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Revista de Historia Económica Año VI Primavera-Verano 1988 N." 2 VAzouEZ DE PRADA: Minería y metalurgia en la Europa Moderna COATSWORTH: La historiografía económica de México - CAMINO y FERNANDEZ BOLLO: La matematización de la economía - GERMÁN: Aragón invertebrado, 1830-1930 - TENA: La in- dustria de material eléctrico en España DEBATES Y CONTROVERSIAS: RINGROSE - MALUQUER DE MOTES: COLL NOTAS: NÜÑEZ: La electrificación de la periferia RECENSIONES Centro de Estudios Constitucionales

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Revista de Historia Económica

Año VI Primavera-Verano 1988 N." 2

VAzouEZ DE PRADA: Minería y metalurgia en la Europa Moderna COATSWORTH: La historiografía económica de México - CAMINO

y FERNANDEZ BOLLO: La matematización de la economía -GERMÁN: Aragón invertebrado, 1830-1930 - TENA: La in­

dustria de material eléctrico en España

DEBATES Y CONTROVERSIAS: RINGROSE - MALUQUER DE MOTES:

COLL

NOTAS: NÜÑEZ: La electrificación de la periferia RECENSIONES

Centro de Estudios Constitucionales

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CONSEJO DE HONOR

Lucas Beltrán Rondo Cameron Antonio Domínguez Ortiz

Román Perpiñá Grau Manuel Tuñón de Lara Fierre Vilar

CONSEJO ASESOR

Rafael Anes Antonio-Miguel Bemal Albert Broder Francisco Bustelo Germán Carrera Damas Pedro Carvalho de Meló John Coatsworth Roberto Cortés Conde Josep Fontana José Luis García Delgado Ángel García Sanz Richard Herr Miquel Izard Herbert Klein Enrique Llopis Jordi Maluquer de Motes Carlos Maricbal Carlos Martínez Shaw

Manuel Moreno Fraginals Jordi Nadal Marco Palacios Jordi Palafox Vicente Pérez Moreda Christopher Platt Jaime Reis Juan Rial David Ringrose Felipe Ruiz Martín Nicolás Sánchez-Albornoz Pedro Schwartz Ignacio Sotelo Caries Sudriá Pedro Tedde de Lorca Gianni Toniolo Jaume Torras Vera Zamagni

Director: Gabriel Tortella Casares

Secretario: Francisco Comín Comfn

SECRETARIA DE REDACCIÓN

Mercedes Cabrera Sebastián Coll Martín Pablo Martín Aceíia

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Revista de Historia Económica Año VI Primavera-Verano 1988 N.° 2

Centro de Estudios Constitucionales

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CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

La correspondencia con la REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA debe dirigirse a la Secretaría de la misma:

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NORMAS PARA EL ENVIÓ DE ORIGINALES

1. £1 original y dos copias de cada texto se enviarán a Revista de Historia Económica, c/ Serrano, 23, 28001 Madrid.

2. Los trabajos de investigación y demás textos irán mecanografiados a doble espacio y no podrán exceder de 30 páginas (10.000 palabras), inclui­dos cuadros, gráficos y mapas. Cada texto deberá ir precedido de una página que contenga el título del trabajo, el nombre del autor o autores, dirección completa, teléfono y número del D.N.I., así como un breve resumen del trabajo de aproximadamente 150 palabras.

3. El texto y símbolos que se desee aparezcan en cursiva deberán ir sub­rayados y los que se desee en negrilla, con subrayado doble.

4. Las referencias bibliográficas irán al final del trabajo bajo el epígrafe Bibliografía, ordenadas alfabéticamente por autores y siguiendo siempre el orden: apellido (en mayúsculas), nombre (en minúsculas) del autor, año de publicación (entre paréntesis, y distinguiendo a, b, c, en caso de que el mismo autor tenga más de una obra citada en el mismo año), título del artículo (entre comillas), o del libro (subrayado), título de la revista a que pertenece el artículo (subrayado), lugar de publicación (en caso de libro), editorial (en caso de libro), número de la revista y, finalmente, páginas (pp. xxx).

5. Las notas a pie de página irán numeradas correlativamente en caracteres árabes y voladas sobre el texto. Todas las notas se incluirán al final del texto e irán a espacio sencillo. Las referencias bibliográficas se harán citando el apellido del autor o autores (en minúsculas), y entre parén­tesis el año y, en su caso, letra que figure en la lista Bibliografía, y en su caso, las páginas de la referencia.

6. Se evitará en los trabajos un número excesivo de citas textuales que, en todo caso, si exceden de dos líneas irán a un solo espacio y con már­genes a ambos lados, distintos a los del texto principal. Por otra parte, en las citas textuales los intercalados que introduzca el autor del trabajo deberán ir entre corchetes, para distinguirlos claramente del texto citado.

7. Los cuadros, gráficos y mapas incluidos en el trabajo deberán ir nume­rados correlativamente y deberán ser originales, evitando reproducir in­formación que sea fácilmente accesible o publicada en obras recientes. Cada cuadro, gráfico o mapa deberá tener un breve título que lo identi­fique y deberá indicar claramente sus fuentes. Los gráficos y mapas de­berán ir en papel vegetal.

8. La Secretaría de Redacción de la Revista de Historia Económica acu­sará recibo de los originales en el plazo de quince días hábiles desde su recepción, y el Consejo de Redacción resolverá sobre su publicación en un plazo no superior a cinco meses. Esta resolución podrá venir con­dicionada a la introducción de modificaciones en el texto original.

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NORMAS PARA EL ENVIÓ DE RECENSIONES DE LIBROS

1. Se enviarán dos copias de cada recensión a Revista de Historia Económica, c/ Serrano, 23, 28001 Madrid. Al final de la recensión, los autores incluirán su nombre y dirección completos, teléfono y número del D.N.I.

2. Las recensiones se remitirán mecanografiadas a doble espacio y no lle­varán notas a pie de página. Cuando se incluyan referencias bibliográ­ficas, éstas irán entre paréntesis en el texto de la recensión.

3. El encabezamiento de las recensiones seguirá el siguiente orden: nombre (en minúsculas) y apellido (en mayúsculas) del autor o autores del libro, título del libro (subrayado), lugar de publicación, editorial y año de pu­blicación. Se hará notar si el libro incluye bibliografía e índice (de auto­res o materias), así como el precio, si es posible.

4. La Secretaría de Redacción de la Revista de Historia Económica acusará recibo de la recensión y resolverá sobre su publicación a vuelta de correo.

5. En los demás extremos, se observarán las normas que rigen para el envío de artículos originales.

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COLABORAN EN ESTE NUMERO

VALENTÍN VÁZQUEZ DE PRADA. Catedrático de Historia Moderna y Vicedecano en la Fa­cultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra. Ha sido colaborador en el Centre National de la Recherche Scientifique (VI Section: Sciences Econo-miques et Sociales), con Fernand Braudel. Visiting Professor en la Eastern Illinois University. Actualmente, miembro del Comitato Scientifico y de la Giunta Esecu-tiva del Instituto Internazionale di Storia Económica «Francesco Datini», de Prato. Autor de varios libros, entre los que destacan Lettres marchandes d'Anvers, 4 vols.; Historia económica mundial, 2 vols. (7.' ed., 1983), e Historia económica y social de España (siglos XVI y XVII), así como casi medio centenar de artículos.

JOHN H . COATSWORTH. Profesor de Historia y de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Chicago. Es autor de numerosos trabajos sobre Historia Econó­mica latinoamericana y mexicana; en particular. Crecimiento contra desarrollo. El impacto económico de los ferrocarriles en el Porfiriato. Está terminando una Historia Económica de México.

CARLOS CAMINO MUÑOZ. Fue Profesor del Departamento de Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid entre los años 1982 y 1987. Realizó su tesis doctoral sobre el tema «La especialización internacional de la In­dustria Española». En la actualidad trabaja en la Dirección General de Relacio­nes Exteriores de la Secretaría General del Consejo de las Comunidades Europeas.

EDUARDO FERNANDEZ BOLLO. ES antiguo alumno de la Escuela Normal Superior de París. Se especializó ^n Epistemología de las Ciencias Sociales. En la actualidad es Profesor Agregado de Filosofía en la Escuela Normal Superior de París.

LUIS GERMÁN ZUBERO. Profesor Titular de Historia e Instituciones Económicas, ads­crito al Departamento de Estructura e Historia Económica de la Universidad de Zaragoza, de cuyo equipo de gobierno forma parte como Vicerrector de Extensión Universitaria y Relaciones Institucionales. Especializado en Análisis Regional. En­tre sus publicaciones se encuentra Aragón en la II República. Estructura econó­mica y comportamiento político (1984).

ANTONIO TENA JUNGUITO. Imparte estudios en el European University Institute (Flo­rencia). Desarrolla la tesis doctoral sobre «Comercio Exterior y crecimiento eco­nómico en España e Italia, 1890-1935». Sus últimos trabajos se han referido a la fiabilidad de las estadísticas de comercio exterior en España e Italia.

GREGORIO NÜÑEZ ROMERO-BALMAS. Profesor Titular de Historia Económica. Ha pu­blicado La minería alpujarreña del plomo, La electricidad en Andalucía y Los tranvías de Granada.

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S U M A R I O

PANORAMAS D E HISTORIA ECONÓMICA

VALENTÍN VÁZQUEZ DE PRADA: U coyuntura de la minería y de la meta­lurgia europeas (Siglos XIII-XVIII) 257

JOHN H. COATSWORTH: La historiografía económica de México 277

ARTÍCULOS

CARLOS CAMINO MUÑOZ y EDUARDO FERNANDEZ BOLLO: Orígenes y problemas teóricos de la matematización de la economía en el sigfo XIX 295

LUIS GERMÁN ZUBERO: Aragón invertebrado. Atraso económico y dualismo in­terno (1830-1930) 311

ANTONIO TENA JUNGUITO: Importación, niveles de protección y producción de material eléctrico en España (1890-1935) 341

DEBATES Y CONTROVERSIAS

DAVID R. RINGROSE: Poder y beneficio. Urbanización y cambio en la historia. 375 JORDI MALUQUER DE MOTES: /Ugunas puntualizaciones sobre *Catalunya,

la fábrica d'Espanya» 397 SEBASTIAN COLL: Puntualizaciones a unas puntualizaciones 403

NOTAS

GREGORIO NUÑEZ ROMERO-BALMAS: U electrificación de la periferia ... 409

RECENSIONES

ÁNGEL ESPARZA ARROYO: LOS castros de la Edad del Hierro del Noroeste de Zamo­ra Por J. A. Alvarez Vázquez 421

L. MARTÍNEZ GARCÍA: El Hospital del Rey de Burgos. Un señorío medieval en expansión y crisis (siglos XIII-XIV) Por Miguel Santamaría Lancho 424

HILARIO CASADO: Señores, mercaderes y cam­pesinos. La comarca de Burgos a fines de la Edad Media Por Alberto Marcos Martín 428

J. LÓPEZ-SALAZAR PÉREZ: Mesta, pastos y con­flictos en el Campo de Calatrava (si­gfo XVI) Por Miguel Ángel Melón 433

I. ATIENZA HERNÁNDEZ: Aristocracia, poder y riqueza en la España Moderrta. La Casa de Osuna, siglos XVI-XIX Por Bartolomé Yun Casalilla 438

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ENRIC MATEU TORTOSA: Arroz y paludismo. Riqueza y conflictos en la sociedad veden-ciana del siglo XVIII Por

JuAK FRANCISCO ZAMBRANA PINEDA: Crisis y modernización del olivar Por

J. R. GARCÍA LÓPEZ: LOS comerciantes banque­ros en el sistema bancario español. Estu­dio de casas de banca asturianas en el si­glo XIX Por

ALFONSO DE OTAZU: LOS Rothschild y sus so­cios en España (1820-1830) Por

JESÚS RUVALCABA MERCADO: Agricultura in­dia en Cempoala, Tepeapulco y Tulancin-go Por

IAN M . DRUMMOND: The Gold Standard and the International Monetary System, 1900-1939 Por

JoSEP M. CoLOMER: El Utilitarismo. Una teo­ría de la elección racional Por

G. HiMMELFARB; The New History and the Oíd. Criticd Essays and Reappraisals. Por

Vicente Pérez Moreda

James Simpson

María José Álvarez Arza

Guillermo Gortázar

442

450

453

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Pedro Pérez Herrero

Pablo Martin Aceña

Carlos Rodríguez Braun

Ezequiel Gallo

458

462

464

467

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PANORAMAS DE HISTORIA ECONÓMICA

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LA COYUNTURA DE LA MINERÍA Y DE LA METALURGIA EUROPEAS (Siglos XIII-XVIII)*

VALENTÍN VÁZQUEZ DE PRADA Universidad de Navarra

1. Planteamiento de la cuestión

Resulta, sin duda, excesivamente atrevido el tratar de esbozar la coyun­tura de la minería y la metalurgia europeas durante más de cinco siglos. La variabilidad de la producción y las vacilaciones de la demanda, impuestas por razones políticas, tecnológicas y económicas, hacen la empresa muy di­fícil. Un recurso, casi imprescindible, es el de soslayar la producción de aquellos metales menos significativos, a la vez que intentar ofrecer una pers­pectiva general que recoja los grandes trazos de la coyuntura.

Siguiendo estas pautas, nos centraremos en los metales más sujetos al comercio internacional; esto es, la plata y el cobre (y sus aleaciones) en pri­mer lugar. La coyuntura de la industria del hierro y sus derivados, por estar su producción muy dispersa y menos monopolizada que la plata y el cobre, se nos aparece insegura y desvaída; situación distinta sería el siglo xviii, y aun los finales del xvii, para los cuales ya contamos con mercados más estables y cifras de comercialización más exactas.

A medida que se multiplican los trabajos de investigación sobre el tema (y citaremos, por referirnos solamente a planteamientos colectivos, desde los «Kolner KoUoquien» patrocinados por el Prof. Kellenbenz)', siguiendo por la ponencia sobre metales preciosos en el Congreso Internacional de San Francisco , hasta el Symposium de Ettlingen', parece confirmarse la exis­tencia de dos grandes momentos, o si se quiere de dos altas coyunturas, en la minería y metalurgia europeas, desde la Edad Media hasta la llamada

* Este trabajo, debidamente retocado para acomodarlo a la publicación en la REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA, recoge la exposición, que presenté como Relatare de la sec­ción VI de la Diciottesima Settimana di Studio del Istituto di Storia Económica «Fran­cesco Datini», de Prato, sobre Miniere e Mettalurgia (secoli XIII-XVIII), celebrada en­tre el 11 y 15 de abril de 1986.

• Kellenbenz (1974, 1977). ' Kellenbenz (1981). ' Kroker y Westermann (1984).

Revista de Historia Económica 257 Año VI. N.» 2 - 1988

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VALENTÍN VÁZQUEZ DE PRADA

Revolución Industrial, que ya habían sido intuidas hace unos años por John U. Nef*. El primer gran período de desarrollo alcanza, aproximadamente, desde finales del siglo xii hasta comienzos del xiv; el segundo se extiende de mediados del siglo xv hasta comienzos del xvii. El núcleo de este último —que será el que atraiga más especialmente nuestra atención— lo consti­tuye el espacio de tiempo comprendido entre mediados del xv y mediados del XVI y radica sobre todo en el Imperio Germánico y países vecinos.

Naturalmente esta periodización surge de una visión general de la mi­nero-metalurgia europea, que está más unificada de lo que a primera vista pudiera parecer. Investigaciones recientes han revelado que la producción de plata estaba muy estrechamente conectada con la del cobre y plomo. El complicado proceso de Saiger, esto es, la licuación de mineral de cobre ar­gentífero mezclándolo con plomo a elevadas temperaturas para después separar el plomo de la plata por copelación, procedimiento que se descubre hacia mediados del siglo xv en Turingia, permite extraer plata'. De ahí que la producción de los tres importantes metales mencionados siga una línea ho­mogénea, y que las oscilaciones coyunturales que pueden diferenciarlos sean debidas a factores que afecten a un determinado metal. Con todo, si dis­tinguiéramos entre los diversos metales o nos ciñéramos, desde un punto de vista geográfico, a regiones concretas, el cuadro tendría que ser necesa­riamente más complejo, diverso y matizado. Pero lo que aquí se trata es de intentar precisar y fijar las circunstancias que pudieron influir en los grandes cambios de coyuntura de la actividad minero-metalúrgica en general, aun cuando nos cuidaremos de señalar aquellos casos particulares que se presen­tan como significativos.

Una primera constatación es la de que coyuntura minera y coyuntura económica general suelen ser coincidentes. En efecto, si se considera aten­tamente los dos grandes períodos de alta actividad minero-metalúrgica seña­lados, se verá que se corresponden con la evolución de la coyuntura econó­mica europea. No es de extrañar, pues la producción, tanto de metales pre­ciosos y monetarios como la de los útiles, es un factor esencial en el desen­cadenamiento de la actividad económica en la época pre-industrial. Ha de tenerse también en cuenta que la tecnología, que en este período es funda­mental para el progreso minero-metalúrgico, está muy condicionada, en su aplicación, por la rentabilidad de las inversiones y por las posibilidades fi­nancieras. Demanda, tecnología y finanzas son tres elementos que juegan recíprocamente en el desarrollo minero-metalúrgico.

Habría que matizar, con todo, el comportamiento coyuntural de la acti-

* Nef (1941 y 1952). ' Sühling (1976). Para este prcxreso técnico puede también consultarse a C. S. Smith

(1981), en Kranzberg y PurseU (1981), I, pp. 167-168.

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LA COYUNTURA DE LA MINERÍA Y DE LA METALURGIA EUROPEAS

vidad concerniente a minerales y metales ferrosos, que se ajusta menos a las grandes variaciones de los mercados internacionales, e incluso al progreso técnico, en razón de las especiales características de su estructura y de los condicionamientos de una oferta local (tengamos en cuenta que había hierro en numerosos lugares) y, por tanto, mantiene una demanda más constante. Por el contrario, entre los metales no ferrosos, la plata, como principal recur­so monetario, se halla muy influida por la política estatal, la balanza de pagos y los vaivenes del comercio internacional e intercontinental'. Por otra parte, tanto por estas razones como por la mayor complejidad en los procesos de extracción y de refinación, la plata estuvo generalmente sometida a ten­dencias monopolistas; y al estar, como acaba de decirse, la producción del metal blanco en estrecha interdependencia de la del cobre, y, desde el si­glo XV, también del plomo, influía en buena medida sobre la de estos dos metales.

2. La primera alta coyuntura minera (finales del siglo XII a comienzos del XIV)

El desarrollo de la industria minera y metalúrgica en la segunda mitad del siglo XII se produce con el paso de una economía rural a otra urbana. El crecimiento de la población, y con ella, de una serie de necesidades, que en buena parte satisfacen los intercambios mercantiles, invitan a la prospec­ción minera y a realizar inversiones en este sector. A fines del siglo xii se descubren las ricas minas de plomo argentífero de Freiberg y otras, en Sa­jorna, y hacia 1290 las de Kutná Hora (Kuttemberg), en Bohemia, y otras en Silesia, Hungría, Serbia y Bosnia'; y se siguen explotando, con renovada intensidad, las ya conocidas de cobre, plata y plomo en Estiria, el Harz, Selva Negra y Alsacia. Aun cuando aún no se ha precisado su verdadero alcance, la producción de plata checa (la de Kutná Hora, especialmente) tuvo un papel determinante en la circulación mercantil y monetaria de Occidente hasta el primer tercio del siglo xiv y avivó la actividad financiera de los mercados italianos y flamencos, por mediación de los comerciantes de Ale­mania meridional'. En Inglaterra es éste también el gran momento de explo­tación del plomo del Derbyshire y del estaño de Devon y Cornualles'.

Las minas de hierro no estaban tan concentradas como las de los mine­rales no ferrosos, pero la creciente demanda de hierro hizo prosperar su

' KeUenbenz (1981), p. 327; Braudel y Spcxiner (1967), pp. 654 y ss. ' Kovacevic (1960); Circovic (1981). ' Janacek (1973), pp. 253-254. ' Hatcher (1970); Gouch (1967), y, sobre todo, Hatcher (1973).

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VALENTÍN VÁZQUEZ DE PRADA

extracción y fundición en Estiria y Carintia "•, en el País Vasco", y en me­nor proporción, en Hungría ' , Suecia " y Westfalia, todas ellas regiones ex­portadoras hacia las zonas más pobladas y civilizadas de Italia, norte de Francia y los Países Bajos. No es que en estas regiones no existiera mineral de hierro, pero el importado sirvió de complemento para el propio. En la Selva de Dean, en Inglaterra ' , en Champaña, Lorena ", el Delfinado y en el Piamonte existían también explotaciones cuyo hierro dulce se enviaba a otros lugares más o menos próximos para satisfacer las necesidades de una industria artesanal secundaria. Las fluctuaciones, al menos a corto pla­zo, de esta industria son más difíciles de seguir, porque, a diferencia de las concernientes a la plata o al cobre, como ha sido señalado, estaban más liga­das a una demanda regional, y las condiciones sociales y económicas de su comercialización imponían a su desarrollo o contracción un margen más res­trictivo '*.

Desde el primer tercio del siglo xiv este rápido progreso general de la actividad minera, que había afectado a varias generaciones, tocó a su fin. En Bohemia y Hungría, en Sajonia y el Harz, en Alsacia y Devon algunas de las minas más productivas en metales argentíferos habían llegado a ago­tarse, o más bien, a tener que abandonarse por no ser rentables. En unos casos se estaban explotando a tal profundidad que se encontraban crecientes dificultades para drenar las aguas invasoras y no se veía el modo de apun­talar con seguridad las paredes de las galerías. En otros, como era el caso de los yacimientos de plomo argentífero de Inglaterra, el proceso de trata­miento secular de unos minerales pobres, y cada vez más escasos, era inca­paz de aprovecharlos en forma rentable ". La insuficiente producción de las minas de plata ha sido puesta de relieve por John Day, entre otros síntomas, por la escasa actividad de las cecas, lo que causó perturbaciones al comercio y a la actividad económica en esa «gran depresión» de finales de la Edad Media ".

El declive minero no fue, ciertamente, general. La minería de plata—y también de otros metales— en Serbia y Bosnia se mantiene en un punto alto en el siglo xiv y durante la primera mitad del xv, y el metal precioso.

" Sperl (1984). " Sprandel (1968) —que ha reunido las escasas noticias al respecto—, pp. 95-101;

García de Cortázar (1966), pp. 123-148. " Hechkenart (1967 y 1968). " Svanidze (1981), pp. 431-435. '* La obra clásica es la de Schubert (1957). " Girardot (1970); Braunstein (1984). '* Sprandel (1968), pp. 279 y ss.; Bautier (1960), pp. 7-15. " Blanchard (1984), p. 179. " Day (1978), pp. 36-39.

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LA COYUNTURA DE LA MINERÍA Y DE LA METALURGIA EUROPEAS

por mediación de los comerciantes de Ragusa, llegaba sobre todo a Vénc­ela ". Ello permitiría a los venecianos mantener su vitalidad comercial.

¿Cuáles han podido ser las causas de este declive minero? ¿Cuáles los fac­tores que produjeron este cambio de coyuntura? Algunos han querido verlos en el reflejo de las perturbaciones, sobre todo demográficas, pero también sociales, económicas y políticas, que afectan a la centuria. La epidemia de Peste Negra ocasionó grandes estragos, con repercusiones bien conocidas en el orden social y económico. Hubo cambios también en la estructura de la demanda y alteraciones en las grandes corrientes comerciales, entre el noreste y el noroeste, y, sobre todo, entre norte y sur, entre el Báltico y Alemania septentrional y el Mediterráneo *. Las guerras entre Francia e Inglaterra son más frecuentes y devastadoras, mientras que convulsiones, como las provo­cadas por la revolución hussita, arruinaron la minería bohemia, que llegaba a proporcionar hasta el 40 por 100 de la producción total de plata europea.

Para otros, sin desechar el influjo de los factores anteriormente descri­tos, serían esencialmente limitaciones tecnológicas. A mediados del siglo xiv se había llegado a un techo del que sólo el progreso tecnológico podía sacar a la minería centroeuropea. Ahora bien, ¿esta incapacidad temporal de la tecnología no estaría, a su vez, condicionada por el propio mecanismo de la economía europea, que desaconsejaba o no permitía fuertes inversiones mi­neras en Centroeuropa? De todos modos, el descenso de la producción total de los metales monetarios debió tener efectos mayores de los normales en una economía de intercambios bastante limitada y fundamentalmente centrada en Europa. Otra cosa muy distinta hubiera sido un siglo más tarde, cuando se desarrolló una auténtica economía internacional.

3. El gran momento de 1450 a 1580

A mediados del siglo xv parecen concertarse nuevamente una serie de circunstancias para suscitar un desarrollo económico general, dentro del cual ocupan un lugar esencial la minería y la metalurgia. La población crece a ritmo más rápido; en las cortes principescas italianas, primero, y pronto en las del resto de Europa, surgen una serie de necesidades suscitadas por el llamado «espíritu renacentista» que comienza a alborear; se desarrollan los grandes Estados nacionales, con poderosos ejércitos y flotas, y las guerras requieren armas y metales preciosos. Comienza también la gran expansión ultramarina de los pueblos ibéricos, y con ella nuevas posibilidades apro-

" Kovacevic (1960). " Miskimin (1975), cap. IV.

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VALENTÍN VÁZQUEZ DE PRADA

vechadas por generaciones activas de empresarios, técnicos y banqueros. Sur­ge entonces un nuevo período de explotaciones generalizadas de filones mi­neros, de aplicación de nuevos procedimientos tecnológicos, que irán en ritmo creciente durante el siglo xvi y, con altibajos y variaciones regiona­les, proseguirán durante una parte del xvii.

Sobre todo entre los años de 1470 y 1540, la demanda de metales pre­ciosos para la acuñación y para el sostenimiento de los conflictos militares llega a un punto seguramente nunca alcanzado hasta entonces. £1 consumo interno y la exportación a lugares distantes (para equilibrar el comercio con el Este, y también con África) serían un vigoroso incentivo para una pro­ducción creciente y para un comercio de metales enormemente dinámico.

Esta segunda etapa de florecimiento, centrada en el siglo xvi, aparece con modalidades diferentes de las anteriormente señaladas. La fiebre minera tiene un carácter capitalista y monopolista, estimulado por unos monarcas y príncipes más poderosos y con mayores necesidades: puede advertirse un cambio estructural en la explotación y en el comercio minero-metalúrgico. Las formas de organización y de financiamiento de las antiguas comunida­des mineras no parecen ya apropiadas para la explotación intensiva, que exige un continuo progreso técnico y crecientes costos de inversión. Se hacían ne­cesarias las readaptaciones a nivel estructural de las explotaciones y mayo­res inversiones de capital para adquirir la nueva maquinaria hidráulica, para la extracción del mineral, ahora en pozos a grandes profundidades y con ga­lerías debidamente entibadas y ventiladas, y para el bombeo del agua^'; también para aplicar la nueva técnica del Saigerprozess ^, que venía a susti­tuir procedimientos más elementales y de escaso aprovechamiento de los mi­nerales empleados. No es una casualidad que en este momento aparezcan las primeras grandes obras que describen estas nuevas técnicas y procedi­mientos ^ y el que hacia mediados del xvi por toda Europa se dicten serias regulaciones estatales o comunales para la protección de los bosques.

Sin la nueva técnica, sin el nuevo marco legal que liberalizara estas acti­vidades, y sin el apoyo de los poderes estatales, especialmente interesados en este desarrollo, la favorable coyuntura minero-metalúrgica desde mediados del siglo XV no hubiera podido producirse. Es preciso tener en cuenta la constitución de más poderosas Gewerkscháfte o sociedades mineras por ac­ciones—que habían adquirido ya importancia en la minería de Sajonia, Es-lovaquia, en los Alpes centrales y, en menor medida, en los Vosgos meridio-

" Braunstein (1983). " Sühling (1976). " Entre ellas: Vanoccio BIRINGUCCIO, De la Pirotechnia, Venecia, 1540; Georg AGRÍ­

COLA, De re metallica lihri XII, Basilea, 1556, y la del español Bernardo PÉREZ DE VARGAS, De re metálica. Madrid, 1569.

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nales—, que atraen grandes capitales de Nuremberg, Magdeburgo, Dresde, Augsburgo o Colonia. Los príncipes desempeñaron un importante papel en estas inversiones. Por ejemplo, el duque de Sajonia, en 1535, poseía 700 partes (Küxen) repartidas en 40 empresas del distrito de Annaberg y los ingresos por regalías mineras subieron desde un cuarto del total de ingre­sos del ducado en 1470 a dos tercios en 1570^''. A comienzos del xvi puede decirse que en Bohemia, Eslovaquia y Tirol aparece por vez primera una inversión masiva de capital y unas formas monopólicas y, por ello, no es extraño que sea en estos lugares donde se realicen los avances técnicos y se consigan los mayores ritmos de producción ^.

Así se explica el espectacular desarrollo de las minas antiguas de Bohe­mia (Jáchymov o Joachimstahl, en primer lugar) que alcanzan producciones máximas entre los años de 1520 a 1545, en los Montes Metálicos, en los límites con Sajonia. Las cuantiosas inversiones hicieron posible instalar la maquinaria más avanzada, como la rueda reversible, y realizar impresionantes obras de drenaje y desagüe. Los nuevos distritos mineros fueron rápidamente colonizados, de tal modo que a mediados del siglo xvi surgieron numerosos yacimientos y docenas de nuevas ciudades mineras con una población de 2.000 habitantes, la mayor parte de ellos trabajadores en las minas. La nueva ciudad de Jáchymov llegó a alcanzar, entre 1516 y 1534, unos 18.000 ha­bitantes, núcleo comparable a capitales como Praga o Erfurt, por citar algu­nas próximas. Probablemente hasta el siglo xix no se produjo un «rush» minero de tales proporciones. La acuñación de una nueva moneda, el táler, que dominaría el amplio espacio financiero de Europa Central, es una expre­siva manifestación de este impresionante desarrollo minero checo. Pero en esta alta coyuntura se dan una serie de circunstancias previas que no se deben olvidar: la instalación de los Habsburgo en el trono de Bohemia, que no sólo proporcionaron al país una estabilidad política, sino que propicia­ron el desarrollo económico general y atrajeron grandes inversiones de capital y artesanos especializados ^.

Es también conocida la gran prosperidad de la minería y metalurgia del cobre y plata en el Tirol (Schwaz, sobre todo)", Sajonia, el Harz y Eslo­vaquia (Neushol o Banska Bystrica) ^. Prosperidad marcada sobre todo por la potencia financiera de los Fugger, asociados desde 1494, a los grandes técnicos, además de negociantes, que eran los Thurzo, que habían conseguido

" Laube (1974). Un excelente libro, que muestra la influencia capitalista de una me­trópoli mercantil sobre el entorno industrial, el de Irsigler (1979).

" Stromer (1984). "• Majer (1986). " Pickl (1977). " Timm (1977), pp. 184-189; Vlachovic (1977).

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GRÁFICO 1

Producción de plata, expresada en millares de marcos (peso de Augsburgo). en los principales yacimientos europeos

300000

250000

200000

150000

100000

50000

-o- Erzgebirge ••• Schwaz -*- Turingia ••- Nausohl -•- Joachimsthal •o- Total

O I I I I I I I I I I I T I I I I I T I I I I T I

1500 1510 1520 A"°» 1530 1540 1550

FUENTE: E . Westermann (1986). El peso de Augsburgo equivalía a 230 gramos.

G R Á F I C O 2

Producción de cobre (en miles de quintales, peso de Nuremberg)

130-120-

110

100'

90-

8 0 -

70

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50

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1500 1510 1520 1530 1540 1550 1560 1570 1580 1590 1600 1610 1620

FUENTE: E . Westermann (1986).

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llevar, en secreto, a su más alto grado la nueva técnica del Saigerprozess. Pero en esta prosperidad concurrieron otros factores netamente económicos. En primer lugar, las débiles cargas fiscales que pesaban en Hungría sobre la explotación del cobre, que permitieron a los Fugger y sus asociados, uti­lizando abundantes fondos, trasladar el mineral desde varios cientos de kiló­metros (Neusohl o Banska Bystrica) en Eslovaquia (que entonces pertenecía al reino de Hungría), a las grandes factorías de Hohenkirschen, en Turingia, y Arnoldstein, en Carintia. En ellas, con disponibilidad de plomo, podían terminar las operaciones de refinado y, con la facilidad de las comunicacio­nes, dar salida al cobre, sea hacia Amberes sea hacia Venecia. Podían tam­bién beneficiar, en las mejores condiciones, la plata restante de la operación de refinado en la Fuggerau de Villach, en Carintia ^. La potencia del com­plejo de los Fugger-Thurzo en Hungría dislocó completamente las estructu­ras del mercado de cobre centroeuropeo: si hasta mediados del siglo xv los distritos alpinos mantenían el primer puesto en la producción, seguidos del área de Mansfeld (Sajonia), desde entonces el cobre húngaro representaría el primer lugar.

Para establecer este verdadero complejo de producción y de comercia­lización, los Fugger habían tenido que ganar la gran batalla de los mono­polios (en la dieta Augsburgo de 1522-1524) que representa—hoy queda esto muy claro— el triunfo del capitalismo moderno sobre el sistema me­dieval de sociedades mineras y formas gremiales de comercialización, basadas en controles y reglamentaciones restrictivas *. La minería y la metalurgia entraban entonces, propiamente por vez primera, en el gran circuito de las finanzas internacionales y, en consecuencia, la coyuntura minera quedaría enmarcada en sus vicisitudes y avatares, Ya no son solamente los techos tecnológicos ni la demanda o las circunstancias que afectan a un mercado regional más o menos amplio las que determinarán las grandes oscilaciones de la coyuntura minero-metalúrgica, sino, sobre todo, el movimiento de los precios, las palpitaciones de los grandes mercados y ferias internacionales del dinero. Será preciso, por consiguiente, conocer mejor, junto al impacto de innovaciones tecnológicas, las estructuras y mecanismos de los mercados europeos de metales y las fuerzas financieras que los mueven para aclarar numerosos procesos coyunturales cuyos orígenes hoy se nos escapan '. Por po­ner solamente un ejemplo al respecto, ¿cómo es posible que el plomo inglés de

" Entre la numerosa bibliografía, quizá el mejor y más accesible: Schick (1957), pp. 179-185.

" Strieder (1925), tomo I. " Westermann (1981), pp. 71-73, resalta las crisis de superproducción de cobre entre

1510 y 1515, la de 1527 y 1529 y la de 1567-1568. A esta última ha dedicado un trabajo más extenso: Westermann (1971a).

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Cornualles y Devon se exporte a Centroeuropa, como ha mostrado I. Blan-chard, entre los años 1470-1570, por la gran compañía alemana de los Hochstetter ^ , mientras las minas de plomo polaco de Olkusz, y otras de Alemania, como la célebre de Goslar, en el Harz, estaban en plena produc­ción? ".

Fundamentos financieros más modestos tenía la minería y fabricación de hierro y acero, aunque el empleo de cañones de hierro colado, que co­menzó a generalizarse desde Inglaterra ^, y la misma maquinaria de las ins­talaciones mineras, la construcción naval e instrumentos de todo tipo exigían una producción creciente. En Estiria, la producción de hierro y acero se cuadruplica entre la sexta década del siglo xv y la tercera del xvi, en las dos vertientes del Erzberg, en Inneberg y Vordernberg. Pero también para esta coyuntura en alza concurrieron una serie de circunstancias propicias: una prosperidad general, un progreso demográfico y agrario en la Austria interior, la ayuda estatal y, sobre todo, la inversión mercantil de negociantes de Steyr, Leoben y Augsburgo''. La expansión alcanza también al Tirol, a Carintia, a los Vosgos, a las Ardenas, al valle del Mosa, a Westfalia; tam­bién al Delfinado, el Nivernais y el País Vasco. Probablemente en todos estos lugares se dieron condiciones parecidas, aunque las estructuras de la producción y la técnica difieran. Mientras en Europa central y en Inglate­rra comienzan los altos hornos *, en Francia y en España. se siguen utili­zando el horno bajo y el procedimiento directo. No se trata solamente de una cuestión técnica, sino de la falta de una infraestructura institucional y financiera, al menos en el País Vasco español ^'.

Hacia mediados del siglo xvi, la minería y la metalurgia centroeuropea parecen haber alcanzado nuevamente su techo. Lo demuestran de manera inequívoca los índices descendentes de producción, aunque, naturalmente, con las excepciones regionales ^. Vuelve a surgir la cuestión de las causas

« Blanchard (1984), pp. 179-181. " Las minas polacas estaban entonces en plena producción, pues el plomo era re­

querido para los centros mineros de Eslovaquia para el Saigerprozess: Molenda (1976). " Schubert (1957), pp. 161 y ss. » Tremmel (1974). " Childs (1981) apunta la posibilidad de que el despegue de la siderurgia inglesa a

fines del xv esté en relación directa con el descenso de las importaciones de hierro vasco (pp. 40-45). En Sussex, mientras una forja medieval producía de 20 a 30 toneladas anua­les de arrabio, un alto homo, a comienzos del xvii, alcanzaba las 200, según Crossley (1966), p. 273.

" V¿quez de Prada (1973 y 1974). Desgraciadamente, para los siglos anteriores al XVIII, no poseemos cifras de producción sino muy fragmentarias e inseguras, insuficientes para establecer una curva válida

" Cifras de producción de cobre en Centroeuropa, en Hildebrandt (1977), p. 193, y, más completas, en Westermann (1986), p. 203.

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GRÁFICO 3

Precio de un quintal de cobre (peso de Frankfurt) y un marco de plata, expresados en florines renanos (oro), de 1400 a 1630 en el mercado

de Frankfurt

FUENTE: E. Westermann (1986).

de este estancamiento, que conducirá, en declive creciente, sesenta años más tarde, durante la Guerra de los Treinta Años, a su punto más bajo.

Como es sabido, las explicaciones tradicionales se centran sobre todo en la llegada, a través de España, de la plata americana, cuya competencia, ya en la segunda mitad de los años treinta del siglo xvi, afecta a la minería de Bohemia, Sajonia y Hungría, y, en menor grado, a Estiria y Tirol. Tam­bién se ha aducido la subida de los costes de explotación, transporte y ali­mentación de las comunidades mineras, debido al alza general de precios, que se hace sentir con especial incidencia en las regiones mineras, alejadas de centros de aprovisionamiento, como son algunas de las indicadas. Efecti­vamente, los costos de producción, que eran ya elevados en razón de unas

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excavaciones cada vez más profundas y de una maquinaria que necesitaba repararse y renovarse, no podían competir con los de la plata llegada de América, abundante y barata. Los centros mineros dependientes para su abas­tecimiento de lugares lejanos, como los de Bohemia y Eslovaquia, fueron los primeros en resentirse y su declive sería tan espectacular como su gran des­arrollo treinta o cuarenta años antes. Jiri Majer muestra cómo la produc­ción de las minas checas de plata decrece continuamente a partir del dece­nio de 1550".

Pero es preciso profundizar en otras explicaciones, no tan visibles, pero probablemente decisivas. Como se ha indicado, la minería y la metalurgia europea —más particularmente la de plata y cobre— estaban íntimamente ligadas a los circuitos financieros, al sistema internacional de ferias y al gran comercio mundial. Durante unos años se habían realizado enormes inversio­nes en la minería, cuya rentabilidad va a ser puesta en riesgo, en el caso del cobre, por crisis de superproducción ya a finales de los años veinte **. Por otra parte está la crisis de la plata, por .la competencia de la plata ame­ricana. Esto ocurre precisamente en el momento en que el sistema interna­cional de préstamos, sobre todo para financiar la política imperial de Car­los V y de sus oponentes, había llegado a uno de sus puntos altos. Buena parte de los fondos de los grandes banqueros de Nuremberg y Augsburgo se había ido orientado hacia esta nueva actividad inversora, más lucrativa*'. Esta masa de capital, drenado de la minería, entra en el circuito internacio­nal del dinero y sufrirá los vaivenes y sobresaltos de los grandes mercados y ferias, marcados por las vicisitudes de la política internacional y el comer­cio americano. Los retrasos en el pago de los asientos, por parte de Carlos V, que vienen a regularizarse desde 1536, originan inmovilizaciones de capital que antaño lubrificaban, entre otras, las actividades minero-metalúrgicas. Es significativo que, en 1546, los Fugger se retiren de las explotaciones mineras en Hungría, y, que desde 1533 (salvo en 1552-1555, años de Villach), según datos de Garande ^^, los banqueros genoveses hayan superado, por primera vez, en la cuantía de los préstamos al Emperador, a los grandes banqueros alemanes, Fugger y Welser. Sólo así puede explicarse que la producción de

" Majer (1986). *> Westermann (1971 ¿). " Hildebrandt (1977) señala las grandes inversiones mineras de mercaderes de Nu­

remberg y Augsburgo. " Garande (1949) y (1967), pp. 472-484. Es una pena que todavía no dispongamos de

una serie de préstamos, año por año, del reinado de Felipe II. El inmenso material se halla en Simancas esperando a los investigadores. El libro de M. Ulloa es una primera —aunque muy apreciable— aproximación.

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GRÁFICO 4

Empréstitos de banqueros alemanes y genoveses a Carlos V (en ducados)

2000000•

1500000 -

1000000 -

500000 -

FUENTE: Garande (1949).

plata en las minas húngaras caiga nada menos que un 828 por 100 entre mediados del xvi y comienzos del xvii *'.

En cuanto al cobre, una gran crisis en el mercado internacional, con gran subida de precio y escasez, se perfila durante los años 1570-1580, y hay que relacionarla con la caída de las inversiones en las minas eslovacas y las difi­cultades financieras de los productores en Mansfeld y Tirol. Como ha expli­cado Reinhard Hildebrandt, a partir de 1580, el cobre húngaro, ante las dificultades que encuentra para su salida por la vía habitual de Amberes, buscará nuevos mercados: Hamburgo, los centros metalúrgicos de Alemania interior, y Venecia. Pero las minas húngaras, descapitalizadas por la retirada de los grandes inversores que habían sido los Fugger-Thurzo y agobiadas por otros problemas (entre ellos, las invasiones turcas), se iban agotando. Los esfuerzos de la Administración por aliviar esta situación mediante una déficit spending policy no obtuvo el fruto esperado. Lo mismo ocurría en los otros dos grandes distritos productores, Tirol y Mansfeld, donde las compañías y empresarios mineros (comerciantes de Augsburgo, en Tirol, y de Nuremberg o Leipzig, en Mansfeld) que dependían en gran manera de la

" Vamos (1984), p. 133.

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banca internacional, acusan los efectos de las prórrogas de los pagos en las ferias de Medina del Campo y, después, en 1575, la suspensión de pagos por la Corona de España ^. En estas circunstancias se produjo una contracción de la producción y un aumento considerable de precios —casi un 40 por 100 entre 1570 y 1603—lo que dejaría al cobre centroeuropeo incapaz de competir con el sueco. Por su parte, Hammersley se ha planteado también si son razones financieras, o técnicas, aparte, naturalmente, de la competencia exterior, las causantes del declive de la producción de cobre en Inglaterra a comienzos del xvi ^'.

Podríamos considerar también otros ejemplos, en que los movimientos financieros pueden explicar, o más exactamente, contribuyen a agravar la crisis minera iniciada en los años 30-40 con la llegada de la plata americana y la subida de precios en toda Europa. Pero quizá basta con resumir que cuando el capitalismo alemán, que es el que había estimulado la alta coyun­tura minera centroeuropea en el xv, decae o deriva a otras inversiones, vie­nen los malos tiempos. Sus émulos, los grandes capitalistas genoveses, no se interesarán apenas por las inversiones mineras —aunque puede vérseles en el Tirol o Polonia—, pues buscan inversiones especulativas en el mismo cir­cuito bancario. Será preciso esperar al advenimiento de un nuevo capita­lismo, nacido y desarrollado precisamente en la industria y en el comercio —me refiero al capitalismo holandés, aun cuando muchas de sus figuras sean de origen valón (Curcius, De Geer, Marcelis, Mariotte, Tripp, etc.—, tentado por las grandes posibilidades de inversión, sobre todo en la minería sueca ^ y en la potencialidad del mercado holandés, para que surja una nueva etapa minero-metalúrgica en Europa. El Estado prestará su mano protectora, y además la producción de cobre sueca contará con la gran oportunidad del cambio estructural acaecido en Centroeuropa y en la Europa mediterránea.

La Guerra de los Treinta Años daría el golpe de gracia al gran esplendor minero alemán del siglo xvi en su último reducto, el cobre. No obstante, algunas regiones, como el Harz y el ducado de Mansfeld, resisten mejor, y su cobre, estimulado por capitales de Frankfurt, Colonia y Hamburgo, buscarán salida hacia los mercados meridionales (especialmente España), don­de a causa de las masivas acuñaciones de vellón tendrá gran demanda. El llamado Kipper und Wipper Episode, o gran inflación de cobre (1621-1623), daría también una breve oportunidad al cobre alemán, pero la deca­dencia era una dura realidad.

En Inglaterra, Hammersley ha logrado probar que la industria del cobre

" HUdebrandt (1977), pp. 171 y 175-176. « Hammersley (1977). * Hildebrand (1974). Sobre la actividad siderúrgica de los valones en Suecia: Hansot-

te (1974), pp. 141-142.

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se mantuvo en la segunda mitad del xvi y primera del xvii por los merca­dos locales, pero no progresó porque resultaba más barata la importación. Se trataba de un problema de insuficiente consumo: los bajos niveles de éste desaconsejaban a los inversores aplicar una tecnología más avanzada '.

En el espacio balcánico, la crisis minera en Serbia y Bosnia coincidió con la ocupación turca, que sometió la producción de plata a monopolio del Estado, y, de este modo, minas que anteriormente no eran rentables, en la época de Solimán el Magnífico volvieron a serlo. Pero el declive también les afecta, más tarde, en las últimas décadas del xvi, cuando el espacio balcá­nico se vio también abierto a la plata americana ^.

La producción de hierro y acero en los países tradicionalmente producto­res resiste mejor durante esta gran crisis de finales del xvi y durante el xvii. En algunos casos la mantiene la demanda regional de instrumentos y utilla­je; en otros será contenida merced a la protección estatal, como en la Fran­cia de Richelieu y Colbert, para proveer arsenales y fábricas de cañones. Otra posibilidad sería una reconversión hacia productos más demandados. Esto es lo que ocurre en los Países Bajos meridionales, en el Namurois y en el Principado de Lieja, región que permaneció al margen de los conflictos bélicos de la primera mitad del siglo xvii. En Lieja, ante la creciente difi­cultad de dar salida al hierro de sus altos hornos, los productores recurrieron a la intensificación de la metalurgia. El descubrimiento y adopción de un procedimiento mecanizado de corte y troquel, el laminador y la «fenderie», permitieron obtener chapas, barras finas, alambre y, sobre todo, clavos a muy bajo coste, y servir al vecino y creciente mercado holandés con una construcción naval en pleno auge. Otra invención, proveniente del Namu­rois, sería la hojalata. La fácil comunicación entre Lieja y el gran mercado de Amsterdam a través del Mosa y, muy pronto, la instalación de comer­ciantes «liégois» en Dordrecht y en el mismo Amsterdam, permitirían su desarrollo y absorción por el mercado holandés, que en buena parte lo co­mercializaría **.

Otro caso particular es el de Estiria, cuyo acero, de extraordinaria cali­dad, no tenía competencia para ciertos usos, como la confección de hoces; o Tirol y Carintia, donde la posterior concentración industrial e introduc­ción de grandes martillos hidráulicos permitió la elaboración de objetos me­tálicos de mucho uso (tijeras, clavos, etc.). Pero también allí fue favorecido por un intervencionismo estatal'".

En ciertas partes de Europa el alto coste del combustible, por las defo-

" Hammersley (1977). ** Circovic (1981), pp. 41 y ss. " Hansotte (1974), pp. 136-137 y 140-141; GiUard (1971), p. 44; Yemaux (1939). " Knitder (1986); Braunstein (1972), pp. 1-6.

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restaciones, establecerá unos límites de producción. Entonces esta industria se moverá hacia zonas donde el aprovisionamiento de carbón sea más fácil. En Inglaterra lo hará hacia la región del Noroeste y las West Midlands, donde podrá sostenerse, gracias a una combinación de bajos costes (por la mayor altura de los hornos y hábiles procesos tecnológicos de ahorro de combustible) y una demanda creciente de objetos metalúrgicos por parte del sector agrario y de una gran capital, como Londres, en constante crecimiento; aparte, habría que tener en cuenta las necesidades en alza de la industria de armamento. Gjn todo, antes de mediar el siglo xvii el hierro sueco ya había invadido el mercado inglés".

En España será la protección estatal la que salvará una industria del hierro que mantenía métodos obsoletos. A finales del xvi, sólo el acero, obtenido a alto coste, pero gracias a su calidad, tiene salida en el mercado. En cambio, la explotación de hierro en planchas o tocho, que por lo menos hasta 1560 había sido constante hacia Francia e Inglaterra, decae. Antes de finalizar el siglo xvi se dejan ya oír las voces de queja de los ferrones viz­caínos: el hierro que producían, debido a la subida del combustible y los salarios, venía a resultar un 25 ó 30 por 100 más caro que el importado de Lieja, y pedían, para poder sostenerse, la prohibición de entrada de este producto, así como la reserva del mercado americano. Evidentemente, el sis­tema del horno bajo y el procedimiento directo, no podían competir en costos con el sistema indirecto y la gran capacidad de los altos hornos de Lieja. La prohibición de entrada del hierro extranjero, tanto en España como en América, permitiría subsistir a la siderurgia y metalurgia vascas ".

" Hildebrand (1974), pp. 10-11. " Vázquez de Prada (1973), pp. 38-40, y (1974), pp. 664-666; Bilbao (1986).

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LA HISTORIOGRAFÍA ECONÓMICA DE MÉXICO *

JOHN H. COATSWORTH The University of Chicago

No cabe duda alguna de que la pasada década ha presenciado un extra­ordinario avance en la historia de la actividad económica mexicana. Gran parte de lo que creíamos saber en 1976 ha quedado reducido a notas a pie de página, que dan fe del abandono de ideas erróneas y de la adquisición de nuevos conocimientos. En su mayoría, los avances que con buen acierto celebramos no se deben, como cabría esperar, ni a los que practican lo que seguíamos llamando «nueva» historia económica hasta hace un decenio, ni a los teóricos esquemáticos de los cuales tomamos aquellos rimbombantes subtítulos con que una vez decoramos nuestros manuscritos. Este ámbito ha avanzado, por el contrario, en virtud de una sostenida acumulación de historias institucionales, financieras y regionales que han proporcionado abun­dantes datos nuevos y juicios más afinados sobre una amplia gama de cues­tiones. Y ha avanzado también como consecuencia de la compilación y publi­cación de nuevas series de información cuantitativa que sólo recientemente han^ empezado a explotar los historiadores.

Acaso el fenómeno más interesante, aunque debatible, de la década pre­cedente haya sido el descubrimiento de que el desfase de productividad exis­tente entre México y los países desarrollados no ha cambiado en los últimos cíen años'. Desde el Porfiriato, la renta per capita mexicana ha aumentado aproximadamente en la misma proporción que la de Estados Unidos o Euro­pa occidental; aunque algo más rápidamente a fines del siglo xix y tras la II Guerra Mundial, y más lentamente durante la Revolución y la década de 1920, en términos generales la economía mexicana ha crecido al mismo ritmo que las de los países industriales a partir de la década de 1870. Para expresarlo de otro modo: sabemos hoy que la magnitud del desfase que

* Versión española, con pequeñas modificaciones, del trabajo leído en la reunión de la American Historical Association (Conference of Latin American History, U)mmittee on Mexican Studies), el 29 de diciembre de 1986.

' Coatsworth (1978), 80-100.

Revista de Historia Económica 277 Año VI. N.» 2 - 1988

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JOHN H, COATSWORTH

separa la economía de México de las de las naciones desarrolladas se debe exclusivamente al atraso relativo del país en los albores de la época contem­poránea, y no se debe en modo alguno a los efectos supuestamente pernicio­sos del imperialismo y la dependencia actuales .

Podrá parecer perverso resaltar el éxito de la economía mexicana en el siglo XX, dada la crisis de los últimos años. En efecto, es posible que los futuros historiadores interpreten los años ochenta como un período crítico de discontinuidad, en que se agotaron (aunque yo tengo mis dudas) los be­neficios de la dependencia anterior. No obstante, semejante observación tiene el efecto positivo de asignar un gran nivel de importancia a la historia eco­nómica de un pasado remoto, y por ello al tema de este artículo. Si en algún momento los políticos o el público en general llegan a descubrir el motivo de que la actual renta per capita de México oscile entre una séptima y una octava parte de la de Estados Unidos, serán los historiadores del período colonial y la independencia los que habrán de decírselo.

Mi trabajo recorrerá, por tanto, a gran velocidad, tres siglos y medio de historiografía económica reciente en busca de claves. En primer lugar pasaré revista a lo que sabemos sobre las tendencias de la actividad económica agre­gada, concentrándome primordialmente en aquellos trabajos que contribu­yan a formular conjeturas ponderadas sobre los cambios a largo plazo en rentas y productividad. Al repasar las obras recientes, intentaré destacar en la misma medida lo que aún no sabemos y lo que se ha descubierto. Y espe­ro que ello pueda, asimismo, formar la base de una sección final que con­tenga la obligada lista de protestas metodológicas, temas de tesis doctorales y oportunidades de inversión para las fundaciones privadas.

