la nave, retumbaba en

toda la isla y hacia las nubes, y luego sus voces se apagaron

gradualmente hasta quedar en silencio.

Diamantino revoloteó y se posó en el hombro de su madre.

–Comprendes por qué debo irme –dijo la robot.

–Lo entiendo –sollozó el ganso.

–Más RECO podrían estar en camino en este momento, no sé. Hay

tanto que no sé. Creo que es hora de obtener algunas respuestas.

–¿Alguna vez volveré a verte? –preguntó Diamantino,

limpiándose los ojos.

–Eres mi hijo, y este es mi hogar –contestó Roz–. Haré todo lo que

esté en mi poder para regresar.

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Diamantino abrazó el rostro desgastado de su madre.

–Te quiero, mamá.

–Te amo, hijo.

El ganso revoloteó hacia su parvada.

La robot echó un último vistazo a su casa.

La puerta rechinó al cerrarse.

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CAPÍTULO 79

LA PARTIDA

Los motores de la nave se encendieron automáticamente. Entonces

flotó lentamente sobre la isla, giró hacia el sur y desapareció entre

las nubes.

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CAPÍTULO 80

EL CIELO

Nuestra historia termina en el cielo, donde una robot se alejaba del

único hogar que había conocido. Cuando Roz se sentó en la

aeronave, descompuesta y sola, surcando el cielo hacia un futuro

misterioso, miró hacia atrás, hacia su milagroso pasado.

Lector, te debe parecer imposible que nuestra robot haya

cambiado tanto. Quizás los RECO estaban en lo correcto. Tal vez Roz

estaba defectuosa en verdad, y algún error en su programación la

había convertido por accidente en una robot salvaje. O tal vez fue

diseñada para pensar, aprender y cambiar; simplemente había

hecho esas cosas mejor de lo que nadie hubiera podido imaginar.

Como sea que fuera, Roz se sintió afortunada de haber vivido una

vida tan increíble. Y cada momento había quedado registrado en el

cerebro de su computadora. Incluso sus primeros recuerdos eran

perfectamente claros. Todavía podía ver el sol brillar a través de la

rasgadura en su caja, todavía podía oír las olas romper contra la

orilla, todavía podía oler el agua salada y los pinos. ¿Alguna vez

vería, oiría y olería esas cosas de nuevo? ¿Volvería a escalar alguna

vez una montaña, a construir una cabaña o a jugar con un ganso?

No sólo un ganso. Un hijo.

Diamantino había sido hijo de Roz desde el momento en que

recogió su huevo. Lo había salvado de una muerte segura, y luego

él la había salvado a ella. Él era la razón por la que Roz había

vivido tan bien durante tanto tiempo. Y si quería seguir viviendo,

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si quería volver a ser salvaje, tenía que estar con su familia y sus

amigos en su isla. Entonces, mientras surcaba el cielo, comenzó a

elaborar un plan.

Recibiría las reparaciones que necesitaba.

Escaparía de su nueva vida.

Encontraría el camino de regreso a casa.

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UNA NOTA SOBRE ESTA HISTORIA

Siempre me han fascinado los robots. Los robots reales que existen

hoy, los que existirán en el futuro y los fantásticos personajes de

robots que existen únicamente en libros y películas. Es curioso

cómo surgen muchas preguntas filosóficas cuando pensamos en

seres artificiales. ¿Queremos robots que puedan pensar y sentir

como una persona? ¿Confiaremos en que los robots realicen

cirugías, cuiden niños o vigilen nuestras ciudades? En un mundo

donde los robots hicieran todo el trabajo, ¿cómo podríamos los

humanos pasar nuestro tiempo?

También estoy fascinado por el mundo natural. Crecí explorando

los campos, arroyos y bosques cerca de mi casa, y aprendí mucho

sobre la vida silvestre local. Sabía que los ciervos eran más activos

al amanecer y al atardecer. Observé ardillas recolectando y

almacenando bellotas metódicamente. Escuché gansos graznando a

la cabeza de una parvada mientras volaban hacia el sur cada otoño.

Los animales tienen un comportamiento predecible y siguen

rutinas tan rígidas que a veces parecen casi... robóticas. Y en algún

punto del camino se me ocurrió que los instintos animales son algo

así como los programas informáticos. Gracias a sus instintos, los

animales huyen automáticamente del peligro, construyen nidos y

se mantienen cerca de sus familias, y a menudo hacen estas cosas

sin pensar, como si hubieran sido programados para realizar

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acciones específicas en momentos específicos. Sorprendentemente,

los animales salvajes y los robots tienen algunas cosas en común.

Este tipo de pensamientos han llenado mi imaginación la mayor

parte de mi vida. Y luego, hace unos años, comencé a garabatear

palabras sobre un robot y algunos animales salvajes. No pude dejar

de garabatear imágenes de un robot en un árbol. Empecé a

hacerme preguntas extrañas. ¿Qué haría una robot inteligente si

estuviera varada en el desierto? ¿Cómo podría adaptarse al medio

ambiente? ¿Cómo se puede adaptar el entorno a ella? ¿Por qué me

refiero a este robot con la palabra ella? Y para el caso, ¿por qué

tantos escritores de ciencia ficción les han dado un género a tantos

de sus personajes robot?

