Revistas europea - Los poemas caballerescos y los libros de caballería

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REVISTA EUROPEA. NÚM. 165 22 DE ABRIL DE 1877. AÑO IV. LOS POEMAS CABALLERESCOS Y LOS LIBROS DE CABALLERÍAS. VIII. * El poema heroico expresa la creación histórica popular propia de cada nacionalidad; los poemas de aventuras y caballerescos la libertad de la fantasía semi-erudita, moviéndose dentro do la tradición y de la imaginación de la raza y civilización á que pertenece el poeta. El poema heroico es una apo- teosis estética de la historia; el poema de aventu- ras es creación libre de la fantasía; y de aquí que en el poema heroico lo sobrenatural, el protagonista y la sustancia y argumento principal nazcan del dog- ma, en tanto que en el poema de aventuras la fan- tasía, sin lazo ni vinculo con la realidad histórica, crea libre y espontáneamente, inspirándose en el fondo misterioso y último de la tradición espiritual y cosmogónica á que acuden las muchedumbres, para conocer su posición en el mundo y para explicar los hechos que le rodean, ó aprovechando elementos míticos traídos por la erudición. Del dogma nace lo sobrenatural: do la tradición mítica y misteriosa de la muchedumbre y de la leyenda erudita lo ma- ravilloso propio del poema caballeresco, traslbrma- cíon del poema clásico de fabulosas aventuras y empresas prodigiosas. Recordando los rasgos principales del maravi- lloso caballeresco, de la maquinaria, como decía el Sr. Gayangos, ¿existían en las civilizaciones grie- ga y latina leyendas y supersticiones populares, enaltecidas por la mitología ó por el arte, que pue- dan estimarse como precedentes, tipos y gérmenes del maravilloso de la edad media? La pregunta aparecerá impertinente ala erudición contemporánea, porque en lo que concierne á seres quiméricos, á metamorfosis inesperadas, á genios tutelares y malignos, á luchas y batallas entre los buenos y los malos, alianzas y relaciones del mal y fuerzas infernales con el hombre, la antigüedad agota la esfera de lo imaginativo. Y esta leyenda popular, religiosa y supersticiosa á la vez, no muere con el edicto de Constantino, ni siquiera con el de Justiniano, sino que salva la edad anti- gua y entra por gran espacio en la edad media, y • Véanse los números 181, 162, 163 y 164, págrs. 353, 885, 422 y 449. TOMO IX. cuando al parecer sucumbe bajo el peso do las persecuciones del poder cristiano representado por concilios, papas, obispos y emperadores, renace embellecida por efecto de la tradición clásica y es á la par erudita y popular, manifestando estos ca- racteres en la larga y varia historia de la poesía caballeresca y do los poemas de aventuras. Sin buscar más allá de la historia griega, las pri- mitivas religiones de los pueblos helénicos nos presentan representaciones de todas las fuerzas de la naturaleza. Las creaciones de los Gigantes, los Titanes y los Ciclopes, monstruosas personificacio- nes de fuerzas rebeldes que amontonan- montañas para escalar los cielos, recibieron culto en los paí- ses vulcanizados, de igual manera que el de Posei- don y las divinidades de las aguas, tenidas por bienhechoras y saludables desde los tiempos Védi- cos, se extendió por las comarcas cruzadas por caudalosos ríos. Las Ninfas y las Náyades, tenidas por Hornero como hijas de Zeus, eran no solo las deidades protectoras de las fuentes y los ríos, sino de los prados y los bosques. Las Ninfas griegas, como las Apsaras indias, eran de maravillosa her- mosura y prodigios de gracia y juventud, y su nom- bre indica que no tenían forma precisa y determi- nada, quedando sus contornos como velados en una vaguedad de tintas que realzaba su belleza. No conservaron estas divinidades su primitivo ca- rácter en el trascurso de las religiones posteriores. Bajo 1? influencia del cristianismo y la de la cultu- ra alejandrina, quedaron las Ninfas como espíritus que animaban las aguas, sujetas á las leyes del dolor y de la muerte, pero conservando facultades superiores á las de los mortales, como lo revelan las fábulas que narra Pausanias (1). Los bosques con sus Dryadas, los vientos con sus Arpías, como las montañas recibieron culto en las edades greco-romanas y sembraron lo maravi- lloso en torno del hombre con mil formas y de mil maneras. No se limita y contrae el naturalismo de las pri- mitivas religiones de la Grecia á derramar la vida por el mundo del sentido, deificando las fuerzas y los fenómenos naturales, sino que los eruditos des- cubren en su concepción la manera de entender y sentir las relaciones del hombre con lo extramun- dano y con lo futuro. - ' (1) VIII, 8 y siguientes.

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 165 2 2 DE ABRIL DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

LOS POEMAS CABALLERESCOSY

LOS LIBROS DE CABALLERÍAS.

VIII. *El poema heroico expresa la creación histórica

popular propia de cada nacionalidad; los poemas deaventuras y caballerescos la libertad de la fantasíasemi-erudita, moviéndose dentro do la tradición yde la imaginación de la raza y civilización á quepertenece el poeta. El poema heroico es una apo-teosis estética de la historia; el poema de aventu-ras es creación libre de la fantasía; y de aquí que enel poema heroico lo sobrenatural, el protagonista yla sustancia y argumento principal nazcan del dog-ma, en tanto que en el poema de aventuras la fan-tasía, sin lazo ni vinculo con la realidad histórica,crea libre y espontáneamente, inspirándose en elfondo misterioso y último de la tradición espiritual ycosmogónica á que acuden las muchedumbres, paraconocer su posición en el mundo y para explicar loshechos que le rodean, ó aprovechando elementosmíticos traídos por la erudición. Del dogma nacelo sobrenatural: do la tradición mítica y misteriosade la muchedumbre y de la leyenda erudita lo ma-ravilloso propio del poema caballeresco, traslbrma-cíon del poema clásico de fabulosas aventuras yempresas prodigiosas.

Recordando los rasgos principales del maravi-lloso caballeresco, de la maquinaria, como decía elSr. Gayangos, ¿existían en las civilizaciones grie-ga y latina leyendas y supersticiones populares,enaltecidas por la mitología ó por el arte, que pue-dan estimarse como precedentes, tipos y gérmenesdel maravilloso de la edad media?

La pregunta aparecerá impertinente ala erudicióncontemporánea, porque en lo que concierne á seresquiméricos, á metamorfosis inesperadas, á geniostutelares y malignos, á luchas y batallas entre losbuenos y los malos, alianzas y relaciones del maly fuerzas infernales con el hombre, la antigüedadagota la esfera de lo imaginativo. Y esta leyendapopular, religiosa y supersticiosa á la vez, nomuere con el edicto de Constantino, ni siquieracon el de Justiniano, sino que salva la edad anti-gua y entra por gran espacio en la edad media, y

• Véanse los números 181, 162, 163 y 164, págrs. 353,885, 422 y 449.

TOMO IX.

cuando al parecer sucumbe bajo el peso do laspersecuciones del poder cristiano representado porconcilios, papas, obispos y emperadores, renaceembellecida por efecto de la tradición clásica y esá la par erudita y popular, manifestando estos ca-racteres en la larga y varia historia de la poesíacaballeresca y do los poemas de aventuras.

Sin buscar más allá de la historia griega, las pri-mitivas religiones de los pueblos helénicos nospresentan representaciones de todas las fuerzas dela naturaleza. Las creaciones de los Gigantes, losTitanes y los Ciclopes, monstruosas personificacio-nes de fuerzas rebeldes que amontonan- montañaspara escalar los cielos, recibieron culto en los paí-ses vulcanizados, de igual manera que el de Posei-don y las divinidades de las aguas, tenidas porbienhechoras y saludables desde los tiempos Védi-cos, se extendió por las comarcas cruzadas porcaudalosos ríos. Las Ninfas y las Náyades, tenidaspor Hornero como hijas de Zeus, eran no solo lasdeidades protectoras de las fuentes y los ríos, sinode los prados y los bosques. Las Ninfas griegas,como las Apsaras indias, eran de maravillosa her-mosura y prodigios de gracia y juventud, y su nom-bre indica que no tenían forma precisa y determi-nada, quedando sus contornos como velados enuna vaguedad de tintas que realzaba su belleza.No conservaron estas divinidades su primitivo ca-rácter en el trascurso de las religiones posteriores.Bajo 1? influencia del cristianismo y la de la cultu-ra alejandrina, quedaron las Ninfas como espíritusque animaban las aguas, sujetas á las leyes deldolor y de la muerte, pero conservando facultadessuperiores á las de los mortales, como lo revelanlas fábulas que narra Pausanias (1).

Los bosques con sus Dryadas, los vientos con susArpías, como las montañas recibieron culto enlas edades greco-romanas y sembraron lo maravi-lloso en torno del hombre con mil formas y de milmaneras.

No se limita y contrae el naturalismo de las pri-mitivas religiones de la Grecia á derramar la vidapor el mundo del sentido, deificando las fuerzas ylos fenómenos naturales, sino que los eruditos des-cubren en su concepción la manera de entender ysentir las relaciones del hombre con lo extramun-dano y con lo futuro. - '

(1) VIII, 8 y siguientes.

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Las creencias en los augurios, en los presagios,en los sueños, datan de los orígenes de toda civili-zación; pero en la greco-romana sigue esta creen-cia una historia regular y ordenada, pasando de losgroseros brujos de los primeros días, á las reglasde los augures y de los arúspices, y á las formassolemnes de los oráculos, de Dodona ó de Delfos,y á las instituciones sacerdotales que se crearon entorno de los oráculos. Los Curetes, los Corybantescon sus ritos orgiásticos, los Telchines y los Dacty-los, Heliades y Cabires, si fueron en los primerostiempos sacerdotes de divinidades misteriosas, latradición los confundió con las mismas divinidades,trasformándolos después en mágicos y encanta-dores.. En los dias de Hornero y Hesiodo, dias de reformay renovación del culto y de las creencias de la Gre-cia, encontramos el presentimiento de la intuiciónque el poeta personifica en el enviado de Zeus,(Atíí S^EXO?) (1), adivinos que predecían por laobservación de los presagios (2), ó por un entusias-mo interior que la divinidad les inspiraba; los sue-ños, aunque Penélope distinguía entre los sueñosmentirosos y los verdaderos, que debían estimarsecomo anuncios de la voluntad divina; los encanta-mientos (STOOS ) y ciertas yerbas maravillosas deque nos habla la Odisea, sin olvidar la famosa plantamoly, que servía á Ulises para sustraerse á lasartes mágicas de Circe; la famosa escena de Necyo-mancia en que Ulises evoca las sombras de losmuertos; los (Sai(j.ovs?) demonios de Hesiodo, quecomo espíritus bienhechores vagan por los aires,derramando dones, y otros muchos rasgos de lospoemas Homéricos que atestiguan cómo vivía y au-mentaba la tradición maravillosa.

En los dias siguientes, hasta los tiempos de Ale-jandro, el culto mitológico floreció en todos senti-dos. No sólo quedó poblada la naturaleza de geniosy espíritus divinos, sino que la tradición heroica, enuna incesante apoteosis, ofrecía como objeto deculto á todos los héroes, aun á muchos cuya famano había traspasado las lindes de la humilde aldeaque presenció sus hechos. Porfirio, aludiendo a es-tas divinidades legendarias, añade que era generalla creencia de que se vengaban cruelmente si no re-cibían culto, pero se mostraban propicias en casodistinto. La tradición creaba divinidades1 espiritua-les, como la fantasía las descubría en los vientos yen las aguas, y su acción pesaba sobre la vida, cau-sando venturas ó desdichas. Sterichoro, por haberhablado con menosprecio de Helena, perdió la vistay no la recobró hasta que en otros versos desagra-vió á la heroína. Píndaro cree que un demonio ó

(1) Iliad., II, 93.(2) Odis., III, 215.—Iliad., VIII, 250.

genio protector asiste á cada uno de los nacidos.Poco después la historia de la demonología grieganos enseña que el demonio era un espíritu maléfico,ó que se dividían en protectores y perseguidores,como los impulsos y los deseos de la voluntad hu-mana. Divinidades secundarias, como las Erinnyas,Pense, Alastores, Moeras, Nemesis, se confundencon los malos demonios y con las divinidades infer-nales, y su acción sobre la vida es temerosa y ter-rible, siendo muy de notar la creación de las Moi-ras (¡jiorpa?) que representaban el cumplimientodel destino, encomendado á una personalidad secun-daria, porque son, en mi se sentir, la forma prime-ra de la Hada caballeresca.

Pero si estas creaciones de la fantasía religiosarenovaban de continuo el olimpo griego, hay queañadir las creencias populares sobre las prácticasadivinatorias, y sobre la magia, considerada comouna faz de la adivinación. En Grecia pulularon enesta edad los mágicos y los hechiceros. Los mági-cos efectos del brevaje de Helena, la magia del cin-turon de Afrodita, que engañaba á los mismos dio-ses, la varita encantada de Kermes, los conjuros alcurar las heridas de Ulises,las metamorfosis de suscompañeros, el canto mágico de las Sirenas, laspromesas de eterna juventud de Calipso, la historiade Proteo, la trasíqrmacion de Eson por Medea,las poderosas artes de esta terrible encantadora,las tradiciones de Chiron, etc., y tantas otras comonos ofrecen las leyendas heroicas de Grecia, dancumplido testimonio de que poco ó nada quedabapor imaginar en estos mundos de la fantasía.

Estas leyendas se propagaron en los siglos pos-teriores. Los mágicos en Grecia se distinguíanen ETOOSOI, en pacxvcavoi, es decir, fascinadores, y"¡•oriTeí, brujos, aulladores (de la raíz ^6r¡), quecon los Dactylos, Conbantes y Telchines represen-taban todas las variedades con que la fecunda ima-ginación del pueblo veía las prácticas y supersticio-nes de la magia. A la pálida y misteriosa luz de laluna evocaban los hechiceros legiones de espectrosy de sombras, y Aristófanes, Teócrito y Luciano,como Ovidio, Séneca y Plinio, nos hablan aún de losEmpusos, Strigos, Gelludos, Lesbos, Lamias, queson los progenitores de las hechiceras, trasgos,duendes y vampiros de los siglos posteriores. Des-pués aparecen los amuletos y los anillos mágicos,que tornaban á la naturaleza entera en humilde es-clava y servidora del encanto ó del encantador, quetrasformaba á sus enemigos en animales, como laantigua Circe, ó revestían las apariencias del ani-mal que creían más adecuado á sus designios, se-gún nos cuentan Plinio y Pausanias con ocasiónde la terrible lycantropia.

Desde los dias de Alejandro, principalmente, estasleyendas maravillosas florecieron por la influencia

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de las religiones del Asia menor, dada la tendenciade la Grecia, y después de Roma, á adoptar las di-vinidades y los ritos extranjeros. La magia orientaly los mitos de las religiones Siro-Fenicias penetra-ron y se propagaron por la Grecia, multiplicandosus prácticas y supersticiones, y el Orfismo per-mitía que se asociaran las creencias quiméricas dela magia y de la astrología á las creencias religio-sas. La degeneración de los sacerdotes órflcos po-bló las ciudades y las aldeas de adivinos y mágicos,y Platón los describe como sacriíicadores ambulan-tes, llegando la corrupción de los orfeotelestes alextremo de vender encantos, amuletos y filtros por-tentosos.

Enérgica y profunda fue la influencia de la filo-sofía en el mundo greco-romano; pero no desar-raigó las creencias que vivían en el pueblo. Losmismos filósofos epicúreos y estoicos consultabaná los dioses, tomaban parte en el culto y prestabanfe á la astrologia caldea. Siglos después, en su tra-tado de Adivinación escribía Cicerón: «Nam utvereloguamur, superstitio; ftisa per gentes, oppresitomnium /ere ánimos a'que homínum imhecillita.'lem ocupavil.» La ansiedad de lo maravilloso en lamuchedumbre esterilizaba las semillas de la influen-cia filosófica, como después resistió á la predicacióncristiana.

Pero estas creaciones adquirieron aún fastuosavegetación en la edad alejandrina. Ciencias, artes,filosofía y religiones, acudieron á lo sobrenaturaly maravilloso para satisfacer el apetito de lo di-vino, que se despierta ardoroso y febril al de-clinar la edad antigua. En el judaismo como en elpoliteísmo, á manera de invasión tumultuosa, pe-netran todas las esperanzas y ensueños de pasadasgeneraciones, decoradas y enaltecidas con los faus-tos y pompas de la teosofía oriental. Nada quedafuera del mágico influjo de la creencia en lo mara-villoso, y la predicación cristiana encendió más ymás estos pasmos y arrobamientos del espíritu, y sebuscó lo divino al través de lo inusitado y porten-toso de la teurgia y del milagro. No hay edad seme-jante en la historia, y si estudiada teológicamenteofrece asunto para graves y profundas medita-ciones, bajo el aspecto estético nos revela los gér-menes de todas las concepciones de lo maravilloso,de lo infernal y extra-humano, que corren por lasartes plásticas y figurativas de la edad media. Exci-tada por un estimulo místico, sorprendente, rompióla edad alejandrina, en una inextinguible figuracióndel mundo ideal, agotando la fantasía, en la combi-nación de las mil formas que le ofrecía la tradicióngreco-oriental, así en las alturas de la teología,como en las profundidades de la teurgia y en losmisterios de la magia. Los mismos evangelistas, ce-diendo á la creencia común, nos hablan de la ma-

gia y del poder de los mágicos. San Pablo ahuyentaá un espíritu de Pithon que inspiraba profecías á unadesventurada (4). Simón, ayudado de la magia yde los encantamientos, sedujo á los pueblos (2). Bar-Jesu, mágico que perseguía al cónsul Sergio, fuevencido por San Pablo (3), y los ángeles revistenforma humana y obran como seres corporales, y losespíritus malos, expulsados del cuerpo humano, va-gan entre las tumbas y en áridas soledades, segúnSan Mateo (4); y, por último, San Juan anuncia piro-digios y maravillas del genio del mal para seducirá los hombres (5).

Si en los severos Evangelios se encuentran estashuellas de la influencia del maravilloso popular,aunque subordinado á la demonología cristiana, nohay para qué decir en qué grado aparecía en lospoetas, en los novelistas y en los filósofos del perío-do alejandrino. En Plotino, Porphirio, Amelio, Jam-blicoysus discípulos, encontraremos no sólo doc-trinas, sino anécdotas y leyendas que pueblan demilagros y portentos su vida. La teurgia, en últimotérmino, reviste al hombre de aptitudes y condicio-nes divinas, y sus facultades adquieren una fuerza in-decible y una penetración sobrenatural, que le per»mite imponer su voluntad á la naturaleza, cortandosus procedimientos y variando sus leyes. SueSos,adivinaciones, profecías, evocaciones de sombras,misterios estáticos, amuletos y talismanes, pala-bras do conjuro, imprecaciones y fervientes súpli-cas, metamorfosis, espíritus malos, y ángeles y en-viados divinos, todo encuentra cabida y explicacióny enlace en los escritos de Jamblico y en las prác-ticas de sus discípulos y sectarios. No cabe dudarde la sinceridad de estas creencias, reconocida porlos mismos escritores cristianos, y su espíritu ytendencia se revelan en toda su extensión en losdias de Juliano, Máximo y Libanio. El demonio ha-bía fanatizado á Juliano, dicen los escritores cris-tianos, y las artes diabólicas servían grandementeá los planes del apóstata.

La crítica, al examinar el estado de la fantasíapopular en este singularísimo período, advierte queen la lucha entre las dos religiones que llenaba cie-los y tierras, no olvida ninguna de las fantásticascreaciones de la mitología greco-latina. El cristia-nismo las recibe eomo ciertas, y de consiguientelas perpetúa, por más que lasisstimc como obra yfruto del espíritu satánico. No niega su verdad, nolas rechaza de la vida y de la creencia como purasquimeras; las conserva como testimonio y repre-sentación de las artes infernales. En este punto son

(1) Actor., xvi, 16.(2) Actor., VIII, 9.(3) Actor., xin.(4) Matheo., xn, 43.(5) Apocalip., XIII.

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explícitos los Santos Padres de la iglesia latina y dela griega. San Agustín cree en una revelación deldemonio al hombre, admite los milagros de la ma-gia, cree que hace aparecer fantasmas respon-diendo á las evocaciones de los mágicos, atribuyefacultades portentosas á las malas artes; y los quecultivan la demonología, citan innumerables textostie Tertuliano, San Agustín, San Atanasio y San Je-rónimo, que comprueban que en efecto el cristia-nismo recogió todo el maravilloso greco-latino, sibien marcándolo con el estigma del horror y delespanto (1).

El hecho es de suma importancia en el estudio dela fantasía popular de la edad media, porque de unlado nos dice cuan arraigadas estaban las creenciasa que aludo en aquella sociedad, y de otro explicanel aspecto terrorífico que adquieren muchas crea-ciones rientes y graciosas en sus primitivas formasgreco-latinas.

No es de extrañar, por lo tanto, que en la litera-tura profana, este espíritu, que tan profunda huellaimprime en la religión y en la ciencia, dominase porcompleto. Basta hojear á los novelistas griegos paraencontrar las narraciones relativas á los Lamias,Gorgonas y Ephialtes, y referentes á Mormolyce yManducus, gigantes temerosos que, á manera delos ogros y vampiros posteriores, sirven de centi-nelas, guardianes y campeones. Las compilaciones,que han llegado hasta nosotros, de Apolonio y dePhlegon do Tralles, con el título de Historias ma-ravillosas, contienen innumerables narraciones so-bre estos seres extra-naturales; y Phocio nos cuen-ta que en el siglo VI, Damascio llenó de portentos ygenios semejantes cuantos libros escribía, sirviendosus maleficios ó sus presentes para auxiliar ó con-trariar las empresas del protagonista de sus fábulas.

