Revista Timonel No. 5

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Revista literaria del Instituto Sinaloense de Cultura Año 2 | Número 5 | Mayo de 2012

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Timonel es una publicación trimestral del Instituto Sinaloense de Cultura y del Gobierno del Estado de Sinaloa. Es de distribución gratuita y los contenidos que aquí se publican son responsabilidad de sus autores. Todos los derechos reservados, ninguna parte de esta publicación deberá reproducirse total o parcialmente sin citar la fuente. Culiacán, SSinaloa, Mayo de 2012.

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Revista literaria del Instituto Sinaloense de Cultura

Año 2 | Número 5 | Mayo de 2012

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Las imágenes que ilustran el presente número son obra de la artistaBRENDA C A STRO.

Contenido3 Editorial

4 Haikús de Basho | JOSÉ EMILIO PACHECO

6 Volcán / Volcano | DEREK WALCOT T | Traducción de ÓSC AR PAÚL C A STRO

8 Taormina / Giardinni Naxos | EL SA CROSS

9 Invierno hostil en el ch-p / Tus mundanales ecos | JUAN LÓPEZ CORT É S

10 La ananké del poeta | FELIPE VÁZQUEZ

12 Un apunte para Vinicius de Moraes | EDUARDO L ANG AGNE

13 Un joven lee El manto y la corona. Homenaje a Rubén Bonifaz Nuño | JUAN DOMINGO ARGÜELLE S

14 La poesía del resentimiento | M ARIO BOJÓRQUEZ

16 Transfiguración / Tiempo / Espera / Falsedad / Soy / Holocausto | M AGDALENA C AIRO

17 Por una ética de la épica | JOSÉ M ARÍA E SPINA SA

20 «Piedra de sol» | E . YÉPIZ

22 Aguja, de José Ángel Leyva. Lo que se oculta bajo la ropa | PABLO MOLINE T

24 El filo de amorosa carnalidad en la poesía de David Huerta | DANIEL SEPÚLVEDA

25 Plegaria del poeta | RUBÉN RIVER A

26 Jóvenes poetas sinaloenses | SELECCIÓN DE RENÉ HIGUER A

28 La poesía de Tomás Segovia | ARTURO TREJO VILL AFUERT E

28 Esto es una guerra, amor / No quiero… | POEM A S DE ARTURO TREJO VILL AFUERT E

29 Pesca y veda: la in-existencia | NINO G ALLEGOS

29 Poema casi cuento | ROSA M ARÍA PER AZA

30 Recuerda, cuerpo. Sobre la poética de Constantino Kavafis | CL AUDIA B AÑUELOS

32 Cuaderna Vía. La poesía china (segunda parte) / Poema de amor para Alicia | VÍCTOR LUNA

34 Ojosdetopo. El cuerpo subversivo | JOSÉ AN TONIO MON T ERROSA S FIGUEIR A S

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Mario L ópez Valdez | Gobernador Constitucional del Estado de Sinaloa

Francisco Frías C astro | Secretario de Educación Pública y Cultura

María Luisa Miranda Monrreal | Directora general del isic

Élmer Mendoza | Director de Literatura y Publicaciones

Ernestina Yépiz | Jefa del Departamento Editorial

Consejo EditorialJuan José Rodríguez | Aleyda Rojo | Claudia Bañuelos | C arlos Maciel | Dina Grijalva

Juan Esmerio Navarro, Maritza L ópez | Coeditores

Wendy Félix |Redacción

Timonel es una publicación trimestral del Instituto Sinaloense de Cultura y del Gobierno del Estado de Sinaloa. Es de distribución gratuita y los contenidos que aquí se publican son responsabilidad de sus autores. Todos los derechos reservados, ninguna parte de esta publicación deberá reproducirse total o parcialmente sin citar la fuente.

Culiacán (Sinaloa), mayo de 2012.

Correspondencia y colaboraciones diri-girlas a [email protected]

Diseño

B ienvenidos a conmemorar con nosotros el pri-mer año de vida de Timonel, nos alegra compar-tir con ustedes este quinto número dedicado a la poesía y al ensayo poético-literario que deri-

va del ejercicio de las ideas y los sentidos; la escritura y la creación literaria en la que se conjugan intuición y cono-cimiento. El poeta dialoga con sus ancestros y el ejercicio de la creación poética pertenece a todos los tiempos, se vuelve intemporal. Nada más actual que los haikús de Basho, traducidos por esa gran figura, mago del lengua-je, que hace del acto de nombrar un arte mayúsculo; sin artificios de por medio, sin concesiones, sin adornos de ningún tipo, donde la palabra recobra su esencia, vuelve al tiempo de los orígenes, «cuando hombre y naturaleza eran uno solo»: José Emilio Pacheco, quien en su condi-ción de poeta tiene el privilegio de poder aprehender el instante, nos hace un regalo de dioses y deleita nuestra mirada con paisajes inmunes al paso del tiempo. Es así como podemos ver unas gotas de rocío sobre flores que nunca se marchitan o escuchar el ruido de las hojas de un árbol al caer y un pie que se posa sobre ellas. Cele-bremos entonces la generosidad de jep al reescribir para nosotros los poemas de Matsuo Basho, como si hubieran sido escritos no hace cientos de años, sino apenas ayer. Y demos también las gracias a Óscar Paúl Castro por tra-ducir «Volcano», ese bellísimo poema del poeta caribeño Derek Walcott. Las páginas de Timonel están de lujo. Elsa Cross, nombre que por sí solo representa el ejercicio de la inteligencia y la perfección misma en la escritura del poe-ma, conjuga palabras, silencios y ritmos visuales y nos hace viajar y quedarnos quietos a la espera del amanecer en los muelles de la mítica «Taormina» y en «Giardinni naxos» (otro de sus poemas), «Venus brilla en lo alto de Castelo Mora». Por su parte, Juan López Cortés, poeta de

casa, en el par de poemas que ahora publicamos, nos in-vita al viaje y ofrece como destino un trozo de eternidad, donde la atmósfera es apacible y el poeta, a la manera de Rilke, se pregunta sobre su origen e intenta encontrarlo en la escritura del poema. Y sin ninguna reserva habrá que leer —con mucha atención y deleite, con todos los sentidos e inteligencia— los axiomas —sobre el ser poe-ta y el ejercicio de lo poético— que Felipe Vázquez com-parte con nosotros. Juan Domingo Argüelles es el joven que lee El manto y la corona de Rubén Bonifaz Nuño y el poeta mayor que ensaya el endecasílabo y escribe, a su vez, «Un joven lee El manto y la corona». Eduardo Langag-ne traduce al poeta brasileño Vinicius de Moraes. Mario Bojórquez reflexiona sobre la poesía actual en lengua española. José María Espinasa escribe sobre Partidas de Francisco Segovia, a quien considera uno de los poetas más consolidados de su generación, «el que más seguro está de lo que está escribiendo» y al mismo tiempo nove-doso. Desde Cuba, la poeta Elena Cairo nos hace llegar algunos de sus poemas. E. Yépiz escribe sobre «Piedra de sol». Pablo Molinet nos invita a leer la poesía de José Án-gel Leyva. Daniel Sepúlveda la de David Huerta, a la que califica de distintiva. Rubén Rivera canta la «Plegaria del poeta» y jóvenes poetas publican sus primeras creacio-nes. Arturo Trejo alude a la poesía de Tomás Segovia y al mismo tiempo publica «Esto es una guerra, amor», un poema que dedica a su mujer y a Javier Sicilia. Nino Ga-llegos escribe un poema a los hombres del mar. Claudia Bañuelos nos habla de su experiencia de leer a Kavafis. Víctor Luna celebra a los poetas chinos. Y Brenda Castro, joven artista sinaloense —creadora de una obra que des-taca por su búsqueda y experimentación—, recrea y em-bellece con sus imágenes —lenguaje visual— el presente número de Timonel.

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Cascarón de cigarra:su habitantese deshizo en su canto.

El oleaje no alcanzael alto amordel águila en su nido.

En mi vida es ya invierno.La Lunasigue intacta.

Haikús de BashoJ O S É E M I L I O

P A C H E C O

Zeppelin.

120 x 70 cm.

Óleo / lápiz sobre madera, 2007.

Los cormoranes pescan.Qué exaltantey en seguida qué triste.

La gota de rocíolava siemprela suciedad del mundo.

Quiero asirla.Dice que nola escarcha.

Noche de otoño:en la rama desnudase posa el cuervo.

Nunca olvidesel sabor solitariode este blanco rocío.

Esta flor tan hermosanunca serámi amiga.

Sobre la nieve,tenues,los ruiseñores.

En el campo los huesosya sin rostro.Hiere el viento mi cara.

Bajo la Luna llenaen silencio el gusanoroe los castaños.

Viejo estanque dormido.De pronto salta un sapo.

Brotaron de la luzlas hojas nuevasque el Sol naciente admira.

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Entre el mar tempestuosoy la isla inmóvilavanza el río de estrellas.

Templo de luzfrente a la lluvia alzado:tu esplendor permanece.

Cae la noche.Se yergue a la distanciael rumor de las ranas.

José Emilio Pacheco. Premio Cervantes, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y Premio Octavio Paz. Su obra está reunida en el volumen Tarde o temprano.

Pulpos en el mercado:breves sueñosbajo la Luna llena.

Bosque desnudo:te vestirá de nuevola primavera.

Crepúsculo de otoño.El otro mundodebe de ser como esto.

La soledad:le queda al árbolsolo una hoja.

Hierba silvestrees cuanto quedade aquel ejército.

Ante una tumba pienso:mi grito será un díacomo el viento que pasa.

Bajo el jardín desierto,en las hojas caídasun siglo entero yace.

La tarde se disipaentre los fresnosy recoge la lluvia.

En la noche sin Lunaabraza la tormentaal cedro de cien años.

Pétalo de camelia:al caer en silencioderrama joyas de agua.

Estatuas de los dioses abolidos:nada más hojas secas se reúnena las puertas del templo.

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Joyce le temía a los relámpagos, y sin embargo los leones rugieron durante su sepeliodesde el zoológico de Zurich.¿Era Zurich o Trieste?No importa. Son leyendas. Como es una leyenda la muerte de Joyceo el fuerte rumor de que Conrad ha muerto, y que Victoria es irónica.Al borde del nocturno horizontedesde esta casa de playa en el acantiladopueden mirarse ahora, hasta el amanecer,dos resplandores —millas mar adentro— que llegan desde las plataformas petroleras;se asemejan al resplandor de un puroo al resplandor del volcánal final de Victoria.Uno podría abandonar la escriturapor las señales lentamente ardiendo de lo grandioso, y ser, en cambio,su ideal lector, reflexivo,voraz, haciendo que el amor por las obras maestrassea superior al intentode repetirlas o superarlas,y convertirse en el mejor lector del mundo.Por lo menos esto requiere asombro,algo que se ha perdido en nuestro tiempo;demasiada gente que lo ha visto todo,demasiada gente capaz de predecir,demasiados que se niegan a penetrar el silenciode la victoria, la indolencia que consume hasta la médula, demasiados que no son otra cosaque ceniza erguida, como el cigarro,demasiados que dan por sentado el relámpago.¡Qué tan común es el relámpago,qué tan perdidos están los leviatanesque dejamos de buscar!Había gigantes en aquellos días.En aquellos días se hacían buenos puros.Debo leer con más cuidado.

Volcán / VolcanoD E R E K W A L C O T T

Traducción de Óscar Paúl Castro

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Joyce was afraid of thunder,but lions roared at his funeralfrom the Zurich zoo.Was it Zurich or Trieste?No matter. These are legends, as muchas the death of Joyce is a legend,or the strong rumour that Conrad is dead, and that Victory is ironic.On the edge of the night-horizonfrom this beach house on the cliffsthere are now, till dawn, two glares from the miles-out-at-sea derricks; they are likethe glow of the cigarand the glow of the volcanoat Victory’s end.One could abandon writingfor the slow-burning signalsof the great, to be, instead,their ideal reader, ruminative, voracious, making the love of masterpiecessuperior to attemptingto repeat or outdo them,and be the greatest reader in the world.At least it requires awe,which has been lost to our time;so many people have seen everything,so many people can predict,so many refuse to enter the silenceof victory, the indolencethat burns at the core, so many are no more than erect ash, like the cigar, so many take thunder for granted.How common is the lightning,how lost the leviathanswe no longer look for!There were giants in those days.In those days they made good cigars.I must read more carefully.

Ficha bibliográfica.Derek Walcott, Collected Poems 1948-1984, The Noon-day Press, 1994, New York.

Derek Walcott. Premio Nobel de Literatura 1992.

Óscar Paúl Castro. Poeta y traductor. Ha publicado tra-ducciones en las revistas Textos, Punto de partida, Perió-dico de Poesía, Espiral y Timonel.

Buscando una divinidad.

30 x 45 cm.

Transfer / acrílico sobre papel, 2010.

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TaorminaPara Carmen Armijo

Zarparen el sonido de la palabra Taormina,en sus ecos insomnes.Los muelles en la noche más clara.Y fijas en el reojolas gaviotas sobre la ondulación del mar abajo, en Taormina.Capas que se acumulan como estratos terrestres—y descubrir en la roca quemadahuellas de qué calcinaciones,saqueos de la memoriatocando el alba del mar de Taormina.

Giardinni Naxos

Para Leticia Herrera

El velo envolvente del ocasovuelve rosado el mar,engulle los barcos en la delgada línea de horizontey arroja su fulgorsobre esas rocas hacinadas como cetáceos.Venus brilla en lo alto de Castello Mora.Las olas son breves trazos blancos,y al paso de los minutosel rosa de las aguas se vuelve azul y el azul profundo se hunde más y más en lo negro—fulgor donde encallan los sueños.

E L S A C R O S S

Elsa Cross. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y Premio Roger Caillois.

Y por primera vez

me sentí hermosa…

(Fragmento).

6 x 8 cm.

Acuarela / grafito

/ color sobre papel

de algodón, 2009.

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Invierno hostil en el ch-p Alégrame las cosas; el silencio que vuelve, por cien palabras requerido,y esos agostamientos con orillas, sin cesar empezando.

Y la eternidad, alégrame. Esa pasión sin sombra, del instante; esa marea de manos oculta entre tus dedos, y los trabajos simples que cuesta la soledad,alégrame.

¿Cómo se instala lo ocasional, en sus andenes, alegres trenes? Oh, alegres trenes, su horizonte de viajes desgránenlo en mis ojos, y denme la distancia vacía del eslabón perdido. Y yo, recíproco a mi modo, les envíomi indecente alegría.

J U A N L Ó P E Z C O R T É S

Juan López Cortés. Su libro más reciente es Después del presente.

