REVISTA DEL COLEGIO DEL ROSARIO UNA PÁGINA SOBRE GRECIA

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UNA PÁGINA SOBRE GRECIA Adiós, Virgencita : me voy esperando qui me concedás toos mis anhelos, qui en cambio de tántas ternuras, Mamita del cielo, yo aquí ante tu imag�n llorando prometo, ser en esta vida mu dulce y mu güeno. 2r5 NICOLÁS BAYONA POSADA Coleiio del Rosario: 1914 UNA PÁGINA SOBRE GRECIA Como virgen de fantástica belleza sonriente, serena, llena de luz, de vida, de envidiable encanto, osténtase altiva en su armonioso conjunto la vieja Grecia, magna en su casta y bella en sus recuerdos. . Todavía la Grecia es antigua para los que la aman y hallan deleite en visitar los escombros de sus lejanas glorias, y la conocen a fondo históricamente. El docto, el letrado, el arqueólogo, el filólogo, el historiador, el filósofo, en suma, el hombre civilizado y culto, aman con ardor la Grecia, toda vez.que ella constituye la fuen- te inagotable de aguas puras en d�nde todos han ido a beber la ciencia y el arte. Por eso, mientras haya civi- lización y florezcan las artes y las ciencias, la Grecia , siempre vivirá y su recuerdo será, según la bella expre- sión del poeta, semejante a las notas de una flauta, "más sentidas cuanto más lejanas.'' Quien visite e n estos tiempos la Grecia moderna, al- •canzará a divisar, en medio de ruinas y de miserias, al través de lo moderno, aquella antigua Grecia en donde vio la luz primera el ciego bardo de Chio y en donde floreció Pericles, sin que resten de ella hoy día sino in- felices huellas de grandeza, visitadas con iual cariño y , devoción con que suele ser visitado el célebre "cemen-

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Por papá y mi mamita querida te pido primero ; por aquel viejito qui mi quiso tánto y qu'era tan güeno, qui no tuvo in su alma cuando yo sufría sin? tiernecitas frases e consuelo

. . . '

Y qm s1 Jue pa gozar de la gloria una noche di triste recuerdo.

Que a mi máma, a esa santa bendita de blanco cabello le dés un alivio, Santísima Virgen le dés un consuelo

' '

pa qui acabe su vida preciosa ya sin sufrimientos, rodiada de toos sus hijos, como cercan el nío los polluelos!

Por mi novia en después; por la china qui adora mi pecho; por esa chinita qui tene unos ojos cual la noche estreyaos y negros, qui es más linda que toas las pinturasY tan suavecita como un terciopelo!. ..

'

i Y en después por toos ! ¡ Dále a toa la gente un poco e consuelo! ... i Es tan triste este mundo malvao Y tan pasadero!

' i Por eso ti pido mi dés güena muerte Soberana Siñora el cielo !

Voy también a pedirte otra cosa ,

'

ya que tas �on: Jesús en el pecho:le pidás por su muerte benditaqui yo coja el camino,el cieloY yo antonces seré .en esta vidamu dulce y mu güeno !

UNA PÁGINA SOBRE GRECIA

Adiós, Virgencita : me voy esperando qui me concedás toos mis anhelos, qui en cambio de tántas ternuras, Mamita del cielo, yo aquí ante tu imag�n llorando prometo, ser en esta vida mu dulce y mu güeno.

2r5

NICOLÁS BAYONA POSADA

Coleiio del Rosario: 1914

UNA PÁGINA SOBRE GRECIA

Como virgen de fantástica belleza sonriente, serena, llena de luz, de vida, de envidiable encanto, osténtase altiva en su armonioso conjunto la vieja Grecia, magna en su casta y bella en sus recuerdos .

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Todavía la Grecia es antigua para los que la aman y hallan deleite en visitar los escombros de sus lejanas glorias, y la conocen a fondo históricamente. El docto, el letrado, el arqueólogo, el filólogo, el historiador, el filósofo, en suma, el hombre civilizado y culto, aman con ardor la Grecia, toda vez.que ella constituye la fuen­te inagotable de aguas puras en d�nde todos han ido a beber la ciencia y el arte. Por eso, mientras haya civi­lización y florezcan las artes y las ciencias, la Grecia , siempre vivirá y su recuerdo será, según la bella expre­sión del poeta, semejante a las notas de una flauta, "más

sentidas cuanto más lejanas.''

