Revista Odisea

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Revista Odisea, una hazaña por el universo.

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DISEARevista

Una hazaña por el universoN° 1

ronicas de viajeC

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Jericó, Antioquia

Sinifaná, Antioquia

San José del Nus, Antioquia

ontenidoC

4-17

24-27

20-23

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El viaje

Los viajes son una forma de salir al mundo como una página en blanco ante la emoción de lo desconocido, haciendo frente al hecho de enfrentarse con otras po-sibilidades de existencia. Pero desde una mirada pe-riodística, por lo tanto en la crónica, hay un proce-so de inmersión a esos otros universos, se construye una forma diferente de mirar al otro en su espacio, en su alimentación, en sus manifestaciones artísticas, en sus rituales, en sus palabras; porque un periodista que no le teme a viajar, es también un sujeto conscien-te de que la etnografía es indispensable para su oficio.

Por lo cual debe ir primero a la observación, el aná-lisis a partir de una mirada profunda de los fenóme-nos que son ajenos a su vida cotidiana, que le pare-cen exóticos y diferentes. Lo segundo es ir sin miedo al individuo que se encuentra en ese espacio, sentir como ellos sienten, vibrar como ellos vibran, a par-tir de su concepto de existencia. Y lo último, que pa-reciera ser más importante, pero no lo es, es la libre-ta y el lápiz que le permitirán plasmar su vivencia.

Una vez iniciado

un viaje la cosmovi-sión comienza a cambiar, a ve-

ces de manera sutil, pero en otras oca-siones lo que se evidencia es tan radical que logra causar un contraste inevitable en la mirada del personaje. Cada travesía que se emprende por el mundo, sea cual sea la forma, es la puesta en escena de un mundo vital presen-te ante la inminente actuación de un hombre o una mujer que han dejado de ser para darse al espacio, a los paisajes, a la cultura, a las formas de vida que no conocía.

Vivir cada rincón de su país debería ser una cuestión inevitable en la vida de un ser para así poder compreder que cada viaje hace una persona diferente. Antioquia, Bolívar, Atlántico, Santander… en fin, el destino al que se decida partir, ya sea de la manera más planificada o de la más espontanea, esos lugares son l os bocetos del desnudo de un país

que muchos aban-donan sin cono-

cer por conquistar el sueño americano

o por ir a otras cultu-ras ajenas a las propias.

El periodista debe conver-tirse en un empedernido cono-

cedor de sus tierras, pues éstas le permiten relacionarse, entender, com-

prender, aprender las distintas formas que cada región tiene de estar en el mundo, porque le per-miten una conexión de su paladar, de su olfato, de su mirada, de sus sensaciones, con la multicultural-dad que está dada, dispuesta para ser descubierta.

No hay forma más eficiente de convertirse en un sabedor de las problemáticas que acosan al país, de cómo lo que se entiende como economía desde una mirada mediáti-ca, afecta a esas poblaciones, a esos sectores que parecen mínimos, pero que mueven todo el sistema financiero: los

La inmersión del periodista

Daniela Godovina

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caficultores, los barequeros, los cultiva-dores. Todas esas acciones de la mano de obra del hombre, se ve afectada de la ma-nera más impactante , pero no es posible saberlo mirando desde lejos, es necesario hacer etnografía, un proceso de inmer-sión y de ahí resulta el periodismo como las constancia más clara y eficiente, po-niendo en términos y conocimiento de la humanidad, eso que el viajero conoció.

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A las 11:30 a.m, comien-za un viaje que se ade-lantó a todo lo esperado. Salimos de Medellín, mi padre, mi hermana y yo, rumbo a Jericó Antioquia. El objetivo no era simple-mente viajar por viajar, en aquel pueblo frío, reciben con un cálido abrazo a sus visitantes, nos esperaban con tierna alegría los res-quicios de una familia de la que ya quedaban po-cos, pero con un cúmulo de historias por compar-tir; los Arango.

Un viaje largo y compli-cado para quien no co-noce la vía. Durante dos horas dimos vueltas, sa-biendo que estábamos en caminos equivoca-dos. Por suerte el alma de mi padre, quien con-ducía, siempre ha sido adquisidora de un aire fi-lantrópico más bien exa-gerado; por eso, al en-contrar a un hombre en medio de la vía pidien-do que lo acercáramos a Jericó, mi padre accedió sin ningún problema.A las 5:30 p.m. llegamos

al pueblo. Sin duda era un lugar encantador. El par-que olía a humanidad, ese olor facultativo que hemos perdido en medio de tanta decadencia. Las construcciones se con-servaban con un ímpetu de antaño y por las calles corrían los sonidos de la calma que no se halla en el bullicio de las ciudades. Las miradas claras de la gente, también sacudían el habla de palabras críti-conas o comentarios ne-gativos.

