Riachuelo, Un Futuro Cristalino

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[publicada en revista Crisis, n° 11, septiembre de 2012 (versión completa con imágenes)] un futuro cristalino / Metáfora pútrida de la urbanización, broma recurrente sobre la gestión menemista, vertedero final de la cuenca del Río Matanza, agujero negro de una ciudad sin costa, el Riachuelo tiene una historia incontada. Un remero del club de Regatas de Avellaneda narra su amor por un río que supo tener aguas claras y que puede recuperarlas al calor de la especulación inmobiliaria. por Carlos Gradin (Investigación: Danay Mariman y Cartlos Gradin) “Yo aprendí a hacer esquí acuático en el Riachuelo”, dice Alfredo Rodríguez. Estamos en la plazoleta de la Vuelta de Rocha donde se hiergue el mástil y reposa un cañón naval. A nuestro lado, el edificio de la Fundación Proa y detrás el empedrado de Caminito. Las calles empiezan a poblarse de turistas. Frente a nosotros, la explanada y el río. Vinimos a La Boca para hablar con Alfredo, timonel del Club de Regatas de Avellaneda. Tiene la contextura de un jockey de carreras. Envuelto en un sobretodo y una bufanda, empieza a hablar apenas nos encontramos. Y sus recuerdos nos acercan a un escenario que desconocíamos por completo. Esta nota iba a tratar acerca del presente de la cuenca Matanzas-Riachuelo. Pensábamos describir los planes del Estado Nacional para limpiarla. Pero la historia de Alfredo se volvió mucho más significativa que cualquier análisis que pudiéramos hacer o citar: Alfredo hizo esquí acuático en el Riachuelo. “No sé como explicarles. Era una aventura. Y te puedo asegurar que la viví como la mejor de mis épocas. No me arrepiento de nada. Tal vez sí de no haberme quedado más años en el Club, para que esto que pasa ahora no pasara”.

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[publicado en revista Crisis, n° 11, septiembre de 2012 (versión completa con imágenes)]/un futuro cristalino/ Metáfora pútrida de la urbanización, broma recurrente sobre la gestión menemista, vertedero final de la cuenca del Río Matanza, agujero negro de una ciudad sin costa, el Riachuelo tiene una historia incontada. Un remero del club de Regatas de Avellaneda narra su amor por un río que supo tener aguas claras y que puede recuperarlas al calor de la especulación inmobiliaria. |por Carlos Gradín (investigación con Danai Mariman)

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[publicada en revista Crisis, n° 11, septiembre de 2012 (versión completa con imágenes)]

un futuro cristalino/ Metáfora pútrida de la urbanización, broma recurrente sobre la gestión menemista, vertedero final de la cuenca del Río Matanza, agujero negro de una ciudad sin costa, el Riachuelo tiene una historia incontada. Un remero del club de Regatas de Avellaneda narra su amor por un río que supo tener aguas claras y que puede recuperarlas al calor de la especulación inmobiliaria.

por Carlos Gradin (Investigación: Danay Mariman y Cartlos Gradin) “Yo aprendí a hacer esquí acuático en el Riachuelo”, dice Alfredo Rodríguez. Estamos en la plazoleta de la Vuelta de Rocha donde se hiergue el mástil y reposa un cañón naval. A nuestro lado, el edificio de la Fundación Proa y detrás el empedrado de Caminito. Las calles empiezan a poblarse de turistas. Frente a nosotros, la explanada y el río.Vinimos a La Boca para hablar con Alfredo, timonel del Club de Regatas de Avellaneda. Tiene la contextura de un jockey de carreras. Envuelto en un sobretodo y una bufanda, empieza a hablar apenas nos encontramos. Y sus recuerdos nos acercan a un escenario que desconocíamos por completo. Esta nota iba a tratar acerca del presente de la cuenca Matanzas-Riachuelo. Pensábamos describir los planes del Estado Nacional para limpiarla. Pero la historia de Alfredo se volvió mucho más significativa que cualquier análisis que pudiéramos hacer o citar: Alfredo hizo esquí acuático en el Riachuelo.“No sé como explicarles. Era una aventura. Y te puedo asegurar que la viví como la mejor de mis épocas. No me arrepiento de nada. Tal vez sí de no haberme quedado más años en el Club, para que esto que pasa ahora no pasara”.