' Posiblemente merezca la pena registrar dos caveats sobre esta afirmación, entre los muchos que podrían apuntarse. Primeramente, no tiene la finalidad de rebatir la hipó­tesis de que México pudiera haber crecido más rápidamente bajo una serie de condicio­nes plausibles contrafactuales, según las cuales el país habría asimilado tecnología extran­jera (y comenzado a producir avances técnicos pertinentes por sí mismo) a menor coste. No tiene tampoco la intención de atacar la idea, recientemente reformulada por Enrique Semo, de que la revolución mexicana de 1910 fomentó el crecimiento económico mexi­cano al reducir la influencia política de la oligarquía terrateniente, que en otros casos latinoamericanos se unió a los intereses extranjeros para producir un entorno político más hostil a la industrialización, reduciendo con ello el potencial progreso económico. Véase Semo (1975), 49-61. En segundo lugar, el hecho de que las economías mexicana y norteamericana hayan crecido (a largo plazo) aproximadamente al mismo ritmo, nada in­dica sobre los costes sociales de este avance en ambos países, ni debe ser aportado como prueba de la conveniencia de una política pública que no consigue rectificar las desigual­dades en la distribución o las deficiencias en la formación de capital humano.

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LA HISTORIOGRAFÍA ECONÓMICA DE MÉXICO

Voy a comenzar con la disputa más prolongada en los anales de la histo­ria económica mexicana: el debate, aparentemente interminable, sobre la su­puesta depresión del siglo xvii. Como cualquier estudioso sabe, la depre­sión del siglo XVII fue descubierta hace treinta y cinco años por Woodrow Borah ^ Tras múltiples tomas y dacas, Herbert Klein y John TePaske_reani-maron la polémica en su artículo de 1981 publicado en Past and Present, en el que ponían en tela de juicio la hipótesis de la depresión demostrando que los ingresos fiscales permanecieron más o menos constantes, y no en descenso, entre 1600 y 1699 ^ Puesto que las rentas no decayeron, tampoco decayó la economía. La depresión era simplemente un estancamiento.

Curiosamente, el debate que siguió al artículo no se centró en las debi­lidades más importantes de su argumentación, la mayoría de las cuales ha­bían sido reconocidas previamente por sus autores, que se mostraron per­fectamente dispuestos a tratar la cuestión a un nivel, de decibelios mucho más bajo del que más adelante alcanzó.

Klein y TePaske sostenían que las tendencias a largo plazo de las rentas fiscales reflejan cambios auténticos en el nivel de actividad económica'. jLa fuerza de su razonamiento estribaba en una observación elemental: que la

_razón entre rentas gubernamentales y producto nacional bruto ha tendido históricamente a permanecer muy estable en todos los países para los que disponemos de datos, a lo largo de períodos de tiempo muy prolongados, al menos hasta el siglo xx. Así pues, es probable que el margen de error inhe­rente al uso de las tendencias en rentas gubernamentales como indicador de las tendencias del PNB sea reducido, salvo en períodos breves de crisis o guerra.

Esto no significa, no obstante, que los datos de Klein-TePaske puedan aceptarse sin cuestionar. Los datos fiscales muestran tendencias nominales más que reales. Es decir, como ambos autores manifestaron clara y explíci­tamente, no pudieron rectificar sus datos para incorporar los efectos de la inflación (o deflación), porque nadie ha elaborado aún un índice de precjos adecuado para la economía me.xicana del siglo xvii *. Si el nivel de precios de Nueva España se hubiera duplicado simplemente entre 1600 y 1699, los datos fiscales de estancamiento de Klein-TePaske habrían ocultado un des­censo del 50 por 100 en rentas fiscales reales (y por tanto en PNB). Para duplicarse en 100 años, los precios tendrían que haber aumentado a una tasa media del 0,7 por 100 anual solamente. Afortunadamente para ellos, los pre-

' Borah (1951). , - • j v * Klein y TePaske (1981), 116-135. Véanse, también, los ensayos críticos de Kamen e

Israel, con la «contrarréplica» de Klein y TePaske (1982), 144-161. 5 TA.-J l i o Ibid., 119.

Ibid., 118

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JOHN H. COATSWORTH

cios del siglo XVII del resto del mundo muestran una extraordinaria esta­bilidad '.

Pero surgió otra complicación más grave. Supongamos que el nivel de precios de Nueva España no hubiera sufrido ninguna alteración en el si­glo XVII. Continuemos suponiendo que las rentas fiscales fueran una pro­porción constante del PNB en este mismo período. Incluso con estos su­puestos, sería muy posible que los datos fiscales confirmaran, en lugar de refutar, la hipótesis de la depresión. Si las rentas fiscales, y por consiguiente el PNB, se estancaron, mientras se duplicaba la población mexicana (como prácticamente ocurrió al parecer) *, entonces el producto per capita tuvo que reducirse a la mitad en el siglo xvii. La productividad de la economía de 1699 sería la mitad de la de 1600. También esta posibilidad había sido pre­vista por ambos autores, que con todo cuidado definieron «depresión» como un descenso de la actividad económica total (en lugar de per capita)^. Ahora bien, en este caso pisaban terreno menos firme. Es el producto per capita y no el total el que proporciona al economista y al historiador su mejor indi­cio (si bien imperfecto) de la productividad y, por ende, la salud de una economía.

Pero hay más. Según parece, el desafío Klein-TePaske a la hipótesis de la depresión sólo puede sostenerse si se abandona el supuesto de que las rentas fiscales reflejan adecuadamente la tendencia de la economía en su to­talidad. Estos autores suponen que las tendencias del sector que producía artículos imponibles eran equivalentes a las tendencias del sector que no satisfacía impuestos. Dos terceras partes o más de todos los artículos y ser­vicios producidos en el siglo xvii en Nueva España escapaban al recaudador de impuestos, por lo que resulta una hipótesis un tanto desmedida '". (Deje­mos a un lado, por el momento, el tributo indígena, que era un impuesto por cabeza más que sobre artículos o servicios.) ¿Tenemos seguridad de que la decadencia del sector hispano-mestizo de la economía, fuertemente gravado (según se deduce de los datos de Klein-TePaske, que muestran un descenso a largo plazo de las rentas fiscales per capita) estuvo acompañado por una similar decadencia a largo plazo del sector no gravado de la economía del

' Braudel y Spooner (1967), 392-407. ' No abundan los cálculos de población para el siglo xvii en Nueva España. Véanse

Borah (1951), 33; Borah y Cook (1960), y, de los mismos autores, (1979), vol. 2, cap. 2. Véase, también, Aguirre Beltrán (1946).

' Klein y TePaske (1981), 119-120. '" Yo calculo que en 18()0 la agricultura sólo producía alrededor del 40 por 1(X) del

PIB (aunque este sector daba empleo probablemente al 80 por lOO de la población ac­tiva); véase Coatsworth (de próxima aparición). En los siglos xvi y xvii, con una pro­porción muy inferior de europeos y mestizos y un mayor sector de subsistencia indígena que producía tanto alimentos como otros productos indispensables, dos terceras partes parece ser una conjetura adecuada. Cualquier observación será bien recibida.

2&0

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LA HISTORIOGRAFÍA ECONÓMICA DE MÉXICO

siglo XVII, en su mayoría no español, y predominantemente de subsisten­cia? Si es así, la hipótesis de una fuerte depresión queda considerablemente reforzada por los datos fiscales que Klein y TePaske presentaron para reba­tirla. Si no, su supuesto metodológico se desmorona, pero pueden rescatarse sus resultados empíricos.

Supongamos, por ejemplo, que la decadencia de las propiedades territo­riales y de las industrias españolas, iniciada en las décadas de 1620 y 1630, coincide con el aumento de bienestar y productividad de la población india, puesto que los braceros que en su día fueron obligados a trabajar para es­pañoles y criollos pudieron entonces velat por sus propios intereses. Podría especularse que el hecho se produjo basándose simplemente en los datos demográficos, pues lo cierto es que fue durante la depresión del siglo xvii cuando empezó a crecer nuevamente Ta población indígena ". La evidencia fiscal de decadencia sólo podría medir, pues, la depresión en producción gravable, apenas un tercio del PNB. El 50 por 100 de un tercio es sola­mente un 17 por 100. Para salvar la hipótesis de estancamiento de Klein-TePaske, por tanto, sólo habría que suponer que el incremento en produc­tividad del sector no gravado de la economía gracias a la abolición o ate­nuación del trabajo forzado indígena, fue suficiente para compensar esta pérdida en productividad del 17'por 100 del sector que pagaba impuestos.

Si se abandona la hipótesis de que las rentas reflejan tendencias econó­micas, podría salvarse la tesis del estancamiento del siglo xvii, pero queda­ría, simultáneamente, en cuestión la hipótesis implícita de que la prosperi­dad había caracterizado la época precedente. En el mercado dual de trabajo de los años posteriores a la conquista, se obligó a los indios a dedicar una parte mayor de su tiempo a trabajar en las empresas europeas de lo que hubieran hecho sin elemento de obligatoriedad. Al margen de las distorsio­nes que suponía la asignación política de obreros forzados una vez destina­dos al sector europeo (no parece probable que los jueces de reparto distri­buyeran la mano de obra entre los empresarios ni siquiera con la eficacia de un mercado imperfecto), el paso de la mano de obra de los sectores indí­genas a los europeos redujo probablemente la productividad total de la eco­nomía de la colonia (así como el bienestar de los indios). Abandonados a sus propios recursos, los indios habrían invertido su trabajo allí donde la pro­ductividad y el bienestar—y con ello los beneficios que más estimaban— fueran más altos.

Tendremos, así pues, que indagar en qué medida fueron perjudiciales para el crecimiento de la economía los efectos del trabajo forzado sobre la productividad del sector indígena en el siglo xvi, y confrontar esta pér-

" Véase nota 9.

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dida con los efectos negativos que tuvo la abolición de esta clase de trabajo sobre la productividad del sector europeo posteriormente. Si los datos de las rentas fiscales (o la producción agraria, o el comercio) tienden a exage­rar la magnitud de la depresión del siglo xvii a partir de 1630, las eleva­das rentas del siglo xvi y principios del xvii pueden habernos inducido a formarnos una imagen exagerada de la prosperidad de este último período. Borah y Cook han demostrado que la despoblación permitió a los indios que aún quedaban reconcentrarse en las tierras más productivas, aumentando así la productividad de la agricultura indígena ". En efecto, al trasladar a los indígenas a las haciendas, minas y obrajes europeos, los administradores espa­ñoles lograron mayores rentas fiscales (porque las propiedades europeas pro­ducían mercancía gravable), pero al precio de transferir mano de obra de una actividad más- productiva a otra que lo era menos. Así pues, los datos fiscales del siglo xvi podrían estar reflejando una falsa prosperidad, gene­rada al concentrar por coacción a una proporción cada vez mayor de la menguante población indígena en las empresas europeas, en detrimento de la productividad económica en general. Podría ser, por consiguiente, que TePaske y Klein tuvieran razón después de todo, y precisamente por los mo­tivos contrarios. Acaso no hubiera tal depresión en el siglo xvii porque no hubo prosperidad en el xvi.

¿Cómo queda el debate sobre la depresión del siglo xvii una vez dicho esto? Pues aún muy necesitado de nuevos modelos y nuevos datos. Por el momento, parece al menos plausible concluir que no se produjeron altera­ciones decisivas en la productividad de la economía mexicana entre finales del siglo xvi y finales del xvii. Dado que los historiadores de las econo­mías de Europa occidental han descubierto períodos más o menos prolonga­dos de estancamiento y decadencia durante estos mismos años ", podríamos concluir también de modo tentativo que el desfase entre México y el mundo desarrollado no se originó (o al menos no aumentó) durante el siglo xvii.

El debate en torno a las tendencias de la actividad económica del si­glo XVIII suscita igualmente cuestiones metodológicas y esenciales, pero so­bre un distinto contexto histórico e historiográfico. El contexto histórico difiere en la abundante evidencia de expansión económica. Y el historio-gráfico difiere, de modo similar, en ia profusión de obras monográficas, así como generales, que han aparecido en el último decenio.

Como en el caso del siglo xvii, los datos fiscales de Klein-TePaske han generado un debate sobre tendencias macroeconómicas. Pero, a diferencia

" Borah y Cook (1979), vol. 3, 172-173. " Véase Parker y Smith (1978).

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del siglo XVII, dicho debate es nuevo. Hasta el estudio de Florescano sobre el precio del maíz en la Ciudad de México en el siglo xviii '*, práctica­mente todos habían aceptado la calificación convencional de «siglo de oro» para esta época. Incluso en las obras posteriores de Florescano se conser­vaba esta caracterización, y se trataban las «crisis» agrarias más como episo­dios de causas climatológicas que como síntomas de una dolencia económica más profunda ". Actualmente, tres tipos de trabajos han cuestionado „esta opinión convencional, de los que se desprenda, que la expansión económica pudo interrumpirse, al menos sufrir una fuerte reducción en su ritmo de avance, ya a fines de la década de 1770, un cuarto de siglo antes de que estallaran las guerras de independencia, en.Jas que suele fecharse Ja.-Catás-trofe mexicana del siglo xix. En primer lugar, hay estudios regionales y de ciertas empresas donde se ofrecen datos que pueden interpretarse (a veces contrariamente a las intenciones de sus autores) como indicio de unos nive­les de productividad en descenso o estancamiento en la miseria, la agricul­tura y la industria a fines del siglo xviii '*. El caso más sobresaliente es el de la industria minera. El estudio de Brading sobre el boom minero del período post-Gálvez, presentaba en realidad abundante evidencia de las difi­cultades que acosaban a las compañías mineras. Por parte de la oferta, se estaban elevando los costes porque los empresarios de muchos centros tuvie­ron que profundizar los pozos e incrementar la inversión en obras de drenaje cada vez más dispendiosas para llegar hasta un mineral de calidad cada vez más baja. Por parte de la demanda, se estaban elevando los precios de la mayor parte de los artículos adquiridos con la plata así producida, o, para decirlo de otro modo, estaba descendiendo el precio de la plata. El aumento de los costes por unidad y el descenso de los precios en descenso por unidad colocaron a la industria minera en un clásico aprieto. Aumentó el producto físico (aunque en proporción inferior a anteriores décadas) parcialmente de­bido a que se tomaran medidas públicas con objeto de apoyar e incluso sub­vencionar esta industria ".

En segundo lugar, existen indicios de un descenso en productividad agrí­cola en el campo mexicano rayano en una crisis malthusiana, a fines del siglo xviii. El mejor resumen de la evidencia existente a este respecto se encuentra en el brillante ensayo de Eric van Young sobre lo que él ha de­nominado «paradojas» de la agricultura mexicana en las postrimerías del período colonial, publicado recientemente en una excelente antología de tra-

" Florescano (1969). " Véase Florescano y GU (1976), 183-301. " Entre los ejemplos más notables figuran Brading (1971), 26-45; Van Young (1981);

Morin (1979), y Salvucci (1987). " Véase Coatsworth (1986), 26-45.

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bajos sobre las economías de México y Perú durante dicho período (The Economies of México and Perú During the Late Colonial Period), editado por Nils Jacobsen y Hans Jurgen Puhle ". Hay otros estudios regionales que contienen datos que apuntan también en este sentido, aún si en muchos ca­sos dichos datos quedan para ser interpretados por otros ". Y a los trabajos sobre la agricultura, podría añadirse una lista en aumento de obras sobre la industria, el comercio y la política pública coloniales, que llegan a con­clusiones similares (o proporcionan datos que coinciden con ellas) con res­pecto a otros sectores de la economía *.

Y finalmente, claro está, existen los datos fiscales que han suscitado la polémica explícita sobre las tendencias macroeconómicas. Para el siglo xviii, Klein y TePaske han elaborado ensayos individuales cuyas conclusiones vie­nen a ser en cierta medida similares '. TePaske fecha la decadencia de fines del período colonial a partir de los últimos años de la década de 1770 o en la de 1780, mientras que Klein se inclina por la de 1790^.

Si la depresión de fines de siglo parece estar ya bien establecida, el ritmo y la forma de la expansión económica previa a la década de 1780 sigue sien­do objeto de polémica. La cuestión primordial se refiere a las posibles fuen­tes de crecimiento de la productividad. Los contados historiadores que han planteado esta cuestión explícitamente, han llegado a conclusiones simila­res: que la expansión económica del siglo xviii no fue^ en términos gene­rales, resultado de avances en la productividad. Por el contrario, la econo­mía se expandió con un nivel prácticamente estancado de producción per capita. El aumento demográfico proporcionó más trabajadores a la pobla­ción activa pero no los hizo más productivos. Las explotaciones agrícolas acrecentaron sus tierras, alteraron su producción o invirtieron capital em­pleando tecnologías tradicionales, pero la «productividad —es decir, la ca­pacidad relativa de producción de una unidad determinada de capital, tra­bajo o tierra— parece haberse estancado o aumentado escasamente», según lo expresa Van Young ". En la minería, Brading concluyó que fueron míni­mos los cambios fecnológicos y de los mejores datos disponibles se des­prende que a fines del siglo xviii la producción por obrero en las minas

" Van Young (1986), 64-90. " Véanse los trabajos de Brading, Morin y Van Young citados en la nota 16. Véanse,

también, Galicia (1975); Lindley (1982); Pastor et al. (1979); Taylor (1972). " Véanse los trabajos de Brading y Salvucci citados en la nota 16. Véanse, también,

Thomson (1986), 169-202; Coatsworth (1982), 25-51. " TePaske (1986), 316-339; Klein (1985). " TePaske (1986); Klein (1985). La diferencia de tiempo se debe a la decisión de

TePaske de deflactar los datos fiscales para eliminar los efectos de la inflación de pre­cios; Klein utiliza series sin rectificar.

" Van Young (1986), 64.

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mexicanas pudiera no ser superior a las de Perú ^*. También se estancó la tecnología industrial, según Salvucci, en los tejidos de lana"; en los de al­godón, según la hipótesis de Thomson^. Del interesante, si bien «tosco» y «altamente especulativo», esfuerzo de TePaske por elaborar estimaciones de renta per capita utilizando datos fiscales para extrapolar mis estimaciones de 1800 retrospectivamente para el siglo xviii, se extraen conclusiones algo distintas. Ahora bien, la estimación que él prefiere produce una renta per capita para 1800 que es sólo un 14 por 100 superior a la de la década de 1740".

Pero se puede lograr un incremento de productividad de modos diversos, no solamente mediante la aplicación de nuevas tecnologías. North y Thomas sostuvieron en una ocasión, por ejemplo, que la mayor eficacia en los mer­cados y en la organización económica había sido uno de los orígenes más importantes del aumento de productividad en Europa occidental a comienzos de la edad moderna ^. Existe^erta evidencia, al menos, en ljis_obras recien­tes sobre México, de que las economías de escala, unos menores costes de información y transacción, mayor movilidad de los factorMj_ nuevas formas organizativas, medios crediticios nuevos o más ampliainente asequibles, y otros cambios similares pueden haber fomentadp una mayor productividad en el México del siglo xvm ^. Sin embargo, es posible que esta tendencia posi­tiva quedara anulada por el crecimiento de la burocracia, los monopolios del Estado, la extorsión fiscal, y normativas gravosas, especialmente hacia fines del siglo. Otras posibles fuentes del aumento de productividad en el siglo XVIII se muestran igualmente esquivas. Se logró cierto aumento gracias

" Para México se ha estimado el potencial de trabajo de las minas entre 33.000 (Hum-boldt) y 45.000 (Brading). El máximo de producción de 1803 fue de 27 millones de pesos. Así, pues, la producción por trabajador era de entre 600 y 818 pesos. En Perú, Fisher ha calculado la producción por trabajador en 677 pesos en 1799. Véanse Brading (1971), 146; Fisher (1977), 193-194. En términos per capita, sin embargo, la industria peruana era menor, produciendo 4,77' pesos por habitante en 1800, mientras que la me­xicana produjo 6,20 pesos per capita en aquel mismo año.

« Salvucci (1987). " Thomson (1986). " TePaske (1985). " North y Thomas (1974), cap. 2. " Faltan totalmente estudios longitudinales sobre la eficiencia del mercado y de la

organización económica, aunque se están acumulando los datos ofrecidos en trabajos que tratan sobre otros aspectos de la actividad económica del siglo xviii. Para un excelente estudio con información nueva sobre el desarrollo de las relaciones crediticias y la orga­nización comercial, véase Kicza (1983).

* Van Young resume la evidencia que muestra un apreciable incremento en el cultivo de cereales y otros tipos más intensivos de aprovechamiento de la tierra en la zona cen­tral de México, y el simultáneo desplazamiento de la cría 'de ganado hacia el Norte du­rante la segunda mitad del siglo xviii (1986).' Pero Van Young no habla de este proceso como prueba de una especialización regional dirigida al estímulo de la productividad y, en efecto, los datos son excesivamente fragmentarios para verificar esta hipótesis.

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a una mayor especialización regional en producción agrícola, aunque parece haber quedado restringido por los elevados costes de transporte y es proba­ble que a fines del siglo se hubiera esfumado del todo **, Probablemente se lograron nuevos aumentos por el desplazamiento de la mano de obra a ocu­paciones urbanas, mineras e industriales, abandonando la agricultura, en el transcurso del siglo, pero siendo un 80 por 100 o más de la población activa el que seguía empleado en la agricultura en el año 1800, no pudieron ser aumentos sustanciales ". Sea como fuere, la depresión de fines del xviii pudo muy bien haber eliminado cualesquiera que fueran los pequeños avan­ces logrados anteriormente en este mismo siglo.

El significado del siglo xviii en la historia económica de Europa occi­dental y Norteamérica lo convierte en un período especialmente crítico para México. En 1800, la renta per capita mexicana, en la medida en que puede conocerse, era aproximadamente la mitad de la de Estados Unidos y un terdo de la Gran Bretaña '^ Supongamos que estas tres economías hu­bieran sido igualmente productivas, es decir, que todas hubieran alcanzado niveles compyarables de producto per capita hacia 1700. Supongamos ade­más que la economía de México hubiera crecido a razón igual (pero no su­perior) al aumento de población, esto es, a algo más de la mitad de 1 por 100 anual (pero cero en términos per capita). Entonces, para que Estados Unidos y Gran Bretaña alcanzaran los niveles de superioridad productiva sobre México observados en 1800, tendrían que haber tenido una tasa anual de crecimiento en renta per capita del 0,7 y el 1,1 por 100, respecti­vamente. Estas tasas son, en realidad, muy parecidas a las presentadas como plausibles por los historiadores en ambos casos". Por consiguiente, hasta que sean asequibles datos y procedimientos de estimación mejores, yo me inclino a concluir que los orígenes del moderno subdesarrollo de México se encuentran en el siglo que hemos celebrado, hasta muy recientemente, como «edad de oro» de México.

Si efectivamente la economía mexicana estaba pasando por dificultades, posiblemente decayendo sostenidamente, desde la década de 1780 a 1810, la contracción que coincidió con las guerras de independencia fue acusada y decisiva. Tras la independencia, como es sabido, la economía se estancó prácticamente hasta la restauración de la república en 1867, un período de casi medio siglo. Yo he calculado que entre 1800 y aproximadamente 1860,

" Sobre la disttibución de mano de obra, véase Qjatsworth (de próxima aparición). " Coatsworth (197S). " Para Estados Unidos, véase Lee y Passell (1979), 19-26. Sobre el caso británico,

véase Deane y Colé (1962), 282. 329-330.

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la producción total descendió tan sólo un 5 por 100 **. Ahora bien, en térmi­nos per capita, la caída fue mucho más pronunciada es posible que hasta de un 30 por 100. A lo largo de más de medio siglo, la actividad económica mexicana se estancó, mientras que Europa occidental y Estados Unidos alcanzaban tasas de crecimiento económico sin precedentes. La economía mexicana, con una producción que era la mitad de la de Estados Unidos en 1800, tuvo una productividad en 1867 de sólo la octava parte de la misma. Y en este punto, con pequeñas variaciones, se ha mantenido desde entonces ".

El siglo XIX, pues, merece la fama de edad negra que tiene en la histo­riografía económica mexicana. La lamentable acción de la economía sólo es comparable a la igualmente desastrosa falta de datos y análisis empíricos. Recientemente, sin embargo, una serie de historias regionales, muchas de ellas elaboradas por investigadores de unos cuantos centros de investigación histórica no emplazados en la Ciudad de México, han empezado a llenar el vacío ^. Estos trabajos nuevos están comenzando a dar mayor relieve a las importantes variaciones regionales en actividad económica y desarrollo ins­titucional que tuvieron continuidad (o se desviaron de anteriores formas) tras la independencia. Han empezado a aparecer, asimismo, estudios mono­gráficos de industrias o empresas familiares, como el excelente trabajo de David Walker sobre los Martínez del Río". Pero ninguno de ellos ha pues­to en cuestión las tristes imágenes de decadencia económica que hemos he­redado de los observadores coetáneos.

Y ahora la lista prometida.

1. En primer lugar, hacen falta más y mejores cifras. Los datos fisca­les de la época colonial que nos han proporcionado Klein, TePaske, la Fun­dación Tinker y sus colaboradores han supuesto una enorme contribución a nuestros conocimientos del pasado económico de América Latina, y tam­bién a nuestras posibilidades de comprender los orígenes de las dificulta­des actuales de la región ^. Y lo mismo puede decirse de Robert Potash y sus colaboradores, que procesaron los fondos del archivo notarial de la Ciu­dad de México para tres años completos y los pusieron a disposición de los investigadores ".

" Coatsworth (1978). " Los datos comparativos del PNB están publicados en muchos sitios; véase, por

ejemplo, U. S. Department of Commerce (1987), 842. " Véanse, por ejemplo. Centro de Investigaciones (1983); los ensayos de Von Mentz,

Huerta y Crespo (1984); El Colegio de Michoacán (1981). "" Walker (1987) " TePaske (1976); Klein y TePaske (en prensa); Klein y TePaske (1982). " Potash (comp.) (1984).

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Tendría que ser ya posible, al menos para México, trabajar a partir de estos esfuerzos precursores por elaborar compilaciones fiables de datos seriales sobre precios, comercio exterior y producción minera y agrícola de la época colonial, así como de las variables fiscales y económicas hasta el siglo xix. Este es mi mensaje para el sector de fundamentos.

2. La historiografía del México colonial y del siglo xix se ha emanci­pado, avanzando a pasos imperceptibles durante el pasado decenio, de la vul­gar idea errónea de que los precios (y el comportamiento del mercado en general) constituyen epifenómenos sin sentido que laten sobre la superficie de los modos de producción precapitalistas (una idea que Marx habría con­siderado irrisoria, por cierto). Sin una suficiente información sobre precios, la mayor parte de los datos cuantitativos económicos de que disponemos no pueden utilizarse de modo efectivo. Los datos para elaborar series de precios históricas son abundantes, desde los documentos de empresas e instituciones determinadas (haciendas, compañías mercantiles, compañías mineras, conven­tos y otros semejantes) hasta registros fiscales y otros documentos oficiales. Lo que ahora necesitamos son índices de precios suficientes para permitirnos apreciar su importancia en todos los aspectos del trabajo de historia eco­nómica.

3. Necesitamos también más estudios microeconómicos de la producti­vidad de los diversos tipos de actividad económica en la época colonial y en el siglo XIX. El principal defecto de las historias empresariales y regionales de México es que no llegan a abordar la cuestión de la productividad ni a calibrarla. Sólo uno de entre las docenas de estudios sobre haciendas que han aparecido en los últimos veinte años plantea al menos este aspecto.

h Ward Barret descubrió que la producción hombre/día en la hacienda azuca­rera de la familia Cortés aumentó de modo impresionante entre fines del

, siglo XVI y mediados del xviii, un descubrimiento que debiera haber con-mocionado este campo, pero que ha pasado casi totalmente inadvertido *. Ninguno de los estudios de la industria minera publicados en la última dé­cada ha intentado medir los cambios de productividad del capital o la mano de obra. Los estudios de la industria textil, empezando por el de Bazant, han planteado la cuestión pero han avanzado escasamente en ella *K Nuestra comprensión de muchos misterios macroeconómicos se vería considerable­mente acrecentada por trabajos que acometieran esta cuestión en el ámbito de las empresas productivas.

* Barrett (1970). *' Bazant (1962), Steven Haber ha iniciado recientemente un importante proyecto de

....estigación para comparar la productividad de las industrias textiles algodoneras de México, Brasil y Estados Unidos en el siglo xix. inves

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4. Acaso sea ya momento de empezar a tratar la depresión del siglo xix que comenzó en el xviii y se prolongó hasta la década de 1870 como una uni­dad. Yo sugeriría que los directores de tesis y los asesores de editoriales declaren una moratoria de diez años para todos los trabajos que terminen en 1810. ¡Y los epílogos no cuentan!

5. También es hora, a mi juicio, de revivir una antigua tradición de estudios de historia legal que terminó, al menos en México, con la revolu­ción de 1910. Si el subdesarroUo de México a comienzos de la época con­temporánea se debe, al menos parcialmente en mi opinión, a un orden ins­titucional arcaico, entonces la historia del derecho y la jurisprudencia comer­ciales tendrían que tener un puesto destacado en nuestra lista de áreas de investigación decisivas *^.

6. Hace falta mucha más historia económica comparativa. El modo más eficaz de disciplinar el uso de terminología cualitativa en los trabajos de historia económica es por medio de la comparación. El desarrollo de la historia económica cuantitativa en Estados Unidos, Europa occidental y en toda América Latina posibilita hoy día la comparación de la actividad micro y macroeconómica de México con las de otros países. Cada cifra hallada, cada modelo inventado debe contrastarse con los datos y la interpretación ela­borados por estudiosos especialistas en la historia económica de otros paí­ses, reales o contrafactuales.

7. Finalmente, necesitamos modelos macro-históricos plausibles. Habre­mos salido de la era de la teoría de la dependencia, los modos de produc­ción y los sistemas mundiales, pero no hemos descubierto aún modelos más plausibles para sintetizar la evolución general de la formación social mexica­na en modos que generen hipótesis susceptibles de investigación para la his­toria económica. Esta muy bien eso de «volver a insertar el Estado», como nos exigían hace unos años nuestros colegas de las ciencias sociales ", pero ¿dónde volvemos a insertar el Estado?

* La reciente renovación de interés en la historia legal de México es un buen augu­rio, aunque las complejidades del derecho comercial, en aspectos tan especializados como patentes, minería, banca y seguros, siga siendo objeto de menor atención que el derecho civil o constitucional.

*' Evans, Rueschemeyer y Skocpol. (eds.) (1985), en especial su ensayo de conclusión.

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AETICÜLOS

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ORÍGENES Y PROBLEMAS TEÓRICOS DE LA MATEMATIZACION DE LA ECONOMÍA EN EL SIGLO XIX *

CARLOS CAMINO MUÑOZ Universidad Complutense de Madrid

EDUARDO FERNANDEZ BOLLO EcBle Nórmale Supérieure (París)

El espectacular auge de la Economía matemática, que no se ha desmen­tido desde las postrimerías de la primera guerra mundial, impulsa, incluso a aquellos que mantinen serias reticencias sobre el tema, a plantearse el problema epistemológico de la relación entre las matemáticas (o la Mate­mática) y la Economía. Se plantea, así, la cuestión de saber hasta qué punto la matematización transforma no sólo los métodos sino la naturaleza y el estatus epistemológico de la Teoría Económica, ya sea en sentido positivo permitiéndole alcanzar un rigor científico, ya sea de manera negativa haciéndole correr el peligro de desvirtuar su desarrollo propio. Así, du­rante el Congreso de Economistas de Lengua Francesa, reunido en Lausanne para el centenario de Walras, Maurice Aliáis pudo decir que «los trabajos efectuados desde hace veinte años por los economistas han hecho, induda­blemente, progresar las matemáticas, pero no la Economía Política»'.

Sin embargo, al abordar estas cuestiones, nos encontramos con un proble­ma preliminar: la complejización y refinamiento extremos del aparato mate­mático actualmente utilizado provocan la concentración de los esfuerzos de los economistas en el aprendizaje y dominio técnico de este aparato y, por lo tanto, se tiende a relegar la reflexión sobre sus condiciones teóricas de utilización. La restricción del tratamiento de este tema solamente al siglo xix tiene dos ventajas:

— Al ser el instrumento matemático relativamente elemental, se puede observar con más facilidad cómo se procede para introducirlo.

— Al ser este el momento del surgimiento de la matematización de la Economía, hay una aguda conciencia epistemológica del problema: los economistas se plantean explícitamente el problema de esa intro­ducción y de su legitimidad.

* Queremos agradecer a los lectores anónimos designados por la REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA las valiosas sugerencias realizadas en distintos momentos de la elaboración de este articulo.

' M. Aliáis (1971).

Revista de Historia Económica 0 0 5 Año VI. N.o 2 - 1988 ^'^'^

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Así, pues, examinaremos: 1." El Origen de esta matematización, cómo empezó. 2° La Naturaleza de esta matematización, cómo se pensó. 3." Las Críticas que se le formularon.

1." EL ORIGEN DE LA MATEMATIZACIÓN

Como aclaración preliminar hay que precisar que se identificará durante todo este trabajo la primera matematización de la Economía con lo que se ha venido en llamar «la revolución marginalista de los años 1870-80», con la importante salvedad de Antoine-Augustin Cournot, del que haremos men­ción más adelante. Por ello, debemos eliminar dos objeciones a esta identi­ficación que podrían formularse así: Ya hubo otras matematizaciones previas y no todos los marginalistas son partidarios de la matematización.

A la primera objeción se puede responder fácilmente señalando que las otras matematizaciones fueron superficiales, es decir, que se limitaban a ex­poner bajo forma matemática ciertas relaciones, pero no convirtieron las matemáticas en un elemento dinámico del razonamiento económico. Al no aportar nada sustancial, estos intentos fueron históricamente improductivos .

A la segunda objeción se ha de conceder que, efectivamente, no todos los marginalistas desarrollan por igual la matematización. La llamada Escuela Psicológica Austríaca mantiene reticencias al respecto'. Hay que recordar que a finales del siglo xix la calificación de Escuela Matemática se aplicaba únicamente a la Escuela de Lausana, fundada por Walras y desarrollada por Pareto. A pesar de todo, si se define al marginalismo como un intento de construir la Teoría Económica a partir de la Teoría subjetiva del valor y, sobre todo, de la formulación de la Ley de Utilidad Marginal Decreciente, como esa ley es esencialmente formulable de manera matemática, todas las teorías marginalistas abren la posibilidad de esta primera matematización, aunque la desarrollen de manera desigual.

Una vez aclarado este punto, el problema del origen de la Revolución marginalista se divide en dos: el problema histórico de su aparente retraso y el problema teórico de sus condiciones de posibilidad.

' Véanse N. F. Canard (1801) y W. Whervell (1829). ' C. Menger (1871). * No se hablará aquí del problema complejo de sus condiciones históricas y sociales

de posibilidad.

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ORÍGENES Y PROBLEMAS TEÓRICOS DE LA MATEMATIZACION DE LA ECONOMÍA

1. El «retraso» del marginalismo

Si conservamos la somera caracterización del marginalismo por los dos rasgos previamente mencionados, la «Teoría Subjetiva del Valor» y la «Ley de Utilidad Marginal Decreciente», podemos observar, en efecto, que estas dos características están ya presentes en la segunda mitad del siglo xviii. La «Teoría Subjetiva del Valor» está ya desarrollada por autores como Q)n-dillac y Gallieni , y Daniel Bernouilli formuló por primera vez la forma matemática de la «Ley de Utilidad Marginal Decreciente» en su solución al problema de San Petersburgo'. Y, sin embargo, habrá que esperar más de un siglo para que se desarrolle el marginalismo'. ¿Qué es, pues, lo que fal­ta? ¿Qué es lo que ocasiona este retraso? Examinando la obra de los eco­nomistas del siglo xviii, partidarios de la «Teoría Subjetiva del Valor», se puede responder fácilmente a esta pregunta: esta teoría es incapaz de engen­drar una teoría de los precios determinada. Es decir, se construye un mo­delo teórico de precios que los representa como resultado de las compara­ciones de las utilidades de los agentes del intercambio, pero ese modelo no permite determinar rigurosamente los precios porque hace depender la de­manda de un Bien, no de los precios sino de la «necesidad humana», que se define en términos más o menos biológicos. Así, la demanda es un dato in­dependiente del sistema de relaciones de intercambio y, por lo tanto, no se puede determinar económicamente, lo que implica la determinación del pre­cio. Lo que interesa resaltar epistemológicamente es que no se aplica la «Ley de la Utilidad Decreciente» porque no existe una teoría matematizable de la demanda: la demanda no es considerada como una variable económica sino que depende de fenómenos biológicos. Por eso la Revolución margina-lista no es concebible antes de que Cournot en sus Investigaciones sobre los Principios Matemáticos de la Teoría de las Riquezas', publicadas en 1838, haga precisamente eso: transformar la Demanda en una variable intra-económica, determinada únicamente por los precios, formulando así la Ley de la Demanda D = F(p), la Función de la Renta R = p F ( p ) y la Fun-

. , dR Clon de la Renta marginal = F (p) + pF' (p). (Donde p = precio de

dp dP

un Bien. D = demanda solvente de ese Bien. F' (p) = .) dp

Aunque Cournot no comparta la teoría subjetiva del valor, su curva de

' Véanse F. Gallieni (1751) y Condillac (1776). ' D. Bernouilli (1733). ' Para una exposición detallada del problema, véase G. Jorland (1978). • C. Menard (1978).

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demanda va a dar pie a una teoría matemática basada en esa concepción del Valor. En efecto, Walras se dará cuenta de que la curva de Cournot y la curva de la Ley de Utilidad Marginal Decreciente tienen la misma for­ma y, por tanto, a la imprecisa formulación según la cual «los precios son resultado de la comparación de utilidades» podrá sustituir la fórmula mate-

Ux Px mática = o, parafraseando, que el cociente de las Utilidades es

UY Py igual al cociente de los Precios'.

Observamos, por ello, sobre este ejemplo, que el desplazamiento con­ceptual que acompaña a la matematización de la economía es la reducción de una línea más o menos vaga de la Demanda o de la Utilidad a un con­cepto operativo, es decir, susceptible de figurar en una relación matemática y definido gracias a esa figuración.

El problema teórico que debemos plantearnos a continuación es el de las condiciones que permiten una serie de desplazamientos de este tipo.

2. El paradigma de la matematización

La condición decisiva, por lo menos para Cournot, de la matematización de la Economía era la aparición de un nuevo modelo estructural (o paradig­ma, en términos anglosajones) que hiciese posible e incitase a aplicar las matemáticas a la Economía. Ese paradigma es un paradigma físico (oponién­dose, pues, a otro paradigma muy corriente y de gran porvenir: el bio­lógico), pero no un paradigma físico cualquiera sino precisamente el que surge con la Mecánica Analítica de Lagrange. La intervención de este para­digma es fehaciente en el Prefacio de las Investigaciones..., de A. A. Cour­not. En efecto, cuando Cournot escribe, la escuela dominante en Francia es la Escuela ultraliberal de París, que toma como referencia principal la obra de J. B. Say. Y, justamente, J. B. Say ha publicado una crítica violenta de los intentos de matematización de la economía en el discurso preliminar a la edición de 1826 de su Tratado de Economía 'Política. La influencia de esta crítica será tal que el anatema lanzado contra la Economía Matemática no se resquebrajará en Francia hasta la segunda década del siglo xx, desprecián­dose la obra de Léon Walras, que tuvo que emigrar a Suiza para desarro­llar sus ideas.

¿En qué consiste esa crítica? Rápidamente se puede ver que Say concibe las matemáticas como únicamente un instrumento de cálculo numérico, aplicable sólo cuando se pueden establecer relaciones numéricas. Como, por

' Véase G. Jorland (1980).

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otra parte, sostiene que las cantidades y valores económicos están «someti­dos a la influencia de las facultades, necesidades y voluntades de los hom­bres, se puede saber en qué sentido actúan esos factores, pero no se puede apreciar rigurosamente su influencia y, en consecuencia, no se pueden esta­blecer determinaciones numéricas. Las matemáticas no sirven, pues, para nada en economía, si se exceptúan las estadísticas, para recoger datos.

A este ataque frontal, que Cournot no podía ignorar, se encuentra res­puesta en el prefacio anteriormente citado. Cournot sostiene que esa crítica viene del desconocimiento de la teoría de funciones (de Lagrange) cuya ca­racterística es que permite obtener resultados precisos sin disponer de una evaluación numérica de las relaciones con sólo conocer algunas caracterís­ticas de su forma (continuas, decrecientes...). Justamente la Mecánica ana­lítica de Lagrange demuestra que se pueden obtener resultados aplicados de este tipo de teoría.

Epistemológicamente, Cournot sustituye a la cuestión de la legitimidad de la matematizacion la cuestión de la pertinencia del tipo particular de ma­tematizacion que se ha de utilizar. Es decir, que a una pregunta a priori metafísica en cierta medida (la realidad puede o no ser expresada por la matemática) y difícilmente decidible, sustituye una pregunta a posteriori y que abre posibilidades concretas de discusión y, por lo tanto, de progreso.

La respuesta de Cournot es clara: se puede construir una economía mate­mática si se expresan las relaciones económicas, no como relaciones numéri­cas, sino como relaciones funcionales que posean ciertas características. Pero, ¿qué concepción de la Economía Matemática sale del desarrollo de esta analogía con Mecánica analítica?

2° LA NATURALEZA DE LA ECONOMÍA MATEMÁTICA

No es en Cournot, sino en la obra de Marie Esprit Léon Walras (1834-1910) y, principalmente, en las sucesivas ediciones de los Elementos de Economía Política Pura^" (1.» edición, 1874-77; 5.* edición, definitiva, en 1926) y otros escritos menores del mismo autor donde podemos encontrar no solamente una teoría general, de mucha mayor envergadura que las ela­boraciones parciales de Cournot, sino, sobre todo, una conciencia episte­mológica radical y precisa de lo que significa la matematizacion de la Eco­nomía. Walras es el primero en afirmar que las matemáticas no son un

'" Posteriormente a la redacción de este articulo hay que señalar la publicación, ini­ciada a finales de 1987, de una nueva edición de las obras de Léon Walras a cargo de la Editorial Económica, de París, que, sin duda alguna, por su exhaustividad y por la calidad de su aparato critico está destinada a convertirse en la edición de referencia.

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instrumento neutral, sino que, para él, cambian la naturaleza de la Teoría Económica, operan una revolución galileica radical en el terreno de la Eco­nomía. En este sentido, su conciencia epistemológica es muy superior a la de un gran matemático y economista de mucha mayor influencia como Al-fred Marshall, que conserva muchas reticencias respecto a la utilización de las matemáticas. Evidente muestra de ello es el hecho de que relegue las matemáticas a los apéndices de sus Principies", cuyo significado es que­rer creer, aún, que exposiciones en lengua natural y exposiciones en lengua matemática son equivalentes.

Para ver bien el carácter excepcional de la conciencia epistemológica de Walras, se le puede comparar con un economista matemático muy poste­rior: R. G. Douglas Alien. Este exhibe, en su libro Mathematical Econo-mics, unos instrumentos matemáticos infinitamente superiores a los de Walras, pero, sin embargo, tiene, todavía, una concepción instrumentalista de las matemáticas. Leemos en el Prefacio de su obra que Alien considera las matemáticas como «un instrumento extremadamente eficiente», capaz de desarrollar las consecuencias implícitas en unas premisas (que pueden ser cualquier sistema coherente de axiomas). Como buen anglosajón. Alien ad­vierte que las matemáticas no demuestran, sino que deducen. La demostra­ción de la verdad o falsedad de unos enunciados sólo depende de la con-trastación empírica de los resultados. La diferencia entre las matemáticas económicas y las matemáticas puras es que en las primeras se «viste» al sistema de premisas de un contenido real y eso permite interpretar las con­secuencias de manera real, es decir, contrastable.

Es notorio que Alien mantiene una concepción logicista de las materias (¿influido por Hilbert o Russell?) como «forma de razonar» y, en eso, entra en total contradicción con la epistemología moderna de las matemáticas que, a partir de Wittgenstein y Gódel, subraya la diferencia entre la Lógica y las Matemáticas. Las matemáticas no enuncian tautologías sino propiedades de sistemas de objetos formales. «Objeto formal» debe entenderse en un doble sentido. Primero, un objeto matemático es un objeto del mundo real. Se­gundo: es un objeto al que se le imponen ciertas condiciones de forma. En cambio, la Lógica no impone condiciones formales a los objetos de un razo­namiento, sino sólo a su forma. Y, por eso, es por lo que únicamente puede enunciar tautologías.

Walras, que no pudo sospechar el desarrollo posterior de las concepcio­nes de las matemáticas, es mucho más coherente con la epistemología mate­mática actual que R. G. D. Alien. Se da cuenta de que imponer una forma matemática a las premisas no es un acto neutral. Hay que transformar los

" Alfred Marshall (1890).

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conceptos para volverlos operativos. Utilizar la matemática implica redefinir un objeto propio para la Economía, que garantice su autonomía y su status científico. Walras quiere hacer con la Economía la misma transformación que se operó en Física al abandonar la Física aristotélica y construir una nueva Física, auténticamente científica gracias a su matematizacion.

No se trata, pues, de utilizar métodos que permitan una cuantificación. Al contrario, Walras reconocerá que es imposible cuantificar de manera pre­cisa el sistema de ecuaciones de la teoría económica pura tal como él la ela­boró. No se trata de estadística sino de la construcción del objeto de una ciencia a través de una matematizacion que no desemboca directamente so­bre la posibilidad de obtener resultados cuantificados. Pareto llegará a decir que no se trata, ni tan siquiera, de intentar resolver numéricamente el sis­tema: es imposible y además inútil, ya que la solución práctica está dada por el mercado ".

Pero, ¿cuál es ese objeto propio de la Economía Política pura?, ¿por­qué sólo las matemáticas nos permiten construirlo?

Walras nos da en su extensa obra hasta seis tipos de definición dife­rentes del objeto de la Economía pura. Citaremos sólo una: «El estudio de las leyes necesarias del intercambio, de la producción, de la capitalización y de la circulación en competencia perfecta» ". Si se quiere sintetizar los diversos aspectos de las definiciones, se puede llegar a una definición desarro­llada tal y como la formula Schumpeter: «El estudio de un universo cerra­do, constituido por el sistema de condiciones o relaciones que determinan los valores de equilibrio de todas las variables económicas, los precios de todos los productos y factores y la cantidad de productos y factores que serían comprados, en equilibrio perfecto y competencia pura, por todas las empresas y economías domésticas» '^

Esta definición nos interesa porque postula que el objeto de la econo­mía es un universo cerrado. Universo cerrado quiere decir que tiene dos características. Es completo: todos los elementos que intervienen están to­mados en cuenta. Y es autónomo: todas las relaciones entre los elementos forman un sistema, es decir, un conjunto finito de relaciones que pernuite determinar, por sí solo, todos los elementos que entran en su composición. Una consecuencia protocolaria de este rasgo es que no hace falta formular la cláusula ceteris paribus para todos los elementos y procesos no econó­micos. Sus variaciones no tienen importancia, no determinan ningún valor económico. Pero ¿no es eso arbitrario?, ¿cómo podemos estar seguros de que el objeto de la economía es un universo cerrado? Justamente, para

" Véase Pareto (1927), pp. 233-234. " Véase el «Discurso del Jubileo», citado en Schumpeter (1954). " Véase Schumpeter (1954), parte IV, cap. 1°, sección 1.'.

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Walras, son las matemáticas las que permiten justificar este postulado. En efecto, si el sistema de todas las relaciones económicas es expresable en un sistema de ecuaciones, entonces, si se dan ciertas condiciones perfectamente verificables (que el sistema sea consistente, comporte ecuaciones indepen­dientes no reducibles a identidades y en número igual al de las variables), se puede afirmar, sin ningún dogmatismo, que este sistema determina un universo autónomo. Las matemáticas son, pues, condición necesaria y sufi­ciente para afirmar a la Economía como ciencia PURA: sin las matemáti­cas, el postulado de un universo cerrado es arbitrario e inverificable.

Por eso es esencial que la economía científica formule todos sus con­ceptos de manera que sean matemáticamente operativos. Todos los elemen­tos económicos deben ser considerados como magnitudes y todas las rela­ciones económicas, como funciones de ciertas características. El problema de Walras, pionero de la matematización es que, para que sus matemáticas puedan aplicarse, hacen falta aún muchas más condiciones restrictivas, que Schumpeter califica de simplificaciones heroicas. Examinaremos una de ellas para ver qué justificación es capaz de aportar Walras.

Walras supone y construye como hipótesis explicativa la idea de un equilibrio perfecto, es decir, un equilibrio en el que las fuerzas que lo es­tablecen, cuando son ligeramente modificadas, provocan reacciones en sen­tido contrario que tienden a restablecer el estado primitivo. Como las fuer­zas económicas son para Walras el comportamiento de los agentes econó­micos (empresas, economías domésticas) individuales, ese requisito se traduce por la idea de que los agentes económicos se comporten como un homo oeconomicus. Este es un agente que quiere y puede (dándose ciertas condi­ciones: como una información perfecta) comportarse de una manera total­mente racional, es decir, maximizando la utilidad total que puede alcanzar con los recursos de que dispone.

Lo interesante es darse cuenta de que la justificación del homo oeco­nomicus no es principalmente psicológica, sino metodológica. Walras no saca esta hipótesis de un estudio psicológico positivo y, desde ese punto de vista, su hipótesis es una simplificación abusiva. Pero, metodológicamente hablando, su hipótesis es la condición de abstracción sobre los agentes eco­nómicos que permite matematizar sus relaciones. Por lo tanto, Walras podría justificarla de manera mucho más convincente utilizando, una vez más, su continua analogía con la Física''. Del mismo modo que es lícito en Física abstraer del objeto de la experiencia sus cualidades sensibles para construir el objeto abstracto de la Física y sus leyes necesarias, podría ser lícito abs-

" Véase, por ejemplo, su conferencia «Economie et Mécanique».

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traer ciertos rasgos del agente económico concreto para poder aislar «las leyes necesarias» de las relaciones económicas.

Resumiendo las conclusiones del análisis de las concepciones epistemo­lógicas de Walras, podemos decir que, para él, mamatematizar la Economía es hacerla acceder a un status auténticamente científico, porque:

1." Al permitir formular de manera operativa los conceptos fundamen­tales, imponiendo una serie de condiciones de abstracción sobre la natura­leza de los agentes económicos y de su comportamiento, hace disponer a la Economía de conceptos precisos.

2° Al formular el conjunto de las relaciones económicas fundamentales como un sistema coherente de ecuaciones, permite constituir un universo cerrado como objeto propio de la Economía.

3.° Pone a disposición de la Economía un instrumento de deducción mucho más eficaz que el razonamiento intuitivo y perfectamente adaptado a su objeto.

Lo interesante de esta concepción es que, independientemente de los su­puestos heroicos que integra, es epistemológicamente coherente como pro­grama normativo de la Economía: si se quiere obtener una teoría econó­mica pura hay que utilizar las matemáticas o caer en lo arbitrario. Por otra parte, como mínimo, gracias a la utilización de la analogía física, basta para afirmar que no se puede rechazar la matematización a priori sólo porque necesite imponer hipótesis de abstracción. La Física ha demostrado que la abstracción puede ser fecunda para estudiar objetos reales.

Por lo tanto, este análisis de Walras nos permite dividir las críticas de la matematización en tres grupos: las críticas oscurantistas, las críticas eco­nómicas y las críticas matemáticas.

3." LAS CRITICAS DE LA MATEMATIZACIÓN

1. Las críticas oscurantistas

Se puede calificar de tales aquellas críticas que rechazan a priori toda matematización en virtud de un modelo asumido acríticamente de lo que debe ser la Economía. Como ejemplo podríamos tomar el caso anteriormente citado de J. B. Say y, sobre todo, de sus discípulos de la Escuela de París. Podríamos añadir a esta lista, entre otros muchos, el caso del matemático

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J. Bertrand, en su análisis devastador de las tesis de Cournot y Walras, publicado en el Journal des Savants, en septiembre de 1883 ".

2. Las críticas económicas

Estas críticas se diferencian de las del primer grupo porque, en vez de criticar la matematización a priori y en bloque, parten de unas críticas con­cretas que permiten señalar límites definidos de esta matematización. Es decir, que consideran la matematización insuficiente para constituir, por sí sola, un universo cerrado de fenómenos económicos, porque señalan ciertos factores concretos importantes desde el punto de vista económico que se resisten a la matematización. Un ejemplo podría ser el de Alfred Marshall cuando señala los límites de la conceptualización matemática de su tiempo, haciendo resaltar su incapacidad para integrar un análisis dinámico y tem­poral de los fenómenos económicos. Otro ejemplo estaría constituido por el marxismo. En el famoso capítulo sobre el fetichismo de la mercancía, Marx sostiene que las relaciones entre las cosas son esencialmente relacio­nes sociales encubiertas por esa forma fetichista de relaciones «objetivas» entre las cosas. A partir de esta tesis se comprende que las relaciones socia­les y sus características (conflicto, crisis...) son hechos económicos deter­minantes y que, sin embargo, no se dejan matematizar fácilmente.