Las leyendas religiosas no iban por otro camino,y las que nos recuerdan los Evangelios apócrifos ylas místicas, como la de San Cipriano y Santa Justi-na, y las que sirven de aderezo á las herejías de ma-niqueos, arríanos, y las que después se recogen enla Leyenda áurea, permiten, digo mal, imponen laafirmación de que era el mismo el estado de la fan-tasiía popular al ocurrir las invasiones del siglo V,que el que se demuestra en los libros de seis úocho siglos antes, sin otra diferencia que el haberrevestido lo maravilloso caracteres sombríos y te-merosos bajo la influencia de la demonología cris-tiana, de haberse convertido toda la-magia naturaly ¡artificiosa en horrible goelia, según el vocablogriego.

Hasta la irrupción de los pueblos bárbaros noofrece el caso dificultad en el estudio histórico, por-que las primitivas tradiciones de los pueblos some-

(1) V. Bizouard. Des rapports de l'homme avec le demon.Tomo I, lít>. IV. París, 1863,

tidos á la dominación romana, ó quedaron sepul-tadas bajo el peso de aquella civilización desde lostiempos de César y de Augusto, ó se trasformaronal contacto áe las tradiciones greco-latinas y cris-tianas, quedando sólo huellas y vestigios que afa-nosamente busca la arqueología. ¿Pero las razasque invadieron ydominaron las provincias occiden-tales del Imperio romano pudieron alterar las con-diciones de la fantasía de la raza vencida?

No creo que se ponga en tela de juicio la nega-tiva que sostengo. Ni godos ni francos pudieronejercer otra cosa que una dominación militar y po-lítica. La cultura greco-romana los ganó muy lue-go, y procuraron seguir los usos, leyes y religionesde los pueblos vencidos, así en Francia como enEspaña; y cuando Carlomagno ordenaba recogerlas tradiciones de su pueblo, sólo la leyenda his-tórica reaparecía en la memoria de los suyos, que-dando en el más profundo olvido la mitológica ymaravillosa.

No va mi afirmación hasta el extremo de negarque existiera en los pueblos invasores una tradi-ción maravillosa; pero era tan varia, tan nacida delas condiciones del cielo y tierra que atravesarondurante sus emigraciones, que faltando el rio, loslagos, los bosques que las inspiraban, se fundieroncon muy rarísimas excepciones en el molde greco-latino que informaba toda la vida histórica.

Así lo reconoce Mr. Beugnot, recordando en suapoyo que ya en 496 Clovis recibió el bautismo, yañade que en ninguna otra región de Europa eramás viva y enérgica la resistencia á abandonar lasprácticas y supersticiones idolátricas; lo que mere-ce estudio, porque en Francia se originan y crecenlos poemas caballerescos. Desde los d¡a.s de la do-minación romana, siguiendo su habitual política,habían trasformado á Odin en Mercurio, á Thor enJúpiter, á Frigga en Venus, y á la llegada de lospueblos francos, el antiguo culto indígena estabaolvidado; y Gregorio de Tours, expresando la creen-cia popular, considera á los bárbaros como adora-dores de Júpiter y Marte, y pone en boca de Clotil-de, cuando catequiza á Clovis, un discurso en queenumera é impugna los atributos de las falsas dei-dades Saturno, Júpiter, Marte y Venus.

Aun corriendo los tiempos, el mismo Gregorio deTours, refiriendo un milagro de la vida de San Ni-ceto, en 566, recuerda que los paganos invocaban áJúpiter, Mercurio, Venus y Minerva, y que se salva-ron del naufragio que refiere, cuando á instanciasde un cristiano invocaron á Jesús. En el mismo si-glo se conservaba el culto de Diana, que define unescritor cristiano Demonium quod rustid Dian%mvocant (i). En el segundo Concilio de Tours se con-

(1) Ducang, Gloss. V, Dianum,

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denaba el cuitó de Jano, y era el año 566. Mabillon,en la vida de Félix, obispo de Nantes, refiere quela villa de Herbadilla conservaba con fervor el cul-to pagano, y en vano quiso con sus predicacionesapartarlos del amor á Hércules y Mercurio. Con laautoridad de Mabillon, repetimos que en 565 enBretaña había adorantes idolum ritu Baechanlum.Gregorio de Tours recuerda que en sus dias se ado-raba á Diana en Treves. En el mismo siglo los Con-cilios condenan en Francia á los maniqueos, queeran muchos, y á los adoradores del dios Término;datos todos que autorizan para escribir con Beu-gnot que en el siglo VI el politeísmo existía casipor completo en las Galias, y se explica que laIglesia ordenara rogativas y oraciones ad calcan-dam gentiliwm, consuetudinem (1).

De paso siquiera, recordemos la conservación delas Saturnales, de las Calendas de Enero de quenos habla San Isidoro de Sevilla, de las Feralia yTerminalia, las Bacanales, las prácticas adivinato-rias que dieron margen á las leyes de ChildebertoDe abolendis idolatría religuiis, á las prohibicionesdel Concilio de Tours, del Sínodo de Auxerre y delConcilio de Narbona, prohibiendo celebrar el jue-ves como dia de Júpiter.

No sucede cosa distinta en el siglo Vil. Rouenconservaba un templo á Venus y otros á Júpiter,Mercurio y Apolo, que consiguió destruir su obispoSan Román. San Eloy, en 659, se dirige á los habi-tantes del Norte de Francia, donde se continuabael culto á Neptuno, Diana, Hércules y Minerva. Enel Concilio de Reims de 625 se prohiben de nuevolas fiestas y los sacrificios paganos, y aun en el siglosiguiente los príncipes Carlovingios añaden su au-toridad á la de los Concilios, los Sínodos y obis-pos para concluir con el culto y con las prácticasde los paganos; y por último, Carlomagno desplegauna crueldad inexplicable, si no fueran aún muchaslas raíces de las creencias gentílicas, lo mismo enlos cultos greco-romanos que en los germánicos. Lafamosa capitular De parttbus Saxonia costó á lossajones, adoradores de Júpiter-Odin torrentes desangre y motivó la cruel y horrible matanza de 782.Ordena á los obispos que se consagren como misio-neros á la extinción de lo que él llama spurciticegentüiwm. En la capitular de 789 ordena la perse-cución de los mágicos y de los encantadores, yprohibe á los paganos intentar acusaciones contralos cristianos; y por último, aun en una capitularde Luis I, de 867, se prohiben y castigan ceremo-nias nocturnas en honor de Diana, que practicaban,especialmente las mujeres.

Demuestran estos datos que no sólo las supersti-

(1) A. Bengnol.—Hist. de la destruction dupaganismeen Ooident.—París, 1835.—Tojpo II. Lit>. XII.

ciónos populares, sino hasta la práctica de los cul-tos y de las fiestas y solemnidades del paganismo,eran frecuentes en Francia en los dias mismos delos Carlovingios, y explica esta insistencia de latradición religiosa antigua el que la fantasía papularrecordara las leyendas y las narraciones maravillo-sas que iban enlazadas eon ese culto y con esas di-vinidades.

Los partidarios de la originalidad artística de laedad media hacen hincapié en la hermosa creaciónde las hadas, mágicas y encantadoras que, como laamiga de Merlin Viviana, Melusina, Urganda, e t c . ,constituyen, sobre todo en los libros de Caballerías,la deidad tutelar de los caballeros ó el poderosoenemigo que de continuo burla sus afanes. Las ha-das, decía ya Ducange en su famoso Glosario, eran«species dssmoneis: gallis faye vel fées; vox effictaforte á nympha. Itali fata etiam nunc dicunt, Oeci-tani fades. Fadas et hadas has vocant hispanicis fa-bularum seu romanorum scriptores.» Estas indica-ciones del ilustre benedictino han sido comprobadaspor la crítica contemporánea. El nombre se derivadel lalin fata, con que designaban los romanos álas Parcas, divinidades que presidían al nacimiento,al destino y á la muerte de los humanos. Abundan?las inscripciones latinas consagradas á estas divini-dades, /ala, que eran generalmente tres, que hila-ban los destinos humanos, con \o% nombres deNona, Décima y Parca. Su culto se confundió con elde las ninfas, cuyo nombre latino era Fatua?. Eranvírgenes hermosísimas, y ningún hombre debía pro-nunciar su nombre. Las Parcas, 6 fata latinas, re-producían la tradición de las (xotpai griegas, divi-nidades que asistían á Lucina y que decidían sobreel porvenir del recien nacido. Las fatas latinas,córoo laa moiras griegas, se confundían con lasninphas y habitaban las orillas de los lagos, las pro-fundidades de los bosques y las soledades de lasmontañas. Los romanos, como los griegos, les dlie-ron los epítetos de matres, matrona, y los mismoscaracteres con que hoy se conserva esta tradiciónpopular en la Grecia (i), reaparecen en el pueblogalo-romar.o. Como en Grecia, en Francia las hadaseran los geniosde las fuentes y de los bosques, y sóloen la famosa de Brecheliante se dejaban ver. Cercade la fuente de las hadas apareció Melusina á Riai-mondin, y cerca de una fuente se enamoró Graelende la hada con la cual desapareció para siempre.El nombre mismo de Viviana significa genio de losbosques, y en el seno de un bosque tuvo eterna-mente encantado á Merlin. Las hadas francesas,como las parcas griegas, asisten al nacimiento delos niños y les otorgan dones que deben influir po-derosamente en su vida. Las hadas se reúnen en

(1) V. Fauriel.—Cautos populares de la Grecia.

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torno de la cuna do Ogier le Danois, asisten al na-cimiento de Isaías el Triste, y en los Pirineos, comoen Bretaña, según las tradiciones populares, debeinvitarse á las hadas al nacer el niño para impetrarsu protección y auxilio. En una mano llevan el bieny en otra el mal, y si las ofrendas que reciben noson de su agrado, abren la una ó la otra mano. Lashadas de la edad media, como las parcas antiguas,se ocupan en hilar, y los poetas las representanconstantemente con husos y ruecas en las manos.Su belleza es indecible, y los trovadores y los poe-tas agotan la hipérbole en su descripción.

No cabe duda, examinando estos rasgos, y segúnla opinión de Maury, Grimm y Leroux de Lincy, quela tradición es esencialmente greco-latina, por másque el contacto con las razas germanas hubiera re-vestido de los atributos y caracteres de las hadasgreco-latinas á los Elfos y espíritus de los aires y delos bosques, que encontraban su genealogía en pri-mitivas tradiciones escandinavas. En los tiemposposteriores del desenvolvimiento de la poesía caba-lleresca, las hadas revistieron, como indica Duean-ge, el carácter demoniaco unas veces, y se confun -dieron otras con las brujas y las magas que adora-ban la magia negra; pero conservaron en las másde las ocasiones el carácter de genios tutelares,omnipotentes y solícitos que velaban por el cumpli-miento de los destinos humanos, ó que, irritadas yofendidas, perseguían á los mortales á la manera delas antiguas divinidades olímpicas (1).

No es, por lo tanto, creación original la de lashadas que aparecen en los poemas del ciclo carlo-vingio, y después con mayor aparato y mayor in-fluencia en los poemas del ciclo bretón, convirtién-dose en el verdadero Deus ex machina en los librosde Caballerías, sino que en su concepción esencial,lo mismo que en sus rasgos característicos, repro-ducen los juglares y poetas de la edad media el tipotradicional de las parcas y ninfas griegas y de las/ata latinas.

Pero ¡hecho singular! mientras de un lado, Carlo-magno perseguía á filo de espada á los paganos galo-roimanes y á los germanos, de otro, fundaba lasfannosas escuelas palatinas é iniciaba enérgicamenteel renacimiento, excitando á Alcuino y á sus discí-pulos á qué estudiaran la antigüedad, imitaran ásus poetas, cultivaran con amor el griego y el latin,provocando aquella verdadera faz del renacimientoquie dio importancia é influencia al bizantinismo enFrancia, y con el bizantinismo á la tradición greco-asiiática.

Se había mantenido y conservado la tradición

(!1) Leroux de Lincy, IntroductíOn au Uvre des legendes;Pairis, 1836.—A. Maury, Les/ees du moyen age; París, 1843,—V. Grimm y Schreiber, Die feen in Europa; Friebur-go, 1842.

greco-latina hasta el siglo VIH en el seno de la mu-chedumbre, en villas y aldeas alejadas de las gran-des capitales, si se quiere, y sobre todo en la po-blación rural; y cuando la persecución civil-ecle-siástica de Carlomagno extinguía las reliquias dela vida greco-latina, el renacimiento erudito, pro •movido é impulsado por el mismo Emperador, con-tagiaba con la tradición greco-asiática- á los doctos,trayendo á la literatura latino-eclesiástica el mara-villoso antiguo recordado por los cronistas y nove-listas del Imperio bizantino. ¿Qué puede estimarsecomo creación original de la edad media en estemundo maravilloso, descrito por los poetas y nove-listas caballerescos?

La enérgica representación de una individualidadque aislada de toda comunión con pueblos ó nacio-nes, sola las más veces, acompañada otras de po-cos servidores ó soldados, vaga á la ventura, enbusca de casos y empeños que la permitan mostrarsu esfuerzo, es una creación de los novelistas de laúltima edad del género caballeresco; pero no apa-rece así en los primitivos poemas, en los que siTristan sale de la corte de su tio, es en busca delremedio que ha de curarle la herida recibida demanos de Morhoult, y si vaga después de haber be-bido el (litro amoroso, es huyendo del irritado es-poso: lo mismo acontece en Ivan,ó el caballero delLeón, del mismo Chrestien de Troyes; y si en Erecy Enida sale en busca de aventuras Erec, es comocastigo por la molicie á que se había entregado enel palacio de su padre. Los caballeros del Santo-Graal llevan un propósito sagrado en sus peregri-naciones, y sus expediciones obedecen á un em-peño religioso. Digenis es el que, como despuésErec, sale en busca de aventuras como por solazy esparcimiento.

Pero estas peregrinaciones, ya voluntarias, ya na-cidas de infortunios y prolongadas por hados ene-migos, tenían un modelo imperecedero en la Odi-sea, que canta el avSpa itoXóipoirov, 8? n\á.fy^it\ ¡AóiXaitoXXá, es decir, al varón ingenioso, hábil y degrandes recursos que erró por largo tiempo. El reyde Itaca, el infortunado Ulises, es el tipo de estosperegrinos, perseguidos por fuerzas sobrenaturalesy sin más apoyo que su prudencia y su valor. LaOdisea es el tipo de los poemas de aventuras, y suinfluencia no sólo se advierte en el poema de Dige-nis y en los novelistas bizantinos, sino que influyópoderosamente en los libros de Caballerías.

Si la concepción del protagonista no se originani de los poemas de Chrestien de Troyes ni de losautores de los libros de Caballerías, y se encuentrael tipo acabado en la literatura griega y en las imi-taciones de la Odisea, lo mismo sucede con lomaravilloso. Sin ir más lejos, en la misma Odisea, seencuentran aventuras portentosas, que no quedan

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oscurecidas ni por las del rey Arthus, ni por las deTristan, ni el mismo Erec ó Porceval.

En su consecuencia, las formas de lo maravillosoqae se engendraron en los siglos inmediatos, re-conoeen estas dos fuentes: 1.a, la tradición de lafantasía popular, alimentándose con las creencias ysupersticiones heredadas del politeísmo y de lasherejías; y 2.", la influencia erudita, debida á losrenacimientos greco-latinos que se inician en losdias de Carlomagno. De aquí que el maravilloso delos poemas sea igualmente aplaudido por los doc-tos y por la plebe. Los unos saboreaban al leerlosrecuerdos de la tradición poética de griegos y ro-manos; la otra veía, en forma esplendente y her-mosa representación, los misterios tenebrosos quela habían sobrecogido de terror y espanto en losbosques, en las llanuras, en las montañas, y en lasnoches de invierno, escuchando las consejas y le-yendas en torno del hogar.

No hay necesidad de acudir á otras fuentes. Lainfluencia greco-asiática nos da todo el ajuar mito-lógico del maravilloso de los poemas y de los librosde Caballerías. Cuando la tradición se desvanece enel seno de la fantasía popular, la influencia bizantinay el renacimiento greco-latino la refrescan y remo-zan con nuevos y variados colores.

Son decisivas estas remembranzas de la anti-güedad greco-asiática. La poesía caballeresca seengendra por la influencia erudita, y se propaga porsu consonancia con la tradición legendaria popu-lar de la Europa ocidental. En la tradición greco-asiática encontraron los autores de narraciones ypoemas caballerescos dragones, leones, gigantes,enanos, mágicos, filtros, monstruos, hechiceros,talismanes, anillos mágicos, genios malignos ó pro-tectores, espadas encantadas, armas milagrosas,conjuros y trasformaciones, y sobre todo, esa luchade dos fuerzas rivales de que dispone ya uno yaotro encantador, para favorecer ó contrarestar losempeños humanos.

El carácter y la sucesión histórica de las formasde la poesía caballeresca, corroboran, en mi sentir,la tesis que sostengo.

¿Cuáles son los orígenes literarios de la poesíacaballeresca? ¿Son eruditos, ó populares, ó partici-pan de ambos caracteres? ¿Qué relación histórica yqué relación estética existen entre los poemas ca-ballerescos del ciclo bretón y los poemas del ciclogreco-asiático? ¿Cómo y por qué se relacionan esasformas con el poema de aventuras y, por último,con los libros de Caballerías?

F. DE PAULA CANALEJAS.

LA FERMENTACIÓNY SUS RELACIONES CON LOS FENÓMENOS OBSERVADOS

EN LAS ENFERMEDADES.

(Continuación.) *

He dicho que nuestro aire está lleno de gérmenesde fermentos, distintos del fermento alcohólico, queen ocasiones embarazan seriamente á este último.Son las malas yerbas de este jardín microscópicoque frecuentemente cubren y ahogan las flores.Veamos un ejemplo: déjese al aire leche hervida.Se enfriará, después se pondrá agria, y, por último,se dividirá como la sangro en globulillos y en suero.Póngase una gota de esta leche agria bajo la acciónde un microscopio poderoso, y míresela con cuida-do. Se verán glóbulos tenuísimos de manteca ani-mados de ese curioso movimiento de trepidación*llamado movimiento browniano (-i). No nos fijemosen este movimiento, porque hay otro que debemosseguir muy de cerca. Por todas partes se observaen los glóbulos una agitación mayor que la ordina-ria: fíjese bien la vista en un punto en que esa agi-tación se haya notado, y probablemente se verá sa-lir un organismo de la forma de una anguila largaque, separando á uno y otro lado los glóbulos, seagitará rápidamente en el campo del microscopio.Cuando uno se ha familiarizado con un tipo deeste organismo, que á causa de sus movimientos harecibido el nombre de vibrión, descubre otros mu-chos. Estos organismos y otros análogos, aunqueparecen sin movimiento, son los que al descompo-ner la leche la hacen agria y pútrida. Son fermentosagrios y pútridos, como la planta-levadura es el fer-mentó alcohólico del azúcar. Sepárense de la lecheestos organismos y sus gérmenes, y la leche persis-t¡w»agradable al gusto. Pero la leche puede volver-se pútrida sin agriarse. Examínese la leche pútriidaal microscopio, y se la hallará llena de organismosmonos largos, mezclados algunas veces con vibrio-nes, otras veces solos, y dejando percibir fre-cuentemente una gran vivacidad de movimiento-Sepárense de la leche estos organismos y sus gér-menes, y la leche no entrará nunca en putrefac-ción. Póngase una chuleta de carnero al aire y á lahumedad; si es en verano, adquirirá rápidamentemal olor. Póngase una gota del jugo de esta ehiu-leta fétida bajo un microscopio poderoso, y séverán hervir en ella multitud de organismos aná-logos á los contenidos en la leche pútrida. Estosorganismos, designados todos con el nombre debacterios (2), son los agentes de toda putrefacción.

* Véase el núm. 163, pág. 411(1) Estoy inclinado á creer que este movimiento debe

considerarse como un efecto de tensión de superficie.(2) Indudablemente se hallan agrupados, bajo e¡ste

nombre común, organismos que presentan grandes dife-rencias específicas.

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Quítense de la carne estos organismos y sus gérme-nes, y se conservará siempre en estado sano. Porconsiguiente, principiamos á ver que en el mundode la vida á que pertenecemos hay otro mundo quesólo puede distinguirse con el auxilio del micros-copio, pero que tiene, no obstante, con el bienestarde nuestro mundo, relaciones importantísimas.

Discurramos ahora un poco, si lo tenéis á bien,sobre el origen de estos bacterios. Se os pone en lamano cierta cantidad de polvo granulado y se ospregunta qué es: le examináis y por cualquier moti-vo sospecháis que en aquel polvo se hallan mezcla-das simientes ó sporos de algunas especies vegeta-les.. Preparáis un cuadro en vuestro jardin y sem-bráis en él aquel polvo, y pocos dias .después veisbrotar en el cuadro una mezcla de ruibarbo y decardos silvestres. Repetís la experiencia una vez,dos, diez, cincuenta veces. Sembráis el polvo endistintos sitios, y siempre con el mismo resultado:¿cómo responderíais á la pregunta que se os ha he-cho? Desde luego diríais: Yo no puedo afirmar quecada grano del polvo sea un grano de simiente deruibarbo ó de cardo silvestre; pero puedo afirmarque la simiente del ruibarbo y del cardo silvestreforma una parte del polvo. Supongamos que se ospone en la mano una serie de polvos análogos cuyos

t granos sean sucesivamente más y más pequeños,hasta que lleguen á la dimensión de partículas depolvo impalpable: supongamos también que obráisdel mismo modo con esos diferentes polvos y queal cabo de unos dias cada uno de ellos da una plan-ta, sea trébol, mostaza, reseda ó una planta aúnmás pequeña; la pequenez de las partículas y de lasplantas que de ellas resulten no puede afectar ennada la validez de la deducción. Sin sombra de dudadeduciréis que el polvo debía contener las simientes6 los gérmenes de los productos vivos que obser-váis. En Física no hay experiencia más segura quela que acabamos de citar.

