RITO FÚNEBRE CATÓLICO
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Dirección de Investigación y Estudio NTI MUERTE EN CHILE
RITO FÚNEBRE CATÓLICO
Por Tamara Vicencio
“Creemos en la verdadera resurrecciónde esta carne que poseemos ahora.
No obstante se siembra en el sepulcroun cuerpo corruptible,
resucita un cuerpo incorruptible,un cuerpo espiritual.”
Catecismo de la Iglesia Católica
El presente rito tiene un carácter personal, resultó de una observación participante inesperada, no
sujeta a la voluntad de esta antropóloga, sino de los designios de la vida. A comienzos del año
2012 me uno a este núcleo de investigación sobre la temática mortuoria en Chile, mismo año en
que la salud de mi abuela empeoraba. Es así, como me vi envuelta sin querer, en el rito que debía
etnografiar, por causas personales, es decir, la muerte de un ser querido y muy cercano.
La disyuntiva estaba ahí ¿transformó algo tan personal en un trabajo académico? Pero si se lo
pediría a un informante clave ¿no sería una patudez antropológica no hacerlo con mi caso?
Entonces decidí que escribiría sobre el rito y a la vez me serviría para entender todo lo que estaba
pasando a mí alrededor.
Si bien soy de familia católica, estudié en un colegio católico, me considero atea. Poco sé, por
experiencia, sobre la visión de la iglesia ante la muerte, salvo aspectos generales que podría
responder cualquier mortal de esta tierra. Por lo tanto, en este afán de entender el ritual, me dirigí a
los textos del Catecismo de la Iglesia Católica (2000) escrito por Juan Pablo II.
Si nos fijamos en el catecismo de la iglesia, la muerte aparece como la separación entre el alma y
el cuerpo. Esto quiere decir que el cuerpo se corrompe, mientras que el alma tiene la posibilidad de
alcanzar la inmortalidad, permitiendo que ésta se encuentro con Dios. En algún momento se
espera que el alma vuelva a unirse al cuerpo, pero no de una forma terrenal, sino en una segunda
venida de Cristo.
“La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la
iglesia <<La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al
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deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Juan
Pablo II, 2000: 352)
Para el catolicismo existe sólo una vida terrenal, de esta forma la idea de reencarnación queda
absolutamente descartada, la muerte es el fin del viaje terrenal. La muerte, como dice el Catecismo
de la Iglesia Católica (2000) es el “salario del pecado”, los creyentes en Cristo participan de su
muerte, esperando llegar a él y participar, del mismo modo, en la resurrección con Dios. La muerte
para el catolicismo, tiene un sentido positivo, resulta una “ganancia”, se trata de “morir en Cristo”
para tener una vida nueva. Por lo tanto la muerte, es un llamado de Cristo.
En cuanto a las exequias, el catecismo indica que existen cuatro momentos, en primer lugar la
acogida de los restos del difunto, por parte de la comunidad o de cercanos, donde se intenta dar
consuelo a los deudos; en segundo lugar, se trata de la liturgia de la Palabra, es decir la llamada
Santa Misa, donde se recuerda la historia de la salvación; en tercer lugar, el sacrificio eucarístico,
donde se recibe a Cristo; por último, el adiós, es aquí donde se encomienda el alma del difunto
para su encuentro con Dios y su resurrección.
Teniendo en cuenta estos elementos, presento a continuación el relato personal del rito católico.
Días de espera
Mi abuela estaba en un hogar, ya era imposible cuidarla en nuestra casa, necesitaba atención de
alguien en cada momento. En los últimos años poco a poco fue perdiendo la movilidad de sus
piernas y la habilidad de reconocer a la gente que la rodeaba. Estaba en otro mundo con pequeños
momentos de claridad, donde quizás podía entender que mi madre estaba a su lado.
