REVISTA EUROPEA. · sos atacaban al enemigo, ... en atormentar á los vivos durante la noche con...

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REVISTA EUROPEA. NÚK. 244 2 7 DE OCTUBRE DE 1 8 7 8 . Alto vi EL FETIQUISMO, (Conclusión.) Pero volva os á los Papotias. Estos llaman al espíritu del muerto, al enterrarle, con sus ar- mas y á veces su canoa, si es un hombre, y con sus utensilios de casa, si es una mujer. Después van al bosque dando grandes gritos y alboro- tando, para cortar un pequeño trozo de madera, el cual se entrega á un artista hechicero que, mientras la familia canta, baila, bebe, grita y arma una espantosa batahola, talla una pequeña figura humana de un pió próximamente, que se llama Korrowar 6 Korwar. Durante muchas no- ches, al compás del tambor y entre cantos y gri- tos, se invita al espíritu del difunto, errante en torno del pueblo, á que vaya á habitar el Kor- ivar\ de lo cual se apercibe el hechicero por un signo que le hace lanzar una retumbante excla- mación arrojándolo al suelo; desde entonces el espíritu deja de andar errant?, y ya no puede hacer [mal; pertenece, por el contrario, á su fa- milia, á la que debe prestar cuantos buenos ser- vicios le reclame, como curar las enfermedades, prevenir los ataques de los enemigos, presagiar el éxito de una expedición ó de un viaje, indi- car los sitios favorables á la pesca de las tortu- gas; en los grandes viajes se llevan los Korwars, á fin de obtener de ellos un buen viento y pre- servarle de todo accidente. Pero la experiencia parece probar á estos sal- vajes, que los fetiches no son de la misma fuor- za ni de igual aptitud; sucede que un Korwar se muestra completamente ineficaz, y entonces se le desdeña, se le desprecia y se abandona, por último, ó se vende á los extranjeros aficionados á las curiosidades, otras veces un Korwar no da muestras de poder sino sobre un género da cosas, y una familia tiene así sus ídolos para la lluvia, el viento, la pesca, la recolección. Ptro todos los (*) VéansB los números 239 y 242, págs. 353 y 449. TOMC XII espiritas do los muertos no llegan á ser Korwai's; los hay que continúan errantes por los bosques, merodeando de noche por las aldeas, para pro- curarse tabaco y fuego, y que penetran en las casas aprovechando la llegada de algún visitador nocturno; estos se hacen entonces culpables de algunas maldades, y juegan malas partidas á los vivos. Ottas almas prefieren sumergirse en el mar, donde promueven tempestades que se pue- den apaciguar ofreciéndoles tabaco. No podemos menos de relacionar con estas dos clases de manes errantes á otros espíritus que frecuentan la imaginación de los Papouas: el Nar- royé, demonio que reside en los bosques, qrae so oculta en las nubes, y que hace morir á los niños pequeños; y el Falcnik, demonio de las aguas, que mora bajo los temibles escollos, y que se complace en producir borrascas; cuando una embarcación se aproxima á unas rocas que pa- san por ser la mansión de un Faknik, se arroja al agua un brazalete de concha ó cualquier otro objeto que pueda serle conveliente. Por esto ejemplo, sacado de las creencias de una raza que es tenida por muy poco elevada en la escala da los grupos humanos, se ve cuan íntimamente li- gado está el culto de los espíritus al de lo» ante- pasados ó de los manes, y por qué insensible vía se ha llegado al politeísmo, es decir, á concebir la ^dstenciu de agentes sobrenaturales con inde- pendencia de los objetos y de los fenómenos de la naturaleza. Los inanes de los ascendientes, así como los otros espíritus, quedan, pues, en relaciones con l'js vivos y lo mismo son sus protectores que sus enemigos. Los melunesios de Tanna invocan las almas do los muertos en favor de sus campos. Loa tasmaniaros imploran la protección de sus as- cendientes difuntos contra los malos espiritas. Entre los polinesios, las almas de los jefes y los guerreros constituían, un pueblo de divinidades interiores en relación constante con los vivos. En el archipiélago malayo, se busca el auxilio de los manes; en Bali, por ejemplo, se muestra la mayor veneración por ellos, en la persuacion, 32

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REVISTA EUROPEA.NÚK. 244 27 DE OCTUBRE DE 1878. Alto vi

EL FETIQUISMO,

(Conclusión.)

Pero volva os á los Papotias. Estos llamanal espíritu del muerto, al enterrarle, con sus ar-mas y á veces su canoa, si es un hombre, y consus utensilios de casa, si es una mujer. Despuésvan al bosque dando grandes gritos y alboro-tando, para cortar un pequeño trozo de madera,el cual se entrega á un artista hechicero que,mientras la familia canta, baila, bebe, grita yarma una espantosa batahola, talla una pequeñafigura humana de un pió próximamente, que sellama Korrowar 6 Korwar. Durante muchas no-ches, al compás del tambor y entre cantos y gri-tos, se invita al espíritu del difunto, errante entorno del pueblo, á que vaya á habitar el Kor-ivar\ de lo cual se apercibe el hechicero por unsigno que le hace lanzar una retumbante excla-mación arrojándolo al suelo; desde entonces elespíritu deja de andar errant?, y ya no puedehacer [mal; pertenece, por el contrario, á su fa-milia, á la que debe prestar cuantos buenos ser-vicios le reclame, como curar las enfermedades,prevenir los ataques de los enemigos, presagiarel éxito de una expedición ó de un viaje, indi-car los sitios favorables á la pesca de las tortu-gas; en los grandes viajes se llevan los Korwars,á fin de obtener de ellos un buen viento y pre-servarle de todo accidente.

Pero la experiencia parece probar á estos sal-vajes, que los fetiches no son de la misma fuor-za ni de igual aptitud; sucede que un Korwar semuestra completamente ineficaz, y entonces sele desdeña, se le desprecia y se abandona, porúltimo, ó se vende á los extranjeros aficionadosá las curiosidades, otras veces un Korwar no damuestras de poder sino sobre un género da cosas,y una familia tiene así sus ídolos para la lluvia,el viento, la pesca, la recolección. Ptro todos los

(*) VéansB los números 239 y 242, págs. 353 y 449.TOMC XII

espiritas do los muertos no llegan á ser Korwai's;los hay que continúan errantes por los bosques,merodeando de noche por las aldeas, para pro-curarse tabaco y fuego, y que penetran en lascasas aprovechando la llegada de algún visitadornocturno; estos se hacen entonces culpables dealgunas maldades, y juegan malas partidas á losvivos. Ottas almas prefieren sumergirse en elmar, donde promueven tempestades que se pue-den apaciguar ofreciéndoles tabaco.

No podemos menos de relacionar con estasdos clases de manes errantes á otros espíritus quefrecuentan la imaginación de los Papouas: el Nar-royé, demonio que reside en los bosques, qraeso oculta en las nubes, y que hace morir á losniños pequeños; y el Falcnik, demonio de lasaguas, que mora bajo los temibles escollos, y quese complace en producir borrascas; cuando unaembarcación se aproxima á unas rocas que pa-san por ser la mansión de un Faknik, se arrojaal agua un brazalete de concha ó cualquier otroobjeto que pueda serle conveliente. Por estoejemplo, sacado de las creencias de una raza quees tenida por muy poco elevada en la escala dalos grupos humanos, se ve cuan íntimamente li-gado está el culto de los espíritus al de lo» ante-pasados ó de los manes, y por qué insensible víase ha llegado al politeísmo, es decir, á concebirla ^dstenciu de agentes sobrenaturales con inde-pendencia de los objetos y de los fenómenos dela naturaleza.

Los inanes de los ascendientes, así como losotros espíritus, quedan, pues, en relaciones conl'js vivos y lo mismo son sus protectores que susenemigos.

Los melunesios de Tanna invocan las almasdo los muertos en favor de sus campos. Loatasmaniaros imploran la protección de sus as-cendientes difuntos contra los malos espiritas.Entre los polinesios, las almas de los jefes y losguerreros constituían, un pueblo de divinidadesinteriores en relación constante con los vivos.En el archipiélago malayo, se busca el auxiliode los manes; en Bali, por ejemplo, se muestrala mayor veneración por ellos, en la persuacion,

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de que celosos del bienestar y la prosperidad desus familias, velan por ellas constantemente.

La creencia en los espíritus y en los demo-nios, no está menos generalizada entre los de-más malayos.

La concepción fetíquica del universo, dondetodo está animado de una individualidad pro.pia, conduce naturalmente al hombre á figurarseque él mundo está lleno de espíritus buenos ómalos, que se agitan en torno suyo. Si hayfantasmas-hombres, hay fantasmas de cuantovive para el fetiquista; y de aquí esos temoresprofundos que experimenta el salvaje durante lanoche, tan propicia á las acechanzas de los seresmalvados.

El australiano, por ejemplo, no se aventuraen sus bosques en cuanto anochece, sin llevaruna tea en la mano, porque la luz ahuyenta á losespíritus malignos; el negro de África, así comootros muchos hombres llamados monos primiti-vos, teme á esos seres desconocidos, y por consi-guiente les rinde homenaje con más fidelidadque á los que considera dotados dé naturalezabenévola: el hombre es así.

Por lo demás, la confusión primitiva entrelas almas de los muertos y los espíritus, nos esbien conocida, por lo que se nos ha referido bajoel punto de vista mitológico, de los antiguos in-dígenas de las islas Marianas. No conocemos sureligión sino por incompletos relatos de viajerosy por cierta historia, debida á la pluma de unmisionero católico, el P. Le-Gobien, que en sucualidad de apóstol de una religión exclusiva nose tomó el cuidado de extenderse mucho sobreun asunto poco digno de interés á sus ojos. Harecogido, sin embargo, una serie de supersticio-nes propias á sus catecúmenos, que no dejan deesparcir alguna claridad sobre el punto quea p i estudiamos.

Lo que cuenta el padre Lcgobien dejlas creen-cias de los Marianeses, se refiere sobre todo alculto de las almas de los muertos, que aquellosnaturales confundían con el culto de los espíri-tus, llamando á unos y otros anitis ó antis. Laclase de los antis variaba según las circunstan-csas de sus fallecimientos. Los manes de las gen-tes que perecian de muerte violenta iban á uneregión de desgracia, cuyo nombre, sassalagdhan,¡significa, según Freycinet, nel lugar donde sedistribuyo.» Las almas de los que moriaa natu-ralmente iban bajo tierra á jardines deliciosos

llenos de árboles carga los de esquisitas frutas.Los buenos antis luchaban contra un mal espí-ritu, Kdifi, rey del infierno, que pasaba su tiem-po sobre la tierra en hacer daño á los hombres.Los manes de los ascendientes de los que ator-mentábales defendian vigorosamente, pero mien-tras que los de los hombres valientes y laborio-sos atacaban al enemigo, los de los cobardes yperezosos eran vencidos por él.

No obstante el importante papel que desem-peñaban las mujeres en la sociedad marianesa, yamuy complicada, las almas de estas eran menospoderosas <\ue los antis masculinos. Se duda quela raza aristocrática y conquistadora de los cha-marros que reinaba en el archipiélago atribuyeseel derecho de la inmortalidad del alma á los ven-cidos aborígenes, á las gentes de clase baja, álos Mangatchangs. En el peligro y en la necesi-dad, se invocaba á los antis, primero en voz ba-ja, luego en alta voz, y por último á grandesgritos.

Cuando alguno cambiaba de tribu, tratabade ocupar la casa de un muerto, y por oracionesy ofrendas se Rsforzaba en ganar la benevolenciadel alma del difunto y las de sus antepasados,Por otra parte, derribar el poste de una casa,era desencadenar contra sí la cólera de los antis,del que la habia construido. Estos espíritus noeran siempre benévolos. Se complacian á vecesen atormentar á los vivos durante la noche conespantosas pesadillas; podían esterilizar la tier-ra, hacer infructuosa la pesca, promover tem-pestades, propagar las enfermedades, por cuyarazón eran muy temidos. Los hechiceros ma-kahnas servían de intermediarios entre los vi-vos y los espíritus. Makahnas conservaban algunos cráneos de muertoá en cestas, y lo hacíanprobablemente para tener influencia sobre losantis de los individuos á que habían perteneci-do. Cuando moria un marianés, se pedia á suAlma que descansara en una cesta colocada cer-ca de la cabeza del cadáver; otras veces, se un-taba el cuerpo con aceite perfumado, y se le pa-seaba de casa en casa por las de todos los pa-rientes, á fin de que su anti eligiese la que habiade visitar cou preferencia al volver á la tierra.Se sepultaban los muertos en cavernas poco dis-tantes de las habitaciones, y á las que se dabael nombre de tasas de los muertos.

Ea América, los indígenas tenían la convic-ción de que los espíritus do los muertos se mez-

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ciaban en los asuntos de loa vivos, les atribuíancuanto no podian explicarse directamente, y lespedían protección en sus cacerías y en sus expe-diciones; los pieles-rojas del Norte creían agra-darles, consagrándoles los cráneos de los enemigos de la tribu.

En Madagascar se produce un hecho bastantecurioso; los Hovas, de raza malaya, que domi-nan en la gran isla africana, tienen un verdade •ro terror sagrado por las almas de los muertosde los ouazimbas. Los últimos eran los habiiantes de la isla que fueron desposeídos por los con-quistadores, y de los que quedan, según dicen,un núcleo en el centro de la isla. Constituían unpueblo de la familia bantou, como los cafres; almenos, así parece indicarlo la conformación desu nombre. Sus tumbas son objeto de la venera-ción y del temor de los Mabgaches, y éstos notocarian á ellas por nada del mundo, temiendoatraerse el resentimiento de los espíritus ona-zimbas; lejos de eso, engrasan las tambas yechan sobre ellas las cabezas de los carneros yde las aves, y los cuernos de los bueyes que ma-tan para su alimentación.

Las creencias religiosas de los pueblos de lagran familia bantou, están, en su mayor parte,basadas en el culto de los antepasados y de losespíritus.

Los negros de la costa occidental ofrecen unestado mental poco diferente del de los papouas;como estos, tienen fetiches en forma de estatuas,que adoran y se imaginan ser el envoltorio delos manes de sus antepasados ó de otros espíri-tus que han sabido cautivar. Las casas de los ne-gros del Congo y de Angola están todas llenas defetiches. En la Guinea septentrional, los muer-tos pueblan el mundo de buenos y malos espíri-tus. Y en los momentos críticos se ve á los ne-gros invocar á sus parientes muertos pidiéndolesauxilio. Zinga, poderosa reina negra deMatem-ba, pretendía que sus antepasados habían creadoel mundo y que era ella tan poderosa comoaquellos.

En el Asia, todos son dados al culto de losmuertos, desde el Veddahcasi salvaje de Ceylan,que cree que sus antepasados le visitan en ladesgracia, le curan cuando está enfermo y le fa-vorecen en la caza, hasta el chino y el japonés

• civilizados. En Siam, el pueblo bajo prefiereadorar los thepharah ó espíritus, cuya naturalezano comprende bien.

Los romanos, que tenían una gran propen-sión al fetiquismo, elevaran el culto de los ante-pasados á la altura de una institución social. Losmanes de los antepasados eran genios para ellos.Servio lo dice: Sum etiam qui putant manes eos-dem esse quos vetustas genios appellavit. Estos son.al mismo tiempo los dioses lares ó penates, espí-ritus familiares déla casa; y para tenerlos,cuen-ta Arnobo, que los romanos enterraban en otrotiempo á sus parientes en sus casas, á fin de quesus manes fuesen los dioses penates; el carácteroriginalmente fetíquico de estas divinidades do-mésticas, está suficientemente demostrado porlas ofrendas de alimentos que se les hacían. Lacreencia en los espíritus familiares, lo mismo laencontramos en nuestra civilizada Europa queen los pueblos salvajes.

El ángel guardián de las leyendas cristianáistiene su equivalente en Australia, donde el almadel primer hombre muerto por un guerrero nole abandona y se convierte en su inspirador óconsejero.

Los pieles-rojas tienen también aus genios fa-miliares, así como los araucanos de Chile y loscaribes. Pero á estos genios tutelares hay queatraerlos al lugar que se desea que guardea ódefiendan, y la magia de los hechiceros no esmuchas veces bastante poderosa para conseguir-lo. En tales casos se recurre á los sacrificios hu-manos; y no es solamente éntrelos salvajes despia-dados donde se entregan á estas horribles su-persticiones, cuya existencia nos señalan las le-yendas europeas.^ Respecto á pueblos bárbaros, ningún asom-

bro debe causarnos; pero no cabe explicarse sinopor la persistencia de las antiguas supersticio-nes, que en ciertas localidades de Europa se die-ran casos como el que refiere la leyenda tan co-nocida de la fundación de la ciudadela de Sea-tari de Albania, ó la del monasterio de Argis enBumania, donde el arquitecto, para hacer in-quebrantable su obra, tuvo la crueldad d« empa-redar á su mujer, creyendo asegurar i tantoprecio la solidez y duración del edificio.

Más cerca de nosotros, en Alemania, se en-cuentra la misma superstición. Cuando seeons-truyó un puente del camino de hierro sobre eGoelscb, jno pretendieron los aldeanos que se ha-bia sepultado á un niño en los cimientos? jNo sedijo otro tanto con referencia á la edificación deldique del puerto de Jahda? Nuestros países la-

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tinos no sé hallan tampoco exentos de semejan-tes recuerdos de la barbarie religiosa de los tiem-pos primitiyos.

Pero apartemos la vista de estas penosasideas, y no obstante la tristeza del asunto, haga-mos constar que el culto de los muertos ha so-brevivido á todas las vicisitudes intelectuales dela humanidad.

Desde el fetiquista primitivo que adoraba elespíritu de sus antepasados, aprisionándole enun trozo de madera para obligarle á influir ensn favor, hasta el parisién de nuestros días quévisita piadosamente en una época fija las tumbasde los que ya no existen, llevándoles flores, hayuna línea de unión no interrumpida en ningunaparte. El móvil ha cambiado, se ha ido trasfor-mando poco á poco, pero el acto ha conservadosu fisonomía general, y creemos que la conserva-rá siempre, porque si algún día llega á desapa-recer la religión del temor y del interés, seráconveniente y útil que sobreviva la religión delrecuerdo y del amor.

GlRARD DE ElALLE.

UMEiunU DlPíiiiMMÍUi M

Conocidas son las vicisitudes que en la gran-de A.ntilla española esperimentó, desde larga fe-cha á nuestros dias, al impuesto llamado dere-cho diferencial de bandera. Nadie ignora quecon él tuvo efecto el planteamiento de una partedel sistema que pensaron realizar sus autores, enel propósito plausible que les animaba, de pro-teger por este medio, entre otros diferentes, yno escasos en número, el desarrollo del comercioverificado en buques nacionales, con preferen-cia al que se practicase en pabellones extran-jeros.

