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REVISTA EUROPEA. NÚM. 24 9 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . AÑO I. EL SOMBRERO DE TRES PICOS, HISTORIA VERDADERA DE UN SUCEDIDO QUE ANDA EN ROMANCES, ESCRITA AHORA TAL T COMO PASÓ. (Continuación.) * VIII. El hombre del sombrero de tres picos. Eran las dos de una tarde de Octubre. El esquilón de la Catedral tocaba á vís- peras,—lo cual quería decir que ya habian comido todas las personas principales de la ciudad. Los canónigos se dirigían al coro, y los seglares á las alcobas á dormir la siesta, so- bre todo aquellos que, por razón de oficio, -í|¡. las autoridades, habian pasado la ma- ñana entera trabajando. Era, pues, muy de extrañar que á aque- lla hora, impropia además para dar un pa- seo, pues todavía hacia demasiado calor, sa- liese de la ciudad, á pié, y seguido de un solo alguacil, el ilustre señor corregidor de la misma,—á quien no podia confundirse con ninguna otra persona ni de dia ni de noche, así por la enormidad de su sombrero de tres picos y por lo vistoso de su capa de grana, como por lo particularísimo de su grotesco donaire... De la capa de grana y del sombrero de tres picos, son muchas todavia las personas que pudieran hablar con pleno conocimien- to de causa. Nosotros, entre ellas, lo mismo que todos los nacidos en aquella ciudad en las postrimerías del reinado del Señor D. Fernando VII, recordamos haber visto Colgados de un clavo, en medio de una des- mantelada pared, en la ruinosa torre de la casa que habitó su señoría, (torre destinada á la sazón á los infantiles juegos de sus nie- tos,) aquellas dos prendas anticuadas, aque- lla capa y aquel sombrero,—el negro som- brero encima y la capa roja debajo,—for- " Vé»oe el número anterior, píg. 129. TOMO II. mando una especie de espectro del absolu- tismo, una especie de sudario del corregidor, una especie de caricatura retrospectiva de su poder, pintada con carbón y almagre? como tantas otras, por los párvulos constitu- cionales déla de 4 837 que allí nos reunía- mos; una especie, en fin, de espanta—pá- jaros, que en otro tiempo habia sido espan- ta-hombres, y que hoy me da miedo deha- ber contribuido á escarnecer, paseándolo por aquella histórica ciudad en dias de carnes- tolendas, en lo alto de un desollinador, ó sirviendo de disfraz irrisorio al idiota que más hacia reir á la pleble...—¡Pobre prin- cipio de autoridad! ¡Así te hemos puesto los mismos que hoy te invocamos tanto 1 En cuanto al indicado grotesco donaire del señor corregidor, consistía (dicen) en que era cargado de espaldas... todavia más cargado de espaldas que el tio Lúeas... casi jorobado, para decirlo de una vez; de estatura menos que mediana; endeblillo; de mala salud; con las piernas arqueadas, y una manera de andar sui géneris (balan- ceándose de un lado á otro y de atrás hacia adelante^, que sólo se puede describir con la absurda fórmula de que parecia cojo de los dos pies.—En cambio (añade la tra- dición) su rostro era regular, aunque ya bastante arrugado por la falta absoluta de dientes y muelas; moreno verdoso, como el de casi todos los hijos de las Castillas; con grandes ojos oscuros, en que relampaguea- ban la cólera, el despotismo y la lujuria; con finas y traviesas facciones, que no te- nian la expresión del valor personal, pero si la de una malicia artera capaz de todo, y con cierto aire de satisfacción, medio aristocráti- co, medio libertino, que revelaba que aquel hombre habria sido, en su remota juventud, muy agradable y acepto á las mujeres, á pesar de sus piernas y de su joroba. D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León (que así se llamaba su señoría) habia nacido en Madrid de una familia ilustre, y frisaría U

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 24 9 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . AÑO I.

EL SOMBRERO DE TRES PICOS,HISTORIA VERDADERA DE UN SUCEDIDO QUE ANDA EN ROMANCES,

ESCRITA AHORA TAL T COMO PASÓ.

(Continuación.) *

VIII.El hombre del sombrero de tres picos.

Eran las dos de una tarde de Octubre.El esquilón de la Catedral tocaba á vís-

peras,—lo cual quería decir que ya habiancomido todas las personas principales de laciudad.

Los canónigos se dirigían al coro, y losseglares á las alcobas á dormir la siesta, so-bre todo aquellos que, por razón de oficio,

- í | ¡ . las autoridades, habian pasado la ma-ñana entera trabajando.

Era, pues, muy de extrañar que á aque-lla hora, impropia además para dar un pa-seo, pues todavía hacia demasiado calor, sa-liese de la ciudad, á pié, y seguido de unsolo alguacil, el ilustre señor corregidor dela misma,—á quien no podia confundirse conninguna otra persona ni de dia ni de noche,así por la enormidad de su sombrero de trespicos y por lo vistoso de su capa de grana,como por lo particularísimo de su grotescodonaire...

De la capa de grana y del sombrero detres picos, son muchas todavia las personasque pudieran hablar con pleno conocimien-to de causa. Nosotros, entre ellas, lo mismoque todos los nacidos en aquella ciudaden las postrimerías del reinado del SeñorD. Fernando VII, recordamos haber vistoColgados de un clavo, en medio de una des-mantelada pared, en la ruinosa torre de lacasa que habitó su señoría, (torre destinadaá la sazón á los infantiles juegos de sus nie-tos,) aquellas dos prendas anticuadas, aque-lla capa y aquel sombrero,—el negro som-brero encima y la capa roja debajo,—for-

" Vé»oe el número anterior, píg. 129.

TOMO II.

mando una especie de espectro del absolu-tismo, una especie de sudario del corregidor,una especie de caricatura retrospectiva desu poder, pintada con carbón y almagre?como tantas otras, por los párvulos constitu-cionales déla de 4 837 que allí nos reunía-mos; una especie, en fin, de espanta—pá-jaros, que en otro tiempo habia sido espan-ta-hombres, y que hoy me da miedo de ha-ber contribuido á escarnecer, paseándolo poraquella histórica ciudad en dias de carnes-tolendas, en lo alto de un desollinador, ósirviendo de disfraz irrisorio al idiota quemás hacia reir á la pleble...—¡Pobre prin-cipio de autoridad! ¡Así te hemos puesto losmismos que hoy te invocamos tanto1

En cuanto al indicado grotesco donairedel señor corregidor, consistía (dicen) enque era cargado de espaldas... todavia máscargado de espaldas que el tio Lúeas...casi jorobado, para decirlo de una vez; deestatura menos que mediana; endeblillo;de mala salud; con las piernas arqueadas, yuna manera de andar sui géneris (balan-ceándose de un lado á otro y de atrás haciaadelante^, que sólo se puede describir conla absurda fórmula de que parecia cojo delos dos pies.—En cambio (añade la tra-dición) su rostro era regular, aunque yabastante arrugado por la falta absoluta dedientes y muelas; moreno verdoso, como elde casi todos los hijos de las Castillas; congrandes ojos oscuros, en que relampaguea-ban la cólera, el despotismo y la lujuria;con finas y traviesas facciones, que no t e -nian la expresión del valor personal, pero sila de una malicia artera capaz de todo, y concierto aire de satisfacción, medio aristocráti-co, medio libertino, que revelaba que aquelhombre habria sido, en su remota juventud,muy agradable y acepto á las mujeres, ápesar de sus piernas y de su joroba.

D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León(que así se llamaba su señoría) habia nacidoen Madrid de una familia ilustre, y frisaría

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462 REVISTA EUROPEA. 9 DE AGOSTO DE 4 8 7 4 . N.° 24

á la iazon e* ks cftcuétat» y cinco' añes,llevatódo fiuafro ᧠cérregicíer en la éiadadde que tratamos, donde se casó, á poco dellegar, con la principalísima señora que dire-mos más adelante.

Las medias de D. Eugenio (única parteque, además de los zapatos, dejaba ver desu vestido la extensísima capa de grana)eran blancas, y los zapatos negros, con he-billa de oro. Pero luego que el calor delcampo le obligó á desembozarse, vídose quellevaba gran corbata de batista; chupa desarga de color de tórtola, muy festoneada degamillos verdes, bordados de realce; calzóncorto, negro, de seda; una enorme casaca dela misma estofa que la chupa; espadin conespuñadura de acero; bastón con borlas, y unrespetable par de guantes (ó quirotecas) degamuza pajiza, que no se ponia nunca, em-puñados por la mitad á guisa de cetro.

El alguacil que seguia á veinte pasos dedistancia al señor corregidor se llamabaGarduña, y era la propia estampa de sunombre.—Flaco, agilísimo, mirando ade-lante y atrás, á derecha é izquierda al pro-pio tiempo que andaba; de largo cuello; dediminuto y repugnante rostro, y con dosmanos como dos manojos de disciplinas, pa-recia juntamente un hurón en busca de cri-minales, la cuerda que habia de atarlos, yel instrumento destinado á su castigo...

El primer corregidor que le eehó la vistaencima le dijo sin más informes: Tú serásmi primer alguacil...—Y ya lo habia sidode cuatro corregidores.

Tenia cuarenta y ocho años, y llevabasombrero de tres picos, mucho más pequeñoque el de tní señor (pues repetimos que elde éste era descomunal), capa negra comolas medias y todo el traje, bastón sin borlas,y una especie de asador por espada.

Aquel otro espantajo negro parecia lasombra de su vistoso amo.

IX.¡Arre, burra!

Por donde quiera que pasaban el perso-naje y su apéndice, los labradores dejabansus faenas y se descubrían hasta los pies,con más miedo qqe respeto; después de locual se decian en voz baja:

—¡Temprano va esta tarde el seifor cor-regido» á ver á la seña Frasquita!

—¡Temprano... y solo!—añadían algu-nos, acostumbrados á verlo siempre daraquel paseo en compañía de otras variaspersonas.

—Oye, tú, Manuel; ¿por qué irá soloesta tarde el señor corregidor á ver á lanavarra?—le preguntó una lugareña á sumarido, que la llevaba á grupas en labestia.

Y, al mismo tiempo que la pregunta, lehizo cosquillas por via de retintín.

—¡No seas mal pensada, Josefa!—excla-mó el buen hombre.—La seña Frasquita esincapaz...

—No digo yo lo contrario... Pero elcorregidor no es por eso incapaz de estarenamorado de ella... Yo he oido decir que,de todos los que van á las francachelas delmolino, el único que lleva mal fin es esemadrileño tan aficionado á faldas...

—¿Y qué sabes tú si es aficionado áfaldas?—preguntó á su vez el marido.

—No lo digo por mí... ¡Ya se hubieraguardado, todo lo corregidor que es, de de-cirme los ojos tienes negros!

La que así hablaba era más que media-namente fea.

—¡Pues mira, hija, allá ellos!—replicóel llamado Manuel.—-Yo no creo al tio Lú-eas hombre de consentir... ¡Bonito geniotiene el tío Lúeas cuando se enfada!

—Pero, en fin, si ve que le conviene...—añadió la tia Josefa, retorciendo el hocico.

—El tio Lúeas es un hombre de bien,"—repuso el lugareño;—y á un hombre debien nunca pueden convenirle esas cosas.

—Pues entonces, tienes razón... ¡Alláellos!... Si yo fuera la seña Frasquita...

—¡Arre, burra!—gritó el marido paramudar la conversación.

Y la burra salió al trote; con lo que nopudo oirse el resto del diálogo.

X.Desde la parra.

Mientras así discurrían los labriegos quesaludadan al señor corregidor, la seña Fras-quita regaba y barria cuidadosamente laplazoletilla empedrada que servia de atrio ó

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P. A. DK AL*RCGW.—-»-EL SÜMBRBQlO Mí TftaS-, BICOS.

compás al molino, y colocaba media doe&nade sillas debajo de lo más espeso del empar-rado, en el cual estaba sobado el tío Lúeas,cortando los mejores racimos y arreglando-"los artísticamente en una cesta.

—Pues sí, Frasquita,—decía et tio Lú-eas desde lo alto de la parra;—el señor cor-regidor está enamorado de tí de muy malamanera...

—Ya te lo dije yo hace tiempo,—contestóla mujer del Norte.—¡Pero, déjalo que pene!—¡Cuidado, Lúeas, no te vayas á caer!

—Descuida, que estoy bien agarrado.También le gustas mucho al señor...

—Mira, no me des más noticias,-:—inter-rumpió ella.—¡Demasiado sé yo á quién legusto y á quién no le gusto! ¡Ojalá supieradel mismo modo por qué no te gusto á tí!

—Porque eres muy fea,—contestó el tioLúeas.

—Pues fea y todo, soy capaz de subir ála parra y echarte de cabeza al suelo...

—Más fácil seria que yo no te dejasebajar de la parra...

—¡Eso es!... y cuando vinieran mis ga-lanes, dirian que éramos un mono y unamona...

—Y acertarian; porque tú eres muymona y muy rebonita, y yo parezco unmono con esta joroba...

—Que á mí me gusta muchísimo...—Entonces te gustará más la del corre-

gidor, que es mayor que la mia.—¡Vamos! ¡Vamos! Sr. D. Lúeas... que

me parece que tiene V. celos...—¿Celos yo de ese viejo petate? Al con-

trario. Me alegro mucho de que te quiera...--;.—¿Por qué?

*—Porque en el pecado lleva la peniten-cia. Tú no has de quererlo nuncat y yo seréentre tanto el verdadero corregidor de laciudad.. !^-¡Mjren el vanidoso! Pues figúrate quellegase á quererlo... ¡Cosas más raras seven en el mundo!

—Tampoco se m& daria gran cosa...—¿Por qué?T-Porque entonces, tú no serias ya tú;

y, no siendo tú quien eres, ó como yo creoque eres, maldito lo que me importarla quete llevasen los demonios.

—Pero» bien, ¿qué: barias en semejante^ -caso?

—¿Yo? ¡Mira lo que no sé!... Porque,"como entonces yo seria otro y no el que soyahora, no puedo figurarme lo que pensaríadespués de mi trasformacion...

—¿Y por qué serias entonces otro?—Porque yo soy ahora un hombre que

cree en tí como en sí mismo, y que no tienemás vida que esta creencia. De consiguiente,al dejar de creer en tí, me moriría, ó meconvertiría en un nuevo hombre; viviria deotro modo; me parecería qüi1 acababa denacer; tendría otros sentimientos. Ignoro,pues, lo que aquel segundo yo haría enton-ces contigo. Puede que se echara á reír y tevolviera la espalda. Puede que ni siquierate conociese. Puede que... Pero ¡vaya un¡gusto que tenemos en ponernos de mal hu-mor sin necesidad! ¿Qué nos importa á nos-otros que te quieran todos los corregidoresdel mundo? ¿No eres tú mi Frasquita?

—i-Sí, pedazo de bárbaro,—contestó la na-varra, riendo á más no poder:—yo soy tuFrasquita, y tú eres mi Lúeas de mi alma,más feo que el bú, con más talento que todoslos hombres, más bueno que el pan y másquerido... ¡Ah, lo que es eso efe querido,cuando bajes de la parra lo verás! ¡Prepárateá llevar más bofetadas y pellizcos que pelostienes en la cabeza! Pero, ¡calla! ¿Qué es lo .que veo? El señor corregidor viene porallí Completamente solo... ¡Y tan temprani-to!... Ese trae plan.

-r-Pues aguántate, y no le digas queestoy subido en la parra. Ese viene á decla-rarse á solas contigo, creyendo pillarmedurmiendo la siesta. Quiero divertirmeoyendo su explicación.

Asi dijo el tio Lúeas, alargándole la cestaá su mujer.

-i-iNo está mal pensado,-m-exclamó, ella,lanzando nuevas carcajadas.TTT-¡E1 demoniodel madrileño! ¿Qué se, habrá creído que esun corregidor para mí? Pero aquí llega...Por cierto qu» Garduña, que lo seguia á al-guna distancia, se ha sentado en la ramblillaá la sombra... ¡Qué majadería,! Ocúltate túbien entre los pámpanos, que nos vamos áreir más de lo que te figuras.

Y dicho esto, la hermosa navarra rompió

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164 REVISTA EUROPEA.—9 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . N/24á cantar una copla de fandango, que ya leera tan familiar como las canciones de sutierra.

XI.SI bombardeo de Pamplona.

—Dios te guarde, Frasquita,—dijo elcorregidor á media voz, apareciendo bajo elemparrado y andando de puntillas.

—¡Tanto bueno, señor corregidor!—res-pondió ella eu voz natural, haciéndole milreverencias..«-¡Usía por aquí á estas horas!¡Y con el cal&r que hace!... ¡Vaya, siéntesesu señoría!... Esto está fresquito... ¿Cómono ha aguardado su señoría á los demás se-ñores? Aquí tienen ya preparados sus asien-tos... Esta tarde esperamos al señor obispoen persona, que le ha prometido á mi Lúeasvenir á probar las primeras uvas de la par-ra.—¿Y cómo lo pasa su señoría? ¿Cómo lopasa la señora?

El corregidor estaba turbado.La ansiada soledad en que encontraba á

la seña Frasquita le parecía un sueño, ó unlazo que le tendía la enemiga suerte parahacerle caer en el abismo de un desengaño.

Limitóse, pues, á contestar:—No es tan temprano como dices... Se-

rán las tres y media...El loro dio en aquel momento un chillido.—Son las dos y cuarto,—dijo la navarra,

mirando de hito en hito al madrileño.Este calló, como reo convicto que renun-

cia á la defensa.•—¿Y Lúeas? ¿Duerme?—preguntó al

cabo de un rato.(Debemos advertir aquí que el corregidor,

lo mismo que todos los que no tienen dien-tes, hablaba con una pronunciación floja ysibilante, como si se estuviese comiendo suspropios labios.)

—De seguro,—contestó la seña Fras-quita.—En llegando esta hora, se quedadormido donde primero le coge, aunque seaen el borde de un precipicio...

—Pues mira... déjalo dormir...—excla-mó el viejo corregidor, poniéndose más pá-lido de lo que ya era. — Y tú, mi queridaFrasquita, escúchame... oye... ven acá...Siéntate aquí, á mi lado... Tengo muchascosas que decirte...

—Ya estoy sentada,—respondió la moli-nera, agarrando una silla baja y plantándoladelante del corregidor, á cortísima distanciade la suya.

Una vez que se hubo sentado, echó unapierna sobre la otra, inclinó el cuerpo haciaadelante, apoyó un codo sobre la rodilla ca-balgadora, y la fresca y hermosa cara enuna de sus manos; y así, con la cabeza unpoco ladeada, la sonrisa en los labios, loscinco hoyos en actividad, y las serenas pu-pilas clavadas en el corregidor, aguardó ladeclaración de su señoría.—Hubiera podidocomparársela con Pamplona esperando unbombardeo.

El pobre hombre fue á hablar y sequedó con la boca abierta, embelesado anteaquella grandiosa hermosura, ante aquellaesplendidez de gracias, ante aquella formi-dable mujer, de alabastrino color, de lujo-sas carnes, de limpia y riente boca, de azu-les é insondables ojos, que parecía creadapor el pincel de Rubens.

—Frasquita...—murmuró al fin el dele-gado del Rey con acento desfallecido, mien-tras que su marchito rostro, cubierto de sü«dor, destacándose sobre su joroba, expresabauna inmensa angustia.—Frasquita...

—Me llamo,—contestó la hija de los Pi*rineos.—¿Y qué?

—Lo que tú quieras, — repuso el viejocon una ternura sin límites.

—Pues lo que yo quiero,—dijo la moli-nero,—ya lo sabe usía. Lo que yo quieroes que usía nombre secretario del ayunta-miento de la ciudad á un sobrino mío quetengo en Estella, y que así podrá venirse deaquellas montañas, donde está pasando mu-chos apuros...

—Te he dicho, Frasquita, que eso esimposible. El secretario actual...

—Es un ladrón, un borracho y un bestia.—Ya lo sé... Pero tiene grandes alda-

bas entre los regidores perpetuos, y yo nopuedo nombrar otro sin acuerdo del cabil-do. De lo contrario, me expongo...

—¡Me expongo!... ¡Me expongo!... ¿Aqué no nos expondríamos por vuestra seño-ría hasta los gatos de esta casa?

—¿Me querrías á ese precio?—tartamu-deó el corregidor.

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P. A. DE ALARCON. EL SOMBRERO DE TRES PICOS. 465—No, señor; que lo quiero á usía de

balde.—Mujer, no me des tratamiento. Había-

me de usted ó como se te antoje... ¿Conque vas á quererme? Di...

—¿No le digo á V. que lo quiero ya?—Pero...—No hay pero que valga. ¡Verá V. qué

guapo y qué hombre de bien es mi sobrino!—¡Tú sí que eres guapa, Frasquita!...—¿Le gusto á V.?—¡Que si me gustas!... ¡No hay mujer

como tú!—Pues mire V... Aquí no hay nada pos-

tizo.. .—contestó la seña Frasquita, acabandode arrollar la manga de su jubón, y mos-trando al corregidor el resto de su brazo,digno de una cariátide, y más blanco queuna azucena.

—¡Que si me gustas!—prosiguió el cor-regidor.—De dia, de noche, a todas horas,en todas partes, sólo pienso en tí...

—¿Pues qué? ¿No le gusta á V. la se-ñora corregidora?—preguntó la seña Fras-quita con una fingida compasión que hu-biera hecho reir á un hipocondriaco.—¡Quélástima! Mi Lúeas me ha dicho que tuvo elgusto de verla y de hablarle cuando fue ácomponerle á V. el reloj de la alcoba, yque es muy guapa, muy buena, y de untrato muy cariñoso.

—¡No tanto! ¡No tanto! —murmuró elcorregidor con cierta amargura.

—En cambio, otros me han dicho—pro-siguió la molinera,—que tiene muy malgenio, que es muy celosa, y que V. le tiem-bla más que á una vara verde...

—¡No tanto, mujer!...—repitió D. Eu-genio de Zúñiga y Ponce de León, ponién-dose colorado.—¡Ni tanto ni tampoco! Lacorregidora tiene sus manías, es cierto...Pero de ello á hacerme temblar hay muchadiferencia. ¡Yo soy el corregidor!,..

—Pero, en fin, ¿la quiere V. ó no laquiere?

—Te diré... Yo la quiero mucho... ó pormejor decir, la queria antes de conocerte.Pero desde que te vi, no sé lo que me pasa,y ella misma conoce que me pasa algo.Bástete saber que hoy, para mí, tomarle lacara á mi mujer me hace la misma opera-

ción que si me la tomara á mí propio... Yaves que no puedo quererla más, ni sentirmenos... ¡Mientras que por coger esa mano,ese brazo, esa cara, esa cintura... darialo que no tengo!

Y hablando así el corregidor, trató deapoderarse del brazo desnudo que la señaFrasquita le estaba refregando material-mente por los ojos; pero ésta, sin descom-ponerse, extendió la mano, tocó el pechode su señoría con la pacífica violencia é in-contrastable rigidez de la trompa de un ele-fante, y lo tiró de espaldas con silla y todo.

—¡Ave María Purísima!—exclamó en-tonces la navarra, riéndose á más no po-der.—Por lo visto, esa silla estaba rota...

—¿Qué pasa ahí?—exclamó en esto eltio Lúeas asomando su feo rostro entre lospámpanos de la parra.

El corregidor estaba todavía en el sueloboca arriba, y miraba con un terror indeci-ble á aquel hombre que aparecía en los ai-res boca abajo.

Parecía el diablo vencido, no por San Mi-guel, sino por otro demonio del infierno.

—¿Qué ha de pasar?—se apresuró á res-ponder la seña Frasquita.—¡Que el señor-corregidor puso la silla en vago, fue á me-cerse, y se ha caido...

—¡Jesús, María y José!—exclamó á suvez el molinero.—¿Y se ha hecho daño suseñoría? ¿Quiere una poca agua y vinagre?

—¡No me he hecho nada!—dijo el cor-regidor, levantándose como pudo.

Y luego añadió por lo bajo, pero de modoque pudiera oírlo la seña Frasquita:

—¡Me la pagareis!—Pues, en cambio, su señoría me ha

salvado á mi la vida,—repuso el tío Lúeas,siempre desde lo alto de la parra.—Figú-rate, mujer, que estaba yo aquí sentadocontemplando las uvas, cuando me quedédormido sobre una red de maderos y cepasque dejaban claros suficientes para que pa-sase mi cuerpo... Por consiguiente, si lacaida de su señoría no me hubiese desper-tado tan á tiempo, esta tarde me habria yoroto la cabeza contra esas piedras.

—Conque sí... ¿eh?—replicó el corregi-dor.—Pues ¡vaya, hombre! me alegro...¡Te digo que me alegro mucho de haberme

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caido!—¡Me la pagarás ¡-^agregó en seguidadirigiéndose á la molinera.

Y pronunció estas palabras con tal ex-presión de reconcentrada furia, que la señaFrasquita se puso triste.

Veia claramente que el corregidor seasustó al principio, creyendo que el moline-ro lo habia oido todo; pero que, persuadidoya de que no habia oido nada (pues la cal-ma y el disimulo del tio Lúeas hubieran en-gañado al más lince), empezaba á abando-narse á toda su iracundia y á concebir pla-nes de venganza.