En este proceso muchas veces nos hizo pasar susto, una gripe que casi terminó con su vida, una
pequeña hemorragia que hizo estar atenta a la familia. Finalmente el día llegó, mi madre llamó el
miércoles al hogar para saber de mi abuela, aunque la iba a visitar día por medio, esa semana
enfermó de bronquitis y decidió esperar para ir a ver a su madre, para no contagiarla. Entonces, la
señora María -dueña del hogar- le indicó que no importaba si aún estaba con la bronquitis, que
fuera a ver a su madre, porque no se encontraba bien.
Al llegar al hogar, mi madre se da cuenta que respira con dificultad, pero no debido a una
enfermedad, me decía “es como si su cuerpo ya no quisiera más”. Con los abuelos nunca se sabe,
pueden estar mal y luego mejoran o simplemente no salen del problema que les aqueja, lo cual
termina en el fallecimiento. Entre la duda de qué sucederá esta vez, pasó el fin de semana, hasta
que el lunes mi madre hace una visita nuevamente a mí abuela, esta vez la encuentra más decaída
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y decide quedarse todo el día con ella. Las llamadas iban y venían, me tocaba mantener a mis
hermanos informados de todo. Esto nos hacía pensar que lo peor estaba por venir.
El martes, mi madre llegó nuevamente al lado de mi abuela, entonces decidió llamarme y me
comenta “a tu abuela cada vez le cuesta más respirar, no fija sus ojos, parece que estuviera
durmiendo”. Nos dimos cuenta que ya no había vuelta, en ese momento mi mamá me comenta que
se va a quedar todo el tiempo que sea necesario. Después de la llamada de mi madre, salí al
centro de Santiago para hacer tramites que ella había postergado por estar con mi abuela, vuelvo a
la casa unas horas después y recibo un segundo llamado de mi mamá, con la voz quebrada, me
dice “mi mamá se fue, terminó todo”. Justo antes de que mi mamá llamara, mi hermana había
llegado a la casa y estábamos conversando, así que al saber de la llamada y enterarse de lo que
había pasado, partió donde mi mamá. En ese momento yo tenía que avisarle a mi hermano, a mi
papá y a personas importantes para la familia.
El velatorio
Mientras mi hermana iba en camino al hogar para ayudar a mi mamá, las personas del lugar ya
estaban vistiendo a mi abuela con su traje rojo favorito, deben hacerlo rápidamente antes de que el
cuerpo se enfríe. Mi mamá decidió tomar el convenio que tiene el hogar con una funeraria, eso
incluye poder ocupar una capilla de la Iglesia de San Miguel.
A los pocos minutos llegó la gente de la funeraria, como se trata de un hogar, entrar un ataúd no es
fácil, porque los otros abuelos no se pueden enterar de lo que está sucediendo, si lo hicieran su
ánimo decaería de tal forma, que algunos podrían llegar al llanto. Entonces, la señora María, no
quería que mi madre presenciara cómo la gente de la funeraria debía pegar la boca de mi abuela
con un líquido y a su vez no quería que el resto de los abuelos se dieran cuenta de lo que pasaba;
como el hogar donde estaba mi abuela, todos se ayudaban y entre los apoderados y abuelos había
una buena relación, le dijeron a mi mamá y a mi hermana que agrupara a los abuelos en una
sección del hogar mientras la gente de la funeraria hacía su trabajo lo más rápido posible.
En unos instantes, tenían todo listo, mi abuela iba rumbo a la Iglesia de San Miguel, donde tenía
destinada una pequeña parroquia. Allá partiría mi mamá y mi hermana, dejando antes listo la
cremación con el Cementerio Católico; luego, la señora María, dueña del hogar, les iría a dejar café
en un termo para pasar el frio. Al avisarnos al resto dónde estaría mi abuela, partimos a la capilla,
mi papá compró unas flores para mi abuela, poco a poco se avisó a los familiares y éstos
comenzaron a llegar. Entre tanto, debíamos cancelar el derecho por ocupar la parroquia, lo que
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incluía que en la misa de las siete de la tarde, nombraran a mi abuela; después hubo que hacer
otro pago, 20 mil pesos, para que un sacerdote fuera a la parroquia a despedir a mi abuela.
