RLS

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Los breves apuntes de RLS corresponden a las entradas que, bajo la etiqueta homónima, se fueron publicando en el blog Obiter Dicta desde enero de 2011 a febrero de 2012, excepto “La última carta”, inédita hasta la fecha.

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RLS

POR

JORGE ORDAZ

Oviedo

2012

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NOTA

Los breves apuntes de RLS corresponden a las entradas que, bajo la etiqueta homónima, se

fueron publicando en el blog Obiter Dicta desde enero de 2011 a febrero de 2012, excepto “La

última carta”, inédita hasta la fecha.

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ELLOS LE CONOCIERON

R. L. Stevenson a los veintinueve años

En la constelación de las letras universales, Robert Louis Stevenson fulgura como un

astro de primera magnitud. Empezó a brillar muy pronto y su luz todavía no se ha

extinguido. Nos acompaña en nuestras vigilias y en nuestros sueños. Cogemos un libro

suyo, lo abrimos por cualquiera de sus páginas y al instante nos llega el inconfundible

aroma de la buena literatura; aquella que, en decir de James M. Barrie, pervive no solo

en nuestra memoria sino en nuestros corazones.

Me pregunto qué pensarían de él los compañeros de viaje en el Devonia, el vapor que

partiendo de Glasgow en agosto de 1879 habría de llevar a Stevenson a los Estados

Unidos para reencontrarse con la mujer amada. Tenía entonces 28 años y había

publicado un par de libros de viajes que apenas habían llamado la atención, a excepción

de unos cuantos amigos y un par o tres de críticos avispados. Quiénes fueron estos

compañeros nos lo cuenta el propio Stevenson en The Amateur Emigrant, que no se

publicaría hasta 1895, un año después de su muerte. Stevenson quiso mezclarse con la

gente humilde, los desposeídos de la fortuna; y en vez de comprar un pasaje de primera

lo hizo en la segunda cubierta, que solo se diferenciaba de la tercera clase en que

disponía de una vajilla de loza y una mesa. De lo primero podía prescindir fácilmente;

de lo segundo no, si quería escribir. Y esta fue la gente del entrepuente con quien

compartió incomodidades, momentos alegres, mareos y vomitonas: un albañil escocés,

conocido como "Estofado irlandés", porque era este su plato favorito; Mr. Jones, "mi

mano derecha durante la travesía"; una vieja dama "extrañamente pasada de moda"; un

simpático joven irlandés llamado O'Reilly; una pareja de recién casados; un joven que

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fingía ser americano; un circunspecto ruso nihilista... Tipos maltratados por la vida a los

que la bebida, la holgazanería y la incompetencia -"las tres grandes causas de la

emigración"- habían abocado a la dudosa aventura ultramarina. Todos ellos trataron a

Stevenson y tuvieron ocasión de hablar con él. Pocos, por no decir ninguno, sabían que

aquel joven larguirucho y aspecto escuálido era escritor. Ellos le vieron como un

emigrante más y tal vez escucharon de su boca alguna historia entretenida; si bien en

aquellos días prefería escuchar las historias de los demás, antes que contar las suyas. No

importa. Ellos le conocieron. No sé si más tarde alguno de estos emigrantes llegaría a

enterarse de que había viajado con uno de los más grandes escritores de la época. Tal

vez. Ellos tuvieron la oportunidad de conocerle personalmente. Nosotros, en cambio,

tenemos la suerte de leer sus libros.

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EN TORNO A DAVID BALFOUR

Las aventuras de David Balfour, de R. L. Stevenson,

(Ediciones del Zodíaco, Barcelona, 1944)

Hace años se me ocurrió consultar el libro Novelistas malos y buenos (2ª ed., 1915), del

P. Pedro Pablo Ladrón de Guevara, a ver qué ponía de Robert Louis Stevenson, y lo que

decía era más bien poco, pero curioso. Tres líneas le bastaban para su valoración bio-

bibliográfica: "Literato escocés, que murió en 1894. Fue narrador de viajes y novelista,

parecido en algo a Poe, Hoffmann y Gaboriau." En cuanto a juicios acerca de obras en

particular, La isla del tesoro le merecía al jesuita un desdeñoso "se puede leer", al igual

que El dinamitero. Luego estaba Plagiado. Y eso era todo.

Me sorprendió, de entrada, que solo citase tres obras de toda la producción de

Stevenson, pero hay que tener en cuenta que a principios del siglo XX la mayoría de las

obras del autor escocés no se habían traducido aún al castellano. La otra cosa que me

sorprendió es lo de Plagiado. Por el comentario del P. Ladrón de Guevara (que

dictamina: "Es inofensiva, y ni aún de amores profanos se trata en ella") deduje que se

refería a Kidnapped. Consultado un viejo diccionario Cuyás se me aclaró que el verbo

to kidnap, además de secuestrar o raptar, también es sinónimo de plagiar. Y es esta

segunda acepción la que se escogió, al margen de cualquier significado derivado de la

novela, para titular la edición en español de la misma por la editorial Appleton and Co.,

de Nueva York, aparecida el año 1913, y a la que sin duda se refiere el P. Ladrón de

Guevara.