TusmundanalesecosSin ver, te vuelves otra. ¿Podrías ser una idea?O el marasmo de un quizá. En ocasiones me ocupo en alimentar espinas. Lleno de nudos el hilo de tus pasos, y la fortuna se pone alegre en mi boca.

Sin ver, tu mejor tema eres tú, pero lo eludes, no por erudición o por sencillo arrebato de humildad (eso no se te da). Y es una suerte verte así. Te queda la jactancia de tratar con poetas —por suerte, la suerte de mis colegas no me pertenece. Hasta eso que escribiste un verso para el goce:Lo que hay entre nosotros es asunto de dioses y fantasmas.Sin ver, te imaginoarropada en el sueño y desnuda, y acepto, como dijo el poeta: …que el amor es un perro sin dueño.

Fe-male (fragmentos).

23 x 30 cm.

Masking tape / lápiz sobre papel, 2009.

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I

i. La escritura del poema no es la transcripción de una experiencia poética previa; es decir, el poema no es la anécdota de una revelación, es la revelación.

ii. La poesía no está antes del poema, sucede en la escri-tura del poema.

iii. La poesía es un relámpago agazapado en la textura del poema, y cuando el lector desteje esa red verbal, cuando lee dicho poema, libera el relámpago y queda traspasado por la poesía.

iv. La poesía es una experiencia verbal; no está antes del poema, está desde el poema.

v. El poeta cifra la poesía en el momento en que crea el poema.

vi. La mayoría de quienes acometen versos parecen igno-rar estos axiomas. Si al menos los vislumbraran, dejarían de mentir: se resignarían a la evidencia de que no les fue concedido el don de escribir poesía. Pero como ni siquie-ra sospechan que les fue negado ese don, emborronan libros y más libros, y saturan el mercado literario al grado de confundir no solo al lector medio sino al crítico, quien —muchas veces carente de la mínima sensibilidad para la poesía— legitima esa farsa verbal desde su prestigio crítico o desde la academia.

vii. Más que la producción de falsa poesía, sorprende la cantidad de estudios «rigurosos» sobre falsos poetas. A esta fauna escribidora se debe el enrarecimiento del es-pacio gravitacional de la poesía. Y han llegado al extremo

de afirmar que «todos somos poetas», solo hay que dis-poner las palabras de modo que sugieran algo misterioso.

viii. Cada nueva antología de poesía nos provoca una sensación de déjà vu. Como la carencia de imaginación se vuelve norma, el paisaje lírico muestra una monotonía desoladora. Con esto quiero decir que la poesía es ajena a toda noción de democracia.

ix. La poetización de la vida cotidiana, más que demago-gia, es una estrategia comercial, pues la tan pregonada estetización de la vida no ha sucedido más que en el or-den material. La cantidad de equívocos que esta situa-ción ha generado, ha sido en detrimento de la poesía y en beneficio de la impostura y el consumismo.

II

i. Escribir poesía es una actividad como cualquier otra; sin embargo, aunque a los barreteros de la academia les parezca una posición idealista o una argucia ideológica, hay una suerte de destino en todo hacedor de arte.

ii. Digo destino en el sentido que le daban los griegos: ananké. Por eso la pregunta «¿para qué hacer arte?», aunque nunca haya tenido una sola respuesta e incluso cada época haya dado respuestas encontradas, carece de sentido: el arte es sin porqué: sucede, está, deviene, de-leita, purifica, revela, transfigura.

iii. El arte debe ser hecho; y ninguna explicación ha po-dido explicar ese debe, mucho menos ha podido explicar por qué ese poema.

iv. El poema está como está un bloque errático: aunque

La ananké del poetaF E L I P E

V Á Z Q U E Z

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podamos explicar de manera científica cómo ese bloque ha llegado a ser lo que es, nunca sabremos por qué está allí, menos por qué es lo que es. Y no hay que perder de vista que «errático» no tiene ninguna connotación ne-gativa, esa palabra solo indica que no hay explicación satisfactoria para justificar la presencia de una peña de basalto en la vasta llanura.

v. El problema se complica cuando el objeto artístico (poe-ma, cuadro, pieza musical, etcétera) además de obedecer a un patrón de belleza epocal, sugiere algo que está más allá del objeto mismo, algo que pulsa las cuerdas íntimas de nuestro ser, algo que nos pulsa y nos sustrae —aunque sea de manera fugaz— de nuestra inmanencia.

vi. El poema, por ejemplo, no es solo un tejido de pa-labras articuladas según su sentido, su sonoridad y sus propiedades plásticas; es algo que está más allá de ese tejido; un más allá que, sin embargo, no podría suceder sin la forma única de ese tejido.

vii. Un poema nunca es el mismo. El poema será siempre otro poema, otros poemas.

viii. Pocos poetas logran cifrar en el poema ese más allá, pero todos tratan —con angustia, con desdicha, con des-esperación— de forjar un relámpago.

ix. Dirá el hombre práctico: ¿para qué elaborar con ahínco un más allá —sin saber con precisión en qué consiste ese más allá— a partir de cosas tan precarias como las pala-bras, los sonidos, los silencios; si además dicha elabora-ción es demasiado incierta y orilla al hacedor a la desespe-ración y, a veces, a la locura? Excepto ante los laberintos sin salida de la muerte, todo destino tiene la puerta inme-diata de la libertad. El hombre destinado a la escritura de poemas tiene ante sí, en cualquier momento, la posibili-dad de cerrar la puerta de su destino y salir a las planicies; pero en general prefiere asumir ese destino, aunque sepa de manera muy vaga en qué consiste, incluso aunque ten-ga conciencia de que su fuerza creativa es limitada y que la cuchilla del tiempo no tendrá ninguna piedad para sus palabras.

III

i. Lo no lineal, lo aleatorio y la discontinuidad del espa-cio-tiempo fue propuesta, de manera simultánea, por los artistas y los científicos.

ii. Hay «coincidencias» extraordinarias entre el arte de vanguardia y la visión del mundo operada por los descu-brimientos científicos de las primeras décadas del siglo xx.

iii. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo xx y la primera del xxi, es difícil hallar esa coincidencia, pues los artistas, quizá a partir del advenimiento de la posmo-dernidad, saltaron varios siglos hacia atrás, y no pocos se han sentido a gusto en la Edad Media.

iv. Ningún poeta importante escribe en coincidencia con la actual visión del mundo propuesta por físicos, mate-máticos, astrónomos y teóricos de la inteligencia artifi-cial. Los poetas escriben como si no tuvieran más que la visión ptolemaica del mundo.

v. Cuando los poetas escriben términos provenientes de la ciencia moderna, les otorgan significados demasiado personales que nadie más que ellos entiende. Lo que im-porta no es edulcorar con términos científicos el poema, el acto creativo radica en facturar un poema que com-prenda y esté comprendido en la concepción científica del mundo.

vi. La idea de las correspondencias universales prove-niente de la tradición hermética que sigue vigente en la mayoría de los poetas, por desgracia esos poemas solo muestran que sus autores no han rebasado las fronteras del siglo xix. ¿Por qué no comprender las corresponden-cias universales como una de las formas de la teoría que trata de unificar la física cuántica y la relativista?

vii. Hablar de «la sabiduría antigua» es una irresponsabi-lidad intelectual. Habría que ser un insensato para tomar en serio esa patraña.

viii. Escribir desde la cosmovisión propuesta por las ciencias no debe omitir un principio fundamental: la poesía será iniciática o no será.

Felipe Vázquez. Es autor de Tokonoma y Signo a-signo; Ar-chipiélago de signos. Ensayos de literatura mexicana, Juan José Arreola: la tragedia de lo imposible y Rulfo y Arreola: desde los márgenes del texto; De apocrypha ratio y Vitrina del anticuario. Ha obtenido el Premio Miguel N. Lira, el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen y el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas.

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En 2013 se cumplirá el centenario del nacimiento de Vinicius de Moraes, un poeta cuya obra posee una duradera significación en el ámbito de la lengua por-tuguesa. Más allá de sus canciones, que forman parte del oferente repertorio de la música popular brasileña y se cantan en el mundo entero, Vinicius es un poeta amado por sus numerosos lectores y respetado por los poetas del Brasil.

Para Drummond de Andrade «Vinicius es el único poeta brasileiro que osó vivir bajo el signo de la pasión, de la poesía, en estado natural… Fue el único de nosotros que tuvo vida de poeta… Me hubiera gustado ser Vinicius de Moraes».

El poeta nació el 19 de octubre de 1913 en Río de Janeiro. Carioca, pues. Desde adolescente se conocen sus andanzas en la composición de canciones y en la poesía. Antes de cumplir veinticinco años ya ha conocido a los —en ese entonces— mayores poetas vivos del Brasil, Manuel Bandeira y Drummond de Andrade y con ellos inicia una larga amistad.

Vinicius conoce perfectamente bien la diferencia de estructura y propósito entre el poema y la letra de la canción; la diferencia entre el poema, autotélico, y la canción, heterotélica, y es por eso que logra proponer en sus libros, en la poe-sía escrita, una lírica que aún en estos días ejerce una influencia en las nuevas generaciones. Autor de poemas admirables en las formas más renovadoras, no lo son menos sus sonetos y sus baladas, en los que con definida y rica musica-lidad suele exponer los temas más diversos. Hacia 1968 aparece una compila-ción de su singular obra poética y es traducido al italiano nada menos que por Giuseppe Ungaretti. En 1979, su cercanía con las causas populares le hace ser invitado por el entonces líder sindical Luiz Inácio Lula da Silva, así es como Vi-nicius lee poemas en el Sindicato dos Metalúrgicos de São Bernardo do Campo. El 9 de julio de 1980 muere Vinicius de Moraes. Autor prolífico y admirado, las innumerables anécdotas sobre su vida siguen recordándose tanto en los bares como en los círculos académicos del Brasil. Después de todo, «el mejor amigo del hombre es el whisky… En fin: el whisky es un perro embotellado».

Un apunte para Vinicius de MoraesE D U A R D O L A N G A G N E

Piensen en criaturasMudas telepáticasPiensen en las niñasCiegas inexactasPiensen en mujeresRotas alteradasPiensen en heridasComo rosas cálidasPero no se olvidenDe la rosa rosaRosa de HiroshimaRosa hereditariaRosa radioactivaEstúpida inválidaRosa con cirrosisLa anti-rosa atómicaSin color perfumeSin rosa sin nada

Pensem nas crianças Mudas telepáticas Pensem nas meninas Cegas inexatas Pensem nas mulheres Rotas alteradas Pensem nas feridas Como rosas cálidas Mas oh não se esqueçam Da rosa da rosa Da rosa de Hiroshima A rosa hereditária A rosa radioativa Estúpida e inválida A rosa com cirrose A anti-rosa atômica Sem cor sem perfume Sem rosa sem nada

El ángel de laspiernas chuecas /O anjo daspernas tortasA F L Á V I O P O R T O

A un pase de Didí, Garrincha avanza: El cuero junto al pie y el ojo atento.Dribla a uno y a dos, luego descansacomo quien mide el riesgo del momento.

Tiene un presentimiento, así se lanzamás rápido que el propio pensamiento,dribla uno más, dos más, la bola alcanza feliz entre sus pies, los pies del viento.

La lleva, así la multitud contritaen un acto de muerte se alza y gritaen unísono canto de esperanza.

Garrincha, el ángel, oye y dice: ¡Goooool!En la imagen la G chuta en la odentro del arco entonces la l danza.

A um passe de Didi, Garrincha avança Colado o couro aos pés, o olhar atento Dribla um, dribla dois, depois descansa Como a medir o lance do momento.

Vem-lhe o pressentimento; ele se lança Mais rápido que o próprio pensamento Dribla mais um, mais dois; a bola trança Feliz, entre seus pés –um pé-de-vento!

Num só transporte a multidão contrita Em ato de morte se levanta e grita Seu uníssono canto de esperança.

Garrincha, o anjo, escuta e atende: [–Goooool!

É pura imagem: um G que chuta um o Dentro da meta, um l. É pura dança!

La rosa de Hiroshima /A rosa de hiroxima

Eduardo Langagne. Poeta y traductor. Miem-bro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes. Este año apareció en Colombia Reposo del guerrero.

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Un joven lee El manto y la coronay descubre una música ignorada.Algo en su corazón arde y detona,en una muy remota madrugada.

Sigue leyendo porque es imposibledejar el verbo amar en el suspenso.Cada palabra se hace más visible;cada significado, más intenso.

«Nunca creí que amar doliera tanto»,dice el endecasílabo impecable.Se detiene en el verso, cuyo cantotorna la soledad reconfortable.

«Todos te aman desde que te amo.»¡Y no hay mejor manera de decirlo!Lo mismo si es elogio o es reclamo,solo la perfección puede escribirlo.

«Amiga a la que amo: no envejezcas.Que se detenga el tiempo sin tocarte...»El poema fluye con oleadas frescas,y el sufrimiento se transforma en arte.

Verso a verso el dolor las cosas nombra,de otro modo lo mismo, y el amorse convierte en un árbol cuya sombraalivia las heridas del lector.

El tiempo ha transcurrido. La memoriame trae a aquel lector que, en su inconsciencia,incorporó a su vida aquella historiavivida con pasión e incontinencia.

Supo que en aquel libro que leíahabía un mundo aún no reveladoque transmutaba el oro en poesíay el dolor en amor desesperado.

Hoy el libro ya luce amarillento,mas su vitalidad conserva intacta:nos cura del rencor y el desaliento,y en sus versos la pena se refracta.

Uno diera la vida por poderigualar ese verso y su sonido.Mas en lo que me resta por sabersiempre sabré que es mucho lo que pido.

El manto y la corona sin embargolo escribe cada día y lo hace suyoquien, con deleite, muerde el fruto amargodel corazón del árbol del orgullo.

Ciudad de México, 9 de octubre de 2010.

J U A N D O M I N G O A R G Ü E L L E S

Un joven lee El mantoy la corona

Homenaje a Rubén Bonifaz Nuño

Accidental.

180 x 120 cm.

Óleo / transfer / Cinta adhesiva

/ masking tape, 2009.

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La poesía actual en lengua española participa de múltiples discur-sos que encarnan, en lo posible, la velocidad de los procesos tecno-lógicos al mismo tiempo que solventan una crisis de la identidad, pero esta poesía no contiene una estética definitiva, los esfuerzos por lograr una cierta uniformidad en el estilo o en los procedi-mientos se superponen, generando una mixtura de tendencias donde lo coloquial y lo conceptual, lo vanguardista y lo popular encuentran siempre cabida en el poema, por más que se discuta teóricamente la pertinencia de la experimentación y el riesgo o la recuperación de formas clásicas y algunos elementos de la cultura popular.