Importa estudiar las consecuencias de rse im-puesto; "no pudiendo prescindir de asentar, comoverdades demostradas, algunos hechos que no seocultarán, de seguro, á la apreciación de loshombres de gobierno, y que hayan de influir enla decisión de los asuntos á que se refieren estasobservaciones!

Las distintas manifestaciones de la producciónagrícola, de la fabril y de la comercial, deman-dan en territorios eminentemente mercantiles,según lo es la isla de Cuba, el mejoramiento de

sus más preciados intereses; y, por lo tanto, elfomento de la industria naviera española. Deotro modo, no habría medio fácil para que searmonizase con los beneficios de las clases con-sumidoras el acrecentamiento del trabajo de lasindustriales, lo cual no será á veces imposible,aunque no siempre realizable; y según la conve-niencia pública, la equidad jamás desatendibley hasta los principios de la justicia extricla loexigen imperiosamente.

Tan cierto es esto, eaanto que no sólo el tráfico recibiría así mayor importancia, sino que eldesarrollo de la producción y el menor costo delos frutos que constituyen la agricultura en aque-lla zona, coincidiendo reunidos para favorecer yensanchar los consumos, serian su consecuenciaineludible.

Los poseedores de los cuantiosos capitales quese han invertido hasta ahora en el desarrollo dela marina mercante nacional, necesitan sabertambién á qué atenerse acerca de la resoluciónque haya de adoptarse sobre un punto que tan v i -vamente les interesa.

Más bien que hallarse pendientes, uno y otrodía, de ver ó no realizadas las amenazas que, di-rigidas con muy poca provisión, les hacen rece-lar cambios repentinos é inesperados en lo que haformado por largos años una legislación pruden-te y conciliadora, les es, por lo contrario, preci-so saber cuál sea la mañera que el Gobierno creain- jor, para resolver, de una vez, las múltiplescuestiones que tienen un íntimo enlace con laprosperidad material de la grande Antiíla espa-ñola. Su riqueza, notoria por todas partes, exci-tando la codicia de ambiciosos insensatos, al pro-pio tiempo que compromete más y más el pa -triotismo de los que so hallan obligados á volarpor la no desmembración para España de estaparte integrante en la actualidad de la ínomr-quía, es un temor perenne de todos los gobier-nos; y constituirá un motivo do preocupaciónpara nuestros hombres de Estado en lo porvenir, conforme lo ha constituido hasta ahora.

Prescindamos de ocuparnos en el examen delas medidas que, teniendo el laudable intento debeneficiar, con buen ó mal acierto, según lasopiniones defendidas por los partidarios de en-contrados sistemas, la marina mercante en laPenínsula, rigieron hasta que por una legislaciónnovísima se suprimió on ella el derecho diferen-cial de bandera, quo era una de las disposicio-

N.° 241 J . G. BAUZANALLANA.—EL, DERECHO DIEERENCIAX. EN ULTRAMAR.

nes establecidas para realizar el fin mencionado.Pero, como seguu dejamos dicho anteriormen-

te, el gravamen sobre los pabellones extranjerossubsiste todavía en las provincias que uuestrapatria posee en América, habremos de precisarlos razonamientos á lo que atañe á aquellos terri-torios; guiándonos, según nos guía siempre, eldeseo del acierto y el de no acrecentar las difi-cultades naturales ¡ 1 modificarse el statu qiw vi-gente durante largo tiempo, dificultades quenunca dejaron de ser muchas en número y degravedad suma, en frecuentes ocasiones.

Sin duda la gobernación de ese rosto valiosodel antiguo poderío colonial de España, ofreceráahora con mayor intensidad, no sólo los antigaosinconvenientes, sino los que sean consecuenciaforzosa del restablecimiento de la paz y con ellade la aplicación de las leyes administiativas ypolíticas de la Peníusula oportunamente modifi-cadas, ya que se halla terminada ue una maneradefinitiva la guerra civil, azote terrible; que hapesado funestamente sobre dicho país por un es-pacio de casi diez años.

Respetabilísimos son, en efecto, los interesesecunómicos que median en este punto, y cuyosostén afecta alas creencias arraigadas de cnan-tas personas, así en la metrópoli, como fuera deella, desean la prosperidad en general de la fa-bricación española. Por eso ansian que, en vezde destruirse, ni aun detenerse en el camino dela prosperidad ya recorrido, avance, por lo con-trario, todavía más para su mejoramiento la in-dustria naviera, puesto que representa una partemuy principal entre las que, en unión de la agri-cultura y del comercio, constituyen las fuentesconstantes de la riqueza délas naciones.

Los consumos tienen siempre términos mar-cados é imposibles de sobrepujar, para las canti-dades en que han de realizarse, aun cuando seanmuchas las facilidades y franquicias que se otor-guen, á fin de acrecentarlos indefinidamente.Esto mismo sucede en mayor ó menor escala,hasta afectando á objetos de primera y de im-prescindible necesidad, de cuyo goce las clasespoco favorecidas por la fortuna se hayan vistoprivadas antes, como efecto tal vez de la legisla-ción, no en interés del fisco, sino para protegerel monopolio del empleo de los productos nacio-nales; prohibiendo así indirectamente el de sussimilares extranjeros, que pudieran hacerles con-currencia, por s¡¡s circunstancias de bondad ea

las calidades y de baratura, en, los precj:Q%,Al llegar á este punto, ocurre, desde luego ha-

cer una pregunta muy natural; y es la fie ai pordria resentirse la condición social de cuanto^ sededican al cultivo y á la práctica de las demásmanipulaciones consiguientes á él, de los frutosque forman la base de la industria agrícola, An;i"7ca que se conoce en Cuba. En este caso se en-̂cuentran, en primer lugar, el azúcar, el tabaco,las maderas finas, la cera.y las frutas: y en se:gundo término se clasifican el cacao y el café.

Los sobreprecios que sufren los efectos impor-tados de fuera de aquella, isla para que se consu_man en ella, ¿habrán de afectarles de un modoperjudicial, por el alza demasiado crecida que esde creer adquieran, ó conserven der un modopermanente, si ya los esperimentan demasiadoaltos, con motivo del establecimiento del dere-cho diferencial de bandera1! Estos sobrepiecios,si fuesen moy exagerados, llegarían ciertamenteá recargar de una manera perniciosa la produc-ción natural n Ultramar; y detendrían el des-arrollo que vino observándose progresivamenteen los tiempos de reposo y de mejoras constan-tes en la situación económico-social que hubohasta los sucesos lamentables del último terciodel año 1868, que felizmente haa terminado enla primavera de 1878.

El examen de la legislación económica penan-te afirmar que ninguno de los objetos que ha-biian de utilizarse, se halla gravado desprppor-cionalmente, cuando su importación se realiza

or medio del comerció legal que allí tiene lu

Vg _Por lo tanto, el fomento de la producción

agrícola colonial, consiguientemente á las,demáscausas que lo promuevan, no podría considerarse impedido sólo porque el recargo exigido hastaahora al tráfico realizado con la metrópoli y canlos países extranjeros, no se suprimiese desde:luego, cuando se dedicase á portear á las Anti-llas españolas en buques extranjeros las mercan*cías que no se obtengan de la producción racio-nal ultramarina.

El aprovechamiento de dichos frutos no po •dria tampoco acrecer notablemente en la Penín-sula . Nadie ignora que, con motivo de sus pe-culiares circunstancias, no menos que atendidoslos gustos y las costumbres de los habitantes d«nuestra patria, el consumo de aquellos se en-cuentra reducido casi exclusivamente á alguna»

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personas acomodadas, ó de una posición socialque lea permita hacer los no cortos desembolsosprecisos para adquirirlos.

No es de creer, por lo mismo, que estas can-tidades excedan de los límites que coadicionesinexorables han establecido hasta ahora; ó quesólo habrán de ser ampliados en lo sucesivo, deun modo muy paulatino, por las necesidadespoco extensas de los consumidores que pertene-cen á clases hasta cierto punto privilegiadas.

La cuestión relativa á si debe ó no suprimir-se el derecho diferencial de bandera en las islasde Puerto-Rico y de Cuba, pero más aún en•ata última, es una de aquellas, á que todos losgobiernos, cualquiera que sea el partido políti-co á que pertenezcan, han de dedicar una aten-ción preferente. Por eso, en los proyectos de leyque el ministerio de Ultramar habrá de formu-lar ante lá Representación nacional y que cadadía entrañan una urgencia mayor, si ha de me-jorarse la situación material de las posesione-eBpañola», que se hallan encomendadas á su di-rección, es preciso no limitarse á exponer la con •veniencia, sino dejar evidenciado que se recono-ce que ninguna de las consideraciones meramen-te políticas, ni de las apreciaciones exageradasde cualquiera de las escuelas económicas, habráde prevalecer por sf sola, sino, por lo contrario,insistir en que sea un hecho el propósito quedebe ser el único decisivo en tales asuntos.

Aludimos al de no detenerse ante ningunaclase de obstáculos que impidan dejar satisfechala necesidad de fomentar la riqueza pública, yde hacer cada vez más solidarios los intereses dela Metrópoli y los de aquellas remotas provin-cias; cuyas privilegiadas circunstancias hacenque los enemigos de la prosperidad pública, par-tidarios á la vez de la desmembración de la mo-narquía;* yengan promoviendo su ruina con las-timosa insistencia, y desconozcan los poco satis-factorios resultados en provecho de su bienestar,obtenidos por los habitantes de la gran mayoríade los territorios que formaban antes parte delos sometidos á la corona de Castilla, constitui-dos ahora en Estados independientes.

De verse realizados los proyectos que abrigancuantos contrarían el poderío de España, comopaís importante entre los demás de Europa, yposeedor cual ningún otro de una grande im-portancia colonial, los escasos restos que con-servamos aún de nuestra gloriosa y extensa do-

minación en América, inaugurada á fines delsiglo XV, dejarían fatalmente de constituir unaparte del territorio nacional, que se mantienesegún se halla ahora á costa de sacrificios sinlímites de todos los buenos españoles, así de lamadre patria como del mismo continente ultra-marino.

Las Cortes han dado una prueba de previsoraprudencia, al aprobar el artículo 20 de la leyde presupuestos de 21 de Julio último, que dis-pone el nombramiento de una Comisión espe-cial, dedicada á averiguar—abriendo para ellouna amplia información—cuáles hayan sido lasconsesuencias que en la marina mercante y enel comercio español h ubiese podido producir lasupresión del derecho diferencial de bandera, yque proponga al Gobierno, en vista de su resul-tado, las medidas que juzgue convenientes parael fomento de aquellos dos importantes objetos.

De esperar es que la comisión, ya nombrada,como resultado de sus,tareas investigadoras nomenos que del estudio y de los esfuerzos queemplee, y que suponemos no dilatará muchotiempo en hacer notorios, logrará establecer laverdad en el asunto y desvanecer los erroresque existan; determinando los hechos y los da-tos verdaderos en que habrán de apoyarse fun-dadamente cualesquiera medidas que se adop-ten, en uno ó en otro sentido.

Hay que evitar, pues, la manifestación deimpaciencias injustificadas. No ha de pasar mu-cho tiempo sin que los navieros españoles sepaná qué atenerse en este punto. Muy respetablesson su3 intereses; pero no lo son menos los delcomercio entre la metrópoli y sus posesionesultramarinas, y I03 de los consumidores en ge-neral .

JOSÉG. BARZANALLANA.

I iltMlVUíi1 Di LA

La doctrina genealógica está destinada átransformar todas las ciencias naturales; peroes evidente que, después de la antropología,ninguna rama de las ciencias ha de sufrir tantoesta influencia como la parte descriptiva de lahistoria natural, es decir, la zoología y la bo-tánica sistemáticas. La mayor parte de los na-turalistas que hasta el dia se han ocupado de

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las clasificaciones de los animales y plantas, hancoleccionado, denominado y ordenado aquellosseres orgánicos con el mismo interés quo tie-ne un anticuario ó un etnógrafo en reunir lasarmas y los utensilios de diferentes pueblos.Muchos de aquellos naturalistas, ni aún hangastado en esto má« fuerzas intelectuales quelas necesarias para coleccionar, rotular y orde-nar en una estantería, los sellos de correos yotras curiosidades análogas; y del mismo modoque él que los colecciona, contempla con deli-cia la variedad de las formas, la hermosura yoriginalidad de todos aquellos objetos, admi-rando, con este motivo, la ingeniosa invencióndel hombre, así la mayor parte de los natura-listas s>e deleitan al considerar la multiplicidadde las formas animales y vegetales, se extasíanante la rica imaginación del Creador, ante suinagotable fecundidad creadora, y ante el ca-prichoso gusto con que se ha complacido enformar, al lado de tantos, útiles y bellos orga-nismos, tantos tipos inútiles y deformes.

Esta manera artificial de considerar la zoolo-gía y la botánica sistemáticas, ha sido oomple-tamente destruida por la doctrina genealógica.Al fútil y superficial interés que hasta nuestrosdías han inspirado las formas orgánicas, á lamayor parte de los naturalistas, ha sucedidootro interés de un orden más elevado: el in-terés, dictado por la razón consciente, que re-conoce una consanguinidad real en la semejanzamorfológica de los organismos. Las clasifica-ciones naturales de los animales y plantas, mi-radas hasta el dia como un registro de nombresque permite abarcar con una mirada la diver-sidad de las formas, ó bien como un índice quecon brevedad expresa el grado de analogía delas mismas, ha adquirido, merced á la doctrinagenealógica, el inapreciable valor de un verda-dero árbol genealógico de los organismosAquellos registros deben, en efecto, revelarnosla conexión genealógica de los pequeños ygrandes grupos, y su objeto, por lo tanto, debeser enseñarnos de qué modo las clases, órdenes,familias, géneros y especies de los reinos animaly vegetal, corresponden á las ramas, mayores ymenores, de su árbol genealógico. Cuanto másvasta ó importante es una categoría taxonómi-ca (clase, orden), más considerable es el nú-mero de ramas que comprende; y cuando másreducida y secundaria es aquella categoría, más

raras y débiles son las rainitas que á ella cor-esponden. El único medio, pues, de adquirir

una idea exacta de la clasificación natural, esconsiderarla como un árbol genealógico.

Es posible que el triunfo de esta doctrina úui-amonte esté reservado al porvenir; pero, pues-

to que hemos de detenernos en este punto de suexposición, podemos, antes de terminarla, oQu»parno3 de la construcción real del árbol genea-lógico do los seres orgánicos, que es una de laspartes más difíciles y esenciales de la historianatural de la creación. Se trata de demostrarque las diversas formas orgánicas son la posteri-dad divergente de una sola forma anterior co-mún, ó de un pequoño número de formas ante-riores, y vais á ver cómo, desde ahora, tal vezestamos en vías do continua* hasta muy lejosesta demostración. Pero, ¿cómo podremos arri-bar á construir el árbol genealógico de loa gru-pos animales y vegetales, sin más elementosque los fragmentos de las escasas observacionesrecogidas hasta la fecha? La respuesta á estacuestión nos lava á dar, en parte, la observaciónque recordareis he hecho con motivo del para-lelismo délas tres series evolutivas; el cual vie--ne á demostrar la importante conexión, etioló-gica que existe entre la evolución paleontológi-ca de todo el mundo orgánico, la evolución em-briológica de los individuos y la evolución sis-temática de los grupos geiárquicamente coloca-dos. Para resolver con más exactitud tan oscuroproblema, debemos dirigirnos, en primer lugar,á la paleontoología, porque si la teoría de lides*

tendencia está fundada, si los restos fósiles d(los animales y plantas que han vivido en ototiempo son, en realidad, los antepasados de lo¡organismos contemporáneos, es indudable quiel examen y la comparación de aquellos reatonos harán descubrir el árbol genealógico de leorganismos. Pero por más fácil y sencillo qn<en teoría, aparezca este examen, es, sin embaígo, una cuestión en extremo difícil y complicada en eljerreno de la práctica. La solucióndproblema desde luego sería muy difícil si lifósiles estuviesen bieu conservados, pero conlos archivos materiales de la creación, las séride los fósiles que conocemos, están muy incoipletos, es preciso, ante todo, someter aqueldocumentos á un examen crítico, y apreciarvalor bajo el punto de vista de la historia evlutiva de las familias orgánicas. Como al oc

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parme de los servicios prestados por Cuvier á lapaleontología, ya os he hecha notar la gran im-portancia que tienen los foguea, llamados muyoportunamente "lau medallas de la creación, npuedo, sin inconveniente, examinar ahora lascondiciones necesarias para la fosilización delos restos orgánicos y para su más ó manos per-fecta conservación.

Los fósiles se |encuentran, generalmente, en-terrados en roéis que se han ido depositando encapas superpuestas, como laa queel limodepoátaen el seno de las aguas, que se llaman rocas nep-túnicas, estratificadas ó sedimentarias.. Es eviden-te que el depósito de aquellas capas no ha podi-do empezar antes de la época geológica en queel vapor de agua se condensóon estado líquido.Aquel momento ,de queme he ocupado en unade las lecciones anteriores, no sólo determinó elprincipio de la vida en la superficie de la tierra,sino el punto de partida de un incesante y con-siderable trabajo de transformación de la cortezaterrestre. De aquella fecha data el principio deesta acción mecánica, tan poderosa á pesar desu lentitud, que sin tregua ni reposo está me-tamorfoseando la superficie do la tierra. Supon-go que nadie ignora que en nuestros dias toda-vía continúa ol agua ejerciendo esta poderosa-acción. Guando, en efecto, cae en forma de llu-via, empapa las capas superficiales de la tierra,y al bajar en arroyos, de las alturasá los valles,arrastra las partículas minerales químicamentedisueltas, yconduco mecánicamente las partesdesagregadas del suelo, cuyos restos va deposi-tandoenformado limojeon lo cual trabajacontí-nuamante en nivelar las montañas, llenando demateriales los valles. El choque de las olaq, porotra parte, mina sin cesai las playas, y tiende áelevar el fondo de los abismos oceánicos, deposi-sitando los restos que arranca á las riberas. Si,por lo tanto, no estuviese la acción del aguacontrabalanceada por otros agentes, bastaríapor sí sola para nivelar toda la tierra en untiempo dado. La ma3a de los materiales» arran-cados todos los años á las montañas, y tranfor-mados en limo, que se deposita en el fondo delos mares, es tan considerable, que en un espaciode tiempo más ó menos grande, al cabo, tal vez,de algunos miles de años, bastaría para aplanarperfectamente la superficie del globo, que en-tonces quedaría cubierto con una capa unifor-me de agua, de todo lo cual no es posible tener

la menor duda. Si hasta ahora no se ha produ-cido este resultado, lo debemos á la acción vol-cánica, ejercida en sentido inverso por la masaen fusión del interior del globo, porque la rela-ción del núcleo en fusión sobre la corteza sólida,determina alternativamente, en diversos puntosde su superficie, elevaciones y depresiones quese verifican comunmente con mucha lentitud,pero como duran miles de años, producen, porla acumulación de psqueños efectos parciales,resultados tan grandes como los que proceden dela acción niveladora de las aguas.

