ROBERT GRAVES: POESIA, · la evocación de la Diosa Blanca, la madre de todo lo que vive. Cuando el...

4
Los Cuadernos de Ler@ura ROBERT GRAVES: POESIA, CONOCIMIENTO, MITO Elaine Kerrigan P a leer la poesía de Robert Graves no es indispensable conocer perfectamente su utillaje poético, ni explorar el ba- gaje altamente especulativo que propo- ne como base, como educación del poeta. Porque sus versos viven por sí mismos, aunque cobren nuevo brillo bajo el encantamiento descifrado de su poderosa e intrincada imaginación. Graves no cree que la poesía pueda existir sino en absoluta intimidad con la naturaleza, concien- cia del carácter sagrado de las lunas, los mares, todas cuantas cosas vivas, palpitantes, son. Esa conciencia, esa religión quizás, sólo se alcanza cuando el poeta rechaza la industrialización, la tala de los bosques, la polución de ríos y mares, la irresponsable destrucción de las criaturas vivien- tes que pueblan bosques, montañas, ríos y océa- nos. Sólo así puede imaginarse, alcanzarse la in- timidad con el ciclo vit de la naturaleza. Graves ha dedicado lo más cundo de su vida a servir sin descanso a la naturaleza y ha buscado y encon- trado una tradición histórica e intelectual, aunque secreta, que cohesiona sus ideas en torno al mito y la poesía. Para él, la vida del poeta está cargada de responsabilidad, y no de responsabilidad co- rriente sino algo más próximo sacerdocio. Si el poeta estuviese enentado a la armonía de las criaturas vivas, la vida sería un acerico de grandes y pequeñas tragedias. La figura clave en la jerarquía de la naturaleza es, para Graves, la Diosa Blanca, la musa y luna de la poesía en sus tres fases, creciente, llena y menguante, o madre, esposa y sepulturera, innu- merable en sus disaces -sirena, yegua, puerca, zorra, entre otros tantos-, de tan viados nom- bres como transrmaciones. Graves se ha is- tado para servirla y, en ese servicio, deberes y homenajes son más prondos y exigentes que los de un caballero para su Señor. Graves proclama que no es verdadero poeta el que no ha transcrito la relación de su contacto con la musa, que cuando se lee o se escribe un poema auténtico ha de experimentarse el éxtasis, el temblor que causa la evocación de la Diosa Blanca, la madre de todo lo que vive. Cuando el poeta conjura a la Diosa, esa criatura exaltante, abraza también a la muerte: es la devoción total, definitiva, incluso cuando la conciencia del sacricio extremo aparece, súbita, aterradora, inexorable, sólo después. Asociados irrevocablemente a la poderosa musa 82 Robert Graves. están los misterios de árboles, piedras, planetas, aves, criaturas del bosque y de los mares; y las estaciones, que son tres, primavera, verano e in- vierno, para corresponderse con las tres ses de la propia luna. Esa organización conduce al meollo del culto gravesiano y a su rechazo del «progreso». Como la Diosa Blanca lunar es hembra, Graves, el poeta o sacerdote, se entrega a la consagración de lo matrilineal, necesiamente, porque la poesía y todos los misterios de la naturaleza están gober- nados por esa erza femenina. Para él, la degene- ración del conocimiento poético y la preeminencia de la prosa se iniciaron con el poder patrilineal que, en último término, obscurece y desvirtúa el significado auténtico de la naturaleza misma. La aparición de Sócrates y del pensamiento socrá- tico, el rechazo del mito como mera superstición van paralelos al declinar de la poesía y la lta de armonía con la naturaleza. Y sin embargo, insiste Graves, los secretos religiosos del mito seguí estando celosamente guardados incluso en los tiempos pronos de Sócrates. Sócrates no se sen- tía unido a la naturaleza, no era poeta, y de í surge la dificultad: nada le enseñaban árboles y

Transcript of ROBERT GRAVES: POESIA, · la evocación de la Diosa Blanca, la madre de todo lo que vive. Cuando el...

Page 1: ROBERT GRAVES: POESIA, · la evocación de la Diosa Blanca, la madre de todo lo que vive. Cuando el poeta conjura a la Diosa, esa criatura exaltante, abraza también a la muerte:

Los Cuadernos de Literatura

ROBERT GRAVES: POESIA, CONOCIMIENTO, MITO

Elaine Kerrigan

Para leer la poesía de Robert Graves no es indispensable conocer perfectamente su utillaje poético, ni explorar el ba­gaje altamente especulativo que propo­

ne como base, como educación del poeta. Porque sus versos viven por sí mismos, aunque cobren nuevo brillo bajo el encantamiento descifrado de su poderosa e intrincada imaginación.

