Revista voladas año 1 nº 1

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VVVV OOOO LLLL AAAA DDDD AAAA SSSS

Año 1, nº 1

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Voladas Año 1, Nº 1

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Voces, palabras, miradas… Voladas.

Voladas nace un día de julio de una inquietud compartida. Este es el resultado del trabajo de un grupo de amantes de la literatura que participan y disfrutan de este acto creativo. Tiene intención de seguir su andadura, esperando que tenga una cálida acogida.

Voladas somos:

Blanca Fernández Sánchez

Retirada del Magisterio activo, enredo mis días y algunas horas insomnes soñando palabras, engarzando la realidad de los nombres con el latido de ciertos verbos y la finura o dureza de los adjetivos. Esta tarea anima el sentido de mis días y hace que me sienta bien. Como si fuera más fácil la vida.

Conchi Castellano García.

Nacida en Cádiz en 1971. Licenciada en Geografía e Historia. Mi objetivo sólo es llenarme del placer y de la diversión que provoca la escritura.

Javier Gallego Dueñas

Historiador y sociólogo, escribo por afición desde la adolescencia y trabajo de profesor de secundaria.

Juan José González Castellanos

Nacido en Rota 1965. Amante de la lectura y el deporte.

María del Carmen Domínguez Domínguez.

Nació en Rota en la primavera de 1959, en el seno de familias muy conocidas por el pueblo, “La de los Grifos” y “Paulita el herrero”.

Curso sus estudios de magisterio en la ya desaparecida Escuela Universitaria Josefina Pascual en Cádiz. Posteriormente se graduó como Técnica de Medio Ambiente y es Titulada Media en Gestión de Riesgos Laborales.

Ha participado en múltiples certámenes literarios tanto en prosa como en poesía, siendo con esta última modalidad donde se llevó un premio y le publicaron el poema premiado. Actualmente pertenece al Club de Lectura de Rota y al grupo de Voladas, un

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grupo de amigos con muchas inquietudes culturales y sobre todo literarias.

María del Mar Reyes Fuentes

Nací en Rota el 6 de enero de 1970. Curse mis estudios entre Sevilla y Madrid y actualmente estoy estudiando la carrera de Geografía e Historia que compagino con mi vida laboral y familiar. Me gusta el cine, leer libros y cuando puedo asistir al teatro y hacer actividades deportivas como pasear y montar en tándem. También me gusta mucho escribir y es por eso por lo que estoy participando en este proyecto.

Mercedes Márquez Bernal

Psicóloga, llevo un blog desde el año 2006 (merlovier.blogspot.com.es) donde se pueden encontrar mis creaciones artísticas, literarias y de crítica social.

M A R Í A M M E D A R E R C L Í E J A J D A C B C U E V O L A D A S I N A R E N E C N M L R H C E J I A N M O A S R É

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BLANCA FERNÁNDEZ SÁNCHEZ

De la opción sublime de estrenar la mañana Ciertos días, que llamo prodigiosos, presiento con turbadora certeza el último instante de la Luna, la incesante estampida de estrellas y en qué justo momento se retira la umbría noche empujada por la urgencia de luz para componer un nuevo día. En ese tiempo de transición de escasos segundos imprecisos en los que tiembla tenue la aurora el ritmo de mi pulso se acelera y el latir de mi corazón se fortifica. Con las sombras ya extintas y un resplandor continuo en el aire me invade una extraña impaciencia el misterio de lo azaroso me impulsa y me levanto con confiada presteza pues comprendo que tengo la suerte de vivir la flamante mañana como si fuera única y primera y tuviera la opción sublime de estrenar de nuevo la vida.

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Día de levante profundo En este día de Levante profundo nuestro pasado más ignoto regresa arrastrado por este inquietante viento que no solo nos llena de arena sino de antiguas y absurdas nostalgias. El aire ha perdido hoy su belleza y tiñe de melancolía la brisa de la playa. De la Costilla me llega un rumor de olas angustiosas que llenan de sombras la costa y esta difícil tarde. Las gaviotas cruzan alocadas el cielo, buhoneras de incómodos recuerdos, mercaderes de barruntos y sospechas. El Levante no solo sopla, arrastra y marea. Su potencia perturba, inexorable, mi ánimo que se repliega al ámbito de los sueños. Hálito, aliento, aire, viento, suspiro… ¡Quizás mañana se retire el vendaval y vuelva, diáfana y clara, a envolvernos una tenue brisa del mar! No perdamos la esperanza.

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Abandonarme al mar Quiero abandonarme hoy al consuelo del mar, a la suavidad de la brisa, al murmullo continuo de su presencia, a las historias milenarias de sus amores y afectos. Quiero tumbarme ahora en la arena dorada de la playa para ver pasar las nubes, algodonosas y blancas, mientras no pienso en nada ajeno a la forma de esos nublos cambiantes y sugerentes. Quiero mirar el cielo desde la orilla de mi costa y llenarme de la luz radiante de esta bahía que nos baña. Necesito que el mar me asista con el sonido de sus olas vaciando de existencia mis remordimientos y pesares. Quiero sentir su desarraigo, existir en la distancia. Libertad. No hacer nada. Abandonarme a la desgana y apurar la tarde como apuro el aire. Quizás se produzca el milagro y salgan las estrellas claras.