Como las elevaciones y depresiones del sueloalternan muchas veces en diversos puntos de latierra, resulta que en unas ocasiones está sumer-gida una parte de ella y en otras, por el contra-rio, está descubierta aquella misma parte, segúnos he manifestado en una do las lecciones ante'ñores. Es probable que no exista ningún puntode la corteza terrestre que no haya estado su-mergido y descubierto varias veces. Por mediode este movimiento alternativo se explican lamultiplicidad y la heterogenidad de las nume-rosas capas neptúnicas superpuestas, casi en to-das partes, en estratos de una gran potencia.En los diversos períodos geológicos, durante loscuales se efectuó aquel depósito, vivia una pobla-ción infinitamente variada de animales y vege-tales; y cuando los cadáveres de aquellos seresorgánicos se caian al fondo de las aguas, impri-mían su molde en hueco en el limo todavíablando, en tanto que las partes incorruptiblesde su cuerpo, los huesos, los dientes, las con-chas, etc., se samergian y quedaban intactas.Conservados en el limo, que se consolidaba enrocas neptúnicas, constituyen aquellos restos losfósiles que en el dia nos sirven para caracterizarIa3 di versas capas estratificadas. Comparando cui-dadosamente los diferentes estratos super puestosy los fósiles que coatienen, se ha llegado á deter-minar laedad relativa de las capas y de losgruposdo estratos, j 3¡á fijar de e3te modo, experimen-talmente el dato general de la filogenia ó délaevolución de las familias animales y vegetales.Aquellas diversas rosas neptúnicas superpuestasy de composición diferente, de cal, de arcilla óde arena, han sido agmpndas por los geólogosen un orden ideal que abraza toda la historiaorgánica de la tierra, es decir, aquella parte dela duración geológica en que exiatia la vida or-gánica. Del mismo modo que se ha dividido lo

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que se llama "historia universal,n en grandes ypequeños períodos, caracterizados por la apari-ción sucesiva de los pueblos principales, y limirtados por los hechos más notables de su historia,así se ha subdividido la infinitamente larga du-ración de la historia orgánica terrestre en unasórie de grandes y pequeños periodos, cada unode I0.3 cuales está caracterizado por una flora yuna fauna especiales y por el predominante des-arrollo de un grupo dado de animales ó vegeta-les; y se distingue á su vez de los períodos ante-rior y siguiente, por un cambio parcial, pero no-table, en la composición de su población orgá-nica.

Voy á daros una idaa general de la marchahistórica del desarrollo de lo 3 principales tiposanimales y vegetales; paro para comprenderlo,es preciso, antesdenada, conocer la, clasificaciónsistemática de las rocas neptúnicas y de los pe-ríodos, grandes ó cortos, do la historia orgánicaque á ellas corresponden. Sagan muy pronto ve-remos, se puede subdividir la masa total de lascapas sedimentarias suparpueátas, en muchosgrupos principales ó terrenos; cada terreno, enmuchos grupos secundarios de, estratos ó siste-mas; cada sistema, en grupos todavía más pe-queños ó formaciones; y por último, cada forma-ción puede dividirse en pisos ó sub-formaciones,y cada uno de estos pisos puede á su vez snbdi-vidirse en depósitos menores, en bancos, etc.Cada uno de I03 cinco grandes terrenos so hadepositado en toda la duración de una do lasgrandes divisiones geológicas, que se llama unaedad; cada sistema se ha formado durante unespacio de tiempo'más corto, durante un período;cada formación ha necesitado un tiempo menor,una época, etc. Cuando clasificamos sistemática-'mente en grupos los ciclos de la historia orgá-nica de la tierra, y los estratos neptúnicos fosi-líferos que en toda su duración se han formado,procedemos exactamente lo mismo que los histo-riadores cuando dividen la historia de los pue-blos en tres grandes períodos, á sabor: la edadantigua, la edad media y la edad moderma, sub-dividiendo después cada uno de aquellos períodosen épocas secundarias. Pero el objeto de la his-toria al someter los hechos, á la clasificación,dando á cada período un número doterminadode años, es únicamente hacer más fácil el exa-men de su conjunto, sin pretender, de ningúnmodo, nsgar la ininterrumpida conexión de los

acontecimiento» y día la. evolución de los pae*blos; y esto es precisamente <el objeto ele la 4i*-visión, especificación ó clasificación, de la histo-ria orgánica de la tierra, en. la cual tampoco; seha interrumpido jamás la marcha de una evolu-ción continuada. Nuestras convencionales divi-siones, nuestros gran les y pequeños grupas d«estratos y sus correspondientes duraciones; nadati.onen de coman con la teoría da las revolucio»nes terrestres y de las sucesivas creaciones orgá^nicas de Cuvier, locual me apresuro áhacer.eoasf-tar para evitar••• cofasiones en lo sucesivo. Porotra parto; recordareis, que encías lecciones an-teriores he tenido buen cuidado de haceros vercómo aquella doctrina errónea había sido arrui-nada por completo p>r medio de las teoría»daLyell. , .. • ; -

Llamamos e la leí prinaoí.lial, primaria, se-cundaria, terciaria y cuaternaria á las cincograndes y principales divisiones de la historiaorgánica do la tierra, es decir, de la evolución.paleontológica. Cada una de aquellas edadeaestá caracterizada por el predominante desar-rollo de grupos determinados de animales jfplantas; podemos, por lo tanto, designarlas conprecisión ya según el grupo vegetal, ya se-gnn el grupo animal vertebrado que enella predomine. Así, pues, la primera edad, óedad •primordial, será la de las algas y de. loaanimales sin cráneo; la segunda, ó edad prime, •ría, será la do los heléchos y de los peces; Jatercera, ó edad segundaria, será la de las coniferasy de los reptiles, la cuarta, ó .edad terciaria, serálaÑíe los árboles de hojas caducaá y de los ma-míferos; y la quinta, ó edad cuaternaria, ,seíálftdel hombre y de la civilización. Las seccio-nes ó p3ríodos en que se subdivide cada un& deaquellas edades, están caracterizados por losdiversos sislem'is d» capas que componen cadauno de los cinco grandes terrenos. Voy á reseñarrápidamente la serie de aquellos sistemas, indi-cando á la vez caál.era la población de cada unade las cinco grandes, edades.

La primera é inmeasa~porcion, da la historiaorgánica terrestra, la parte má3 lejana, consti-tuye la edad primordial, ó la edad de los basqutsde algas, á la cual so puede también llamar efad,arqueolüica ó arqueo30tea. Comprende , esta edadla inmensa duración de la generación espontá-nea primitiva, deide la aparición de los prime-ros organismos terrestres hasta la termiaacion

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de los depósitos sedimentarios silúricos. Du-rante aquel inmenso espacio de tiempo, cuyaduración escede con seguridad á las de las otrascuatro edades reunidas, se efectuó el depósitode los tres sistemas más poderosos de estratosneptúnicos, á saber: primeramente el sistemaLaurentino, encima de éste el sistema Gámhrico,y todavía más arriba el sistema Silúrico. Lagran profundidad de estos tres sistemas mide,en su conjunto, 70.000 pies, repartidos de estemodo: 30.000 próximamente para el sistemaLaurentino, 18.080 para el Cámbrico, y 22.000para el Silúrico. La profundidad media de loscuatro terrenos, primario, secundario, terciarioy cuaternario, reunidos, comprende todo lo más60.000 pies, y de este solo dato, sin presentarotras muchas pruebas, se deduce que la duraciónde la edad primordial es mucho mayor que lade las otras cuatro edades reunidas hasta lostiempos modernos. Es indudable que, para efec-tuarse el depósi to de aquellas masas estratifi-cadas, se han necesitado millones de millaresdo años. Desgraciadamente la mayor parte delos estratos primordiales se encuentran en el es-tado llamado metamórfico, y por lo tanto losfósiles de aquellos estratos, que son los más an-tiguos y los más importantes, están en su ma-yor parte destruidos ó desfigurados, y sólo enuna parte de los sedimentos cámbricos y silú-ricos empiezan á encontrarse los fósiles en ma-yor número y en mejor estado de conservación.El más antiguo de los fósiles bien conservados,de cuya descripción he de ocuparme más ade-lante, es el Eozoon camódense, el cual se ha encon-trado en las más inferiores capas Laurentinas,pertenecientes á la formación de Ottawa.

Aunque sean pocos los fósiles bien conserva-dos de la edad primordial, ó arqueolítica, no poreso dejan de ser documentos de un valor inapre-ciable para estudiar los más antiguos y oscurostiempos de la historia orgánica terrestre. Laconsecuencia que parece deducirse en primerlugar de la existencia de ellos, es que, en aquelespacio de tiempo, no tuvo el globo por habi-tantes sino organismos acuáticos; al menos detodos los fósiles arqueolíticos hasta el dia cono-cidos, no hay ni uno que con certeza se puedaasegurar que ha pertenecido á un organismoterrestre. Todos los restos de plantas de la edadprimordial pertenecen á los más inferiores gru-pos vegetales, á la clase de las algas acuáticas,

las cuales formaban verdaderos y extensos bos -ques en los cálidos mares de aquella edad. Paraformarnos una idea aproximada délo pobladosque estaban aquellos bosques acuáticos, y de lovariados que eran los tipos vegetales, no haymás que fijarse en sus análogos de la épocaactual, que existen en el mar de las Sargasasdel Océano atlántico. Aquellos inmensos bos-ques ocupaban el lugar de la vegetación forestalde los continentes que entonces faltaba porcompleto. Todos los animales, cayos restos sehan encontrado en los estratos arqueolíticos,eran acuáticos como las plantas de aquella épo-ca: los articulados arqueolíticos únicamenteaparecen representados por crustáceos, y nuncapor arácnidos ni por insectos. En cuanto á losverdaderos vertebrados, sólo se han encontradoalgunos restos, muy raros, de peces, únicamenteen los más recientes estratos primordiales, en laformación silúrica, mientras que, por el con-trario, los acranianos, ó vertebrados sin ca-beza, que han debido ser los antepasados de lospeces, existian en gran número en la edad pri-mordial, por lo cual lo mismo se puede caracte-rizar aquella edad por los acranianos que porlas algas.

La segunda gran división de la historia orgá-nica terrestre, la edad primaria 6 edad de losbosques de heléchos, que también se puede llamaredad paleolítica ó paleozoica, duró desde la ter-minación del depósito de las capas silúricas,hasta la terminación de los depósitos pérmicos.Aquella edad, que tuvo también una duraciónmuy grande, se1 subdivide en tres períodos, quecorresponden á tres grandes sistemas de capas,á saber, contando de abajo á arriba: el sistema"Devonio, ó de la "arenisca roja antigua; el siste-ma Carbonífero, ó del carbón mineral, y el sis-tema Permio, Pérmico, ó sistema de la areniscaroja moderna y del terreno Permio superior(zechstein). El espesor medio de estos tres sis-temas reunidos, es próximamente 42.000 pies,lo cual demuestra el inmenso espacio de tiempoá que corresponden.

Las formaciones Devónicas y Pérmicas, con-tienen sobre todo restos de peces, lo mismoprimitivos que cartilajinosos, y carecen porcompleto de peces óseos. En los lechos de hullase encuentran los restos de los más antiguosanimales terrestres, ya sean articulados (arácni-dos é insectos) ya vertebrados (anfibios). En el

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sistemaPérmicoaparecen,alíalo délos anfibios,tipos todavía más desarrollados, como reptiles,y aún formas muy análogas á Ia9 de los lagartosactuales (Protosauros, etc). Sea de ello lo quefuere, podemos dar á la edad primaria el nom-bre de edad de los peces, porque los raros anfibiosy reptiles que en ella aparecen, ceden por com-pleto el puesto á una innumerable multitud depeces paleolíticos. En aquella edad, ocupan losheléchos, entre las plantas, el mismo lugar quelos peces entre los vertebrados, y no sólo exis-ten los verdaderos heléchos y los heléchos ar-bóreos (PLloptéridos), si que también lo* helé-chos herbáceos (Calamofitos) y los escamosos(Lépidofitos). Aquellos heléchos terrestre» for-man la vegetación dominante de las espesas sel-vas de la edad paleolítica, y sus restos nos hansido conservados en los inmensos depósitos dehulla del sistema carbonífero, así como en lasmás pequeñas porciones carboníferas, de los sis-temas Divonio y Pérmico. Podemos, pues,llamar á la edad primaria, lo mismo edad de losheléchos que edad de los peces.

La tercer gran división do la evolución pa -leontológica está representada por la edad secun-daria, 6 edad de las coniferas, que también sepuede llamar edad mesolUica ó mensoáiea; la cualse extiende desde la terminación de los depósi-tos pérmicos hasta la de los estratos cretáceos,y se subdivide en tres períodos, que son: en laparte inferior, el sistema del Trías, encima de ésteel sistema jurásico, y encima de este último el sis-tema cretáceo. El espesor medio de estos tres sis-temas reunidos es mucho menor que el del sis-tema primario, puesto que mide 15.000 piespróximamente, lo cual hace presumir que laedad secundaria no ha llegado A durar la mitaddel tiempo que la edad primaria.

Así como en la edad primaria predominabanlos peces, así en la edad secundarii predominanlos reptiles. Es posible que las primeras aves ylos primeros reptiles se hayan formado en aque-lla edad, en la cual existían tan poderosos an-fibios, como el gigantesco L'ibyrinthodon. Nada-ban en el mar formidables dragones marinos óEnaliosaurios,y á los numerosos peces cartilaginosos primitivos se unieron los primeros pecesóseos. Pero la clase de los vertebrados caracte-rísticos, la que domina en la edad secundaria,os la de I09 reptiles, I03 cuales la representanpor tipos infinitamente variados. En aquella

edad, edragonoa caprichosamente conformados,surgían por todas partes, al lado de reptiles aná-logos á los lagartos, á los cocodrilos y alas tor-tugas de la época actual. Pero sobre todo, losanimales característicos de la edad secundariason los singulares lagartos voladores ó Pterosau-rios y los gigantescos dragones terrestres ó Di-nosaurios, puesto que no han existido ni anteani después de ella. Podemos, por lo tanto, lla-mar á la edad secundaria, edad de los reptiles, ytambién edad de las coniferas ó edad de las gym-nospermas ó plantas de semillas desnudas, porqueen aquel período geológico, este grupo de plan*tas, especialmente en las dos importantes clasesde las coniferas y de las cicade las, fue el que su-ministró las especies forestales dominantes;pero al fin de aquella edad, en el períodocretáceo, empezaron á disminuir ios heléchos yá multiplicarse los árboles de hojos caducas.

La cuarta edad de la historia orgánica terres-tre, es decir, la edad terciaria, ó edad de los ar-boles de hojas caducas, es mucho más corta ymucho menos característica. Esta edad, quetambién se puede llamar edad cenolüica ó ceno-zoica, se estiende desde la terminación de lascapas cretáceas hasta la de las formaciones plio-conas, y los sedimentos estratificados deposi-tados durante aquel período, no tienen más de3.000 pies de espesor, siendo, por consiguiente,bajo este aspecto, muy inferiores á los tres pri-meros terrenos. Por esta razón, los tres sistemasque se admiten en el terreno terciario, son bastante difíciles de distinguir, y se llaman, el másanísguo, eoceno ó terciario antiguo, el segundo,ó terciario medio mioceno, y el más modernoplioceno ó terciario moderno.

La población orgánica de la edad terciaria soparece más en todas sus partes á la del períodoorgánico actual, que la de las edades anteriores.En los vertebrados predomina la clase de losmamíferos; y en los vegetales; las plantas de se-millas contenidas en el fruto fAngiospermas Jde muy variadas formas, y los árboles de hojascaducas, dominan en los poblados bosques deaquella edad. Las angiospermas se dividen endos clases: las monocotiledoneas, ó plantas deuna sola hoja germinativa, y las dicotiledónea»,ó plantas de dos hojas germinativas. Es induda-ble que estas dos clases de angiospermas ya «éhabian presentado en el período cretáceo» delmismo modo que desde el período jurásico, y

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aun desde el triásico, se habían presentado losmamíferos, pero sólo en la edad terciaria domi-naron las angiospermas y los mamíferos, y al-canzaron su mayor desarrollo, por cuya razónestamos en el caso de considerarlos como los sere3 característicos de ella. .

La quinta y última división de la historia or-gánica terrestre, forma la edad cuaternaria, óedad de la civilización. La duración de estecor-to período que con cómica presunción llamamos11 historia universal, u comparada con la de las cua-tro edades anteriores, es casi insignificante; y co-mo esta edad está caracterizada por el desarrollodel género humano y de su civilización, y comoeste hecho ha metamorfoseado el mundo orgá-nico más que todas las influencias anteriores,se le puede llamar edad de la humanidad, ó edadantropolüiea, ó antropozoica, y también edad delos árboles cultivados, ó de los huertos, porquedesde los mas inferiores grados de la civiliza-ción humana, el efecto de esta civilización es elaprovechamiento de los árboles y de sus produc-tos, de lo cual ha resultado una profunda mo-dificación en el aspecto del suelo. Esta edad,que se estiende hasta nuestros días, empieza,geológicamente hablando, en la terminación delos depósitos pliocenos.

Las capas neptúnicas que se han depo-sitado en la duración relativamente corta delperíodo cuaternario, tienen un espesor muy va-riable en las distintas localidades, pero relati -vamente es este espesor muy corto. Se recono-cen en ellas dos sistemas distintos, de los cualesel más antiguo se llama diluvial ó pleistoceno, yel más moderno aluvial ó reciente. El sistemadiluvial se subdivido en dos formaciones llama-das glacial y la más antigua, post-glacial á lamás moderna. Durante la época glacial se pro-dujo aquel notable descenso de la temperatura,cuya consecuencia fue el avance de las neverashasta las zonas templadas. En las anterioreslecciones ya me he ocupado de la gran influen-cia que ejerció aquella época en la distribucióngeográfica y topográfica de los organismos. Laépoca siguiente, período post-glacial ó épocadiluvial reciente, durante la cual se elevó denuevo la temperatura y el hielo volvió á retro-ceder hasta los polos, es también muy impor-tante para explicar el actual estado corológico.