Quien visite en estos tiempos la Grecia moderna, al­•canzará a divisar, en medio de ruinas y de miserias, al través de lo moderno, aquella antigua Grecia en donde vio la luz primera el ciego bardo de Chio y en donde floreció Pericles, sin que resten de ella hoy día sino in­felices huellas de grandeza, visitadas con ig-ual cariño y ,devoción con que suele ser visitado el célebre "cemen-

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terio de una aldea,'' magistralmente cantado por el sen­tido Gray.

Al penetrar en la Grecia lo primero que se bosqueja, y a grandes distancias, son sus más salientes picos de­montañas. Allí están, en efecto, como colosos de grandes epopeyas, inmóviles, severos y huraños, al través de tan­tos sigfos y generaciones: el Oeta, ceñido con la fran­ja azul del mar y a su lado el memor�ble desfiladero de las Termópilas; el Parnaso, el Helicón, el Citerón y el Pentélico, no lejos de los famosos llanos de Maratón� en donde se hallan los sepulcros de los griegos que mu­_rieron en'la batalla de los' persas.

Todas estas encumbradas cimas tienen su historia y viven del recuerdo de igual i;nanera que toda la Grecia,. porque hasta las mismas riberas de sus mares, alfombra­

, das de abundantes pastos, de flores aromáticas, de ol­mos, olivos y naranjos, son recuerdos de algo memora­ble que pasó y no vuelve.

El suelo de la Grecia es la historia de una grandeza destronada y condenada a sepultarse para siempre en-· tre sus propias r.uinas, pero que nunca muere.

Qúien haya recorrido el suelo de la vieja Grecia yconozca a fondo su historia, su literatura, sus ciencias,. sus artes, su religión, sus ritos, sus gobiernos, sus leyes, sus instituciones; é� una palabra, quien haya estudiado detenidamente la psicología de su raza, podrá confesar ante el mundo civilizado que es imposible que este pue-, blo preexcelso entre todos, se borre de la memoria de los hombres con la rapidez y facilidad con que se extin­gue lo efímero e inestable: una columna de humo ... la huella que deja un bajel a su paso ... Si la nación groca.

- desapareciera, si se perdiera sU historia, bastarían su fi­losofía y su literatura para hacer revivir la gloriosa.Grecia de los siglos de Homero, de Platón, de Aristóte­les y de Sócrates ... Ella es la joya más preciada de larica diadema de soles que bril1an sobre sus sienes y ellaes toda la ilustre Grecia de entonces. Pero a su filosofíay a su literatura no le van en zaga tratándose de su im:.

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portancia, aunque en esfera diferente, la/historia y los grandes monumentos que han quedado como testigos fidedignos para responder a las futuras generaciones que interrogan el pasado. Se pr�gunta a fa historia, Y ella muestra sus páginas sagradas y enseña con autori­dad cuál fue el origen, la formación, el crecimiento, el esplendor, la gloria de aquel pueblo de colosos, en quie-nes parece se combinaron todas las circunstancias fa­vorables para desenvolver y aguzar su ingenio, como dice Taine; y en fin, enseña cuál fue la decadencia de aquel pueblo, y cuando a esto último responde, abre un inmenso paréntesis y deja que lo cierren los monumen­tos dispersos aquí y allá, como restos de una civiliza­ción fenecida.

¡ Oh, los monumentos que impresionan tan vivame1,1-te el espíritu con sus tintes de tristeza soberana y con la sonrisa dejativa y desdeñosa del recuerdo! El Ladón► el inolvidable Ladón, que tiene frondas tan frescas como el aliento de un niño, y aguas tan puras como cristales, y que sin duda son las más bellas de la tierra, constitu­ye un risueño monumento para el que se haya benefi­ciado con la sombra de sus olivos y naranjos, y haya bebido el delicioso néctar de sus aguas. Allí, en esa som­bra regalada, como bajo las naves de un hermoso tem­plo que tiene por cúpulas las altas cimas de los floridos árboles que embalsaman el ambiente, deleitada con el bello panorama que se destaca ante sus ojos, sin otro ideal que el placer que se experimenta ante lo bello que seduce, acariciada por el blando beso de una brisa lige­ra y al influjo de los abrasadores rayos de un sol de me­dio día, Clitia, la joven hechicera, sentada sobre la fres­ca grama, acompa:íiándose con su lira, cantaba los amo-res de Dafne ensoñadora.