—¡Vamos! ¡Bájate ya de ahí y ayúdameá limpiar á su señoría, que se ha puestoperdido de polvo!—exclamó entonces la mo-linera.

Y mientras el tio Lúeas bajaba, díjole ellaal corregidor, dándole golpes con el delantalen la casaca y alguno que otro en las orejas:

—El pobre no ha oido nada... Estabadormido como un tronco...

Más que estas frases, la circunstancia dehaber sido dichas en voz baja, afectandocomplicidad y secreto, produjo un efecto-maravilloso:

—¡Pícara! ¡Proterva!—balbuceó D. Eu-genio de Zúñiga con la boca hecha agua,pero gruñendo todavía...

—¿Me guardará usía rencor?—-replicóla navarra zalameramente.

Viendo el corregidor que la severidad ledaba buenos resultados, intentó mirar á laseña Frasquita con mucha rabia, pero seencontró con su tentadora risa y' sus divinosojos, en que brillaba la caricia de una súpli-ca, y, derritiéndosele la gacha en el acto, ledijo con un acento baboso, en que se descu-bría más que nunca la ausencia total de susdientes y muelas:

—De tí depende, amor mió.En aquel momento se descolgó de la parra

el tio Lúeas.

XII.Diezmos y primicias.

Repuesto el corregidor en su silla, la mo-linera dirigió una rápida mirada á su esposo:viole, no sólo tan sosegado como siempre,sino reventando de ganas de reir por re-sultas de aquella ocurrencia: cambió con

él desde lejos un beso tirado, aprovechandoun descuido del corregidor, y díjole, en fin,con una voz de sirena, que le hubiera en-vidiado Cleopatra:

—¡Ahora va su señoría á probar misuvas!

Entonces fue de ver á la hermosa navar-ra (y así la pintaría yo si tuviese el pincelde Ticiano), plantada enfrente del embele-sado corregidor, fresca, magnífica , inci-tante, con sus nobles formas, con su an-gosto vestido, con su elevada estatura, consus desnudos brazos levantados sobre lacabeza y con un trasparente racimo en cadamano, diciéndole, entre una sonrisa irresis-tible y una mirada suplicante en que titilabael miedo:

—Todavía no las ha probado el señorobispo. Son las primeras que se cogeneste año.

Parecía una gigantesca Pomona, brin-dando frutas á un dios campestre;—á unsátiro, vg.

En esto apareció al extremo de la plazo-leta empedrada el venerable obispo de ladiócesis, acompañado del abogado acadé-mico y de dos canónigos de avanzada edad,y seguido de su secretario, de dos familia-res y de dos pajes.

Detúvose un rato su ilustrísima á con-templar aquel cuadro tan cómico y tan bello,hasta que, por último, dijo con el reposadoacento propio de los prelados de entonces:

—El Giíartoi.. pagar diezmos y primi-cias á la Iglesia de Dios, nos enseña la doc-trina cristiana; pero V., señor corregidor,no se contenta con administrar el diezmo,sino que también trata de comerse las pri-micias. «

—¡El señor obispo! —exclamaron losmolineros, dejando al corregidor y corriendoá besar el anillo del prelado.

—¡Dios se lo pagtiife &fisu ilustrísima, porvenir á honrar estíf£pobre choza!—dijo eltio Lúeas, beááMt) él primero, y con elacento de una sincera veneración.

— ¡Qué señor obispo tengo tan hermo-so!—exclamó la seña Frasquita, besandodespués. ¡Dios lo bendiga y me lo conservemás años que le conservó el suyo á miLúeas! •

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N.°24 P. A. DE ALARCON. EL SOMBRERO DE TRES PICOS. 167

—No sé qué falta puedo hacerte, cuandotú me echas las bendiciones en vez de pe-dírmelas—contestó riéndose el bondadosopastor.

Y, extendiendo dos dedos, bendijo á laseña Frasquita y después á los demás cir-cunstantes.

—Aquí tiene usía ilustrísima las primi-cias—dijo el corregidor, tomando un racimode manos de la molinera y presentándoselocortesmente al obispo.—Todavía no había-mos probado las uvas...

El corregidor pronunció estas palabras,dirigiendo de paso una rápida y cínica mi-rada á la espléndida hermosura de la moli-nera.

—¡Pues no será porque estén verdes,como las de la fábula! — observó el aca-démico.

—Las de la fábula—expuso el obispo—no estaban verdes, señor licenciado, sinofuera del alcance de la zorra.

Ni el uno ni el otro habia querido acasoaludir al corregidor; pero ambas frases fue-ron casualmente tan adecuadas á lo queacababa de suceder allí, que D. Eugenio deZúñiga se puso lívido de cólera, y dijo, be-sando el anillo del prelado:. —Eso es llamarme zorro, señor ilus-

trisimo.—Tu dixisti—replicó éste, can la afable

severidad de un santo (como diz que lo eraen efecto.)—Excusatio nonpetita, acusatiomanifestó,.—Qualis vir, talis oratio.—Perosatis jam dictum, nullus ultra sit sermo.—0, lo que es lo mismo, dejémonos de lati-nes, y veamos estas famosas uvas.

Y picó una sola vez en el racimo que lepresentaba el corregidor.

—¡Están muy buenas!—exclamó mi-rando aquella uva al trasluz y alargándoselaen seguida á su secretario. — ¡Lástima queá mí no me sienten bien!

El secretario repitió la acción de su se-ñor, y luego... colocó "la. uva en la cesta conescrupuloso cuidado.

—Su ilustrísima ayuna—observó en vozbaja uno dfe sus familiares.

El tio Lúeas, que habia seguido la uvacon la vista, la cogió entonces disimulada-mente, y se la comió sin que nadie lo viera.

Después de esto, sentáronse todos: ha-blóse de la otoñada (que seguia siendo muyseca, á pesar de haber pasado el cordonazode San Francisco); discurrióse algo sobrela probabilidad de una nueva guerra entreNapoleón y el Austria; insistióse en lacreencia de que las tropas imperiales no in-vadirían nunca el territorio español; quejóseel abogado de lo revuelto y calamitoso deaquella époea, envidiando los tranquilostiempos de sus padres (como sus padreshabrían envidiado los de sus abuelos); diolas cinco el loro..., y, á una seña del señorobispo, el menor de los pajes fue al cochede su ilustrísima, que se habia quedado enla misma ramblilla que el alguacil, y volviócon una magnífica torta sobada., de pan deaceite, polvoreada de sal, que apenas haríauna hora habia salido del horno: colocóseuna mesilla en medio de los concurrentes;descuartizóse la torta; dióse su parto corres-pondiente, á pesar de que se resistieron naurcho, al tio Lúeas y á la seña Frasquito, yuna igualdad verdaderamente democrátiqareinó durante una hora bajo aquellos pám-panos que filtraban los últimos resplandoresde un sol poniente...

XIII.Le dijo el grajo al cuervo...

Hora y media después, todos los ilustrescompañeros de merienda .estaban de vueltaen la ciudad.

El señor obispo y su familia habian lle-gado con bastante anticipación, gracias alcoche, y hallábanse ya en palacio, dondelos dejaremos rezando sus devociones.

El insigne abogado (que era muy seco) ylos dos canónigos (á cual más grueso y másrespetable) acompañaron al corregidor hastala puerta del ayuntamiento (donde dijo quetenia que hacer), y tomaron luego el cami-no de sus respectivas casas, guiándose porlas estrellas como los navegantes, ó sor-teando á tientas las esquinas como los cie-gos;—pues ya había cerrado la noche; aúnno habia salido la luna, y el alumbradopúblico (lo mismo que las demás luces deeste siglo) estaba todavía allí en la mentedivina.

En cambio, no era raro ver discurrir por

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algunas calles tal ó cual linterna ó farolillocon que respetuoso servidor alumbraba ásu amo, que se dirigía á su tertulia ó de vi-sita á casa desús parientes...

Cerca de casi todas las rejas bajas seveia,ó se olfateaba por mejor decir, un silenciosobulto negro.—Eran novios, que habían sus-pendido su palique al sentir pasos.

—¡Somos unos calaveras!—iban dicién-pose el abogado y los dos canónigos.—¿Quédensarán en nuestras casas al vernos llegará estas horas?

—Pues ¿qué dirán los que nos encuen-tren en la calle, de este modo, á las siete ypico de la noche, como unos bandoleros am-parados de las tinieblas?

—Hay que mejorar de conducta...—¡Ese dichoso molino!...—Mi mujer lo tiene sentado en la boca

del estómago—dijo el académico con untono en que se traducía el miedo á un pró-ximo regaño.

—¡Pues y mis sobrinas!—exclamó unode los canónigos, que por señas era pe-nitenciario.— Mis sobrinas dicen que lossacerdotes no deben visitar comadres...

—Sin embargo—interrumpió su compa-ñero, que era magistral: — lo que allí pasano puede ser más inocente...

—¡Toma! ¡Como que va el mismo señorobispo!

—Y luego, señores, á nuestra edad...—repuso el penitenciario.—Yo he cumplidoayer los setenta y cinco.

— ¡Es claro!—replicó el magistral.—Pero hablemos de otra cosa: ¡qué guapaestaba esta tarde la seña Frasquita!

—¡Oh, le que es eso... ¡Como guapa, esguapa!—dijo el abogado, afectando impar-cialidad.

—Muy guapa,—repitió el penitenciariodentro del embozo.

—Y si no—añadió el predicador de ofi-cio,—que se lo pregunten al corregidor...Indudablemente está enamorado de ella.

—¡Ya lo creo!—exclamó el confesor dela catedral.

—De seguro — agregó el académico...correspondiente.—Conque, señores: yocorto por aqui para llegar antes á casa...¡Muy buenas noches!

— Buenas noches ,—le contestaron losdos capitulares.

Y anduvieron algunos pasos en silencio.—También le gusta á ese la molinera,—

murmuró entonces el magistral, dándolecon el codo al penitenciario.

—¡Como si lo viera!—respondió éste, pa-rándose á la puerta de su casa.—¡Y québruto es!—Conque hasta mañana, compa-ñero.—Que le sienten á V. muy bien lasuvas.

—Hasta mañana, si Dios quiere... Quepase V. muy buena noche.

—Buenas noches nos dé Dios,—rezó elpenitenciario, ya desde el portal, que teniapor cierto farol y Virgen.

Y llamó á la aldaba.Una vez solo en la calle el otro canónigo,

(que era más ancho que alto, y que parecíaque rodaba al andar), siguió avanzando len-tamente hacia su casa; pero, antes de llegará ella, infringió contra una pared lo que enel porvenir había de ser un bando de poli-cía urbana, y díjose al mismo tiempo, pen-sando sin duda en su cofrade de coro:

—¡También te gusta á tí la seña Fias-,quista!...—Y la verdad es (añadió al cabode un momento) que, como guapa,es guapa!

XIV.Los consejos de Garduña.

Entre tanto, el corregidor había subido alAyuntamiento, acompañado de Garduña, conquien mantenía hacia rato, en el salón desesiones, una conversación más familiar delo que debiera un hombre de su calidad y desu oficio.

—Crea usía á un perro perdiguero queconoce la caza,—decia el innoble algua-cil.—La seña Frasquista está enamorada deusía, y todo lo que usía acaba de contarmeme lo hace ver más cla.ro que esa luz.

Y señalaba á un velón de Lucena, queapenas esclarecia un pedazo del salón.

—No estoy yo tan seguro como tú, Gar-duña,—contestó D. Eugenio suspirando.

—Pues no sé por qué. Y si no, hable-mos con franqueza. Usía (dicho sea conperdón) tiene una tacha en su cuerpo... ¿Noes verdad?

—-¡Bien, sí!—repuso el corregidor;—

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pero esa tacha la tiene también el tio Lúeas.¡Él es más jorobado que yo!

—¡Mucho más! ¡muchísimo más! ¡sincomparación de ninguna especie! Pero encambio (y es á lo que iba), usía tiene unacara de muy buen ver... lo que se llama unabella cara... mientras que el tio Lúeas se pa-rece al Sargento Utrera, que reventó de feo.

El corregidor sonrió con cierta ufanía.—Además,—prosiguió el alguacil,—la

seña Frasquita- es capaz de tirarse por unaventana con tal de agarrar el nombramientode su sobrino...

—Hasta ahí estamos de acuerdo. Esenombramiento es mi única esperanza.

—Pues manos á la obra, señor. Ya le hedicho á usía mi plan. ¡No hay más que po-nerlo en ejecución esta misma noche!

—¡Te he dicho que no necesito conse-jos!—gritó D. Eugenio, acordándose de quetenia la costumbre de enfadarse.

—Creí que usía me los había pedido...—balbuceó Garduña.

—¡No me repliques!Garduña saludó.•—¿Conque decías,—prosiguió el de Zú-

ñiga,—que esta misma noche puede arre-glarse todo eso?... Pues, mira, me parecebien. ¡Qué diablos! ¡Así saldré pronto deesta cruel incertidumbre!

Garduña guardó silencio.El corregidor se dirigió al bufete y escri-

bió algunas líneas en un pliego de papel se-llado, que selló también por su parte, guar-dándoselo luego en la faltriquera.

—Ya está hecho el nombramiento del so-brino,—dijo entonces, tomando un polvode rapé.—Mañana me las compondré yo conlos regidores... y, ó lo ratifican con unacuerdo, ó-habrá la de San Quintin! ¿No teparece que hago bien?

—¡Eso, eso!—exclamó Garduña entu-siasmado, metiend#'la zarpa en la caja delcorregidor y arrebatándole 'un polvo.—¡ Eso,eso! El antecesor de usía^no/se paraba tam-poco en barras. Cierta vez...

— ¡ Déjate de bachillerías! — repuso elcorregidor, sacudiéndole una guantada enla ratera mano.—¡Mi antecesor era un bes-tia, cuando te tuvo de alguacil! Pero vamosá lo que importa. Acabas de decirme que el

molino del tio Lúeas pertenece al términodel lugarcillo inmediato, y no al de esta po-blación... ¿Estás seguro de ello?

— ¡Segurísimo! La jurisdicción de laciudad acaba en la ramblilla donde yo mesenté esta tarde á esperar que vuestra seño-ría... ¡Voto á Lucifer! ¡Si yo hubiera es-tado en su caso!

—¡Basta!—gritó D. Eugenio.— ¡Eresun insolente!

Y cogiendo media cuartilla de papel, es-cribió una esquela; cerróla, doblándole unpico, y se la entregó á Garduña.

—Ahí tienes— le dijo al mismo tiem-po,—la carta que me has pedido para el al-calde del lugar. Tú le explicarás de palabratodo lo que tiene que hacer. ¡Ya ves quesigo tu plan al pié de la letra! ¡Desgraciadode tí si me metes en un callejón sin salida!

—No hay cuidado, — contestó Gardu-ña.—El señor Juan López tiene mucho quetemer, y en cuanto vea la firma de usía,hará todo lo que yo le mande. ¡Lo menosle debe mil fanegas de grano al Pósito Real,y otro tanto al Pósito Pío!... Esto últimocontra toda ley, pues no es ninguna viuda'ni ningún labrador pobre para recibir eltrigo sin abonar creces ni recargo, sino unjugador, un borracho y un sin vergüenza,muy amigo de faldas, que trae escandalizadoel pueblecillo... ¡Y aquel hombre ejerceautori^íd! ¡Así anda el mundo!

—¡Te he dicho que calles!... ¡Me estásdistrayendo!—bramó el corregidor.—Con-que vamos al asunto,—añadió luego, mu-dando de tono.—Son las siete y cuarto...Lo primero que tienes que hacer es ir ácasa y advertirle á la señora que no me es-pere á cenar ni á dormir. Dile que esta no-che me estaré trabajando aquí hasta la horade la queda, y que después saldré de rondasecreta contigo, á ver si atrapamos á ciertosmalhechores... En fin, engáñala bien paraque se acueste descuidada. De camino, dileá otro alguacil que me traiga la cena... Yono me atrevo á parecer esta noche de-lante de la señora, pues me conoce tanto,que es capaz de leer en mis pensamientos.Encárgale á la cocinera que ponga unos pes-tiños de los que se hicieron hoy, y dile alalguacil que, sin que lo vea nadie, me alar-

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gue de la taberna medio cuartillo de vinoblanco. En seguida te marchas al lugar,donde puedes hallarte muy bien á las ochoy media...

—¡A las ocho en punto estoy allí!—ex-clamo Garduña.

—¡No me contradigas!—rugió el corre-gidor, acordándose otra vez de que lo era.

Garduña saludó.— Hemos dicho,—continuó aquel, tran-

quilizándose,—^que á las ocho en punto es-tás en el lugar. Del lugar al molino habrámedia legua...

—Corta.—¡No me interrumpas!El alguacil volvió á saludar.—Corta,—prosiguió el corregidor.—Por

consiguiente, á las diez... ¿Crees tú que álas diez?...

—Antes de las diez; á las nueve y mediapuede llamar usía descuidado á la puertadel molino.

—¡Hombre! ¡No ,me digas á mí lo quetengo que hacer!... Por supuesto que tú es-tarás?. ..

—Yo estaré en todas partes... Pero micuartel general será la rambhlla. ¡Ah! seme olvidaba... Vaya usía á pié, y no llevelinterna...

—¡Maldita la falta que me hacian tam-poco esos consejos! ¿Si creerás tú que es laprimera vez que salgo á campaña?

—Perdone usía... ¡Ah! Otra cosa. Nollame usía á la puerta grande que da á laplazoleta del emparrado, sino á la puerte-cilla que hay encima del caz...

—¿Encima del caz hay otra puerta? ¡Miratú lo que no se me había ocurrido!

—Sí, señor. La puertecilla del caz da almismísimo dormitorio de los molineros... yel tio Lúeas no entra ni sale nunca por ella.De forma que, aunque volviese de pronto...

— Comprendo, comprendo... ¡No meaturdas más los oidos!

—Por último. Procure usía escurrir elbulto antes del amanecer. Ahora amanece álas seis.

— ¡Mira otro consejo inútil! A las cincoestaré de vuelta en mi casa... Pero bastantehemos hablado ya... ¡Quítate de mi pre-sencia !

—Pues entonces, señor... ¡Buena suer-te!—exclamó el alguacil, alargando la manoal corregidor y mirando al techo al mismotiempo.

El corregidor dio una peseta á Garduña,y éste desapareció como por ensalmo.

—¡Por vida de!...—murmuró el viejo alcabo de un instante.—¡Se me ha "olvidadodecirle que me trajeran también una ba-raja! ¡Con ella me hubiera entretenido hastalas nueve y media, viendo si me salía aquelsolitario!...

P. A, DE ALARCOS.

(La continuación en el próximo número.)

HISTORIADEL

MOVIMIENTO OBRERO EN EUROPA Y AMÉRICADORANTE EL SIGLO XIX.

CAPÍTULO III. *REVOLUCIÓN FRANCESA.—Segundo período: 1816—1848.Restauración borbónica.—Monarquía de Julio.—Formación de partido»

políticos.—Tendencias diversas del partido republicano.—Aspiraciónsocialista.

LITERATURA REVOLUCIONARIA.—Sistema industrial de Saint-Simón.—

Sistema societario de Fourier.—Sistema positivista de .Comte.*—Sistema icariano de Cabet.

Movimiento de organización y asociación de los obreros entre sí, desdela restauración borbónica basta la proclamación de la segunda repú-blica.

Restaurado en Francia el trono de los Bortones yreconocidos en toda su legitimidad los derechos deLuis XVIII, merced á la alianza de los monarcas quemás humillaciones y derrotas habían sufrido desde1789 á 1814, anuncióse para el mundo una nueva erade paz y legalidad, que pudo turbarse por el arreglodel Congreso de Viena sobre los paises conquistadospor Napoleón y la cuestión de indemnizaciones porgastos de guerra, y que se turbó, en efecto, con lavuelta del Emperador de la isla de Elba y durante loscien días del Imperio. Cayó éste definitivamente en lacélebre batalla de Waterlóo, y desde ese momento laSanta Alianza dirigió todas sus fuerzas á restaurarlas soberanías legítimas y limitar las constitucionesdemocráticas que se habían extendido rápidamentedesde Francia á casi todos los pueblos de Europa. Laelevación de Luis XVIII acabó de descomponer el par-tido republicano, é hizo que el espíritu revolucionariose estacionase en el camino recto que habia, empren-dido desde fines del pasado siglo, dejando sin oposi-ción alguna que las ideas de libertad y república ce-

Véanse los mimeron 19, 20 y 22, página» 17, 33 y 97.

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N.°24 J . M. OLÍAS.—HISTORIA DÍX MOVIMIENTO OBRERO. 171

diesen'totalmente alas tradicionales de autoridad ymonarquía, mistificadas en una ley fundamental óCarta que la bondad borbónica sé dignó conceder álos franceses. Aún más despótico y más intransigenteen sus venganzas ultra reaccionarias que el reinado deLuis XVIII fue el de Carlos X, su hermano, que quisoresucitar las antiguas fórmulas de consagración, yhasta devolver á los emigrados los bienes de que lesdesposeyó la revolución. No llegó á realizarse estopor temor á grandes y graves complicaciones econó-micas; pero al cabo se indemnizó á los nobles realis-tas con 1.000 millones, al par que se decretaron leyesde'sacrilegio, y se autorizaron conventos de monjas, yse restituyó al clero su antigua influencia, y se funda-ronricos beneficios y títulos eclesiásticos, y se prote-gieron asociaciones neo-católicas, y se entregó la ense-ñanza á los jesuítas, y se disolvió la Guardia Nacional,y se modificó la ley electoral, y se estableció la cen-sura, y se nombraron de real orden las Cámaras delos Pares y los Dipotados. Todo esto descontentabamás cada dia al pueblo, que en unas nuevas eleccio-nes sacó triunfantes los candidatos de oposición alpoder ultra realista. No aprovechó el rey Carlos Xeste'aviso; por el contrario, quiso castigar los alardesliberales de sus subditos suspendiendo la libertad deimprenta, disolviéndola Cámara y modificando la leyelectoral. Estas tres famosas ordenanzas fueron causaocasional de la revolución de Julio, por lo cual reco-bré el pueblo sus derechos y la nación francesa susoberanía. Tres dias duró la lucha: los diputados de laCámara disuelta se reunieron el 29 de dicho mes parala creación de un gobierno provisional bajo Lafayet-te, Casimiro Perier y Odilon Barrot; el 31 quedó nom-brado teniente general del reino el duque Luis Felipede Orleans. Carlos Xhuyó de Francia, no sin prome-ter que retiraría las ordenanzas y se entregaría á la«órnente liberal del pueblo, mientras Luis Felipe,después de jurar la Carta constitucional, adicionada ymodificada en un sentido más democrático, subia altrono de los franceses é inauguraba el nuevo reinadociudadano; es decir, la monarquía popular rodeadade instituciones republicanas.

La nueva revolución, aunque venció á los republi-canos que una parte tan activa tomaron en ella, acabóde echar por tierra á la antigua nobleza, pretenciosade haber recobrado su poder con la restauración.Luis Felipe recibió la corona de manos de la clasemedia, y solamente á título de rey de los franceses.Atenta esa clase social más al pacífico progreso inte-rior, al desarrollo del comercio y la industria, de lasciencias y las artes, que á la agitación constante de lasbatallas en el exterior, dio fuerza y prestigio al nuevotrono hasta asegurarle de los combates de la reacciónborbónica y de la revolución republicana, que ambasá dos se manifestaban por insurrecciones populares ymilitares y por conatos regicidas. Pero el rey olvido

bien pronto su origen democrático y su cualidad deciudadano, ya restaurando principios políticos y fór-mulas absolutistas de los Borbones, ya mermando elderecho electoral á una gran parte de la misma clasemedia, fundadora y protectora de la nueva monarquía,ya planteando un sistema de egoismo y corrupcióncomo base de su poder y gobierno, ya eludiendo laley que mandaba incorporar al Estado el patrimonioreal, ya aumentando esoÉidalosamente la lista civil,ya especulando con^sj^Huna particular, que era in-mensa, sobre los nogfflj&s aiiel Estado. Cada hombretiene su precio; y de t»ta<máxima i^poral de un polí-tico inglés se aprovechó Luis Felipe [jara autorizarentre los suyos el comercio de empleos, prevaricacio-nes, cohechos, falsificaciones, concesiones de accionesen compañías mercantiles, juegos fraudulentos, mono-polios, privilegios y cuanto podía recaer en beneficiode los intereses privados del rey y su familia, y aunde los cortesanos y altos funcionarios.