La característica de estas críticas es que son a posteriori y concretas. Son críticas que se hacen a una matematización particular sobre la base de unas concepciones económicas particulares. Por lo tanto, no pueden ser conside­radas como recurrentes, definitivas, puesto que siempre cabe la posibilidad de que sean superadas por construcciones más refinadas y elaboradas. Inte­grando esas críticas es como, de hecho, se ha realizado el progreso de la Eco­nomía Matemática. Por ejemplo, se han desarrollado construcciones mate­máticas dinámicas y hasta métodos matemáticos para pensar relaciones de conflicto entre individuos o grupos (cfr. la teoría de los juegos, de Von Neuman y Morgenstern).

" La Escuela Histórica alemana, fundada por el jurista Savigny y plasmada en su ver­tiente económica por las obras de List (especialmente en su Sistema nacional de Econo­mía Política), es también hostil, en virtud de los postulados filosóficos organicistas de la Naturphilosophie, a toda matematización. Su influencia fue importante en la evolución de Cournot, que abandonó la economía matemática en sus últimas obras. Por su parte, la escuela austríaca, de Menger a Von Mises, se opuso en virtud de su subjetivismo de principio a la matematización. Sin embargo, Hayek abandona esta peculiaridad metodo­lógica y deja de oponerse a la matematización.

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ORÍGENES y PROBLEMAS TEÓRICOS DE LA MATEMATIZACION DE LA ECONOMÍA

3. Las críticas epistemológicas

Este tipo de críticas abarca aquellas que intentan precisar las condicio­nes generales de atribución de un significado económico a una construcción matemática. Son, por lo tanto, recurrentes, puesto que se aplican a toda construcción matemática. Sin embargo, por razones obvias, no son críticas a priori que rechacen toda matematización, puesto que sólo intentan preci­sar sus condiciones de validez.

Un primer ejemplo de estas críticas se encuentra, a modo de chiste, en la famosa carta de Marshall a Bowley, del 27 de febrero de 1906, que nos da una serie de «reglas para el buen uso de las matemáticas». Marshall in­siste sobre la necesidad de una «traducción» a términos reales de los resul­tados matemáticos. Sin la posibilidad comprobada de esa traducción, el re­sultado matemático no sirve para nada en Economía.

Por su parte, el matemático y epistemólogo francés Henri Poincaré, en su breve correspondencia con Léon Walras, avanzaba críticas de tipo simi-kr . Walras le había enviado un ejemplar de sus Elementos de Economía Política Pura para intentar conseguir, gracias al prestigioso matemático, un «espaldarazo» que le permitiese romper el aislamiento y el desconocimiento de su obra en Francia". Walras, en la segunda carta que envió al físico, insiste una vez mas sobre la analogía entre su labor teórica en el campo de la economía y la construcción de una física matemática. Poincaré le responde con muchas precauciones, admitiendo la posibilidad a priori de una econo­mía matemática (lo que le diferencia de J. Bertrand), pero insistiendo sobre las precauciones que hay que tomar para eliminar los elementos arbitrarios de este tipo de construcción. En efecto, Poincaré estaba, como epistemólogo, muy sensibilizado sobre el problema de la interpretación del significado no matemático de fórmulas matemáticas. Inspirándose libremente en su obra como epistemólogo de la Física podemos precisar tres tipos de precauciones que hay que tomar para eliminar interpretaciones arbitrarias ".

A) No hay que confundir el significado económico del concepto mate­máticamente operativo con el del concepto intuitivo del que procede. Es de­cir: no hay que olvidar las condiciones restrictivas que se han impuesto para pasar del uno al otro. Podemos dar dos ilustraciones de confusiones basadas en el olvido de este precepto: Primero, en lo que concierne a la teoría del monopolio. En su forma neoclásica, es una teoría de un vendedor único que no puede influir sobre la curva de demanda. Esta teoría, evidentemente.

" Correspondence of Léon Walras, editada por A. Jaffé, tomo III, pp. 158-165. " J. H. Poincaré (1902) y (1906).

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no corresponde a muchas relaciones reales donde el vendedor único sí puede influir sobre la curva de demanda. Sin embargo, hasta la elaboración, por P. Sweezy, de la curva de demanda quebrada en su famoso artículo de 1937, los economistas hicieron como si se aplicase a todos los vendedores únicos. Un segundo ejemplo sería la confusión que hace Walras entre su teoría es­tática del equilibrio y una teoría de un estado de equilibrio estático (o esta­do estacionario). Walras confunde una ficción metodológica, que construye un concepto de equilibrio que no hace intervenir el factor tiempo, con la descripción de un hecho real, a saber, un estado en el cual el tiempo no produce ninguna variación.

B) No hay que confundir una ficción metodológica con una construc­ción teóricamente normativa. Es decir, no se deben considerar las ventajas formales de un concepto como ventajas de significado económico. Así, el concepto de competencia perfecta posee muchas ventajas formales puesto que permite construir, en el marco de ciertas hipótesis de abstracción, un sistema de equilibrio perfectamente determinado. Pero ello no quiere decir que todo análisis de los fenómenos económicos tenga que tomar como punto de partida esas hipótesis de abstracción. Sin embargo, muy posteriormente a Walras, Hicks, en su libro Valué and Capital (1939), piensa aún que «abandonar la hipótesis competitiva hace correr el riesgo de arruinar la mayor parte de la teoría económica». Ni que decir tiene que es aún mucho más arbitrario considerar la ficción metodológica de la competencia per­fecta como una construcción políticamente normativa.

C) Al construir una teoría no debe guiarse la elaboración por criterios formales (simetría de los conceptos operativos, posibilidad de simplificar formalmente la construcción), dejando de lado los criterios de pertinencia económica. Un ejemplo de este tipo de error se encuentra en la teoría mar-ginalista de la producción. Como señala Pasinetti en su libro Lecciones so­bre la teoría de la producción, los marginalistas intentaron aplicar su mo­delo fundamental, que era un modelo de intercambio puro, al análisis de los procesos de producción. Para ello intentaron pensar el proceso de produc­ción con categorías análogas formalmente a las que utilizaban en su mo­delo de intercambio, sin plantearse el problema previo de su pertinencia en otro terreno de análisis. Así elaboran la idea de productividad marginal por analogía con la de utilidad marginal, la idea de sustitución entre diver­sos factores de producción por analogía con la de sustitución entre diversos bienes de consumo.

¿Qué conclusiones podemos sacar del examen de estos tres tipos de crí­ticas?

La primera, de tipo general, es que no existen límites teóricos a priori

306

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ORÍGENES Y PROBLEMAS TEÓRICOS DE LA MATEMATIZACION DE LA ECONOMÍA

de la matematizacion, sino precauciones a priori que hay que observar para precisar la validez y el significado económico de un razonamiento matema-tizado, y, por otra parte, límites a posteriori y concretos que hacen surgir las otras teorías económicas. Pero de la existencia de estas precauciones a priori y de estos límites concretos se pueden sacar otras consecuencias im­portantes.

1." Que existen criterios epistemológicos de preferencia entre las di­versas construcciones matemáticas (y no matemáticas). Por ejemplo, en el caso de las teorías de producción previamente mencionadas, existe una pre­ferencia epistemológica hacia aquellas que intentan construir sus conceptos guiándose por un análisis de los procesos económicos y no por paralelismos formales. Así la teoría neoclásica de la producción se presenta como una ex­tensión arbitraria de una teoría que se ocupa de la asignación óptima de ciertos stocks de recursos a un terreno económico que, sin embargo, parece estar concernido mucho más por magnitudes flujo que por magnitudes fondo. La preferencia epistemológica va a aquellas teorías como las que, a partir de Sraffa y Pasinetti, se intentan construir con matemáticas más centradas sobre los aspectos propios del proceso de producción.

• ' ° j 1 ^' '^^"^'° ^^^ marco de las precauciones ya mencionadas, la utili­zación de las matemáticas sirve, efectivamente, para clarificar y precisar los problemas económicos y que, incluso, las perspectivas que rechazan la cons­trucción de una teoría económica pura no pueden ignorar las ventajas de una formulación matemática, siempre que sea posible dotarla de un signi­ficado económico. Epistemológicamente esto quiere decir que el campo de la economía matemática es mucho más amplio que el de la teoría económica pura. Y todas las objeciones concretas que se le hagan pueden ser conside­radas como los agentes del progreso ulterior de las construcciones matemá­ticas. Un ejemplo de discusiones que, dentro del marco de una teoría no fundamentalmente matemática, han ganado en precisión gracias a una mayor elaboración matemática es el problema clave para las discusiones entre el marxismo y las corrientes neo-ricardianas, de la transformación de valores en precios, sobre todo a partir de las contribuciones de Tugan-Baranowsky y L. Bortkiewicz ".

3.° Sin embargo, el problema epistemológico de Walras de construir una teoría económica pura gracias a las matemáticas, aunque sea coherente, está permanentemente subvertido por la necesidad de hacer intervenir nue­vos factores. Es decir, que el hecho de que la frontera entre factores econó­micamente relevantes y factores económicamente no pertinentes sea inesta-

" Véanse M. Tugan-Baranowsky (1905) y L. von Bortkiewicz (1907).

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ble, hace muy aleatorio el horizonte walrasiano de un objeto de la Econo­mía completamente autónomo.

A partir de esta conclusión se plantea la siguiente alternativa epistemo­lógica: Si se quiere mantener la idea de una teoría económica pura, que enuncie leyes necesarias y universales, se debe seguir siendo epistemológica­mente walrasiano (lo que no quiere decir quedarse encerrado en la teoría decimonónica concreta de L. Walras) *, pues sólo las matemáticas garantizan que se pueda enunciar leyes de este tipo. Pero, entonces, hay que asumir el hecho de que el objeto de esta teoría es una ficción metodológica, cuya validez está supeditada a las posibilidades de utilización que permiten sus condiciones restrictivas matemáticas. El otro término de la alternativa es sostener que la Economía se ocupa primordialmente de unos procesos histó­ricos, entre los cuales es arbitrario decir que rigen leyes necesarias y uni­versales. Tan sólo se pueden circunscribir «modos de funcionamiento» Al-thusser), de los cuales sólo unos segmentos parciales son matematizables. Eso no implica que la Economía, como ciencia autónoma, no exista, sino que está integrada en una teoría general de los procesos históricos. Esta actitud epistemológicamente corresponde bastante bien con la del materia­lismo histórico, pero también con la de otras escuelas, neo-ricardianas, por ejemplo. El problema de esta actitud, como el de todas las escuelas econó­micas que abandonan la perspectiva de una teoría económica pura, es que debe renunciar a la precisión de las matemáticas para construir una teoría general de los fenómenos económicos y debe, pues, formular criterios de pertinencia de las explicaciones económicas suficientemente precisos para que sea posible discriminarlos.

" Ser walrasiano quiere decir, entonces, que todos los recursos matemáticos que no tuvo Walras han de ser utilizados para perfeccionar su proyecto de una teoría económi­ca pura.

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ORÍGENES Y PROBLEMAS TEÓRICOS DE LA MATEMATIZACION DE LA ECONOMÍA

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ARAGÓN INVERTEBRADO. ATRASO ECONÓMICO Y DUALISMO INTERNO (1830- 1930)

LUIS GERMÁN ZUBERO Universidad de Zaragoza

Las transformaciones económicas y sociales a que ha dado lugar la con­solidación del sistema capitalista en España han supuesto un crecimiento menor de las regiones agrarias del interior peninsular. Entre ellas se en­cuentra la economía aragonesa. Un amplio territorio hasta hace pocos años predominantemente agrario, con escasa densidad de población y poco urba­nizado, situado en la cuenca central del valle del Ebro. Región histórica de variada geomorfología y diversidad climática y edáfica (la fértil ribera del Ebro zaragozana y la zona central del valle contrastan con las montaño­sas provincias de Huesca y Teruel), con más del 30 por 100 de su super­ficie por encima de los LOOO metros de altitud frente al 20 por 100 de media española y escasas comunicaciones, que lo caracterizan como territo­rio poco vertebrado.

Globalmente, para Aragón, la existencia y aprovechamiento de un infe­rior número de posibilidades productivas y la consecución de unos menores niveles de productividad explican el crecimiento más lento en la producaón de mercancías; atraso económico condicionado además por la estrechez de la demanda efectiva. Asimismo, el dualismo interno entre la evolución eco­nómica zaragozana y la de las otras dos provincias aragonesas y su escasa integración, condicionan dicho mediocre crecimiento. Como expresión de esta realidad, el peso relativo productivo y demográfico aragonés en el con­junto español no ha dejado de disminuir: Aragón, que representa el 9,4 por 100 del territorio español, pasaba de suponer el 6 por 100 de la población española en 1833 a un 4,9 por 100 en 1900 y un 4,4 por 100 en 1930. El pro­ducto aragonés, estimado para 1860 en el 5,8 por 100 del español descen­día al 5,1 por 100 en 1900 y al 4,5 por 100 en 1930 (Alvarez, 1986).

Sin embargo, el rasgo más característico de la evolución económica de Aragón radica en la consolidación de un claro dualismo mterno: una zona en proceso de modernización y una atrasada periferia —escasamente integra­da— con una producción mercantil estancada. Estos hechos expresan la inver-tebración del territorio aragonés.

Revista de Historia Económica 311 Año VI. N.» 2 - 1988

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LUIS GERMÁN ZUBERO

MAPA DE ARAGÓN

Altitudes sobre el nivel del mar

menos de 500m.

1 entre 500 y 1000 m.

•jjj^H mas de 1000 m.

FUENTE: Mapa topográfic» del Instituto Geográfico y Catastral.

312

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ARAGÓN INVERTEBRADO. ATRASO ECONÓMICO Y DUALISMO INTERNO (1830-1930)

1. La especialización agropecuaria aragonesa durante el siglo XIX

Durante el siglo xix el incremento de la producción mercantil y toda una serie de transformaciones en la articulación del mercado interior defi­nieron la especialización productiva de las diversas regiones del país. Esta división regional del trabajo consolidó a las regiones del interior peninsular en su papel de productoras de materias primas y subsistencias, orientando sus excedentes hacia el consumo interior: hacia Cuba, las regiones perifé­ricas con economías diversificadas y hacia la capital del Reino'. En este sentido, durante el siglo xix la especialización productiva aragonesa no su­puso sino la continuación y predominio de su tradicional base productiva agrarias. Este sector agrario aragonés podemos caracterizarlo por los siguien­tes rasgos estructurales:

A. Una agricultura de base cerealista, bajos rendimientos y bruscas os­cilaciones productivas. El peso del cereal en Aragón —que supone alrededor del 80 por 100 del suelo cultivado— es superior al medio de la agricultura española. El Avance estadístico sobre el cultivo cereal y de leguminosas de 1890, de la Junta Consultiva Agronómica (1891), nos muestra en Aragón la generalización del sistema «año y vez» que en secano venía a producir para el trigo entre 5 y 6 granos por semilla (alrededor de 8,5/9 qm. por Ha., alrededor de 7 en Teruel), mientras que la producción en regadío se situaba en una relación alrededor de 8 granos por semilla.

CUADRO 1

Comparación en la distribución de la superficie de cultivo en Aragón y España (1860-1930) (Cifras porcentuales)

1860 1900 1930

Aragón España Aragón España Aragón España

1. Sistema cereal 85,1 80,7 78,3 77,0 79,5 73,6 2. Viñedo 9,0 7,7 13,3 8,7 7,2 7,0 3. Olivo 3,7 5,4 2,9 6,7 6,3 8,7 4. Cultivo intensivo 1,7 6,2 5,5 8,4 6,9 10,7

TOTAL 100 100 100 100 100 100

FUENTES: Germán (1988). Elaboración propia a partir de la Dirección General de Contri­buciones (1879) y Junta Consultiva Agronómica, Dirección General de Agri­cultura.

' Una reciente síntesis sobre «la formación del mercado interior», en Garrabou (1985), pp. 13-66.

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Una insuficiente utilización del estiércol de cuadra y de ganados, y la ausencia de abonos químicos. Escasas zonas de regadío en las provincias más montañosas, Huesca y Teruel (algo más de 30.000 Has., alrededor del 8 por 100 de la superficie de cultivo, frente al mayor peso del regadío zaragozano (algo más de 100.000 Has., un 23 por 100). Superficies de regadío utiliza­das todavía a fines del siglo xix muy mayoritariamente —alrededor del 70 por 100— en el cultivo cereal. Sin embargo, la superficie de cultivo cereal en regadío sólo suponía algo más del 11 por 100 del sistema cereal aragonés. Este hecho motivaba las fuertes fluctuaciones de las cosechas de un año a

B. Una producción de granos, cuyos excedentes son destinados al con­sumo interior peninsular, especialmente Cataluña, con crecientes problemas de comercialización. La producción cerealista aragonesa experimenta a lo largo del siglo xix un crecimiento similar a la española y supone alrededor

CUADRO 2

Evolución de la producción cerealista en Aragón (10' qm.)

1795 1895 1925

1. Trigo 1.392,6 2. Centeno 331,6 1-1-2. Cereales Alimentos 1.723,2

(100)

3. Cebada 578,1 4. Avena 202,9 5. Maíz 41,7 3-1-4-1-5. Cereales Piensos 822,7

(100)

2.835,3 315,8

3.151,1 (183)

1.304,2 186,7 243,0

1.733,9 (211)

4.885,0 (192)

3.342,9 279,4 *

3.868,3 (224)

1.141,2 277,0 263,9

1.682,1 (204)

5.550,4 (218)

TOTAL CEREALES 2.546,9 (100)

Porcentaje Aragón/España 9,8 10,2 7,4

* Hay que añadir 246.000 qm. de tranquillón que se produce en Teruel (producción que recogen las estadísticas oficiales desde 1898).

FUENTES: Censo de Frutos y Manufacturas (1799) y producciones de 1791 y 1797; Junta Consultiva Agronómica; Promedio 1891-1900 y 1921-1930. Elaboración propia.

' Estimación a partir de datos recogidos por la Junta Consultiva Agronómica. Un es­tado de la cuestión sobre la historia agraria aragonesa, en Colas, Forcadell y Sarasa (1981), pp. 791-856.

n4

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de la décima parte de la nacional, expansión que se apoya tanto en la apli­cación y resultados de las transformaciones institucionales de la revolución burguesa, como en la especialización española dentro del «equilibrio co­mercial intraeuropeo» como suministradora de subsistencias.

Mientras que para España, durante este siglo, el crecimiento de la pro­ducción cerealista ha sido paralelo al crecimiento demográfico, en Aragón se produce una disfunción entre un ritmo productivo similar al español y un menor crecimiento demográfico, lo cual contribuye a explicar la existencia de un creciente excedente y la progresiva caracterización de la agricultura aragonesa como suministradora de cereal a las regiones limítrofes deficitarias.

CUADRO 3

Evolución del crecimiento de la población y producción de cereales (índices)

A) Población (1795=100) B) Producción de cereales (1795=100) B/A (1795=1)

1900

Aragón

139 192

1,38

España

m 185

1,05

1925

Aragón

157 218

1.39

España

225 290

1,29

Elaboración propia, a partir de las fuentes del cuadro 1.

Cubriendo esta tradicional función comercial hacia Cataluña, principal­mente, Aragón va a entrar durante el ochocientos en competencia con los trigos y harinas castellanos, posición agravada desde los años ochenta con las nuevas condiciones que impuso la llegada de trigos ultramarinos más baratos a los puertos costeros del país. La diferencia de precios entre el trigo cotizado en Barcelona y Zaragoza descendió apreciablemente, provocando que el mer­cado triguero —y harinero— aragonés hacia Cataluña se redujera rápidamen­te. En este contexto de dura competencia, la concesión de tarifas especiales ferroviarias bonificando, progresivamente, las largas distancias desde Castilla a la costa catalana (en 1900 aquéllas eran casi un 40 por 100 inferiores a las zaragozanas) supuso una dificultad adicional a la ya difícil comercializa­ción del abundante excedente triguero aragonés. Ello explica que Aragón, la región española con mayor producción y disponibilidad de trigo per capita,

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LUIS GERMÁN ZUBERO

encuentre dificultades de comercialización de sus excedentes, agudizarán desde el último quinquenio del siglo .

cuales se

CUADRO 4

Dificultades en la comercialización de los excedentes trigueros de Aragón (Zaragoza y Huesca)

(Miles de Tm.)

Producción de trigo

Consumo interior *

Saldo Excedente comercial disponible por FF. CC. C-D

D/C (%)

1882-1886 ** . 189ai894 ** . 1901-1906 . . 1907-1910 . . 1911-1913 . .

185,1 226,7 214,2 233,2 268,3

124,3 130,3 127,9 135,1 140,1

60,8 96,4 86,3 98,1 128,2

32,2 29,2 7,2

22,1 31,8

28,6 67,2 79,1 76,0 96,4

53 30 8 23 25

* Relación 1/7 entre semilla sembrada y cosechada, 146 Kg. anuales per capita. ** Salvo para 1882-86 y 1890-94, sólo contamos con los datos comerciales de los FF. CC.

del Norte y no conocemos los de MZA.

FUENTES: Junta Consultiva Agronómica; Arrazola (1896); Gómez Mendoza (1984).

C. El papel del viñedo es complementario dentro de la agricultura aragonesa: en 1900 sólo representaba el 13,6 por 100 de la superficie agrícola aragonesa y casi el 13 por 100 de su producto agrícola. El desarro­llo del viñedo aragonés, paralelo al español, se produjo especialmente durante la década de los setenta, coincidiendo con la expansión de la filoxera en Francia, y continuó hasta 1900 (entre 1860 y 1900 casi duplicó su superficie de cultivo), aumentando en este período el peso del viñedo aragonés en el conjunto español al llegarle la plaga en esa fecha tardía. Así, la superficie del viñedo aragonés pasaba de representar alrededor del 9 por 100 de la española, y alrededor del 10 por 100 de la producción de vino en la década de los ochenta, a suponer en ambos casos, durante el último quinquenio del siglo, alrededor del 12 por 100. Sector con importantes excedentes comercializados durante los años ochenta a Francia y con el cierre

' El tema lo hemos estudiado en Germán y Forcadell (1988). Asimismo, véase Sanz Fernández (1985). Un estudio del mercado de los cereales aragoneses y sus precios en Peiró (1987).

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ARAGÓN INVERTEBRADO. ATRASO ECONÓMICO Y DUALISMO INTERNO (1830-1930)

del mercado francés hacia el País Vasco. Producción base, ademas, de una notable industria de aguardientes y alcoholes, también comercializados fuera, de gran peso en Aragón especialmente en estas décadas finiseculares Con el nuevo siglo y la difusión de la filoxera en Aragón se produjo una fuerte

crisis de este cultivo. . j i j - • D. Una especialización ganadera, asimismo complementaria del tradicio­

nal y hegemónico cultivo cereal, el ganado ovino, el cual suponía alrededor de las tres cuartas partes de las cabezas de la cabana ganadera. El sector l a n a r - e l aragonés representaba entre el 11 y el 13 por 100 del total es­p a ñ o l - s e encontraba en plena decadencia comercial durante el «ochocien-tos» por la competencia internacional del algodón, y la posterior crisis agro­pecuaria motivada por la importación de producción ultramarina. Asi, la cabana ovina aragonesa pasó de unos dos millones y medio de cabezas en 1865 a un millón setecientos mil en 1891' , con lo que ello supoma además de merma en el único tipo de abono utilizado en las explotaciones agrícolas.

F. Una estructura de la propiedad agrícola caracterizada, tras las trans­formaciones institucionales de la revolución burguesa, por un predominio de la pequeña y aún ínfima propiedad y un escaso peso relativo de las gran­des explotaciones, dando lugar a una «extremada parcelación de la tier a, a una extremada subdivisión del suelo». Asimismo, una presencia mayorita-ria y creciente de jornaleros (51,8 por 100 de los «.^«^/^«g"^"^-^.^^f^^,^' si bien parece que algo menor que la media del país, 54 3 por 100), estruc­tura social consecuencia de la opción revolucionaria adoptada durante los años treinta. «Extremada subdivisión del suelo-declaraba para Aragón en 1889-90 el Informe de los Registradores de la Proptedad-que oponién­dose a toda reforma cultural, origina como secuela un cultivo empírico y rutinario» *.

' Estimación a partir de datos de la Junta Consultiva Agroró c ^ ^ ^ ^ los a^^^ dientes son las únicas mercancías aragonesas en expansión comercial durante década de los ochenta.

Saldo comercial de vinos y aguardientes de Aragón _ Años mes de Tm. Años Miles de Im.

1878-1879 29.7 1901-1902 36,0 1880-1886 64,7 1904-1908 f

FUENTE: Gómez Mendoza (1986). Agregación de datos de Huesca y Zaragoza, transporta­dos por la Compañía de FF.CC. del Norte.

' Véanse Junta General .<ie Estadístja (1868)^«.^^^^^^ S f t w S y Dirección General de Agricultura, ln«»"«"^7-'^a, ,?n ''

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2. Decadencia de la industria tradicional aragonesa. Surgimientos de un débil núcleo fabril zaragozano desde mediados del siglo XIX

El complemento de esta economía agraria, poco diversificada, lo cons­tituía una tradicional industria rural, dispersa, de consumo local y comarcal, dirigida a la transformación de productos agrarios: molinería, textil (lana, lino y cáñamo), jabón... Producción caracterizada, por los autores de la épo­ca, como de escasa calidad, mostrando una baja preparación técnica y atra­sado utillaje'. Era una producción de basto acabado destinada al mercado interior, de ámbito local, con casi nulas posibilidades de comercialización ex­terior. En definitiva, ausencia en Aragón de un proceso de protoindustrializa-ción, hecho éste vinculado a la decadencia del capital mercantil autóctono y al control durante el siglo xviii de la comercialización de los excedentes agra­rios aragoneses por parte de comerciantes catalanes y franceses principal­mente'. Así, la inexistencia de un proceso de protoindustrialización llevará en estas décadas de inicio de la industrialización fabril en algunas zonas del país a una progresiva decadencia de la industria tradicional artesana, acele­rada especialmente desde la construcción de la red ferroviaria y a la corres­pondiente sustitución del consumo de las manufacturas tradicionales por pro­ductos fabriles.

En Aragón, desde mediados de siglo podemos hablar de un sector indus­trial débil, centrado lógicamente en la transformación de productos agrarios (alimentación y textil), en el que conviven, junto con la mayoritaria industria tradicional mencionada, nuevas iniciativas con moderna estructura (orga­nizativa y técnica) fabril centradas en la ciudad de Zaragoza y vinculadas especialmente al subsector harinero y al incipiente sector del metal. En 1856, el sector industrial aragonés representaba el 3,6 por 100 del global español (sin País Vasco ni Navarra), en tanto su peso demográfico era el 6 por 100 (ídem), lo que le otorgaba uno de los índices relativos más bajos del país (0,60). Este índice se situaba ya en 0,82 durante la década de los sesenta (1863), si bien descendió su nivel tras los años de la depresión agraria fini-

p. 155. Un estudio sobre la distribución de la riqueza rústica en Aragón a partir de los Repartos de Riqueza Rústica por amillaramiento lo hemos verificado en Germán (1984), pp. 47-71. El crecimiento relativo de los jornaleros dentro de la población activa agraria entre 1787 y 1860 ha sido señalado por García Sanz (1980), pp. 58-61.

' Ignacio DE Asso (1798), Historia de la economía política de Aragón, Zaragoza; A. ARTETA DE MONTESEGURO (1783), Discurso instructivo sobre la ventaja que puede con­seguir la industria de Aragón con la nueva ampliación de puertos concedida por su Ma­jestad para el comercio con América..., Zaragoza. Informaciones recogidas en Fomie» Goals (1978), p. 210: «La industria lanera, con un utillaje atrasado y con las técnicas de hilar todavía ancladas en el sistema tradicional, se repartía por la geografía aragonesa... en talleres y obradores que servían la demanda interior de tejidos burdos.»

• El tema ha sido analizado por Torras (1982), pp. 9-32.

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ARAGÓN INVERTEBRADO. ATRASO ECONÓMICO Y DUALISMO INTERNO (1830-1930)

secular, situándose en 1900 en 0,64. En el interior de Aragón se distin­guían claramente dos niveles de industrialización diferenciados. Zaragoza, con un nivel próximo al índice medio del país, apoyado en el medio urbano de la capital aragonesa, frente a los bajos niveles de Huesca y Teruel .

Evolución

Huesca Teruel Zaragoza Aragón

CUADRO 5

del nivel de industrialización (Porcentajes)

1863

I II Fabricación Población*

1,04 1.75 0,94 1,62 2,93 2,60 4,92 5,97

/ / / /

0,59 0,58 1,13 0,82

en Aragón (1860-1900)

1900

I II Fabricación Población* I/II

0,41 1,38 0,30 0,44 1,39 0,32 2,43 2,38 1,00 3,28 5,16 0,64

* Censo de Población, 1857 (excluidos País Vasco y Navarra).

FUENTES-. Contribución Industrial y de Comercio; Censo de Población. Elaboración propia.

El subsector de alimentación es el hegemónico dentro de esta pequeña industria aragonesa y está especialmente centrado en harineras, aceiteras y fábricas de aguardiente. Desde mediados del siglo xix se empieza a desarro-Uar un importante núcleo fabril harinero en Zaragoza que constituye el se­gundo centro productor y expendedor de harinas en la España interior, tras CastiUa; comercializando hacia Cataluña su producción La esperada llegada del ferrocarril (1861) inicia la década de mayor auge de la molinería zara­gozana. Sin embargo, la política librecambista de Figuerola (1869) y sobre todo, desde los años ochenta, la revolución de los transportes marítimos posibilitaron la llegada de trigos extranjeros más baratos a las costas catala­nas propiciando la consolidación junto a Barcelona, especialmente en San Mar­tín de Proveníais, de un importante y modernizado núcleo harinero. EUo redujo una parte de la exportación triguera aragonesa, anulándose casi

• N,j,i nQ«7í n« «57 El tema lo estudiamos en Germán (1988 ¿>). Una aproxi-n«dóí11a^Sí2í«S'cI'eSal^arÍ:W ctdustrial del final de la época isabelma, en FonsdeU (1980).

n9

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CUADRO 6

Variación en la distribución de los suhsectores en el total de la industria aragonesa y en su participación en el total de la industria española

(1856-1900)

Total industria Aragón-100

1856 1900

Aragón/España

1836 1900

Alimentación 1.1. Molturación

Granos Aceite Otros

1.2. Destilados 1.3. Q)nservas y compuestos ... .

Textil Lana Cáñamo y lino Seda Algodón

Otros

TOTAt INDUSTRIA ARAGONESA

59,4 42^

(26,9) (14,5) (1.1) 14,8 2.1

17,2 3,5

10,9 1,0 0,1

60,7 27,1

(17,3) (9,9)

27,8 5,8

10,4 3,9 2.9 0,2 0,3

3.8 3.6

(3.6) (3.5) (3.6)

8.1 1.7

2,6 3.4

14.3 3.6 0.1

5,0 4.9

(4.3) (6,6)

6.2 4.8

1.3 3.2 8,6 1,0 0.1

23,4 29,0

100 100 3.6 3,3

FUENTES: Datos elaborados por Nadal (1987), pp. 52-57, a partir de la Estadística admi­nistrativa de la Contribución Industrial y de Comercio (Tarifa III). 1856 y 1900. Completados con ios subsectores textiles.

la de harinas. Además, ya lo hemos indicado, las especiales tarifas ferroviarias concedidas a las harineras catalanas para que comprasen trigos castellanos, supusieron continuar las dificultades de comercialización del excedente tri­guero aragonés y el hundimiento del mercado catalán para las harineras za­ragozanas. La crisis de comercialización harinera zaragozana continuará du­rante la primera década del siglo xx, retomándose sólo a partir de la segunda las cifras. En resumen, la molinería aragonesa de granos, que constituye en estas décadas alrededor del 4 por 100 de la global española, estuvo progresivamente sometida a la dura competencia de la expansiva molinería catalana (que pasaba de suponer en 1856 el 5,5 por 100 a representar en 1900 el 10,3 del total español) que incorporaba, en mayor grado, a sus nuevas

320

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instalaciones la moderna tecnología austro-húngara '". Hacia finales del siglo, la molinería perdió peso en el global industrial aragonés en favor de las fábri­cas de alcohol y aguardiente, en concordancia con el auge del viñedo aragonés al que afectó tardíamente la filoxera, a partir de 1900.

El segundo subsector, el textil —basado en las tradicionales manufactu­ras de cáñamo y lino y, en menor medida, de lana—, pierde asimismo im­portancia, frente a la competencia fabril catalana apoyada en el barato y me­canizado algodón y en su comercialización mediante el ferrocarril. Respon­sable de este descenso es la caída del cáñamo y lino, fibras tradicionales de gran importancia en Aragón, ahora en clara decadencia. El textil lanero se mantiene en su pequeño nivel.

3. Conclusión

Hemos descrito brevemente los rasgos esenciales de la economía arago­nesa durante el ochocientos, una economía —decíamos— suministradora de subsistencias y materias primas a las zonas colindantes con estructuras más diversificadas (cereales y harina, vino y destilados, aceite, lana, cáñamo y lino). Tras la implantación de las medidas institucionales liberales, superado-ras de los límites tradicionales del crecimiento económico español, a lo largo de las décadas expansivas alrededor de la mitad del siglo, la economía agra­ria aragonesa parece experimentar un crecimiento extensivo de sus produc­ciones tradicionales, paralelo al de la demanda, sin mejoras en la producti­vidad. Un sistema productivo con crecientes excedentes agrarios comercializa-bles gracias al desarrollo del ferrocarril que convirtió a Zaragoza en punto de enlace ferroviario de las líneas Norte y MZA. Sin embargo, al producirse la fase depresiva, especialmente a partir de la denominada «crisis agropecua­ria», la llegada de productos agrarios ultramarinos más baratos provoco un hundimiento de los precios y de los ingresos agrarios. Esta caída afectó espe­cialmente a las regiones agrarias con producciones orientadas al consumo inte­rior obligándoles a utilizar como único reajuste la salida masiva de una parte de su fuerza de trabajo al exterior: la emigración. Aragón es, con Navarra, durante la segunda mitad del siglo, la región española con menor tasa de cre­cimiento demográfico.

•• Las estimaciones del saldo comerci^ ^\'^?^?J^,}rJ"^TJ^"Íl:^r¡n^r. tir de Gómez Mendoza (1985) y Sanz Fernández (1985) ^ ' ° / " ^ ^ ' ^ X ° ^os en man (1988 ¿). Un análisis de las transformaciones técnicas de la molmeria de granos, en Nadal (1987), pp. 25-30.

321

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CUADRO 7

Comparación entre las tasas medias de crecimiento demográfico anual de Aragón y España (1833-1930)

(Por 1.000 habitantes)

1833-1857 1857-1900 1900-1930 1900-1910 1910-1920 1920-1930

Huesca Teruel Zaragoza Aragón España

7.6 -1 ,6 -0 .3

1,4 0,9

-3 ,0

3,7 0,9 0.9 3.8

-1 ,3 0,2

10.2 2.8 7.9

63 9.7 8,0

7.6 0,8 4,1 4.3 4.6 3.4

9.6 4,3 7,9 7.2 6.9

10.6

FUENTES: Censos de Población; Pérez Moreda (1980); Nadal (1987). Elaboración propia.

Asimismo, el débil sector industrial aragonés de bienes de consumo se localiza progresivamente en Zaragoza, frente a la desindustrialización de las otras dos provincias, y estancó su nivel durante las últimas décadas del si­glo XIX, en el momento de producirse una articulación mayor del mercado nacional posibilitada por la construcción de la red ferroviaria, al encontrar dificultades en la comercialización de sus productos.

ATRASO Y DUALISMO DE LA ECONOMÍA ARAGONESA DURANTE EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX

Es conocido, cómo en el proceso de crecimiento económico español, supe­rada la fase depresiva de finales del siglo xix, durante el primer tercio del siglo XX van a producirse toda una serie de transformaciones estructurales (especialmente centradas en los años comprendidos entre la Gran Guerra y la depresión de 1929), las cuales protagonizan el avance lento pero cons­tante en la modernización de un país de economía atrasada. En primer lugar, el inicio de la transición demográfica que posibilitó un notable crecimiento natural de la población y potenció, conjuntamente con las transformaciones productivas que a continuación citaremos, la reanudación con ritmo más rápido del todavía débil proceso de urbanización, especialmente desde la segunda déca­da. En segundo lugar, transformaciones productivas en el sector agrario incen­tivado por el aumento de la demanda que suponen un crecimiento de la pro­ductividad agraria más rápido que el de los demás sectores, iniciándose —des-

322

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ARAGÓN INVERTEBRADO. ATRASO ECONÓMICO Y DUALISMO INTERNO (1830-1930)

de la segunda década del siglo— la transferencia de activos agrarios a los res­tantes sectores. En definitiva, en estas décadas prosigue el lento proceso de industrialización del país, asistiéndose a la diversificación estructural del sector secundario y al inicio de la concentración empresarial con la aparición del capi­tal financiero. Todo ello, sin embargo, dentro de una política económica con­tinuadora de la «vía nacionalista» del crecimiento propiciada por trigueros, textiles y siderúrgicos, promotores del proteccionismo arancelario, del inter­vencionismo estatal en la producción y del corporatívismo.

Así pues, asistimos con el nuevo siglo a un proceso, en definitiva, de «modernización», de desarrollo del capitalismo industrial, sólo iniciado, que se interrumpe bajo los efectos de la coyuntura bélica de 1936-1939 y que sólo se reanudará avanzada la década de los cincuenta prolongándose hasta nuestros días ". El crecimiento de la economía española durante este perío­do, a pesar de ser moderado, en relación con el de otros países ya industria­lizados va a seguir profundizando la especialización productiva de las diver­sas zonas geográficas del país. En este contexto de crecimiento de la econo­mía española, una parte de las regiones agrarias orientadas al mercado inte­rior —si bien las nuevas medidas proteccionistas posibilitaron la pervivencia y crecimiento de sus producciones tradicionales— no alcanzaron el ritmo de crecimiento medio español y van a devenir cada vez más atrasadas respecto de las ya industrializadas y del nivel medio del país. Es el caso de la econo­mía aragonesa.

1- Crecimiento agrario zaragozano frente al estancamiento del resto de Aragón

La caracterización y especialización de Aragón como una región de eco­nomía agraria durante este período se muestra analizando la evolución de su población activa a lo largo de estas décadas. Aragón sigue ofreciendo un porcentaje de población activa agraria superior a la media española.

Sin embargo, mientras es notable el crecimiento global que experimenta la agricultura española en estos años—ante el aumento de la demanda tanto interior como exterior— impulsando importantes transformaciones en el uso del suelo y mejorando su productividad, aquellas regiones agrarias que no introducen suficientemente sistemas más intensivos verán relativamente dis­minuido su producto agrario al conseguir menores avances en la productivi­dad. Una de ellas es Aragón. El valor de las producciones agrícolas arago-

"T" Una síntesis de esMs transformaciones, en TorteUa (1985) P P ^ ^ ^ ^ - ^ ^ ^ ^ T X ' García Delgado (1984). N. Sánchez-Albornoz (comp.) (1985) y la reaente ediaón de Na­dal. Carreras y Sudriá (comps.) (1987).

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LUIS GERMÁN ZUBERO

/

77,6 78,5 61,1

73,2 71,0

II

9,4 12,6 15,3

13,0 16,0

III

12,9 8,8

17,0

13,7 13,0

/

58,6 59,0 48,5

53,5 48,0

II

26,5 31.9 30,8

30,0 34,0

III

14,9 9,1

20,8

16,5 18,0

CUADRO 8

Evolución de la población activa en Aragón (1900-1930) (Cifras porcentuales por sectores de actividad)

1900 1930

Huesca Teruel Zaragoza

Aragón España

FUENTES: Censos de Población de España; Germán (1986). Elaboración propia.

nesas, que representaban el 8 por 100 del total español en 1900, se rebaja progresivamente, constituyendo durante el quinquenio republicano ya sólo el 6,5 por 100. También el sector ganadero aragonés (su producción repre­senta en los años treinta sólo alrededor de la décima parte del valor de la producción agraria) experimenta una contracción relativa: de suponer en 1891 el 7,3 por 100 del total del «peso en vivo» ganadero español, el por­centaje se reduce en 1929 al 3,2 por 100. Este menor ritmo de crecimiento del sector agrario aragonés no es aplicable homogéneamente a todos los di­versos territorios situados en la zona central de la cuenca del valle del Ebro. Mientras que la provincia de Zaragoza alcanza un crecimiento similar a la media española, las otras dos provincias aragonesas estancan su producto agrario. Ello supone que el crecimiento aragonés global (27 por 100) se sitúe en alrededor de la mitad del de la agricultura española (55 por 100).

El análisis de las transformaciones habidas en el uso del suelo agrícola aragonés y en la evolución del valor de sus producciones nos ayudará a en­tender dicho escueto balance '^ Globalmente la ampliación de la superficie de cultivo en Aragón es menor que la media española. Frente al escaso au­mento del suelo agrícola en Huesca y en Teruel la superficie de cultivo za-

" Un análisis de dichas transformaciones fue presentado al 11 Congreso de Historia Económica (Segovia, 1985) y ha sido publicado en Cuadernos Aragoneses de Economía: Germán (1988). Una comparación de la diversidad de especializaciones de las agriculturas regionales tras la crisis agropecuaria ha sido realizada por Jiménez Blanco (1986), pp. 102-109. En ella se muestra el pequeño crecimiento de la agricultura aragonesa en el conjunto de agriculturas regionales. Asimismo, Gallego (1985).

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CUADRO 9

Evolución de la superficie de cultivo del producto agrícola y de la productividad en Aragón entre 1900 y 1930-35

(Números índices [1900 = 100])

Superficie Producto de cultivo agrícola C/A C/h^ C/P

Huesca ... 109 105 97 140 106 Teruel 111 107 96 146 104 Zaragoza ... 123 159 128 183 125

Aragón 115 127 110 159 112 España 123 155 126 197 122

A: Superficie de cultivo. B,: Población activa agraria total. C: Valor del producto agrícola (pesetas 1910). P: Población.

FUENTES: Junta Consultiva Agronómica y Anuario Estadístico de las Producciones Agríco­las. Elaboración propia.

ragozana crece igual que la media española, localizándose aquí las más im­portantes innovaciones en cultivos. Esta extensión de superficies de cultivo en Aragón está basada en un crecimiento similar del sistema cereal (especia­lizado en cereales-alimento), frente a un menor incremento de los cultivos intensivos (protagonizado por la remolacha azucarera), en tanto que los arbus-

CUADRO 10

Crecimiento de la superficie y del producto agrícola de los diversos tipos de Aragón entre 1900 y 1930-35

(1900 = índice 100)

SUPERFICIE CULTIVO PRODUCTO AGRÍCOLA

Hu. Ter. Zar. Ara. Esp. Hu. Ter. Zar. Ara. Esp.

TOTAL DE CULTIVOS . 109 111 123 115 123 105 107 159 127 155

1. Sistema cereal 124 108 126 118 116 111 105 126 116 134 2 Viñedo 33 62 72 58 109 47 68 81 70 95 3 E r 136 272 367 230 169 49 83 241 90 138 4 a?vos-intenVivos .•.: ::: 92 109 225 147 159 139 128 332 199 245

FUENTES: Las mismas del cuadro 9. Elaboración propia.

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ARAGÓN INVERTEBRADO. ATRASO ECONÓMICO Y DUALISMO INTERNO (1830-1930)

tivos y arbóreos permanecen estancados (la importante disminución del viñedo tras la invasión de la filoxera desde 1900 queda casi compensada con el incre­mento del olivar).

La ampliación del sistema cereal es de tipo extensivo, con generalización del «sistema del año y vez» y escaso peso de leguminosas y cereales de primavera; así, por ejemplo, el cultivo triguero en secano zaragozano pro­tagonizó esta expansión durante los años de la Gran Guerra duplicando su superficie de cultivo, si bien disminuyó en los años siguientes (1920-35) sus rendimientos al no poder contrarrestar suficientemente esta expansión marginal mediante abonos químicos.

¿Cómo evoluciona el producto agrícola aragonés en relación con el cre­cimiento agrícola español? El crecimiento del valor del producto cerealista en Aragón es inferior al medio español; pero es, sobre todo, el menor creci­miento relativo de los cultivos intensivos en Aragón (en Huesca y Teruel) lo que realmente condiciona el mediocre crecimiento del producto aragonés, que pierde peso relativo dentro del producto agrícola español. Asimismo, este modesto crecimiento está vinculado a las decadentes trayectorias de las producciones aragonesas de viñedo, tras la filoxera en 1900, y olivar (espe­cialmente graves en la provincia altoaragonesa). Al final del período, estas

CUADRO 11

Evolución de la distribución del producto agrario en Aragón entre 1900 y 1935

Teruel

Zaragoza

Aragón

España

1900 1930-35

1900 1930-35

1900 1930-35

1900 1930-35

1900 1930-35

I Sistema cered

55,8 59,0

60,1 60,2

61,0 48,5

59,1 54,1

57,8 49,8

U Viñedo y

olivar

19,9 9,1

15,9 11,1

20,5 13,0

19,0 11,5

18,9 13,5

III Cultivos

intensivos

2A;I 31,8

24,1 28,8

18,4 38,5

21,9 34,4

23,2 36,7

FUENTES: Las mismas del cuadro 9. Elaboración propia.

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ARAGÓN INVERTEBRADO. ATRASO ECONÓMICO Y DUALISMO INTERNO (1830-1930)

variaciones perfilan una distribución del producto agrario aragonés que afir­

ma su especialización cerealista. En resumen, frente al estancamiento agrícola de Huesca y Teruel, cada

vez más vinculados al sistema cereal, la provincia de Zaragoza expande su producción, ampliando la superficie destinada a cereales y, sobre todo, in­tensificando su importante regadío especializándose en nuevas producciones más rentables que el clásico cultivo cerealista (remolacha, alfalfa...).

El análisis de la mediocre evolución de la cabana ganadera en Aragón parece repetir el dualismo interno que hemos mostrado en el estudio de la agricultura: estancamiento ganadero en Huesca y Teruel (las provincias ara­gonesas con mayor peso ganadero) en contraste con el crecimiento zarago­zano similar al medio español.

La provincia de Huesca, que pierde cuatro puntos sobre las posiciones de 1891, no alcanza el nivel de crecimiento español en mnguna de sus es­pecies, reduciendo, extraña y notablemente, su cabana vacuna y mular La provincia de Teruel, con un pequeño crecimiento, asiste en 1929 al retlujo de su principal especie, el lanar, tras una etapa de cierta recuperación, ofre­ciendo sólo como especies en crecimiento el mular y el cabaUar La pro­vincia de Zaragoza consigue un crecimiento de tipo medio y más equüi-brado. tanto respecto del ganado de labor (en especial, mular y caballar) como del lanar, y del más remunerador eddicado a carne y leche (vacuno y sobre todo cerda). Comparado el producto ganadero aragonés de 1929 con el español sólo representa un escueto 3,4 por 100, con un peso interno de la lana y carne muy superior a la media española en detrimento de un re­ducido nivel de producción láctea.

2. Migración rural aragonesa y crecimiento urbano

El atraso relativo del principal sector de la economía aragonesa tiene su reflejo en el mediocre crecimiento de su población durante el primer ter­cio del siglo xx: 4,1 por 1.000 frente al 7,9 por 1.000 español (cuadro 7). Una estructura demográfica que representa un bajo nivel de urbanización y una distribución muy diseminada de su escasa población en pequeños mu­nicipios ".

" Pérez Moreda (1984). Un estudio comparativo del ~Yf ^ % 7 * « S ^ " t , ^Jí versas regiones de España, en Gómez Mendoza y Luna (1986). ^\^'^J^"^ij^^^^ grafía aragonesa durante el primer tercio del siglo xx lo hemos ofreado en Cuadernos Aragoneses de Economía: Germán (1986 ¿).

327

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LUIS GERMÁN ZUBERO

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ARAGÓN INVERTEBRADO. ATRASO ECONÓMICO Y DUALISMO INTERNO ( 1 8 3 0 - 1 9 3 0 )

Esta situación está motivada por la existencia de un menor crecimiento vegetativo, caracterizado por una menor natalidad (muestra de unas superio­res tasas de masculinidad y una menor fecundidad) así como de una mayor mortalidad, características todas ellas de regiones afectadas por la emigra­ción. La emigración se constituye, pues, en uno de los grandes protagonistas de la vida económica de esta región, escasamente urbanizada, con una sola ciudad importante, Zaragoza, la cual va a conseguir atraer a una parte de esta expulsión de mano de obra rural". Movimiento emigratorio que se in­crementa además desde principios de siglo como consecuencia del aumento en el crecimiento vegetativo que va a producirse en estas décadas, en el ini­cio de la transición demográfica española. Así, pues, desde las últimas dé-

CUADRO 13

Saldos migratorios en Aragón (1877-1930) (Datos en miles de personas y tasas anuales [%«])

1877-1900 1900-1930

190ai910 1910-1920 . . . . 1920-1930

I. PERIFERIA

10' personas

—3,2 - 5 , 8

—5,1 - 4 , 0 - 8 , 3

ARAGONESA*

%o

—3,9 —6,9

- 6 , 2 —4,7 —9,7

II.

10'

. ZARAGOZA

personas

-1-0,9 + 1.9

+ 1,0 +2,6 + 2,1

CAPITAL

%o

+9,5 + 13,9

+9,5 +20,2 + 13,6

n / i

%0

28 33

20 65 25

* Aragón, menos la ciudad de Zaragoza.

FUENTES: Censos de Población de España y Movimiento anual de la población de España. Elaboración propia.

" El bajo índice del coeficiente de urbanización aragonés en 1900 se incrementa a un ritmo superior al medio español entre 1900 y 1930 (porcentaje total de población):

1900 1930

Aragón España

17,5 31,2

27,2 39,4

1900 = 100

155 126

FUENTE: Gómez Mendoza y Luna (1986), p. 20. Municipios superio­res a 5.000 habitantes en su casco urbano.

Protagonista de este aumento del nivel de urbanización es el crecimiento de la capital, Zaragoza, que de suponer en 1900 el 11 por 100 de la población aragonesa se situaba ya en alrededor del 17 por 100 en 1930.

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cadas del siglo hasta 1910-1920 podemos hablar de un factor de expulsión o de rechazo de la población periférica aragonesa que excede de un nivel máximo de activos agrarios fijado en alrededor de un cuarto de millón.

En contraposición, la capital (con un saldo vegetativo negativo hasta finales de siglo) crece con base en la emigración rural: uno de cada tres emigrantes rurales aragoneses es atraído por Zaragoza entre 1900 y 1930, una de las cinco capitales españolas con mayor ritmo de crcimiento demo­gráfico durante este período. Su inicial capacidad de atracción —alrededor de mil inmigrantes netos entre 1878 y 1910—aumenta notablemente en la década siguiente (1910-1920), incrementando su población activa industrial y de servicios. En esta segunda década, beneficiosa para Aragón (notable crecimiento agrario y urbano), frente al estancamiento de la superior tasa española, la tasa de crecimiento demográfico aragonés experimenta un ligero incremento, situación que se invierte ya claramente durante la tercera dé­cada del siglo (véase el cuadro 7).

Durante los años veinte son, tanto el factor de atracción de Barcelona como la difusión al propio Aragón del creciente proceso de industrialización, los responsables no sólo de la emigración de los «excedentes» activos agra­rios aragoneses, sino de su primera gran reducción de efectivos. Transferencia de activos, sin embargo, no vinculada, fundamentalmente, a los sectores fabriles y de servicios más modernos ". Este inicio de la transición de la po­blación activa agraria hacia los restantes sectores productivos proseguirá hasta los días de la Guerra Civil. Es en esa tercera década cuando se agudiza, especialmente, el retraso demográfico y productivo aragonés respecto del cre­cimiento español.

Por último, recordemos cómo frente al estancamiento demográfico de las provincias de Huesca y Teruel, Zaragoza (con una tasa migratoria de su periferia rural menor que la de aquéllas), gracias al fuerte crecimiento de la capital y de una parte de la provincia, experimenta un crecimiento demográ­fico similar al medio español: un 27 por 100 de aumento respecto de 1900. Ehialidad de comportamientos paralela respecto de la evolución de la pobla­ción activa.

" Así, por ejemplo, recordemos cómo el crecimiento urbano de la población activa industrial zaragozana se centra en el subsector de construcción (que pasa de 2,7 mil acti­vos en 1920 a 6,5 en 1930), frente al estancamiento de los activos de la industria fabril (algo menos de 18 mil). En el sector servicios, asimismo, crecimiento de los servicios tradicionales (especialmente el pequeño comercio y el servicio doméstico) poco cualifica­do. Véase para Madrid el análisis de Julia (1984), pp. 59-68. El tema lo hemos analizado en Germán (1988 c).

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CUADRO 14

Crecimiento demográfico y de población activa en Aragón entre 1900 y 1930 (1900 = índice 100)

Población

99 103 127

113 127

Población activa

100 97

121

109 114

Población activa agraria

75 73 87

80 79

Población activa

industria y servicios

185 185 193

189 205

Huesca Teruel Zaragoza

Aragón España

FUENTES: Censos de Población de España. Elaboración propia.

3. Obstáculos que dificultan la industrialización de Aragón

Las dificultades de crecimiento industrial en una región que, como he­mos visto, presentaba en 1900 globalmente un bajo nivel de industrializa­ción, son similares a las de la España interior: queda fundamentalmente condicionada por el escaso peso del mercado interior, así como por su pro-

CUADRO 14 bis

Evolución del rendimiento agrícola por Ha. entre 1900 y 1930-3? (Miles de ptas. 1910)

1900 1930-)í

Huesca 246 238 Teruel 166 160 Zaragoza 238 *"^

Aragón : 214 236 España 1'3 244

Valor del producto agrícola dividido por la superficie cultivada.