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El día condiciona la noche Nuestro atardecer, el de cada día, parecido en esencia a cualquier otro, nos influye de forma diferente según la precisa historia que el hado nos haya buscado, libre, a su antojo.

Cuando el lucero del alba se acuesta, con la Luna a punto de salir joven, hora en la que despiertan los temores, cada cual hace y deshace en su espíritu según el brío que haya conservado.

Es entonces cuando la oscuridad que nos regala, indomable, la noche nos proporciona descanso o temblor. Quizás necesitemos ayuda extra. A veces no nos queda más remedio. Luz de vida Vibrante, la diáfana luz de madrugada se derrama líquida en el aire y apaga una noche de Luna lánguida cercada de sombras más que de plácido silencio. De esta palpitante luz que soporta el peso del mundo en sus destellos fluye la vida. Su energía nos renueva, nos hace distintos, enciende en nuestros ojos la mirada y afloran candentes los recuerdos. Cuando la luz de la mañana besa el aire enmudecen, vacíos, los sueños, silenciados por el resplandor de esta naciente aurora que nos trae un día más el latido del tiempo.

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CONCHI CASTELLANO GARCÍA ________________________________________ La tierra devastada Quieto, inmóvil como las hojas caídas como un soldado muerto en el suelo. Solo el invierno yermo y vacío y el humo de un tanque que ciega los brillantes ojos de un niño. Un regalo El día se llena de pájaros y de insectos, de hojas violetas y espigas doradas. En el cielo las nubes dibujan las figuras que traen los sueños. Y el aire trae el rumor de mares lejanos y de niños jugando.

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Insomnio Quién pudiera dormir en una noche como ésta, por más que lo intento no puedo. El sueño atraviesa el aire pero a mí no llega sólo escucho la charla de las paredes. Mi almohada desespera y en los cajones el sueño se mete. Pero quién pudiera dormir en una noche como ésta. Me acuerdo Me acuerdo antes estabas aquí bajo el cielo azul del día. Olor a madera olor a atardeceres tu mirada desde la arena. Me acuerdo ahora estás aquí en el susurro de mi habitación vacía donde te sentabas donde te reías.

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Silencios Silencios de voces calladas de mañanas de imágenes congeladas y noches negras que el viento enreda en sus finos dedos. Silencio de las armas cuando callan de las voces que se alejan y del mar cuando la tempestad amaina. Silencio de noches frías llenas de estrellas y manos vacías en la soledad del hombre que camina sin querer alzar su voz dormida. Nana para Miguel Ángel Duérmete mi niño cuna de mi esperanza que la luna ya viste la noche con su cara blanca. Llegaste sin prisas ni llanto y en tus ojos brillaba el mañana extendiendo sus alas de plata. Duérmete mi niño con rumor de caracolas que desde el fondo del mar te traen las olas. Duérmete tranquilo dibujando sonrisas que yo velo tus sueños pintando de colores tu vida.

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De esta manera Me conoces tal y como soy con mis virtudes y flaquezas con todas mis tristezas. Conoces las sombras que mi corazón encierra, y en parte, soy como quisiste que fuera. Y yo no sé ser de otra manera. Me quieres tal y como soy, y aunque, a veces, de mi te alejas sé que siempre me has querido a tu vera porque ninguno de los dos sabemos querernos de otra manera. Mar Mar que apagas el fuego del sol, de ilusión y desgracia lleno. Mar violento y vociferante. Soledad infinita y azul que al mundo vacías con tus olas. Mar verde y azul de tardes rojas y naranjas que llena de misterios e inquietud las almas.

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JAVIER GALLEGO DUEÑAS ________________________________________ Los días extraños Los días raros en los que la luz va entrando suave, y el aire trae sólo los cantos de los pájaros, y el viento sólo mueve las ramas de los árboles, nos asomamos cada uno en la ventana del otro. Cada día nos levantamos, y parece cada día algo más extraño. La experiencia, nos cuesta reconocernos en nuestros cuerpos. Te escrutas con la mirada atenta a cada poro, a cada milímetro de piel. Evito, por mi parte, mirarme en el espejo. El espejo nos devuelve una imagen que no somos nosotros, que no nos corresponde. Nos reconocemos en el espejo

del otro.

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Lo irremediable Sucede por la noche, siempre noche, una sombra oscura, una nube gris, una inmensa pesadilla, un viajero, un alma errante, condenado, náufrago, salteador de caminos, bandido, se introduce, te escala, se resbala, a través de la almohada, a través de las sábanas. Asalta el Palacio. Se despliegan entonces las alarmas, la conciencia con lucidez despierta terrible, una claridad meridiana. Piensas entonces, un trueno magnífico, relámpago atroz. No tiene remedio, ya pasó, ya se fue, ya no está. La lenta respiración se dispara, imágenes se suceden furiosas, te revuelves, enjaulada, salvaje. No puede ser, y si no hubiera sido y si nunca será, y si hubiera hecho, y si no hubiera dicho, y si hubiera bajado, subido, huido, saltado. Libertad falsa, traidora y absurda. Terror y vida. No tiene remedio ya pasó, ya se fue, ya no está.