En este escenario, el singular hombre contemporáneo ha con-seguido construir identidades paralelas a través de los recursos de la tecnología informática, interviene en la realidad conven-cional del universo cibernético transformado en un ser comu-nitario en sí mismo que se relaciona con otros seres igualmente diversos de aquellos que cuentan con un carnet de identificación personal. El solitario hombre contemporáneo comparte un per-fil posible de lo que aspira a ser en la convención de aceptar los perfiles construidos por los demás y esas otras vidas paralelas terminan por configurar un rostro más apropiado al sueño del modesto ciudadano.

Es por esto que las tecnologías, especialmente aquellas vincu-ladas a la información, permiten al usuario conectarse con las co-munidades de su interés de modo permanente; teniendo a mano los dispositivos electrónicos necesarios algunas personas viven realmente en el universo virtual, ahí se enamoran, comparten, opinan, construyen en la más completa libertad el modelo de ser al que aspiran. Estas comunidades virtuales intercambian bienes y servicios con una rapidez y seguridad nunca vistas en tiempos pasados; en ocasiones, las multitudes de hombres virtuales ex-ceden cualquier reunión imaginable y pueden generar opiniones que inciden en el comportamiento de los gobiernos o en el sis-tema financiero, hay quienes van cercenando las relaciones so-ciales de su entorno y generando vínculos aún más fuertes con los que comparten sus redes de amistad. Uno de estos sistemas, incluye la comunicación por medio de un número reducido de caracteres que permite redactar una frase instantánea que será seguida por una comunidad que podrá compartirla con otras co-munidades de modo simultáneo y sincrónico.

Esta es la nueva manera de relacionarse de los seres humanos. La industria misma ahora depende de los vaivenes de un siste-ma global de comercio donde se ejercen presiones financieras que pueden llevar a la ruina inmediata a sectores económicos amplios pero que también pueden colocar cualquier producto en cualquier lugar en tiempo récord. Las tierras agrícolas producen granos y hortalizas de especies desconocidas que serán comer-cializadas en lejanos países, los sistemas democráticos depen-den cada día más de los imperativos económicos y la educación y la salud son motivos de discordia por la seguridad social.

¿Qué puede hacer la poesía ante la desolación, la incertidum-bre? ¿Y para qué poetas en tiempos de incertidumbre, si los pro-cesos tecnológicos se superponen a velocidades inimaginables, se colapsan los sistemas financieros, la identidad se desborda en la heterogeneidad del ser? Sin estéticas uniformes, la poesía contemporánea, trata de mostrar la vida de nuestros días en un inquietante devenir que se disuelve en fragmentación, reciclaje y tedio.

Desde la segunda mitad del siglo xx hasta el día de hoy, la na-rrativa y aún el ensayo se han beneficiado de los usos prosódicos del discurso poético, sin embargo, la poesía solo ha consegui-do un adelgazamiento de sus posibilidades sonoras. El uso de la prosa ha debilitado la capacidad de enunciación y eufonía. En ge-neral se identifica hoy como un signo de flaqueza el uso de perio-dos isosilábicos. No es, pues, el tema de la forma lo que compete a nuestra literatura actual; emulando los procesos digitales, la poesía es el género de la literatura que mejor puede participar de las nuevas tecnologías, su ductilidad y precisión puede encarnar en el universo simbólico fácilmente, la modalidad sentenciosa de su estilo hace contener en pocas palabras sentidos superiores.

Uno de los grandes retos en la escritura poética propone cons-truir con precarios elementos —las desgastadas palabras—, las nociones simbólicas y espirituales que permitan al hombre tras-cender su circunstancia concreta; construir, por medio de esos fragmentos de sentido, de esos escombros del lenguaje, fastuo-sos palacios de la imaginación, laberintos de exquisita ingenie-ría, soleados huertos de delicadas pomas.

La poesía de nuestro tiempo es fragmentaria y total, tanto como lo es la realidad que vive el hombre en estos días: el pensa-miento reproduce procesos del desarrollo industrial; únicamen-te conoceremos una parte del todo, en la maquiladora solo po-dremos armar un circuito del entramado digital de un auto, en un país lejano armarán el siguiente circuito, y en otro distante país se encontrarán esas dos piezas y se ensamblarán sus desti-nos en un orden común.

Es una vía espiritual antes que formal, que no pretende ser la verdad última, están ahí diversos caminos de comprensión del mundo pero no quieren ser una fotografía, desean más bien reproducir estados de ánimo, conexiones anímicas con los espa-cios, la lengua, las costumbres.

No es objeto de la forma el que interesa a nuestro tiempo, existen maneras más relevantes y cómodas para la expresión de lo poético como lo entendemos aquí: el video, la multimedia o el performance son opciones no desdeñables del ejercicio artístico, sin embargo consideramos que la poesía es hasta ahora el mejor modelo, el más concentrado, el más perfecto para la expresión cabal del pensamiento alto y de los sentimientos más profundos.

Esa escritura refleja de modo contundente la discontinui-dad discursiva propia de objetos incompletos, de pensamientos derruidos en el espacio arquitecturado de la memoria, de altos

La poesía del resentimientoM A R I O B O J Ó R Q U E Z

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sentimientos derribados por el paso del tiempo, por la corrosión de la costumbre, donde cada palabra colocada es ya el bagazo sin jugo de una realidad que no se atina a develar, la zafra final que recoge los detritos de nuestra plenitud desbrozada. Bebe-mos nuestro capuchino descafeinado, con leche deslactosada y lo endulzamos con un sustituto de la sacarosa.

La visión de la vida es fragmentaria y total, fragmentaria porque solo puede reconocer jirones de la realidad, fragmentos incomprensibles del gran tejido de causas y de efectos que dan intensidad al mundo, y total porque de esa discontinua red de acontecimientos se puede generar un discurso sobre la vida, por-que de esa fragmentada totalidad del mundo, podríamos, acaso, comprender, en parte, nuestro papel en el mundo real.

Así se muestra la tendencia escritural en nuestros días; los lla-mados desórdenes de atención en la adquisición de los primeros procesos cognitivos en los niños contemporáneos denotan esta nueva manera de percibir el mundo, el cerebro se ha habituado a mantener múltiples conductos de percepción, diversas líneas de diálogo inmediato: frente al ordenador una persona puede mantener tres o cuatro conversaciones digitales de muy distin-ta gradación emocional al mismo tiempo, en una triste, ya en otra exultante, en otra más perplejo, y en cada una de ellas ser eminentemente sincero; mientras estas tres o cuatro conversa-ciones tienen lugar, se mantiene una conversación telefónica, se envían varios mensajes por celular, se revisan los periódicos del día en sus versiones web, se descarga el archivo de una invitación a Cuenca, Ecuador, se redacta, finalmente, este texto.

Esta poesía actual camina por senderos que incluyen la per-plejidad del pensamiento simultáneo, la velocidad del video digital, la desdoblada e infinita conectividad del hipervínculo. Aun no sabemos si es el camino correcto pero nos hemos pro-puesto intentarlo, la invitación es a que busquemos relacionar este modo nuevo de sentir y de pensar con lo que escribimos. Este es el tiempo del resentimiento, de un re-sentimiento, de un volver a sentir, de un sentir de nuevo. Nuestro compromiso no será, pues, con una posible forma de expresión, sino con un pensamiento que limite y excluya todo aquello que no es propio de lo que somos, ese pensamiento original encontrará sin duda su mejor manera de expresarse.

La palabra escombros nos remite inmediatamente a esta no-ción fragmentada del discurso poético actual, el hombre recoge pedazos de realidad para construir, reconstruir la totalidad de su ser íntegro, sabiendo, anticipadamente, que el arduo ejercicio de ensamblar los pequeños fragmentos para lograr una cierta identidad, no necesariamente nos darán el rostro pleno que nos confirme en la vida.

Esta precariedad del hombre contemporáneo que busca por medio de los residuos de su ser integral la recuperación de un orden que explique y justifique su existencia; provoca, suscita, el acto poético. Nunca como hoy nos sentimos partícipes par-ciales de un tiempo superior que nos rebasa y del cual solo en ciertas condiciones se nos muestra a los ojos como una corrien-te discontinua, donde presenciamos, testigos atemorizados, la destrucción, deconstrucción de todos los valores que un día nos dieron el calificativo de seres humanos.

La escritura poética participa en el desarrollo de estéticas que ahora mismo están germinando y que muy pronto encontrarán caminos adecuados de divulgación, dando cuenta de los procesos

industriales y de comercialización global, el mundo paralelo de la cibernética con sus placeres virtuales, la entronización de las migraciones con los sub-productos de insaculación metalingüís-tica, el dinero de plástico y un capitalismo degradado que nos hace más una estadística que personas reales.

Los fragmentos que producen la impresión paradojal, el oxí-moron afectivo; estos procedimientos de estilo logran en su tejido final, una textura barroca llena de sobresaltos, de protu-berancias, de asimetrías, que nos permitirán, como lectores, pre-senciar la totalidad de esa fragmentación antedicha como una posibilidad de sentido pleno, es así como se logra la perfección de este discurso, encomiable esfuerzo estético no definitivo, que a partir de segmentos desechables de la realidad discursi-va alcanza precisión por contorno, ensamblaje e instalación que hace que los residuos del lenguaje, las palabras desprovistas ya de sentido, regresen desde los escombros a construir sentidos nuevos, nuevas disposiciones afectivas y conceptuales.

Además de todo esto, la palabra escombro, nos sugiere las di-versas partículas de un todo ya desecho, de un remanente, una escoria, el cascajo residual de un edificio vasto, de un continente en ruinas, así la vida nuestra, así la vida vivida todos los días. De ahí que sea la poesía un vehículo que permita la reunión de aque-llo que alguna vez fue nuestro, que en la recopilación de estos fragmentos que un día fueron vida plena, podamos dar rostro, al menos provisionalmente, a nuestro ser desmembrado.

Cuáles serán las características más peculiares de esta poesía nueva, no lo sabemos, pero creemos que incluirán una nueva velocidad léxica, la exploración de un lenguaje desde derrote-ros metalingüísticos, la utilización de diversas lenguas multi-modales, una elaboración cada vez más compleja del légamo sintáctico.

En otras literaturas y otras lenguas, se viven procesos simila-res al nuestro: la disputa entre una poesía del lenguaje, que logra su perfección y agota sus posibilidades en el uso de la lengua, y por otra parte, una literatura que busca repoblar el sentido en su discurso, que aspira profundamente a responder la pregunta que se interroga por el sentido del ser; afortunadamente, en los mejores talentos, esta doble vía logra emulsionar desde la per-fección técnica el riesgo expresivo con un sentido profundo que devela la circunstancia del hombre en el torbellino de la convulsa vida diaria.

Pienso todo esto en una pequeña capilla llamada Santa María Tonanzintla, en Puebla, México, aquí se reunieron los artesanos indígenas para construir una visión de su Paraíso con una or-namentación sustentada en el estilo llamado barroco, colocaron ángeles morenos entre mazorcas y chiles, entre calabazas y pi-ñas, asimilaron el discurso estético europeo y lo adecuaron a su particular comprensión del mundo. Es ese quizá el camino de la poesía en nuestra lengua hoy, asimilar y adecuar a nuestros usos la corriente vertiginosa de la vida globalizada, portar sentido, dar respuestas mínimas, pequeñas respuestas a las grandes pre-guntas, dar testimonio de nuestra vida en la tierra.

Mario Bojórquez. Poeta, ensayista y traductor. Premio de Poesía Aguascalientes, Premio de Ensayo José Revueltas. Este año obtu-vo el Premio Alhambra de Poesía Americana en España.

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TransfiguraciónAsomo mi rostrodesprovisto de afeitessegura que soyla imagen casi difusa,la llama parpadeante.Mis ojos,tan acostumbrados a la penumbra,buscan con avidezese fantasmadetrásde la enmudecida y agazapada libertad.

TiempoMe mordió un perrome sacó los ojos.En su lugarcuencas con lupassaltó sobre mi pechohaló hacia abajo mis pezonescon sus garras afiladasmarcó mis muslos dejando grietascómo me duelen aún sus mordedurasjusto en la parte inferior de la columnametió sus dientes entre mis piernasde un mordisco desprendió mi clítoris.Estoy ante el espejo negociando.

EsperaSiento que no vendráscuando lo hacesescucho tus pasoshoy,solo el silencio.

FalsedadCuando regrese al mundola luz que se ha ido;no habrá quien diga que no te conozco.Estás detrás de los muros cuando nadie grita,observando la sutil mirada de la inocencia.Creciendo entre manos que aplauden tu torpeza.Buscando una boca que te ayude a decir.

SoyLa promesa del águila.Punta de zapatilla.A medias en el yes.Mugre de los lujos.Sonajero en el silencio.También,un enigma.

HolocaustoAborto de huérfanoOjo del cañónThe World is out of control.Estará Dios en algún sitio.Diciendo la forma exacta.

Magdalena Cairo Madrazo (Helen). Poeta cubana, su obra aparece en Como cada jueves y Aguas varias.

M A G D A L E N A C A I R O

Tacto (fragmento).

160 x 80 cm.

Óleo / acrílico / plumón / lápiz, 2008.

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Partidas FRANCISCO SEGOVIAEdiciones Sin Nombre (2011, México)

Francisco Segovia es, de los poetas de mi generación, el que más seguro está de lo que está escribiendo, y a la vez es el que más evidentemente busca nuevos caminos. No es difícil explicar, aunque parezca una paradoja, que una cosa es causa de la otra en una cinta de Moebius que hace muy atrayente la lectura de sus libros, y del conjunto de toda su obra. La noción de obra es una en-carnación de la mirada retrospectiva, mientras que los que lo leemos en un hoy subrayado, no con la manía de explicarlo ni en función de una promesa futura, como hacen los críticos, que parecen avergonzarse de afirmar en presente del indicativo, lo hacemos como afirmación de una rotunda realidad de la escritura.

Es por eso, por ejemplo, que el escritor suele intere-sarse más por el libro recién publicado o que está escri-biendo, que por los anteriores. El lector a su vez suele comprar el «último» libro del autor, es decir, el más re-ciente, no tanto por estar al día sino por estar presente. Espero que ustedes no practiquen esa mala costumbre y que si no tienen un libro de Francisco Segovia anterior a Partidas, que aquí ensayo, también los lean, pues en lite-ratura el concepto de novedad es o bien absurdo o bien reiterativo.

Hace años leí en una de las miles —infinitas diría él con ironía— entrevistas que concedió Borges aquí y allá, la siguiente idea: el siglo xx no ha cultivado con fortuna ni el soneto ni el poema épico. Como suele suceder con el escritor argentino, me atraen e intrigan sus afirmaciones al mismo tiempo que me parecen erróneas y equívocas. Es lógico y comprensible que los «poemas épicos» mo-dernos a Borges le parecieran tonterías —por ejemplo los Cantos de Pound, o el Homeros de Walcott, que su-pongo no conoció— y tiene razón al señalar que el tono de aquellos textos fundadores, de La Ilíada a la saga me-dieval está muy lejos de nosotros. Con la otra parte de la afirmación, no estoy de acuerdo, y me parece bastante teñida de ironía, pues el soneto en el siglo xx creo que volvió a vivir una edad de oro, y que Borges ensayó esa forma con bastante fortuna.

