Revista jus inmortalidad noviembre 2014

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¿Qué despierta en ti la palabra inmortalidad? Condena, don, miedo, deseo, o… Alea iacta est https://www.facebook.com/EditoresJus2 www.jus.com.mx/revista

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Ante la inminente enfermedad o la pérdida de un ser querido, el enfrentamiento con la muerte o la violencia ¿Quién no ha soñado alguna vez con ser inmortal?

La inmortalidad como concepto ha sido motivo de discusión filosófica, religiosa y literaria durante siglos. El alma trasciende las fronteras de la muerte a través de la religión; el cuerpo no es más que un cascarón de paso para algunas, y cuenco para la reencarnación en otras y los diferentes destinos de la misma.

Mitos, leyendas e historia llevan consigo esta angustiosa búsqueda desde hace siglos. Comenzando con Gilgamesh, con rasgos de personalidad que fluyen de Dios a hombre, su obsesión para escapar de las garras de la parca, pasando a la búsqueda frenética de cualquier medio que lo lleve a la inmortalidad y terminando en la resignación de aceptar su destino mortal. Prometeo en cambio es condenado por Zeus a vivir eternamente atado a una roca

(¿cuerpo?) padeciendo tormentos indecibles (¿Vida?) y quejándose ante la sacerdotisa de los escitas: ¡A mí el destino no me deja morir!

El judío errante, condenado a vagar por el mundo eternamente por haber insultado a Cristo, quien sentenció: “Yo descansaré luego, pero tú andarás sin cesar hasta que yo vuelva”. Saint Germain, Cagliostro, incluso en los Viajes de Gulliver aparece la mentada inmortalidad, cuando en un niño nace la mancha en la frente, es un símbolo de la imposibilidad de morir. Podemos pasar por el pobre Orlando de la genial Virginia Wolf, quien no sólo se encuentra atrapado en la vida eterna, sino que en uno de los tantos momentos de la trama despierta además, y como si el resto poco fuera, convertido en mujer. Borges desmitifica la inmortalidad en El inmortal y hasta me atrevería a citar como resumen, si es que se puede con la obra de Borges, esta frase de Marco Flaminio: “Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran

la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse mortal”.

El hombre bicentenario de Isaac Asimov, y su relato de un ser androide de inteligencia ilimitada que busca convertirse en humano para tomar para sí el don de la mortalidad.

La intermitencia de la muerte de Saramago, plantea otro hecho, al menos para mí, aterrador: el día en que nadie muera y sin embargo siga envejeciendo, mientras el ministro se lamenta ante esa ¿epidemia?: “Si no volvemos a morir no tenemos futuro”.

Podría seguir y seguir, eternamente, pero preferimos que ustedes nos hagan llegar sus escritos, obras o reflexiones sobre este tema que ocupa el imaginario humano desde tiempos inmemoriales.

¿Qué despierta en ti la palabra inmortalidad? Condena, don, miedo, deseo, o…

Alea iacta est

INMORTALIDAD

“Lo que había entre ellos no era amor, era inmortalidad” Milán Kundera

Editorial

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INMORTALIDADJUS es una publicación mensual de JUS, Libreros y Editores, S.A. de C.V., especializada en asuntos de conocimiento literario. Conforma una tribuna para el pensamiento en general. Nuestro objetivo principal es generar conversaciones, por lo que el material que publicamos es representativo de múltiples sectores de opinión. La proyección de nuestra revista es hacia los lectores hispanohablantes y hacia una nueva experiencia mas allá del libro y de nuestros libros.

JUS es una revista basada en una temática especialmente escogida por nuestro equipo de redacción, donde desarrollamos una visión crítica, apoyándonos en las opiniones y letras de escritores y cronistas contemporáneos. En ella encontrarás cada mes un motivo más para sumergirte no sólo en la literatura, sino en todas las artes.

JUS es una revista con entrevistas, reportajes, artículos de información, opinión, análisis y testimonios sobre realidades y personalidades de actualidad.

DIRECTORIO

DIRECTOR EDITORIALBernardo Domínguez

JEFE DE REDACCIÓNMercedes Mayol

REDACCIÓNDiabolgrot

Valentina Sanjuan (Asistente de redacción)Aarón Cervantes (Redactor)

Nuria Bartrina (Community manager)

DISEÑOVictoria Aguiar (Diseño y visuales)

Mario Patronelli (Webmaster)

México - España - Argentina

INFORMACIÓN LEGAL.JUS REVISTA DIGITAL, Año VI, Nueva Época –No. 18– Noviembre de 2014. JUS REVISTA DIGITAL, es una publicación mensual editada por JUS, LIBREROS Y EDITORES, S.A. DE C.V., calle Donceles # 66, Colonia Centro, Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06010, Tel. (55) 1203-3770, http://jus.com.mx/revista [email protected]. Editor responsable: Mercedes Mayol. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2014-04116555300-203, otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. ISSN: 2007-9087. Responsable de la última actualización de este Número, Webmaster Mario Patronelli, calle Donceles número 66 Colonia Centro, Delegación Cuauhtémoc, Distrito Federal, C.P. 06010, fecha de última modificación, 7 de Noviembre de 2014. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de JUS, LIBREROS Y EDITORES, S.A. de C.V.

Editorial

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OPINIÓN

10MIEDO A LA MUERTE:

DESEO DE TRASCENDENCIAPor JUAN ANTONIO ROSADO

14TRES VECES NACIDO

Por JOSÉ ORTEGA

16LA MEMORIA DE LA PIEDRA,

UNA ALTERNATIVA A LA INMORTALIDAD HUMANA

Por SANTIAGO DE ARENA

TERCER ESTANTE18

DIETA LITERARIA Por REDACCIÓN JUS

SUMARIO

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REFUGIO POÉTICO22LO QUE PASA POR EL MEZTLIPor JORGE CASTILLO MARTÍNEZ (YGGDRASIL)

24RESPIROPor MERCEDES MAYOL

INTERVALO NARRATIVO 27LA EPIDEMIAPor LEONEL CRAVIOTO

30EL ENCUENTROPor MARTA MAÑES FERRER

32FUERA DE LUGARPor MARTA KAPUSTIN

34BALTASARPor GABRIELA FONSECA

SUMARIO

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ARTE Y ABISMOS

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CAMINO PENDIENTE-GRAFITO SOBRE PAPEL-Por MARISOL C. GUZMÁN

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ARTE Y ABISMOS 42INMORALIDAD-FOTOGRAFÍA-Por DIANA O’HIGGINS

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Los textos de la presente edición pueden verse junto al

resto de las colaboraciones en nuestra página web:

www.jus.com.mx/revista

o en nuestro blog:

www.jus.com.mx/colabora

Los colaboradores seleccionados para la edición digital de la revista

del mes de Noviembre de 2014 son:

¡¡¡Gracias siempre!!!

Juan Antonio RosadoJosé Ortega

Santiago de ArenaJorge Castillo Martínez

(Yggdrasil)Leonel Cravioto

Marta Mañes FerrerMarta Kapustin

Gabriela FonsecaMarisol C. Guzmán

Diana O’Higgins

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Fotografía: Jorge Barahona Ch.

Miedo a la muerte:Deseo de trascendencia

Juan Antonio Rosado

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Unos 2700 años antes de nuestra era, los sumerios —luego conquistados por babilonios, acadios y un largo etcétera— concibieron el Poema de Gilgamesh, donde hallamos los grandes temas que de múltiples formas se desarrollarían durante los siguientes 5000 años: el amor y el deseo, la amistad y la lucha contra el mal, el poder y la flaqueza, el diluvio universal y la destrucción, el miedo y la angustia ante la muerte, y con ello, el afán de trascendencia, el deseo de inmortalidad. La sumeria Enjeduana, sacerdotisa y primera poetisa conocida hasta hoy, denota ese temor en algunos pasajes de sus himnos a la diosa Innana.

La muerte es una de las grandes preocupaciones y motivos de reflexión en todas las culturas, pues es precis-amente el terror a la muerte —como asegura Oswald Spengler— el origen de las lucubraciones metafísicas, que surgen en primer lugar porque el hom-bre es consciente de ser mortal. He ahí el origen de religiones y filosofías.