Con el tiempo se publicarían nuevas versiones de Kidnapped con los títulos Secuestrado

o David Balfour, y a veces también en un solo volumen junto con su continuación,

Catriona, bajo el título Las aventuras de David Balfour. Algunas de estas versiones son

poco de fiar, pues están abreviadas o incompletas. Particularmente, si tuviese que

recomendar una buena traducción íntegra elegiría la de José Farrán y Mayoral para

Ediciones del Zodíaco, impresa en Barcelona en 1944, como contribución al

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cincuentenario de la muerte de R. L. Stevenson. En ella, el traductor nos dice en el

prólogo: "Como los más grandes clásicos de la literatura, Stevenson no se propone en

sus libros enseñar nada, ni defender determinadas ideas, ni sostener tesis de ninguna

clase; su más alto incentivo literario es su Lust zu Fabuliren, su gozo de contar; y el

gozo viril de procrear seres inmortales."

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PEREGRINOS A SAMOA

Tumba de Robert Louis Stevenson en el monte Vaea, Samoa.

La fama y el exótico retiro en los mares del Sur de R. L. Stevenson atrajo la atención de

no pocos escritores que, como James M. Barrie o Arthur Conan Doyle, esperaban poder

ir algún día a Vailima a rendirle homenaje. Algunos, como Jack London, lo

consiguieron; otros se quedaron a mitad de camino.

La devoción de Marcel Schwob por Stevenson nació el día en que, durante un viaje en

tren, leyó La isla del tesoro. A partir de entonces el autor de Vidas imaginarias no solo

se convirtió en el primer valedor de RLS en Francia sino que tradujo sus obras y

mantuvo correspondencia con él. En 1901 emprendió su personal peregrinaje a Samoa

para visitar la tumba del maestro y de paso buscar un lenitivo para su quebrantada salud.

Pero el viaje no puede decirse que fuera un éxito.

Llegó Schwob a Upolu, en Samoa, muy debilitado tras el largo viaje. Lo que había

imaginado leyendo los libros de su admirado Stevenson no se parecía en nada a lo que

percibió en la realidad. La isla le pareció fea; el clima insoportable y los samoanos más

ariscos que hospitalarios. Enfermo y frustrado renunció a visitar la tumba de Stevenson

y regresó a Francia.

Unos años antes, en 1892, el novelista John Galsworthy había partido de Inglaterra con

destino a Samoa. No alcanzó su objetivo. Lo más cerca que estuvo de Stevenson fue en

el puerto australiano de Adelaida, donde en marzo de 1893 optó por reemprender el

viaje de regreso en el clíper Torrens. En el buque conoció y trabó amistad con el primer

oficial Józef Konrad Korzeniowski, que pronto irrumpiría en el mundo de las letras,

gracias, entre otros, a los desvelos de Fanny Sitwell y Sidney Colvin, amigos de Robert

L. Stevenson. Curiosos caminos los de la literatura.

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UN ROSTRO, DOS MOMENTOS

Estas dos fotografías vienen en el libro Stevensoniana (1910), de J. A Hammerton.

Llevan la leyenda: "Dos interesantes retratos de R. L. Stevenson, tomados en Australia

en 1893".

No solo interesantes, sino intrigantes, diría yo.

Se sabe que RLS partió de Apia (Samoa) rumbo a Australia en febrero de 1893. Tras

una breve escala en Auckland arribó a Sidney el 28 de febrero y se hospedó, junto con

su mujer, en el hotel Oxford. El 20 de marzo parte de nuevo hacia Samoa. Si los datos

son ciertos estas fotos se debieron tomar en el intervalo de apenas tres semanas. Sin

embargo, entre una y otra parece que hayan transcurrido años.

En ambas fotografías vemos a un Stevenson formalmente vestido, con chaqueta de buen

paño, lejos de los terciopelos chillones de que gastaba en su bohemia y un tanto

desastrada juventud. Pero entre los dos retratos hay marcadas diferencias. En el de la

izquierda Stevenson esboza una ligera sonrisa en un gesto amable. Su mirada, clara y

penetrante, inspira serenidad. Es el retrato de un hombre que parece ver la vida con

esperanza y optimismo.

En el de la derecha, por el contrario, el aspecto de Stevenson cambia totalmente. Solo

hay una diferencia de días, pero la mutación es considerable. Su semblante es de

seriedad y preocupación; la mirada, huidiza, casi esquiva; el declive físico, evidente. Su

rostro afilado delata a un hombre seriamente enfermo que siente ya muy cerca el aliento

de la muerte.

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JOHN SILVER

John Silver, según Sainz de Morales

Hay imágenes que una vez vistas no se borran. Para mí, la primera vez que vi a John

Silver el Largo fue en la cubierta de un libro que aún no había leído. El libro era L'illa

del tresor, de la barcelonesa Editorial Joventut, en la segunda edición de 1934 (la

primera es de 1926). La traducción era de Joan Arús y las ilustraciones de Yorik. Ahora

bien, el retrato de Silver que venía en la cubierta no era de Yorik; la firma del autor

figuraba en la esquina inferior derecha y era apenas legible: Sainz de Morales.

Con los años he visto muchas representaciones del cocinero pirata, algunas muy

conocidas y de soberbio trazo, desde la puntillosa de N. C. Wyeth a la contrahecha de

Mervyn Peake, pasando por la realista de Joan Junceda, dibujante catalán de

ascendencia asturiana. No obstante, mi idea del viejo Silver continúa siendo la que en su

día plasmara Gumersindo Sainz de Morales (1900-1976).

