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REVISTA EUROPEA. NÚM. 227 30 DE JUNIO DE 1878. AÑO v. MUÍ? TDlMUii'ílBIII? Tlf T I C {Conclusión) * "La época de las fosforitas, dice M. H. Filhol, ha visto realizarse grandes cambios en las for mas animales, y entonces fue cuando se acusa- ron tipos que se encuentran casi los mismos hoy. Bajo la influencia de circunstancias natu- rales que os imposible precisar, pero cuyas hue- llas descubrimos, la especie se ha modificado de mil maneras, dando origen á razas que se han fijado, estableciendo así otras tantas especies se- cundarias, ii "Es evidente que las investigaciones paleonto- lógicas, que se han multiplicado mucho en nuestra época, n'os han revelado la existencia de tipos desaparecidos que poseían caracteres hoy dispersos entre grupos diferentes; pero no creemos que sea posible todavía formular una opinión indiscutible sobre su descendencia. Es necesario reunir más materiales que los acopia- dos hasta ahora; es preciso coleccionar unnúme- ro mucho mayor de observaciones; y solo cuan- do hayamos registrado las diversas capas de nuestro globo para encontrar en ellas los carac- teres de los seres pasados, será posible formular, no una teoría, sino una opinión basada en he- chos indiscutibles. En nuestros dias, cualesquiera que sean las probabilidades que ciertos descubrimientos pue- den dejar entrever, conviene guardarse de\in po- sible error; no debemos disipar lo desconocido, y para hacer verdadera ciencia, debemos perma- necer siempre dentro de los límites de los he- chos observados.ii No podemos menos de aplaudir la prudencia de este lenguaje, prudencia tanto más notable cuanto que es muy rara en los sabios jóvenes, inclinados como se hallan de ordinario á de- jarse seducir por las teorías más ó menos aven- (*) Véase el núm. anterier, pig. 773. TOMC XI turadas y á afiliarse bajo sus banderas con un fogoso entusiasmo, seguido casi siemprede ener- vantes decepciones. El estudio de los pájaros fósiles ha conducido á Milne-Edwards y á Grandinier á resultado» análogos á los que ha producido el estudio de los mamíferos extinguidos. Los citados natura- listas han reconocido niazos de parentescon que unen á los Epyornis de Madagascar con los Dinprnis, los. Palapteryx y los Jüpyornis de Nue- va-Zelanda. En los terrenos terciarios medios del departamento del Allier, ha encontrado Milne-Edwards papagayos, curucus, que habi- taban los bosques de las inmediaciones de Saint Gerand-le-Puy, ugolondrinas marítimas que construían, en las sinuosidades de las rocas, ni- dos probablemente semejantes á los que ae en- cuentran hoy en ciertas partes del Asia y del archipiélago indio Un. Grandes marabus, gru- llas, flamantes y los palceolodus, pájaros de ra- ras formas, que participan á la vez de los fla- mantes y de las zancudas ordinarias; ibis, pelí- canos, y numerosos gallináceos acaban de dar á dicha población ornitológica una fisonomía de la que es imposible no admirarse, y que re- cuerda los cuadros que Livingstone nos ha tra- zado de ciertos lagos del África austral. Y por último, en Sansan se han hallado faisanes, ben- galis y senegalis muy parecidos á sus congéneres africanos ó asiáticos. Los animales invertebrados han suministrado casos completamente semejantes á los que más arriba quedan indicados. En los equínidos fósiles, las transiciones de un grupo á otro son de tal naturaleza, que han permitido á M. Desor decir, hablando de estos radiarios: "Tal es el enlace de todos los grupoa entre sí, que no hay ninguno cuyos límites no sean más ó monos indecisos. Creemos que, cuan- do se trata de un grupo muy particular que no se aproxima á otro, es porque falta que descu- brir, bien sea en la creación actual, bien en laa creaciones anteriores, un tipo intermediario que ha de venir un dia á llenar ese vacío, n Zittel, Neumayer y muchos otros han hecho 51

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 227 30 DE JUNIO DE 1878. A Ñ O v .

M U Í ? TDlMUii'ílBIII? Tlf TIC

{Conclusión) *

"La época de las fosforitas, dice M. H. Filhol,ha visto realizarse grandes cambios en las formas animales, y entonces fue cuando se acusa-ron tipos que se encuentran casi los mismoshoy. Bajo la influencia de circunstancias natu-rales que os imposible precisar, pero cuyas hue-llas descubrimos, la especie se ha modificado demil maneras, dando origen á razas que se hanfijado, estableciendo así otras tantas especies se-cundarias, ii

"Es evidente que las investigaciones paleonto-lógicas, que se han multiplicado mucho ennuestra época, n'os han revelado la existenciade tipos desaparecidos que poseían caractereshoy dispersos entre grupos diferentes; pero nocreemos que sea posible todavía formular unaopinión indiscutible sobre su descendencia. Esnecesario reunir más materiales que los acopia-dos hasta ahora; es preciso coleccionar unnúme-ro mucho mayor de observaciones; y solo cuan-do hayamos registrado las diversas capas denuestro globo para encontrar en ellas los carac-teres de los seres pasados, será posible formular,no una teoría, sino una opinión basada en he-chos indiscutibles.

En nuestros dias, cualesquiera que sean lasprobabilidades que ciertos descubrimientos pue-den dejar entrever, conviene guardarse de\in po-sible error; no debemos disipar lo desconocido, ypara hacer verdadera ciencia, debemos perma-necer siempre dentro de los límites de los he-chos observados.ii

No podemos menos de aplaudir la prudenciade este lenguaje, prudencia tanto más notablecuanto que es muy rara en los sabios jóvenes,inclinados como se hallan de ordinario á de-jarse seducir por las teorías más ó menos aven-

(*) Véase el núm. anterier, pig. 773.TOMC X I

turadas y á afiliarse bajo sus banderas con unfogoso entusiasmo, seguido casi siemprede ener-vantes decepciones.

El estudio de los pájaros fósiles ha conducidoá Milne-Edwards y á Grandinier á resultado»análogos á los que ha producido el estudio delos mamíferos extinguidos. Los citados natura-listas han reconocido niazos de parentescon queunen á los Epyornis de Madagascar con losDinprnis, los. Palapteryx y los Jüpyornis de Nue-va-Zelanda. En los terrenos terciarios mediosdel departamento del Allier, ha encontradoMilne-Edwards papagayos, curucus, que habi-taban los bosques de las inmediaciones de SaintGerand-le-Puy, ugolondrinas marítimas queconstruían, en las sinuosidades de las rocas, ni-dos probablemente semejantes á los que ae en-cuentran hoy en ciertas partes del Asia y delarchipiélago indio Un. Grandes marabus, gru-llas, flamantes y los palceolodus, pájaros de ra-ras formas, que participan á la vez de los fla-mantes y de las zancudas ordinarias; ibis, pelí-canos, y numerosos gallináceos acaban de dará dicha población ornitológica una fisonomíade la que es imposible no admirarse, y que re-cuerda los cuadros que Livingstone nos ha tra-zado de ciertos lagos del África austral. Y porúltimo, en Sansan se han hallado faisanes, ben-galis y senegalis muy parecidos á sus congéneresafricanos ó asiáticos.

Los animales invertebrados han suministradocasos completamente semejantes á los que másarriba quedan indicados.

En los equínidos fósiles, las transiciones deun grupo á otro son de tal naturaleza, que hanpermitido á M. Desor decir, hablando de estosradiarios: "Tal es el enlace de todos los grupoaentre sí, que no hay ninguno cuyos límites nosean más ó monos indecisos. Creemos que, cuan-do se trata de un grupo muy particular que nose aproxima á otro, es porque falta que descu-brir, bien sea en la creación actual, bien en laacreaciones anteriores, un tipo intermediario queha de venir un dia á llenar ese vacío, n

Zittel, Neumayer y muchos otros han hecho51

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las mialnas observaciones, y han obtenido igua-09 resultades en lo que concierne al grupo tannumeroso de los amonitas.

Hilgendorf ha señalado en el calcáreo de aguadulce de Steinheim (Wurtemberg), un moluscogasteropodo, (el Planorbis multiformis), cuyaforma varía, en efecto, hasta tal punto, que sehan formado de él veinte especies distribuidasen cuatro grupos distintos. Pero estas pretendi-das especies están unidas entre sí por formas in-termediarias que parecen ser otros tantos indi-cios de su evolución gradual, y que permiten re-montar al origen del desarrollo de las más an-tiguas.

Hi consultamos ahora los sabios trabajos deSdúmper, sobre la paleontología vegetal, ó bienlos de Oswald Herr; si compulsamos los precio-sos documentos que la vegetación eocena de losalrededores de Aix ó de Manosque ha suminis-trado á M. Gastón de Saporta, encontraremostambién numerosos ejemplos de esas transicio-nes que inducen á los menos aventurados y me-nos sistemáticos á suponer lazos de parentesco,frecuentemente íntimos, entre nuestros vegeta-les actuales y sus homólogos de los tiempos geo-lógicos.

En efecto, Gastón de Saporta ha encon-trado, en los terrenos terciarios de la Pro-venza, la Sequoia Tournaüi, que ofrece las ma-yores analogías con la Sequoia Sempervirens ac-tual de la California, y que es en casi todoidéntica á la S. Langsdorfii (Oswald Heer) delos terrenos miocenos de la selva de Atanekerd-luk.

Las magnolias de este mismo bosque son si-lares y parecen ser los ascendientes de las mag-nolias de nuestros días. El Gliptostrobus hetero-phyllus de la China septentrional y del Japónparecia provenir del Buropmus (O. Heer), halla-do en Suiza y en el valle de Arno. El LaurusFurstembergii parece ser el predecesor de nuestroLaurus nobilis; el Quercus Palceococcifera, el delQ. coccifera; del Cercis amella parece provenirnuestro Cercis silignastrum.

Los pistachos sentiscos y terebintes han con-servado, sin alteración, los caracteres que ofre-cían los de Rouzon (Alto Lóire) en el terrenoolígoceno (intermediario) entre el eoceno y elmioceno. -

Las datileras del Troeadero, dadas á conocerpor los trabajos ejecutados con motivo de la Ex ,

posición universal, se asemejaban á nuestras da-tileras africanas.

El Nerium parisiense es el homólogo del N.oleender, ó laurel-rosa, cultivado hoy entrenosotros como planta de adorno.

Los robles fósiles de Aix se parecen á los dela Lonisiana.

Las encinas de (Eningeri recuerdan las deMéjico. Se encuentra en esta misma localidadun tulipífero, un liquidambar, un plátano yhasta una vid, que difieren muy poco de sus ho-mólogos actuales.

El Jagus prístina (Saporta) de Manosque, eael prototipo de las hayas, y especialmente delJagus ferrugínea de América.

Los alcanforeros, los caneleros, los SaUsburiaterciarios, se distinguen apenas de los que hoyse crian en el Japón.

Los sauces, los cananeros, las palmeras deabanico fflabellaria,) son casi idénticos á los d> 1África equinoccial.

El género álamo ó chopo, tan rico en especies,nos ofrece una populus mutabilis de CEningen,querevive casi sin alteración en el populus euphra-tica, el cual crecía ya en las orillas del Eufratesy del Jordán (super flumina Bábylonis) cuandolos hebreos antiguos colgaban en ellos sus plañi-deras liras:

En fin, Mr. Ramea, de la sociedad geológicade Francia, ha encontrado en la flora» pliocenadel Cantal, numerosas especiea idénticas á lasespecies actuales del Japón.

"Luego la presencia, deduce lógicamenteM. G. de Saporta, tan frecuentemente invoca-da á título de argumento decisivo, de plantasfósiles casi semejantes á las nuestras, y relacio-nadas al mismo tiempo con formas extinguidasincontestablemente terciarias, se halla consti-tuida desde ahora.n

Nosotros podríamos fácilmente multiplicarestos ejemplos. Pero por reducido que sea el nú-mero de los que acabamos de citar casi al azar,¿no basta, aun á los ojos de los más prevenidoscontra la teoría de la filiación, para presentar,al menos como muy probables, los lazos de pa-rentesco que parecen unir á las especies actua-Irs con ciertas especies homologas de las épocasgeológicas? Schimper, Vuger, Oswald Heer, Al-fonso de Candolle, Martins, Naudin, G. de Sa-porta, etc., se declaran abiertamente en favos

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de esta probabilidad, que, para ellos, equivalecasi á una certidumbre.

Según todos los casos que acabamos de expo-ner, ¿Hería, pues, desatinado admitir, por ejem-plo, que nuestro Ursus arctos, nuestro Elephasindicas han tenido por ascendientes el Ursusspelwns y el Elephas primigenius; que el Anchi-therium feoceno superior) ha dado origen al Hi—pparion (unkeno medio) y éste á nuestros caba •líos (mioceno superior y plioceno)?

Pero, ¿dónde están los troncos originarios queestablecerán el parentesco entre los mamíferosterciarios y los de los terrenos cretáceos, quedeben haberle precedido y que hasta ahora nohan acudido al llamamiento?

¿Dónde están, sobre todo, los verdaderos in-termediarios entre el hombre y el mono, y cuyaexistencia, admitida como un hecho necesariopor los adeptos del trasformismo absoluto, eshasta hoy más que problemática?

¿Seria el Dryopithecus de Eduardo Lartet el quepretendiese el honor de ser el ascendiente primi-tivo de la raza á que pertenecemos] Lo que hayen esto de cierto es que, á juzgarpor sus vestigioshuesosos, se parecía más al hombre que todoslos antropoidos actuales. Y sin embargo, CarlosVogt, que por cierto no es sospechoso de parcia-lidad en favor del hombre, declara formalmenteque no Be ofrece á nuestros ojos en el Dryopithe-cus una de las guías históricas del desarrollohumano, y el mismo Darwin confiesa que entrela forma inferior de que el hombre desciende yla forma actual,no se ha descubierto hasta ahoraun solo intermediario aceptable para todas (1).Es verdad que desde el dia en que escribía estaslíneas, su opinión sobre tan importante puntose ha modificado ampliamente.

Aun queda una dificultad entre tantas otras, ópor lo menos una objeción seria que dirige altrasformismo un filólogo de grande erudición,que es al mismo tiempo un filósofo de muchosentido(Max-Muller)."Desde el momento,dice,en que se quiere establecer una serie continuade la mórtada al mono y del mono al hombre,desde el momento que se pretende explicar lostérminos extremos de la serie por intermediariossiempre diversos entre sí, pero mucho menosdiversos que los extremos, se corre el peligro deno poder fijar el punto preciso en que acaba el

(1) Origen de las especies, pág. 38.

mono y empieza el hombre, puesto que, porconfesión de los mismos trasformistas, la grada-ción es insensible. Esto, añade Max-Muller, esincurrir en un sofisma parecido al que cometenlos teólogos ortodoxos de la India para probarla realidad de la revelación divina al hombre,revelación que sus adversarios consideran i mpo1-siblo, en razón al intervalo inmenso, al infran-queable abismo que separa á la criatura de sucreador.

La crítica dirigida por Max-Muller contralos adeptos del trasformismo (1), es justa hastacierto pnnto; pero de que con frecuencia seamuy difícil indicar el punto preciso en que con-cluye una especie y el en que otra empieza, nose sigue en manera alguna que la segunda nopueda derivar de la primera por vía de filiación.Por otra parte, el repi'oche que hace Max-Mu-ller á la doctrina trasformista, |no puede diri-girse con igual razón á todos los sistemas taxo-nómicos? Cítese entre ellos, bien sea en botáni-ca, bien en zoología, el en que los límites delas especies se hallen siempre exactamente determinadas, y en el que las formas intermedia-rias no sean alguna vez tomadas por verdaderostipos específicos. Esta misma indecisión jy losnumerosos errores que lleva consigo, ¿nó hablanen favor de la existencia, en todos los tiempos,de esas especies medianeras que hacen la deses-peración de los naturalistas clasificadores, y enlas que el naturalista filósofo apercibe formasen vía de evolución gradual, y por consiguienteotros tantos argumentos en favor del sistema dela filiación?