FUENTES: Las mismas del cuadro 9. Elaboración propia.

índice 1930-35 (1900=100)

97 96

128

110 126

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pió atraso económico que condiciona sus posibilidades productivas y comer­ciales. Reducida demanda efectiva, especialmente en Huesca y Teruel, pro­vincias que durante el primer tercio del siglo xx estancan su población así como su producto agrícola per capita (véase cuadro 9), contando además Teruel con una agricultura de escasos rendimientos. Sólo Zaragoza mues­tra, junto al crecimiento demográfico y urbano, la rentabilidad de sus trans­formaciones agrícolas con un claro aumento de su producto agrícola per ca­pita, que sugieren el crecimiento de sus niveles de demanda efectiva. Con todo, es preciso que recordemos, asimismo, la subsistencia en el territorio regional de bolsas de economías campesinas de autoconsumo, prácticas po­tenciadas por la dispersión del habitat en un extenso territorio con gran cantidad de pueblos todavía incomunicados '*.

En segundo lugar, el propio carácter de economía atrasada también condiciona las oportunidades productivas de la economía aragonesa. La di­visión regional del trabajo que imponen las nuevas condiciones del mercado y las economías más industrializadas restringen sus posibilidades producti­vas y comerciales, si bien éstas existen, como veremos más adelante al ana­lizar el creciente y más diversificado saldo comercial aragonés.

Un análisis de la evolución en estos años de la inversión en Aragón nos muestra, ante todo, su pequeño volumen. Sin embargo, es necesario llamar la atención que, si bien parece cierta la, ya citada, debilidad de capital mer­cantil autóctono y la exigua acumulación de origen agrario (reflejo de los bajos rendimientos de una agricultura tradicional unido al escaso peso rela­tivo que representa la burguesía agraria acomodada en Aragón) no debe buscarse la explicación de la escasa inversión en una hipotética menguada acumulación de capital. Lo reducido sería, más bien, el excedente económico real que se invierte en la expansión de los medios de producción. Así, en las fases de auge inversor en Aragón, coyunturas en que surgían oportuni­dades de inversión determinadas por las altas tasas de ganancia —orientadas en general hacia pequeñas y medianas industrias de bienes de consumo—el

" En 1912, según datos oficiales recogidos por la Cámara Oficial de Comercio e In­dustria zaragozana, más de la cuarta parte de la población de la provincia de Zaragoza (169 municipios) se encontraba en dicha situación de incomunicación, siendo presumibles porcentajes superiores en las de Huesca y Teruel. En 1914, el Consejo provincial zarago­zano de Fomento constataba «la escasez de comunicaciones entre los pueblos y el ferro­carril y de éstos entre sí por falta de carreteras y de caminos adecuados y por la casi ab­soluta carencia de puentes sobre ríos y barrancos, con lo cual se entorpece, si no se im­posibilita, la extracción de los productos del campo y de la industria agrícola». Recorde­mos cómo hasta principios de siglo (1901) Teruel no contó con una línea de ferrocarril que atravesase la provincia. Sobre el retraso turolense en la red de caminos y carreteras turolenses a mediados del siglo xix, véase Pinilla (1986), pp. 55-67. Una síntesis de las construcciones ferroviarias en Aragón y de los medios de comunicación existentes í-nfr. 1900 y 1920, en Biescas (1985), pp. 101-120.

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capital aparecía sin dificultad: así ocurrió, por ejemplo, con las harineras a mediados del siglo xix y las azucareras del novecientos. Cuando no existían esas posibilidades, la mayor parte del excedente económico que se invertía en el sistema productivo se canalizaba financieramente y se especializaba en el gran negocio nacional: la compra de deuda pública. Esa actuación pro­tagonizará también al capital bancario zaragozano, ampliado a partir de 1910 con la creación de los Bancos de Aragón y Zaragozano, canalizando en dicha dirección importantes sumas monetarias y utilizando una parte muy pequeña de sus activos financieros en la industria regional". La debilidad inversora aragonesa viene, en definitiva, más bien condicionada por la propia debihdad del mercado interior y la difícil consecución y aprovechamiento de oportuni­dades productivas competitivas hacia el exterior.

Una aproximación al nivel de inversión podemos establecerla a partir del estudio de las sociedades mercantiles inscritas en el Registro Mercantil . El cuadro 15 nos muestra el bajo porcentaje de la formación de capital en Aragón en este período, situado en 1,8 por 100 para una región - recor­d e m o s - con un peso demográfico medio en este periodo de alrededor del 4,6 por 100 del país. Escaso peso, muy concentrado en Zaragoza, que oscila estos años entre ser la quinta y séptima plaza española por numero de sociedades anónimas". Casi el 90 por 100 del capita nominal total aragonés se sitúa en Zaragoza (alrededor del 1.6 por 100 del total español).

Durante el primer tercio del siglo, esta inversión fabril en Aragón pro­tagonizada por el capital social regional está especialmente dirigida hacia el sector azucarero y la explotación de lignitos turolenses y el desarrollo de un núcleo eléctrico regional, y se complementa con la legada de capital forá­neo, apoyado en importantes grupos financieros, desde las zonas mas mdus-trializadas del país: capital vasco, para la explotación de las pintas turo­lenses; capital vasco, catalán y madrileño, en el aprovechamiento hidro­eléctrico de los saltos hidráulicos del Pirineo central. En ambos casos, sin embargo, hay que reconocer que, salvo rara excepción, el aprovechamiento y exportación de estos recursos naturales fuera de la región apenas beneficio ni siquiera a las comarcas en explotación». Sin embargo, estos datos no de-

" Germán (1986). Un estudio del sistema financiero zaragozano, en Biescas (1985), ' ' • • ' S r á l i s i s crítico y depuración de esta fuente fue realizado por Jiménez Araya (1974). El estudio de la serie para f ^ t f ^ F Í r i J S W . ¿ « A.ónmas de España de Danief \ . - Í ^ S £ 9 r S so..ades . ^ ^ ^ ^ S T ^ ^ representan el 2,3 por 100 de las existentes en ci F»" y Í~^ „ reoroduce a escala re-del capital nominal global (casi todo zaragozano, ' I^' J ' X J

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ben hacernos olvidar la débil estructura empresarial aragonesa de pequeña dimensión. La inexistencia de grandes sociedades mercantiles domiciliadas en Aragón nos refleja esta ausencia de grandes empresas. En cierta forma, ello nos explica la escasa incidencia del capital aragonés dentro de los núcleos dominantes del capital financiero español en formación '.

La industria aragonesa, muy concentrada en Zaragoza (alrededor de las dos terceras partes de su población activa), siguió vinculada al subsector de alimentación, siendo ahora sus dos pilares las habituales harineras y el nuevo e importante núcleo azucarero que surge desde finales de siglo (frente a la decadencia de las industrias derivadas del viñedo y del olivar). Junto con alimentación, destaca el predominio conseguido ya por el metal: un diversi­ficado subsector de transformados metálicos, dirigido en Zaragoza hacia el equipamiento del sector agroalimentario, a construcción y obras pubhcas, asi como a construcción de material móvil. Esta nueva industria fabril se completa con la presencia del subsector de construcción, edificación y obras publicas, en expansión especialmente desde finales de uos años veinte y vinculado a las obras públicas que propicia la recién creada Confederación Sindical Hidrográ­fica del Ebro (1926) y el auge en la edificación urbana zaragozana. Asimismo, por último, aprovechamiento de los abundantes recursos naturales, energéticos y mineros, de la región; hidráulicos, que desarrollan el sector eléctrico en Huesca y Zaragoza (así como anexas industrias electroquímicas y electrome-

CUADRO 16

Principales producciones aragonesas (% participación en las producciones españolas [1930])

Cereales

Alfalfa ... Ganado ovino

Sector agrario

7,4 8,8

.. 35,5 10,0 11,0

Sector industrial

Harina 6,7 Azúcar (remolacha) 33,3 Electricidad 18,3 Piritas 10,0 Lignitos 50,0

Población de Aragón (1930) = 4,4 por 100 de la población española.

FUENTES: Anuario Estadístico de España.

Fernández Clemente (1982). Un estudio del sector eléctrico, en Germán, Pinilla y Espa-ñol (1988).

" Germán (1981 b).

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talúrgicas), y mineros, que aprovechan especialmente los lignitos y piritas turolenses .

A lo largo del primer tercio del siglo xx la región aragonesa continuó con su tradicional especialización productiva, recuperando los niveles de co­mercialización de productos y transformados agrarios conseguidos previos a la depresión agropecuaria finisecular, aunque la tardía llegada de la filoxera con el inicio del siglo hundió el sector vitivinícola, especialmente en Huesca. Recuperación a la que, en modo alguno, fue ajena la política proteccionista aplicada en estos años y el crecimiento de la producción interior que le acom­pañó. De nuevo se comercializan al exterior productos agrarios (cereales, cre­ciente peso de los forrajs...) y transformados agroalimentarios (se recuperan y amplían los mercados harineros y aparece la nueva especialización azucare­ra...), continuando Aragón como importador neto de manufacturas (textiles, metal...), si bien diversificó algo su oferta comercial con nuevos subsecto-res industriales (productos químicos, material móvil...).

CUADRO 17

Saldo comercial de Zaragoza y Huesca (FF. CC. Norte) (Miles de Tm.)

Cereales Harina Azúcar Vino Forrajes Textiles Metal Abonos Productos químicos Material móvil

1878-1881

11,0 23,3 — 50,0 —

—2,3 — — — —

1902

7,2 1,5

13,9 53,3 7,8

—2,6 —12,8

— — —

1930

60,0 44,2 28,2

3,4 36,7

—3,2 —28,2 —29,8

8,7 8,7

FUENTES: Datos Estadísticos de la Compañía Norte. Elaboración propia. Los datos de 1878-1881, elaborados a partir de Gómez Mendoza (1984 y 1986).

" Un estudio de la industria aragonesa entre 1900 y 1920, en Biescas (1985), pp. 121-236. Asimismo, Germán (1988 6).

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4. Condusió sion

Las transformaciones estructurales de la economía española durante el primer tercio del siglo xx propician el crecimiento de una economía que avanza en su proceso de industrialización. En este contexto de crecimiento de la producción mercantil y de reasignación de sus factores productivos, explicar el comportamiento de la economía aragonesa nos obliga a diseccionarla previa­mente en dos conjuntos que se influyen mutuamente .

Una zona central, por un lado, vinculada al medio urbano mercantil za­ragozano y parte de su provincia, que ha desarrollado una creciente y ren­table agricultura comercial (apoyada, en parte, en la reconversión en el uso de su regadío) con mejoras en la productividad, completado con el creci­miento urbano e industrial zaragozano basado en industrias fabriles agro-alimentarias y una cierta diversificación estructural promovida por capital local, zona que experimenta un notable crecimiento demográfico y de po­blación activa " Frente a este núcleo, las otras dos provincias aragonesas más agrarias y cerealistas, donde junto al estancamiento de su sector mercantil agroalimentario (en el caso de Huesca el viñedo es sustituido por el trigo y harinas desde los años veinte) estancan asimismo su población y sus activos, subsistiendo, al tiempo, un sector relativamente notable (especialmente en Teruel) de economías de autoconsumo.

" «El dualismo económico - h a señalado sedentemente d«de«wspagin« U^^^^ sora Zamagni (1987), pp. 24-25- no es algo ^-^/^^¡^^'°^^':£TU toSd7d atrasada, pese a que sea ¿sta la que mas lo sufre sino que «m^r^d^^ ^_^^^ ^ ^^ país, generando unas características de crecimiento que son nuui de los países económica y ^^^f'l^f':J'T'lfc^¡ución en la composición de la pe.

Con todo, recordemos que ^ '«'.f "^,f¿j'',„^¿° " u^ crecimiento demográfico y de blación activa zaragozana véase nota 13) parece su^nr "" p. „,,ncam¡ento de la pro-activos superior al crecimiento de la producción 'ndustnal^ El ««ncamiemo^e la p ductividad industrial española ha sido analizado por Carreras (1987), pp. 291-»3.

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BIBLIOGRAFÍA

La información estadística que elaboramos en esta síntesis ha sido presentada en su mayor parte en estudios previos, de los que se da cuenta en esta Bibliografía. En dichos artículos (1981, 1986 ¿», 1988 y 1988 ¿) hemos detallado las fuentes estadísticas utilizadas, por lo que no consideramos procedente reproducirlas aquí, remitiendo al lector interesado en su consulta.

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DEL MATERIAL ELÉCTRICO EN ESPAÑA (1890-1935)*

ANTONIO TENA JUNGUITO

0. Introducción

Los cambios que tuvieron lugar en las economías de los países occiden­tales desde los últimos años del siglo xix hasta el primer tercio del xx han venido asimilándose por la literatura reciente a la aceleración de la produc­tividad de los factores producida por la rápida incorporación de nuevas tec­nologías y cambios en los sistemas de organización de las empresas '. Una de las principales nuevas tecnologías que contribuyeron a esta aceleración fue la incorporación y rápida expansión de la electricidad en el proceso pro­ductivo .

La evidencia disponible sobre el sector eléctrico en España muestra, en correspondencia con lo ocurrido en otros países, un rápido crecimiento de la producción y distribución de la energía eléctrica durante el primer ter­cio del siglo XX \ Según los datos estimados por A. Carreras, la producción de electricidad se multiplicó por cinco entre 1898 y 1913 y se volvería a

* Accésit en el Premio Ramón Garande 1987. ' M. Abramovitz y P. A. David (1973), pp. 437438. En este articulo se intenta cuan-

tificar los diversos niveles de la productividad convencional de los actores en la econo­mía de los EE. UU., desde el inicio del siglo xix hasta 1967. De esta estimación resal a, respecto a las bajas obtenidas a lo largo del siglo Xix los comienzos de una fuerte acele­ración de la productividad en los años 1890-1905 y los '"^f;^»!/""^'",!";^,^* i° ' ^ del período 1905-1927. En el artículo de Harry T. Oshima (1984). pp. 161-170, se pone aún más en evidencia la conexión entre estos incrementos de la productividad y la intro­ducción de nuevas tecnologías en la economía americana de principios de sigo.

' Véase Arthur G. Woolf (1984), pp. 189-190. Un excelente análisis de los cambios tecnológicos y organizativos que supuso la incorporación del motor eléctrico en la produc­ción de manufacturas puede verse en Warren D. Devine, Jr. (1983), pp. ?47-3/¿.

' No se cuenta con información bien documentada sobre la producción de energía eléctrica hasta la estadística hecha en 1929 por la Cáf^j-raOftaaldeProducloresy Dw-tribuidores de Electricidad, publicada en 1931. Véase E. Uñarte (1949), p. 107. No obs­tante, en los últimos años se ha llevado a cabo algún intento por estimar una «ne plau­sible desde finales del siglo xix a la actualidad que, sin embargo, permanece aun inédito; véase A. Carreras (1983), pp. 64-67. Por otro lado, existe un proyecto no concluido de estimación de la producción española de electricidad, desde sus orígenes, desagregada re-gionalmente. Véase J. Maluquer de Motes (1986), inédito.

Revista de Historia Económica 341 Año VI. N.» 2 - 1988

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ANTONIO TENA JUNGUITO

multiplicar por cinco entre 1913 y 1929. El mismo autor, a su vez, man­tiene que el peso relativo de la industria eléctrica en el total de la produc­ción industrial se multiplicó por cuatro entre 1913 y 1929 *. En definitiva, no parece haber muchas dudas sobre el notable crecimiento que experimentó la industria eléctrica en estos años. Este desarrollo supuso, como es natural, un fuerte proceso de demanda de tecnología y material eléctrico. La debili­dad de la industria electro-técnica española parece haberla incapacitado para responder al desafío planteado por esta demanda y sólo a través del acceso mercado exterior fue posible conseguir el material necesario para el des­arrollo de una industria eléctrica en España'.

Factores como la colaboración del capital extranjero en la construcción de la red eléctrica, la existencia de una importante demanda de material eléc­trico a largo plazo y el hecho de que para satisfacer esa demanda se recu­rriera al mercado exterior, han empujado a algún autor a plantear un inmediato paralelismo entre la construcción de la red eléctrica en el primer tercio del siglo XX y lo ocurrido con la red ferroviaria en el segundo tercio del xix *. En este sentido parece necesario, antes de entrar en materia, recordar algu­nas de las características que diferencian el proceso de demanda creado por el desarrollo del sector eléctrico del antaño experimentado en la construc­ción de la red ferroviaria.

a) En primer lugar, la electrificación de la economía española fue un proceso mucho más amplio que el específico de la construcción de la red eléctrica'.

b) La demanda generada por este proceso es técnicamente más com­pleja, tanto en términos del material como del capital humano requeridos, y, por tanto, de los requisitos exigidos a una potencial capacidad de res­puesta de la industria española ' .

' Véase Carreras (1984 a), pp. 133 y 134. ' Una de las primeras opiniones sobre la relevancia del sector, junto con las primeras

estimaciones del valor del material eléctrico importado, se pueden ver en F. F. Sintes Olives y F. Vidal Burdill (1933), pp. 127-136.

' En palabras de J. Nadal (1970), p. 405: «Con el tendido de la red eléctrica, la eco­nomía hispana perdió una ocasión comparable a la que antaño había perdido con el ten­dido de la red ferroviaria.» El sentido de esa «oportunidad perdida» no se puede explicar de otra forma que mediante el estudio de las «conexiones hacia atrás» (en terminología de Hirschman) entre la construcción de la red eléctrica y el sector productivo de la eco­nomía española.

' Según un estudio de la Zentralvervand den Deutschen Electrotechnischen Industrie (1927), p. 84, las principales fuentes de demanda de la industria de bienes eléctricos se­rían (dejando fuera la iluminación): en primer lugar, las estaciones generadoras de electri­cidad (que abarcarían cerca del 30 por 100 del mercado); siguiéndole en importancia los sistemas de transmisión y distribución de electricidad (cables y todo tipo de cuadros y aparatos), los procesos de manufacturación industrial, las comunicaciones (principalmente equipo telegráfico y telefónico) y los aparatos domésticos.

• Véase P. Hertner (1985), p. 29.

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN V PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

c) Las nuevas formas de producción, distribución y financiación que introdujeron las multinacionales en el mercado mundial de material eléctrico desde finales del siglo xix suponen una dificultad adicional para entrar en competencia en el mercado de productos electrotécnicos'.

d) Por último, es necesario recordar el proceso de recrudecimiento del proteccionismo que se produjo en la economía internacional desde finales del siglo XIX. España, con los aranceles de 1892, 1906 y 1922 parece pre­sentar uno de los más altos niveles de proteccionismo en Europa "*.

En las páginas que siguen, por tanto, se va a intentar analizar la demanda de material eléctrico que acompañó al proceso de electrificación de la econo­mía española en los años que van de 1890 a 1935. En las dos primeras secciones se presenta una estimación del total del material eléctrico impor­tado, atendiendo tanto a la composición interna del mismo como al origen geográfico de los proveedores. La sección tercera analiza en términos compa­rativos el nivel de protección del mercado español de material eléctrico, al mismo tiempo que incluye una estimación de la protección nominal impuesta sobre los diferentes grupos de productos. En la sección cuarta se analiza la parte de la demanda que pudo haber sido cubierta con material eléctrico de producción nacional y, en consecuencia, la existencia o no de un proceso de sustitución de importaciones. Para terminar con unas breves conclusiones que pasan revista a los principales resultados obtenidos en las secciones pre­cedentes.

1. Las importaciones de material eléctrico

Para los años anteriores a 1906 la información ofrecida por las estadís­ticas oficiales del comercio exterior espaiíol sobre el valor total del material

' Véase Hanner Siegrist (1984), pp. 287-289. " Porcentajes arancelarios sobre el valor de las importaciones:

1910 * 1925'

Francia 8,0 16,5 Alemania 8,4 15,5 Hungría — 19,0 Italia 9,6 16,0 Polonia — 22,0 Rusia 38,9 — España 13,4 26,0

FUENTES: * S. B. Clough y C. W. Cele (1952), p. 611. ** Morrison-Bell (1925), vol. 1, p. 160.

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eléctrico importado (a partir de ahora, m. e. i.) es bastante confusa. Por esta razón para la estimación de este valor en el período 1898-1906 se ha recu­rrido a las estadísticas oficiales de los principales países proveedores de m. e, a España ". A partir de 1906 y hasta 1935 la información que ofrecen las estadísticas oficiales, al menos sobre el volumen importado, parece bastante fiable '^ Algo menos se puede decir del valor total de los mismos. Las valo­raciones (a precios oficiales estimados) del grupo m. e. i., como el del resto de las importaciones durante estos años, no se cambiaron con la regularidad anual que se debiera ". Debido a la complejidad de las partidas del m. e. i., no ha sido posible revalorar las mismas de forma individual. Sin embargo, teniendo en cuenta que el sesgo medio estimado por L. Prados (1986) y A. Tena (1985) para el total de las manufacturas de importación en el perío-

" Antes de 1906, en las estadísticas oficiales la información sobre el m. e. i. es incom­pleta y dispersa. La maquinaria eléctrica (dinamos, electromotores, transformadores, alter­nadores, etc.), por ejemplo, se encuentra integrada con el resto de la maquinaria y no es posible su identificación. Así que desde el año 1890 a 1899 sólo es posible obtener infor­mación para la partida número 271: cables para la conducción de electricidad. A partir de 1900 y hasta 1906, el número de partidas se amplía a cuatro: 291. Bombillas eléctricas de incandescencia; 292. Lámparas de arco voltaico, contadores eléctricos, conmutadores y otros aparatos análogos; 293. Aparatos telefónicos y las piezas sueltas para los mismos; 305. Cables para la conducción de la electricidad por la vía pública, compuestos de alam­bre de cobre con envolturas de diferentes materias. En estas condiciones he preferido re­currir a la información sobre la exportación de maquinaria y aparatos eléctricos a España ofrecida por las estadísticas oficiales de Alemania, Francia, Reino Unido, Suiza y Estados Unidos, países que en 1906 agrupaban cerca del 88 por 100 del total de las importaciones de m.e. en España. En este sentido he convertido los valores f, o. b. en c. i. f. (mediante la estimación de un factor flete) y he agrupado las diferentes partidas ofrecidas por las respectivas estadísticas en un grupo de maquinaria y otro de aparatos eléctricos (véase, también, nota al Apéndice cuadro I). Antes de 1898 existen dificultades, en algunas de las estadísticas mencionadas, para identificar a la maquinaria eléctrica separada del resto de la maquinaria. Esta situación ha aconsejado no ir más atrás en el uso de estas estadís­ticas para la estimación del m. e. i. en España.

" A partir de 1906, las estadísticas ofrecen un grupo diferenciado dedicado al «mate­rial eléctrico» y que comprende desde la partida 525 a la 535. En este grupo se pueden encontrar ya números para las dinamos, electromotores, bobinas de inducción, transforma­dores y cuadros de distribución, agrupados en las subpartidas 525, 526.a, 526.b y 526.C. El número de partidas y las especificaciones de las mismas se irá ampliando sucesivamen­te. En 1912, el material eléctrico pasa a ocupar las partidas 538-550 y, en 1922, de la 620 a la 654. Mi impresión, por tanto, es que a partir de 1906, e independientemente de las sucesivas subdivisiones de las partidas, las estadísticas oficiales registraron con bastan­te veracidad el volumen del m. e. i.

" Con la Revisión Arancelaria de 1906 se valoran todas las partidas y subpartidas que van del 525 al 535. Estas valoraciones se mantienen inamovibles hasta 1910, cuando se cambiaron levemente, volviendo a hacerlo en 1911 y 1912. De 1912 a 1920, las valora­ciones fueron fijas. En 1921, prácticamente se doblaron respecto a las establecidas en 1912. Con la nueva revisión arancelaria de 1922 se cambia la clasificación y valoración de las partidas. Las mismas valoraciones se mantienen durante 1923 y 1924. En 1925 cambian de forma neta, y en 1926 sólo las de cuatro partidas. En 1927 se vuelve a cambiar la práctica totalidad de las mismas, y se mantienen en 1928. En 1929 se vuelven a modifi­car, se mantienen en 1930, para volver a cambiar en 1931 con la introducción del nuevo sistema de «Valores declarados».

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

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FUENTES: (1) y (2): Apéndice cuadro I. Véase nota 37. (3): P. Hertner (1985), p. 25.

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do 1906-1935 ronda una infravaloración del 20 por 100 se prefirió corregir estas series aunque fuera de forma aproximativa. En este sentido se ha esta­blecido la presunción de que el m. e. i. sufre el mismo sesgo a lo largo de estos años que el conjunto de las manufacturas. En consecuencia, en este trabajo se han utilizado los coeficientes anuales de corrección que ofrecen las publicaciones mencionadas anteriormente para corregir las series oficiales de i. m. e. ". Los resultados de esta estimación se ofrecen en el apéndice del cuadro I y en el gráfico I.

El paso siguiente se ha dado con el objetivo de entender mejor la dife­rente composición de la demanda de los bienes eléctricos. En este sen­tido se ha dividido el m. e. i. en los tres grandes grupos que se enumeran a continuación ":

a) Dinamos, electromotores, bobinas de inducción, transformadores y cuadros de distribución con un peso menor ( < ) de 400 Kg. hasta 1922 y menor de 500 Kg. desde este año a 1935.

b) El mismo tipo de maquinaria eléctrica con un peso mayor ( > ) de 400 Kg. hasta 1922 y mayor de 500 Kg. desde este año a 1935.

c) Los aparatos eléctricos, que corresponden al resto del material eléc­trico no incluido en las dos secciones anteriores. Las principales partidas corresponden a: los aparatos para mediciones eléctricas, acumuladores y pi­las, cables y alambres para la conducción de electricidad, aparatos telegrá­ficos y telefónicos, bombillas de incandescencia e interruptores y cortacir­cuitos.

La diversa evolución que muestra el valor importado estimado en estos grupos de productos se puede observar en el gráfico II, y los porcentajes que representan respecto al total, en el apéndice del cuadro I.

En relación a las tendencias y fluctuaciones que muestra las cifras esti­madas de m. e. i. (véase gráfico I) se puede decir que éstas crecieron rápida­mente desde el inicio del siglo, como atestigua una tasa media de crecimiento aculada del 7,7 por 100 para el período 1906-1935. Esta tasa sería incluso mayor si partiéramos del inicio del período e incluyéramos los años que van

'• Para los años 1906-1913, véase Prados (1986), p. 139. Desde 1914 a 1935, véase Tena (1985), p. 112.

" El criterio sobre el que se sustenta esta clasificación atiende, en un principio, a la más común clasificación entre maquinaria y aparatos eléctricos. Posteriormente pareció adecuado dividir el grupo de maquinaria eléctrica entre alto y bajo voltaje. Al no ofrecer las estadísticas medidas por voltaje, se efectuó esta división atendiendo al peso. Es cierto que el cociente peso/voltaje de los motores y generadores eléctricos disminuyó progresi­vamente desde finales del siglo xix; sin embargo, la mayoría de las estadísticas de los países occidentales mantuvieron esta clasificación.

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

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de 1898 a 1905. Estos años muestran un perfil muy desigual, debido pro­bablemente a la irregularidad de la importación de cables eléctricos (véase grá­fico III), a la vez que su estimación es probable que esté sesgada a la baja '*. De los años que siguen a 1905 se podría hablar de tres subperíodos cuyo crecimiento está por encima de la media. Los años 1906-1913, con una tasa anual del 21,3 por 100. Los años de la Gran Guerra, 1915-1918, con una tasa de crecimiento del 32,7, y, por último, el período 1922-1931, con una tasa del 18,1 por 100.

El alto crecimiento que se produce durante los años de la Guerra es debido principalmente a dos razones. La primera es que en 1915 la i. m. e. cae drásticamente y es por tanto un crecimiento de recuperación. La segun­da es que este crecimiento tiene un mayor componente de precios que de volumen ". En esta recuperación el protagonismo recae sobre la maquinaria eléctrica pesada (véase gráfico II) que pasa de representar el 28,9 por 100 del total de m. e. i. en 1915, al 48,1 en 1918. En los años de la inmediata pos­guerra (1918-1921) la i. m. e. seguirá creciendo a ritmos muy rápidos tanto en valor como en volumen. En estos tres años tiene interés recalcar el incre­mento en la tasa de participación de los aparatos eléctricos y el importante crecimiento en volumen del total del m. e. i. del año 1920 a 1921.

De los años anteriores a la Primera Guerra Mundial se puede decir que la tasa de crecimiento acumulada de i. m. e. fue superior al 20 por 100. De este rápido crecimiento una parte notable se debió a la maquinaria pesada, cuyo porcentaje sobre el total pasó del 17,3 en 1906 al 49,5 en 1908, 38 en 1910 y 45,6 en 1913. Durante este período también la maquinaria ligera experimentó una leve mejora en su posición relativa al resto del m. e. i., al menos entre 1906 y 1910, ya que de 1910 a 1913 mantuvo estable su por­centaje. El ritmo de crecimiento de las i. m. e. fue a lo largo del período mayor que el del total de las importaciones e incluso que el del total de las manufacturas. Si se toman los años de mayor crecimiento del período (1910-1913), el m. e. i. dobla en rapidez al total de las importaciones (como lo demuestra el hecho de que en 1910 el m. e. representaba el 1,5 por 100 del total de las importaciones mientras en 1913 había pasado a representar el 3 por 100).

" Como se explica en la nota del Apéndice cuadro I, en la estimación llevada a cabo para estos años, aparte de las posibles inexactitudes en la determinación del país de des­tino del m. e., en las estadísticas de Alemania, Francia, Inglaterra, Suiza y EE. UU., esta estimación no registra la maquinaria importada por España del resto de los países.

" La tasa de crecimiento a precios constantes de 1915 a 1918 sería del 2,1 por 100. Como se ha explicado anteriormente, de 1912 a 1920 las valoraciones de todos los pro­ductos de importación y exportación permanecieron inalteradas. Esto da como resultado que las series oficiales durante este período se puedan asimilar a un índice de volumen ponderado a precios de 1912.

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IMPORTACIÓN. NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

Los años que van de 1922 a 1931 fueron también de altas tasas de cre­cimiento aunque algo menores que en los dos períodos ana izados anterior­mente. De este período se podía resaltar en primer lugar el bajo punto de partida que presenta el año 1922 debido, sin duda, a la efectividad consegui­da por el «Arancel Cambó», de febrero de 1922 (tema que sera discutido en la siguiente sección). Sin embargo, el fuerte crecimiento que se produce de 1922 a 1925 fue superior tanto al del total de las importaciones como al de las manufacturas importadas. Las i. m. e. pasaron de representar el 1.2 por 100 del total de las importaciones en 1922 al 2,4 en 1925; mien­tras en relación al total de manufacturas importadas estos porcentajes as­cienden al 2,3 por 100 en 1922 y 4,7 en 1925. De 1926 a 1928 se produjo un período de relativa estabilidad que dio paso a otro de auge que continuo hasta 1931. En 1931, cuando los efectos de la depredación de la peseta empezaron a dejarse sentir sobre la demanda total de importaciones, las i. m. e. siguieron creciendo, y llegaron a representar el 4,4 por 100 del total de las importaciones en este año y el 9,8 sobre las manufacturas. Solo los años de 1932 y 1933 (y a pesar de que el tipo de cambio de la peseta se estabiliza) muestran una baja remarcable de las i. m. e., tanto en términos absolutos como en relación al resto de las importaciones. Sin embargo, la recuperación no tarda en producirse y en 1934 se registra un mvel de im­portaciones similar al de 1930 y sólo ligeramente inferior al de 1931.

Aunque en el período de entreguerras se registran tasas ¿e crecimiento algo menores que en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, la diferencia más reseñable de estos años respecto a los anteriores es la diversa composición interna del m. e. i. En contraste con el periodo ant«ior el grupo de productos que incrementó su participación sobre el tota fue el de aparatos eléctricos (que pasó de representar el 33,0 por 100 del total del m.e . i . en 1913 al 65,2 en 1930 y el 75,3 en 1935). Esta tendencia, como es natural, fue acompañada por una reducción del peso de los otros dos grupos. Sin embargo, el grupo más claramente afectado ue el de la maqui­naria eléctrica pesada, ya que el grupo de maquinaria ligera presenta una situación más estable, al menos a partir de 1925. Estos cambios Pueden ^ ^ explicados por diversas causas. Por ejemplo, el hecho ^ej iue en 1924 el período de auge en la construcción de grandes plantas hidroeléctricas hu­biera terminado ciertamente, parece haber influenciado la demanda de ma

• • 1' , • «»c„^o Fl herbó de aue la demanda de maquinaria ligera quinaria eléctrica pesada, t i necno ac que la „u^,,:^„c no perdiese tantas posiciones respecto al auge de los aparatos elect eos puede ser un indicador de la mayor demanda de motores eléctricos por algu­nas empresas manufactureras (entre las que estarían posiblemente las texti-

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les) ". Al mismo tiempo, el auge y mayor peso específico de los aparatos eléctricos dentro de la demanda de m. e. i. es un síntoma claro de la diver­sificación de la demanda de material eléctrico, que supone el desarrollo del sector eléctrico de una economía en una etapa más madura (por ejemplo, la reorganización de la red telefónica a partir de 1924 supuso un gran in­cremento en la demanda de aparatos y componentes telefónicos).

En resumen, de lo dicho hasta ahora en este apartado merecen resaltar­se algunos puntos. En primer lugar, si se considera el período que abarca este trabajo en su totalidad, se puede decir que al menos desde principios del siglo XX el valor del m. e. i. creció regularmente y a ritmos más rápidos tanto del valor total de las importaciones totales como el conjunto de los productos manufacturados. En segundo lugar, puede decirse que este creci­miento fue más rápido en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial que durante el período de entreguerras, siendo la maquinaria pesada la pro­tagonista del crecimiento en el primer período y el amplio grupo de los aparatos eléctricos en el segundo.

2. La distribución geográfica de la oferta

El origen geográfico de los proveedores de material eléctrico en España tiene un interés especial para el análisis de las posibles conexiones entre los principales inversores en la industria eléctrica y de material electrotécnico en España con las principales multinacionales proveedoras de material eléc­trico en el mercado mundial.

La evidencia que muestra el cuadro I sugiere que desde los últimos años del siglo XIX hasta 1913 los cinco principales suministradores de material eléctrico en el mercado español (Alemania, Francia, Suiza, Reino Unido y Es­tados Unidos) incrementaron permanentemente su cuota de mercado. En 1898 la suma de las ventas de m. e. provenientes de estos cinco países, sobre el total del m. e. i., era de 72,8 por 100; en 1902, del 79,2; en 1906 ascendió a un porcentaje del 90,6 y en 1913 habían alcanzado el 95,3. Países como los Estados Unidos y el Reino Unido, que en 1898 partieron con porcenta­jes del 2,9 y 3,6, en 1913 habían alcanzado cuotas del 13 y 10,7 por 100, respectivamente (el caso de Estados Unidos es el más sorprendente, ya que en 1910 su cuota era del 1,0 y en sólo tres años la multiplicó por 13), lo

" Véase Hertner (1985), pp. 289-295. " El incremento del uso de los motores eléctricos en la fabricación de textiles a par­

tir de 1920 se puede deducir de los datos dados por A. Carreras sobre la fuerza motriz usada en la industria algodonera catalana en 1920 y 1952. Véase Carreras (1983), pp. 59 y 60.

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

CUADRO I

Importación de material eléctrico en España, por países y grupos de productos, en años diversos

(Porcentajes)

Maquinaria Maquinaria inferior superior Aparatos

500 Kg. ÍOO Kg. eléctricos

Alemania Estados Unidos

1898 Francia Reino Unido .. Suiza

TOTAL . . . .

Alemania Estados Unidos

1902 Francia Reino Unido .. Suiza

TOTAL . . . .

Alemania Estados Unidos

1906 Francia Reino Unido .. Suiza

TOTAL . . . .

Alemania Estados Unidos

1910 Francia Reino Unido .. Suiza

TOTAL . . . .

Alemania Estados Unidos

1913 Francia Reino Unido .. Suiza

TOTAL . . . .

Total

52,6 0,3

19,1 2,9

19,7

94,6

68,3 1,2 7,8 7,7

12,4

97,4

50,9 24,4 8,9 7,0 5,5

0,0 11.7 39,1 0,0

49,2

100,0

46,3 1,6

12,6 0,0

39,5

100,0

61,5 0,5

16,8 8,3 6,2

93,3

73,9 1,5

10,6 8,3 0,2

94,5

58,4 8.1

14,0 11.3 2,6

51,9 1,0

17,6 26,7 2.8

100,0

48,7 4,0

43,2 1.9 2,2

100,0

70,1 1.2

13.4 2,2 2,5

89,2

70,8 0,5

11.5 5,5 0.3

88,6

71,3 0,8 7,3

15,4 0,4

35,1 2,9

19,6 3,6

11,6

72,8

37,6 2,1

21,3 0,7

17,5

79,2

66,2 0,9

14,7 2,9 5,9

90,6

70,3 1,0 9,9 7,0 4,9

93.1

59,3 13,0 9,6

10,7 3,2

96,7 94,4 95,2 95,8

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ANTONIO TENA JUNGUITO

CUADRO I (Continuación)

Importación de material eléctrico en España, por países y grupos de productos, en años diversos

(Porcentajes)

Alemania Estados Unidos

1917 Francia Reino Unido .. Suiza

TOTAL .. . .

Alemania Estados Unidos

1922 Francia Reino Unido .. Suiza

TOTAL .. . .

Alemania Estados Unidos

1926 Francia Reino Unido .. Suiza

TOTAL .. . .

Alemania Estados Unidos

1930 Francia Reino Unido .. Suiza

TOTAL .. . .

Alemania Estados Unidos ,

1935 Francia Reino Unido ... Suiza

TOTAL . . . .

Maquinaria inferior

500 Kg.

31,1 18,3 11,5 32,9

93,8

39.8 7.3

18,0 6,6

25.4

97,1

27.1 11,1 24,4 5,9

18,6

87,1

29,1 19,3 4,6

11,2 25,4

89,6

25,1 20.3 7,6 7,0

25.7

Maquinaria superior 500 Kg.

37.5 7,7 8,4

20,9

74,5

24,5 12,1 6,5 7,7 9,8

60.6

27,3 10,3 19,5 6,3

10,6

74,0

29,3 14.1 13.2 11,6 11,2

79.4

38.2 14.8 7,2

10,3 12.1

Aparatos eléctricos

26,3 8,5

16,8 7,6

59,2

33.5 10.8 6,9

10.3 9,5

71,0

13.4 9,3

14,1 22.2

3,9

62,9

27,0 22,9 9,8 7,8 8,5

76.0

25,7 28,3

3.2 8,3 5.6

Total

30,9 11,3 12,9 18,4

73,5

31,9 9,8 9,7 8.3

13,7

73,4

17,9 9,6

16.5 15,8 7.7

67.5

27,8 20,5 9,6 9,1

11,8

78,8

27.8 25,0

4,4 8,5 9.0

89.7 82,6 71,1 74.7

FUENTES: 1898-1902: Estadísticas del Comercio Exterior de Alemania. Francia, Reino Uni­do, Suiza y EE. UU. 1906-1935: Volúmenes anuales de las Estadísticas del Comercio Exterior español.

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN V PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

que les convierte en los dos países más dinámicos en el '""'^«^^ 3 ° de los años de la preguerra mundial. Sin embargo el gran monopohzador del mercado español de m. e. desde finales del siglo xix y hasta 1913 fue Alemania. Sus cuotas de mercado fueron crecientes ¿esde sus origene y alcanzó su máximo en 1910 cuando llegó a controlar mas del 70 por 100 de todas las ventas extranjeras de m. e. en España. Francia, con una cuota cercana al 20 por 100 desde los últimos años del siglo xix, aparece como el segundo suministrador en el mercado español. Esta P ° ^ ' ^ r / ' , ; ' , ! ' bilitando con los años y en 1913 aparece en cuarto lugar, detras de los pro-ductores americanos e ingleses.

Otra información de interés que se desprende del cuadro I « J regular diversificación y coincidencia en el tipo de productos que cada P^'^ ^''P^^' taba en el mercado español. Con la excepción de Suiza, que en ^^V^'J^ dida está especializada en maquinaria pesada desde sus orígenes, y de los as­tados Unidos, que de 1910 a 1913 muestra un rápido crecimiento de expor^ taciones de maquinaria pesada a España (aprovechando el tirón de demanda de estos años), el resto de los países ofrecen una estructura diversificada y relativamente estable de su oferta de material eléctrico .

En contraste con los años de la preguerra, los años veinte se muestran como un período de diversificación en el número de países q ^ ^ " ™ " ' ^ " ' " m.e. en el mercado español. La llegada de nuevos países como Bélgica bue-cia, Holanda e Italia y la más equilibrada contribución en la^Cf°"^ f °^ países ya participantes son algunas de las principales ^«^«";^"^!^ ^! " j ^ período. En 1926, Alemania, con el 17,9 por 100 de la . - 0 » j d e m e ^ do español, había recuperado su puesto como principal «" '" '" '^«^'^^/ ' /^.f ¿ ° por Francia (16,5) y el Reino Unido (15,8). En la s^g"" ' !^ , ' """°^°^J° ' años veinte el hecho más notable es el rápido incremento de las ^^P^^^^ nes provenientes de los Estados Unidos. A este hecho hay que " " i ; ^ P f dida de posiciones de franceses e ingleses y el irregular crecimiento de la cuota suiza. Alemania, en estos años, seguía manteniendo «u lider«==g° ; ° " una lenta pero sólida recuperación de las posiciones perdidas ¿"'ante ^ Fri^ mera Guerra Mundial. Los años treinta sólo reproducen las tendencias que se acaban de describir. En 1935, Alemania, con una cuota de mercado del 27,8 por 100, no había aún sido superado por el rápido crecimiento de la ventas americanas (25.0). Suiza mantiene su tercer puesto con ur>a cuota del 9 por 100, seguida de cerca por el Reino Unido (8,5) al mismo tiempo que

» Este hecho, por otro lado, simplen^nte pone - ¿ ^ ^ Í ^ L Í I Í ' ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ las diferentes predaciones de material eéctr.co en « s . s t e m ^ » ^ « ^ j ™ «J ^ ^^^ chos casos, hacían incompatibles materiales eléctricos de origen aivc respecto, Hughes (1983), pp. 27-139.

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ANTONIO TENA JUNGUITO

Francia veía reducida su cuota a 4,4 por 100, un cuarto de su porcentaje de ventas en 1926.

3. La prolección del mercado español

Un arancel provoca una variación en los precios de las materias primas, productos intermedios y acabados al interno de un país en relación a los precios internacionales. En este sentido, todo arancel incide sobre el proceso de formación del valor añadido cambiando la estructura de precios respecto a la que habría en ausencia de protección^'. En este apartado no se va a medir el margen de protección sobre el valor añadido sino que se va a llevar a cabo un intento más modesto. En un primer momento se va a analizar una estimación del nivel de los obstáculos que debían afrontar los provee­dores de material eléctrico en el mercado español en términos comparativos con lo que pasaba en otros mercados. En una segunda fase se ofrece una estimación de la «protección-nominal» del sector, con la intención de valorar la influencia de los diversos aranceles sobre los precios del material eléctrico en España a lo largo de los años que van de 1893 a 1931. Por último se intentará relacionar la protección otorgada a los diversos grupos de produc­tos eléctricos con una estimación de la producción de material eléctrico en España.

Para valorar la mayor o menor importancia del mercado español de ma­terial eléctrico en el contexto internacional, así como su nivel relativo de protección se va a utilizar el informe elaborado por la «Zentralverband der Deutschen Electrotechnischen Industrie» (1927). En este informe se estudian los mercados de material eléctrico en 23 países para los años 1913 y 1926.

El mercado español absorbía en 1913 aproximadamente el 6,8 por 100 de las importaciones mundiales de material eléctrico ^. Este porcentaje, aun­que calculado en el pico del rápido crecimiento de la demanda de m. e. de la preguerra, hace suponer que España en los últimos años antes de la Gue-

" El intento de medir esta incidencia se puede llevar a cabo mediante el cálculo de la «tasa de protección efectiva». Por tanto, esta tasa es la expresión del margen de pro­tección sobre el valor añadido en el proceso productivo y no simplemente la que se otorga al precio del producto. La relevancia de esta tasa está en las implicaciones que una ma­yor o menor protección entre sectores puede tener sobre los cambios en la asignación de los recursos. Algunos intentos se han llevado a cabo en otros países para el periodo de entreguen-as: véanse Capie (1983), pp. 114-122, y Tattara (1980), pp. 81-151. En el caso español existe un excelente trabajo de medición del coste social de protección arancelaria en la minería del carbón entre 1875-1925: véase Coll Martín (1985), pp. 204-230.

" En 1913, junto con Argentina, Australia y Francia, España muestra en términos ab­solutos uno de los niveles más altos de demanda exterior de material eléctrico en el mer­cado mundial.

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IMPORTACIÓN. NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

rra se había constituido como uno de los mercados en expansión más im­portantes de Europa (véase Apéndice cuadro II).

Sin embargo, en 1913, si se toman en consideración tanto la tarifa máxi­ma como la mínima", el informe de la «Zentralverband. presenta a España como uno de los mercados de material eléctrico más protegido del mundo. Entre los países que contaban en el mercado mundial de productos electro­técnicos, Polonia aparece en primer lugar, con un nivel arancelario máximo del 42,8 por 100 y un mínimo del 38.8. En segundo lugar se situaría Japón (24,3 y 24,3) y España (28,8 y 19,8), a los que seguirían, y por este orden, Checoslovaquia, Austro-Hungría y Francia (véase cuadro II).

Otras posibilidades que ofrece el informe de la «Zentralverband» es la de elaborar una tabla comparativa de los diferentes niveles arancelarios por grupos de productos y que por su interés se resumen en el Apéndice del cua-

CUADRO II

Valores arancelarios como porcentajes del valor del material eléctrico

en diversos países

1913 1926

Máxima Mínima Máxima Mínima

Polonia 42,8 38,8 42.5 39,6 Japón 24.3 24.3 26.2 26,2 España 28,8 9,8 114.3 38.8 Austria** 22,2 6.0 21.1 20.1 Checoslovaquia 22.1 6.0 72,2 41.0 Francia ... 22,0 13,4 65.4 16.5 Italia 8 4 7.0 26,9 Zü.b S a t i n a : : . ; : . - . y . ; ; ; ; : : : : : : : : : : : 17:5 17,5 30.2 30.2

* Estos valores se han calculado efectuando la media aritmética de jos nweles de pro­tección de la tarifa máxima y mínima de las 23 partidas de material eléctrico corres­pondientes a cada país.

** Austria-Hungría antes de 1914.

FUENTE: «Zentralverband» (1927). pp. 51-57.

" Según la Ley de Bases Arancelarias de 20 de marzo de 1906: «El arancel constará de dos tarifas que se denominarán primera y segunda... La segunda tarifa se formará con arreglo a lo que determina la base anterior, y se aplicará a las naciones que otorguen a los productos españoles sus tarifas arancelarias más reducidas, si el Gobierno juzga que contienen reciprocidad bastante para esa concesión. La tarifa primera se obtendrá adicio­nando a la anterior los recargos que se señalen para determinadas mercancías y se aplicará a las demás naciones.» Véase Dirección General de Aduanas (1942), p. 20.

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ANTONIO TENA JUNGUITO

dro III. Observando esta tabla se pueden hacer algunas afirmaciones de in­terés para el caso de España.

Si se atiende a la columna de tarifas mínimas de esta tabla se puede observar que el sector más protegido en 1913 era el de cables eléctricos (con un nivel arancelario del 32,1 por 100); a este sector le siguen las bombillas de incandescencia (25,4), la maquinaria eléctrica ligera (18,6), la maquinaria pesada (14,7) y los aparatos telegráficos y telefónicos (12,4)^*. De estas es­timaciones se puede deducir que aunque España ostentara una protección re­lativamente alta, sin embargo esta protección fue discriminatoria entre los diversos tipos de productos. Esto permitía, incluso dentro de un mismo gru­po de productos con una protección global relativamente alta, importar productos con niveles arancelarios más reducidos. Al mismo tiempo, se puede observar cómo altos niveles de protección en algunos productos (como las bombillas, por ejemplo) no impidieron el crecimiento de sus importaciones (véase gráfico III), lo que hace suponer, si se confirma este hecho, que al­gunos productos eléctricos gozaron de una elasticidad o precio muy baja antes de 1913.

En el cuadro II se observa a primera vista cómo en los años veinte se produjo una elevación general de las barreras arancelarias en la mayoría de los países. Los crecimientos más notables, si se sigue la tarifa mínima ", se refieren a Italia y Checoslovaquia, que casi multiplican por tres sus niveles mínimos; en segundo lugar estarían España y Argentina, que prácticamente duplican sus niveles de 1913, al mismo tiempo que países como Polonia y Japón, con niveles altísimos antes de la Guerra, no aumentaron casi sus tarifas. Así, en 1926, España, después de Checoslovaquia (41,0) y Polonia

" Dentro de cada grupo, la protección de las diferentes partidas puede ser muy di­versa. Por ejemplo, dentro de la maquinaria eléctrica, los porcentajes de protección se van elevando desde un porcentaje de protección del 8,7 por 100 para las máquinas de menos de 10 Kg. y un porcentaje del 24,5 para las que están entre 50 y 250 Kg. A par­tir de este peso, los porcentajes van bajando hasta llegar al 11,6 en las máquinas con pesos superiores a los 5.000 Kg.

" En 1926 es de mayor interés seguir los niveles establecidos por la tarifa mínima, ya que en los años veinte se ampliaron las diferencias existentes entre la tarifa máxima y mínima, lo que provocó la extensión del trato de nación más favorecida a un grupo de países mucho más numeroso. En España, en 1925, salvo Albania, Estonia, Finlandia, Georgia, Luxemburgo, Hungría, Liberia, Lituania, Polonia y Rusia, el resto de los países europeos tenían derecho a disfrutar de la tarifa mínima del arancel. Véase Consejo de Economía Nacional (1925), pp. 73-75. A su vez, la Ley de Autorizaciones del 22 de abril de 1922 permitía reducir la tarifa mínima en negociaciones comerciales, siempre que ésta fuera partida a partida y no superior al 20 por 100. Véase Serrano Sanz (1986), pp. 215-216. En España, en el caso del material eléctrico, en 1925 había diversos tratados, prin­cipalmente con Suiza, Francia, Inglaterra, Alemania e Italia, pero eran en su mayor parte especificaciones técnicas arancelarias: Consejo de Economía (1925), pp. 160-166.

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

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(39,6), se situaría en el tercer puesto entre los países con un mercado de productos electrotécnicos más protegidos del mundo".

En relación a los grupos de productos más protegidos en el mercado español, el orden no había variado mucho desde 1913. En primer lugar se situarían los cables eléctricos, con un porcentaje del 78,8 por 100, seguido de las bombillas de incandescencia (65,9), la maquinaria ligera (41,0) y la pesada (27,2). Como se advierte, la mayoría de los productos han doblado su protección respecto al año 1913; sin embargo el orden entre los niveles arancelarios de los diferentes sectores se mantiene, habiéndose incrementado sólo la distancia entre sus porcentajes.

El cuadro III ofrece una estimación alternativa a la de la «Zentralver-band» de los niveles de protección de las i. m. e. en España. En este sentido, parece necesario aclarar algunas de las características diferenciadoras de esta nueva estimación.

a) En primer lugar se debe decir que es una estimación del porcentaje arancelario pagado por cada partida del arancel en relación al valor impor­tado y por tanto su sumatorio está ponderado por este último valor. Así, en vez de representar el nivel de las barreras arancelarias en el mercado de material eléctrico, representa el porcentaje añadido por la protección arance­laria al valor de entrada del m. e. Es decir, trata de medir el efecto de las tarifas sobre los precios del m. e. i. en España.

b) En segundo lugar, en esta estimación se presupone la existencia de una infravaloración en las i. m. e. Por tanto, en la corrección al alza del va­lor de las mismas, el porcentaje arancelario queda reducido respecto a una teórica estimación en la que se usaron los valores oficiales ".

c) Por último, esta estimación no se circunscribe a dos años sino a once, a través del período 1893-1931, lo que permite apreciar con mayor pre­cisión las diversas modificaciones en la protección arancelaria a lo largo del período.

Los cambios en la protección nominal del total del m. e. i. se pueden observar en la columna 4 del cuadro III . Antes de 1902 el porcentaje de protección nominal oficial es alrededor del 12 por 100 y coincide con el de

" Los resultados que ofrece la «Zentralverband» para el caso español en 1926 tien­den, en mi opinión, a sobrevalorar el nivel de protección debido a la alta infravaloración que presentan las importaciones oficiales de manufacturas en este año y, por extensión, las del m. e.

" La estimación hecha, usando los valores oficiales, no ha sido incluida para facilitar la visión de los cuadros. Estos niveles de protección nominal oficial para el total del ma­terial eléctrico serían los siguientes: 1902: 19,2 por 100; 1906: 11,4; 1910: 13,9; 1913: 13,1; 1917: 13,8; 1920: 14,1; 1921: 10,4; 1926: 22,0; 1931: 22,5.