El rostro crispado -sin barba, como debe ser-; el ademán, entre amenazador y suplicante,

con el brazo alzado y el puño cerrado; la muleta con la que se apuntala; el color azul

marino de la casaca: el pañuelo rojo asomando debajo del tricornio; el muñón de su

pierna izquierda amputada, a la altura casi de la cadera, como lo detalla Stevenson...:

este es el Silver el Largo que se me quedó grabado y que me ha acompañado desde

entonces.

Solo echo en falta, sobre su hombro, a Capitán Flint, su loro verde gritando: "Piezas de

a ocho! ¡Piezas de a ocho!"

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LA SEÑORA STEVENSON

El señor y la señora Stevenson en el puente del "Janet Nichol"

(The Cruise of the "Janet Nichol", de Mrs. Robert Louis Stevenson)

Robert Louis Stevenson conoció a Fanny Osbourne en el verano de 1876. Era diez años

mayor que él, estaba casada y tenía dos hijos. Stevenson se enamoró perdidamente de

ella. Fueron amantes; y en 1880, una vezque ella obtuvo el divorcio, se casaron en San

Francisco. Diez años después, habiéndose comprado casa en Samoa, y mientras se

desbrozaban las tierras, el matrimonio decidió emprender un viaje en el "Janet Nicoll",

un carguero bastante cascado, lleno de cucarachas y ratas blancas. Partieron de Sidney

en abril de 1890 y tardaron tres meses y medio en volver al puerto de partida. El

trayecto, bastante errático, incluyó varios archipiélagos y treinta y tres escalas: desde la

lejana Penrhyn hasta el grupo de las Marshall, pasando por Tokalau, Ellice y Gilbert.

El diario de este viaje, escrito por la Sra. Stevenson, se titula The Cruise of the "Janet

Nichol" Among the South Sea Islands (1914). Al margen de equivocar el nombre del

barco, se trata de un documento extraordinario y fidedigno; una obra nada desdeñable,

menos "literaria" que En las islas del Sur, de RLS, pero no menos honesta. Fanny

escribió el diario como "refuerzo, para cuando mi marido se quede atrás con el suyo y le

falle la memoria", así que se limita a anotar día por día cuanto hacen y ven, sin obviar el

lado menos idílico de aquellas semisalvajes islas: atraso, violencia y enfermedades (el

sarampión causaba estragos y los casos de lepra y elefantiasis eran frecuentes).

Islas casi desiertas, como Quirós, Danger o Savage, donde los escasos blancos -

misioneros, traders- se enfrentan a la soledad y al aislamiento, siempre pendientes de la

arribada de barcos; ansiosos de tabaco, cuya posesión es más valorada que el oro. Islas

cuya única riqueza, si es que tienen alguna, es la copra; con déspotas reyezuelos

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recelosos de los papalagi (extranjeros), o tan generosos como para entregar a buques de

bandera peruana a casi todos los nativos disponibles para llevárselos como esclavos.

Pero además Fanny Stevenson nos ofrece una visión inédita y cercana de su marido.

Nos presenta a Louis -ella siempre le llama así- haciendo fotografías a los tripulantes y

pasajeros del barco; escuchando historias de naufragios y beach-combers; jugando al

ajedrez con el capitán; cantando a un grupo de niñas canacas; dictando a su hijastro

Lloyd, que utiliza la máquina de escribir; rompiendo con un martillo pedazos de arrecife

para ver lo que hay dentro...

Fanny Stevenson era una mujer culta, inteligente, con gran don de gentes. Fumaba

cigarrillos que ella misma liaba. Escribió varios relatos cortos y su juicio crítico era

tenido en cuenta por Stevenson. En los últimos años padeció de los "nervios", lo que

dificultó la convivencia conyugal. Murió en 1914. Sus cenizas reposan junto a las de su

esposo, en la tumba de Vailima, al pie del monte Vaea. En una placa se hallan inscritos

estos versos que le dedicara RLS:

Maestra, amorosa amiga, esposa,

auténtica compañera en el viaje de la vida.

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W. E. HENLEY

William Ernest Henley (1849-1903) (Fotografía de William Nicholson)

W. E. Henley ocupa entre los amigos de Robert L. Stevenson un lugar preferente. Su

correspondencia es, tras la de Sidney Colvin, la más abultada; colaboraron juntos en

obras teatrales, intercambiaron confidencias y se hicieron favores mutuos. Tal parecía

que su amistad habría de durar para siempre, pero no fue así.

Stevenson conoció a Henley en el invierno de 1875, cuando Leslie Stephen (el padre de

Virginia Woolf) le llevó a la Enfermería Real de Edimburgo, donde aquel se reponía de

una amputación del pie. Era de apariencia robusta, pelo rojo, voz cavernosa y

reconocido mal genio. Al andar manejaba con soltura la muleta, y no tenía escrúpulos a

la hora de emplearla contra quien se terciara. Según palabras de Stevenson, "fue la

visión de su lisiada fuerza y maestría lo que engendró al Long John Silver de La isla del

tesoro". (En realidad no solo él inspiró un personaje literario, también su hija, fallecida

trágicamente, fue el modelo para la Wendy de Peter Pan, de James M. Barrie).

Henley fue un hombre generoso con sus amigos y, en opinión de E. V. Lucas, uno de

los grandes conversadores de su tiempo; aspecto éste corroborado por el propio

Stevenson en un ensayo sobre el tema ("Conversación y conversadores", incluido en

Memories and Portraits, 1997)), donde Henley es llamado Burly. Tenía sus filias y sus

fobias muy marcadas y mantenía sus puntos de vista con vehemencia, encontrándose tan

a gusto defendiendo como atacando.