Si po3* falta de un considerable número depruebas verdaderamente decisivas, se rehusaadmitir, aún á beneficio de inventario, la ideade una filiación posible entre las especies vivien-tes y las especies homologas de los tiempos geo-lógicos, habrá que recurrir, como medio de ex-plicación, á la hipótesis tan poco científica ytan poco religiosa de las creaciones sucesivas.Sobre este delicado punto óigase á los teólogos,filósofos y sabios de nuestros dias. Todos, ó porlo menos el mayor número de ellos, están con-formes en rechazar esto sistema por demasiadocómodo y demasiado ilógico para ser verdadero.

De cualquier modo, los hechos que dejamos

(1) Lectures on M. Darwin'» plylotophy of lartgua-ge, Londres, 1873,

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expuestos prueban que la ciencia de nuestrosdiaa se ha dedicado con ardor á la investigaciónde laa formas intermediarias negadas por Cu-.vier, y que ya ha encontrado un buen númerode ellas.

iQviá significan estas formas? ¿Indican sim-plemente que la naturaleza obedece, al darlesorigen, á esa ley de continuidad que proclamabaLeibnitz y que Lineo formulaba en el célebreaforismo que ha llegado á ser vulgar á fuerza derepetirse, de "Natura nonfdcü saltum (l).n Enotros términos, jse debe pensar, con el eminentefisiólogo cuya pérdida llora en estos momentosel mundo científico, con el ilustre Claudio Ber-nard, que esas mismas formas se hallaban vir-tualmente comprendidas en las leyes organogé-nicas y que se han realizado cuando llegó el ins-tante fijado para su aparición? O bien, por últi-mo, jse han producido bajo la triple y poderosainfluencia de la selección natural, de la sucesióny de los medios circuustantes?

Esta última alternativa noa parece la más ve-rosímil; no nos creemos todavía autorizados ádecir la más verdadera,

N. JOLY.

U INSTRUCCIÓN DE SOKDO-MUDOS

xMÉTODO Y PROCEDIMIENTOS PARA ENSBÑAR LA LECTURA

LABIAL.

Creemos haber probado suficientemente ennuestro artículo anterior el escaso fundamentocon que Bonet afirmara que la lectura labial nopodia estar sujeta á las reglas del arte, porcuya razón y porque los adelantos que en ellapudieran hacer los sordo-mudos se deberíanexclusivamente á sus esfuerzos individuales, nicabia ni en su concepto era necesario enseñár-sela.

Róstanos investigar en el presente si, ense-ñándola, será posible que aquellos desgraciadoslleguen, mediante la observación visual de los

(1) Leibnitz había dioho antes: Natura nihil agitsaitaüm.

* Véanse los números 222,223, 224,225 y 226.

movimientos del organismo del que les hable, áentender todo cuanto les diga, hecho lo cual nosocuparemos del orden, método, procedimientosy ejercicios más convenientes para que obtengande ella la necesaria utilidad.

Ante todo conviene distinguir si los sordo-mudos entienden lo que se les dice por el mo-vimiento de los órganos encargados de produciry de modular y modificar el sonido, ó si sólonecesitan fijar su atención en los de los labios,porque como oportunamente dice Bonet, no to-dos los del organismo se prestan á la observa-ción visual en razón á que muchos de esos mo-vimientos se verifican á boca cerrada ó casicerrada y por órganos como la lengua, el pala-dar, la faringe y la laringe, que difícilmente pue-den ser examinados en el momento de articular.Existen, pues, algunos que podrían verse exa-gerando la abertura bucal con violencia é inco-modidad para quien los hace, produciéndose ;ila vez gesticulaciones ridiculas que; á toda costaconviene evitar; pero en cambio hay otros mu-chos que ni aún así pueden ser observados, acer-ca de los cuales expusimos la necesidad de acu-dir al sentido del tacto para apreciarlos y dis-tinguirlos bajo el punto de vista de la pronun-ciación.

En sentir del Dr. Hernández, si se hablase álos sordo-mudos después de haberles enseñado ápronunciar, pero antes de que tuviesen instruc-ción en el mecanismo del idioma y supiesen usarde las palabras según su valor y propia signifi-cación tendrían necesidad de ver menudamentela actitud y movimiento de todas las partes quemodulan el sonido para repetir ó escribir lo quese les dijere mientras que los que además deconocer los movimientos que el organismo eje-cuta en el acto de la pronunciación, tengan al-guna instrucción lingüístico gramatical y po-sean otros conocimientos, no sólo entenderán loque se les diga mediante la observación de losmovimientos regulares del expresado organis-mo, sino que suplirán de inteligencia propia loque su vista no alcance á distinguir/porque yadeben saber hablar y pronunciar con la maestríapeculiar de tanto ejercicio, y porque no es ne-cesario que distingan menudamente todas laspalabras, pues como dice Hervás, á quien sabeun idioma, aunque de diez palabrasque se ledigan oiga ó entienda solamente seis, estas sue-

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N.° 227 P. CABELLO Y MADUEGA.-^-LA. INSTRUCCIÓN DE SORDO-MUDOS. 805

len bastarle para que infiéralo que se le diceen las otras cuatro que dejó de oir ó entender.

Es en efecto evidente que los sordos, acos-tumbrados á observar por sí mismos el movi-miento de los órganos vocales de quien les ha-bla, contestan acertadamente á discursos largos,y que así ellos como los sordo-mudos obligadosde la necesidad y excitados por la curiosidad ypor el deseo de saber inherente á la inteligenciahumana cuando se halla bien dirigida, obser-van tan atenta y delicadísimamente los movi-mientos orgánicos de quien pretende decirlesalgo y en general de los que hablan, aunque áellos no se dirijan, que llegan á conocer las pa-labras que se pronuncian, aprenden y conservangrabado en su memoria el idioma visual envirtud de la pintura quede la varia configuraciónde los órganos del aparato vocal se forma en suimaginación, y con sólo ver estos movimientos,si á ello están habituados, entienden pronta-mente las palabras que con ellos se forman sinpararse á reflexionar, así como los que vemos, sihemos logrado retener las ideas que el ilustreHervás llama especies oibles y escribibles pararecordarlas y repetirlas después, podremos entender las palabras que vimos ó vemos escritassin necesidad de reflexión alguna, porque elhábito que tenemos de hablar y de leer haceque dichas especies se conserven siempre vivas(«i nuestra fantasía.

Por estas consideraciones y por otras no me-nos fundadas y atendibles que en caso necesarioexpondríamos, aunque convengamos en que nodebe hablarse al sordo-nrado mientras no tengainstrucción suficiente para entender cuanto se lediga, ya por los movimientos del organismo, yasupliendo de inteligencia propia lo que por la li-gereza de aquellos pudiera pasar desapercibido,no podemos sin embargo conformarnos con laidea de que hasta entonces se retarde la ense-ñanza de la lectura labial.

En nuestro humilde sentir no es lo mismohablar al sordo-mudo para que entienda porlos movimientos del organismo cuanto se lequiera decir ó explicar, que enseñarle gradual,metódica y progresivamente á que, mediante laobservación visual de aquellos, distinga las pala-bra» que otro pronuncie. Lo primero seria tantocomo pretender que la lectura labial se utilizaradesde luego como recurso de enseñanza y comomedio de comunicación, idea que rechazamos

por considerarla á todas luces prematura, incon-ducente y hasta perjudicial, pues el sordo-mudoque no entendería ni podría entender cuanto sele dijera, perdería el estímulo que á toda costadebe sostenerse; pero ejecutar lo segundo, estoes, hacer que la enseñanza de la lectura labialmarche paralelamente con la de la pronuncia-ción, obligando al sordo-mudo á que traduzca ála escritura ó al lenguaje oral las letras, sílabas ypalabras que fácilmente pronuncie, viéndolasen la boca del maestro, es no sólo en alto gradoconveniente y provechoso, sino completamentenecesario, lógico, racional y fundado, siempreque en la enseñanza de la pronunciación y de lalectura en voz se siga la marcha que aconseja-mos en el lugar correspondiente de no obligaral sordo-mudo á que pronuncie palabras cuyasignificación le sea desconocida ó que no puedaserleinmediatamente explicada.

No se crea que la enseñanza de la lectura la-bial es tan difícil como pudiera suponerse. En-tender las palabras por los movimientos del or-ganismo es con respecto á lo sordo-mudos, loque para los de sentidos espeditos distinguirlaspor el oido ó entenderlas estando escritas.

Leer, hemos dicho en otra parte, es lo mismoque entender la significación de las palabras,pasando la vista con rapidez extraordinaria porla multitud de letras que las representan. Esasletras ó son letras gráficas, compuestas de una ómás líneas rectas, curvas ó mixtas trazadas so-bre un plano ó impresas sobre el papel, ó sonletras físicas, consistentes en determinadas posi-ciones y acciones de los órganos del aparato vo-cal. Encender las palabras representadas por le-tras gráficas, es leer en un libro inanimado, yentender las representadas por las letras físicasque se forman por la sucesiva aparición de mo-vimientos en los labios de quien habla, es leeren un libro animado tanto más elocuente cuan-to mayor sea la animación que aquel pueda pres-tar á su fisonomía, y si para leer la palabra es-crita es necesario no sólo analizar el valor de lasletras sin dejar una sola, sino enlazar las Unascon las otras para trasmitir después á la inteli-gencia la imagen de los sonidos sin intervencióndel oido y hasta entender las abreviaturas, queno suelen ser en muchas ocasiones ni pocas nitan claras que no ofrezcan alguna dificultad,operaciones todas que han de hacerse en brevísi-mo espacio de tiempo, ño creemos que pueda

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ofrecer gravísimos inconvenientes, ni presentarobstáculos insuperables el análisis y unión delas letras físicas formadas por los movimientosorgánicos del que habla, mayormente si éste sa-be que habla con un sordo-mudo y procura pro-nunciar despacio para que se marquen con la po-sible perfección, claridad y distinción esos di-versos movimientos, á la manera que, cuandohablamos con extranjeros poco acostumbrados ánuestro idioma, procuramos hablar con ciertalentitud y alzando algo la voz, por la creencia"de que entenderán mejor cuanto más clara ydistinta sea la pronunciación.

Probado ya que los sordo-mudos tienen capa-cidad para entender la palabra, unas veces me-diante la observación visual de todos loa movi-mientos del organismo que la produce y otrasfijándose exclusivamente en los regulares de loslabios "y de la fisonomía si al efecto son conve-nientemente educados y dirigidos, fáltanos de-mostrar que si esa instrucción no es completaen términos absolutos, puede, sin embargo, lle-gar á serlo tanto cuanto sea necesario para uti-lizarla como recurso de enseñanza en los colegiosy como medio de comunicación así en ellos comofuera de ellos.

Para que la instrucción en la lectura labialfuera enteramente completa, sería preciso cono-cer todas las palabras del idioma y el valor decada una, pues sólo así podrían adivinarse ó suplirse de inteligencia propia las que se escapasená la observación visual. Esto supondría unainstrucción completa, vasta y profunda en todoslos ramos del saber; mas como semejante estadode instrucción es imposible aun para personasile sentidos espeditos por estudiosas que sean ypor extraordinarias disposiciones que alcancen,puesto que ni aun es posible que lleguen á co-nocer una gran parte de las palabras del idioma,en vano pediríamos á los sordo-mudos lo que altalento más privilegiado no le es fácil conse-guir. Hasta este punto estamos conformes conla opinión de Bonet.

Pero si el sordo-mudo nutre su inteligencia conla serie de conocimientos generales y de aplicacióncomún que constituyen la instrucción de que na-die debiera carecer en una nación medianamentecivilizada y si adquiere además ideas claras acerea de las profesiones, ofieios y ocupaciones másusuales, pero especial y señaladamente las rela-cionadas con la profesión, oficio ú ocupación á

que él pretenda dedicarse, es para nosotros per-fectamente indudable que podrá alternar singran trabajo ni graves inconvenientes con losdemás hombres en las diferentes esferas de lavida social entendiendo cuanto le digan, aun-que no distinga menudamente por los movimien-tos del organismo todas las palabras que se pro-nuncien, y creemos también que aun antes deabandonar el recinto del colegio ó do la escuela,puede obtener de la lectura labial ventajas in-contestables é importantísimas, entendiendo porsu medio, si no todas, al menos un gran partede las explicaciones de sus maestros con notableeconomía de tiempo y aumento considerable deinstrucción, pues es bien sabido que la escritura,con la cual ha de reemplazarse el lenguaje deacción á medida que la inteligencia'del discí-pulo adquiere el necesario desenvolvimiento, esun medio de enseñanza excesivamente lento ypesado que, por lo mismo, se opone á la rapidezen lps adelantos.

Escaso de valor es también, en nuestro con-cepto , el argumento de que ningún sordomudo entenderá ni podrá suplir de inteligen-cia propia lo que no distinga por la observa-ción visual cuando se le hable de cosas que nole sean completamente conocidas y hasta vulga-res, porque, ó tiene alguna idea de la materia áque puedan referirse los que le hablen, ó carececompletamente de ella. Si sucede lo primero, suatención y sus conocimientos le harán adivinary suplir lo que á su vista se escape, como sucedeá los que se distraen cuando les hablan, que nopor eso dejan do enterarse del objeto de la con-versación; pero si acontece lo segundo, estará alnivel de los que, aun oyendo perfectamente,nada llegan á entender por tratarse de cosasque ellos ignoran, pues ni el carpintero puede,por ejemplo, entender los términos técnicos dola medicina, ni tampoco lo necesita, y por tan-to, aunque oiga las palabras, y las repita, que-dará, sin embargo, tan á oscuras acerca de suvalor como si no las hubiera oido.

Es ó debe de ser la lectura labial, una conso-/cuencia, una de las más útiles é interesantesaplicaciones de la de pronunciación, y por tan-to, ha de empezar su senseñanza por hacer queel sordo-mudo aprecie y distinga unas de otraslas diferentes letras físicas de que se compone elabecedario visual, ó sean las posiciones orgáni-cas correspondientes á la articulación de cada

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letra, dando la preferencia á las más visibles, pa-sando después á las que lo sean menos y termi-nando por las completamente invisibles, esto es,por las guturales y por las nasales. Aun antes deque las aprendan todas, conviene acostumbrar-los al enlace de posiciones literales para la for-mación sucesiva de sílabas y palabras, siguiendo,así en esto como en todo lo demás que á la lec-tura labial se refiera, el orden gradual, metódicoy progresivo de la pronunciación y de la lectu-ra en voz, con la cuál, así como con la escrituray con la dactilología, ha de formar amigableconsorcio, pues sólo asociando y empleando si-multánea y alternativamente los diferentes me-dios de comunicación y de enseñanza, que re-cíprocamente se ayudan y completan, es comopodrán obtenerse variados, dulces y sazonadosfrutos en la educación é instrucción de los hijospredilectos de Ponce. Hágase,pues, que el dis-cípulo escriba una letra, una sílaba, una palabraó una frase, que pronuncie lo que haya escrito,quo lo reproduzca dactilológicamente, y que lolea en los labios de su maestro, ó comience éste>or articular y obligue después al discípulo áue repita lo articulado, ora pronunciando, ora•cribiendo, ora representándolo dactilológica-ftnte. Los resultados así obtenidos podrán serletos, pero serán seguros, mayormente si, comode(mos indicado al ocuparnos de la pronun-cia:on y de la lectura en voz, se procura queel s-do-mudo no articule ni vea articular á sumae.ro palabra alguna cuya significación le seadosccocida ó que no pueda serle explicada enel act, con lo cual se favorecerán no poco eldesemlvimiento intelectual y la adquisición detoda c»se de conocimientos, pero especial y se-ñaladav>nte los lingüístico-gramaticales.

Para iseñar la lectura labial debe el maestrocolocarsírente á la luz, articular lentamente yesforzar principio la emisión del sonido paravenir má tarde á los movimientos regulares yordinario.iel organismo, obligar al discípulo áque obsen hasta los cambios fugaces y pasaje-ros que la sonomía experimenta por razón delos de posion y acción que exige la articulaciónde las diferites letras, sílabas y palabras, y porúltimo, aurmtar gradual y progresivamente,así la velocüd en la articulación, como la dis-tancia que lide mediar entre maestro y discí-pulo para quéste se acostumbre á entender lomismo de cen que de lejos.