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Los sueños que no vienen Aquí el verano transforma las noches. El sofoco arrastrado de los días grises se ha ido fundiendo entre sombras al derretirse en las horas más frías. Esas noches arroparon cansancios, las largas horas sin luz acunaron ansiedades y mecieron derrotas, cerraron persianas, sueños templaron. Tienen las noches de verano, en cambio, mañanas de descansos libertinos, disipadas tardes, horarios lánguidos, insufribles hábitos vespertinos. Las noches de verano, más insomnes, son falsas ilusiones que entretienen. Los termómetros asustan, espantan, ahuyentan a los sueños que no vienen.

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A la espera A medida que iba subiendo la cuesta, se dio cuenta de que no llevaba mucho dinero encima. Eso, que en otra circunstancia le había parecido intrascendente, o incluso tranquilizador, ahora le producía una cierta quemazón de inquietud. Sonrió. Siempre puedo buscar un cajero. Era, evidentemente, una broma. Allí a donde se dirigía no eran muy probables los cajeros. Ni los bares, ni nada que pudiera tener que ver con la civilización.

La cuesta no era tan grande como para cansarlo, pero el hecho de que no estuviera asfaltada, sí que le estaba produciendo cierta fatiga. Respiró hondo y miró el reloj. Es temprano, todavía no habrá llegado nadie. En estos casos siempre es preferible llegar el primero, para tener la oportunidad de decidir una posición estratégica, tener el campo visual despejado y estar a salvo de cualquier contrariedad. Más de una vez había tenido que salir corriendo con lo puesto, intentando salvar, con poco éxito, sus pertenencias. Desde lo alto se veía un panorama desierto, ciertamente desolador, pero con una belleza indudable.

No perdió el tiempo. Bajó apresuradamente y colocó sus cosas, pertrechándose para afrontar una mañana dura, quizás no llegaría a la tarde. Comenzó a sudar. No son nervios, aquí lo conveniente es tomárselo con calma y disfrutar en la medida de lo posible. Si no fuera por estos ratitos, la vida carecería de sentido. Se dijo con ironía.

Desde su posición privilegiada podía comprobar que todavía estaba solo. Miró el reloj por última vez. Ya no es tan temprano, pronto empezará a montarse la juerga. Guardó el reloj para no estar pendiente y así empaparse totalmente del ambiente.

Aquel iba a ser un magnífico día de playa tras aquella duna en medio de ninguna parte.

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JUAN JOSÉ GONZÁLEZ CASTELLANOS ________________________________________ JMGR

Incansable guerrero patizambo de carrera confusa y alma de gigante. Héroe en cuentos de dragones, epopeyas antiguas y viajes sin fin. Tú, rescatador de princesas pelirrojas en vacaciones. Garante de mi corazón de noble mirada cejijunta. Terror de “creepres”,” ederman”, ganador de “parkours” imposibles, minero constructor de fantasías de ordenador. Un pistolero a sueldo de rápido gatillo, balas silbantes y pistola de palo. Imbatible Barón Rojo, as de ases en el corazón de su madre. Con diez años Juan Manuel.

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Abuela

La abuela se quedó viuda hacía mucho tiempo, por las cosas de la guerra, eso era lo que contaba mi madre. Nos decía mamá que, con mucho esfuerzo, la abuelita saco adelante al tito Manolín y a ella.

Mi mamá era la mayor, dejó el pueblo porque conoció a mi padre, que era profesor interino cuando lo destinaron a Madrid. Mi madre se marchó de la casa de la abuela y allí, en Madrid, nacimos mi hermano y yo.

Cuando mi tío Manolín, el más chico, encontró trabajo de operario en una fábrica, la abuelita se quedó muy solita. Nosotros íbamos de vacaciones a verla pero cuando terminaba el verano muy triste la abuela con una servilleta se limpiaba los labios como si temiera perdernos y nos comía a besos. Huíamos de ella y de sus pegajosos achuchones, todos los años igual.

Pero aquel año del 79, cuando terminábamos las vacaciones, la abuelita empezó a atrancar las ventanas de la vieja casa, cerró los contadores de luz, agua y le dejó a la vecina una llave del portón. Por la tarde miraba las paredes y el techo como si hubiera algo en ellas, recogió las fotos del abuelo, hizo sus maletas y las metió en el coche.

Cuando llegamos al piso de Madrid, le puso mi mamá una camita en mi dormitorio y allí dormiríamos la abuelita y yo. Nada más llegar, sacó la foto del abuelo, le dio un beso y la colocó en la mesilla presidiendo la habitación.

En mi cama de aquel dormitorio pequeño estábamos una noche mi hermano Joselito y mis catorce años expectantes y suplicando a la abuela que nos contara una vez más la historia del abuelo José.

– Pero cuando termine, los dos a dormir.

Nos decía ella.