Taíi profunda corrupción y espantosa inmoralidaddel trono, del gobierno y de la administración, hicie-ron posible la unión íntima de las partes inferiores de laclase media (artesanos, labradores, pequeños capita-listas y propietarios, comerciantes al por menor, etc.)con el pueblo, ó el cuarto estado, sirviendo de señalpara el nuevo y más trascendental movimiento revo-lucionario la reforma electoral y el cambio de Consti-tución. Los bonapartistas y los legitimistas, desgra-ciados en sus tentativas de insurrección militar—Strasburgo, Boloña; ó popular—La Vendee—ayuda-ban á los republicanos en sus conspiraciones continuascontra la monarquía solamente, ó contra la monarquíay la organización social existente—Lyon, Paris;—que á unos y otros, legitimistas y bonapartistas, lo queimportaba^obre todo era que estallase la revolución,sin cuidarse por de pronto ni en sus medios ni en susfines. La corte misma anticipó el momento de la luchaentre el pueblo y el trono. Los procesos del generalCubieres y Teste, acusados de agios vergonzosos ydeudas inmorales; el descubrimiento de haberse ven-dido al gobierno algunos periodistas liberales; lo re-pugnantes que eran la codicia ilimitada y la ciega am-bición de Luis Felipe y sus parientes; el asesinato de laduquesa de Praslin y el suicidio de su esposo en laprisión, lo cual privó al pueblo de un juicio y una eje-cución aristocrática, gran falta contra el principiode igualdad ante la ley: he aqui detalles que formanel prólogo ó la introducción del drama de Febrero.Exaltada justamente la opinión por la terquedad delrey popular en no convocar Cámaras formadas poruna ley electoral amplia y respetada como la expre-sión verdadera de la voluntad nacional, se prepararonbanquetes reformistas en las ciudades principales,frecuentados por los diputados de oposición, y dondeá todas horas se pronunciaban brindis acalorados ydiscursos entusiastas contra el rey, su dinastía y go-

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bierno. Para evitar el banquete solemne que habia decelebrarse en Paris con motivo de la apertura de laCámara, elegida por privilegiados con voto por susriquezas, resucitó el gobierno una ley antigua sobrereuniones políticas, que ni Napoleón, ni Luis XVIII,ni Carlos X se atrevieron jamás á poner en vigor encircunstancias bien difíciles y supremas. Fueron inter-pelados los ministros por Odilon Barrot, Garnier Pa-gés, Arsgo y otros con motivo de tal violación delderecho de reunión; y en prueba de su oposición deci-dida al gobierno, aquellos oradores enviaron papeletasde invitación á los oficiales de la Guardia Nacional y álos periodistas republicanos, y juntos se prepararonpara asistir al banquete. No llegó á verificarse éste porprohibición del gobierno, que al efecto de impedirletomó grandes precauciones militares y llevó á caboprisiones de los patriotas más caracterizados. Pero áfalta del banquete, el pueblo en masa hizo una mani-festación que nada tenia de pacífica desde los primerosmomentos, al grito de reforma, abajo Guizot. Losmás exaltados rodearon la Asamblea, pidieron la acu-sación del ministerio, levantaron y defendieron barri-cadas; por su parte los soldados se resistían al com-bate, la guardia municipal se excusaba de lucharpor su poca fuerza, y la nacional hacia causa comúncon los insurrectos. Dos dias (22 y 23 de Febrero)pelearon en las calles de Paris tropa y pueblo, hastaque el rey cambió el ministerio y prometió la reformaelectoral. Parecía todo calmado, y el contento se hizogeneral al solo anuncio de que Luis Felipe habia re-conocido sus errores y empeñaba su real palabra decorregirlos en sentir del pueblo. Mas para desgraciasuya y para suerte de la revolución, varios tiroslanzados al aire por unos grupos de paisanos arma-dos en el momento de pasar por delante del ministe-rio de Negocios Extranjeros, hizo creer á la guar-dia de este edificio que iba á ser atacada, y con-testó con una descarga cerrada, de la que murie-ron muchos de tos manifestantes. La revancha delpueblo fue terrible, sin que bastasen á detenerle en lalucha los cambios de ministerio en sentido ultra radi-cal y las reformas electorales, ni tampoco la abdica-ción de Luis Felipe en su nieto el conde de Paris. Ensu rápida y vergonzosa huida, el rey arrastró consigosu dinastía hasta el extranjero; porque la ridicula pre-sentación de la duquesa de Orleans, regenta del reino,y de sus dos hijos en la Cámara de los Diputados poraquellos instantes de exaltación revolucionaria, nosirvió más que para ver la invasión del pueblo sobe-rano y oir la proclamación de la república.

No dirá nadie que la revolución de Febrero aprove-chó su victoria con violencias y venganzas sobre loscómplices del corrompido é inmoral reinado de LuisFelipe de Orleans. Invadidas las Tullerías, fue roto yquemado cuanto simbolizaba la monarquía; el trono,arrastrado hasta la plaza de la Bastilla, quedó despe-

dazado luego contra la columna de Julio. Significabaeste desahogo de los revolucionarios que el puebloestaba ya harto de fiar su felicidad social y su sobera-nía política á merced de los reyes. ¡Cuánta ingratitudy perfidia de éstos en sus dias de grandeza y poderío!¡Cuánta bajeza y humillación en sus dias de decadenciay ruina! Luis XVI, Napoleón I, Luis XVIII, Carlos X,Luis Felipe I, soberbios, déspotas, crueles cuando semiraban apoyados en sus tronos por las bayonetas desus soldados, apuntadas siempre sobre el corazón delpueblo, vejado, oprimido, empobrecido y engañado;humildes, liberales, bondadosos, cuando se vierondespojados de sus coronas por la fuerza revoluciona-ria de ese pueblo que busca siempre con su propiasangre el triunfo de la libertad política y de la justiciasocial. Como la de aquellos es la historia de todos losreyes en todas las naciones.

Al momento de verificarse la caida de Napoleón, lospueblos cesaron de oir el ruido de las armas y se sus-pendieron las guerras exteriores, cuyo objeto era paraunos la conquista de nuevos territorios, para otros ladefensa de los suyos propios, dedicándose todos yaála vida política, á los intereses y derechos interiores.Cansada la Francia con razón sobrada de agitacionesrevolucionarias y dictaduras personales, no tardó enfomentar por la via pacífica y legal el desenvolvi-miento de tres grandes partidos, uno conservador yaristócrata, tradicional del derecho absoluto de losreyes y prerogativas de las clases privilegiadas (trono,nobleza y clero); otro liberal progresista, que amplia-ba los derechos de dichas clases á las medias y á lasprimeras del pueblo, de suyo independientes y capa-ces para resolver con voz y voto de los destinos pú-blicos en una forma de gobierno constitucional y par-lamentario; otro democrático y radical, que á su vezconservaba los principios de la gran revolución, modi-ficados según la experiencia y el tiempo reclamaban,dentro del sistema republicano y con propósito deilustrar al cuarto estado sobre el ejercicio de sus de-rechos políticos y de sus intereses económicos. Des-pués de la caida de Carlos X y durante el reinado deLuis Felipe, algunos hombres de talento privilegiadointentaron confundir en uno los demás partidos dis-tintos en aspiraciones y tendencias, resultando de estaconfusión que se formase otro partido nuevo, llamadodel justo medio, con pretensiones de gobernar me-diante principios fijos y reglas invariables, asf en lopolítico como en lo administrativo y económico. Coneste sentido se inauguró la monarquía de Julio.

Era artificial la base en que fundaban los doctrina-rios sus teorías de gobierno, y desde el principio vié-ronse combatidos por los legitimistas ó absolutistas ylos demócratas ó radicales; los conservadores ó cons-titucionales se adhirieron casi todos al sistema deljusto medio, el cual, si venció por de pronto á sus ad-versarios, fue como sabemos el causante principal de

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} . M. OLÍAS. HISTORIA DEL MOVIMIENTO OBRERO. 173

la revolución de Febrero. Ya desde el S de Junio de 1832á Febrero de 1848, los republicanos vivían reducidos ála nscesidad imperiosa de las circunstancias, limitán-dose unos á protestar contra la constitución y el go-bierno existente, adelantándose otros hasta condenarla organización social, predicando la negación de lapropiedad y halagando las pasiones de las clases jor-naleras con la igualdad del capital y el salario, con elderecho al trabajo, con la creación, en fin, de un orga-nismo social garantido por el Estado, en el cual nohubiese ricos y pobres, capitalistas y asalariados, fa-bricantes opulentos y obreros miserables. La predica-ción se hacia en los clubs, en las sociedades secretas,en el folleto y aun en la prensa política cuando las le-yes de imprenta y la policía ministerial lo permitian.Tan rápido fue el incremento de las ideas socialistasentre las masas obreras, que con fe y entusiasmo sededicaron los hombres de ciencia á sistematizarlas yordenarlas, aunque en sentido diferente y variado.Hasta esta época había guardado la idea social su uni-dad primitiva; pero en esta primera mitad del si-glo XIX los reformistas abandonaron y a la idea de igual-dad y la tendencia comunista y niveladora, reempla-zándola con más ó menos exclusivismo y mayor ómenor entusiasmo por la idea de libertad. La distri-bución de los comunistas dejó sitio al reparto propor-cional de los socialistas; la comunidad se vio ocupadapor la asociación.

El sistema industrial de San-Simon, el sistema so-cietario de Fourier, el sistema positivista de AugustoComte, el sistema icariano de Cabet, aparecen rápi-damente llamando la atención del mundo por la pro-fundidad y trascendencia de sus principios y la críticaatrevida de la presente organización social.

Expliquemos á la ligera los principios fundamenta-les de cada uno de ellos.

* #SISTEMA INDUSTRIAL.—Enrique de San-Simon, con-

de español y par de Francia, rico primero, pobre lue-go, conspirador casi siempre, fundó la escuela cuyafórmula es: «Todas las instituciones sociales deben te-ner por objeto el mejoramiento moral, intelectual yfísico de la clase más numerosa y pobre. A cada unosegún su capacidad, á cada capacidad según susobras.» Aquí el Estado industrial lo es todo, hacetodo, clasifica todas las capacidades, distribuye todaslas funciones, preside todos los trabajos y ordena ladistribución de todas las riquezas. El jefe de la granfamilia es un Papa social ó industrial, que reúne losdos poderes espiritual y temporal. Los preceptos parala elevación de la industria á primera función socialy sobre el amor cristiano—este como medio de con-ciliar la oposición entre las clases pobres y las ricas,—se desarrollaron y propagaron luego por Olindo Ro-dríguez y Bazard. L'Enfantin, por el contrario, exa-geró y mistificó las ideas del maestro con extravagan-

cias religiosas y doctrinas inmorales: asociación dela mujer libre (la esposa de la revelación) y elsumo sacerdote para gobernar juntos la gran fami-lia. Casi todos los sansimonianos sufrieron grandespersecuciones de los gobiernos y severos castigos quellegaron á imponerles los tribunales de justicia.

Aunque parece apartarse del comunismo, la escuelade San-Simon, semi-saeerdotal y sensualista, tiene lasraices de su doctrina en la igualdad absoluta. Es ver-dad que la fórmula fundamental de sus principios im-plica la posesión individual de los instrumentos detrabajo y de los productos; pero verdad es tambiénque la gran expropiación y la abolición de la herenciay la familia, quo la creación de un poder superior, ir-responsable é infalible, con facultad absoluta de dis-poner de las cosas y las personas, actos son que guar-dan una perfecta analogía con el comunismo nivela- •dor y despótico, sin que sea bastante á separarle deéste la ley especial sobre repartimiento de capitales yproductos entre los individuos. De aquí que hayafructificado poco esta doctrina, hoy olvidada ya por suimpotencia moral y material, por su incapacidad paradirigir la revolución social en un sentido liberal y de-mocrático. Sin embargo, la juventud ilustrada deFrancia aceptó en un principio con entusiasmo lasideas de la nueva escuela; pero la discusión lumino-sísima que se entabló en la prensa, cuya mejor parteno llevaban ciertamente los discípulos de San-Simon,entibió pronto la fe de los adeptos, hasta el punto deque muchos abandonaron al maestro y la escuela paraservir luego en puestos elevados los intereses de lamonarquía de Julio y aun los del segundo imperio.

SISTEMA SOCIETARIO.—Creado por Carlos Fourier,pensador profundo y escritor ininteligible en muchasocasiones. Está fundada la doctrina armónica-societa-ria en que-%i vida es universal y se manifiesta en es-tos cuatro movimientos de la naturaleza: reino mine-ral, reino vegetal, reino animal y reino social. El es-tudio de la naturaleza conduce á dos grandes leyes:ley primera, la serie distribuye las armonías.—Orden;ley segunda, las atracciones son proporcionales á losdestinos.—Libertad. Mediante la aplicación de estasleyes quedan asegurados el orden universal y la liber-tad de todos los seres. Aplicada la gran ley seriaría ála organización social, habrá de manifestarse en todala tierra por el orden más perfecto, y este orden ha-brá de conciliarse con la libertad más absoluta; por-que al organizarse y funcionar en una falange, loshombres no tendrán más que un solo guia, la atrae -cion, no obedecerán sino sus tendencias, no escucha-rán sino sus voluntades, no realizarán sino sus desti-nos. La salud de la humanidad consiste en la uniónde fuerzas é individuos para fines comunes: armoníasocial. Hombres, mujeres y niños, independientesunos de otros en cuanto al empleo de sus facultades,seguirán entonces sus aptitudes, buscarán el bien por

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174 REVISTA IUROPEA.—9i DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . N,° 2*medio del recto conocimiento de sus inclinaciones ypasiones. Se dividen las funciones sociales según losmismos motivos, y tan sólo del trabajo, efectivo diceesta escuela que puede nacer la libertad.

La fórmula económica del fourierismo es la asocia-ción del trabajo, el capital y el talento. En 1808 es-cribió Fourier la Teoría de los cuatro movimientos yde los destinos generales, obra en la cual indicaba suplan reformista, al paso que hacia la crítica de la so-ciedad. En 1822 dio á luz su gran libro Tratado deasociación doméstico-agrícola, donde ya construyó elnuevo edificio conforme á la ley natural y en armoníacon el resto del universo. Le sirve de punto de par-tida la organización pasional del hombre; de base launidad de sistema; de guia la analogía universal. Se-gún él quedan así resueltos los difíciles problemas so-ciales y económicos; y de adoptarse su sistema nohabría miseria, ni trabajo repugnante, ni odios, nicrímenes, ni dudas sobre el porvenir. Dejando á unlado la economía privada y la sociedad local sin víncu-los interiores, establece el Falansterio, que es ungran edificio capaz de alojar hasta quinientas ó milfamilias, las cuales forman una colonia agrícola-indus-trial, en donde no puede haber pobres ni asalariados;en donde deben quedar bien socorridos los ancianosy enfermos; en donde el trabajo social está divididoen diferentes clases, según las inclinaciones de losmiembros de la falange; en donde los niños son edu-cados á expensas de la colonia; en donde las mujeresconservan la libertad y dignidad de su sexo; en don-de, finalmente, no existe más que la armonía y noreina sino el placer y el contento general. En el gocede los productos se atiende á la individualidad, mi-diendo la parte de cada uno por el capital impuesto,el trabajo ó el talento. El capital social se forma poracciones, reconociéndose el derecho de propiedad he-reditaria sobre el suelo. Los elementos que represen-tan esta organización local son cuatro arreglados: ci-vil, político, moral y religioso, y seis libres: agri-cultura, fábrica, menaje, artes, ciencias y comercio.Hay otro elemento que participa de los dos anterio-res: la educación. Dirige ó preside á la falange un con-sejo de ancianos.

Es la teoría de Carlos Fourier una de las más com-pletas que sobre organización social aparecieron enFrancia por la primera mitad del presente siglo yde las que mejor revisten el sello de la originalidad,cuando monos en lo que á la forma de presentación serefiere. Las nuevas ideas de Fourier sobre el pasado,presente y porvenir de la humanidad, sobre la teolo-gía, la cosmogonía y la historia, sus opiniones sobrela geología y la psicología, sus profecías, etc., hansido y son todavía temas constantes de discusiónentre los críticos para saber en definitiva si el célebrereformador fue un verdadero genio científico, capazde producir con sus obras una revolución en los des-

tinos humanos, ó un loco que estuvo 4 punto de, tras-tornar con sus pensamientos atrevidos y proyectasgigantescos el orden regular de los Estados y pueblos.,

Se aparta esta doctrina del comunismo más, qwla de San Simón, pero quiere con éste concurriR eocomún á la explotación agrícola y al ejercicio, de, laindustria. Establece la libertad de cada individuo enel seno de la familia, la libertad de cada familia en elseno del municipio ó la commune, la libertad de cadamunicipio en el seno de la humanidad; pero la ley deldeber se sustituye por la ley de atracción pasional;dando lugar con esto, que podemos llamar emanci-pación de los instintos y las pasiones, á una lasti-mosa confusión de las condiciones morales del hom-bre, buenas y malas, y por consiguiente al fácil do-minio de una anarquía viciosa en el edificio comunialó falansterio. Con éste la teoría fourierista destruyetotalmente la propiedad individual; el propietario en-cuentra una compensación ó una remuneración,nunca la declaración y el reconocimiento de su dere-cho, lo cual es una adulteración ó mistificación de ladoctrina comunista. Por otra parte, admitido comoestá en dicha teoría que el capital social se divide enacciones, claro es queda establecida la distincióndélos que viven de sus rentas y los que viven de sutrabajo, gozando aquellos de sus bienes trasmisiblespor herencia, lo que ya es privilegio, y de sus dere^chos á la administración, gobierno y economía de lafalange, y quedando éstos, es decir, los trabajadores,como parias, sin bienes que disfrutar, sin derechosque cumplir, sin empleos que servir. Se ve aquí lacontradicción en que incurre frecuentemente el fou-rierismo, entre el organismo industrial y el modo derepartición, entre sus ideas fundamentales de la cien-cia social y los hechos positivos ó reales, entre susconceptos de la civilización y las manifestaciones cla-ras y evidentes del progreso en el orden económico.

Víctor Considerant, el discípulo más eminente, yy constante de la escuela societaria, ha purgado debastantes errores la doctrina del maestro, la ha hechomás clara y dotado de otros principios más aceptablesen la práctica y más conformes, á la razón. Hoy aun,á pesar de la dificultad de los falansterianos para ha-cerse comprender del vulgo, y á pesar también dela guerra que les tienen declarada los, sectarios (Jeotras escuelas, propagan sus ideas con gran entu-siasmo y buena fe por todas partes. El nombre, deFourier es conocido y respetado en Alemania, en In-glaterra, en España, en casi toda Europa, en, lospueblos del Norte, y aun en América; su sistema seha extendido mucho en Francia, merced á la activapropaganda de los fundadores de la escuela societaria,que no cesan en la publicación de periódicos, revis-tas, folletos y libros. Hace años que vienen realizán-dose, aunque sin gran fortuna, ensayos de falans-terios, tentativas de colonias agrícolas é industriales;

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f/24 J. M. OLÍAS.-—HISTORIA DÉt MOVIMIENTO OBRERO.

recordamos entre otros puntos á Condé-Sur-Vergre,cerca de Versalles, abadía de Citous en Borgoña, enla república de Tejas, en el Brasil, en los términosde Jerez de la Frontera, en Guisa, etc. Prueba estoel espíritu infatigable do los discípulos de Fourier, porunir la teoría á la práctica, á la vez que la impo-tencia del sistema para desenvolverse pacíficamentey con toda regularidad en el seno de la sociedad pre-sente. De otro lado hay que convenir en que talesMeas, por lo abstractas y confusas, no han pasado nipasarán de los eruditos al vulgo, de los filósofos á lasmuchedumbres, que marchan por otro camino másclaro hacia la emancipación del trabajo.

POSITIVISMO.— Sistema filosófico de M. AugustoGomte, otro de los ilustres genios de la ciencia mo-derna. Cuenta con numerosos adeptos y propagandis-tas en Francia é Inglaterra, algunos en España ó Italia,muy pocos en el resto de la culta Europa. La filosofíapositivista está basada en que no es dado al hombreconocer más que los hechos ó fenómenos de un modorelativo, nunca absoluto. Siguiendo el sentido de estaescuela—que puede y debe considerarse como con-tinuadora y justificativa de las ideas de Aristóteles,Bacon, Descartes y Leibnitz, etc., como relacionadapor las tradiciones científicas con Galileo, Hume,Brown, Gall, Bichat, y otros,—jamás llega á adquirirseel conocimiento de la esencia, naturaleza ó causa ín-tima de un hecho ó fenómeno, sino el de la armoníaó relación de sucesión y semejanza entre uno y otro.Uámanse leyes á estas relaciones siempre constantes,6 que son siempre las mismas en iguales condicionesy circunstancias.

Con una modestia no común entre los innovadorescientíficos y los reformistas de la sociedad, M. Comtedeja de reclamar para su doctrina un título de origi-nalidad, y tampoco pretende se le considere ó tengacono su autor y fundador. Reconoce como creadoresde la doctrina positivista á cuantos antes que él pu-sieron Virtualmente en práctica algunos principiossemejantes á los suyos, y se limita á sostener comoelar»j ordenada y perfecta su clasificación de la cien-cia. En oposición á la metafísica y á la teología, elposüwismo tiende á sustituirlas ó reemplazarlas ámedida que el. progreso investiga y descubre mayornúmero de leyes invariables en los fenómenos de lanaturaleza, en los de la vida humana, en los del ordensocial.

Apartándonos del fundamento filosófico de la es-cuela positivista, pues no es este nuestro objeto, fija-remos la atención solamente en las utopias socialistasde Comte, que fueron ya desechadas hace tiempo aunpor los mismos afiliados á esta doctrina en Francia éInglaterra.

LA FÍSICA SOCIAL Ó SOCIOLOGÍA establece que la

propiedad individual es la base necesaria de toda so-ciedad, la condición de todo progreso como de toda

dignidad; que la división de las funciones económicases tan inevitable como indispensable; que la riqueza,social en su origen y destino, debe sin embargo ofre-cer una proporción personal para emplearse con in-dependencia en servicio de la humanidad. En el ordeneconómico señala tres funciones esenciales: produc-ción, conservación y trasmisión. Debe reservarse larenta para el desarrollo de los agentes productores yde los instrumentos de trabajo. La parte de capitalque el dueño emplea para sus usos particulares ha deregularse moralmente con una sabia economía. Con-siderando la posesión de la riqueza como una funciónsocial, debe trasmitirse con arreglo al principio de laherencia sociocrática: que cada poseedor de capitalinstituya heredero al que estime más digno. Bajo elpunto de vista de la estática social, el Gran ser, esdecir, la Humanidad, puede considerarse como im-pulsado por el sentimiento, iluminado por !a inteli-gencia y sostenido por la actividad. De aquí se de-ducen tres elementos constitutivos de) orden social:el sexo afectivo, ó la mujer, cuya esfera de acción esla familia; la clase contemplativa, ó el sacerdote; lafuerza práctica, ó los hombres activos. Divídenseéstos en patriciado y proletariado.

En resumen, el plan de reforma sociocrática deComte se da la mano con el de Saint-Simón; y yapor su explicación demasiado científica, ya por eldespotismo espiritual que le anima, ya por las cate-gorías que reconoce, ya por la oposición que hace ámuchos principios de la escuela liberal ó revolucio-naria, es lo cierto que nunca se ha popularizado, ápesar de los generosos esfuerzos de sus discípulos.

SISTEMA ICARIANO.—FUÓ Cabet uno de los socia-listas que con más fe pensaron realizar en el siglo ac-tual las utopias de los filósofos griegos y de los pri-meros cristianos, las utopias de los escritores comu-nistas de la Edad Media, las utopias regenadoras dela humanidad que predicaron los jacobinos del 93 ysostuvieron después los iguales de Babeuf. Con me-diana forma literaria y un fondo de odio hacia estaorganización social, escribió Cabet su Viaje a Icaria;país ideal, nuevo paraíso terrenal, donde el placer y lafelicidad son comunes á todos los habitantes, dondereinan en todo su esplendor la libertad y la igualdad,la fraternidad y la justicia, la moral y el orden, la in-teligencia y la razón, la riqueza y la paz, el orden yla unión, la elegancia y la magnificencia, la concordiay el honor, la virtud y la educación. Hay en el sis-tema icariano multitud de principios que se contra-dicen y que son de difícil é imposible ejecución, porejemplo: proclamación de la libertad, admisión de unaesclavitud degradante, limitación de los derechos hu-manos; unidad social y política, extensión del poderlegislativo á dos mil individuos, función del poder eje-cutivo por quince ministros y un presidente. Otrosmuchos ejemplos como estos pudiéramos citar, que

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176 REVISTA EUROPEA. 9 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 .

demostrarían el caos político y social, moral y físico,en que habrían de caer necesariamente los habitan-tes de Icaria.

El furor de sus ataques contra el orden de cosasestablecido en Francia desde el imperio, la restaura-ción y la revolución de Julio, hizo de Cabel uuo delos hombres más temidos en el reinado de Luis Felipey de los más importantes en el movimiento popular del48. Su prestigio personal y la influencia de su sistemallegaron al mayor grado entre las clases obreras. Elcabetismo, si nos-es lícito usar esta palabra, sirvió defundamento á la organización del trabajo por LuisBlanc. Véase si no el siguiente extracto sobre el tra-bajo en Icaria.