En cuanto á medios de enseñanza, sólo adver-tiremos que cuantos puedan aplicarse á la depronunciación, otros tantos servirán para facili-tar la de lectura labial, considerada por algunoscomo fundamento y no como consecuencia deaquellas, cuando en nuestra humilde opinión,sucede lo contrario, por más que haya sordo-mudos que la aprendan sin haber logrado pro-nunciar, como evidentemente tendrá que suce-der á los que, además de ser congénita y com-pletamente sordos, tengan lesionados ó dema-siado endurecidos los órganos del aparato bocalpor no haber reclamado ú obtenido oportuna-menta los beneficios de la educación.

Finalmente, los resultados de la enseñanzapueden prepararse aconsejando á las familias delos sordo-mudos que nunca dejen de hablarlesaunque sepan que lo son y que siempre que ha-yan de darles alguna cosa, comopan, agua, vino,leche, dulces, ropas, etc.) pronuncien el nom-bre de las cosas ú objetos que les den, marcandobien las posiciones orgánicas y haciéndoselas ob-servar. Principiada la instrucción, se favoreceránesoB resultados dándoles de palabra el mayor nú-mero posible de órdenes relacionadas con los actosmás comune- de la vida, especialmente si estánsometidos á la colegiada en la cual convieneproscribir, aun antes que en la enseñanza, el usoy el abuso del lenguaje mímico, y prohibiéndo-les que hablen entre sí apelando á ese medio enel recinto de las clases á fin de obligarles á quesatisfagan su ardiente y natural deseo de co-municarse sus impresiones acudiendo á los mo-vimientos del organismo fonético, como dice elabate Hervás que sucedia en la escuela romanadel abogado Di Prieto, y finalmente, se asegu-rarán, dictándoles para que escriban y hacien-do que se entablen diálogos en que recíproca-mente se pregunten y respondan unos á otros,ejercicio de resultado doble, puesto que la inter-rogación del uno y la respuesta del otro han dehacerse pronunciando, y sin embargo, preguntay respuesta deben ser recíprocamente percibi-das, no por el oido, sino por la vista, no comosonidos sino como un conjunto de letras físicasexaminadas, unidas, apreciadas y comprendi-das como medio de expresión de ideas, median-te la observación visual de los movimientos re-gulares del organismo productor de la palabra,don admirable y precioso concedido por la Om-nipotencia divina al género humano y por e]

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BEYISTA EüaOPEA..^-30 DE JUNIO DE 1878. N.° 227

cual, entre otros, se distingue y eleva sobre losdemás seres de la creación.

CONCLUSIÓN.

Al dar por terminados estos ligeros apuntessobré la pronunciación y la lectura labial queunidas constituyen la enseñanza de la articu-lación, característica de la escuela española desordo-mudos, advertiremos que son los que noshan servido de guia para explicar á nuestrosdiscípulos en el Colegio Nacional de Sordo>-mudos y de Ciegos esa interesantísima parte dela Pedagogía especial, y que, con las correccio-nes y ampliaciones necesarias, pensamos que laformen de la obra que para facilitar el estudio deesa importante asignatura y para que sirva deguia á los maestros de primera enseñanza quepor inclinación, por caridad ó por deber se en-cuentren en el caso de admitir algún infeliz sor-do-mudo ó algún desgraciado ciego en sus escue-las, estamos preparando y pensamos dar á luzen ocasión oportuna si logramos allegar recur-sos suficientes. Finalmente, repetiremos lo quedecíamos en nuestro artículo de introducción, ásaber, que al publicar estos apuntes tan sóloabrigamos el deseo de reivindicar una de lasglorias de la patria, el de contribuir con nues-iro pequeño é insignificante óvolo al incremen-to del sagrado depósito de la pública instruc-ción, el de popularizar los medios de educar éinstruir á los sprdo-mudos para que puedan sereducados ó instruidos dentro del límite de loposible en las escuelas comunes de instrucciónprimaria, ya que desgraciadamente no existensuficiente número de establecimientos especialesdonde puedan recibir esos beneficios los once ódoce mil desgraciados de esa clase y los diez yocho ó veinte mil. ciegos que se cuentan en la Pe-•nínsula, y por último el de allanar el camino pa-ra que personas máscompatentesy plumas mejorcortadas que la nuestra, deponiendo su modes-tia, contribuyan con sus trabajos á fomentar elprogreso y mejor amiento de la enseñanza á sos-tener el bien fundado crédito de la escuela es-pañola y á redimir á tan considerable número deespañoles de la servidumbre de la ignoranciaque es, según la magnífica expresión de nues-tro augusto monarca Alfonso XII, la peor de to-das las servidumbres.

PEDRO CABELLO Y M*DURGA,

NICOLÁS

No hay nombre más, sublima que el de Copér-nico, cuya gloria cuentan los cielos, y qua, siendoaclamado por los grandes socios de au genio, Ke-pler y Humboldt, como el de un héroe de espíritulibre, nos parece sobrehumano como una maravi-lla de la creación y que ha de ser celebrado portodas las generaciones y por el último mortal quelea la obra De orbium ccelestium reoolutionibus. Elreformador atrevido de la ciencia, á quien domi-naba una ambición que todos los mundos nopodrían llenar, la ambición de la ideal, y á quienno se podria compararjSino á Colon, sumergién -dose en las vigilias de muchos años en los fine3más elevados, en los secretos del grandioso templode la naturaleza, en el trato del Universo, en elpensamiento del Sumo Artífice, sentando la astronomía en su trono real, y al sol que Ptolomeohabía condenado á ser un siervo de luz para elmundo, le volvió su cetro haciéndolo el soberanocuyos vasallos son los planetas, entre los cuales seencuentra también esa tierra soberbia que se ha^bia creído el centro del Universo y que, según laopinión de Ptolomeo, parecía estar firme cual pirámide. La gran hazaña de Oopérnico, ese padide la verdad, ese sacerdote genuino de la hurn-nidad, ese modelo de tolerancia, ese hombre taprofundamente religioso como poético, esa sol tf •liante del cielo de la Walhalla, es pura cual jn-guna,es hija de las aspiraciones más ideales, *aninmensa y admirable como su descubrimient fuela constancia del que largos años escondía laper-las preciadas de su preclaro ingenio entre 1' con-chas nacaradas de una modestia invencibl'

Al sumergirnos en la vida del que se aevió áemprender el vuelo más alto concedido á Q mor-tal, sentimos algo parecido á la devocioBon queadoramos á la Divinidad.

Nació Copérnico en el siglo de Guttettfg, en elque se abrieron las puertas de una Nue^ Edad, yen el que vivir había de ser una sin pa*legría ysatisfacción. Vio la luz primera el 19 ¡ Febrerode 1473 en Thorn, la ciudad florecientJel Vístu-la, fundada por colonos alemanes llardos por laQrden teutónica, y distante sólo una Jgua de loslímites de la tierra slava. El padre dCopérnieo,Nicolás Koppernigk, trasladó, en 14!, su comer-cio y su residencia, desde Cracovia, a capital dePolonia, que debió su fundación á amanes, y cu-yos vecinos eran también en gran p¡te germanos,á la ciudad hermana de Cracovia, á íiorn, cuandola guerra de 1454 á 1466 devastaba, país del Vís-tula, aquella guerra por la cual la Qlen teutónica,

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KT." 227 J. FASTENKATBt.

que formaba un maridaje extraño entre la caballe-ría y la orden monacal, perdió la mitad occidentalde su territorio, guardando la Prusia oriental comofeudo de Polonia. En Thorn fue recibido Kopper-nigk en el seno de una de las familias má3 antiguasy distinguidas de la eiudad, enlazándose con Bár-bara Watzelrode, cuyo padre, llamado Lúeas, teniavara alta en Thorn, como presidente del tribunal,y cuyo hermano, que también se llamaba Lúeas,era primer canónigo de Culmsee y después deFrauenburgo, y en 1439 obispo de Ermlaad, mien-tras otra hija de Lúeas Watzelrode, se habia casan-do con Tilman de Alien, que era burgomaestre deThorn cuando en esta ciudad del caudaloso Vístu-la y de los vastos arrabales coronados por lindísi-mas casas de recreo de ricos comerciantes nacióCopérnico, siendo el menor de cuatro hijos. Comovastago de una eatirps patricia de comerciantes,gozó éste de una educación armónica y fue intro-ducido á la vez en las esferas del comercio, de laadministración y del derecho, y gracias á su tio,que llevaba el báculo del obispo, en la vida ecle-siástica. Si el joven no conocia la dura necesidadque dá impulsos á los grandes esfuerzos, hemos deadmirar tanto más la energía de su espíritu, quefue su compañera fiel por toda su Tida. Pero aun-que era un hijo mimado de la fortuna, tenia, ladesgracia de haber perdido ya á la edad de diezaños á su padre. Ignoramos cuánto tiempo hayavelado en torno de él aqual ángel déla guarda quese llama madre. Las veces de ésta las hizo eon elamor más tierno el alto dignatario ecleaiástico dela tierra prusiana, Lúeas Watzelrode, y lo mismoque éste aplicóse á los estudios también Gopérni-no en la Universidad de Cracovia, en el célebreestudio jagellónico (1), donde Conrado Celtes ha-bia permanecido desde"1489 á 1491 como misione-ro del humanismo. En 1491 fue matriculado Go -pinico, que en Cracovia penetraba en la lenguadel Laeio, encendiendo al mismo tiempo su entu -siasmo así por los tesoros de la antigüedad comopor las investigaciones libres y las ciencias. Entreéstas le ocupaban sobre todo las matemáticas yla astronomía, que á la sazón ñorecian en Cra-covia donde los catedráticos, perteneciendo á laescuela del insigne astrónomo Brwdzewshi, te-nian por fundamento de su lecciones astronómicaslos trabajos de Peurbach y de Regiomontano.

Después de terminados sus estudios de cuatroaños en Cracovia, pasó una temporade ea su pa-tria y salió en 1495 por vez primera á Italia, que

^ (1) Llámase estudio jagellónico la Universidad deCracovia por haber sido su fundador en 1400 Jsgellon,el que lo fue también de la dinastía de los Jagelloncsque reina en Polonia, Lltua nia, Bohemia y Hungría.

para los jóvenes de aquel tiempo era el sueSo delalma y la consagración de su cultura, aún más queá fines del siglo xvi, cuando asi desde Alemaniay deade los países occidentales de la Europa culta,como desde el Norte lejano y desde el Oriente, lajuventud peregrinaba allende de I03 Alpes á lasfamosas aulas délos glosadores. El hijo de Thornensanchaba en la Universidad clásica de Boloniasus estudios canónicos y continuaba ocupándosede sus ciencias predileccas, las matemáticas y laastronomía, teniendo por maestro en estas al do-minico María de Ferrara, que pronto hizo delaventajado discípulo su amigo y el compañero desus estudios. En 149-7 obtuvo, por influjo de su tío,el canonicato de la catedral de Frauenburgo (Pru-sia),queá todos los capitulares aptos para los estu-dios les proporcionaba el beneficio de eursar éstos enuna Universidad después de haber desempeñadosu cargo en la catedral durante un. año. Así lohizo también Copérnico, proponiéndose unir á susinvestigaciones lingüísticas y matemáticas el es-tudio de las ciencias médicas, aunque estas, ensentir de sus contemporáneos, pudiesen eoncdliar -se apenas con su estado eclesiástico, y dicen queobtuvo en Pádua el título de doctor en Medicina.Pero es de suponer que la mayor parte de su per-manencia en Italia la pasase en Bolonia tratandoá su maestro y amigo María de Ferrara y eoati-nuando sus contemplaciones astronómicas. EnRoma le fue conferido en 1500 el profesorado daMatemáticas, llenando ya el joven prusiano á Ita-lia con la faina de su vastísima erudición. Pareceque desde 1504 á 1505 habia vuelto á Frauenbur-go, siendo á la vez doctor en Medicina y en Dere-cho canónico, y poseyendo una riqueza de experiencias debida á sus viajes, y una copia prodigiosade saber humano fecundado y animado por susaeverra estudios filosóficos, que le impulsaron á fi-jar la mirada siempre en el conjunto y á desafiará las preocupaciones de todo género, no cuidán-dose de mayorías ni de autoridades, oyendo solola voz de la verdad para hacerse el reformadoratrevido de la contemplación del mundo.

Desde Frauenburgo le llamó su tio el obispo de-Ermland á su lado al palacio de Heilsberg. Allípermaneció seis años, hasta la edad de cuarenta,como consejero del obispo, y allí trazó el bosquejode su obra monumental, que le tenia ocupado todasu vida y que no entregó al mundo sino con supostrer atiento. Lo que allí dio á la estampa fueuna traducción latina de las cartas de TeephylactoSímocatta, que salió en el año de 1509, siendo elprimer libro que en el país del Vístula representala literatura helénica. Es conocido qm el cifcadeautor á quien tradujo nuestro canónigo, fue unescritor cristiano, si, pero perteneciente á la as-

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tigüedad por las contemplaciones contenidas ensus epístolas, de las cuales un tercio tomaba suasunto en la esfera erótica. •

Después de la. muerte de su tio, acaecida en 1512,abandonó Copérnico el palacio obispal de Heilsbergpara ocupar su canongía de Frauenburgo, y des-pués de trascurridos cinco años, le encargó el ca-bildo salir para el palacio de Allenstein como ad-ministrador de aquel territorio. Durante su admi-nistración de cuatro años dio pruebas de su cono-cimiento de las relaciones de la vida práctica. Losliltimos veinte años de su existencia los pasó enFrauenburgo, hecha abstracción de algunos viajes.Interrumpió con frecuencia sus estudios para en-trar en las cabanas de los pobres en cumplimientode 8us deberes como médico, y al asistir cual dele-gado á las Dietas prusianas no defendió sino 103intereses del país, haciéndolo con él mismo calorcon que defendia la ciencia contra ataques in-justos.

Cuanta fama haya gozado Copérnico por sus investigaciones astronómicas y cuan universal hayasido el reconocimiento de su saber, lo demuestra elConcilio de Letran, que le invitó en 1516 á quecorrigiese el Calendario. Pero no había llegadotodavía la hora de dar á la publicidad su Sistemadel Mundo, que entonces no comunicaba sino á pocosde sus íntimos amigos, terminándolo en 1530.Aquel sistema es una atrevida concepción de astro-nomía geométrica, haciendo ver que elglobo terrá-queo no es más que uno de tantos cuerpos del sis-tema solar que giran alrededor del astro del dia.

¡Qué satisfacción habia de experimentar el granastrónomo cuando en 1539 un profesor de matemá-ticas, Jorge Joaquín Rhótico, abandonó á Witten-berg, el foco del protestantismo, pidiendo hospi-talidad al cabildo católico de Frauenburgo paraconocer los secretos del sistema copernicano! Nohabia discípulo más entusiasta que el joven Ehóti-c,o lo fuó del sabio Copérnico, Por fin cedió éste áks instancias de sus amigos, á los ruegos del mun-do culto, consintiendo en la publicación de su obra,y después de escrito el prólogo magistral en quededicaba al Papí'. Pablo III el fruto de sus inves-tigaciones de cuarenta años, entregó su manuscri-to á sxi amigo el sabio obispo de Culm, Tiedemanndiese, que lo mandó en seguida á Rhétieo. Encar-gáronse de la publicación el maestro de éste, Scho-ner y Andrés Osiander, que temiendo las preocu-paciones desús contemporáneos, acompañó la obrade un prólogo anónimo en que representaba sólocual hipótesis lo que Copérnico habia demostradocomo verdad científica. Salió la obra que cimentópara siempre la gloria del sabio dé Thorn en Nu-remberg, á principios de 1543, llevando el títuloDe orbium ccelestivm revolutionibins libri vi. Cuan-

do Rhético le mandó el primer ejemplar; Copérniooestaba ya enfermo de gravedad. Sus manos tocaronaún lo que fuó el testamento que legaba al mundo,pero sus miradas se dirigieron ya hacia las regionescelestes, y pocas horas después entonó los salmosen él coro de las estrellas. El que demostraba quepueden vivir fraternalmente la ciencia y la piedadcristiana, dejó en 24 de Mayo de 1543 la efímeramansión de la tierra para remontarse á las inmor-tales regiones de la suprema eternidad.