Ilustración 1: Plano Iglesia San Miguel, elaboración propia.
La llegada de los familiares a la capilla parecía más bien un evento social, algunos hablaban de
economía, otros intentaban descifrar los secretos para no envejecer de parientes que no veían en
años. Después de saludar a la familia directa y acercarse al ataúd de mi abuela, venía una
conversación totalmente informal y que nada tenía que ver con la muerte de un pariente. Al parecer
el ser humano trata de obviar el final inevitable de su existencia.
Después de mucha conversación, saludos y gestos de cariño, avisaron que se realizaría la misa en
la iglesia. Se trataba de una misa en conjunto con otras familias que también estaban velando a un
ser querido. Al transcurrir la ceremonia, el sacerdote casi al finalizar la misa, nombra a las
personas fallecidas, para el eterno descanso de su alma.
Transcurrieron unos 20 minutos después de la misa y avisaron que venía un sacerdote a la capilla
donde estaba mi abuela, este rito era de carácter privado, sólo los familiares y amigos de la familia
estaban presentes, las otras familias debían esperar su turno para que el sacerdote fuera donde
ellos y su familiar fallecido. Este rito tiene un costo de 20 mil pesos, el sacerdote se sitúa a un
costado del ataúd, saca un cuadernillo donde tiene la estructura de lo que debe hacer y de los
rezos, entre estos el Salmo 22, Ave María y el Padre Nuestro. Al final de los rezos, el sacerdote
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pregunta quién es el familiar directo de la persona fallecida, al ser identificada la persona, en este
caso mi madre, él se acerca, la abraza y le dice unas palabras, después de esto se retira.
Mi madre estaba con la incertidumbre del día siguiente, miércoles, ya que ni por la iglesia, ni
funeraria, se contaba con una ceremonia que finalizara el velatorio, para luego trasladar a mi
abuela al cementerio. Una prima de mi madre, habló con un sacerdote conocido y el accedió a
realizar una misa para mi abuela en la iglesia. De esta forma el próximo día comenzaría con esta
ceremonia.
Rumbo al Cementerio Católico
La misa se realizaría a las 11 de la mañana, en mi casa eran las 10:30 y estábamos todos listos
para partir a la Iglesia de San Miguel, una prima de mi madre nos pasaría a buscar, momentos
antes recibíamos llamadas de otras personas que no habían podido asistir el día anterior a la
capilla, para saber cómo llegar a la iglesia.
Llegamos a la iglesia, en el exterior del recinto nos esperaban dos primas de mi mamá y el
sacerdote, luego de saludarlos, nos dirigimos a la capilla donde estaba mi abuela. Pronto llegó el
encargado de la capilla, debíamos llevar lo más pronto posible el ataúd a la iglesia. Para hacer
esto, debíamos desconectar las luces que acompañan el ataúd y sacar la cruz de mediano tamaño,
la cual estaba en la cabecera. Hecho esto, el encargado de la capilla indicó que sólo los varones
debían tomar el ataúd y conducirlo a la iglesia, dejándolo frente al altar. Mi hermano, primos de mi
mamá, un amigo mío, se encargaron de llevar el féretro a la iglesia, las demás personas seguimos
el rumbo que ellos tomaron hasta llegar frente al altar. Esperamos unos minutos para que el resto
de la gente llegara.
Comenzó la misa, éramos pocos familiares, no se avisó a mucha gente, aún así llegaron las dos
mejores amigas de mi abuela; el féretro se llenó de flores y mi sobrina de 7 años, le escribió una
carta a mi abuela para despedirla. Mi madre se sentó en la primera fila de la iglesia, junto con mi
hermano, el sacerdote comenzó la misa entre lecturas de la biblia y oraciones, pidió por el
descanso eterno de mi abuela. Al finalizar, tomó un cántaro de metal que contenía agua bendita, se
acercó al ataúd y comenzó a bendecir a mi abuela, lanzaba el agua bendita con un artefacto de
metal alargado (desconozco su nombre). Hecho esto, se dio por terminada la ceremonia. Entre
tanto, mi hermano salió de la iglesia y se dio cuenta que gente del cementerio quería entrar a
cobrar el dinero de la cremación de mi abuela, mi hermano los dejó fuera de la iglesia.