La cultura egipcia estuvo tan segura de la existencia de un más allá que produjo el llamado Libro de los muer- tos, texto que le indicaba al difunto cómo actuar después de morir. Depen-diendo del estatus social, es decir, del dinero de la familia del finado, aumentaba o disminuía la calidad del libro. Si el muerto era prominente desde el punto de vista económico, incluso se integraban ilustraciones en el libro para que su camino hacia la inmortalidad fuera menos problemático, más seguro. Tal vez aquí empieza el primer gran negocio: a partir de nuestro miedo a la muerte. También surgirán los milagros, y con ellos las peregrinaciones a las tumbas

o templos de los dioses, y con todo lo anterior, las célebres alcancías que aún encontramos en las iglesias: dar dinero “al ídolo” nos asegura su beneplácito y es un modo de comuni-carnos con los inmortales, con aquellos que nos trascienden y superan. Así disminuye nuestro temor y aumenta nuestra seguridad, al saber que en algún momento estaremos con ellos o cerca de ellos: no con los inmortales del cuento de Borges, sino con los del “más allá” manipulado desde el más acá.

Si en algo guardan parecido las religiones que nos venden la inmor-talidad y las compañías de seguros, es que ambas manejan emociones e inseguridades humanas, y en particular el miedo. En un caso, se trata del miedo a morir o a no estar en buenos términos con los dioses; en el otro, del miedo a que nos asalten, nos roben el coche o la casa, o el temor a dejar a los hijos o cónyuge sin un centavo tras nuestro deceso. Es imposible ser racionales todo el tiempo, puesto que la razón no es sino una capacidad que a veces se ejerce, pero a menudo no. Los humanos también vivimos de acuerdo con nuestras emociones, instintos, sentimientos, impulsos, sensaciones, intuiciones, fe, sueños, deseos, voluntad..., y estos elementos pertenecen a nuestra zona irracional, tan importante como la racional, que ayuda a controlarlos o incluso a opacar a alguno de ellos.

Ante las perennes interrogantes sobre el sentido de esta inmensa piedra que rueda sobre su eje y da vueltas alrededor de una de las millones y millones de estrellas en el increado universo, al ser humano sólo le ha quedado su imaginación para crear

otros mundos, otros sentidos, otros rumbos, y el camino de la metafísica le ha dictado que no todo es materia, sino que hay algo más. La filosofía Lokayata, de la antigua India, sostenía que todo es materia y que Dios (o los dioses) no existen; aseguraba que con la muerte todo finaliza y que no hay ningún tipo de inmortalidad. Era su punto de vista y lo argumentaba. Desgraciadamente, los brahmanes se encargaron de destruir los textos del Lokayata, aunque también citaron pasajes para refutarlos (por ello sabemos que existió esa filosofía). El jainismo, religión atea surgida en el siglo VI antes de nuestra era, en el mismo subcontinente, fue la única que defendió la postura de Lokayata. ¿Por qué? Porque para los jainas —creadores de la no-violencia o ahimsa— no existe la verdad, sino las verdades, y la realidad es como el elefante rodeado por seis ciegos: cada uno toca una parte del animal y cree que es algo que en verdad no es. Así se ha desarrollado el género humano: ha matado y mandado matar para defender su noción de inmortalidad, a menudo sin saber que detrás de esa noción hay un ingente negocio: guerras y cruzadas contra quienes piensan distinto, masacres y torturas a la par de millones de limos-nas, cientos de millones de dádivas, miles de millones de donaciones u obse-quios a los sacerdotes y altos jerarcas religiosos que, mediante el manejo de las emociones, chantajean y amenazan con infiernos o reencarnaciones, fuego eterno, dolor intenso o algo mucho peor: la nada, la incomprensible nada, el no-ser o, en este caso, el dejar de ser; porque para ellos “la vida es sueño”, una simple ilusión en tanto que es imposible asir la realidad, una fuerza que nos devora segundo tras segundo.

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Pero independientemente de las religiones, las posturas científicas y racionalistas —también intrigadas por la ausencia de un sentido preciso, claro o contundente— se han puesto también a indagar con libertad, sin la presión de los esoterismos, magias o supersticiones, sobre el porqué de nuestra mortalidad y de nuestra vida en este planeta. La espiritualidad científica no es por ello menos espiritual o intelectual: es parte de la cultura y sus motivaciones obedecen al viejo miedo a la muerte y al afán de trascen-dencia. En sánscrito se le llamaba a la medicina “ciencia de la longevidad” (Ayur-Veda), y para la alquimia china era un prurito la conservación de la juventud. Mediante la aplicación de nuestra capacidad racional, recien-temente Stephen Hawking llegó a una conclusión a la que ya habían llegado los jainas seis siglos antes de nuestra era: el universo es increado y ningún dios es necesario para explicar su origen. Una idea semejante formuló nuestro gran intelectual del siglo XIX, Ignacio Ramírez El Nigromante.

Estas posturas, lejos de ser soberbias, resultan todo lo contrario: son un reconocimiento de nuestra tremenda pequeñez, e implícitamente una de- nuncia contra la soberbia de quienes creen en una verdad eterna e inamovible, contra quienes siguen en su búsqueda de inmortalidad más allá de la materia que, como sabemos, jamás muere o se destruye: tan sólo se transforma (y en este sentido, la teoría de la reencarnación o metempsicosis cobra nuevas dimensiones).

Ciencias y religiones producen mitos, y el mito es imprescindible para el ser humano. Quien no tenga un mito, puede caer en la locura, suicidarse o matar a otro. El mito, alimento del hombre, constituye una necesidad,

pero también es verdad que creer significa querer creer, como bien lo decía Miguel de Unamuno: “Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia”, y si quiere creer en un dios es, en principio, porque quiere hacerlo. Así se lo indica el corazón y nunca la razón. Ya lo decía Sören Kierkegaard: la angustia es el vértigo de la libertad. No hay otra forma de desarrollar nuestro ser que alejándo-nos de esa angustia primordial ante el misterio del universo. Esa angustia se elimina mediante la fe en lo que sea, mediante el mito, el estar ocupados en la vida misma. En el Mahabharata se afirma que lo más maravilloso que nos ocurre es que el ser humano sigue viviendo como si fuera inmortal, como si la muerte no existiera y la vida fuera a continuar eternamente, sin descanso. No obstante, la única inmortalidad

posible es en el más acá, y consiste en dejar huella, alguna huella (la que sea) de lo que fuimos, de lo que somos: dejar huella de nuestro paso en nuestras familias o en las futuras generaciones, hasta que la estrella que nos da calor y vida llegue a la vejez y nuestro sistema solar desaparezca para dar paso a ¿la nada absoluta?, ¿la noche de Brahma?, ¿un juicio final?, ¿la parusía?, ¿el inicio de un nuevo ciclo del Eterno Retorno? Tal vez los mortales pensantes que intentan construir con calidad todo lo que hacen nunca lleguen a la respuesta, pero mientras tanto seguirán dejando huella en distintos grupos humanos, sin importar su cantidad. Para mí, la huella es la inmortalidad —siempre relativa— y las futuras generaciones (léase “el tiempo”) la mantendrán, la borrarán o la resucitarán para reescribirla. t

Fotografía: www.flickr.com/45051346@N00/

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AUTOR EDUARDO LAGOTÍTULO SIEMPRE SUPE QUE VOLVERÍA A VERTE, AURORA LEEFORMATO 14 X 21CM ISBN 978-84-15996-00-2

Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee es una de las novelas más importantes de los

últimos años. A un escritor fantasma le encargan simultáneamente escribir la biografía de un

millonario y elaborar un informe que descubra la novela que se esconde tras la fichas de

El original de Laura de Nabokov. En esa indagación se desvela mucho más y, al tiempo

que se desvelan las intenciones del escritor ruso y su obra póstuma, se desata una historia

apasionante que contiene muchas vidas, que va desde Nueva York a Isla de Alejandro Selkirk

y que nos enseña unos personajes que nunca son lo que parecen. Una novela llena de humor,

aventura, intriga y sabiduría que rompe el molde de la literatura en nuestra lengua.

Eduardo Lago (1954) vive en Nueva York desde hace 25 años. Doctor en Literatura por la Universidad

de Nueva York y profesor de Literatura en Sarah Lawrence College. Fue director del Instituto Cervantes de

Nueva York. Colabora con diversos medios de comunicación y sus entrevistas a grandes de la literatura son

memorables. Ganó el premio de Crítica Literaria Bartolomé March por El íncubo de lo imposible, un análisis

comparativo de las traducciones al español de Ulises de James Joyce. En 2006 ganó el premio Nadal con

su novela Llámame Brooklyn, que tuvo el aplauso unánime de la crítica y de los lectores. También obtuvo el

premio de la Crítica y el premio Ciudad de Barcelona. Más adelante publica los relatos Ladrón de Mapas.

Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee es, en puridad, su segunda novela. Ha sido traducido a

numerosas lenguas.

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Tres veces nacidoJosé OrtegaFotografía: Matthew Spanne

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Me horroricé al contemplar el río atestado de bañistas y me pregunté cómo rayos íbamos a trabajar allí. Pero Juan Piquer, el director de la película, ni se inmutó. De hecho el sitio le gustaba bastante más que otro paraje algo más río arriba, que resultaba menos accesible.

Nos las apañamos para comenzar el rodaje de aquel día de nuestra película Manoa, y para transformar el río Mijares en un afluente del Amazonas infestado de pirañas famélicas que se han comido crudo a uno de los exploradores.

Allí nace una fuente de aguas termales que en aquellos tiempos era muy visitada sobre todo por señoras de edad avanzada con dolores arti- culares. El agua fluía tibia por un estrecho cauce de algo más de medio metro, debida y pulcramente canalizado y con los alrededores bien pavimentados. Yo lo había cruzado bastantes veces con un simple paso adelante, pero en aquella ocasión hice algo mal y al poner el pie en el otro lado, resbalé hacia atrás e inicié una caída que me pareció extraordinariamente lenta, tal como si en mi mente hubieran transcurrido minutos.

Cuando pude mirar alrededor advertí que todos, bañistas, técnicos y actores, se habían vuelto para contemplar mi caída y tenían sus ojos fijos en mí.

No entendía tanta atención.

–¿Qué pasa? –pregunté.

Lo que pasaba era que mi caída había causado una alarma que en ese momento, y de forma errónea, juzgué fuera de lugar. Me dijeron que iba directo hacia la muerte. De hecho, el encargado de vestuario me dijo:

–Te he visto muerto.

–Pero si no ha pasado nada –protesté.

–Porque te han cogido –me aclaró, señalando detrás de mí.

Allí vi a una de las mujeres que tomaban las aguas, sentadas perezo- samente en el bordillo. Al verme caer, una de ellas había extendido los brazos y me había recogido, salván-dome la vida.

Entonces me fijé en la cámara que llevaba en la mano. Mi zoom 80-300 estaba totalmente abollado, y comprendí el terrible alcance de la cosa porque mi cuello podía haber quedado igual.

Añado aquí que en el folclor popular las fuentes, y más si son termales, están asociadas a una ninfa que es una versión de la divinidad femenina, y que según Robert Graves no hay más divinidad femenina que la diosa dadora de la vida y la muerte. La diosa triple que aparece joven como Koré, madura como Demeter o anciana como la bruja Hécate.

Nadie puede arrancarme el conven-cimiento de que aquel día nací nuevamente a la vida, abrazado a la diosa y gracias a ella.

ooo

El 26 de mayo de este año no tuve más remedio que entrar al quirófano para someterme a una operación bastante seria, y se produjo un accidente que no me costó la vida por un pelo. Antes de eso, mi amiga Paqui Sánchez, que no sabía ni media palabra, soñó de forma premonitoria que yo estaba muy enfermo, y en vísperas de la aventura mi amiga-hermana Silvia Sanz me dijo que con motivo de la operación debía hacer un largo viaje, sobre todo debía volver. Y así fue. La Parca no cortó el hilo por esta vez y pasó de largo para que yo pudiera volver a abrir los ojos y ver el sol, como dice el poema de Gilgamesh.

En estos días, aun con cierto temblor por lo sucedido, estoy experimen- tando la curiosa sensación de que lo peor que me podía pasar ya me ha pasado. Me comen por los pies la osadía y la indiferencia, como si por un lado me creyera capaz de todo y por el otro hubiera quedado definitiva-mente inhabilitado para sentir miedo o para reparar en las consecuencias de mis actos.

Tal parece que, aunque sea sin túnel de luz, he regresado de la muerte, y tal parece que, como me había adelantado mi amiga-hermana, he completado efectivamente mi viaje de peregrino y he vuelto para completar mi tercer nacimiento en este mundo. t

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La memoria de la piedra, una alternativa a la inmortalidad humana

Santiago de ArenaFotografía: www.flickr.com/jmcangel/

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La memoria de la piedra, una alternativa a la inmortalidad humana imagen de una nueva geografía,

que habla en silencio de memorias y presencias ya olvidadas al oído dispuesto a escuchar.

Así como la ley de la natura hace perpetua al colorido de la flor de jacaranda con tan sólo atravesar al hemisferio –Ciudad de México en abril, Buenos Aires en noviembre- los estilos y tendencias de la humana arquitectura forman diálogos que burlan y trascienden sus propios presentes. Tal vez por ello es que elevamos a sus más claros ejemplos al nivel de maravillas.

Templos mayas, campanarios incli-nados, monumentos erigidos para gloria de los dioses que hoy no son, tumbas reales de consortes añoradas y murallas que frenaron el ingreso del mongol comparten ahora sus espacios con modernos edificios de orgullosa inteligencia y rascacielos que amenazan a las nubes mante-niendo vivo el sueño de Babel.

Llegará sin duda el día en que nuestras voces sean calladas para siempre, cuando el aliento del último hombre ponga fin al mismo tiempo a su leyenda, pero entonces cumpliremos nueva-mente con la frase lapidaria que consigna el Evangelio, y a partir de nuestros frutos, transformados en vestigios que relaten nuestra historia, quizás seamos conocidos por los ojos de alguien más. t

Ya lo dijo alguna vez Octavio Paz: “La arquitectura es el testigo inso-bornable de la historia”, pues al contrario a lo que ocurre con la vida, sometida a los dictados de su propia y peculiar fragilidad, la memoria de la piedra se mantiene inalterada, centinela inamovible que aun en ruinas guarda el paso de los tiempos y contempla a los ambiguos entra-mados del eterno devenir.

Protectora del hogar y sus espacios, Hestia fue también deidad de la distancia en los antiguos mitos griegos, y dotó de su perfecta lejanía a las construcciones erigidas por los hombres como reto a la más clara certidumbre que podían atestiguar: el tiempo fluye haciendo estragos del espacio y la materia. Los pueblos perecen, el poder de los imperios se diluye en el olvido, las naciones desvanecen en el aire la aparente solidez de sus prodigios, pero dejan tras su paso a los vestigios permanentes que dan fe de su presencia.

Nuestros tiempos gozan hoy de un privilegio acariciado desde la hora en que, encerrado entre las sombras proyectadas por la luz de su caverna, el primer hombre dejó huella de su mano pretendiendo así tocar la eternidad.

Recorrer a paso humano las aceras de las urbes que hoy son parte del paisaje es reencontrarse con la

Por sus frutos los conoceréis.Mateo 7:16

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Dieta literaria

Es momento de compartir las recomendaciones que esta dieta literaria nos trae. Como entrada tenemos “El inmortal”, de Jorge Luis Borges. Éste es un cuento que fue publicado en 1949 en El Aleph, junto con otros cuentos. Nos plantea las múltiples paradojas a las que los hombres se enfrentarían si alcanzaran la inmortalidad.

Historia metafísica que gira en torno de la infinitud, es contada con un lenguaje que pareciera finito, es decir, ¿cómo hablar de la inmortalidad, nosotros, seres finitos? Borges recurre a la metáfora del yo con sus infinitas explicaciones. Lectura ampliamente recomendada, como toda la obra de Borges.

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Jorge Luis Borges

INMORTALIDAD

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La segunda recomendación es la inigualable novela El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde.

No es sencillo pretender la inmorta-lidad, nada garantiza la perfección de los seres inmortales. Dorian Gray es un ejemplo que nos pone en la encrucijada entre el ser que es sedu-cido por la prolongación de su belleza o por el que opta por una existencia mortal. Así es como Basil Hallward, pintor que retrató la belleza de Dorian, declara su deseo de que su bello modelo permanezca así, eternamente joven, eternamente bello.

Oscar Wilde nos sigue mostrando su maestría para sondear las profundidades del ser humano en las que los dilemas se hacen presentes. Esta novela nos hace la pregunta: ¿vivir apasionadamente una existencia mortal, o vivir una vida inmortal, pero que corre el riesgo de ser tediosa?