Supongamos que este polvo sea bastante ligeropara flotar en el aire, y que os halléis en disposiciónde verle tan bien como el polvo más pesado en elhueco de la mano. Si el polvo sembrado por el aire,en vez de ser sembrado por la mano, produce defi-nitivamente una cosecha viva, podéis deducir conel mismo rigor que los gérmenes de esta cosechadebían existir en el polvo. Pongamos un ejemplo:las simientes de la plantita penicilliumglaucum, deque ya os he hablado, son bastante ligeras para flo-tar en el aire. Una manzana cortada, una pera, untomate, una raja cualquiera de médula vegetal, ócomo dije antes, un calzado viejo, una vasija concola, un tarro de almíbar, constituyen un suelomuy á propósito para elpeniciüium. Ahora bien: sipudiera probarse que el polvo defaire, cuando sele siembra en ese suelo produce la planta, al paso

que, faltando el polvo, ni el aire, ni el suelo, ni losdos reunidos, pueden producir el penicillium, setendrá, con razón, por cierto que en este caso elpolvo flotante contiene los gérmenes de esta plan-ta, así como el polvo sembrado en los cuadros devuestro jardin contenía los gérmenes de las plantasque en ellos se desarrollaron.

Pero ¿cómo se hace visible el polvo flotante? Po-déis hacerlo del modo siguiente: Construid una ha-bitación pequeña con su puerta, ventanas y puertas-ventanas. En una de estas abrís un orificio que déacceso á un rayo de sol, y cerrad la puerta y lasventanas de modo que no pueda entrar más luz quela que pasa por el mencionado orificio. Al prontoveréis clara y viva en el aire de la habitación lahuella del rayo del sol; pero si se evita toda turba-ción en el aire, irá debilitándose cada vez más hastaque al fin concluirá por desaparecer completamentey no se distinguirá la huella del rayo solar. ¿Qué eslo que hacía visible primeramente este rayo? Erael polvo flotante que, iluminado y observado de estemodo, se hacía tan palpable á nuestros sentidoscomo otra cualquier especie de polvo que tuviése-mos en el hueco de la mano. En el aire tranquilo elpolvo cae poco á poco al suelo ó se'adhiere á lasparedes y al techo, hasta que al fin, por este proce-dimiento de limpieza automática, el aire queda com-pletamente purgado del polvillo que tenía mecáni-camente en suspensión.

Procediendo como acabo de decir, creo que mar-chamos por el verdadero camino. Continuemos delmismo modo. Cortemos un bifsteeck y dejémoslepor espacio de dos ó tres dias en agua caliente; deeste modo, extraeremos jugo de vaca en estado deconcentración. Haciendo hervir el líquido y filtrán-dole, podremos obtener una infusión teiforme devaca perfectamente trasparente. Expongamos va-rios vasos que contengan esta infusión al aire denuestra habitación, purgado, como ya hemos dicho,de materias en suspensión, y pongamos otro ciertonúmero de vasos iguales que contengan el mismolíquido en contacto de un aire cargado de polvo.Al cabo de tres dias, cada uno de los vasos del se-gundo grupo tendrá mal olor, y si se le examinacon el microscopio se verán flotar en él numerososbacterios de la putrefacción. Pero al cabo de tresmeses ó de tres años se hallará que la infusión en-cerrada en la habitación arriba descrita, está tanclara, con tan buen gusto y tan libre de bacterioscomo en el momento en que se pusieron en ella losvasos. No hay absolutamente más diferencia entregl aire exterior y el interior que estar uno cargadoy libre el otro de polvo. Proseguid la experienciadel modo siguiente: abrid la puerta de aquella ha-bitación y dejad entrar el polvo: al cabo de tres diasveréis hervir en bacterios los vasos contenidos en

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ella y el líquido en estado de putrefacción activa.La deducción es ahora también tan cierta como enel caso del polvo sembrado en vuestro jardín. Mul-tiplicad este género de pruebas construyendo cin-cuenta habitaciones en vez de una, y empleando enellas todas las infusiones imaginables procedentesde animales silvestres ó domesticados, de carne ó-de pescado, de aves y de visceras, ó de legumbresde todas especies. Si en todos estos casos se en-cuentra que el polvo produce invariablamente eldesarrollo de los bacterios, al paso que ni el airesin polvo, ni las infusiones de materias alimenticias,ni ambos elementos reunidos pueden producir nun-ca ese desarrollo, llegareis á deducir de un modoconcluyente que el polvo del aire contiene los gér-menes del desarrollo de bacterios que se ha efec-tuado en todas vuestras infusiones. Lo repito, nohay en la ciencia experimental conclusión máscierta que esta. En presencia de estos hechos, yusando las mismas expresiones de un artículo pu-blicado recientemente en la revista Phylosojlcaltransactions, diremos que, sería absolutamente mons-truoso afirmar que los bacterios cuyo desarrollose ha visto han sido engendrados espontáneamente.

¿Pero no existe ninguna prueba de generación es-pontánea? Yo respondo sin vacilar: no. Mas dudarde la prueba experimental del hecho y negar suposibilidad son dos cosas distintas, aunque algunosescritores confunden las cuestiones haciéndolas si-nónimas. Esta doctrina de la generación espontáneaforma parte, bajo una ú otra forma, de las creenciasteóricas de algunos de los más notables operariosde la ciencia de nuestra época; pero precisamenteson hombres que tienen suficiente penetración paraver y bastante honradez para publicar la debilidadde las pruebas que poseen en su favor.

Y al paso observemos cómo coinciden estos des-cubrimientos con las prácticas ordinarias de la vida.El calor mata los bacterios, el frió los entumece.Cuando mi ama de gobierno tiene faisanes y deseaconservarlos en buen estado, por temor de que sele echen á perder, principia por hacerlos hervir unpoco, de modo que mata los bacterios que princi-pian á nacer, y retarda de este modo el momentode su putrefacción. Hirviendo la leche aumentaigualmente el tiempo que puede conservarse. Hacealgunas semanas estaba yo en los Alpes, donde hicealgunas experiencias acerca de la influencia del friósobre las hormigas. Aunque el sol tenía mucha fuer-za, veíanse grandes manchones de nieve adheridaá las pendientes de las montañas. Las hormigas es-taban en la hierba y en las rocas calientes libres denieve. Cuando se las trasportaba sobre la nieve que-daban paralizadas, siendo sorprendente la rapidezde su parálisis. Una hormiga gruesa perdía entera-mente su facultad de locomoción al cabo de algunos

segundos, después de algunas ligeras convulsiones,y caía como muerta sobre la nieve. Trasportada denuevo á la roca caliente, volvía á la vida, y se podíahacerla caer de nuevo en su entumecimiento po-niéndola otra vez sobre la nieve. Lo que pasa á lahormiga pasa también á nuestros bacterios. Su vidaactiva está suspendida con el frió, y con la vida estásuspendida también la facultad de producir ó conti-nuar la putrefacción. Hé aquí en qué consiste todala ciencia de la conservación de la carne por el frío.

Asi, por ejemplo, cuando el vendedor de pescadorodea su mercancía con hielo, detiene la acciónde la pulefraccion entumeciendo y reduciendo á lainacción los organismos que la producen; y faltandoestos organismos, el pescado se mantiene sano ycon buen gusto. La pasmosa actividad que por elcalor adquieren estos bacterios es la causa de queun día de calor sea tan desastroso para los carni-ceros en grande escala de Londres y de Glasgow.Los cuerpos de los guías que se pierden en las grie-tas de los ventisqueros de los Alpes han vuelto áaparecer alguna vez cuarenta años después de sudesaparición, sin que sus carnes mostrasen indicioalguno de putrefacción. Pero el caso de este géneromás admirable es el del elefante velludo de Sibe-ria que se ha encontrado incrustado en el hielo.Hacía siglos que estaba allí enterrado; pero cuandoquedó al descubierto, su carne tenia buen gusto, ypudo servir, durante algún tiempo, de alimento álos animales carnívoros que vinieron á regalarsecon ella.

Atacan á la cerveza todos los organismos de queacabamos de hablar: algunos de ellos producen elácido acético y otros el ácido butírico, cuando lalejígdura se halla expuesta á la acción de los bac-terios de putrefacción. En sus relaciones con labebida especial que se propone fabricar el cerve-cero, los fermentos extraños se llaman con razionfermentos de alteración. Las células de la vefda-dera levadura son unos glóbulos que habitualmemteson un poco prolongados. Los otros organismos seaproximan más á la forma de cilindros ó anguili-llas, y algunos se asemejan á collares de perlas.Cada uno de estos organismos produce una fermentacion y un olor que le son peculiares. Sepárensede la cerveza, y permanecerá siempre sin alterarse.Sin ellos, la cerveza no podrá experimentar nuncaalteración. Pero sus gérmenes están en el aire, enlas vasijas empleadas en las cervecerías, y hasta selos encuentra en la levadura, con que se impregnael mosto. Sea intencionadamente, sea sin darse com-plelimente cuenta de ello, el cervecero ejerce suarte de modo que lucha contra ellos. Su objeto esparalizarlos, si no puede aniquilarlos.

Además, la cuestión de temperatura es, para lacerveza, una cuestión de la mayor importanciai; y

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en efecto, la observación de su influencia ha pro-ducido una revolución completa en la fabricación dela cerveza en el continente europeo. Cuando yo eraestudiante en Berlín, en 1851, entre los puntos enque se vendía cerveza, había algunos que gozabandel favor del público. Aquella cerveza estaba pre-parada por el procedimiento que se llama de fer-mentación baja, nombre que se le dio en parte por-quo en vez de elevarse la levadura de la cerveza ála parte superior y salir por el orificio, cae al fondode la barrica, pero, en parte, también porque seproduce á baja temperatura. El otro procedimiento,que es el más antiguo, se llama de alta fermenta-ción; es de manipulación más cómoda, más expe-dita y menos costosa. Con la fermentación alta bas-tan algunos días para obtener la cerveza; con lafermentación baja se requieren diez, quince y hastaveinte dias. Además, en el procedimiento de la fer-mentación baja se emplean grandes cantidades dehielo. Sólo en la cervecería de Breher, en Viena, seconsumen anualmente cien millones de libras (me-dida inglesa) de hielo para enfriar el mosto y la cer-veza. A pesar de sus inconvenientes evidentes ygraves, la fermentación baja tiende muy rápida-mente á reemplazar á la alta fermentación en el con-tinente. Hé aquí algunas cifras de estadística quedan el número de las cervecerías de cada especieque existían en Bohemia en 1860, 1865 y 1870.

1860 1865 1870Fermentación alta 281 8~f~ Í8~Fermentación baja 135 459 831

De modo que en diez años el número de las cer-vecerías de fermentación alta ha bajado1 de 281 á 18,al paso que el número de las de fermentación bajase ha elevado de 135 á 831. La única razón de cam-bio tan grande, aunque implica una pérdida excesivade tiempo, de trabajo y de dinero, es que el cerve-cero encuentra por este procedimiento el medio de |dominar más fácilmente la acción de los fermentos jperniciosos. Estos fermentos, que, como puede re-cordarse, son organismos vivos, pierden su activi-dad á temperaturas inferiores á 10" centígrados, y -¡mientras permanecen en ese estado de entorpeci-miento, la cerveza ni se agria ni entra en putrefac-ción. La cerveza de fermentación baja se fabrica eninvierno y se conserva en bodegas frías. De estemodo el cervecero puede disponer de ella á volun-tad, sin tener que ac3lerar el consumo para evitarlas pérdidas que le ocasionaría, la alteración quepudiera producirse permaneciendo almacenada mu-cha tiempo. Debe observarse que el lúpulo obrahasta cierto punto como antiséptico. El aceite esen-ciall del lúpulo es un bactericida; de ahí la costum-bre de impregnar fuertemente de lúpulo el jugo detod;a cerveza destinada á la exportación.

Pudieran llegar á considerarse estos bacterios y

todos los organismos inferiores como los principiosde la vida, si no supiésemos que el microscopio, conla perfección y preciosas propiedades que ha al-canzado, no puede en modo alguno mostrarnos elprincipio de la vida. En la economía de la natura-leza esos organismos no son ni seres absolutamenteinútiles, ni seres absolutamente perjudiciales. Por-que solamente tienen esta última cualidad cuandoestán en un punto que no les conviene. Ejercen unafunción útil y preciosa para quemar y consumir lasmaterias muertas, los animales, los vegetales, y re-ducir estas materias, con una rapidez que no podríaobtenerse do otro modo, en ácido carbónico inofen-sivo y en agua. Además, no son todos iguales, y en-tre ellos hay sólo ciertas clases, cortas en número,que son realmente peligrosas para el hombre. Existeen ellos una diferencia que merece hablemos aquíde ella. El aire, ó más bien el oxigeno del aire, quees absolutamente necesario á la vida de los bacte-rios de putrefacción, es completamente letal paralos vibriones que producen la fermentación butí-rica acida. Este hecho se ha evidenciado por lapreciosa observación de-M. Pusteur que voy á des-cribir. Ya es conocida la manera de observar esospequeños organismos á favor del microscopio. Secoloca sobre una lámina de cristal que tenga unapequeña concavidad una gota del líquido que loscontiene,*y sobre la gota un disco de cristal suma-mente delgado: para que el aumento sea suficiente,es necesario que el microscopio esté situado muycerca de los organismos. Hacia los bordes del dis-co, el líquido está en contacto con el aire y le ab-sorbe continuamente, y en especial su oxígeno. Deaquí que si la gota contiene bacterios, tendremosuna zona de estos infusorios llenos de vida; pero átravés de esta zona viva, ávida de oxígeno, y quese la apropia, no puede penetrar ol gas vivificantehasta el centro de la capa. En el centro, pues>mueren los bacterios, al paso que sus compañerosse hallan en plena actividad en la periferia. Si al-guna burbuja de aire llega á penetrar en la capaque está inmediata á la exterior, se ve á los bacte-rios que hay en ella agitarse y dar muestras de suactividad, hasta que han absorbido todo el oxigeno.Precisamente lo contrario acontece con los vibrio-nes del ácido butírico. Con estos, los organismosde la periferia son los primeros que mueren y losdel centro permanecen vigorosos rodeados de unazona de organismos muertos. Pasteur ha llenadoademás dos vasos con un líquido que contenía es-tos vibriones; introdujo aire en uno de ellos.y losvibriones murieron en el espacio de una media hora;en el otro introdujo ácido carbónico, y pasadas treshoras estos organismos se hallaban en plena acti-vidad. Observando, hace quince años, estas diferen-cias en la acción de uno y otro Jlúido sobre esos

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tenues organismos, se suscitó en su mente la ideade la posibilidad de la vida sin aire, y sus relacionescon la teoría de la fermentación llamaron la aten-ción de aquel admirable investigador.' Y, á propósito de esto, tentado estoy de preguntar cómo es que durante los cinco ó seis afios últi-mos se han visto en Inglaterra y América tantostalentos cultivados separarse, como lo han hecho,de la fuente pura y sana de la verdad científica quese encuentra en ¡os escritos de Pasteur. El hecho estanto más sorprendente, cuanto que en el número deaquellos talentos se encuentran miembros de la pro-fesión médica y colaboradores de algunos de nues-tros periódicos más entendidos y reputados. La res-puesta que puedo darme es que, al paso que un ta-lento claro puede defenderse en la lucha con unamala lógica, por el contrario en la lucha contra expe-riencias defectuosas queda"sin defensa, á menos queno esté perfectamente disciplinado. Juzgar del valorde los datos científicos y sacar deducciones de datosque se consideran de valor, son dos cosas total-mente distintas. En un caso el trabajo versa sobrehechos materiales desnudos; en el otro sobre el te-jido lógico urdido con estos hechos materiales.Ahora bien, la función lógica puede efectuarse yverificar exactamente todos sus movimientos aun-que el tejido sobre que se ejercita tenga podridasla urdimbre y la trama. La causa primera de'haberseseparado de las ideas de M. Pasteur es la falta dehabilidad motivada por la falta de la instrucción ne-cesaria para una buena experimentación.

Voy á citar un ejemplo de estos errores do juicio..'Entre los artículos de fondo y las revistas hebdo-madarias de la Saturday Reviere se hallan interca-lados ensayos sobre diferentes materias. Al ponermeá leer estos ensayos, en las veladas de las nochesde descanso, me ha llamado la atención, no sólo lagran habilidad literaria, sino también la profundaciencia y el poder de experimentación intelectualque brillan en aquella revista. En ella se ha discu-tido la cuestión de La generación espontánea. Elautor de estos artículos no es en modo alguno infe-rior á sus colegas en cuanto al talento literario y ála fuerza lógica; pero como sus antecedentes no lesuministran ninguna piedra de toque para distinguiruna buena de una mala experimentación, ha com-prometido la autoridad del competente periódico enque escribe, en un punto de tamaña importanciapráctica, y se ha puesto al servicio del error. Lorepito, sólo con la práctica de los hechos puede lainteligencia adquirir aptitud para interpretarlos, yno hay sutileza lógica ni habilidad literaria quepueda suplirá la falta de instrucción indispensable.

JOHN TYNDALL.(Congreso de Glasgow.)

LA ESCULTURA CONTEMPORÁNEA.

I.

Señores: (1)Abierta la edad presente á todo género de inves-

tigaciones y debates; el ardor, la precipitación yvehemencia con que suelen formularse los juicios,estorban que se nivelen siempre con la precisión yia justicia. Nada, por ejemplo, tan demostrado, paraciertas escuelas, como la decadencia de las artesbellas en nuestros dias, y nada por tanto que másdifícil sea de decidir y de comprobar. Eleva'ndo, losque así discurren, hechos singulares á la categoríade. leyes absolutas; deduciendo de premisas, no deltodo erróneas, consecuencias que si el espíritu desecta no vació en sus moldes, adolacen de falta delógica y de sobra dcapasionamiento; confundiendolo que pedía análisis, y hasta con ignorancia delvalor gramatical de las palabras, afirman que lasartes plásticas y del diseño, carecen de energíapara reponerse de su desmayo, toda vez que pos-puestos ó escarnecidos los ideales que un dia ri-gieran la producción estética, el artista se arrastrapor el lodo de! más grosero realismo, sin medios nivoluntad para vencer las dudas y contradicciones,al calor de las rebeldías morales engendradas ytriunfantes. Ni se dio, en sentir de estos pensado-res, nada tan incompatible, por esencia y forma,con el sensualismo dominante, cual la composturay elevación de que las obras de arte deben veniracompañadas si no han de verse convertidas en ob-jeto de mísero comercio y en satisfacción de livia-nos apetitos; y es tal nuestra desdicha, que no secoljuíibra remedio eficaz á la dolencia, pues lascorrientes más poderosas del siglo, llevan la inspi-ración hacia el despeñadero de la incredulidad ydel escepticismo, de donde únicamente lograríansacarla las máximas que en tiempos más bonanci-bles nutrieron la vida toda, con sus sustanciosos ysaludables jugos.

Contrayéndome á la escultura, por ser la que, se-gún los críticos á que me refiero, debelara más elo-cuentemente la verdad de sus observaciones, añá-dese que ni aun cabe discutir su pequenez y rebaja-miento. A lo sumo otórgase á los contemporáneosfacultad para reproducir los antiguos modelos conmayor ó menor exactitud, nunca con la originalidadque reclaman las genuinas creaciones del genio.Después de las tentativas restauradoras del Rena-cimiento, la enfermedad, dicen, ha cobrado muyalarmantes proporciones. Luchan ya el cincel y el

(1) Discurso leido por el autor al tomar asiento comoAcadémico de número en la Real Academia de BellasArtea de San Fernando.

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mazo poco menos que sin fuerzas contra los re-cuerdos clásicos y los obstáculos de todo géneroque la civilización moderna les suscitan. Gime, porel momento, el arte divino de Fidias en enojosodescrédito, y fatalmente hay que aplazar su rege-racion y medros, abandonando la pretensión delevantarlo, en lo presente, con los elementos deque disfrutamos.

Reconozco, señores, que, bajo determinados con-ceptos, los tiempos actuales no facilitan con elamor que algunas de las civilizaciones antiguas laexpresión de ciertos sentimientos; pienso que nues-tras condiciones sociales difieren de las alcanzadaspor griegos y romanos, lo necesario para crear di-ficultades al escultor con la supresión ó mudanzade los resortes que debían coadyuvar al éxito desus empresas; y no obstante, paréceme ilícito ne-gar que el siglo XIX disfruta de títulos, y no escasos,para reclamar un puesto de honor al lado de losque más se puedan haber enaltecido en esta clasede ventajosas manifestaciones. Con error y des-conocimiento real de las cosas proceden los queniegan originalidad y belleza á la escultura com-temporánea; mucho más los que se atreven á sos-tener que ui goza de vida lozana ni tiene puestoreservado en los fastos del humano progreso.

Veamos, antes de ventilar el tema en la esfera delos hechos, lo que acerca de él nos enseña el racio-cinio filosófico. Y en primer término, cúmpleme ad-vertir que cuantos hablan de decadenciaas artísticasno se fijan en las mudanzas que en todas las cosas alhombre relativas introduce y justiflca el movimientode la vida social. Ni como idea ni como forma es elarte inamovible; por el contrario, se altera y modi-fica, en lo justo, según la índole de las civilizacio-nes, porque al par de todo el mundo, hállase sujetoá crecimientos y vicisitudes que se engendran unosde otros, trasformándose y adaptándose á las suce-sivas necesidades de la vida histórica. Lejos estánde ser absolutos y constantes los principios que ri-gen la actividad estética; pues hasta el conceptoreflexivo de lo bello abstracto, esperimenta cam-bios que alcanzan al tipo de la belleza exteriorizada.