Megalópolis, la grande ciudad, con §us soberbias mu­rallas y sus altas torres, es también un grato monumen­to que trae a la memoria el recuerdo de Epaminondas, su ilustre fundador. Y¿ quién no estimará como monu­mentos de relativa importancia, la pequeña gruta de-

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1. I

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Elio, que albe;gó a la inconsolable Ceres por la pérdida de su hija Proserpina, y a Cafies, memorable por la fa­mosa fuente en cuyo suelo se levantaba el plátano de Menelao, en que este príncipe grabó sµ nombre antes de partir al sitio de Troya? Sofis, una de las más anti­guas ciudades de la Grecia, qué es, sino un famoso mo-

, numento, testigo fidedigno de las contrarias rutas que1 por allí tomaron el crimen y la virtud: a un lado, esqui­vando la mirada, señala el sepulcro del matricida Alé­meón, vil instrumento de su hermano en el delito; Y � ptro, extendiendo el brazo y con apacible rostro, se com­place en indicar la pequeña heredad del pobre y virtuo­so Aglao, más feliz que el rey de Lidia, en sentir del oráculo.

También allí está la abatida y silenciosa Mantinea, contemplando sus históricos monumentos con una ex­presión· de amargura tan honda y tan triste, que se diría es un buitre que deja escapar un· gemido al sentirse he­rido en la mitad del cor�zón. Entre Mantinea y la reli­giosa Tegea, que levantó un soberbio templo a Minerva Alea, surge el monte Menalo, desde donde se destaca la histórica llanura, uno de los más grandes monumentos de Grecia, en donde Epaminondas rinde su alfanje a la traidora muerte, que se sintió afrentada ante la gloria que mereció al guerrero el triunfo de una brillante jor­nada.

Argos, hé aquí uno de los más bellos monumentos de la Grecia: la ciudad se desplaya rítmicamente gra­ciosa al pie de una risueña colina; sus torres blanque­cinas asoman como cuellos de garzas por entre las co­pas de los árboles, sus edificios amplios, sencillos Y ele­gantes, sus estatuas ideales, su cielo siempre azul, su atmósfera de continuo apacible, dan por resultado uno de los más bellos cuadros de la naturaleza, lo que en ·parte ha contribuído al brillo y esplendor que esta afor­tunada ciudad dio al Peloponeso y a la Grecia en gene­ral. En vano Micenas quiso emularla con su gloria deun día, obtenida sobre ella merced al influjo de los Pe-

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lópidas cuando sentaron allí sus reales e hicieron de ella una codiciada mansión. Los Pelópidas dieron a Micenas la aurora de su poderío, y Diomedes y Estenelo le die­. ron su ocaso. De allí en adelante, como una viuda que se esconde acongojada en el silencio del olvido cuando nota la ausencia de su dulce amigo por quien era feliz, Micenas se ostena abandonada y sola. Dijérase, al con­templar estas dos ciudades, que Micenas asiste a los fu­nerales de su grandeza, en tanto que Argos, vestida de gala, celebra sus bodas. Argos es, en efecto, todo movi­miento y alegría: sus calles se animan, resucitan con las sentidas armonías de los afamados músicos que, siempre de humor, hacen de la vida una fiesta; las no­tas armónicas que se confunden con los golpes secos y continuos de cinceles que caen sobre el mármol, el rui­do de las gentes de la ciudad, el lenguaje animado y ·cul­to de los argivos, todo en conjunto produce una impre­sión agradable en el oído atento del viajero. En efecto, el cincel de los argivos ha conquistado merecida fama universal: delicado y muy inspirado fue el de Policleto, quien superó al inmortal artista de la Venus de Milo, por las nuevas bellezas que añadió a la naturaleza hu­.mana en tiempo de Pericles. Las estatuas de un Policle­to, de un Praxiteles, que adornan las plazas y jardines de la ciudad, denuncian, por los delineamientos, por las formas aca hadas, por el espíritu, por el sentimiento y por

. el gusfo soberanamente sencillos, el elevado ideal de sus artistas, que sin duda han llegado a la meta de la per­fección. La estatua del ínclito Telesila, colocada sobre . una columna enfrente del templo de Venus; el grupo de · Aperilao, en actitud de dar muerte al espartaco Otría-das; la colosal estatua de la diosa Juno, del maestro Po-