Al leer Partidas recordé esa afirmación de Borges que, por cierto, nunca he conseguido localizar de nuevo, y puede que hasta me la haya inventado. ¿Qué diría Borges de Partidas? Creo que le molestaría ese tono entrecorta-do, a todas luces tartamudo, a la vez que admiraría el es-merado oficio y la voluntad de síntesis. Pero se resistiría a calificarlo, como hago yo, de poema épico, pues cómo puede serlo —diría— un texto tan marcadamente per-sonal. Es que el tono épico no se puede dar en un mundo abandonado por los dioses y —en cierta manera— por los hombres.

Una de las virtudes que más admiro en Francisco Se-govia es su capacidad para escuchar la lengua, las pala-bras, lo que ellas nos dicen en su riqueza léxica, en su variedad sintáctica y en su pluralidad de significados y lecturas: Por ejemplo: el título mismo, Partidas, es de una polifonía —que podemos también llamar ambigüedad, y sin miedo— de sentidos: de la partida de ajedrez, en ab-soluta inmovilidad, a la partida a la guerra, nomadismo trágico, y a la plebeya partida de madre que las resume a todas. El plural nos indica que son todas ellas y todos no-sotros los que partimos. Y por allí nos vamos acercando a lo épico posible en la primera década del siglo xxi.

Esas grandes aventuras colectivas: la guerra de Tro-ya, las cruzadas, incluso el descubrimiento de América, tienen una clara conciencia de la historia, y Homero, Crethien de Troyes o Ercilla, saben que entre el sustrato mítico, el histórico y el personal hay un tránsito natural, mientras que para el poeta moderno, invadido por la his-toria, la historia no cuenta, y por lo tanto se interrumpe esa conexión natural y lo invade una enorme nostalgia por el mito, mismo que en realidad desaparece y… los dioses nos abandonan. Sin embargo no hay que olvidar que La Ilíada lo dice claramente: «nos importa menos que ellos, los dioses, nos abandonen, a que nos abandone, ella, Elena». El poeta moderno dice lo que es obvio: todo poema épico, si lo es, es un poema de amor. Eso también, por cierto, es lo que nuestro admirado Borges solo acep-taba a ratos.

Así, hechas estas advertencias no me parece desmesu-rado señalar que Partidas es un libro que desde su apari-ción ocupa un lugar sobresaliente en la poesía mexicana, sin necesidad de recurrir a las coartadas de rigor. Esta-mos ante un hito, como lo fueron La suave patria, Muerte

Por una éticade la épica

J O S É M A R Í A E S P I N A S A

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sin fin, Piedra de sol, Bacantes, Incurable, Tierra nativa, Pa-pel revolución, poemas todos que la crítica de su tiempo supo reconocer como extraordinarios. Pero tal vez Parti-das se relacione más con hitos anteriores, El idilio salvaje, o incluso con el Segundo sueño de sor Juana, pues hay un conceptismo barroco que establece nexos con ella y con Sandoval y Zapata.

Si en libros anteriores Segovia ha hecho gala de un virtuosismo de la imagen y de una capacidad de síntesis alrededor del instante, del momento de la iluminación, siempre tuvo —recuérdese uno de sus primeros poemas, «Lavandera»— la necesidad de crear (que no contar) una historia, de desarrollar el instante en secuencia, como esas escenas cinematográficas que de pronto se congelan y esa inmovilidad en la que culminan es en realidad una reverberación que se conserva hasta la próxima escena, y eso establece el sentido de continuidad de los poemas. Eso le permite también establecer ese movimiento im-plícito en el partir como una quietud. Como esa sutil am-bigüedad que hay en la expresión «yo voy a esperar(te)». Ir hacia la espera, buscar la espera y no esperar la espe-ranza.

Hay una manera de leer Partidas que vale la pena ha-cer: vincularla no a la poesía y a su tradición en Méxi-co, sino a la de la narrativa. En algunos poemas de hace treinta años Francisco Segovia tejía su discurrir ante el asombro de la ausencia de sombra, cuando el sol está en el cenit, estamos tan solos que no tenemos sombra, parecía decirnos. Es la plenitud de la luz la que nos des-poja de esa mínima compañía. Pero esa luz, deseada y deseante, cuando se vuelve sombra, es todavía más terri-ble, porque también la plenitud de la sombra nos quita esa compañía, en la sombra no tenemos sombra. Y en la narrativa hay un escritor que ha cifrado ese mundo, Juan Rulfo. Partidas es un poema muy rulfiano. Seco, incluso si está cruzado por las corrientes del apantle, en donde la sombra al estar ausente se vuelve polvo. El cristianismo nos dice «polvo eres y en polvo te has de convertir». Tal vez al principio la frase fue: polvo fuiste y en polvo te has de convertir, para dar la posibilidad al menos de haber pasado por la carne. Pero si somos —estamos siendo— polvo, el soplo divino no nos dice hágase la vida sino des-hágase, y se la lleva el viento sobre la llanura.

No es solo esa condición de sequedad inmemorial lo que comparte con Rulfo, es también el evolucionar de su relato —y que quede claro que no es una historia sino un relato— hacia una condición moral. La fragmentación del poema en esos poemas numerados que aquí llamaré estancias evoluciona hacia una actitud moral, y lo digo en el sentido en que se habla de los moralistas franceses, a propósito de La Rochefoucauld, Juvert y, entre los mo-dernos, Cioran. Esa actitud de una espera que busca, se vuelve exigencia moral, como la del guerrillero, o la del peregrino, como la del «alzado» cuyo sentido más literal es justamente estar —permanecer— de pie.

Por eso ese mundo fantasmagórico, con algo de vam-piro, cosa que también comparte con Rulfo, es de un de-solado realismo, sus imágenes son cifra de una derrota que nació siendo ruina pero que no se redime sino en cuanto derrota. Es una guerra que se libra estando ya perdida, o ganada, para el caso es lo mismo, ya que no es eso lo que importa, pues en realidad, como lo dice en una

de las estancias, vamos tras nuestros perseguidores, una manera de perseguirse a sí mismo. Pero no, no es eso, a menos que cambiáramos el enunciado de Ortega —«yo soy yo y mis circunstancias»— y ya solo fuéramos nues-tro enemigo y fuera su enemistad la que nos diera rostro, la que nos diera rastro.

La vivencia de la soledad es esencial para entender esta poesía, que no por ello deja de tener en uno de sus aspectos una condición civil. Vean por ejemplo la evolu-ción de la palabra desierto, misma que en un momento designaba el lugar donde no había nadie, pero que en la modernidad significa más precisamente donde no hay nada. Si en un principio el desierto podía ser una selva o un bosque hoy es una llanura de polvo, no tanto el lu-gar donde ya no hay vida sino donde vive la ausencia. El rastrojo se vuelve rastro, rostro, resto. No se es sino lo que queda de nosotros: ausencia, polvo, y tal vez ya no es suficiente que sea polvo enamorado, esa ausencia tiene que ser polvo enamorándose.

La forma del participio pasivo es una función del ser en la lengua. Las breves frases o las veloces enumeracio-nes en Partidas permiten observar la condición de un tiempo del eterno retorno de lo mismo en la diferencia. De ahí el plural del título, es un hecho —un acto— que se repite una y otra vez como ese día que sirve de marco al gavillero. La palabra gavilla en el Diccionario del español usual en México, proyecto lexicológico de gran enverga-dura en el que Francisco Segovia es pieza fundamental, está definida con dos acepciones: atado de varas, paja, leña, hierba y puñado de forajidos o cuatreros. Lo que las une a ambas es la idea de unión. En ese sentido, y siguiendo con los símiles narrativos, Partidas es el libro que habrían escrito los guardabosques de Bajo los acan-tilados de mármol, la gran novela de Ernst Junger en que prefigura, vaticina o intuye los campos de concentración, máximo acto de soledad, máximo acto de solidaridad.

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El sentido del heroísmo cambia en los poemas épicos como hecho histórico —La canción de Rolando o El cantar de Mío Cid—, evoluciona en la modernidad que abreva en ellos a un héroe ausente, presente en su distancia con lo heroico, en su desconfianza tal vez con lo heroico, pero sin estar dispuesto a renunciar a su contenido ético. De allí la capacidad de acoger que tiene la imagen. La sal es entonces el polvo del mar, que también es un desierto, por eso Jesús camina por él. El héroe es no un ser per-sonal sino un sentir colectivo imposibilitado ya de en-carnar, pues no es carne sino polvo: la humedad que lo vuelve barro, es decir: la palabra de Dios se ha evaporado.

Volvamos al asunto épico. Con Las luisiadas el sentido de esos textos cambió, el rey don Sebastián sigue pelean-do en algún lado por todos nosotros, pero ya no lo pode-mos cantar sino en ausencia. Esos poemas, sobre todo en la medida en que se conectaban con el mito, referían el origen, mientras que ahora se canta el final. Lo difícil es hacerlo como en Partidas, sin falsos optimismos, pero también sin pesimismos histriónicos, por más brillantes que sean.

Una característica de la poesía de Francisco Segovia es el fino oído que tiene para la musicalidad de las palabras en español de origen indígena, provenientes de lenguas autóctonas. Digamos que no solo las escucha significar, trabajo de un lexicógrafo, sino que las escucha hablar, decir en su uso desde la historia que contienen. Así la precisión florece en polisemia, como señalé líneas arriba, la ambigüedad se vuelve fruto del poema. De allí que al lector le pueda decir algo muy distinto de lo que al poeta le dice y —desde luego— de lo que quiso decir. El sentido es también una espera que busca. Ir al encuentro es una redundancia: basta con ir. Pero hay, además, la espera de la espera, la paciencia de Penélope. Lo que aporta La Odi-sea a La Ilíada es esa otra visión, ante la mujer que se va la mujer que espera. Ella también puede ser causa de una

guerra. Lo es desde luego del poema. El lugar de la narra-ción apunta siempre al otro mundo, no solo al mundo del otro, sino a lo otro del mundo, intuida su rotunda ameni-dad devenida pertenencia. ¿Qué significaría una poesía de ciencia ficción, a la manera en que se dice de la novela? Desde luego no es una poesía de anticipación. Pienso en esto porque parte de la narración de Partidas ocurre en Marte, y en la medida que nuestro espacio es la tierra, no solo en su sentido de planeta, sino en el de territorio y terruño, ese mundo es radicalmente otro en la misma medida en que es imaginable, y en la medida en que no-sotros —los integrantes de esa gavilla— no dejamos de ser los mismos, aunque hayamos (o)ído hasta el límite.

Sí, en Partidas, y en general en la poesía de Segovia, se deja oír el límite del decir, son poemas que llevan su significación, para que de veras lo sea, hasta el límite de la significación, pero este límite no es como pensaban las vanguardias, el absurdo o el sinsentido, sino al contra-rio, a la sobresaturación de sentido. Si él puede ubicar su poema épico en Marte, estoy de alguna manera autoriza-do a decir que cada estancia funciona como un hoyo ne-gro, no expele sentido sino que lo absorbe, es ese umbral a la luz que se menciona en algunos pasajes de Partidas. Cuando consigue pararse, en el sentido de estar erguido, no de detenerse, en ese límite, sus poemas alcanzan un grado de lucidez extraordinario. Si el automatismo su-rrealista se presentaba como una manera de combatir el vértigo ante la página en blanco de Mallarmé, esto es lo contrario. Es el control absoluto del poema incluso en su condición de azar, pero no un control a la manera de Va-léry, que aspira ingenuamente —y la ingenuidad puede ser muy inteligente— a una ciencia de la poesía. Frente a las estrategias del poder en Partidas se pone en juego la intuición del guerrillero, cada batalla es un foco de insur-gencia. Interioriza en el lenguaje aquel famoso eslogan de hace cuarenta años: «Un, dos, tres Vietnams» o la joya retórica del Che: «Seamos realistas, pidamos lo imposi-ble». Como es evidente, de Partidas se puede hacer una lectura política, como de todo texto épico, perdón: ético.

Segovia dibuja y diseña paisajes de soledad extrema, no porque sus «partidarios» estén solos, sino porque es la soledad misma la que constituye el paisaje, la forma es soledad diría Góngora. Por eso son paisajes siderales, extraterrenos, marcianos, y en una realidad física que se comporta como la nuestra pero no es la nuestra. Paisa-jes cerebrales imaginados con tal nitidez que salimos a la calle viéndolos en la realidad terrestre. Pero si, como parece, la teoría de la panspermia regresa por sus fueros, todo terrícola en realidad es un marciano trasplantado, ese partidario es inevitablemente un invasor.

Mi lectura de Partidas toma, claro, partido, aunque sea deliberada y necesariamente trunca. Cuando una obra así aparece en el contexto literario, todos nos volvemos un poco sus escritores, como quería Mallarmé de ese libro universal. Las obras maestras aparecen muy de vez en cuando y legitiman a su época, a su contexto, a sus con-temporáneos, un poco por contagio de esa inspiración.

José María Espinasa. Editor, poeta y crítico literario. Su libro más reciente es Al sesgo de su vuelo.

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«Piedra de sol»E. Y É P I Z

OCTAVIO PAZ —PROTOT IPO DEL VAT E MODERNO, POETA DE TODOS LOS T IEMPOS— PART E

DE L A IDE A DE QUE EL QUEHACER POÉT ICO, AL IGUAL QUE EL AMOR Y EL ACTO ERÓT ICO, ES

SUBVER SIVO POR NATUR ALEZA . EL POETA AL CRE AR EL POEMA RECURRE A UN EJERCICIO

ESPIRI TUAL Y A UN MÉTODO DE LIBER ACIÓN IN T ERIOR , QUE ES UN REGRESO A SU «CONDI-

CIÓN PRIMIGENIA». ES UN PONER SE EN CON TACTO CON LO OTRO Y CON EL OTRO, CON EL

YO Y CON EL NOSOTROS , EN UN IN T EN TO POR RECUPER AR L A IDEN T IDAD PERDIDA QUE ,

MOMEN TÁNE AMEN T E , EN EL INSTAN T E DE L A CRE ACIÓN O DEL AMOR , SE LOGR A TOC AR .

Desde Primeras letras (1931-1943) Paz dialoga y logra conjugar en su propuesta poética y ensayística no solo el pensamiento histórico filosófico sino también la tra-dición, la modernidad y la vanguardia poética-literaria: barroco, romanticismo, simbolismo y surrealismo, que combina más tarde con las filosofías y tradiciones cultu-rales de Oriente y Mesoamérica, lo que hace de su obra una de las más importantes de la literatura occidental de las últimas décadas.