Es el arte uno y vario; uno en cuanto á que suobjeto es la bellez.a sensible; vario en lo que toca álos medios que utiliza y concierta, y a! par á losmétodos que emplea para realizar sus producciones.Pensar que la escultura clásica es toda la escultura,esto es, representarla cual exclusiva muestra y pro-totipo de lo bello, equivale á desconocer la variedady riqueza de la inteligencia humana y negar sus fa-cultades. Sin salimos de los límites del mundo anti-guo, descúbrense otras civilizaciones que ofrecenobras bellas, bajo la ley de la relatividad á que estásujeto el arte. Buscar lo.'absoluto en su historia, esafanarse tras fantasma impalpable: fórjase lo abso-

luto estético por el raciocinio convenientementeguiado; pero, si existe en el mundo objetivo, no fuehasta ahora sentido y apreciado por ninguna capa-cidad consciente. Es la realidad varia y multiforme,y el arte es realidad, y por eso varía en sus formasaccidentales ó permanentes, en el grado que per-mite su nativa sustancia. Llégase á lo ideal lógica-mente por la experiencia y la especulación: podrápensarse un bello absoluto abstrayendo cualidadesy encadenando silogismos; pero ese absoluto, sinrealidad positiva, no será el de los artistas ni elde sus concepciones, si el de los metafisicos.

Forzoso es, dada la legitimidad de esta doctrina,representarse la escultura cual serie de hechosreales que empieza en el idolillo modelado con ar-cilla por el hombre primitivo, y que se continúa átravés de los siglos. Reconocido así, adviértese queen toda obra escultórica es de razón discernir loindividual y lo social, la parte de mérito ó flaquezaimputable al artista exclusivamente, y lo que corres-ponde al medio moral donde se inspira y mueve.Queda por tal modo, la obra, en relación con lasdos energías en ellas concertadas; con la del autory con la-del momento histórico en que éste vive.Ábrese entonces ancho horizonte á la contemplacióndel critico, y los problemas más oscuros se iluminan.Las obras que estudia responden al estado que elarte alcanza como tecnicismo, gusto y finalidad, ytambién al temperamento de las instituciones reli-giosas y seculares, ó no responde á lo uno ni á lootro, y es arcaísmo, utopia ó producto abortivo sinviabilidad.

Rara vez acontece lo último; lo usual es lo pri-mero. El arte en sus trasformaciones es símbolo yresumen de la vida moral de los pueblos. Sokr asíse justifica como institución. Ni aconepañados deeste criterio ha de parecemos tan inexplicable laescultura asiria ó ninivita con sus misterios, ni tanmonstruosa la indostánica, ni exenta de todo mere-cimiento la del Egipto. La inmovilidad del ídolo áorillas del Nilo, su expresión y sus accesorios enlas del Ganges, no se reputarán defectos propiosdel artista, ni cual signo de incapacidad estética,antes bien como efectos del hieratismoy de la litur-gia. Toda la exuberancia decorativa délos inmensossimulacros de Ellora y de Elephanta, toda la abru-madora riqueza de los monumentos de Korsabad yde Persépolis, de Nimrod ó Koyunjik reconocen pororigen nó la fantasía desbocada, abriendo la puertaá todo género de dislates, sí las ideas que forman eldominio jurídico donde el arte actúa. En mi juicio,todo estudio que tenga por objeto el arte antiguo ómoderno, en alguno de sus períodos, ha de pedirauxilio al conocimiento de las instituciones que loacaloraron, y solo así habrá ocasión de juzgar susobras con la bondad y precisión que consientan la

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capacidad del que examina y los métodos emplea-dos en la indagación.

Fijándome de nuevo en la escultura que prece-dió á la helénica, paréceme que las obras egipciacasó babilónicas no arguyen carencia de ingenio ni demaestría en los escultores. Llegaban éstos en el pu-limento del duro granito y del tenacísimo pórfido ádonde puede llegar el maestro de hoy que goce deinstrumentos más perfectos, y en lo privativo al di-bujo y al modelado, tanto como á la interpretaciónde las líneas y ondulaciones del cuerpo, monumen-tos ofrece el Egipto que nos enseñan el admirablegrado de delicadeza y de exactitud á que sabían ypodían elevarse sus artistas. Basta citar las estatuasde Schafra y de Ra-em-ké, para que á la memoriaacuda el recuerdo de las maravillas que aquellosprodujeron, siempre que favorables coincidenciasles brindaban propicia ocasión y coyuntura; bastacontemplar alguna de sus representaciones conme-morativas, para descubrir su idealidad poderosa,juntamente con el viril empeño de lijar el exactoparecido del personaje retratado. Si los brazos no seapartan del tronco, si las piernas están pegadas éinmóviles, si el cuello aparece rígido y la estatuaentera carece de gracia y de vida, atribuidlo á la li-turgia, nunca á la extravagancia del gusto ó a la in-capacidad del tecnicismo. Detrás de cada simulacroyace una momia, y la momia es el símbolo perfectodel pueblo egipcio; que es el Egipto cual inmensanecrópolis donde la vida obtiene una representaciónsuministrada por la muerte, en algunos de sus másseñalados atributos.

Trasladándonos de la patria de los Faraones á laGrecia, vemos que el fenómeno se repite bajo dis-tinta clave. La escultura es el emblema de la exis-tencia social: el escultor piensa con sus contempo-ráneos, y retrata las alegrías, los entusiasmos, losdesfallecimientos, las esperanzas, las flaquezas y lasvirtudes de su siglo. Al lado de lo que al genio y ála inspiración individual pertenece, notamos lo queprocede de las muchedumbres, lo que representael inextricable tejido de relaciones, influencias, afi-nidades é impulsos que concurren á la producción.Como en todas las antiguas eivilizaciones, el artehelénico es mayormente litúrgico. Al labrar el már-mol ó al fundir los metales, cree el artista ejecutarun acto religioso, ó, por lo menos, de la más ele-vada moralidad. Todo por la religión', porque estaes la savia poética, el caudal armónico que enri-quece la vida. De aquí la constante elevación delgenio helénico hacia lo abstracto, hacia aquel tér-mino de suprema beatitud y olímpica serenidad quePlatón formularía en filosóficos conceptos. La per-fección imaginada, descansando en el equilibrio delas facultades, en el ritmo de los movimientos, enla compostura del talante, en el decoro de la expre-

sión, en la belleza del conjunto; tal es el objeto delarte escultórico. No repiten las estatuas servilmentela realidad, porque esta no alcanza la perfecciónabsoluta; solo al arte es dado realizarla, corrigien-do, mejorando, regularizando la naturaleza, suje-tándola al canon teórico y convencional que la as-piración reflexiva de lo grandioso ha forjado. Elidealismo del arte griego no se parece á ningúnotro, porque es la apoteosis del hombre y de la na-turaleza.

Bastan estas observaciones para que el ánimo nose extravíe al penetrar en la heredad del arte mo-derno y contemporáneo. Nuestro siglo no conoce elarte litúrgico como institución. Ahora la escultura,cual la pintura, son puramente seculares. Esta re-reforma trascendental que apunta en las postrime-rías de la Edad Media, cuando pintores, imagineros,orfebres y tallistas abandonan las celdas monacalespara constituirse en gremios, conlraternidades ygildas; esta mudanza, impulsada como doctrina porla iconomanía y sistematizada en las luchas cívico-religiosas que terminan con la paz de Westfalia,contiene todo el arte moderno, explicando sus re-veses y sus glorias. La secularización de la escul-tura no es un hecho subalterno ni exterior; es todala ley estética modificada; es el cambio radicalísimodo los polos de la producción, ó sean el móvil y lafinalidad. Con esta sola reflexión quedan descifradastodas las vicisitudes de la escultura desde Berninohasta los últimos representantes del amaneramientofrancés; reflexión que nos declara sus actuales zo-zobras, sus dudas, sus vacilaciones y también susesperanzas y sus triunfos, que nos dice cómo el artecambia de norte, cómo ya no le protege el templo,ni vive en la inviolabilidad del dogma, rodeado dela barrera de la piedad devota, hallándose expuestoá toaos los embates de la social contienda, habiendode oponer su existencia y sus prerogativas á otrosmuy importantes modos de la actividad humana,teniendo que adaptar formas antiguas á ideas mo-dernas, .y por tanto, que recoger con esmero lossentimientos que ahora nos conmueven, para ex-presarlos en majestuosas creaciones, donde la rea-lidad se asocie al más encumbrado idealismo.

Bien lo sabéis, señores; en Grecia el desempeñode un cargo equivalía, para el artista, al cumpli-miento de una misión entre religiosa y política.Entre nosotros, el escultor es sólo un hombre demás ó menos talento, cuyos méritos personalespueden elevarlo en la escala de la holgura y delprestigio. En Grecia, lo primero era el honor; hoy lahonra suele ser propuesta al provecho. Con fre-cuencia el artista griego consagra su vida á un asola obra, seguro de que con ella se inmortalizaría.Mucho han cambiado las ideas desde entonces: alpresente el artista infecundo se muere de hambre,

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siendo el vivir lo primero. Ni quiere esto suponerque ante los modernos haya el artista desmerecido.Recordad el duelo que conmueve á Italia al morirRafael; recordad las exequias de Canova y de Tor-waldsen, de Ingres y de Fortnny, si queréis con-venceros de lo contrario. El genio, que cual águilase cierne en las alturas, logrará siempre imponerseal indiferentismo de su época. Ni hay,fundamentaldiferencia, si bien se mira, entre lo antiguo y lomoderno, en cuanto á esto. Si Praxiteles necesitó;con una suma habilidad, identificarse en pensamien-to y afecto con sus conciudadanos para obtener co-diciada popularidad, lo propio han de hacer los es-cultores que ahora aspiren á tales conquistas; viviren la comunidad de la idea contemporánea, conocerlas aspiraciones más sublimes del siglo, sentir en laconciencia las resonancias de la conciencia generaly el oleaje de las pasiones y el movimiento dramá-tico que ahora nos conmueve en agitaciones gran-diosas.

Equivócanse, en resumen, los que h%blan de ladecadencia del arte escultórico. Lejos de mostrár-senos en pobre y mísero estado, crece con señalesque anuncian una muy brillante esflorecencia encercano período. Secularización y difusión, hé aquísus dos grandes anhelos; secularización, esto es,compenetración por las corrientes más legítimas dela existencia; difusión, es decir, dilatación y creci-miento de sus ventajas bajo la doble relación socialy geográfica.

En verdad que la empresa es ardua y el trabajofatigoso; mas precisamente las dificultades venci-das son la quilatación del mérito verdadero. Nues-tros artistas, sobre conocer y sentir el ideal clásico,habrán de buscar su inspiración en la historia, enla leyenda, en la poesía, en las costumbres, en lastradiciones y esperanzas de los pueblos modernos,nutriendo su fantasía en la rica vena de la idea ro-mántica, calor y nervio de las instituciones másprósperas y lozanas. Fuera del romanticismo—y poréste entiendo la cultura occidental fecundada porel cristianismo—el artista hallará ante sí constante-mente, el obstáculo irreductible del arte greco-rocano, que como pensamiento es puro arcaísmo.Ni son insignificantes los que le crean las costum-bres, y también la critica, asaz exigente y á menu-do descompasada; á pasar de todo lo cual el arte seengalana con los nombres de los que lograron triun-far de tantas desventajas. No faltan escultores quedignamente personifiquen la estética romántica. Elsiglo XIX, como sus predecesores, forjóse una pro-pia idea de lo bello escultórico, utilizando, de unlado, los elementos tradicionales, del otro, ciertasuma de ideal engendrado en lo más -íntimo y poé-tico de sus aspiraciones grandiosas. Alcanzar esameta, dar carácter á esa escultura, determinarla

con rasgos privativos que sean á modo de heraldosde la originalidad y del entusiasmo, entiendo yoque debe ser la tarea del artista y el norte de susredoblados esfuerzos.

II.

Acabo de indicar que cada siglo afirma la bellezaá su manera, lo que equivale á decir que en cadagran espacio de tiempo domina una nota que re-suena en todas las obras estéticas. Abrid la historia,y si prescindiendo, por brevedad, de los pueblosorientales, camináis hacia el ocaso, con la ayuda delos siglos, notareis que la escultura recorre unaescala de modos, subiendo y bajando en la gammade lo bello ideal, según que baja ó sube el nivel dela civilización. Guardaos, por supuesto, de pensarque esa escala es infinita; el arte no es la ciencia,donde los progresos de hoy se suman con los deayer, donde los de mañana acrecentarán el caudalpresente. Tiene el arte barreras infranqueables. Esprogresivo dentro de su limitación; sin salir de ellapuede retroceder, detenerse ó conservarse encierto reposo, donde los ideales agotados contra-digan los ideales por realizar. Lo que se comprenderecordando que la misión del arte es contrahacer lanaturaleza. Cuantos sostienen el arte progresivo enabsoluto, desconocen lo que el arte es en sí. Poreso quisieran que el Renacimiento hubiera excedidoal clasicismo y que nosotros nos encumbráramossobre ambos. Indudablemente la moralidad del artemoderno no debe de ser, no es la moralidad deotras épocas; en esto el progreso es evidente, perode todos modos, el desarrollo del arte se hallacircunscrito al círculo donde la forma le retiene.

Doctrina es esta que da en tierra con los exclu-sivismos. En buen hora la escultura alcance 'conFidias la máxima superioridad plástica; luego, conScopas y Lysippo, intente otras victorias con la ex-presión de los afectos; semejante empeño ha deobligar á posponer unos elementos en beneficio de

'Otros. Sólo así se encadenan las tentativas, se esta-blecen y organizan los ciclos y durante ellos todoconduce hacia un fin único, siquiera la actividadrecorra caminos diversos, hasta que se llega á untérmino donde las ideas generadoras parecen cum-plidas. Entonces el movimiento de ascensión <.-esa, yel arte se conserva en la serenidad del supremoequilibrio, de donde le sacaran fuerzas regresivas,mensajeras del descenso, que detienen ó retardan•nuevos impulsos, con nuevos conatos de mejora-miento. General y cuotidiana es la lucha duranteeste período: las tradiciones pugnan contra lo des-conocido, la crisis surge, la muerte amenaza, dánsemomentos en que parece dueña y señora, si bienen sazón y. oportunidad se determinan energíascontra el abatimiento, y so rehacen los caracteres,

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y se purifican los métodos, y se restaura lo bueno,y con los despojos ulilizables de lo pasado y elvigor da lo presente, prepárase el advenimiento delo porvenir, que con nueva fisonomía aspirará átener sus abolengos en las edades más preclaras.

También el mundo clásico asistió, cual nosotrosasistimos, a semejantes alternativas. Hermosa, ro-busta y con juventud simpática primero; flaca y untanto doliente luego, llega la escultura greco-romana hasta los Antoninos, para postrarse entriste decadencia. Habríase dicho que en sus me-lancolías presentía la oscuridad y olvido en quedebía retenerla parte de la Edad Media, ó imbuidaen tal creencia, entregábase á descomedida activi-dad. Desde Palmyra á Itálica, desde las montañasde los Avernos hasta Antinoe, las obras escultóricasse multiplican al amparo de aquella raza singularde gobernantes, sin que esto evite que cuandoConstantino se declara por el Evangelio, llore elarte sus desdichas, no amenguadas ante el brillopasajero y fastuoso con que Bizancio le engalana.La espiritualidad del nuevo culto le perjudica. Nipermite.la rebeldía de los iconoclastas, que á lomenos se conserve la tradición clásica con la fuerzaque al arte cumplía; y á pesar de todo, los siglosmedios producen escultores aventajados que labranestatuas no exentas de cierta belleza ingenua, aco-modada á las doctrinas dominantes.

Un nombre célebre marca el instanle en que elarte del Medioevo se despierta á la luz con que leconvida el Renacimiento. Nicolás de Pisa es el pri-mero que so decide á imitar el antiguo. Demuestrasu hermano Juan mayor independencia, y tras de élAgostino y Agnolo de Siena, Jacopo della Quercia,Lucca della Robbia, Ghiberti, Brunelleschi, Dona-tello y Verócchio, con otros no menos insignes,marcarán los grados del progreso que simbolizanen su apogeo Benvenuto Cellini, Tprrigiano, Mi-guel Ángel y los numerosos discípulos que lo siguenen Italia, Francia y España. Abarcadas la EdadMedia y el Renacimiento en su totalidad, ofrécennosla trasformacion de la estética y de los métodos do-centes.

Cuando después de admirar las creaciones delarte índico ó persepolitano; los colosos de pórfidoy granito de las ruinas de Menlis, las estatuas ico-nísticas labradas por el griego con los mármoles,de Paros y del Pentélico, se detiene el crítico—según que yo ejecuté -ante las puertas del Bautis-terio ó en la Plaza del Palacio Vecchio de Floren-cia—recinto donde campean la «Judith» de Donatello, el «Perseo» de Cellini y el «Robo de lasSabinas,» de Bolonia;—cuando luego admira enMilán el «Despellejado» de Agrali; en Venecia el«Colleone» de Verócchio; en Roma el «Moisés» deSan Pedro «in Vincoli;» el «Cristo» de la «Minerva;»

la «Pietá» de San Pedro «¡n Vaticano,» productoadmirable, los tres, de la colosal fantasía de Buo-narrota; cuando siguiendo su peregrinación, con-templa en Nuremberg las esculturas de Petei"Vischer, y en París la «Diana» de Goujon y las«Gracias» de Pilón; en Sevilla, el «San Gerónimo»de Torrijiano;- los «Cristos» de Martínez Montañez yde Roldan; en Valladolid, Burgos, Granada y otrasciudades los selectos trabajos de Berruguete yBecerra, de Cano y Monegro; cuando, al postre, sefija en las obras de talla y de orfebrería que ateso-ran nuestros Museo, los riquísimos grabados y nie-los que producen las artes aplicadas durante los si-glos XV, XVI y XVII; agigantase el Renacimiento yaparece cual renovación gallarda, fecunda y gran-diosa, no indigna del honrosísimo lugar donde lahistoria hubo de colocarla.

Pero tanta exuberancia había de tener su natu-ral complemento. El exceso de facultades seríaahora cual tósigo de muerte. En la Edad Media mo-tivaron la decadencia causas distintas, entre ellasla atonía mística. Vivir es morir, ó lo que ea seme-jante, trasformarse. Esta es la ley ineludible de laexistencia. Reducido parece el proceso biológico áun cambio permanente de sustancias en el fondoidénticas, que se organizan bajo formas diversas.La inamovilidad y la permanencia nos son deseo-nocidas. También el Renacimiento pasa de la fres-cura juvenil á la virilidad ardiente, de esta á lasenectud helada. Luego que los Bandinellos, losBoloñas y los Sansovinos bajan al sepulcro, quedasolo Bernini para acompañar á Dédalo en sus triste-zas. Ni consiguen devolver al arle su lozanía losesfuerzos de Algarddi y Fiammingo, de Ferrata y deRusconi, de Pugety de Girardon, de Coysevox y delos Costón, de Faleonet y de Pigalle, de Michel yde Vergara, de Castro y de Gutiérrez, que aun dis-tinguiéndose, en ocasiones, de la turba de media-nías que ha invadido los puestos reservados al ta-lento, sobrepuja el amaneramiento á la reforma,poco enérgica todavía. Grande amor profesaban alarte los citados maestros; no carecían de faculta-des, ni excusaban la fatiga que la regeneración es-tética reclamaba: la fuente del mal no eran ellos;residía en la atmósfera social y docente. El errorde los siglos XVII y XVIII consiste en haber abusadode la fantasía, apartándose de la sobriedad y senci-llez que á lo bello cumple. Tanto ingenio y artificiose desplegó, que hubo de llegarse á lo estrambóti-co, con el menosprecio del axioma conocido de queprecisamente ars est celare artem. Impulsada porlas corrientes sociales, cobró la escultura una liber-tad de expresión y forma escandalosa, llegando órebajarse en la idea de un modo deplorable, si-quiera se disfrazara con las pretensiones más exor-bitantes. No satisfaciendo los contrastes natura-

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les, ampliábanse con los excesos del movimientoen el tronco, en los miembros, en el traje y en losaccesorios; y la pudorosa austeridad de la desnudezclásica, fue reemplazada por un sensualismo exci-tante que palpitaba en las carnes, cuyas inflexionesse acentuaban con pecaminosa complacencia. Es-tremóse el pulimento trocándolo en afeminación,yenció la gracia coquetona á la dignidad simpática,volteáronse las ropas en los extremos, dióse tortu-ra á las actitudes para hacerlas teatrales ó provo-cativas, retorciéronse los músculos, hincháronsecon rasgos morbosos el seno y las partes que sequerían hacer resaltar, se soltaron las cabelleras enondulantes rizos agitadas, la energía expresiva pa-reció caricatura ó melindre, y los detalles y losefectos subalternos se cuidaron tan minuciosa-mente que afearon el conjunto. ¡A tales equivoca-ciones arrastraba la estética arbitraria y los des-dichados métodos que el neo-clasicismo francés ha-bía conseguido imponer á la Europa culta!

Al comediar la anterior centuria, la depravaciónllegó al colmo. Sostenían los teóricos la inferioridaddel cincel griego si con el moderno se le compara-ba, en cuanto a fijar el movimiento de la anatomíay á la reproducción de las vestimentas. Soñábasecon que la escultura fuera á modo de pintura, y quesobre reproducir nubes, plantas, flores y animales,cuanto encierra el mundo físico y moral, produjera,á la vista, algo parecido ál color, gracias al meca-nismo ingenioso del labrado. No se comprendía lograndioso sin lo artificial, ni hubo respeto para lanaturaleza, corrigiéndosela con pedantescas aspira-ciones. Hizose insoportable el afán de conmover yel efectismo rayó en delirio. ¡Estudiábase el antiguopara enriquecerlo! Grecia, escribíase, no conoció lasuprema elegancia, la expresión irresistible, el mo-delado que sorprende, la energía y ampulosidad enla idea, el fuego en la pasión, la indumentaria quelogra contrahacer la realidad engañando á los sen-tidos.