«No había visto en mi vida un hombre tan apuesto y guapo como él. Yo, a hurtadillas, lo miraba sin que él se percatara. Un día, cuando me crucé con él en la plaza, le mantuve la mirada tanto tiempo que sería indecoroso para una mujer de aquella época, solo el codazo que me propinó mi hermana nos despertó del ensimismamiento en que nos habíamos sumido. Desde entonces nuestro amor no tuvo frontera. A los cinco años de noviazgo nos casamos y nació tu madre y después un año más tarde tu tío Manolín.

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»En el 36, cuando se produjo el levantamiento, todos en el pueblo conocían a tu abuelo de trabajar en el ayuntamiento, aunque la guardia civil lo detuvo por sospechoso de posibles disturbios, al igual que a toda la corporación municipal. Él, muy tranquilo mientras lo sacaban de casa, me decía:

»–Tu no te preocupes María, que yo no he hecho nada. Ve a hablar con el cura, que él me conoce muy bien, sabe que yo no me he metido en política.

»Los encerraron a todos en el ayuntamiento, en espera de juicio. Ni siquiera nos daban la oportunidad de poder verlo. Yo, entre llantos y todo mi amor, le preparé una canastilla con ropita limpita, una fotografía de tu tío, de tu madre y entre las lágrimas que manchaban la ropa, le echaba unas gotitas de mi perfume de ese que tanto le gustaba a él. Muy temprano íbamos a la puerta de la improvisada prisión donde estaban los guardias, gente que conocíamos de toda la vida, vecinos nuestros. Les entregábamos las canastillas y allí, en la calle, las removían en busca de yo no sé qué. En la cola escuchábamos los gritos desde el interior.

»–María, te quiero, que no te preocupes, que estoy bien. Habla con el cura, que él me conoce. Te quiero, María

»Me volvía a casa envuelta en un manto de lágrimas, sin haberlo podido ver. Fueron pasando los días y parecía que la rebelión tomaba forma. Cada vez que iba a hablar con la guardia civil me comentaban que estaba pendiente de juicio, que era un elemento revolucionario. Yo intentaba no perder la calma, ni los nervios, con un nudo en la garganta le suplicaba al comandante de la guardia:

»–Déjeme verlo, ¡que mi marido no ha hecho nada!, que el sólo trabajaba en el Ayuntamiento.

»Unos día obtenía la callada por respuesta, otros días se apiadaban de mí. Me decían que me tranquilizara, que todos nos conocíamos de vivir en el pueblo y que ellos sabían que no era un hombre conflictivo.

»En mi angustia y con esperanzas en el corazón, me fui a hablar con el párroco. Él nos conocía de habernos casado. Éramos católicos, no frecuentábamos mucho la iglesia, todos estábamos bautizados, no habíamos hecho daño a nadie, sólo trabajar para sacar nuestros hijos adelante.

»El cura dios lo tenga en su gloria me prometió que abogaría por abuelito, al comandante de la Guardia Civil.

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»Aquella misma tarde el cura me mandó llamar con el sacristán.

»–Rápido. María prepárale a tu marido el canasto, échale para que se pueda asear, afeitar y ropa limpia, que lo van a poner en libertad, a espera de juicio.

»Corriendo, hice todos los preparativos. La mejor ropa con mi mejor sonrisa, los cantos de alegría, apretujones a los niños, les gritaba que esa noche iban a ver a papá.

»A la hora de la comida, en la puerta del Ayuntamiento, le daba al guardia la ropa, que ésta vez no se molestó ni en mirarla. Mientras, tu abuelo parecía que había olido el perfume de mi amor, gritaba:

»–María te quiero, te quiero, te quiero, morena, espérame. María, te quiero.

»Las lágrimas de alegría y el llanto fueron dando paso a la espera de su liberación. Iba dando gracias a todos los conocidos del pueblo, subiendo por la calle hacia allá arriba donde estaba nuestra casa que daba a la plaza chica.

»Toda la tarde, esperando en la puerta de la casa. Saqué las sillas, me senté como la que estaba tomando el fresco. Allá abajo, se veía la Plaza Mayor del ayuntamiento. Yo no hacía nada más que mirar inquieta. Los guardias entraban y salían.

»Por fin a las 8.23 tu abuelo, salió mirando al cielo, hacia arriba donde yo lo esperaba. Él sabía que allí estaba nuestra casa, tan guapo lo veían mis ojos, tan amado. Caminaba a mi encuentro arriba hacia la plaza chica, decidido, firme con la fuerza que le daba su inocencia.

»Lloraba de alegría con tu madre, que tenía seis añitos, sentada en una de las sillitas y tu tío que se arremolinaba entre mis piernas. El abuelo llamó a tu madre, que de un salto salió a su encuentro. Yo no podía contenerme del gozo.

»Entramos en casa con la alegría de su libertad dando gracias a Dios.

»El abuelito fue puesto en libertad la tarde del 30 de julio. Aquella misma noche, sobre las 3.30 de la madrugada, el abuelo me despertó. Se oía el ajetreo del portón trasero de un camión en la Plaza Mayor del ayuntamiento y cómo éste subía hasta la plaza chica donde vivíamos, entre patadas a la puerta y gritos:

»– Abran la puerta a la autoridad.