Del barroco, el poeta retoma el gusto por la parado-ja, la unificación de los contrarios, el uso de la elipsis, la paráfrasis, el hipérbaton y otros recursos estilísticos: la alusión a mitos grecolatinos y prehispánicos, como po-demos verlo en «Piedra de sol», poema que se compone de 584 versos, en representación al ciclo venusino de la creación de acuerdo con el calendario azteca; concreción, a su vez, del mito de Quetzalcóatl (serpiente empluma-da, deidad dual, estrella de la mañana y de la tarde) y de Venus, la diosa griega de la belleza y del amor.

De igual forma, al plantearse el problema del «yo», Paz se inserta en la tradición de la poesía moderna inaugu-rada por los románticos, en donde el poeta se interroga sobre su origen, quiere volver al lugar del que un día fue arrojado. La vuelta al mito de Adán y Eva se conjuga con la idea del amor, la libertad y la creación poética que el autor de La llama doble y de El arco y la lira retoma de los surrealistas y que encontramos en gran parte de su obra poética y ensayística.

En «Piedra de sol», de acuerdo con los preceptos su-rrealistas, Octavio Paz plantea la subversión del amor y la experiencia amorosa como la posibilidad de dar el gran salto, asir lo inasible, nombrar lo indecible. En medio de la destrucción, «Madrid, 1937» dos cuerpos se desnudan y se aman en el marco de la vorágine de la guerra. La vida es el instante y el acto de amor, en su expresión corporal,

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el abrazarse al cuerpo del otro, es habitar de nuevo, así sea por una fracción de segundo, el tiempo mítico de los orígenes.

En «Madrid, 1937» (mitad del poema) se presenta a la pareja primera que en su desnudez se reconoce y en un beso pretende alcanzar el paraíso que le fue arrebatado. El beso y el encuentro de los cuerpos de los dos que se tocan, representa la vuelta al principio, que se hace pre-sente en: «una gota de luz de entrañas transparentes», en donde «el cuarto como un fruto se entreabre/ o esta-lla como un astro taciturno». La pareja, que es siempre la primera, se encuentra y se reinventa en el amor. Y en el momento de la fusión, que representa el acto erótico, alcanza la identidad perdida y la carencia se torna pleni-tud. Reconciliación.

En «Piedra de sol» su autor recurre a los personajes, las figuras mitológicas marcadas por el amor, el ero-tismo, la muerte o el heroísmo histórico: «He olvidado tu nombre, Melusina/ Laura, Isabel, Perséfone, María/ tienes todos los rostros y ninguno». Lo que hace que en este poema la historia mítica y la vivencia personal flu-yan paralelamente y el tiempo se detenga en el abrazo de los amantes, «porque las desnudeces enlazadas/ sal-tan el tiempo y son invulnerables/ nada las toca vuelven al principio/ no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres/ verdad de dos en solo un cuerpo y alma/ oh ser total…»

El poeta, actor de los hechos, es un hombre que se conmueve y en el acto creativo, en el acto de nombrar, nos hace patente la angustia y la caída de su propio ser y la de los otros, al mismo tiempo que plantea, a través del amor, su deseo de volver a ser, porque todo fin es princi-pio y viceversa.

El poeta es el amante y al mismo tiempo el ser creador que se erige en un ángel de luz que avanza por un camino de sombras, busca a tientas y en medio de la oscuridad toca la luz. Se ha convertido en el vidente del que habla-ba Rimbaud.

Voy entre galerías de sonidos/ fluyo entre presencias reso-nantes/ voy por las transparencias como un ciego/ un refle-jo me borra, nazco en otro/ oh bosque de pilares encanta-dos/ bajo los arcos de la luz penetro/ los corredores de un otoño diáfano.

En torno al poema Paz comparte la definición de Paul Valéry, que concibe a este como un círculo, algo que se cierra sobre sí mismo, en el cual el fin es un principio que vuelve y se repite, pero al repetirse se recrea. El acto poé-tico es entonces caer en el abismo para volver de nuevo a la superficie. Es crear el caos, «internarse en la noche obscura», en el vacío total o bien rozar la luminosidad, tocar el centro del cosmos: el mismo sitio del que un día fuimos arrancados. Habitar de nuevo el tiempo paradi-siaco del principio.

En el poema de este ensayo, el poeta —Lucifer o Adán—, expulsado del paraíso, va «entre galerías de so-nidos», busca en la geografía de la amada todos los luga-res, todos los territorios: «voy por tu cuerpo como por el mundo/ y tu vientre es una plaza soleada/ tus pechos dos iglesias donde oficia/ la sangre sus misterios paralelos». El cuerpo amado es la representación del mundo, la ar-

E. Yépiz. Maestra en Letras, egresada de la unam. Na-rradora y poeta. Su libro más reciente es El café de la calle Mulberry.

quitectura de plazas, iglesias, murallas, ciudades, mares. Un río que fluye. El universo mismo.

El poeta «ángel de luz», busca, ¿qué busca?: busca el instante, se busca a sí mismo y trata de fijar en el poema el momento en que se le revele su propio yo, su identidad perdida, que recobra también al fundirse con el cuerpo de la amada que es «una ciudad que el mar asedia/una muralla que la luz divide/ en dos mitades de color du-razno». Es decir, la dualidad y la contradicción. El punto de llegada y de partida, después de todo, irse es regresar. Caer o elevarse equivale a lo mismo.

La amada del poeta es la ciudad, el mar, el río que se curva, la muralla con un lado oscuro y otro luminoso, lo es todo, principio y fin, vuelta y comienzo: «vestida del color de mis deseos/ como mi pensamiento vas desnuda, voy por tus ojos como por el agua». Es todo lo que quiere que sea, disputa o quietud, delirio o plenitud, razón de vida o muerte.

«Los tigres beben sueño en esos ojos/ el colibrí se que-ma en esas llamas». Es seducción y entrega. Es tocar el punto del abismo para alcanzar la cima y volver a la sima: «voy por tu frente como por la luna/ como la nube por tu pensamiento/ voy por tu vientre como por tus sueños». El poeta transita, busca en el cuerpo de su amada lo que no tiene, lo perdido. Y lo encuentra al abolir el tiempo con la muerte subliminal que representa el acto erótico, que en el discurso paciano, como ya quedó señalado, es equivalente al acto de la creación poética.

En el momento de la creación aflora a la conciencia la parte más secreta de nosotros mismos. La creación consiste en sacar a la luz ciertas palabras inseparables de nuestro ser. «Esas y no otras», acierta Paz, al señalar que el lenguaje del poema está en el poeta, y solo a él se le re-vela. Es decir, el poema deriva de la búsqueda interior del poeta, de su encuentro consigo mismo, con su «otredad», aunque el poema, según Aristóteles, no dice lo que es, sino lo que podría ser. Su reino no es el del ser, sino el del «imposible verosímil». «Nacido de la palabra, el poema desemboca en algo que la traspasa».1

«Piedra de sol», al igual que el ciclo venusino que en su transcurrir desaparece y emerge de nuevo, comienza como termina: con el signo de la continuidad. Lucifer y Vesper —estrella de la mañana y de la tarde— en comple-ta armonía. De acuerdo con José Emilio Pacheco, al igual que el calendario azteca, este poema «no tiene comienzo ni fin sino la fluidez de la vida y el girar de la rueda de los días»2, lo que permite la convivencia de lo atemporal, lo histórico y lo mítico con instantes, hechos que es posible situar en un espacio, tiempo y lugar, donde el amor y la experiencia erótica están siempre presentes.

1 Paz, Octavio. El arco y la lira, Fondo de Cultura Econó-mica, México, 1981, p. 111.2 Pacheco, José Emilio, en Aproximaciones a Octavio Paz, de Ángel Flores, Joaquín Mortiz, México, 1974, p. 181.

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Tan reticente al encanto de otras lenguas y de otras tra-diciones, tan obstinadamente latino y castellano en sus negocios poéticos, tan distante del expresionismo ale-mán como del modernismo estadounidense, Leyva guar-da un parentesco subterráneo con dos figuras clave de ambas escuelas; a saber, Gottfried Benn y William Carlos Williams.

Los tres son médicos. Los liga una actitud frente al otro, frente al cuerpo y frente al sufrimiento.

No hay criatura más desengañada y a la vez más idea-lista que un médico. Más cínica y más candorosa. Y no puede ser de otra manera: los médicos trabajan con lo que se oculta bajo la ropa; poseen el paradójico tesoro de tocar —literalmente— el patetismo humano. Ello con-fiere una contextura, un temple moral. Un médico es de necesidad un moralista; un activo observador de las cos-tumbres; un Lichtenberg en acto o en potencia.

Pruebo similar amargura en los tres poetas. Y descu-bro que esa amargura —virulenta en Benn, atemperada en Williams, ironizada en Leyva— es un recurso no solo central, sino indispensable, pues materializa la piedad y la rabia. Sin ese vehículo, la una es blandenguería y la otra un espasmo ajeno a las palabras.

Aguja, de José Ángel LeyvaLo que se oculta bajo la ropa

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POE SÍA DE JOSÉ ÁNGEL LEY VA E S E ST E LIBRO, PUE S EL

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Hallo también, en los tres, los concerns intelectua-les propios de una formación científica. No son poetas arrebatados, entregados al pathos; no militan, tampoco, en las líneas de esos liróforos celestes ensimismados en el lujo de su vocabulario o en los misterios de la escan-sión. Les apura conseguir una coherencia no por subjeti-va menos exacta entre realidad, percepción y ejecución. Coherencia que bien puede prescindir de lo explicativo pero no negocia con lo estético. Jamás intercambiarían un verso abrupto, pero acorde a su propósito, por uno cadencioso que aleja al poema de su intención primera.

Son poemas que se imponen el rigor del diagnóstico. Y eso los hace necesarios.

En razón de su tono y de su forma, el de José Ángel Leyva es un trabajo que oscila entro lo áspero y lo hos-til. Su predilección por el sarcasmo le confiere particular acritud, sus poemas se aprecian dotados de una gestua-lidad cercana al rictus. ¿Qué no es esta poesía? Serena, plácida, comedida. Hasta sus ángeles, visitaciones fre-cuentes, antes que reverenciados, son auscultados con rudeza.

José Ángel Leyva no tiene modales. No saluda al lec-tor, no le conduce por los corredores, no ofrece pagar la cuenta. Al contrario: se burla de él, de vez en cuando le larga un bofetón y, en sus mejores momentos, en los más sugerentes, le pone la máscara del diablo.

Exaltar valores poéticos es vicio crítico. Lo que digo de Leyva nace del placer que depara describir una poéti-ca que consigue imponérsele al lector, a pesar de que le sea ajena. Suelo estar en gozoso desacuerdo con las so-luciones y las decisiones de este poeta. Pero los poemas obvian la discrepancia y se me imponen así como son y, por más que lápiz en mano tacho aquí y muevo acá, son exactamente como son y no podrían ser de otra manera.

Y ese triunfo de persuasión es a mi ver un rasgo clave para distinguir una poesía robusta y —cabe arriesgar— duradera.

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Otro rasgo para distinguir una poesía de esa índole es percatarse de qué tan capaz es el poeta de, como se dice en inglés, to make the most. De hacer lo más de lo menos.

Entonces/ cuando dejas de ser/ eres el mismo/ Te se-cas y te esfumas/ Nada sabes de ti ni de los otros/ […]/ Lavarse los dientes es correcto/ Nunca sabes si volverás a despertar (Nagual 7. Espejo).

Formalmente, este poema de Aguja es Leyva en esta-do puro. Los valores visuales en primer término, la cons-trucción sonora que no se quiere música sino algo menos evanescente y más corpóreo. La puntuación aludida, no marcada, que es ambición de una organicidad superior en cada estrofa. Y el rasgo que más aprecio pues no se puede atribuir a cualquiera: el qué se impone al cómo arrolladoramente. Hay poemas por demás invaluables, digamos Muerte sin fin, que dependen absolutamente de su forma para sobrevivir; «oh inteligencia, soledad en lla-mas» es una afirmación cuya contundencia radica en su melódica sintaxis. Para bien y para mal, son palabras. En cambio, la imagen madre, la célula pluripotente de este poema de Leyva permanece como un recuerdo, quiero decir una imagen, detonada por palabras pero que no las necesita para seguir viva en el lector.

Y he aquí que la mismísima Muerte nos visita mien-tras nos cepillamos los dientes, y nos extraña de noso-tros mismos. Durante cinco estrofas, dure esto lo que dure en el tiempo interior de la percepción y del hallaz-go, nos vimos muertos. No medió ningún escenario tras-cendente, no fue necesaria más operación espiritual que llenarse la boca de espuma mentolada para asomarnos a un abismo que no requirió ese nombre prestigioso; antes bien se permitió un diminutivo: «La ventanita al pozo del silencio».

Si bien tensa, si bien atenta a los valores propios de su disciplina, la puesta en página evade con éxito la gran-dilocuencia que las convenciones asocian a la epifanía y remata con una sonrisa: «Lavarse los dientes es correcto/ Nunca sabes si volverás a despertar». La resignación ante lo frívolo me hace desconfiar del humor en la poesía; en Leyva ocurre a la inversa, la sonrisa socarrona duplica el golpe del poema.

Por esa razón es que el primer valor que destaco de Aguja es su voluntad de juego.

Al menos en poesía, un lúdico es un ludópata. Los chistes, los juegos de palabras, entrañan la naturaleza súbita e irreversible de los dados en vuelo a la ruleta. Y las probabilidades no suelen favorecer al jugador. Hay por ejemplo en un libro anterior de Leyva, Duranguraños, una riqueza poética y humana cuyo solo parangón es la Chetumal Bay Anthology de Luis Miguel Aguilar, pero que el título traiciona y entorpece. Ese libro es cualquier cosa salvo un divertimento. Aguja muestra que el ludismo de su autor es de largo alcance, que es un medio y no un fin. Que la risa es, en última instancia, estremecimiento.

El lector hallará el segundo valor de Aguja si lo lee en el orden establecido por su autor. Es un viaje que inicia y termina en el territorio del cuerpo. Comienza con la contemplación de los propios dedos y cierra con la do-ble desnudez de los amantes. Sus estancias son múlti-ples, heterogéneas, y al mismo tiempo lo inverso: es un libro de poemas dotado de una fuerte trabazón, que no atañe tanto a los temas, cosa tan evanescente en poesía

contemporánea, sino a los tonos y sobre todo a algo que llamaré, insuficientemente, perspectiva.

No hay poeta digno de ese nombre que no asuma riesgos. Empero, son distintos los de un poeta solar y diurno (Jorge Guillén) y los de uno lunar, nocturno (José Antonio Ramos Sucre). Y quizá los que más deban lla-marse riesgos, peligros, son los de un poeta de la carne, como Leyva.