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Nunca escuchamos nada parecido. Pero, ¿por qué? ¿Se puede sentir cariño por este río? ¿Hubo vida en sus orillas alguna vez? ¿Cuándo se convirtieron en un lugar hóstil? Alfredo contradice todos nuestros presupuestos sobre el Riachuelo y la ciudad pero habla con tranquilidad. No trata de convencernos. No parece preocuparle que pensemos que está loco o es un exagerado. Simplemente nos va contando anécdotas de los años que pasó en estas aguas a las que, increíblemente, se refiere con afecto. Habla de los días en que llegaba al Club después de trabajar. Cuando se encontraba con sus amigos y compañeros, y emprendían una rutina (“En invierno, llueve o truene”) repetida todos los días salvo los lunes. Sacar los botes del depósito, remar, cronometrar, volver, descansar, limpiar los botes, hacer gimnasia, ducharse. “No es fácil la vida del remero. Lo hacíamos con mucho amor. Con sacrificio pero con amor”. marineros de río Alfredo se entrenó como timonel de botes de competición en el Riachuelo hasta el año 1977. Se subía a los “ochos”, los botes de 16m de largo para ocho remeros y un timonel. A veces, salían a andar en otros más chicos como los “cuatro shell”, “dos shell”, los “single school”.“En el ‘67 hubo una gran inundación en Avellaneda y nosotros fuimos con los botes a ayudar a la gente. Todos los remeros salían cada uno con un bote. Todo el día, íbamos y veníamos”, cuenta Alfredo. “Fue en octubre. Todo Avellaneda bajo el agua.”.- ¿Cómo era el Riachuelo en esa época?- En principio, acá estaba lleno de barcos. Estaban los almacenes navales, la gente de a bordo, había barcos pesqueros, petroleros. Toda la gente de los barcos venía para acá. - Caminamos junto a la baranda de la Vuelta de Rocha. Alfredo nos señala: - El agua del Riachuelo era así, clarita. Ves que está soplando el viento sudeste, está subiendo y está viniendo más clara ahora. A veces venía mucha basura y también venían los camalotes, y hubo veces que en los camalotes había víboras, yacarés, que venían del Norte. Había basura pero el agua era más clara.La historia de Alfredo es la pieza que faltaba. Completa el rompecabezas del esplendor y la decadencia del Riachuelo. ¿Qué pasó entre aquél puerto industrial repleto de estibadores y marineros que retrató Quinquela Martín, y la zanja hedionda y abandonada en que acabó convirtiéndose? Si nos guiáramos por los relatos e imágenes disponibles, no pasó nada. O mejor dicho, no pasó nada hasta que un día -que nadie precisa- llegó la contaminación. Y desde entonces, los cronistas volvieron cada tanto al Riachuelo para encontrar nuevas maneras de decir lo mismo: que en sus aguas envenadas yace una de las grandes causas perdidas de la historia argentina. Una vergüenza, un símbolo. El pasado del Riachuelo, la historia de su lenta declinación y de las personas que lo habitaron acabaron olvidándose. Por eso es tan extraño hablar con Alfredo. Es inverosímil escucharlo decir que “no hay deporte como el remo”, de pie frente al agua en Vuelta de Rocha. Es un poco absurdo oír cómo sus recuerdos se llenan de jerga náutica. En este lugar, que la historia da por perdido, nos describe a los remeros como tiempistas que saben cuándo “acucharar” o “refilar” los remos para hacer más fluido el empuje. Nos habla de los hincapiés, los toletes, las horquillas. Y nos cuenta de la tradición de tirar al agua al timonel del bote al

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final de cada regata (carrera). Así nos enteramos: Alfredo nadó muchas veces en las aguas del Riachuelo.

el Club Parece un universo paralelo. En las palabras de Alfredo laten los ríos en que podría haberse convertido el Riachuelo antes de su estancamiento. Empezó a remar en el Cub de Regatas en 1965. Nieto e hijo de habitantes de La Boca, nació en Avellaneda. Su familia vivía enfrente de la fábrica Siam Di Tella, a orillas del Riachuelo, donde su padre trabajó durante 25 años. Su madre había sido empleada de la fábrica de aceites Bocanegra, también de la zona. “Nosotros estudiábamos, trabajábamos y no éramos elitistas como nos decían que éramos. Y no éramos elitistas porque teníamos que pagar una cuota y para pagarla había que trabajar”, sostiene, recordando a quienes asociaban al Club de Regatas con la gente “chic” de Avellaneda.El Club había sido fundado por inmigrantes ingleses a principios del siglo XX. Para la década del ‘60 todavía funcionaban en el río otros dos Clubes de Remo, el Almirante Brown, en la Isla Maciel, y el Atlántida, en Dock Sud: “Yo viví toda esa época. En el río se podía ir a pescar. Nosotros salíamos a la tarde, nos llevábamos todos los botes e íbamos pasando el Semáforo... ¿Sabés lo que es el Semáforo del Riachuelo? El Semáforo es una torre grande que hay pasando el Transbordador. Sobre la mano derecha, del lado de enfrente, hay una garita y una torre que tiene unos boyones grandes. Eso va marcando la altura del río. Íbamos hasta la boya uno, o sea un kilómetro adentro, y pescábamos. Estábamos casi sobre el canal de entrada de los barcos que venían de Uruguay. Nosotros estábamos presentes cuando se cayo el avión de José Neglia y Norma Fontenla, dos bailarines del Teatro Colón que habían ido a Uruguay. Y el avión cayó ahí en el río y nosotros lo vimos. No pudimos hacer nada. Estábamos pescando y no sabíamos de qué se trataba...”