Wajdi Mouawad

Para cerrar las recomendaciones, sugerimos Ni el sol ni la muerte pueden mirarse de frente, de Wajdi Mouawad.

La violencia, ¿puede tener tintes de inmortalidad? En esta pieza teatral somos testigos de cómo los relatos mitológicos aún subyacen en los tratados de filosofía, de historia, de psicología y de teatro de la cultura occidental.

De la mitología griega a la Biblia o al Corán, el camino de la sangre patrilinear y de las guerras de clanes, forja las sociedades y las civili- zaciones del mundo. Del tiempo de Cadmo hasta nuestra época, estas estructuras culturales perma-necen intactas.

Wajdi Mouawad reúne en una sola creación varios mitos y tragedias griegos, todos relacionados con la ciudad de Tebas. Mouawad rastrea las fuentes de la maldición de Edipo y llega hasta Cadmo, hermano menor de Europa, raptada por Zeus. Este personaje entronca al escritor con sus orígenes, puesto que Cadmo fue hijo del rey de Fenicia, lugar donde después se asentaría Líbano, de donde es oriundo el dramaturgo. De esta forma, el autor relaciona su propia vivencia de crímenes, asesinatos, despojo y exilio, con los antiguos mitos. La violencia del presente parece ser la repetición de un ciclo surgido en un pasado maldito. No hay crímenes nuevos, sino una reactualización de los viejos, que son siempre los mismos.t

Oscar Wilde

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AUTOR JEREMY MERCERTÍTULO LA LIBRERÁ MÁS FAMOSA DEL MUNDONÚM. DE PÁGINAS 336FORMATO TAPA DURA 14 X 21 CM

Con unos facinerosos pisándole los talones, el cronista de canalladas Jeremy Mercer se planta en París a

la espera de algo. Cierto día, cuando deambula con aguacero y sin techo por la orilla izquierda, le ofrecen té

en una fábula conocida como Shakespeare & Co. Aquella guarida es, en realidad, el segundo avatar de una

fantasía ideada por Sylvia Beach en los años veinte como domicilio de una generación no más perdida que

cualquier otra, un templo ya difunto pero resucitado durante los cincuenta con extravagantes consecuencias.

Allí, sin ir más lejos, residieron Ginsberg, Burroughs, Ferlinghetti y otros tambores de la percusión beat.

George Whitman, su nuevo sacerdote, ofrece hospedaje a cambio de trabajo a los letraheridos sin rumbo,

y nuestro Jeremy acepta la generosa oferta para acabar convertido en huésped, confidente y factótum del

estrafalario posadero. Lo acompañará en su aventura un formidable reparto de exotismos humanos decididos a

llevar la bohemia parisina hasta las cotas más sublimes de lo descabellado. Y lo entrañable. Y lo literario.

Porque la librería más famosa del mundo aloja el sueño de unas vidas reales hechas con la materia de la ficción.

Este libro es la memoria de esos días.

«Una librería tan célebre como el Museo del Louvre o la Torre Eiffel. Una crónica crepuscular, documentada,

tierna y divertida […] que enamorará a todos los amantes de los libros.» Jorge Carrión

«Algunas librerías están colmadas de historias tanto dentro como fuera de sus tapas. Son las moradas de la

santidad e incluso la redención, y Jeremy Mercer ha hallado ambas rarezas en los estantes de Shakespeare & Co.»

Paul Collins, autor de Sixpence House: Lost in a Town of Books

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Aún hay que perder todoa lo largo del camino,

porque no es la monedaese algo que nos cuesta

sino sólo ser capazde ver una perspectivade los múltiples coloresde las infinitas cosas,uno sólo de los polos

de las grandes paradojas,porque es un solo ojo

el que por nosotros sueñamientras ya viajamos muertos

en la barca de Carontey lo que vida creemos,

en el fondo de las cosases el momento en que muere

una persona de otrora,una consciencia de allende.

Lo que pasa por el MeztliJorge Castillo Martínez (Yggdrasil)

“Por los días de los muertos,por Ayotzinapa”

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¿Pero a dónde es que vamos?Quien recibiere ese pagonos quitaría la moneda.

¿Qué soñará con dos ojosel que por nosotros sueña?

¿Qué hay más allá de ese ríode lo que siempre transcurre?

¿Qué habrá de ver n’esa tierraquien como un muerto sucumbe?

¿Qué es lo que yo estoy soñandocuando creo que me acompañas?

No me dejes de pensarpara que muerto no caiga.Que si me alcanza el olvidonunca habría paso siguiente.

Esto escribió un estudianteque se metió entre mis sueños.

Me dijo que los hermanoshoy necesitan unirse

porque solamente juntospodrán ver detrás del velo

qué hay más allá de ese río,si una vida renovada

o ese tan temido olvido.

Es todo un pueblo de sueñoslo que habita al Soñador,

quien como en una chinampase aproxima a su destino.Quieran sus sueños abrir

los ojos del que está heridopor el trance de la muerteo los estragos que arrastra

el Soñador Inmortal,que en esta tierra de olvidos

podría perder su Consciencia.

ab

Aún hay que perder todoa lo largo del camino,

porque no es la monedaese algo que nos cuesta

sino sólo ser capazde ver una perspectivade los múltiples coloresde las infinitas cosas,uno sólo de los polos

de las grandes paradojas,porque es un solo ojo

el que por nosotros sueñamientras ya viajamos muertos

en la barca de Carontey lo que vida creemos,

en el fondo de las cosases el momento en que muere

una persona de otrora,una consciencia de allende.

Lo que pasa por el MeztliJorge Castillo Martínez (Yggdrasil)

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Respiro Observo

Me tejo y me destejo Inhalo

Transito Exhalo

Tropiezo Inhalo Caigo Exhalo Sangro Inhalo

Me desangro Exhalo

Aprendo Irradio

Me levanto Pausa... Respiro

Me busco Me encuentro Observo-me

Sorprendo-me mOlvido-me Retengo-me

Y recuerdo-me que… Después de morir tantas veces, aún sigo en la vida

Inhalo Me exhalo…

Y vuelvo a comenzar

ab

RespiroMerceses Mayol

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REVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.ARREVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.ARREVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.AR REVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.ARREVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.ARREVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.AR

REVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.ARREVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.ARREVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.AR REVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.ARREVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.ARREVISTATEXTURAS.BLOGSPOT.COM.ARRespiro

Observo Me tejo y me destejo

Inhalo Transito Exhalo

Tropiezo Inhalo Caigo Exhalo Sangro Inhalo

Me desangro Exhalo

Aprendo Irradio

Me levanto Pausa... Respiro

Me busco Me encuentro Observo-me

Sorprendo-me mOlvido-me Retengo-me

Y recuerdo-me que… Después de morir tantas veces, aún sigo en la vida

Inhalo Me exhalo…

Y vuelvo a comenzar

ab

RespiroMerceses Mayol

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la lectura del Apocalipsis, con la cual todos se sintieron identificados y más de uno soltó una lágrima. El sacerdote apenas podía disimular el éxtasis. Había esperado toda su vida una congregación así. La misa prosiguió con un sermón sobre la absolución y la promesa del Cielo, y después de la comunión no había madre que no llorara.

Por desgracia, debido a tanto escándalo, nadie se percató de que una viuda con su hijo en brazos llegaba tarde, y sin darse cuenta había dejado la puerta abierta a los mosquitos y a la muerte: nadie salió con vida de la catedral. Poco a poco dejaron de sonar los teléfonos, todo cuarto de todo palacio empezaba a desintegrarse. Murió el rey, la reina y todos sus descendientes. Todas las cárceles vacías, todos los manicomios callados, el mundo empezaba a arrastrarse; poco a poco dejó de escucharse la mala música, los malos latidos de corazón de una sociedad irrespetuosa y sucia. Los hombres se despedían de los sueños futuros. La conciencia colectiva empezó a fallar. Nadie intentó escapar o evadir, se resignaban a morir como se habían resignado a todo lo demás en su vida; el miedo les nubló el cerebro… y los pies.