La amistad entre Henley y Stevenson empezó a resquebrajarse cuando éste decidió irse

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a California para encontrarse con su futura esposa, y se rompió definitivamente cuando

marchó para instalarse en Samoa. Lo cierto es que Henley nunca se llevó bien con

Fanny Stevenson. Incluso la acusó de plagio.

Fue un final triste para una vieja amistad. En diciembre de 1901 Henley publicó en el

Pall Mall Magazine un artículo sobre su amigo ya fallecido. El frío y cortante inicio ya

lo dice todo: "Para mi hubo dos Stevensons: el que se fue a América en el 87; y el que

nunca regresó. Al primero le conocí, y le quise; al otro dejé de tratarle y, aunque le

admiraba, no le tenía en gran estima".

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ANTES Y DESPUES DEL TESORO

No hay ninguna obra de R. L. Stevenson que haya suscitado tanta literatura como La

isla del tesoro. Son numerosos los autores que han puesto su imaginación al servicio de

los personajes y lances de dicha novela, tratando de rellenar por su cuenta los misterios,

zonas de penumbra y lagunas que Stevenson dejó en su inmortal relato. Por citar solo

unas pocas, tenemos las obras de Harold A. Calahan (Back to Treasure Island, 1935), R.

F. Delderfield (The Adventures of Ben Gunn, 1956), Leonard Wibberley (Flint's Island,

1972) y Frank Delaney (The Curse of Treasure Island, 2001), entre otras.

Curiosamente, dos escritores asturianos han aportado su grano de arena a esta lista.

Jesús del Campo -que teoriza sobre La isla del tesoro en su ensayo Tesoros, selvas y

naufragios (1996)- especula en la secuela Las últimas voluntades del caballero Hawkins

(2002) con un Jim Hawkins que, rico y de regreso a su tierra, decide reabrir la taberna

del Almirante Benbow. Por otro lado, Óscar Muñiz nos regaló en su día una precuela

poco conocida, La verdadera historia de la isla del tesoro (1985), en la que recrea la

vida y peripecias de John Silver "El Largo" antes de embarcarse en la Hispaniola. ¿Con

qué bucaneros navegó el "viejo capitán? ¿Cómo perdió su pierna? ¿Dónde y en qué

circunstancias conoció a tipos como Billy Bones o Perro Negro? ¿Qué pasó en el

bergantín Walrus?... Muñiz responde a estos y otros interrogantes dando voz a un

inusual y sorprendente narrador, que solo al final de la novela se nos identifica: el

"Capitán Flint", su loro parlanchín.

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EL SOÑADOR

El poder de los sueños: ¿RLS en el bauprés de la Hispaniola?

Una vez, hace muchos años, quise escribir una poesía en alabanza a Stevenson. Del

poema en cuestión solo recuerdo este pareado: "Stevenson era un soñador, / soñó de

niño y de mayor." Resulta fácil deducir que un servidor no estaba precisamente tocado

por el estro poético, por lo que en consecuencia mis preferencias a la hora de escribir

acabaron inclinándome hacia el cultivo de la prosa. Tiempo después, leyendo su libro A

través de las praderas me topé con un ensayo que se titulaba "Un capítulo sobre los

sueños". Supe entonces que, si bien la hechura de aquellos versos adolescentes era

manifiestamente mejorable, el fondo seguía siendo cierto: Stevenson fue un soñador.

En el mencionado ensayo, el autor habla de cómo muchas de las historias que luego

plasmaría en sus cuentos y novelas, le surgieron de entre los sueños. Cuenta que en sus

años de estudiante en la universidad de Edimburgo adquirió la costumbre de empezar a

dormir contándose a sí mismo historias, de manera que "la gente menuda (little people)

que dirige el teatro interior del hombre" hiciese su cometido dando forma a las mismas.

¿Quienes eran estos pequeños entes? Stevenson nos da la respuesta: son sus duendes

(brownies) "que me hacen la mitad de mi trabajo mientras duermo y que, muy

probablemente, hacen también el resto cuando estoy bien despierto y creo

fervorosamente hacerlo yo mismo. La parte hecha cuando duermo es innegablemente la

de los duendes; pero la realizada cuando estoy levantado no es necesariamente mía,

pues todo parece indicar que los duendes, incluso entonces, han puesto ahí su mano".

No cabe duda: Stevenson fue un soñador que, con la ayuda de sus insomnes

duendecillos, supo sacar provecho de sus sueños. Para vigilia nuestra.

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EL ESPEQUE

Ejemplar de La isla del tesoro de la Enciclopedia Pulga

Leí La isla del tesoro por primera vez en un ejemplar, que aún conservo, de la

Enciclopedia Pulga, un "pequeño gran libro" de 7,5 x 10.5 cm, publicado en Barcelona

por Ediciones G. P., con portada de Coll y traducción de J. Sirvent. Debía tener yo

entonces la edad de Jim Hawkins, más o menos, y su lectura me dejó subyugado.

(Durante un tiempo llevé el librito conmigo en el bolsillo -"el saber no ocupa lugar" era

el lema de la colección- como si fuera un amuleto. De tanto en tanto lo sacaba, lo abría

por alguna página y leía un párrafo).