·. licle; y en uno de los templos de Argólida, el grandiosogrupo de Cleobis y Bitón, que arrancan del carro de sumadre Cídipa y la llevan en triunfo hasta el templo deJuno, son altas manifestaciónes de una perfección ini­mitable. "U na estatua greca, dice Taine, es un grantrozo de mármol o de bronce, y una grande estatua está

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casi siempre aislada en su pedestal; no se le puede dar un gusto demasiado vehemente, ni una expresión de­masiado apasionada, como acontece en la pintura, o se acepta en el bajo relieve ; porque el person�j e resultaría afectado, forzado, para hacer efecto, y se correría el ries­go de caer en el estilo de Bernin. Por otra parte, una estatua es sólida,-su torso y sus miembros pesan, se pue­de dar vueltas en torno de ella; el espectador tiene con­ciencia de su masa material; por regla general la esta­tua está desnuda o casi desnuda. La estatuaria se ve, por consiguiente, obligada a dar al tronco y a los miembros una importancia igual a la de la cabeza y a amar la vida material tanto comQ la vida moral. La civilización grie­ga es la única que ha llenado estas condiciones. En este­estado y en esta forma de la cultura, el artista se inter�sa por el cuerpo; el alma no. tiene subordinado a éste, re­ducido al último plano; vale por sí mismo. El especta­dor concede igual valor a las diferentes partes, nobles o no nobles; al pecho que respira poderosamente, al cuello flexible y fuerte, a los músculos que se deprimen o se hunden al rededor de la cadera, a los brazos que lanza­ron el disco, a las piernas y a los pies, cuya enérgica fortáleza lanzará al hombre hacia adelante en la carre­ra o en el sal to.'1

La historia de los orígenes del arte estatuario greco ofrece por cierto un especial interés que bien merece recordarse: a mediados del siglo VII Butades de Sicio­ne tuvo la idea de modelar y de cocer al fuego figuri­tas de arcilla; Roikos y Teodoro de Samos hallan el medio de vaciar el bronce en moldes, y más tarde, Me­las de Chio hace las primeras estatuas de mármol; en­tonces el arte empieza su avance ascendente al través de dos siglos sucesivos, hasta que llega a la perfección después de las gloriosas guerras médicas. Pero para ha­ber alcanzado este resultado final, fue preciso hacer primero el-hombre viviente, es decir, empezar por po­ner en juego sus facultades espirituales de que estaban bien dotados los griegos, templar el alma y la voluntad •.

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inculcándole los ideales más nobles de ·cultura y hacer <lel cuerpo un modelo que debiera copiar fielmente el arte. De ahí su perfección y de ahí t:ynbién el interés que se ponía porque cada griego fuera un sér bello, un héroe, un gigante que supiera luchar, lanzar el disco o 1a lanza, correr a pie o en corro, y sobre todo descollar en la calistécnica Ka'J\,A,unExv¿1ca, o arte de hacer bellos los cuerpos humanos. fenofonte dice que merced a este arte en Esparta se halfan los hombres y las mujeres más bellos de la Grecia. Los espartacos ejercitan las piernas, los brazos, el talle. los hombros, el cuello, en suma, todo el cuerpo, no sólo en la adolescencia, sino durante la vida, y se cuenta que un adolescente censu-. raba a su rival por tener delgado el cuerpo. Las jóvenes tenían también sus gimnasios y se ejercitaban en ejerci­cio3 propios de su sexo. Las fiestas, las ceremonias que se i1acían después de las victorias alcanzadas demanda­ban cuerpos b·ien hábiles y ejercitados: Sófocles danza desnudo el Poeán después de la victoria de Salamina, y anteriormente Paselis danza y arroja coronas en de­rredor de la estatua del filósofo Teodecto. Aristófanes augura bella salud al joven que ame la gimnasia. "Ten­drás siempre el pecho lleno, blanca la piel, anchas las espaldas, grandes las piernas ... vivirás bello y flore­cien te en las palestras; irás a la academia a ponerte a la sombra de los olivos sagrados, junto con una corona de juncos y flores en la cabeza, con un discreto amigo de tu edad, y de tu elección, perfumado por el buen olor del smilax y del álamo lleno de brotes, gozando de la primavera cuando murmura el plátano después del ol­mo." Pero es tiempo de volver de nuevo a Argos, en donde tiene su trono el viejo Agamenón, para conocer­le y saber lo que fue para con la ciudad; una sola frase basta para apreciar en su justo valor al ilustre teucro: fue Agamenón el esplendor de Argos, c@mo lo fue de Roma Augusto.