Pues un poeta puede encogerse de hombros ante el riesgo de deslumbrar a su lector hasta la ceguera, como Guillén, o de contristarlo hasta el suicidio, como Neruda, pero pocos, poquísimos, asumen el riesgo de equivocar-se, de fallar, de trastabillar y caer; el riesgo de asumirse como poeta de la carne, de lo humano siempre entre dos aguas. El riesgo, digo, de encarnar en cada poema el cuer-po, desde adentro; el doliente, escasamente apolíneo, más bien ridículo cuerpo humano. O sea, el teatro real de las emociones. El carromato auténtico de los sentimien-tos. Ese que la poesía suele idealizar o solemnizar; esto es, disfrazar, rechazar: «Vístete, que hay visitas».

Leyva ha corrido ese riesgo: el de encarnarse en la difícil música del cuerpo; crujir de huesos, calambre a medianoche, rechinar de dientes. Leo en sus continuas visitas a lo sobrenatural (dioses y demonios, naguales y dioseros) la afirmación de que si hay una divinidad, una esfera sublime, es la de lo humano desnudo, contempla-do con los ojos a la vez afilados y compasivos del médico.

Sarcástica y enternecida, sin cobijo espiritual, la be-lleza de su poesía radica en ese ver, sin idealización y sin patetismo, el interminable territorio del deterioro y de la estría y afirmarlo como nuestra única posesión autén-tica, como nuestra sola herencia indiscutible: «Uno nace del querer aunque no quiera», reza un verso memora-ble de este libro que demanda leerse despacio, en atenta observación de sus insinuaciones, de sus escorzos, de su abundancia de preguntas y su deliberada escasez de res-puestas.

Lo único más convencional que los modales mexicanos es la poesía mexicana. Se espera un «encantado, señorita Pulcritud», un «con permiso, señor Discurso Elevado» y «a sus órdenes, señora doña Tradición», con el timing y la entonación del caso. Si un poema o un libro de poemas no se conduce así, no brilla en sociedad. Y justamente las convenciones —queremos leer a un Paz sublime o a un Sabines quejicoso— nos alejan de tentativas tan comple-jas y tan audaces como la de José Ángel Leyva.

La aguja es el único instrumento punzante en cuyos fines no cabe ambigüedad: cura o remienda. En esa sola imagen, la de un modesto artefacto de farmacia o de costura, y sin embargo hermoso de silueta, y brillante y puntiagudo, caben todos los afanes de un poeta que lleva veinte años de ser inquebrantablemente leal a sí mismo.

Aguja (Essan, Punta Umbría, España, 2009). Ago, Sentiere Meridiani, Edizioni, Italia, 2010. Aiguille/ Aguja (Secretaría de Educación y Cultura del Estado de Chihuahua/ Écrits de Forges/ Mantis Editores, Québec, 2010.)

Pablo Molinet. Es autor de Poemas del jardín y del baldío. Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde. Beca-rio de la Fundación para las Letras Mexicanas.

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Huerta forma la tríada de poetas mexicanos vivos más destacados junto a Efraín Bartolomé y Francisco Her-nández; son variadas sus temáticas, pero me llama la atención la forma sui géneris con la que se interna en los territorios intrincados —acaso laberínticos— del amor y la concupiscencia.

En un poema de largo aliento, «Historia», que es una historia de amor cuya musa es nombrada por el yo poéti-co como Simonetta, Huerta escribe lo siguiente: «Debajo del rostro anémico, salaz, helado, indirecto/ de Simo-netta/ vi tu labrada seda (¡ay manto discontinuo!) y tuve que/ besarla; vi tus felinos navajazos de movedizo Hima-laya/ y quise desesperadamente ahogar mis manos, con toda su nutritiva santidad y venas tensas».

La extensión de los versos es contenida por el lími-te de la página y solo es capaz de marcarles una pausa rítmica la voluntad intuitiva del poeta, haciendo cortes

El filo de amorosa carnalidad en la poesía de David Huerta

D A N I E L S E P Ú L V E D A

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contrastantes como el repentino cese del delirio que des-pliegan los amantes en el poema; los cuerpos, a la vez que objetos del placer, tienen la dualidad de ser especie de armas letales.

En el apartado segundo de «Historia» podemos leer algo que sorprende por el tipo de metáforas utilizadas y que vienen a ser parte del estilo huertiano al que hemos hecho referencia y que por ende es posible encontrar en toda su obra: «El torvo cuchillo de sus costosos labios, con una existencia/ majestuosa que parecía no del todo presente/ sino recorrida de pasado, lustrosa a fuerza de ser una/ pretérita costumbre».

Se reafirma la dualidad de placer y dolor, una cons-tante reveladora de la poética de Huerta, un saber exis-tencial plasmado en singulares y certeros tropos; dolor y goce que no pueden cortar su cordón umbilical, porque uno es la fuente del otro.

En este extenso poema, catorce páginas de alto vuelo creativo, David Huerta obsequia al lector su más acaba-da visión del amor sexual de pareja, que en otros textos menores, en pretensión y alcance, también bosqueja y deja inscritos algunos destellos de lo que es un sol más grande, cuya luz espléndida se refleja en este poema, «Historia».

El amor conlleva belicosidad, no gratuitamente el apartado tres lo titula «La guerra fría», marcando una modalidad de la relación amorosa del yo poético con la musa Simonetta.

«Me tenía preso de su Nada, me daba vueltas/ y me ponía gotas de tajado licor en el sobaco/ Simonetta metía

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debajo de mi lengua/ enormes y sazonadas obleas de su hechizada linfa […]». El siempre presente juego infantil-perverso: santidad y diablura. Y el filo amatorio que a lo largo de los diez apartados de la obra se va develando. En el número cuatro, titulado Espada, escribe: «Indagaciones a deshoras ante la espada de su cara vacía. Encendíase, inmaterial, y cercenada —uno a uno— sus/ atónitos ras-gos; cavaba líquidamente/ una tras otra las comedias, las farsas, la prehistoria/ de un asombro en mí». En el apar-tado cinco («Intolerancia»): «Era un pan quemándose, una cuchillada entre las llamas,/ un cirio que adornaba mis dedos con un goteo sediento». En el sexto, Regiones, un párrafo —que no estrofa porque el poema desborda los límites convencionales— que realmente asombra: «Su rutilante seno, su mano cautivadora, sus ojos húmedos en/ el terciopelo del alba;/ el alma necesariamente grácil de sus finos tobillos, las armas/ que tenía enterradas en el brazo,/ los olores alimenticios de su boca, perfumadísi-ma,/ trazada con una punta de plata…».

En otros poemas de este libro, titulado como el tex-to referido, el poeta plasma también el doble juego o las dos hipotéticas caras de la moneda acuñada en la fragua amatoria. Tal es el caso de «Separaciones», un poema muy conocido y celebrado de Huerta, donde el tema es la lejanía del ser amado:

Ah, destruida, no te mueras. Te digo ‘pedazo sanguinario’, ‘mordedura insondable’.No estás aquí, cosa triste y ardiente.La raíz de mis labiossolo tiene sentido en tu pecho separado.

La poesía de Huerta refleja también el carácter cosmopo-lita de su autor, sin dejar de ser a la vez un hijo pródigo y prodigioso de la ciudad de México, rasgo que lo empa-renta con la cumbre de Octavio Paz. En el poemario La música de lo que pasa encontramos «Calle de Ámsterdam», que inicia con estos versos: «Camino por la calle de Áms-terdam/ y no sé si estoy en un sueño/ o si se trata de la prosa indistinta de los días/ —y llego tarde a ver a mis amigos./ Pero ¿cuáles amigos? Yo no tengo amigos».

También lo toca y tocan sus versos la cuestión social, de manera muy específica los sucesos sangrientos del 2 de octubre del 68, del que escribe todavía conmocionado un poema incluido en el libro Versión que titula «Nueve años después», que es su regreso a esa traumática plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco: «Yo aparecí en la san-gre de octubre, mis manos estaban/ fúnebres de silencio/ y tenía los ojos atados a una espesa oscuridad».

La atmósfera de muchos de los poemas huertianos nos recuerdan los muchos días lluviosos de la ciudad de México, algo que se siente y huele a ropa húmeda metida en un sótano. Algo que urge sacar al sol, y este no es otro que el de la poesía.

Huerta es tan entrañable que a la primera provoca-ción uno adquiere cualquiera de sus libros con el que se encuentre. Es un privilegio que pocos autores de poesía tienen, solaz de los amantes de este selecto género.

La poesía está en el momentoQue debes de hacerla,Es Dios que habla en ti.La poesía es una palabra de viento,Es tu tristeza, Tu alegría.La poesía no entiendeLo que quieres ser,Está sin compromiso, Sin complicidad.No temas.La poesía es un camino sin regreso,Es lo que quieres serY no te animas,Lo que quisieras ser Y tienes miedo.Ella no comprendeLo que no comprendes,Ella te espera.Nadie te entenderá mejor que ellaY no sabrás lo que te regala.Allí está, Compréndela en tu corazón.El mar, el pájaro, el viento, el hijo, el sol, el niño,Tu esposa, Tu amanteNo sabrán que tú tienes una verdad.No te preocupes, SigueY la poesía te recompensará.La poesía Es un Dios moribundoSolo el aliento de otro diosLa puede hacer vivir.

Daniel Sepúlveda. Narrador y poeta. Su libro más recien-te es Penumbra.

Plegaria del poeta

Rubén Rivera. Poeta y fotógrafo. Su libro más re-ciente es Fulgor del regreso.

R U B É N R I V E R A

Cortejo.

23 x 30 cm.

Cinta adhesiva sobre papel, 2009.

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Jóvenes poetas sinaloensesS E L E C C I Ó N D E R E N É H I G U E R A

L U S D E M A RJ A C Q U E SR I V E R A

Torpemente…Torpemente galopado el tejido del cielo se abre a la orquesta.

El poeta arroja bocanadas de infección pinceladas de literaturapithoigia y vinos de calor en los cuerpos.

Esquilo explota el aljibe en voces parecidas al canto

cuando las deshechas sedas envuelven el rostro del cuerpo callado.

Era el principio…Era el principio, el tacto, de las cosas húmedo, ardiente, lleno de polvo era mi tacto el señuelo de tu vida

ahora mis manos se buscan solas entre sí y se encuentran frías muy frías

A secas Humo, semen del fuego que tatúa mi entrepierna, tatúame.

Mano de Dios que despojas al universo de astros, tócame.

Revuélveme las aguas, revuélveme.

Coraza Me ausento de mí, parpadeo, toco tus pupilas erógenas donde la luz rompe el cristal al fondo de tus labios.

Y tu lengua, caracol inquieto, ya me hunde en pantanos de sal.

René Higuera. Es autor de los libros de poesía Circe y Pá-lida; de la obra de teatro «Ordinario». Ha aparecido en diversas antologías y publicaciones culturales impresas y electrónicas.

Lusdemar Jacques Rivera. Estudia Letras Españolas en la Universidad Autónoma de Guanajuato.

Ana Ruiz. Ganadora del Concurso Estatal de Cuento cobaes 2011.

Caín Orejel. En 2010 obtuvo la Beca al Lector que otor-gaba el isic.

León Cartagena. Premio Nacional de Poesía de la Uni-versidad Autónoma Indígena de México, coautor de An-tología de El Dorado.

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Volvemos a encontrarnos a través del tiempolo que me pides no es factibleno es el mismo tiempo.Las circunstancias nos tenían,desperdiciamos la oportunidad.O tal vez no:fue todo como debió sery lo inasequible se vuelve perfecto,no hay atrás porque no hay ahorasolo el recuerdo.

La posibilidad nos enloquecea veces

no es suficiente quererlo.

L E Ó N C A R T A G E N A

Mar UNO Debí ser marinero, dejar que se estrellaran en mis ojos salinos cristales al navegar contra la brisa,

sentir el viento carcomiéndome la cara, en un cielo inundado de pájaros que flotan en un mar menos espeso.

Marinero sin duda, dejar la hierba para el que sueña y árboles inflamados para quien cree que partiste en otoño.

La tristeza es un animal marino, sus tentáculos se me hinchan en el cuello y su burla meona es una multitud de gotas agrias.

DOS El sol se astilla en la cresta de una ola, me crece tu nombre en la voz, vapor de primavera en la garganta.

No es inmenso el mar, mujer, te lo he dicho tantas veces, siempre termina su compás en tus tobillos.

Fauna y floraDesdelo altobellascoloridas aves planean su aterrizaje en aguas claras poco profundas.

Del azul de las profundidades emergerán las formas tenebrosas.

Gloria enciende su radio a todo volumen saltan astillas y crujidos mientras enjabona los platos

yo escucho música clásica sentado. Un sentimiento de piedad me inunda.

Ella no se percata de lo que hace en su existir. Mis palabras desembocan en una sonrisa. Su vida es una hoja a la deriva que el viento arrastra por el mundo.

Corazón ¿Hay alguien allí?

No siempre escucho tu latido

¿Respondes? ¿Escucho?

Soy yo ese vacío

¿En qué pena, vivo?

Tiempo 28.sep.10M A R Í A F E R N A D A R A M O S

C A Í N O R E J E L

María Fernada Ramos. Estudiante de Lengua y Litera-tura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la uas. Colabora en Timonel.

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Hay poetas que no solo están ligados a nuestra vida por la lectura, sino por las condiciones vitales en las que rea-lizamos esas lecturas. Ese es el caso de la poesía de To-más Segovia (Valencia, 1927-ciudad de México, 2011); muchos de sus poemas fueron parte de mi formación emotiva, sentimental e intelectual: nunca he podido leer y releer Historias y poemas (Era, 1968), sin un estremeci-miento, además de recordar el hotel Portales; imposible releer el poema «Besos», acaso no solo de antología sino un concienzudo plan para realizar en el terreno de los hechos (o pechos), sin recordar a ML, el año de 1976 y el motel Turístico Churubusco; luego Terceto (Joaquín Mortiz, 1972) que conlleva el recuerdo de Pamela y la idea de realizar un «Mester de hotelería», donde habría amor, paz, licor y libros de Efraín Huerta, Jaime Sabi-nes, Eduardo Lizalde y, claro, Tomás Segovia. Leer y no vivir es como pedir whisky con soda y nada más chupar los hielos.

No es un demérito para el poeta Tomás Segovia mani-festar que casi todos sus libros los he leído en situaciones precoitum, con lo cual queda plenamente demostrado el

poder persuasivo de la poesía. Por eso cuando apareció su Poesía (1943-1976) (fce, México, 1982) adquirí in-mediatamente mi ejemplar y literalmente lo devoré. Ahí veía plasmado el trabajo poético y la dedicación de este autor que me ha marcado en lo emotivo y sentimental, pero que además ya forma parte de mi biografía vital y literaria, además de la de muchos miembros(as) de mi generación.