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los tiempos El Club todavía está ubicado sobre la margen derecha del río, a unas diez cuadras del Puente Pueyrredón. Desde allí bajaban remando Alfredo y sus amigos hasta la desembocadura, de paso por Vuelta de Rocha. A veces se quedaban charlando a la sombra de los barcos. Pero en general se dedicaban a entrenar: “Íbamos a la Dársena Inflamable. Ahí son 2.000 metros exactos, y teníamos los tiempos. Íbamos a “tirar cancha”, como le decíamos. Y cronometrábamos. Acá el agua era muy pesada; entonces, si con el cuatro hacíamos 7 minutos los 2000m, en Tigre -donde era más liviana- podíamos hacer 6 minutos y pico. Y siempre intentábamos bajar los tiempos...”“Otras veces nos íbamos a la Dársena Norte donde está el Yacht Club Argentino, lo que hoy es Puerto Madero, y nos comíamos unos terribles asados. Para nosotros las vacaciones eran venir a pasear por el Riachuelo”. “Salíamos a veces a la mañana temprano a remar en el invierno, o a la tarde a las siete, de noche. En varias oportunidades nos hundimos, claro, porque había basura. Una vez yo me tragué un mástil de madera que había flotando a ras del agua. Tuvimos que esperar que venga la lancha y subirnos al bote a remolque. Y cosas así todos los días, era muy común”.No era el Sena. Justo enfrente del Club de Regatas de Avellaneda funcionaba la planta de automotores de General Motors. Una vez Alfredo y sus amigos se subieron a una canoa y entraron “con linternas y sogas” por un canal privado para investigar. Así pudieron ver cómo la fábrica tiraba grasas y combustible directamente en el río. el mito El Riachuelo siguió el destino de degradación de la mayoría de los ríos industriales del mundo. El caldo negro de basura y herrumbre de su cauce se fijó para siempre en el imaginario popular. Fue desde entonces el santuario de la corrupción argentina, la imagen irrebatible del fracaso de un país. Millones de personas padecen desde hace décadas los efectos de la contaminación a lo largo de su recorrido en la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires. ¿En qué momento se hechó a perder? ¿Cuándo dejó de ser posible imaginarle un futuro, algún futuro? Se escribieron tantas crónicas sobre su pestilencia que ya no quedan metáforas disponibles para ilustrar su afinidad con la muerte y el abandono. Pero, entonces, ¿qué queremos hacer con el Riachuelo? ¿Cómo nos gustaría verlo? ¿Para qué queremos limpiarlo? No está tan claro. Al releer las notas periodísticas sobre el tema, lo primero que se hace evidente es que la limpieza de sus aguas dejaría huérfanos de chicanas y argumentos lapidarios a los cronistas. Hoy el Riachuelo es un río mitológico, atrapado en un presente perpetuo, sin noticias sobre su pasado (¿en qué parajes nace?) ni señales acerca de su futuro. Es un río que supo ser pintoresco, que albergó a un barrio obrero pródigo en pintores y bohemios. Inspiró tangos. Y se marchitó. la playa