«El trabajo no tiene aquí nada de repugnante.Máquinas prodigiosamente multiplicadas permiten alhombre más descanso y seguridad. Ingeniosas dis-posiciones mecánicas hacen fácil la supresión de oficiosbajos é insalubres. Un orden formal y una disciplinaperfecta reinan en los talleres; jefes electivos dirigenlas obras mediante reglamentos fijos. Entre estos re-glamentos, los que son comunes á todos los talleresestán discutidos y votados por la Asamblea general, ytienen fuerza de ley; los otros, de puro carácter par-ticular ó profesional, son discutidos y votados por losobreros respectivos. Todos los oficios son igualmentedignos de estimación y respeto; cada uno sigue elsuyo según su inclinación ó gusto. Los que se distin-guen por su actividad, talento, inteligencia ó genio,no reciben recompensa alguna material superior ala deotros, pero sí una remuneración moral, distincionespúblicas y hasta honores nacionales.» En una palabra,el sistema económico de Cabet reproduce, comohemos dicho, las ideas de sus predecesores, peroacomodándolas hábilmente con los progresos de laactual economía social y con el moderno tecnicismorevolucionario. De aquí que haya sido fácilmente en-tendido por el vulgo y que haya impresionado másfuertemente los ánimos de las clases obreras. Cuandoveamos el sistema de M. Blanc, hallaremos que uno yotro establecen los talleres nacionales comanditadosy reglamentados por el Estado y la igualdad de re-compensas; ambos á dos someten á reglas fijas el sa-lario de los obreros y el precio de los objetos de pri-mera necesidad, para que cada cual pueda vivir con-venientemente con el producto de su-trabajo y pro-piedad.

Llegamos por fin al año 1848; época notable en lahistoria, no ya por lo que á la política toca en pri-mer término, sino por lo que principalmente se refiereá la manifestación social del proletariado moderno, yade un modo pacífico en la cátedra y el libro, ya deuna manera violenta en las barricadas de Paris. Lainfluencia de las doctrinas de L. Blanc, P. J. Proudhony P. Leroux en la revolución de Febrero, nos obligaá dejar para el siguiente capítulo la explicación y crí-

tica de sus doctrinas, terminando el presente condatos que revelan el trabajo de organización y aso-ciación que por aquellos tiempos llevaban á cabo losobreros entre sí.

* *Puede asegurarse que hasta 1830 no se asociaron

los obreros entre sí para emancipar el trabajo del ca-pital. Ni en los antiguos tiempos de Grecia y Roma, nien la Edad Media de los pueblos europeos, ni en suépoca moderna, apónss si vemos á las masas obrerasasociarse y coaligarse en defensa de sus propios inte-reses. Es en este siglo cuando el cuarto estado, elproletariado, se presenta como clase, demandando elejercicio de sus legítimos derechos, y manifestandoun claro conocimiento de sus deberes, con idea de sufuerza y conciencia de su misión trascendental en elorganismo de las sociedades. Antes, las asociacionesobreras adoptaban por fundamento el alivio de sus 'primeras necesidades, en los casos de enfermedad ymuerte, para sus individuos y familias; más bien queasociación, era corporación de los obreros de un mismooficio y hasta de un mismo taller, sostenida por unespíritu caritativo y religioso, bajo la advocación deun santo ó una virgen, patronos tradicionales de lacofradía. Aun los así asociados encontraban más ven-tajas para su sostenimiento material que los obrerosque preferían el aislamiento. Cuando la religión semiró con indiferencia, por efecto de la filosofía delsiglo XVIII y del escepticismo volteriano que se infil-tró en todas las clases de la sociedad, las congrega-ciones obreras se apartaron del espíritu católico quelas dominó por mucho tiempo, para entregarse á lasasociaciones políticas, á las sociedades secretas, á losclubs, etc., cambio que produjo instantáneamente eldeseo de la libertad en vez del precepto de obedienciaá los jefes de taller, maestros y oficiales. De aquí queya predominase entre los obreros la tendencia refor-mista en sentido económico al par que político; ten-dencia sostenida y desenvuelta por las escuelas socia-listas que hemos enumerado anteriormente. Cuandono otra cosa, las ideas de Saint-Simón, de Fourier yde Cabet, sirvieron de preparación intelectual á laclase proletaria, que cansada de oir doctrinas erróneasy contradictorias acerca de su emancipación social,buscaba en sí misma la solución de los grandes proble-mas suscitados por la revolución moderna.

Ya en los tiempos del imperio algo adelantaron losobreros en la via de su emancipación con la rebaja delos diez años de aprendizaje, exigidos peí1 los estatutos,á cinco, cuatro y tres años, según que estuvieran pa-gados y alimentados por los maestros, ó nada más quepagados, ó en cambio abonaran los gastos de aprendi-zaje; pero como todos eran libres de llamarse comoquerían, maestros ú oficiales, dióse lugar con esta to-lerancia ó libertad á rupturas definitivas entre losaprendices y las categorías superiores del trabajo y á

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J. M. OLÍAS. HISTORIA DEL MOVIMIENTO OBRERO. 477

un aumento considerable de los salarios. Durante elimperio, el término medio del salario de un obrerocomún era cuatro francos, elevándose á seis ú ochofrancos el de un obrero inteligente, ó cuya profesiónrequiriese algún talento. La duración media del tra-bajo era de doce horas, y dos de estas se destinabanal reposo y la comida, progreso debido á la revolu-ción, porque hasta 1789 y 1790, el trabajo durabadoce horas efectivas. Sin duda que la exigencia de losobreros, satisfecha por los capitalistas acerca del pre-

' ció y de las horas del trabajo, nació de aquellas leyesde conscripción, que á la guerra se llevaron de loscampos y talleres millares de jóvenes que vivian so-lamente de su trabajo diario. ¿No era entonces natu-ral la demanda de altos salarios y disminución dehoras de trabajo por los obreros buscados con tantoafán, aun sin gozar de títulos superiores y con la edadpropia de los aprendices?

Cuando ya el imperio tocaba á su fin y el territoriofrancés era invadido frecuentemente por los soldadosextranjeros, sobrevino en toda la nación, más espe-cialmente en París, Lyon, Marsella y otras ciudadesde numerosa población obrera, una crisis económicaque aumentaba y se agravaba con la faltri de trabajo.Millares de obreros recorrían las calles pidiendo pan ótrabajo, fijando pasquines por las esquinas contra elemperador y excitando al pueblo á un levantamientorevolucionario; predicaciones y excitaciones que nopudieron cortar los agentes imperiales, ni el gobiernoevitar con sus decretos sobre grandes terraplenes,sobre construcción de canales, sobre levantamientode edificios públicos, etc. Mientras sucedía esto entrela clase jornalera de las ciudades, la de los campos en-contrábase en condiciones relativamente mejores;quizás por causa de su aislamiento político, los obre-ros agrícolas se dedicaron con nuyor ardor que los deartes y oficios á la mejora de 3u posición material,fomentando sociedades de socorros mutuos, creandootras que hacian necesarias las circunstancias gene-rales de la nación y las locales de su país respectivo,viviendo casi siempre al amparo de los prefectos y so-metiéndose gustosos á las leyes del imperio. Los obre-ros de las ciudades siguieron algún tiempo aisladosunos, agrupados y confundidos otros en las sociedadessecretas, focos de conspiración para derribar el impe-rio y sustituirle con la república, según la tradicióndel pasado siglo.

Pero por distinto lado del pueblo cayó el imperio, yen lugar de la república vino la restauración borbó-nica, ansiosa de echar también por tierra las conquis-tas de la gran revolución. En punto á organizaciónindustrial, sabemos ya que la Asamblea Constituyentehabía decretado la libertad de trabajo, medida debeneficios incalculables; pues bien, apenas se sentóLuis XVIII en el trono de sus mayores, cuando losrealistas acudieron á las cámaras demandando el res-

TOMO I I .

tablecimiento de las corporaciones, de las maestrías ylos gremios, es decir, el restablecimiento del orga-nismo industrial anterior á la revolución. Dura y tenazfue la lucha que la corte sostuvo con la cámara decomercio, celosa de tan preciosa conquista económi-ca, hasta que en fuerza de concesiones por una y otraparte, se adoptó la idea del sindicato, medio de tran-sacción que fue repulsivo, lo mismo á los dueños degrandes fábricas y fuertes capitalistas, que á los pe-queños industriales y á los obreros de todas clases. Sinembargo, por entonces, y con autorización de la poli-cía, diversas profesiones y algunas asociaciones obre-ras (más bien éstas creadas para el monopolio de unaindustria que para fines de utilidad común sobre pre-ceptos de justicia) establecieron cámaras sindicales;pero no se extendió mucho este pensamiento, porquela libertad de industria estaba ya fuertemente arrai-gada en la opinión pública, que no permitía ni tolera-ba siquiera se la trabase ni limitase d3 modo alguno..

Mas si el restablecimiento de las corporaciones,maestrías y gremios se hizo imposible, el gobiernoreaccionario de la restauración quiso vengarse porotro lado del"espíritu liberal, democrático y revolu-cionario de los obreros. Cuantas leyes restrictivas deltrabajo y atentatorias á la libertad se conocían deantiguo y estaban en desuso, se resucitaron y resta-blecieron en todo su vigor, llegándose hasta ordenará los dueños de fábricas y talleres, jefes ó patronos deartes y oficios, que cada vez que los obreros cesasenen sus trabajos con el objeto de procurarse un au-mento de salario—greve, paro ó huelga—comunicaraná la policía administrativa, dentro del término de vein-te y cuatro horas, una nota de sus nombres y apellidosy de sus domicilios. Esta violación de la libertad indi-vidual se hizo extensiva á la propiedad, vejándola,oprimiéndola, fiscalizándola con leyes municipales ápretexto de orden público y conservación de la so-ciedad. ¿Debía vivir así mucho tiempo la monarquíade la restauración? Ni Luis XVIII al morir, ni Carlos Xal dejar la corona para que Luis Felipe la recogiese dela revolución, pudieron decir que gozaron de simpatíaalguna entre la clase media y el pueblo.

Al abrirse el período histórico de Luis Felipe, lamejor de las repúblicas, era extraordinaria la agita-ción de ideas entre los obreros, á causa, como he-mos dicho, de las publicaciones sansimonianas, fou-rieristas y cabetistas. Aun los primeros ministros delrey ciudadano se contagiaron al parecer de este mo-movimiento social, y todo el mundo se dispuso á es-tudiar los medios mejores para el bienestar de losobreros que con su heroísmo levantaron la dinastíade Julio. Pero la situación era impotente desde elprincipio para remediar las crisis comerciales é in-dustriales y el grave mal de los innumerables obrerosque vivian sin trabajo ni ocupación. Pudieron aquellascontenerse algunos días, merced á los préstamos del

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tesoro al comercio y á las fábricas amenazadas de in-minente ruina; pero nada satisfacía la imperiosa nece-sidad de levantar el trabajo en las ciudades obreras.En Lyon tomó la cuestión social serias proporciones,hasta el extremo de intervenir la autoridad en las di-ferencias entre fabricantes y obreros sobre la utilidadde una tarifa del ininimun de salarios. Negáronse losprimeros, y protestaron contra la ingerencia del Es-tado á las transacciones privadas; pero una numerosamanifestación pacífica les advirtió de la convenienciaen ceder pronto á la justa petición de los obreros.

Asi lo anunciaron los agentes del gobierno á la co-misión de obreros, retirándose éstos tranquilos y sa-tisfechos á iluminar sus casas y celebrar con fiestaspacíficas el triunfo de sus derechos. La alegría tornóseal momento en furiosa desesperación, porque losfabricantes no se descuidaron muchos dias en rehusarlo lijado en tarifa y en romper sus solemnes compro-misos. Los obreros de Lyon, después de una sangrientajornada con las tropas del gobierno, se hicieron á sípropios completa justicia en los bienes y las personasde los fabricantes que faltaron á la fe empeñada so-lemnemente, y tan solo cuando Soult llegó de Pariscon un nuevo ejército, entregaron la ciudad y some-tiéronse á las leyes.

De más estaría decir que aquel rey, elevado al tro-no por el heroismo de los obreros, se puso de partede los fabricantes de Lyon, y permitió excesos y ven-ganzas de éstos contra los insurrectos.

A partir de aquí las cuestiones entre fabricantes yobreros de Lyon toman siempre un carácter de violen-cia material que ahonda más y más la distancia quesepara á unos de otros, que agrava la situación detodos y que anuncia para tiempos posteriores peligrosinmensos y grandes desgracias. Lo ocurrido en Lyonse repitió con los mismos resultados en otros puntosde Francia, pero siempre con la resistencia de los fa-bricantes. En todos estos hechos hicieron causa co-mún la clase obrera y el partido republicano.

Vencedores Luis Felipe y la bourgeosie, era naturalque sufriese gran modificación la ley sobre asocia-"eiones, y qre se persiguiese y castigase 4 los jefes delos partidos avanzados y á los obreros influyentes enlas fábricas. Estos por su parte se acomodaron ensociedades secretas, cuyos lemas eran: revoluciónsocial por medios políticos; emancipación de la claseobrera por una mejor división del trabajo y unarepartición más equitativa de los productos; abajotodos los privilegios, aun los del nacimiento; abajo elmonopolio de las riquezas; abajo la explotación delhombre por el hombre; abajo las desigualdades socia-les... Se ve aquí perfectamente el espíritu socialista deSan Simón dominando al partido republicano, sin quepor ello aceptase éste los detalles del sistema. Repu-blicanos y obreros, partidarios ó no de las ideas sansi-monianas, todos cayeron bajo la vigilancia de la poli-

cía, ó bajo la acción de los tribunales, ó bajo la perse-cución del gobierno.

Muy quebrantados quedaron aquellos para intentarde nuevo en algunos años por medios violentos eltriunfo de sus ideas políticas y aspiraciones sociales;por esta impotencia revolucionaria, la monarquía po-pular se creyó completamente segura, y les permitióal cabo de pocos meses una propaganda científica yliteraria. Así es como de nuevo pudieron agitar la so-ciedad San Simón y Fourier, Cabet y Proudhon, LuisBlanc y l.eroux, á la vez que talentos privilegiadoscomo Say, Rossi, Chevalier.Blanqui, Reybaudy otros,establecían la ciencia de la economía política sobre labase de la libertad, pero sosteniendo contra los socía- :listas los derechos del capital y de la industria, y con-tra los proteccionistas los derechos del consumidor, 'en principios, reglas y leyes que habremos de tratar 'luego con la extensión que merecen. No contribuye-ron menos á inculcar en el pueblo un sentimentalismodemocrático-socialista las novelas de la marquesaDudevant (Jorge Sand), de Eugenio Sué y EmilioSouvestre.

En medio de esta tregua política entre los partidosexaltados y la monarquía, pudo el gobierno dirigir lasgraves cuestiones que llegaron á suscitarse por loslibre-cambistas y los proteccionistas, ora inclinándosedel lado de aquellos, ora sosteniendo las exigenciasde éstos. La reforma verificada por entonces en Ingla- ,térra dio á los partidarios de la libertad un señaladotriunfo moral sobre sus adversarios, que temerosos deperder sus intereses, levantaron el grito en todaspartes á pretexto de defender el comercio, la indus-tria y el trabajo nacional. Creáronse, pues, ligas pro-teccionistas en las ciudades manufactureras, á lascuales se opusieron ligas libre-cambistas formadas conentusiasmo bajo la dirección del eminente economistaBastiat. Como aquellas se componían de hombres in-fluyentes en la política, la legislación pudo conservar-se intacta á su favor por algunos años, mientras quelos libre-cambistas propagaban en el libro y el perió*dico, en las cátedras populares y los congresos cien-tíficos internacionales, sus ideas reformistas, que sotardaron en hallar eco, principalmente en la juventudestudiosa de todas las naciones.

Por su parte, los obreros buscaron en la asociaciónvoluntaria un medio mejor para remediar algo suinjusta y triste suerte al amparo de la legislación ydel conocimiento de sus propios intereses. Imitaros enesto á sus predecesores en la revolución que asociaronsus capitales en empresas mercantiles é industriales,tales como transportes terrestres y marítimos, comípañías coloniales, bancos de emisión y descuentos,cajas de depósitos, sociedades mineras, etc., y reáiitzaron inmensas riquezas. Para que la asociaciónobrera no disminuyese ni limitase la libertad indivi-dual, estudiaron sus iniciadores hacer de aquella una

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K." 24 J. M. OLÍAS. HISTORIA DEL MOVIMIENTO OBBEBO. 479

«tensión ó complemento de ésta. Cuando descríba-noslas asociaciones obreras de Inglaterra, país dondese fundaron y desenvolvieron con feliz éxito antes queen Francia y demás paises de Europa y América, ve-remos si quedó resuelto ó no ese problema difícil dela compatibilidad y armonía entre la asociación y lalibertad.

Bien pronto tomó la asociación de los obreros enFrancia serias proporciones, mientras que las diversasescuelas socialistas discutían la intervención del Es-tsdo como medio de alcanzar un empleo equitativo delas fuerzas económicas y una repartición mejor de losproductos, y mientras que la economía política mira-ba en su desarrollo más á la cuestión de interés queá la de justicia. Uno de los hombres que más sincera-mente contribuyeron al crecimiento de las asociacio-nes obreras fue Buchez, fundador de una secta de-mocrático-cristiana, cuyo órgano en la prensa era ElTaller. Al principio no dieron los ensayos satisfac-torios resultados, á pesar de la buena fe del fundadory de la pura intención de los obreros afiliados. Pro-clamaban la igualdad de los hombres y hacian de laasociación uno de los deberes más sagrados; nega-ban la existencia de la igualdad mientras haya quienviva cómodamente y en la ociosidad y quien trabajeasiduamente sin recoger á duras penas lo suficiente ásus necesidades más materiales. Si el trabajo, decian,68 la única fuente de riqueza, ¿de dónde viene que losque trabajan mucho son los más pobres, quizá hastaindigentes y miserables? De aquí dedujeron lógica-mente la causa: hallarse los trabajadores sin posesión(lelos instrumentos de trabajo, mientras éstos se en-cuentran en manos de los capitalistas.

Como no es posible que los obreros vivan sin traba-jar, y no se alcanza el trabajo sin instrumentos, claroes que todos han de someterse á las condiciones, re-glas y exigencias, siempre ó casi siempre injustas,de los poseedores del capital é instrumentos. El me-dio, pues, de hacer independiente al trabajador seráentonces asegurarle la posesión del instrumento detrabajo, procurando llegar á este resultado sin la in-tervención del Estado y pacíficamente. Que los obrerosse reúnan, agrupen y asocien, conociéndose bien antesunos á otros; que aporten una suma suficiente paraabrir un taller; que trabajen por su cuenta y riesgo;que el producto de este trabajo se lo repartan entre síproporcional y justamente, y se habrá practicado entoda su sencillez y verdad el principio de asociación;principio fecundísimo porque trasforma al obrero sucondición de asalariado por la condición de co-propie-tario del taller donde trabaja; porque reporta al tra-bajador y su familia los beneficios que jamás encuentraaislado ó trabajando por cuenta de otro; porque haceposible la realización lejana de una utopia querida demuchos, la igualación de fortunas; porque evita lascrisis comerciales é industriales, frecuentes siempre

que el trabajo depende de los especuladores capitalis-tas; porque el trabajo del asociado es, en fin, más pro-pio de la dignidad humana, en cuya esfera jamás pue-de entrar de lleno el trabajo del asalariado. No asegu •ramos que la asociación sea el medio único de curarradicalmente los males y vicios de la organización ac-tual de la sociedad, pero si creemos sea un gran re-curso que debe emplearse para llegar al fin de justiciaque los reformadores se proponen y los obreros espe-ran con resignación y calma. Así entendida la asocia-ción, ¿quién duda de que moraliza la familia separandodel taller á la mujer y al niño, aquella para que cumplaen el hogar doméstico las augustas funciones de ma-dre, éste para que reciba en la escuela una educaciónconveniente? Pensamos, pues, que el salario envilece,ó cuando menos degrada y hace permanente la igno-rancia del obrero; y pensamos, también, que asociadoy siendo dueño del instrumento de trabajo, el obreroanticipa conscientemente y de un modo pacifico la re-generación social de la humanidad.

Las ideas radicales que desde 1831 principió á pro-pagar Buchez en unión de Leroy y Bertrand, eran lasmismas que treinta años después sostuvieron los obre-ros de Luxemburgo. Bajo el auspicio de tales ideaspolítico-religiosas con sentido democrático y cristiano,formáronse algunas sociedades, que no contaron largavida. En 1834, la de los joyeros y plateros pudo sos-tenerse solamente, aunque á costa de muchos contra-tiempos y grandes sacrificios. Contaba primero dichasociedad con cuatro miembros, luego diez y ocho,que disminuyeron á doce en 1881, y á ocho en 1868.Con ser muy escaso el número de los afiliados, res-petaron éstos fácilmente las condiciones rigorosas desu constitución, y se comprende bien al saber queeran hombres profunda y severamente religiosos, ani-mados de un espíritu superior á las debilidades y apa-riencias debfnundo, sin importarles nada su situaciónparticular ó individual ante la prosperidad y riquezade la asociación ó comunidad. Otras sociedades, docelo más, se fundaron en esta época de 1834 á 1848, yaporque la idea no fuese aún bien entendida por las cla-ses obreras, ya porque no se propagase y explicasesuficientemente, ya también porque las persecucionesde los gobiernos á ios obreros declarados en huelga yá las asociaciones que manifestaban oposición á LuisFelipe, y esto todas lo hacian privada ó públicamente,convenció á los trabajadores que nada conseguiríancon procedimientos pacíficos; por el contrario, que dealcanzar algo, mucho ó todo, seria por la revoluciónarmada.

Necesitamos, pues, entrar en 1848 para explicardetalladamente los progresos de la asociación obrera.

JOAQUÍN MARTIN DE OLÍAS.

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4 80 REVISTA EUROPEA. 9 DE AGOSTO DE 4 8 7 4 . N.° 24

EL CUERPO HUMANO Y LOS BAÑOS.

La absorción de la piel en el bailo.—Importancia del asunto bajo el

punto de vista de la terapéutica.—Recientes experimentos.—Variacio-

nes de peso del cuerpo humano.—Las pérdidas de sustancia.—Exha-

laciones pulmonares y cutáneas.—Medio de disminuir tres libras en

una hora.—Examen critico del medio empleado para medir la absor-

ción de la piel.—Causas de las variaciones de peso.—Influencia de la

presión y de la temperatura.—Las variaciones barométricas y las mo-

dificaciones de la circulación sanguínea.—Marcha paralela del baró-

metro, de la depresión nerviosa y de la pereza muscular.—Causas del

malestar que se experimenta en los cambios dé tiempo.—Explicación

de las propiedades terapéuticas de los baños.

La Academia de Ciencias ha discutido en susección de física una cuestión que, á decir verdad,no ha sido resuelta; nos referimos á la verdaderaacción de los baños sobre el organismo. ¿Absorbela piel el agua y los principios mineralógicos quecontiene? ¿Aumenta ó disminuye durante el bañoel peso de nuestro cuerpo, ó solo hay una in-fluencia de contacto, resistiendo la piel la pene-tración del líquido? El problema es complejo, ymerece fijar la atención de las personas estu-diosas.

Quizá no se conozca bien, fuera de la ciencia,hasta qué punto se modifica á cada instante elpeso del cuerpo. Las personas que creen conocerexactamente el peso de su cuerpo, se engañan enalto grado. Si se pudiera colocar un hombre, enbuen estado de salud, sobre el platillo de una ba-lanza vertical, como las que sirven para pesarlas cartas, se veria continuamente en movimientola balanza. El platillo bajaría después de cada co-mida, subiría en los intervalos revelando una dis-minución de peso, y volvería á bajar después, yasí sucesivamente. El peso del cuerpo no estánunca estacionado. El hombre, como todos losanimales, gasta incesantemente su propia sustan-cia, y no observa sus pérdidas sino periódica-mente.

Imaginemos una habitación cuyas paredes fue-ran de hielo, y á través de la cual se dejara circu-lar una corriente de aire seco y frió. Si pesamosun hombre y le encerramos en esa habitación, laatmósfera se alterará en seguida; formaránse nu-bes de vapor, y el hielo se derretirá. Es que elhombre ha desprendido calor de su cuerpo, fa-bricado agua y ácido carbónico, y naturalmentepierde algo de su peso.

Un hombre, en buen estado de salud, absorbecerca de cuatro kilogramos de alimento por día;expulsa poco más de kilo y medio, y se asimilapor lo tanto unos dos kilogramos. Naturalmenteestos dos kilogramos de asimilación van desapa-reciendo diariamente, porque si no fuera asíllegaría el hombre á pesar una tonelada al cabode un año. Las oxidaciones en el organismo

trasforman la sustancia asimilada en ácido car-bónico, en agua, en una sustancia llamada urea,y en algunos compuestos alcalinos. Es el últi-mo término de las metamorfosis que experimen-ta el alimento desde su introducción en la eco-nomía.