»El abuelito abrió la puerta. Era un grupo de hombres con pistolas vestido con camisas oscuras y boinas. Lo sacaron a la calle a

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empujones y lo metieron en la parte trasera del camión, donde había otros hombres del pueblo, muy calmado les decía:

»– Señores, yo no he hecho nada.

«– Que te subas al camión, ya –. Gritaban los otros

»El me miró a los ojos sin poder despegar los suyos de los míos. Allí se volvió a anclar nuestras miradas por última vez, sin decirnos nada, comprendiéndolo todo.

»Esa fue la última vez que lo vi, sumido en la oscuridad trasera del camión desde la puerta de nuestra casa. Se lo llevaron en silencio y con su mirada, decía que me quería.

»Al día siguiente nos echamos al camino, sin saber dónde buscar, sin saber dónde ir, buscando entre los rumores, sin nadie que nos atendiera, muerta de miedo. Pero no conseguimos encontrar los cuerpos.»

Cuando la abuelita termino de contarnos la historia, se que quedó un rato en silencio, mirando a mi hermano que se había quedado dormido.

Yo le dije:

– ¿Abuelita?

Lentamente, mirando a la foto del abuelo, se levantó, cogió a mi hermano, le dio un beso en la frente y lo llevó a su dormitorio.

Con el tiempo entendí que en esos besos que daba la abuela se encontraban también los besos del abuelo José.

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MARÍA DEL CARMEN DOMÍNGUEZ DOMÍNGUEZ ________________________________________ Poesía y poeta Dejadme un papel en blanco, dejadme mi pensamiento intenso, que las palabras se preñaran serenas tomando formas como en un lienzo, impregnándolo de colores y magia. Cuando los sentimientos arrancan un poema, la amargura se convierte en lágrimas de cristal opaco, la alegría tiene gestos lúdicos y rápidos la ira y la pasión, concentran el sentido en el pecho y la poeta, llora, ríe y escribe al mismo tiempo. Dejadme escoger el adjetivo, morderlo hasta hacerlo imagen. Dejadme ponerle un nombre, arrancándole como al pincel los colores hasta hacerlos pensamientos. Que el poema se crezca en sí mismo dejando a la poeta deseando pintar otro cuadro lingüístico. Todo se hace más triste, más amargo, más alegre. Los sentimientos se mezclan en la paleta del pensamiento. La inspiración se torna lienzo llenándose de secretos confesados donde la poeta, llora, ríe y escribe al mismo tiempo.

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Tus ojos, tus miradas Arrancando un sentimiento prosaico, tus ojos, infinita luz bucólica transforman la luz diurna en arco iris. Intimista tornasol de tu mirada. Atalayas de mis ideas son tus ojos, litoral donde mirarme intensamente. Tus ojos, dos mares abiertos a la vida llenan de mareas mi océano. Mi ser, mecido entre tus olas, llega voluptuosamente hasta tu orilla. Cartas náuticas de mis noches son tus ojos. Cuerpos celestes acompañan mi travesía y de nuevo tus ojos son velas desplegadas al amanecer, invitándome a surcar nuevos rumbos donde descubrir, a diario, los piélagos de la ternura.

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29 Noviembre 1999 (En memoria de mi hermana) Se cubrió de llantos la noche de noviembre, mientras, el viento silbaba silencios dormidos. Tu cuerpo exhausto, tras la lucha del año que duro tu terrible enfermedad, nos dejaba para siempre. Desgarradas penas de heridas desesperadas, secaban mi garganta con gritos contenidos. Mis padres, aun dormidos en la cercanía, ignoraban el inmenso dolor que se instalaba en nuestras vidas a partir de ese momento. Dolor que traspasaba la piel hasta tejerla de luto. La mañana llego cual plañideras dolientes, llenando de lamentos y llantos espacios ahora vacíos por tu ausencia. Tu funeral abarrota la capilla de rostros amigos, incansable soporte durante tu enfermedad, dádiva directa y repetida a diario. Sin embargo, para mí, tu presencia en mi corazón, lo único importante de aquellas exequias.

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Caer en soledad Cayendo como avalancha mis pensamientos se dispersan arrastrando la vida a su paso. La soledad, arrebatándome el anochecer, llega a mi cama nocturna dejando huecos en mi mente, desvelando mis sueños más felices. Volcada como alud hacia la soledad, mi alma se aflige y mi cuerpo desmaya, doliendo los sentidos al alba. El sol salpica mi rostro para destacar huellas de lágrimas nocturnas que brillan secando el día y mi piel. La soledad rodea mis palabras para romper en tristeza al amanecer, llevándose mis pensamientos nocturnos hasta hundirlos al ocaso cada tarde. Me doblega la melancolía, cada noche, desgarro mi desconsuelo, languideciendo de cansancio al alba y caer de nuevo en soledad.