Mis ojos recorrían poco a poco todo el parque. Un parque con más cafete-rías que cualquier otra cosa. Las personas con-servaban una tradición que creemos los que ve-mos por la rendija cita-dina que se ha acabado, la constumbre campesi-na .

Los hombres de sombre-ro, de cuerpos no muy delgados, no muy grue-sos, de ojos profundos y sabios. Las mujeres ape-gadas al cariño de sus

esposos, bien vestidas y elegantes, pues era sába-do y es contumbre usar las mejores prendas.

Al rato de instalarnos en el hotel, comenzamos al indagar sobre los Arango, buscando huellas que se-guramente se habían opa-cado un poco, pero que aún seguían allí para dar-me indicios de algo.

Hicimos preguntas rela-cionas a los lugares en los cuales vivían, lo que ha-cían y de sus posibles re-laciones con ellos. El ser incesante e inacabable en pensamiento, siem-pre va tras la conquista de una bandera tras la imposición de un sueño o ensueño, tras la plus-valía de lo que imaginó.

En este caso, mi inacaba-ble existencia preguntona e intrigada, estaba preou-pada por hacer una “ar-queología del sujeto”, de ese otro que pertenecía a mis antepasados. Iba tras el encuentro de las mon-tañas por las que corrió

Cafédel pueblo

lEDaniela Godovina

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mi padre en su infancia y de las cuales yo no ha-bía hecho la menor ob-servación.

Mientras indagaba, con-versando y entablan-do amistad con algunas personas unos letreros que decían: “no a la mi-nería” empezaron a lla-marme mucho la enten-ción.

Pregunté por ello; la mayoría de las perso-nas me respondieron que algunas empresas nacionales con fuertes alianzas con otras in-ternacionales preten-dían explotar los recur-sos de su pueblo, por ejemplo el agua, para llevar a cabo proyectos referentes a la minería.

Una vez más, como ya es común en Colombia, los pueblos, las perso-nas, las comunidade, se unían en un solo llama-do para ser antendidas frente a una problemáti-ca que los acosa a todos. Sin embargo éste no era el único factor que ponía

tristes la miradas de los habtantes de Jericó, pues también el café había ba-jado la productividad.

Los viajes sirven para conocer las costum-bres de los distintos pueblos y para despo-jarse del prejuicio de que sólo es la propia patria se puede vivir de la manera a que

uno está acostumbrado

« »

René Descartes.

.

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Elhogar de

don Pompilio

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Jericó es un de los pue-blos de Antioquia que más produce café. Las personas viven de esto por que la agricultura hace un buen tiempo ya que dejó de ser produc-tiva para los campesinos de este sector del depar-tamento. “Lo que sem-bramos da para comer”, afirma Pmpilio Arango, el segundo familiar que

encontré en mi recorri-do. Éste hombre noble y a simple vista de corazón claro, pasó su infancia su adolescencia, su adultez, se casó y tuvo sus hijos, en la misma casa que vio a su madre traerle al mundo.

Su esposa es una señora amable y tierna, que in-vade la finca llena de flo-res y paz, de olores a co-midas deliciosas que solo pueden obtener dicho sa-zón en las ollas impreg-nadas por el aroma del café apenas molido, de las manzanas recién cogidas del árbol, de los plátanos verdes y robustos de sus cultivos, de las flores con

sabores afrodisiacos que decoran su jardín. Solo ella sabe convinar la gra-cia de su casa con el amor de su tierra en el mis-mo discurso de la ama-bilidad y la esperanza.

Tanto ella como don Pom-pilio nos reciben con los brazos extendidos y abren el portón de su guarida como dando paso a unos visitantes muy esperados. Nos sorprenden con un recorrido fantástico por toda su finca. Al llegar al corredor principal obser-vo algunos granos de café y al mirar más arriba veo varios cultivos del mismo.