La sensualidad que despliega Segovia a través de las palabras es apabullante, placentera, espiritual, ya que sabemos que a las mujeres les interesa el sonido de las palabras porque son auditivas, mientras que los hombres somos visuales: nos gusta ver, lo que marca la diferencia entre leer y oír, entre lo pasivo y lo activo.

Así pues Segovia nos da una intensidad profunda en cada poema, en cada texto, con los cuales logra la coexis-tencia pacífica entre quien lee y quien oye, un puente de comunicación que, en la mayoría de los casos, conduce a la ternura y al encantamiento de los sentidos y los cuer-pos. Lo que siempre me ha pasado a mí con ciertos auto-res que considero fundamentales del precoitum.

A Javier Sicilia, fraternalmente, y a mi mujer.

El respeto al derecho ajeno es la paz.Benito Juárez

Las armas mexicanas se han cubierto de gloria.Ignacio Zaragoza

Estamos en medio de una guerra, amor,donde matan a nuestros hijos, hermanos y padres,te lo digo mientras desabrocho tu blusa y te beso con ternura.Estamos en medio de muchas batallas, amor,en donde alguien que odia y no siente amor a la vidaquiere que todos tengamos miedo,te lo digo mientras te quito el sostén y te beso con pasión.Estamos en medio de la muerte, amor,porque a alguien que se dice político se le ocurrióe intenta por todos los medios que seamos frías cifras —ya más de 50 mil—

La poesía de Tomás SegoviaA R T U R O T R E J O

V I L L A F U E R T E

Dos poemas de Arturo Trejo VillafuerteEsto es una guerra, amor… y no seres humanos,

que todos seamos cadáveres y no seres pensantes, alegres y felices de habitar y vivir en esta nuestra «Suave patria»,te lo menciono al oído, con voz apagada,mientras lentamente te bajo la sutil pantaleta.Vivimos en la barbarie, amor,porque hay muchos que se proponen robarnos la esperanza,el calor de vivir, las ganas de amar, la poesía,te lo menciono al oído mientras nos volvemos un solo sery somos más fuertes que la barbarie, la muerte, la violencia y la guerra,te lo repito, gimiendo de placer y gozo, y pienso en todos los que sufreny lloran en este valle de lágrimas.Mientras nos enfrentamos en esta batalla de amor,que es la madre de todas las batallas,la más bella de todas,donde no hay ganador ni perdedor,ni vencedor ni vencido,alguien llora, alguien muere, alguien sufre.¿El que ordena la muerte, la violencia, la guerra, sabrá lo que es el amor?

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Pesca y veda:la in-existenciaN I N O G A L L E G O S

Para Antonio Tabucchi (1943-2012)

Pienso en todos los que se fueron y andan en el mar,en todos los que se quedan y andan en el mar también,

y la luz del faro, allá, lejos, dice quizás…Alberto de Serpa, poeta portugués (1906-1992)

La vergüenza del poeta no está expuesta en su desnudez, aca-so en el ocaso de sus tardes en los crepúsculos trazados en el lienzo —al óleo— de un pintor que no haya si estrellar el vuelo —en picada— de unos pelícanos contra el mar, mientras un barco regresa con una tripulación de pescadores desesperados por una red de pensamientos —a la deriva—: uno de ellos —al no poder escribir— sobre una hoja líquida de sus frustradas temporadas de pesca, se lanza desde lo alto de su clavado a un cardumen abisal y coral de inexistencias marinas respirando con los pulmones enfermos de su esposa y con el motor palpi-tante de su corazón.

El poeta y el pintor, no habiéndose enterado lo del pescador ahogado en las memorias de las especies humana y marina, se retiran como quienes se adentran a la soledad para no regresar nunca jamás.

Afuera, más mar adentro que tierra adentro, el pescador nada —de muertito— hacia el recuerdo del olvido de quien se anuda cinco cuerdas de pescar —trenzadas— al cuello: ella tose, se ahorca y se ahoga desde el colgajo sanguinolento de sus pulmones enfermos.

R O S A M A R Í A P E R A Z APoema casi cuento

Para Rosy Paláu

Después de la borrascavolvió la pájara al árbol,el mismo viento oscuro que la arrastróla devolvió al reducto.

Temerosa y frágiltantea el espacio suavementebuscando astillas del pasado,ramas secas del nidoen la dureza del antiguo tronco.

Sabe que nunca se fue del todo,se quedó prendida de un hiloesperando que los cuervos triunfarany la dejaran sin voz.

Pero los cuervos no triunfarony la pájara libre en su árbolretoza alada de rama en ramareconstruyendo el nido.

Las hojas temblorosas brillan,danzan y le susurran versos de luz,el sol forma rejillas multicoloresbañando con granos de polvo el entorno,y arriba discordantes y negros en el paisaje,los cuervos graznan su fracasomientras la pájara emite los trinosque por su condición de avele son propios.

No quiero...Todo se hace en la juventud, después se piensa...

Ricardo Garibay

Cuando se ama, la vista del ser amado tiene un carácter de absoluto que ninguna palabra, ningún abrazo puede igualar: un carácter ab-soluto que solo el acto de hacer el amor puede alcanzar temporalmente.

John Berger, Modos de ver

No quiero ser el dueño de tu corazón ni de tu cuerpo. Sería imposible poseer tanta riqueza. Solo quiero que me entregues el alba de tu sonrisa, la fresca flor de tu juventudalgunas tardes y que, ocasionalmente, en tus mejores días, me recuerdes.

Arturo Trejo. Escritor y periodista. Autor de cerca de cuarenta libros entre antolo-gías, traducciones, cuentos, novela, ensa-yos y poesía.

Nino Gallegos. Poeta y periodista. Su libro más reciente es Aludra.

Rosa María Peraza. Poeta y actriz. Es au-tora de Poemas heroicos, Cartas a Radoban y Contrarequisa. Pertenece al Taller de Teatro de la uas.

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Page 30: Revista Timonel No. 5

Conocí a Kavafis hace muchos años. Me lo presentó al-guien a quien siempre admiré su erudición y buen gus-to —características muy escasas en estos tiempos—, alguien que me llevó de la mano por el mundo griego y de quien aprendí a seguir las huellas que me guían hasta el día de hoy. Y así como Kavafis evoca constantemente en su poesía sus relaciones amorosas, así recuerdo yo ese momento en que fui flechada por su belleza. «Immor-tal Wound» lo llama Harold Bloom. Herida que solo los grandes pueden ejercer y que queda clavada en nuestro pensamiento para siempre. Kavafis ha estado en mí des-de entonces, cuando me habló no solo de «La ciudad», uno de sus poemas más conocidos, sino de la belleza, la voluptuosidad, el deseo, la evocación y el recuerdo:

Vuelve otra vez y tómame,amada sensación retorna y tómame—cuando la memoria del cuerpo se despierta,y un antiguo deseo atraviesa la sangre;

Al leer a Kavafis es inevitable —además de pensar en el tema erótico— revivir a los griegos. Kavafis es un poeta nacido en Alejandría, cuna de los ptolomeos, cuya patria verdadera es el mundo griego. Así que si uno ama la poe-sía amorosa y ama a los griegos, amará a Kavafis.

Retomando a Bloom en su libro Anatomía de la influen-cia, y considerando que Kavafis es un poeta canónico, es posible discernir en sus versos la lucha del hombre de todos los tiempos; como en la poesía de todos los poetas mayores, es posible encontrar vínculos que difuminan el tiempo y hacen de los grandes pensamientos y pasiones una arena de lucha donde pelean cuerpo a cuerpo héroes y profetas. Homero, Virgilio, Kavafis: en La Eneida, en la escena del libro 1, Venus se acerca a su padre Júpiter y le pregunta sobre las aflicciones del héroe Eneas:

¡Tú, que con eterno imperio riges a hombres y a dioses y con rayo amedrentas! ¿qué tan gran ofensa ha podido mi Eneas cometer contra ti, o los troyanos, que tras muchas pérdidas de hombres, todo el mundo se les cierra en su marcha hacia Italia? ¿Cuándo, gran rey, pondrás término a sus fatigas?

A lo que Júpiter responde: «Tranquilízate Citérea; in-mutables permanecen los hados de tu gente; te hablaré, ya que tal cuidado te inquieta, y anticipándome revelaré el secreto de los hados». Y procede a confiarle el destino del héroe.

Júpiter sabe que todo el sufrimiento y padecer de Eneas no será en vano, dará lugar a un gran imperio al cual en su momento ni en el espacio ni en el tiempo

Recuerda, cuerpoSobre la poética de Constantino Kavafis

C L A U D I A B A Ñ U E L O S

L A PRIMER A VEZ QUE IN T EN T É E SCR IBIR SOBR E CON STAN T INO K AVAFI S SEN T Í MIEDO, UN

MIEDO SINCERO DE NO SABER LO SUFICIEN T E; UN MIEDO AN T E L A INMEN SIDAD DEL CO-

NOCIMIEN TO, DE LEER SOBR E L A R EPR E SEN TACIÓN DEL PL ACER Y L A BELLEZA CON T ENIDA

EN SUS POEM A S; PERO E STO PA SA CON L A LI T ER ATUR A , T ENEMOS MIEDO DE NO E STAR A

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PORQUE K AVAFI S ADEM Á S DE SU POE SÍA DE C AR ÁCT ER SEN SUAL , CON T IENE L A CULTUR A

GR IEG A , ALEJANDR INA , BIZAN T INA , EGIP CIA , SIRIA , JUDÍA Y ROM ANA .

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ponía límites. Así Kavafis libra su propia batalla con el deseo. Y como los antiguos aedos acude a la poesía para guardarse de su destino:

Los años de mi juventud, mi vida voluptuosa—qué claramente veo su significado.Qué vanos remordimientos, qué innecesarios mas no podía entonces comprenderlo.En el fondo de mi vida joven y disolutahallaron forma las imágenes de mi poesía,se gestaba el alcance de mi arte.

Aunque de un género diferente, Kavafis lucha contra su destino pero este es inevitable, su hado permanece in-mutable. El artista, como los dioses, verá en la poesía la justificación de su vida. Porque los versos de Kavafis son versos de la contemplación, del recuerdo, de la evocación y la memoria. Kavafis escribe desde el presente hacia el pasado. En numerosos poemas es el recuerdo lo que da forma a la poesía y a su vida misma:

Júbilo de la belleza gozada en la levedadde unas ropas entreabiertas;desnudez radiante de la carne —cuya imagen ha atravesadoveintiséis años; y ahora vuelvey permanece en el poema.

Es decir, que todo el sufrimiento, el arrepentimiento, lo furtivo de sus amores ilícitos, los deseos de cambiar, la mórbida lujuria y el lascivo calor en oposición al goce de la carne, el placer por la belleza, la admiración del cuer-po, serán su contribución al arte de la poesía, lo que per-manece en ella:

Me siento y medito. He dado al artedeseos y sensaciones —entrevistosrostros y líneas; y de deseos no cumplidosla borrosa memoria. Dejad que a él me entregue.

Y como el arte es descubrimiento, todo lo vale: «Mañana, otro día, años después escritos serán los versos vigoro-sos que aquí tuvieron su principio».

Sería imposible nombrar aquí todos los poemas de Kavafis. Todos merecen atención, todos se refieren a la belleza humana y a los sentimientos más profundos del hombre de cualquier época. Incluso su revisión de la poe-sía homérica es de una belleza sublime, su poema de los troyanos, los funerales de Sarpedón, la traición de Apolo

a Tetis, los caballos de Aquiles, son capaces de conmover-nos tanto como los versos homéricos:

Vosotros, a quienes la muerte y la vejez no aguardan, lo efí-mero os aflige. Y el hombre os ha mezclado en su desgracia. Sin embargo ante la dura imagen de la muerte perpetua los nobles animales se entregaron al llanto.

La idea de la muerte y la vejez están también presentes en la obra de Kavafis, la idea del hombre que se aferra a la vida como en sus poemas «Anciano» y «Las almas de los viejos». En la vejez, el único consuelo es el recuerdo: «el tiempo de su juventud, como si hubiera sido ayer, pasó. Qué velozmente, qué velozmente». Y tanto lo que vivió como lo que omitió con la insensata prudencia es objeto de evocación.

Los deseos no cumplidos «yacen, bajo lágrimas, en mausoleos espléndidos, coronados de rosas y a sus pies jazmines…». Toda la obra en sí es una apología al deseo, a la belleza física, al dolor por la fugacidad del placer y al dolor por el tiempo ido.

Kavafis rescata asimismo la imagen de los héroes y actores de la antigüedad, pero rescata la imagen desco-nocida, la imagen de su mundo interior, la idea que él tie-ne de esos hombres que vemos en las rígidas biografías, en las heladas descripciones de quienes dieron forma al mundo. Nerón, Antonio, Aristóbulos, Imeno, Darío, Ju-liano, Antíoco, la misma ciudad de Antioquía —orgullo-sa de su origen griego, orgullosa de sus monumentos, de sus paisajes, reyes, artistas y sabios y sobre todo de su parentesco con los argivos—, son los nombres que Ka-vafis evoca de la historia. Alejandría, su ciudad natal, se-gunda ciudad del imperio romano y heredera del reinado de Alejandro Magno, es objeto de admiración y escenario de los amores furtivos, ilegítimos, ilegales y completa-mente fuera de lo ordinario que dan origen a su poesía. Así, la grandeza se confunde o se funde en solo aquello que le da sentido a la vida, aquello que la saca de la or-dinariez, del olvido, de lo que pasa sin gloria y se pierde en el tiempo. Aquí permanece solo lo que es digno de ser recordado. Sea un bello cuerpo, un dios, un héroe, una sensación, la gloria.

Las traducciones de los poemas de Kavafis son de José María Álvarez. Claudia Bañuelos. Coordinadora de clu-bes de lectura y coordinadora de la Feria del Libro de Los Mochis.

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CUADERNA VÍA

Después de la desaparición física del gran poeta Tao Yuan-ming, quien había renunciado a su cargo de gober-nador en su provincia natal porque no estaba dispuesto a «hacer cien zalemas diarias por el pago de tres fanegas de arroz», y quien había escrito esos bellos versos que dicen:

Nunca quise tener sueldo de funcionario,los campos, las moreras son mi oficio.Trabajo sin descanso, uso mis propias manos:con frío y hambre, a veces como raíces y hojas.