No lejos de Argos, a cinco cuartos de legua, se le­vanta el hermoso templo de la diosa Juno, al pie del

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Eubea, en una de las pintorescas márgenes por donde corre un riachuelo cristalino. La sencillez y la elegan­cia conciertan con la solidez del recinto de la diosa, del que una sacerdotisa, que se consagra a su servicio desde niñ?, hace de él su 1Uansión y cuida del culto y de las fiestas; sí, de las fiestas que se celebran en honor de aquella divinidad, a las que asisten gentes de todas par­tes, siendo digno de memoria sobre todo el desfile de sus procesiones: adelante rompen la marcha parejas de bueyes adornaélos con guirnaldas, los que van destina-· dos al sacrificio; en seguida el brillante cortejo de jó-

. ve_nes argivos, lujosamente ataviados con ricos vestidos y armaduras refulgentes, danzando y cantando, prece­den a la sacerdotisa y, por último, ésta cierra el desfile con su elegante carro, tirado de dos bueyes más blancos que la nieve. i Qué bello espectáculo! Cualquiera, al verle, creería estar en Samos en uno de los fastos días 1de Polícrates, y ver en cada uno de aquellos jóvenes a·Hibico y Anacreonte, que ordenan las fiestas y compo­nen los versos y la música; a Cleóbulo, el de los bellos ojos de virgen; a Smérdies, el de los abundantes cabe­llos rizados; a Batilo, el mágico flautista de las diosas.·

A una cort� distancia de Argos está una antiquísima ciudad, que es uno de los monumentos de mayor auto­ridad entre los griegos: ésta es Tirinto, la de las bruta­les murallas que no dieron puertas al arte, y en las que el cincel se sintió como empequeñecido ante el poder de la materia.

Una de las ciudades que suele ser visitada con ma­yor frecuencia y con legítimo placer, es Epidauro: des­pués de haber dejado atrás, en pocas horas, los azules horizontes de Tirinto, el viajero siente una grata impre-. sión ante la perspectiva del cuadro halagador que se di­buja de lejos: nuevas brisas, nuevos horizontes, nuevos pueblos, un mar que brilla como un espejo con la luz solar, y además un cielo de vida es lo que aparece y for­ma en la lejanía el contorno confuso del paisaje, que se va desenvolviendo a medida que se aproximan las]

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distancias y se aprecian los lugares y las cosas: Hermio­ne y Trezen a un lado, y, costeando el mar, el risueño golfo donde está edificada Epidauro; y enfrente la isla de Egina, célebre por la religiosidad con que ha sabido guardar las pintorescas ruinas de su templo de Minerva.

Epidauro es un monumento muy apreciado, sobre todo d.e ]os enfermos que van a visitar el templo de Es­culapio en bus�a de salud, y la generosa -acogida de sus hospitalarios habitantes es sin duda lo que más ha influí­do para que los peregrinos la miren como a su ciudad natal. Con dificultad se logra ver bosques tan hermo­sos y amenos como los perfumados que rodean el tem­plo de Esculapio. Allí, en aquel sagrado recinto, surge imponente de oro y de marfil la magistral estatua de Trasimedo de Paros. El dios está sentado en el trono con un perro a sus pies; tiene un palo en una m'ano y alarga la otra sobre una serpiente que está en actitud de enderezarse para tocarle, y sobre el trono están las hazañas de los héroes.

Después de Nemea, famosa por los juegos que cele­bra en honor de Júpiter, y que presentan igual interés al de tos olímpicos, es preciso, para completar esta pá­gina sbbre Grecia, entrar a ta soberbia Atenas.