Años después volví a leer la novela de Stevenson, esta vez en la edición de Seix Barral

y traducción de Gaziel, pseudónimo del gran periodista y escritor Agustí Calvet. Me dio

la impresión de que había pasajes que desconocía o no recordaba haber leído. Era como

descubrir otra vez la novela.

La traducción de Gaziel, de 1922, es en general esplénjdida, al igual que los dibujos de

Junceda que la ilustran, pero tienen algunas cosas que me chocaron. Solo en la primera

página, en el párrafo inicial, en vez de decir "el caballero Trelawney", que es lo que

viene, pone "el hidalgo de mi pueblo". ¿Por qué el traductor escamotea de entrada el

nombre del squire? Misterio. Luego, unas líneas más abajo, dice "tomo la pluma en el

año de gracia de 1763". ¿Cómo supo Gaziel el año preciso si el propio Stevenson ni

siquiera aventura la década y simplemente lo deja 17..? Otro misterio.

Pero mi mayor sorpresa vino en el siguiente párrafo, cuando describe la llegada del

"viejo lobo de mar" a la posada del Almirante Benbow, golpeando la puerta "con su

bastón alto y delgado como un espeche artillero". ¿Espeche? Esto no estaba en el

"pulga". El original dice: "With a bit of stick like a handspike". Nada dice de que el

bastón sea "alto y delgado".

En cuanto a handspike busqué su significado pero me costó encontrarlo, pues en la

mayoría de diccionarios que consulté no venía dicho vocablo. Al final pude saber lo que

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era: un espeque (no espeche); es decir, una palanca de madera, redonda por una

extremidad y cuadrada por la otra, usada por los artilleros. Desde entonces cada vez que

tengo a mano una edición en castellano de La isla del tesoro, miro si viene o no la

palabra espeque. Algunas versiones eluden el citado término y optan por subrogados

como "pedazo de palo" o "especie de bastón". Pero no es lo mismo. A mi me gustan las

traducciones con espeque.

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EL AMIGO COLVIN

Sir Sidney Colvin (1845-1927)

En el verano de 1873 Stevenson viajó a Cockfield, Suffolk, para pasar una temporada en

casa de su prima Maud Wlson, que estaba casada con el reverendo Churchill Babington.

En la casa parroquial conoció Stevenson a la señora Frances "Fanny" Sitwell, una dama

que estaba separada de su marido y era una gran aficionada a las letras. Como diría más

tarde el propio Stevenson, el mayor placer de Mrs. Sitwell era "descubrir jóvenes

talentos". Mrs. Sitwell le comentó a su amigo y mentor Sidney Colvin que había

conocido a un joven genio; y Mr. Colvin se trasladó rápidamente a Cockfield con la

intención de conocerle.

Colvin tenía solo cinco años más que Stevenson, pero parecía mucho mayor. Era crítico

de arte y literatura y acababa de ocupar la cátedra Slade de Bellas Artes en la

universidad de Cambridge. Miembro del Savile Club, se movía bien entre los medios

intelectuales y artísticos londinenses. Tenía fama de circunspecto y mojigato. De su

primer encuentro con RLS son estas impresiones incluidas en Memories and Notes of

Persons and Places (1921): "... Me recibió en el andén un jovencito imberbe con levita

de terciopelo y sombrero de paja (...) No me extrañó lo que supe enseguida; que unos

días antes, sólo una hora después de aparecer por primera vez en la casa parroquial con

la mochila a cuestas, les había encandilado a todos". Y Colvin no fue una excepción a

dicho "encandilamiento". Desde el principio ayudó al joven escritor a colocar cuentos y

artículos en revistas y a buscar editor para sus novelas. En reciprocidad, RLS siempre se

mostró en deuda con Colvin: "Si soy lo que soy y estoy donde estoy... suyo es el mérito.

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Fue él quien me allanó el camino de las letras".

Colvin pasó a ser uno de los amigos más fieles de Stevenson hasta el final de sus días.

Tras su muerte editó Islas del Sur, así como su correspondencia. En 1903 Sidney Colvin

se casó con su vieja amiga Fanny Sitwell, ya viuda y después de años de discreto

romance. Lo hicieron de forma estrictamente reservada en la iglesia de Marylebone, la

misma en la que se había casado su difunto amigo Robert Browning con Elizabeth

Barrett. Entre los cuatro invitados a la boda estaba Henry James. Todos ellos habían

recibido instrucciones de acceder a la iglesia por la puerta lateral, con traje de calle, para

no llamar la atención. El novio tenía cincuenta y ocho años, la novia sesenta y cuatro.

Para entonces, los Colvin tenían ya otro talento al que cultivar. Su nombre: Joseph

Conrad.

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MOLOKAI

No recuerdo si fue en el cine Meridiana o en el Martinense, pero fue un jueves por la

tarde, allá por 1960, en alguno de los cines del barrio del Clot de Barcelona. Los jueves

por la tarde no había clase en el colegio, y yo iba a comer a casa de mis abuelos. Luego,

por la tarde, a las cuatro, me iba con mi abuela al cine. En aquel tiempo de sesiones

dobles la película "buena" solía ser en color y americana; la "mala", española y en

blanco y negro. Molokai, la isla maldita, era española y en blanco y negro. Al principio

salía un religioso con hábito blanco que llegaba en un barco a Molokai, una isla de

Hawai donde las autoridades recluían a los leprosos. El padre Damián, que así se

llamaba el misionero, iba allí a cuidarlos. Al final moría y daba mucha pena.