Así las cosas, ocurren dos acontecimientos que ásu modo detienen la decadencia; el hallazgo de lasriquezas artísticas de Herculano y de Pompeya, y laRevolución francesa. Si el uno por el trabajo de losarqueólogos contribuye á la restauración del buengusto, ésta coloca la escultura en la palestra de lasideas contemporáneas y promueve su quilatación ysus medros. Fueron las estatuas desenterradas delos contornos de Ñapóles espléndida revelación delo bello abstracto en una época enamorada de lospobres modelos del barroquismo, cuando la voltariamoda regía la voluntad de los artistas, que, sin elsevero criterio de una educación sustanciosa, con-fundían á menudo lo falso con lo real y tomaban lospasajeros caprichos de la gente cortesana por dic-tados definitivos del gusto más acrisolado.

Heyne y Caylus, Winkelmann y Marini, Ramillóny Agincourt, Maffei y Zoega—para citar sólo losmás nombrados—dieron á conocer, bajo nuevas re-laciones, los monumentos greco-romanos que lasexcavaciones producían ó que su diligencia sacabadel polvo de los museos, y á su sombra, los que es-peraban la regeneración del arte cobraron ánimo,creyendo seguro el triunfo. Restaurado el créditode la antigüedad, se despertó vivo interés hacia suscosas: Norden y Pocope visitaron el Egipto; Velker,Spohn, Revet y Suard, el Ática y la Jonia; Carlos IIIen Ñapóles, Alejandro Albani, príncipe de la Iglesia,en Roma; el duque Leopoldo en Toscana, toman ápecho la difusión de los principios de la arqueolo-gía y de la estética, y al efecto crean Academias yMuseos, promueven estudios y patrocinan obrasdescriptivas que favorecerán la restauración anhe-lada, y se distinguió entre los Mecenas de la épocael embajador de España en Roma, Azara, quien hubode convertir el palacio de la Legación en alberguede eruditos, literatos y artistas, viéndose asistidoen su empresa generosa por el caballero Mengs,mientras el conde Algoritti y Milizia guiaban á losobreros del nuevo edificio con sus suaves adverten-cias ó sus críticas severas.

Unid estas corrientes al sacudimiento de 4793, yquizá veréis descifrados los principios generadoresde la escultura contemporánea. Houdon es el puntoculminante de la protesta contra lo establecido,que triunfa cuando los acontecimientos políticosllevan todo el favor é influencia del lado de los in-novadores. Con Houdon el nuevo ideal se hacehombre. Es la belleza para él inseparable de la ver-dad, que no se obtiene sin que el talento obtempereá las reglas estéticas más lógicas y justas. Penetranlos reformistas con Houdon en la heredad artística,como dueños y señores, mientras sus maestros caenbajo el anatema que la pasión revolucionaria lanzairacunda sobre ellos. ¡Extraña coincidencia! En estedesenlace, los conservadores patrocinan el sensua-lismo más trivial y fatigoso; y los corifeos de la Re-volución, dícense ministros de la idealidad másextremada!

Parala nueva escuela, la idea de la belleza es ab-soluta. Levántase sobre las afirmaciones individua-les que son relativas, y como Grecia fue IÍI que logróacercarse más al prototipo de lo bello, el artista quepretenda elevarse de lo real á lo ideal, debe seguirel camino que recorre el arte griego al interpretarla naturaleza. De estas máximas participan el suecoSergel y el inglés Flaxman, que en Roma alcanzanrenombre. En no poco favorecieron los trabajos delúltimo á la próspera reforma; el primero es el fun-dador con Torwaldsed y Fogelberg, de la gran es-cuela que hoy ilustra al Norte escandinavo. Andanen manos de todos las bellas composiciones con que

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Flaxman ilustró la «Ilíada,» la «Odisea» y la «Di-vina Comedia,» y nada tengo que decir sobre su es-tilo y merecimientos. Tiene Sergel en el Museo Na-cional de Stokolmo una «Venus» y un «B'auno» queá falta de otras producciones bastarían para inmor-talizarle.

Recomendándose uno y otro á nuestra considera-ción, no hay modo de negar que con Canova em-pieza la dinastía contemporánea de grandes escul-tores. Propaga Canova en teoría una manera deeclecticismo, término juicioso entre la naturaleza ylo ideal. No es realista ni clásico; y aunque opinaque el arte menospreciado!' del natural está perdi-do, entiende que el artista debe atenerse al canongriego, no servilmente, antes modificándolo concautela, hasta adaptarlo á las actuales convenien-cias y necesidades. Bien mirado, Canova es el con-tinuador do la tradición clásica más pura, acomo-dada con originalidad y talento á nuestros propiosafectos. Así por lo menos lo he sentido estudiandosus obras, entre las que descuellan el «Teseo ven-cedor del Minotauro» del «Volksgarten» y el «Pan-teón de la princesa María Cristina» rte la iglesia delos Agustinos, ambos en Viena. No hay para quédecir que el simulacro mitológico pone en la menteel recuerdo de las más delicadas producciones he-lénicas, á pesar de que en él se descubre algo quede rigor psrtenece á nuestros tiempos; empero anhecho idéntico se reproduce en el monumento cris-tiano. Yo no he sabido sustraerme á ¡a impresiónque esta obra hubo de producirme. Ni la localidad,ni los atributos, ni el nombre do la difunta, ni laatmósfera, en fin, que rodea el mausoleo, lograronborrar la idea pagánica que en el ánimo se produ-cía contemplándolo.

Canova es la renovación del ideal griego en nues-tra época. Para comprobarlo, no es forzoso recurriral «Perseo,» ni al grupo del «Amor» y «Psiquis,»donde la elegancia y el pulimento rayan en lo in-comprensible, no á sus «Luchadores,» sino á la«Tumba de los Estuardos,» á la «Magdalena arre-pentida» y hasta al ponderado «Mausoleo de Rezzo-nieo.» Templado por el estudio del natural, el idea-lismo de Canova, entraña nobles enseñanzas y llevahacia elevados términos el arte, cuyo cetro solici-tan Paris y Roma, si bien ésta le retiene sin me-noscabo del crédito que el primero ha granjeado;porque es Paris vestíbulo del tempio artístico ytambién palestra adonde tornarán los adeptos, ga-nosos de nombre y galardón, una vez iniciados enlos misterios augustos de que Roma, suprema atrac-ción del alma enamorada de lo grande y de lo in-nito, es único santuario.

No fue sólo Canova el mensajero del claro dia quealumbraba los horizontes del arte. Tres artistas demérito disputáronle la honrosa primacía que había

TOMO IX.

obtenido. El de más edad tuvo por nombre José Ma-ría Alvarez y nació en la hermosa región de Anda-lucía; el segundo fue el gran Torwaldsen, gloriade Dinamarca; ei tercero, Rauch, procedía de Ale-mania.

Hombre extraordinario Alvarez, rival preclaro deCanova, vencedor de éste en honrosísimo certa-men, habríale igualado en fama, de haber sidomenos modesto y menos patriota. Circunscrito alcirculo estrecho de su patria y de sus estudios,cuando le llamaban sus talentos á mayor notorie-dad, apenas si en la preocupación de la política con-tienda se le otorgaron los miramientos que de de-recho le correspondían. Es Alvarez el primero denuestros escultores modernos, y sus obras joyasson no estimadas todavía en su justo valor y entodas sus partes. Aunque hijo de su siglo,'fijó lamirada en las esplendentes alturas del Pecilo y delAcrópolo, y si el «Episodio del Sitio de Zaragoza»muestra cómo sintió la pasión de la libertad ydel patriotismo, el «Apolo» gradúale de felicísimodiscípulo de lo clásico más discretamente conce-bido.

Llena Torwaldsen la Europa con su nombre, yfundando la escuela dánica, alcanza los honores dela apoteosis, que solícitos le ofrecen sus conciuda-danos. Rauch es algo más que un maestro reputado;es todo el arte alemán de bulto. Parteneee Tor-waldsen á la estirpe del genio que carece de locali-zacion en el tiempo y en el espacio, siendo como eseterno y universal. Por eso miran sus obras tantoal pasado como á lo presente. Con la «Venus» y el«Mercurio» renacen los laureles de la Grecia; en el«Triunfo de Alejandro» vi la escultura heroica des-doblar su rico panorama ante mis ojos absortos; elcolosal «Apostolado» de Nuestra Señora de Copen-hagsl, y la «Institución del Pontificado» del PalacioPilti,y los «Angeles» del Duomo de Novara, y las«Tumbas» de Pió VII y del último de los Hohens-tanfes, respectivamente en Roma y Ñapóles, retra-táronme el artista romántico que une la forma clá-sica á un muy delicado misticismo. Nadie antes queTorwaldsen supo con elementos antiguos dar vidaá cosas modernas. El «Monumento de Federico VI»en la Jutlandia y las estatuas de «Schiller» y «Gu-tenberg» así lo testifican.

Alcanza Rauch la estatura de los colosos. Su pre-ocupación es el «Vaterland,» la patria. Cada obrasuya es cual página gloriosa entregada á la admi-ración de las muchedumbres. Escultor nacionalpor excelencia, obrero de la hegemonía germánica,Rauch llena el Walhalla con los valientes simula-cros de Maximiliano de Baviera y de Durero, deSharnshort y de Rülow, de York y de Blücher, en-cerrando por tal modo en un mismo ciclo á cuan-tos en lo pasado y en lo presente coadyuvaron á la

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alta empresa, y por remate, labra el «Monumentode Federico el Grande,» símbolo de la Alemaniamoderna, donde brillan desde Kant y Lessing hastalos guerreros y políticos más insignes de nues-tros días.

No hay modo de negarlo: el progreso se realizapor diferentes caminos. El sentimiento de lo belloacaudala las producciones dolos maestros; pero elestilo de cada uno es distinto. Desapareció la uni-formidad enojosa de laá decadencias precoces, an-tes bien resalta cierta variedad fecunda, signo de laexistencia exuberante que se afirma individual-mente sin perder el nexo común.

Habían elevado las guerras del Consulado y delImperio la Francia al puesto de arbitra de los des-tinos de Europa, y no satisfecha con la supremacíapolítica, aspiraba á que París fuera emporio supre-mo- de las ciencias y de las artes. Los generalesconquistadores, al domeñar pueblos y ciudades,apropiábanse todo linaje de preseas artísticas, queeran trasportadas a las márgenes del Sena. Dondequiera que imperaba la Francia, eran liberalmenteprotegidos los maestros, contribuyendo estos he-chos al lustre de la escultura, ora difundiendo losprincipios estéticos y rectificando el gusto, ya me-jorando los métodos ó impulsando con el estímulola producción. Todo elevado sentimiento hallaba enFrancia, en los primeros tiempos de la nueva era,campo donde dilatarse. Las ideas de virtud, heroís-mo, libertad y patria enardecían el corazón de lajuventud, ganosa de realizar las más arduas proe-zas. Enriquecen Boisot y Callamard con muy selec-tos relieves la «Columna monumental del GranEjército;» esculpe Clodion en el Arco de Triunfo delCarrousel «la entrada de las águilas francesas enMunich;» ejecuta Chaudet el Frontón del Palaciolegislativo; Roland ilustra el Louvre; Foucont yStoul renuevan la memoria de los grandes hombres;Deseine da cuerpo á la abnegación de «Scévola;»crea Bridan su«Epaminondas,» y Dumont se acredi-ta reproduciendo el busto de «Marceau,» guerrerotan heroico como malogrado.

Precedidos ó acompañados de esta falange, entra-rán en el palenque Rude y David de Angers, prontoinmortalizados con la «Marsellesa» el primero,y conel «Tímpano del Panteón» ol segundo. Trasfó rmasesucesivamente la escultura francesa hasta conver-tirse en arte nacional nutrido en ideas verdadera-mente nobles y generosas, y á medida que crece elsiglo, sus progresos tienden á nivelarse con los queen otras naciones so registran. En Italia, Baitoliniy Tenerani retienen el cincel en el decoro que Ca-nova hubo de trasmitirle; en España, también labuena semilla produce sazonados, aunque modestosfrutos.

Sabido es que la política napoleónica llegó á ha-

cerse insoportable. Trajeron sus excesos que lamás noble reacción se agigantara desde el Bétis alNewa, y cuando los españoles se inmortalizaban enBailen, allende el Rhin sintiéronse como avergon-zados de su ignominiosa inercia. Empuñan los pue-blos germánicos las armas decididos a reconquistarla independencia que Bonaparte íes secuestraba, yes por demás curioso el que en esta empresa polí-tica arraigue, en cierto modo, el romanticismo, quetanto en la literatura como en el arte intentaráoponer lo propio á lo exótico, mediante el estudioy disfrute de los elementos con que brinda la histo-ria y la actividad nacional. Una vez establecida ladoctrina, no pretende sólo dar vida á lo nativo onla esfera estética, si que también sustituir la se-quedad y el convencionalísimo clásicos con la fres-cura realista. En gran manera participan de estasmiras las naciones de la Escandinavia. Extraordina-ria agitación las conmueve al propagarse la noticiadel heroísmo demostrado por los soldados del mar-qués de la Romana, mercenarios de la Francia enaquellas latitudes. Alármase la juventud, y en suardimiento quiere sacudir el yugo del arte francésque domina en la altas esferas sociales. Suscítaseapasionada controversia, y los contendientes se di-viden en dos bandos; militando en el uno los con-servadores que hallan peligro en apartarse de latradición; en el otro los patriotas, designados, enson de mofa, con el epíteto de «fosfórilos» ó «fosfo-rislas.» Sienten éstos al punto la necesidad de re-gularizar sus acometidas y la defensa, y para ellocrean una Sociedad que se apellidara «Gótica»—ápesar del concepto baladí que acompañaba al voca-blo,—proponiéndose con ella dotar á la Escandina-via de una propia literatura. Cuando esto ocurría,Sergel imperaba en Suecia con su reputación de ar-tista celebérrimo, siendo en el mundo artístico sep-tentrional lo que Canova en el latino, esto es, lapersonalidad donde encarnaban las tendencias re-formistas próximas al triunfo. Para que éste fueraefectivo,1 necesitábase romper de una vez y resuel-tamente con la tradición exótica. Fogelberg nacióá la vida del arte dispuesto á todo, y alentado porSergel, robusteció sus facultades en el estudio, enla meditación y en el trabajo. Cuando se establecióla «Sociedad Gótica,» voló á inscribirse en sus re-gistros, imaginando que la reforma debía extender-se al arte, para lo cual era menester que éste torna-ra la mirada á las tradiciones y leyendas nacionales.La mitología greco-romana habría de ceder ante lanórdica, y los anales escandinavos suministrar los.temas hasta entonces recogidos en otras fuentes.

De asaz atrevido hubo de calificarse el empeño,y también de absurdo, porque contradecía toda au-torizada práctica, y también por lo indeterminado éinforme de la materia á que se pretendía recurrir.

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El Edda como los Sagas, apenas si eran conocidosde los eruditos. Ricos en episodios interesantes,faltaba que la critica los fijara con pulso, gusto yy asentimiento general. En sentir de Fogelborg, laforma externa no se hallaba ligada necesariamenteá las tradiciones, cuyo origen era más que dudoso,y consiguientemente podía el artista hacer agrada-ble el personaje fantástico, bajo condición de nodestruir su integridad histórica ó legendaria. Arma-do de esta teoría, produjo las estatuas de «Odin,»«Thor» y «Freya,» trinidad simbólica que campeaal frente de las fábulas escandinavas. Prorumpicronlos conservadores en gritos de indignación; paralos reformistas Fogelberg fue el símbolo de la nue-va idea. Robustecidas las filas de los góticos con eléxito, verificóse una mudanza radical en la opinión,y nada pareció tan bello como el Olimpo Nacionalcon sus Ases, sus Nixos y sus Valkyrias. Entoncesel entusiasmo rayó en delirio, y el nombre del maes-tro voló en alas de la fama por todas partes.

Resonaron los ecos de la victoria en las orillasdel Báltico y del Sund, suscitando emulaciones legí-timas. Comparto con Fogelberg las glorias y lospremios Bystron, que anima los rasgos fisonómicosdel popular vate Ballman; Qvarnstrom, que sobrecrear nuevos tipos, esculpe las estatuas de Berze-lius y de Wasa, y con la de otros ilustres hijos delNorte, la de Fegner, el inolvidable autor del «Fri-tiof Saga;» Molin, que da titánicas proporciones albusto de Torwaldsen, y en pos de ellos una tropade jóvenes, entre los cuales algunos han escrito yasus nombres en el pedestal de la gloria.

Sigue Dinamarca las huellas de Suecia, comple-tando la restauración artística que informa el ro-manticismo. Insigne trágico Oelenschkeger; nove-lador feliz, Ingemann; lírico, apasionado y elegante,Winther; Grundtvig, cantor homérico; Heiberg,Baggsen y Hauch, dramáticos fecundos; Thomsen,padre de la arqueología prehistórica; Hoyen, pala-din de la crítica romántica; Andersen, narrador ad-mirable; Marstrand, que dibuja con el pincel la his-toria patria y anima el Don Quijote; Sonne, pintorde trances bélicos; Hansen, de los mitos; Hartman,que créala música de los popularos Liden-Kirsten\dándose la mano, empujan de frente el Renacimien-to dánico, enriquecido por Bissen con numerosasy bellas esculturas. Todos los personajes citados,con otros no menos insignes, decoran el círculo desu inspiración. Suyos son, además, los monumentoserigidos al valor nacional en Fredericia y en Flens-burgo, y la serie de estatuas del palacio de Chris-tiamborg, representativa de las heroínas dánicas,desde Ingeborg y Gudruna, hasta Thora y Nanna;desde la princesa Thira que construye el Danne-wirke, hasta Margreth, que une á los escandinavosen Kalmar.

¿Habrá modo, conocidos estos hechos, de soste-ner qje la escultura del siglo XIX es pobre é inco-lora? ¿Será justo, reseñado tan rico florecimiento,negar á nuestros maestros el fuego inmortal delgenio? Ni aun Inglaterra, que parece entregada á lapasión hidrópica del industrialismo, vive distantede estas ventajas, como no vivimos los peninsula-res. Los nombres de Agreda y de Machado de Cas-tro; de Ginós y de Aguiar; de Salvatierra, Barros-Lavorao, Braga, Sola, Araujo-Cerqueira, Elias y P¡-quer lo declaran, sin recurrir á los que viven entrenosotros, ceñida la frente de merecidos laureles.Existe, señores académicos, existe la escultura conmuy hermosos rasgos caracterizada y aun haciamás nobles Tines dirigida. Varia, fecunda, reflexivay sin faltarle sentimiento y majestad, progresa enla dirección trazada por la critica más juiciosa. Sinser clásica, aspira á que el antiguo sea uno de sustítulos nobiliarios; sin menosprecio de lo real, idea-liza sus creaciones en la medida que piden los fue-ros de toda obra verdaderamente estética.

Dejad que labre simulacros mitológicos, que pro-duzca la alegoría y el emblema; esto no habrá deimpedir que penetre cada dia con mayor resolucióny provecho en el dominio de la historia y de la li-teratura moderna, donde desde los Nibelwngos has-ta el Romancero, desde las Canciones de Gesta y losLieders hasta las Crónicas y las Leyendas piadosasó mundanas, habrán de suministrar épicos ó dramá-ticos, tiernos ó trágicos motivos al talento creador.Hora es de que el arte sea algo más que liviano de-leite; algo que á su manera enseñe, corrija, enno-blezca y encumbro; algo que á la regeneración mo-ral contribuya; y cuando parece que hay fuerzasque hacia la duda y el abatimiento nos llevan, de-ber es del artista acudir al muro aportillado y re-ñir allí con los buenos por lo que purifica y en-noblece.

Ni es nuestra época propicia á las intolerancias yá los exclusivismos do sistema. La estatua griegacontinuará siendo el prototipo y el anhelo de liaplástica, sin que olvidemos .por la forma el pensa-miento: Víctor Hugo lo dijo en fórmula concisa,pero admirable, dirigiéndose á un consumado ar-tista:

«La forme, 6 grand seulpteur, c'est tout, ce n'est rien.Ce n'est rien sans lesprit; c'est tout avec l'idée.»

Concluyo, señores académicos. Dicho esto, y ex-presándoos en esta solemne hora de mi vida, litera-ria la gratitud inmensa que llena el pecho, dejocumplido el precepto de vuestro Reglamento y he-cho notorio en cuánto estimo la distinción honrosacon que liberalmente me habéis favorecido.

FRANCISCO M. TUBINO.

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VOCABULARIO DE LA ECONOMÍA.*

EMPRESA.

Forma de la producción, que consiste en el esta-blecimiento de la industria por cuenta y riesgo deun individuo ó colectividad, que dispone de los me-dios necesarios para ello; y en otro caso, los acu-mula asociando el capital y el trabajo ajenos, á loscuales abona una retribución independiente del re-sultado que ofrezcan las operaciones productivas.

Las funciones del empresario son de organizacióny dirección de los elementos productivos, y consti-tuyen no más que una aplicación particular del tra-bajo; su retribución, por tanto, que depende deléxito de la industria, se rige por los mismos princi-pios que todas las retribuciones eventuales, y noexige una denominación especial, como han pre-tendido algunos economistas, llamándola provecho,é introduciendo en la nomenclatura de la ciencia unnuevo término, que, además de no ser necesario,recibía una significación poco adecuada. (V. Asocia-ción económica, Ínteres y Salario.)

EMPRÉSTITOS.

Es el nombre que particularmente se da á lospréstamos recibidos por los Gobiernos.

Las principales clasificaciones que se hacen de losempréstitos son: por la época del reembolso, entemporales y perpetuos; por la cantidad que el Go-bierno percibe de aquella que representan los títu-los que entrega, en empréstitos á capital real y icapital nominal, y por la manera de contratarlos,sogun que se emplea la emisión, la snscricion ó la

En los empréstitos temporales el Gobierno se obli-ga á devolver el capital en un plazo fijo, ó á pagaruna renta á los acreedores por espacio de cierto tiem-po.—Esta última forma, que era antes la más usada,dio lugar á las llamadas anualidades, rentas vitali-cias, rentas viajeras y lontinas. En los perpetuos, elGobierno se compromete únicamente á satisfacer elínteres convenido; pero esto no quiere decir que nohaya de devolver nunca el empréstito, sino que re-serva la elección del momento en que le sea posibleó lavorable.