El desarrollo del organismo humano y de sucivilización, y la multiplicación y dispersionde los

hombres, son los hechos que caracterizan esen-cialmente la edad cuaternaria. El hombre hatransformado, destruido y trastornado la pobla-ción animal y vegetal del globo, mucho más quocualquier otro organismo; por esta razón, y másque nada por el hecho de haber concedido al hom-bre un lugar privilegiado en la naturaleza, esta-mos en el caso de considerar el desarrollo del gé-nero humano y de su civilización como el puntode partida del último y especial período de la his-toria orgánica terrestre. La edad terciaria mo-derna ó pliocena, ó acaso la edad terciarla me-dia ó miocena, fue probablemente el períodogeológico en que el hombre primitivo salió porevolución de los monos antropoidea; pero laformación del lenguaje, que es el más útil me-dio para desarrollarse de lá humana inteligenciay para él establecer do la soberanía que elhombre tiene sobre los demás organismos, se-guramente se verificó en una época que se dis-tingue geológicamente del período plioceno an-terior, y que se llama época pleistocena ó dilu-vial. Aunque aquella época, que se continúadesde el origen del lenguaje humano hastanuestros dias, cuenta millares de años (cien miltal vez), casi desaparece su duración ante la delinmenso espacio de tiempo trascurrido desde elprincipio de la vida orgánica en la tierra, hastala aparición del género humano. En el siguien-te cuadro he colocado, á la derecha, la sórie pa-leontológicamente clasificada, de los terrenos,de los sistemas y de las formaciones, e3 decir delos grandes ó pequeños grupos de capas nep-túnicas que contienen fósiles, desde el mássuperficial ó el aluvial, hasta los más inferiores,ó sean los Laurentinos. A la izquierda he puestola sucesión histórica de los grandes ó pequeños

i períodos paleontológicos que conviene tomar! en sentido inverso, desde el sistema Laurenti-! no hasta la época cuaternaria moderna. ( Véanse

los cuadros de las páginas 525 y 52 6.)

Muchas veces se ha tratado de determinar, aproximadamente el número de miles do años

que representa el conjunto de estos períodos,para lo cual se ha comparado ol espesor total delos terrenos que.figuran en estos cuadros con eldélas capas de limo que se ha visto depositardu-ranteun siglo,y que sólo mide algunas líneas ó al-gunas pulgadas. El espesor total del conjunto delas capas terrestres, llega, por término medio, á1 :j 0.000 pies próxi mámente, de los cuales 7 0.000

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corresponden al período primordial ó arqueolí-tico, 42.000 al primario ó paleolítico, 15.000al secundario ó rnesolítiio, y 3.000 al terciarioó cenolítico.

En cuanto al terreno cuaternario ó antro-político, su insignificante espesor, del cual, niaún podemos fijar el término medio, debs'des-de luego despreciarse, porque cuan lo mis, sepueden calcular en 500 á 700 pies. Todos estosdatos están naturalmente tomados en su térmi-no medio, por lo cual sólo tienen un valor apro-ximado, y no pueden servir sino para indicar,poco más ó menos, el espesor relativo de los sis-temas de capas y la duración de los períodosde tiempo correspondientes. (Véase, el cuadrode la página 527 .)

Si dividimos la total duración de la vida or-gánica de la tierra, desde su aparición hasta,nuestros dia3, en cien partes iguales, y si almismo tiempo comparamos aquel espacio de

tiempo con el conjunto de los sistemas de capascorrespondientes, añadiéndole las alturas ttiéáiásde cada tina, podremos calcular en centésimaspartes la duración de cida una de las cincograndes divisiones ó edades, obteniendo el si-guiente resultado:I. Edad arqueolítica ó primordial.... 53,6II. Edad paleolítica ó primaria 32,1III. Edad mesolítica ó secundaria.. . . . . 11,5IV. Edad cenolítica ó terciaria 2,3V. Edad antropolítica ó cuaternaria... 0,5

Suma 100,0La duración de la edad arqueolítipa en la cual

.todavía no existia ningún organismo terrestrevegetal ni animal, mide más de la mitad (53 por100) de la duraeion total. La de la edad antro-política, por el c Sutrario, apenas comprende unmedio por cien do la edad orgánica terrestre. Encuanto á calcular en años, aun aproximadamen-te, la duración total de estas edades, fuerza es

CUADRODE LOS PERÍODOS PALEONTOLÓGICOS Ó DE LOS GRANDKS CICLOS DE LA HISTORIA.

ORGÁNICA DE LA TIERRA.

I . PRIMER CICLO.

1.2.3.

II

4.5.fi.

III.

7.8.9.

•IV.

10.11.12.

V.

13.14.

•15.

EDAD ARQUEOLjITICA.(Edad de los Acraniams y de las Algas.)

Edad primordial antigua óEdad primordial media —Edad primordial moderna —SEGUNDO CICLO. EDAD PALEOLÍTICA.

(Edad de los Peces y de los Heléchos.)

Edad primaria antigua óEdad primaria media —Edad primaria moderna —

TERCIE CICLO. EDAD MESOLTTICA.

(Edad de los.Reptiles y de las Coniferas.)

EDADPR1MORD AL.

Peí iodo liHtrentino.Período cámbrico.Períoáo silúrico.

EDAD PRIMARIA..

Período dievónieo.Período carbonífero.Período pérmico.KDA.D SECUNDARIA.

Período triásico.Período jurásico.Período cretáceo.

Edad secundaria antigui óEdad secundaria media —Edad secundaria moderno, —CUARTO CICLO. EDAD OEMOLITICA,. EDAD TERCIARIA.

(Edad de los Mamíferos y de los árboles de hojas caducas.)(') Período eoceno.

Período mioceno.— Período plioeeno.

QUINTO PERÍODO. EDAD ANT&OPOLITIOA. *n*D WATBRNARIA.

(Edad de los Hombres y de los arbole i cullioados.)ó Período glacial.— Período po3t glacial.

Edad terciaria antiguaEdad t3rciaria mediaEdad terciaria moderna

Edad quaternarja antiguaEdad quaternaria mediaEdad quaternaria. moderna Psrlodo de la civi izncioa.

EEVISTA EUROPEA.—27 DE OCTUBRE DE 1878. N.° 241

confesar que es un problema completamente in-soluble.

El expesor del sedimento que actualmente sedeposita durante un siglo, y el cual se ha que-rido emplear en este cálculo como unidad demedida, varía en las distintas localidades segúnla diversidad de condiciones. Así sucede quetiene poco expesor en el fondo del Océano, enel lecho de los rios anchos y ele los pequeños ma-res, y en los lagos qne tienen afluentes pococaudalosos; pero es relativamente considerable

en las riberaa en que el mar se estrella con vio-lencia, en la embocadura de los grandes rios quetienen un largo curso, y en los lagos que recibenlas aguas de afluentes considerables: en la em-bocadura del Mississipí que acarrea grandescantidades de limo, el depósito no excede de600 piéa en 100.000 años: en el fondo del marlibre y á una gran distancia de las costal, ape-nas está representado el acarreo de un largo es-pacio de tiempo, por algunos pie9 de sedimen-tos. Aún en las costas, en las cuales se deposita

CUADROD E LAS F O R M A C I O N E S PALEONTOLÓGICAS Ó D E LOS S E D I M E N T O S F O S I L Í F E R O S

D E L A CORTEZA T E R R E S T R E .

TEBRENOS. SISTEMAS. FORMACIONES. SIHOMMO DI U S FORMACIONES.

V. Terrenos cua-ternarios ó gru-po de las capasa n t r o p o l í -ticos (antropo-zoicos.)

IV . Terrenosterciarios óca-|pas (cenozói-'eos).

III. Terrenos secundarios ó ca-pas mesolí ticos(mesozoicos).

II. Terrenos pri-marios ó capasp a l e o l í t i - /eos (paleo zói-cos).

I. Terrenos pri-mordiales ó ca-pas arqueólogicos (arqueo-zóicos).

XIV. Moderno.(Allurium).

XIII. Pleistoceno.(Diluvium).

XII. Mioceno. \(Terciario neutro). |

XI. Mioceno. <(Terciario medio).

X. Eoceno.(Terciario antiguo)

IX. Cretáceo.

VIII. Jurásico.

VII. Triásico.

VI. Pérmico.(Arenisca roja mo-derna).

V. Carbonífero.(Hulla).

IV. Derónico.(Arenisca roja an-tigua).

III. Silúrico.

II. Cámbrico.

I. Laurentino.

36. Actual.35. Eeciente.

34. Post-glaeial.33. Glacial.

32. Auvernina.31. Subapenina.30. Talúmica.29. Limbúrgica.23. Arcilla.27. Caldra basta.26. Arcilla de Londres.25. Creta blanca.24. Arenisca verde.23. Neocómica.22. Weáldiea.21. Portlándica.20. Oxfórdica.19. Battaónica.18. Liásica.17. Keuper.16. Muschelkalk.15. Arenisca abigarrada.14. Zechstein.13. Arenisca roja mo-

derna.12. Arenisca carbonífera.11. Caldra carbonífera.10. Pilton.9. Ilfraeombe.8. Linton.7. Ludlow.6. Llandoyery.5. Llandeilo.4. Postdam.3. Longmynd.2. Ladrador.1. Ottawa.

Aluvial superior.Aluvial inferior.

Diluvial superior.Diluvial inferior.Plioceno superior.Pliocenio inferior.Mioceno superior.Mioceno inferior.Eoceno superior.Eoceno inferior.Eoceno medio.Cretáceo superior.Cretáceo medio.Cretáceo inferior.Aparición de las selvas.Oolita superior.Oolita medio.Oolita inferior.Formación del lias.Trias superior.Trias medio-Trias inferior.Pérnico superior.

Pétnieo inferior.Carbonífero superior..Carbonífero inferior.Derónico superior.Derónico medio.Derónico inferior.Sihurioo superior.Sitmrico medio.Sihurico inferior.Cámbrico superior.Cámbrico inferir.Laurentino superior.Laurentino inferior.

N.° 244 E. HAECKEL.-—PERÍODOS Y ARCHIVOS DE LA CREACIÓN. 527

proporcionalmente mucho limo, el espesor delas capas acumuladas en ellas durante un siglo,puede no tener más que algunas líneas, ó algu-nas pulgadas si el depósito se ha formado sobrerocas duras. Los cálculos hechos coa este mo-tivo son muy dudosos en todos los casos, y po-demos asegurar que nunca llegaremos á repre-sentarnos, ni aun aproximadamente, la inmensaduración necesaria para la formación de aque-llas capas neptúnicas, siendo únicamente posi-bles algunas apreciaciones relativas.

Desdeluego quesi no se tomasapor medida denada mas quela duración geológica elexpesor deaquellas capas, se cometería un error grosero,porque sabido es que ha habido una perpetuaalternativa de elevaciones y depresiones de lacorteza terrestre, y que las diferencias minera-lógicas y paleontológicas que se observan en doscapas ó en dos formaciones inmediatas auper-.puestas, corresponden verosímilmente á un in-tervalo de muchos miles de años, durante loscuales ha permanecido fuera del agua la locali-dad que se examina; no habiendo podido, por lotanto, volver á depositarse nuevamente el se-dimento, sino después de aquel intervalo, cuandopor efecto de una depresión, volvió otra vez á su-mergirse la misma localidad. Pero como entodo aquel tiempo se modificó considerablemen-te la constitución inorgánica y orgánica de di-cha localidad, no pueden los nuevos estratos te-ner la misma composición ni encerrar los mis-moa fósiles que los anteriores.

Sólo admitiendo una serie de elevaciones y de-presiones sucesivas del suelo, podremos expli-carnos fácilmente las sorprendentes diferenciasquo existen entre Ion fósiles de dos estratossuperpuestos. En el dia todavía se producen engran escala estas alternadas elevaciones y de-presiones del suelo, que se atribuyen á la reac-ción del núcleo central en fusión, sobre la cor-teza sólida del globo. De este modo se elevanperpetuamente las costas de Suecia, y una par-te de las riberas occidentales de la América delSur, mientras que las costas de Holanda y unaparte de laB costas orientales de la América delSur, van descendiendo lentamente. Estos dosinveraos movimientos se afectúan con gran len-titud, así que, en un siglo, sólo llegan á mediralgunas líneas, algunas pulgadas, ó cuando másalgunos pies; pero si este movimiento se conti-núase por espacio de cientos de miles de años,bastaría para formarlas más elevadas montañas.

Es evidente que en el curso de la historia or-gánica de la tierra, han debido efectuarse sininterrupción, en diversos puntos del globo, os-cilaciones del suelo, análogas á las que observa-mos en nuestros día*. La distribución geográfi-ca délos organismos bastaría para indicarlo, sino hubiera otras pruebas. Pero para apreciar ensu verdadero valor nuestros documentos paleontológicos, es muy importante demostrar que lasactuales capas no se han depositado sino duran-te los lentos movimientos de depresión del suelo,debajo de las aguas, y de ningún modo durante

Espesor relativo de los cinco sistemas de capas.

IV. Sistema de las capas terciarias. 3.000 pies.

III. Sistema de las capas mesolítieas.Depósitos de la edad secundaria.15.000 pies próximamenta.

II. Sistema de las capas paleolíticas.Depósitos de la edad primaria.42.000 pies próximamente.

CUADROde los sistemas de capas,neptúnicas fosilíferag, couindicación de su espesor

medio.130.000 pies próximamente.

I. Sistema de las capas ar-queoli ticas.

Depósitos da la edad primordial.

70.000 pies próximamente.

Eoceno, Mioceno, Plioceno.

IX. Sistema cretáceo.

VIII. Sistemajurásico.

VII. Sistema triásico.VI. Sistema pérmico.

V. Sistema carbonífero.

IV. Sistema devónicoIIT. Sistema silúrico. 122.000 pies próximamente.

II. Sistema Cámbrico.lá.000 piós próximamente.

I. Sistema Laurentino.30.000 pies próximamente.

528 BÉVISTA EUKOFEA. 27 DE OCTOBÍÍE DE 1878. N." 244

los períodos de elevación A medida que* el suelodesciende gradualmente más que el nivel delmar, loa sedimentos se van formando en unasaguas cada vez más tranquilas, en las cualespuede operarse sin perturbaciones su condensa-ción en rocas. Por el contrario, cuando el suelose eleva lentamente, las líltimas capaz sedimen-tarias que se depositan, participan, con los fósi-les que contienen, del movimiento de las olas1,con cuyo choque acaban por ser destruidas, y;con ellas lo» restos orgánicos que contienen. Todasestas sencillas, al par que importantes razones,prueban, que los estratos formados en un largoperíodo de descenso del suelo son los que única-mente pueden contener gran cantidad de restosorgánicos. Si dos formaciones sedimentariasdistintas corresponden á dos períodos de descen-so del suelo, también distintos, nos veremosprecisados á suponer que entre ellas ha existidoun largo período de elevación, del cual nada ab-solutamente sabemos, porque no ha podido con-servarse ningún resto fósil do los animales yplantas que en aquel último período han viyido.Pero ]os períodos de elevación que no han deja-do huella alguna, no deben por eso desdeñarse-,ni son menos importantes que los períodos al-ternos de descenso, cuyos estratos fosilíferos nospermiten apreciarlos aproximadamente, puestoque la duración de los primeros es Casi seguroquenb lia sido menor que la de los segundos.

Comprendereis por todo lo dicho, que nues-tros documentos relativos á la historia de lacreación necesariamente tienen que ser imper-fectos, y lo son tanto más, cuanto que, duranteaquellos períodos de elevación, el mundo animaly vegetal ha debido variar do un molo particu-lar; á lo menos esto es lo que nuestra teoría noapermite sospechar. Cuantas veces, en efecto,la tierra firme se eleva sobre las aguas, otrastantas se forman nuevas especies, porque losanimales y las plantas, fortuitamente deposita-dos en este nuevo suelo, encuentran en élunvasto campo para el concurso vital que favoreceel desarrollo do estas nuevas especies. Por elcontrario, durante el gradual descenso de unaregión, las probabilidades están en favor de laextinción de numerosas especies, produciendoasí un movimiento retrógrado en la formación.especifica. Los tipos intermedios que existenentre las antiguas y las nuevas especies, han de-bido vivir especialmente en los períodos de ele-

vación, y por lo tanto, como queda dicho, nóhan podido dejarnos restos fósiles.

Otras circunstancias desfavorables vienen áaumentar los notables y sensibles vacíos que losperíodos de elevación han dejado en nuestrosarchivos arqueológicos. Entre ellos figura enprimera línea el estado metamórfico de los gruposmás antiguos de capas sedimentarias, que son pre-cisamente las que contienen ó han contenidolos restos de las launas y floras más antiguas,los restos de las formas anteriores, originales,de las cuales han descendido los más recientesorganismos, y que por lo tanto, tienen paranosotros un gran interés. Precisamente aquellasrocas, es decir, la mayor parte de las capas pri-mordiales ó arquoolíticas, casi todo el sistemaLaurentino, y gran parte del sistema Cámbricono contienen ningún resto que pueda determi-narse, lo cual consiste simplemente en queaquellas capas han sido modificadas y meta.-morfoseadas posteriormente por la acción delfuego central. La temperatura incandescentedel núcleo terrestre ha modificado por completola estructura de aquellos originales estrato»,haciéndolos pasar al estado cristalino, lo cualha producido la completa destrucción de losrestos orgánicos depositados en aquellos sedi-mentos. Por efecto de felices casualidades sehan conservado, sin embargo, algunos do aque-llos restos, como ha sucedido con el máa anti-guo de los fósiles conocidos, el Eozon Ganadense,encontrado en las capas más inferiores del sis-tema Laurentino. Por otra parte, los depósitosde carbón cristalino (grafito) y los de calizacristalina que se encuentran mezclados con lasrocas metamórficas (mármoles), nos prueban'sinduda alguna que los estratos de aquella natu -raleza contenian en otros tiempos restos fósilesde animales y plantas.