Su Sistema del Mundo, escrito en un estilo pe-culiar que, siendo ora breve, ora deslizándose enperíodos largos, respira siempre vida y da testimo-nio del profundo trabajo espiritual del autor, cau-só la mayor sensación, puesto que la historia dela humanidad no ha registrado ninguna revolu-ción más profunda que la que produjo Copérnico, ha-ciendo de la tierra, que hasta entonces se conside-raba como símbolo de lo inmoble, un globoparecido á los demás planetas, girando así alrede-dor de su propio eje como alrededor del sol. Enaquella teoría combatió Copérnico contra la tradi-ción de milanos, oponiéndose á la apariencia delos sentidos, al testimonio de los ojos, á un puntode vista que representaba hasta el sabio Melanch-thon.

Pues los reformadores no se atrevieron á des-hacerse de las contemplaciones cósmicas que desdelos tiempos de Ptolomeo gozaban de autoridad du-dante trece siglos entre todos los sabios de la an-tigüedad y da la Edad Media, aquel sistema quese recomendaba por la apariencia de los sentidos,creyendo á la tierra en inalterable quietud, mién -tras giraban alrededor de ella el sol, la luna y lasestrellas. Una temporada la Iglesia católica am-paró á Copérnico, pero á mediados del siglo xviexcomulgó á cuantos leyesen su obra. Eso no im-pedia al descubrimiento copernicano correr victo-rioso por el mundo, y la Iglesia misma no pudomenos de aceptar el sistema del sabio de Thorn.

La envidia, que trata de empequeñecer todo logrande, dijo que éste no hubo sino reproducidolas teorías helénicas. Él mismo dijo en su dedica-toria al Papa Pablo III, que algunos pitagóricosempezaron á ocuparse de la rotación de la tierra ydel movimiento de ésta alrededor de un cuerpocentral. Y debe citarse también el mayor astróno-mo de la antigüedad, Aristarco de Samos, que,s£gun refiere Plutarco, indicaba no solo la rota-ción de la tierra, sino también el sistema helio-céntrico. Pero ¡qué diferencia tan grande entre lashipótesis de Aristarco y la fórmula matemática deCopérnico! Loque aquéllos adivinaron lo demos-tró el sabio alemán con la seguridad del hombrede ciencia, aceptando su genio aquel pensamientorecusado durante trece siglos por todos los filoso-

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f os y levantando sobre él con diligencia suma unsistema entero.

Hay también quien dice que Copérnico siguiógran parte del aistema de Ptolomeo, según el cuallos cuerpos celestes giran en círculos. Es verdadque el que destruyó por completo aquel sistema fueKepler, que dijo que los cuerpos celestes giran enelipses; pero los grandes pensamientos de Kepler,relativos á los elipses, y los de Newton, referentes ála gravitación universal, los ha adivinado, é in-dicado Copérnico, según demuestra el Sr. Leopol-do Prowe en el discurso que pronunció en Thorneu 19 de Febrero de 1873, con motivo del cuartocentenario del nacimiento del gran astrónomo.

Thorwaldsen, que modeló la estatua de Guten-berg, labró también la que los polacos levantaronen Va-sovia en 1830 en honor del á quien recla-man como compatriota suyo, y Thorn imitó elejemplo de Varsovia en 1853, erigiendo un monu-mento á su hijo, que fue uno de los mortales másgeniales que hayan peregrinado por la tierra, unode esos soles que brillan con claridad indeficienteen los horizontes de los siglos y á quien llamare-mos otro Melquisedech sin encomenzamiento desus dias, sin término de la vida.

Ju\í) FASTENRATH.

Colonia 6 de Mayo de 1818.

CRÉDITO. *

IV

La distinción entre el crédito público y el pr i -vado, como otras distinciones del mismo género,ha dado lugar á que la opinión se extraviara enerrores peligrosos. Al paso que nadie admite queun particular pueda enriquecer á su familia con-trayendo deudas, es demasiado común oir decirque el Estado, y aun el Municipio, enriquecen lasociedad adheridándose; asi como por otra dispo-sición de espíritu diametralmente opuesta, se dice:que todo empréstito es un mal. La razón de lasmasas, y muchos pensadores razonan como lasmasas, concluye de semejantes eontradiciones, queel crédito público no tiene nada de común con elprivado; y de ahí que las reglas del uno no pue-den servir para el otro. •

Otro tanto podíamos decir de esas denomina-ciones, muy comunes hoy, de crédito comercial,industrias, financiero, agrícola, etc.; que no parece,sino que son igualmente otras tantas distinciones

(•) Véase el número anterior, página 787.

fundamentales del «rédito, Este, no hay comodudarlo, no cambia de naturaleza por aplicarlo ádiferentes industrias, y ln prueba de ella la halla-mos en que no se pliega con igual facilidad á lasexigencias de todas las industrias que le reclaman;y eso porque el crédito no debe satisfacer sólo,alque lo demanda, sino también al que lo ofrece; espreciso reconocer, ante todo, que ciertas industrias,la agricultura en particular, no dan á los presta-mistas todas las garantías, y todas Ia3 ventajas,que les dan otras industrias, el Estado, por ejem-plo. No es, pues, de admirar que los capitales va-yan preferentemente al comercio, á la industriamanufatura y al Estado. La concurrencia que elEstado hace á los que demandan capitales pataesta ó la otra industria, produce incalculablesefectos, y muy fatales, dígase cuanto se quieraEs profundamente triste oir ese concierto de opiniónes, ciegas ó interesadas, que se oyen todos losdias, ó que se lean en los diarios, en las revistas,en los libros y por todas partea, sóbralas mara-villas del crédito del Estado. Se,podríacr«er quetodo eso obedecía á una consigna: pero, se creeríamal. •; '

El crédito público, lo repetiremos, en el fondo, eade la misma naturaleza que el privado. Un capitalpuede producir en cualesquiera manos que se halle,eon tal que se emplee convenientemente; ni el Es-tado, ni particular alguno, tiene la potestad esen-cial de desnaturalizarlo, ni de desnaturalizar suempleo: pero la verdad es que debemos estar muyen guardia contra las disposiciones del Estado &levantar préstamos, so pretexto de utilidad públi-ca. El Estado puede hacer cosas muy buenas, pormedio de empréstitos: pero es lo cierto que suelehacerlas muy malas; además, su misión no es la deponer en producción los capitales sociales, y favo-rece jjjueho mejor su uso y su multiplicación, ase-gurando á los trabajadores de todas las clases ycondiciones la libertad y 1$ tranquilidad de quetienen tanta necesidad, y de las cuales le privancon frecuencia las empresas popo meditadas de losque se hallan al fíente del Estado. Los Gobiernos,pues, deben ser mucho más escrupulosos que losparticulares cuando se trata de un empréstito;porque en su calidad de representantes del puebloy del interés general, sea que se atribuyan un pri-vilegio, sea que se impongan una carga, perjudi-can siempre á una parte por lo monos de aquellos.cuyos intereses tienen la misión de garantizar.

Si examinamos la manera de proceder del Esfeado cuando levanta un empréstito, habremos deobservar, entre otras coaas que dejamos á un lado,bien que se presten mucho á la censura que enEuropa por;lo menos reconoce generalmente deber3, 4 ó 5 por 100 de interés por ano por u&capitaj

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que firma recibir, pero que no lo recibe siempre.Esta práctica parece reconocer por origen la doblerazón de ocultar el verdadero interés á pagar, yeludir la ley que limitaba su tasa; porque el Estado no siempre ha podido tomar á préstamo en loslímites de la ley que imponía á los particulares,no lo puede aún; habremos de observar tambiénque no estipula ninguna condieion de reembolso;de suerte que, en su pensamiento principalmente,sus deudas son perpetuas.

Reunidas esas dos desgraciadas prácticas, sonextremosamente perjudiciales. Por la última, seha llegado á creer que era indiferente deber pocoó mucho capital; así que no se ha escrupulizado encomprometer el porvenir por sumas que han llega-do en muchos países á decuplar el capital recibido.En algunos, un empréstito al 3 por 100, por ejem-plo, ha cargado al país con una suma doble, tripley hasta ocho veces mayor que el capital recibido.jQué importa el capital de nuestras deudas, sedice, puesto que no lo hemos de pagar?

En tales circunstancias, los Gobiernos suelen ha-cer lo que se llama conversiones; esto es, disminu-yen el tanto por ciento de interés, aumentando enproporción el capital: el 5 por 100, por ejemplo, seconvierte en un 4 ó un 3, aumentando el capitaluna cuarta parte ó dos tercios; cuya operación,como se ve desde luego, no puede dejar de serdesastrosa para el porvenir. También algunas vecesconvierten, disminuyendo el interés, sin aumentarel capital: ea este caso, aprovechan la reduccióndel interés, sin perjuicio de la sociedad en general,perdiendo sólo los acreedores; lo cual es, no sólouna injusticia, sino una iniquidad cínica, puestoque estos pierden, además de una parte de susintareses, otra correspondiente en su capital, yaque sea una consecuencia forzosa de esa conversiónla baja de los valores de sus títulos. El consenti-miento que en semejantes circunstancias se pideálos tenedores, es un consentimiento irrisorio for-zado, puesto que no lo prestan sino bajo el imperio de fuerza mayor, más ó menos velada. Los Qo-biernos dicen que están autorizados para procederasí porque personifican la sociedad, cuyos interesestienen sólo en mira; sin embargo, lo cierto es que,al hacerlo, falsean la esencia misma de su contra-to, cuyas condiciones no deben variarse sino porconsentimiento libre y expreso de ambas partes.

Si reconocieran los Gobiernos en los contratosde empréstitos el verdadero capital que reciben,y se obligaran explícitamente á pagar el verdade-ro interés, como lo hacen de una manera más ómenos velada; si además estipularan la época delreembolso con facultad para ellos de ampliarla,podrían aprovechar sin perjuicio de nadie el me-joramiento de su crédito. Quizá en la actualidad

tendrían que pagar algo más caros los capitalesque necesitaren, á causa de la perspectiva de larenta económica que los prestamistas debían re-nunciar : pero este seria un pequeño inconve-niente.

Este sistema, conforme ala verdad y á la leal-tad^ consideración que debiera bastar para quemereciera la preferencia en todo caso, ahorraría álos pueblos una parte considerable de las cargasque pesan sobre su prosperidad, por no haberleseguido desde antes. Es verdad que, con el reem-bolso facultativo y la sinceridad explícita de lascondiciones del contrato, se habría detenido elmovimiento de alza de los fondos públicos en elinquebrantable límite de la paz. Pero jquá malprovendría de eso? iNo sucede ya para el 3 por 100?Sí, se dirá: pero el 3 por 100 tiene que corrermucho antes de ponerse á la paz. Nadie gana enesa elasticidad del 3 por 100 sino los agentes decambió y algunos jugadores afortunados, si esque no poco escrupulosos, al paso que son muchoslos que pierden y SQ arruinan. El comercio engeneral pierde, sin duda alguna, por las oscilacio-nes facticias que esa elasticidad comunica á loscapitales; y pierde sobre todo, por el funestoejemplo que le dan especulaciones á veces escan-dalosas.

En cuanto á la ficción de la perpetuidad de ladeuda, se puede creer que los mismos Gobiernosla harán desaparecer: 1.°, porque es contraria alderecho común, puesto que tiene todos los carac-teres de una verdadera suslüucio'/i; 2.°, porque esmuy peligrosa, y puede temerse que conduzca lassociedades á la insolvencia, fin inevitable del quese empeña más y más sin pagar nada.1 Pero, ¿cómose procederá para pagar tantos millares de millo-nes, cuando no se sabe todavía equilibrar los pre-supuestos? Muchas naciones cuentan, para ello couel valor de los caminos de hierro cuando haya es-pirado el plazo de sus concesiones: pero ese térmi-no está muy lejano aun, y mientras llega puedenaumentar mucho las deudas. Además, jse sabe yacómo entrará el Estado en posesión de esas rique-zas? ¿Se sabe de una manera evidente que esa po-sesión se verificará?

A propósito de los empréstitos nacionales, seha promovido la cuestión de saber, si era másconveniente hacerlos, para cubrir los gastos ex-traordinarios, por medio de un impuesto, ó pormedio del crédito. Los que están por el empréstitodicen: los gastos extraordinarios del Estado inte-resan á las generaciones venideras: es, pues, justoque sufran su peso. Seria muy cómodo para lasgeneraciones presentes, en efecto, echar sobre lasque vengan después la carga de sus gastos, ycierto que si eso pudiera hacerse, no seria muy

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J. ALVAREZ PEREZ1--OIÍ DRAMA EN EL DESIERTO. 813

envidiable la herenoia que dejaran á aus nietas.Felizmente para estos, nosotros no podemos ar-ruinarlos sino arruinándonos á nosotros mismos;á monos de obtener empréstitos de la nada, hayque tomarlos de los capitales existentes; por con-siguiente, ¿quién ha de soportar ese peso desdeluego1? Las generaciones presentes. Sin duda quelas futuras le sufrirán también en parte, puestoque habrán de pagar los intereses y la amortiza-ción, para lo cual necesitarán imponer á todos:pero ese capital, tomado á todos, volverá á algu-nos en su misma forma, y no habrá hecho sinocambiar de mano, al paso que hoy puede ser em-pleado en gastos improductivos. Creemos muchosque el capital prestado al Estado vuelve siempreá la circulación, puesto que vuelve la moneda quelo constituye. Esto, á nuestro juicio, quiere decir,que se confunde la riqueza total de un pais con sumoneda, puesto que las materias y las fuerzas em-pleadas por el Estado en tales casos, no vuelvená la sociedad. Esas materias y fuerzas se pierden,se conservan ó se multiplican, según el uso quese haga de ellas, y sabido es que, aplicadas por elEstado, se pierden muchas veces.

En cuanto á la cuestión de si conviene repartirel importe de un gasto extraordinario, por mediodel impuesto, en un solo año, ó pedirlo á suscrito-res voluntarios, por medio de un empréstito, nonos parece de difícil resolución. Respecto á la ma-yoría de los contribuyentes, que no cuentan, comoes sabido, con fondos de reserva, la cuestión equi-vale á la siguiente: ¿Conviene que un gasto extra-ordinario, ó inesperado, se imponga sobre los in-gresos del año corriente de los contribuyentes, ósobre los ingresos de muchos años posteriores? Larespuesta no sólo no es dudosa, sino que nosladádiariamente el trato general en sus transaccionesmás frecuentes.

Por medio del empréstito, los gastos extraordi-narios no pesan inmediatamente sino sobre lasfortunas de los que están en posición de soportar-los, puesto que el compromiso que adquieren loadquieren por su voluntad; y todavía sucede confrecuencia que esos mismos suscritores buscan losempréstitos del Estado como medio ventajoso decolocar sus capitales. Casi siempre hay en todasociedad capitales sin colocación, y esos son natu-ralmente los que afluyen á los empréstitos: peroaunque así no fuera, es de creer en todo caso queun llamamiento á suscriciones voluntarias noarrastre tras de sí un movimiento de capitales tanoneroso para la sociedad como el producido porun impuesto en circunstancias imprevistas qui-zá. El empréstito, en tales casos, es incompa-rablemente menos gravoso para los contribuyentes:pero desgraciadamente, á causa de la perpetuidad

de la deuda, acaba por arruinar á los pueblos.Los publicistas que dan la preferencia al im-

puesto sobre el empréstito, se apoyan en que elEstado abusa más fácilmente de los empréstitos.Tienen razón bajo su punto da vista: pero esepunto de vista nos parece hasta cierto punto muyestrecho. El Gobierno de los Estados-Unidos le-vanta préstamos que concilian todas las dificulta -des de la cuestión: se obliga á pagar la deuda quecontrae en plazos determinados por su importan-cia. Así lo hacia por lo menos antea de su guerraentre el Norte y el Sur De esa manera, el emprésti-to y el impuesto venian á concurrir, por decirlo así,simultáneamente, á pagar los impuestos extraor-dinarios cuando eran muy considerables; esomismo hacen los Gobiernos de las repúblicas delSudde América, bien que forzados por la descon-fianza de los prestamistas. Creemos que esta des-confianza se presta á muchas consideraciones queno careeen de interés para los'hombres de Estadoque quieran estudiarla.

X...

UN DRAMA EN EL DESIERTO. *

CAPITULO XXV.

Una familia de leones.—Plan de defensa.—¡En la cuevadel león!—El primer disparo.—En fuga¿—Amor demadre.—Ataque y defensa.—Delirio temblé.—La

. brecha abierta.—Él asalto.—El silencio de la muerte.—Loa beduinos.—Tebib .—El consejo.—Sorpresa.