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Salimos de la iglesia, conversamos un poco con la gente que asistió, familiares y amigos, después
tuvimos que organizarnos en grupos para llegar al cementerio. El cortejo fúnebre iba encabezado
por el auto que llevaba el ataúd, luego un auto que la funeraria puso a disposición de los familiares
para su traslado y después el resto de los autos de las personas que nos acompañaban.
En filita llegamos a un sector del Cementerio Católico que están remodelando, es donde se hacen
las cremaciones. Nuevamente los hombres tuvieron que sacar y trasladar el ataúd a una pequeña
capilla que posee este sector del cementerio. Mi pololo, hermano y primos de mi mamá tuvieron
que llevar el féretro hasta la capilla. Allí tendría lugar otra ceremonia, pequeña esta vez, donde el
sacerdote hizo recordar la vida de mi abuela, le preguntó a sus más cercanos cómo era y los
recuerdos que tenían. Mi hermana, un vecino y mi hermano hablaron de ella, esto hizo que mis
hermanos –obviamente- lloraran por mi abuela, la presión emocional fue muy fuerte en ese
momento, parecía como si el sacerdote quisiera que llegara ese momento trágico, nos condujo
hasta ese punto.
La ceremonia fue similar a la realizada en la capilla, unas pocas oraciones, el hacer recordar a mi
abuela y para finalizar, como se trataba de una cremación y no de un entierro, el sacerdote colocó
un manto blanco sobre el ataúd, como forma de simbolizar la partida y el final de un ciclo. El
sacerdote entregó dos velas a dos familiares, una a cada uno, esas personas fueron mi hermana y
mi madre, entonces el cura nos condujo al exterior de la capilla, a un costado. En el exterior, el
sacerdote habló sobre la resurrección y el descanso eterno, pidió que mi madre y mi hermana
dejaran las velas en una superficie que sobresalía de la pared de la capilla, esas velas
simbolizaban la vida. Con esto se dio por finalizado el rito del cementerio, al momento llamaron a
mi mamá para ver el tema monetario sobre la cremación. Después de esto, un grupo nos dirigimos
a nuestra casa y otro acompañó a mi madre a la notaría, donde debía hacer terminar de hacer los
papeleos por la defunción de mi abuela.
La cremación
Día jueves, por mi parte pensaba que todo ya había terminado, el agotamiento emocional pasó a
ser físico, estábamos todos cansados, pensábamos que sería un día para descansar y poder
saludar a mi hermana, quien estaba de cumpleaños ese día. Pues bien, sonó el teléfono cercano a
las 12 del día, era el Cementerio Católico, la persona encargada de las cremaciones. Mi madre,
desconfiada del negocio que rodea la muerte, decidió que quería presenciar la cremación de mi
abuela para tener la certeza que sólo fueran a cremar a mi abuela y que sus cenizas le
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pertenecían. Es por ello, que la gente del Cementerio Católico llamó para indicar que la cremación
se realizaría a las 15 horas.
Ese día decidí acompañar a mi mamá a la cremación, no íbamos a dejar que fuera sola. Llegamos
a la oficina, la cual queda a un costado de la capilla donde el día anterior despedimos a mi abuela,
tuvimos que esperar un momento para que le avisaran a la persona encargada de la cremación
que habíamos llegado. En un momento nos hicieron pasar al lugar para presenciar todo.
Un hombre con una bata blanca y una mascarilla de gas, nos condujo hacia un pequeño cuarto,
donde había dos sillas de madera y frente a éstas se encontraba una ventana que daba al lugar
donde se realizan las cremaciones. Nos sentamos en las sillas, el hombre de la bata blanca nos
indicó que la persiana de la ventana subiría para poder ver el cuerpo de mi abuela y que luego él
nos haría un gesto para señalar que comenzaría con su trabajo.