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Por eso, la historia de Alfredo abre un resquicio. La mañana en que nos encontramos, despueś de pasear un rato frente al río en Vuelta de Rocha, nos sentamos en un café a la entrada de Caminito. Y Alfredo nos habló de Piojo’s Beach: “En otra época nos íbamos a Puerto Piojo. Puerto Piojo está en la salida del Riachuelo, donde ahora hicieron un Puerto de Aguas Profundas. Salís del Riachuelo, pasás el Semáforo y está la Boya 1. Cincuenta metros a la derecha, era una playa con arena. Todo el día pasábamos ahí. Se iba un bote, llegaba otro. Llevábamos comida, tomábamos mate.Le decíamos Piojo’s Beach”.“Ahora se conoce como Puerto de Aguas Profundas. Pero a cualquier persona de mi edad que viva por acá le decís: “Vamos a Puerto Piojo” y te van a decir ‘¡¿ah, conocés Puerto Piojo?!’. Sí, cómo no van a conocerlo. Puerto Piojo, la Escollera Norte. En esa época era un pantano atrás del puerto de la Dársena Inflamable, y después estaban las playas. Entre la playa y la Dársena Inflamable había que cruzar un camino de unos doscientos metros de árboles naturales, talas, bajitos y espinosos, muchos arbustos. Había de todo, ratas, víboras, arañas, pero si no las molestás no te molestan”. las remadas Hace unos meses Alfredo le escribió un mail a la Fundación x La Boca. Se presentaba como “uno de los muchos amantes del Riachuelo, socios y remeros del Club de Regatas de Avellaneda” y repasaba sus recuerdos de timonel en los años sesenta. “Era una época de grandes cambios sociales -escribió-, pero nosotros estábamos abocados a la idea de cómo hacer para limpiar el río”.En el mail describía la “escena” de sus tardes de entrenamiento y ocio entre amigos en el Riachuelo: del Club de Regatas a la Dársena Inflamable, la Escollera Norte, Puerto Piojo, el Club Brown, el Atlántida. Adjuntaba fotos de aquélla época en las que se ve a los equipos de remeros subidos a sus botes. Empujan los remos rodeados por el paisaje habitual de la zona: un aserradero, viejos barcos semi-hundidos, cubiertas y barriles en el pasto de las orillas. Pese al paisaje industrial en las fotos el agua tiene aspecto de agua. No hay rastros de la materia viscosa y burbujeante que la reemplazaría años después.

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(C.G.) hoy ¿Cómo devolverle la vida al río sin considerar la felicidad que pudo proporcionar a los fans del remo, o a las familias que –dicen- iban a pasar las tardes en sus chinchorros hasta una pequeña isla situada frente a la Isla Maciel? Mejor dicho, ¿para qué hacerlo? ¿Para qué recuperar el río si el único relato difundido hoy es el de las cifras de la contaminación, el cálculo de los costos de la limpieza? En 2006 se creó por Ley Nacional la Autoridad de la Cuenca Matanza Riachuelo (ACUMAR). El ente tiene como misión el saneamiento de la Cuenca; parece una utopía pero son muchos los que se muestran optimistas. La Fundación x La Boca, entre ellos.Antolín Magalles y Lorena Suárez de la Fundación nos contactaron con Alfredo. La Fundación, ubicada en Almirante Brown frente al río, se dedica a promover mejoras en el patrimonio público del barrio. Desde 2006 organizan las Remadas, paseos en bote, abiertos al público, desde la Vuelta de Rocha hasta el Club de Regatas de Avellaneda, en un intento por hacer visible el río y colocarlo en la agenda de la Ciudad.Por ellos nos enteramos que está terminada la remoción de autos, barcos y otros desechos hundidos en la cuenca. Y está avanzada la contención mediante redes de lo que llaman “desechos sobrenadantes”, la basura de superficie. Antolín pone como ejemplo el Támesis, recuperado en Londres tras absorber en su cauce los desechos de los creadores de la revolución industrial. Si para limpiar el Támesis se tardaron más de treinta años, los logros de los últimos dos en el Riachuelo se vuelven significativos. Mientras tanto, en la Ciudad hay planes de construir un paseo a orillas del río desde el Viejo Puente Pueyrredón de Barracas hasta Pompeya. pasados