La extremada pobreza de nuestros archivos dela creación, consiste en que hasta el dia sólose ha explorado geológicamente una pequeñapartéele la superficie del globo. Las investiga-ciones geológicas se han hecho especialmente enInglaterra, en Alemania y en Francia; así que,sabemos muy poco de las demás naciones doEuropa: de Rusia, España, Italia y Turquía, encuyas regiones sólo sehan explorado algunas lo-calidades, permaneciendo las róstante» casi des-conocidas (1). Lo mismo se puede decir de la

(1) No es cierta en absoluto e t i apreciaron da

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América septentrional y de las India» orienta-les, en cuyos países, sin embargo, se han estu-diado algunos distritos, mientras que de la casitotalidad del Asia, que es el continente másextenso, no sabemos casi nada, ni tampoco delÁfrica, escepcion hecha del Cabo de Buena Es-peranza y de las costas de aquel continente quebaña el Mediterráneo. Vemos, pues, que apenasse ha estudiado paleontológicamente, ni explo-rado con detención más que la milésima partede la superficie terrestre. Tenemos, pues, fun-dados motivos para esperar que el dia en que lasexploraciones geológicas tomen más incremen-to, hemos de descubrir muchos fósiles impor-tantes. Esta esperanza se fortifica y consolidacon el auxilio do los hechos, puesto que hemosvisto aparecer fósiles muy notables en las raraslocalidades de África y Asia que han sido cui-dadosamente exploradas, habiéndose descubier-to en ellas una serie especial de tipos animales.Conviene tener en cuenta que las construccionesde ferro-carriles y la explotación de las minas,favorecen esta clase de descubrimientos. Porotra parte, no hay que olvidar que el fondo delos mares actuales comprende un gran espacio,inaccesible, por ahora, á las investigaciones pa-leontológicas, de donde se dice que el hombrenunca llegará á conocer los fósiles de las edadesprimitivas que existen en aquellas vastas regio-nes; quedando únicamente la espeíanza de po-der estudiarse cuando, después de muchos milesde años, el fondo de los mares se convierta encontinentes é islas, por efecto de lentas eleva-ciones. Si consideráis que los continentes noocupan más que las dos quintas partes, próxi-mamente, de la superficie del globo, y que las

Haeckel, en lo menos á lo que á España ae refiere, por-que sabido es que, habiendo, adquirido en nuestra na.cion, un gran desarrollo la industrial minera, se hanexaminado geológica, mineralógica y hasta paleontológi-camente, la mayor parte de nuestras provincias; ha-biéndose publicado obras tan notables como El Manualde Geología aplicada y El Compendio de Geología delSr. Vilanova y Piera, aparte de raulttiud de monogra-fías relativas a la ciencia geológica y á la prehistórica,entre las cuales figuran una Descripción geológica de laPontevedra, del malogrado Sr. Valenznela y Ozores;El origen, naturaleza y antigüedad del hombre, porel mismo Sr. Vilanova; la excelente obra del Sr. Vi-Uaamil y Castro, titulada Antigüedades prehistóricasde Galicia, y otraa que sería prolijo enumerar, (Notadel Traductor.)

TOMO XII

otras tres quintas partes están sumergidas, com-prendereis cómo esta circunstancia tiene quecausar un inmenso vacío en nuestros documen-tos paleontológicos.

Existe además otra serie de dificultades queproceden, en paleontología, de la misma natu-raleza de los organismos que se estudian. Enprimer lugar, es un hecho que sólo las partesduras son las que se depositan en el fondo delos mares ó de las aguas dulces, sumergiéndoseen el limo y fosilizándose. Los huesos y losdientes de los vertebrados, las cubiertas ca-lizas do los moluscos, los esqueletos de quitina ylos calizos de los radiados y de los corales, laspartes y duras leñosas de las plantas, son los ór-'ganos que con más facilidad se fosilizan; pero senecesitan circunstancias excepcionalmente fa-vorables para que las partes blandas, que sonlas que constituyen la mayor parte de los orga-nismos, puedan llegar al fondo de las aguas enun estado á propósito . para ser fosilizadas, ócuando menos, para dejar en el limo una claraimpresión de su contorno exterior. Si, pues, te-neis en cuenta que la mayor parte de los orga-nismos no tienen ninguna parte sólida, como,.por ejemplo, sucede á las medusas, á los moluscossin concha, á muchos articulados, á casi todoslos gusanos y á muchos vertebrados inferiores; ysi os fijáis en que, precisamente las partes másimportantes délos vegetales, como son las flores,son tan blandas y delicadas que muy rara vezpueden estar bien conservadas, comprendereisque no estamos en el caso de esperar que se ha-yanse encontrar restos fósiles de tan interesan-!tes organismos. Además, en casi todos los seresorgánicos son tan delicadas las formas transito-rias de la primera edad, que de ningún modosirven para la fosilización; por lo tanto, los fósi-les que se encuentran en los sistemas de capasneptúnicas, sólo nos representan algunos rarostipos, y frecuentemente sucede, que sólo nosofrecen algunos fragmentos de aquellos tipos.

Conviene también tener en cuenta que elcuerpo de los organismos marinos tiene más pro-babilidades de conservarse en las capas sedi-mentarias, que el de los organismos de tierra yde agua dulce. Para que los de la tierra se fosi-licen, es preciso que sus cadáverea caigan acci-dentalmente en el agua y se sumerjan en lascapas sedimentarias que estén en vías de petri-ficarse, lo cual depende del acaso. Es, por lo

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530 BBVISTA EUROPEA.—TI DE OCTUBRE DE 1878. N.° 244

tanto, muy natural que la mayor parte de losfósiles sean restos de animales marinos, y quelos fósiles de animales terrestres sean relativa-mente raros. De las circunstancias fortuitas queentran en juego en estos hechos, podréis juzgarpor el siguiente hecho: no poseemos sino elmaxilar inferior de un gran número de mamí-feros fósiles, especialmente de todos los mamí-feros de la edad secundaria, lo cual consiste enque aquel hueso es relativamente más resisten-te, y además se separa con mucha facilidad delos cadáveres que flotan en el agua, dirigiéndoseal fondo de ella, en donde es absorbido por eldepósito sedimentario. Eso nos explica por quéen una capa caliza jurásica de Oxford, en In-glaterra, en los pizarrales de Stonesfield, no sehan visto hasta ahora más que maxilares infe-riores de muchos marsupiales que son los ma-míferos más antiguos, no habiéndose encontra-do ni una sola pieza del resto del sistema óseode aquellos animales. Para proceder con su or-dinaria lógica, los adversarios de la teoría evo-lutiva debian deducir de este hecho que aquellosanimales no tuvieron mas que un solo hueso,que era el maxilar inferior. Hay otros hechosque vienen á demostrar la diversidad de cir-cunstancias fortuitas que han debido limitar elcampo de nuestros conocimientos paleontoló-gicos; citaré entre ellos las impresiones tan nu-merosas é interesantes qae se pueden ver en losdepósitos de areniscas muy extensos, como su-cede en la arenisca roja del Connecticut, en laAmérica septentrional. Aquellas impresionesprovienen manifiestamente de vertebrados, pro-bablemente de reptiles, de los cuales ni el me-nor resto poseemos, así que las huellas de suspasos son los únicos documentos que acreditanque aqueBÉf€éseonocidos animales han existidoen otro tiempo.

Considera también que no poseemos sinouno ó dos ejemplares de muchos fósiles importantes, y tendréis una nueva idea de los milesde acasos que han limitado nuestros conocimien-tos paleontológicos. Hace próximamente onceaños que se ha encontrado en el sistema jurási-co, la impresión de un ave en estremo impor-tante para la filogenia de toda la clas8 de lasave3. Todas las que hasta el dia se conocen,constituyen un grupo uniformemente organiza-do; y entre ellas y las demás clases de anima-lea, sin esceptuar los reptiles que son los que me-

nos difieren, nó existen formas de transición.Aquel ave fósil del terreno jurásico, tania, enlugar de la cola ordinaria de las aves, una colade tortuga; pero hemos supuesto en nuestra teo-ría, fundándonos en muchas razones, que lasaves descienden de los reptiles, y el hecho queacabo de citar confirma esta suposición. Vemosclaramente aquí que aquel fósil único, no solonos da noticias sobre la antigüedad de las aves,sino que tiende á pro bar su consanguinidad conlos reptiles. Este ejemplo no es único:, existenotros grupos orgánicos, cuya historia ha sidotrasformada por completo por el descubrimien-to de un solo fósil; pero á posar de todo esto, nopodemos menos de confesar que nuestros docu-mentos paleontológicos son muy incompletos,puesto que de un gran número de fósiles impor-tantes, no poseemos más que raros ejemplares óalgunos fragmentos de ellos.

Otro vacío más grande y más sensible produ-ce el hecho de que las formas intermedias queunen las especies, no suelen comunmente con-sevarse, por la sencilla razón de que, en virtuddel principio de divergencia de los caracteres,están menos favorecidas en la lucha por la exis-tencia que las variedades más divergentes queproceden del mismo origen. En lo general, lasformas intermedias desaparecen con rapidez,mientras las formas más divergentes puedenconservarse por mucho más tiempo á título deespecies independientes, porque como están re-presentadas por un número mayor de individuos,tienen más probabilidades de dejar fósiles. Deesto no se deduce que las formen intermedias,nunca se conservan, porque lo verifican á vecesmuy bien, con lo cual sucede qae los paleontólogos clasificadores se encuentran con frecuenciaperplejos y tropiezan con dificultades insupera-bles al intentar fijar, aun arbit rariamente, los lí-mites de las especies.

Tenemos un notable ejemplo de esta dificul-tad en la célebre Paludina de agua dulce deStubenthal, en Steinheim, en el Wurtemberg,cuyo molusco proteiforme ha sido descrito, yacomo perteneciente al género Paludina, ya algénero Valvata, ya á la especie Planorbis multi-formis. Las conchas de aquellos pequeños mo-luscos, da un color blanco nevoso, forman másde la mitad de una colina caliza de la edad ter-ciaria, y tienen unas formas tan ádmirablemon-te variadas en aquella localidad, que ]ax más

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acentuada* han sido descritas como compren-diendo, á lo menos, veinte especies distintas, yhasta pndiendo agruparse en cuatro géneros.Pero aquella* formas extremas están unidas portantas formas intermedias de tal modo gradua-das, que Hilgendorf ha podido trazar con lamayor facilidad el árbol genealógico de todo elgrupo. Las formas intermedias abundan tam-bién en otras muchas especies fósiles, como enlas ammonites, las terebrátulas, los esquinos,las actinias, etc., hasta un punto que constitu-yen la desesperación de los clasificadores.

Resumid todos los hechos que acabo de citar,cuya lista me sería muy fácil ampliar, y ya noos admirareis de ver aquellos grandes vacíos, nide la extremada imperfección de los archivospaleontológicos de la historia de la creación.Sin embargo, los fósiles actualmente exhu-mados tienen un gran valor, y su importancia en la historia de la creación puede compa-rarse á la de la famosa inscripción de Roseta yá la del decreso de Canope (A.bokir) bajo el pun-to de vista de la historia propiamente dicha, dela arqueología y de la filología* porque así comoel campo de la historia egipcia se ha aumentadopor medio de aquellas dos inscripciones, mercedá la clave de los geroglíficos que nos han dado,así sucede que, en muchos casos, algunos huesosde un animal, ó una impresión incompleta de untipo animal ó vegetal, sirven de sólida base parahacer la historia de todo un grupo, y para for-mar su árbol genealógico. Un par de pequeñosmolares encontrados en la formocion keupricadel Trias, ha bastado para probar la existenciade los mamíferos desde el período triásico.

Darwin está conforme con Lyell, el más no-table de los geólogos modernos, y así lo expresaal ocuparse de lo imperfecta que es la historiageológica de la creación, en las siguientes fra-ses: uLa historia de la creación, tal y como nosla presenta la paleontología, es una historia dela tierra imperfectamente conservada, y escritaen dialectos que continuamente se están modi-ficando. Hasta nosotros sólo ha llegado el últi-mo volumen de esta historia, y aun de este vo-lumen, que no se refiere sino á una parte de lahistoria terrestre, no tenemos más que algunoscapítulos salteados, de cuyas páginas únicamen-te poseemos algunas líneas sueltas. Como cada,palabra de la lengua que se emplea para escri-bir esta' historia se va multiplicando sin cesar,

1 n la serie délos capítulos, se la puede compa-rar, cuando se interrumpe, á ciertos tipos orgá-nicos que parecen modificarse bruscamente enla inmediata sucesión de capas geológicas muyd^íitintas entre sí.ti

Teniendo siempre en cuenta la extremadaimperfección de nuestros documentos paleonto-lógicos, no nos sorprenderemos dé vemos redu-cidos á hipótesis inciertas cuando pretendemostrazar el árbol genealógico de los distintos gru-pos orgánicos. Sin embargo, además de los fó-siles poseemos todavía, felizmente, otros docu-mentos, que no sólo tienen el mismo valor queaquellos, sino á veces mucho más para la his-toria genealógica de los organismos. Los másimportantes de estos documentos son induda-blemente los que nos suministra la ontología óhistoria evolutiva del individuo (embriología ymetamorfología). Esta evolución nos describe ágrandes rasgos la serie de las formas por lascuales han pasado los antepasados del individuoá partir del tronco del árbol genealógico; y éo-mo esta historia de la evolución paleontológicade los antepasados representa para noáotros lahistoria genealógica, la filogenia, podemos for-mular la ley fundamental" y biogenéíicá si-guiente: nLa ontogenia es una repetición, unabreve y rápida recapitulación de la filogenia,en consonancia con las leyes de 1» herencia yadaptacion.n Al recorrer, desde el principio desu existencia individual, una serie de formastransitorias, cada animal y cada planta nos re-prodiwen con una rapidez Sucesiva y en susrasgos generales, la larga y lenta serie evolu-tiva de las formas transitorias por las cualeshan pasado sus ascendientes détide las más re-cónditas edades. (Morf. gen., II, 6, 110, 300)Pero el bosquejo filogénico trazado rk>r la onto-genia de los organismos es de ordinario más ómenos inexacto; y lo es tanto más, cuanto másha predominado, en el Curso de las edades, laadaptación sobre la herencia, y cuanto másenérgicamente han obrado las dos leyes de laherencia abreviada y de la adaptación recipro-ca; pero todo esto en nada disminuye él granvalor de aquellos trazos de este bosquejo, queverdaderamente son exactos.

El valor de la ontogenia es sobre todo inaprecia-ble para el conocimiento de la más antigua evolu-ción paleontológica; porque de aquellos1 antiguos,stalos transitorios dé'los1 gtüpoay de laV clases.

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no nos ha quedado ningún resido fósil, lo cualno podia menos de suceder, dada la delicadezay blandura de las partes constituyentes de ta-les organismos. iQué fósil hubiera podido con-servar la huella de los hechos tan importantesque la ontogenia nos descubre, y decirnos quelas más antiguas formas originales comunes alconjunto de los¡animales y plantas han sido ensu principio simples células ó huevosi iQuéresto petrificado hubiera podido demostrar quela infinita variedad de las formas de los orga-nismos poli-celulares procede simplemente dela multiplicación, del agrupamiento federativo,y de la división del trabajo de las células? Y sinembargo, todos estos hechos están establecidospor medio de la ontogenia, la cual de este modonos ayuda á llenar los muchos grandes huecosde la paleontología.

Pero no son la paleontología y la ontogenialas únicas ramas del saber humano que nos su-ministran títulos genealógicos que atestiguan laconsanguinidad de los organismos, porque laanatomía comparada nos ofrece también algu-nos cuyo valor no es monos digno de ser apre-ciado. Siempre que dos organismos, diferentesexteriormente, son casi idénticos en su extructu-ra íntima, se puede deducir sin vacilar que laidentidad procede de la herencia, y que la dis-paridad procbde de la adaptación. Comparad,por ejemplo, las manos, ó mejor, las extremida-des anteriores de nueve mamíferos diferentes, ásaber: hombre, gorila, orangután, perro, foca,delfín, murciélago, topo $ ornitorinco, y en-contrareis eu los esqueletos de todos ellos, cual-quiera que sea la diversidad de las formas exte-riores, los mismos huesos, en igual número, enla misma posición y agrupados del mismo modo.CJne la mano del hombre difiera muy poco de lasde sus parientes más cercanos, el gorila y elorangután, seguramente que á cualquiera pa-recerá natural; pero que la pata del perro, la aletade la foca y del delfín estén esencialmente cons-truidas de la misma manera, de fijo que ha decausar más sorpresa, la cual llegará á su colino,cuando se convenza de que los mismos huesosconstituyen también el ala del murciélago, lapata en forma de azadón del topo y la extremi-dad anterior del mamífero más imperfecto, quees el ornitorinco.

El volumen y la forma de los huesos de lamanos de todos estos animales, son los que han

sufrido notables modificaciones; pero su núme-ro, su disposición, au manera de articularse, nohan variado en nada. í, A qué podremos atribuiresta admirable homología, esta paridad de laestructura interna y esencial que existe ocultabajo la diversidad de lasformas exteriores, si noes á una común herencia procedente de arítepa-sados también comunes? Pero si pasando á otrogrupo inferior, al ¡de los mamíferos, nos encob-ramos con que las alas de las ares y las extre-

midades anteriores de los reptiles y de los anfibios¡stán esencialmente constituidas de la mismamanera, y comprenden el mismo número de hue-sos que los brazos del hombre y que los miem-bros anteriores de los demás mamíferos, debemosdeducir, con toda seguridad, que todos aquellosvertebrados han tonido un origen común. Laanalogía de las formas fundamentales nos indi-ca, por lo tanto, <ín éste como en todos los ca-sos, el grado de consanguinidad los seres orgá-nicos.

ERNESTO HAECKEL.(Traducción de Claudio Cuvairo.)

EL DERECHO Y U M0IUUDAÜ.Breve exposición crítica del concepto del de-

recho en la historia de su filosofía.

(Conclusión.)

Trendelenburg, restaurador, en cierto modo,de la verdadera doctrina aristotélica, funda launidad del ser y del pensar en el movimien-to (1), y de este movimiento deduce un tripleproceso: el ético, el físico y el lógico, cuyos tresaspectos fseitej encuentra en el derecho. En laconsideración ética del derecho sienta Trende-lenburg muy acertadas opiniones; pero al consi-derarlo bajo el aspecto físico, cae en la preocu-pación común de asignar al derecho el carácterde coactivo como necesario; por lo que mira alaspecto lógico, en él desenvuelve algo de la bio-logía jurídica y de la parte artística del dere-cho.

• Véanse los números 236, 237, 238, 239, 240, 241,24-2y 243 páginas 260, 292, 326, 360, 369, 437, 461 y 478.

(1) Trendelenburg.— Logische Untermnkungen (In-vestigaciones lógicas.—Dritta naluraU sulla base dell,Etica. —Trad. dell' Aw- Niooola Mondagno, 1873.