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MARÍA DEL MAR REYES FUENTES ________________________________________ Hilos de seda He cumplido 36. ¿Te parecen demasiados? Soy joven aún, trabajo en lo que me gusta, me siento viva. Tengo un marido y una hija de 5 años a los que adoro. Tenía muchos días que pintar, hojas que escribir, historias que contar y días por vivir; pero Dios, el destino o quien quiera que sea decidió que 36 años eran muchos y que debía por ello realizar un importante viaje de ida. Debo reconocer que estoy cansada; sí, cansada de que me hagan numerosas pruebas cuyo resultado es siempre el mismo: positivo. Cansada de tomar infinidad de tratamientos que me causan náuseas, interminables hipos, mal estar y un sabor a metal en la boca para luego nada. Cansada de ser una muñeca de trapo que pierde uñas y pelo y que me hacen sentir cada vez más débil. Pero quiero vivir no sólo por mí, sino por mi marido y mi hija aunque eso te suene a excusa barata; pero cómo explicarle a mi niña que me voy. – ¡Sí, pasa, pasa! Siéntate aquí, en la cama junto a mí. – Papa me dijo que querías contarme una cosa importante. – Sí, cariño. Quería decirte que debo hacer un viaje muy largo. – ¡Qué bien, mamá! ¿Dónde vamos? – Cariño, he dicho que debo realizar un viaje sola. – ¿Tampoco Papá irá? – No, tampoco. – ¡Mamá, prometo portarme bien! Y Papá seguro que tampoco protestará como otras veces. – ¿Recuerdas lo que te he contado muchas veces de la abuela? – Sí. La abuela vivía en una estrella lejana y desde allí nos veía y nos cuidaba. – Eso es. Pues yo también tomaré ese camino. Me iré a una estrella junto a la de la abuela y desde allí os veremos, os cuidaremos y os querremos tanto como ahora. – ¡Pero mamá, yo no quiero que te vayas!

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– Mira cariño, papá es un poquito torpe contando cuentos y haciendo las cosas de casa. Tú debes quedarte para ayudarle, tú me has visto muchas veces hacerlo y sabrás explicárselo a él. – ¡Pero, mamá, yo me voy a quedar muy sola! – No cariño. Yo estaré en cada cosa que hagas, en cada cuento que papá te lea… – ¿Y si quiero verte? – Ponte frente al espejo y recuerda que todo el mundo te dice que te pareces mucho a mí; así que cuando veas tu cara, tu nariz y tus ojos, será un poco como si me vieses a mí. – Y los hoyitos de la cara de papá. – Sí, los hoyitos de tu cara y la barbilla. – ¿Y si quiero hablarte u oírte? – Me puedes hablar siempre que quieras, yo te oiré desde donde esté, ya te he dicho que estaré siempre contigo. – ¿Recuerdas cuando eras más pequeña y estaba lloviendo, abríamos las manos y dejábamos correr el agua a través de nuestros dedos como si fuesen hilos de seda? – ¡Sí, era muy divertido! – Cada vez que llueva, haz lo mismo y en cada hilo de seda llevará un mensaje mío. – Cariño, debes salir un momento porque el médico me va a poner una inyección. Si cuando vuelvas con papá tengo los ojos cerrados, déjame dormir porque estoy muy cansada y recuerda lo que te he contado y no olvides que te quiero mucho.

No sé si han pasado minutos o tal vez horas. Cuando en la puerta se han recortado las siluetas de mi marido y de mi hija; ellos me han sonreído, he cerrado los ojos y mientras la niebla me envuelve yo también les sonrío.

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Viviendo en una almeja Aquel domingo del mes de julio había amanecido espléndido, el sol calentaba con fuerza y el cielo se veía de un azul intenso. Yo estaba contenta, porque había quedado con mis amigos para pasar un día en la playa. Me hallaba colocando las últimas cosas en la mochila cuando entró mi madre trayendo unos bocadillos en la mano. – Toma estos bocadillos, el agua y un poco de fruta. – ¡Mamá, fruta! Seguro que soy la única que la llevo. – Cariño, ya sabes que la fruta es importante. ¿Llevas la crema bronceadora? – Sí, mamá. – Cómete todo que estás en edad de crecer. – Sí, mamá. – Cuando comas, no olvides entrar despacio al agua. – ¡Sí…! Mamá, ¡no seas más pesada! No soy una niña pequeña. – Ya lo sé, pero debo recordártelo. Dame un beso y pásalo bien. – Hasta luego, mamá. Nos habíamos bañado ya varias veces, el agua estaba fabulosa y casi no había olas. Ya era mediodía y decidimos almorzar. Abrí mi refresco, tomé un sorbo, cuando de pronto… ¿Qué me estaba ocurriendo? El cuerpo empequeñecía por momentos y comencé a buscar en la arena no sé el qué. Mis amigos me miraban con estupor y sin salir de su asombro. De pronto, una gran almeja apareció ante mi vista y al abrir su concha, mi cuerpo se vio atraído por una extraña fuerza que me empujaba a entrar en la concha; ésta se fue cerrando poco a poco conmigo dentro. – ¡Abre, quiero salir de aquí! La almeja me miró con sus grandes ojos y me dijo muy serenamente: – Nena, no grites, no te pasará nada. – Pero, ¿qué hago yo aquí? ¿Qué quieres de mí? – Estás aquí para ver muchas cosas, para aprender otras y enseñar a otros niños como tú a cuidar y a amar el mar. – Pero, ¿qué voy a aprender? Yo cuido el mar y lo quiero.