He vuelto a acordarme de esta película después de leer lo que Robert Louis Stevenson

escribe a propósito de su visita a Molokai.

RLS arribó al embarcadero del poblado de Kalaupapa el 22 de mayo de 1889. Tan solo

quince días antes el P. Damien de Veuster, belga de nacimiento y perteneciente a la

Congregación de los Sagrados Corazones, había fallecido enfermo de lepra. Stevenson

había oído hablar del lazareto durante su estancia en Ho'okena, y quiso ver con sus

propios ojos cómo vivían aquellos pobres desgraciados a los que la sociedad había

apartado.

"La repulsión de lo horrible es sin duda mi mayor debilidad", había dicho Stevenson. Y

lo que vio le impresionó fuertemente. En Molokai Stevenson visitó la Casa Bishop para

mujeres, regentada por monjas franciscanas y enseñó a las niñas pacientes a jugar al

cróquet con el equipo que les había regalado. Igualmente visitó el hospital y otras

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instalaciones de la leprosería. En total estuvo en la isla una semana. Tiempo suficiente

para observar y hacerse una idea de la abnegada labor llevada a cabo por el P. Damien.

A raíz de la muerte del misionero católico se escribieron en los periódicos de Oceanía

grandes elogios, pero también acerbas críticas, sobre todo por parte de pastores

protestantes. Uno de ellos, el presbiteriano Dr. Hyde -ironías del destino- había sido

especialmente cruel con su persona. Aseguraba que el P. Damien había desatendido la

misión e insinuaba que debido a sus vicios y relaciones impuras con mujeres había

contraído la lepra. Indignado, Stevenson cogió la pluma y escribió "Una carta abierta al

reverendo Dr. Hyde de Honolulu", fechada en Sydney el 25 de febrero de 1890, en la

que rebate las maledicencias vertidas sobre la figura del P. Damien.

En otra carta, dirigida a su amigo Sidney Colvin, Stevenson escribe: " Mi opinión del

viejo Damien, de cuyas debilidades y peores defectos lo he oído todo, no puede ser

mejor. Como todo campesino europeo, era desaseado, fanático, embustero, insensato,

marrullero, pero con una gran generosidad y restos de candor (...) Un hombre tan

mugriento e insignificante como toda la humanidad, pero por eso mismo más santo y

heroico."

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EL HOMBRE QUE ENAMORABA A TODO EL MUNDO

Fíjémonos en el retrato: rostro alargado, cabello largo, bigote con las guías caídas,

postura estudiadamente distendida y algo cansada... Podría pasar por Robert Louis

Stevenson, pero no lo es. Es su amigo, colega y primo lejano Andrew Lang (1844-

1912).

Lang es un escritor escocés cuyo nombre sobrevive hoy en día gracias sobre todo a sus

encantadores cuentos de hadas. Su obra, sin embargo, es cuantiosa y variada. Lang fue

narrador, poeta, folklorista, historiador, biógrafo y crítico. Algunos de sus ensayos

literarios los reunió en Adventures Among Books (1905), donde viene inserto el referido

grabado, copia del cuadro que le hizo el pintor William Blake Richmond, que también

retrató a Stevenson. En este libro se encuentra, además, una de las semblanzas más

sentidas que se hayan dedicado a RLS.

En "Recollections of R. L. Stevenson" Lang hace un ejercicio de honradez y sinceridad

al hablar de su paisano. En vez de colgarse medallas, como hicieron algunos interesados

tras su muerte, reconoce, para empezar, que nunca formó parte de su círculo íntimo de

amistades, como lo fueron Charles Baxter, Sidney Colvin, Edmund Gosse o W. E.

Henley. Ambos recorrieron en su niñez los mismos escenarios edimburgueses, pero no

se conocieron personalmente hasta 1873, en Menton, en el sur de Francia, adonde

habían ido por motivos de salud. Lang recuerda que Stevenson llevaba entonces un

sombrero tirolés.

"El Sr. Stevenson -nos dice Lang en su ensayo- poseía, más que ningún otro hombre que

haya conocido nunca, el poder de que otros hombres se enamoraran de él. Quiero decir

que excitaba apasionada admiración y afecto, tanto que creo en verdad que había

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hombres celosos del lugar que ocupaban otros en su estimación." Y termina su

remembranza con las siguientes palabras: "No he conocido ningún hombre en quien las

preeminentes virtudes viriles de amabilidad, coraje, simpatía, generosidad y entrega,

fueran más hermosamente destacables que en el Sr. Stevenson; ningún hombre tan

amado -no es palabra demasiado fuerte- por tanta y tan variada gente. Él era tan

excepcional en carácter como en genio literario."

Después de esta declaración de amor de alguien que le conoció en vida no es de extrañar

que algo de esta subyugante personalidad se transmita igualmente al lector de sus obras.

Fernando Savater escribió un libro titulado Amor a R. L. Stevenson. Entiendo y

comparto el título. Entre los escritores preferidos de uno solo unos pocos son

merecedores de un título semejante. No me imagino, por ejemplo, escribiendo Amor a

Jorge Luis Borges, a pesar de admirarle, incluso venerarle. Pero quererlo es otra cosa;

es un sentimiento reservado en exclusiva a los elegidos. Por cierto, Borges amaba a

Stevenson.