El hombre de la bata blanca cerró la puerta y la persiana de la ventana comenzó a subir, tan pronto
como ésta subía el cuerpo de mi abuela aparecía en una camilla, estaba tal cual como la habían
vestido y puesto en el ataúd, pero habían cubierto su rostro, por lo cual uno podía identificar a la
persona por la ropa y sus manos. El reconocimiento duró no más de un minuto, el hombre de
blanco hizo un gesto y abrió el horno que se encontraba frente a la ventana, un horno que de altura
mide uno dos metros y un poco más. Al abrir el horno, se podía ver el fuego, en ese momento se
aprieta el corazón, de pronto otro trabajador conduce el cuerpo en la camilla hacia el horno y éste
lo cierran. Es una sensación similar a cuando introducen el féretro a una tumba, se cierra el ciclo
por completo.
Nos dejaron unos 15 a 20 minutos en ese cuarto, observando el horno trabajando a todo lo que
daba, en un momento llegó el hombre de la bata blanca con su mascarilla:
-¿Necesitan algo? ¿todo bien?
-Si, todo bien. No necesitamos nada, gracias.
-¿Seguras que no necesitan nada?
-Seguras, no se preocupe.
Luego del tiempo estimado, abrió la puerta la mujer que nos había recibido, la encargada de las
cremaciones, nos llevó nuevamente a la oficina. De vuelta en la oficina, había que acordar el día y
la hora en que se iría a buscar el ánfora con las cenizas de mi abuela, se fijó el día viernes a las
10:30 de la mañana. Después de esto nos fuimos en silencio en el metro, con el ánimo por el
suelo.
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El día viernes, mi madre y hermana partieron a buscar el ánfora al Cementerio Católico, un
sacerdote les hizo entrega de ésta, la bendijo y le pidió a mi mamá que viera los datos escritos de
mi abuela en el ánfora, en una placa de metal, donde salía el nombre completo, la fecha de
nacimiento y de muerte, para cerciorarse de que estuviera correctamente escrito. Todo estaba
como debía, se despidieron del sacerdote y volvieron a casa.
Bibliografía
-Juan Pablo II (2000) Catecismo de la Iglesia Católica. Editorial San Pablo. Bogotá, Colombia.
CUIDADO DEL CUERPO
EXPOSICIÓN DEL CUERPO
ENTIERRO DUELO
El tratamiento del cuerpo lo efectúa el personal del servicio fúnebre contratado, después de los procedimientos médicos y legales. Hay participación de los deudos en casos excepcionales y según la forma de fallecimiento.
La vestimenta y maquillaje depende del estado del cuerpo y de la elección de la familia. No hay intervención de los miembros de la comunidad religiosa.
El cuerpo se dispone en un féretro. Depende del estado de fallecido si es posible verlo.
El cuerpo instalado en el féretro es expuesto luego del tratamiento mortuorio, no hay plazos definidos.
El velorio se efectúa en el lugar que los deudos escojan (capilla o iglesia). Esta etapa dura entre uno y dos días.
Generalmente, se disponen velas y flores. Se instala un crucifico a la cabeza del féretro.
Se intenta acompañar al difunto, se le deja solo lo menos posible, dependiendo del lugar donde se encuentre.
Se parte en caravana, desde la iglesia o capilla, hacía el cementerio correspondiente.
El ataúd es llevado y bajado por los funcionarios del cementerio y familiares.
Un sacerdote recibe al difunto y sus familiares, para una pequeña ceremonia donde se encomienda el alma de la persona que falleció al eterno descanso.
Los deudos se despiden de su familiar fallecido, suelen hacer comentarios de cómo era en vida.
La familia escoge el cementerio.
No existen plazos exactos para el término del duelo, depende de cada familia.
Se estima que el fallecido pasó a una nueva vida junto a Dios. Por ello, los deudos manifiestan consuelo, resignación y aceptación ante la muerte, aunque en primera instancia se exprese pena y dolor.