Despertaba crudo y con un frío anormal después de una noche especialmente cansada en la cantina de siempre, donde me dedicaba a bailar y a divertir a los clientes; generalmente, plomeros y mineros. Por unas monedas, todas las noches era la misma rutina. Sin embargo, esa soleada mañana gritaba una brisa de cambio. Decidí no bañarme, me preparé un café, salí a caminar y compré el periódico. La primera plana contaba la historia de un agricultor que se había perdido por los viñedos de la ciudad hacía meses, y esa mañana su cuerpo yacía tirado a medio viñedo impracticable, donde todas las uvas estaban mordisqueadas por los mosquitos. En conjunto se mostraba una fotografía del agricultor, todo rostro de vida había abandonado sus ojos. La autopsia lo clasificó como “escasez de sangre extrema mezclada con deshidratación.” Él fue el primer caso registrado de muerte por culpa de los mosquitos. En los días procedentes se registraron más de quinientos casos similares.

Como es de suponerse, llegó el pánico. Algunos atribuyeron la epidemia como un castigo de Dios. La catedral se llenó de gente buscando consuelo o perdón. El sacerdote jamás se sintió tan importante y empezó la misa con

La EpidemiaLeonel Cravioto

Fotografía: Patrik Hermansson

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AUTOR DAVID TRUEBATÍTULO VIVIR ES FÁCIL CON LOS OJOS CERRADOSNÚM. DE PÁGINAS 144FORMATO 14X21CM ISBN 978-84-15996-33-0

Mueren las luces y otra vida se enciende. ¿Qué hay en ese lienzo tan repentinamente activo? Según se mire: unas figuras ficticias, una vulgar radiación o, para los líricos, la materia con que se tejen los sueños. Ésa es la materia de esta obra: un sueño de carne y hueso. Aquí hallaremos la aproximación más física a las entrañas del oficio cinematográfico. También a quienes lo ejercen: los célebres, los anónimos, los artistas, los artesanos, los iluminados o los eclipsados por los focos… En el principio era un accidente que se transmutó en palabras, puro texto. Después, frente a la cámara, llega la hora de una acción aún discontinua y caótica que cobrará sentido sobre la mesa de montaje. Luego vendrá el espectador, juez supremo. ¿Qué ve en este caso? La España gris (y a veces negra) de los sesenta, un mundo cerrado que, sin embargo, se abre a dichas tenaces. Un profesor de inglés averigua que John Lennon está en Almería. Quiere conocerlo y hacia allí enfila su 850. Dos jóvenes le salen al paso: ambos huyen de algo, cada uno (como todos) con su propia huida a cuestas. El camino será, una vez más, destino. Así arranca la historia cuya historia nos cuenta este pequeño gran libro.

« Esta historia […] está contada por David Trueba con arte, sutileza, emoción y gracia. […] Quiero imaginar

que a Lennon le habría gustado […]. Vivir es fácil con los ojos cerrados es una bonita película. Ya sé que el

adjetivo está en desuso o menospreciado, pero yo me entiendo.» Carlos Boyero, El País

« Una película fundamentalmente machadiana.» Luis Martínez, El Mundo

« Vivir es fácil es una celebración, una bellísima sorpresa y quizá el más hermoso papel que a Javier Cámara

le haya caído en suerte.» Pedro Vallín, La Vanguardia

« Una película que respira autenticidad, belleza, hondura y sencillez.» Antón Castro, El Heraldo de Aragón

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También disfrutaba de crear magní-ficas obras de teatro y óperas usando los cadáveres que me encontraba como marionetas. A veces copiaba algunas representaciones clásicas, como Madame Butterfly o Les Misérables, con mi rubia favorita para el papel de Fantine y yo mismo representando a Jean Valjean. Aunque para ser honesto, disfrutaba más de representar obras escritas por mí, que en el mundo previo a la epidemia nadie se había molestado en siquiera leer; San Luis, un relato sobre un fotógrafo mediocre y zoofílico era la más pedida por el público.

Fue la época más feliz de mi vida. Me convertía simbólicamente en un ángel resucitado, por primera vez todas las puertas estaban abiertas, todo estaba a mi alcance después de una vida llena de mierda, intentos de suicidios fallidos y la palabra “mediocre” siguiéndome en cada esquina. Me sentía por fin un hombre cuerdo, sano, feliz; ya no recordaba las canciones que solía cantar en la cantina, ni las filas eternas para comprar comida a medias. Todo estaba acomodado a mi capricho. Mis pesadillas murieron al mismo tiempo que todo ser humano a mi alrededor, el amor rodeaba todos los espacios de mi vida. Viví largo tiempo en el paraíso, pero con el tiempo una pregunta revoloteaba en mi cerebro, nublando toda perfec-ción, la causa de mi inmunidad era una cuestión que estorbaba toda actividad en mi nueva vida.

Poco a poco un sentimiento de culpa cubrió como hielo mi existencia y las cosas perdían su color. Empecé a dedicar mi tiempo buscando una respuesta física o mental que explicara mi supervivencia, perdí la cuenta de cuántos libros desnudé y cuántas teorías monté en mi cerebro, pero era inútil, la única cosa inalcanzable en mi vida era esa respuesta y eso cambiaba todo. No buscaba la muerte, pero vivir sin la respuesta me era intolerable, después de todo, ¿qué es un Dios sin respuestas?

Una noche de aparente lluvia eterna representé mi última obra llamada La Epidemia ante un público ya bastante podrido y mal oliente, que ni siquiera se molestó en aplaudir. Caminé por las calles del cielo que había creado, sabía que era un lugar perfecto, sabía que el cielo es mejor sin Dios. Mientras salía de la ciudad, un sentimiento de nostalgia por lo perdido me atravesó como un rayo, pues también sabía que jamás volvería.

Caminé toda la noche sin rumbo fijo y, sin darme cuenta, había llegado a una nueva ciudad donde la epidemia no había empezado, renté un apartamento bastante feo, compré un whisky bastante caro y me dediqué a esperar mi muerte, la de ellos, o si era posible, la del mundo entero. t

Durante una semana me dediqué a observar el deterioro, la multitud, la fiebre, el retraso mental. Impaciente esperaba mi turno; sin embargo, no sabía por qué me presentaba como el único inmune a la epidemia, no tenía miedo. Ver tantos cadáveres en las calles comenzó a parecerme refrescante, ahora todo me perte-nencia sólo a mí, el aire se volvía muy puro y limpio. Lo único que rompía el silencio era uno que otro grito de agonía extrema, me sorprendía cómo la gente, incluso en la muerte, era capaz de hacer tanto escándalo.

Llegó la época de lluvias y el agua limpiaba toda la ciudad. Aún había algunos sobrevivientes aprisionados en sus casas, comiendo comida para perros y jugando a los dados para pasar el tiempo, y yo era incapaz de no burlarme de ellos. “Epidemia o no epidemia, siempre hacen los mismos juegos de niños.” Me había acostumbrado a sólo escuchar mi propia voz, a preparar mi propio café, a ignorar todo el sufrimiento que me rodeaba y a sustituirlo con caminatas por el parque y bailes a la luz de la luna.

Para mi sorpresa, también desarrollé pasatiempos nuevos, la necrofilia: el más divertido de ellos; que aunque en un principio me resultó algo incómodo y áspero, con el tiempo le encontré un placer astronómico al movimiento rápido, además de cierto control. Podía darme el lujo de escoger a la suertuda dama digna de saciar mi hambre, que nunca era la misma, y probé toda clase de rasgos, colores de piel y estaturas.

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Sonrieron aceptando su condición y labor.

—¿Cuándo fue la última vez que charlamos?

—…

Silencio. Ambas se miraron.

—Pues deberíamos hacerlo más a menudo. Es importante aclarar con-ceptos humanos. Ayer coincidió que estuve con un hombre que deseaba seguir viviendo durante siglos y siglos. Me refiero a que quería ser inmortal.

De nuevo el mismo deseo. Pero no se lo merece. Jamás conseguirá ese privilegio. ¿Tú qué crees que se lo ha ganado con lo que ha hecho? Ha masacrado a gente inocente, por millones, es un dictador sin escrúpulos. Es un asesino de pluma y sillón. Ha causado miles de muertes de almas blancas. ¡No! No puedo consentir eso —dijo Sra. M. —. Ésa es mi decisión.

—Interesante. Es cierto. Hay muchos de estos. Que desean perdurar. De todas las edades y estatus, a lo largo de todos los tiempos, y por muchos motivos. Curioso. ¿Por qué será? Les doy la

Un día cualquiera, a una hora cualquiera, de un año cualquiera, dentro de la existencia del universo:

—No creía que pudiésemos encon-trarnos tan pronto, querida amiga mía. Y aquí estamos de nuevo… juntas en este encuentro.