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ISLAS LEJANAS

Agustí Esclasans (1895-1967)

Robert L. Stevenson realizó, como mínimo, tres viajes por los mares del Sur: el primero

de siete meses (de junio de 1888 a enero de 1889) con el yate Casco, de San Francisco a

las islas Marquesas, Paumotu, Tahití y Hawai; el segundo (de junio a diciembre de

1889) con la goleta Equator, de Honolulu a Samoa; y el tercer viaje (de abril a

septiembre de 1890) en el vapor mercante Janet Nichol, de Sydney al grupo de las

Marshall, pasando por Nueva Caledonia y las Gilbert. Las narraciones de estos viajes

fueron reunidas póstumamente por su amigo Sidney Colvin en In the South Seas (1896),

uno de sus libros más idiosincrásicos y de mayor interés antropológico.

Ahora demos un salto en el tiempo y en el espacio.

Barcelona, invierno de 1944. Un hombre traduce las crónicas de RLS por el océano

Pacífico. Se detiene y su pensamiento le transporta a alguna de la playas descritas por el

escritor escocés, con sus exuberantes pandanos y cocoteros y las verdes aguas del

lagoon lamiendo las arenas blancas de coral. Se asoma a una ventana y ve una calle

húmeda y gris donde gente anónima circula aterida y cabizbaja.

Este hombre es Agustí Esclasans. Hace tres años que salió de prisión y se gana en parte

la vida, como otros hombres de letras represaliados, gracias a las traducciones que le

encargan algunos editores barceloneses. Antes de la guerra Esclasans era un escritor y

periodista conocido, de filiación noucentista, autor de poesías basadas en su sistema de

invención "ritmológico" y de una rara novela sobrerrealista, Víctor o La rosa dels vents

(1931). Luego vino la guerra y se torció todo.

En los mares del Sur salió en Ediciones Astarté de Barcelona, en 1945. Fue la primera

traducción de este libro en lengua castellana. Esclasans hizo su versión a partir de una

edición francesa de la obra, cosa bastante frecuente en la época. En el texto se trasluce

algún que otro galicismo o descuido (p. ej. poner "Le Casco" o "L'Equateur"), pero en

general la traducción es esforzada y fiel. Sin embargo, aunque en el prólogo se dice que

se trata de una edición "completa y exacta", no es cierto. De las cuatro secciones de que

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consta la obra original, se suprimió la tercera, "Las ocho islas", por entero. No creo que

fuera por problemas de censura, más bien me inclino a pensar que en la versión francesa

tampoco se incluía esta parte.

Tras la pausa, el traductor retoma su tarea y vuelve a sumergirse en un mar de insólitas

imágenes:

"Hace dos o tres años, los habitantes de un valle cogieron y asesinaron a un pobre diablo

que les había ofendido; según ellos la ofensa era terrible; no pudieron soportar que su

venganza quedara incompleta, y no se atrevieron a celebrar un festín público bajo la

mirada de los franceses. Por consiguiente, el cuerpo fue descuartizado, y cada hombre

se retiró a su propia casa para consumar el rito en secreto, llevándose su parte del

horrible alimento ¡encerrado en una cajita de cerillas sueca!"

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JEKYLL Y HYDE EN EL PACIFICO

En concordancia con lo dicho por Franklin D. Roosvelt -"los libros en la guerra, lo

sabemos, son armas"-, el Council for Books in Wartime de EE.UU. creó la Armed

Services Editions, Inc., una organización sin ánimo de lucro promovida por editores,

bibliotecarios y libreros americanos. Los libros de la ASE eran propiedad del Gobierno,

se distribuían a través de la Special Services Division entre el personal militar y no se

vendían a los civiles. Los volúmenes eran en rústica, de papel barato, texto a dos

columnas y tamaño apaisado (11 x 16 cm) idóneo para ser guardado en el bolsillo de la

guerrera. Entre 1943 y 1946 se publicaron 1.322 títulos de obras de todo tipo, clásicas y

modernas, y se distribuyeron en total más de 120 millones de ejemplares.

El número 885 es The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde and Other Stories, de

Robert Louis Stevenson. El ejemplar que tengo a la vista está bastante bien conservado,

salvo por una mancha de humedad en la parte superior derecha. En el reverso de la

cubierta lleva escrita a lápiz una inscripción: G. N., 2nd Marine Division.

Detengámonos un momento e imaginemos el escenario. Un muchacho, un marine, de

nombre Gil Norton o Gabriel Narinsky, pongamos por caso, nacido en San Diego,

California o quizás en Topeka, Kansas, viaja a bordo de un buque de guerra y ha elegido

el libro de Stevenson para distraerse en sus ratos de ocio. Mientras, a su alrededor, en el

llamado teatro de operaciones del Pacífico, se libra, isla por isla, una guerra cruenta y

sin cuartel. Podemos pensar que G.N. ha salido con vida de la campaña de Guadalcanal

o de la batalla de Tarawa, en las islas Gilbert, con la 2ª División de Marines, y ahora

espera intranquilo el momento de volver a entrar en combate. Y lee a Stevenson.

¿Sabría este anónimo soldado que el autor de la novela que estaba leyendo también

había surcando el mismo océano en el que se encontraba él ahora? (A su paso por las

Gilbert, RLS conoció a Tembinok, rey de Apemama, que solía vestirse de mujer, usaba

gafas azules y era aficionado a la ginebra y a la poesía. Y una vez le dijo el rey:

"Cuando mi tío partía hacia la guerra, marchaba riéndose.")