Graves no cree que la poesía pueda existir sino en absoluta intimidad con la naturaleza, concien­cia del carácter sagrado de las lunas, los mares, todas cuantas cosas vivas, palpitantes, son. Esa conciencia, esa religión quizás, sólo se alcanza cuando el poeta rechaza la industrialización, la tala de los bosques, la polución de ríos y mares, la irresponsable destrucción de las criaturas vivien­tes que pueblan bosques, montañas, ríos y océa­nos. Sólo así puede imaginarse, alcanzarse la in­timidad con el ciclo vital de la naturaleza. Graves ha dedicado lo más fecundo de su vida a servir sin descanso a la naturaleza y ha buscado y encon­trado una tradición histórica e intelectual, aunque secreta, que cohesiona sus ideas en torno al mito y la poesía. Para él, la vida del poeta está cargada de responsabilidad, y no de responsabilidad co­rriente sino algo más próximo al sacerdocio. Si el poeta estuviese enfrentado a la armonía de las criaturas vivas, la vida sería un acerico de grandes y pequeñas tragedias.

La figura clave en la jerarquía de la naturaleza es, para Graves, la Diosa Blanca, la musa y luna de la poesía en sus tres fases, creciente, llena y menguante, o madre, esposa y sepulturera, innu­merable en sus disfraces -sirena, yegua, puerca, zorra, entre otros tantos-, de tan variados nom­bres como transformaciones. Graves se ha alis­tado para servirla y, en ese servicio, deberes y homenajes son más profundos y exigentes que los de un caballero para su Señor. Graves proclama que no es verdadero poeta el que no ha transcrito la relación de su contacto con la musa, que cuando se lee o se escribe un poema auténtico ha de experimentarse el éxtasis, el temblor que causa la evocación de la Diosa Blanca, la madre de todo lo que vive. Cuando el poeta conjura a la Diosa, esa criatura exaltante, abraza también a la muerte: es la devoción total, definitiva, incluso cuando la conciencia del sacrificio extremo aparece, súbita, aterradora, inexorable, sólo después.

Asociados irrevocablemente a la poderosa musa

82

Robert Graves.

están los misterios de árboles, piedras, planetas, aves, criaturas del bosque y de los mares; y las estaciones, que son tres, primavera, verano e in­vierno, para corresponderse con las tres fases de la propia luna.

Esa organización conduce al meollo del culto gravesiano y a su rechazo del «progreso». Como la Diosa Blanca lunar es hembra, Graves, el poeta o sacerdote, se entrega a la consagración de lomatrilineal, necesariamente, porque la poesía ytodos los misterios de la naturaleza están gober­nados por esa fuerza femenina. Para él, la degene­ración del conocimiento poético y la preeminenciade la prosa se iniciaron con el poder patrilinealque, en último término, obscurece y desvirtúa elsignificado auténtico de la naturaleza misma. Laaparición de Sócrates y del pensamiento socrá­tico, el rechazo del mito como mera supersticiónvan paralelos al declinar de la poesía y la falta dearmonía con la naturaleza. Y sin embargo, insisteGraves, los secretos religiosos del mito seguíanestando celosamente guardados incluso en lostiempos profanos de Sócrates. Sócrates no se sen­tía unido a la naturaleza, no era poeta, y de ahísurge la dificultad: nada le enseñaban árboles y

Page 2: ROBERT GRAVES: POESIA, · la evocación de la Diosa Blanca, la madre de todo lo que vive. Cuando el poeta conjura a la Diosa, esa criatura exaltante, abraza también a la muerte:

Los Cuadernos de Literatura

campos, sólo la vida de las ciudades y de los hombres, a la hora de desenmarañar los pensa­mientos humanos.

En ese momento comenzó a cristalizar el mé­todo prosaico entre los griegos del período clá­sico, comenzó a declinar el poder de la poesía. La prosa es para Graves el lenguaje propio de la ciencia, de las estadísticas y la especialización, y el conocimiento especializado, que nace en las actividades comerciales y acaba por llegar a la universidad, excluye cualquier otro conocimiento. Para leer y entender la prosa no es necesario pen­sar en varios niveles simultáneos. Pero para en­tender o, aún mejor, para sentir lo poético, es preciso captar, intuir muchos niveles y significa­dos, referencias arcanas. Por eso la verdad pro­cede de los poetas y los datos de los estudiosos.