N.° 244 LEOPOLDO ALAS. EL DERECHO Y LA MORALIDAD. 533

Viniendo al primer grado de la determina-ción, al ético, halla Trendelenburg en él el es-fuerzo del individuo, por llegar al todofVers-iArkungJ y el organismo del todo (GliederiingJ.Esto le lleva á reconocer el valor sustantivo decada esfera de ser, así del individuo como partedel todo y como integrante para el todo. Contal sentido, el filósofo de Oldenburgo penetra enel fondo del derecho, pues lo considera comoesencial en el ser, no como viniendo de fuera, yreconoce que se enlaza orgánicamente por todala interior variedad del ser. El principal defectode este autor es la importancia que dá al ele-mento coactivo en el derecho, considerándoloesencial; y respecto á la distinción y unión conla moral, peca de vaguedad de concepto, puesconstantemente se le vé confundir los términos,y por esto se le hace imposible la precisión entan importante aspecto dol asunto.

Krause (1) habia concebido el derecho comoel organismo de la libre condicionalidad; y,Ahreus, muy especialmente consagrado á la fi-losofía del derecho, desarrolló las doctrinas desu maestro; mas no ciertamente de modo queno sea posible sacar de ellas consecuencias dis-tintas de las del profesor de Gante. Ahreus ex-pone el concepto del derecho viéndole ya en larelación; pero esto mismo le arrastra al error deno considerarlo como absoluto, y al de hallaren eso una distinción de la moralidad. Ahreusdice que el derecho tiene au fundamento en lafinitud y condicionalidad del hombre, siendoinseparable de estas propiedades (2).

Con razón advierte el Sr. Giner que estaconcepción del derecho es característica de todala llamada escuela naturalista del derecho y quees bien extraña en Ahreus. Pero no por casua-lidad escribió lo copiado el ilustre filósofo, puesla relatividad y aún, en cierto modo, reciprocidad del derecho parecen, en su idea, notas esen-ciales del derecho mismo. Así dice en la página42 de su Enciclopedia jurídica (3), que el dere-cho consiste en la condicionalidad, no ya de

(1) El distinguido filósofo Sr. Ortí y Lava hizo en sulibro acerca del panteísmo de Krause una critica nomu; fundada de las ideas del filósofo alemán, referen-tes al derecho. Traduce con exactitud sus palabras,pero al comentarlas dá pruebas de no haber penetradosu pensamiento.

(2) Enololop. jur. cap. II, p. 58.(3) Trad. Glner,-N. del autor.

parte del ser condicionante (das BedingnissJ n isólo por la del condicionado (das BedingbnissJ,sino que es el mutuo determinarse de lo coexis-tente (das Sicheinanderbesümmen des Zugieich-eiendenj. Esto lo toma de Krause, es cierto,pero Ahreus añade por su cuenta en la mismanota: naquí puede expresarse la diferencia en-tre la moralidad y el derecho. Consiste la pr i-mera en la propia determinación para finea ra-cionales, el segundo en el recíproco determi-narse unos á otros para estos mismos fines.

Ya hemos visto, en su propio lugar, que nila reciprocidad es característica del derecho nila distinción entre moralidad y derecho se fun-da en nada de lo que Ahreus dice.

Al examinar más concretamente las relacio-nes de la moralidad y el derecho escribe lo quesigue: nEl derecho no ha de inquirir ante todolas intenciones, sino que debe limitarse á exa-minar la ocasión y fundamento, base de actosexternos, y en determinados casos á sus motivosmorales, que ha de tomar en cuenta para laformación dol juicio jurídico.» (1) En el capí-tulo anterior hemos visto cuan falso es fundarel derecho en la libertad exterior, que en reali-dad no existe, y vimos cómo quedaba lo mismoque la moralidad, dentro de la libertad real,racional siempre interior, concluyéndose deaquí que la intención era también esencial enel derecho, lo mismo que en la moralidad.

El Sr. Giner juzga vagas estas distincionesque establece Ahreus; esta vaguedad la atribu- "ye elv-^profesor español á que Ahreus estima elderecho: primero, sólo como relación social, sibien espiritual y ótica: segundo, como sometidosiempre y en todo su contenido y sus esferas ála autoridad de los poderes públicos del Es-tado.

Roder en quizá, y ya lo indicamos, el autorque entre los extranjeros más de acuerdo sehalla con el concepto del derecho que hemosanalizado en la conciencia; en su notable obrasobre la filosofía del derecho (2) ha reconocidola esfera interna do su acción, siguiendo, comoadvierte el Sr. Ginor, el precedente señaladoparticularmente porLeibnitz y Krause, á que noha sido agena la escuela teológica.

Dejamos dicho más arriba que, á pesar de

(1) Obra citada.(2) Grand'züge des NidurrechU (Principios de dore"

oho natural.)

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haber comenzado nuestro estudio por atender almodo cómo las llamadas escuelas positivistasentienden la idea del derecho, finalizaríamos eltrabajo, volviendo rápidamente y por pocotiempo la mirada hacia esas mismas doctrinas;y lo haremos con la oportunidad que ofrece eliniciarse hoy en nuestro país un movimientocientífico favorable al positivismo, al naturalis-mo mónico y cuantas escuelas reniegan de loabsoluto, á lo menos en el terreno científico.

La filosofía jurídica del positivismo (comtistalo mismo que evolucionista) bien puede califi-carse, sin irreverencia, de pié forzado. El dere-cho, para el positivismo clásico, el de A. Com-te (1) tenia que pasar por los tres célebres esta-dos: el teológico, el metafísica y el positivo.Durante el primero se buscaba el fundamentode la sociedad, la legitimidad del derecho enuna fuente sobrenatural, que es como hoy to-davía las escuelas teológicas pretenden fundar lajusticia; vencida la imposición dogmática, llega«1 estado metafísico en el cual, por medio deabstracciones filosóficas, se quiere obtener unprincipio filosófico, racional absoluto, para ci-mentar sobre él el derecho; y por último, apare-ce en la presente edad el espíritu positivo, que,fundándose en los hechos y dando de mano todaconstrucción filosófica a priori, no ve la idea delderecho, sino el desarrollo histórico de la hu-manidad perfeccionándose en la justicia, ensan-chando, siempre que es necesario, los moldea desu actividad; pero sin ser guiada por un princi-pio, creando, en fin, ella para sí en cada mo-mento el derecho que más le conviene.

Esta teoría de A. Comte es hoy mantenidaespecialmente por el positivismo francés; pormasque Mr. Libtré se haya creido en el casode no admitir solidaridad filosófica de escuela,con el "Sistema de Política positiva» del maestro;obra en que predomina, según Libtré, el méto-do subjetivo aunque en diferentes pasages apa-rece ula garra del leonu.

Por más que Libtré rechaza las tendenciasy conclusiones de Comte, su obra sigue siendola capital y más digna de consideración en estaescuela, porque á pesar de tales protestas losmodernísimos positivistas nada han producidoen esa rama del saber, que llaman sociología,digno de reemplazar la obra de Comte, pues no

(1) Gomte.—(Euvreseompl.

merece tenerse en gran consideración la exage-rada tendencia, copiada de autores extranjeros,hacia el naturalismo monista y mecánico. Den-tro de la misma Francia hay quien combate, ensus exageraciones, e3a doctrina (y sin ser idea-lista ciertamente); doctrina que pasa del mundoinorgánico al orgánico y de este al sociológico,como de grado á grado, sin atender á nuevasleyes, y creyendo que idénticamente siguen r i -giendo las mismas del mundo natural y ellassolas. Spencor, el más autorizado representantedel evolucionismo no extrema tanto como al-gunos positivistas franceses la unidad de lasfuerzas universales, unidad simple según mu-chos; así Spencer no pasa de la Biología á lasociología directamente, sino que se detiene enla psicología y la consagra dos tomos por sepa-rado y aun en la sociología no pequeño lugar.

Pero el positivismo francés lo ha entendidode otro modo, y no hace del estudio del hombreindividual una ciencia aparte, como fundamen-to para la ciencia sociológica, sino que en estaestudia de una vez lo que debió quedar siempredistinguido.—Mr. Henri Marión nota esta pre-cipitación delpositivismo (1); y Mr. Acollas (2),en una obra reciente que consagra á estas mate-rias sociales y al estudio de los principios revo-lucionarios, después de declararse francamenteateo y positivista, combate el determinismo ab-soluto, y la evolución no ya* como la entiende elpositivismo naturalista de su patria, sino el mis-mo Spencer. Mr. Acollas comprende la necesi-dad de leyes sociales basadas en algo distinto dela mecánica racional, y desdeña á los que, abu-sando de la metáfora y de la alegoría, toman alpié de la letra el mecanismo de la sociologia.

Pero si la sociologia, tal como la entiende elpositivismo francés vulgar, no es obra seriamen-te científica, tampoco se espere en autores máscautos y profundos encontrarla bien definida.El positivismo discreto, sin duda, el mási dignode consideración, ha hablado, por fin, de estepunto, ha dicho cuál es su pensamiento jurídi-co, en que funda la sociedad; y como cosa nue-va, nos ha presentado la teoría del miedo. Cua-lesquiera que sean los méritos de Spencer.comoobservador profundo, y por copiosa que sea la

(1) Bevu&philosophique. Alio 1877;(2) Philosophie de la Scienee polMque et Commen*

taires de la Declaration des Droitíde VBommem 1793,par Emite Acollai.

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riqueza de sus datos, y por grande que se nospresente su habilidad para deducir de ellos hi-pótesis probable, es lo cierto que no penetra enel último fondo de las cuestiones, y esta omisiónes en él sistemática. Su teoría de la evolución,aplicada á los orígenes de la sociedad, le hacecaer en contradicción para concluir en vague-dades y dejar la dificultad en pió. En la prime-ra parte de la sociología que titula Los datos dela Sociología, llega, después de análisis prolijos,á esta deducción de las leyes particulares que hacreido encontrar: "Así como el miedo á los vi-vos ea el resorte político, el miedo á los muertoses el resorte religioso."

Spencer confiesa que los tiempos primitivosno son conocidos, que no podemos imaginarcuáles eran,y cómo I03 elementos extrínsecos (se-gún su nomenclatnra) de la primera sociedad;y añade que tal vez el estado de los salvajescontemporáneos, por el que juzgamos el estadoprimitivo, sea en muchos casos de decadencia,y sus costumbres y caracteres signifiquen un re-troceso (retrogression), en vez de un progreso(progression). Esta consideración tan acertada,no le impide estudiar como primitivos estos,que acaso sean elementos decadentes; y la igno-rancia, que confiesa, del modo de ser do la vidaprimitiva, de la época de la aparición de la so-ciedad y del medio en que se desarrolló, tam-poco le impide suponer una falta absoluta, unvacío, en los hombres primitivos, de todo lo quesirve de base moral á la vida jurídica. La evo-lución jamás podrá estudiar los orígenes, á pesarde consistir su empeño en explicar el desarrolloy su ley en todos los seres. Otra notable contra-dicción de Spencer está en que reconoce en lasfacultades intelectuales del hombre que llamaprimitivo (aunque no lo sea), una superioridadque muchos le han negado.

"Debemos tener por cierto, dice, que las leyesdel pensamiento son en todas partes las mismas,y que todas las nociones que posee el hombreprimitivo, las inferencias que de ellas saca sonsiempre racionales, n Con motivo pregunta H.Marión. "¡Cómo se concilla esto con aquellaotra aseveración de que »es un error pensar quelos espíritus de lo* salvajes son como los nues-tros, y que la naturaleza humana es en todaspartea la misma) n Adornas, osa lógica segura,imperturbable del hombre primitivo, ten qué sefunda, si la razón empieza á aparecer, si sale de

las sombras de no se sabe qué estado anteriorirracional? Como se ve, Spencer, al tratar défrente, con lealtad y profundo pensamiento estosproblemas de los orígenes de la espiritualidadhumana, cae en confusiones y contradiccionesimposibles de evitar con semejante criterio;porquo si otros autores de sus ideas no incurrenen los mismos inconvenientes es porque huyenla dificultad. Bien puede asegurarse que hastaahora en materia sociológica (jurídica para nos-otros) nada ha dicho el positivismo más dignode atención que los trabajos de Spencer, y nohay más que leerlos para notar que en tratán-dose de determinar algo el evolucionismo so em-brolla, se contradice. Y no hay remedio, porquede no dejar absolutamente intacto el problemade los orígenes se opone á su propio criterio queestablece la incognoscibilidad de la fuente pri-mordial .

Si se reconoce, por una parte, que faltan da-tos de la época realmente primitiva; y por otra,que, hasta donde puede remontaras el conoci-miento histórico, el hombre aparece con lasmismas facultades fundamentales, ¿con quérazonse puede negar el carácter do congénitas y pri-mitivas á esas propiedades morales que se opo-nen á las teorías materialistas de pactos, coac-ciones, selecciones, adaptaciones, etc., que nopasan de hipótesis desautorizadas)

Los trabajos de Wandt y tantos otros sobrela moralidad y la justicia como desenvolvimien-tos psicológicos, sin principio ni ley, como se-lección y adaptación natural, son ya menos dig-nos de consideración que los de Spencer, puestodos los defectos de lógica y las vaguedades ycontradiciones que en él hemos visto, aumentanen tales autores, los más fisiólogos que en malhora meten la hoz en el campo de las cienciasmorales.

Diremos, no obstante, algunas palabras acer-ca de dos obras recientemente publicadas y queautores españoles han recomendado como resu-men de la expresión última, hasta el dia del po-sitivismo en punto á nuestra matoria.

Nos referimos primero á la obra de FunkBrentano (1), el cual sostiene que el bien no esabsoluto, sin que admita este autor que se letenga por utilitario particularista ni general.Resucita la teoría socrática; la moralidad es la

(1) La civilización y mí leyes.—Moral social.

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moral; esto es, la moralidad es la ciencia de estamisma propiedad. Ovidio y San Pablo, dice, seequivocan al sostener que el hombre puede co-nocer y no seguir el bien. Lo de

Videor meliora proboque deteriora sequor,le parece absurdo, y no concede a] hombre el li-bre arbitrio. Como máxima moral presenta ésta:i'sirve al género humano en tí y en los demás,»pretendiendo que la moral social precede á laindividual. Después de todo, su moral es la delinterés, pues no determina qué bien ha de pres-tarse, ni le dá base ética superior. Todo esto loexpone Funk Brentano en la Introducción desu libro; luego trata de las costumbres y las le-yes, y con este motivo niega la existencia delderecho a1 soluto. "Por sí mismo, dice, el hom-bre no tiene derechos: toda la sociedad humanaestá fundada sobre la reciprocidad de los debe-res; sólo la .sociedad animal descansa en unareciprocidad de derechos que se originan en cie-gos impulsos, n Para nosotros, la negación de lanecesidad de los derechos recíprocos, no es erró-nea; pero en el sentido que aquí se la dá, no po-demos asimilarla á nuestra investigación.

El otro autor á quien nos referíamos, esA, Swientoehowski (1), que también se hacepaladín del relativismo, niega á las ideas mora-les el carácter de innatas, y viene á decir lomismo que Hartmann, porque escribe lo si-guiente: »La naturaleza no hace distinción en-tre lo justo y lo injusto, ii dando á estas palabrasel mismo sentido que el filósofo pesimista, el desuponer que la noción de justicia es puramentehumana y social.

Swientochowski sienta, á manera de dogma,este principio: "Los conceptos y juicios moralesmejores y más dignos de ser aceptados deben ellugar que ocupan en nuestra razón á nuestracivilización, á nuestra educación y probable-mente también á la herencia psíquica, n Paraprobar tesis tan atrevida, el autor polaco no ha-lla mejor argumento que el testimonio de los et-nologistas y se refiere á Burton, Eyre y Lubbockque recogieron datos_ favorables á la no existen-cia de ideas morales en los pueblos primitivos:no, ciertamente, porque Burton y Lubbock ha-yan vivido entra aquellos pueblos, sino porque,juzgando por analogía, más ó menos reales, to-man sus experiencias, hechas entre los salvajes,

11) Ensayo sobre el origen de las leyes morales, 1876,

como si fueran de los tiempos primitivos. Des-pués de lo visto al tratar de los "Datos de lasociología 11 de Spencer, no es necesario pararse árefutar estos pretendidos argumentos.

"La evolución individual, secundada por !aevolución sucial, pone al hombre en posesióndel mundo moral en que hoy vive, como sinunca hubiera sido de otro modo." Esto afirmaSwientochowski, pero no nos dá pormenoressobre la manera de originarse de una serie lar-guísima de actos la ley, que de una vez tieneque ser la misma, para ser lo que es; ni dice enqué momento de la serie se verifica el milagro.Por fin "el egoismo es el primer móvil, y la so-ciedad se ha asegurado por la alianza de losegoísmos, n

No es necesario seguir. Es extraño que talesautores, teniendo á su disposición todas las ex-travagancias que la fantasía puede sugerir noofrezcan mayor novedad en sus hipótesis.

Estas son las obras que á un positivista es-pañol lo parecen excelentes monumentos; ins-pirado por los cuales, so atreve á decir que un" Wedade Ceylann tendrá un derecho embriona-rio, y un hombre instruido, por ley natural,mayores derechos que un ignorante (1).

Lamentable confusión es esta entre el dere-cho en sí y las formas temporales del derecho,que dependen en cada caso de los fines del ob-jeto jurídico.

A lo más á que llega el concepto del derechoen los positivistas sistemáticos (los qne á todacosta pretenden tener toda la ciencia dentro desn escuela) es al formalismo kautiano de lalibertad exterior como característica del dere-cho: los más se detienen en el sensualismo utili-tario .

Hemos terminado nuestro trabajo: hemosexpuesto, sin atender á influencias históricas, elconcepto del derecho hallado en la concienciacomo real, no sólo por pensarlo sino por sor asíel derecho en nosotos: hemos aplicado el mismoprocedimiento á la moralidad para distinguirladel derecho; y, en capítulo aparte, complemen-tario, hemos procurado trazar á grandes rasgosla historia del concepto del derecho, haciendode paso lijeras observaciones criticas.

(1) Estassen,—'JU2 oonceple de I derecho. RevhtaCon*temporánea, 1877.

N.° 244 B. DE MEDINA.—EL LUJO EN LA HISTORIA, 837

Y esa historia nos demuestra lo que indicába-mos en la introducíon: que hoy se hallan apo-deradas de la expeculacion jurídica, como detoda otra, corrientes poco favorables al progresode la verdadera filosofía; y que la del derechonecesita, para conseguir útiles resultados, ce-ñirsa á las rigorosas, pero saludables exigenciasde la reflexión sistemática: porque la ciencia ealibre dentro de la razón es libre dentro de la ra-zón y bajo sus leyes.

LEOPOLDO ALAS.

EL LUJO EN LA HISTORIA,

Nada inénos que doce años, una gran partede la vida, ha consagrado un autor francés,M. Baudrillard, al estudio de la historia dellujo. Así lo afuma otro ilustrado escritor de lavecina república, en uu curioso artículo encami-nado á dar cuenta de la importante obra publi-cada por aquél como resultado do su estudio, ydel que con igual objeto vamos á ofrecer un ex-tracto á nuestros Iectore3.