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– Todo a su debido tiempo. Aquella noche la almeja dejó entreabierta su concha y pude observar todo lo que rodeaba: el cielo, con sus brillantes estrellas que parecían saltar entre haces de luces, la luna parecía más grande desde allí y presumida se miraba en el agua. Al amanecer, la almeja me despertó y me dijo: – Nena, voy a enseñarte mi mundo, que es maravilloso y sorprendente. Conocí a los animales marinos; vi a una pequeña gamba que lloraba porque se había perdido de su madre, un calamar enfadado disparaba tinta sin cesar, mamá sardina iba empujando a sus dos hijos porque no querían ir a la escuela. – ¡Venga al cole! Allí aprenderéis mucho para que el día de mañana seáis pescado de provecho. Dos caballas peleaban por un alimento, ya que no querían compartir la comida. Más allá estaba la escuela: las sillas y las mesas eran de coral, la tinta utilizada era del señor calamar que, desinteresadamente, la cedía; la maestra era la gran ballena azul y la profe de música, una sirena muy guapa y simpática. Aquella noche también observé el cielo y el mar, pero pronto me dormí porque el día había sido muy largo y estaba muy cansada. La almeja me despertó muy temprano diciéndome: – Nenita, hoy te voy a enseñar algunas cosas que no te van a gustar tanto, pero debes verlas para aprender. – ¡No, prefiero quedarme aquí, no me apetece ver nada que me apene! – Lo siento, pero como te he dicho, debes verlas. Ni mis quejas ni mis lamentos sirvieron de nada, así que debí seguir a la almeja por aquel mundo marino. Vi a una gaviota enredada en las anillas de las latas de refresco, vi a una tortuga que iba tras una bolsa de plástico pensando que era su comida preferida. Observé con tristeza cómo numerosos pescados huían de una mancha negra de petróleo procedente de un barco que por ahí pasaba. Vi aceite de las grandes factorías que a modo de ríos corrían hacia el mar. Botellas de plástico por allá, latas por acá. – ¡No quiero ver más, ya he visto suficiente!

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– Sí, volvamos, pero nena, esto que has visto quiero que lo cuentes a tus papás, amigos y compañeros de clase para que aprendan a querer al planeta en el que viven y que sepan cuidar el mar y no tirar en él basuras porque ya sabes que esto ocasiona un gran daño a nuestro mundo. Aquella noche, no quise que la almeja dejase la concha abierta. Yo estaba muy triste porque entre todos estábamos maltratando la naturaleza y me sentía avergonzada del género humano. – ¡Nena, nena! Mis amigos me estaban llamando. Yo me hallaba tendida en la toalla y, según me dijeron, me había quedado dormida. ¿Todo había sido un sueño? Entonces, ¿no existía mi amiga, la almeja, ni las sardinas, ni el calamar…? Sí, es cierto, todo había sido un sueño, pero existía la almeja, el calamar y todo el mundo marino y lo estábamos matando entre todos. Por eso llegué a la conclusión de que nosotros, los niños, tenemos que decir mucho sobre esto, y lo más importante, mucho que hacer; ya que somos el futuro y queremos una naturaleza cuidada, mimada, viva.

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MERCEDES MÁRQUEZ BERNAL ________________________________________ Huellas Miles de pisadas sobre la arena, pies que pisan huellas de otros pies. El viento soplará y barrerá sus pasos marcados. La ola vendrá, y en su abrazo se llevará consigo la memoria escrita en su piel, devolviéndola sin mácula. Tal vez un hombre inicie sus pasos primeros, sin itinerario dibujando un recorrido solitario y otros hombres le imitarán creando una bella sinfonía en aquel espacio virgen.

Huellas de hombres que pisaron otros hombres haciendo huellas, mezcladas y renovadas como si fueran las primeras.

No hace falta ningún huracán o tsunami, basta una suave brisa para remover sus partículas y extender su manto liso sin marcas de un ayer, en un equilibrio casi imposible en un tiempo que parece infinito pero irreal. Buscando el peso de un cuerpo, sus límites y contornos, su forma y su tamaño, porque no hay ningún mundo sin vida, porque es mentira que exista una isla desierta.

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El no-tiempo: El caso del beso que duró o’oooooooooooo7 mili segundos.

El chico miraba a la chica como cuando alguien te suena de algo. Suponía que no la conocía de nada pero sin embargo, tenía esa extraña sensación contraria y no sabía por qué.

La chica que notaba la mirada de él, se sentía incómoda, incluso molesta. Pero de qué va éste, pensaba.