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

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la Única partida incluida en el mismo (cables eléctricos). En 1902 se inclu­yen en las estadísticas partidas muy protegidas como las bombillas y los apa­ratos telefónicos (columnas 5 y 6, respectivamente) que empujan hasta el 17,3 por 100 la protección global en este año. Algunos años más tarde, la Ley de Bases Arancelarias de 1906 parece introducir un primer esquema proteccionista de lo que algunos han calificado de «defensa de la produc­ción nacional». La estructura de la protección ofrece las mismas caracterís­ticas generales que se han visto para 1913 en la estimación del «Zentralver-band». Algunos de los sectores que se protegen más son aquellos en los que la producción nacional podría obtener alguna ventaja ", como los cables eléc­tricos finos (19,2), la maquinaria eléctrica ligera (15,2), no siendo muy alta, en cambio, para las bombillas (12,2) y la maquinaria pesada (12,7). A partir de 1912 y hasta 1921, tanto los coeficientes arancelarios como las valoracio­nes no se modificaron. Es por ello que una vez rectificadas las importaciones se puede observar cómo en 1917 los porcentajes del recargo arancelario sobre éstas se ha reducido prácticamente a la mitad del porcentaje que ostentaba en 1913. Esta reducción de la protección nominal se hace aún más evidente en 1920 y es probablemente una de las razones de que se produjeran tan altas tasas de crecimiento en el volumen y el valor del m. e. i. en este año.

En 1921 se doblaron los coeficientes del arancel y, pese la baja de los precios internacionales de las manufacturas, se consiguió frenar la i. m. e. Sin embargo, la tasa de protección nominal en 1921 es similar, incluso algo me­nor, que la que se puede observar en el cuadro III para 1913". Por otro lado, el Arancel Cambó, de 12 de febrero de 1922, parece que no sólo in­crementó los niveles de protección anteriores a la guerra sino que también precisó mejor aquello que quería proteger ^. En efecto, si se observan las columnas por grupos de productos en 1926 y en 1931, quedan patentes los incrementos netos de la protección de sectores como la maquinaria eléctrica ligera (18,8 y 18,5, respectivamente), los cables eléctricos (53,3 y 64,3) y las bombillas incandescentes (41,7 y 41,3).

Para terminar este apartado, por tanto, sería útil hacer algunas reflexio­nes sobre lo dicho hasta ahora. El mercado español de material eléctrico era antes de la Guerra un mercado bastante protegido, en términos relativos, con

" En este mismo sentido, Smith (1920) se refiere en 1920, en primer término, a la producción de bombillas incandescentes y cables eléctricos como los sectores con un de­sarrollo más notable en España. Posteriormente, y en un segundo término, hace mención a los motores, generadores y transformadores de poco voltaje, a las baterías secas y a las calefacciones y cocinas eléctricas.

" Esta evidencia confirmaría las opiniones de J. M. Serrano Sanz sobre los efectos del Arancel Provisional de 1921. Véase J. M. Serrano Sanz (1986), pp. 201-210.

" Véase Serrano Sanz (1986), p. 213. Sin embargo, este autor expresa muchas dudas acerca de que el «Arancel Cambó» supusiera un incremento de la protección.

360

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IMPORTACIÓN. NIVELES DE PROTECaON Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

lo ocurrido en otros países. Estas barreras no fueron iguales para todo tipo de productos, ya que desde 1906 se puede observar un intento de premiar aquellos grupos en los que la producción nacional pudiera obtener alguna ventaja. Es difícil aislar los efectos que los diferenciales de precios creados por los aranceles tuvieron en las demandas de importación de los diferentes productos eléctricos. Sólo conociendo las elasticidades precio de la maquinaria pesada y ligera antes de la Guerra podríamos, ceteris paribus. hablar de una reducción en el crecimiento de las importaciones de maquinaria ligera debido a su mayor protección''.

En el período de entreguerras se acentuó, tanto la protección del sector como el diferencial, entre los diferentes tipos de productos. Este hecho po­dría haber facilitado la reducción de las importaciones de algunos tipos de productos y su parcial sustitución por algún bien de producción nacional. La existencia de algún indicio como el que muestra el gráfico III , que reproduce la diferente evolución de dos bienes como las bombiUas y los aparatos tele­fónicos cuyos diferenciales arancelarios se incrementaron fuertemente des­pués de 1922, no resulta, sin embargo, conclusiva. A su vez, la evidencia discutida en esta sección no permite juzgar la potencial incidencia negativa que la protección pudo tener sobre la competitividad de la industria de material eléctrico en España.

4. Producción y consumo de material eléctrico

Hasta aquí se puede afirmar que en España desde finales del siglo xix y en conexión con las altas tasas de incremento en la producción y consumo de energía eléctrica se desarrolló una fuerte demanda de bienes eléctricos. Las estimaciones hechas sobre la evolución de los i. m. e. corroboran la pre­sunción de que una gran parte de esta demanda fue satisfecha mediante e acceso a los mercados exteriores. Sin embargo, se sigue sin saber tanto el montante total de esa demanda como el porcentaje que pudo satisfacer la producción nacional.

Los datos disponibles sobre la producción de material eléctrico se han

'• El impacto de un derecho arancelario sobre la reducción de las ^ P F " « ° « « ¿ pende, ceterís paribus, de la elasticidad precio del bien unportable Si la ^«iUadad pre­cio es - 1 , un 5 por 100 de incremento del derecho arancelario 'fl^Pfí? j«^ "^P°'"°«^ nes alrededor de ^ 5 por 100. En general, se considera que la «If {«daf Precio de ^ manufacturas sustituibleVes mayor que la unidad. En concreto en If f"f»"^"»*^"» para el material eléctrico en In¿terra durante ^Ir"^^".'^Y''^%T.,T. íigSiTEvf tasa del -5,9. Véase T. C. Ching (1946), pp. 188-207 citado Por ?• ü«P"e d^M). Evi­dentemente, la sustituibUídad de los productos electrotécnicos en Espana "o es corn^a-ble y, por tanto, sería difícil hablar de una posible smulitud de sus elasticidades preao.

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ANTONIO TENA JUNGUITO

limitado hasta hace muy poco al simple testimonio de la existencia de em­presas productoras desde finales del siglo xix ^ A partir de estos datos sa­bemos que la producción de bienes electrotécnicos se hizo con la colabora­ción financiera y tecnológica de algunas empresas multinacionales ' y que algunos de los principales sectores en los que participaron fueron: cables para la conducción eléctrica, bombillas incandescentes y pequeños generadores y motores ^. Sobre la importancia de la producción nacional las opiniones di­fieren. Mientras Sintes y Vidal y Hernández Andreu piensan que el creci­miento del sector eléctrico no repercutió en la creación de empresas nacio­nales de producción de material eléctrico ', otros autores sostienen que la existencia de altos aranceles y otras medidas protectoras facilitó la implanta­ción de pequeñas empresas productoras y empujó a algunas compañías mul­tinacionales a invertir en el sector ^.

Por otro lado, últimamente se han dado a conocer algunas cifras aisla­das de producción en algunas empresas. P. Herther, muy recientemente, ha ofrecido las cifras de ventas de la fábrica Siemens-Shu Rert Industria Eléc­trica, de Cornelia, que produjo toda clase de material para centrales eléctri­cas, transportes y pequeños motores ". A su vez, B. Bezza ** ofrece una serie de facturación de cables eléctricos en la fábrica Pirelli, de Villanueva y la Geltrú (véase gráfico IV).

CUADRO IV

Producción, consumo y gasto «per cepita» de material eléctrico en España (Pesetas corrientes)

1913 1925

Gasto per capita * Consumo ** Importación ** ... Producción **

3,30 67.728 43.120 24.608

5,97 130.161 79.483 50.688

* Pesetas. ** Miles de pesetas.

FUENTE: Elaborada a partir de «Zentralverband», op. cit., p. 32.

" Véanse Sintes Olives y Vidal Burdill (1933), pp. 127-131; Martínez y Olle (1961), pp. 46 y 47; Banco de Bilbao (1957), pp. 434-435. Sin embargo, la descripción más exhaus­tiva y de interés es la que ofrece Smith (1920), pp. 6-178.

" Véanse Sintes Olives y Vidal Burdill (1933) y Hertner (1986), pp. 23-26. " Véase Smith (1920), pp. 25-46.

p. 89.

362

" Véanse Sintes y Vidal (1933), pp. 127-128, y Hernández Andreu (1980), p. 150. » Véanse Smith (1920), pp. 24-25; Hertner (1986), pp. 23-26, y Maluquer (1987),

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

> O U l - H

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III 363

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ANTONIO TENA JUNGUITO

La estimación que se ofrece en el cuadro I da una imagen bastante optimista de la situación de la producción nacional de material eléctrico. En 1913 más de un tercio de la demanda española de bienes eléctricos era satis­fecha con productos de fabricación nacional. En 1925 esa proporción había crecido ligeramente. Es decir, que la producción nacional había crecido a un ritmo ligeramente más rápido no sólo que las importaciones, sino al de la propia demanda de material eléctrico. Aunque estos datos no son concluyen-tes, ya que se trata de una estimación, sí coinciden con el resto de las infor­maciones parciales al mostrar que en la España de los años veinte se pudo iniciar un tímido proceso de sustitución de importaciones de material eléc­trico.

De los datos que se han analizado aquí se deduce, por tanto, que pueden tener razón quienes pensaban que las altas barreras arancelarias ofrecieron, al menos después de la Primera Guerra Mundial, una serie de ventajas a los productores de m. e., al mismo tiempo que estimularon a algunas empresas multinacionales a crear manufacturas subsidiarias en España con el objeto de evitar los altos costes arancelarios.

5. Conclusiones

Del presente análisis cuantitativo se podrían extraer las siguientes con­clusiones:

a) Desde el inicio del siglo hubo un notable crecimiento del material eléctrico importado. Este incremento fue ligeramente más rápido en el perío­do 1906-1913 que en los año de la posguerra. Esta diferencia en las tasas de crecimiento de los dos períodos parecen deberse a causas diversas. Por un lado, a la mayor demanda de maquinaria pesada durante la preguerra en conexión con el rápido período de construcción de las grandes plantas eléc­tricas. Por el otro, al incremento de la producción de material eléctrico na­cional en el período de entreguerras, que posiblemente permitió el inicio de un lento proceso de sustitución de importaciones en un contexto de rápido crecimiento de la demanda de material eléctrico.

h) El mercado español era ya un mercado altamente protegido antes de la Guerra. El Arancel de 1922 elevó esta protección acentuando la discri­minación entre unos y otros tipos de productos. Esta protección del mercado permitió el crecimiento de las importaciones a un ritmo rápido, pero, sin

" Hertner (1986), p. 25. Estas cifras van de 1912 a 1920 y se ofrecen en el gráfico I. " Bezza (1987), p. 73. Estas cifras van de 1903 a 1914.

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IMPORTACIÓN. NIVELES DE . . n . P . r . O N V PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

duda, debió ayudar a iniciar un proceso de sustitución de importaciones en

los sectores .más protegidos. , ;„„.„:„ O En este lento proceso de sustitución de -Por ta lones ks m e s^-

nes extranjeras tuvieron, probablemente, algo que ver^ El h ^ ^ o / ^ ^ " ^ ? ^ ' ; tieran altas barreras arancelarias debió facilitar la ' l - ' ^ " ¿ ^ "f^ ^ ^ vender en el propio mercado. La confirmación de que los P"""?^^^^^^^^^^^^^ proveedores de material eléctrico en España coincidan ^^ -^^''^l^'^^^^^ el origen de los principales inversores en proyectos, tanto del sector eléctrico como de la producción de material eléctrico, apoyaría esta hipótesis.

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ANTONIO TENA JUNGUITO

APÉNDICE CUADRO I Importaciones totales de material eléctrico en España

(Valores c. i. f. miles de pesetas corrientes)

1898* .. 1899* .. 1900* ..

0 1 * .. 02* .. 03* .. 04* ..

1905* .. 06 . .. 07 . .. 08 . .. 09 . ..

1910 . .. 11 . .. 12 . .. 13 . .. 14 . ..

1915 . .. 16 . .. 17 . .. 18 . .. 19 . ..

1920 . .. 21 . .. 22 . .. 23 . .. 24 . ..

1925 . .. 26 . .. 27 . .. 28 . .. 29 . ..

1930 . .. 31 . .. 32 . .. 33 . .. 34 . ..

1935 . ..

Vdores oficiales

4.129^1 3.474,8 8.483,8 5.727,7 6.517,5 5.311,6 3.955,2 3.999,8

12.637,6 17.774,5 15.296,6 16.556,7 16.703,3 20.145,7 27.265,2 42.667,0 24.777,1 11.889,8 20.851,8 15.368,1 12.650,0 18.637,7 24.168,9 69.163,3 32.319,5 46.640,0 52.428,8 46.782,5 51.102,2 65.399,3 84.828,0 87.780,7

124.052,2 91.184,1 77.661,3 62.905,6 78.981,9 70.751,6

Valores estimados

(miles pías.)

5,656,1 * 6,464,5 *

11,436,6 * 8,385,3 * 8,238,9 * 7,238,9 * 7,049,5 * 6,133,1 *

12.384,8 18.663,2 14.506,1 15.066,6 16.536,3 22.966,1 32.172,9 47.810,1 24.628,4 10.593,4 18.474,7 29.860,2 24.756,0 35.187,9 85.147,0 71.445,7 34.452,0

— 63.018,0 79.483,5 73.790,7 74.032,0 75.242,4 96.646,5

121.695,2 130.940,3 109.735,4 74.794,8

123.448,7 107.188,6

Maquinaria <500 Kg.

(%)

9,5 14,9 17,9 18,6 23,2 21,4 19,9 21,4 23,6 23,4 19,6 29,2 18,5 28,3 26,5 27,7 25,4 24,6 18,5 28,5 16,9 17,6 18,7 21,6 18,9 20,0 16,4 16,9 15,2 17,7

Maquinaria >Í00 Kg.

22,6 38,5 34,5 48,3 53,3 52,1 57,2 67,9

(%)

17,3 33,0 49,5 42,6 38,0 39,6 39,6 33,0 43,2 28,9 42,3 43,2 48,1 36,2 27,0 34,6 31,2 36,9 32,3 33,6 21,7 19,6 18,2 14,9 15,9 27,0 19,4 15,0 9,1

11,0

Aparatos eléctricos

(%)

79,4 61,5 65,5 51,7 46,7 47,9 42,8 37,1 73,2 52,1 32,6 38,8 38,8 39,0 40,5 33,0 33,2 47,7 38,1 27,5 33,4 35,5 46,5 37,7 43,0 38,5 49,2 37,9 61,3 62,8 63,1 63,5 65,2 53,0 64,2 68,1 75,7 75,3

* Estimación efectuada mediante la suma de los valores de exportación de material eléc­trico a España provenientes de las estadísticas de Alemania, Reino Unido, Francia, Suiza y EE. UU. Efectuada la conversión a valores c. i. f., se ha incorporado la suma total de las importaciones de aparatos eléctricos registradas en las estadísticas españolas prove­nientes del resto de los países, es decir, de todos los países a excepción de Alemania, Reino Unido, Francia, Suiza y EE. UU. Por tanto, esta estimación no registra la posible maquinaria eléctrica proveniente de otros países fuera de los cinco ya mencionados (véa­se, también, nota 11).

FUENTES: Véase texto.

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IMPORTACIÓN. NIVELES DE PROTECC.ON V PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELECTKICO

APÉNDICE CUADRO II

Importaciones y exportaciones de material eléctrico en diversos países

(Porcentajes sobre el total estimado mundial)

Importaciones Exportaciones

1913 1924 1925 1913 1924 192Í

AI . To 10 19 47,8 23,8 25,7 Alemania 2,9 1,0 - ' 24,1 25,4 Gran Bretaña 6,1 4,5 3,5 22,8 ^4 ^, Francia 10.7 8,6 9,2 4,4 > Suiza 1,7 1.6 1.6 >>6 ^'^ 3 ^ Holanda ... ..; - 3,8 4,2 - 4 | ¿ ^ Suecia 2,3 3.2 A4 ^-t j ' j 2.5

tS-*' 'A li li 6 oj oj España.. .". ' . . ' . . ." . ' . ." . ' . . . ' . ' . . ' . ' . . . . . . . 6,8 3,3 3,8 j -

TOTAL EUROPEO .. . 1 ^ " ^ ^ ' - ^ «' '^ ' ' ' ' ' ' ' '

EE.UU. 0,9 1.3 0.9 16,3 27,0 2^.5 Argentina 8.1 4.7 4,7 ^g Japón ... 3.0 6,0 5,4 0,2 ^' j Australia ... ... 7,4 10,1 12.1 ~

* La estimación comprende cerca del 90 PO^100 del total mund^^^^^^ nes de material eléctrico y cerca del 95 por 100 de l f ^ « ? " " % «portadores de ma-registrados, aquí sólo se recogen los principales importadores y « i ~

^, terial eléctrico. Antes de 1914, Austria-Hungría.

FUENTE: Men,ora„dum on the Eléctrica Industry (por \^J;"!Í^^'ií¿í"J^^¿ní Electrotechnischen Industrie), Documentation on t ieor 26-28. tional Economic Conferencie (Ginebra, mayo 1927), League

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ANTONIO TENA JUNGUITO

APÉNDICE

Vdores arancelarios como porcentajes del f*^

Maquinaria eléctrica <500 Kg.

Maquinaria eléctrica >500 Kg.

1913 1926 1913 1926

Japón Estados Unidos Argentina

Francia Italia Suecia Checoslovaquia . Polonia España

(2) Max. Mín. Max. Min. Max. Min. Max. Mi"

19,7 20,0 2,0

22,5 8,1

16,0 15,7 37,4 25,2

19,7 20,0 2,0

15,4 6,7

16,0 l U 37,4 18,6

27,2 30,0 4,6

66,3 28,5 13,8 60,7 59,1

114,4

27,2 30,0 4,6

16,6 25,1 13,8 30,3 51,6 41,0

18,3 20,0 3,7

17,1 15,0 12,6 18,0 68,9 24,9

18,3 20,0

3,7

10,5 9,3

12,6 12,6 68,9 14,7

30,0 30,0 8,6

49,6 27,2 10,9 69,2 43,9

107,3

30,0 30,0 8,6

12,4 24^ 10,9 38,0 37,« 2?;

(1) Estos porcentajes han sido calculados mediante la multiplicación de los coeficientes arancelarios por partidas de cada uno de los países por una media de precios eu­ropeos del material eléctrico de las respectivas partidas. El valor arancelario es cal­culado como porcentaje del material eléctrico importado. Una vez calculado el por­centaje aJ-valorem de protección nominal para cada partida (los datos ofrecidos se refieren a los porcentajes ad-vdorem para 23 productos diferentes), se efectúa la me­dia aritmética sin ponderar y se obtiene la tasa de protección teórica del sector. Debe tenerse en cuenta que los resultados ofrecidos para los países con grandes diferencias en el nivel de protección de las diferentes partidas, al quedar agrupadas en medias aritméticas sin ponderar, producen la sensación de niveles arancelarios prohibitivos.

(2) Los porcentajes mínimos son aplicados cuando existe el tratamiento de «nación más favorecida». Los porcentajes máximos, cuando no existe ningún acuerdo o tratado.

FUENTE: Elaborado a partir del informe de Zentralverband der Deutschen Electrotechnis-chen Industrie, Memorándum on the Electrical Industry, League of Nations (1927).

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IMPORTACIÓN, NIVELES DE PROTECCIÓN Y PRODUCCIÓN DE MATERIAL ELÉCTRICO

U A D R O I I I

" " material eléctrico en diversos países (1)

Cables Aparatos telefónicos Bombillas eléctricos y telegráficos incandescentes

1926 1913 1926 1913 1926

Max. Mín. Max. Mín. Max. Min. Max. Mtn. Max. Min.

18,9 15,0 18,0

26,3 18,5 19,9 30,9 83,1 32,1

28,2 35,0 40,4

n9;i 39,7 19,8

106,1 49,1

221,0

28,2 35,0 40,4

44,8 36,6 19,8 61,0 49,1 78,8

20,0 20,0 18,3

8,6 1,9

11,3 10,0 12,2 18,6

20,0 20,0 18,3

5,6 1,9

11.3 8,2 9,1

12,4

20,0 40,0 21,0

15,8 8,2 8,3

26,9 17,3 26,2

20,0 40,0 21,0

4,1 7,7 8,3

19,2 15,8 9,1

40,0 30,0 3,2

23,9 3,8

17,7 6,7

15,6 41,4

40,0 30,0 3,2

15,9 3,8

17,7 6,7

15,6 25,4

33,6 20,0 9,4

%,2 23,0 26,6 29,5 38,5

198,8

33,6 20,0 9,4

24,1 23,0 26,6 19,2 38,5 65,9

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DEBATES Y

CONTROVERSIAS

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PODER Y BENEFICIO. URBANIZACIÓN Y CAMBIO EN LA HISTORIA

DAVID R. RINGROSE Universidad de California, San Diego

I. INTRODUCCIÓN

Hace algunos meses esta revista publicó una interesante discusión sobre historia urbana basada en mi reciente obra, Madrid y la economía española, 1560-1850. En su artículo, el profesor Santos Madrazo, al tiempo que íor-mulaba una serie de preguntas acerca de mi utilización de las fuentes, aludía también a problemas más interesantes relativos al lugar de la historia urbana en la estructura y en el proceso de cambio histórico'. En concreto, Madrazo menciona tres cuestiones interrelacionadas: a) la utilidad de los supuestos «smitheanos»; b) la premisa de que las ciudades producen unos fenómenos sociales y culturales únicos o nuevos, y c) el problema de la dependencia de interpretaciones ecológicas. Estos tres temas son los más interesantes e importantes, ya que tratan del lugar de las fuerzas motrices en la historia y, por lo tanto, mi respuesta a la crítica de detalles efectuada por Madrazo la he dejado para el apéndice.

a) El supuesto smitheano

El interés del profesor Madraao por mi enfoque «smitheano» y por la utilización de los mercados y del comercio para explicar el cambio es, posi­blemente, una reacción a la afirmación de Smith sobre «...una cierta pro­pensión en la naturaleza humana..., la propensión a hacer trueques, a per­mutar y a cambiar una cosa por otra» ^ esto es. que el hombre « tunda-mentalmente un hombre económico. Evidentemente, éste es un postulado de la Ilustración que cuenta con serias limitaciones, limitaciones ya aparentes para algunos analistas del siglo xviii. Desgraciadamente, mi interés ^oi ios mo-delos comerciales y de mercado fue interpretado por el profesor Madrazo

' Madrazo Madrazo (1986); Ringrose (1985). ' Smith (1937), p. 13.

Revista de Historia Económica •''-^ Año VI. N.» 2 - 1988

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DAVID R. RINGROSE

como un supuesto según el cual los hombres son actores sólo en tanto que son hombres económicos, aunque espero que este artículo pueda corregir esa visión.

b) La novedad de los fenómenos urbanos

El profesor Madrazo se lamenta de que, junto con Braudel, Foucault, Choay y otros, acepto el supuesto de que hay algo único en la ciudad que le hace desempeñar un papel transformador en la historia. Madrazo mencio­na a Manuel Castells (sin dar ninguna referencia concreta), en el sentido de que no hay historia del espacio que no sea parte integrante de la historia social general. Por consiguiente, debemos centrar nuestra atención en «las estructuras de poder», pues la ciudad no es más que un producto de tales estructuras, y abandonar la idea de que la ciudad genera cultura, ya que las ciudades hacen que sea más fácil aceptar nuevas maneras de llevar a cabo las cosas'. Castells presenta a la ciudad sólo como un foco de tensión y de or­ganización social para la gran sociedad (feudal) que la rodea. Examina la literatura que propone claramente una «cultura urbana» y la encuentra inadecuada en muchos aspectos. Considera la ciudad como un espacio al que se le ha asignado la «... tarea estructural... de acuerdo con la conflictiva di­námica social de la historia». «El proceso conflictivo entre los actores histó­ricos en una sociedad dada asigna como objetivo a las ciudades en general la función estructural.» En otro lugar, Castells ofrece un resumen simplista de la historia urbana europea tomado de V. Gordon Childe, Gideon Sjoberg, Henri Pirenne y Max Weber, haciendo un uso bastante libre de términos ta­les como burguesa, feudal y aristocrática para clasificar las primeras ciuda­des europeas. Básicamente, su posición es que la ciudad en una civilización rural no es fundamentalmente distintiva ni única, sino que es simplemente un elemento dentro de dicha civilización —la otra cara de la misma mone­da—. En cierto modo Castells tiene razón, hasta el punto de expresar un truismo. Sin embargo, al tiempo que da a entender que estas ciudades no añaden nada nuevo a la civilización, parece también implicar que la ciudad fue (al menos en la sociedad capitalista) un requisito previo para una división del trabajo más productiva.

Estoy de acuerdo con la premisa de que las ciudades son una extensión de un contexto más amplio en tanto que surgen para desempeñar las funcio­nes que la sociedad rural llega a necesitar. Pero, en contra de la impresión

^ Mis comentarios sobre Castells están tomados de Castells (1976), pp. 13-22 y 95-101, y Castells (1983), pp. XVIII-XIX, 4-14 y 291-303. Parece que la paráfrasis más directa de Madra2o procede de Castells (1976), p. 14.

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ofrecida por Castells, el papel de una dudad es más complejo que el de ser un centro residencial para la élite social y un lugar para sus mecanismos de control social. Esta complejidad añadida, que Madrazo considera insignifi­cante, puede ser lo que debamos examinar con más atención. Algunas gran­des ciudades premodernas prestaban servicios centrales para más de un con­junto de estructuras económicas y geopolíticas. Al servir a un conjunto de es­tructuras, estas ciudades transmitían inevitablemente estímulos externos a otros conjuntos de estructuras con los que se hallaban relacionadas. Aunque sólo fuera porque concentraban a las élites políticas y económicas en un mis­mo nivel, tales ciudades también generaban en la sociedad factores políticos, sociales y económicos que parecen nuevos, y que incluían nuevas identidades y aspiraciones colectivas. Por consiguiente, al tiempo que la. urbanización fue fundamental para la coordinación y el control de la vida económica ru­ral, proporcionó asimismo un lugar para que se dieran cambios que nunca se hubieran producido en una sociedad rural. Las ciudades fueron esenciales para la movilización y la redistribución de la riqueza, aun cuando no nos gusten los resultados. Por lo tanto, si es importante que conozcamos los mecanismos de control social (¿feudal?) que las ciudades simplemente al­bergaban, es también crucial entender cómo las ciudades influyeron en el hombre económico y en el mercado. Después de todo, incluso desde una perspectiva marxiana, los factores qutf producen la lucha y el cambio son externos a la estructura de control social dominante.

c) Determinismo ecológico

En el mismo estilo, Madrazo afirma que en lugar de depender del «de­terminismo ecológico» basado en la viabilidad del transporte, en la disponi­bilidad de recursos y en el clima, debemos reconocer que la estructura social refleja el control de los medios de producción. De este modo, las ciudades sólo son un reflejo de la estructura social, y son simplemente espacios en los que se sitúa la organización social de control. No obstante, a la luz de investigaciones recientes acerca de la formación de clases y el cambio social, me gustaría saber un poco más sobre lo que quiere decir el profesor Madra­zo cuando se refiere al control social de los medios de producción *.

* Para una discusión convincente sobre los problemas del análisis de clases en la historiografía reciente, véase Reddy (1987), pp. 1-33.

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II . CULTURA Y PROCESO DE CAMBIO

Así, a Madrazo le gustaría que abandonase el hombre económico, la uni­cidad de la cultura urbana y las restricciones ecológicas. Aunque no estoy dispuesto a llegar a esos extremos, creo que estoy más de acuerdo con él de lo que parece suponer. Los temas que esperaba plantear suponen, de hecho, la interacción de factores de mercado y de fuera de él. Tanto la psicología como la antropología, la literatura y el arte demuestran que la humanidad y sus sistemas de valores son mucho más complejos que lo que suponía la psicología de Locke y Bentham en la Ilustración. No obstante, el lado eco­nómico del hombre sí existe; entra normalmente en las decisiones humanas y, por lo tanto, influye en la forma que toman la mayoría de las institucio­nes con las que vivimos. Al mismo tiempo, debo hacer hincapié en que los factores ecológicos imponen limitaciones externas al cambio.

a) Mercado y clase

Tampoco estoy dispuesto a renunciar al empleo de modelos explicativos que convierten la lucha de clases en relaciones de intercambio de naturaleza recíproca, orientadas hacia el mercado o contractuales. Los intercambios de recursos escasos se encuentran asociados a veces (aunque no siempre) con mercados que fijan los precios y asignan los recursos para la producción. Históricamente, en algunos contextos culturales se les ha atribuido a los mercados un papel dominante o autónomo en el proceso de asignación. En otros, han formado parte o se han visto limitados por diversas institucio­nes, siendo «el mercado» uno de los distintos instrumentos institucionales utilizados para llevar a cabo las actividades de una sociedad, cuando ésta no confía en que los mercados sin control consigan los objetivos socialmente deseados. La navaja de Occam sugiere que la explicación menos complicada es con frecuencia la más exacta. La sensibilidad del mercado, y un cálculo de la utilidad personal, que incorpora los incentivos de mercado, ofrecen a veces explicaciones (o explicaciones parciales) del cambio que son más di­rectas que las proporcionadas por el supuesto apriortstico de la primacía del control social y de la lucha de clases. Lo que es muy importante recordar cuando los historiadores continúan descubriendo el carácter evasivo de las clases como actores históricos y encuentran terriblemente difícil de relacio­nar sus supuestos «mejores intereses» con el comportamiento real.

Ni el análisis de mercado ni el de clases son necesariamente inválidos, ni se excluyen mutuamente. No obstante, algunas veces sus aplicaciones re­flejan las distintas razones que tienen los historiadores para escribir historia.

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PODER Y BENEFICIO. URBANIZACIÓN Y CAMBIO EN LA HISTORIA

Las discusiones sobre la lucha de clases y la explotación expresan con fre­cuencia una indignación legítima (aunque anacrónica) por la injusticia de la distribución de la riqueza y del status en la sociedad, tanto actualmente como en el pasado. Frecuentemente, tales discusiones suponen que la vida es un juego de suma cero y, en ese contexto, se centran en la lucha social sobre la distribución de la riqueza. Aunque no niego que exista esa tensión cró­nica sobre la distribución de la riqueza, encuentro más interesante examinar en su lugar el proceso de cambio en la producción, la estructura, las fuentes, la cantidad y los mecanismos para la distribución de los bienes en la socie­dad. Evidentemente, la estructura de control social influye sobre la manera en la que funcionan los procesos guiados por el mercado. Generalmente, esto ha dado lugar a una aparente contradicción entre una mayor eficiencia (se­gún los estándares de la economía liberal y la estabilidad de las instituciones sociales existentes. Esta puede ser la misma contradicción inherente a cual­quier discusión sobre la lucha de clases, pero esta manera de expresarlo nos permite dejar de lado la espinosa cuestión de la formación de las clases.

b) Un enfoque antropológico de la redistribución

Más que establecer falsas dicotomías entre la lucha social y las fuerzas de mercado o entre la sociedad urbana y la rural, prefiero un enfoque más interactivo. Cualquier cultura cuenta con mecanismos para la transferencia o el intercambio de bienes y servicios. Los antropólogos económicos como Karl Polanyi señalaron hace mucho tiempo que esta función la desempeña­ban cuatro mecanismos diferentes: la economía doméstica, la reciprocidad, la redistribución y el intercambio de mercado ^ La economía doméstica se asocia fundamentalmente con campesinos autosuficientes y los intercambios recíprocos resultan familiares a muchos historiadores en conexión con los héroes homériocs y las relaciones entre tribus .

La redistribución efectuada a través de la autoridad y la administración supone, generalmente, una sociedad con un liderazgo político especializado, una élite militar y un clero. Todos ellos son grupos identificables que con­sumen bienes físicos sin producirlos. Si incluimos entre los mecanismos de redistribución la renta obtenida a la fuerza por una élite terrateniente, los diezmos recaudados por la Iglesia y los impuestos cobrados por la Corona, y si admitimos el empleo de piezas monetarias en el proceso de redistribu­ción, introducimos en el concepto de instituciones económicas de redistribu­ción la mayor parte de los intercambios de bienes y servicios asociados a los

' Hannerz (1980), pp. 80-83. ^ . . . . . , . , , „ „ , * Véase el ejemplo clásico de Papua-Nueva Guinea en Malinowski (1922).

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términos feudalismo y Estado. Evidentemente, estas medidas redistributivas fueron, con frecuencia, explotadoras. Los imperios y las monarquías más tradicionales se basaron en la expropiación de una gran proporción de esa parte de la producción rural que no era necesaria para la simple supervi­vencia de la población trabajadora, y estos ingresos se utilizaban para que la élite mantuviese el control de la legitimidad religiosa y el empleo de la fuerza. Por consiguiente, al tiempo que unas pocas personas disfrutaban de estilos de vida suntuosos, se encontraban rodeados por una miseria genera­lizada: un modelo que supone de forma clara opresión y conflicto.

Los mercados representan una manera distinta de redistribuir los bienes, pero, dado el eterno problema de distribuir los recursos escasos, los merca­dos fueron, obviamente, tan opresivos intrínsecamente como otras formas de intercambio. En el modelo utópico de mercado, las personas producen bienes que no pueden consumir, y los cambian por los excedentes de otros productores. La interacción de la oferta, la demanda, el coste de producción y la urgencia de la necesidad maximiza la utilidad global y determina la relación de intercambio entre los bienes, una relación que se puede definir con piezas monetarias. Los mercados han existido en forma limitada desde hace miles de años. Sin embargo, en el contexto de las otras tres formas de intercambio, rara vez han estado sin regular y, por lo general, han sido sólo una de las diversas instituciones que redistribuyen la riqueza reflejando, así, la distribución de poder'. Sin regulaciones o limitaciones, el mercado puede, naturalmente, dejar a la gente en una situación enormemente desfavorable; puede ser manipulado por los actores más fuertes del mismo y puede hacer que comunidades enteras dependan de técnicas y actividades productivas que se abandonan después.

IIL EL ANTIGUO RÉGIMEN

El contexto cultural del Antiguo Régimen europeo era tal que la mano de obra, los recursos naturales y el capital necesarios para producir bienes formaban parte (aunque de manera imperfecta) de un complejo de supuestos e instituciones sociales que aceptaban, sin discusión, la legitimidad de los cuatro modos de intercambio. La autoridad política se encontraba legitimada por una ideología religiosa de servicio y administración. Era un mundo con una tecnología primitiva y mucha pobreza. Su producción total sólo podía mantener a unas pocas familias en un estilo de vida holgado y no agrario. La sociedad europea que reflejaba esta realidad aceptaba que la vida era

' Polanyí (1957), pp. 43-44.

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corta, suponía que el cambio no era probable ni deseable y proclamaba que la vida en este mundo era menos importante que la vida más allá de la muerte.

Consideremos o no la ideología del status prescrito como un instru­mento de control social de la élite feudal, ésta favoreció, sin duda, el su­puesto de que los intercambios económicos eran parte de un juego de suma cero. Esto hizo que el cambio fuera sospechoso, ya que nueva riqueza en un lugar suponía automáticamente nueva pobreza en otro. Sólo hay que leer la crítica del comercio internacional de Colbert para comprender este supuesto fundamental. Y, sin embargo, al mismo tiempo fue una sociedad abierta a un cambio significativo, tanto en la esfera económica como en la política.

En esta ideología, la tierra, el trabajo y el dinero no estaban expuestos de forma automática a las fuerzas del mercado, sino que se encontraban su­jetos a las limitaciones de una economía moral relacionada con los valores y los objetivos sociales tradicionales de la Edad Media. La tierra era un re­curso social, y los derechos de propiedad estaban menos vinculados a la tie­rra que a parte del flujo de bienes que los campesinos obtenían de la tierra. Como se consideraba que las técnicas y los productos no variaban, importaba poco que los derechos de propiedad atribuyeran a menudo vanos títulos par­ciales a una misma parcela de tierra, o que las tierras de muchos titulares (propietarios) se agruparan en una única empresa colectiva. Del mismo modo, el trabajo rara vez se encontraba separado del proceso doméstico de elaborar productos. Se suponía que los salarios reflejaban una renta moralmente justa, las regulaciones oficiales o gremiales sobre la producción en mercados poco activos distribuían y mantenían las rentas artesanales, mientras que se con­sideraba que los cambios de precios repentinos eran injustos y debían ser controlados. El dinero era utilizado habitualmente como medio de cambio y, ya en el siglo xvi, los tipos de interés y de cambio indican la existencia de complejos mercados monetarios. Sin embargo, los conceptos de la odiosa usura y de la caridad como medio de salvación reflejaban la ideología medie­val de «buen gobierno» que consideraba el dinero como una institución util, no como el mediador autónomo de los intercambios no regulados, o como un bien con su propio precio de mercado . . . .

Merezca la pena o no hablar de la transición del feudalismo al capitalis­mo, o incluso de una revolución burguesa', mucho antes de la Revolución

• Sobre el empleo del dinero por la monarquía, véase Fox (1971), pp. 51-52, y, tam­bién Polanyi (1957? pp 68 76. Us análisis de Polanyi sobre la ayuda a los pobres y el S n oro auique antkuados en muchos aspectos, presentan la posición cambiante en la sociedad de los factores básicos de producción.

' Clavero (1979).

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Industrial, la Europa de los siglos xvii y xviii estaba ampliando de forma continuada la gama de actividades económicas a las que los mercados servían de intermediarios. Además, esta intermediación comenzó a incluir cada vez más no sólo productos acabados, sino factores básicos de producción. Hacia mediados del siglo xvii, una inmensa variedad de productos semielaborados y elaborados se intercambiaban de forma tan amplia y regular que, sin im­portar en qué mercado de Europa se introducían, sus precios se fijaban en las lonjas de Amsterdam. Este sistema de mercado relativamente libre pe­netró paso a paso en la vida económica local, influyendo en el intercambio regional, en las instituciones de redistribución y en la economía doméstica de los campesinos. Naturalmente, la paradoja de este proceso se encuentra en que, al mismo tiempo que las autoridades lo utilizaban conscientemente como un instrumento de redistribución, minaba los sistemas de redistribu­ción tradicionales.

A medida que los hombres de los siglos xvii y xviii comenzaron a uti­lizar los mercados para mejorar o sustituir el poder redistribuidor de otras instituciones sociales y políticas, consideraron cada vez más a los factores básicos de producción como bienes de mercado'". El dinero se convirtió en un bien cuyo precio venía reflejado en la libre fluctuación de los tipos de interés y de los tipos de cambio internacionales. Las limitaciones morales sobre la usura desaparecieron gradualmente, y los gobiernos se volvieron reacios a dar subsidios a los pobres o a subordinar los tipos de interés a las preocupaciones sociales. En el siglo xix, los flujos monetarios internaciona­les se vincularon cada vez más al patrón oro (o a la libra esterlina) que li­gaba la oferta monetaria (y, con ello, los tipos de interés y los precios) al comercio internacional, frecuentemente, con efectos devastadores para las economías débiles.

A los trabajadores de todo tipo se les despojó de su «derecho al trabajo» o «derecho al sustento». De un status reconocido dentro de una jerarquía de orden divino que estaba obligada (en teoría) a proporcionar sustento a todos, los trabajadores pasaron a ser redefinidos como agentes independien­tes en un mercado de servicios laborales. A los gremios, las hermandades y los sindicatos, una vez parte integrante de un orden y de una jerarquía es­table, se les calificó como agentes irracionales de privilegio. De esta forma, mientras que el Antiguo Régimen intentó racionalizar los gremios mediante la reducción de su capacidad de limitar la admisión de trabajadores a oficios específicos, después de la Revolución Francesa muchos gobiernos ostensi­blemente tradicionales prohibieron estas organizaciones por considerarlas sub-

" Para un tratamiento sugerente del proceso en Inglaterra, véase Appleby (1978), es­pecialmente los caps. 1 y 3.

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PODER Y BENEFICIO. URBANIZACIÓN Y CAMBIO EN LA HISTORIA

versivas políticamente y perjudiciales para el «libre mercado, de los serví-

cios laborales. , • • • J : ; j „ Las tierras se dividieron en parcelas poseídas por propietarios individua­

les que eran libres de hacer lo que quisieran con «su. tierra^ Las entidades colectivas (como el Estado o la Iglesia) que no teman por °b)etivo k maxi-mización de beneficios a través del mercado se convirtieron en propie ano ineficaces. Conforme se despojó a los traba|adores de su derecho moral al sustento, se liberó a la tierra de su responsabilidad social colectiva como re-curso básico para la sociedad.

Lo anteriormente dicho presenta, naturalmente, vanas formas ideales y simplificadas de transición. Los documentos muestran P«"°dos y ^ ^ ^ «> los que la comercialización de la tierra y del trabajo ya se ^^^°^l^^^^J'¡^ blecida antes de que finalizara el siglo xviii, y situaciones en las que lo supuestos tradicionales continuaron hasta mucho después. Pero si seguimos a L a n y i , la subordinación ^^^^^^^^^J^^^J.^^^^^ tores de producción anteriormente protegidos y rcguiauu i-

todo entre 1770 y 1870.

IV. CIUDADES E INTERCAMBIO

¿Cómo se relacionan estas generalizaciones - ^ ^ - ^ ^ d u l t " ¿ n d nes planteadas por los comentarios de Madrazo sobre ^ ¿ ¿

I 1 1 .• A^ intprrambio económico clasiricados por ios mundo real, los cuatro tipos ^-^^?¡^°'°^^^^ hecho así durante siglos, antropólogos existen de forma simultanea y lo nai reHistribu-En el transcurso de los últimos tres mil años, los mecanismos de redistribu ción y de mercado han llegado a ser predominantes.

/unque hubo muchas c o n . a d . c i o n . y o ^ ^ ^ ^ ^ cuencia. se reforzaron 7 .^^ ' "^" ;^ .^^^^P " " . ^ el Estado redistribuidor ha en Europa ,a partir de siglo xii ^ ^ ^ ^ ^ Sólo hay que pensar en las costeado abiertamente la - P ^ ^ ^ " ^ . ¿ " ^ ^ Armada britá-Cruzadas, la ayuda ^^ ^sabe I a Colon eUre^^m.^ ^^^^^^^ correspondió nica y las Leyes ^e ^ a ^ a " " ^ .edistribuidor, créditos garan-a lo anterior concediendo créditos al tstad ^.^^^^^ ^ ^ ^ tizados por los impuestos y las rentas esperadas que construcción desde la elección de Qrlos V como emperador, P^J^^^^.f/J^'^^^^ de Versalles como un entretenimiento para la aristocracia francesa, establecimiento de los Bancos de Inglaterra y de San Carlos^

La misma utilización continuada y simultanea de mas de un m ^ o de

distribución también existía desde hacía mucho uempo en el campo. l.os 38}

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campesinos europeos pocas veces vivían en hogares realmente autónomos desde un punto de vista económico. Puede que tuvieran estrategias econó­micas orientadas hacia el hogar, pero continuamente estaban ocupados en legados y en dotes de novias, lo que supone la entrega de regalos recíprocos. También participaban en la base de la sociedad «feudal» o señorial propor­cionando mano de obra, rentas, diezmos e impuestos que se determinaban de un modo tradicional, fuera del mercado. De este modo, constituían una parte fundamental del intercambio económico de redistribución. Al mismo tiempo, y en esto coincido con el profesor Madrazo, dieron lugar a una acti­vidad de mercado local y regional en el que los distritos vecinos intercam­biaban bienes de forma consuetudinaria y que suponía un contacto periódico con las ferias de comercio regionales. Así pues, en el siglo xvii, los campe­sinos de Segovia o de Avila tenían contactos de mercado reales, aunque te­nues, que iban desde Bilbao a Madrid y a La Coruña. Puede que estos con­tactos fueran marginales a esta estrategia económica orientada hacia el hogar o la subsistencia, pero, no obstante, existían ".

Llegados a este punto, podemos vincular la discusión a las dos tendencias europeas que necesitamos tener en cuenta. Evidentemente, una de esas ten­dencias es la importancia cada vez mayor de los mercados como instituciones distribuidoras. La otra, que hasta ahora se ha puesto menos de relieve, es la centralización de la autoridad política conseguida por las monarquías de Europa. Estas cuestiones están claramente expuestas en el reciente estudio de Jan de Vries sobre la urbanización europea ". De Vries demuestra que el crecimiento urbano del siglo xvi se concentró en ciudades de tamaño medio (20-50.000 habitantes), mientras que en el siglo xvii, la migración hacia la ciudad se concentró en las grandes capitales políticas (entre las que se encontraba Madrid). Tras 1750, el crecimiento de las ciudades muy gran­des se redujo, al tiempo que la migración hacia la ciudad se concentró de nuevo en centros más pequeños, incluyendo nuevas adiciones al sistema ur­bano. Aunque la explicación de De Vries acerca de estos cambios del mo­delo no es siempre satisfactoria, presenta hipótesis de gran utilidad.

La urbanización del siglo xvi se caracterizó por un crecimiento de la población total y por una intensificación general de la actividad de mercado. Los gobiernos reales eran relativamente pequeños y descentralizados, y nin­guna ciudad ocupaba un lugar dominante en toda Europa. El crecimiento urbano aparece como una consecuencia y un estímulo para la expansión eco­nómica rural. Si bien ayudó a mantener la expansión, la urbanización no

" Una descripción excelente de este modelo se encuentra en un libro de primera ca­tegoría: García Sanz (1986), pp. 172-198 y 246-252.

" De Vries (1984).

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PODER y BENEFICIO. URBANIZACIÓN Y CAMBIO EN LA HISTORIA

transformó las estructuras básicas. La población regional y la urbanización regional se encontraban fuertemente interrelacionadas.

El siglo XVII produjo una reducción del crecimiento demográfico y eco­nómico europeo, pero también un aumento significativo del poder redistri­buido! del Estado. Por mucho que se desee clasificar al Estado con relación a las élites dominantes en la sociedad, éste alcanzo un nivel de eficacia del que había carecido Europa durante más de mil años. Un control central mas efectivo de los recursos aumentó las prebendas y los salarios distribuidos en la Corte y atrajo a muchos aristócratas, que contaban con rentas proceden­tes de sus propiedades. Por consiguiente, las capitales crecieron con rapidez,

1 • A^A^c A^ f imaño neaueño O mediano se estancaron o de-mientras que las ciudades de tamaño pcqucuu » „ j„ „„^„ cayeron'^ Puesto que tenían una tasa de mortalidad alta V " - ^ ^ / ^ " " lidad baja, las grandes .ciudades sólo conseguían aumentar 1« Poblacion a ra-vés de la nmigración. De este modo, su crecimiento puede haber contribuido T e s t a n c a S o demográfico regional al absorber parte de los excedentes demográficos rurales normales. . , 1 1

Hacia mediados del siglo xviii se dio una - ° " ^ " . ^ ™ If ^ X T u n hacia los centros urbanos de tamaño medio, lo q " % ^ ^ " ^ ^ ^ ° ! " 7 ; f ° * ^ ^ ^

. . 1 1 1 ui „;Xr, Af lina intensificación de los intercam-crecimiento eeneral de la población, de una l lcualll -<l . ,• j crccimienio gciicidi uc ^ r.,^^ .„.„\ „ de la agricultura especializada, bios de mercado, de la manufactura rural y oe u dg r T71 -I I J^i ci«1r. YVT excepto en dos cosas: 1) el numero El proceso es similar al del ^f^J^d^^er^ significativamente mayor, al total de personas que vivían en ^^\''¡°\f"l^¿^ ¿, i^s intercambios de menos en el Noroeste de Europa, y 2) la expansioi

mercado derivada del crecimiento demog-f.co se encon raba ^ h o ^ h^^^^

a una red - e r a a l de larga dist^^^^^^^^ ^ ^ ^ " £ . ^ ^ ^ 6

; — o m r a r p ; ! ^ a ^ n Í l r c i ó : ¡l . s v ^ C o s de mercado, . r .

Respondiente diversidad ^^ ven.jas^^^^^^^^^^^ L T s e T í o ^ r n cíente de oportunidades para ^^^^J^^'^^^^ ;"J^i„„„ .^ntener más hoga-estas oportunidades las ^^^^f^^'^^^Zn.onúnuó creciendo, lo que, a res, la gente se casó mas joven y la poDiacion i-ui su vez, reforzó la expansión ^e-gráfica yjc.nomica_ ^^^^^^^^

Cuando se concibe de esta manera, la ' . ''' ^^ ° ^ ' ' " . . . . „ contra

de mercado y de redistribución es extremadamente compe a. As ^ ^ ^ ^ ^

de la afirmación del profesor Madrazo para nt n ^ - ^^^^^;;^^^: ,^

: ; = : : i r " l í r r ^ i S ^ ^ exammar la «circulación de las . • j j <. ramilla la Vieja y de Castilla la Nueva

" El colapso de las principales ciudades de ^«"ua ' / ,a distribución entre 1580 y 1640 es el ejemplo más "^f^J^J^ZuorcháoL el p^ceso de una ma-geográfica de los ejemplos más graves '^fJ^^uS Véase García Sanz (1985), p. 14. ñera clara, entre otros factores, con el ascenso de Maüria.

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mercancías» y la interrelación entre los mercados urbanos y la economía ru­ral. Puede que sea cierto, como indica Madrazo, que esos intercambios no produjeran cambios en las relaciones sociales y que sólo fueran síntomas de otros cambios más profundos en el control social de los medios de produc­ción. No obstante, me gustaría señalar que la lucha por el control de los medios de producción y la búsqueda de ventajas en los intercambios de mer­cado se encuentran fuertemente interrelacionadas. Cada una de ellas tiene aspectos importantes que no proceden de la otra, y la relación es interactiva más que unidireccional. Por otro lado, su estudio puede darnos una idea más clara de quién controla realmente los medios de producción y en qué condiciones ' .

En caso de que esto sea cierto, es importante comprender que tanto los intercambios de mercado como las transferencias económicas redistributivas dependen de los lugares centrales —ciudades y pueblos— para su coordina­ción. Así, los mercados locales, las ferias regionales, los puertos de mar, las sedes episcopales, las capitales de provincia, las Audiencias y las Cortes Rea­les proporcionaron un contexto para la coerción, la adjudicación y la nego­ciación de intercambios.

En contra de lo que opina el profesor Madrazo, existe una clara relación entre la naturaleza de la urbanización, el crecimiento general de la pobla­ción y el aumento de la producción por persona tanto en la agricultura como en la manufactura. Como indica Madrazo, parte de la orientación hacia la subsistencia de los hogares campesinos supone inevitablemente intercambios basados en una ventaja comparativa a corto plazo. Concurrentemente, el se­ñor, la Iglesia o la Corona que acumulan rentas no son funcionalmente ricos, a menos que exista una manera de comercializar dicha acumulación, convir­tiéndola, así, en otra forma de riqueza. Evidentemente, esto es una función comercializadora que convierte a la ciudad en una extensión del sistema de control de la élite de una manera bastante directa.

La dinámica básica del cambio poblacional produce con frecuencia una mayor población y una agricultura más intensiva; un proceso complejo que puede dar lugar a una grave crisis rural, pero que también puede resultar irreversible ". La intensificación y la especialización del trabajo rural, la co­mercialización de las rentas acumuladas y la comercialización de los exce­dentes de los campesinos en un ámbito local son susceptibles de interacción

" Un artículo reciente de Bartolomé Yun muestra que para algunos aristócratas las rentas de la tierra suponían una parte reducida de su renta total. Enrique Llopis analiza los cambios en los modelos de control de la tierra, demostrando que los beneficiarios no fueron necesariamente los aristócratas ni la burguesía urbana. Véanse Yun Casalilla (1985), pp. 443-472, y Llopis Agelán (1986), pp. 11-38.

" Boscrup (1965).

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PODER Y BENEFICIO. URBANIZACIÓN Y CAMBIO EN LA HISTORIA

con los núcleos centrales de liquidación de los intercambios a larga distan­cia. Esto sostiene el aumento de la población y de la productividad rural de forma que modifica la estructura social rural. Asi, sea cual fuere la expb^ cación de los orígenes de los mercados urbanos, su existencia en la Europa de los siglos xvii y xviii supuso un estímulo importante para que mas de un ae IOS siglos AVIÍ y F aumentara su productividad. Dependiendo componente de la sociedad rural aumciuaio ^ - amne 1 1 - »«o *.<:tímiiln<; fueron aprovechados por los campe-

de las circunstancias, estos estímulos rueruii .x^ '„i^„^ „ noriales 1 ^«, amKn<: ron resultados económicos y sociales

cambios similares en las ciudades.

V. LA CIUDAD COMO LUGAR DE INNOVACIÓN

La cuestión que se plantea aquí es si es cierto y en ^-^^^^^^^^ mundo urbano contribuye con algo nuevo al P ' ^ ^ ^ j ^ ^ f ^ ; „ , \ ^ „ " : los cambios estructurales fundamenta es apare^en^^^^^ en la agricultura como en otras facetas de la economía,

^ ^ o T l ^ ^ ^ S a d ^ r i r ^ W , W ^ y ^ H a ^ n i ^ t — quema del binomio Londres/Inglaterra^^^^^^^^^^^^^^ ,^ , , , , , . de 1960. para incluir, en lo que e re ere a 1 d ^^_^^ ^^^^^ ^^ ^^^^_^^^^ gional de lugares centrales. También hacejana ^^l^ .^^ ^^. urbano comparable a crecimiento general d a P°b^^^.^.^^^^ ^^^^^ ^^^ tructurales (como en la Europa del siglo xyi^ ^ uu.\An Wrielev indica que excede el ritmo general de crecimiento de la ^"^'^^^^^J^ZnTll si-el primer modelo continuó - a c t e ^ - ^ o ¿ ^ ^ ^ ^ ^ ^^ glo XVIII, ya que las mstituciones y la '^^¿°f¿K^¿^,^„^ no sólo creció, vitalidad. Por el contrario, la P^^ - - ^^^^^^^^^^^ p , .a Wrigley. sino que lo hizo a un "^'"° " ^ ^ ^ ^ ' P ; J X „ 3 e la productividad agrícola esto es prima facie una evidencia del aumento ae F

y del cambio estructural. j existencia de una rela-De este modo, mientras ^^^^^^^^^f " p ^ r n l s t r i a l i z a d ó n , el crecimien-

ción entre la mejora de los mercados, la proioii

" La discusión original citada por Padrazo se enoienuajn^Wri ^^^^^ po t/rformente Pese a las afirmaciones de Madrazo ^e /l"^ ^J'^fJ (1978). El ensayo mas reciente trata de él en el libro de ensayos de Wrigley y ^ que se menciona aquí es Wrigley (1986), PP- 123-16».