Además de los alimentos, el animal absorbeoxígeno del aire, que también hace peso. Cada diaatraviesan el pulmón 110 metros cúbicos de aire,que queda empobrecido en4 á 6por 100 de oxígenoy enriquecido en 4 ó 5 por 100 de ácido carbónicoque le suministra la sangre. En las veinticuatrohoras el hombre consuma 650 gramos próxima-mente de oxígeno, y fabrica 800 gramos de ácidocarbónico, que corresponden á la combustión deun trozo de carbón de 210 gramos. Sale, pues,cada dia de nuestro cuerpo una cantidad de car-bón que se aproxima á media libra.

No solamente se escapan de los pulmones 800gramos de ácido carbónico, sino también 450 gra-mos de agua, ó sea más de la tercera parte de unlitro. Esta cantidad se eleva algunas veces ámás del triple.

La piel es también una fuente de pérdida con-siderable para la sangre, lo cual se demuestra en-cerrando el cuerpo de un hombre hasta el cuelloen un saco de cautehue lleno de aire; al cabo dealgún tiempo, analizado el aire, se verá que haexperimentado modificaciones semejantes á lasque hubiese sufrido por la respiración, es decir,que habrá perdido oxígeno y ganado ácido carbó-nico, saturándose de una gran cantidad de vaporde agua que concluirá por caer al fondo del saco;además aparecerá en la superficie del cuerpo unapequeña cantidad de urea. La piel respira, y laperspiracion, para darle su verdadero nombre, estanto más activa, cuanto la temperatura sea máselevada. El cambio de los gases se hace por losporos de la piel como por la respiración. El vaporacuoso se escapa, no solamente por los poros,sino también por las glándulas sudoriparias quedesembocan en la superficie por pequeños tubosde cerca de diez milésimas de milímetro de diá-metro, y de seis milímetros de longitud. Reparti-dos en toda la superficie del cuerpo hay próxima-mente dos millones y medio de estos pequeñosorificios sudoríficos. Por término medio el cuerpohumano pierde por la piel 20 gramos de materiasólida, 25 gramos de ácido carbónico y 650 gra-mos de agua. Bajo la acción combinada de untrabajo muscular enérgico y de la elevación detemperatura, el peso del hombre puede perder enuna hora, por la traspiración solamente, dos ó treslibras.

Téngase en cuenta que dejamos á un lado losresiduos* de la digestión y las secreciones urina-

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N.° 24 PARVILLE. EL CDBBPO HUMANO Y LOS BAÑOS. 181

rías. Los primeros son en general de 120 á 180gramos por dia; y los segundos muy variables,pero por término medio de 1.500 gramos. Los rtño-des pueden suplir parcialmente á las funciones dela piel; en tiempo frió, cuando la traspiración dis-minuye, aumenta la excreción por los ríñones, yyiceversa.

En definitiva, la pérdida diaria puede distri-buirse así: agua, 450 gramos por los pulmones yTOO por la piel; ácido carbónico, 800 por los pul-mones y 25 por la piel. Perdemos, por consi-guiente, en condiciones normales, cerca de 100gramos por hora, que es el combustible necesarioá las funciones vitales para un trabajo muy mo-derado.

En realidad esta pérdida está lejos de ser uni-forme y varía esencialmente con los esfuerzosmusculares y los intervalos de las comidas. Des-pués de un trabajo muy enérgico, la pérdidapuede llegar y pasar de un kilogramo por hora;y después de una comida es mayor, para dismi-nuir en seguida rápidamente á menos de 100 gra-mos. Durante la noche llega á su mínimum; elcombustible se gasta, como en las máquinas, enrazón del trabajo efectuado, interior ó exterior-mente.

Comprenderáse, pues, lo importante que es te-ner en cuenta estas variaciones cuando se tratede averiguar si el cuerpo gana realmente peso enun baño, y si hay absorción de agua. Por eso nosha parecido útil entrar en esos detalles antes deanalizar la comunicación hecha á la Academiapor M. Jamin, en su nombre y en el de M. Laurés.

El sabio académico ha aprovechado su estáñ-ela en Neris para continuar los antiguos experi-mentos de Sanctorius sobre las variaciones delpeso del cuerpo humano dentro del agua. Ope-rando sobre sí mismo ha encontrado que su pér-dida de peso en el aire, después de comer, era de125 gramos; y al dia siguiente, entre seis y sietede la mañana, solamente 80 gramos. Después delalmuerzo la pérdida se activaba de nuevo; dismi-nuía durante la comida, y llegaba á 340 gramosdurante un paseo al sol. Estos resultados estánconformes con los principios expuestos.

Para conocer si la piel absorbe en el agua, heaquí el razonamiento adoptado por los experimen-tadores: la pérdida por los pulmones, dicen, es lamisma si el cuerpo está en el aire ó en el baño:midiendo, pues, la pérdida en una hora, y dedu-ciendo del número obtenido los 30 gramos de larespiración, se obtendrá la pérdida por la piel,que evidentemente debe sufrir la influencia de lainmersión. Si no hay variación de peso es que lapiel no traspira en el agua y absorbe, por el con-trario, 80 gramos. Si el peso aumenta, es que la

piel ganará por absorción mucho más de la pér-dida pulmonar. Este modo de razonar nos parecesujeto á crítica, y nos detendremos un poco en suexamen.

M. Seguinha demostrado que, en el agua, nues-tro cuerpo pierde un poco menos que en el aire.Berthold, en una temperatura del agua de 24 á28°, ha notado un aumento de peso que podia lle-gar á 32 gramos, lo cual haria una absorcióncutánea por hora de 62 gramos. Malden, Alter,Dill, etc., han confirmado estos resultados. De 30á 34° M. Wilmin ha encontrado, en 55 observa-ciones, 20 aumentos, 21 disminuciones y 12 pesosestacionarios. Pero como las dimensiones hansido siempre inferiores á la pérdida pulmonar de30 gramos, M. "Wilmin ha deducido que la piel ab-sorbe líquido siempre.

M. Jamin admite estas diferencias y las atribu-ye á la influencia de la temperatura del baño.Para el sabio profesor, la verdad ha sido descu-bierta por M. Durrieu; la ley del fenómeno podríaenunciarse así: todo individuo conserva un pesoinvariable en un baño cuya temperatura sea mo-derada; gana y absorbe si la temperatura es baja,y pierde si es elevada; pero esta pérdida crece deun modo muy rápido cuando el calor del aguaaumenta de 36 á 48°

Los experimentos de los señores Jamin y Lau-rés en Nerís están conformes en todas sus partescon las conclusiones de M. Durrieu; en el aguarelativamente caliente el cuerpo pierde mucho.Así se observaba, de seis á siete de la mañana,una pérdida de peso en el aire de 79 gramos portérmino medio. Después, la persona en quien sehacia el experimento entraba en la piscina á34° ,5 para ^rmanecer en ella hasta las nueve,y se obtenía una pérdida considerable de 100 á800 gramos, ó sea 350 gramos por hora. A lasdiez, una hora después de la salida del baño, lapérdida era insignificante, 50 gramos. En estecaso no podia haber absorción, sino al contrario;lo cual para nosotros no disminuye en nada lasvirtudes, terapéuticas, perfectamente demostra-das, de las aguas minerales á temperatura ele-vada.

El punto nuevo sobre el cual insiste M. Jamin ,es que, después del baño, la misma persona pierdeun peso menos considerable que antes, algunasveces nada, y una vez hasta se encontró un ligeroaumento en cuatro bañistas. Es curioso, en efec-to, que el peso permanezca casi estacionario algúntiempo después de una larga inmersión en el aguacaliente.

M. Jamin explica así los hechos: no pudiendoser menor después que antes del baño la cantidadde agua exhalada; y por el contrario, debiendo

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182 REVISTA EUROPEA.—9 DE AGOSTO DE 1874 .

ser mayor por el estado de humedad de la epider-mis, no se puede atribuir la disminución obser-vada en las pérdidas de peso más que á una solacausa, á una disminución en la cantidad de ácidocarbónico espirado. En las condiciones ordinariasel cuerpo debe estar saturado de ácido carbónico;hay equilibrio entre la cantidad que se pierde yla que la circulación reproduce en un tiempodado. La inmersión en el agua cambia el equili-brio. Es verosímil que el baño disuelve una can-tidad de ácido carbónico superior á la que se hu-biera exhalado en el aire, que la provisión normaldisminuye, y que resulta por lo tanto una pér-dida de peso notable. Después de salir del bañose produce el fenómeno inverso; el cuerpo rehacesu provisión, lo cual tiende á aumentar su peso,pero continúa exhalando vapor de agua, y estotiende á disminuirlo. La pérdida ó ganancia quese observe no es más que la diferencia entre estosdos efectos contrarios.

El problema iniciado es grave, lo repetimos, éinteresa vivamente á la terapéutica. No creemosque esté resuelto ni nos basta lo expuesto paraaceptar la teoría precedente, por ingeniosa queparezca á primera vista.

Los citados sabios atribuyen todo el mecanis-mo del fenómeno al ácido carbónico exhalado porla piel, y no hacen caso ninguno del vapor acuo-so. Pero ¿qué cantidad de ácido carbónico exhalala piel en el aire? Ya lo hemos dicho: un gramopor hora. Es así que la pérdida que se explica esde 400 gramos; luego el efecto no guarda pro-porción con la causa; aun admitiendo que el aguafacilite la disgregación del gas, es evidente queno puede centuplicarla cuatro veces.

Por otra parte, hay contradicción absoluta en-tre esta explicación y las mismas conclusionesdélos autores. Admiten muy bien, como Dur-rieu, que las pérdidas crecen en un baño tantomás deprisa, cuanto la temperatura sea más ele-vada; pero el poder disolvente del baño respectodel ácido carbónico disminuye precisamente enrazón inversa de la temperatura. Así, pues, se-gún el razonamiento de los autores, si se su-pone con ellos que las pérdidas son causadas poruna disgregación exagerada del ácido carbó-nico , naturalmente disminuirian en los bañosmás calientes, lo cual es contrario á la observa-ción.

Puédese preguntar ¿por qué se atribuye tantainfluencia al ácido carbónico, que se escapa encantidad relativamente muy débil, cuando sesabe que la piel exhala 35 veces más de vaporacuoso que de gas, y que esta cantidad puede serelevada al décuplo por la acción del calor? Evi-dentemente hay que prescindir de la influencia

predominante del ácido carbónico; esa no puedeser la verdadera causa.

Cuando se recuerda que, por la acción del calor,la traspiración solamente puede reducir en unahora el peso de un hombre más de mil gramos,parece más lógico atribuir ante todo á la perspi-racion la pérdida media de 350 gramos observadaen Neris. En cuanto al estado casi estacionarioobservado por MM. Jamin y Laurés, después delbaño, se comprende perfectamente, considerandoque, si el cuerpo ha disgregado en una hora en elbaño lo que tardaría muchas horas en disgregará una temperatura normal, es claro que, estandoya hecho el trabajo de exhalación, no se pierdenada ó se pierde muy poco durante un ciertotiempo después del baño. Es necesario que los te-jidos se saturen de nuevo de vapor antes quevuelva la perspiracion, como decía M. Jamin ápropósito del ácido carbónico. Ahora, si hay ga-nancia accidental, lo cual quizá seria necesariojustificar, es preciso no olvidar que absorbemospor hora 27 gramos de oxígeno por los pulmones,y que exhalamos 40 gramos próximamente deagua y de ácido carbónico; diferencia 13 gramospróximamente de pérdida, diferencia que el oxí-geno absorbido por la piel podria compensar conexceso.

Permítasenos ahora tratar nuevamente del razo-namiento adoptado hasta aquí por todos los expe-rimentadores para demostrar que la piel absorbe.Todos, después de Seguin, dicen: la pérdida porlos pulmones es la misma en el aire que en elagua, 30 gramos. La respiración cutánea es laque se modifica; si el peso del cuerpo permaneceestacionario, será necesario admitir que han en-trado en la piel 30 gramos de agua. Asi Berthold,encontrando un aumento de peso de 32 gramos,deduce una absorción cutánea de 62 gramos.

Semejantes conclusiones son viciosas y nopueden dejarse pasar. Se admite, en efecto, sinninguna razón plausible, que en el baño la pér-dida pulmonar es la misma; esta es una simplehipótesis; se admite en seguida que la gananciaes producida por la introducción del líquido porla piel; y esta es otra hipótesis.

¿Por qué las pérdidas pulmonares han de serlas mismas cuando el cuerpo está en el agua?¿Se ha tomado en cuenta el exceso de presiónque soporta nuestro cuerpo en un baño, excesoque tienen que vencer los músculos que presidená los movimientos respiratorios?

En un baño ordinario, cada centímetro cua-drado de nuestro cuerpo soporta, además de lapresión atmosférica, el peso del agua que tieneencima, y el exceso de presión puede variar de lacabeza á los pies, según la inclinación del cuerpo'

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.° U PARV1LLE. EL CUERPO HUMANO Y LOS BAÑOS, 183

desde algunos centigramos hasta 100 gramos (1).Adoptando una altura de agua de 40 centímetros,el exceso de presión sobre el cuerpo, medido enmercurio, es de 40 milímetros: ¡40 milímetros!en todas las latitudes constituye la mayor va-riación del barómetro cuando pasa del buentiempo fijo á la tempestad; es una diferencia depresión correspondiente á un cambio de alturade 400 metros. ¡Y se advierte benévolamente quelos movimientos respiratorios son los mismos enel baño que en el aire, cuando una variación delbarómetro mucho menor modifica tan profunda-mente la hematosis y la circulación!

Las observaciones de M. Jourdanet en Méjico,los numerosos experimentos de M. Bert, demues-tran que en los cambios de presión sólo ejerceninfluencia en el organismo el aumento ó dismi-nución de la cantidad de oxígeno introducida.Bajo presiones enérgicas, elevadas por Bert hasta25 atmósferas, hay verdadera intoxicación por eloxígeno y envenenamiento; bajo presiones dis-minuidas hay, á la inversa, falta de oxígeno yasfixia. Y si esto es verdad, basta para hacer des-aparecer los accidentes modificar la proposicióndel oxígeno en cada caso, de manera que se con-serve la relación normal entre el ázoe y el oxí-geno del aire, sea disminuyendo la proporciónde oxígeno en caso de fuerte presión, sea aumen-tándola en caso de presión débil.

M. Jourdanet habia demostrado ya que á lasvariaciones de la presión es preciso atribuir lasenfermedades tan comunes en las altas monta-ñas. La hematosis es insuficiente. Por el con-trario, en los trabajos de estribación de puentespor el aire comprimido, las combustiones se ac-tivan y resultan accidentes por una superoxige-nacion demasiado enérgica.

¿Quién no conoce la influencia de las variacio-nes barométricas sobre las organizaciones débi-les? Bajando la presión disminuye la cantidadde oxígeno introducido, sobre todo si al descensodel barómetro se une una temperatura elevadaen el aire. Por esta doble razón, la hematosis esmenos completa si la persona es poco rica englóbulos sanguíneos, la circulación se detiene,y por acciones reflejas las funciones de la econo-mía experimentan trastornos. Tal es la verdaderaeausa del malestar que se experimenta en eltiempo pesado; no es, como se ha repetido mucho,la disminución absoluta del peso que soporta elcuerpo bajo la influencia del descenso del baró-metro la que altera las funciones; más bien la

(i) El cuerpo humano tiene, por término medio, una superficie dei metro 50 centímetros. La atmósfera ejerce sobre ét una presión de1.600 kilogramos; con un metro de agua además, esta presión se eleva« ii.600 kilogramos.

disminución de la cantidad de oxígeno introduci-da en la sangre es la que produce, por falta dehematosis suficiente, los trastornos observadosen las personas débiles y de sangre pobre de gló-bulos. Estas personas soportan mejor un aumentode presión. Las personas sanguíneas, por el con-trario, soportarían mejor una disminución depresión.

Puede decirse que las funciones del organismose modifican con los cambios del barómetro; esnecesario que los movimientos respiratorios, aun-que regularizados por el sistema nervioso, esténen algún modo de acuerdo con la marcha del ba-rómetro. Los cambios gaseosos á través del pul-món y de la piel están en relación directa con elinstrumento; absorbemos y exhalamos más ómenos según la altura barométrica. Nuestraspérdidas de peso dependen de la presión. Nocomprendemos cómo" se ha podido olvidar estocuando se ha pretendido establecer la teoría delos baños.

Así, pues, aumentando la inmersión del cuerpohumano en el agua, la presión sobre los tejidosexteriores, y teniendo las variaciones una in-fluencia reconocida en la economía, no se puedeadmitir de ningún modo que la respiración pul-monar no se modifique en el baño. Los músculosque regulan los movimientos del tórax, tienenque ejercer más esfuerzos y vencer más resisten-cia cuando la respiración pierde su amplitud ydisminuye la cantidad del oxígeno introducido.En todo caso, sin penetrar más por hoy en estadiscusión, basta lo que precede para hacer com-prender que las pérdidas pulmonares deben modi- •ficarse cqj| el baño. También se observará que siel exceso de presión va en aumento de los pies ála cabeza, la sangre tiende á disminuir de velo-cidad en las arterias, y por el contrario, á aumen-tar de velocidad en las venas; y bajo este puntode vista, la circulación general también sufremodificación.

En fln, la excreción cutánea cambia bajo esteexceso de presión, como se comprende perfecta-mente; pero si disminuye ó se detiene, no secomprende por qué los experimentadores atribu-yen á la absorción de agua lo que puede ser sim-plemente causa del almacenamiento, digámosloasí, en los tejidos, del gas y de las materias só-lidas que no son expulsadas. Como se ve, los ex-perimentos hechos no demuestran la absorcióndel agua por la piel.

No debemos insistir más en este punto, parolo que dejamos indicado basta para demostrarque la cuestión de la absorción está lejos de ha-berse resuelto, y que el factor que desempeña elprincipal papel en las variaciones de peso del

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cuerpo humano sumergido, es, como en el aire, laexhalación cutánea dependiente de la presión ex-terior, de la temperatura y de la duración delbaño.

El exceso de presión, la relación entre las va-riaciones de las pérdidas pulmonares y cutáneas,y las modificaciones que resultan por la circula-ción general, bastan para poner los hech.03 deacuerdo con la teoría, y para explicar los efectostónicos de los baños frios y las virtudes especia-les de los baños templados y de los calientes. Lascualidades del agua, residen, pues, en gran parteen su temperatura propia y su densidad; peroimporta tener en cuenta igualmente la composi-ción química que puede servir de coadyuvanteprecioso á los cambios gaseosos de la perspira-cion, excitar la piel y el sistema nervioso, y, mo-dificando la atmósfera ambiente, introducir ele-mentos minerales en el aire inspirado por elpulmón.

Seria imprudente establecer hoy conclusionesterminantes en este asunto, pues falta el rigoris-mo de los elementos de apreciación. M. Jaminacaba de establecer en la Sorbona una serie deaparatos que permitirán ir introduciendo la pre-cisión conveniente en las investigaciones. Ha he-cho construir una balanza que da el peso delhombre con la pequeña alteración de menos deun gramo; con una bañera calentada por gas átemperatura fija, se determinará la cantidad decalórico trasmitida al líquido por la persona quesirva de experimento; en fin, receptores conve-nientes medirán las pérdidas pulmonares. Debe-mos, pues, esperar los resultados que obtenga elsabio académico.

En todo caso, bueno seria que los físicos y losquímicos que pasen algún tiempo en los estable-cimientos balnearios, hagan por su parte las in-vestigaciones convenientes. Ya es tiempo de em-pezar á resolver un problema de tan alto interéspara la terapéutica, y que ha desafiado en vanohasta ahora á la sagacidad de los médicos y delos fisiólogos.

ENRIQUE DE PARVIILE.

EL CONGRESO DE BRUSELAS.

Dentro de pocos dias se discutirá en el Con-greso de Bruselas, donde tienen representantestodas las potencias, una cuestión internacionalde grande interés: la del modo cómo deben sertratados los prisioneros de guerra.

Este es un hecho capital que merece ser exa-minado con gran cuidado, porque su trascenden-cia es mucho mayor de la que han previsto los

autores del primitivo proyecto. Sabido es que seformó en Paris una sociedad con objeto de buscarlos medios de mejorar la suerte de los prisione-ros de guerra, y que se dirigió á los diferentesgabinetes de Europa, Asia y América, rogándolesque nombraran delegados para una conferenciaque debería abrirse en Paris el 18 de Mayode 1874.

En San Petersburgo se ocupaban al mismotiempo de una cuestión parecida bajo el alto pa-trocinio del Czar, y la corte de Rusia aceptó in-mediatamente la proposición de la sociedad fran-cesa, pidiendo que se uniera á ella la comisión queya habia nombrado.

A consecuencia de estas negociaciones y de unaentrevista del presidente de la sociedad, el condede Houdetot, con el príncipe de Gortschakoff, sedecidió que el gabinete imperial propondría átodos los gobiernos de Europa la reunión en Bru-selas, el 15 de Julio, de una conferencia diplomá-tica encargada de fijar los términos de un regla-mento general de las relaciones internacionalesen tiempo de guerra.

Al mismo tiempo se previno á los gabinetes deAsia y América, á quienes se habia rogado en-viasen representantes á la conferencia preparato-ria de Paris, que, si entraba en sus miras tomarparte en la de Bruselas, podrían enviar allí susdelegados.

De este modo la proposición se fue poco á pocoensanchando y llegó á tener una importancia con-siderable. La conferencia de Bruselas tratará,pues, de la violación de los derechos internacio-nales, de las prácticas ilícitas durante la guerra,de las relaciones entre los beligerantes, mientrasduren las negociaciones, de las suspensiones dearmas, de las amnistías y de las capitulaciones,de los principios de neutralidad, de los derechosy de las obligaciones que llevan consigo, del co-mercio de los neutrales; del derecho de visita, delbloqueo, de las presas, de todas las cuestiones, enfin, que se refieren á las relaciones internaciona-les por mar y tierra en tiempo de guerra. Eviden-temente el programa es vasto, demasiado vasto,y es difícil prever que los diplomáticos se pongande acuerdo acerca de tantas cuestiones ; pero, entodo caso, demuestra un gran mejoramiento enlas costumbres, una tendencia cada vez más rá-pida á la uniformidad en toda la superficie de latierra, por lo que toca á las relaciones internacio-nales, hasta que se llegue á conseguirla en lascostumbres de los diferentes países. ¿Será útil ódesfavorable la solución á los Estados que enco-mian estas modificaciones? Esto no puede apre-ciarse, pero sí conviene examinarlo de antemano.Necesario es seguramente fijar las reglas á que

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Ni* 24 EL MAYOR C. DE F . EL CONGRESO DE BRUSELAS. 1 8 5

deben atenerse los beligerantes mientras duren' las negociaciones, las suspensiones de armas, losarmisticios; arreglar las capitulaciones, los prin-cipios de neutralidad, los derechos y las obliga-ciones que la misma neutralidad lleva consigo;pero creemos mucho más delicado determinarcuanto atañe á los prisioneros de guerra y á lasgarantías que deben concederse á los no comba-tientes.

Si la suerte de los prisioneros de guerra se or-ganiza de antemano; si se mejora para satisfacerlas leyes de la humanidad, ¿no debe temerse queel número de prisioneros y la tendencia á esperaren la holganza de la cautividad la solución delsangriento conflicto que exista entre dos poten-cias se acrecienten más de lo razonable? Este esun hecho moral que ha podido apreciarse en laúltima guerra. ¡Cuántos prisioneros alemaneshabia poco deseosos de canje, y esperando, unavez cautivos, no volver al fuego! Habian sidocogidos cumpliendo con su deber, pero apagadoel ardor del combate, sólo esperaban permanecertranquilos al ver que no debían temer malos tra-tamientos de unos enemigos que se los habianrepresentado como ñeras. Y lo que hemos vistoque sucedía con los alemanes ha debido tambiénocurrir con muchos franceses, porque la natura-leza humana, desgraciadamente, se parece entodas partes; y si en la guerra de Argelia se ve ápequeños destacamentos franceses, aislados ysorprendidos por los indígenas, ejecutar grandeshechos de valor y de energía, prefiriendo morir árendirse, preciso es convenir, sin desconocer elvalor de nuestros soldados, que en esta resisten-cia influía también el sentimiento íntimo de que,si eran cogidos, perderían la cabeza ó se veríanexpuestos á bárbaros tratamientos. Trabajo cues-ta confesarlo, pero así es la verdad. De otro modono se podría explicar por qué han rendido lasarmas tantas tropas francesas y tantas guarni-ciones sin disparar un tiro contra los prusianos,

i- durante la última guerra de 1870 á 1871.[ No cabe duda alguna de que sabiendo los bra-

vos soldados del ejóreto de Metz los crueles su-frimientos que les esperaban inmediatamentedespués de su cautividad, donde debia perecermayor número que en otras tres grandes bata-llas; hubiesen estado más dispuestos á intentar elúltimo esfuerzo que los reglamentos les impo-nian, y por cuya falta de ejecución fue condenadoel mariscal Bazaine.

Para impedir tales debilidades, desde el prin-cipio de la guerra los prusianos asustaban á suscompatriotas, á sus aliados y á sus soldadoscon fantásticas narraciones de los malos trata-mientos que sufrirían en nuestros pueblos por

parte de los zuavos y de los turcos, si se dejabanhacer prisioneros. Por la misma causa estable-cieron severas penas para los que se dejarancoger, formando consejo de guerra k los jefes yoficiales, y poniendo á los soldados en las avan-zadas de los campamentos.