Se dice empréstito á capital real, aquel en que elEstado recibe íntegra la suma que se expresa en lostítulos, ó sea cuando estos se emiten á la par; y ácapital nominal el en que confiesa recibir una canti-dad mayor de la que percibe realmente. La inver-sión del capital nominal es un artificio que no tuvomás objeto que ocultar al país el verdadero estadode su crédito y fingir que á su nombre se recibe eldinero barato, aunque le cueste muy caro. Para ello,

Véanse los números 161, 1(52 y 163, págs.365. 398 y 439.

se ha adoptado siempre un tipo muy bajo de inte-rés, menor del 5 por 100 generalmente, en épocasen que era mucho más alto el precio del capital, ycomo los capitalistas no podían prestar á ese tipo,daban por él solo SO unidades en vez de 100. Re-sultado, que el 5 viene á ser interés de 50, que elverdadero precio es 10 por 100, y que habiendo deentregarse 100 en títulos por cada 80 efectivos, laoperación sale á 10 por 100 de interés y 80 por 100de capital, puesto que se reconoce doble del recibi-do. Conocido ya ese juego, los empréstitos han con-tinuado, sin embargOj haciéndose de manera tanruinosa para conservar un mismo interés á toda laDeuda. Esta unidad tiene sin duda grandes ventajas;pero no puede justificar el absurdo del capital no-minal, porque, con ese sistema, perjudica á las na-ciones la subida de su crédito, que convierte enefectivas y obliga á satisfacer sumas puramente no-minales en su origen.

Los empréstitos se contratan por emisión, lle-vando al mercado los títulos de la Deuda y colocán-dolos al precio que éste fija; por suscricion, seña-lando el Gobierno la cantidad que necesita y lostipos á que recibirá el dinero que los particularesle entreguen; y por adjudicación, que puede serdirecta, y entonces el Gobierno arregla las condi-ciones del préstamo con una casa de banca ó Com-pañía, y en subasta, cuando el empréstito se cedeal que hace mejores proposiciones.

EXPOSICIONES INDUSTRIALES.

Son concursos abiertos para dar á conocer losresultados que obtiene el trabajo y premiar á losproductores más hábiles. Las exposiciones son es-peciales, locales y universales, según que se limitaná los productos de alguna industria determinada, ácierto país ó comarca, ó comprenden á todas las in-dustrias y los pueblos todos.

La emulación que producen las exposiciones, lacomparación que permiten entre la calidad y el pre-cio de los artículos, y la enseñanza que difundenacerca de los procedimientos industriales, las má-quinas y todos los adelantos de la producción, hacensumamente beneficiosos esos certámenes de la in-dustria. Las exposiciones universales, sobre todo,tienen grandísima importancia, porque someten'á laobservación y el estudio un quinero inmenso de he-chos, que sirven de comprobación y de dato paralas investigaciones científicas, reflejan la vida eco-nómica de la humanidad entera, y son el primerpaso dado para unificar y relacionar directamentetodos los esfuerzos que se dedican á los bienesmateriales.

ESTADO.

En su acepción política, esta palabra significa lainstitución encargada de realizar el derecho en lasociedad civil.

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N.° 165 J . M. PIERNAS. VOCABULARIO DE LA ECONOMÍA. 501

El Estado se relaciona con el orden económico,primero de igual suerte que con todos los otrosaspectos de la vida, y luego más especialmenteporque tiene necesidades que han de ser satisfechaspor medios materiales.

Como órgano y cumplidor del derecho, el Estadoha de prestar esa condición á la actividad económi-ca, garantizando el libre ejercicio del trabajo ydel cambio, la adquisición y el disfrute de la pro-piedad: él no ha de contribuir directamente á la pro-ducción de la riqueza; pero su acción, no es tan sólonegativa en el sentido de que haya de limitarse á nocrear obstáculos y á separar los que nazcan de ata-ques á la justicia. El Estado no puede ser indiferentepara con ninguno de los fines humanos; tiene quehallarse en comunicación con todos ellos, y paramantener el derecho económico necesita hacer afir-maciones, penetrar de algún modo en esa esfera, sinmenoscabo de los esfuerzos individuales, que sonlos llamados á constituirla con el auxilio de la aso-ciación voluntaria y respetando en todo caso su in-dependencia. No le toca la dirección de la industria,ni la reglamentación del comercio; pero está dentrode su fin cuando limita, por ejemplo, el trabajo delas mujeres y de los niños á lo que es propio de sucondición; cuando prohibe la amortización de lapropiedad, castiga el juego, etc.; y esas atribucio-nes, que es preciso reconocerle, las ejerce á nombrey eñ cumplimiento de principios económicos. Porotra parte, el Estado, que debe conseguir por me-dio de las relaciones jurídicas la armonía y el equi-librio entre las demás instituciones socia'es, es hoyal mismo tiempo la más adelantada de todas ellas, laque mejor y más extensamente realiza la unidad, laque más se aproxima al concepto de la Sociedad, yestas condiciones históricas determinan también enél funciones como de protección y de ayuda, ciertamisión de estímulo y complemento para con losotros organismos menos desarrollados y las fuerzasindividuales en todo aquello que muestre la necesi-dad de la acción colectiva que representa.

Sea cualquiera la misión que se atribuya al Es-tado, ello es que necesitará medios con que cum-plirla, y estos medios, en tanto que consisten enbienes materiales, entran en el asunto de la Eco-nomía.

El Estado no puede satisfacer por sí mismo lasnecesidades económicas que siento, porque su acti-vidad, encaminada á otros fines, no es á propósitopara el ejercicio de la industria, y carece del móvildel interés personal. Los Gobiernos han de recibir,pues, sus medios de existencia del trabajo de losparticulares, y la producción para ellos consiste entomar de la riqueza privada una cuota, que se de-nomina impuesto.

La aplicación de los bienes materiales á las nece-

sidades del Estado no se diferencia esencialmentede la que realizan los individuos. Todo consumo deriqueza, sea cualquiera el sujeto que le verifique,es una destrucción de valor, y su legitimidad de-pende de la satisfacción á que so dirija.

Sin embargo, los economistas, partidarios de ladoctrina que admite una riqueza inmaterial, suelenconsiderar al Estado como un industrial de la mis-ma clase, bajo el aspecto económico, que un agri-cultor ó un labricante, porque produce seguridad yjusticia, y declaran que todos los consumos que élverifica tienen el carácter de productivos. El Esta-do, dicen, contribuye á la formación de la riquezacon las garantías que presta á la propiedad y altrabajo. Pero igual auxilio da á todos los demás or-denes de la vida, y sin confundir lo que es condi-ción de la actividad económica con la actividadmisma, no podemos calificar al Estado de indus-trial, porque mantiene el derecho, como tampocoafirmamos que sea creador de la moralidad ó de laciencia, aunque también sirve á sus fines. (V. Gas-tos públicos, Individualismo, Impuesto y Socialismo.

FERIA.

El Diccionario la define: concurrencia de merca-deres y negociantes, en un lugar y dias señalados,para vender, comprar y trocar.

Son las ferias mercados extraordinarios, que secelebran con grandes intervalos de tiempo, y sir-ven para atender á las necesidades del cambio, queno pueden satisfacerse diariamente. La dificultadde las comunicaciones, que dio origen á su estable-cimiento, ha desaparecido en gran parte, y por esolas ferias languidecen, muchas son ya puramentenominales, y todas llegarán á ser inútiles.

FIN ECONÓMICO.

Consiste en la adquisición de los bienes materia-les que sirven para satisfacer las necesidades hu-manas.

La limitación de nuestro ser nos obliga á asimi-larnos las cosas útiles de la naturaleza, y á mante-ner con ella una relación dirigida á hacer efectivaesa utilidad, que las más veces exige como condi-ción el empleo del trabajo. En tanto, pues, que losmedios naturales dependen de la actividad, viene áser uno de sus fines el económico. Para cumplirle,el hombre obra sobre las cosas, y establece lapro-piedad; pero ésta, merced á la vida social y al cam-bio, que organiza los esfuerzos individuales, puedelograrse por una acción indirecta: así el comercian-te disfruta los productos de la agricultura sin tra-bajar en la tierra, y el labrador se hace dueño delos artículos que elaboran la fabricación y las ma-nufacturas, sin haber intervenido en su formación;y todavía el sacerdote y el científico que viven de-dicados á las especulaciones y la enseñanza de lamoral y la filosofía, obtienen los medios económi-

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eos en recompensa de los servicios que prestan ensus órdenes. Esto quiere decir que el fin económicono sólo comprende la satisfacción de las necesida-des físicas, sino también las del espíritu, en cuantopueden ser atendidos con los bienes materiales, yque todo acto influye, siquiera sea mediatamente,en la esfera de la riqueza, y entra en la relacióneconómica, no siendo ésta como de parte de la acti-vidad, porque la abraza entera y determina un as-pecto común á todas sus manifestaciones.

De aquí la armonía y reciprocidad de influenciasque consisten entre ese fin y los demás que consti-tuyen el destino humano. Los medios materiales seaplican á la Religión,la Moralidad, la Ciencia, el Artebello y el Derecho, que á su voz estimulan, perfe-cionan y rigen los esfuerzos destinados á conseguir-los. El fin económico, la riqueza, es un bien en símisma; pero es también una condición de todos losotros bienes y ha de ser procurada en conformidadcon ellos y para aplicarla á su realización.

GASTOS DE PRODUCCIÓN.

Representan la suma de los esfuerzos y de loscapitales invertidos en la formación de un pro-ducto.

Todas las industrias se proponen crear un valormás considerable que el del trabajo y el capitalque consumen; por eso el importe del producto sedescompone en dos porciones, una que sirve parareintegrar los gastos hechos y otra que constituyeel beneficio, la verdadera producción ó riqueza con-seguida.

Los gastos de producción, tanto para el trabajo,como para el capital, varían esencialmente en lasaplicaciones industriales, según la función quedesempeña cada uno: los del trabajo crecen á me-dida que es más elevada la facultad ó aptitud quese ejercita; los del capital en proporción de su va-lor, y luego aumentan los de ambos, según que esmayor la intensidad con que obran, el tiempo quetardan en obtener el producto y los riesgos á quese exponen.

Los gastos de producción sirven de base para

fijar el precio natural de todos los artículos y lasretribuciones naturales del capital y el trabajo.(V. Precio y Retribución.)

GASTOS PÚBLICOS.

Consisten en la aplicación de la riqueza á los finesdel Estado.

La importancia del consumo público dependeante todo del número y la extensión de las atribu-ciones que se confieren á los Gobiernos. Cuando elEstado, obedeciendo á los principios de la escuelaindividualista, se limite á la administración de lajusticia, en el más estricto sentido, entonces suorganización será relativamente sencilla, escasoslos servidores y elementos que necesite y muy poco

costoso mantenerle; pero allí donde se extiendanmucho los fines del Estado y se le impongan gran;-des deberes, su mecanismo será muy complicado,exigirá gran número de funcionarios y de recursosmateriales y elevará considerablemente la suma delos gastos públicos. Influyen también en ellos elprogreso general de la cultura y el desarrollo de lariqueza, aquel porque obliga al Estado á mejorarsus servicios, y esta porque le ofrece los medios deconseguirlo.

Los gastos públicos se dividen, por razón de lanecesidad que los origina, en ordinarios y extraor-dinarios, y en gastos de personal y de material, se-gún que se emplean en retribuir servicios ó adqui-rir cosas.—Son gastos ordinarios los que reclamala vida normal del Estado y se hacen por lo mismode una manera constante, y son extraordinarios losproducidos por circunstancias excepcionales, queles dan el carácter de transitorios.

La'discusión frecuente en los economistas acercade la productividad ó improductividad de los gas-tos públicos, solo puede sostenerse sobre un falsoconcepto del Estado y del consumo. Los Gobiernosno deben ejercer la industria y sus consumos hande ser necesariamente improductivos. La riquezaque, por medio del Estado, se consagra al cumpli-miento del fin jurídico, no está directamente desti-nada á la reproducción, no da lugar, por tanto, á unconsumo industrial, y solo produce la satisfacciónde una necesidad tan atendible como cualquieraotra de las que siente nuestra naturaleza. (V. Es-tado.)

GIRO.

Es en el sentido económico el cambio de valoresque se hallan en lugares diferentes.

El giro tiene por objeto evitar los trasportes delnumerario, y se realiza por medio de la compensa-ción del doble carácter de acreedores y deudoresque tienen entre sí los centros de producción y lasdiversas plazas mercantiles.

Los instrumentos de que se vale el giro son lasletras de cambio, las libranzas y las cartas-órdenesde crédito.

En el giro, además de la traslación de valores,hay anticipo, es decir, una operación de crédito,porque el reintegro de la suma que se da por unaletra, está aplazado cuando monos todo el tiemponecesario para que llegue al lugar donde ha de ha-cerse efectiva. La remuneración de ese servicio detraslación y anticipo se llama precio del giro ó cam-bio, y se fija conforme al número de los que ofreceny demandan cantidades en un punto determinado.

El giro es interior cuando se hace entre dos pla-zas de una misma nación, y exterior ó extranjero,si se trata de dos países diferentes. En el primercaso, el precio del cambio se cuenta á tanto por

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N.° 165 MANN1NG. El. CONCILIO DEL VATICANO. 503

100, y se dice que está á la par cuando por un va-lor como 100 se recibe otro igual, pagadero en si-tio distinto, y á daño ó beneficio, según la posiciónde cada uno de los que contratan, si no hay igual-dad en los dos términos. En el giro exterior la parse determina tomando como base la equivalenciaexacta de las monedas que circulan en cada pue-blo: uno de los valores es inalterable, y se llamacierto, y el otro es incierto, porque en él se verificanlas oscilaciones que sufre el precio del cambio. AsíEspaña cambia con Francia á razón de S francos 19céntimos por cada duro, y según que sube ó bajael giro, disminuye ó aumenta la cantidad de losfrancos.

GREMIOS.

Son las corporaciones constituidas por las per-sonas que se dedican al ejercicio de la misma in-dustria.

Los gremios han desempeñado un importante pa-pel en la historia del desarrollo económico. Presta-ron grandes servicios á la industria alcanzando unlugar para ella esas sociedades que menosprecia-ban la actividad productiva, y sirvieron do refugioá los débiles en épocas como la Edad Media, en queera desconocido el derecho individual é imposibleel trabajo aislado ó independiente; pero se dejarondominar por el espíritu del monopolio, y favore-ciendo la tendencia invasora del poder público ysus aficiones reglamentarias, se rodearon de privile-gios, pusieron unas multitud de restricciones al tra-bajo y llegaron á ser un gran obstáculo para el pro-greso y el aumento de la riqueza. Despojados deese carácter exclusivo y oficial, y reconocida la li-bertad de la industria, los gremios han caido en elextremo opuesto y su existencia es hoy casi no-minal.

Sin embargo, el principio de asociación, tantomás potente en este caso, cuanto que es tan íntimala comunidad de intereses que media entre los quese dedican al mismo oficio, ha de reanimar la vidade los gremios, estableciendo en cada industria re-laciones fraternales de enseñanza y niutuo auxilioentre todos los que la ejercen, como primer pasopara llegar á una organización general del ordeneconómico.

J. M. PIERNAS Y HURTADO.

Catedrático de la Universidad de Zarag-oza.

(Continuará.)

HISTORIA VERDADERADKL

CONCILIO DEL VATICANO.

Desde el principio de la era cristiana, en pocossiglos han ocurrido acontecimientos de una impor-tancia tan grande y de un alcance tan extenso ensus consecuencias como los de la época en que vi-vimos. Nuestro siglo ha presenciado en 1806 la ex-tinción de Santo Imperio Romano de Nación Teutó-nica, el sucesor y el representante de los Césares;el advenimiento y la caida de dos Imperios france-ses; el establecimiento de dos repúblicas en Fran-cia; la caida de más dinastías y la abdicación de másreyes que ninguna otra edad precedente. Nuestrosiglo es, y esto lo caracteriza, el siglo de la revo-lución. En él han ocurrido grandes guerras que hanconmovido la Europa entera, desde Madrid hastaMoscow; ahora se ve un emperador alemán y unrey de Halia; después de ver al jefe de la Iglesia

! cristiana una vez prisionero en Francia, y otra vezarrojado de Roma por la efusión de sangre, vemoshoy al Seberano Pontifico despojado de todo lo queel mundo podía arrancarle. Dos veces en este sigloha sido Roma tomada y ocupada. Estos no son acon-tecimientos ordinarios. En fin, después de un inter-valo de trescientos años, eneste siglo se ha celebra-do un Concilio ecuménico, y todos se han ocupadocon ardor y perseverancia de sus actos, de su liber-tad y de sus decretos. Pocos acontecimientos delsiglo XIX se destacan con relieves tan grandiosos.Gran parte do los sucesos caerán en el olvido, y elConcilio del Vaticano vivirá todavía en la memoriade los hombres. Marcará nuestra edad, como el Con-cilio de Nicea y el Concilio de Trento marcan en lahis^pria los siglos V y XVI. Por todo esto será quizáútil é interesante trazar la verdadera historia delConcilio.

El título de mi trabajo indica que se han publicadoun gran número de historias del Concilio del Vati-cano, las cuales no son verdaderas. No tengo inten-ción do enumerarlas, y hasta evitaré en lo posiblealudir á ellas. Mi propósito es el de referir la histo-.ria del Concilio, sencillamente y sin controversia,según los datos auténticos. Primero me limitaré áindagar el origen de la intención de convocar elConcilio; después espero demostrar cuáles han sidolos antecedentes del Concilio; en seguida trataré deexplicar sus actos, para llegar, por último, á pasarrevista á los efectos que ha producido.

I.

En el trascurso del año 1873, Pió IX encargó ámonseñor Eugenio Cecconi, entonces canónigo dela Iglesia^metropolitana de, Florencia, y hoy arzo-

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bispo de la misma diócesis, que escribiera la histo-ria del Concilio del Vaticano. Naturalmente se pu-sieron á su disposición todos los documentos autén-ticos y todos los datos necesarios. Se ha publicadoel primer volumen de su obra, que se titula Sloriadel Concilio Ecuménico Vaticano, scritta sin docu-menii originili, y abraza el período comprendidodesde la concepción de la idea de la convocaciónde un Sínodo ecuménico, hasta la clausura de lasactas preparatorias de sus trabajos. Me propongodar sucintamente cuenta de este primer período,siguiendo paso á paso el texto del arzobispo de Fio- .roncia y de los documentos impresos en el apéndicede su libro.

En 6 de Diciembre de 1864, Pío IX manifestó porla primera vez su idea de convocar un Concilio ecu-ménico. Presidía en el palacio del Vaticano una se-sión de la Congregación de los Ritos, compuesta deCardenales y de funcionarios. Después de la plega-ria con que, según el uso, se empiezan las sesionesde esta clase, los funcionarios fueron invitados áretirarse, y el Papa y los Cardenales quedaron solosdurante algún tiempo. Los funcionarios entraron denuevo y se despacharon los asuntos de la Congre-gación. Este incidente insólito causó una gran sor-presa y excitó la curiosidad.

Durante este corto intervalo, Pió IX había anun •ciado á los Cardenales que -hacía tiempo estabapreocupado por la idea de convocar un Concilioecuménico, como remedio extraordinario á las ne-cesidades extraordinarias de la cristiandad; y su-plicó á los Cardenales que estudiasen la idea_cadauno de por sí y le comunicaran por escrito y sepa-radamente lo que, ante Dios, creyesen más justo.En seguida recomendó á todos la mayor reserva eneste asunto, y esta fue la primera iniciativa del Con-cilio del Vaticano.

El deber de cosultarse individualmente y de emi-tir una opinión escrita, fue también impuesto á todoslos Cardenales presentes en Roma.

Durante el trascurso de los dos meses siguientes,se emitieron quince opiniones. Otras varias siguie-ron á estas, y poeo después llegaron á ser vein-tiuna.

El arzobispo de Florencia, después de un estudiominucioso de estos documentos, los analiza, divi*diendo en diferentes capítulos las materias que enellos se tratan, y son las siguientes:

1. El estado actual del mundo.2. La cuestión de saber si el estado del mundo

exige el remedio supremo de un Concilio ecumé-nico.

3. Las dificultades de la reunión de ur¡ Concilioecuménico y los medios de superarlas.

A. Los asuntos que debían tratarse en el Concilio.i). La descripción de la situación actual del mundo

no hace alusión alguna,á los progresos materialesrealizados en las ciencias, las artes y las riquezas;se limita estrictamentente á los asuntos relaciona-dos con el fin eterno de nuestra existencia. Bajoeste punto de vista, se afirma en las contestacionesque el carácter especial de nuestro siglo está de-terminado por la tendencia dominante de un par-ado que intenta destruir todas las antiguas institu-ciones cristianas, cuya vida reside en un principiosobrenatural, á fin de elevar sobre sus ruinas y consus escombros un nuevo orden fundado sobre la ru-zon únicamente. Esta tendencia tiene su origen ondos errores: uno de ellos'consiste en pretender quela sociedad, como tal, no tiene deberes hacia Dios,siendo la religión solamente asunto de la concienciaindividual; el otro es que la razón humana se bastaá sí misma y que no existe un orden sobrenaturalpor el cual el hombre pueda elevarse á un conoci-miento y á un destino superiores, ó que si este or-den existe, está fuera de la competencia y de la so-licitud de la sociedad civil. De estos principios nace,por vía de consecuencia directa, la exclusión de laIglesia y de la revelación de la esfera de la sociedadcivil y de la ciencia; y de esta separación entre lasociedad civil y la ciencia y la autoridad de la re-velación, salen el naturalismo, el racionalismo, elpanteismo, el socialismo y el comunismo de nues-tra época. Estos errores especulativos son los quehan dado nacimiento en la práctica al liberalismorevolucionario de los tiempos modernos, el cualconsiste en la afirmación de la supremacía del Es-ta5o sobre la jurisdicción espiritual de la Iglesia,sobre la enseñanza, el matrimonio, la propiedadeclesiástica y sobre el poder temporal del Jefe de laIglesia. Este" liberalismo tiene por resultado, ade-más, el indiferentismo que pone bajo el mismo piétodas las religiones y concede iguales derechos á laverdad y al error. Los consultores ce ocupan tam-bién de la fracmasonería, que sustituye la Iglesia deDios con una Iglesia universal de la Humanidad.