M. Baudrillart, dice el articulista á quien nosreferamos, qne es M. Paul Laffite, no debe sen-tir el trabajo que se ha tomado ni el tiempo queen él ha invertido.

Ha hecho un viaje, á través del pasado, largoy difícil, indudablemente; pero ¡cuántos objetosinteresantes no ha encontrado en el camino,cuántas cosas olvidadas, cuántos puntos de vistanuevos!

¡,Hay alguna relación entre las diferentes for-mas de gobierno y el desarrollo del lujoí

Montesquieu ha escrito que »en las repúblicasdonde las riquezas están igualmente repartidas,no puede haber lujo.» Pero, ¿cuál es la repúblicaen que las riquezas se hallan repartidas poriguali Esparta tal vez. En ella, efectivamente,se ofrece un ejemplo do igualdad ante la rique-za, ó, por mejor decir, ante la miseria. Másiquién pensaría en proponer á Esparta como unmodelo <l nuestras sociedades modernas, funda-das sobre el trabajo y la libertad? Hoy ya sabe-mos que las virtudes en la ciudad da Licurgo sehallaban mezcladas de un modo extraño con losvicios; que más de uno, entre eaos héroes espar-tanos que admirábamos desde los bancos del co-

legio, merecería hoy estar en alguna prisióncorreccional.

iBuscuremos en,. Atenas la república idealiAtenas no desconocía el lujo, ni Florencia, tarapoco. Hasta se nos asegura que al otro lado dulAtlántico, los nietos de los puritanos se dejanseducir algunas veces por el atractivo de „ unacivilización refinada. La verdad es que el lujapuede existir bajo todas las formas de gobierno,si bien sus caracteres no son los mismos en unamonarquía que en una república.

Bajo un gobierno absoluto, el lujo se concen-tra eu un solo hombre. Luis XIV hubiera podi-do decir: nEl lujo soy yo.» Si un superinten-dente de hacienda trata en una brillante fiestade rivalizar en lujo con el soberano, éste se con-sidera ofendido; el lujo de un subdito llega Aser un crimen de lesa majestad. Y es que el 1 ¡joen los gobiernos absolutos es una. prerogativareal. Generalmente, las pompas, las ceremoniastienen un carácter personal, un carácter na-cional.

Eu los Estados despóticos le Oriente la mujerno era más que un objeto de lujo, ssgi'n el di-cho de Montesquieu; en las monarquías abso-lutas de Occidente, ha sido una causa del lujo yá ella ae deben los mayores extravíos. u¡E:icuánto,—exclama el historiador francés,—se po-drá calcular, en los gastos del lujo de las ma -narq.úas donde hasta la galantería ha llégalo áser un asunto de Estado, el tráfico da empleos,las intrigas secretas, las transacciones en que Io3intereses públicos se han sacrificado, y la situa-ción del país se ha comprometido en e) exteriorpor elecciones indignas, por amaños ó arterias

.que tienen su origen en el interés, el capricho óla fortuna de una mujer!» ¿Está recargado elcuadro] No, por cierto. El lujo extremo frenteá frente de la extrema miseria. Há aquí esebuen tiempo antiguo que nos decantan!

En los países en que la aristocracia forma unaclase política y llena una función, el lujo tienegeneralmente un carácter elevado, casi severo.Una aristocracia digna de este nombre compren-derá siempre, como lo ha comprendido muybien la aristocracia inglesa, que la dignidad dela vida, la superioridad del espíritu, el nobleempleo de la fortuna, son los mejores medios deconservar la autoridad social. Es preciso dis-tinguir (así lo ha hecho M. Baudrillart) las aris-tocracias territoriales y las aristocracias comer-

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clan tes. Las primeras tienen un lujo más sólido, .no tan excesivo, menos en lo que se refiere á la (

domesticidad, que es á veces superabundante. :En el empleo de sus riquezas, las aristocraciasterritoriales dedican una parte á lo útil. Los jvastos parques, tan comunes en los grandes dominios de Inglaterra, son un objeto de lujo muycostoso, dado el valor del suelo; pero en losmismos dominios se crian numerosos rebaños.

Los grandes bosques al rededor de la antiguamorada de familia, Son también un lujo; pero elpropietario de esa masion tiene más lejos cam-pos que cultiva y explota. Esta es la gran vida,high Ufe, corno dicen los ingleses; pero al mismotiempo es una vida seria y armoniosa, que noofende, que no humilla á nadie. Las aristocra-cias comerciantes tienen un lujo más variado,más ficticio algunas veces. Viven en los grandescentros, y son. por lo tanto más propicias á losgoces individuales. Poseen la riqueza mobiüariamás fácil de cambiar, y por esto atraen ó re-ducen. Sucede con mucha frecuencia que la fortuna atquirida por una generación es destruidapor la siguiente, lo cual rara vez acontece en lasaristocracias territoriales. Hay que reconocer,sin embargo, en honor de las aristocracias co-merciantes, que el lujo en ellas es generalmentefl fruto del trabajo personal, y que en las grandes épocas de la historia han favorecido indus-trias muy relacionadas con las artes, han prote-gido & las artes mismas, y se puede decir conM. Baudrillart.

>> ¡Cuantas otras maestras hablan todavía ensu favor!ii

¿Cuáles son en uua democracia los caracteresdel lujo? •

En una organización social basada en el pri-vilegio, la ociosidad era un signo de nobleza;pero en la que cada uno es, más ó menos, hijode sus obras, el trabajo es lo que horjra.

En la primera, por el derecho de pricaogeni-uitura, por los mayorazgos, por las sustitucio-nes, era fácil que una gran fortuna se trasmi*tiese intacta de una generación á otra. En lasegunda, las fortunas se dividen, se aminorany no tardan en desaparecer, si el trabajo no lassostiene y vivifica. {Qué necesitaba antigua-mente un heredero? Una especie de virtud ne-gativa, que consistía en mantener el equilibriode su presupuesto, en recibir con una mano ygastar con la otra, abriendo las dos á un tiem-

po. Hoy, por el contrario, le hace falta unavirtud positiva, necesita saber producir, á ries-go de arruinarse, y elevarse si no quiere des-cender. En torno suyo se agita la pequeña pro-piedad, acrecentándose poco á poco. »Es muyde notar, dice M. Baudrillart, que hoy aun enios países regidos monárquica ó ; ristourática-mente, la pequeña propiedad gana terreno ámedida que vá siendo mayor la libertad civil.nY no solo se subdivide la riqueza territorialsino también la mobiliaria: Los pequeños capitales se unen, se confunden y acometen empre-sas considerables. En semejante sociedad haytambién lujo, pero en su grado mínimo. Se vémonos fantasía en la vida de algunos, pero ma-yor bienestar en la de todos. Las necesidades sevan creando; primero las del cuerpo, despuéslas del espíritu.

En nuestros dias, los ábreos de la industi'iaestán mejor alimentados, mejor vestidos y me-jor alojados que hace cincuenta años; también sehallan más instruidos. Para la mayor parte dehombres, un libro ha sido por mucho tiempoun objeto de lujo; hoy ya es, y cada vez lo serámás, un objeto de necesidad.

Pero veamos el reverso de la medalla. El mé-rito pjrmite aspirar á todo, y generalmente to-dos tienen propensión á concederse algún méri-to. ¿Se quiere hacer una fortuna, enriquecersepor el esfuerzo personal] En buen hora; nadamás digno. El riesgo no está tanto en querer serrico como en querer parecerlo; y ésta observa-ción no se dirige solamente á los hombres. "Lasmujeres, dice M. Baudrillart, gustan de hacescomparaciones; es una de sus vocactones másdecididas en este mundo. Donde el hombre secontenta con ver, la mujor compara. Y nada haymás peligroso en cuestión de lujo. ¿Cuándo de-jaremos de compararnos con nuestros iguales ysuperiores? ¿A. dónde iríamos á parar si á todotrance quisiéramos superar á aquellos é igualará estos] La mujer experimenta ese deseo y se lo•inspira á su marido. (.Dónde no se encuentra esaEva tentada y tentadora]

Los excesos del lujo no son menos temiblesen una democracia que en cualquiera otra clasede gobierno, pero se traducen bajo diferente for-ma. Lo que hay 'que temer en una monarquíaabsoluta ó en una aristocracia, es el gran lujo, elque devora ó consume vastas riquezas en unahora de locura.

va a. oz LUJ> ES LA nnroau. -53)

Y lo lamentable ea una democracia es el me-diano lujo, to lo de apariencia y exterior, quehace ostentación de lo superfino cuando falta lomis preciso, que penetra en Ia3 mi.3 modestasf.-trailiaa, destruyendo el fruto del trabajo, j,Seráp>r esto por lo que se ha dicho qua la democra-cia exige mayor virtud] ¿Debe esta virtud llegará la renuncia completa? La escuela rigorista asilo entiende, puesto qua nos dice: limitad vues-tros deseos á lo estrictamente necesario; supri-mid las necesidades ficticias. Pero es cosa de su-primir la decencia, la política, las emociones es-téticas, todo lo que constituye el encanto y lanobleza du la vida? Esto equivaldría^ conducir-nos á las cavernas de la edad de piedra.

Más ¿qué decimos? La edad de piedra tambiéntuvo su lujo, en los adornos groseros que se es-culpían sobre pedazos de hueso ó de cuerno. Lujorelativo indudablemente; pero el lujo no es siem-pre una cosa relativa?

Para demostrar M. Baudrillart lo que hay ¡deexagerado en las doctrinas de la escuela risoris-ta, cita á muchos cronistas del siglo XIV y delsiglo XV que desacreditaban lis mis simples innovaciones. Cuando so empezó á hacer uso delas chimeneas, clamaron contra la relajación delas costumbres. Al emplearse la madera de robleen las construcciones, dijo uno de ellos triste-mente: »En otro tiempo, los hombres, nadamás, eran de roble, no las casas.n Llegan loscasos de servirse de tenedores para comer en vezde empleer los dedos, de reemplazar con colcho-nes los jergones y de sustituir las teas con velasde sebo ó de cera, y un escritor italiano, JuanMusso, enumera todas estas mejoras, calificán-dolas de escándalos.

Bajo . una forma más seria, se han renovadoen nuestra época los ataques á las novedades dela industria y contra el acrecentamiento delbienestar ola comodidad. jPero son justificados?No, ciertamente, si la riqueza queda siendo loque debe ser: un medio, no un fin; un instru-mento de trabajo y de progreso, no un ideal su-premo.

Lo que se debe condenar, contra lo que hayque clamar, no es el lujo, sino, como diceM, Baudrillart, contra el lujo abusivo. ¿Dóndecomienza el abaso? se dirá. Y en esto, como entodo, es difícil marcar un límite absoluto; peroante ciertos signos no cabe engaño. Guando losintereses materiales dominan en un país por

coinplato, y la riqueza. &i comí ler*la sVbrd t >-do, nadie piensa mil qua en haberse ríe»; elcamino del trabajo parecí largo, y 99 prelera elde la especulación; a\ movimiento de los cam-bios reale3 se añade el de las operacionea ficti-cias; se lwce fortuna rápidamente, y rápidamen-te también se pierde; las clases medias, á toda,costa, quieren igualar á las altas clases; se per-sigue el placer, no por el placer m'wmo, sinocomo signo exterior de riqueza, en la alta es-fera se busca el aturdimiento en las fiestas; enla baja se recurre á la taberna; el rico despreciaal pobre, y el pobre responde á su desprecio conodio. Hé aquí el lujo abusivo en sua fatales con-secuencias. »Entonce», dice M. Baudrillart, 1»guerra de las clases no espera más qae un pre-texto para estallar.» Y luego, añado: "Siempreterminan con sangre los llamamientos álos ape-titoa desordenados. u

El arte es un lujo, dicen algunos. i Y quéíEl lujo abusivo uo es menos peligroso, bajo- elpunto do vista artístico, que bajo el punto dsvista social. En un pueblo entregado i los ex-coso» del lujo, se rebaja el ideal del arte, puestoquo se funda en lo que parece, en lo que brilla,en lo que fascina. La forma se subordina á lamateria: nada de piedra, nada de bromee; se ne-cesitan estatuas de plata y do oro. Las grande»líneas de la arquitectura desaparecen bajo 1»profusión de disparatados adornos, y se ve íes-arrollarse esos estilos floridos que caracterizanlas épocas de decadencia. La pintura, reducidaá seguirlas inspiraciones de la moda, abandonalas composiciones serias pos los cuadros de, gé-nero más fáciles, y sobre todo más lucrativea.La misma literatura tiene también su lujo, numal lujo, que es el abuso de los epítetos y de kaimágenes; el estilo se amanera, resulta alambi-cado, recargado de oropal y lentejuelas; se con-funden los procedimientos de las diferentes ar-tes; el escritor no escribo, sino que pinta4 ó tie-ne la pretensión de pintar.

La cuestión del lujo no. es solamente unacuestión de moral, sino también de lujo. Sersencillo es la gran regla, así en el arte como OHla vida. Y el lujo puede tener su sencillez. Ye-rnos pasar dos mujeres; una de ellas lleva untraje de rica tela, pero sobrio do adornos, y jp.-yas de gran precio, pero pocasj este es un laja

: de buena ley, que descansa en una sólida fortu-i na y que no choca. La otra ostenta muclho*

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adornos y muchas alhajas; pero los adornos sonde mal gusto y las alhajas falsas; ¿qué senti-miento puede inspirar semejante lujo? Dispén-sesenos el apólogo; lo cierto es que juzgamos lascosas según las relaciones, según las asociacio-nes de ideas que en nosotros hacen nacer. Ellujo que despierta ideas de armonía, de poder,de gusto, nos parecerá siempre legítimo en cier-ta medida; el lujo que inspira ideas de desorden,de ostentación, de variedad, tiene algo de des-preciable .

Otra forma hay qae se desarrolla natural-mente en los Estados democráticos: el lujo pú-blico; puede mostrarse en una ceremonia com-memorativa de cualquier acontecimiento de lahistoria nacional, ó en los funerales de un pa-triota ó de un sabio ilustre, ó en las fiestas dela industria y de la agricultura, como las de queFrancia ofrece en la actualidad un buen ejempío. El lujo público, más que el privado, debetener su grandeza y su moralidad; debe contri-buir mucho á la instrucción, al arte, á la cari-dad. Un dia se dijo á los hombres: w¡Enrique-céosln y esta palabra ha producido los tristesresultados que de ella se podian esperar. A lospueblos es á quien hay que decir: »¡Enrique-ceos, no para gozar, sino para fundar escuelas,Museos y hospicios! n Éste es el verdadero lujo,el lujo digno de los tiempos modernos. De estemodo es como podrán nuestras democracias ha-cerse opulentas, sin dejar do ser viriles, así escomo podrán sustraerse al odio, á la envidia, álas violentas reclamaciones, á las guerras sona-les, en que hallaron su ruina las democracias dela antigüedad.

RICARDO DE MEDINA .

NOTAS DE VIAJE.

LA ISLA DE CAPRI.(Cmclusion.)

La raza capriota es fuerte, bien templada, demoderado desarrollo é inteligencia pronta. Nohay en ella personas muy gruesas, de exageradovolumen, igual que no las hay, según mis obser-vaciones, en los puntos expuestos á todos los vien-tos, como si las fuertes corrientes de aire pulierany afinaran las formas, dando reconcentrada soli-dez á los músculos.

Las mujeres son de noble aspecto, sin arrogan-cia. Tienen regular estatura, hermosa cabeza, f ao-ciones delicadas, destacándose del conjunto delrostro la extrema blancura de la completa y apre-tada dentadura, que contrasta con el color de lafina piel empañada por la luz del sol y los airesdel mar.

Tan proverbial como su belleza es su castidad.¡Raro contraste en la historia de esta isla, las pu-ras costumbres de hoy con la báquica y corrom-pida era tiberiana! Hechas las correspondientessalvedades que la prudencia aconseja, puede de-cirse que cada isleña es un modelo de virtud sal-vaje. Está muy mal visto que á las muchachas de-dicadas á guiar artistas y pudientes por aquellosriscos y vericuetos se les diga con segunda inten-ción: nbuenos ojos tienes.n Tanto es así, que losmás constantes en galanteo concluyen por decir-les: upor ahí te pudras,u viendo su casta obsti-nación.

La obligada insistencia con que he habladosiempre de borricas, nunca de borricos, empleadasen el acarreo dé los señores, habrá chocado, quizá,la parspicacia del agudo lector, á quien debo laexp icacion del hecho. Hela aquí. Para evitar todoescándalo de la vista, lo mismo que del ¿ido, es.»tan desterrados de la isla los individuos de la fa-milia asnal componente de la parte masculina. Losojos y las orejas cerrilmente piadosos, ó piadosa-mente cerriles de las doncellas capriotas, estántan perfectamente educados como los de la másremilgada inglesa.

Pero como la moral, la religión, la estética yotros órdenes de cosas por el estilo, son relativasan cada pueblo, según el modo con que el ser ra-cional entrevé lo abstracto ó lo impalpable, resul -ta que aquellas mujeres de tan vidriosa pudicicia,enemigas del inocentísimo amor cuadrúpedo ensus legítimas manifestaciones, no hallan incon-veniente alguno, cuando airosas descienden á laMarina, en mirar por encima de los bardales lasatezadas formas de los zagalones del país, y lasblancas de los extranjeros que se bañan al airelibre. Misterios de la humana naturaleza.

Las artes del buen decir no han logrado muchodesarrollo entre aquellos sencillo habitantes. PorCapri dicen Crapi, por Tiberio Timberio; al templode Mithras, llamado entre los latinos Mithrat an-trwm, magnum, le nombran Matromacia los cultos,y Matrimonio los indoctos.

Para el que no está muy avezado á la sonora len-gua toscana, que es la más usual entre los extranjeros que viajan por Italia, el dialecto napolitanoes una mortificación y el caprese un tormento; porque de éste no se entiende nada de lo poco qué seentiende en aquél.

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Además del niño que sabe español, porque pro-nuncia clara y distintamente las tres interjeccio-nes españolas de que dejo hecha mención en otrolugar, hay en Gapri algunos otro3 que chapurranmedia docena de frases francesas, con alguna queotra inglesa. Del alemán, á pesar de que van mu-chos alemanes á la isla,' no saben una palabra,pareciéndose eu esto á la mayor parte de los quele aprenden por principios fuera dol territorio enque se habla.