Es el lenguaje de los yuefu el que aún utiliza Tao Yuan-ming, directo, sencillo, coloquial, la intención es clara: el poeta desea trasmitir algo a sus lectores, hermanarse en el sufrimiento común que es la vida del hombre que vive de sus manos. Ya en esos remotos años existía una pug-na entre los poetas más hábiles y los más importantes: mientras que la gran mayoría estaba a favor del cultivo de una poesía cuyo origen eran los cantos populares y que recogía las emociones comunes entre los hombres poetizando sobre la amistad, el amor, la solidaridad, el dolor y la fugacidad de la vida, había otro grupo de poe-tas habilidosos que creían que la poesía era el arte de adornar el discurso con preciosismos, artificios, parale-lismos y todo aquello que presenta al poeta como un pro-digio en el uso del lenguaje y dueño de una vasta cultura libresca que impregna su creación de dificultades propias de literatos; ya desde entonces la pugna entre lenguaje poético claro y sencillo vs. preciosismo y exotismo estaba en boga; finalmente la poesía salió triunfante y los poe-mas que más se aprecian de ese período fueron escritos por poetas como Tao Yuan-ming, que nunca se olvidaban que también eran hijos de alguien y pertenecían a la des-venturada raza de los hombres, que por momentos atis-ba un pedazo del paraíso en sus breves días en la tierra.

A finales de la dinastía Jan lo más rescatable parecen ser los cantos populares, no hay un poeta de la talla de Chu Yuan o Tao Yuan-ming, sin embargo el pueblo pa-rece hacerse cargo de hacer poesía y ese período nos ha legado hermosos poemas de amor como el titulado «Al sudeste vuela el pavo real», comparto estos bellos versos:

Que sea tu amor fuerte, duro como las rocas,el mío, resistente como la hiedra firme.¿Hay algo más tenaz que la arraigada hiedra?¿Existe algo más firme que las rocas eternas?

Solo el amor que incluso es «más fuerte que la muerte», dice el Eclesiastés. Al finalizar este período, inicia la cuar-

ta etapa de la literatura clásica china que abarca desde el siglo vi al xiv de nuestra era, y que me parece es la época de esplendor de la poesía china porque en este extenso lapso está incluida la poesía escrita por los poetas de la dinastía Tang y los de la Song del norte.

Quizá los poetas chinos más famosos en occidente sean Li Po y Tu Fu y en menor medida Wang Wei, quien no desmerece en calidad poética frente a los que mencio-né primero, la fama de Wang Wei, Li Po y Tu Fu en occi-dente se debe quizá a las grandes antologías de la poesía Tang que se publicaron en Francia e Inglaterra a finales del siglo xix y principios del xx.

Wang Wei fue poeta, pintor, calígrafo y músico, su fama proviene mayormente de los hermosos poemas que escribió después de su participación en la revuelta de An Lu-shan que lo llevó a la cárcel. En pintura inventó un es-tilo llamado Poh-muo-hua que aún se practica en la China moderna. Fue un adepto practicante del budismo y sus poemas presentan la influencia de esta filosofía de vida. Después de que murió su mujer se retiró a escribir poe-mas y beber en su villa en Wang Ch’uan donde recibía a sus amigos pintores, letrados y poetas, y a donde iban a molestarlo los funcionarios de la corte y algunos políticos, prueba de esto es el famoso poema titulado «Al prefecto Ch’ang», transcribo esta versión porque es diferente a la popularizada por Octavio Paz en Versiones y diversiones:

Al magistrado Ch’ang

En los últimos años me gusta la calma: las diez mil cosas no tienen lugar en mi corazón.Miro atrás, no encuentro mejor plan: solo sé volver al bosque profundo.El viento de los pinos agita mis ropas sueltas, la luz de la luna ilumina, toco mi laúd. Usted pregunta ¿cuál es la realidad última? La canción del pescador entra profundamente en las orillas.

De Wang Wei el gran poeta Su Dong-po dijo: «Su poesía es pintura, su pintura es poesía, es capaz de evocar un paisaje en una línea de cinco caracteres», para entender la frase que Su Dong-po aplica a Wang Wei es necesario recordar dos cosas: primero los esquemas métricos en la poesía china se miden en palabras (caracteres ideográfi-cos), de tal suerte que en la época en que vivía Wang Wei el esquema métrico más popular era aún el yuefu, verso de cinco caracteres, si bien es cierto que a principios de la dinastía Tang, gracias al grupo de poetas conocidos como «los cuatro grandes poetas de comienzos de la di-

La poesía china(segunda parte)

V Í C T O R L U N A

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Page 33: Revista Timonel No. 5

nastía Tang» (Wang Bao, Yang Chiang, Lu Chao-lin y Luo bin-wang), comenzó la renovación de las formas poéti-cas clásicas originándose en ese período los guti (poemas que imitaban el estilo antiguo), los lushi (poemas que in-tentaban un estilo nuevo) y los jueju (forma poética de cuatro versos), no hay que olvidar que la popularidad del yuefu nunca decayó en la dinastía Tang a pesar de que el esquema métrico de siete caracteres era también muy usado por los poetas. Así la pintura de Wang Wei puede ser vista como poesía porque era de una sencillez que de acuerdo a las reglas de la pintura china debía contener caligrafía, es decir, mientras menos pintura lleve un cua-dro debe agregársele más caligrafía, y su poesía era com-parable a la pintura debido a su maestría de calígrafo y a la sencillez de sus poemas que gracias a la naturaleza plástica de la escritura china parecían verdaderos paisa-jes por la belleza de su escritura, veamos un poema de Wang Wei que puede ejemplificarnos perfectamente esta característica de su maestría artística, cito:

En la montaña

Del arroyo Ch’in salen piedras blancas, el tiempo es frío, pocas hojas rojas.En el sendero de la montaña no cae lluvia, el vacío azul moja las ropas del hombre.

El otro gran genio de la poesía en la dinastía Tang fue el legendario Li Po. Nada más propicio para acompañar una obra de gran calidad poética que una leyenda alrededor de la vida del poeta que la escribió, es por eso que la fama de Li Po, Li Tai Po, Li Pe, Rihaku (en Japón así conocían a Li Po) o como quiera llamársele (no hay que olvidar que los poetas chinos gozaban de la prerrogativa de poder usar tres nombres), es tan extensa en occidente y el in-

CUADERNA VÍA

Aún era inviernoY temblabas de frío junto a míTu manoTímido botón de rosaReposaba en la míaTu cuerpo fluía en el míoComo su ola gemelaMientras dormíasYo repetía mentalmente una oración para ti:Amor míoDeja que el mar te arrulleEn la cuna de su infantil canción

Como dos niños que se han extraviadoDe su casaEsa noche dormimosEntre el cielo y el mar.

Víctor Luna. Crítico y poeta. Su libro más reciente es Canción de juventud. Antología poética de Gilberto Owen.

Poema de amor para AliciaV Í C T O R L U N A

terés que su obra ha despertado atrapó a distintos y muy talentosos hombres de letras occidentales. Del gran Li Po se cuenta que era un mujeriego y excelente bebedor, se dice que también fue un hábil espadachín que logró in-ventar la técnica del sable doble aún usada en las artes marciales; Li Po aparte de haber sido un gran poeta fue un hombre de espíritu aventurero y con una sincera in-clinación hacia lo sagrado, particularmente se inclinaba al taoísmo; lo terrenal y lo sagrado estaban en pugna en el espíritu del gran Li Po, al menos eso parece a los ojos de un occidental, pero si profundizamos en el taoísmo vemos que Li Po vivía en perfecta armonía con los postu-lados de esta filosofía de vida, porque entre lo poco que sabemos del taoísmo está el no caer en la confusión de creerlo una religión. En la tercera parte de este artículo profundizaremos más en la poesía de Li Po y del tercer gran poeta de la dinastía Tang: Tu Fu.

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Page 34: Revista Timonel No. 5

Esto no es una guerra. Es un cuerpo subversivo. Es la me-moria de su dolor. Las huellas de un pasado roto por la violencia. «Eco que quedó en mí de todas la almas que ahí murieron», advierte la mujer adulta a su retorno a Cinque-ra, una aldea en la selva de El Salvador. «Mi primer libro—otro hombre viejo expresa— fue el diccionario Larous-se. Le decían el mataburros.» Y a la pregunta —recuerda— de ¿qué es eso de subversivo? Es cambiar las cosas para que funcionen, así como una silla que está patas p’arriba. Otra voz se oye, en algún lugar fuera de los márgenes de la pantalla, mientras un hombre callado mira hacia la cáma-ra. «Exigir derechos no es hacer la guerra.»

El cuerpo subversivo irrumpe como lluvia, el cuerpo subversivo es una cueva con murciélagos que revolotean en el infierno frío de una oscura memoria, el cuerpo subversivo se limpia también con la tormenta, el cuer-po subversivo espía el alumbramiento de un becerro, el cuerpo subversivo es un micrófono testigo de un naci-miento, el cuerpo subversivo es la belleza de algo que podría haber sido un filmicidio. En El lugar más pequeño existe la reconciliación.

La cineasta «chilanga» Tatiana Huezo(San Salvador, 1972) nos entrega su ópera prima sobre Cinquera, pue-blo en El Salvador donde nació su padre, sitio que sufrió los estragos de la guerra civil salvadoreña de los años ochenta. «Espejo de México», apunta acongojada la rea-

lizadora. Un documental reconocido con más de treinta premios como el premio fipresci en el Festival Interna-cional de Cine de Mar del Plata, en noviembre de 2011, y estrenada a nivel mundial en la vigésimo sexta edición del Festival Internacional de Cine de Guadalajara —cada día que se presenta, otra mención le otorgan en algún lugar del mundo. El lugar más pequeño es un largometraje subversivo que parte la realidad en dos para que nazca de ahí la poesía: la reconstrucción. La documentalista no filmó a sus personajes sobrevivientes de la guerra, solo grabó sus testimonios. Las imágenes son tropos que construyen la memoria. El lugar más pequeño de la reali-zadora mexico-salvadoreña es un cuerpo orgánico sono-ro, «la tormenta fue construida», aclara la directora. Tres días, tres momentos, tres amaneceres: de conocimiento, de retorno a la pérdida y de vuelta a la vida. «Un pueblo que tiene memoria difícilmente es sometido», dice uno de los hombres que vivieron en las cuevas de Cinquera durante dos años para librarse de la muerte. Seamos sub-versivos para mirar este filme, punto de partida de una cineasta que sabe imaginar sus paisajes sonoros.

El cuerpo subversivoJ O S É A N T O N I O

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José Antonio Monterrosas Figueiras. Es periodista cul-tural independiente y comunicólogo. Participa en la re-vista Replicante y edita la revista digital Cronotopo.

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Page 35: Revista Timonel No. 5

Las dos caras de la lunaDINA GRIJALVA

Algunos microrrelatos de Dina Grijalva son mariposas hechos de la pura alegría. Ella ha hecho del lenguaje, esa casa del ser a decir de Heidegger, una mansión a la que con toda generosidad nos convoca.

Luisa Valenzuela

Ataque a la piedadALEYDA ROJO

Novela donde los personajes viven abismados y actúan siempre bajo la pasión y el éxtasis que provoca el deseo. Aleyda Rojo nos presenta a Gloria, una mujer bellísima a la que le ha sido negado el poder de engendrar, sin embargo se resiste y pide a Dios que le conceda ser pre­ñada por su amante.

E. Yépiz

Después del presenteJUAN LÓPEZ CORTÉS

Después del presente es un libro de poemas cortos, es­critos en versos breves, cuyo mérito reside en destellar sin cegar, merced a la naturalidad en el tono del poeta, conseguida por Juan López Cortés a lo largo de los años, sin prisa pero sin pausa.

Juan Esmerio

Pasajeros sin adiósRAMÓN MIMIAGA

Durante décadas, Ramón Mimiaga ha explorado los mi­tos y problemas sociales de nuestra región. En sus obras retrata las costumbres, el habla y las tradiciones de per­sonajes regionales. En la presente publicación, Mimiaga vuelve sobre los escenarios que añora (los que le tocó vivir) y al mismo tiempo hurga a la perfección dentro del alma de los hombres y mujeres que crea.

Inga Pauwells

La desnudez de las palabras(Antología poética)NORMA BAZÚA

La presente antología pretende ser una muestra repre­sentativa del vasto universo poético bazuniano, que se cuenta por miles y miles de versos que conforman cientos y cientos de poemas que dan cuerpo a los doce libros publicados por la poeta y a los otros que perma­necen inéditos. Habitada por la locura de la poesía, Nor­ma Bazúa nunca dejaba de escribir.

E. Yépiz

Ilusiones para pescaren un barco llamado MelodíaRAMÓN PEREA

La Biblia, el océano, la amalgama de vida campesina, ganadera y marinera; la trashu mancia, la lengua cahíta, la adicción a las aspirinas, en fin, las vividuras, se refun­den en esta obra de teatro de Ramón Perea.

Sergio López Sánche

Los trabajos secretosHÉCTOR TOVAR

De su libreta, de cientos de versos que Héctor Tovar escribió durante más de cin cuenta años, seleccionamos ambos unos cuantos que ahora aparecen en su primer libro. Son sus trabajos secretos, las flores del bien y del mal que un poeta jardinero ha cultivado en el Edén rui­noso.

Ricardo Echávarri

PenumbraDANIEL SEPÚLVEDA

Penumbra es un poemario donde el poeta se siente náu­frago dentro de una ciudad poblada de cafés y rituales asfixiantes; su estrategia para intentar salvarse del de­sastre es recurrir a la creación, y ya investido con el aura de la poesía, se descubre altivo e intrépido.

Dina Grijalva

Versos para el recreo(Antología de poemas para niños)COMPILACIÓN DE BEGOÑA PULIDO

Dice Begoña Pulido en la presentación de este libro: «En la poesía no hay límites para la imaginación, y todo puede relacionarse; esa extrañeza es lo que a veces pro­voca que nos cueste entenderla. Los poemas que hemos elegido para esta antología son poemas sencillos, versos cuyas imágenes puedan ser percibidas y comprendidas sin dificultad».

Canción de juventud.Antología poética deGilberto OwenCOMPILACIÓN DE VÍCTOR LUNA

Con Canción de juventud, preparada por Víctor Luna, queremos acercar a los lectores jóvenes una poética que fue escrita con gran rigor y que por eso mismo deslum­bra, como una pepita de oro en la corriente de un río de aguas transparentes.

Recomendaciones de libros

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Page 36: Revista Timonel No. 5

JOSÉ EMILIO PACHECO

DEREK WALCOT T

EL SA CROSS

JUAN LÓPEZ CORT É S

FELIPE VÁZQUEZ

EDUARDO L ANG AGNE

JUAN DOMINGO ARGÜELLE S

M ARIO BOJÓRQUEZ

M AGDALENA C AIRO

JOSÉ M ARÍA E SPINA SA

E . YÉPIZ

PABLO MOLINE T

DANIEL SEPÚLVEDA

RUBÉN RIVER A

LUSDEM AR JACQUE S RIVER A

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ARTURO TREJO VILL AFUERT E

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VÍCTOR LUNA

JOSÉ AN TONIO MON T ERROSA S FIGUEIR A S

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