Después hablan los Cardenales do la infiltraciónde los principios racionalistas en la filosofía de cier-tas'escuelas católicas, y de la actitud de oposiciónque toman éstas respecto de la divina autoridad deía Iglesia. De aquí pasan al estado interno de laIglesia, á su disciplina, que después del Concilio deTrento se ha hecho en ciertos puntos incompatiblecon las condiciones variables del mundo; y por úl-timo, tratan de la educación del clero, de la disci-plina de las Ordenes monásticas y del desprecio delas leyes eclesiásticas por los laicos de diferentespaíses.

2). Por estas razones y por otras parecidas casitodos los Cardenales emitieron la opinión de queera necesario el remedio del Concilio ecuménico;es decir, para emplear ol lenguaje de las escuelas,

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que su reunión estaba reclamada por una necesidadrelativa, pero no absoluta. Recuerdan que aunqueLutero había sido condenado por los Pontífices, elConcilio de Trento fue considerado como necesariopara dar más poso y solemnidad á la condenación.Del mismo modo, aunque Pió IX había condenadouna larga serie de errores, era conveniente que selanzara y publicara otra condenación por la vozunánime de todo el episcopado unido á su jefe. Ex-presan la esperanza de que si el episcopado enteroreunido en Concilio indicase á los pueblos y á losSoberanos de la cristiandad las verdaderas relacio-nes del orden natural y del orden sobrenatural, ylos derechos y los deberes de los gobernantes y delos gobernados, este índice serviría para guiarlosen medio de la confusión y de las tinieblas que rei-nan en el orden político de este siglo de revolu-ciones.

De los veintiún Cardenales, dos solamente fueronde opinión de que no debía reunirse Concilio ecu-ménico; uno porque, en su concepto, no debíanconvocarse Concilios sino en el caso de que gravespeligros amenazaran á la fe; y otro porque losasuntos que debían tratarse eran de naturaleza muydelicada y faltaban por el momento los auxilios ex-ternos necesarios para la celebración de un Concilio.

Uno solo rehusó dar opinión, manifestando que seadhería de antemano al juicio del Soberano Pontífice.

Cuatro Cardenales, al establecer que un Conciliosería el remedio más apropiado á los males denuestra época, expresaron dudas sobre la oportu-

\ nidad momentánea, pero creyendo que era por lomenos necesario proceder á todos los preparativosde su convocación.

3). Los consultores enumeraban después losobstáculos que se oponían á la reunión de un Conci-lio; las confusiones y los desórdenes de los tiempos;la animosidad de los descreídos y de los profanos,que no solamente no respetarían la autoridad delConcilio, sino que no dejarían de encontrar en susactos pretexto para atacarle con más dureza; la ac-titud de todos los gobiernos civiles, que son ú hos-tiles ó indiferentes; la probabilidad de guerras euro-peas, que dispersarían el Concilio ó le pondrían enpeligro. En seguida hablaban de las dificultades in-ternas de la Iglesia, la ausencia de los obispos desus diócesis, el peligro do disensiones y de parti-dos que podrían surgir en el seno mismo del Conci-lio, rompiendo, por lo tanto, la unidad del episco-pado católico; peligros comunes á todos los tiempos,pero especialmente á aquellos en que los asuntosde divergencia posible son tan delicados y tan vas-tos en sus consecuencias. Estas razones hicierondudar á algunos y determinaron á otros á pronun-ciarse contra la reunión del Concilio. Aun la ma-yoría que se declaró en favor de su convocatoria

tenía un conocimiento completo de estas razonescontrarias, y no negaba su importancia. Sin em-bargo, fueron de opinión de que los motivos quemilitaban en favor de la reunión de un Concilioeran mayores que los peligros. Creían que por gra-ves que fuesen las confusiones políticas y religio-sas, no estaban extinguidas por completo las aspi-raciones elevadas y nobles; que se observa, nosolamente entre los individuos, sino también en lasmasas, una tendencia hacia el orden de la verdaddivina y sobrenatural; que entre los pueblos cató-licos se manifiesta una vida nueva, una fuerte re-crudescencia de fervor y una resistencia pública álas doctrinas erróneas. Pensaban, por lo tanto, queun Concilio animaría y fortificaría los miembros fie-les y fervientes de la Iglesia, y que por el testimonioque prestaría de la verdad debilitaría las pretensionesde los adversarios do la esposa de Jesucristo; que elmundo no podría hacer más contra la Iglesia- des-pués del Concilio que antes de la reunión; que elConcilio de Nicea se celebró ante las contencionesarianas, y el Concilio de Trento cuando el Norte deEuropa se encontraba al borde del cisma; que lasdificultades, los peligros y la oposición de los po-deres civiles han amenazado á lodos los Conciliosdesde el siglo IV, pero que los Concilios han reali-zado siempre su obra, que se ha perpetuado hastanuestros dias. Decían también que el bien inmensoy duradero que debía producir el Concilio en inte-rés de la Iglesia entera, compensaría ampliamenteel inconveniente de la ausencia temporal de losobispos de sus diócesis; y por último, que si debíanestallar disensiones y formarse partidos, lo mismosucedió en Trento; pero no debía olvidarse que tanpronto como el Concilio proclamó sus decisionesfinales, todos se entregaron á la sumisión y á laconéoVdia, lo cual también sucedería en el Concilioproyectado.

Una de los Cardenales decía:«En estos grandes asuntos do la Iglesia, los que

han de dilucidarlos deben elevarse muy por encimade los que se ocupan de política. Los hombres deeste mundo cuentan con la sutileza, la astucia y ladoblez en los asuntos y en los medios puramentehumanos. Los que gobiernan la Iglesia ponen suconfianza en la prudencia del Evangelio, en la ver-dad, en la realización de sus propios deberes y enla asistencia especial prometida á la Iglesia por sudivino Fundador. De aquí que frecuentemente loque parece imprudente á los ojos de los que mar-chan con la sola prudencia humana, es un acto deprudencia evangélica, y al mismo tiempo un bien yun deber, lo mismo que una manifestación de la di-vina Providencia.»

Otro se explica en estos términos:«Veo que cada vez que la Iglesia ha deliberado

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sobre la convocación de un Concilio ecuménico hatenido que superar dificultades tan grandes comolas de nuestros días, y que si la divina Providen-cia no solamente las ha vencido, sino que las haconvertido en ventajas para la Iglesia, seguramenteesta asistencia del Espíritu Santo, que dulce y po-derosamente regula todas las cosas, no faltará enuna época en que tantas razones concurren parademostrar la oportunidad del mismo remedio que en __todos los tiempos en que se ha aplicado ha produ-cido invariablemente los efectos más imponentes.»

Otro dice:«Dios, que ha sugerido á Vuestra Santidad la idea

de un Concilio ecuménico con objeto de procuraruna sólida defensa contra los males de nuestrotiempo, sabrá ensanchar las vías, superar las difi-cultades y dar á Vuestra Santidad y á los Obisposun momento de tregua, y la tranquilidad y el tiemponecesarios para terminar tan grande obra.»

4). El último punto de la consulta se referíaá las materias que debían tratarse. Los Cardenalesaconsejaban desde luego la condenación de loserrores modernos, la exposición de la doctrina ca-tólica, la observancia de la disciplina, el mejora-miento del estado del clero y de las órdenes reli-giosas. Algunos tocaron puntos especiales, talescomo la licencia de la prensa, las sociedades secre-tas, el matrimonio civil, los impedimentos del ma-trimonio, los •matrimonios mixtO3, la propiedadeclesiástica, la observancia de las fiestas, la absti-nencia, el ayuno y otros análogos. Dos solamentehablaron de la infalibilidad del Soberano Pontífice;uno de estos se ocupó en términos generales delgalicanismo. Otro mencionó también el galicanísmoy la necesidad actual del poder temporal del Pon-tífice de Roma, como medio de asegurar el libreejercicio de su ministerio apostólico. Pero esteconsultor era uno de los que se pronunciaron con-tra la reunión de un Concilio. Otro también hablódel poder temporal. Uno solo habló del Syllabus,y éste también se mostró contrario á la idea delConcilio. El arzobispo de Florencia continúa en se-guida en estos términos:

«Debemos declarar que si la historia no pruebaque una pretendida conspiración jesuítica haya fis-calizado el programa del Concilio, la causa de losque nos dicen iisque ad nauseam que «Roma por losdesignios tenebrosos de esta célebre sociedad, con-cibió el proyecto de concentrar todos los poderes,tanto eclesiásticos como civiles, en manos del So-berano Pontífice, y establecer en el seno de la Igle-sia una nueva y exorbitante autoridad con ayudadel servilismo de los obispos,» será ya siempre unacausa irreparablemente perdida.»

Otros puntos fueron tocados también por los Car-denales. Gran número de ellos expresaron su ar-

diente deseo de ver que nuestros hermanos sepa-rados de la Iglesia católica pudiesen encontrar,merced al Concilio, la ocasión de volver á la verda-dera madre de todos los hijos de Dios.

HENRY EDWARD,

Cardenal-arzobispo de Westminster.(Continuará.)(The Nineteenth Century.)

APUNTES CRÍTICOS.

EISr. D. Abdon de Pazha pensado bastante, segúnafirma, sobre las graves cuestiones que agitan ánuestra época, dirigiendo principalmente sus estu-dios y meditaciones al problema religioso. Comofruto de tales meditaciones nos ofrece hoy un libroque titula El árbol de la vida (1) y del cual, máspor seguir en todos sus variados matices el movi-miento científico de nuestra patria, que por su es-casa importancia, vamos á dar cuenta á nuestroslectores.

El libro del Sr. Paz parece escrito por los años20 ó 21 de nuestro siglo y desti nado á rebatirlas castas dudas que surgían en el alma de nues-tros padres con la lectura de los enciclopedistasfranceses, más que una obra redactada durantelos años trascurridos desde la revolución del 68.Es decir, el libro del Sr. Paz, publicado el año 77del siglo XIX, es un anacronismo filosófico y litera-rio. El Sr. Paz es un paladín del catolicismo, em-peñado en dar furiosos tajos y mandobles á losdifuntos, porque no conoce siquiera de vista á losque hoy le combaten.

Si tratásemos de hacer la crítica de todas lasinocencias (por no decir absurdos) que en estaobra se contienen, prolongaríamos demasiado nues-tro artículo. Para no abusar gravemente de la pa-ciencia de nuestros lectores, recogeremos al azaralguna que otra proposición, y trataremos de ser lomás 3óbrios posibles en su examen.

El primer capítulo del Árbol de la vida lleva portítulo «La fe y la razón ,,•> y en él se cantan las glo-rias de la razón, porque es la que ha hecho lostúneles, los telégrafos y los pararayos, sin que alSr. Paz se le haya ocurrido que la razón es la facul*tad del espíritu donde se encuentran las ideas, yque este es su primero y capital aspecto. Despuésde rebajar á la razón, calumnia el Sr. Paz á laFisiología, diciendo que «la Fisiología busca envano el antídoto de la muerte.» Tenemos curiosi-dad por saber qué fisiólogos ha consultado el señorPaz antes de estampar tan peregrina proposición.Que hayan buscado con afán un elíxir para perpe-

(1) Estudios fundamentales sobre el cristianismo porAbdon de Paz.—Madrid, 1877.

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tuar la existencia, no han dejado de existir algunoshombres, como el marqués de Villena, Fausto, Ca-gliostro y otros; pero estos se llamaban astrólogos,no fisiólogos como el Sr. Paz quiere suponer.

Muy poco más abajo dice: «Y el filosofismo, noobstante sus titánicos esfuerzos, condensados allen-de el Pirineo en Proudhon, y allende el Rhin enKrause » Ahora tenemos curiosidad por saberqué historia de la Filosofía ha leido el Sr. Paz. ¿0es que no ha leido ninguna? Krause es uno de losmuchos filósofos que han aparecido en nuestraépoca; Proudhon, ni es, ni ha pasado nunca porfilósofo. Continúa el Sr. Paz su capítulo dirigiendoamargos reproches al «yo humano en el conceptocientífico,» porque no ha podido crear un átomo demateria ni dar á esta la ley más sencilla, do lo cualse deduce lógicamente que es necesario creer enla revelación. ¿En cuál de ellas'? Compara más tar-de nuestra personalidad física á una máquina devapor ó pila eléctrica, advirtiendo, sia embargo,que en nosotros «hay una cosa que no es el vaporni la máquina, la electricidad ni la pila, sustanciaespiritual que se escapa al análisis de la ciencia...»Pensamos como el Sr. Paz que existe en efectoesta sustancia; mas si no lo pensáramos, no loiríamos á creer ahora bajo su palabra, que, aunquemuy honrada, viene desprovista totalmente de prue-bas. Lo que no podemos creer es que esta sustan-cia se escape al análisis de la ciencia, como afirmael Sr. Paz. ¿En tan poco tiene el distinguido autorde El árbol de la vida los delicados análisis psicoló-gicos llevados á cabo por tanto fdósofo católico,que así les niega todo valor científico?

Necesitamos, según el Sr. Paz, «buscar apriorió a posteriori, por deducción ó inducción, un sím-bolo común que nos sirva de punta de partida yregla de conducta, á menos que no pretendamosperdernos en el caos de la negación ó de la duda.»El Sr. Paz debe saber que la filosofía ha buscado yha encontrado este punto de partida. Desde Des-cartes hasta ahora no ha existido ninguna dificultadsobre su determinación. Pero no es indiferente,como nuestro autor supone, que se determinea priori ó á posteriori. ¿Qué punto de partida esese que se determina a posteriori? Si el Sr. Paztuviera el proyecto de hacer un viaje á Londres,¿fijaría el punto de partida después de haber llega-do á Inglaterra? El símbolo común que necesitamosha de servir, á juicio del Sr. Paz, de punto de par-tida y regla de conducta. En la obra de la ciencia,el punto de partida, como su mismo nombre indica,es aquella primera verdad que se impone al espíritucomo absolutamente cierta y que sirve de cimientoá todas las demás. ¿Tiene algo que ver esta verdadcon la regla de conducta, que es la coronación y elcomplemento del gran edificio de la ciencia?

«Proscribir la fe es absurdo,» dice más adelanteel ortodoxo autor. Estamos de acuerdo con estaafirmación; pero es preciso que fijemos qué clasede fe es la que no debe proscribirse. Cuando la fees la deidad amorosa que ilumina y acalora ennuestra conciencia las verdades aceptadas por larazón, comianicándonos entusiasmo bastante paradedicarlas todas las fuerzas del cuerpo y del espí-ritu; cuando, como dice Reynaud, «es esa fuerzaque nos liga oon toda nuestra alma á un ideal, cuyaverdad no está lógicamente demostrada, pero quenos arrastra y nos conmueve porque percibimos bajoél brillar la realidad de Dios;» cuando no es otracosa que «el argumento de las cosas no aparentes,»como la define San Pablo; entonces la fe es la se-ñora del mundo, á la que consagramos un cultofervoroso y constante. Pero si la fe ha de consistir,como la escuela del Sr. Paz pretende, en acataruna concepción más ó menos absurda que la volun-tad impone á la razón sin permitirla examen ni in-vestigación alguna; si ha de representar un desdeninjustificado y ridículo hacia la única fuente del co-nocimiento, porque no nos sentimos con valor paraacometer el estudio de los grandes problemas delalma, y preferimos entregar nuestra razón á la mo-licie de una creencia que nos viene de fuera, sinesfuerzo ninguno por nuestra parte; entonces nosólo debemos proscribir la fe, sino también aborre-cerla como altamente nociva para el desarrollo yperfección de nuestro espíritu. «¡Graciosa fe, ex-clama á este propósito Montaigne, que no créeloque cree más que porque no tiene el valor de nocreerlo!» No se sorprenda, pues, el Sr. Paz, comolo hace, de que el incrédulo Voltaire considere á lafe como aliada que debe venir en nuestra ayuda,nQ«$omo enemigo á quien debemos combatir; ni deque el revolucionario Mazzini censure á esta gene-ración, «que no tiene fe, sino opiniones,» pues lafe á que estos pensadores se refieren, ningún puntode contacto tiene con la que el Sr. Paz anhela verextendida. Es una insigne vulgaridad, además, elapelar, para que sirvan de apoyo á la tesis católica,á ciertas frases de los pensadores racionalistas, queseparadas de sus antecedentes y de sus consiguien-tes, no tienen valor alguno. Pero esta vulgaridadpuede llegar á merecer otro título cuando en lostiempos que corren se habla de Voltaire, «confe-sando desde el lecho de agonía la divinidad delCrucificado,» y de algunos otros casos análogos.

Termina el autor este primer capítulo protestan-do de su intransigencia respecto de la pureza deldogma, á la par que de su tolerancia para con lasalmas que, por su desgracia, le desconozcan.

Renunciamos á examinar los que le siguen, por-que es muy poco lo que de serio se encuentra entodos ellos. Alegaciones sin novedad acerca de los

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datos científicos consignados en la Biblia; impugna-ciones de las doctrinas de Büchner y Figuier, queel autor considera, al parecer, como los dos grandes apóstoles del racionalismo moderno; estudiossobre los Evangelios, llevados á cabo con el crite-rio estrecho del que para nada tiene en cuenta elgran movimiento que en estos estudio* se ha ope-rado desde hace algunos años, principalmente enAlemania. Esta es la obra del Sr. Paz; la obra de uncatólico entusiasta, pero de escasa ilustración. ElSr. Paz es mejor escritor que filósofo: su estilo esanimado y poético, pero modelado sobre el de la .Sagrada Escritura.

Deseamos que el Sr. Paz renuncie á la tarea deconvertir racionalistas, y dedique sus talentos áotro género de obras, donde alcanzará segura-mente mayor gloria que la que la presente le hareportado.

ARMANDO PALACIO VALDÉS.

LAS CÜATROJSSTACIONES.Así titula el Sr. D. Eduardo Bustillo un tomo de

poesías que acaba de publicar, y que no vacilo enrecomendar á mis lectores, convencido de que juz-garán digna de ser conocida una obra honradamen-te pensada y concienzudamente escrita. Sin arran-ques grandilocuentes ni atrevidas imágenes, perotambién sin hueca palabrería ni falsos relumbrones;sabiendo siempre á dónde se dirige y llegando á suobjeto sin cansancio ni inútiles rodeos; revistiendode insinuante sencillez profundas ideas y sentimien-tos nobles y generosos, el poeta de que me ocupoha querido y ha conseguido que sus versos no separezcan en nada á aquellos que uno de nuestrosmás eminentes líricos contemporáneos califica deinspiraciones sin alcance ni fuerza, «llenas de ga-las y adornos, como esas pobres doncellas muertasá quienes se atavia y corona de ñores para condu-cirlas al Campo Santo.»

Nada hay en Las cuatro estaciones que aturda yasombre por lo inesperado de la idea y lo vigorosode la forma; nada que azote.el ánimo hasta acorra-larlo y reducirlo á incondicional esclavitud: musade vuelo reposado la del Sr. Bustil'o, ni ostenta lafrente coronada de rayos, ni cabalga en las tempes-tades, ni tiene por aliento el huracán y por voz lasdesapacibles vibraciones del trueno. La fuerza in-contrastable, el encanto irresistible, la atracciónmaravillosa que dan valor no común á estas poe-sías, -estriban principalmente en la falta de afeitesvistosos y de adornos deslumbradores. Se leen sinfatiga y cautivan sin fascinar: no golpean ni sacu-den violentamente la inteligencia y los sentimien-tos del lector, y, sin embargo, acaban por apode-

rarse de su corazón y su inteligencia. Poseen elsecreto de esas mujeres que sin provocativa belle-za, sin ricos vestidos de terciopelo, sin blondas,pedrería, ni más armas que la ingenua bondad conque dejan ver los tesoros de su alma, logran que eltiempo se haga corto al que las escucha, y que éstesiga pensando en ellas después de haberse separado.

Dividida la obra en cuatro parles,—primavera,estío, otoño é invierno,—nótase desde luego la es-merada proligidad con que el autor ha ido combi-nando las composiciones, para que el aire do fami-lia que las une aparezca velado por los distintosmatices que imperiosamente reclamaba el título, siéste había de resultar verdadero. Los cantos pri-maverales necesitaban algo candoroso, algo de laluz del crepúsculo matutino, algo de osa dulce ale-gría que vemos en la naturaleza cuando despiertanlas plantas del letargo del invierno y los árboles secubren de tiernas hojas, y hay capullos, y hay movi-miento en los nidos, y el sol acaricia sin incendiarcon sus besos de llama. Exigían los cantos estivalesmás calor, más brío, más pasión, más entusiasmo:las hojas han tomado un color más oscuro; los ca-pwllos se han convertido en flores de brillante corolay penetrante .aroma; el movimiento de los nidos esya ruido y trinos y gorjeos; el astro del dia tienetodos los esplendores de una cascada de fuego. Pro-pios del otoño eran la completa madurez del frutoy el tinte melancólico de los campos con las prime-ras hojas amarillas, y de los horizontes con las pri-meras nubes que anuncian largos temporales. Re-clamaba el invierno tonos en que bajo las galas dela vida se escondiese la desnudez de la muerte; pe-día la hoja amarilla convertida en hoja seca, y lahoja seca convertida en átomos sueltos; pedía lanube trasformada en lluvia, y la lluvia trastornadaen escarcha. Y como en el mundo físico no se su-cede brusca y caprichosamente una estación á otra,sino que en el principio y fin de todas se nota la in-fluencia de la que se ha ido ó de la que se acerca,el Sr. Bustillo, siguiendo la misma marcha, necesi-taba abrir y cerrar sus estaciones con poesías querevelaran esa influencia, y con ella el deliberadopropósito de que título y obra estuviesen en perfec-ta armonía. Si ha pensado en esto, y si ha conse-guido el poeta su objeto, díganlo los cantares, eldelicioso poema Pájaros y hombres, Las marinas,Los dias lluviosos y la composición á Dante Ali-ghieri: si cada una de las cuatro partes del libroes lo que debe ser, vamos, aunque más á la ligerade lo que la obra merece, á examinarlo.