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to demográfico y la urbanización, Wrigley lleva el asunto un poco más lejos. Esencialmente, hace la misma pregunta que el profesor Madrazo: una vez que identificamos el cambio estructural, ¿cómo lo explicamos? En efecto, ¿quié­nes deciden emplear las posibilidades coercitivas del Estado, la autoridad señorial y los mercados para reestructurar la producción y la distribución de manera significativamente nueva, y por qué se deciden a hacerlo? La identificación del catalizador se presenta, a menudo, como el problema fun­damental, aunque la analogía a una reacción química puede ser engañosa, ya que fomenta nuestra preferencia natural por las explicaciones simples.

Wrigley introduce aquí el concepto de «innovación», que define como un intento deliberado de reorganizar los factores de producción en respuesta a las condiciones de mercado que prometen un beneficio mayor. Dado que esto parece contestar a la cuestión de quién promovió el cambio más que a la de por qué se hizo, su respuesta puede ser tanto una descripción como una explicación. Además, Wrigley relaciona demasiado estrechamente la innova­ción con el concepto «smitheano» de la racionalidad económica. Su sugeren­cia tampoco nos libera del problema de distinguir el papel del actor indivi­dual en comparación con el contexto ecológico para la acción, ya que las innovaciones que menciona requieren la existencia previa de instituciones que parecen nuevas en sí mismas. Estas innovaciones no son sólo los merca­dos, sino las definiciones de derechos de propiedad y la consiguiente apro­piación de ganancias sociales como beneficio privado ".

Dichas condiciones pueden introducirse fácilmente en una lista que con­tenga todos los factores preexistentes. Sin embargo, muchos de esos factores eran también únicos a comienzos de la Europa moderna, mientras que su desarrollo es anterior al momento del que habla Wrigley. Por consiguiente, debemos enfrentarnos también a la cuestión de cómo surgieron estos facto­res. El efecto es el de desplazar aún más el problema de la «innovación» al pasado y al Antiguo Régimen.

Se me ocurre que aunque la innovación y el deseo de innovar son los conceptos fundamentales, no son exclusivos de situaciones inducidas por el mercado. De hecho, se encuentran presentes en innumerables situaciones, y surgen como una respuesta a la diversidad de necesidades o aspiraciones. La Europa de los objetivos espirituales medievales, de la jerarquía social, de la economía redistributiva y del Estado absolutista experimentó un cambio no­table e innovaciones geniales. El éxito de las órdenes religiosas al imponer la religión y la autoridad españolas en América y la osadía estratégica de la reivindicación portuguesa del control sobre el comercio de las especias del Océano Indico e Indonesia son sólo dos ejemplos. La reorganización del

" Este es un problema de gran interés para North (1981), pp. 164-167.

3 Í Í

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PODER y BENEFICIO. URBANIZACIÓN Y CAMBIO EN LA HISTORIA

ejército francés llevada a cabo por Louvois y la creación de una infraestruc­tura burocrática para mantenerlo representa una centralización de la autori­dad política tan nueva e importante como la Revolución Industrial. No me­nos notable fue la reforma del Imperio americano español después de 1763. Tales innovaciones en el ejercicio del poder, desde Luis XIV hasta Stalin y Hitler, han tenido una importancia trascendental.

Las innovaciones que aumentaron el potencial del Estado no se suelen discutir en el mismo contexto que las que produjeron la Revolución Indus­trial. La razón es obvia: los objetivos admitidos eran la salvación de las almas o el poder político más que la productividad y el beneficio, según los define la economía moderna. Reflejan un sistema de valores que subor­dina la propensión smitheana a realizar trueques y permutas a otros su­puestos ideológicos.

La innovación se produce cuando las personas, en su deseo de proteger o de adquirir una posición, poder, prestigio, honor, santidad, riqueza y se­guridad (en diversas combinaciones), adoptan decisiones que no tienen en cuenta las limitaciones convencionales. Las innovaciones resultantes se pue­den proclamar como tales, como en la Ilustración y en la Revolución Fran­cesa. Con más frecuencia, reflejan una elección entre opciones contradicto­rias, que parecen justificadas por la tradición. Estas mnovaciones_ pueden ser muy difíciles de detectar, ya que, a menudo, venían acompañadas de racionalizaciones que eran, realmente, un camuflaje tradiciona . Como en la Inglaterra de Wrigley, el resultado acumulativo puede redefinir los dere­chos de propiedad de la tierra y del trabajo, o puede, como en gran parte de Europa, redefinir las relaciones de poder entre las dites regionales y la

autoridad central. , , , . Si es éste el caso, puede que sea necesario cambiar el punto de mira

a otro que suponga que la innovación es parte de la condición humana que surge de la necesidad periódica de resolver las contradicciones existenciales, una realidad reconocida hace mucho tiempo por los dramaturgos, desde Es­quilo a Shakespeare. Las personas modifican, de este modo, las estructuras, aun cuando persiguen objetivos tradicionales legítimos. Muchos experimen­tos del siglo XVIII realizados por el absolutismo ilustrado reflejan este he-cho con claridad. . . . j i

Inevitablemente, los innovadores sólo pueden predecir algunas de as con­secuencias de sus innovaciones. Como saben la mayoría de los historiadores esto es un proceso acumulativo que incluye la constante redefinicion del pasado para legitimizar el presente-otra práctica que hace tol distin­guir una actividad que es tradicional de una que es n u e v a - . Lo que es

'• Los antropólogos culturales han entendido mejor este problema, y hablan del con-

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especialmente cierto, si consideramos los problemas relativos a la innovación planteados por economistas tales como Ester Boserup, antropólogos como Mark Cohén e historiadores como Cario CipoUa ".

La característica de sus trabajos es apartar la cuestión del «primer des­cubrimiento» y trasladar la discusión a la acción individual en momentos de notoria necesidad. Boserup y otros señalan que todas las sociedades han te­nido a su disposición, mediante la experiencia o la imitación, una amplia se­lección de técnicas políticas y productivas que no aprovecharon o que pusie­ron en práctica de una forma que a los europeos modernos les parece inefi­ciente o contraproducente. Boserup señala que desde la Prehistoria hasta el siglo XVIII los agricultores conocían y hacían caso omiso de muchas técnicas que suponían una mayor productividad por hectárea o por trabajador. La realidad de estos «métodos perfeccionados» es que exigen más horas de tra­bajo. El aumento de la productividad por trabajador oculta el hecho de la disminución de la productividad por hora/hombre de trabajo.

Las sociedades agrícolas sólo han adoptado técnicas más intensivas en trabajo cuando la aversión por el trabajo físico que no está dignificado cul-turalmente se ve compensada por una clara necesidad o por la coerción. El principal motor de Boserup es el aumento de población en relación con los recursos, lo que origina una sensación de privación, si bien su determinismo demográfico se ve suavizado culturalmente de dos maneras: en primer lugar, un sentimiento de necesidad de origen cultural puede obligar a intensificar el trabajo antes de que se alcance una crisis malthusiana —lo que le añade a la lógica demográfica una dimensión cultural—; en segundo lugar, una vez que se haya establecido como costumbre un nivel determinado de tra­bajo, se puede convertir en una norma cultural. En tal caso, el no cumpli­miento de las normas de trabajo definidas culturalmente produce un senti­miento de culpa, impidiendo una vuelta a niveles de trabajo inferiores.

De este modo, la innovación se hace mucho más compleja de lo que Wrigley parece suponer. Sea el individuo un campesino, un comerciante o un funcionario real, la naturaleza del momento innovador viene a depender, en gran medida, de su contexto. Si eso es verdad, el papel de la urbaniza­ción como estímulo del cambio (político o económico) puede ser más impor­tante de lo que Madrazo indica ^. Al menos, Wrigley busca los orígenes de la innovación económica en uno de los fenómenos que considera únicos a

trol de la historia y de la manipulación de los símbolos como parte del proceso de legi­timación de la élite. Un buen ejemplo actual se encuentra en McDonough (1986), pp. 3-38.

" Boserup (1965); Cohén (1977); CipoUa (1965); CipoUa (1978). " Si las categorías de clases que CasteUs y Madrazo aplican al mundo preindustrial

demuestran ser demasiado simplistas y abstractas, quizás el enfoque de la disciplina mo­netaria sugerido por WiUiam Reddy merezca ser tenido en cuenta. Véase la nota 4.

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Inglaterra: una tasa de crecimiento urbano sin precedentes. Este autor no desarrolla la discusión, pero, cualquiera que fuera lo que causó el rápido crecimiento urbano, proporcionó mercados en expansión para la economía rural, del mismo modo que las ciudades se convirtieron en lugares donde se tomaban las decisiones acerca de la producción. Dudo que la urbanización de los lugares donde se tomaban las decisiones se diera únicamente en Ingla­terra. De cualquiera manera, el hecho de que la toma de decisiones se pro­dujera en las ciudades es crucial. La lógica nos obliga a ver las ciudades como la fuente de la innovación, y ése fue el contexto en que las relaciones de mercado y el poder centralizado penetraron en el modo de vida mucho más que en el mundo rural.

VI. AUTORIDAD POLÍTICA Y DOMINIO DE LOS MERCADOS

Ahora debemos retomar los comentarios anteriores sobre las variedades del intercambio económico y la relación del mercado con la sociedad. Como vimos, el siglo xvii produjo una tendencia acelerada a subordmar parte de la sociedad y de los valores del Antiguo Régimen al juego de las fuerzas del mercado. Aunque no se desafió abiertamente la ideología de una economía moral, disminuyeron muchas de las restricciones al mercado como mstitu-ción. Este hecho no fue tanto un reto al antiguo supuesto de que los mer­cados no deben controlarse, como una disposición a utilizarlos con mas fre­cuencia para objetivos aparentemente tradicionales. Para citar un caso espa­ñol conocido, el abastecimiento de Madrid se controlo y regulo continua-mente; no obstante, en el siglo xviii, se sacaron de la admimstracion directa y de los contratos regulados un sistema de abastecimiento tras otro. Cada vez se admitieron más agentes libres en el mercado urbano del trigo, del vino, del jabón y del carbón de leña. La intervención continuo, pero cada vez fue más esporádica. Esto fue confirmado de forma explícita por los re­gímenes liberales posteriores a 1835, si bien el proceso comenzó a mediados

del siglo XVIII. . 1 j„„

Douglas North y los historiadores económicos norteamericanos han des­tacado un resultado obvio del uso creciente del mercado como institución de distribución. Dados unos determinados derechos de P^°P'''^^'^^'''° más controlaran los mercados la distribución, mayor era la PO^'^iMf ^^ que un innovador económico pudiera conseguir parte de los benefurio^ q"^ había creado. Esto es muy importante para los historiadores q u e j e ' , la lógica smitheana criticada por Madrazo. El supuesto de Adam Smith Y sus seguidores de que el hombre es un hombre económico hace coherente este

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modelo y permite explicar el crecimiento y el cambio por la respuesta del hom­bre a los mercados.

G>n todo, me pregunto sobre la ideología y los motivos de los funciona­rios de las ciudades que desregularon los mercados en el siglo xviii. No tenían ninguna experiencia directa de las realidades de la producción para los mer­cados. Parece más exacto considerar que su aculturación como miembros de la élite social incluía el cambiar sus supuestos sobre el mundo. Este condi­cionamiento de los administradores ilustrados les predispuso a suponer que los hombres eran hombres económicos smitheanos, pero de una manera abstracta y teórica bastante apartada de la realidad. Esta evolución semi-consciente de la ideología personal hizo que el mercado resultara atractivo a funcionarios acostumbrados a trabajar con abstracciones. De aquí que hom­bres con un conocimiento muy incompleto de cómo influían realmente las fuerzas del mercado en la sociedad facilitaran la subordinación de las necesi­dades humanas y personales a las fuerzas del mercado.

Lo que es evidente es que, comenzando en el siglo xvii, la urbanización europeo tomó una nueva estructura y un nuevo ritmo de crecimiento. La aceleración fue más obvia en Inglaterra, pero en toda Europa la introducción a través de las ciudades de los mercados en el mundo rural, el supuesto abs­tracto de la lógica del mercado de las autoridades tradicionales, el poder centralizado de las monarquías urbanas y el fracaso de una crisis demográ­fica a finales del siglo xviii, indican que las ciudades tuvieron mucho que ver con los cambios fundamentales que afectaron a los mercados, al comer­cio y a la política antes de que comenzara la Revolución Industrial.

Este es el marco conceptual de referencia que he utilizado para enfocar el problema del cambio en la España Moderna. Hace mucho que demostré la existencia de dos modelos característicos de transporte/intercambio en Cas­tilla^'. Uno atañe al transporte de productos básicos y de importaciones ex­tranjeras a Madrid; el otro era una red interregional de intercambio de pro­ductos que unía a distritos rurales determinados. Esto ponía de relieve, en concreto, la participación campesina en las transacciones de mercado a pe­queña escala, aunque también confirmaba la importancia de las distintas do­taciones y restricciones ecológicas regionales. Al mismo tiempo, Madrid era el único mercado disponible grande y concentrado. No era una ciudad mo­derna en ningún sentido económico, pero modernizó cada vez más las téc­nicas para mantener una capital tradicional. Esa modernización refleja, sin duda, una presión ejercida por elementos pertenecientes a la sociedad rural, aunque también procede de los nuevos hábitos de pensar del gobierno. Mi procupación nunca fue la de caracterizar la economía urbana de una forma

" Ringrose (1972).

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nueva, ni demostrar las relaciones de poder dentro de la sociedad urbana, sino determinar las interacciones reales entre la ciudad y el campo de una forma que aclarara el proceso de cambio en España en décadas posteriores. No intento proponer ni un «determinismo ecológico* ni la «circulación de las mercancías» como los únicos motores de la evolución histórica, aunque es absurdo suponer que los cambios acaecidos en la sociedad y en la vida económica se puedan explicar con una visión de la lucha de clases que es tan abstracta como el supuesto smitheano del hombre económico. Así aun­que puede que al profesor Madrazo no le resulte sorprendente que Madrid funcionara como lo hacía, a veces es conveniente confrontar los supuestos apriortsticos con la investigación empírica.

APÉNDICE

El profesor Madrazo lamenta que no utilizase la documentación de las alcabalas para reconstruir los flujos de mercancías. También lo lafnento yo, pero esto no significa que mis fuentes sean inadecuadas. No n^e -fK.rtana que mis resultados fueran echados abajo por una reconstrucción más cm-dadosa basada en otras fuentes. Aunque Estados Unidos ^--^J^l^^^ muy rico (un estereotipo que no siempre se puede aplicar a ^osj^°¡^2 de universidad), los estudiosos norteamericanos no " ^ " ^ " / \ P l ' ' ^^^^ ™ permanentemenle junto a los archivos necesarios y, por t - °. - ¿^^^^^^ del tiempo necesario para examinar las fuentes que P ^ " " ; ^ " ' ^ ; " ^ " -

Asimismo, expresa su preocupación sobre algunos de mis mten o de ex­trapolar los nivefes de consumo ^ ^ ^ ^ ¿ ^ : ^ Z 6 : : ^ ^ L t Z . siado de mis fuentes, por lo que recibiría con agraao u j

En cuanto a la comparación del ^ ^ ^ ^ ^ ^ . ^ ^ J ^ Z ^ J ^ ^

I n ^ Z t ; ^ O ^ Z Z ^ Z ^ ^ n ^ é r a de luS^ - e x a n ^ l ;

tabla D.IO del Apéndice, en donde también «"^""""^ "^"^^ ^ ^ ^

1848. En este contexto, mis estimaciones de la P^^^'f^J^^'^Zi^^^^, dantes como da a entender ^ ^ f - " J^ -^^^ t ' ^^^^^^^^^^^ queja de que mis estimaciones del consumo de vino P'^fP .

do 'altas. Madrazo no indica que discuto ese tema en l^Jf^^^^ J ^ mentando situaciones análogas. También se lamenta de que e j ^ - « ; " ° mal» de carne proyectado para 1630 sea superior al ^ " ^ ^ f ^ ^ f ° ^ ^ fuentes. Técnicamente lleva razón, pero lo que yo '^''^'¿\"\r^Xko media de un período más largo y no el valor « P - " f - ° / / " " J ° ° '"P' '^"' El texto que hay en la página 145 es bastante claro acerca de esto.

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DAVID R. RINGROSE

El tercer punto del profesor Madrazo se refiere a hipótesis que él con­sidera basadas en datos inadecuados. Esta supuesta inadecuación procede, en parte, de la utilización de las cifras de peso mayor y correduría que no tienen cita y, en parte, de la comparación de las fechas aisladas de 1789 y 1847. En el último caso, mi dependencia de datos procedentes de un único año atípico es inadecuada. Sin embargo, discuto los problemas inherentes a dichas fuen­tes fiscales. Madrazo lleva razón al afirmar que mi especulación sobre los curtidos es errónea. Pero su crítica no pone en tela de juicio, sino que igno­ra, unos comentarios análogos que hago sobre la más importante industria textil. Además, Madrazo no indica una discusión semejante sobre la estruc­tura cambiante del consumo (pp. 163 y 446-447) que se basa en datos pro­cedentes de una docena de mercancías distintas tomadas de 41 de los 72 años que van de 1776 a 1847, la mayoría de ellos del siglo xix. Admito de buen grado que, en ocasiones, he intentado extraer más conclusiones que las po­sibles de una fuente, pero mis ilusiones acerca del siglo xix no son tan ex­tremas como sugiere el profesor Madrazo.

No obstante, no estoy dispuesto a replantear las hipótesis sobre lo que quieren decir las cifras de peso mayor y correduría. Me disculpo por no do­cumentar la fuente. Al editar el libro en inglés se perdió la parte del Apén­dice E que enumeraba los datos impositivos consultados en el Archivo de la Villa de Madrid. La mayor parte de las citas necesarias aparecen en un artículo anterior^.

Madrazo lamenta las extrapolaciones que efectúo para la población total de Madrid, afirmando que la cifra de 154.000 inmigrantes en 24 años (1606-1630) es improbable. Volveré a mis fechas básicas (1597-1630), lo que nos da 34 años para este flujo, y una media de 4.500 inmigrantes al año. Dada la actividad constructora en Madrid, la pérdida de 40.000 personas en To­ledo y el rápido declive de docenas de centros más pequeños en Castilla la Nueva, merece la pena tener en cuenta mi hipótesis hasta que se publiquen mejores datos. No he visto el reciente trabajo de María Carbajo Isla, pero una breve referencia a sus estimaciones de que el Madrid de 1600 ya con­taba con 90.000 personas supone una valiosa revisión de mi estimación. Real­mente es un cambio que hará menos problemáticas algunas de mis otras proyecciones para ese período".

Madrazo lleva bastante razón cuando afirma que Madrid era una pequeña parte de la población total de España, pero lo mismo se puede decir de la población urbana total. Lo que quiero señalar es que en la población de la red urbana de Castilla, Madrid era desproporcionadamente grande. Ello ocu-

" Ringrose (1973). " Garda Sanz (1985), p. 14.

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PODER Y BENEFICIO. URBANIZACIÓN Y CAMBIO EN LA HISTORIA

rría porque la ciudad se abastecía de CastiUa, aunque también desempeñaba funciones que no se haUaban relacionadas con la vida económica de esa

' ' ^ E n otra sección, el señor Madrazo se queja (quizás con ironía) de que insisto demasiado en el dualismo entre la ciudad y su hmterland y destaca los modelos de demografía urbana (núcleo y entorno) ^^^ '"'^ í^^^^,^*^^ siglo XVIII sólo confirman de manera provisional. Mi mtención fue proyectar al siglo XVIII ciertos modelos que eran evidentes en el siglo xix. Eso mo-délos se encontraban estrechamente relacionados con otras est^ictur^s q"^ habían persistido de forma clara desde el siglo xvii al xix. Considem válida la inferencia hasta que no se demuestre lo contrario y c^eo^^^ el mo­delo núcleo/entorno es adecuado para entender la dinámica de la migración

' VoÍIer t rmente , Madrazo enumera una serie de temas relativos a W ciedad urbana que él y sus colegas están estudiando, ^ - / - - «J^^;^^^^^^^^ yo debía haberlo hecho. Esto es quejarse del libro que decidí "O escribir L i libro no es realmente sobre Madrid, sino sobre la - l « " ó " ^e Mad ^ ^ ^ ^ su hinterland. Esto no es dualismo, sino un vinculo P^^'^^^'^^^^tZ de acuerdo con Madrazo. Sin embargo, es la relación la ^ J J ^ - b i ^ , ¡ ^ ^ cambios, condicionados en parte por la estructura ^^-^°^^J^^^ ¡¡°^^ . 1 , , 1 • . »-j« Ap^tarnr En cuanto al comentario ae que

ciudad, son los que he intentado destacar. r,n cu „ , / j j • íi ' »„ »1 AfrWve de algunas ciudades casteUanas, y que ios

Madrid no influyo en el declive de aigun dinámica socioeconó-cambios en las relaciones comerciales n ° / ^ P ' ' ' ' ^ . ' ^ " ' l ^ . ^ „ . L , „ , „ mica, tengo dos respuestas. El profesor Madrazo ^'^^Ir^^^'^J^^l^^^ dido el modelo de interdependencia dentro de la ''^'^^Zl^';'¿\ll°Zo to; en su lugar, ha buscado explicación ^ ¡ ^ ¿ ^ . ^ ^ ^ Z s ^ T t demostrar que las interacciones cambian. Indudablemente, cesitan más explicación.

(Traducido por Angelines CONDE GUTIÉRREZ DEL ÁLAMO.)

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DAVID R. RINGROSE

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ALGUNAS PUNTUALIZACIONES SOBRE «CATALUNYA, LA FABRICA D'ESPANYA»

JORDI MALUQUER DE MOTES

T« REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA dedicaba en su penúltimo nume-La REVISTA DE HISTORI ^^^^^^^ ^,^^^^ ^^^^^^^ ^^ Se-

ro (V, 3, otoño de 1987, pp. ^^^ .?^° ' ^ ,„„„. la fábrica d'Espanya», que hastian CoU Martín, a la exposición «Catalunya la raD P ;-

tuvo lugar en Barcelona a lo ^ ^ f , f j ^ ^p^^^^^^^^^^^^^ los logo. Como coautor de una cosa ^ . . ^ °"^"°,P"obligado a formular más de elogios allí expresados, pero tammen uc j » . . ^^

en algu-una puntualización y a expresar mi ^^J^^P^"^^ ^ ¿e la REVISTA, como nos puntos. El hecho de formar ^ " j / ^ ^ J J ^ ^ ^ X m a c i o n e s equivocadas también Jordi Nadal, ^ ^ . ^ ^ ^ ^ / ^ l . ^ ^ l e se tomaría lógicamente por del comentarista de producirse un silencio que asentimiento. ^ ^ ^ j ^ al guión de la

1. Es de agradecer la ^-^^^^^¿ ^ l ^ ' ; Maluquer de Motes deben exposición y concluye que «l°f^.P;°7J°^^^^^ Entiendo que la alabanza prepararse excepcionalmente bien su* que el comentario me está dedicada-de ahí mi •^^"^'["^'^"^^^do por muchas generaciones no puede referirse al - ^ ' f " ° ' ^ ^ ^ ^ ^ ^ Tengo la de economistas y por la totalidad de los nisiu seguridad de que CoU no ignoraba ^^J^^f'.,^ ahí incurre en algunas

Sí desconoce en cambio, la autora d 1 guio ^y^^_^^^ ^^ ^^^ ^^^^^^

confusiones de bastante tamaño. *-°"«^ ¡j^^ además, se recoge, tam-reproducido íntegramente en los «x^^^ ^ Es verdad que «se pre-bién íntegro, en las páginas 163 a I » ! ^el ^^ ^ , „ 3 de ellos hayan senta dividido en cinco capítulos*. P«f° "° ^ los capítulos 1 y 3 sido redactados por Nadal y dos por mi. ^ ^ ^ " ¿ ^ ¿^ los apartados 2, fueron escritos por Nadal, mientras que yo me encargue

^ y 5. , 1 „;„ Af «otros colaboradores de su De-Sorprende que Coll conozca el trabap de «o«os^c^^^ _^^^^^^^.^^ ^^^^^^

partamento*, tanto más cuanto 1"^ ? " " eparé no hubo jamás in­completamente nueva. En los apartados q " ^ J ° ? ? p^^ ^^,a parte, Na-tervención de ningún tipo que no fuera totalmente m

397 Revista de Historia Económica Año VI. N." 2 - 1988

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JOKOI MALUQUER DE MOTES

dal y yo mismo pertenecíamos entonces, y también ahora, a distintos Depar­tamentos y a distintas Universidades, extremo que Coll hubiera podido ave­riguar leyendo el catálogo (p. 19). Para colmo, no hay en el guión ni una sola palabra que no sea nuestra. ¿De qué perversa musa le habrá llegado a Coll la inspiración para un «descubrimiento» tan imaginativo?

Mi sorpresa le resultará aún más comprensible al lector advertido, puesto que en las páginas 198 y 199 del catálogo se incorporó una ficha técnica de­talladísima que no permite confusión de ninguna clase. Albert Carreras in­tervino, con mano nada «invisible» por cierto, en la preparación de mapas y gráficos y en los textos de los pies de las ilustraciones, así como en la confección de un audiovisual del que, naturalmente, no queda rastro en el catálogo. Por puntualizar, añadiré que este volumen no se editó sólo en cas­tellano, «seguramente para poner la obra al alcance de un mayor número de personas», sino que se hicieron dos ediciones, la primera y mayor en len­gua catalana.

2. En relación con el contenido específico del catálogo, señala Coll en su comentario de mis textos que tienen una «menor preocupación por el as­pecto didáctico» que el de Nadal, constatación que me produce cierta per­plejidad. Resulta siempre de bastante mal gusto cualquier mención de carác­ter comparativo, en este ámbito, puesto que fuerza a situar la réplica en te­rrenos un tanto resbaladizos. No voy a aceptar ese envite.

Debo añadir, además, que no entiendo muy bien su significado, a no ser que se refiera a algún desaliño en la composición de los textos. Aunque co­meto errores a veces—como el propio Coll, supongo—, me gustaría conocer alguna de sus objeciones de una forma concreta. Quiero hacer constar, toda­vía, que pudo incorporarse alguna pequeña «traición» en la traducción desde el catalán, aunque la labor de Jordi Basté y Pilar Vélez, que no revisé, me parece bastante correcta.

Más contundencia, y mayor gravedad aparente, corresponde a su segunda reflexión de orden general en el sentido de que en cuanto a investigación nueva «tampoco se observan muchos signos de su existencia». Estoy seguro que Coll, a pesar de sus palabras, sabe distinguir entre un catálogo de una exposición y una obra de investigación. Los textos de nuestro catálogo no contienen notas a pie de página, indicación de fuentes, ni aparato erudito de ninguna clase, puesto que se limitan a recoger, para su divulgación, tra­bajos ya publicados en versiones modificadas al efecto. Así ocurre con el ar­tículo de Jordi Nadal sobre «Los Bonaplata», que Coll no debería descono­cer, puesto que se publicó en la mismísima REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA

(I, 1, primavera-verano de 1983, pp. 79-95). Mis dos textos recogen fundamentalmente dos artículos. El primero con­

tiene, en palabras de Coll, «una exposición de la teoría aceptada sobre los

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ALGUNAS PUNTUALIZACIONES SOBRE «CATALUNYA, LA FABRICA D ' E S P A N Y A »

orígenes de la manufactura catalana». Procede ¿. Revtew^ A \ournalonhe FeLnd Braudel Center for the Study of Econormcs, ^^^^^'f^y^^'^^ Civüizations (X, 2, Fall 1986, pp. 315-344) Como tengo la " " ^ ^ - 8 ^ ^ ridad de que ni CoU ni nadie pueden discutir la ongmahdad f\f^-^^^^-to sobre la importancia del empleo de la energía ^^.^^f f " ^" j^^J"^^^^^^ trialización y la incidencia de los derechos de propiedad <^l^f'^f°^^l tampoco mi exclusiva paternidad, debo agradecer su calificación de teoría tampoco mi exciusiv p envoltorio que viene, valoro el

s¡o„al. confieso , « al b^vlstao P W ^ e ^ ^ I ^ X v ^ Ü T : t mi texto —bien es cierto que había sido presenw XV Settimana di Studi di Storia Económica de P '^^° '^^ ' / / ^ - J ^ / ; ^ ^ ses de CoU mitigan mi conmoción por la supuesta ^^'•^¡^^-J^''^'' ^ " ^ sueieren más bien un entusiasmo excesivo del autor de la resena.

Universidad, 1985, pp. iyy-¿^J), y "" »" . n ^ IQ«7^ MP nreminto (Nueva York y Londres, New York ^ ^ 1 ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ! ' ^ ^ ^ ! : ^ cómo podíamos emprender \ ; ¡ ^ Z ^ ^ i ; ^ : i \ o r n , Z , por lo me-dimensiones de «Catalunya», 1« t^^" '^\ '*^J 'f ."J, fenómeno. El texto ha sido nos en lo esencial una m.m^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^^^^ ,

ya resenado en la 1?'°^'1^¡1'^''JI^,^^^ quizá exageradamente elogioso, verano de 1986, pp. 278-282), ^n " " J ° " " . ¿3 3obre la supuesta

3. mcho esto, creo --^^^^^^^^^^^^'¿Xüá. obligada hacia nos-ausencia de investigación nueva. Me f^^^^^ «Catalunya, la fábrica otros mismos apunta r -ya que no 1° h^ce 4 ¿^ ^^^ 1,J3

d'Espanya» no fue otra cosa que a ^-¡^^¿fJ^^.Zente o por separado, labor de investigación que nos Uevo a ^ ^ ^ ^ ^ ' ^ buscando - y encontran-a escudriñar los más insólitos " - ^ / ^ .^^j^o' f e r r í as del Pirineo, pe­d e ^ restos de talleres , f ^^^^^^^ í^. ^ d Í C ¿¿cadas, máquinas quenas centrales hidroeléctricas '^'^^^^'^¡¡^^''^i.^i, industrial. Sin duda, de todo tipo y las más - m d a s -u«J^¿V'^^^^^^^^^^^ salió ampliamente nuestra percepción de ' " " l " ^ " ^ ^ ^ / J f ^ i ^ ^ J a n t e s de la exposición. Aña-beneficiada de ello, pero también la de 1°^ J ' " ' J ^ ^ ^ ^ i e r o n el espléndido diré, de paso, que las más de cien mil person q - - o m e ^ ^ ^ ^ _^P^^^^^^ recinto barcelonés del Born no eran, desde lucgo.

damente! ^^"^^- „ ,„„rhns oarticulares. empresas y orga-No estará de más consignar que muchos pariicu

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JORDI MALUQUER DE MOTES

nizaciones de diverso tipo respondieron con autentice entusiasmo a nuestros requerimientos de colaboración. El esfuerzo fue muy grande, pero también las respuestas y, sin falsa modestia, los resultados. El patrimonio arqueo­lógico catalán —el Museu de la Técnica i de la Ciencia, principalmente— y la sensibilidad colectiva hacia las «lecciones del pasado» obtuvieron un re­fuerzo no pequeño.

Tengo para mí, y para quien quiera leerme aquí, que la exposición su­puso una contribución nada desdeñable a la recuperación del aliento por el empeño innovador y por el cambio tecnológico, tan decaídos en los momen­tos más bajos de la crisis económica del país. Protagonista y testigo privile­giado de su gestación, interpreto que esa voluntad de incidencia en las acti­tudes sociales —que por un momento, felizmente ya superado, llevaron a nuestra juventud a soñar con alcanzar un puesto de oficial de tercera en algún oscuro despacho— estuvo presente desde el comienzo en nuestro pro­pósito. Como también en el ánimo del alcalde barcelonés, Narcís Serra, que hizo suyo el proyecto antes de conocerlo. Y en el del alcalde Pasqual Mara-gall, que lo heredó pero a la vez lo engrandeció. Y en el de los dirigentes de La Maquinista Terrestre y Marítima, legítima y directa depositarla de las viejas ambiciones de los Bonaplata-Esparó y tantos otros, que apoyaron de­cisivamente la realización de la muestra.

4. CoU dedica en su recensión un comentario especial a una de mis afirmaciones que le han «llamado la atención particularmente». Se trata de algo que no es nuevo para mí, puesto que el pasaje en cuestión parece haber «llamado la atención particularmente» a mucha gente, aunque a veces en sen­tidos contrapuestos. Veamos cuáles fueron las ideas tan escandalosas:

en teoría —decía yo— había dos salidas; la primera, recurrir al mercado español, y la segunda, especializarse en la fabricación de productos de una clase o precio que permitiera penetrar con éxito en algunos segmentos específicos del mercado mundial, única posibilidad al alcance de las pequeñas economías europeas. Pero en la práctica, la segunda opción, "a la suiza", no existía, entre otras razones porque Cataluña no era, como Suiza, un país independiente, y su economía estaba sujeta a condicionamientos que le eran impuestos. (...) La alternativa de un crecimiento in­dustrial basado, al menos parcialmente, en las exportaciones, no fue posible entre otros motivos —y principalmente— porque la vinculación a España le supuso un conjunto de problemas deri­vados de la ineficacia del sector agrario.

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ALGUNAS PUNTUALIZACIONES SOBRE «CATALUNYA, LA FABRICA D ' E S P A N Y A »

Estos pasajes me han procurado todo tipo de "íticas desde Jas que me

imputan un españolismo feroz hasta las que. ^°!"° . ^ ^ . T í x t ^ " ^ ^ y . . ,„ „otrintirfls El oropio titulo dc la exposición,

aviesas intenciones escasamente patrióticas, ci proi^ „,,^i„np<! «emeian-al que no negaré cierta voluntad polémica, ha suscitado reacciones semejan ai que no negare «.icita r ^^ ^^^ ^^^ ^^^^^ , » . No pu=do '"•;''"" ^ ^ " I Z o ^ J ^ Z 1^2 manera expüciu. que no pienso elud» el deba.. ' • " » ^ » ; ; ¿ > j ^ CoU. Son dos y se sitúan,

a™::»: r , : " r . : ' e : : : h-oX..»en •^'^^^^^^z:^^ ,ed„. el de la ^'^'';''^:':j:r::zi:z¡zrz^7z al peso de la protección de otros sectores soorc r epLha no haberlo cuantificado. ^ l ^ l J ^ ^ : ^ ^ : \ Z : Z ruaíSlcT-peca exactamente del mismo supuesto " ; ° ; - 7 ¿ % , i,i,^e, sin

ción de ninguna especie. ^^.f¡;^\'l,'^^\:^Ldl la'recomendación embargo, añadir al bueno de ^ f ' ^ f ' ^ ^ ^ ,Los límites de la moder-de un excelente artículo de Jordi ^^^'""ll^l^;: ^^^2 y 1930» (Revista de nización en España: la evolución ^ ^ ^ ^ f ^ ^ ' ^ . ^ q L tampoco está cuan-Ocadente, 83, abril de 1^88, PP, 59-70). Es cieno^^^^^^

tificado (helas!), pero va siendo "^^l'^^^X^^lor^,, I hayan traído una vechar, que uno no se convierte en historiador porq

calculadora los Reyes Magos ,:molificación por referirme desde Ca-Se me acusa, en segundo lugar, de '''^^^^'^^J^^^^^^¿,¿ exclusiva de

taluña a la política proteccionista «como una «ponsabil

otros». Es una imputación f - ^ - ^ ^ X ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ de tingue la política de los gobiernos ''^^^"^'¡J^^J^,, llegar a esa con-otros». No hay en mi texto m una sola rase qu^^erm g

clusión. De todos modo, por si le - ^ « " ^ ^ ^ ^ J j ^ ^ ^ , La Maquinista Te-en la documentación de la ^^^^^^^^^^l^Z^t^^^^^ de'que nunca rrestre y Marítima, pueden encontrarse IJ^^""^ . ^^^Xn su pri-

en el siglo xix obtuvo ^ - ^ . ^ ^ P ' ^ ^ ^ ^ r a s ^ ^ ^ ^ ^ ^ - - a ñ a d i r que, mer objetivo f-dacionah fabricar locon^^-as.^N ^^^^^ ^ ^^ ^^,^^^ ^^^^^. entre sus fundadores y dirigentes, i a m<»4 dad de los «notables» del ^«"Pf^^f f ' ! ' ' ^ " - l i t e r a t u r a muy antigua el vi-

Algunos historiadores han he-dado du„alitr^^^^^^^^ ^^ ^

ció de referirse continuamente ^ \ ^ ' ' } ^ ^ Z Z , ámbito se aplica la España del siglo xix, cuando es lo " ^ " o que ^ ^ [ ^,^ ^^.¿^^^^ ,„„es-libertad absoluta de importar de f ° ™ ^ ' " ^ ' ™ ^ ' ¿^ material ferroviario, ponde justamente a la franquicia a ^^^^-^^^ ^ ^ ^ , I33 tarifas de De todos modos, es ya momento de referirse a « 8 ^ j U i ^ ¿^

aduanas. Entiendo que más aisladora ^ ^ ¿ ^ ^ europeo- i r ror que

r h r c ^ : ; r : Í d r h a r h o ^ ^ ^ Í modo incomprensible, parece que va

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JORDI MALUQUER DE MOTES

a consolidarse—. Mis argumentos son, en todo caso, otros que los combati­dos tan paladinamente por Coll. No es éste el lugar, ni cuento con el espa­cio necesario, para desarrollarlos otra vez. Quiero terminar, sin embargo, con el cierre de mi «polémico» párrafo: «para bien y para mal, en sus éxitos y en sus limitaciones, la industrialización de Cataluña no se puede explicar sin tener presente, en todo momento, su inserción en el conjunto de la eco­nomía española». Lo mantengo.

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PUNTUALIZACIONES A UNAS PUNTUALIZACIONES

SEBASTIAN COLL MARTIN

Jordi Maluquer de Motes ha tenido por conveniente « ^ ; ¿ ^ ; ; - ^ ^ ^ - J ^ li J iones a la reseña de que soy autor sobre el hbro ^ ^ f ««y^:/^ ~ d-Espanya, puntualizaciones que igualan en extensión a ^'J'^^^J^'l

1 1 - • j««,»nt/. P1 esoacio aue en la misma dedicaDa yo que cuadruplican '^^'^^^r^'^'^'J^^^^ escrito en forma mucho a su personal contribución. Trataré de poner F^ Heiando más bíeve las reflexiones que me sugieren sus P^^"«¡°""' f„^^^^^^^^ al margen su teoría acerca de los medios por 1°%^"^^" f J^^'.^^^^^^ toriadores acceden a la propiedad de sus calculadoras, se pueden agrupar

' ° ^ r p l « lugar señala lo que él llama .afirmaciones equivocadas, por mi parte, que pueden concretarse en las siguientes.

- Autoría concreta del «u ón Repetiré - ^^^^^^^^^^ que yo he llamado «guión comp eto de ^-J^^^^ P ^^^^ ^ ^ , , se le daba ningún nombre propio- lo c""''"^"/;" ' ^ ^^ ¿7os murales ocupan la primera parte del catálogo y ^;^^Zr:;^:,:Z. se dice reproducidos en las págmas 163 a I f l ' ^ f f ^ ^ ¿ ÍÓQ completo» sí en parte alguna. La paternidad de los capítulos de ese «gu J 4 _ que está explicitada en el índice, y en él sólo dos capítulos - l o s y 4 - , y no tres, aparecen atribuidos a Jordi Maluquer.

- Participación de otros colaboradores. Esa participación de otros «a-b o r a d o ^ ^ l í n i documentalistas y ^ ^ ^ ^ ! ^ ^ : : : ^ Z Z yo aludía en el mismo P f ^ ^ - J J ^ ^ ^ t a t r i c i ó n de los textos, de referida— al montaje de la exposición, y nu « cuya autoría tan celoso se muestra Maluquer.

- Departamentos - e n plural- a los que ^^'^-^^J';jZ^,^^i radores. D L en su desagravio que ^^r'^^^j:::^l¿T^Z^T<in. al mismo Departamento universitario que el prota^^^^^^ ,^ ^^^ meterlos en el mismo Departamento si que mcurri vocada.

40} Revista de Historia Económica Año VI. N.« 2 - 1988

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SEBASTIAN COLL MARTIN

— Asimismo, reconozco como afirmaciones equivocadas el no haber ci­tado que, además de la edición en castellano, existía otra en catalán, y la mención a otro colega sobre cuyo papel me parece indelicado insistir aquí. Sólo espero que las equivocaciones que cometa durante el resto de mis días —porque con seguridad cometeré equivocaciones— sean comparables en im­portancia.

En segundo lugar —o a lo mejor en el primero—, Jordi Maluquer parece haberse molestado por tres afirmaciones mías relativas al contenido de los dos capítulos cuya paternidad le reconoce el índice.

En mi reseña decía yo que esos capítulos «por la terminología empleada y por el nivel de la explicación dan la impresión de una menor preocupación por el aspecto didáctico», afirmación que, según dice Jordi Maluquer, le ha producido «cierta perplejidad» y por la que pide muestras concretas. Hablan­do de perplejidades, he tratado de imaginarme la que sentiría el visitante medio de la exposición al encontrarse con un texto en las manos que dedica dos páginas a establecer distinciones y parentescos entre los campos de la «historia económica, historia de la cultura material y arqueología industrial» (pp. 34-35), al toparse con menciones a Franklin Mendels (p. 32), la escuela de los Annales, Karl Polany, Alexander Chayanov y Eric Wolf (pp. 34-35) y a W. Arthur Lewis (p. 116), o al enterarse de que existen términos como elasticidad-renta de la demanda o first comers sin nadie que les explique su significado.

Le ha extrañado también a Maluquer mi afirmación, reconozco que un tanto brusca en la forma, de que los mismos textos no indicaban la existencia de «investigación nueva, llevada a cabo para la ocasión». Aclararé que si bien la realización de investigación expresamente para una obra de divulgación constituye, según mi criterio, un mérito adicional, su ausencia no constituye ningún demérito. Así, cuando Jordi Maluquer de Motes aporta como prueba de la originalidad de sus capítulos el haberlos basado en anteriores artículos suyos ya publicados, creo que se puede dar por bueno el argumento. Con lo que no estoy tan de acuerdo es con que confunda las cosas y me atribuya un desdén por su trabajo de campo y por sus gestiones acerca de empresas y or­ganizaciones, a la busca de material para la exposición, que estoy muy lejos de sentir. Estaba bien claro que la «inexistencia de investigación nueva» era una imputación referida exclusivamente a los textos del catálogo y en modo alguno al contenido material de la exposición, con respecto al cual difícil le será a Jordi Maluquer encontrar en mi reseña una palabra que no sea de elogio.

Por último, Jordi Maluquer de Motes parece a un paso de perder la com­postura cuando se encuentra con mi escéptico comentario a propósito de su afirmación de que fue la inclusión de Cataluña en el Estado español la que

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PUNTUALIZACIONES A UNAS PUNTUALIZACIONES

le impidió desarroUar una vocación exportadora. Al achacarme que - e n una re seña - no he demostrado lo contrario a través de las mismas técnicas cuan­titativas cuyo empleo defiendo, parece olvidarse de que en h ^ « ; P ' / ° ' " ° ; " derecho, el que afirma prueba, y me recuerda al arqueólogo Schliemann cuan­do, empeñado en que un cráneo que había encontrado pertenecía a Agame­nón, se encaró con los incrédulos y les dijo algo así como «bueno, pues si no es Agamenón díganme ustedes quién es». Para no convertir esta ndeseab e polémica en una más indeseable entre defensores y detractores de k h t Cantitativa, convendré con Maluquer en que hay --''^'"''^"f'^^nscZ que no se cuantifica nada. Sin embargo, esos trabajos e^cf^tes suelen se ^ ^

precisamente por poner al ^ « c - ^ ^ - ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ¡ S c í Í S m ^ a H ^ S d ^ I r ^ L b ó n y el ultimo d ^ ^ a ^ puesta cadena, o cuando las relaciones de causa efecto ^i-l^^^'^^''^^^ expresamente comprenden cosas tan medibles como la ^'^'^^''^^^J'^_ sobreprecios sobre unos costes y no se hace ningún esfuerzo por medirlas, en tonces las aportaciones ya no son excelentes.

40.5

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NOTAS

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LA ELECTRIFICACIÓN DE LA PERIFERIA Un tema recuperado recientemente por la historiografía

GREGORIO NUÑEZ ROMERO-BALMAS Universidad de Granada

La creación en 1982 de la Association pour l'Histoire de l'Electnateen Frunce ha representado una fecunda llamada de atención sobre un tema has­ta hace poco tiempo olvidado en países como Francia y España: el desarroUo industrial de la electricidad desde 1880. La simple enumeraaon de sus fun­dadores podría dar cuenta de la importancia del proyecto, y los nombres Maurice Aymard, Fran?ois Bédarida, Fernand Braudel, Fran^ois Carón y Mi-chel Crozier resultan familiares para cualquier historiador o estudioso de las ciencias sociales; a ellos hay que añadir los de altos funcionarios de la Ad­ministración francesa como George MaleviUe, Jean Claude CoUi y Guy ThuU-lier, e importante sdirectivos de la empresa nacional Electrictte ie Frunce, con el presidente mismo de su consejo de administración, Marcel Boiteux. Unos y otros dan muestra del interés por el tema, que viene a atender a un doble aniversario: el centenario de la electrificación, que convencionalmente ha sido establecido en 1980, y el 40 aniversario de EDF. que tendría lugar en 1986. Los intereses científicos se han dado la mano en esta ocasión con el deseo conmemorativo y han dado origen a un movimiento de invemga-ción, publicación y divulgación de un vigor inusitados en nu^tra especialidad.

El empeño se ha iniciado tarde a todas luces. Ya se habían pubhcado obras capitales de síntesis sobre los países pioneros. Así, en 1983 vio la luz la obra fundamental de Thomas P. Hughes', en la que se reexpone a his­toria de la electrificación en los Estados Unidos, en Alemama y en Inglaterra bajo la perspectiva de la teoría de sistemas. La materia escogida resulta sig­nificativa: fueron esos países los que desarroUaron técnicamente la industria eléctrica; los que constituyeron el complejo sistema tecnoindustrial que no sólo aseguró su consolidación en pocas décadas, sino que promovió luego vi­gorosamente su expansión por todo el mundo. En cierta medida el tema era hacia 1980 ya viejo para los países precursores, y si debemos citar algunas obras que ejemplifiquen la situación sólo recordaré, por no ir mas lejos, las

• T. P. HUGHES (1983), üetworks of power. Electrification in Western Society, 1880-1930, Baltlmorc, John Hopkins University Press.

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obras de Passer, de Dunsheath y de Bright, sobre los orígenes de la indus­trialización electrotécnica; la de Conot, sobre la figura y la obra de Edison; la de Byatt, sobre la lenta electrificación inglesa, y, en fin, la de MacKay, sobre los tranvías, rama capital de la industria electrotécnica y motor impor­tantísimo de su expansión mundial .

No había en cambio hasta la fecha estudios sobre el proceso de electrifi­cación en otros países y entre ellos, en particular, los latinos y la periferia de la Europa industrial; y ello a pesar de que tuvieron en el proceso general un papel de primer orden y no de simples asimiladores: la necesidad de ase­gurar amplias series de producción en la industria electrotécnica y de promo­ver una rápida rotación del ciclo investigación-desarrollo industrial-producto, forzaron a los industriales del sector a asumir tempranamente una activa ta­rea de promoción encaminada a lograr una rápida y continua expansión del sector; «la importancia de dos factores, el costo elevado de la Investiga­ción + Desarrollo y la necesidad tempranamente evidente de establecer uni­dades industriales de tamaño considerable para aprovechar las economías de escala son los elementos de partida de las grandes unidades complejas que, desde el último cuarto del siglo xix, dan origen a la empresa multinacional en su forma más típica»' Ello hizo de la industria electrotécnica una de las primeras en adoptar formas multinacionales plenamente caracterizadas, aparte del hecho de haber concentrado una porción muy importante de las inversiones exteriores de la Europa avanzada a finales del xix.

Por todo lo dicho, una de las vías en que comenzó a extenderse el inte­rés por la electrificación de la periferia fue precisamente el estudio de las inversiones exteriores. Así alcanza un peso notable en la materia la tesis de Albert Broder, que recoge información importantísima sobre las inversiones extranjeras en la electrificación de España precisamente *. En la misma línea se cuentan los estudios que ha promovido Peter Hertner sobre la vertiente multinacional de la electrotecnia alemana, especialmente la intermediación

' H. C. PASSER (1953), The electncal Manufacturen, 1875-1900, Cambridge (Mass.); P. DUNSHEATH (1962), A history of electric Engineering, Londres; A. A. BRIGHT (1949), The Electric-lamp Industry; technological Change and Economic Development from 1800 to 1947, Nueva York; R. CONOT (1979), A Streak of Luck; the Life and Legend of Thomas Alva Edison, Nueva York, Seaview Books; I. C. R. BYATT (1979), The British Electrical Industry, 1875-1914. The Economic Returns of a new Technology, Oxford, Qarendon Press; J. P. MACÍCAY (1976), Tramways and Trolleys. The Rise of urban Mass Transport in Europe, Princeton University Press.

' A. BRODER (1985), «Le financement et le controle de Tindustrie électrique dans le pas s de la fagade nord de la Méditerranée: 1890-1929», en Banques et inpestissements en Méditerranée i l'époque contemporaine, Marsella, Chambre de Commerce. Traducción del autor.

' A. A. BRODER (1981), Le role des intéréts économiques étrangers dans la croissance de l'Espagne, Etat, entreprise et histoire. 1861-1913, ed. en Microficha, Université de Lille i n .

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suiza \ y que luego ha ampliado encabezando una serie importante de estu­dios sobre la electrificación italiana, como luego veremos.

En este contexto la labor desarrollada por la Associatio» pour IHtstotre de l'Electricité en France ha venido a representar un poderoso estimulo para los estudios sobre la electricidad y en particular para su notable diversiti-

" " L " ' línea editorial desarrollada por la Associatiort ha tomado dos vertien-tes. La creación en 1983 del Bullelin d'Histoire de l'Electrtate (BHE) , pu­blicación semestral que cuenta hasta el momento con diez números de cre­ciente volumen y densidad. A modo de programa se lee en el numero 1 que «nos ha parecido necesario y rentable hoy, cuando las sociedades occiden­tales se plantean graves dilemas energéticos y cuando la industna y la um-versidad buscan campos comunes de reflexión y de acción, intentar construir y escribir la historia de la electricidad en Francia, es decir, la historia de las aplicaciones y de las industrias vinculadas a esa forma particular de energía que son las corrientes de alta tensión. Ello representa un campo amplio, poco desbrozado aún, que incluye objetos diversos pero homogéneos: la pro­ducción y la distribución de electricidad, la construcción eléctrica, los secto-res consumidores como la electroquímica y la electrometalurgia, los sistemas de iluminación, los aparatos de todo tipo, industriales o domésticos, que producen energía mecánica o calor. Nuestra Asociacton se propone, pues estudiar la difusión de las técnicas y de las máquinas eléctricas en el rnundo de la fábrica y en el universo cotidiano, y también su mteracción en el seno de la sociedad francesa con otros fenómenos económicos y sociales, sus lazos con las actividades literarias y artísticas de la época y 1« Í ^ Í T " " ^ , « 1 sido acogidas por la opinión, los grupos sociales y el Estado* . Un programa, como vemos, digno de la trascendencia y de la versatilidad que la electncí dad ha mostrado como rama industrial y como fenómeno social a lo largo

'' L Í e j ^ c u ^ d e l BHE puede ser calificada de notable. Junto a numer . sos estudios de carácter local y relevancia en muchos casos l^'''2JLfo Havre, París, Burdeos, Dijon), podemos encontrar otros ^^'^^°'f'¿^'^;-ria de empr;sas eléctricas (vg. Soc. Gen. d'ElectrtcUe, Forcé et Lumtere,

"^nTRTNER (1986). .11 capitule -deseo neU|. ^ ^ ^ ^ guerra mondiale», en BEZZA (dir.), Energía e •^f'"^f°„.y"7l986) «Financial strategies locietá Edison, furín, Einaudi; del mismo, ^^^^"^"^^ti^^Sustri^d its multin» and adaptation to foreign markets; ^%%e^"Z/^^°^X^,,T^vZ^VM (eds.), Mul-tional activities: 1890's to 1939» en TEICHOVA LÉvy LEBOYER y ^^ ^^ tinational Enterprise in histórica Pí"P^'^."''V " X - i L f MonU pítale tedesco in Italia dallVnitá allaPrma G « ^ 7 , ^ ° T Se;:r«aría de Redacción, tiene

' Dirigido por Jean Fabre y con FíienneCardot en la Secretaria su domicilio e r9 , av. Perder, 15008 Paris ISSN 0758-7171^

' BHE, «EditOTial», núm. 1, junio 1983. Traducción libre del autor. 411

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la Régie Grenobloise, la Union Electrique; un artículo de F. Cardot sobre los archivos de sociedades eléctricas), análisis regionales (vg. Pirineos Orien­tales, Doubs, la electrificación rural en el Sarthe), biografías (vg. Hippolite Fontaine, Alexandre Giros, Mauduyt de la Varenne), la divulgación de la electricidad (vg. la Exposición de París de 1881), desarrollo de aspectos técnicos y científicos (vg. el atomismo), cuestiones sociopolíticas (vg. inter­vención de los ayuntamientos; debates políticos y parlamentarios; la nacio­nalización) y curiosidades diversas; además hay que citar por separado cinco números monográficos dedicados, respectivamente, a «Découvertes scientifi-ques et innovations techniques en électricité au xix' et xx' siécles» (1985), «Cent ans d'Electricité dans les lois» (1986), «Réseau electrique et réseau de télécommunication en France: 1840-1940» (1986), «Médecine et électricité» (1987) y «Les premieres années d'Electricité de France et de Gaz de France; les services comptables et financiers» (1987).