De inmediato me ima-gino que ha de ser un cuestión muy rentable y le prgunto a don Pompi-lio por todo el proceso del café, haste llegar al empa-cado y la comercialiación. Me empieza a explicar, pero se ve invadido de me-

lancolía , no sigue y resume diciéndome que el café no les está dando con qué vivir. La principal razón es que pasan por un filtro de calidad que les valora su produc-to en costos exageradamente bajos, por lo que no obtienen ningún beneficio.

El objetivo de mi visita cambia radicalmente, en ese momente no eran mis antepasados ni la historia lo que me aferraba a aquel pueblo, no, de ninguna manera, de un momento para otro era el presente, la realidad, el cómo ciertos productos que consumimos, que sembramos y por tradi-ción nos pertenecen, se van acabando poco a poco en nuestro país, mien-tras en otros lugares del mundo disfrutan de la mejor calidad y son vendi-dos a un costo que debería ser coherente y justo para quienes los cultivan.Discuto en buenos términos con don Pompilio. Comprendimos las dinámi-

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cas de la economía a nuestro modo. En esas, su esposa nos interrumpe prudente-mente con un delicioso arroz con leche, lo disfruté tanto que me vi tentada a repetir.

La gastronomía de los pueblos de Antioquia tiene un ingrediente especial y ha he-cho que la cultura desarrolle una tradición muy conocida y aplicada, repetir como gesto de buena educación y como tope máximo de la satisfacción ante una receta.

Tomé el último bocado y nos despedimos, se hacía tarde y el camino era complicado. Ese mismo día retornamos a Medellín. Las carreteras esta-ban congestionadas y fue difícil llegar, pero a las 10 p.m. estuvimos de nue-vo en nuestro mundo citadino. Al día siguiente la rutina me perseguía de nue-vo y no paraba de recordar ese Jericó con olor a café, el olor de nuestro pueblos.

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Los animales, al igual que sucede con las personas y las problemáticas sociales que acosan los lugares que se visitan, tie-nen una conexión que no debe pasarse por alto. Sin embargo algunos en parti-cular logran llamar una mayor atención.

Cada animal es un ser capaz de desper-tar diferentes emocionas. Del mismo modo no se enotrarán las misma espe-

cies en todos los lugares. Existen unas condiciones determinadas de vida que les impulsan a vivir en ciertos entornos. Sean como sea el viajero, ya sea un pe-riosista, un investigador o simplemen-te una persona cuiosa y conocedora, deberá relacionarse con los animales, pues nigún lugar está excepto de ellos.

animaleses cubriendoD

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SinifanáAlejandra Carvajal

Ese era mi primer via-je a otro departamento de Antioquia, sin la au-torización previa de mis padres. Y más que eso, la oportunidad de expe-rimentar un nuevo reto. Quise aceptar la invita-ción que me hizo un ami-go de viajar a su lado y vivir parte de su mun-do nómada. Quise acep-tar con esta invitación las aventuras que me ofrecía Sinifaná, una escondida montaña ubicada en el departamento de Caldas.

Ese lunes 22 de enero me levanté más temprano de lo habitual, a las seis y cuarto, y en medio del desorden de la mañana, de los gritos de mi mamá que buscaban despertar a mi papá para que fuera al trabajo, del olor a café con leche y del sonido de los pájaros que le cantaban a la soledad del barrio, lo-gré convencer a mi her-mano para que me pres-tara cincuenta mil pesos.

Sentía que a pesar de tener

un lugar fijo a donde lle-gar, en cualquier momen-to el dinero me haría falta.Mientras me bañaba y me vestía le conté a mi mamá cuál sería mi des-tino y le di a entender, de una manera muy sutil, que ya no había marcha atrás: hacía mucho tiem-po yo me quería ir lejos, muy lejos, y esa mi opor-tunidad de hacerlo no pensaba desaprovecharla.

Empaqué en mi bolso gris la cantidad de ropa que consideré necesaria: al-gunos pantalones, un par de abrigos para el frío, cobijas, y varias camisas. Empaqué también una li-bra de arroz, una de len-tejas, una de panela y una lata de atún. Empaqué mi alegría y mi entusiasmo, no para que se queda-ran allí, encerrados, sino para que le dieran senti-do a mi viaje en medio del miedo que me provocaba emprender dicha locura.

La mañana estaba algo fría y, sin embargo, nun-

ca como ese día me había sentido tan vigorosa. Lue-go de despedirme de mi familia, de recibir su ben-dición y de montar el pri-mer bus que viajaba al Me-tro, pude sentir la magna responsabilidad que caía sobre mis hombros: iba a viajar con alguien a quien conocía hace menos de una semana, e iba para un lugar al que pocas veces había escuchado mencionar en mi vida.