La supervivencia de los rituales paganos a tra­vés de la Edad Media significa que, pese a Sócra­tes y al ascenso de la influencia patrilineal, el mito no había muerto del todo y que los secretos de lo religioso y lo mítico continuaban prevaleciendo en el reino de la poesía. La figura de la Virgen alen­taba los fuegos del mito, y en ella reencarnó la diosa musa, el mismo papel que sus predecesoras

83

paganas le habían ido preparando en las socieda­des precristianas. Graves es anti-cristiano, pero no anti-Virgen, por cuanto la Virgen alumbra los mismos misterios que la antigua musa. Señalemos que, en las controversias sobre la conveniencia de mantener o no el latín como lengua de celebración de la misa, Graves defendió la continuidad del latín frente a los idiomas vernáculos, porque el latín propiciaba el misterio e inspirnba un «estado de trance», un estado ideal para la creación poé­tica.

Su propia norma poética la ha buscado en el lenguaje mítico de la poesía basado en los ritos secretos de la naturaleza, en la fuerza de los cul­tos rituales de la Diosa Lunar que se extendieron por el Mediterráneo y el norte de Europa. Son las viejas fuentes que él ha explorado con estilo vi­brante, negador de lo prosaico, a contrapelo de cientifistas y eruditos. Para él, la función del poeta es cumplir los requerimientos de la Musa, capri­chosos o heroicos; perder contacto con los secre­tos de la naturaleza equivale a la incapacidad para cumplir con ese honroso, aunque a menudo ex­traño, papel. La musa tiene formas terrenales, carne y hueso; es el vehículo del espíritu inspira­dor de la poesía; llega, incluso, en la cosmogonía de Graves, a exigir el esfuerzo supremo: la muerte de un sacerdote poeta. Un ciclo que, como las tres fases de la luna, cubre la totalidad.

No puede sorprendernos que profesores y eru­ditos hayan puesto incontables objeciones al per­sonalísimo análisis que Graves hace del mito, a su rechazo de plano del inconsciente colectivo de Jung. Y, sin embargo, es precisamente la origina­lidad de la interpretación de Graves la que da nuevo aliento y frescura a muchos de los mitos largo tiempo enterrados y polvorientos. La ausen­cia patente de la figura del Padre y la importancia mínima que confiere al Sol bastan para perturbar a una buena parte de la población del mundo; tal vez, en opinión de Graves, la parte más prosaica de ella.

Graves es el mayor defensor de las mujeres. Si el hombre no guarda obediencia a la mujer, toda la trama y urdimbre de la civilización se hará jirones. Su poesía la ha dedicado a la mujer, ese insonda­ble poder de inspiración que puede también alzar la espada contra quien porte su estandarte. Los crímenes, los caprichos, las pasiones, la histeria de la mujer son parte de la verdad más pura, porque es también la fuerza del amor, en la conti­nuidad, la poesía y la muerte: la triple misión entrevista por Graves, de nuevo.

Tal vez el poeta sea el sacerdote que ha ido más allá del amor, del odio, incluso, que no mitiga ni reduce la razón de su poesía. La vida misma del poeta Graves es, quizás, un anacronismo, un resi­duo de alguna historia perdida en el ardor de lo prosaico, por más que sepa perfectamente como tratar con quienes dominan la prosa. Niega inten­cionadamente sus métodos, las notas a pie de pá­gina, los excursos pedantes, las trampas eruditas,

Page 3: ROBERT GRAVES: POESIA, · la evocación de la Diosa Blanca, la madre de todo lo que vive. Cuando el poeta conjura a la Diosa, esa criatura exaltante, abraza también a la muerte:

Los Cuadernos de Literatura

84

Page 4: ROBERT GRAVES: POESIA, · la evocación de la Diosa Blanca, la madre de todo lo que vive. Cuando el poeta conjura a la Diosa, esa criatura exaltante, abraza también a la muerte:

Los Cuadernos de Literatura

su intención sobre todo, y no obstante sabe usar de ellos con habilidad y precisión estrictas siem­pre que la ocasión lo exige, igual que lo haría un sátiro obstinado. El mito, al fin y al cabo, perte­nece a todos.

No se trata ahora de romper una lanza en favor de Graves y contra sus críticos, ni de argumentar en defensa de las razones que le han hecho ir tan lejos en el tejido de sus lúdricas especulaciones en torno al tema de la magia poética. Hay veces que esas lucubraciones resultan increíbles, excesivas, pero siempre la intuición y complejidad de una gran inteligencia infunde respeto poético, incluso respeto prosaico.