Alí y Meneses, alarmados por el terrible rujidoque por dos veces habían oido, eojieron sus armasy se lanzaron hacia la entrada de la gruta dispues-tos á rechazar cualquier ataque.

Meneses aplicó la vista á una de las aberturasque entre sí dejaban las piedras con que la nocheantes habían cerrado la gruta y no pudo ménoa deestremecerse.

Delante de ellos, á unos veinte pasos nada más,había toda una familia de leones.

Aun cuando Meneses no pudo menos de sentirun estremecimiento, producido por el terror quele causó la vista de los terribles animales, la ideade que estaban en una cueva defendida por unasólida barricada, le devolvió toda su tranquidad yaun le sugirió el deseo de pasar su carabina porentre dos piedras y mandar una bala á los reciénllegados.

* Véanse los números 202, 203, 204, 205, 203, 210211, 212, 111,213 220, 221, 222, 223, 224, 225 y 226.

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814 'REVISTA EtrROPEA.^^30 DE JUNTO AÉ 1878. N.° 227

á ejecutar su proyecto, voMómaqui-nftliaenttí-lab<?abeza y TÍO á. su compañero ocupadoeu reforzarla! barricada, metiendo éntrelas piedrasgrandes algunas más pequeñas que les sirvieran dec u ñ a s . ; , - : • • ' . . ' • : • :.'•• ;

-^¿Ternes acaso que los leones nos ataquen1!—preguntó con tono!que quería ser burlón, pero queno estaba exento de inquietud.

—No lo temo, lo esperó.—lA¡pesar de la barricada?—A causa de ella.—No te entiendo: explícate mejor.—¿Sabes dónde estamos?—No. . .. , v , . •—En la cueva del león.Meneses se estremeció, tendió la vista á su al-

rededor, y los rotos y descarnados huesos que viopor todas partes cubriendo: el suelo, le hicieroncomprender que el guía no se engañaba.

En aquel momento sus miembros comenzaron á.temblar, y la carabina estuvo á punto de escapar-se de sus manos.

—Ahora,—prosiguió Alí, que no parecía habernotado la debilidad de su compañero,—voy á dis-parar sobre la hembra que será la más feroz en elataque; tfi. tirarás después sobre el /macho, peroprocurando apuntar bien, porque si llegan vivosá la, puerta todas estas piedras volarán como elpolvo del desierto cuando sopla el simoun.

Meneses no contestó, porque su lengua seca sehabia pegado al paladar y no le permitía articu-lar una, sola palabra.

Se dirigió al sitio donde estaba la calabaza llenade agua, bebió un sorbo y volvió á su puesto.

En tanto Alí, sereno siempre, siempre tranqui-lo, habia pasado el largo cañón de su espingardapor entre doa piedras y apuntaba con cuidado.

Guando un ái-abe tira en las condiciones que sedisponía á hacerlo el guía; es decir, con tiemposuficiente para apuntar despacio y con el cañónapoyado en cualquier parte, su tiro siempre es se-guro.

Meneses, que á causa de su larga estancia enÁfrica no podía ignorar esta circunstancia, fijólos ojos en la leona, esperando á cada instante verlarodar por el suelo.

Los leones seguían en el mismo sitio rujiendosiempre alternativamente.

Era indudable que la tapia que cerraba su gua-rida les llamaba mucho la atención, y que no osa-ban acercarse recelando algún peligro.

En aquel instante la leona rujió llamando á sushijos, administró al más dísculo un bofeton consu gruesa pata, y los obligó á refugiarse á sulaclo. r , .

Por desgracia, al ir los leoncillps á ocupar el

puesto que les designaba su madre, Alí disparó yla balaren vez de herir á la leona, deshizo la cabe-za de uno de los cachorros. •

El primer movimiento de los leones al oir eldisparo, fue ponerse en salvo.

El macho fue el primero que dio la señal, de-trás siguió la leona» y en pos1 de ella su hijo.• Pero las madres,- estén ó no dotadas de un almaracional, tienen todas ese instinto maravilloso ysublime, el instinto de la maternidad, que haceun héroe del ser más débil cuando se trata de de-fender al hijo de sus entrañas.

Al huir la leona volvía frecuentemente la cabe-za para ver si sus hijos la seguían, de suerte quepronto notó que uno solo corría á su lado.

Volvió atrás, y al ver á su cachorro tendido enla yerba y bañado en sangre, lanzó un rujido tanfiero, tan sonoro y tan terrible, que el león se de-tuvo, temblaron los caballos estrechándose unocontra otro, los cazadores cambiaron de color y laenferma, arrancada ásu letargo, se incorporó sobreuno de sus codos y pasando una mano por la fren-te murmuró algunas palabras que nadie oyó.

La leona seguía rujiendo y lamiendo á su hijomuerto, el león habia corrido á su lado y aquellavez ya no eran miradas de inquieta curiosidad,sino de odio y venganza las que los dos augustosesposos dirigían á la cueva.

—Pronto, fuego,—gritó Alí cargando precipi-tadamente su espingarda.

Meneses disparó, pero no pudo ver- el resultado.Los leones,- decididos por aquel nuevo ataque,

y como de común acuerdo, se precipitaron sobre labarricada.

El choque fue terrible; algunas piedras cayerony las poderosas y crispadas garras de los leones pe-netraron por las aberturas, y su cálido alientoazotaba el rostro de Meneses que, loco de terror,habia soltado su carabina descargada y trataba decontener con las manos la caída de la frágil pared,que no podría resistir mucho tiempo á los pode-rosos embates del enemigo.

Ya no era posible averiguar la posición del ene-migo; el tiempo urgia y no se podía apuntar.

Ali acabó de cargar su espingarda, disparó alazar, arrojó al suelo su arma inútil, sacó su gumíay unió sus esfuerzos á los del cristiano.

La posición de los defensores de la cueva eraterrible; las piedras rodaban una á una, macha-cándoles las manos, aplastándoles los pies y en-sanchando la brecha, por la cual pasaban ya losmembrudos brazos de los leones, á cuya fuerzanada resistía. ;

El valiente y sereno Ali manejaba diestramen-; te la gumía, infiriéndoles en las patas profunda»heridas, y cuando lograba alguna ventaja, la apro-

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N.° 227 .. ALVAREZ PEREZ.-r-<üN DRAMA EN EL DESIERTO. 8*5

veehaba colocando de nuevo las piedras que ha-bian eaido, y reforzando las que aun resistian.

Indeeiso estaba el éxito de la lueha, cuando unacircunstancia imprevista vino á hacer inevita-ble la pérdida de los sitiados.

Miss Débora, arrancada de su profundo letargopor el tumulto del combate, y presa del más es-pantoso delirio, abandonó su lecho y se lanzó haciala entrada de la gruta, gritando:

—¡Socorro, socorro!.. A mi padre mió.Luego, con una fuerza sobrenatural, con la ener-

gía ficticia de la fiebre, cojió á Meneses por eleuello empujándole violentamente hacia un lado.

Meneses, que no la habia visto venir, loco deterror al verse de improviso cojido por detrás, noopuso la menor resistencia y cayó de rodillas aban-donando las piedras que sostenía, las cuales caye-ron en torno suyo arrastrando á la joven en sucaida.

Desde aquel momento la lucha fue imposible;la barricada no existia ya, y un león con las patasensangrentadas, candentes los ojos, abierta y llenade espuma la inmensa boca, saltó dentro de laeueva, arrojándose sobre el grupo que formabanMeneses y la joven.

Este permaneeia aún de rodillas, y aquella, ma-gullada por las piedras, habia vuelt:•> á caer desma-yada.

El león se arrojó sobre el comisionista, cuyascarnes desgarró eon sus aceradas uñas, y Ali oyóal mismo tiempo un penetrante grito de dolor yel crujir de los huesos que se partian bajo la po-derosa presión de las mandíbulas de la fiera.

Esto pasó en un instante; Alí, viendo el peligroque corrían los dos europeos, se lanzó con su gumíasobre el león, luchando con él á brazo partido.

Lo que entonces sucedió, es imposible descri-birlo.

En aquel estrecho espacio sembrado de piedrasirregulares, iluminado por un rayo de sol que fil-trándose por entre las anchas hojas de las higueraspenetraba en la cueva, se representaba la escenade un gran drama.

Una masa informe se agitaba en todos sentidosenvuelta en un torbellino de polvo.

Voces , imprecaciones, lamentos , rujidos , seoian mezclados con el crujir de los huesos destro-zados y el continuo rodar de las piedras.

Después de algunos segundos aquella masa dejóde moverse y el silencio se restableció en la gruta.

Pero aquella quietud, aquel silencio, eran laquietud y el silencio de la muerte.

El polvo fue cayendo poco á poco, y el rayo desol que penetraba en la gruta alumbró en todossus detalles el más espantoso de los cuadros.

A veinte pasos de la cueva, al pié de un grupo

de cactus y aloes, en una pradera de verde yerbatinta en sangre, se veia, con el cráneo destrozado,el cadáver de un lebncillo.

Su madre, con una herida por detrás del bra-zuelo izquierdo, herida que debia haberle atrave-sado el corazón causándole la muerte instantánea,yacía junto á la puerta al otro lado de loa restosde la barricada.

Aquella herida que debió haberla recibido áboca de jarro, fue producida por el último dispa-ro da Alí. El otro cachorro, asustado por la encar-nizada lueha, y viendo la muerte de los suyos,debia haber huido bien lejos.

Dentro ya de la cueva se encontraban confun-didos los sangrientos y mutilados cuerpos del si-tiador y sitiados.

A un lado estaba Miss Débora cuyo rostro, cu-bierto con la palidez de la muerte, estaba salpicadode sangre y lleno de contusiones y arañazos.

No lejos de ella estaban tendidos, amontonadosunos sobre otros, Meneses, Alí y elleon, pero tandestrozados, tan llenos de sangre, tan confundidos,que era imposible determinar qué clase de heridaseran las que les habian causado la muerte.

Contrastando con el desolado aspecto que pre-sentaba el campo de batalla, el sol acariciabalas hojas de los árboles que se habian atre-vido á nacer en medio de aquel mar de fuego; mi-llares de pajarillos circulaban por el follaje can-tando sus amores, y las ardillas de las palmeras,con su vistoso ropaje gris rayado de blanco, subiany bajaban ágilmente por el tronco de los árbolesen que exclusivamente habitan, lanzando agudoschillidos y procurando sustraerse á la vista de al-gunas aves de rapiña que atraidas por el olor dela sangre, describían en el cielo rápidos círculos.

Así trascurrió más de una hora; las aves carni-ceras dejaron las alturas donde se mecían yendo áposarse en los árboles; los pájaros callaron su cantode amor para no llamar la atención de sus peligro-sos vecinos, y las ardillas permanecían" inmóvilesentre los verdes penachos que lea servían de gua-rida.

Ya el blanco buitrecillo, seguro de que no habiaallí ningún ser viviente tendía su pelado cuello yagitaba sus negruzcas alas para lanzarse sobre loscadáveres, cuando el rumor de muchos pasos quese dejaron sentir á la entrada del oasis obligó áhuir á las carniceras aves.

Poco después apareció un árabe por entre los ár-boles, que se detuvo admirado junto al cadáver delcachorro; después llegó otro, luego otro y por Vil-timo una lucida tropa de caballería escoltando ámuchos prisioneros, entre los cuales se encontrabandos cristianos.

Eran los beduinos que la noche antes habian

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REVISTA EUROPEA.*—30 DE JUNIO DE 1 8 7 8 . N.° 227sorprendido á la caravana, y los prisioneros eranlos buscadores de oro.

El jefe de los beduinos, viejo de elevada esta-tura, enjuto de carnes y tez casi negra, sobre lacual contrastaba su luenga y blanca barba, llegóde los últimos y dio algunas órdenes que tuvieronpor resultado alejar á los prisioneros de aquelsitio.

Mientras esto sucedía, movidos algunos morospor la curiosidad, que tan poderoso influjo ejerceen los pueblos primitivos, se acercaron á la cuevay volvieron á galope á dar cuenta á su jefe desangriento aspecto que presentaba.

Esta noticia pareció contrariar al jefe, el cual,clavando sus largos acicates en los flancos de sucaballo, se lanzó á galope seguido de los suyos ha-cia la cueva, á cuya puerta desmontaron todos.

—Inmediatamente donde está el iebib (1),—gri-tó el chek.

—Aquí estoy, señor,—contestó una voz que sa-lía de las últimas filas, y poco después un árabevestido como los demás á excepción de un turban-te verde que le rodeaba la cabeza, se acercó alchek, al que saludó inclinándose con gran res-peto.

—Examina esas criaturas, y dime si viven ó hanmuerto.

El módico se inclinó sucesivamente sobre MissDóbora y sus dos guardianes, y después de unatento y prolongado examen dijo:

—La cristiana vive; ha sufrido por muchoiempo los rayos del sol sobre su cabeza y tiene

fiebre.—i Y los otros1?—-El moro vive también.—Han du li Alá (2),—exclamaron á coro los cir-

cunstantes.—Vive y sus heridas no son graves, aun cuando

ha perdido mucha sangre.—jY el cristiano?—También, pero veo lucir sobre su cabeza la

espada de Asrrael. (3)—Siempre será un enemigo menos: pero ese

hombre tenia que cumplir una promesa, y hastaque lo haya hecho es preciso que viva.

El médico movió la cabeza con aire de duda yse limitó á contestar:

—Todo está en manos del Señor.Él solo es grande y poderoso.Luego, llamando algunos moros para que le

ayudaran, colocó en la cueva á los enfermos y

(1) Médico.(2) Gracias á Dios.(3) Según los mahometanos es el ángel encargado de

rivar de la vida S los mortales.

acomodándolos lo mejor que pudo empezó BU cu-ración. El chek, llamando á los principales jefesde la banda, es decir á los de más edad, se sentócon ellos á la sombra de unas higueras y empeza-ron á tratar sobre lo que debían hacer visto elimpensado giro que habían tomado los sacesos,mientras que sus subordinados desensillaban loscaballos y se dispersaban por el oasis buscandoalguna sombra para dormir ó fumar al fresco.

—Hermanos,—dacia el chek álos jefes.—Esecristiano que Dios confunda trató con nosotros,por medio del bicestino, que atacáramos la cara-vana y le dejáramos huir con la cristiana de cabe-llo de oro.

Por este servicio nos prometió 4.000 piastras yel bices;tino nos dio 2.000 á cuenta.

Muerto Hamet, siguieron los tratos por mediode Alí y designaron este oasis para que viniéramosá cobrar el resto de la suma convenida.

Hemos cumplido nuestra palabra, y el cristianotambién; pero llegamos aquí y lo encontramosmedio devorado por un león y próximo á morir.

Una vez muerto el cristiano, ¿qué haremos1!¡.concluye el trato con su muerte ó sigue como siviviera? Y en este caso, jcon quién tratamos?

El chek dejó de hablar, y los jefes, bajando lacabeza, parecieron entregarse á un gran trabajomental.

Aunque dedicados al robo, todos aquellos hom-bres creían ser y eran, en efecto, hombres honrados.

El desierto era suyo; en él habían nacido y desus padres heredaron el derecho de saquear á todoel que pasara por él.

Los beduinos, al pactar con Meneses el rapto deMiss Dóbora, ereian estar en su derecho, y ante íaeventualidad de la muerte de aquél querían ver elmodo de que su honor quedara á salvo.

Después de una larga discusión, el consejo acor-dó que si Meneses moria, se tomarían de lo quedejara las dos mil piastras, y que en cuanto á lajoven, quedaría libre y podria irse con su padre,cuyo rescate ya sabemos que había ajustado lanoche anterior con los beduinos.

Tomado este acuerdo, quedó disueltalareunion,y los jefes iban ya á separarse cuando otra bandade beduinos invadió el oasis, arrojando ferocesgritos, fusilando y acuchillando á cuantos á su paso

CAPITULO XXVI.

Los beduinos.—Explicaciones,—El combate.—Los en-fermos de la gruta. —Revelaciones.—Muere Meneaos.—El perdón.—Conclusión.

Los beduinos viven en el desierto, cuyos oasisocupan euando les acomoda, sin reconocer más

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N.° 227 ,1. ALVÁREZ PÉREZ.—UN DRAMA EN EL DESIERTO. 817soberano que el jefe de su tribu, y en guerra cons-tante contra cuantos pasan por sus dominios óhabitan la tierra cultiyable, sean musulmanes ócristianos, que para ellos todos son enemigos.