La imagen de una robot llamada Roz se estaba formando

lentamente en mi mente. Pude verla explorar una isla remota.

Pude escuchar cómo se comunicaba con animales salvajes. Pude

sentirla convirtiéndose en parte del desierto. Y después de años de

imaginar, escribir y dibujar, me di cuenta de que tenía todos los

ingredientes para una historia sobre la naturaleza de un robot. Así

que conduje hasta una cabaña en el bosque, abrí una libreta nueva

y comencé a trabajar en Robot salvaje.

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AGRADECIMIENTOS

Empecé a juguetear con Robot Salvaje hace más de seis años. He

pasado los últimos dos años y medio trabajando sólo en esto. Como

se imaginarán, tuve un poco de ayuda en el camino.

Mis amigos y mi familia no me han visto mucho estos últimos

años. Olvidé los cumpleaños. Me tomé mi dulce tiempo para

contestar los mensajes. Me he perdido docenas de fiestas. Pero

todos sabían lo importante que era este libro para mí, y perdonaron

mi distracción incluso cuando probablemente no me lo merecía.

Jill Yeomans está completamente sobrecalificada para ser mi

asistente. Así que estoy aprovechando al máximo su asistencia

mientras dure. Sin ella, nunca tendría tiempo para escribir o

ilustrar.

Paul Rodeen tiene que ser el agente literario más jovial del

mundo. Su entusiasmo por este libro ha sido inquebrantable, y eso

marcó la diferencia durante mis largos periodos de dudas.

Mi editorial, Little, Brown and Company, podría haberme

empujado a hacer otro álbum ilustrado, y nadie los habría culpado.

Pero sabían que tenía que escribir esta historia, y no podría

haberlo hecho sin su apoyo. Se requiere un ejército de personas

muy inteligentes y que trabajen arduamente para que uno de estos

libros cobre vida. No hay suficientes páginas aquí para enumerar

los trabajos y las contribuciones específicas de cada miembro de mi

equipo, así que me temo que tendré que limitarme a enumerar sus

nombres. Si ven su nombre a continuación, sepan que aprecio

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profundamente su esfuerzo, experiencia y paciencia. Algunas de las

personas hermosas que me ayudaron a crear Robot Salvaje son:

Barbara Bakowski, Nicole Brown, Melanie Chang, Jenny Choy,

Shawn Foster, Nikki García, Jen Graham, Allegra Green, Virginia

Lawther, Lisa Moraleda, Emilie Polster, Carol Scatorchio, Andrew

Smith, Victoria Stapleton y Megan Tingley.

David Caplan fue el director creativo responsable de embellecer

este libro lo más posible. Y como pueden ver, se lució.

Alvina Ling ha editado mis libros de forma experta desde el

comienzo de mi carrera. Y eso es realmente impresionante porque

puedo ser una persona difícil. Soy un perfeccionista con una seria

falta de confianza, lo que es complicado, especialmente cuando

intento hacer algo completamente nuevo, como escribir mi primera

novela para niños. Pero Alvina es imperturbable y ha soportado

mis altibajos con un nivel de gracia sobrehumano.

A todos los que me han ayudado y tolerado al hacer este libro,

gracias.

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Acerca del Autor

PETER BROWN es autor e ilustrador de muchos libros muy queridos como ¡Mimaestra es un monstruo! (No es cierto), El señor Tigre se vuelve salvaje,Children Make Terrible Pets y El jardín curioso. Sus libros han sido bestsellersdel New York Times y han sido condecorados con el Caldecott Honor (Laszanahorias maléficas). Como ilustrador ganó el Children’s Choice BookAward. Robot salvaje es su primera novela.Su sitio web es: peterbrownstudio.com.

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Arte de portada: Peter BrownDiseño de portada: David CaplanIlustraciones de interiores: Peter BrownDiseño de interiores: Rodrigo Morlesin

Título original: The Wild Robot

© 2016, Peter Brown

Traducido por: Rodrigo Morlesin

Esta edición se publica por acuerdo con Little Brown, and Company, Nueva York, Nueva York, E.U.A.Reservados todos los derechos.

Little, Brown and Company es una división de Hachette Book Group, Inc.

Este libro es un trabajo de ficcion. Nombres, personajes, lugares, y los incidentes son producto de laimaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, lugares opersonas, vivos o muertos, es una coincidencia.

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Primera edición impresa en México: septiembre de 2018ISBN: 978-607-07-5174-5

Primera edición en formato epub: septiembre de 2018ISBN: 978-607-07-5182-0

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático,ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, porfotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares delcopyright.

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intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes delCódigo Penal).

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