Ignoro qué fue del joven marine lector de Stevenson. ¿Caería en acto de servicio en las

arenas sangrientas de algún atolón perdido? ¿Regresaría a casa y sobreviviría como

empleado en una gasolinera de Ohio o Indiana tras haber dejado atrás los mejores años

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de su vida? No lo sé. Pero imagino que, en algún momento de la contienda, G. N. (¿por

qué no George North, igual que el pseudónimo escogido por Stevenson para serializar

La isla del tesoro) hubo de interrumpir la lectura del libro y prepararse para la lucha.

Justo entonces tal vez fuera consciente de que había llegado el momento de dejar de ser

un Dr. Jekyll para convertirse en un Mr. Hyde.

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DESDE LA CUBIERTA

El crucero de batalla H. M. S Renown

El pasado domingo, en el mercadillo del Fontán, compré al azar un ejemplar de The

Illustrated London News, correspondiente al sábado 8 de octubre de 1927. Al abrirlo, en

la segunda página, me topé con la sección "Our Note-book", a cargo de G. K.

Chesterton. Y hablaba de R. L. Stevenson.

En el artículo dice Chesterton que, a causa de "varios oscuros y nefarios motivos de su

incumbencia", ha tenido ocasión de leer casi todo lo que se ha escrito sobre Stevenson

últimamente, y asegura que ha leído "las cosas más extrañas" acerca del escritor

escocés. Algunas de ellas le han llamado particularmente la atención, como la de un

crítico que dice que Stevenson es una mala imitación de Poe. Estos y otros juicios le

llevan a pensar que "hay una gran ignorancia acerca de RLS" y que la mayoría de

críticos simplemente no entienden a Stevenson.

Una docena de páginas más adelante, entre un reportaje sobre carreras de galgos y un

monográfico sobre "El gran dominio de Sudáfrica", me encuentro con otra referencia a

RLS.

En la sección "Books of the Day", firmada por C.E.B., hay una reseña del libro The

Royal Embassy: The Duke and Duchess of York's Tour in Australasia, de Ian F.M.

Lucas, corresponsal de la agencia Reuter en dicho viaje. Destaca el crítico que, a su

paso por las Islas Marquesas, el duque y la duquesa encontraron a un venerable

misionero francés que guardaba de Stevenson un feliz recuerdo. La idea de los duques

de York era hacer escala en Samoa, para rendir homenaje al gran escritor, pero debido a

la "inquietante" situación en la isla no se recaló en ella. Así pues, los viajeros debieron

de contentarse con vislumbrar Upolu desde la cubierta del crucero H. M. S. Renown, a

unas tres millas de la costa. Seguro que al pasar frente a la colina de Vaea, donde se

halla la tumba de RLS, la duquesa debió recordar estos versos:

Home is the sailor, home from sea

And the hunter home from the hill

Son los dos versos finales del epitafio, que se hallan inscritos en una placa en el

sepulcro de Stevenson; si bien, el primer verso pone equivocadamente:

Home is the sailor, home from the sea

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La errata, creo, permanece.

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LA ÚLTIMA CARTA

Edmund Gosse (1849-1928)

Fue un amigo común, Sydney Colvin, quien le presentó a Stevenson en el Savile Club

de Londres, a finales de 1876; si bien ya se habían visto seis años antes en una

excursión de antiguos alumnos a las Hébridas. A partir de entonces, el futuro autor de

Padre e hijo –una crónica personal de las relaciones paterno-filiales en la época

victoriana-, pasó a formar parte de su más estrecho círculo de amigos durante casi

veinte años. Edmund Gosse plasmó gran parte de los recuerdos de su amigo en un

artículo publicado en la revista Century en 1895, titulado “Personal Memories of Robert

Louis Stevenson”, y recogido más tarde en Critical Kit-Kats (1896).

Gosse nos retrata a un joven Stevenson con unas formas poco convencionales en el

vestir o en el modo de comportarse, por ejemplo a la hora de sentarse poniendo los pies

encima de los brazos de la silla; capaz de pasarse toda una tarde hablando de literatura,

moralidad o cualquier otro asunto. “En aquellos años –dice Gosse- daba la impresión de

algo transitorio e irreal, casi inhumano a veces”. Por su parte, RLS también elogió las

dotes de conversador de Gosse en el ensayo “Conversación y conversadores”, donde

aparece como “Purcel”, amante del cotilleo (gossip).

Al igual que a sus otros amigos, a Gosse tampoco le gustó que su amigo se marchara a

la Polinesia, pero continuó manteniendo correspondencia con él hasta el final. En su

libro de poemas In Russet & Silver (1894) Gosse incluyó un poema dedicado a su

amigo: “Island Days. To Tusitala in Vailima”. Stevenson recibió en Samoa un ejemplar

del mismo, acompañado de una carta. Acusó recibo del envío con otra carta, fechada el

1 de diciembre de 1894, en la que le agradecía a su amigo el poema. Dos días después

estaba muerto. La última carta que escribiera Stevenson fue a su amigo Weg. Y los de

Gosse los últimos versos que leyera. El poema fue recitado por Lloyd Osbourne en el

funeral, y empieza con estas palabras: Clearest voice in Britain chorus, Tusitala!

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Esta versión de RLS ha sido diseñada para su edición como libro electrónico.