Divididos en muchas tribus, y careciendo com-pletamente de un lazo social que los una, son agru-paciones aisladas de hombrea que no por pertene-cer á una misma raza dejan de haeerse una guerracruel por los motivos más fútiles.

Sucede generalmente, que los Estados fronteri-zos al Sahara, con objeto de asegurar á sus siVbdi-tos la tranquila posesión de sus propiedades y elderecho da transitar por el desierto, tienen á suel-do algunas tribus de beduinos, que se encargan deevitar que las otras roben las caravanas que viajanpor la comarca encargada á su defensa, ó invadanlos terrenos cultivados destruyendo las eóseehas,robando los ganados, incendiando los pueblos yllevando por todas partes el terror y la desola-ción.

Enterado Alí de todo esto, por razón de su ofi-cio, y conociendo que los beduinos con quien tratósu compañero Hamet no eran de los encargadospor el Bey de vigilar las fronteras, formó su planpara desbaratar los proyectos de Meneses, pero detal suerte que éste no pudiese nunca negar su trai-ción.

Vigilando á su compaiíero, se enteró de todo ylo asesinó á las puertas de Kebilli: luego reanudó«on los beduinos la trama que parecía rota, y supoconvencer á Meneses de que aún no debia perderla esperanza, y que las muertes sucesivas del bi-cestino y del caballo, no tenían verdadera impor-tancia.

Arregladas las cosas de esta suerte, escribió alcViek de un oasis cercano que estaba á sueldo delBey; le anunció que la caravana iba á ser atacada,y le aseg ró que en el oasis seguer encontraríajuntos á los ladrones y á los robados.

Esta carta la llevó Mustafá, y á su regreso aloasis fuó cuando se encontró con Gómez, ocur-riendo después los sucesos de que ya tienen cono-cimiento nuestros lectores.

El chek, á quien llamaremos jefe de la policíadel desierto, conocía de muy antiguo á Alí, y si-guiendo sus instruciones se puso en marcha alser de dia, dirigiendo sus ginetes al lugar de laeita.

A la mitad del camino encontraron un moro yun cristiano que andaban inclinados sobre la arenacomo si buscaran alguna cosa.

Aquellos dos hombres eran Mustafá y Gómez.Este, á quien Mustafá, con ayuda del poco ita-

liano que sabia servia de intérprete, supo por losbeduinos que Alí había previsto el ataque y cono-cía el sitio donde se habían retirado los árabes.

TOMO XI ,

Esta noticia le sorprendió hasta el punto de noatreverse á darle crédito; pero la dificultad deentenderse y el convencimiento de que los árabessabían algo más que él en aquel asunto, le obliga-ron á guardar silencio y entregarse por completoen mano de los auxiliares que la Providencia lehabía enviado.

Después de estas explicaciones, el chek, invitóá Gómez á montar en un caballo, y la caravana,formando una extensa línea de batalla, rompió lamarcha á través del desierto.

A eso de las once de la mañana descubrieron álo lejos los árboles del oasis seguer y el cht-k des-pués de dar las oportunas órdenes para que susgentes lo rodearan por completo, avanzó á galope,y ya hemos visto que llegaron en el momento enque los jefes reunidos en consejo iban á sepa-rarse.

No desmayaron los beduinos al verse atacadosde un modo tan brusco como repentino; los jefesreunieron á su gente, lucharon con valor; pero laresistencia era inútil.

La sorpresa habia sido demasiado repentina,los enemigos demasiado numerosos y valientespara que IR, lucha pudiera durar.

Además, desde el principio del ataque, los pri-sioneros que habían visto entre los recien llegadosá Gómez, comprendieron que venian en su auxi-lio, y cobrando ánimos rompieron sus ligadurasy embistieron con sus guardias, en los cuales eaii-saron terribles estragos.

Media hora después la lucha habia cesado porcompleto; multitud de muertos ó heridos, cin-cuenta prisioneros, y triple número de caballosquedaron en el campo de batalla.

Los beduinos del Bey no cabían en sí de gozo.Habían, con pérdida de un solo hombre, alcan-

zado una gran victoria, la tribu rival quedaba,casi destruida, el suelo, cubierto ,de despojos, lesaseguraba un rico botín, sin contarlos prisioneros,entre los cuales habia algunos jefes que entrega-dos al Bey de Túnez, les valdrían 100 piastras porcabeza, lo cual hacia una bonita suma de 5.000piastras, que no eran de despreciar. *

Concluido el combate, Gómez corrió á abrazará Mister Cugnigan y á pedirle noticias de suhija.

El desolado padre no sabia nada, pero con elauxilio del maltes, que hablaba el árabe como sulengua propia, pronto se enteró de que en unacueva vecina estaban una cristiana enferma y doshombres, uno de ellos cristiítno, heridos grave-mente.

Inmediatamente corrieron hacia el lugar queles indicaban, y cuál seria su asombro al reconocerá su hija y á sus compañeros de viaje.

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818 REVISTA EUROPEA. 30 DE JUNIO DE 1878. N.° 227

Mister Cugnigan se arrojó sobre su hija, cuyasardientes manos cubrió de besos, y sólo pudieroncalmar su inquietud laa palabras del médico delos beduinos, que sorprendido en la cueva no ha-bia podido huir y que le aseguraba el pronto res-tablecimiento de la enferma.

Tranquilo ya su corazón de padre, el inglés ysus dos compañeros pasaron á enterarse del estadode los otros heridos •

Menesea, con todo un hombro destrozado por lafiera, estaba aletargado, y, según el médico, suvida no podría prolongarse hasta la noche.

En cuanto á Alí era otra cosa; no habia recibi-do más que heridas ligeras, rasguños tremendospor sus dimensiones, pero poco profundos paraque pudieran haber interesado ningún órganovital.

Únicamente la pérdida de gran cantidad de san-gre habia ocasionado su desmayo, pero ya estabarestablecido; así es qua al ver acercarse á los euro-peos se sentó en las hojas secas de maíz que le ser-vían de lecho, haciendo señas de que quería ha-blar.

Como el tínico que sabia árabe era el maltes,éste fue el que, acercándose al herido, esouchó loque con tanto afán quería decir.

Mientras el guía hablaba, el maltes parecía presadel mayor asombro, alzaba al cielo las manos ydejaba escapar unas veces palabras de increduli-dad, otras de indignación.

La mímica del insular despertó de tal suerte lacuriosidad de sus compañeros, qua Mister Cugni-gan, que desde que habia vuelto á encontrar á suhija habia recuperado su habitual sangre fría,manifestó su impaciencia dando en el suelo unafuerte patada y murmurando un OoA-den bastanteenérgicamente acentuado.

Más fogoso Gómez, abrumaba al maltes á pre-guntas, sin que ésto contestara mas que;—Es hor-rible!., esperad, luego lo sabréis todo;—con lo cualla impaciencia crecía, mezclándose con cierta in-quietud, pues el rostro del buen comerciante nopresagiaba ninguna buena noticia.

Acabó, por xíltimo, de hablar el guía, y el maltescontó á sus atónitos compañeros lo que Alí acaba-ba de decirle.

Refirióles detalladamente la traición que prepa-ban Meneses y el Bicestino; cómo se despertaronsus sospechas; cómo descubrió en Kebilli el com-plot; cómo él mismo dio muerte al guía infiel yqué disposioiones habia tomado para salvar á MissDóbora del peligro é|ue la amenazaba.

Al escuchar este tejido de infamias, la indigna-ción de los europeos no conocía límites.

Gómez maldecía la suerte que le privaba delgusto de arrancar el corazón á su pérfido amigo, y

Mister Cugnigan, aun cuando no pronunciaba unasola palabra, estaba densamente pálido, apretabalos dientes con tal fuerza, que hizo .añicos la boqui-lla de ámbar de su pipa, que cayó sobre las piedrashecha pedazos.

Por indicación de Alí se hizo venir al jefe de losbeduinos adictos al Bey, y éste, después de confir-mar las palabras del herido, interrogó en presenciade los europeos á varios prisioneros los cuales notuvieron reparo en acusar á Meneses, de cuya cul-pabilidad era imposible dudar.

Aquel dia lo pasaron los europeos á la cabecerade la enferma, deliberando acerca de la resoluciónque deberían tomar.

Gómez era de opinión que construyeran unasparihuelas y condujeran al herido á Kebilli, desdedonde, si curaba, sería entregado al cónsul generalde España para que lo juzgara según las leyes.

A la tarde, poco antes de cerrar la noche, elmédico se acercó á ellos anunciándoles que Mene-ses se moria y quería hablarles.

Mister Cugnigan rehusó acceder á los desaosdel raptor de su hija, y únicamente Gómez se acer-có al moribundo.

Al verlo venir quiso Meneses incorporarse ypronunciar algunas palabras, pero sólo logró levantar una mano y murmurar con voz apagada.

—¡Perdón!—¡Luego es verdad!—exclamó Gómez conmovi-

do. ¿Qué mal te habíamos hechoí—El amor... la ambición... Dios me castiga,.,

sé feliz.—¿Quieres algo1?—preguntó Gómez arrodillán-

dose junto al lecho y cogiéndole una mano.—¡Agua!Satisfecho instantáneamente el deseo del heri-

do, cuyo lecho rodeaban varios moros ávidos depresenciar la agonía de un cristiano, volvió á pre-guntar Gómez, de cuyo noble corazón habia de«aparecido todo sentimiento de odio:

—Deseas algo más...—Mátame soy un infame, sufro horrible-

mente.—No se trata ahora de eso. ¿Quieres algo1? Yo

respetaré y cumpliré tu última voluntad. Te lojuro por mi honor.

—¿Tul Imposible... debes odiarme.-—iSTo, amigo mió; ya olvidó tu conducta pasada

para no acordarme más que de que fuiste mi com-pañero de infancia.

Menases no contestó, su alma baja no podíacomprender la noble caridad de su amigo.

Cerró los ojos, permaneciendo así algunos mi-nutos; después, como si se acordara de alguna cosa,gritó con espanto.

1 —Y el león dónde está?

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N.° 227 J . UGABTE. F. SUAREZ SACBISTAN.—LA POSADA DE LA VIDA. 819

—Murió, no temas.—jY Miss Débora?—Enferma.•—j Vive?—Vive, y parece muy mejorada.—Corre... vé... es preciso que me perdone..,

madre mia... yo muero... perdón, amigo; perdónDios mió... Ah! allí... ya rompe la barricada, medestroza, socorro... socor...

Al pronunciar estas últimas palabras, el mori-bundo, que pocos momentos antes no podía mover-se, se incorporó con viveza, tendió las manos comopara defenderse de un enemigo invisible, y dejan-do caer la cabeza hacia atrás, .espiró en brazos desu amigo.

Gómez, con los ojos arrasados en lágrimas, cerróios párpados del difunto, cubrió su cuerpo con unjaique, y dejándolo al cuidado del maltes, se acer-có á Mister Cugnigan.

—Todo ha concluido!—dijo sentándose á sulado.

—Que Dios le perdone, como yo lo hago!—murmuró el inglés.

Al siguiente dia salió del oasis stguer, dirijién-dose hacia las fronteras de Túnez, una numerosacaravana escoltada por una porción de beduinos.

A la cabeza, montado sobre un eamello, marcha-ba el guía Alí, á quien Mustafá entretenía cantan-do á media voz algunas canciones.

Inmediatamente detrás de ellos venían á caballoMistar Cugnigan y el maltes escoltando una literaimprovisada, cubierta con un trozo de lona, quellevaban dos muías.

En aquella litera iba Miss Débora, presa atín dela fiebre.

Detrás venian los buscadores de oro, alegres por-que habian recobrado al propio tiempo su libertady el fruto de su trabajo, y por tütimo, cerrando lamarcha, los beduinos adictos al Bey, llevando en-tre ellos á los prisioneros, que se proponían entre-gar á las autoridades de Kebilli.

Gómez, cuyo caballo sostenía un moro, estabaocupado en grabar con la punta de un cuchillouna inscripción sobre las piedras que cerraban lapuerta de la cueva.

Aquella inscripción era muy sencilla.Debajo de una cruz decia:"Aquí yace D. Francisco Meneses, muerto por

un león el 16 de Octubre de 1865.

IÍ. J. r.»

En eíecto, Meneaos habia sido enterrado en la

misma cueva donde habia muerto, después de locual se habia tapia'do la puerta.

Terminada la inscripción, el joven montó á ca-ballo y alcanzó á la caravana.

En Kebilli, á donde llegaron sin novedad, cu-ró Miss Débora de la fiebre tifoidea que habiapuesto en peligro sus dias, y hasta muchos des-pués de haber recuperado la salud, no supo ni latrájica muerte deMeneses ni el espantoso peligroá que habia estado expuesta.

Respetando la memoria del muerto nadie quisohablar de su traición, y es probable que la ignoretodavía.

Los peligros que tanto ella como su padre yamigos, habian corrido por causa suya, curó á lajoven de su manía de viajar, y decidió volver áInglaterra por el camino más corto y sin buscarmás aventuras.

Gómez la siguió, y algunos meses después logróllamar su esposa á la mujer, cuya sola vista lehabia hecho atravesar el Mediterráneo y llegarhasta el desierto.

De los personajes secundarios de esta historiapocas palabras tenemos que decir.

Alí y Mustafá, recompensados generosamente,compraron una tierrecita, con cuyo producto,vivan juntos y en la mejor armonía.

Diana, que es la favorita de la familia, se abur-re porque su amo pareee haber olvidado la esco-peta, y Mister Uugnigan, obligado á beber solo, hadecidido establerse en Jerez, cuyo vino es el únicoque puede hacerle hablar cuatro palabras se-guidas.

Allí ha comprado una casa en la que vive consua hijos, y piensa fundar una gran bodega, queserá con el tiempo la admiración del mundo.

O» JOSÉ ALVAREZ PÉREZ.

LA POSADA DE LA VIDA.

(IMITACIÓN DE ALFONSO KARR )

Pieza de paso en uoa posada. Puerta al foro y laterales.Ventana.

ESCENA PRIMERA.

LA POSABERA, asomada á la ventana. Suenanfuera las campanillas de un tiro de diligencia.

Pos. Ya llegan á la posada:llega, respirando vida,la gente regocijadaTan alégreos la llegadacomo triste la partida!,..

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820 REVISTA EUROPEA.—30 DE JUNIO DE 1878. N.° 227

ESCENA II

LA. POSADERA, el MAYORAL,

MAY. A la paz de Dios, patrona.Pos. Buenos dias, mayoral.

(La posadera pone en orden los muebles de la sala.)MAY. Siempre trabajando...Pos. Siempre.MAY. Para pulir y adornar

la posada de los huéspedesque traigo yo por acá.

Pos. Si no fuera por mi esmaro...MAY. Sin duda.Pos. La easa es tal,

que en ella, no encontraríanla menor comodidadvuestros pobres caminantes,que apenas vienen se van.

MAY. Ese es el mundo, en resumen:una posada que hayá un costado del caminoque guía á la eternidad.Se llega: la posadera8e afana por festejaral recien venido.., y cuandomás descuidados están,á latigazos anunciala partida el mayoral.

Pos. La posadera...MAY. Es la vida.Pos. Entiendo.MAY. La humanidad

el caminante, y el tiempoel conductor, que es quien dáel aviso de llegaday la voz para marchar.

Pos. Y vienen hoy muchos huéspedes?MAY. Tened la seguridad

de que, en mucho tiempo, aquíhuéspedes no os faltarán.

Pos. No quebrará la posada?MAY. Hasta la quiebra final,

jquién es capaz de preverlos cambios que sufrirá?...

Pos. Desde que existe, ha sufridotantos!...

MAY. —Ya sabéis el plan:media hora para comer,una para descansary en marcha.

Pos. ¿Por qué no habíaisde alargar un poco másesta parada1!... ¡Es tan breve!...

MAY. NO me es posible alterarel preciso itinerario

del viaje de cada cual.Pos. Desdichados caminantes!MAY. Todo calculado está:

la hora á que deben salir,la hora á que deban llegar...

ESCENA III.

DICHOS, el VIAJERO.

VIA. Si no hay justicia en la tierra!...Pos. Viajero...VIA. ¡Qué indignidad!...