Las mismas ideas se habian hecho correr en1859 en el ejército austríaco, y hemos podido verpersonalmente en Francia muchos de estos des-graciados, admirándose de ser tan bien acogidosy cuidados, contra lo que decian los cuentos quecon tanta profusión se habian hecho correr entreellos. Esto no impidió, sin embargo, que losmismos prisioneros, tan obsequiados y regaladoshasta la frontera, en el momento de verse libresse convirtieran en miserables, para mendigar álo largo del camino de vuelta á Austria, á ñn deexcitar la compasión de sus compatriotas, que-jándose de los tratamientos que habian sufridoen Francia.

Determinando, pues, de antemano la suerte delos prisioneros de guerra y mejorándola, ¿no esde temer que se cause más mal que bien? Elhombre no es siempre valiente, sobre todo enlos países donde, á causa de la falta de instruc-ción, ignora el significado de la palabra patria ylos deberes que la defensa de la patria le impone,ó donde, mediante una cantidad, es costumbreredimirse del servicio militar. Debe saberseademás que en un regimiento de 3.000 hombreshay 500 que van brillantemente al fuego, 1.000 á1.200, que los siguen por deber, obediencia, res-peto humano, temor, etc., y 1.500 que buscantodas las ocasiones de un provechoso desfile.Estas cifras son conocidas y han sido dadas porun ilustré*mariscal: en todo caso son instructi-vas, y prueban que no debe facilitarse el acrecen-tamiento de este número de desalentados en elmomento de la lucha. ¿Quién no ha visto, enefecto, en los momentos difíciles, los numerosossoldados que se apiñan alrededor de un jefe óde un compañero herido, de un convoy, etc., ale-jándose, como quien no hace nada, de la zonapeligrosa de las balas?

Pero lo que decimos de los prisioneros deguerra, se aplica igualmente á la reglamentaciónque se quiere dar á las requisas exigibles á lospueblos y á la preservación de las gentes inofen-sivas que no tienen las armas en la mano. ¿No seteme con ello desarrollar también el espíritu deindividualismo, de egoísmo? ¿No está acaso á lavista el ejemplo de la última guerra? ¿No se re-cuerda el número de personas que, ni se han de-fendido, ni han prestado ayuda á la defensa portemor de verse maltratados por el enemigo? ¿Seha olvidado ya que habia aldeanos que negaban

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los menores socorros, la más pequeña cantidadde provisiones á las columnas francesas, ó que selas hacían pagar á precio de oro, mientras lasreservaban para el enemigo que iba á llegar? Siesta clase de gentes débiles, siempre demasiadonumerosa, se siente al abrigo de todo peligro pormedio de una reglamentación bien definida deantemano, se disminuirán de un modo peligrosolas ideas de solidaridad que deben existir entreel soldado y el ciudadano propietario.

¿Quiere decir esto que nos opongamos á estamejora de las costumbres, al fin de estos horro-res de la guerra, á esta reglamentación? No.Pero creemos que es preciso avanzar en la limi-tación de estos derechos y de estos deberes congran prudencia, y que no conviene ceder á losprincipios humanitarios, sino á condición de exa-gerar la represión contra las debilidades huma-nas, y de dictar leyes draconianas contra los queentreguen las plazas fuertes ó se dejen hacer pri-sioneros de guerra. Será preciso exigir que unosy otros comparezcan ante consejos de guerra,como los que evitan, alejándose, las cargas pro-cedentes de la guerra.

Lo que ha ocurrido en 1870 y 1871 debe servirde lección. La presencia de esos cuatrocientos milhombres prisioneros en Alemania y de los nume-rosos franceses refugiados tranquilamente enLondres, Bélgica y Suiza es un hecho anormal, ydemuestra la existencia de una enfermedad moralque es preciso combatir. La tolerancia qué se hademostrado después de la guerra respecto á esosindividuos no carece de peligro, porque á nadieha abierto los ojos. En efecto: ¿A. qué el sacrificio?¿A qué la muerte, esa muerte preferible á la ser-vidumbre, si basta alejarse para no temer nadade la justicia de sus conciudadanos? Evidente-mente los que deseaban no guerrear; los que, re-fugiados en Bruselas ó en Ginebra, llevaban vidaalegre, mientras que sus compatriotas dormíansobre la nieve ó caian heridos por las balas pru-sianas, deben reirse hoy de la imbecilidad de losque han sido bastante necios para dejarse mataren su lugar.

Esté falso juicio es preciso corregirlo, y las ten-dencias de la nueva conferencia parece que, alcontrario, quieren hacer su aceptación más fácily natural. Llamamos sobre este punto la aten-ción de todos los hombres imparciales, porque setrata de un interés vital para los Estados, y si loque ha pasado en 1870 debiera renovarse, tantovaldría renunciar á tener ejércitos costosos, si seha de llegar á capitulaciones en masa ó á deser-ciones impunes.

"Vista la propensión á separar el ejército de lanaeion y á establecer una división bien marcada

entre el soldado y el ciudadano, hay otra cues-tión más grave y de mayor importancia quedebe tenerse en cuenta. Recuérdese que Mr. deMoltke, en su último discurso ante el Reichstag,quejábase amargamente de una guerra que nose habia sabido terminar después de los desastresde Sedan y de Metz; es decir, después del aniqui-lamiento del ejercito regular, y que hubo peligrode que se convirtiera en perjuicio de Alemania,gracias al despertar de la nación, al llamamientode los numerosos voluntarios y á los esfuerzosintentados durante la defensa nacional. ¿Cómopodia hacerse de la guerra un asunto ordinariodel Estado Mayor, cuando la lucha quedaba re-ducida á la mayor ó menor idea patriótica queexcitaba la resistencia?

Hubiese sido seguramente muy cómodo paralos prusianos ajustar una paz ventajosa, despuésde la captura de todo el ejército francés y del so-berano, en vez de tener que luchar contra todala nación. Hubieran tratado con la regente, vol-viendo á sus casas con las provincias y los millo-nes, después de algunas semanas de lucha, ácosta de la vergüenza de Francia.

En cuanto á las pasiones populares y al espí-ritu nacional, nada absolutamente se hubiese he-cho. Las sublevaciones de este espíritu son enefecto peligrosas para los jefes de dinastía. ¿Quéhubiera ocurrido después de Sadova, si, en vez detratar con el soberano austríaco, se hubiera te-nido que luchar contra el pueblo austríaco ar-mado, obedeciendo á otro poder? ¿Qué hubierasucedido á los franceses invadiendo la Alemaniay encontrándose ante el pueblo alemán unido,bajo la acción de otro gobierno que el de los Ho-henzollern? ¿Los alemanes, por otra parte, seriancapaces de un esfuerzo tan considerable como elde Francia en 1870? Todas estas cuestiones las hatratado ampliamente el general Moltke en su dis-curso, cuando pedia el aumento del ejército per-manente con detrimento de las landwehrs, queprocuró ridiculizar.

En nuestra opinión las razas alemanas y sla-vas están más dispuestas á aceptar la servidum-bre que las razas latinas; más perseverantes, másdóciles, más disciplinadas, son incapaces de es-tos esfuerzos, que se han visto en Italia en todasépocas; en Francia bajo Carlos VII, en 1792, en1870, y en España en 1808, esfuerzos á vecesdolorosos, pero que indican una energía nativa,una naturaleza nerviosa é impresionable que tie-ne sus ventajas y sus defectos.

Separando, pues, la nación del ejército, regla-mentando el derecho de la guerra, enervando lamasa al ponerla fuera de juego, acaso se espereescapar á las eventualidades del porvenir. Pun-

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N,° 24 CARLOS COEI.LO. LA MUJEB PROPIA. 187

tos de vista son estos que la conferencia debeexaminar con gran cuidado antes de tomar de-terminaciones definitivas.

Las guerras nacionales son la última palabrade los pueblos débiles ó invadidos. Es precisotener cuidado de evitar cuanto puede enervar estafuerza íntimamente ligada al corazón del ciuda-dano. Las ideas egoístas tienden ya demasiado ápresentarse á la luz del dia para que convenga lareacción contra ellas.

No creemos, sin embrgo, en el peligro absolutode las máximas dominantes. Hágase ó digasecuanto se quiera, los ejércitos aumentan de con-tinuo sus efectivos y tienden cada dia más á con-vertirse en naciones armadas, y por tanto ins-truidas. El espíritu de solidaridad se desarrollaentonces en razón de la instrucción, y dentro depoco tiempo, sin duda, el servicio militar se con-siderará un deber sagrado, único medio de obte-ner los cargos del Estado y de ser considerado yhonrado en la localidad en que se viva.

EL MAYOR O. DE F.(Revue Britanique.)

LA. MUJER PROPIA.L E Y E N D A D R A M Á T I C A D E L S I G L O X V I .

(Continuación.) *

ESCENA XVI.DOÑA JUANA y PÉREZ.

PÉREZ.

(¡Voy á hacer una farsa, y en la farsael que no miente bien no es buen farsantel)Juana...

DOÑA JUANA.Debo advertiros...

PÉREZ.

Seré breve.Permitidme, ante todo, lamentarmede una resolución que en torno vuestrolluvia de acerbas lágrimas reparte.¿A la corte priváis del gran Filipode su gala mejor?... Esa... laudablepiedad con las mujeres, con los hombres,es la más infernal de las crueldades.

DOÑA JUANA.

Pero...PÉREZ.

¡Encerrar tan mágica bellezapara siempre en un claustro!...

DOÑA JUANA.(Con la clave

• Véanselos números 20, 21 y 23, págs. 54, 84 y 184.

de su intención no atino.)PÉREZ.

jTan lozanajuventud!...—Ellas mismas, revelándosecontra el rigor de la sentencia injusta,acusan á su juez. Luce radiantela ardorosa pupila y, cual el rayodel sol la nieve candida deshace,iluminando la severa toca,la presta lujo y seductor donaire,El cortado cabello, vigorosocon el rigor de la tijera infame,crece formando los antiguos rizosy por la frente alabastrina cae...

DOÑA JUANA.¿Y esto era lo que habiais de decirme?Pues. . entonces, ya puedo retirarme.

{Dirigiéndose á la puerta.)PEUEZ.

(|Mujer sin vanidad!...) No es eso sólo.Escuchad.

DOÑA JUANA.

Concluid.PÉREZ.

También abateal ánimo que os mira con cariñover que hoy, cuando las puertas entreabreel mundo para vos, volvéis la planta,apenas colocada en sus umbrales,y despreciáis altiva mil placeresque acaso á conocer no despreciarais...¡que acaso echéis de menos cuando seapara lograrlos y olvidarlos tarde!

DOÑA JUANA.(Interrumpiéndole.)

Bríndaíhne estas paredes paz y olvido,consuelos la oración; el cuerpo frágilhalla salud en el ñorido huerto,el alma en su ambición fuerza bastante...No conozco del mundo los placeres,pero sé que no pueden ser más grandes.

PÉREZ.

(Esta rázon segura, necesitaun golpe que la turbe.) Perdonadme...

(Fingiendo aturdimiento y calor.)

Yo quise que me oyerais... Y he mentido...He tenido la audacia del cobarde...Una mujer cual vos, merece enterala verdad... ¿La queréis?(Con precipitación.) Pues bien, acabela ya inútil ficción: ¡Juana, yo os amol

DOÑA JUANA.

¡Vos!...PÉREZ.

¡Como un loco!DOÑA JUANA.

(Con ««era dignidad.) Quien en tal paraje,

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188 REVISTA EUROPEA. 9 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . N.° 24

quien en tal ocasión así se expresa¿cómo ha de amar?

PÉREZ.

(Humilde.) ¡Perdón!DOÑA JUANA.

(Con entereza.) Salid.

PÉREZ.

No: anteses menester que recordéis... que os hablocon la autorización de vuestro padre.

DOÑA JUANA.

¡Ahí...PÉREZ.

Y que sepáis que la ilusión postrerade que os habló al salir...

DOÑA JUANA.

Es...PÉREZ.

Nuestro enlace.(Dofta Juana baja la cabeza con visibles muestras de contrariedad.)

(¡Oh!...)DOÑA JUANA.

PÉREZ.

Él sorprendió un amor que condenabayo á perpetua prisión, en el instanteae ceñirle las últimas cadenas.Y quien conoce lo que Juana valesabe que nunca merecerla pudo.

DOÑA JUANA.

P e r e Z . . . (Con voz débil.)

PÉREZ.

Mas... ¿quién acusa al miserablenáufrago que relucha con la muerteporque á una tabla, que le dan, se agarre?Yo os amo y os lo digo... Juana noble,olvidad el delito y el ultraje.

DOÑA JUANA.

Yo soy de Cristo esposa: las casadasno han de oir palabras de OÍTO amante.El amor á mi Esposo y mis deberesme gritan con violencia que os rechace.—|Ah!... y mi Esposo me manda que os per-

(done.Adiós.

PÉREZ.

¿A dónde vais?...DOÑA JUANA.

Me voy á darleel alma que le debo.

PÉREZ.

Y é¡ en cambio,¿qué os promete?

DOÑA JUANA.

|Su gloria!PÉREZ.

¡Lamentable

yerro!DOÑA JUANA.

¿Qué p r o f e r í s ? . . . (Indignada.)

PEREZ.

¿Y es esa todavuestra ambición?... ¡Já, já!...

(Riendo con sarcasmo.)DOÑA JUANA.

Pues ¿cuál más grande?PÉREZ.

¿Habéis sido dichosa aquí los diasde vuestro noviciado?

DOÑA JUANA.

I Como nadielo fue en el mundo!

PÉREZ.

Y esperáis...DOÑA JUANA.

¡Esperoconseguir que esta dicha se dilate!(Avanzando hacia la puerta de la izquierda; Pérez va tras ella y la dice

las siguientes palabras casi al oido y muy despacio.)PEREZ.

Y, en premio de haber sido tan dichosa,la gloria merecéis.

DOÑA JUANA.

(Volviéndose alarmada.) ¡Eh!.. .

PEREZ.

Hacéis igualesla dicha y la virtud.

DOÑA JUANA.

¿Yo!...PÉREZ.

No me extraña:hay virtud imposible... y la hay muy fácil.

DOÑA JUANA.

¿ Y é s t a ? . . . (Desconcertada.)

PEREZ.

(Con gran energía.) ¡Virtud inútil, que ní frutOrinde ni ejemplo!...

DOÑA JUANA.

¿No?...PÉREZ.

Virtud que nacedel miedo, y que tan débil se confiesa,que busca fuertes rejas que la guarden,juramentos solemnes que la liguen.Soldado que se mezcla en el combateno en su entusiasmo y en su ardor seguro,sino en la vil coraza impenetrable...|y que aspira á la gloria del valienteque rueda envuelto en generosa sangre!¿Podrá venir el crimen á buscarosen esta soledad? ¿Contra qué gravespeligros luchareis?... Justicia humana,si te llamas justicia, di, ¿qué hacesque niegas premios al ladrón virtuoso

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24 CARLOS COELLO. LA MUJER PROPIA. 189

que no comete robos en la cárcel?¿Por qué no das la libertad al viciocuando opta la virtud por encerrarse?

DOÑA JUANA.

Pérez... vuestras palabras me hacen daño...PÉREZ.

Al recobrar la vista, los solaresrayos hacen llorar al pobre ciego.

DONA JUANA.¿Dónde está la virtud? ic<m desaliento.)

PÉREZ.

Está distantede aquí.

DOÑA JUANA.

Undosa.) ¿Dónde?PÉREZ.

¡Enla lucha: donde el triunfoes muy difícil... y por eso vale!|En el hogar de la mujer casada;en los santos deberes de la madre!(La mujer ama á un hombre y, la venturaprestando á un corazón, crea un carácter,y sostiene una fe que se exting-uia,y.alimentada con la suya arde!Da después vida, de su propia vida,á otros seres, y en ellos el esmaltede su virtud y de su ciencia funde...|Y prosigue de Dios la obra gigante!Ycuidaa lpadreanc iano . . . (Doña Juana se estremece.)

enfermo... triste...cierra sus ojos y en su tumba esparcelágrimas y oraciones.—Dios, señora,acaso para vos el cielo guarde...pero ¿qué guarda entonces para aquellaque ha sido buena á costa de ser mártir?

DOÑA JUANA.(Que ha oído á Pérez pendiente de sus palabras; reponiéndose antes de

hablar.)

El cuadro...PÉREZ.

¡Se os oculta su grandeza?...DONA JUANA.

¡No, P é r e z ! (Con vehemencia.)PÉREZ.

Yo concibo que os espantetanta dificultad.

DOÑA JUANA.(Conespontaneidad.) ¡No, nO, al COntraríol...¡Pues si eso es lo que en él másmecomplace!(Pérez la mira sonriéndose, mientras ella pensativa baja la cabeza; des-

pués dice como defendiéndose con una idea que se le ha ocurrido.)

A dos pasos de vos... Madrid enteroadmira á una mujer...

PÉREZ.

Cierto: la MadreTeresa de Jesús.

D O S A J U A N A .

(Animándose.) Y ¿quién osarasu virtud combatir?

PÉREZ.

De fijo nadie;(Juana va á hablar: Pérez no ]a deja.)

pero hay una mujer más grande que ella.DOÑA JUANA.

¡Más grande!...PÉREZ.

No hallareis quien las compare.DOÑA JUANA.

¡Es imposible! ¿Cuál?PÉREZ.

Vedla, señora:la que Dios escogió para su madre.

(SeBalando la Do lo rosa,)

DOÑA JUANA.

¡Ah! la Virgen!PÉREZ.

¡La Virgen!DOÑA JUANA.

(Mirando al cuadro.) (¡Virgen mía,esclareced mi juicio vacilante!)

PÉREZ.Esposa y madre fue. La esposa puravio en torno suyo la calumnia alzarse,y la madre modelo vio á su hijomorir en una cruz. ¿Cuál es más grande?

DOÑA JUANA.

¡ O h l (Vencida por la fuerza del argumento de Pérez.)

PÉREZ.

[Responded! ¿Calíais? Ese silencioprueba que mis palabras os atraen...

v* DOÑA JUANA.

Sí...PKREZ.

Y no lo confesáis... porque el orgulloos lo veda.

DOÑA JUANA.

No tal... ¡Dios mió!...PÉREZ.

En baldeinvocareis á Dios: Dios es la mismaverdad, y la verdad brota á raudalesde mis labios.

DOÑA JUANA.(A sí misma más que á Pérez.)

¿Es cierto?PÉREZ.

¿Que si es cierto?(Sin la verdad, ¿pudiera yo engañarte?)Confesad vuestro error, pues ahora, Juana,Ser Vencido eS Vencer. (Acercándose.)

DOÑA JUANA.

Apartad.

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4 90 REVISTA EUROPEA. 9 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 .

PÉREZ.

Dadmeesa mano que sólo se retiraporque teme venir por si á juntarsecon la que va á buscarla temblorosa...No me ocultéis más tiempo los afanesdesconocidos que os inspira el hombreque despierta un afecto...

DOÑA JUANA.

Haréis que llameá quien...

PÉREZ.

Llamad á la razón... Dejadla,que os pudiera decir que sois mi amante.

DOÑA JUANA.

¿Qué decís? ¿Qué soñáis?PÉREZ.

[Que ya sois mia!DOÑA JUANA.

¿Vuestra?... ¡CalladlPÉREZ.

Que me mandáis que calleporque mis frases os producen miedo.Hablad vos... Yo no temo á vuestras frases.—¿Veis, veis como calláis? (Pausa.)

DOÑA JUANA.{Perdiendo del todo su aliento y rompiendo á llorar.)

Pero... ¿qué quieresde esta pobre mujer, demonio ó ángelque me intimida y me seduce... y cortael vuelo á mi albedrio?

(Eu este momento se asoma Coello á la puerta de la izquierda, desdedonde escucha.)

PÉREZ.

Que no tardesen seguirme.

DOÑA JUANA.

¿Seguiros?... ¡El escándalodejando tras de mí!

PÉREZ.

Si aquí os quedaseisno fuera ya menor. Al entregarospor esposa de Cristo en sus altares,ya no le dais el corazón entero.¡Si es mió! |Si le siento en este instantelatir por mí!(Dona Juana se relira cubriéndose el corazón con las manos, como sitratara de ahogar sus latidos; Pérez la persigue atemorizándola, confun-

diéndola y concluyendo por anonadarla.)

Y encarcelada, opresa,la que ha abierto los ojos á más grandesy puros horizontes, ni dichosani buena podrá ser... que aquí no cabeser á la vez que desdichada, buena:aquí ser desdichada ¡es ser infame 1

DOÑA JUANA.

; Piedad!

PÉREZ.

La ira, el torcedor continuode haber colmado del dolor el cáliz,á un padre anciano á quien matáis de pena,y que acaso os maldiga inexorable,os matarán también... Y vuestra muerte,no será la del justo, dulce, suave...

DOÑA JUANA.

¡Yo muero! ¡Sí, yo muero!...PÉREZ.

En vano entonceslos brazos tendereis para buscarley pedirle perdón.

DOÑA JUANA.

(Tendiéndolos.) ¡Padre!(Coello, que ha estado luchando consigo mismo, avanzando y retirán-

dose, se presenta al lin delante de su hija.)

PEUEZ.

(Con rabia.) ¡Coello!DOÑA JUANA.

¡Padre!... ¡ay de m í ! (Acongojada,)COELLO.

¡Hija mia!DOÑA JUANA.

(Cayendo de rodillas al abrazar á su padre, que la sostiene.)

¡Perdón, padre!

ESCENA XVII.DICHOS y COELLO.

PÉREZ.

(¡Coincidencia fatal!)COELLO.

Vuelve en tí, Juana.DOÑA JUANA.

¡ P a d r e y SeñOr! (Irguiéndose y con resolución.)

PSREZ.

(Mirándola desesperado.) ( ¡No h a y d u d a : s e r ehace ! )

DOÑA JUANA.

Yo he vivido engañada. ¿Hay otro estadode más dificultad que el que amé antes,pero de mayor gloria? ¡Ese es el mió!desciendan de mi sien la virginalesrosas de mi corona, y caiga rotoel velo del error!

(Arrancándosela corona, arrojándola y rasgando el velo.)

En este valleAntonio será el digno compañeroque la mano me dé para llevarmecon la querida madre que me llamay al fin de la jornada está esperándome.A ser posible, hoy fuera nuestra boda:hoy le daré de Dios en los altarespalabra de ser suya.

. PEREZ.

(¿Estoy despierto?)

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24 CARLOS COELLO. LA MUJER PROPIA. 4 94

COELLO.

[ H l j O S ! . . . (Reuniendo á los dos en un abrazo.)DOÑA JUANA.

(ACoeiio.) Venid; ya es justo que se aclarela duda para todos.

COELLO.(Con extraüeza.) ¿Vas tú mismaá decir?...

DOÑA JUANA.

(Después de mirará su padre.)

¡No le cedo el gusto á nadie!íCoeüo vuelve á abrazar a Pérez y sale con Doña Juana por la izquierda.)

ESCENA XVIII.PÉREZ; un momento después el EEY, qne sale porel mismo lado que COELLO y DOÑA JUANA, y

que figura hablar con, ellos desde la puerta.PÉREZ.

¡ A h ! . . . (Respirando con fuerza.)

¡Gracias, cabeza mía!Corazón, ya satisfechopuedes latir en el pechoque ha ensanchado tu alegría.

REY.Pues ¿por qué me he de oponer,AlonSO? (Saliendo y mirando a Pérez.)

(Ejemplo no tienesu audacia!)

PÉREZ.

(El Rey... Sí; ya vienetras la fortuna, el poder.Pero el logro de mi afánun nuevo esfuerzo reclama.)

REY.Me han dicho...

PÉREZ.

(Reíueitameme.) Señor, la damacorresponde á su galán,cuya pasión silenciosale produce más placerque sorpresa. Si al volveraquí, prendida una rosatrae sobre su negro traje,es que del Rey viene en pos...

(E] Rey hace un movimiento.)

que hasta del amor, que es Dios,noy recibe vasallaje.(Calla... y...—Mi sangre se hiela.)

REY.(Después de una breve pausa.)

Pérez... vos sois el primerhombre que ha osado leeren mi alma sin que me duela...y le duela. Suerte extrañaala que os juzgo acreedor.Reina en mi pecho ese amor

desde que reino en Españay con poder tan entero;—que si á sufrir me resignoes porque mi amor ss dig-node un Rey y de un caballero.Cuando Ruy Gómez vivia,yo, que en celos me abrasaba,en honores le pagabadeshonras que no le hacia;y hoy, al ver á Ana sin dueñoque la defienda ó la guarde,vuelve el ánimo cobardeá luchar con doble empeño.Asaltábame el temorespantoso de perdersu vista... ¡el solo placerque no he negado á mi amor!...y ya no sé resistirde hablarla á la bienandanza:sola y postrera esperanzaque le quiero consentir.—A quien tanto bien me da,yo que me pida le pido.

PÉREZ.

Con haber al Rey servidoestoy satisfecho ya.

REY.