Tampoco el municipio de Gapri se distinguepor *sus letras. A la entrada de un huerto dondese descubrieron algunas ruinas pertenecientes ála Villa-Tiberio, tiene colocado el siguiente letre-ro: Tilla-Tiberio recentem.en.te scoverta I' an%o 1875.De modo, que andando el tiempo, de aqut á unsiglo, lo mismo que hoy, la villa está descubiertarecientemente.

31 de Jvli9.~H.-y, llagado el momento de la par-tida, bajo tristes auspicios. El cialo está anubar-rado, la mar picada, el ánimo melancólico por laadespedidas.

Marcho en una barca de doce remeros, acompa-ñado de dos napolitanos decidores, que son comolos andaluces de la península italiana. La embar-

t cacion cabecea horriblemente con el oleaje; los na-politanos derrochan un caudal da gracejo, á cadalance del viaje, que se hace pesado, por tenerconstantemente el punto de llegada delante, sinpoder llegar á él en seia ú ocho horas.

A lo mejor de la charla, oimos un estrépitoprolongado que nos dejó suspensos. Los marinossoltaron á un tiempo los remos, al grito de\mamma mia\ pronunciado con terror por un tri-pulante, el primero que vio un enorme cetáceo,tre3 veces más grande que la barca, surgir á lasuperficie de las aguas, á diez metros de distancia.Conticuere omnes.

Nos hallábamos justamente á mitad de caminode Capriy de Ñapóles. Mirábamos á ambos pun-tos sin saber lo que hacíamos. El timonel retomendó el silencio y la inmovilidad. Todos obedecimosatónitos, mirando laa aguas por donde habia des-aparecido el animal, y creyendo que podia apare-cer nuevamente tan próximo á nosotros, que deun coletazo esparciera la barca con 3US trebejos yocupantes por la región dal aire. Afortunadamen-te, inofensivo el cetáceo, salió hasta tres veces,alojándose tanto qus no le volvimo? á vor.

Tornó la calma al ánimo perturbado, la respira-oioii al pacho, los remos á las manos de los rema,ros, y á charla minos viva loa napolitanos que-pálidos como la cera,, se habían escondido bajo losbaueÓ3.

Jura no volver e/i barca por aquella latitud, ha-bisndo tan buenos vapores qua hacen la travesía.

Desde el muelle de Ñapóles eavié nn saludo á laisla que abandonaba. • =

POMPEYA.LO PROBABLE.

Corría la noche del 24 de Agosto en el año 79 déla Era Vulgar. Pompeya, una de las célebres ciu-dades que coro.ponian la privilegiada región de laCampania, descansaba sobre la falda oriental delVesubio, cuyo humeante y rojizo penacho subíarecto á perderse en el claro oscuro del espacio quelos brillos estelares de un cielo sereno y las rever-veraciones de la luna sobra la tarsa superficie delgolfo de Ñapóles penetraban de tenue claror.

De los recortados jardines construidos dentrode las caaas opulentas, de las vastas villas situa-das extramuros, de los boscajes que circundaba»,la población, se desprendían emanaciones lletsS»de fragancia que la picante bris\ marina llevaba-hasta los cubículos donde se daban al sueño losmás felices moradores de la bella ciudad.

Las paredes de estas cámaras, cubiertas de bri-llante estuco vigorosamente coloreado, sobre elque resaltaban las graciosas aqtitudes del cuerpohumano, el sencillo movimiento de los animales,los grupos de flores y frutos y los caprichosos deesa fina ornamentación característica del estilopompozano, permanecian ocultas por las sombras.Solamente en I03 dormitorios, alumbrados por 1»discreta luz de una pequeña lucerna alzada sobreelegante columnita, podia contemplarse los pasa-jes principales de la vida de los dioses ó de los hé-roes cantados por los poetas, si es que la vista norecalaba sobre bruñidos bronces que se eiicen-dian al contacto de los rayos luminosos, pasandodespués á los zarzillos y abrazaderas da oro lucien-te que constituían el adorno de la hermosa damaque allí se entregaba al reposo. Tendida sobre ellecho con incrustaciones de marfil que servia demarco á su incitante figura, apenas sí los abando-nos del sueño permitían adivinar la imagen delpudor en las pulidas formas que los paños dejabandescubiertas.

De los asuntos olímpicos ó heroicos , los másescogidos para las composiciones murales eran losamorosos, triunfando los referentes á Venus fíti •ca, protectora de Pompeya, como lo da á conoceruno de los principelas fréseos pintados en oaaaprincipalísima, en qua se representa á la diosa conel psplum sobra las rodillas, estrechando el largocetro de oro, sentada sobre el Tritón, y alargandola mano á Cupido como para daacandaf á la playaen donde una jóveu matrona, pewonificaciom d«

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la ciudad, la recibe libando sobré; un ara aguir-ualdada.

No lodos los sueños eran tan apacibles como elde la dama; machos ciudadanos- eonstituidos enautoridad ó negociantes acaudalados, cuyos nom-bres aparecían inscritos en las fachadas de sus ca-gas, serevolvian entre las angustias con que la am •bicion y la avaricia logran perturbar hasta lastranquilas horas de la vida. Algunos otros se des -pertaban ansiosos, creyendo haber sido nombra-dos decemviros, cuando en realidad solóse sabiade ellos que su candidatura estaba escrita á lapuerta de algunos despachos de bebidas calientesy de comestibles, cuyos dueños recomendaban enunión con sus parroquianos, por todo progamaelectoral, los nombres de dichos caballeros.

Sin embargo, la dulzura en las costumbres, co-mo el cultivo de las pasiones afectivas (conse-cuencia de de aquellas costumbres, que lo suavede la naturaleza del lugar ablandaba) eran lo pre-dominante en Pompeya. El umbral de las puer-tos de entrada saludaba con el pacífico Have; elparro guardián que impedia el ingreso á los estra-ños sólo estaba representado en un mosaico delprótiro, como en la casa del poeta trájico; y en losmuros de peristilos, columnas de los jardines, ósitios á propósito, se leian frases y versos, pro-tegiendo el sueño de una dama, hablando de amorá una doncella, ó celebrando la generosidad de unrico qtie re gala á sus amigos y parásitos con ex-quisitos vinos y manjares.

Por las calles de la ciudad habia cesado el es-trépito de los carros rodando sóbralas poligonaleslosas de lava que formaban el empredrado. Eltráfico quedaba paralizado hasta el alborear deldía siguiente. Algunos individuos, muy pocos,transitaban aun á lo largo de las altas aceras enlas vías principales, cortando el ruido de sus pa-sos la monotonia de los caños de agua que caíanen los pilones de las fuentes colocadas en las es-quinas. Otros aparecían y desaparecían por en-tre los huecos de loa elegantes propileos de lospórticos. La mayoría de estos vigilantes se diri-gía á sus domicilios; eran contados los que sin-tiendo el aguijón de la impureza acudían á sitiosinfamas, donde se reproducían al vivólos obscenosgrupos pintados en las paredes por una mano gro-sera. El eco de las carcnjados ó de los aplausos dela muchedumbre, habia espirado ya sobre las de-siertas graderías semicirculares del Teatro Cómicoy del Teatro Trájico, iluminadas débilmente por1» luna,, lo mismo que las elípticas del gran anfitea-tro. Igual silencio reinaba en los anchurosos ám-bitos del Foro, de la Basílica, de los templos con-tiguos, cuyas estatuas ornamentales mostraban alaire libre varias actitudes, y cuyas masas arqui-

tectónicas resaltaban casi totalmente por oscuroen el espacio.

Por entre las rendijas de las puertas de ciertasposadas y tabernas salían rayos de luz y ráfagasdel vocerío producido por la gante viciosa allíreunida, que por lo común disputaba sobre el mé-rito de los gladiadores. Por cierto que algunos deellos purgaban aquellas horas faltas de disciplinaen el cepo del cuartel. También velaban los cuerpos de guardia, establecidos en las puertas de laciudad, aumentando el ruido en la Marina, pordonde se entraba á Pompeya viniendo del Puerto,la cual era de más animación que las otras portener una hostería muy frecuentada de marinerosy soldados, desde donde solían escaparse buen nú-mero de blasfemias contra una imágsn de Miner-va colocada en un nicho de la pared frontera.Esta imagen, aunque de bavro cocido, tenia par-ticulares adoradores de posición, á juzgar por laslámparas votivas de plata y oro colgadas á sualrededor.

Así mismo permanecían despiertos los muchosoperarios que en los hornos con molino fabricabanel pan del dia siguiente; los artesanos á quienesla prisa ó la penuria obligaban á trabajar duran-te la noche; y acaso más de un poeta, creyendooir el fragoroso aplauso del público en los coli-seos, ó la culta aprobación ds la alta sociedad enlas exedras de las casas opulentas, recitaba versosacabados de trasladar al rollo de pergamino, ho-llando á grandes pasos las quimeras del pavimento en mosaico.

Quienes, de fijo, trabajaban eran los dos Pli-nios, tío y sobrino, ilustre el naturalista entresus contemporáneos, y en camino de celebridadel menor, que enamorado de la sabiduría se dedi-caba á prolongados estudios. Las evidentes seña-les de una próxima erupción, manifiestas en lacumbre encendida del Vesubio que por allí lan-zaba las ardientes materias que le corroían, lestenían apercibidos á la catástrofe que trataban depresenciar como hombres científicos.

El humeante y rojizo penacho siguió elevándosedurante el resto de la noche; el firmamento conti-nuó brillante, el ambiente puro, la ciudad calladay las embarcaciones del puerto, imperceptiblemente movidas por el tranquilo flujo del golfo sosegado, se agrupaban entrelazando aparentes sus palosy jarcias.

Y comenzó á lucir el nuevo dia, 25 de Agosto, yá circular gentes por las calles; primero los madru-gadores, después los que despachaban líquidos ysólidos de general consumo: cuantos servían Jentieuda abierta ó trabajaban en talleres, fábricas,

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estudios de artistas, templos, establecimientospúblicos, de todas partes iban acudiendo á elloslos ciudadanos que por obligación debian abando-nar el plácido lecho reservado á la gente regalonaó que trasnochaba.

Los conductores de reses se dirigían con ellas alPoro boario; k>3 canteros y albañiles iban, en sumayor parte, al Foro civil, á sustituir las colum-nas del pórtico, hechas de tufo, por otras de tra-vertino, y construir sobre ellas un segundo ordencubierto para dar amplitud y magnificencia al mo-numento. Igualmente restauraban allí el templode Júpiter, cuyas columnatas jónicas y corintiassuperpuestas habían sufrido mucho con el últimoterremoto.

A la basílica acudian cuantos traian entre ma-nos públicos negocios; y muchos de ellos, cansadosde esperar las decisiones da los magistrados, ó satis-fechos del éxito desu3 pretensiones, sa entreteníanen grabar letreros con elestilo en los entrepaños delas paredes. El templo de Venus, cuya ornamen-tación unia'á la severidad dórica la jónica elegan-cia, era el má3 concurrido, adorándose allí, comodioses afines á la Venus física, A Mercurio y Maia,representada en un cono de piedra, llamado Omphalot, símbolo de la tierra. En la Curia de losAn«ustale3 sa congregaban estos hermanos paracelebrar funciones cívico religiosas en honor deAugusto, y allí abrían sus despachos los banque-ros que traficaban con el cambio de moneda.

Las casas de baños y termas públicas marcabanya en su reloj solar el momento de tener dispues-tos los aparatos gimnásticos en la palestra, el es-poliatorio, los solos de agua fria, templada y calíente, los destrictarioa colocados al extremo delas piscinas para la limpieza y unciones, y todo loconcerniente á los baños da hombres y mujeres,porque ol calor da la e3tadon los llenaba de con-currentes.

En suma, los pompeyauos se entregaban á susfaenas ó placeres en publico ó en el secreto del ho-gar, cuando principió á nublarse el espléndido solque los alumbraba, como preludio da la gran catástrofe que iba á sepultar á Pompeya al influjode una arupaion volcánica.

LO CIERTO.

Se había inflamado repentinamente el Vesubio.Torrentes da materias volcánicas, mezcladas conpiedra pómez dividida en fragmentos, comauzaroná cubrir sus vertientes.

Arremolinadas nube? do denso humo ennegre-cieron el espacio, borrando el sol y todo el deste-llo de su vivida lumbre.

El cráter arrojaba un continuo metrallazo rojizo

que ib» á perderse recto en la oscuridad. El ruido»del borbotar la lava en las entrañas del monte eramedroso; el temblor de la tierra atemorizaba; elfuego, reflejándose en las ondas del golfo, simula-ba un mar de llamas que metía espanto. Lasascuas y las cenizas iban subiendo á impulsos delvolcan, las comarcas próximas, algunas da aquellasllegaron en alas del viento hasta el Egipto y laSiria.

L03 pompeyanos, fuera de sí anta una catástro-fe tan impensada y tan general, huyen despavorides en la primera hora. Escenas desgarradorasde tiernas despedidas entre parientes y amigos,de llanto por los que sucumben, de agitado deli-rio por los qua no saben qué partido tomar, llenanríe tristeza y horror los hogares y sitios públicos.

Entre tanto, los rios de hirvientes materiasque descienden de la cumbre estrian el Vesubioen varias direcciones. Apretada lluvia de arena ypedrisco vá cubriendo la techumbra y el empadrado de la ciudad.

El Mediterráneo retrocare con fieros rugidos,dejando la playa cubierta de peqas. Comienzan ásucumbir los porapayanos, unos sofocados por elhumo, otros aplastados por las piedras. Mujeresy niños agonizan en sus casas, sin valor y fuerzaspara abandonarlas. La angustia de los enfermospostrados en sus camas es horrible.

Los ciudadanos que pueden huyen por las puer-tas de los muros. Algunos llenos de ánimo ó decodicia registran las casas propias y las agenaspara llevarse el dinaro, las alhaj is, las telas ricas.Otros vuelven á la ciudad, dejpnas da habertaabandonado al primar momento de pavura, parabuscar las prendas da su corazón ó los objetospreciosos del hogar.

La riffsma confusión que reina en las vías pú-blicas, sa advierte en los alrededores del Vesubio.La puerta que lleva al Vesubio se vé completa-mente abandonada; la aglomeración es grande enla de la Marina, por ser muchos los que, llenos desobresalto, corren á salvarse en el mar; y á las de-más salidas afluyo uumaroso gentío. Unos buscanel refugio de la populosa Cápua; otros se dirigenhacíala culta Ñola; quienes, sobreponiéndose á an-tiguas misorias, olvidan ante el peligro las rivalidades existentes entre Nuceria y Pampeya, y vanal delicioso valle en que aquella so estiende; otros,en fin, toman la rata de Hereulano y de Estabia,donde su mala suerte les ofrece en espectáculo ladesolación de que v;u huyendo. Ambas ciudadesdesaparecen paulatinamente bajo las cenizas de Laerupción, muriendo an la última el mayor de losPliuios, arrollado por un turbión de fuego y azu-fre. Pensó el otro morir en la campiña mesinense.en modio de las tinieblas, sofocado por el humo y

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la ceniza. Testigo presencial de la horrorosa ca-tástrofe, ños dejó en dos cartas su tétrica' narra-ción.

Al cabo de tres dias dejó el volean de vomitarlava, sosegándose el mar y los aires. Entoncespudo verse' que Pompeya, con otras ciudades de laCampania, habian como desaparecido de sobre lahaz de la tierra, cubierta de cenizas, en Una exten-sión vasta.

AYER.

Pompeya estaba situada á doce millas de Nápo-les, en las rientes playas donde el Samo desagua,recostada sobre una colina dominante una granllanura, que entonces llegaba hasta el mar, el cualha ido retrocediendo á influjo de las erupciones,La ceñian dos murallas, una sobre otra, flanquea-das de torres y coronadas da almenas.

Piérdese su origen en la noche de los tiempos,como se perdieron sus trazas en la oscuridad deunos diaa. Una población itálica, mezclada degriegos venidos de fuera, fundó Pompeya hacia elsiglo vi, antes de la Era vulgar. Strabon suponeque la fundaron los osóos •, y la ocuparon sucesiva-mente etruscos y pelasgos. Los samnistas, bajadosde los Apeninos, t >maron posesión de ella en elaño 424, manteniéndose allí hasta el fin de la guer-ra Mársica, cuando incendiada Estabia y deshechoel ejército de Cluencio, hubieron de sucumbir loshabitadores de Pompeya á la fortuna de Boma.

Perteneció á la república del Tiber, agregándo-se á otros pueblos que reconocían á Cápua comometrópoli. En la guerra de Cartago contra Romase apoderó de ella Aníbal. Inclinada al lado de.Mario, fue vencida y saqueada por Sila, quien es-tableció allí una colonia militar, renovada luegopor Augusto.

Harta de guerrear, fue poco á poco abandonan-do su primitiva fiereza, y embelleciéndose consuntuosos edificios. De entonces comenzaron Aacudir ilustres personajes, que en su seno buscabanrefugio contra la¡? agitaciones del foro romano.

Dicho emperador la habia declarado municipio,y ííerOii colonia, por lo que, bajo la protectoraégida de sus magistrado», llegó á gozar de unaprosperidad envidiable, creciendo su renombretanto por tierra como por mar, que en aquellostiempos concurrian á su puerto muchas naves,

Guando la amenidad del sitio, la frecuencia delcomercio y la riqueza de sus habitantes la habianconvertido en una de las más célebres ciudades dala Campania, la hirió de improviso un terremotoel dia 5 da Febrero del año 63 de la Era vulgar.Li Basílica y el Foro quedaron degtruidos, tem-blando la ciudad entera sobre sus cimientos. Hu-

yeron espantados los habitantes, y Roma vaciló enpermitir su restauración. A consecuencia de aca-lorados debates que se verificaron en el Senado, seconcedió permiso para la reparación de los consi-derables perjuicios que el terremoto ocasionara.

Los temblores no se repitieron; la memoria delsiniestro se borró; pero en el año 79 se borró tam-bién Pompeya del mundo de la vida.

En 1748 de la Era cristiana se principió á sos-pechar de su existencia, con ocasión de haber tro-pezado con unos objetos extraños para ellos cier-tos labradores que trabajaban en una viña, á ori-llas del Sarao.

El rey de Ñapóles ordenó que se emprendieranlas escavaciones, y al cabo de más de un siglo dedescubrimiento, exploradas diligentemente calles,plazas, edificios públicos y particulares, ha podidoreconstruirse el tipo de la cultura romana durantela primera mitad del siglo de Augusto.

f. MOJA Y BOLÍVAR.{Concluirá.)

BIBLIOGRAFÍA.

Poesías y pensamientos del albwm de la Alkam-bra, coleccionados por Luis Seco de Lucena. Unfolleto de 50 páginas en 4.° menor.—Grana-da, 1878.

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