Pues no pretenden ponermeen el último lugarde la mesa!...

MAY. Y eso es todo?VÍA . Es poco1?... Si no me dan

un sitio de preferencia,no como.

MAY. LO que queráis.Podéis descansar entonces,si es que podéis descansar.Mas no olvidéis que hace un ratoque llegamos.

VIA. Bien está.MAY. Voy á preparar un pienso

á mis muías, que son másjuiciosas que vos, y quetan sabroso lo hallaránun poco más adelantecomo un poco más atrás.

ESCENA IV.

LA POSADERA, el VIAJERO.

VÍA.

Pos.VÍA.

Pos.VÍA.

Pos.VIA.

Pos.VÍA.

Pos.VÍA.

Pos.

El último... ¡Qué insolencia!...Pues les prometo, á fó mia...Caballero...

Yo queríaun sitio de preferencia.Vengo en berlina...

Mejor.Y ellos... unos van á pié.Se cansarán.

Ó en cupé.Irán mal.

Ó en interior.jPor qué, pues, me han postergadoVamos, jpor qué?

(Estaque trina.)Yo, al cabo, ocupo berlina.Y en berlina habéis quedado.Pero el privilegio cesa;no hay razón para el reproche,siendo el primero en el cochesois el último en la mesa.

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N.° 227 J. ÜGARTE. F . SUAREZ SACRISTÁN. TJ Í POSADA DH LA VIDA. 821

VIA. YO no debo á malas artesmi asiento.

P03. Es de suponer;pero aquí...

VIA.. YO quiero serel primero en todas partea .No como.

Pos. Comed aquí.VIA. Solo.Pos. Si asi lo desea...VIAJ. Pues corriente. Buena idea!Pos. Os traigo el cubierto1!VIAJ. S Í .

—La posada, ya se vé,un hombre al frente reclama.El dueño, cómo se llama?

Pos. Polioarpo.VIAJ. Poli qué?

Poli muchos... bien está:si esto para mí es un juego...Poli... sí... Tiene del griego:carpo de dónde vendrá1?Carpo... caramba, aquí zarpo:el poli ya lo saqué,pero Carpot Yo no séde dónde viene este carpo.

Pos. (Qué hombre más extraordinario!)Y qué os traigo de comer?

VIAJ. Traadme... no puede ser.Traedme...

Pos. Qué?VIAJ. Un diccionario.

No le hay?Pos. lío, caballero;

pero hay ternera, tortillas.VIAJ. Un diccionario.Pos. Costillas.VIAJ. De griego.Pos. No, de carnero.VIAJ. Un diccionario.Pos. Corriendo:

pero mejor os vendría...VIAJ. Mandad á una librería.

Carpo... nada, no lo entiendo.PoS. Vamos... qué queréis comer?VIAJ. Una perdiz.Pos. No la habrá.VIAJ. Preguntad.Pos. Bueno. Se hirá.VIAJ. Si no mandadla traer.Pos. Lo intentaré.VIAJ. Tengo empeño.Pos. El tiempo pasa enseguida.VIAJ. El que gaste en la comida

lo puedo ahorrar en el sueño.(Váse la Posadera.)

ESCENA V.

VIAJERO solo.

Carpo... saber no consigo...si tango tan mala estrella...i,Y esa mujer? ay! si ellaquisiera comer conmigo!No querrá... ¡qué ha de querer!si me marcho eu breve plazo,¡para qué apretar un lazoque el mañana ha de romper!Ser despreciado me enfada...¡mas si he de marchar tan presto!f,Y por qué no ha de ser estoalgo más que una posada?¡Conocerse aquí los dosy verae por vez postrera,para emprender la carrerapor esos mundos de Dios:Yo no me quiero marchar:

rae haré firme... no me iré.¡Esfuerzo vano! jPor quéme han obligado á viajar?¡Oh! convidarla es preciso:convidarla en verso, sí;¿cómo no hablar á una hurí.en lengua del Paraíso?"Mujer, ángel, niña hermosr»:,,"ángeLí soberbio! me place;ó "diosan pues... ¡qué bien haceesto de llamarla diosa."Diosa ó ángel ó mujer.»¿Con euál de las tres me quedo?Con las tres. Vamos, no puedo,nunca he podido escojer.

VIAJ.MAY.VIAJ.

MAY.VIAJ.MAY.

VIAJ.MAY.

VIAJ.

ESCENA VI. .

VIAJERO y el MAYORAL.

"Diosan está bien; adelanto.Viajero, que el tiempo pasa.Este hombre todo lo tasa.¿Qué hacéis?

Busco un consonanteBah! las mujeres admiranlos versos, y en generalsólo les parecen malaquellos que otras inspiran.No perdáis tiempo.

Corriente.Los demás están durmiendo.Os podéis ir disponiendo,Qué hombre más impertinente!

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822

Pos.VIA.

Pos.VIA.Pos.VIA.Pos.MAY.

La

REVISTA EUROPEA.—30 DE

VlAJ.ESCENA VII.

DICHOS, la POSADERA .

Ya por el libro he enviado.Magnífico! Soy feliz!...Y la perdiz1!...

No hay perdiz.Soy el ser más desgraciado!...Hay pichón...

¡Qué decepción!...Pero cómo se improvisa?...(Vuela del llanto á la risaen las alas de un pichón.) (Vase.)

ESCENA VIII .

POSADERA, el VIAJERO. (Ella pone la mes»)

M A Y .

JUNIO DE 1878. N.° 227

Limón!... (Se sienta, pero no cora*)Si dais en pedir,

vais á tener que mareharsin comer y sin dormir. (Váse.)

ESCENA XT

EL VIAJKKO.

Pedir!... y mi sencillezpeca ya de exagerada...Qué idea!... "Mi alma abrasadapor el fuego del Jerezy el fuego de tu mirada ..n (Escribe.í

ESCENA XII

EL VIAJERO, la POSADERA.

VIA.J

Pos.

VIAJ.

Po*.

(Si hubiera Jerez!... Quisierabeber con esta mujer.¡Cuan dulce, cuan grato fueracopa tras copa bebercon mujer tan hechicera!...)¿Tendréis Jerez1!

Si, á fé mia;pero perdonad si os digo,pues me inspiráis simpatía,que recordéis...

(¡Oh alegría!...ya simpatiza conmigo.Debo invitarla... al instante..."Mujer, ángel, niña hermosa...'!¡Maldecido consonante!

(La posadera prende una rosa á sus trenzas.)Una rosa!.. Es importanteque yo consiga esa rosa!)¿En qué estáis pensando1?

En esaflor que enlazáis al cabello.

\Uv.Pos.

VlAJ.

POS.

VIAJ.

MAY.

ESCENA IX.

DICHOS, el MAYORAL.

Los pichones. (Trae nn plato con pichones.)

A la mesa.(Aparte al viajero.)Os ocupa todo aquelloque menos os interesa.El Jerez.

Voyle á subir. (Váse.)

ESCENA X

EL VIAJERO, el MAYORAX.

No hay limón?Se vá á enfriar.

Pos.V Í A

Pcá.

V Í A

Pos.VIAJ.Pos.VIAJ.Pos.

VIAJ.

Pos.V H J .

Pos,VIA.

Pues no hay Jerez.Esta es buena!

Vacía está la alacena.Y pedirlo no podrán?Pero hay en cambio Champagne,Aguardiente y Cariñena.No me sirven. Otra vezno volveré á esta posada. .Era una frase inspirada:"Con el fuego del Jerezy el fuego de tu mirada...i,jCónio he de decir, qué horror!"el fvtego del Aguardiente, i.—Dá demasiado calor...Yo quiero precisamente...El Champagne es superior.Champagne... nCon el fuego.. .„ Pchr!No me gusta la figura...mas ya caigo... Me salvé.El Champagne será frappéíFrappá?

Helado, criatura.(Siendo así cesó mi afán;si no está mi alma abrasada,estará... neutralizadapor el hielo del Champagney el fuego de su mirada.)Lo que es helado...

Tampoco]Yo voy á volverme loco.Si algo os pido, no tenéis...Y vos despreciáis... lo pocode que disponer podéis.Esta posada es mesón,taberna, infame figón...Estoy cansado de veras...¡Si no fuera porque sontan bellas las posaderas! (Vise la

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N.° 227 J. UGARTE. F . SUAREZ SACRISTÁN. LA POSADA DE TJA VIDA. 823

ESCENA XIII.VIAJERO solo.

Hermosa es, á fó mia,la moza del mesón; gentil y airosaejerce sobre el almala dulce tiraníaque ejerce siempre la mujer hermosa.;A_h... si el traje de lanaen que aprisiona sus contornos bello»fuera de rica seda,y en vez de frescas rosas y fragantesciñera á sus cabellosespléndida diadema de brillantes!Porque el traje es el todoen la vida falaz de las mujeres,que suelen traducir del mismo mododolores y placeres;deciden ir de baile, traje nuevo;se casan, otro traje;pierden á su marido,vestido; con puntilla ó con encaje,vestido, es de rigor, siempre vestido.La niña es hechicera;encantadora es, párese honrada;mas sólo es posadera,uo dama encopetada,flor de e3tufa que crece entre cristales,del aquilón guardada,sino rosa del valle perfumada,que nace, vive y muere entre zarzales.Oh! si fuera condesa,ó marquesa ó duquesa!..«> princesa, que es más: ¿por qué motivo110 he de ver en mi mesa,sentada al lado mió una princesa?..Tengo sueño, y adviertoque estoy al fin rendido:pensando en la mujer y en la hermosura,¿quién no suena despierto1?...¿quién no vive dormido?...

ESCENA XIV

El VIAJERO y la POSADERA.

Pos. Los Iimone3 y el champagne.VIA. ¿Viene el diccionario?Pos. Si.VÍA. Aquí está el secreto, aquí.Pos. Mirad que enganchando están,VIA. "Poliarca, Polifilia, (Hojea el diccionario.)

Policarpo,n planta dela familia"... Y ájní ¿quéme importa de esa familia1?Tengo sueño. . (Deja caer el diccionario.)

Pos. ¡Habéis perdidotanto tiempo inútilmente!Y este caso es bien frecuentepor desgracia. S? ha dormido.¡Pobre! Justo es que me asombreal mirarle tan postrado:nunca hubiera imaginadoque se durmiera este hombre.

VIA. (Soüando.)Princesa, en tus redes presami alma te adora constante;el primer trono vacante,será para tí, princesa,Tendrás coches y caballo»,y valerosas legiones,y seguirán tus pendonesvasallos, muchos vasallos.La historia, el genio, la famate aclamarán donde quiera...

(Despierto). Posadera! ¡Posadera!Mi cama.., pronto... mi cama.

Pos. Dormid... sí... tomad alientopara proseguir el viaje;soñad que sois personaje,que tenéis mucho talento,que os persiguen las hermosas,que las soléis desdeñar...

VIA. No hay tiempo para soñaresa multitud de cosas.

(VáselaPosadsraV

ESCENA XV.

EL VIAJERO.

Dormid, soñad, se dice fácilmente,y luego conseguirlo cuesta tanto!Vamos á ver la cama... (La examina.)¿Por qué cama se llama

0» si es tumba, ¡vive Dios!, de cal y canto!Yo no soy exigente,mas no podré dormir de esta manera,con una sola almohada... ¡Posadera!¡Qué ropa! ¡qué hospedaje!En estas condiciones,¿quién no quisiera interrumpir su viaja?Si fuesen monos malos los mesones,si hubiera un mayoral menos celoso,menos fiero y tirano,que siempre reló en manono tasara los ratos de reposo!..Si fuese menos áspero el camino,más cortas las jornadasy largas y frecuentes las paradas,aunque llegase tarde á mi destino,pudiera con acento lisonjerorecordar mi existencia de viajero.La rapidez del viaje que llevamos

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824 KEVISTA EUROPEA. 30 DE JUNIO DE 1878. N.° 227

no permite apreciar la galanuradel país que cruzamos;ni admirar de los campos la verdura;ni guardar un recuerdo, ni un detallede monte, de ciudad, rio, ni valle.Al entrar en un pueblo, vocinglerofesteja el campanariola reciente llegada del viajero,y con tono distinto y rostro variole saludan las gentes,o le miran pasar indiferentes.Salen á las ventanashermosas y bizarras aldeanas,que con desden profundomiran pasar de largo al caminante,como mira él también lo que atrás deja,

*pue8 siempre lo importantees saber lo que habrá más adelante.En diversos paisajes,preséntanse otros nuevos personajes,sin. que decirse pueda,al notar su sonrisa maliciosa,si es feliz el que vá ó el que se queda.Solo á vuestra partida,que no suscita ni placer ni duelo,grabada sobre el suelouna huella dejais inadvertida,pues nadie ha de cuidar de conservarlay el que viene detrás ha de borrarla.Aunque al cruzar la tierra con pié incierto,tampoco es maravillaque rápida conduzca la semillael céfiro al desierto,y crezca en campo raso,dejando así memoria de su paso.—A dormir... ¿Y mi gorro de franela?Cómo podré dormir si no le tengo?...Y si he de estar en vela,¿por qué en esta posada me detengo?

ESCENA XVI

VIAJERO, MAYORAL y POSADERA. (Se oyen los chasquidosdel látigo del Mayoral.)

MAY. Al coche que hay que marchar.VIAJ. Y mi almuerzo?MAY. Qué me importa?VIAJ. No he podido descansar.

Es la parada tan corta!MAY. Si se supiera emplear!(Entran varios viajeros y te aprovechan de la cama y

comida, ano hojea el diccionario, otro escribe, etc.)VIA.F. Qué genios tan encogidos!

Después iré.MAY. No hay después.VIAJ. (A los viajeros.) Señores, fuera cumplidos.

Pero esta posada, esuna cueva de bandidos!Eso es mió!

MAY. Suyo!VIA. Atrás!

Es preciso respetarlo.No han de cojerlo jamás.

MAY. Quien no sabe aprovecharlose lo deja á los demás.

VÍA. ¿Por ventura me he de irsin saber quién es el dueño,sin la flor, sin conseguir (A la Posadera)vuestro amor, sin concluirlos versos, con hambre y sueño?

Pos. No os traje el libro? ¿No estála comida preparada?...¿Quién más que yo os amará?

VIA. ¿Y la rosa?Pos. Vuestra es ya. (Se la entrega,)VÍA. Pero mustia y deshojada!...Pos. Comprendereis, si sois cuerdo,

por qué á daros no me obligomás que la flor del recuerdo...

VIA. Cuando todo lo consigoes cuando todo lo pierdo!...Policarpo!... Le he de hablar!...

Pos. Todos le suelen llamaral ver que e:t vano sostienenesta lucha...

MAY. Hay que dejarhueco para los que vienen.

VÍA. Y la cuenta? Aunque el corajemi malestar acrecienta,quiero pagar mi hospedaje.

MAY. Cuando terminéis el viajeos ajustarán la cuenta.

VIA. Poco gasto habré causado,pues ni comer he podido,ni descansar he logrado...

MAY. Por eso seréis juzgadodeudor de tiempo perdido.

Tal es el hombre en la vida;pierde el tiempo en la posada,y loco y frivolo olvidaque no dista la partidani un .punto de la llegada.

/ J . UftARTE.—F. SiTABEZ SACRISTÁN,

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N.° 227 L. DE SANTA ANA.—EL FAROL NÚMERO CATORCE.

EL FAROL NUMERO CATORCE

Caminaba á su ocaso el mes de Octnbre de 1871.Eran las diez y media de la noche, sobre poco másó menos, cuando aburrido de oir por la centésimavez El Molinero de Subiza, salí del teatro de laZarzuela y me dirijí maquinalmente hacia el Pra-do por la calle de la Greda.

El otoño, esa estación privilegiada de 'a villadeloso, se portaba todavía como un caballero, yla noche á que aludimos era una de esas magnífi-cas y serenas en las que todavía no deja el friósentir sus rigores, y en las que la luna, limpia denubarrones que oculten su belleza, exparce risue-ña sus flecos de plata, bañando con ellos la cobrizasuperficie de este picaro mundo.