El fondo del valle, dice un afamado geógrafo, y las · hoyas lacustres de la Grecia oriental, y sobre todo su posición esencialmente peninsular entre el golfo de Co­rinto, el mar de Egina y el largo canal de Eubea, hacen de esta región la más viviente de la Grecia; es la co­marca histórica por ·excelencia y la cuna de las sober­bias ciudades de Tebas, Atenas y Megara. En efecto, la Grecia oriental es una región ideal, paradisíaca, toda vida, amor y fuego; es el emporio de la civilización greca y �1 arca sagrada de las grandes conquistas inte­lectuales. La Beocia y la Atica es lo más valioso e im­portante que posee, y aunque exista entre las dos el contraste, no por eso se aminora la unidad del·conjun­to que encadena la bell€za física de la Beoda con la be­lleza moral e intelectual de la Atica. Beocia, por la be-

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lleza de su suelo, rivaliza con la Argólida; es un soñado-oasis. La Atica sublime, en cambio, no admite rival,porque ella se basta, no hay grandeza greca que le su­pere, ni acaso que le iguale; es una constelación de so-, les que ilumina sus propias glorias. La Atica es árida, la tierra se ha desmoronado; una débil capa de tierravegetal cubre los terrados de sus rocas, sus valles seabren libremente hacia el, mar; la piedra áspera y des­nuda, un cielo puro pinta sus montañas de variados ma­tices y el agua azul del mar Eg-eo la qaña en su base;la península se prolonga hacia el lugar de las olas y ter­mina en la cadena de las Cíclades. Se respiran brisasfrescas de una atmósfera excelente: las brisas de Ate­nas, las dulces y clementes brisas atenienses que inspi­raron felizmente a Eurípides este precioso canto: "i Ohvosotro7, desc�ndientes de Erect_ro, fel�ces desde la an­tigüedad, hijos queridos de los dioses bienaventurados!Cultiváis en vuestra sagrada patria y. jamás conquista­da, la gloriosa sabiduría como un fruto de vuestro sue­lo, y marcháis constantemente con una dulce satisfac­ción en el éter resplandeciente de vuestro cielo, dondelas nueve sagi.adas musas de Pieria nutren la Harmo­nía, vuestra hija común, entre lazos df? oro. También sedice que Cipria, la diosa, ha sacado de las olas del Hi­·sus bellas ondulaciones, y que las ha repartido por elpaís bajo forma de céfiros dulces y frescos, y que siem­pre la seductora beldad, coronándose de rosas perfu­madas, envía los amores para que se junten con la ve­nerable sabiduría y para sostener las obras de la vir­tud." Atenas, el centro de la civilización griega, la joyamás preciada de la Grecia, el ideal de los artistas, la ins­piración de los poetas, la madre de la filosofía, de la elo­cuencia; de la historia, de las leyes, del arte y de la cien­cia en general, la regia Atenas del período ático, es hoydía más bien un sombrío recuerdo que no una realidad.Sus ruinas milenarias devoran con ojos voraces la so­ledad y el silencio del augusto camposanto. Causan pa­vor y espanto el contemplarlas; el corazón se siente

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comprimido y el alma quiere llorar.¿ Por qué se le fla­gela con tan bárbaro rigor? ... ¿ Es acaso culpable paraque los dioses la abandonen ? . . . i Nada se sabe ! ...¡ Todo es misterio! ... Sólo un lejano remedo de v<;>zhumana trae el viento cuando invade el silencio de laAcrópolis y pega en los flancos de los derruídos monu­mentos. ¿ Es acaso el viejo Solón que legisla, o Demós­tenes que hace vibrar la tribuna, o b1en es el divinoSócrates que enseña, o Platón y Aristóteles que fíloso­fan ? ... Nada se escucha con precisión, y otras vecescon tal obsesión de sentidos parece que los sonidos ylas voces vienen del. soberano recinto de Minerva, oson los coros del teatro de Esquilo, Sófocles y Eurípi­des en Coéforas, Edipo Rey y Andrómaca. La miradadel viajero que recorre todas aquellas ruinas se fija pormás tiempo y con mayor interés en el Partenón, la obraprincipal de la arquitectura griega y de la antigüedad.Aunque hecho casi jirones por las bombas de VinicioMorosini, sin emb'.lrgo le es dado al viajero apreciar elestilo dórico de las elegantes columnas de los Propi­leos, las líneas ligeramente curvas; la gracia, la delica­deza, la divinidad de lo sobrio, su rica bo_rdadura y or­namentación; la finura del mármol; sus bellos fronto­nes, que representan, respectivamente, el nacimiento deMinerva y la disputa que tuvo con Neptuno; sus frisosdecorados de bajos relieves; y, en fin, en el interior laestatua griso-elefantina, de oro y de marfil, de la diosaMinerva, la más pura de las diosas, la hija del pensa­miento divino, grave, silenciosa, altiva.