Entre las poesías del primer grupo se encuentranlas que llevan los siguientes epígrafes: En la aurorade la vida, La niña del bosque, El primer canto delruiseñor, y Tu rosa en la primavera. No las citoporque me parezcan mejores ni peores que las de-

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mas: en la imposibilidad no sólo de analizarlas, sinode citarlas todas, elijo esos títulos, que ya dicen depor sí el legítimo derecho que tienen a que se lescoloque en la estación más alegre del año. Conclu-ye ésta con el citado Pájaros y homhres. Califícaloel autor de poema de un desconcierto, y figuran enél Leonarda, Pablo y dos ruiseñores. El amor reúneá ambas parejas en un bosque: al pié de los árbolesestán Pablo y Leonarda; en las ramas, entre el fo-llaje, los enamorados pajarillos. Uno y otro galán,cada uno á su modo y en su lenguaje, manifiestan ásus respectivas amadas la ardiente sed de ternura ycaricias que les devora, sed que no es monos inten-sa en aquellas dos hembras, que escuchan embele-sadas las lisonjas que inspiran. Hasta aquí caminande acuerdo pájaros y hombres. En lo sucesivo ve-remos al ruiseñor rechazado dulcemente por sucompañera, que á toda prisa construye el nido enque más tarde han de piar sus hijuelos: sin más guíaque el instinto, aquel pajariilo se defiende de lostentadores requerimientos de su amado, hasta ter-minar la tai'ea que hará que lesigan casa paracuando tengan familia. Leonarda y Pablo, á pesar dela superioridad que sobré los pájaros debe darles lainteligencia, atropellan por torio, manchan la casti-dad de su pasión, y, sin un pensamiento para loporvenir, convierten en semillero de vergüenza yremordimientos el cariño nacido en sus almas paraser un manantial inagotable de placeres honestos ypuras alegrías. Leonarda muere agobiada por suculpa, que comprende en toda su extensión al vol-ver sola al bosque y hallar en él al ruiseñor can-tando satisfecho, mientras la hembrilla, inmóvil enel nido, da calor á sus hijos, cuyas cabezas asomanentre las alas de la madre. Hay tanta frase delicada,tanta pincelada feliz, tan notable sentido moral ytanta belleza en la ejecución de este cuadro, quedudo sea posible llevar más allá la perfección en losde su género. Él sólo bastaría para acreditar á suautor de gran poeta, si, lo que no sucede, no tuvie-ra olSr. Bustillo más títulos en su favor que aque-llos ruiseñores y aquella Leonarda

Que ha manchado sus alas de palomaY aun pregunta por qué no es inocente.

Abundan los sonetos en el segundo grupo de es-tas poesías, y en todos ellos se observa que elverano, cuya proximidad se siente en fajaros yhombres, informa esta parte de la obra. Bienio de-muestran con sus llamaradas de pasiones tumultuo-sas los titulados Cómo empieza y cómo acaba, A solasy los dos A una mujer; y con su acerada intenciónlos que se dirigen A una sania, A un diputado, A unagran señora, y el de El duelo se despide en la igle-sia, que son otros tantos latigazos aplicados al ros-tro de la hipocresía, la desvergüenza y la vanidad.

El romance Almoneda, la letrilla Don Quijote y San-cho Panza, las quintillas Los matrimonios de Dios ylos matrimonios del Diablo, tienen también sellode madurez y mérito indisputable; y otro tanto,por lo monos, puede decirse de los que, de forma yfondo más levantados, llevan por epígrafe La nuevavida y El divino arte.

Citaré del tercer grupo el soneto El vestido largo,vestido tan deseado por la inexperiencia de las ni-ñas que todavía juegan con sus muñecas; el melan-cólico romance dedicado al ilustre autor de Bl librode los cantares y los Cuentos de color de rosa, y aña-diré algunas palabras sobre los Dias lluviosos, com-posiciones cuyo corte y sabor traen á la memoriaaquellas preciosas Rimas del malogrado Gustayo A.Beequer, que puso de moda entre nosotros el gé-nero que, con más brillantez y más profundidad,pero con menos elevación y sentimiento, cultivóHeino en sus horas de amargura y desencanto.Hubo un tiempo en que los jóvenes que aspiraban ámerecer el dictado de poetas, se creyeron en el de-ber de imitar al gran Zorrilla, y con este propósito,sin ver que reproducían aumentados en quinto ytercio los descuidos y defectos del maestro, y niuna de las bellezas con que el genio aubre de flo-res los más áridos arenales, vomitaban versos ymás versos, ya olvidados, por fortuna de sus auto-res, consiguiendo, en vez del lauro apetecido, ma-tar gran parte de la afición que entonces arrastrabaal público hacia la literatura. Hoy es Beequer elídolo, y no hay principiante que no nos dé cuentaen sus ensayos de todas las tormentas que no hanrugido en su alma, de todos los desengaños queno ha sufrido y de todas las desgracias que no co-noce más que de nombre ó por referencia. No esfátjjl que el nuevo enjambre de imitadores mate aho-ra una afición que no existe; pero en cambio, logranque se mire por muchos con desden lo que llama-mos, no sé por qué, poesía subjetiva,y que sedeside-ñen de entrar en ese camino algunos que, como Bee-quer, aumentarían hablando exclusivamente de ellosmismos, los tesoros de la poesía castellana. Vienenlos Dias lluviosos en apoyo de esta opinión mia;canta en ellos el Sr. Bustillo cuitas y congojas de suvida, y aquellas congojas y aquellas cuitas tienen talfondo de verdad y tan natural expresión, que lo mis-mo pudieran referirse á dolores del poeta que á losde cualquier simple mortal. Bajo este punto de vista,los Dias lluviosos cuentan con elementos para in-teresar á todo el que los lea; y véase cómo lo másíntimo es en cierto modo lo que reviste caracteresmás generales y de mayor alcance. No; no hay jus-ticia en calificar de fútil y estéril este género: cuan-do el alma del poeta es un espejo, y siempre debeserlo, en que las almas de los demás se ven clara ydistintamente, hacer la historia de ese alma equi-

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vale á hacer !o que sería, colocándola en idénticascircunstancias, la historia de la humanidad. Com-prenden los Dias lluviosos veintidós composiciones,y no debo pasar en silencio que la VII, la IX, la XI ylia XV están basadas en una especie de alegorismoque no carece de novedad ni de atractivo.

Hemos llegado á la cuarta y última parte del li-bro. Inútil sería continuar la ya larga lista de des-parramadas citas que anteceden. He dado cuenta ámis lectores de la impresión que en mí han produ-cido las poesías del Sr. Bustillo, y para que puedanjuzgar de la sinceridad con que he hablado de ellas,trascribo aquí una de este grupo del invierno, quepuede servir también como comprobante de lo queánte.s dije respecto á la armonía que existe entre laobra y el título.

¿QUÉ SERÁ DE ELLOS?

Junto al cantábrico mary del mar del mundo lejos,viendo la espuma brillará los pálidos reflejosde la luz crepuscular;

Mientras por la blanca arenamis hijos corren sin pena,con inocentes antojos,este afán, que mi alma llena,en llanto asoma á mis ojos.

Contemplando el mar sombríobusco el porvenir quizá;y aunque á mis hijos sonríocuando la ola viene ó va,¿qué será de ellos, Dios mió?

¿qué será?

Mis lecciones recordando,tal vez en la arena jueganletras mis hijos trazando,y olas y más olas lleganque las letras van borrando.

Oleadas de pasionesen la ardiente juventudllenarán sus corazones...¡Ay! ¿borrarán mis leccionesde honradez y dé virtud?

Si en vano mi amor se afanay al mañana corren yapor ley de la vida humanaque á luchar los forzará,¿qué será de ellos mañana?

¿qué será?

Brota en la playa una fuentedonde ahora juegan mis hijos;su cristalina corriente,sin tocar peñas ni guijos,

baja al mar muy dulcemente.De otra fuente el agua brota,

que entre los peñascos rotadesde el monte so derrumba,y monte y valle alborotabuscando en el mar su tumba.

Fuente de cristales bellosen mis niños brota ya;mas, del mundo á los destellos,la corriente cambiará...y ¿qué será entonces de ellos?

¿qué será?

Como un pájaro ligera,cruza la mar una naveque alguno con ansia espera...¿Adonde va? ¡Dios lo sabe!¿Arribará? ¡Dios lo quiera!

Con mar bella y rumbo ciertootra nave dejó el puerto;volaba también, volaba...Mas y£ la esperanza ha muertodel triste que la esperaba.

Pronto la nave atrevidade esos niños volarádel mundo en la mar temida...Y ¿qué rumbo llevará?de los hijos de mi vida,

¿qué será?

Torrente fui despeñado;mi propia furia sentí;buque en la mar engolfado,sin timón, desarbolado,entre las olas me vi.

De buscar playas ignotastan desengañado yivo,que ya, con las alas rotas,poso en el peñón nativocomo las blancas gaviotas.

¡Pobres hijos! Dios los guardede lo que de mí fue ya:de candor haciendo alardesu infancia pasando va...¿Qué será de ellos más tarde?

¿qué será?...

Sólo añadiré á lo que expuesto queda, que Lascuatro estaciones del Sr. Bustillo, como toda obrahumana, tiene sus defectos. Ocúpense de ellos losllamados á formar juicio crítico de las produccionesde los ingenios: yo he buscado y señalado las be-llezas, según mi leal saber y entender, y aquí doypunto á mi tarea.

PEDRO MARÍA BARRERA.

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N.° 165 J . VILANOVA. GEOLOGÍA AGRÍCOLA. 511

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.Ateneo de Madrid.

CÁTEDRA DEL SEÑOR VILANOVA.

GEOLOGÍA AGRÍCOLA.XV.

Continuando la exposición de las bases estableci-das en el reglamento de valuación del catastro,indicado ya en la anterior conferencia todo lo rela-tivo á la formación y conservación del mismo, debosignificar que, realizado el primer período de lascartillas de valuación simultáneamente con el le-vantamiento de las parcelas, estudio comprensivode todas las circunstancias de la localidad referen-tes á orografía, hidrografía, meteorología, etc., sehabía de proceder en el segundo á la apreciaciónde las parcelas con arreglo á un cuadro general declasificación en el que aparecen los terrenos dividi-dos primero en dos grandes grupos, según se des-tinen á la producción agrícola ó á la edificación, decualquier naturaleza que ésta sea. Dividíase des-pués cada uno de ellos en otros grupos de segundo,tercero, cuarto, etc., orden, según la naturalezadel suelo, el género de cultivo y muchas otras cir-cunstancias que deben tenerse presentes. En virtuddel art. 16 sólo se incluirán, decía el reglamento,en la clasificación especial de cada término, losgrupos que comprenden parcelas existentes en é!,suprimiendo los demás y añadiendo los que falten,si por haber en el término parcelas que no puedancomprenderse en ninguno de los mencionados en elcuadro general, se cree necesario formar otrosnuevos. Por el art. 17 se establecía que, basada laformación de las clases que constituyen los gruposinferiores de la clasificación en la facultad produc-tiva de las tierras comprendidas en el grupo inme-diatamente superior, la división de cada uno deéstos será independiente; entendiéndose, por con-siguiente, que formarán la primera clase las tierrasmás productivas, la segunda las que á éstas siganen fertilidad, y así sucesivamente por el orden denumeración; de modo que una tierra de terceraclase del grupo de las arcillas podrá ser más fértilque otra de primera del grupo de las silíceas. El ar-tículo 18 establece que el número de clases de cadagrupo será el que se conceptúe necesario para quetodas las tierras comprendidas en cada una deellas presenten caracteres análogos. De modo queentre la mejor y la peor no existan grandes dife-rencias de producción ni de caracteres físicos. Porregla general, se establecerán tres clases, pudiendoaumentarse ó disminuirse este número, según sa-tisfaga ó no las condiciones expresadas, siendo po-sible que haya en algunos de los grupos una solaclase, en cuyo caso no se dividirá. Dadas estasbases para el estudio en general, al descender alestudio propio de cada grupo preceptuaba el art. 19que, proyectada la clasificación de las parcelas,deberían estudiarse con toda detención cada unade las clases establecidas, á cuyo fin, tomando comotipo las tierras de labor, se elegirán en cada clasedos, que serán las que se conceptúen de mayor yde menor facultad productiva, y se proyectará encada «na de ellas un ensayo, determinándose tam-bién sus caracteres físicos; todo con arreglo á las

prescripciones indicadas en el apéndice número 3al reglamento, cuyo objeto era dar reglas fáciles,un método expedito y no muy costoso para llegar áconocer la composición mineral y orgánica de lastierras y sus principales propiedades físicas, asuntosmuy importantes que serán objeto de lecciones ul-teriores.

Si en los estudios hechos resultasen grandes di-ferencias entre los terrenos elegidos, decía en elart. 20 que se modificaría la clasificación, aumen-tando el número de clases, y en caso necesario ielde los grupos superiores, así como podrán dismii-nuirse cuando se advierta que terrenos comprendi-dos en diferentes grupos presentan grandes analo-gías en su composición y caracteres físicos.Cualesquiera que sean los tanteos necesarios paraestablecer la clasificación definitiva, ha de ser con-dición precisa, según el art. 21, que se hayan en-,sayado y estudiado, conforme al método establecidoen el apéndice, dos tierras por lo menos de cadauno de los grupos inferiores, siendo en lo posibleestas tierras la mejor y la peor de su clase. El ar-tículo 22 determinaba que, establecida ya la clasifi-cación definitiva, se escogerá .en cada uno de losgrupos últimos una de las dos tierras ensayadas,que será aquella cuyas circunstancias se aproximenmás á las de la generalidad de los demás terrenosdel grupo. Una hectárea de este terreno servirá detérmino de comparación, y á ella se referirán losestudios necesarios para redactar la cartilla de va-luación correspondiente.

El art. 23 preceptuaba que las circunstancias quedebían determinarse para la lierra-tipo serían la dela parcela misma á que se refieran, consignándoseen el orden siguiente: situación, altitud, composi-ción, caracteres físicos, inclinación de la superficie,exposición, abrigos, etc.

El art. 24 decía que el estudio de todas estas cir-cunstancias y de los efectos que pueden producir,se ampliara con el de las variaciones que puedenpresentar en las demás tierras del grupo, indicandolos límites de estas variaciones y su influencia conla mayor exactitud posible.

Hecho el estudio á que se refieren los artículosantt|riores, se determinará cuáles son Jos sistemasde cultivo más generalmente seguidos en la locali-dad y en las tierras de la clase que se estudia, ex-presándose si alguno ó algunos labradores siguenotros distintos.

Según el art. 27, los sistemas de cultivo genera-lizados en la localidad, por los cuales se entiendelos seguidos ó adoptados por la tercera parte á lomenos de los cultivadores que se hallan en igual-dad de circunstancias, deberían estudiarse en to-dos sus detalles con arreglo á instrucciones que seindican eo el artículo inmediato, mientras de los nogeneralizados ó que vayan cayendo en desuso, nohabía necesidad sino de compararlos con los pri-meros, expresando sus ventajas ó inconvenienteis.

Por el art. 28 se determinaba el modo do hacer elestudio detallado de un sistema de cultivo, exami-nando por orden cronológico, y durante el númerode años que comprenda una rotación, los trabajosy gastos que exigen una unidad superficial, así comolos productos que puedan obtenerse en ella por tér-mido medio. Si, por ejemplo, la rotación seguida esde tres años, durante los cuales se obtienen unacosecha de trigo, otra de cebada, y se da á la tierraun barbecho, se empezará con las labores de se-mentera del trigo, continuando con su cultivo, era-

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512 REVISTA EUROPEA.- DE ABRIL DE 1 8 7 7 . N.M65secha, preparación"de las tierras para la cebada,cultivo y cosecha de ésta y labores de barbechera,detallándose bien cada trabajo, y determinándoseel coste y los productos de la unidad superficial.

El art. '29 fija como unidad superficial la hectárea,y que la valuación del costo de cada trabajo y delvalor de las materias primeras empleadas y el delos productos habría de hacerse eu dinero, cuandode los estudios anteriores puedan deducirse los da-tos necesarios, haciendo el cómputo durante unespacio de tiempo que no debía bajar de diez años,pudiendo, sin embargo, disminuirse cuando dentrode él hayan cambiado las circunstancias normalesde la localidad, hasta el punto de influir de un modonotable en los precios, debiendo, no obstante, es-tudiarse la causa de este cambio, los limites de lasvariaciones que haya determinado, y la mayor ómenor facilidad de que puedan reproducirse lascircunstancias anteriores.

Hecho el estudio de los sistemas de cultivo gene-ralizados en la localidad, el art. 33 decía se compa-raran entre sí para ver cuál de ellos es el más ven-tajoso, pues este será el que se adopte para la for-mación de las cartillas. Para esta comparación setendrá en cuenta, no sólo el resultado numérico delestudio anterior, sino las demás circunstancias queen cualquier sentido puedan influir en los resultadosdel cultivo, como son regularidad en la distribuciónde trabajos, la mayor fertilidad ó empobrecimientoprogresivo de los terrenos, el mayor ó menor capi-tal que exige su adopción.

El art. 34 se dirige á consignar el estudio compa-rativo de las rotaciones que sólo hayan sido adopta-das por un corto número de labradores, y que nodeben ser objeto de un examen tan detenido.

El art. 35 es como complemento del estudio decada grupo; se consignarán los términos medios devalores en venta y en renta de (as tierras que com-prendan y la relación que existe entre ambos, te-niendo cuidado de no tomar como datos para elcálculo los valores en cuya determinación hayanpodido influir circunstancias especiales, como sontodas aquellas que colocan á los contratantes enposición favorable ó desventajosa, y ponen el con-trato fuera de las condiciones ordinarias.

El art. 36 determina que, terminado el estudioespecial de un grupo, se pasará al que sigue en laclasificación, cuidando de que al terminar el de to-dos ellos existan los datos necesarios para reduciradinero, al redactarlas cartillas de valuación, to-dos los elementos de ios cálculos que exige la for-mación de ésta.

Dssde el art. 37 al 43 inclusive tienen por objetodar las reglas á que había de ajustarse la redacciónde las cartillas de valuación, empezando el 37 pordecir que este trabajo consistirá en la formaciónde una cuenta de cargo y data en que se consigna-rán por una parte los productos de que son suscep-tibles, y por otra los gastos que ocasiona la explo-tación de las parcelas que forman parte de cadauno de los grupos de, la clasificación. Esta cuentatendrá por base los resultados de los estudios he-chos anteriormente, y á ellos se referirá cada unode sus artículos por medio de llamadas.

Art. 38. La unidad superficial á que debe refe-rirse esta cuenta, será la hectárea de tierra de laparcela escogida como tipo; pero se harán tambiénios cálculos necesarios para reducir á dinero confacilidad las diferencias que presenten las demástierras del grupo.

Según el 39, cada una de las cartillas había de en-cabezarse con indicación del grupo a que se refierela tierra tipo, expresando sus circunstancias espe-ciales extractadas del estudio que se hizo anterior-mente.

El art. 40 preceptuaba que tomando por base elsistema de cultivo usado para las tierras del grupo,ó el que mejor resultados dé, en el caso de que sesiga más de uno, se formará la cuenta de gastoscorrespondientes, reuniendo todos los elementosnecesarios para formar con cada uno do ellos unapartida: del mismo modo se formará la cuenta delos productos.

Según el art. 41, las cuentas á que se refiere elanterior, comprenderá el número de años que exijala rotación adoptada, de modo que, dividiendo lasuma de los gastos y la de los productos, por estenúmero se obtendrá las que corresponden á un añocomún, representando las diferencias de estas su-mas el beneficio líquido correspondiente al mismoespacio de tiempo.

Calculado ya el beneficio líquido y conocido porestudios anteriores el valor en venta, se puede de-ducir, según el art. 42, la relación que existe entreuno y otro, determinándose, por consiguiente, eltanto por ciento que debe servir para haliar el se-gundo, capitalizando el primero. A continuaciónde este dato se consignará el valor en renta ya de-terminado y la relación con el valor en renta.

El art. 43 dice que para terminar la relación delas cartillas que deberán ajustarse al modelo conte-nido en el apéndice núm. 4., se consignarán los re-sultados del estudio hecho en virtud del art. 24,acerca de la influencia que puede ejercer en losgastos ó en los productos la diferencia entre cadauna de las circunstancias de la unidad tipo y lasque presenten las demás tierras del grupo, de modoque al hacer la valuación especial de cada parcela,sólo haya necesidad de consultar la cartilla corres-pondiente, y de ningún modo los estudios que sehan hecho para formarla.

Los restantes artículos hasta el 88, de que secompone dicho reglamento, se refieren á pormeno-res relativos á los dos periodos de la valuación, des-tinándose los cinco últimos á la revisión de las va-luaciones, que ha de ser de dos clases. La primera,referente á las modificaciones de una ó varias par-celas, y la segunda á la totalidad de los trabajosde un término municipal, determinándose los casosen que estas operaciones debieran practicarse comogarantía de acierto.

Tales son en resumen las bases del reglamento devaluación discutidas y aprobadas por la comisiónde Estadística nombrada al efecto; y sin que llevemi pretensión hasta el extremo de considerarlocomo una obra acabada, no es menos de lamentarel que no se haya puesto en práctica, pues de estemodo se hubieran evitado y corregido alguno delos defectos que pueda tener, y hoy poseeríamosuna norma sin la cual ni propietarios ni haciendapueden dar un paso seguro en asunto tan impor-tante.

JUAN VILANOVA.

Madrid 10 de Abril 1877,