El escándalo de la gente se hizo notorio al bajar del bus, estábamos en Caldas. Pude descubrir entonces la vida de este departa-mento, tan cercano a la ciudad y a la vez tan lejos.

En el parque, por ejemplo, había cantidad de ancia-nos que cubrían su cabe-za del calor con enormes sombreros, que aún lle-vaban puesto la ruana y el carriel tan característi-cos de la tradición paisa, y que aún cargaban en el cinturón de su pantalón el machete y el zurriago.

La iglesia era una edifica-ción enorme que se metía imponente en el paisaje. Sus colores compagina-ban con la mañana, con la tranquilidad de la gente que iba de un lado a otro, como en Medellín, algu-nos concentrados en sus pensamientos, y otros re-galándole a su cuerpo el relajo que permiten las si-llas del parque. Unos fu-mando, otros conversan-do, gordos, altos, flacos, y otros, inquietos, con la mirada puesta en noso-tros, dos jóvenes de ca-bello desordenado y de pesados equipajes que buscaban alguna tien-da para comprar frutas.

El viaje continuó, mi amigo y yo emprendi-mos la marcha a pie que nos alejaría de Caldas hasta hacer invisible a nuestros ojos su gente e imperceptible a nues-tros oídos su escándalo.

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Luego de transitar la au-topista de Caldas, sen-tí el frío de una monta-ña con ansias de devorar mi paso. Me encontra-ba al frente de un letre-ro que me daba la bien-venida y de una travesía moldeada por el cons-tante transitar de las vol-quetas en la tierra que saludaba mi presencia.

El camino se hizo menos largo gracias a la solidari-dad de un conductor que nos permitió montar en su volqueta. Estando allí arriba comprendí que la fuerza del aire, cuando se siente con los ojos abier-tos y los brazos extendi-dos, puede purificar el alma. Aquel paisaje de montañas agrestes que la naturaleza le regalaba a mis sentidos, era sin duda el más hermoso de todos.

El reloj marcaba las tres y media de la tarde, mi amigo y yo ya habíamos llegado a Sinifaná. Em-prendimos entonces la tarea de armar la carpa donde dormiríamos las

siguientes tres noches. Y escogimos para hacerlo la sombra que nos ofre-cía un árbol ubicado en el centro de la montaña. Ese era el único árbol que había allí y su presencia era suficiente, sus ramas nos protegían con mesu-ra del calor campestre.

La primera noche fue tranquila. Luego de un tinto caliente con sabor a leña, y de contemplar la despedida del sol entre las nubes me sumergí en el calor de las cobijas, en el sonido del viento, fuerte, que sacudía la carpa de un lado a otro, y me quedé profundamente dormida.

Al día siguiente la nie-bla cubría por comple-to el paisaje montañoso. Me vestí, me lavé la cara y emprendí con mi com-pañero el camino que nos llevaría a la casa de Less, uno de sus amigos.Less es rastafari. Alto, moreno, lleno de dredlos la cabeza, algo encorvado y de ojos cafés. Su casa es la casa de quien no tiene

techo, es grande, y tiene gráficos de colores en las paredes que transmiten mensajes de amor, paz y armonía. Ese es el com-portamiento que asumen todos los que viven en este lugar, y que sin más asumimos todos los que llegamos por primera vez, un comportamien-to fundamentado en el respeto por el otro y en el compartir constante.

Estando allí comimos pastas con arroz y escu-chamos algo de salsa. Las conversaciones fueron concretas, sin muchas palabras, como oracio-nes donde siempre esta-ba la palabra dios, que se decían cuando llegaba alguien, después de reci-bir un favor o al despe-dirse. Dichas interaccio-nes también se valían de gestos como cerrar los ojos suavemente, man-darse la mano derecha al pecho y apretar la mano del otro con delicadeza.

Después de compartir en este lugar la tarde, mi

amigo y yo regresamos a la carpa. Ese fue un día frío, de viento suave y de co-lores opacos. Un día algo silencioso y sutil, de poca voz y muchos movimien-tos; de sonidos campestres, de cami-nos enlodados y de neblina acogedora.