El orgullo es ordinarioachaque de los discretos.

PÉREZ.

¿Del Rey no guardo secretos?REY .

Sí. . .v* PÉREZ.

Pues soy su secretario.(Con Intención saludando y entrándose por la izquierda.)

ESCENA XIX.EL REY, en seguida COELLO con PÉREZ que se

REY.Secretario... ¡No! Dar talcargo en mi gobierno á quien...Su padre me sirvió bien...Pero él...—No me sirve mal.Alonso, que un sucesordesignéis espero en vano.¿Tenéis alguno...

COELLO.A la mano

tengo uno ahora, señor.(Cogiendo de la mano a Pérez y presentándolo al Rey.)

¡Pérez!...REY.

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4 92 REVISTA EUROPEA. 9 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . N.°24

COEUO.

Y bueno á fé mia.REY.

(Desairarle fuera ultraje...Pero...

(Al ver salir á la Princesa que trae lá rosa prendida en el traje.)

¡La rosa en el trajel..Suya es la secretaría. (ACoeiio.)(\tú lo quiere!...)

ESCENA XX.DICHOS y LA PRINCESA.

Y si la belladoña Ana se acomodaá mi gusto, yo la bodaapadrinaré con ella.

PRINCESA.

L a real Voluntad eS l e y . (Habla el Rey con Coeilo.)¿ Q u i é n Se Casa? (A Pérez aparte y con indiferencia.)

PÉREZ.

Yo.(Sorprendiendo un movimiento de ia Princesa.)

(¿Se altera?...)Con Juana.

PRINCESA.

(Ciega<ie¡ra.) ¿Vosl... Pues ¡quién erami amante?

PÉREZ.

Era el Rey...PRINCESA.

(Serenándose y con vanidosa satisfacción.)

¡Ah!... iEIRey!...(Pérez la mira y comprende lo que pasa por ella.)

PÉREZ.

(¡Necio de mí!... Pude serpríncipe...—Y también ahorcado.)—Señora... ¡Cuánto ha luchadoel amor con el deber!...A Dios pongo por testigo...

PRINCESA.

Mi pecho habla en vuestro abonotambién: tanto... que os perdono:sois digno de ser mi amigo.(Dando intención á la frase y alargándole la mano, que Pérez estrecha

con efusión mientras la dice al oido.)

PÉREZ.

Para eso es pobre mi hazaña:para merecer tal nombre,necesita ser un hombre¡dueño del Rey y de España!(La Princesa se dirige al Rey, que ya la espera, y con quien liabla hasta

la conclusión del acto.)

ESCENA XXI.DICHOS, DOÑA JUANA que sale por la izquierdarodeada de damas, caballeros y religiosas; VÁZ-QUEZ, y después ÉSCOBEDO, por la derecha. Loscaballeros agasajan á Pérez, y las damas conversan,

con Doña Juana. Mucha animación.PÉREZ.

(¡En todos los ojos veobrillar la envidia que infundo!)

VÁZQUEZ.(Mirando á Pérez, con cólera.)

(¡La mujer que amé en el mundoy mi codiciado empleo!...)

PÉREZ.(Acercándose á Vázquez, con ironía.)

Ya sé la parte que vostomáis hoy en mi alegría.

VÁZQUEZ.

No sé quién es todavíael más feliz de los dos. (Reprimiéndose.)

PÉREZ.-

(Claro se ve que le amarga.)Un abrazo...

VÁZQUEZ.

ji (¿Le rechazoó le ahogo?... No: un abrazopuede ahogar más á la larga.)

(Seabrazan y siguen*conversando amistosamente.)

PÉREZ.

Jurara que miente y juro •s, miente(Vázquez reni

¿Qué es esto?VÁZQUEZ. -Á

(Esto es agapara tenerte seguro.)Pues ¿qué ha de ser? Rebozarcon maña mi pesadumbre...

(Pérez le alarga la mano: Vázquez se la estrecha y le dice al oido.)

—Quien piensa mal por costumbretiene también la de errar.

ESCOREDO.(Saliendo por la derecha y dirigiéndose á Doña Juana; procurando dar A

sus palabras un tono ligero y festivo.)

Juana ¿se hizo el casamiento?Llegaré tarde quizás...

DOÑA JUANA.

Juan... ¡No!ESCOBEDO.

Pero...,COELLO.

(Alegremente.) Ya Sabrásquién es el novio...

ESCOBEDO.

Sí.COELLO.

Antonio.

que, al menos, miente con aj'.te.jte el abrazo.)'

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n R0PRIG1JEZ VILLA. ANDANCAS PE PERO TAFUR. 193

ESCOBBDO.

(Anonadado.) ¡ A n t o n i o ! . . . — M a s . . .(Doña Juana se sonríe y hace un signo afirmativo.)

—(|Su insolenciame aterra!) Al fin... te decides...¡Pues de éste á Dios,—no lo olvides,—hay alguna diferencia!(Doña Juana va á contestarle: él la rechaza bruscamente y se dirige á

Coelio. Una dama habla áaquella y la distrae.)

—Acepto el cargo: mi suerteestá hoy en Túnez.

COEÍXO.

Retardaal menos...

ESCOBEDO.

¡No! ¡Allí me aguardami a m o r ! (Con sarcasmo.)

COELLO.

La guerra...ESCOBEDO.

(¡La muerte!)DOftA JUANA.

AntOniO, l a C o n v e n i d a (Acercándose a Pérez.)

promesa cumpliros quiero:dadme la mano en que esperohallar el bien de mi vida. '*

PÉREZ.

Juana, no penséis, por Dios,que soy perfecto...

DOÑA JUANA.

Eso fueraimpío... y, s lo creyera,no me casara con vos».Siguiera en la soledaddonde he yi,vjdo dichosa:yo quiero ser- buena esposa,pero... sin facilidad.Algo he de sufrir... ¿Quedamosen eso?

PÉREZ.

(¡Su voz me humillaen mi triunfo!...)(Se abren las hojas de la puerta de la capilla y aparece ésta profusamente

iluminada.)REY.

(Tomando por la mano á la deÉboli, y entrando.)

La capillanos espera.

PÉREZ.(Sombrío, y ofreciendo la suyfi á Juana.)

Vamos...DOÑA JUANA.

(Con alegría y expansión, casi arrastrando á Pérez bácia el fondo.)

¡Vamos!FIN DE LA PRIMERA PARTE.

CARLOS COELLO.

(La continuación en los números próximos.)

ANDANCIAS E VIAJES DE PERO TAFURPOR DIVERSAS PARTES DEL MONDO ÁVIDOS.

(1455-1459) (!)•

El libro cuyo título sirve de epígrafe á estas lí-neas, ahora por primera vez publicado, reúne ála par que la instrucción y enseñanza propias detodos los buenos libros de viajes, amenidad y sen-cillez en la narración, la magnificencia y sorpren-dente singularidad características de las descrip-ciones de los países orientales, en tiempos en queaún se hallaban pujantes y florecientes, y másque todo cierto colorido local, cierto sabor deverdad, tanta nobleza y valor en el obrar, tantadignidad, gracejo y naturalidad en el escribir,que el lector atento sigue, como de la mano, alatrevido viajero, en todas sus arriesgadas empre-sas y lejanas andanzas.

Figúrense nuestros lectores que allá por losaños de 1435 un joven castellano, noble caballerodéla espléndida corte deD. Juan II, culto,instrui-do y de gran talento natural, exaltada su ima-ginación con las brillantes descripciones que ha-bia oido y leido de las comarcas orientales, y ga-noso de aventuras y peregrinos lances, resuelverealizar sus sueños y visitar aquellas apartadasregiones. Nuestro andante caballero, con la bolsabien repleta de dinero y muy recomendado por surey á los demás príncipes amigos, recorre Italia,Judea, Chipre, Egipto, Rodas, Frigia, Grecia,Tartaria, Suiza, Alemania, Flandes y Borgoña,hallando distinguido acogimiento y señaladasmuestras de consideración, ya del Papa que leconsulta en negocios políticos, ya del rey de Chi-pre que le encomienda una embajada al soldánde Babilonia, ora del emperador de Alemania quele sienta á su mesa y le concede tres órdenes mi-litares, ora del de Grecia que le llama pariente, y entodas partes fácil el acceso con cualesquier perso-nas y á cualesquier lugares.Como es natural, sonmuchos, nuevos é interesantes los lances, que sinesquivarlos ni buscarlos se le ofrecen á menudo,como á quien trata de indagar y observar por símismo cuanto de notable ó de extraño presenta elpaís que visita y sus gentes, obligándose á nar-rarlo á sabiendas y de manera que, aunque Ins-truya y agrade, no engañe. El autor desempe-ña en esta parte cumplida y escrupulosamentesu propósito, juzgando con discreción y buena felos hombres y las cosas, amenizando su relatocon tradiciones legendarias ó históricas, y ani-mándole con la acción de sus propias aventuras.

TOMO u.

(1) Madrid, imp. de Ginesta, 1874. Véndese en la librería de Muri-llo, Alcalá, 18, Madrid.—Dos volúmenes en 8."—xxvn-618 páginas.

(Colección de libros apañóle» raros ó curiosos. Tomo vm.J

13

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194 REVISTA EUROPEA.—9 DE AGOSTO DE 1874 .

«Aluengas vías, luengas mentiras,» dice un re-frán, pero en el caso presente podemos asegurará nuestros lectores que no tiene aplicación la mo-raleja. La relación de Pero Tafur, así en lo to-cante á Asia y África, como en lo referente á Eu-ropa, concuerda exactamente en el mayor nú-mero de casos con lo que la historia, la geografía,los viajeros modernos y la arqueología nos ense-ñan en la actualidad. Hasta el mismo candor conque relata ciertas leyendas piadosas, y se haceeco de muchas absurdas preocupaciones, pruebala sinceridad de su ánimo y retrata mejor quenada el espíritu de la época, no sólo en Castilla,sino en cuantos países tuvo ocasión de recorrer.En este concepto no es de maravillar que hablan-do de las cosas notables que vio en Roma, cuenteentre ellas como verdaderas, la soga con que seahorcó Judas, la silla donde se sentaba San Pe-dro, los polvos ó cenizas de Julio César, y otrascosas de este género, que entonces como ahorasirven para explotar y embaucar al crédulo via-jero. Otros objetos análogos refiere vio en Jerusa-len, y en Constantinopla dice se conservaba lalanza con que atravesaron el cuerpo de Jesus y lasaya sin costura del mismo. Fuera de estas le-yendas, encarnadas en las creencias de aqueltiempo, el viajero castellano luce su penetracióny claridad de ingenio en la pintura del gobiernoy costumbres de cada pueblo, su topografía, co-mercio, industrias, agricultura, aspecto generalde la población, descripciones bellísimas y exactasde los más notables edificios y monumentos dearte, detalles biográficos importantes, y final-mente datos históricos y científicos que pruebansu vasta instrucción y buen gusto.

No son menos curiosas y discretas las observa-ciones que se le ocurren al referir ciertos hechosó costumbres. Hablando de los largos viajes delos genoveses, dice: «Sin duda según el aparta-miento que facen los genoveses por el mundo desus mujere?, si en otras naciones fuese, grandaño habria en la castidad dellas; mas ellas seprecian tantc de su bondad, que apenas se fallamujer fallada en adulterio; é donde se fallare, enningún caso pasaría sin pena de muerte.»

Más adelante, después de describir los principa-les monumentos de Roma, exclama: «Roma quesolíe ser cabeca del mundo e agora es cola, en suscirimoniasnon pierde nada de aquello que, cuan-do sojuzgaba al mundo tenia; pero está, en tan laxoestado que dezirlo es vergoncoso. Dizen que por noperder el derecho que tienen á ser señores delmundo, como ya lo fueron, que un dia del año fa-cen una protestación contra el Papa, diziendoque ellos están prestos para sojudgar el mundosegunt solían, que non pierden el derecho que de-

llo tienen, puesto que el Papa se lo estorba; é estaprotestación se faze el martes de OarnestollendaSiE pluguiese á Dios que ya ellos fuesen para regirá sí mismos é non fuesen como los italianos di-cen por ellos, que son el vituperio de la gente, da-dos á todos los vicios, é ansi todos los maltratan.Jamás fallé un hombre en Roma que me sopiesedar razón de aquellas cosas antiguas por que yodemandaba; mas creo que la supieran dar de lastavernas é lugares deshonestos.» ¿No es esto pre-decir en cierto modo la Reforma?

Estando en la ciudad de Damieta «vi, dice, lasprimeras palomas, que traen la carta en una plu-ma de la cola. Esto se face llevándolas del lugardonde son criadas á otra parte é puniéndole lacarta sueltanla é tornase á su lugar: esto se facepor saber presto las nuevas de las gentes que vie-nen por la mar ó por la tierra, que non les tomendesproveídos, pues viven sin fortalezas é sin mu-ro.» En nuestros dias están prestando estas pa-lomas mensajeras en Francia útilísimos servi-cios.

En otro pasaje refiere con mucho gracejo lo si-guiente: «Fui á ver los baños (de Maristella, Ba-dén?) é fallé muy mucha gente ansi d'enfermoscomo de otras gentes que vienen allí con voto deromería de bien lexos; é allí me paresce que nonhan por desonesto entrar en los baños los hom-bres é las mugeres desnudos en carnes ; é allí fa-cen muchos juegos é muchas bebidas á la manerade la tierra. Estaba allí una señora que venie enromería por un su hermano que estaba preso enla Turquía, é á sus doncellas muchas veces meacaesció echalles dineros de plata en el suelo delagua del baño, é ellas habíanse de cabullir parasacarlos en la boca, é de aquí se puede creer quées lo que tenian alto cuando la cabeza teníanbaxa.»

Antes de terminar, vamos á trascribir algunostrozos de la descripción de una gran capital, paraaficionar á nuestros lectores á la lectura de estacuriosa obra, que una vez comenzada no se sabedejar dé las manos. Copiaremos una cualquiera,la de Veneeia, por ejemplo.

«La cibdat de "Veneja es muy populosa é demuy grande campo en circuito é muy apretadascasas; dicen que hay en ella setenta mil vecinos,pero las gentes estrangeras ó las gentes de ser-vicio, mayormente esclavos, es una gran copia.La cibdat es desmesurada é non tiene fortalezaninguna, salvo aquellos dos castillos que encier-ran el puerto de la mar, porque allí es toda sufortaleza, é tienen una cadena del uno al otro so-bre que están seguros , é si el mundo todo les vi-niese encima, anegando una nao entre el uno é elotro en el canal, estarían muy seguros. La cibdat

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N.° 24 RODRÍGUEZ VILLA.—ANDABAS DE PERO TAFÜR. 195está puesta sobre la mar ó fechas calles á mano,por do los navios andan é alguna parte anden co-mo calle, por do la gente anda á pié; é en algunascalles estrechas por do los navios non pueden en-trar, puentes; é cada uno, como al modo de Cas-tilla tiene bestia en que cavalgue , ansí allí tienebarco é paje que lo reme é selo guarde, é tan ápunto cuanto acá se prescian de gentil bestia éde gentil paje bien guarnido, éel barco ansímes-mo bien entoldado con su estrado puesto é sussillas, si van mas de uno ó dos. Las salidas de lacibdat á la tierra ñrme son fechas á mano, por dolos navios van pequeños, que por allí non avriaagua para grant navio por los baxos ó secanos,»nsí que ningún navio grueso puede entrar nisalir nin menos bestias, pues es en la mar, é poreso se dice que es la mayor fortaleza del mundo;é van las barcas á la tierra firme por todas lascosas necesarias é aun por el agua; é levan uaasbarcas muy grandes é llenas de arena é tienen enel fondón un agujero con un tapón, é cuando estáen el rio de agua duce quitan el tapón é fínchesede cuanto puede bastar el cargo é después ata-panla, é ansí traen el agua para sus necesidades,aunque en la ciudad hay muchas cisternas eneada casa é muchas de común, sacadas de la-drillo sobre la mar , el edificio en tal maneraquel agua de las cisternas de allí fallé yo cuan-do fui á Ierusalen, que nunca adolesció ninfcdló como las otras, é serie luengo de las es-crevir el modo que en ello tienen. En esta cib-dat ay muchas yglesias é monasterios muy ri-cos ó de muy suntuosos edificios, entre los cua-les el principal é mayor es la iglesia de SantMarco, que es la mayor é cabeca de todo: estaes fecha á capillas á la manera de Grecia, defuera cobiertas de plomo con sus manganas do-radas, é de dentro de muy fino é muy rico m i -sayco de oro é aun el suelo del mesmo musaycosi non que es grueso é de colores; á la puerta ma-Jror encima de unos arcos en lo alto están cuatrocaballos muy grandes de alaton dorados ó biengrueso oro: estos truxeron ellos é tienen allí pormagnificencia, quando ganaron á Constantino-pla, E enfrente desta puerta está una grant pla-$a, mayor que la de Medina del Campo, toda en-ladrillada é entorno todas las casas encarama-da» é emportaladas, é allí cada jueves se facemercado... Al un canto desa placa está una torretan alta como la de Sevilla con un cruxio de orolino de ducados, bien fermosa cosa de ver; pa-íesce con sol de ochenta millas de allí: é alliestán las campanas con que tañen ya conoscidas,qual es á misa é qual es á la oración de la nocheé qual es á concejo de plegaria, que dicen porayuntamiento, ó quando quieren armar flota; ansí

que entre ellos ya está todo conoscido. Al uncanto desta plac;a fácia la mar están dos colupnaamuy gruesas é muy altas; encima de la una estáSan Jorge encima del dragón é en la otra estáSant Marco que es su divisa é su patrón: estasansímesmo truxeron de Constantinopla; é dicenque no las pudiendo alli asentar, un castellanose obligó de las asentar é fizólo, é mandáronleque demandare lo que quisiese e se lo darian;é dixo que non quería, salvo que en torno dellasestán ciertas gradas é que por ningún delito quese ficiese, el que allí estoviese ó se acógese, lajusticia non oviese poder... En el regimiento pú-blico se tiene esta manera: vino é pan, fariña éaceyte é otras cosas que son para mantenimien-to non las puede comprar cibdadano ninguno,salvo la gente estrangera é la gente pobre, ó áestos se les dá á tal precio que paresce quenon ganan nada los que lo traen del cabo delmundo, porque la Señoría lo paga, porque hayafartura é como dixe, los pobres ó los estrange-ros non hayan mengua. Por cierto tal es este re-gimiento que yo non vi tierra tan abastada nintan gran mercado de los víveres... Las casas destacibdat son muy notables é muy altas, é muy en-caramadas é con muchas chimeneas, é presciansede ricas portadas é flniestras á las calles labra-das ricamente de oro é de azul bien enmarmo-ladas... E es la gente comunalmente toda rica,que yo vi por Carnestollendas facer una fiesta enel palacio mayor del Duce que ficieron momos,é venian dos galeas por la mar é fingieron quela una traya al Emperador ó venian con él treintacaballeros vestidos de brocados, é en la otra unmaestre deftodas vestido de vellud negro, é res-cibienlos las damas todas vestidas de brocado émuy ricos firmalles; é ciertamente yo vi tal quemudó tres vestidos en aquella fiesta, ó aun nonfue mucho, que aquellos eran gente mediana dela cibdat... Esta cibdat es tan limpia para andarpor ella, como si anduviese hombre por una gen-til sala, por cuanto ella es bien enlosada é bieA,enladrillada.»

Es por demás interesante el relato que el vene-ciano Nicolo de Contó le hace, y él trascribe, dela vida y costumbres de los habitantes de la In-dia, de sus producciones, comercio, etc., comopersona que habia vivido en ella más de cuarentaaños.

No terminaremos estas líneas sin tributar jus-tas alabanzas así al Sr. Jiménez de la Espadaque ha desplegado extraordinaria diligencia yprofunda erudición para ilustrar el texto de PeroTafur, como á los inteligentes editores señoresmarqués de la Fuensanta y Sancho Rayón, cuyaColección, de libros españoles raros ó curiosos es cada

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196 REVISTA EUROPEA. 9 bE AGOSTO DE 1 8 7 4 .

vez más estimada por el buen gusto en la elec-ción de libros que publica, atestiguándolo eviden-temente el tomo octavo de la misma que acabande dar á luz.

A. RODRÍGUEZ VILLA.

CORRESPONDENCIA DI BELLAS ARTES.

LOS PINTORES O. J O S É , D. LUIS Y B. MANUEL JIMENKZ.

Roma 2S do Julio de 1874.

Sr. Director de la REVISTA EUROPEA.En los mismos dias en que dirigía á V. mi últi-

ma, se vendían en París los dos últimos cuadrosde nuestro distinguido compatriota D. José Jimé-nez Arana. Las malas circunstancias por queatraviesa actualmente el comercio de obras dearte han hecho que estos cuadros no se vendanen los precios que seguramente hubieran obtenidoel año anterior; sin embargo, se han pagado porellos cantidades respetables, y no podia ser me-nos, atendiendo al mérito de las obras y á la im-portancia que en el mundo artístico tiene la fir-ma de D. José Jiménez.

De este artista existe algún cuadro en Madridy varios en Sevilla, su país natal; pero sus obrasmás importantes están fuera de España; así esque en el extranjero se le conoce mucho más queen su propia patria.

D. José Jiménez es uno de los pintores másdistinguidos de nuestra colonia artística, y unode los más atendidos y respetados por sus compa-ñeros, incluyendo hasta aquellos que hoy gozande universal reputación. A alguno de estos hevisto pasar largo tiempo contemplando cuadrosde Jiménez con la atención del que ve en ellosalgo que aprender, y algo se aprende en sus cua-dros, porque D. José Jiménez no pinta jamásuna escena que no esté perfecta y detenidamentepensada; no coloca jamás una figura que no ocupeel puesto que deba ocupar; no pone jamás un de-talle que sea anacrónico, y así resulta que suscuadros tienen perfecta unidad; mérito que no seencuentra siempre en los de muchos artistas dereputación, en los que, por descuido ó ligereza,por buscar lo brillante ó lo agradable, se suelesacrificar en algunos momentos la verdad y lalógica.

El realismo que descuella en los cuadros deD. José Jiménez no es rebuscado ni vulgar, sinoespontáneo, sencillo, natural, tanto que quiencontempla un cuadro suyo ve en el lienzo lo mis-mo que en la naturaleza; contempla una escenaque ha podido ser verdadera, porque no hay nin-guna figura que no haga y exprese aquello quedebió hacer y expresar el personaje que repre-senta. Añádase á esto que D. José Jiménez es undibujante de primer orden, y de la perfecta armo-nía de proporciones en sus figuras resulta que,pintando cuadros pequeños, según el gusto de laépoca, al poco tiempo de estarlos contemplandose pierde el sentimiento de la dimensión, y lasfiguras causan el efecto del tamaño natural.

Sabido es que esta ilusión de los sentidos laproducen la corrección del dibujo y la conclusiónen la hechura. Generalmente los pintores españo-les que aquí residen, en mayor ó menor grado,

tienen estas importantes cualidades; pero haymuy pocos que las posean como Jiménez, quienen este punto puede rivalizar con el mejor. En sucuadro Los penitentes hay cabezas y torsos dibu-jados y concluidos de una manera admirable; con-clusión que es tan escrupulosa en el desnudo comoen el traje; pero sin llegar nunca á lo nimio, á loexagerado, á lo fotográfico, escollo en que suelencaer algunos, creyendo sin duda que, tratándosede concluir, el pincel debe hacer tanto como lacámara oscura.

D. José Jiménez tal vez sea menos coloristaque otros pintores españoles; pero adviértase quela comparación es entre nuestros compatriotas,es decir, entre los primeros coloristas de cuantosmanejan el pincel. Si lo comparásemos con pin-tores franceses ó ingleses, aun con aquellos quegozan de mayor reputación, en la cuestión de co-lor les llevaría sin duda gran ventaja; y entién-dase también que, al decir menos colorista queotros pintores españoles, no es que no posea estaapreciable cualidad, puesto que sus cuadros tie-nen siempre el color justo, una entonación se-gura, una armonía dulce, mucho más agradableá veces que ciertos toques brillantes que causangrande impresión á primera vista, pero cuya fal-sedad se advierte en seguida.

Cuando se tiene talento para pensar y desarro-llar un asunto con la severa verdad que lo haceD. José Jiménez; cuando se dibuja como él dibu-ja; cuando se entona y se coocluye como estánentonados y concluidos sus cuadros, el artistaproduce necesariamente obras importantes, queel aficionado no puede menos de apreciar , y elcrítico mirar con respeto; seguro es que si se pre-sentasen en Madrid cuadros de este pintor, se lesrecibiría con tanto aprecio como se les recibe enel extranjero; pero, desgraciadamente, Madrid noes todavía mercado bastante importante para queá él acudan obras que en Paris, Roma ó Londresse venden á precios que no podrían obtener ennuestra patria. ¡Ojalá corone el éxito los esfuer-zos que hoy hacen los amantes del arte para queMadrid sea un centro á que acudan pintores ycompradores! Mucho ganaría nuestro país bajo elpunto de vista de nuestro renacimiento artístico,y en España quedarían algunas obras de las mu-chas que en la actualidad van á enriquecer gale-rías extranjeras.