—¡Ni yo! pero ya ves que estamos unidas y destinadas a vernos con asiduidad. A pesar de nuestras vitales e importantes diferencias. Qué le vamos a hacer, yo no soy nada sin ti, y tú tampoco lo eres sin mí. Nos complementamos. ¿No es así?

El encuentroMarta Mañes Ferrer

Fotografía: www.flickr.com/sharif

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—Cierto. Pero deben de tener algún soporte o lugar dónde buscar, aprender o corregir sus errores. La opción de revisar sus aciertos y fallos para no olvidar. Ese asunto no es de nuestra incumbencia. Deben aprender a mirarse, deben saber cómo son. Lo que quieren y lo que no. Si no, siempre estarán igual. Queriendo ser… ¡eternos! Por algún motivo u otro, siempre ambicionan durar hasta el más allá.

—Y no lo son —dijo Sra. M. con afirmación—. Me refiero a eternos. Por lo que a mí me concierne, no. No voy a darles ese premio.

—Indudable. Tienes razón. Está claro que esa decisión es tuya. Tú resuelves cuándo y dónde. Sólo faltaría que tuviesen ese poder de dictamen. Pero recuerda que he traído al mundo a seres maravillosos que con un poquito más de tiempo, unos siglos nada más… estoy convencida que ese margen le hubiese venido muy bien a la humanidad. Un par de siglos —sonrió—… ¿me comprendes? ese breve margen de años les hubiese ayudado. Recuerdas a Teresa de Calcuta, Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, Martin Luther King, Jr, Dalai Lama… por citar algunos ¿eh?

—¡Claro! Aunque eso no es ser inmor-tal. Eso es sólo un alargo momentáneo. Y no omitas que también me has traído a ciertos personajes que me han puesto la piel de gallina, querida…. Menos mal de mi actuación. ¿Te cito a unos cuantos para que hagas memoria? Adolf Hitler, Losif Stalin, Francisco Franco, Mao Zedong, Augusto Pinochet, Muammar al-Gaddafi, Saddam Hussein, Hosni Mubarak… ¿sigo? —Puntualizó disgustada Sra. M. —. Menos mal que estaba yo.

El ambiente se crispó.

—No me culpes de nada. ¡Basta! No te lo consiento, amiga mía. —Tras suspirar, recuperó un tono de voz pausada y argumentó—. Te recuerdo que lo que desean y pretenden hacer con sus vidas y actos no está bajo mi juris-dicción. Yo simplemente cumplo con mi cometido. Traerlos hasta aquí.

Esa respuesta disminuyó suavemente la tensión. Reflexionaron durante unos instantes.

Silencio.

—Bien mirado, —añadió Sra. M. en un tono ya serenado para recuperar el diálogo—…hubiese podido castigar a estas personas que te he mencio- nado a ser eternas bajo una única condición: estar obligadas a ayudar a sus víctimas para aliviar su dolor —completó Sra. M. con ironía—. Eternamente dedicadas a hacer el bien. Siempre existirá esa opción pero de momento no la puedo contemplar. Aún no.

Tras aquel intercambio de impresiones, ambas amigas se dieron cuenta de que el universo las reclamaba.

—Querida, tendremos que dejarlo por hoy, y vernos en otra época. No puedo quedarme más —dijo Sra. V.

—Sí. Por supuesto. Yo también debo volver a mi puesto. Espero que podamos seguir debatiendo en otro encuentro este vital e importante concepto. La inmortalidad querida…un problema muy terrenal.

Las dos señoras sonrieron al unísono al despedirse porque en el fondo, a ellas, esa cuestión no les afectaba.

Vida y Muerte eran eternas compa-ñeras y colaboradoras desde los inicios de los tiempos. t

oportunidad de probar la riqueza de la vida, vivir con dignidad su destino, y ellos siempre quieren más, más, más. Es puro egoísmo —añadió Sra. V.

—Sí. Aunque… —Sra. M. se quedó pen- sativa, en silencio por un instante, retomó el habla—…en cualquier caso, cuando me lleve a ese tipo, y te confirmo que lo haré en breve, hay un tema que siempre me molesta. No me gusta nada que quede reflejado su nombre en la memoria de los libros. Ésa es una herramienta de doble filo. ¿O no consideras que ésa es otra manera de ser inmortal?

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Fuera de lugarMarta KapustinFotografía: www.flickr.com/76363902@N07

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Cuando tuvo la certeza, ni afligió que en el patio adusto de la escuela con sólo unos zapatos anticuados quedaras fuera. Las chicas, las inalcanzables, prendidas de la cintura, cuchichean: sopesaron los zapatos anticuados, el uniforme cuarteándose, tus uñas desgajadas.

Cuando tuvo la certeza, supo desasirse de su madre y su padre tan ajenos todavía, del hermano que no quiso crecer y que sigue siendo el niño que no ha crecido de puro negarse; sepultó ese triciclo que heredara como cada juguete por descabezado y pasajero que haya sido. Soltó jil- gueros y palomas que acudieran a su ventana, desechó libros.

Cuando tuvo la certeza de que los laboratorios –les dejó sangre y orines, y la encapsularon y observaron tanto adentro tanto afuera– certifi-

carían que posee el Mal o como se llame, se le impuso la idea. Una idea que terminó instalándose con esa instalación de lo que no se discute.

De todas formas, si quisiera discutirlo, no llegaría a ninguna parte porque ser inmortal es así, tiene su precio.

Y aunque reniegues de la inmorta- lidad ajena, tendrás que lidiar con la propia, llevarla cual escarapela o sostener la música de un pájaro perdido en el pecho. Y dejarás que el olvido –ese hermano ausente de la memoria– se haga cuerpo y lo atra-viese y lo sacuda y anude. Y nada de pensar, pensar es un lujo de hecho. Y nada de escribir, ya no es preciso. t

Cuando tuvo la certeza, cuando más que una certeza se le impuso una idea, la idea terminó instalándose con esa instalación de lo que no se discute.

Cuanto tuvo la certeza, supo que ciertas cosas, por más sencillas, cambiarían. Como su cabello, su melindroso, mórbido y enclenque cabello. Bastaría con dejarlo estar sin esas cien cepi-lladas nocturnas que tantas quejas atrajo de él, él que señala –señalaba, para ser justa– toda brizna fuera de lugar.

Cuando tuvo la certeza, se miró al espejo y las manchas pasaron a ser emblema y tatuaje. Estrellas y estelas en la piel, presencia de resolana en los maizales, siestas prohibidas sin pamela ni sandalia ni corpiño ni bombacha; hombros desechos de caricia, espaldas y piernas arreboladas de tanto halago, extremo galanteo.

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BaltasarGabriela Fonseca

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I .

Tenía nueve años cuando llevé a Baltasar a la casa. Era un pollo pintado de verde que gané en la feria y que metí en una jaula vieja. Estaba en el jardín haciendo bolitas de migajón de pan cuando el señor Eliseo dejó en el suelo las tijeras con las que podaba el pasto de nuestro pequeño jardín y se paró frente a mí y mi jaula.

– Eso no lo va a comer tu pollito, Julia.

– Pues es lo único que tengo –le respondí sin dejar de hacer bolitas y sin mirarlo. No me caía bien el jardi-nero que iba a mi casa. Era la primera vez que él me hablaba.

Unos años antes yo siempre quería que me platicara, y me estaba en el jardín cuando él trabajaba, con la esperanza de que me hiciera caso. Pero a todo cuanto yo preguntaba, él me respondía con monosílabos y sin mirarme.

Un día me regañó por jugar en el montón de pasto cortado y le dijo a mi mamá que yo lo molestaba. Desde entonces decidí ignorarlo y guardarle rencor.

– Se te puede morir tu pollito si le das de comer eso a fuerzas –me dijo el señor Eliseo. No quise que se diera cuenta de que sus palabras lograron angus- tiarme.

– Además lo tienes que sacar de esa jaula. No es un canario… –y sin pedir permiso sacó a Baltasar de su celda y lo tomó en sus manos para examinarlo. Dijo que estaba sano, porque no tenía la cabeza echada para atrás.

– A ver si no le hace daño esta pintura verde que le pusieron. Mañana tengo que venir aquí a casa de la señora Sara –me dijo. La hermana de mi madre vivía a tres cuadras de nuestra casa.