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En 2010 Alfredo volvió al río: “Por mi hijo me había enterado que hacían la Remada por el Riachuelo. Y caí enfermo. Estuve internado como cuatro meses, casi me voy para el otro lado y dije: ‘Si salgo de esto yo quiero ir a la Remada’. Y fui. Para mí fue un volver a vivir”.Aquél sábado, después de tomar un café, volvimos a salir. De nuevo en el mástil, esperamos con Alfredo a los “chicos”, como insistía en llamar a sus compañeros de remo. Mientras esperábamos, el Riachuelo volvía a aparecer en sus recuerdos asociado a la infancia: “No sé cómo explicarles. Es como si a un chico le sacan un juguete, o le dicen te vamos a regalar tal juguete y el chico queda maravillado; bueno, yo me siento como un chico. Para mí es todo” – nos decía, refiriéndose al río: “ amistades, noviazgos. Una serie de cosas que se han ido intercalando a lo largo de los años. Y vivencias, vivencias...”Entonces llegaron Roberto Bordoli y Luis Descoli, compañeros del Club de Regatas. Y la charla prosiguió mientras corroboraban las historias de Alfredo. Y las amplíaban. Es cierto que se hizo esquí acuático en la Dársena Inflamable. En una foto del año ‘71 se los veía reunidos durante un viaje a una competencia en Córdoba. Se acordaban, también, del día en que Alfredo y otros acompañantes salieron desde el Club y llegaron remando hasta el Tigre. Y enumeraron con nostalgia los barcos que, hundidos todavía en aquéllos años, eran la topografía de sus paseos por el río. Los viejos veleros de carga Asia, Oceanía y África más allá del Puente Pueyrredón. Un velero americano en la Vuelta de Badaracco, que un día se llevaron para conservarlo cuando descubrieron que había sido usado en la Guerra de Secesión. El timón del submarino abandonado en el puente Victorino.Los tres remeros se potencian y pareciera que podrían seguir toda la tarde hilvanando recuerdos. Alguien, en algún momento, evoca al José Menéndez, con sus 4 mil toneladas: todavía en el ‘60 hacía el viaje La Boca - Punta Arenas, en Chile, para la compañía La Anónima. El Riachuelo era el telón de fondo contra el que se proyectaba una parte importante de sus vidas. futuros En los mismos años en que la Ciudad abandonaba a su suerte al Riachuelo, rellenaba con escombros su costanera Sur. Mientras el puerto se trasladaba y la industria empezaba a declinar -antes de su estrangulamiento durante la Dictadura Militar-, el Riachuelo, lejos de aliviarse, entraba en su peor etapa. Fue entonces, según Antolín -ratificado por la historia de Alfredo-, que se convirtió definitivamente en un vaciadero. Despoblado, los camiones empezaron a hacer fila para entrar de culata y arrojar sus sobras al agua. El crecimiento de villas y urbanizaciones sin redes cloacales terminaron por sellar su suerte.Así, el Riachuelo acompañó el regreso de la democracia como el emblema de una causa perdida. Cabe una analogía: entre los amantes de la fotografía en Buenos Aires suele llegar, tarde o temprano, el momento en que emprenden una excursión con sus cámaras al Cementerio de la Recoleta. Al Riachuelo van -vamos- los aspirantes a exégetas de la decadencia. Donde los primeros se esfuerzan en captar el patetismo de las estatuas de mármol coloreadas por la tarde, nosotros nos esmeramos en acomodar frases alrededor de un rosario de temas: la vergüenza, el olvido, la corrupción, la

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desidia, el desinterés. El resultado, en ambos casos, suelen ser bellas postales.Pero, ¿quién va a soñar el Riachuelo? La respuesta más obvia y justa es que los habitantes de la cuenca, que merecen acceder a un río saneado tanto como a una vivienda digna. Pero vale la pena hacerse varias veces la pregunta. En la costa de Quilmes un proyecto de Techint aspira a convertir una zona de humedales en el Puerto Madero del Sur. Hace años, mucho antes de que la Ciudad de Buenos Aires reaccionara, su Costanera Sur se había desdibujado aún más, desvanecida tras el Puerto Madero original. Si nadie intenta soñar -proyectar- un destino diferente para el Riachuelo, es probable que en algún estudio de urbanistas ya lo estén haciendo por encargo. Y por eso vale la pena escuchar a los remeros del Club de Regatas de Avellaneda. En el mail que Alfredo envió a la Fundación por la Boca mencionaba haber tomado agua del Riachuelo. Antes de despedirnos le preguntamos: “Sí, sí, porque nosotros cuando entrenábamos -sobre todo en el verano- salía la lancha con una bota de agua fresca, una bolsa de lona. Y entonces a veces no alcanzaba porque éramos varias tripulaciones las que íbamos. ¿Entonces yo qué hacía? Parábamos el bote, aclaraba el agua arriba, dejaba descansar la mano así y cuando veía que el agua estaba clara la tomaba” “Yo he abierto los ojos acá, cada vez que me tiraba los abría. No se veía nada, pero me refiero a que abría los ojos y no me morí”.“Está bien, era otra época, lo reconozco. Pero te digo, yo toqué el fondo del río. Las veces que me tiré fui hasta el fondo”.

(C.G.)