Ya he dicho en otras ocasiones que los cuadrosde los artistas españoles que residen en Romavan á parar á Francia, Inglaterra y otras nacio-nes de Europa, y muchos de ellos á América, so-bre todo á los Estados-Unidos, donde se despiertacon bastante brio el gusto del arte, y en cuyasnacientes galerías figuran dignamente las obrasespañolas. Los cuadros de D. José Jiménez siguenel camino general, yendo muchos de ellos á losnegociantes de Paris y partiendo de allí á dife-rentes puntos de Europa.

Entre los más notables que ha pintado en Romay se han vendido en Francia, están los tituladosEl rey, que Dios guarde; El abuelo; Che caldo chefa, cuadro de costumbres andaluzas, delicioso de

f racia y expresión, al que precisamente por estoieron los italianos el título que lleva; Una fiesta

en ana botillería, y posteriormente los dos de queya he hablado en mis anteriores correspondenciasa la REVISTA, LOS penitentes y El café, vendidoshace poco tiempo en Paris.

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CORKESPONDENCU DE BELLAS ARTES. 4 97

D. José Jiménez empezó su carrera artística enAndalucía, donde se conservan algunos cuadrossuyos; en Málaga los titulados: El Viático, Laúltima visita, El pavo de Nuche-buena, El cambio,El entierro de D. Miguel de Manara, y no sé si al-gún otro; en Jerez, La primera comunión; y enSevilla, Un lance en la plaza de toros, cuadro queestuvo en la última exposición de Madrid, donde,aunque pocos, existen también algunos cuadrosde este artista, como Las lavanderas, un bocetode la batalla de Tetuan, propiedad del marquésde Portugalete, y no sé si algún otro.

En la época en que Jiménez pintaba en Anda-lucía hizo doce bocetos de escenas de la primeraparte del Quijote, que, según he oido á pintoresque conocen estos trabajos, sobre estar muy bienhechos, eran admirables de carácter, cosa quedesgraciadamente se encuentra en pocos de loscuadros inspirados por el gran libro del príncipede los ingenios. Estos bocetos están en América.

Actualmente pinta Jiménez una escena de An-dalucía,, que consiste en una rifa en la puerta deuna iglesia. Conociendo las cualidades de esta ar-tista, dicho se está que el cuadro será notable, yque, no obstante las difíciles circunstancias porque atraviesa el comercio, se venderá á los eleva-dos precios que alcanzan todas las obras de supincel.

D. José Jiménez es joven, tiene grande amor alarte que con tanto aprovechamiento cultiva, es-tudia con fe y adelantará mucho aún, puesto queen el arte, faádie, por alto que se coloque, llega ápronuncia^ la última palabra ; hoy es uno de losartistas más distinguidos de nuestra colonia; ma-ñana será uno de los maestros que más gloriaden á nuestro país, que si, por desgracia ó culpanuestra, marcha detrás de otros de Europa enCiertos adelantos modernos, en arte, y sobre todoen pintura, nada tiene que envidiar á ninguno; ysi nuestros pintores eligieran asuntos de más im-portancia; si no se viesen cohibidos por las exi-gencias de la moda ó estrechados por la necesi-dad de vivir del pincel; si se fijasen tanto en laimportancia de la escena que llevan al lienzo, co-mo se fijan en la belleza de la forma, en la ver-dad de la expresión, en la frescura del colori-do, no diriamos q ue en pintura estamos al nivelde la nación que más alta se encuentre, sino queestábamos á la cabeza de todas ellas. Esta gloriallegará para España el dia en que la brillante fa-lange de nuestros jóvenes artistas puedan rom -per ciertos lazos que hoy sujetan su fantasía, co-mo han roto las rígidas prescripciones académi-cas; el dia en que, además de estudiar los grandesmaestros del arte, estudien también nuestrosgrandes historiadores y nuestros grandes poetas;en una palabra, el dia en que el joven que se de-dica al difícil arte de la pintura, vaya tanto á laescuela de dibujo como al museo, y tanto al mu-seo como á la biblioteca, porque, así como al poetano le basta versificar bien, sino que es necesarioque el asunto sea elevado, sin lo cual la obra noserá completa, así creemos que no basta en elcuadro dibujo, verdad, color, sino que se necesitatambién asunto de tales condiciones que merezcael inmenso trabajo que cuesta expresarlo, la lar-ga serie de sinsabores, de esfuerzos y de penosasluchas que cuesta al joven llegar al puesto de losartistas distinguidos.

No quiero con estas palabras censurar á los

artistas de nuestra colonia de Roma; casi todospintan cuadros de costumbres españolas, y pre-ciso es convenir en que eligen atinadamente losasuntos más graciosos; solamente he manifestadoun deseo, porque en arte, como en todo, quisieraver citado á nuestro país como modelo de los de-mas, y especialmente porque si hemos perdidotanto de nuestra antigua importancia, de nues-tras antiguas glorias, que el nombre español nosuena en el extranjero como sonaba en pasadasépocas, ya que en el arte nos sostenemos digna-mente, quisiera para nuestro país la supremacía.Afortunadamente nos encontramos en buen ca-mino; tenemos pintores de gran reputación, degran mérito y grandísimas esperanzas, jóvenestodos, de gran talento, de grande amor al arte,de incansable laboriosidad; jóvenes cuyas obrasestán á la altura de las de los maestros más re-putados. Y siendo esto así, sin que nos ciegue elamor patrio, podemos esperar que la pintura es-pañola de la presente época llegue á ocupar en lahistoria del arte un puesto á que muy pocas na-ciones podrán llegar.

Figura también en primera línea entre nuestrosartistas residentes en esta capital, el joven donLuis Jiménez, hermano del distinguido pintor dequien acabo de ocuparme. D. Luis Jiménez em-pezó también su carrera artística en Sevilla, decuya Academia es discípulo, y discípulo que enverdad la honra, porque hay pocoR jóvenes que ála edad de Luis Jiménez pinten como él pinta ytengan la reputación de que él goza; reputaciónharto merecida, porque este artista reúne condi-ciones poco comunes. Dibujando bien, y siendoexcelente colorista, de los más coloristas de nues-tra colonia, tiene una gracia especialísima en lamanera de hacer. Trata los asuntos con grandepropiedad, en lo que se parece á su hermano donJosé, y además imprime á sus obras cierto sellocaracterístico que las distingue entre todas. Susfiguras son siempre ricas de expresión, y suscomposiciones del gusto más delicado. Imposi-ble imagmar nada más gracioso que su cuadroEl aguardiente, ni colocar figuras con mejor gus-to al par que con mayor propiedad que la de sucuadro La sastrería.

Para hablar de las cualidades que distinguen áeste artista, habría de repetir mucho de lo quehe dicho de su hermano; como éste goza de granreputación, y como éste está llamailo á ser unode los que más honren el arte español.

Hay pintores que llegan á cierto grado de per-fección en el arte y de allí no pasan, ocurriendotambién que algunos retroceden. No sucede asícon D. Luis Jiménez, que adelanta cada dia, y enel que no existe la menor sombra de amanera-miento. Los pocos cuadros que de él existenen España son buenos; los que ha pintado enRoma, donde reside hace ya algunos años, sonmejores aún. Entre estos, el que representa unosciociaros en la plaza de España, cuadro que adqui-rió M. Stuart, de París, es una obra notabilísimade color, cualidad que, como he dicho, posee esteartista de un modo poco común. Este cuadro esbastante grande, resultando las figuras de mediotamaño del natural, y de estas dimensiones sontambién los de dos cuadros de este artista queexisten en Madrid, Alonso Cano y El Tasso. Ce-diendo después á las exigencias de la moda, hapintado cuadros más pequeños, cuyas cualidades

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198 REVISTA EUROPEA. 9 DE AGOSTO DE 4 8 7 4 . N.° 24

han ido aumentando la envidiable reputación deeste joven artista. El titulado Galanteos, El ven-dedor de joyas, cuadros que adquirió M. Goupil;Los bebedores, El aguardiente, obras que compróM.Rethinguer;Za Sastrería, suúltimo cuadro,querecientemente se ha vendido en Londres, son com-posiciones en las que las figuras resultan de pocotamaño, y que por su gracia, por su expresión,por la manera de estar ejecutadas, acreditan eltalento, el buen gusto y los constantes adelantosde este artista, que si es de los más notables pin-tando al óleo, ocupa un puesto no menos distin-guido entre los mejores acuarelistas. S-s traba-jos en este género de pintura son admirables, yno se sabe qué celebrar más en ellos, si la graciaó la frescura del color.

Las acuarelas de D. Luis Jiménez son muyapreciadas en Paria, donde se pagan á elevadosprecios; pero este artista, como casi todos los es-pañoles que aquí residen, no se dedica á este gé-nero de pintura, considerándola más bien comoestudio, y á veces como descanso, de las fatigasde la pintura al óleo. Si considerando la acuarelade este modo sus trabajos son tan admirables,tan perfectamente dentro de las condiciones defacilidad y frescura que debe tener este género depintura, juzgúese á qué grado de perfección lle-gará el dia en que se dedique á ella con más asi-duidad.

D. José y D. Luis Jiménez son dos artistas delos que tienen asegurado su porvenir, como lotiene siempre el talento y la laboriosidad; su her-mano menor, D. Manuel, es un joven que em-pieza bajo excelentes auspicios la carrera del arte,y cuyos primeros cuadros se han vendido á pre-cios no despreciables. Los dos primeros son hoyde los que más honran nuestra colonia de Roma;el último es una esperanza que debe llegar á rea-lizarse.

X.

LA UNIVERSIDAD DE CAMBRIDGE.

Cambridge 2 de Julio de 1874.

La universidad de Cambridge es una especiede federación de colegios, cuya fundación se re-monta en algunos á la más alta antigüedad,mientras que en otros sólo data de principios delsiglo. Cada uno de estos colegios, cuyo númeroes de 27, posee su claustro de profesores, susalumnos, sus agregados ó sustitutos, etc., yconstituye una pequeña república, que formaparte de la grande.

La universidad, lo mismo que los colegios,tiene propiedades muy importantes. Calcúlaseen cinco millones de francos la renta total deesos bienes. Otros privilegios universitarios con-sisten en nombrar beneficiados, aunque estosnombramientos se hacen á propuesta de ciertosnoblemen. Por consecuencia de esto hay, por lomenos, 100 curas que consumen unos 500.000francos de la renta. Como se ve estamos aquíen plena Edad Media.

Ni la universidad, ni los colegios reciben uncéntimo del presupuesto; pero los alumnos paganderechos por asistir á las lecciones que se danen los diferentes edificios de la universidad y

á los cursos y conferencias que se dan en los co-legios, y que pueden considerarse como verdade-ros ensayos. El título de doctor se obtiene algu-nas veces por examen y otras como premio dehonor. La investidura de todos los grados, ex-cepto el de doctor por premio de honor, se ob-tiene mediante pago de ciertas cantidades.

Los estudiantes están obligados á comer encomunidad en el colegio, y paga cada uno 2 fran-cos 50 céntimos por la comida, sin vino ni cer-veza, por los cuales paga aparte el que quiere.Tienen igualmente una habitación sin amueblar,y por ella paga cada cual 250 francos al año.Como hay mucha concurrencia, no tienen- todoslos alumnos alojamiento en los colegios, y mu-chos viven en la ciudad, en casas que tienen li-cencias para ello, y que están sometidas á la ins-pección del proctor y del pro-proctor, ó mejordicho, del censor y del vice-censor.

Calcúlase que la pensión de un estudiante cues-ta, con mucha economía, 5.000 francos al año,aunque las vacaciones empiezan el 10 de Junio yno terminan hasta Octubre.

Los noblemen tienen el privilegio de comer conlos felloms ó agregados del eolegio; pero la mayorparte prefieren hacerlo con los compañeros de sumisma edad.

Después de la muerte del príncipe Alberto, hasido nombrado canciller el duque de Devonshire.El vice-canciller es el que desempeña todos losasuntos de la universidad, y lo nombra el consejode la misma. El consejo es nombrado á su vezpor el senado, y éste se forma por la reunión detodos los graduados, que son unos 6.000.

Los colegios son gobernados por un maestronombrado por los sustitutos. Estos reciben unarenta que varia de 10 á 20.000 francos, pero quecesa de derecho en cuanto se casan. Sin embargo,cuando son nombrados profesores numerariosvuelven al goce de dicha renta. Estos sustitutos ófellows son nombrados por concurso.

Hay estudiantes pobres que están dispensadosde pago y que se llaman fizars. Además, se dauna cantidad á los que se distinguen en los con-cursos.

La universidad tiene un observatorio dirigidopor M. Adams, en el que se hacen grandes trabajossobre la astronomía estelar. El principal observa-torio de los colegios es el de Pembroke, dirigidopor el reverendo Power.

Los cursos de la universidad no son públicoscomo en Francia. Aqu,í la ciencia es una mercan-cía, y no se da más que al que la paga.

(La Nature.)W . DE PoNVIELLE.

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Academia de Ciencias de París.27 JULIO.

El cometa ha muerto, ¡viva el cometa! dice unacadémico al empezar la sesión, y al darse cuentade que, apenas el cometa conocido con el nombrede M. Coggia ha desertado de nuestro cielo paraotro hemisferio, M. Borelly ha descubierto unnuevo nómada interplanetario. Léese un despachode Marsella dando cuenta de este descubrimiento

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N.° 24 BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS. 499

hecho el domingo anterior á las diez de la noche.El director del Observatorio, M. Stephan, hizo ellunes una serie de observaciones del mismo, cu-yos resultados se publicarán. El nuevo cometaprogresa rápidamente en la dirección del Noro-este.

—De regreso de su segundo viaje científico enArgelia, M. Saint-Claire Deville, da importantesdetalles acerca de la red meteorológica que enbreve cubrirá la colonia africana de Francia: 33estaciones de primer orden serán provistas debuenos instrumentos, estableciéndose además unnúmero considerable de estaciones secundarias,que centralizarán sus trabajos para ayudar á lasestaciones principales. Las municipalidades hanvotado ya los recursos para la mayor parte deestas estaciones, de las cuales 14 están ya fun-cionando, y 11 quedarán establecidas en breve,pues ya están en Argelia los aparatos é instru-mentos necesarios.

—M. Gauthier da cuenta de haber conseguidoobtener una disolución pura déla fibrina déla san-gre; resultado tanto más importante, cuanto quela fibrina, que, como es sabido, se disuelve fácil-mente en el agua salada, no ha podido nuncadesprenderse de la parte de sal. El experimentode M. Gauthier es bastante largo, pero de exce-lente resultado. Algunas huellas de ácido cian-hídrico impiden á la sustancia animal putrificarsedurante la operación.

—M. Grehant participa que colocando sangreen el vacío y calentándola hasta 40 grados, ha ob-servado el desprendimiento de cierta cantidad degas. Bien hecho el experimento demuestra queese gas es el resultante de la mezcla del ácidocarbónico con el hidrógeno y el ázoe sin huellaninguna de oxígeno. Volviendo á calentar la san-gre se obtiene ae nuevo el gas, y así indefinida-mente. Es decir, que cien gramos de sangre ca-lentada todos los dias, dan en 21 dias 1.603 cen-tímetros cúbicos de gas. Los glóbulos no desem-peñan papel ninguno en esta reacción, debida sinduda á un acrecentamiento de la sustancia albu-minosa.

—M. Brongniart presenta el último volumen delTraite de Paleontologie vegetóle de M. Schimper,verdadero monumento científico de importanciasuma.

Conferencias sanitarias de Viena.JULIO 20.

La comisión encargada de proponer las reglas áque deben sujetarse en Europa las cuarentenasmarítimas, presenta su dictamen y se apruebasin discusión el artículo 1.°, por el cual se esta-blece una observación de uno á veinte dias paralas procedencias de puertos infestados.

El Sr. Méndez Alvaro pide la supresión del pár-rafo 2.° del artículo 2.°, porque considera insufi-cientes las veinticuatro horas á que quiere limi-tarse la observación, si la travesía dura, por lomenos, siete dias, y porque cree muy escasa lagarantía que se da á la salud pública, puesto quela incubación, en los gérmenes generadores delcólera, excede algunas veces el plazo de siete dias.El no ocurrir casos á bordo no es una garantíacontra la importación del mal, pues muchos bu-ques suelen trasportar en las mercancías el ger-men de la infección, que necesita algún tiempo

para su desarrollo; por cuya razón, los delegadosde España no pueden votar el párrafo 2.° del ar-tículo 2.°

El Doctor Hirsech, de la comisión, sostiene elplazo marcado.

El Sr. Gómez Bustamante dice que si el plazode observación fuere sólo de veinticuatro horas,seria peligrosísimo para la salud pública; y comoprueba, expone que algunas veces el cólera y lafiebre amarilla aparecen á los doce y catorce Siasde navegación: que encontrándose muchas vecesencerrada en el interior del buque la atmósferainfectada, viene á ponerse en contacto con laspersonas empleadas en descargarlo, y que la ven-tilación que se suele practicar en las largas trave-sías para desinfectar el buque es insuficiente, pueshan ocurrido casos que demuestran hasta la evi-dencia que los buques, después de haber hecho unviaje de duración, han importado, sin embargo,los gérmenes de la enfermedad que ha invadidolugares hasta entonces completamente s¡».nos.

El presidente, barón de Gagern, manifiesta quela proposición del Sr. Méndez Alvaro no puede to-marse en consideración por no estar apoyadapor dos delegaciones, y se aprueba el artículo 2.°y los siguientes hasta el 9." y último.

El Doctor Bartoletti, delegado por Turquía,manifiesta las desventajas que ocasiona al impe-rio otomano el carecer de un código penal aplica-ble á los que contravengan á las leyes sanitarias.

El Sr. Méndez Alvaro pide que el código penalcontenga disposiciones para castigar las contra-venciones que cometan los médicos, cónsules yotras autoridades.

Sociedad para el fomento de la industria.PARÍS 26 JULIO.

M. Du Muncel presenta una Memoria sobre unaparato inventado por M. Launay para señalarlas variaciones accidentales que sobrevienen enla presión del gas de alumbrado. El impulso delgas en las cañerías de una ciudad procede de lapresión constante de las campanas del gasóme-tro, y en todos los puntos de las cañerías la pre-sión seria igual, ó poco variable, si el gasto de to-dos los mecheros de gas fuese continuo y uni-forme. Cuando aumenta la presión de repente, elgas se escapa por el mechero en más cantidad dela que corresponde á la abertura del orificio, yarde imperfectamente, ahumando los departa-mentos, ocasionando el deterioro de mercancías,alterando la salud de las personas y produciendoaccidentes deplorables. No siempre se nota el ex-ceso de presión, y para conocerlo ha inventadoM. Launay su aparato, que es muy sencillo, yconsiste en una campana de alarma que entra enacción cuando la presión del gas pone en movi-miento una corriente voltaica. Este aparato puedeservir también para hacer constar la existenciade las fugas de gas, sin más que hacer en él unapequeña variación.

Sociedad de antropología de Berlín.1 2 JULIO.

M. Wirchow presenta varios libros reciente-mente publicados, y entre ellos el excelente tra-bajo del profesor Düben sobre los Lapones, y unaobra antigua y rara, de 1591, por F. le Moyne,

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200 REVISTA EUROPEA.—9 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . N.° 24que contiene dibujos muy interesantes de los in-dios de la Florida.

—M. Koner habla de una Memoria de Doell so-bre las antigüedades egipcias procedentes de laisla de Chipre, que existen en la colección delCónsul italiano Cesnola. Del estudio de las mis-mas resulta que, á pesar de las emigraciones grie-gas en las costas, el arte local, de origen fenicioquizá, había conservado sus antiguas tradicionesy había permanecido inaccesible á la influenciade vecindad del arte nuevo.

—M. Ch. Hart presenta una comunicación rela-tiva á un viaje al rio Amazonas, de donde hatraído objetos de porcelana que recuerdan los cu-riosos descubrimientos del Perú, y demuestranque la antigua civilización peruana estaba tam-bién muy extendida por el lado oriental de lasCordilleras.

Academia de medicina de Paris.21 JULIO.

M. Laboulbene presenta, á nombre de M. Fre-del, un folleto de éste, relativo á la mordedura dala víbora; asunto que habia ocupado á la Acade-mia en una de sus sesiones anteriores. M. Fredelempieza describiendo un caso en que la morde-dura de la víbora causó la muerte en cinco dias,y después indica sucintamente varios casos aná-logos. La víbora, dice, no ataca casi nunca másque cuando se la provoca, á pesar de que en elcaso descrito antes la víbora mordió durante elsueño de la persona mordida. Propone para estasmordeduras un tratamiento análogo al que se re-comienda contra la hidrofobia, es decir, el ejerci-cio forzado. Parece que cuando un indio es mor-dido por el naja, sus compañeros se arman de lá-tigos y palos, y le hacen correr desesperadamentedurante varias horas. En una circunstancia pa-recida, un médico de un regimiento de cipayosató el herido á la cola de su caballo, y le hizo re-correr así varias leguas al trote de su montura.Estas carreras forzadas, seguidas de la ingurgi-tación de una cantidad de ron caliente ó de otrasbebidas diaforéticas producen frecuentemente, se-gún dicen, la curación. M. Laboulbene refieretambién que un proveedor de víboras del Jardínde Plantas cuando se sentía mordido , lo cual lesucedía frecuentemente, bebía bastante vino yaguardiente, y se entregaba á una carrera desen-frenada durante dos ó tres horas seguidas.

BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

El Ministro de la Guerra del gobierno inglésacaba de dar instrucciones al hábil aeronautaM. Coxwell para emprender una ascensión, cuyopunto de partida será el gasómetro del arsenalde Woolwich, y cuyo objeto es hacer experimen-tos acerca del uso de globos aerostáticos en lasguerras. M. Coxwell se servirá por primera vezde un aparato destinado á dirigir los globos se-gún el viento, como se dirigen los buques en elmar, por medio de velas. Este asunto, de inmensaimportancia bajo el punto de vista estratégico,está llamando poderosamente la atención en laGran Bretaña. En Francia ya se habian hechoestudios particulares en el mismo sentido, pero

el Ministro de la Guerra no quiso atender las pro-puestas que le hicieron.

Un librero de Nueva-York ha expuesto en suestablecimiento una colección de los 8.081 perió-dicos que se publican en los Estados-Unidos. For-man 119 tomos, y ha estado en la exposición deViena, donde ha obtenido medalla de mérito.

El mismo editor acaba de publicar ahora en unvolumen de lujo, que se titula La literatura pe-riódica en los Estados- Unidos, el catálogo de losexpresados periódicos que se publican: 50'/ enNueva-York, 81 en San-Luis, 38 en Nueva-Or-leans, 93 en San Francisco, 194 en Boston, 168en Filadelfla, 44 en Baltimore, 37 en Detroit,145 en Chicago, 71 en Cincinati y 38 en Was-higton.

Hasta en la frontera india y en las praderasaparecen periódicos; en Dakota se publican 14,en territorio indio 2, en Montana 8, en Wyo-ming 6, en Idalos 5, en Nuevo-Mejico 5, en elArizona 4, en Colorado 50 y en el Utah 15.

# *En Londres se está formando una sociedad para

la cremación de los cadáveres. Tiene ya un grannúmero de accionistas, y la adhesión á la mismase hace por un documento concebido en los si-guientes términos: «Desapruebo la costumbreactual de enterrar á los muertos, y deseo que lasustituya un procedimiento que reduzca rápida-mente los cuerpos á sus elementos constitutivos,sin ofender á los vivos y sin perjudicar ala hi-giene pública. Mientras se encuentra el nuevo mé-todo, declaro que adopto el conocido con el nom-bre de cremación.-»

** * •

En Alemania está haciendo gran fortuna unpintor que sólo hace cuatro años se dio á conocerpor primera vez, y ya es uno de los discípulosmás distinguidos de la escuela neo-greca, quelos franceses han contribuido á poner de moda enBerlín. Llámase Feuerbach, y acaba de exponer alpúblico un Banquete de Platón, y un Combate de lasAmazonas, que están llamando poderosamente laatención. En el primero de dichos cuadros, lafigura de Alcibíades, sobre todo, es un verdaderoprodigio, según una carta de Berlín que tenemosála vista.

* *Según los últimos datos estadísticos, la circu-

lación media de los periódicos diarios de Londreses la siguiente: el Daily-Telegraph tira 170.000ejemplares; el Standard 140.000; el Daily-Nens90.000; estos tres periódicos, de la mañana, sevenden á un penique (diez céntimos) cada ejem-plar. Los otros tres periódicos de la mañana sonde tres peniques (poco más de un real) y no sevenden por las calles; son: el Times, el Moming-Advertiser, y el Morning-Post, que tiran 70.000ejemplares el primero, 6.000 el segundo y 3.500el tercero. Los periódicos de la tarde son:-elEcho, que se vende á penique y medio, y tira80.000 ejemplares; el Poli-Malí- Gazette, dos pe-niques, 8.000 ejemplares, y el Olobe, un penique,7.000. El número total de ejemplares vendidos seeleva diariamente á 569.000.

Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, Rubio, 25.