– Si quieres te traigo maíz quebrado del que le doy a mis gallinas. Pero lo tienes que dejar que ande por donde quiera para que además coma animalitos y hierba.

El señor Eliseo lo puso en el suelo y lo empujó suavemente con el pie. El pollo verde empezó a caminar entre los rosales piando, con el torpe desparpajo que comparten todas las aves de tierra.

Nos quedamos mirando al pollo que vagaba entre las violetas y le anuncié:

– Se llama Baltasar.

– ¿Quién?

– Pues mi pollo.

– Ah... le pusiste nombre de Rey Mago.

– Sí, es el nombre más bonito de los tres –le comenté, al notar que me sonreía.

A Baltasar se le quitó lo verde al salirle plumas pardas de verdad, con el paso de los meses se volvía adulto. Era macho. Cuando empezaba a crecerle la cresta, mi mamá decidió regalárselo al señor Eliseo porque maltrataba las plantas y dejaba caca en el pasto.

Cuando el jardinero llegó a la casa la siguiente vez, lo encaré mientras podaba los rosales.

– Mi mamá le va a regalar a Baltasar.

– Sí –me contestó–, ya me dijo que me lo lleve.

– ¿Qué va a hacer con él?

El señor Eliseo siguió trabajando.

– Usted tiene muchos pollos en su casa –le dije–. ¿Son para vender o para comer?

– Sí, a muchos los vendo y la gente se los come. También tengo guajolotes.

– Pero Baltasar es mío aunque se vaya a vivir con usted –le dije ya medio gimiendo.

– Mi mamá me lo quiere quitar y en-cima usted se lo va a comer.

El jardinero no interrumpió su tarea ni cuando empezó el llanto declarado. Le di rienda suelta a mis lágrimas y lo odié por no querer mirarme. Entonces le di un manazo en la espalda con todas mis fuerzas y le grité: “¡Indio!” Se volvió con el seño fruncido hasta la boca. Yo lo miraba moqueando, con horror de haberle pegado a un adulto.

– Yo no me lo voy a comer, Julia, ya no chilles.

– Se lo van a comer de todos modos cuando usted lo venda.

– No me como a todos mis pollos ni a todos los vendo. Me tengo que quedar con algunos. Se ve que tu Baltasar es muy bueno y a lo mejor lo uso para cría.

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– ¿Qué es eso?

– Que quiero que tenga hijos para a esos sí venderlos.

– No quiero que se lo coman.

– Nadie se lo va a comer.

– ¿Me lo promete?

– Sí.

– ¿De veras?

– Que ya te dije que sí.

Al terminar su trabajo, el señor Eliseo agarró a Baltasar y le puso la punta de su índice extendido frente al pico y lentamente lo alejó, lo volvió a acercar y repitió la operación hasta que al animal se le dilataron las pu-pilas. Después lo metió en un costal con la cabeza de fuera y me dejó cargarlo hasta la puerta. Luego me quitó el bulto y se fue.

–No te preocupes, tu Baltasar va a vivir muy contento, niña, te lo prometo.

Unos días más tarde, el jardinero me vio llegar de la escuela. Traía una tristeza muy grande, que no recuerdo de dónde venía.

– Tu pollito ya está bien grande, Julia.

– ¿De veras no se lo han comido?

– Te dije que nadie se lo iba a comer, niña. ¿Crees que soy mentiroso? Además, está demasiado grande. No cabría en ninguna olla. Nadie me lo compraría de todas maneras y yo no lo quiero vender.

– ¿Tan grande se puso?

– Es enorme y todo blanco. Tiene la cresta así, tan grande como tu mano. Está como hasta acá de alto –me dijo levantando la mano hasta mi hombro.

– Los gallos no tienen ese tamaño.

– Es que tu Baltasar no es como todos los gallos. Ya me di cuenta. Tiene un pico así –y dibujó una curva sobre su nariz–. Además abre las alas como si quisiera volar. Yo creo que tu pollito es el hijo de un águila. ¿Las conoces, verdad?

– Sí las conozco, pero no le creo que Baltasar sea un águila.

Unas semanas más tarde, Eliseo me trajo una pluma enorme y blanca para que así le creyera.

Después me trajo unos trozos de cascarón de huevo pintados de azul pálido y me dijo que Baltasar ya había tenido sus primeras crías con varias gallinas y que los huevos que ponían eran azules como el cielo.

El señor Eliseo siguió contándome las historias de Baltasar como rey del gallinero. Me dijo que aprendió a volar. Que espantaba a los gatos que se metían a la casa. En una de sus historias el enorme gallo blanco, más quimera que ave de corral se alzó en vuelo con una rata entre las garras.

Y estas historias continuaron todo el tiempo que el señor Eliseo y yo fuimos amigos. Terminé la universidad, él siguió trabajando en los jardines de las casas de mi barrio y todavía me traía una pluma blanca del gallo,

que aún era su ave más preciada, más de diez años después de que se la llevó.

Un día, mucho tiempo después, los hijos del jardinero, dos hombres canosos e idénticos al señor Eliseo, avisaron a la clientela de su padre que éste había enfermado, y poco después regresaron para pedir una ayuda para enterrarlo.

Pero Baltasar vivió por siempre.

II.

Vi un ángel de niña y su eternidad me pareció aterradora.

No es mi primer recuerdo; ése corresponde a la imagen de un sol enorme, grueso, amarillo con un resplandor que no cegaba y parecía más una yema de fuego que una estrella.

“¿Me lo prometes? ¿Sí? ¿Me lo prometes?” me decía una voz melosa pero tipluda que no era la de un hombre, una mujer o un niño.

Yo estaba dentro de una cuna rectangular, con barrotes y decorada con patitos. Una columna de luz inclinada se apareció al pie de ese lecho, sin brotar del techo ni de la ventana. El haz no era transparente ni nuboso, ni tenía destellos o iridis-cencias. La luz sólo despedía ese ruego, ese chantaje, esa injusticia: “¿Me lo prometes? ¿Sí? ¿Me lo prometes?”

Yo me aferraba a los barrotes de la cuna. Ya no era un bebé, pero sí una

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niña que aún cabía en ese ataúd fingido que no podía ser reemplazado por falta de dinero. Estaba en la habitación de mis padres porque no teníamos otra, y la luz parada frente a mí no me dejaba verlos dormidos en su cama matrimonial.

Quise decir que sí lo prometía, pero la horrenda sensación que muchas personas han tenido de que su voz se niega a decir sus palabras me atacó por única vez en mi vida, y me dejó con la boca abierta, asintiendo con la cabeza y sin siquiera poder cerrar los ojos para ya no ver, o para despertar, o para salir de ahí.

No recuerdo cuánto tiempo el ángel tardó en irse. Por la mañana mi madre me encontró helada y con la almohada empapada en lágrimas, sin haber dormido.

Nunca entendí lo que me pedía prometerle, sólo sé que acepté.

Muchas personas quisieran ver un ángel. No se los recomiendo. Si lo que vi fue uno, me chantajeó, me impuso una promesa que no fui capaz de entender. Hasta el día de hoy no sé si la he cumplido o si llevo toda una vida pagando la falta a mi juramento y mi desobediencia. No sé si me iré al infierno por haber roto una promesa que, quizá al morir, me entere en qué consistió.

Y si al final resulta que tengo alma y ésta tiene alguna posibilidad de salvarse, debo decirles que no fue obra de ese ángel usurero, sino de un jardinero y de un hombre quien por azar murió a mis pies.

III.

Tenía dieciocho años y estaba enamorada.

Yo estudiaba en la universidad. Mi novio se había roto el brazo y estaba en su casa, solo.

Decidí darme libre el día de escuela e ir a visitarlo. Para ello debía tomar diversos medios de transporte colectivo y cubrir un largo recorrido en la enmarañada ciudad en que vivo.

Bajé del autobús que más me acer- caba al hogar del príncipe conva-leciente en cuya cama pensaba pasarme el día, y emprendí a pie un trayecto de varias cuadras mientras canturreaba con el corazón henchido dentro del pecho.

Algo azotó contra el pavimento con un ruido imposible de reconocer. Yo estaba en mi estado de gracia, a punto de dar vuelta en una esquina cuando lo sentí golpearme las entrañas y asesinarme de un tajo hasta el último vestigio de alegría cuando me encontraba a mitad de un paso.