Dos días después apagamos el fuego del fogón, lavamos la olla, empacamos nuestra ropa, nuestras cobijas, desar-mamos la carpa, nos lavamos la cara y le dijimos adiós, algo tristes, a la sombra de aquel solitario árbol. Empezó en ese momento nuestro camino descendente.Una hora y media más tarde de caminar entre nacimientos de agua, entre potre-ros y granjas, recibimos nuevamente la solidaridad de un conductor que acep-tó llevarnos en su carro. Allí sentada, algo cansada y sudorosa, me despedí del verde de la montaña, y vi por últi-

ma vez el letrero que días antes me reci-bió y la travesía moldeada por volquetas, y por el tumulto de piedras y de tierra, ahora sola y sin pasos que la recorrieran.

El conductor nos trajo hasta el Sena de Co-lombia. Me despedí de él agradeciéndole por el favor, y luego hice lo mismo con mi amigo, entre abrazos, por la experiencia que me había permitido vivir a su lado. Quince minutos después estaba en mi casa.

Tenía casi toda la ropa intacta en mi bolso gris, los zapatos sucios, el cabello enredado y las uñas mordidas. Tenía también la piel algo maltratada y la mirada opaca. Tenía un montón de imágenes en mi cabeza que no dejaban de generarme sonrisas y alegría. Y tenía, entre tanto, un billete de cincuenta mil pesos intacto que luego devolví a mi hermano con una sonrisa en los labios.

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DulceAmanecer

Un día sin saber a dónde ir, con ganas de emprender viaje y conocer nue-vos parajes, decidí volver a un lugar conocido, volver al lugar donde cre-cí y aprendí un poco de la vida, la tierra que aunque no me vio nacer sí me ayudo a crecer.

San José Del Nus, un corregimiento del municipio de San Roque Antioquia, es un paraje sin igual. Desde el amanecer el aire está impregnado del olor a panela, ya que la producción panelera es la labor tradicional de esta región del nordeste antioqueño.

Desde muy temprano emprendí rumbo y en dos horas ya estaba en mi tierra, de camino pase por las cascadas naturales del corregimiento de Providencia, don-de aprendí a nadar en sus abundantes y heladas aguas. Cómo olvidar las insola-

Daniel Sierra

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das y las tragadas de agua que tanto disfruté con mis amigos del colegio. Pero al observarlas aho-ra, noto el deterioro que han sufrido a causa de la construcción de una hi-droeléctrica que no per-mite el flujo constan-te del agua, qué pobre y vacía se ve, ya no queda nada de la imponencia de esta enorme cascada y esto me causa nostalgia.En el camino de Provi-dencia a San José Del Nus,

hay tres trapiches panele-ros donde probé la mejor aguapanela de la región.

Decidí entrar al trapiche La María, donde siempre los visitantes fueron muy bien recibidos, pero para sorpresa mía, el trapi-che ya no estaba en fun-cionamiento, su edifica-ción era muy antigua y no era seguro trabajar en él.

La gente que laboraba en La María estaba atrave-

sando serias necesidades económicas, y aunque, el trapiche pertenece a una multinacional mine-ra que hace presencia en la región, no han logra-do ponerlo en funciona-miento, y las soluciones que les brindan son trapi-tos de agua caliente para la necesidad que afron-tan estos campesinos.

Con el sin sabor de no haber probado la agua-panela que tanto me gus-

ta y que tanto disfruté en años pasados, seguí mi camino hasta llegar a San José, donde visite a mis amigos y recordé viejos tiempos, me reí de anéc-dotas y hasta deje caer un par de lágrimas de nos-talgia, esa nostalgia que lo invade a uno cuando quiere vivir otra vez el pa-sado que lo hizo tan feliz.

No acepté posada de nin-guno de mis amigos y tam-poco quise utilizar el hotel

del pueblo. Quería estar en primera fila para un espec-táculo que siempre disfru-té. Compré comida y me fui a acampar a la orilla del rio Nus, esperé con ansias el amanecer, mientras es-cuchaba mis canciones fa-voritas pensaba cuán voraz es el tiempo, que no se de-tiene, que pasa y pasa des-truyendo y llevándose con él la belleza de las cosas.

A las 5:45 a.m. sonaba una de mis canciones favoritas

sweetchild o mine de los Gun And Roses. Salí de mi carpa y pude ver como los rayos del sol acaricia-ban suave y sensualmente las montañas, algo hermo-so que, aunque el tiempo asesino le quitó el olor a dulce de panela, no pudo acabar con la belleza del amanecer en mi tierra.

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H a c i a e lu n i v e r s o