Fue entonces, como si un haz de luz cruzara su mente y encendiera de claridad su recuerdo. Sí, era ella, había estado tan cerca, en aquella fiesta, bailaba en la pista, todos estábamos un poco bebidos pero ahora la reconocía. ¡Ya me acuerdo, es ella la chica que besé!

En realidad apenas podía llamarse aquel leve suspiro entre sus labios y los suyos un beso, porque fue como el suave aterrizaje de una mariposa sobre los pétalos de una flor. Fue el instante entre la noche y el amanecer, el día y el ocaso, el paso casi inexistente, imperceptible para el ojo humano cuando el naranja deja de ser naranja para ser rojo. Del mismo modo ocurre con el primer contacto apenas piel con piel, tal vez aún separados por un minúsculo espacio ocupado por el aire, sintiendo ya la emoción de su roce, ese tiempo inmedible, el no tiempo antes de alcanzar el estallido, la fricción evidente en la que se convierte el aún no beso en beso apasionado, confirmado, marcado por las coordenadas del espacio y el tiempo.

Te besé, le dijo acercándose a ella. ¿De qué hablas? Sí, te besé, en la fiesta. ¿Estás loco, de que fiesta me hablas? Yo no te conozco de nada.

Ella sólo recordaba que el fin de semana anterior, había salido con unos amigos, que estaba decidida a tirar la toalla, a rendirse de todo y a todo. Nada funcionaba en su vida, bebió y tomó lo que le pusieron por delante pero algo sucedió en la pista, algo que no sabe especificar, algo que se escapa de los frágiles hilos de su memoria que persistía en sujetar. Son esas cosas inexplicables, esas situaciones mágicas y extrañas, como sacadas de un cuento

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fantástico, que la sumió en un despertar de un sueño porque aquello no podría situarlo en una realidad.

Ahora este chico que tenía de frente, que parecía contarle una cosa absurda, de un modo descarado quizá de flirtear, y sin embargo, estaba segura al mirarle que lo que decía era verdad. La verdad que la había salvado de un abismo al que iba decidida a lanzarse.

Quiero decirte, comenzó hablando, que aquella noche dejamos inacabado nuestro beso, aunque tú no lo recuerdes, aquel beso quedó suspendido fuera del tiempo y deseo que podamos ahora darle todo su tiempo para que al fin se pueda expresar, si no, lo dejarás abocado a ese lugar donde se quedan las cosas que están más allá de nuestra realidad, viviendo en el vacío, la nada o el todo del, no-tiempo.

Ella le sonrió, él la cogió por la cintura y el beso se situó al fin en el punto del plano de las dimensiones del espacio y del tiempo, la hora, con sus minutos y segundos, el mes y el año, las luces de la noche y la luna, el suave viento cálido que midió el anemómetro, que alguna veleta marcó su dirección, rodeado de los innumerables puntos del mundo con sus diferentes connotaciones. Situado en una realidad donde ser reconocido, como el tronco marcado por un corazón o dos nombres escritos en un muro, anhelando su presencia para hacerlos conscientes y visibles, para que no queden perdidos en el no-tiempo y hallemos su tiempo medible donde conseguir realizar nuestros deseos.

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La duda Buscaba entre los cajones algo que no encontraba. Cuando quedó el viernes con ella, todo estaba decidido.

En la estación del pueblo, el tren con destino a León tenía previsto salir a las ocho de esta fría mañana. Hay poca gente en la estación, pero ella escoge el banco más retirado. Oculta por una larga melena y tragada por un abrigo oscuro, mira constantemente el reloj y la entrada. Se siente fugitiva de un crimen, perseguida por la ley como si hubiera cometido un delito. Y sin embargo, solo está avergonzada y tiene miedo de que él no venga. No huye de nada, pero no desea ser reconocida. El reloj avanza amenazante, él no llega, ¿qué le pasará?

Apenas han llegado dos o tres personas, solitarias sin acompañantes, no los conocen, pero evita encontrarse con sus miradas.

El altavoz anuncia la próxima entrada del tren con destino a León por vía principal. El corazón se le acelera cómo la máquina que avanza a lo lejos. No sabe qué hacer, arruga el billete que guarda en la mano metida en el bolsillo del abrigo.

Duda, el tren permanecerá cinco minutos en espera, es el único tiempo que le permite el destino para meditar que decisión tomar. Distingue a lo lejos un taxi que para a la entrada de la estación. ¿Será él?

El jefe de estación da la salida al maquinista. En el andén quedan los que se despiden de algunos de los pasajeros. Ella sigue con la mirada las cosas que se alejan. Los compañeros de asiento van colocando las maletas sobre la balda de equipajes. La marcha aún lenta del tren le anima para imaginar aquellas escenas cinematográficas donde él llega corriendo, desesperado corre tras el tren que avanza lentamente alejándose, pero en un impulso logra alcanzar, y el corazón del espectador deja de sufrir. Entonces él avanza por los pasillos, buscándola en cada asiento, la emoción en su culmen, todos deseamos que al fin se encuentren, y llega ese momento, acaba de entrar en el vagón donde ella está y se funden en un apasionado beso.

Una voz aún jadeante la llama, Marta, y el día frío y gris mutó en un sol brillante.

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