El dolor que de pronto se anidó en mí no me impidió seguir caminando, de hecho, me empujó a seguir; a avanzar con la garganta hecha un nudo doloroso. No había terror en mí por lo que iba a encontrar, sólo un grito callado que se me escapaba del pecho, el estómago, las sienes y la respiración. Sabía lo que era, lo que vería, lo que había sucedido antes de llegar a él. Mis lágrimas empe- zaron a escurrir no incontrolables, sino llenas de la certeza que tiene la lluvia.

Me topé con el silencio. Un hombre gordo, con un gran bigote negro y patillas yacía sobre el pavimento con los brazos en alto y las piernas sepa-radas y estaba rodeado de silencio. Estaba acostumbrada a que un acci-dente es imán de curiosos en cuestión, pero tan sólo un segundo antes de que yo lo viera, ese hombre vivía. Había trepado un poste de luz para hacer un cableado ilegal que alimentara de electricidad robada su humilde negocio ambulante.

De todo eso me enteré después, cuando testigos se acercaron y dijeron lo que pasó.

Pero eso fue una eternidad más tarde. En ese momento que se salió del tiempo y en que me quedé sola con su cuerpo destruido contra el suelo, no sabía nada. No había sangre. Noté el brillo de cuervo de su cabello, las diminutas gotas de sudor sobre su nariz y sus ojos entreabiertos, mirándome mientras se apagaban.

Y entonces sentí mi alma y sentí la suya, y supe qué era eso.

No sé si el alma es inmortal, o si transmigra, o si es divina. Sólo sé que existe y que estaba ahí y fue lo que me hizo tomarle la mano a un hombre que se estaba muriendo en la calle. Sé que el alma es eso que me dolía y quería salírseme del cuerpo para acompañar a la suya. Fue lo que me hizo ponerme de rodillas junto a ese desconocido y no soltarlo para quedarme así, en medio de un silencio que sólo existía para mí y para él hasta que alguien me tomó de los hombros y suavemente me hizo ponerme de pie.

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Alguien llegó con una sábana y cubrió el cuerpo. Yo conocí la muerte de una manera en que jamás la volvería a experimentar, y la que había sido hasta entonces cambió para siempre.

Una luz que hablaba de promesas que se le debían, un jardinero que mentía, el muerto ajeno, formaron parte del ecosistema silvestre en mi vida interior.

IV.

La última vez que vi al señor Eliseo estaba removiendo la tierra de las nochebuenas de mi madre, encorvado y con el cabello blanco.

Coincidí con él por casualidad. Rara vez yo visitaba a mis padres entre semana. Llevaba muchos años de no vivir con ellos. Terminé la univer-sidad, hice una carrera, trabajé en el extranjero, regresé y seguí trabajando.

–Te ves chistosa con esas fachas de hombre –me dijo el jardinero al reconocerme a pesar de mi traje de pantalón y saco. Seguramente la última vez que me vio yo vestía uniforme de preparatoria.

Me arrodillé junto a él y me puse a quitarle las hojas amarillentas a las nochebuenas.

–¿Tienes jardín en tu casa, Julia? –me preguntó.

Respondí que no, que departamento, pero que tenía muchas plantas en los balcones.

El jardinero reanudó su tarea y tras unos minutos le pregunté:

–¿Estaba sabroso Baltasar?

Me miró espantado y coloradísimo.

–Yo no me lo comí, Julia. Yo te prometí que yo no me lo iba a comer.

–¿Quién se lo comió?

Se puso de pie mirándose las manos que retorcía con angustia, hasta que yo solté la carcajada al verlo tan mortificado. Entonces se rio y me dijo la verdad al fin.

–No sé a quién le tocó, de veras. Es que, ¿sabes?, mi señora lo vendió para un bautizo. Pero conste que fue un día que yo no estaba porque yo le dije que el pollo era tuyo, ¿eh? Ella fue la que se equivocó. t

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AUTOR JONATHAN W. CUMMINGS TÍTULO COMMANDO: MEMORIAS DE JOHNNY RAMONE NÚM. DE PÁGINAS 176FORMATO TAPA DURA ISBN 978-84-15996-05-7

«Es como si te recibiera en su casa» observa su colega Tommy, un inocente comentario que podría entenderse también como advertencia, porque este libro es una confesión visceral in artículo mortis y a quemarropa.John Cummings, alias JOHNNY RAMONE (1948-2004), pasará a la historia de la música popular como fundador de una banda empedernida. Una cuadrilla de rufianes, para ser exactos. Antes de ese estruendo había sido un chico con aficiones tan benignas como el lanzamiento de televisores desde azoteas, la destrucción de ventanas a ladrillazos o el derribo de pacíficos viandantes con fines delictivos. El rocanrol lo apartó del mal camino para conducirlo a un éxito que, sin embargo, no borró ni sus raíces ni su agreste chulería. Pasó de las calles a los escenarios conservando intacto el espíritu pendenciero que distinguiría a los Ramones y los llevaría en 2002 al salón donde se exhiben las famas del rock. Dos años después moriría de cáncer: era la tercera baja del grupo.Johnny nunca economizó hostias y no las escatima en estas páginas, donde asistimos, por ejemplo, al memorable puñetazo que le arreó a Malcolm McLaren por dirigirle la palabra a su novia. Tampoco se ahorra coces para juzgar a algunos músicos ilustres de su tiempo (que acaban despellejados). Commando es la historia de Johnny y la peripecia de los Ramones contadas con la salvaje honestidad de quien jamás se mordió la lengua. El volumen contiene decenas de fotos inéditas y un pintoresco surtido de materiales complementarios: desde una evaluación de los discos ramonianos hecha por el propio Johnny a varias páginas de sus legendarios «libros negros» pasando por unas listas donde consigna sus muy insólitas preferencias. Esta obra no descansa en paz.

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Camino pendienteRESEÑA DE LA OBRA

Camino pendiente es el dibujo que culmina la serie titulada Adelante, que comenzó en 2012 y terminó en septiembre de 2014.

Adelante aborda el aspecto gráfico y anecdótico de los caminos rotos. En el habla común, la palabra Adelante carga tintes casi motivacionales en este afán constante de progreso.

Estos dibujos replantean este adverbio al presentar un Adelante sobre trayectos intrincados y reventados.

Camino pendiente es el último de una serie de 14 dibujos hechos en grafito sobre papel. Plantea la posibilidad de un último camino que es hacia el fondo de la tierra -el de la muerte- con la imagen de un xoloitzcuintle como compañero de ese último-nuevo trayecto. t

FICHA TÉCNICA:

Título: Camino pendiente

Autor: Marisol C. Guzmán

Técnica: grafito sobre papel

Medidas: 43 x 34.5 cm

Año: 2014

Marisol C. Guzmán

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Diana O´Higgins nació en Buenos Aires, el 18 de septiembre de 1968. Desde niña se dedicó a capturar instantes con una cámara analógica Pentax y de vez en cuando con una Polaroid que le “tomaba prestada” a su hermano mayor. Con el tiempo, comenzó a fotografiar a sus amigos y descubrió que en aquello que decían los antiguos, que la fotografía roba el alma de los mortales, había algo de verdad, pues cada persona que capturaba en su lente, se veía a sí misma como nunca antes. Por

esa razón, al cumplir los 25 años, se dedicó primero como hobbie y luego profesionalmente a este noble y bello arte: iluminar con su mirada la belleza que esconde cada ser en su interior.

Algunos de sus retratos aparecen en novelas tales como El corazón de Prometeo de la escritora Mercedes Mayol; fue seleccionada en varias ocasiones por Vogue de Italia; ha realizado portfolios cuya magia ha superado barreras de edad, género

y prejuicios. Siempre ha tenido presente este pensamiento de Imogen Cunningham:

“¿Cuál de mis fotos es mi fotografía preferida? Una que voy a hacer mañana.”

De modo que lo mejor para ella, siempre está por llegar y quizás por eso nunca se detiene en la búsqueda de esa belleza que nada tiene que ver con lo superficial. t

Diana O`Higgins

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Considero que una de las funciones de la inmortalidad es preservar y honrar a nuestros antecesores por medio de distintos tipos de expresiones, entre ellas, la más habitual, es la de los cementerios, con sus mausoleos, flores, lápidas, y visitas de los días domingos. Dichas expresiones intentan mantener el vínculo con quienes ya no están, haciendo ver que su paso por este mundo no fue en vano, y que serán recordados, siempre.

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