Sin darme cuenta de lo qus hacia, y después dehaber recorrido todo entero el vasto salón, sentómepor fin fatigado en una silla frente á uno de losfaroles apagados. Solo, sin ningún objeto que fa-tigara mi vista, mi imaginación erraba de una áotra idea, de uno á otro recuerdo. Pasó así un rato,y en uno de los movimientos de rotación que efec-tuaban mis ojos, con perdón sea dicho por lo atre»vidillo de la figura, fijé mi vista en el farol y pen-sé en voz alta:

—Si este farol pudiera hablar, qué de cosas nome contaría,

—Y si hablara,—me contestó una voz que pa-recia salir de una chimenea.

Volví la cabeza creyendo que tal vez alguno demis amigos se me habia acercado sin que lo notase, y habia oido mi pregunta, respondiendo en bro-ma; pero cuál no seria mi sorpresa al ver que nin-gún sor humano me rodeaba, y que á no dudar erael farol en persona el que me contestaba. Quisecerciorarme, y cuando después de convencerme deque no habia nadie, iba á alejarme por si acaso,de nuevo me detuvo la voz.

—Te admiras de que yo hable,—me dijo,—y loencuentro muy natural; porque no es lógico queun objeto pueda expresarse y comunicar sus sen-timientos, pero esta vez. y sólo ésta por un mila-gro que permite quien puede, voy á satisfacer tudeseo durante una hora.

Quédeme estupefacto con su respuesta, y aun-que con cierta escama de ser víctima de algúnguasón, me dispuse á oir las confianzas del canutode bronce, sin más que con el objeto de contár-selas á Vds.; helas aquí:

—Aquí donde me ves,—me dijo,—tan pacífico ytranquilo, he sido en mis primeros tiempos el más

valiente y alborotador guerrera que se ha conoci-do, y por mi boca ha salido más fuego que por lade un volcan. Cuando los españoles disteis á loamoritos de Marruecos aquella tan soberana lec-ción, los ingleses, que miraban con cierta repug-nancia el que os apoderaseis de la costa de África,me fundieron en su país y me regalaron por bajode cvierda á los hijos de Mahoma con el plausibleobjeto de que os hiciera el mayor daño posible.

Confieso humildemente que traté de cumplir enconciencia mi cometido, pero tus paisanos, quetienen unas agallas que ya ya, un dia, sin que su-piera cómo, me cogieron poco menos que en bra-zos, me robaron y me depositaron en un almacéncon otros muchos compañeros, reduciéndome almás absoluto silencio.

Lloró largo tiempo mi cautividad, que no sé loque hubiera durado si un ser humano y compasi-vo no me hubiere sustraído una noche al desem-barcar en Málaga, llevado sin ruido y con el mayorcuidado (andaba de puntillad á casa de un alma-cenista de hierro, que le dio por mí ¡¡¡oh ver-güenza!!! Cincuenta y cuatro reales.

Un mes despue3, y en una remesa que envió áMadrid mi amo, vine, disfrazado on pedacitos, áparar á la fundición de un señor que supe se lla-maba Bonaplata. Lo que allí sufrí hasta que medieron la forma que ahora tengo, es indecible;pero como todo en el mundo tiene au término, salípor fin y me destinaron á dar luz y apoyo á losque frecuentan este magnifico paseo.

Mas de uno antes que tú se habrá preguntadolo mismo que ahora tú me acabas de preguntar, ytodos hasta hoy se han quedado con la curiosidad.

Antes de empezar mi relato voy, para que te seamás comprensible, á dividirle «ntres partes aub-divisibles que llevarán por título respectiva-mente: "los políticos, los desocupados y los amantes, ¡i y al hacerlo así, es sólo porque reuniendo átodos, haría un batiburrillo que ni me entende-rías ni me dejaría hablar claramente de ningunode ellos.

Escucha, pues empiezo:

Pútticos ministeriales.

Estos vienen á primera hora, recien acabada lasesión; en su semblante conozco los grados de es-tabilidad á que se encuentra su ídolo, y su con-versación se subordina á su estado interior, ytanto rabian y patalean como están de broma yproyectando comidas. A propósito délas comidas,quisiera hacerte una pregunta:—¿es acaso una en-fermedad inherente al poder, el tener hambre ca-nina, ó es que los políticos en España sólo comencuando mandan?

—Algo hay de eso, contesté sonriendo, y me

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826 REVISTA EUROPEA. 30 DE JUNIO DE 1878. N.° 227

acordaba de un amigo mió que, según decia, sólocomía un dia sí y otro no, cuando estaba cesante,para poder conservar el estómago limpio hasta eldia de la reparación.

—Pues bien,—prosiguió el narrador,—como se-ria muy prolijo enumerar una por una las conversaciones de esos señores, voy, por vía de muestra, ácontarte la última que oí hace pocos días á dosseñorones que, ájuzgar por el frac, debían ner, porlo menos, bajas de tres colas.

—Todo camina viento en popa,—denia el pri-mero;—ya no podrán decir los españoles que aquíno hay Rey ni Roque; pues Rey y Roque ya tieneny algo mejores que se lo merecen.

—Sí; no lo niego, mi general,—contestó el se-gundo;—pero la Hacienda, si el nuevo empréstitono responde á nuestros cálculos, se nos viene enci-ma, y lo peor es que á todos nos cojera debajo.

—¿Debajo, y cómo1?—Cayendo encima. Pero no tema usted,—añadió

dejando su tono tétrico,—porque si el caso se poneapuradillo, aun tengo algunos nrllones bien guar-daditos de que echar mano.

—jY para qué los guarda usted?—replicó el pri-mero.

—Usted se olvida de las elecciones,—dijo yaserio el segundo.

—Es cierto. Pero, ¿y el país que se vá á hundircon tanta deuda?

—Qué se hunda; paor seria si nos hundiéramosnosotros. Al que chille, palo. Y sacando un habanoque estaba á la legua oliendo á regalía, lo encendió,se levantó, cogió del brazo á su compañero, que lehabia imitado, y se alejaron de mí, murmurando:el orden es la base de todas libertades. No sé sisería broma, paro ellos se reían al decirlo. Yonunca he comprendido lo que es el orden, porquesi veinte veces lo he oido definir, veinte definicio-nes diferentes he oido.

El mismo dia, y pocos momentos después, separaban otros dos á mi lado.

Políticos de oposición.

Hablaban d« lo mismo que I03 anteriores, y re-gularmente, venían del mismo sitio.

—Esto se hunde, D. Manuel, —decia el que pare-cía acompañar al otro, y no sé cómo los españolestienen paciencia, pues aquí no hay Rey ni Roque yalgo más merecía la revolución.

—El nuevo empréstito no se cubrirá, y entoncestodo se vendrá abajo; el caso es estar á tiempopara eojer lo que se pueda.

—¡Si siquiera hiciésemos las elecciones!—deeiael primero:—si se nos llamase antes de la convo-catoria!

—No nos llamarán: pero si nos llamaran, yavería este pobre país cuánto valíamos.

—La verdad es que á nosotros nos quieren tanpoco como á los que están ahora.

—El país toma lo que se le dá, y si no lo tomalo traga. Además, con nosotros el orden, 'quehoy está tan comprometido sería una verdad,y pronto se olvidarían de que nunca, hemos hechonada de provecho. En intimo caso, con cuatro tiros y se alejaron sin que pudiera oir más. Di-choso país, pensó, que sólo obedeces á palos y Atiros; más valía que en vez de vociferar inútil-mente, aprendieras á conocer á tus gobernante*,siquiera fuese para darles las gracias por sus bueñas intenciones.

Casi detrás de los que acababan de pasar, ve-nían otros dos, que por sus trazas no debían venirdel Congreso, como los anteriores.

Políticos desheredados.

—Esos son nuestros,—decia uno de ellos, seña -lando á los que acababan de pasar,—tarde ó tem-prano se unirán á nuestras filas.

—Si antes no los llaman al poder,—dijo elotro.

—Tanto peor para ellos, porque así salvaríansus cabezas,—replicó el primero.—El pueblo está"sediento de justicia y hasta que no la tenga nopodrá ser feliz. En España, hasta que no se acabela costumbre de vivir á costa del presupuesto, nopodrá haber hombres ni ideas. Yo, como sabes, mereservo para el dia del triunfo la cartera de Ha-cienda, y así honradamente, en un par de años meredondeo.

—No te olvides de mi.—No temas, cumpliré mi palabra; si para el din

en que venzamos sabes leer, te nombraré directordel Tesoro.

—Lo de leer es lo de menos, porque el ciudada-no Trompa, vice-presidente de nuestro club, sabesque ha presentado un gran proyecto de instrucciónpública, y se propone ser director general, sin em-bargo de no saber ni leer ni escribir; para escribí rlos escribientes sobran; el caso es saber firmarPero, ¿y si no vencemos?

—A tiros siempre se vence.Y se alejaron arreglando el país á su manera.Debían ser vendedores de petróleo, porque olían

que apestaban.Un poco más tarde que los políticos, y á la hora

en que los carruajes cruzan de uno á otro lado^suelen venir los segundos de que te he prometidohablar. Estos se sientan en corro, y con su lenguacortan y bordan vidas ajenas, sin respetar sexo,edad ni estado. Mil veces he tenido intenciones deromper contra sus narices el cristal que corona mi

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N.° 227 h. DE SANTA ANA.—,EL FAEOL NÚMERO CATORCE. 827

cabeza, y á no ser porque me es muy dolorosa laoperación de colocar otro, alguno hubiera ya pur-gado su mala lengua.

Vaya na ejemplo de su conversación.

Los sietemesinos.

—¿Qué tal vá, Antoñito1?—dice uno que llega áotro ya sentado.

—Mal,—responde el aludido:—no só cómo nome he muerto con el disgusto que me ha dado Ca-racuel; ¿no ves qué pantalón con tan poco vueloíParezco un señorito de pueblo.

—¿Pues y mis cuellos?—dice el anterior señalan-do las exageradas puntas del suyo,—no parecesino que les faltaba tela. Chico, 63ta vida no espara llegar á viejos, y si no fuera por el amor, milveces nos pegaríamos un tiro.

—Soy de tu opinión.—Pero calla, que aquí t e -nemos á Pepe y Fernando qna se las echan de des-preocupados, y se reirían de nosotros si nos oyesen.

Los maldicientes.

—De dónde venís, picaros,—diee el primero denuestros personajes.

—Es un mistarlo,— replica Pepo, pero os locontaré á vosotros. De este modo,—dice aparte ásu compañero,—lo sabrá todo el mundo y me pa-gará su desdenes la condesa. ¿Os acordáis de lnsdecantadas virtudes de la condesa Al... Pues bien:ese monumento de pureza so ha venido al suelosólo en un me3 que he estado haciéndola la corto:y lo que es más, ha tenido el cinismo, en unaentrevista de más du dos horas que hemos tenidohoy, de confesarme que soy su quinto amante; porlo cual he dicidido no volverla á mirar á la cara.

•—¡Qnién lo creyera en la condesa! —añadió An-toñito con cara admirada; yo, por mi. parte, mealegro do tu aventura, porque era tal el orgullo doesa mujer, que no se podía tomar uno ninguna li-bertad con olla. Vaya, quedaos con Dios; yo mevoy con éste á comer y luego os veré en el club;adiós: —y se alejaron Anfcoñito y su amigo.

Quedaron junto á mí los do la historia, gozándo-se del efecto que eM. k» sa'ones produciría su ca-lumnia, y cuando se alejaron, después de haberinsultado á cuantas señoras veian pasar, uno quaestaba cerca de ellos con otro amigo, dijo señalán-dolos:

—¿Nabeü quiénes son esos que tan infamementehablan1? Pues uno es hijo de un fundador de s cie-dades de crédito, y el otro de un falsificador enri-quecido; ambos están siempre en berlina gracias álos cuidados de sus respectivas mujeres.

Y así sucesivamente, oí á los unos de los otroscosas suficientes para que todos estuvieran en pre-sidio.

Más me entretendría sobre este asunto, si nofaltase el más interesante y sólo poco tiempo paraacabar de hablar; Los amantes para mayor breve-dad, suprimiremos en esto la parte dialogada .

Amantes oficiales.

Estos se sientan, suspiran, se tocan la mano conprecaución,y disimulo (todo el mundo lo vé), y ácierta hora toman el camino de casa, seguidos delArgos de la mamá que no vé gota. Si de animalesse tratara, y Dios me libre deque parezca alusión,diríamos que esta especie es completamente inofen-siva, que atiende á razones y que se ven en ellasignos que revelan alguna inteligencia. ¡Pobreci-llos! La vicaría les sea ligera.

Los amantes de contrabando.

Estos no tienen ligeros más que los pies y ape-nas se les descubre más de un ojo; casi siemprehablan en voz baja y sólo se acercan á mi cuandoestoy apagado. Cuando alguna vez les he vistoreñir, me ha llamado la atención que siempre ellallora y él se rie, y te ruego que no lo cuentes á lasmujeres, para que aprendan que ni aún satisfa-ciendo deseos criminales pueden alcanzar unaficticia felicidad.

Sólo me resta ya hablarte de uno qiie yo llamo.

Cata Hería lijen.

Estos son más dignos de lástima que ninguno.Yo, delante de mi, aún estando alumbrando

he vistoPero la voz del farol so ahogó en el condiieto

de bronca, y por más que le interpelé no me con-testó; habia pasado la hora.

Quadéme pensativo y cabizbajo con las eonfi -dés!bias del farol y empecé á resumir.

De tres cosas me habia hablado aquel sor inani-mado, y sólo habia aprendido tres verdades queno me edificaron por su consecuencia. Habia sa-bido que en política todos los partidos sólo pen-saban en mandar y en mandar á tiros, que nues-tros hombres futuros tenian por cuestión de vidaó muerte el que los pantalones ó los cuellos estu-vieran mejor ó poor hechos y por entretenimientoel difamar ó calumniar, y que dentro del amor esadulce joya del alma, ese rocío bienhechor de laflor de nuestra existeucia, era sólo tontería, vicioó abyección.

Ya comenzaba á desesperarme con ta ta ideas,pero una nueva vino á consolarme por completoel que en España, en mi querido país, habia hon-rosísimas excepciones, y que tal vez el farol sólohabia visto la escoria que siempre flota aun sobreel más puro metal. Aun cuando desgraciadamenteme engañase, tal era mi creencia,

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Sólo sí deseo, que si alguna Vez vuelvo á inter-pela r al farol y le es dado contestarme, me confir-me en el pensamiento que ahora tengo y puedapintar á mis ojos, tanto en política, como en ju -ventud y sentimientos, un cuadro más consoladorque el que, abusando de su paciencia, acabo depresentar á mis lectores.

Luis DE SANTA ANA.

BIBLIOGRAFÍA.

Orlando furioso, poema escrito en italian© porLuis Ariosto y traducido al español en octavasreales por Vicente de Medina y Hernández.—Aca-ban de publicarse los cuadernos 3."y 4.° de estaobra, de la cual ya hemos dado cuenta á nuestroslectores.—Dos cuadernos en folio menor, de 80páginas.—Barcelona 1878.—Salvador Manera.edi-tor. Precio de cada cuaderno en toda España, 2 pe-setas.

El centenario de Voltaire, cartas dirigidas á losseñores Concejales de París por Monseñor Dupan-loup.—Segunda serie.—Un folleto en 8." de 67páginas.— Tercera y última, serie.— Un folletoen 8." de í?4 páginas.—Barcelona 1878.—Espasa

hermanos, editores.—La obra completa se vendeá 6 reales.

Estudios orientales.—El catolicismo antes delCristo, por el vizconde de Torres-Solanot.

Se ha publicado la sétima edición de esta obraen un tomo de 400 páginas en 8.°, y se vende á 12reales en las principales librerías y en casa delautor, Almagro, 8.

Dramas del Nuevo Mundo.—Pieles rojas ¡/pielesblancas, porE. Chevalier, arreglada por TelesforoCorada: un tomo en 8.° de 203 páginas.—Barcelo-na, 1878.—Salvador Mañero editor.—Precio unapeseta.

El becerro de oro.—Coquetería y coquetisino, porMaria del Pilar Sinués.—Un tomo en 8." mayorde 238 páginas.—Barcelona, 1878.—Salvador Ma-ñero, editor—Precio 2 pesetas—Los pedidosal editor.

Las dos bellezas, drama en un acto y en versopor D. Leopoldo Parejo y Reina.—Un cuaderno en8.° mayor, de 29 páginas.—Madrid, 1878.—AlonsoGullon, editor.

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FIN DEL TOMO UNDÉCIMO.