Desde la perspectiva de los historiadores económicos encontramos aquí colaboraciones de gran interés. Citaré, sin ánimo de exhaustividad, la eva­luación de la formación de capital fijo eléctrico de Henri Morsel —uno de los animadores principales de la asociación y también de otra sociedad gemela dedicada a la historia de la electrometalurgia francesa—, el poder estructu­rante de la electricidad de J. Fabre y varios artículos sobre la electrificación rural (de T. Nadau, M. Muller, J. Termeau y J. Magniol); se echan en falta en cambio estudios seriales agregados sobre la producción de electricidad, sobre la marcha de las empresas, beneficios, valor añadido, etc., si bien ló­gicamente habrá que avanzar aún mucho en la historia del sector eléctrico para poder realizar estudios definitivos en esta línea.

Una sola objeción me viene a la mente y es el olvido casi total de la electrificación en otros países. Sólo el Canadá y el Brasil han merecido hasta ahora aparecer en sus páginas; no obstante ello, es vicio achacable más a la falta de contactos y de colaboraciones de otros países que a reticencias de la Association, que, como luego veremos, ha promovido ya un primer congreso internacional sobre la historia de la electrificación mundial.

Completa cada volumen de la colección una serie de amplias exposicio­nes de las sesiones celebradas por la Association.

La segunda línea editorial, no menos prolífica, a lo que se ve, que el mis­mo Bulletin, ha sido la promoción de sucesivos coloquios sobre temas de creciente carácter monográfico. Ello ha dado origen a una colección hoy ya bien definida que cuenta con cinco volúmenes y otros dos en preparación.

El primer coloquio de la Association tuvo lugar en octubre de 1983 y presenta un carácter muy general y en cierto sentido programático'. De

• AHEF (1985), L'Electricité dans l'histoire. Problémes et métbodes, París, PUF, 287 pp

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nuevo la diversidad fue el lema y acaso el mejor recurso para ese primer co­loquio en el que numerosos historiadores expusieron los distmtos campos en que podría desarrollarse en adelante la historiografía eléctrica; la historia de las tSiicas (J. Cazenobe), de las empresas (M. L ^ ^ - L ^ ^ y " ^ ; / ^ ^ " " nomía (F. Carón), de las finanzas (M. Bruguiére). del derecho (J.-J. Bien-venu), la historia local (M. Magnien y G. ThuiUier) y hasta ^ I t r f u e la condición femenina, de las mentalidades y del arte y de la l'tera ura fue-ron exploradas como futuras vías para el proyecto de historia de la electri-cidad.

El segundo coloquio fue celebrado dos años después, en «bril ^e 1985. conforme a las previsiones del primero y en clara continuidad ^on^l ^ j " mo ' . El que la publicación se haya acelerado en este caso y lo J ^ ^ ^ ^ ^ en lo sucesivo habla del buen rodaje de la colección, que j n « f » " ° ^^ publicado otro volumen de textos escogidos por Fabienne Cardo . bste se gundo coloquio cuenta ya con una estructura de ^^f°"^^^ ^ ' ^ ^ ^ t ó ^ i y coherente en su mayoría directamente orientada a la ^^^H^'^^^"^^ La primera parte se ocupa de la producción de energía eléctnca con siete ponencias que tratan de distintas empresas productoras, ¿^^"^buido as y de transporte de electricidad. La segunda parte dedica a los usos de k decm cidad otras siete ponencias donde se estudia desde las exportaaones fran« sas de equipo eléctrico (A. Broder) y un esbozo del reducido s e c t o r J e ^ taladores eléctricos (G. Tussau), hasta el estudio de ^'^^"'^'"'^^'¿J^jZ^ dustria eléctrica (P. Bernard) y la electrificación de los ^ « ' ' ^ « ' ^ « ¿ " ^ X (C. Bouneau). La tercera recoge estudios sobre la teoría y la tecnol<^a d e ^ tricas, y la cuarta, dedicada a «Electricidad y sociedad*, recoge ocho artículos referentes a la divulgación social de la electricidad.

Termina la obra con un proyecto-^n el que ^^f<^¡°jf2HZ c r i b e - para realizar la historia de la electricidad en ? « . L « ^ ^ ^ « ^ ^ ^ " ha organizado tres ponencias para elaborar las bases y « " " ^ e r lo^ h ^ . etapas y caracteres que habrán de cubrir y que «^^n recogidas en una u h ^ ^ parte con el lema «Pour écrire l'histoire de ^''^^''T'l^''^lLl^s^^ I 1980». Franíois Carón, Henri Morsel y Jean-Claude CoUi presentaro conclusiones y esbozan tres etapas que describieron en rasgos generales.

La primera etapa de la electrificación francesa. 1880-1919. se carac^e^ riza, una vez desenvueltos técnicamente los adelantos básico .P^^^^^^^ en marcha del sistema eléctrico y el comienzo de su ^ntegraaón como p^ puesta analíüca recomienda insistir sobre los hombres que dieron los prime

~r^:E^r (ed.) (1986). La France 4es éUc^iciens 1880.1980. P«ís. ^UF. 464 pp. •« L. FiGUiER (1985), Les merveüles de l'électrmté. París, PUF. 520 pp.

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ros pasos, sobre el encadenamiento de los adelantos científicos y técnicos y sobre el prc^resivo desarrollo del mercado.

La segunda etapa, 1919-1945, se caracteriza por el crecimiento continuo y rápido de la escala de los elementos del sistema eléctrico, centrales pro­ductoras y redes de distribución y de transporte; aquí los temas de interés preferente pasan a ser las formas de financiación y su progresiva nacionali­zación, el crecimiento y la generalización de la demanda, la progresiva inte­gración de un sistema nacional y la puesta a punto de un sistema productivo de gran capacidad.

La tercera y de momento última etapa, 1946-1980, nos presenta a la electricidad como uno de los principales sectores de la economía y de la política general y eje del desarrollo económico y de la estructura social. Colli es consciente de que la electricidad es ahora ubicua y trascendente en prácticamente todos los aspectos y hacer la historia de todo resulta prácti­camente imposible, de modo que «la historia de la electricidad venía a con­cluir en su desaparición como objeto de la historia». Propone como temas principales, tal vez para empezar el desbroce, la culminación de la electri­ficación del territorio (vg. electrificación rural) y de los sectores económicos (vg. electrificación de los ferrocarriles), aparte de «cierto número de "rema­tes" de la electricidad como fenómeno social»; además propone el estudio sustantivo de la información sobre la electricidad, de la producción del flui­do, de sus usos, cada vez mayores y más diversos, y de los círculos y grupos electricistas.

Un año después, en abril de 1986, tuvo lugar el primer coloquio de la Association, dedicado a la electrificación a escala mundial". Con él quiso abrirse a la historiografía eléctrica del resto del mundo, no sin procurar en cierta medida promover y coordinar en cierta medida los estudios sobre el particular. Asi encontramos tres grandes apartados; en el primero de ellos se recoge una serie de artículos sobre la electrificación en distintos países. El desarrollo de los mismos es una buena muestra del nivel de desarrollo de la historiografía especializada en cada país. Los más avanzados (Estados Unidos e Inglaterra) no están representados en esta sección y los que les siguen re­cogen estudios bastante sectorializados como el desarrollo paralelo de las redes eléctrica y telefónica en Suecia (A. Kaijser), la opuesta evolución del sector en dos provincias canadienses (P. Lanthier) o el régimen económico en Bélgica (G. Kurgan); otros países son objeto de estudios de síntesis de carácter general y ya bastante logrados gracias a las investigaciones desarro­lladas hasta ahora; entre ellos se cuentan Francia (F. Cardot y H. Morsel),

" F. CARDOT (1987), 1880-1980. Un siicle d'électriciti dans le monde, París, PUF, 444 pp.

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LA ELECTRIFICACIÓN DE LA PERIFERIA

Italia (R. Giannetti) y Alemania (H. Ott). Finalmente, de otros países en los que la historiografía está apenas esbozada se presentan artículos de síntesis en que se recoge la escasa información disponible; se cuentan entre ellos los casos de Finlandia (K. Ponni), Hungría (G. Ranki), Rumania (P. Cartianu

y C. Mihaileanu). . t , r-Entre ellos, si bien en una posición relativamente avanzada, debe figurar

la colaboración española, que corre a cargo de Jordi Maluquer . En ella vemos ya un esbozo de carácter general de la evolución del sector en nuest o país, si bien queda en evidencia el carácter incipiente del empeño Apar e de las publicaciones clásicas del sector (Urrutia, Alvarez Buylla, Sin tes Oli­ves, Bello Poeyusan, Errandonea), pocas y lógicamente dispersas son las citas de ¡utores actuales sobre la materia. Además resulta particularmente evidente en el caso español la escasa fiabilidad de las estadísticas existentes, especial­mente las del primer cuarto del siglo. Lógicamente la parte me,or concKrida para el autor es la referente a Cataluña, con el atractivo adicional de haber sido el mayor mercado eléctrico y probablemente el mas dinámico de Es­paña. No obstante, y esto es adelantar acontecimientos, también este r ^ a s o parece en vías de comenzar a corregirse y el mismo Maluquer aparte de o t r ^ trabajos propios», organizó en 1986 un par de sebones ^ ^ Y L L t t o histórico de la electrificación en el marco del XI Simposio de Análisis Eco­nómico de la Universidad Autónoma de Barcelona.

c- A «o,t^ At^icAáa de nuevo a la historia técmca de la Sigue una segunda parte aeaicaad uc nu«- . , . , .

electricidad, entre los que destaca por su interés ^ f tónco-economico d de^ dicado a t;atar de la compleja interacción entre Y ^ f ^ . ^ ^ ^ ^ ^ ^ (J. Glete) en el sector. Finalmente, una tercera parte ^a^ejie cajón de sas ^ ^ donde ocho ponencias diversas tratan temas tan '^'''^'^'l'l.f'^^^'^^^^ ficación del taUer (U. Wengenroht), ^\'^-^''}^''r"":^Sc^^Tirc¿S^-porte urbano (T. C. Baker) o cambios locacionales asociados a la electrifica ción (D. Procos). contribución de Caries Sudriá

Entre ellos ocupa un puesto d « ^ ; " ^ ° " , Cataluña en particular) sobre las restricciones de electricidad en España I en v^aiaiu F

durante los últimos años 40 '*. electrohistoriadores La apertura hacia el exterior de la nueva nornaaa . j ,.

franceses no ha tenido hasta el momento repetición, ^ o °b ^ f" ^ ^ ^ ^ y en España comienzan con brío los estudios. Ya hemos mencionado al Sim

- ^ r 7 1 ¡ : , „ , ^ , „, MOTES (1987),. «L: lect«cité jacteur de développement économi.ue en Espagne», en Cent Ans d'Electnple dansU ^°^^- j ¡^j^^^;, eléctrica española»,

" J. MALUQUER (1985)..«Cataluna y e País Vascyn U . ^ ^^ Publicaciones de en Industrialización y nactondismo: analtsts comparaiiv la Universidad Autónoma de Barcelona. consommation d'électricité en Espagne

»C. SuDRiX (1987), «l^^^«t""'°"^'*5J;¿l?JS]¿<»«WeAío«áí. pendant l'aprés-guerre. 1944-1954», en Cent Ans dblectrtcite

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posio de 1986 como origen y proyección de la historiografía sobre la electri­ficación española. En este terreno los historiadores italianos han comenzado antes y empiezan ya a dar frutos significativos como los que se han presen­tado en el coloquio «Electrification and Foreign Capital in Italy, France and Spain, 1890-1939», en el European University Institute de Florencia "; el coloquio, orientado en un principio a estudiar las inversiones extranjeras, especialmente las alemanas, en el proceso de electrificación de los tres países, ha superado su objetivo inicial para dar cabida a todo lo que se está estu­diando sobre el tema de la electricidad y muestra la favorable acogida que el tema ha encontrado en Italia y su rápido desarrollo y di versificación. Creo que llegados a este punto conviene destacar una obra notable de Renato Gian-netti '* en la que siguiendo la perspectiva sistémica de Hughes estudia la formación, estructura y particularidades de la industria eléctrica italiana, tan­to en el aspecto técnico como en el estrictamente económico y aun político.

Volvamos a las actividades de la Association, que hace pocos meses ha publicado el por ahora último volumen en el que se recogen las actas de su Coloquio de mayo de 1987 ". En él se recogen interesantes ponencias entre las que conviene destacar las que tratan de la estructura de la demanda (C. Bouneau y M. Fulconis), y en particular otra sobre la sociedad Alumi-nium Pechiney, gran consumidora de fluido. Asimismo se recogen otras diez que tratan de diversos aspectos relacionados con la promoción del consumo de electricidad, una industria que, vista desde nuestra perspectiva, no ofrece dudas sobre su capacidad expansiva, vista en cambio con la mente del histo­riador y puesto en, por ejemplo, 1880, no se comprende bien —por cara, por peligrosa, por difícil de manipular— cómo logró dar con éxito los pri­meros pasos. Hasta aquí las alabanzas, que son muchas. Los textos recogi­dos nos muestran, por otro lado, una importante limitación: la dispersión de los esfuerzos, que en buena medida promueve la variedad y la versatili­dad del proyecto puede impedir en el futuro tareas fundamentales de agre­gación de magnitudes y dificulten innecesariamente el desarrollo de obras de orientación macroeconómica; no obstante, es pronto para temer por las insu­ficiencias del proyecto, y la ponencia de Bouneau sobre la electrificación del Gran S. O. hace esperar una obra general del mismo tipo y tal vez ho-mologable a la de Giannetti.

Las actividades de la Association van creciendo a un ritmo vertiginoso.

" Organizado por Peter Hertner en noviembre de 1987; no tengo aún noticias sobre la publicación de estas ponencias.

" R. GIANNETTI (1985), La conquista della forza. Risorse, tecnología ed economía nell'índustria elettríca italiana (1883-1940), Associazione di Storia e Studi sull'lmpresa, Milán, F. Angeli.

" F. CARDOT (ed.) (1987), L'Electricité et ses consommateurs. París, PUF, 312 pp.

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En enero pasado ha debido celebrar su cuarta jornada, dedicada al tema «Profession: electricien*, en la que, a juzgar por el programa, se trato de los ingenieros y de los obreros electrotécnicos. Ademas, para abril de este mismo año tienen convocado un quinto coloquio en el que se proponen tratar de lo referente a la ingeniería civil, a la industria electrotécnica y a

instaladores. . , , . c i ' . • u Ya hemos visto cómo el florecimiento de la historiografía eléctrica ha

prendido con fuerza en Francia y en Italia, y todo ello dentro de la decada actual. En España las cosas van más lentamente y hasta fechas muy recien­tes no hemos contado con otra cosa que con un vie,o numero de Informa-ción Comercial Española, muy desigual y de escaso ínteres, y un articulo de Juan Carlos Llórente en el que se desbroza la materia y se reunelo mas característico de la bibliografía clásica sobre el sector eléctrico español .

No obstante, el tema parece granar en torno a las dos Umversidades barcelonesas y su prometido estudio sobre la energía en la industrialización catalana. El desarrollo de los trabajos fen curso parece aun tardío y las publicaciones sobre la materia aún lejanas; citare tan solo \'^^^^J-; blicación de un volumen conmemorativo del 75 amversario de Hidrola con un estudio de Pedro Tedde; además se puede citar el libro ¿e Juan San-chez sobre el alumbrado eléctrico en Toledo en la linea de 1 histona b d con todas sus limitaciones- No obstante, hay ya proyectos claramente defi-nidos y así se han manifestado en el citado ^ I Simposio <ie análisis econ ^ ^ mico l e Bellaterra; a " - - ; ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ S i : : Z r r S : ^ ^ o Í t E l L j a s R e u n i d a s ^ ^ Z a ^ ^ (L Germán Zubero). además de aproximaciones de tipo regional en Gal cía X. Carmona y X. Pena), Canarias (J. Hernández y L Cabrera) y Granada G Núñez) Además en dicho coloquio presento Peter Hertner una pri-

^ ^ , „„ f,„„rn estudio sobre as inversiones alemanas en mera aproximación a un tuturo estuaiu SUL. „„Kl; <,rlo t-n la industria eléctrica española en la línea de lo que ya ^-ne puW ^ ^ ^ ^ ^ Italia, y Antonio Tena anunció otro sobre importaciones V "'J^l^^ «^ /¿«^^^^^ ción arancelaria en la industria electrotécnica que ha presentado en el ccv loquio de Florencia. , , . ^ j , ,;„ nne también la historiografía espa-

Seguramente no terminará la decada sin que también '^ " s ' ñola haya dado a luz obras importantes sobre la electrificación, sobre las

al proceso de crecimiento económico», en Hidroeléctrica v

""'» r S ^ z I S c H E Z (1982), U sociedad toledana y los ori.enes del alumbrado eléctrico (1881-19W. Toledo, Ayuntamiento.

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empresas eléctricas y sobre todo el amplio y complejo mundo que es prác­ticamente todo el mundo actual. Sin duda, esto último quedará en evidencia en el próximo XIII Simposio de análisis económico de la Autónoma de Bar­celona —convocado para septiembre de 1988—, en el que nuevamente se de­dicará una sesión a tratar sobre la electrificación y en particular del gran tema: «Energía y crecimiento económico en España durante el siglo xx».

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RECENSIONES

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RECENSIONES

1987, 418 pp. (5 apéndices y bibliografía, mapas e ilustraciones).

Estudio de los restos de castros en las comarcas noroccidentales de Za­mora (Sanabria, Carballeda, Aliste, Campos de Alba y de Tribara, Vi­dríales) como vestigios más impor­tantes de la Edad del Hierro en la región. A partir de ellos, de su com­paración con otros similares (por tiempo y tipología) de las regiones próximas (del resto de la Meseta, de Galicia, de Portugal) y de los mate­riales hallados en algunas prospeccio­nes, el autor trata de reconstruir la cultura material, particularmente las actividades económicas, advirtiendo siempre el carácter provisional de sus conclusiones. Provisionalidad lógica en toda primera investigación, pero que en su caso resulta mayor por la penuria de medios y escasez de resul­tados, pese a los esfuerzos y ambicio­so programa que sirvió de punto de partida. De las razones arqueológicas y extraarqueológicas de esta provisio­nalidad va dejando constancia el autor a lo largo de la obra (falta de medios

Revista de Historia Económica Año VI. N.o 2 - 1988

técnicos y de financiación; pocos es­tudios previos; robos en los yacimien­tos y pocos hallazgos en las prospec­ciones; mala conservación general de los mismos, pese a la conciencia po­pular de los lugares próximos de ser lugares de poblamiento muy antiguo y resultar bastante inaccesibles la ma­yoría de ellos).

El autor realiza primero un catá­logo o inventario pormenorizado de los castros, actualizando las relaciones anteriores y ampliándolas (con treinta nuevas incorporaciones) hasta un to­tal de 119 asentamientos. Qjmo cri­terio básico de clasificación de los ya­cimientos y de distinción entre ver­daderos y dudosos, establece la tipo­logía extema de los mismos (su lo-calización en lugar alto, de difícil acceso y fácilmente defendible, amu­rallados por mano de hombre) como condición necesaria para su inclusión en el inventario. Estudia después al­gunos de ellos, importantes por su localización, amplitud, conservación y

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riqueza (los núms. 6, 41, 52, 60, 98), luchando siempre contra la penuria de medios y tratando de adelantarse a los robos de furtivos (en aumento desde 1977) y a los destrozos por obras públicas.

En el inventario se echa de menos un mapa con la localización simultá­nea de todos ellos y algunas posibles agrupaciones de los castros por su re­lación común con la altitud, valles, ríos, yacimientos de minerales, vías de comunicación o posible transmi­sión de conocimientos y productos. También croquis o planos, aunque fueran provisionales, de los más im­portantes para poder situar los dife­rentes elementos tipológicos (mura­llas, fosos, piedras hincadas), además de fotografías para señalar las varie­dades que presentan. Del texto pare­ce deducirse que existían en el ori­ginal.

El criterio que sigue el autor para la identificación de tales asentamien­tos como castros de la Edad del Hie­rro es el tipológico, predominando la configuración de los mismos hacia el exterior y pocos datos sobre su dis­tribución interna, por las razones de provisionalidad ya señaladas. Conside­ra imprescindible la presencia de mu­rallas (conservadas o derruidas) y con­veniente la de fosos, piedras hinca­das, restos cerámicos y metalúrgicos, La anchura de dichas murallas oscila entre 2,5 y 4 m., su altura entre 3 y 10, y los materiales de que están compuestas dependen de los existen­tes en las proximidades y caracterís­ticas del castro, pudiendo ser de pie­

dras, lajas e incluso adobe. La caída de éstas (o su abandono y derrumbe por pérdida de función defensiva o por abandono total del castro) parece producirse desde el siglo iii-ii a. J. C , cuando comienza la romanización, sin especificarse la naturaleza de este cambio, tarea difícil por los obstácu­los ya señalados.

Combinando estos restos y los de cerámica y metalúrgicos encontrados en las prospecciones, el autor sitúa esta cultura castreña del NO de Za­mora entre los siglos viii y iv a. J. C , al ponerla en relación con hallazgos más estudiados de las regiones limí­trofes, particularmente las del Soto de Medinilla (Valladolid).

Lamenta no poder ofrecer más re­sultados por ausencia de excavaciones más amplias con buenas estratigrafías, por falta de necrópolis o conjuntos funerarios y por falta de cerámica más representativa, carencias que espera se subsanen en futuras investigacio­nes, a medida que los obstáculos en­contrados por él vayan removiéndose; no obstante, puede avanzar las si­guientes conclusiones, insistiendo en su provisionalidad:

1.* La pobreza del medio geográ­fico influye en la poca riqueza de los castros; sin embargo, su número pa­rece ser elevado, con lo que su abun­dancia sólo se explicaría por creci­miento demográfico y poca comuni­cación con el exterior. Esta pobreza de la región condiciona entonces el predominio de los castros pequeños, con una organización social y econó­mica muy simple y arcaísmo o primi-

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tivismo técnico (en cerámica, en pie­dra pulimentada, en técnicas de cons­trucción).

2.» De los hallazgos, prospeccio­nes y comparaciones parece deducirse el predominio de la actividad gana­dera, forestal, minera y metalúrgica sobre la agrícola en la mayor parte de los más importantes, justificándose su existencia por un intercambio de productos metálicos con las zonas más centrales de la cuenca del Duero a cambio de cerámica y joyas de estas zonas más evolucionadas. Explica asi el autor la pequeña proporción de ta­les productos en los castros estudia­dos y sugiere un estudio local y siste­mático de la Tierra del Pan y Tierra de Campos para comprobar el grado de transición entre el NO de Zamora y estas zonas más evolucionadas (que fundamentan por comparación la cro­nología propuesta), para explicar las diferencias entre ambas. Las zonas más al Este se encuentran ya en ma­yor dedicación agrícola, con cerámica pintada y de torno, con molinos cir­culares y con joyería, mientras el NO de Zamora continúa con dedicación forestal y ganadera, con cerámica ar­caica y molinos barquiformes, es de­cir, con una cultura arcaica y poco evolucionada, técnica y organizativa­mente, que hace que los materiales hallados hasta el momento sean muy pocos y muy pobres, lo que obliga a prestar atención a objetos como cuentas, abalorios, piedras de honda o restos cerámicos que en otros luga­res —por su mayor riqueza— son se­cundarios o casi ni se mencionan. De

los que se encuentran concluye siem­pre el poco desarrollo o el primitivis­mo técnico.

3." Más importancia parecen te­ner las actividades metalúrgicas, a juzgar por las escorias recogidas y analizadas y por los posibles restos de hornos de reducción, a partir de los cuales el autor apunta la posibili­dad de cierta función metalúrgica de estos centros, dentro de la pobreza de la región y su atraso técnico, para la zona oriental más evolucionada, pero no insiste en ello mientras no se dis­ponga de restos más abundantes y cla­ros (restos de hornos de reducción y de forjas, más restos metálicos) por excavaciones más sistemáticas. Se echa de menos en este punto un mapa con la localización de los castros metalúr­gicos, los yacimientos mineros y los resto¡ cerámicos que muestran esta posible relación con las zonas más evo­lucionadas del Este.

No se aventura, mientras los estu­dios estratigráficos no mejoren, a se­ñalar evoluciones internas en esta cul­tura castreña. Sufriría poca celtiberi-zación (siglos iiM a.J.C), a juzgar por la poca difusión de cerámica y restos de objetos celtibéricos, y no habría evolución de los asentamientos hacia la llanura, pues muchos desapa­recen o se abandonan sin Uegar a transformarse. El fin de los mismos coincidiría más concretamente con la conquista romana (siglo n a.J.L.), bien por desaparición de las necesi­dades defensivas, por creación de vi-Uas en las proximidades o por con­quista y utÜización posterior sm tmes

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militares tan claros como en la época anterior. Parece haber coincidencia entre caída de las murallas y romani­zación.

El autor no sólo deja abierto el estudio a la época del Bronce y a la romanización, por ambos extremos, sino que sienta las bases para la pro-fundización en la propia Edad del Hierro a la búsqueda de más restos cerámicos y, sobre todo, vestigios de riqueza y habitación y de necrópolis. De las dificultades que encontró hay abundantes noticias en la obra, y es de desear que quienes sigan sus pasos encuentren cada vez menos.

Finalmente, merece la pena resal­tar, por la frecuencia que lo señala, que tales yacimientos están expuestos a todo tipo de destrucciones (por obras, por cultivos, por robos), hasta el punto de que muchas prospeccio­nes que hizo fueron debidas más al deseo de adelantarse a ellas que a ne­cesidades precisas de la investigación. Con esto creo que pide una mayor atención a esta riqueza, pues sorpren­

de que pese a la pobreza de la región hubiera una cultura castreña, en nú­mero y actividad, tan extendida y compleja, que parece ser resultado tanto de las posibilidades locales (po­cas, excepto minería y metalurgia) co­mo de la influencia procedente del Este. Esta influencia provocaría las similitudes con el resto de la Meseta y su transmisión hacia las zonas ga­llega y portuguesa, pero con cierto retraso cronológico y mayor deficien­cia técnica. Las posibilidades de la región (altitud, pobreza, aislamiento), al ser tan pocas, confirmarían esas deficiencias, que pueden presentarse como arcaísmo y conservación de cul­turas más viejas y menos evoluciona­das acompañadas de menor evolución social y económica. La romanización coincidiría con su desaparición o, al menos, con el abandono de estos asen­tamientos amurallados, también indu­dablemente con cambios más amplios que acelerarían ese retraso.

M. A. ALVAREZ VÁZQUEZ

Univ. Autónoma de Madrid

L. MARTÍNEZ GARCÍA: El Hospital del Rey de Burgos. Un señorío medieval en expansión y crisis (siglos XIII-XIV), Burgos, 1986, 512 pp.

Nos encontramos ante un nuevo estudio de un señorío. El señorío, co­mo forma de organización económica y social en tomo a la cual se desarro­lló la vida de las sociedades preindus-

triales, fue compartido por institucio­nes con fines y funciones muy dife­rentes, desde los monasterios hasta los hospitales, pasando por las ciuda­des. Para entender qué es el señorío

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es preciso hacer abstracción de lo or­ganizado para centrarse en las formas de organización.

El esquema seguido por el autor se atiene a lo habitual en este tipo de estudios. La obra se divide en dos partes. La primera abarca el proceso de formación del señorío; en ella se estudian sus primeras estructuras, su forma de explotación y la composi­ción de la renta. En la segunda se analizan las transformaciones ocasio­nadas por la crisis del xiv: se pasa revista a los problemas de los despo­blados y a la crisis demográfica y, por último, se analizan las «manifes­taciones de la crisis».

En la primera parte, el autor ex­pone su planteamiento metodológico. Parte de la definición de señorío da­da por Moxó: «el señorío se presenta como una ordenación humana y un sistema de explotación agraria de ca­rácter rural que, derivado del gran dominio de la temprana edad media, agrupa en tomo a su titular, y bajo la autoridad de éste —en grado no siempre uniforme—, tierras, villas y aldeas, con sus moradores...».

A partir de esta definición se fijan los objetivos del estudio. En primer lugar, establecer el mapa del señorío e indagar «el contenido real de los elementos que lo integran»; en segun­do lugar, insertar su estudio en el momento evolutivo del régimen seño­rial en que se forma, y, finalmente, estudiar «los medios y derechos de que dispaso el señor para apropiarse de los beneficios del trabajo de los hombres sometidos a su autoridad».

A continuación se analiza la estruc­tura económica del dominio. Se en­tiende por tal «los componentes del patrimonio». En su conjunto pueden distinguirse tres elementos: las villas, las heredades y las «domus». En tor­no a estos tres elementos se organi­zaba la explotación. Las villas eran «aldeas bajo la jurisdicción del Hos­pital»; las «domus», cuyo centro es­taba constituido por el «palacio» o casa, eran centros de recaudación de rentas, y las heredades o «posesiones» eran propiedades aisladas afectas a una villa o «domus».

En cuanto al modo de explotación, coexistieron sistemas directos de puesta en explotación, mediante jor­naleros y criados domésticos en la reserva o coto del Hospital, y siste­mas de explotación indirecta, median­te solariegos afectos a la tierra, aun­que jurídicamente libres y dueños de los instrumentos de labranza y ani­males de labor, y quinteros, que tra­bajaban las tierras del Hospital con bueyes y aperos de éste, debiendo en­tregar un quinto de la cosecha.

La estructura de la renta combina­ba rentas jurisdiccionales, regalías y rentas eclesiásticas (diezmos).

En la segunda parte del libro se estudian las transformaciones experi­mentadas por el Hospital como con­secuencia de la depresión del si­glo XIV. A mi modo de ver, es la parte más interesante del libro. En los últimos años se han sucedido las polémicas acerca de la naturaleza de esta crisis. Para unos, la ruptura del frágil equilibrio población/recursos,

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impuesto por una tecnología estanca­da e incapaz de aumentar la produc­tividad, se hallaría en la base de la crisis. Para otros, se trataría de algo más profundo que la incapacidad téc­nica del sistema productivo para ali­mentar a una población creciente. El autor no se decanta claramente por ninguna de las dos interpretaciones e intenta combinar ambas.

En primer lugar, intenta rastrear en la documentación las huellas de esa ruptura del equilibrio población/re­cursos. Honradamente, reconoce las graves insuficiencias de la documen­tación. Ante la ausencia de datos en su documentación, el autor adopta la cronología de la crisis propuesta por J. Valdeón. El autor piensa que en la primera mitad del xiv debió pro­ducirse una recesión económica, sin que simultáneamente se produjera una reducción de los efectivos demográ­ficos, por lo que a la larga resultó inevitable la ruptura del equilibrio población/recursos.

Los testimonios aportados para mostrar esa recesión son débiles, y respecto a las causas de la misma tan sólo se alude a los posibles efectos de la serie de malas cosechas recogida en el conocido trabajo de Valdeón. «El distanciamiento entre las trayectorias demográfica y económica» provocó «las condiciones idóneas... para la ex­perimentación de cambios en la rela­ción de fuerzas entre clases».

En el capítulo II de la segunda parte se analizan las manifestaciones de la crisis en la documentación del Hospital. Para el Hospital, los pro­

blemas comenzaron durante el reina­do de Sancho IV y las minorías de Fernando IV y Alfonso XI. Los con­flictos a los que debió hacer frente el Hospital se centraron en la lucha por mantener el control sobre la ad­ministración de su patrimonio. Los monarcas, con una hacienda exhausta y la necesidad de conseguir apoyos políticos, vieron en la cesión de esta administración un modo de retribuir fidelidades.

El Hospital debió, asimismo, luchar por mantener sus privilegios fiscales (portazgo, alcabalas). En este terre­no experimentó un retroceso, ya que Alfonso XI redujo de 30.000 a 10.000 el número de cabezas de ga­nados trashumantes del Hospital que quedarían exentas de tributos.

Finalmente, el Hospital tuvo que luchar denodadamente por librarse de las encomiendas. Personajes pode­rosos encontraron en la encomienda de señoríos eclesiásticos un camino «legal» para beneficiarse de las ren­tas de éstos. Bajo el pretexto de dis­pensarles su protección se convirtie­ron en auténticos señores y beneficia­rios del señorío. La práctica de la en­comienda, generalizada por el primer Trastamara, fue atajada por Juan I, si bien el Hospital hubo de conti­nuar durante el reinado de Enri­que III haciendo frente a sus comen­dadores.

Respecto al patrimonio, éste cre­ció durante la crisis, gracias sobre to­do a adquisiciones de pequeñas ex­plotaciones campesinas. En cuanto a la puesta en explotación, la principal

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novedad son los arrendamientos de «domus» —grandes explotaciones agrarias con sus campesinos— a per­sonajes de elevada condición social. El autor, siguiendo a M. I. Alfonso, califica estos contratos como «conce­siones feudales», ya que no se ceden unos bienes para su cultivo, sino el disfrute de una renta. Se transfiere toda o parte de la renta feudal en beneficio del nuevo señor.

A la hora de hacer un balance de la obra pienso que se trata de otra valiosa aportación a la casuística de la crisis del xiv en Castilla. Se echa en falta, quizás, un análisis más pro­fundo de los grandes problemas que están tras el caso concreto del «Hos­pital del Rey de Burgos». No está clara la explicación de las relaciones existentes entre la recesión económica de la primera mitad del xiv y los conflictos Hospital/Nobleza que se plantean en el último cuarto del xiii. El estudio de la crisis de las rentas de la nobleza castellana en la segunda mitad del xiii es, a mi juicio, uno de los problemas pendientes de re­solver para comprender la naturaleza de la crisis del xiv.

Quienes intentamos estudiar esta crisis en Castilla deberíamos concen­trar nuestros esfuerzos, más que en intentar —con una documentación claramente insuficiente— verificar pa­ra Castilla la conocida secuencia (in­

cremento de la población - rendimien­tos decrecientes - caída de la produc­tividad - malas condiciones climatoló­gicas - hambrunas - debilitamiento biológico de la población - epidemias -recesión), en comprender la naturale­za de la crisis. Pienso que se trata de una crisis del sistema feudal; es decir, más que una crisis de produc­ción, es una crisis de rentas: de re­distribución de la renta feudal entre los grupos privilegiados y de adapta­ción de los mecanismos de detracción de una sociedad que ha finalizado la repoblación como gran proceso de ex­pansión territorial. Desde mediados del XIII, el incremento de las rentas de la nobleza no pudo proceder de la anexión de tierras arrancadas a los musulmanes. Tendrá que readaptar su sistema de reproducción social. Los nobles tuvieron que readaptar su sis­tema de detracción de rentas. Pienso que en esta adaptación hay que en­cuadrar la conflictividad de fines del XIII. La transformación va a pasar por una redistribución de la renta dentro de los grupos privilegiados —-asalto al patrimonio eclesiástico, conflictos intranobiliarios, aparición de una no­bleza nueva— y por la participación creciente de la nobleza en los ingre­sos fiscales de la Corona.

Miguel SANTAMARÍA LANCHO

UNED

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Hilario CASADO: Señores, mercaderes y campesinos. La comarca de Burgos a fines de la Edad Media, Valladolid, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Bienestar Social, 1987, 582 pp.

Contiene el libro de H. Casado su­ficientes valores como para calificarlo con los más positivos epítetos. La elección del tema, su tratamiento a lo largo de más de medio millar de pá­ginas que componen la obra, las coor­denadas cronológicas sobre las que despliega el autor su investigación, el tacto y la exquisitez con que ha sa­bido manejar la impresionante y ri­quísima documentación reunida ava­lan de entrada esta opinión. Opinión —la mía— que no es precisamente la de un medievalista, por más que la «acción» del trabajo de H. Casado se sitúe en esos tiempos que sirven de gozne entre la Edad Media y la Moderna, sino la de un modernista dedicado al estudio de los siglos xvi, XVII y xviii que ha encontrado en esta obra muchas luces para iluminar el período histórico objeto de su es-pecialización.

Señalemos enseguida también el acierto en la elección del título: La comarca de Burgos a fines de la Edad Media. Sin excesivas pretensiones ni alharacas, ciñéndose escrupulosamen­te a la temática y al espacio estudia­do, H. Casado ofrece, con todo, mu­cho más de lo que promete con este enunciado. Poco importa que el mar­co geográfico elegido —la comarca de Burgos, esto es, las tierras situadas en un radio de unos 30 Km. en torno a la urbe, delimitadas más por sus características físicas que por su per­

tenencia a una realidad político-admi­nistrativa: el alfoz de Burgos— no tenga unas excesivas dimensiones. Lo realmente importante es la profundi­dad con la que se abordan los distin­tos «hechos» que en ese marco acon­tecen. Da igual, por otro lado, que la ciudad de Burgos no aparezca en el encabezamiento que sirve de título a la obra: de hecho, el núcleo urbano húrgales es su verdadero protagonis­ta, el personaje que, permaneciendo en la sombra, está en la mente de los demás componentes del reparto, y, por supuesto, en la del autor. A fin de cuentas, H. Casado, buen conoce­dor de la historia medieval de Bur­gos, como lo atestiguan sus investiga­ciones anteriores, plantea su trabajo desde los presupuestos teóricos y me­todológicos del modelo —aún imper­fectamente desarrollado— de las re­laciones campo-ciudad. Y aunque adopta también muchos postulados de la clásica «historia regional», pre­tendiendo al mismo tiempo hacer «historia total», no puede negar que la ciudad desempeña un papel funda­mental en ese esquema y que no es —como así lo señala en diferentes ocasiones— un mundo fácilmente es-cindible de sus áreas rurales circun­dantes. Desde esta óptica, las fechas y los límites cronológicos tampoco son —no podían serlo— rígidos. Aun­que H. Casado se centra preferente­mente en el período de tiempo que

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va de 1400 a 1520, sus referencias al pasado anterior son constantes como medio para comprender la evolución histórica que cristaliza y se concreta en esa centuria del Cuatrocientos. Del mismo modo, su trabajo se adentra en el siglo xvi, no tanto porque en él se perfila la encrucijada histórica que abre la puerta al movimiento de las Comunidades, cuanto por el he­cho de que en él también encontra­mos prefigurados algunos de los acon­tecimientos —la temprana decadencia de Burgos, por ejemplo— que ten­drán su plasmación sólo unas déca­das después.

Señores, mercaderes y campesinos. He aquí los personajes del espectácu­lo al que antes aludíamos y que, como tales, aparecen encabezando el título del libro de H. Casado. Ellos com­ponen el tríptico en torno al cual se articulan las relaciones sociales y se configuran las oposiciones fundamen­tales, no siempre de carácter vertical (entre dominantes y dominados), sino a menudo también de carácter hori­zontal (las que enfrentan entre sí a los miembros de los grupos dominan­tes). Unos —los señores y los mer­caderes— se muestran a los ojos del estudioso mejor delineados que otros —los campesinos—. Y en este juego de luces y sombras, que escapa con frecuencia a las intenciones del autor, también parece haber sido decisivo el peso de lo urbano: no en balde la do­cumentación originada en la ciudad y conservada en sus archivos privilegia a unos frente a otros. Pero todos y sería inútil buscar protagonismos en

este nivel— desempeñan su papel y mantienen relaciones entre sí. Unas relaciones que se definen tanto por el régimen de propiedad de los me­dios de producción como por unos mecanismos de coerción extraeconómi-ca —de naturaleza política, jurídica, militar, ideológica, etc.— basados y estructurados a partir de la noción de privilegio. Unas relaciones sociales, en definitiva, que explican y son las res­ponsables de la evolución social y económica que registra la comarca burgalesa en el tránsito de la Edad Media a la Moderna.

Partiendo de estas premisas, que están presentes a lo largo de toda la obra, H. Casado hilvana su discurso de una forma sencilla, sin concesiones a la aparatosidad teórica o metodoló­gica. Podrían hacerse, es verdad, al­gunas objeciones al esquema que pro­pone —¿por qué separar tan tajante­mente, por ejemplo, el análisis de las actividades económicas y de la pro­ducción del estudio de la articulación social y de la estructura de la propie­dad de la tierra?—, pero el conjunto está bien trabado, resulta lógico —¿la historia lo es?— y a la vez dialéctico. En la primera parte, H. Casado es­tudia el medio físico de la comarca y destaca las principales característi­cas ecológicas que inciden en la dis­tribución de la vegetación natural y en el grado de aprovechamiento del suelo. Las condiciones del relieve, el estudio de la red hidrográfica y del clima, el análisis del paisaje vegetal, de los tipos de suelo y su utilización son los aspectos «estructurales* que

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atraen su atención. Sobre este espacio viven unos hombres que mantienen con él un diálogo y unas relaciones que históricamente han cuajado en la red del poblamiento. H. Casado saca provecho a las fuentes —no tan ricas como las existentes en otras regiones peninsulares— que proporcionan al­guna información demográfica, ya se trate de repartos fiscales mandados hacer por la Corona o el Obispo, ya de informaciones señoriales o de apeos de bienes de las principales ins­tituciones eclesiásticas asentadas en la zona. También utiliza los datos que arroja el censo de 1528, más fiables que cualesquier otros, pero no exen­tos tampoco de problemas. Con estos pobres materiales, sin embargo, Hila­rio Casado estima para diferentes fe­chas el número de hombres, calcula densidades de población y establece diferencias zonales en función del gra­do de ocupación del espacio. Si bien la evolución de la población a lo lar­go del siglo XV es ascendente, siguien­do la marcha trazada por otras varia­bles, las densidades que se alcanzan a finales de dicha centuria no son muy elevadas (unos 10 hab/Km^). En rea­lidad, la comarca burgalesa aparece salpicada por numerosos núcleos de población (unos 200, de los cuales 150 se pueden considerar como autén­ticos lugares o concejos), la mayoría de los cuales, empero, cuentan con muy cortos efectivos, configurando un poblamiento que, en líneas gene­rales, es el mismo que se consolida en los siglos xii y xiii, una vez ce­rrado el gran ciclo de repoblación al-

tomedieval, y sobre el que apenas in­cidió la crisis del siglo xiv. Un po­blamiento, apunta asimismo H. Casa­do, que no registra a lo largo del Cua­trocientos ninguna otra modificación que la desaparición de algunos nú­cleos (al igual que había ocurrido tam­bién en los siglos xii y xili) como consecuencia de la reorganización del habitat y de una cierta jerarquización poblacional, pero sin que ésta diera lugar a la aparición de puntos noda­les de importancia, pues el propio de­sarrollo de Burgos ahogaba esa posi­bilidad.

El estudio de las actividades eco­nómicas, que ocupa la segunda parte del libro, sigue el esquema tripartito clásico de los sectores de actividad, por más que esta división resulte ana­crónica a la hora de aplicarla a la rea­lidad económica del período que se estudia. El mayor espacio lo dedica H. Casado, como no podía ser menos, al mundo agrícola y a la producción agraria. Junto a los apartados relati­vos a la distribución de los cultivos, a la organización del terrazgo, a los sistemas de cultivo y a las técnicas agrícolas, tratados por lo general con una gran minuciosidad y una sorpren­dente acumulación de información (baste con citar esa reconstrucción mi­croscópica, parcela por parcela, del 80 por 100 de la superficie cultivada del lugar de Quintanaortuño), sobresalen por su interés y originalidad los de­dicados al paisaje agrario (en el que, por cierto, no se observa todavía una división del terrazgo en hojas de cul­tivo, aunque es ahora cuando comien-

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zan a darse las condiciones que deter­minarán su asentamiento a lo largo de la primera mitad del siglo xvi) o al dominio y explotación de las aguas (tanto para el riego y la pesca como para fuerza motriz) y, dentro de la actividad ganadera, los que tratan de las mestas locales o de la cría de ga­nado al servicio de la demanda urbana burgalesa. El capítulo dedicado a la artesanía rural se resiente, en cambio, de la falta de datos. Hay, no obstan­te, en H. Casado un interés —un tan­to forzado quizá— por comprobar si esta actividad se adapta a los paráme­tros del modelo protoindustrial esbo­zado en su día por F. Mendels para otras épocas y regiones de Europa y luego desarrollado por otros autores como Kriedte, Medick y Schlumbohm, así como una preocupación por descu­brir las causas de la débil implanta­ción de la actividad industrial en la comarca —incluida la propia urbe—, a pesar de que, como él mismo señala, no faltaron las condiciones favorables a su desarrollo. Por las mismas razo­nes de falta de documentación, el ca­pítulo relativo al comercio se centra más en el estudio de las comunicacio­nes y de las ferias y mercados (limi­tados prácticamente a los que se cele­braban en Burgos) que en el análisis y cuantificación de los flujos mercan­tiles, aunque las cifras de alcabalas de algunos años le permiten a H. Casado hacer algunas consideraciones acerca de las villas que tenían un mayor vo­lumen de tráfico, amén, lógicamente, de la ciudad de Burgos, que era el auténtico mercado de la comarca.

Cierra esta segunda parte un capí­tulo en el que H. Casado nos presen­ta los datos de la coyuntura: funda­mentalmente, producción cerealística (o, mejor dicho, series de préstamos decimales arrendados por el Cabildo catedralicio), precios de diferentes productos agrícolas (trigo, cebada, vi­no, carbón y leña) y de algunos ma­teriales de construcción y salarios (tanto de jornaleros agrícolas como de trabajadores de la construcción). No se trata, empero, de datos aisla­dos, discontinuos, sino de auténticas series que nada tienen que envidiar a las que conocemos para centurias pos­teriores y que ponen una vez más de manifiesto el intenso trabajo de ar­chivo desplegado por H. Casado. Ello le permite determinar, junto con los datos acerca del movimiento de la renta de la tierra y del precio de la superficie agrícola que incluye en la tercera parte, la evolución de la co­yuntura económica y esbozar una pe-riodización en tramos de más corta duración. Así, si la tendencia secular es expansiva, se puede distinguir una primera fase, que abarca la primera mitad del siglo, en la que el creci­miento es lento pero continuado. Si­gue una etapa de crisis, la compren­dida entre 1450 y 1480, en la que la caída de la producción agrícola y el alza de los precios están acompañados de desastres demográficos y conflictos sociales y políticos. Sin embargo, a partir de 1480, aproximadamente, to­dos los indicadores manifiestan una clara recuperación económica, que se mantiene hasta comienzos del s¡-

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glo XVI, en que de nuevo las dificul­tades comienzan a dibujarse en el ho­rizonte.

Pero con ser importantes estas con­clusiones —en ellas encontramos cla­ramente explicitados los tempranos orígenes del crecimiento económico del siglo XVI—, lo más sugestivo del libro de H. Casado se encierra, a mi entender, en la tercera parte. En ella, en efecto, se delinean las relaciones sociales que vinculan a los campesinos con los señores, sean éstos la alta no­bleza, las poderosas instituciones ecle­siásticas asentadas en la zona, el Es­tado o el propio concejo burgalés co­mo señor jurisdiccional. Dichas rela­ciones se expresan en la renta de la tierra que, en virtud de diversos tipos de contratos agrarios (arrendamientos cortos, vitas, censos enfitéuticos), los campesinos pagan a los propietarios del dominio eminente del suelo en el marco de una estructura de la propie­dad profundamente desequilibrada; pero también en los otros mecanis­mos de apropiación del excedente (desde el diezmo y los viejos tributos señoriales hasta la fiscalidad estatal, cada vez más en manos, por la vía de la enajenación, de la nobleza), que H. Casado analiza, asimismo, con de­talle y gran acopio de información.

En la comarca de Burgos, sin em­bargo, esas relaciones se complican debido a la presencia y actuación de los «burgueses» de la ciudad, y fun­damentalmente de los mercaderes, hombres de negocios y demás repre­sentantes del patríciado urbano, que

adquieren bienes rústicos, encensan tierras de la Iglesia y colocan nume­rario en censos consignativos. Apo­yándose en las noticias que aportan los contratos de compraventa, arren­damiento o censo enfitéutico, los apeos de instituciones eclesiásticas o los testamentos e inventarios post mortem, H. Casado estudia con mi­nuciosidad esta penetración progresi­va del capital urbano en la comarca burgalesa. Sobre la base de 1.275 ope­raciones de compraventa, analiza el volumen de dinero invertido, los tipos de bienes adquiridos, la localización y la cronología de las compras, la condición social de vendedores y com­pradores, el precio de la tierra, etc. El cuadro 14, por ejemplo, en el que presenta una relación de mercaderes y miembros de la oligarquía urbana —371 en total— propietarios de bie­nes rústicos en la comarca burgalesa, con indicación del año en que los ad­quirieron, el tipo de bienes y su lo­calización geográfica, merecería estar incluido en cualquier antología de fuentes y textos de la historia econó­mica española.

Ahora bien, esa penetración de ca­pital urbano no se tradujo en una mejora de las explotaciones agrícolas ni sirvió para dinamizar la economía agraria de la comarca. Los comercian­tes y hombres de negocios burgaleses compran tierras, pero las ceden ense­guida en arrendamiento o censo en­fitéutico, lo mismo que hacen las ins­tituciones eclesiásticas y la nobleza. Las razones que les mueven son muy variadas, y entre ellas están las de or-

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den estrictamente económico (búsque­da del autoabastecimiento de produc­tos agrarios, comercialización especu­lativa de las rentas sobrantes, inver­siones en bienes seguros y revaloriza-bles, actividad complementaria y me­dio de diversificar los negocios y los riesgos) y aquellas otras que se sitúan en el plano sociológico y mental (mo­delo aristocrático de vida, imitación de la nobleza, prestigio social, todo ello como paso previo a la adquisi­ción de jurisdicciones, cosa que alcan­zarán en la centuria siguiente), pero en sus cálculos no entra invertir en la producción agraria, de la misma manera que tampoco lo hacen en la

industria. Así, pues, lo que pudo ha­ber constituido una interferencia ob­jetiva en las relaciones sociales esta­blecidas entre señores y campesinos, lejos de modificar las estructuras feu­dales, contribuyó a acentuarlas. Ello explicará —y es la última enseñanza que se saca del libro de H. Casado-tanto el alineamiento de la burguesía burgalesa en el movimiento de las Comunidades como la temprana deca­dencia de Burgos como plaza mercan­til una vez que empiecen a cambiar las condiciones del tráfico atlántico.

Alberto MARCOS MARTÍN Universidad de Valladolid

Jerónimo LÓPEZ-SALAZAR PÉREZ: Mesta, pastos y conflictos en el Campo de

Calatrava (siglo XVI). Madrid, CSIC, 1987, 211 PP-

Han transcurrido siete años desde que al redactar la «Nota introducto­ria a la tercera edición en castellano» de La Mesta, de J. Klein, Ángel Gar­cía Sanz llamara la atención sobre la escasez de trabajos que desde la pu­blicación de la obra del historiador norteamericano hubieran contribuido a modificar sustancialmente la visión de la Mesta que aquél dejó perfilada, al tiempo que destacaba el vacío exis­tente en torno a la historia económi­ca y social de la trashumancia. Hoy, por suerte, y a la vista de la mas re­ciente producción historiográfica, po­demos decir sin temor a equivocarnos que esta deficiencia comienza a ser

superada. En tal sentido, el traba)o de Jerónimo López-Salazar Pérez con­tribuirá, sin duda, a llenar una parte considerable de ese vacío, reto éste cargado de dificultades que el autor asume con la certeza que proporciona el manejar un material de primera ma­no, leído prescindiendo de los con­sabidos tópicos y prejuicios antimes-teños —aun a riesgo de incurrir en otros de signo contrario— y con la certidumbre que transmite la propia experiencia recogida a través de un trabajo como el de campo, que tan de lado dejan a veces los historia­dores.

A nuestro juicio, dos son las lineas

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generales de investigación que verte­bran su análisis: la primera, los múl­tiples procesos socioeconómicos que desencadena la práctica de la trashu-mancia en el Campo de Calatrava; la segunda, los costes subsidiarios que para la actividad ganadera se derivan de ello. Esto hace que entre sus ob­jetivos prioritarios se encuentre el co­nocimiento de la superficie adehesada perteneciente a la Orden de Calatrava y la evolución de la renta de los pas­tos en el siglo XVI (cap. I), así como el análisis de los conflictos de todo tipo que tuvieron por protagonistas a los mesteños y a los particulares o concejos del Campo de Calatrava. Por el peso específico que sobre el apar­tado de los costes de producción su­ponen, destaca un primer y fundamen­tal bloque conflictivo que agrupa los pleitos por los aprovechamientos de dehesas (cap. III) y por la observan­cia del siempre problemático y cues­tionado privilegio de posesión (capí­tulo V). Un segundo bloque lo inte­gran los enfrentamientos surgidos en el camino de los ganados hacia los adehesamientos (cap. II), con los con­cejos (cap. IV) y con la Real Hacien­da (cap. VI).