Lo que a Graves le gustaría es que los poemas hablasen por sí mismos. Que el lector averigüe los misterios, que obtenga, tal vez, el contacto estre­mecedor con la musa. En ellos está el acebuche (ese arbusto al que Graves se compara), el quie­tismo absoluto del amor, el salvaje conocimiento animal de los tormentos de la musa, las pesadillas quintaesenciales de bestialidad grotesca, las gárgo­las inquietantes que atisban desde la poesía de las catedrales. Hasta el Padre y el Sol hacen aparición en las extrañas razones que los niegan.

Como todo sacerdote, artista u hombre de mis­terio, Graves ha dado algo que va más allá de sí misrrio, algo que pertenece a la Musa, a la Luna. Eligió Mallorca para vivir un largo y crucial pe­ríodo de su vida probablemente porque, en la isla, la luna reina todas las noches, cumple todas sus fases. La luna siempre es más visible allí donde predomina la naturaleza, en las ciudades socráti­cas -y no digamos en las ciudades modernas­apenas si se deja adivinar. Quizás su «Mallorca» la descubriera primero en Gales, o en algún lejano antecedente irlandés, quizás allí desentrañase la idea del estado ideal de los poetas que sobrepasan a los reyes. Los poetas, para él, estaban obligados sin duda a aventajar en sabiduría a los reyes, y los únicos reyes que cualquier poeta debe tolerar son aquellos que reconozcan la superioridad del cono­cimiento poético y de lo mágico. Pero, incluso con ese trasfondo de Irlanda y de Gales, parece que la fuente de su poesía había de sentirla más cerca del Egeo -su «Mallorca»- en tierra de pujantes diosas femeninas donde nunca los dioses masculinos lo­graron tal plenitud de carne y hueso, ni aún desde el punto de vista más prosaicamente académico. Por eso es uno de los rarísimos ingleses que nunca ha condenado las corridas de toros, o las diosas egeas portadoras de serpientes luego vueltas adornos dorados de las deidades celtas, esas mu­sas valientes y fornidas que, probablemente, con­templan al toro de lidia como su igual, como un Sol.

Mallorca parece ser para Graves ese manantial prístino en el que ha de buscarse hasta el último árbol, ese pino gigantesco amenazado por el pro­greso que él protegió -y salvó- profetizando la

Robert Graves.

85

ruina para una nación y un pueblo que se atrevían a derribarlo en aras de la «prosa» de una carretera modernizada. La carretera sigue siendo sinuosa, pero el pino vela sobre ella, y junto a él pasamos camino de Deyá, ese pueblo mallorquín donde Graves ha ido creando su vida y su hogar en las últimas cinco décadas, pensando, quizás, que Ma­llorca es como la Grecia anterior a la prosa y la astucia socráticas, anterior al triunfo de la ciudad y el mercado, cuando las gentes no habían apren­dido a echar cuentas exactas, pero sabían mirar al cielo para contemplar el vuelo de las cigüeñas o el eclipse de la luna.

Robert Graves

TRES POEMAS

BAJO LOS OLIVOS

Nunca hubiésemos amado si el amor no atacara más rápido que la razón, y pese a la razón: con las manos enlazadas quedamos en silencio, bajo los olivos: esperábamos la respuesta del otro, ese suspiro de irracionalidad inocente, gentil, valeroso, permanente, altivo.

EL AMPLIO JARDIN

Por hábil que fueras para transformarte en perra, en raposa, en tigre, vería siempre la mujer que está detrás.

Ahora, ligera como un ave, desciendes al amane-[ cer

de la rama del álamo, de las frondas de la yedra, y picoteas mis fresas.

Necesitas, claro es, un amplio jardín: todas mis frutas, fuentes, glorietas, prados, son vasallos de tu gloria.

Tú: en mi tú no hay ni asomos de metáfora: soy católico tan ferviente en mi fe que bromeo con el amor, como los católicos con

[Dios. y rechazo cualquier exégesis.

LA METAFORA

El acto del amor parecía una metáfora muerta del amor mismo; luego, en un instante sin tiempo, temblaron los dedos, se nublaron las cabezas y el amor lo inundó todo: demasiada inspiración para ser expresada o recibida con calma: allí estaba, en lo más profundo de nuestra selva; entonces nos atrevimos a revivir la metáfora, nos despojamos de los adornos del ahora y despreciamos la obstinada irrelevancia del·

[tiempo; comprendimos por fin la desnudez verdadera, la larga deuda debida al silencio.

Versión de F. Gonzalez