"Entregado a si mismo, dice Taine, el templo griegopermanece y subsiste; se mantiene en su firme asiento;su misma masa le consolida en vez de quebrantarle. Sen­timos el equilibrio estable de sus divinos miembros, por-

ue el arquitecto ha manifestado la estructura interna�or las exterioridades visibles, y I_as líneas que �alagana la vista con proporciones armo1:11osas, son precisamen­te las líneas que contentan la inteligencia con promesasde eternidad. Añadid a este aspecto de f

3erza.su aire de

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facilidad y de elegancia ; el edificio griego nó se propo­ne solamente durar como el edificio egipcio. No está como agobiado bajo el peso de su materia, a semejanza de un Atlas obstinado y obeso: se desarrolla, se desplie­ga, se yergue como un bello cuerpo de Atleta, en que el vigor concuerda con la forma y la serenidad. Conside- · rad también su ornamentación, los troqueles que deco­ran su arquitectura, los remates de oro, las cabezas de león que bullen a pleno sol, los filetes, y, a veces, los es­maltes que serpentean en sus capiteles; el revestimento de bermyllón, de minio, de ázul, de ocre pálido, de ver­de, de todos los tonos vivos o tenues que, mezclados y opuestos como en Pompeya,,dan al ojo la sensación de

. la sana y franca alegría meridional. Contad, en fjp, los bajos relieves, las estatuas de los frontones, los espacios entre los triglifos, los frisos, sobre todo la efigie colosal de la cela interior, todas las escúlturas de mármol, de· oro, de marfil, todos estos cuerpos heroicos o divinos, que presentan a los ojos del hombre las imágenes per­fectas de la fuerza viril, de lf!. perfección atlética, de la virtud militante, de la nobleza sencilla, de la serenidad inalterable ... "

El inmortal Fidias, el insuperable artista de la Ve­nus de Milo, es el alma de estas grandiosas maravillas. En"estas obras el artista ha dejado, si cabe decirló, sú vida, su calor, su inspiración y su ingenio; y puede ase­gurarse que por ellas llegó a la meta de la perfección artística.

Al lado de esta augusta ruina se levantan otros mo­numento� menos bellos, pero no menos importantes, que datan también del gran período del arte: la capilla de la Victoria sin alas, el Erecteón, el templo de Teseo, uno de los más bellos y el mejor conservado que resta de la antigüedad, y el bosque de columnas llamado la mag­nificencia del templo de Júpiter, en el que los atenien­ses emplearon setecientos años en construírlo. En más -0.e un paraje de la ciudad antigua aparecen huellas casi extintas de edificios y jardines, que interesan tanto como

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INSTRUCTOR DE TERCERA PROBACIÓN

el recuerdo de sus hombres ilustres: el palacio de Alci­

bíades, la casita de Sócrates, el jardín donde enseñaba

Platón, y también la tribuna de piedra desde donde ha­blaba Demóstenes, y la roca donde tenía s� residencia el tribunal que juzgó a Sócrates. ,El interés histórico de estos monumentos es análogo al que despierta el resto de la Atica, sea que se visiten las ciudades de Eleusis, o Megara, sea que se hayan recorrido los campos de Ma­ratón o las riberas de 1a isla de Salamina. Pero tiempo es ya de cerrar esta página: el ocaso llega a su fin, eltris­

te Himeto enlutece con las sombras nocturnales aquel cuadro de dolor, la magna Atenas no es ya sino un ca­

dáver, envuelta en el sudario de sus ruinas; Itálica re­surge de la tumba, y, como dos hermanas compañeras de un mismo destino y de una misma pena, se abando­nan en.manos de la sombra a su duelo y orfandad.

LU.IS ALBERT� CASTELLANOS Colegio del Rosario: 1915.

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......_ EL INSTRUCTOR DE TERCERA PROBACION

ESCULTOR· DE SANTOS (1)

AL ILUSTRE DOCTOR FÉLIX SARDÁ Y SAL VANY (2)

El martillo en una mano Y en la otra mano el' cincel, Míra, Félix, míra en él Un Fidias, un Muns, un Cano.

Su vida es ser escultor, Y es artista tan profundo Que parece vino al mundo A hacer santos por mayor.

Estatuas en su taller Todo el año piden que haga Los colegios de Oonzaga, Las misiones de Javier;

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