Ya desde las primeras páginas del libro se pone de manifiesto un hecho que va a ser clave en la configuración de las relaciones sociales en la zona estudiada. Nos referimos a la omni-presencia de la Orden de Calatrava: 114 dehesas repartidas por 30 de los 41 términos municipales que compo­nían la comarca y que ocupaban una superficie total de 252.630 hectáreas.

datos éstos que el autor expone me­ticulosamente desglosados en los cua­dros I-II y en el extraordinario mapa que incluye en el texto para situar, especificando la cabida y la dedica­ción, todas las dehesas propiedad de la Orden. A partir de aquí se explica el sentido que adquirieron bastantes de los conflictos promovidos contra los ganaderos trashumantes y su re­solución final.

El siguiente paso se encamina a de­terminar el modo en que evolucionó durante el siglo xvi la renta de los pastos de invernadero. Recurre para tal fin a la seriación de los arrenda­mientos de las dehesas de la Mesa Maestral y de las alcabalas de las hier­bas (cuadros III y IV), obteniendo los siguientes períodos en la evolución de la renta de los pastos en la centu­ria del Quinientos: 1499-1533 ó 1502-1534, en que la renta de los pastos maestrales se eleva en un 41 por 100, mientras que las alcabalas de hierbas sólo lo hacen en un 21 por 100; 1533-1561 ó 1534-1559, etapa caracterizada por una subida del 125 por 100 en la renta y del 175 por 100 en las alcabalas; 1561-1592, donde se aprecia una disminución de los valores con respecto al período an­terior; una última fase que se extien­de entre 1593 y 1602, con un creci­miento en las rentas de los pastos maestrales del 40 por 100. Las cifras confirmarían así las previsiones acer­ca de la decadencia de la actividad trashumante con anterioridad a los años centrales de la centuria, motiva­da, entre otras razones, por la reduc-

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ción de los beneficios de las explota­ciones ante el aumento de los costes de producción en el apartado corres­pondiente a inversiones en yerbas, ca­pítulo que no parece se viera com­pensado con la elevación de las coti­zaciones de la lana merina en los mer­cados peninsulares y del exterior.

Sin embargo, y pese a detectarse un aumento cuatro o cinco veces su­perior de la renta entre los comienzos y el final del siglo, convendría —y esto lo apuntamos sólo como obser­vación— intentar precisar en qué me­dida esta subida generalizada de las yerbas afectó a unas u otras cabanas, tanto riberiegas como trashumantes, pues es más que segura la existencia de subidas diferenciadas, incluso en el mismo seno de la trashumancia, y prueba de ello son los enfrentamien-tos que sobrevienen entre los mismos hermanos de la Mesta en la segunda mitad del siglo. Buscar una pretendi­da uniformidad en la evolución de los arrendamientos de las dehesas resul­taría poco menos que imposible por cuanto las fluctuaciones del mercado de las yerbas, la distinta naturaleza de los arrendatarios, la calidad y la ca­pacidad de los pastizales intervienen de manera selectiva en los precios de remate. Como también lo hacen las consecuencias inmediatas que sobre la superficie susceptible de ser pastable provoca la creciente presión demográ­fica del siglo XVI y todo aquello re­lacionado directa o indirectamente con el derecho posesorio, cuestiones ambas a las que conviene dedicar un breve comentario por separado y que

conforman, en nuestra opinión, los capítulos centrales del libro.

En las roturaciones de dehesas con­fluyen una serie de circunstancias que hacen de su práctica algo muy espe­cífico. Para quienes las llevaban a ca­bo constituían en ocasiones el único medio de supervivencia; para los mes-teños, en cambio, el rompimiento de una dehesa suponía la merma de los pastos de invernadero de sus gana­dos, el encarecimiento de los precios de las yerbas y el cese inmediato del privilegio de posesión. En este con­texto hay que situar el empeño de los hermanos del Honrado Concejo por evitar los rompimientos de dehe­sas, a lo cual se opondrían sistemáti­camente señores interesados en la per­cepción de sustanciosos ingresos por rentas o por diezmos y concejos que, agobiados por el pago de algún tribu­to, exhibían licencias reales autorizán­doles la apertura de nuevas tierras. Para los señores del Campo de Cala-trava, como el mismo López-Salazar destaca, la roturación de dehesas sig­nificaba un aumento del número de vasallos al que no estaban en modo alguno dispuestos a renunciar. La his­toria de la trashumancia adquiere así una nueva dimensión, alejada del tó­pico enfrentamiento entre ganaderos y pequeños labradoíes, desde 'el mo­mento en que aparece un grupo de terceros interesados cuyas diferencias con los señores de los ganados pre­fieren ventilarlas en la propia Corte, en lugar de en los campos manchegos.

Tales enfrentamientos, constantes a lo largo de la Edad Moderna, como

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hemos tenido ocasión de comprobar para un tiempo y un espacio diferen­tes pero con características muy simi­lares en algunos aspectos, condiciona­rían en gran medida el desarrollo de la actividad ganadera. Este hecho, unido a los procesos motivados por la creciente presión demográfica, ex­plica el que se produjera en algunas fases del siglo una moderación sus­tancial de las pretensiones mesteñas sobre los pastos. Y ésta es, ciertamen­te, una diferencia notable respecto a lo sucedido en otros lugares de des­tino de los rebaños trashumantes don­de, si bien es verdad que muchas dehesas por su peculiar composición edafológica no eran apropiadas para la siembra de cereales, no es menos cierto que en un considerable núme­ro de las que sí lo eran se abandonó esta dedicación en beneficio de la pas­toría al darse una concomitancia de intereses entre sus propietarios y los ganaderos trashumantes.

Respecto del privilegio de posesión, López-Salazar consigue aclararnos mu­chas de las dudas existentes en un te­ma siempre polémico y cargado de in­terpretaciones erróneas por parte de los historiadores, tanto en lo que con­cierne a sus orígenes como al modo en que se aplicaba. Sabido es que se adquiría después de pacer en paz los ganados en cualquier dehesa o pasto durante -ua invernadero y que no se perdía sino por muerte del ganado, por impago de la renta, por agravios al propietario de la dehesa, porque éste la precisara para pastarla con su propio ganado, o porque el herbajero

renunciara voluntariamente a él. Si bien su objetivo primordial no fuera otro —lo cual no es poco— que lo­grar pastos baratos, seguridad en el arriendo y ausencia de competidores, la eficacia del sistema no se manifies­ta como tal cuando, por producirse una subida generalizada en los pre­cios de las yerbas, los ganaderos de menor poder económico se ven obli­gados, en atención al mantenimiento de los costes de producción en unos niveles razonables, a prescindir con frecuencia de los pastizales sobre los que ejercían el privilegio posesorio, circunstancia que adquiere en el Qui­nientos una trascendencia especial a poco que se observe el movimiento seguido por la renta de las yerbas. Por todo ello, no podemos menos que coincidir con el autor cuando en sus conclusiones lo considera relativamen­te eficaz para la seguridad en el arriendo y muy poco eficaz, al menos en el siglo XVI —y en el xvii y xviii también, añadiríamos nosotros—, pa­ra evitar la subida de la renta de los pastos: todo lo más, sirvió para mo­derarla, pero no para impedirla. Más discutible, en cambio, nos parece la reivindicación para el siglo xvi de un comportamiento diferente en la apli­cación del privilegio posesorio con respecto al xviii argumentando la existencia de unas tasas de yerbas, porque-nos consta que la inobservan­cia de las tasas era práctica habitual entre los propietarios de las dehesas.

Un flujo socioeconómico de la mag­nitud e intensidad de la trashumancia por fuerza tenía que desencadenar

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controversias en las zonas que lo so­portaran porque, se mire desde donde se mire, constituía un elemento ex­traño a la actividad económica impe­rante. Por tanto, los numerosos con­flictos que se plantearon a lo largo del siglo XVI en los campos manche-gos representan el colofón lógico a un choque de intereses encontrados y que en muy contadas ocasiones lle­garon a estar próximos. Para estu­diarlos, el autor propone una siste­matización que, dejando aparte los pleitos sobre los modos de aprovecha­miento de las dehesas y el privilegio de posesión aludidos anteriormente, abarca los conflictos planteados en el camino hacia las dehesas y con los concejos.

Entre los primeros destacan los motivados por la labranza y ocupación de las vías pecuarias, por las exigen­cias en el cobro de los derechos de paso y prendas de ganado, y por la pretensión de los pueblos de que los ganados no salieran de las cañadas se­ñaladas para su tránsito hacia los pas­tizales. La voluminosa documentación manejada sobre el particular demues­tra con datos fehacientes que las ro­turaciones llevadas a cabo en las ca­ñadas no tuvieron nunca la trascen­dencia que en ocasiones se les ha que­rido atribuir. Mayor importancia re­visten los enfrentamientos planteados entre los ganaderos trashumantes y los concejos con motivo del intento constante de estos últimos por cerrar sus términos municipales y obligar a los ganados a transitar por cañada se­ñalada y acordelada, prescindiendo así

de viejas servidumbres y proclamando como únicamente válida la normativa que las nuevas ordenanzas de los pue­blos fijaban sobre el particular. Aho­ra bien, lo que aquí se dirime no deja de ser una pugna de intereses con cla­ras reminiscencias de tipo feudal, pues al ampararse los mesteños en ya caducos privilegios o rechazar ios de nueva imposición contenidos en las ordenanzas, la solución a los conflic­tos entra inexorablemente en una vía muerta en que las antiguas concesio­nes, por trasnochadas respecto de la realidad de los tiempos, no se pueden ya mantener, ni las de nueva impo­sición, por modernas, aceptar.

Un segundo grupo de conflictos en­globa los pleitos por mojoneras, por cortas, talas, guardas de dehesas, usurpaciones de pastos, y por los aprovechamientos y preeminencias que debían disfrutar los vecinos de Almodóvar del Campo en la Vereda Mayor, que, desde la aldea de Vere­das, se dirige a tierras cordobesas des­pués de atravesar el Valle de Alcudia. Largo pleito éste en el que los veci­nos de Almodóvar hubieron de en­frentarse a dos poderosos rivales, la Corona y los posesioneros de las dehe­sas maestrales de Alcudia. No nos ca­be la menor duda de que el enfrenta-miento fue de una magnitud conside­rable, por los intereses puestos en juego y por las consecuencias del mo­do en que se resolvió finalmente; pe­ro con lo que nunca podremos estar de acuerdo es con la equiparación del problema con el planteado en la pro­vincia de Extremadura durante la se-

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gunda mitad del siglo xviii, como su­giere López-Salazar, porque, incluso haciendo abstracción en el tiempo, ni el estado de cosas del que se partía ni las cuestiones de fondo que se de­batieron son susceptibles de compa­rarse.

El último capítulo del libro recoge sucintamente parte de los numerosos pleitos que los ganaderos mantuvie­ron con la Real Hacienda y con los arrendatarios de la Mesa Maestral y de los impuestos reales, en relación con los socorros y préstamos —entre ellos destaca el que a partir de 1537 enfrentó a los mesteños con los Fú­cares, y en el que el Consejo de las Ordenes dictó sentencia en favor de aquéllos eximiéndoles del pago ade­lantado de los 13.000 ducados que reclamaban los banqueros alemanes por el arriendo de 1537-1540—; los surgidos en torno al cumplimiento de las servidumbres impuestas por las minas de Almadén sobre las dehesas maestrales; con los recaudadores de las alcabalas de yerbas; por el cobro del diezmo de ganados, y por los aprovechamientos de la bellota de las dehesas de la Orden. Se confirma así el hecho, no por sabido menos impor­tante, de que la alianza mantenida en­tre la Corona y la institución mesteña

no estaba exenta de conflictos, algu­nos de ellos muy graves, sobre todo cuando había intereses monetarios de por medio.

En resumen, un trabajo fundamen­tal para el análisis de las implicacio­nes agricultura-ganadería, cuyo esque­ma interpretativo, tanto por el en­samblaje pormenorizado que hace de cada una de las piezas que lo confor­man como en la visión de conjunto que se desprende de él, encaja perfec­tamente en el modelo de explicación histórica del siglo xvi. A la vista de lo expuesto, hora es, pensamos, de emprender trabajos sectoriales de si­milares características al de Jerónimo López-Salazar Pérez en todas las zo­nas de destino de los rebaños trashu­mantes para después, en un segundo nivel de estudio, contrastar los resul­tados obtenidos. Finalmente, y frente a la modesta opinión del autor de valorar su aportación como un peque­ño grano de arena en el problema his-toriográfico mesteño, consideramos que con ella la historia socioeconómi­ca del Quinientos, en general, y de la trashumancia y la Mesta, en parti­cular, han completado un buen trecho.

Miguel A. MELÓN JIMÉNEZ

Universidad de Extremadura

I. ATIENZA HERNÁNDEZ: Aristocracia, poder y riqueza en la España Moderna. La Casa de Osuna, siglos XVI-XIX, Madrid, Siglo XXI, 1987, 447 pp.

Es una cuestión fácil de admitir que, a medida que avanzan nuestros

conocimientos sobre un período, más arriesgado es aventurar explicaciones

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de conjunto sobre él. Quizás sea ésta la razón —aunque hay otras menos confesables— por la que en muchos de nuestros trabajos se elude la inten­ción explicativa y se pone el acento sobre la erudición, sea de datos, de cifras o de descripciones más o menos certeras, pero que ni siquiera entran en los problemas e interrogantes más inaplazables.

Sólo esta reflexión debiera ser su­ficiente para valorar de manera muy positiva el libro de I. Atienza: un estudio sobre la Casa de Osuna que reviste un indudable interés por el extenso ámbito cronológico que abar­ca, por los numerosos aspectos que necesariamente se han de tratar —y que aquí se tratan sin temor— y por­que la temática es vertebral en nues­tra historia. Es precisamente ese in­tento explicativo lo que ha llevado al autor a rehuir un planteamiento do­cumental cómodo y a optar por unas fuentes dispersas que van desde las locales y municipales a los más impor­tantes fondos documentales del país y alguno del extranjero. Dicho sea es­to para resaltar lo que el trabajo tiene de búsqueda inconformista y para de­jar constancia del esfuerzo que, sin duda, ha supuesto.

Su principal aportación se mueve en un campo de actualidad que es indis­pensable, a su vez, para entender los procesos económicos: la historia del poder, que, en su sentido más am­plio y, paradójicamente, el más sutil e inasible, no es historia política e ins­titucional, sino, además, historia so­cial, historia económica y de las «men­

talidades», o, quizás mejor —y por ello calificaba el tema de vertebral—, historia de todo ello al tiempo. Es este presupuesto del poder como algo plurídimensional, que va más allá de la norma legal y trasciende lo pura­mente institucional, y que su autor toma de Foucault, lo que constituye la novedad en el estudio de unos te­mas como el señorío, la aristocracia y la riqueza nobiliaria, conocidos has­ta ahora en muchas de esas dimensio­nes, pero nunca en su compleja arti­culación ni en los variados modos de insertarse en un conjunto social cam­biante.

Dada la variedad de planos del po­der señorial, el autor se ve obligado a referirse a claves historiográficas y frentes de análisis muy diversos en los que se intentan insertar sus argu­mentos. Ello constituye un empeño difícil y sujeto al riesgo de resultados irregulares, por dos razones. Primero, porque muchas cuestiones son aún ob­jeto de controversia entre los especia­listas de cada una de ellas; considé­rese, por ejemplo, la dificultad de un tema como el de «Corona y señorío» (cap. IV), que roza una polémica abierta y todavía candente como es la de la naturaleza del Estado en la Edad Moderna. Segundo, porque implica la inclusión de un discurso general de muchas cuestiones concretas que van, por poner ejemplos, de los millones a la plenitudo potestatis, o que son susceptibles de interpretación ambiva­lente, como el «secuestro» de seño­ríos (¿medida quirúrgica de sanea­miento por parte de la Corona, o for-

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ma de presión fiscal sobre la aristo­cracia?) o la deuda señorial (¿cala­midad aceptada con resignación, o balón de oxígeno indispensable para sacar el máximo provecho personal al mayorazgo?).

Con todo, lo cierto es que se cons­truye aquí un exhaustivo análisis del estado de Osuna, provincia de Sevilla, atendiendo a su funcionamiento inter­no y al modo en que su evolución de­pende del devenir y los intereses ge­nerales de la Casa, así como a lo que podríamos llamar la «arqueología del poder», tomando del libro reciente de A. Hespanha un concepto que tam­bién tiene resonancias «foucaultia-nas». A partir de tal planteamiento, el autor sostiene la idea de la subor­dinación del señorío al poder del rey, pero nos revela, asimismo, el amplio juego que ese engarce de poderes per­mite a sus titulares. Eso significa sub­rayar la concurrencia en la aristocra­cia de unos resortes de actuación que afectan a los procesos políticos, ad­ministrativos, ideológicos y económi­cos, lo que creo interesante para quie­nes nos dedicamos a la historia de la economía, por varias razones. Una de ellas porque sirve para devolver a la historia, y en concreto a los procesos económicos, el carácter de fenómeno dependiente de decisiones sociales de compleja naturaleza y raíces, lo que no está mal después de una época en que la base productiva se ha consi­derado como el deus ex machina del devenir histórico. Otra porque, por esa vía, se convierte a una institución con clara proyección económica en

pieza clave del control y la fricción social y de la reproducción del siste­ma en su conjunto, lo que refuerza la necesidad de su estudio en todas las dimensiones posibles.

Con el objeto de apuntalar esas ideas se da un repaso a la legalidad y realidad del señorío (caps. 3, 4 y 5), pasando de los aspectos gubernativos a los de justicia o administración, o a los económicos y «fiscales», e incluso a los culturales o de mecenazgo e in­fluencia ideológica. Precede a todo ello un análisis de lo que significa la nobleza en el Antiguo Régimen y de la forma en que se ensamblan y se­paran entre sí conceptos como esta­mento, casa, mayorazgo, señorío y es­tado señorial, cuyo uso indiscrimina­do suele llevar a algunas confusiones. Se termina con el estudio de la crisis definitiva de la Casa durante el si­glo XIX; en él se da contenido real y se matizan muchas afirmaciones acer­ca de esta aristocracia que no siempre tuvo éxito en su intento de adapta­ción al régimen liberal. Todo esto convierte a los Osuna en la familia aristocrática mejor conocida para la historiografía española actual y al li­bro en un modelo de imprescindible consulta.

El trabajo tiene también interés por los temas que abre o las interro­gantes que —a veces por falta de coincidencia con otros autores— obli­ga a plantearse.

Así, en sintonía con la tesis cen­tral del libro, el autor ve en «la pre­sión fiscal de la Corona» la razón

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que, «especialmente», provocó la «si­tuación crítica» de la aristocracia en el plano económico. Por desgracia, el tema no se puede resolver en estas notas, y, en todo caso, conviene apre­surarse a decir que el balance econó­mico de las relaciones Aristocracia-Estado era algo secundario y casi siempre supeditado al interés de am­bos en la reproducción de los rasgos sustanciales del sistema social. Senta­do esto, creo que se debe distinguir entre lo que supone el poder del rey como freno y como factor de recom­posición del ingreso aristocrático, y la presión fiscal de la Corona sobre el mayorazgo. Una vez en este plano —que es donde sitúa Atienza su ra­zonamiento—, se han de contabilizar no sólo las deudas señoriales provo­cadas por las peticiones de auxiliutn del monarca, sino también las frecuen­tes mercedes que ese auxilium lleva­ba como contrapartida para los seño­res, y que el autor registra en vanos pasajes de su obra. Ello hace muy compleja la cuestión. En parte, por­que esas mercedes no siempre eran de tipo crematístico y susceptibles de medición contable. Pero, sobre todo, porque obliga a ver las relaciones ms-titucionales Estado-mayorazgo en el conjunto más amplio de las que se dan entre la aristocracia y la Corona. Aquéllas exigían la deuda aristocrá­tica para cumplir la función de apoyo al monarca inherente al mayorazgo. Pero éstas eran la razón de ser de muchos favores en concepto de com­pensación por esos servicios que re­cibían los titulares del señorío. Di­

chos favores podían revertir en un saneamiento de las rentas vinculadas; es el caso de las reducciones especia­les del tipo de interés de los censos. Mas no siempre era así. A veces, la compensación, económica o no, era disfrutada por el titular sin que éste dedicara el más mínimo esfuerzo a mejorar el patrimonio vinculado; esto era frecuente, por ejemplo, cuando se trataba de favores en metálico, sobre­seimiento de pleitos, posibilidades de ampliación de la clientela, etc. Es po­sible por ello que en nuestros cálcu­los salgan abultadas las cifras de en­deudamiento que provocó el servicio al rey; pero no se deben hacer juicios tajantes al respecto, dado que no siempre podemos calcular todo lo que los grandes nobles recibieron por ese esfuerzo. Y lo que recibían, sea en dinero o en influencias —una cosa traía la o t r a - , no debía ser poco a juzgar por el interés que todos eUos mostraron durante c^« todo el XVII

por estar cerca y al servicio del rey. £ más, visto así, parece claro que una parte del dinero tomado a censo se orientaba a la obtención de liqui­dez para embarcarse en servicios y empresas de todo tipo, o, acaso, para darse al gasto suntuario.

Creo, además, que por esa vía qui­zás podamos superar también la con­cepción de la deuda aristocrática co-mrresultado de la «mala» e «irraao-nal» gestión del patrimonio. Lo que demuestra Atienza - s i se me permite una lectura diferente de sus d a t o ^ no es lo irracional de tal gcsuon. Es,

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simplemente, que su racionalidad no se ajusta a la de las empresas actua­les. El «despilfarro aritocrático», sín­toma de la «mala» gestión, era, en parte, la manifestación de unas des­economías de escala propias de patri­monios muy extensos y dispersos y de difícil control administrativo, cuyo tamaño no se establecía a partir de una lógica de maximización del bene­ficio, sino por la política matrimonial de la Casa. Pero, sobre todo, el se­ñorío y la aristocracia, como partes integrantes pero individualizadas del «aparato hegemónico», realizaban un gasto no rentable crematísticamente. El fin de ese gasto era el consenso social en torno a la propia persona o familia. Dicho consenso tenía en la exhibición del status aristocrático uno de sus principales soportes. La gene­rosa fundación de patronatos y cape­llanías, el paternalismo que demues­tran en sus relaciones clientelares, el mantenimiento de una Universidad como la de Osuna, el mecenazgo de

literatos y artistas, las demostracio­nes de grandeza en actos públicos, etcétera, son manifestaciones de esa búsqueda de aquiescencia en torno a la propia Casa, y, en algún momento, la base para la obtención de preben­das del rey. Todo ello era caro y no siempre reportaba beneficios —o no se percibían de manera inmediata—... si por beneficio se entiende una sim­ple diferencia entre ingresos y gastos contables.

En suma, estamos ante un esplén­dido trabajo que, bien planteado y entrando en problemas candentes de nuestra historia moderna, interpreta aspectos decisivos y abre líneas de dis­cusión del máximo interés para espe­cialistas en campos muy diversos. Lí­neas que habrán de ser objeto de aten­ción en el futuro y en cuya resolu­ción cabe esperar aún más contribu­ciones del propio autor.

Bartolomé YuN CASALILLA Universidad de Valladolid

Enric MATEU TORTOSA: Arroz y paludismo. Riqueza y conflictos en la socie­dad valenciana del siglo XVIII, Valencia, Edicions Alfons el Magnánim, 1987, 192 pp. (fuentes, bibliografía y anexo de cuadros estadísticos y gráficos).

En una monografía de lectura fácil y objetivos bien precisos, Enric Ma­teu aborda el estudio económico y demográfico de uno de los fenóme­nos de la historia agraria del si­

glo xviii que más polémica suscitó en su tiempo y que también ha sido objeto de atención en nuestros días, por parte sobre todo de los historia­dores de la medicina.

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Es importante ese enfoque global del trabajo, que concede igual impor­tancia al análisis tanto de los datos demográficos como económicos que nos suministra la abundante informa­ción sobre las tierras arroceras valen­cianas en el siglo xviii. Pero su ma­yor originalidad reside en el análisis crítico que el autor hace de dicha in­formación, lo que le permite ponde­rar la importancia de los datos y las razones aportados por muchos de los protagonistas de aquella polémica. Ello es posible porque Enric Mateu no se ha limitado, como otros autores que se habían acercado al tema an­teriormente, a estudiar esas fuentes de carácter oficial, sino que ha reco­rrido los archivos locales valencianos en busca de nuevos datos que permi­tieran aportar conclusiones más sóli­das que las que se desprenden de aquellas polémicas entre los propieta­rios, las autoridades y los ilustrados valencianos del siglo xvni.

El libro está dividido en cinco ca­pítulos que siguen el esquema tradi­cional de muchas monografías de his­toria agraria, y donde sucesivamente se nos muestra la expansión del cul­tivo de arroz entre 1720 y 1807; as técnicas y sistemas de cultivo en los arrozales valencianos de la época; las repercusiones demográficas sobre las comarcas arroceras derivadas del pa­ludismo —y otras enfermedades-— a raíz de la extensión de este cultivo; la evolución de la propiedad arrocera y de su grado de concentración du­rante el período considerado, y, por último, a modo de conclusión, las

tensiones y conflictos sociales en que se vieron envueltos individuos e ins­tituciones de la sociedad valenciana con motivo de la creciente importan cia del arrozal en la agricultura de la provincia. Hay que subrayar que el segundo capítulo incluye un calculo económico de la rentabilidad del arroz en relación con la de otros cultivos alternativos. Y que el tercero, dedi­cado al análisis de las consecuencias demográficas de los arrozales, se abor­da —acertadamente— como una ex­tensión de ese mismo cálculo de la rentabilidad global del cultivo tra^ tando de cuantificar su insalubridad V de incluirla de alguna manera en el renglón de costes de la producción arrocera.

El primer capítulo describe las su­cesivas fases de la extensión del cul­tivo arrocero por las distintas comar­cas q u e a ^ j e d u E l i c a A l ^ J f í i O - ^ período y5ui^es__espedaIi^ntLveloz_ entre 17307 1752,_acabando£OLdes: píazar a ot¿Lc2nio_eLd^iajnoLerA. o7l l r i ¡¿"y convmirj^en_eLcuItivo. de regadío dejiiayoiJniEO£í?í!í?íi-^ en muchas zonai,_ejLunauténíicom^ nocultivo. En la segunda mitad del siglo xvín prosigue la extensión de los arrozales, aunque a un ritmo me­nor e intermitentemente frenado por momentáneas prohibiciones y retroce­sos de escasos efectos a medio y lar­go plazo. El autor introduce ya aquí algunas de las razones y los elemen-tos de la polémica desatada entre par­tidarios y detractores de la extensión de los arrozales: pueblos que intentan recurrir contra el intento de control

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y reducción del arrozal que supone el acotamiento de 1753, mientras otros de la ribera del Turia, así como la ciudad de Valencia, se oponen viva­mente al cultivo del arroz en 1769; curas párrocos que lo defienden en 1764, mientras que otra parte de este clero rural se opone a ello unos años más tarde; intereses de la nobleza y de ciertas instituciones en pro o en contra de los arrozales, mientras la Monarquía se apresura a hacerse con el patrimonio de la Albufera a partir de 1761. Testimonio de esta época de incertidumbres y debates apasionados, de los que sin duda salieron más be­neficiados los grandes propietarios que los cultivadores directos, queda el ejemplo de un sincero cambio de ac­titud ante el fenómeno, como es el muy cualificado de Gregorio Mayáns. Partidario del cultivo hacia 1757, se convierte en un claro denunciante, siete años más tarde, de los pernicio­sos efectos a que rápidamente iba con­duciendo su extensión incontrolada y, en último término, «la codicia de los propietarios», que estaban dando lu­gar a la repetición de peligrosas epi­demias de tercianas.

Las páginas que se dedican al aná­lisis de las características técnicas del cultivo del arroz —los tipos de labo­res y el calendario de las mismas en los diversos tipos de tierra, las rota­ciones posibles con otros cultivos, el utillaje, el abonado, los cambios en los sistemas de regadío— constituyen una de las partes más interesantes de la obra para quien desconozca la ex­trema complejidad de este cultivo o

que no haya observado nunca las fae­nas del cultivador y el inestable pai­saje físico del arrozal. Algunos de es­tos detalles son, además, de gran im­portancia para el desarrollo de los ar­gumentos que el autor expone a con­tinuación. Así, el cultivo con «riego contj nuo>>_y labrando en agua^ intro­ducido al parecer hacia 1730, permi-te alcanzar unos rendimientos clara­mente superiores a los que se llegaba con el método del «arroz a riegos». Este último, sin embargo, es el que intentaban estimular agrónomos y es­critores de la Real Sociedad Econó­mica de Amigos del País de Valencia, como F. de Lago y J. Antonio Val-cárcel, y e! que defendió también el conde de Aranda durante su corta es­tancia en Valencia, esgrimiendo sobre todo las ventajas que para la salud de los pueblos arroceros y de los cul­tivadores suponía frente al primero. Pero los mayores rendimientos y el ahorro de agua de un método eran, al parecer, razones más poderosas que los menores costes demográficos y so­ciales del otro, ya evidentes por en­tonces, y el «arroz a riegos» fracasó muy pronto. ¿Puede residir aquí una de las principales explicaciones de la inusitada extensión y virulencia de la malaria en las tierras arroceras valen­cianas a lo largo del siglo xviii?

El capítulo dedicado a estudiar la relación entre el paludismo de los pueblos arroceros y su evolución de­mográfica en el período introduce al lector en el centro de la polémica que defensores y detractores del arroz mantuvieron en aquellos tiempos.

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Tras una breve, aunque detallada, sín­tesis de las principales epidemias de tercianas que padece el País Valencia­no en el curso de la centuria, el au­tor pasa a analizar críticamente los elementos aportados en la controver­sia, principalmente los de A. J. Cava-nilíes y de V. I. Franco. Tras demos­trar la deficiente calidad de las cifras de población que asigna a muchas lo­calidades el primero de ellos en 1730 y 1787, y el carácter sesgado de la muestra de localidades arroceras que elige para contrastar su deficiente sal­do vegetativo acumulado con el de los pueblos sin arrozales —como ya cri­ticara V. I. Franco—, el autor nos muestra los resultados que se despren­den de un análisis similar llevado a cabo en otra serie de localidades cu­yos archivos parroquiales ha analizado con este fin. J l resultado parece^^ fin de cuentas, dar ja razón a^ava: nilles, porque el saldo vegetativo de todo el período hasta 1770-1780 es deficitario sin excepción para los pue-. hlns qiip rnltivan arroz, si bien a^g£ tir de estas fechas y durante el últi5ip terci,9 del siglo esa tendencia negativa cambia en muchos de ellos, que re­gistran una notable mejoría en la sa­lud de sus moradores, al menos si comparamos las cifras globales de mortalidad con las de natalidad. Este descenso de la mortalidad general se advierte también en los niveles que alcanza la mortalidad infantil y par-vularia, muy altos a lo largo de todo el período, pero con tendencia al des­censo en los últimos decenios del siglo.

Estos resultados del análisis pare­cen convincentes, aunque podrían sus­citar algún reparo metodológico y abren, por otra parte, múltiples in­terrogantes sobre las posibles causas de este alivio general que parece re­gistrar la mortalidad palúdica al final del período estudiado. La compara­ción del saldo vegetativo acumulado a lo largo de los años por las zonas arroceras y las no arroceras no per­mite, por sí misma, conocer si los niveles de mortalidad son superiores en las primeras, porque no nos faci­lita una medida comparable de la mortalidad de cada conjunto de loca­lidades. Esa comparación sólo sería rigurosamente significativa si la es­tructura de edades de la población fuera idéntica en ambas zonas, pero, entre otras cosas, la inmigración que conocían los pueblos arroceros podía envejecer su estructura de edades y ocasionar por ello, y sólo por eUo, una mortalidad mayor —y tal vez también una natalidad menor. Por otra parte, los niveles de mortalidad general no son, obviamente, un indi­cador de la mortalidad palúdica, ni siquiera de las condiciones de insalu­bridad generadas por el fenómeno del paludismo. Podían concurrir en mu­chas de las poblaciones arroceras otras circunstancias negativas para la salud pública —a las que el autor se refie­re, por ejemplo, cuando habla de las distintas posibilidades de acceso al agua potable que tenían los pueblos en función de su tamaño— que tu­vieran mayores efectos sobre la mor­talidad general que las tercianas.

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En cualquier caso, el coste demo­gráfico y social de la malaria siempre ha sido mucho mayor por los enfer­mos que producía que por las vícti­mas que directamente ocasionaba, y no resulta fácil admitir, sin mayores pruebas concretas, que el arroz —o un determinado sistema de cultivo de los arrozales— tuviera un alto «coste en vidas humanas». Sería deseable, por todo ello, disponer de análisis más precisos sobre la mortalidad pa­lúdica y, lo que es más importante, sobre la morbilidad de los cultivado­res del arroz o de las zonas arroceras, aunque ello sólo sería posible a tra­vés de fuentes más explícitas que las que nos proporciona la documentación de la época. A pesar de todo, en esta obra se citan múltiples testimonios de gran valor que describen las peno­sas condiciones de trabajo y los gran­des riesgos para la salud que rodea­ban a este cultivo. Dicha información proporciona en ocasiones preciosas pistas al investigador, que debe estar atento a todas las posibles explicacio­nes de las peculiaridades demográfi­cas de las zonas palúdicas: así, por ejemplo, el deficitario saldo vegetati­vo que frecuentemente se observa en ellas podría responder, en parte, a una natalidad relativamente baja más que a una mortalidad excesivamente ele­vada, y ello porque, entre otras cosas, la malaria endémica gerxera una in­usual proporción de abortos espontá­neos, situación ésta a la que hace re­ferencia el Informe médico municipal de 1784 cuando asegura que en la epidemia que padece la villa de El

Puig en esa fecha nó se han librado de las tercianas «las preñadas, de las que han abortado casi todas» (p. 89, n. 28).

También es muy difícil pronunciar­se con firmeza acerca de las causas de la creciente gravedad del paludis­mo y, sobre todo, de esa clara dismi­nución de sus efectos demográficos en las tierras valencianas del último ter­cio del siglo xviii. Enric Mateu apun­ta sobre la primera cuestión posibles explicaciones, bien documentadas por otra parte: cambios ecológicos rela­cionados con la deforestación, inva­sión de otros cultivos por la super­ficie inundada con el método del rie­go continuo, mayores densidades hu­manas en la zona, ausencia de obras de drenaje y saneamiento, y la proxi­midad, cada vez mayor, de los arro­zales a los vecindarios de los pueblos. Tal vez pudiera añadirse la progresi­va disminución de la ganadería en las zonas de pasto próximas a Valen­cia y lindantes con la Albufera, como denunciarían repetidamente las auto­ridades de la ciudad. Por lo que se refiere a la desaparición de las gran­des epidemias de tercianas en Valen­cia tras la de 1784, y a la posible dis­minución de la gravedad de la mala­ria en la zona en esos últimos dece­nios del siglo XVIII y en los primeros años del xix, las hipótesis que pre­senta el autor o bien carecen de prue­bas que las apoyen y podrían parecer, por tanto, meras especulaciones (adap­tación de los organismos a la enfer­medad a través de la inmunidad he­reditaria, y pérdida autónoma de su

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virulencia), o bien resultan (cuando se habla de «una mayor regularidad en la provisión de alimentos por par­te de los campesinos») difíciles de compaginar con la creciente situación de miseria del jornalero del arroz, que todas las fuentes coinciden en denun­ciar. Es posible, sin embargo, que es­ta deplorable situación de los cultiva­dores fuera compatible, como cree el autor, con una alimentación más re­gular para el conjunto de la población de esas zonas, que la creciente oferta de la producción arrocera hasta cierto punto garantizaba. Y también es' lí­cito especular con misteriosos, aun­que no improbables, cambios en la biología de la malaria y en sus me­canismos de transmisión en estas fe­chas, pues no hay que olvidar que el período de 1780-1810, que es de re­lativo alivio en la intensidad palú­dica en la región valenciana, coincide precisamente con el de máxima exten­sión y virulencia de la enfermedad por amplias zonas del resto del terri­torio peninsular, lo cual sólo es posi­ble si se piensa en aquel tipo de mu­taciones biológicas y en otra serie de cambios ecológicos que las" hayan pro­piciado.

Se ofrece en el capítulo siguiente un buen estudio del proceso de con­centración de la propiedad de tierras arroceras en la segunda mitad del si­glo xviii —de 1753 a 1807—, sir­viéndose para ello de unas amplias muestras procedentes de todas las co­marcas arroceras, que totalizan unas 3.700 parcelas pertenecientes a unos 2.000 propietarios de 26 y 14 locali­

dades, respectivamente, en cada una de esas dos fechas. Se trata, además, de un ejemplar análisis diferencial de la evolución de la estructura de la propiedad, que divide a los propieta­rios en cuatro grupos sociales. A tra­vés de los datos aportados puede ob­servarse un notable aumento de la propiedad arrocera en manos del es­tamento nobiliario y del clero, gru­pos en los que también aumenta el grado de concentración de la propie­dad. El porcentaje de la superficie de arrozales en manos de las «capas ur­banas» aumenta también mucho en el período, aunque el grado de concen­tración disminuye entre los propieta­rios de este grupo, lo cual indica una creciente participación de las fortu­nas urbanas en el negocio del arrozal. Por último, el campesinado pierde im­portancia relativa como propietario de tierras arroceras, pasando de poseer casi las tres cuartas partes de la su­perficie total a mediados del si­glo XVIII a menos de la mitad en 1807. En el conjunto de propietarios, el grupo de los campesinos cada vez es relativamente más débil y, lo que es más importante, disminuye notable­mente la superficie media de cada uno de los labradores que cultivan tierra propia.

La evolución de la estructura de la propiedad explica perfectamente las controversias que desata el cultivo del arroz —no sólo en Valencia, sino tam­bién en Madrid— y descubre, en úl­tima instancia, la lucha de intereses que subyacen en todas ellas. De todo ello se ocupa el último capítulo del

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libro, que resume parte de lo que de forma más dispersa se ha expuesto anteriormente (y que a veces repite párrafos enteros, como ocurre en las páginas 139-140, que registran lite­ralmente parte de lo que ya se ha di­cho en las páginas 59-60). Actuacio­nes reguladoras o permisivas se suce­den alternativamente por parte de los capitanes generales o la Audiencia va­lenciana, mientras que los intendentes se muestran invariablemente partida­rios del cultivo, coincidiendo en ello con la férrea defensa organizada del arroz que protagoniza el estamento nobiliario a raíz de la acotación de 1753. La rentabilidad del arrozal, y la creciente oferta alimentaria que permite, alientan entre las autoridades centrales y sus delegados fundadas es­peranzas en un aumento global de la población y unas fuentes de tributa­ción más consolidadas, mientras que para los señoríos se traducen en unos ingresos superiores. No hay que des­cartar, por supuesto, la influencia per­sonal que pudieran ejercer en la Corte grandes personalidades interesadas en el negocio arrocero. Así, Miguel de Múzquiz, futuro secretario de Guerra y de Hacienda, invierte fortuna per­sonal en tierras de la Albufera, tras el paso de la jurisdicción del lago a la Q)rona, y en obras de regadío y arrozales del término de Sueca. El du­que de Híjar, señor de SoUana, finan-cía la terminación de la Acequia Real del Júcar, la obra de regadío más im­portante de Valencia, esperando con ello aumentar las rentas en las tierras de su señorío y administrar el cobro

a los regantes de otras comarcas. Esas pretensiones le enfrentan con el co­misionado regio de las obras y con la Audiencia de Valencia, que pretenden aprovechar el agua canalizada por la Acequia para cultivos de huerta, li­mitando el arroz solamente a las tie­rras pantanosas.

No hay sólo intereses personales de la nobleza en este debate social que encrespa los ánimos y sesga los razonamientos de muchos de los in­formes que se redactan con tal moti­vo. También las opiniones más «cien­tíficas» se ven acusadas de interesado partidismo, y el mismo Cavanilles se adentra en descalificaciones de este ti­po cuando sugiere que su oponente V. I. Franco habla como portavoz de los intereses de los grandes propieta­rios arroceros. La creciente participa­ción en el negocio del arroz de un importante sector del estamento ecle­siástico explica, asimismo, el hecho de que haya párrocos rurales que se manifiesten a favor del cultivo cuando otros lo hacen en contra. En cualquier caso, la defensa de los arrozales por parte del arzobispo don Andrés Ma­yoral se entiende mucho mejor cuan-do^jmos su interés por adquirir con-cesiones para el cultivo del arroz en la^Albufera_j^al igual que Múzquiz o el mismo duque de^ Alba (p. 42, n. 53)—, y cuando comprobamos có­mo la misma catedral, varias iglesias de la ciudad y otras instituciones ecle­siásticas de la provincia aumentaron considerablemente su fuerza relativa como grupo social propietario de arro­zales. De estas y otras muchas refe-

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rencias que nos facilita la lectura de estos capítulos se desprende una con­clusión bastante clara: las razones es­grimidas por los detractores del arroz —la postura de Cavanilles—, aunque vencieran en el terreno dialéctico, fueron derrotadas en el terreno de los hechos por sus oponentes, y este triunfo de Ío^jkfensorjj_d¿ cultivo respondía exclusiyamente a la gran rentabilidad del arrozal, en contra de la cual poco pudieron hacer las ra­zones demográficas y sociales que in­tentaban controlar su expansión. Un oscuro tejido de grandes intereses personales, insuficientemente desvela­do todavía, subyace en el fondo de toda esta historia de los arrozales va­lencianos, de la que se nos facilitan en esta obra muchos ingredientes, y resulta extraño que el historiador so­cial no se haya enfrentado abierta­mente con el tema en busca de la verdad, como tampoco lo ha hecho, por cierto, con la investigación del comercio de la quinina, ásperamente denunciado también en estas fechas por Cabarrús.

El libro de Enric Mateu contiene, por lo demás, datos de sumo interés para el historiador de población y de la ciencia demográfica. Se ha conside­rado siempre a Cavanilles —junto a Ignacio de Asso y José de Vargas y Ponce— como uno de los precursores españoles de la moderna demografía histórica, en la medida en que todos ellos, empezando por Cavanilles, se "Sirvieron de los registros parroquiales para elaborar unas estadísticas demo­gráficas que sirvieran de apoyo a sus

razonamientos. Esta sana manía del historiador por identificar a los pio­neros de un método permitirá descu­brir cómo en Valencia el uso, con el mismo fin, de los registros parroquia­les y la construcción de series demo­gráficas eran muy anteriores a Cava­nilles: se remontan no sólo a los «es­tados de población» que redacta el capitán general duque de Crillón en 1787, sino al «Informe de los rectores de las iglesias» sobre pueblos de la ribera del Turia en 1769, e incluso a exposiciones presentadas por los ve­cinos de Játiva en la primera mitad del siglo, que incluyen series demo­gráficas del período 1690-1730 (pá­ginas 83 y 86). También son de gran interés las noticias que aquí se dan so­bre la obra demográfica de V. I. Fran­co, menos famosa que la de Cavaiii-Ue's y, en parte, manuscrita e ilocali-zable aunque en todo caso registrada en el archivo de la Real Sociedad Eco­nómica de Amigos del País de Valen­cia (pp. 126-127).

Se echa de menos la inclusión de mapas, hasta el punto que el lector que no conozca suficientemente la geografía valenciana corre el riesgo de perderse en una obra con tanta topo­nimia local y que presta una atención destacada al análisis de las distintas zonas arroceras. Tampoco he visto ci­tada, ni en la Bibliografía final ni en las notas a pie de página, la obra de Juan Riera —Estudios y documentos sobre arroz y paludismo en Valencia (siglo XVIII), Universidad de Valla-dolid, 1982—, que incluye la trans­cripción, el comentario y breves aná-

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lisis de muchos de los documentos utilizados por Enric Mateu en su li­bro, además de una extensa lista de toda la documentación sobre arrozales valencianos que conserva la Secretaría de Hacienda del Archivo General de Simancas, de la que se ha servido tam­bién de forma sustancial la obra que ahora nos ocupa.

El lector interesado por la agricul­tura del arroz, o por los problemas ecológicos y demográficos del paludis­mo en la agricultura española de los siglos XVIII al XX, desearía conocer, sin duda, la evolución de este cultivo y de los problemas que siguió oca­sionando a lo largo de los siglos xix y XX: qué efectos tuvo la desecación definitiva de la Albufera a mediados del siglo pasado, o cuál es la situación demográfica y económica de las tie­rras arroceras valencianas en el pri­

mer tercio del siglo xx, cuando bajo el impulso de Pittaluga y de diversas instituciones se emprende la lucha de­cidida contra el problema palúdico en España, cuyo epicentro se ha despla­zado, al parecer, hacia otras zonas co­mo Extremadura. Preguntas, todas ellas, cuya respuesta no hay que exi­gir, por supuesto, en una obra que no se las ha planteado y que cumple sobradamente con el objetivo de ex­poner la evolución del fenómeno en la Valencia del siglo xviii y analizar críticamente sus principales compo­nentes. Tal vez el autor pueda en el futuro prolongar su investigación y ofrecer una panorámica histórica com­pleta del arrozal y el paludismo que llegue a fechas mucho más cercanas a las actuales.

Vicente PÉREZ MOREDA Universidad Complutense

Juan Francisco ZAMBRANA PINEDA: Crisis y modernización del olivar, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1987.

Desde fechas muy remotas, uno de los cultivos más característicos del mundo mediterráneo ha sido el olivo. Podemos atribuir su importancia tan­to a sus usos culinarios como indus­triales. Con respecto al primero, el valor calorífico de la producción de aceite, de una hectárea de olivos, era mayor que lo producido con la rota­ción año y vez, con la mitad barbe­

cho y la otra con el trigo. Los usos industriales del aceite fueron diversos hasta finales del siglo xix, usándose para el alumbrado, como materia pri­ma en la fábrica de jabones y como lubricante para maquinaria. La moder­nización de la economía española, el crecimiento de su población y el au­mento en las exportaciones estimula­ron la demanda del aceite y produje-

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ron un aumento en el cultivo del oli­vo desde las décadas centrales del si­glo XVIII hasta los últimos años del siglo XIX. Luego, y debido a una caí­da en el precio nacional de aceite de aproximadamente un 20 por 100 du­rante los años 1880-1906, con respec­to a 1861-79, la industria sufrió un exceso de producción y gran compe­tencia en sus mercados industriales (la «crisis» en el título de este libro). Etesde los últimos años del siglo xix, en Andalucía por lo menos, la calidad de los aceites mejoró como consecuen­cia de «la modernización del olivar». Un cultivo mejor y más intensivo de los olivares fue acompañado por la introducción de nuevos tipos de mo­linos, prensas, sistemas de refinamien­to, etc. Los olivicultores, con un pro­ducto de mejor calidad y cada vez más dirigido a usos alimenticios, vivieron, según Zambrana, una «edad de oro» durante todo el primer tercio del si­glo XX (p. 69). Entre 1890-1900 y 1926-35, la superficie del olivo au­mentó un 53 por 100, y la produc­ción, un 88 por 100.

Los méritos del libro de Zambrana son muchos. Ha reunido una gran cantidad de información estadística con respecto a la producción, el co­mercio exterior, los precios y los cam­bios en los tipos de prensas. Ha uti­lizado una amplia colección de fuen­tes, incluyendo libros de contabilidad de dos productores: la hacienda oli­varera de Vista Alegre, propiedad de la casa Carbonell, y «un olivar de re­gadío» en la provincia de Jaén. Aun­

que el tratamiento dado a las comar­cas catalano-aragonesas es insuficien­te, el de Andalucía, sin embargo, es excelente. El primer capítulo del li­bro está casi todo dedicado a las fuen­tes y tiene bastante importancia para cualquier estudioso de la agricultura de la época. El libro está dividido en seis capítulos principales, dedicados a la producción, «la mejora del cultivo y la modernización de las almazaras», costes de producción, «precios y mer­cado», el comercio exterior y «el mer­cado mundial de las grasas vegetales». Cada uno consiste en un estudio muy detallado y suministra una pieza en el argumento que expone Zambrana del dinamismo del sector oleícola en España durante el primer tercio del siglo XX. En particular, me parecen de gran interés los dos últimos capítulos, donde el autor ha profundizado bas­tante sobre las dificultades que encon­tró el aceite español para competir en el mercado mundial. Los conflictos de intereses entre los fabricantes de acei­tes de semillas y los olivicultores re­cuerdan, en parte, el debate entre los productores y los comerciantes de vi­no con respecto a la cuestión de la fabricación e importación de alcoho­les. Según el autor, el comercio y con­sumo de aceites falsificados era nor­mal en las ciudades grandes. Por úl­timo, es de señalar que las 121 pági­nas de apéndices ahorrarán mucho tiempo en las bibliotecas a los inves­tigadores.

El objetivo «primero y fundamen­tal» del autor ha sido «describir y

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explicar la trayectoria del cultivo a lo largo de la segunda mitad del si­glo XIX y primeras décadas del xx, atendiendo, sobre todo, a las diversas coyunturas por las que atraviesa el sector y su adaptación a las cambian­tes condiciones del mercado interna­cional» (p. 21). Si «la trayectoria del cultivo» está bien explicada, éste no es el caso con la presentación de las «coyunturas». En gran parte se debe a que notamos la ausencia desde el principio del libro de una explicación de los cambios a largo plazo y de las características de la economía oleíco­la. El resultado es que el lector se ve obligado a pasar páginas continua­mente en busca de información sobre «las diversas coyunturas» y sus efec­tos sobre la superficie cultivada, pre­cios, exportaciones, beneficios, etc. Tampoco están muy claras las causas de estas coyunturas. Por ejemplo, la explicación de la causa de la crisis fi­nisecular es presentada muy breve­mente como «la reducción del consu­mo en los usos industriales», en la página 69; encontramos lo mismo y con más detalles entre las pági­nas 208-213; pero en el último capí­tulo (p. 311), y por primera vez, se presenta otro factor determinante, «una sobreoferta regular y continua» de aceite, después de un fuerte au­mento en la superficie cultivada en los años anteriores.

La «salida» de la crisis tampoco está muy clara. En el segundo capí­tulo, Zambrana habla de «un cambio de coyuntura» en los últimos años del siglo XIX y primeros del xx que

propició mejoras en los olivares y las almazaras (p. 70), aunque su cuadro 6 nos ofrece rendimientos más altos en 1890-1900 que los de 1901-12. La contabilidad de la casa Carbonell muestra que en 1901-05 la casa in­virtió grandes cantidades de dinero y que «se modernizó el molino, se pro­curó una producción de mayor cali­dad, se aprovecharon los orujos, etc.» (p. 179). Sin embargo (según mis cálculos, basados en las cifras de Zam­brana), la hacienda olivarera de Vista Alegre no generó beneficios durante el quinquenio. Los beneficios que ob­tuvo la casa en estos años lo fueron como consecuencia de una mayor ca­pacidad de la nueva maquinaria, que permitió el procesamiento de aceitu­nas de otros olivares. Entonces no fue tanto la producción de mejor acei­te como las posibilidades de obtener economías de escala en la producción de aceite lo que facilitó la salida de la crisis para la casa Carbonell, antes de la recuperación de los precios a partir del año 1907. Si la producción de mejor aceite y las economías de es­cala fueron una solución para Anda­lucía, quizás sean necesarias otras ex­plicaciones para otras regiones. En concreto en Cataluña y las Baleares, la mitad de los olivares en produc­ción se encontraban cultivados con otras cosechas en 1932. Sin embargo, en el libro no están consideradas las posibilidades de la asociación del oli­vo con otros cultivos, para aumentar los beneficios totales de unidad cul­tivada.

Pero sería injusto terminar la rese-

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ña con críticas. El libro es, hasta hoy, uno de los mejores de los publicados por el Ministerio de Agricultura en esta serie, y será de indispensable lec­

tura para aquellos que estudien la his­toria agraria de esta época.

James SIMPSON

Universidad Complutense

J Ramón GARCÍA LÓPEZ: LOS comerciantes banqueros en el sistema bancario español. Estudio de casas de banca asturianas en el siglo XIX. Oviedo, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, 1987.

El libro que nos ocupa, de lectura muy recomendable ciertamente, viene a unirse a una serie de excelentes tra­bajos publicados en nuestro país, so­bre todo a partir de los años setenta, en los que, sin variaciones sustancia­les en cuanto a la metodología, se pasa revista a la historia económica de España desde una perspectiva re­gional y, a la vez, se suele hacer hin­capié en temas bancarios o empresa­riales de estricta índole local. Prácti­camente, hasta ese momento se había venido haciendo una historia econó­mica de España algo distinta, y pocos eran los investigadores que se dete­nían a tratar unos temas que —cierto es— pueden parecer a primera vista un tanto insignificantes en relación con problemas como la situación eco­nómica española a raíz de la llegada de los metales preciosos o la indus­trialización, pero que, sin embargo, han constituido parte no desdeñable en el entramado económico del país. Conviene precisar, no obstante, que no toda la investigación histórico-eco-nómica se centró sobre cuestiones de

alcance tan general, y buena prueba de ello son los trabajos firmados por renombrados historiadores tales como Canosa, Carande, N. Sánchez-Albor­noz, Tortella y Tedde —por no citar más que unos cuantos—, aunque el ámbito de sus investigaciones es to­davía considerablemente más ampHo que el del libro que aquí vamos a comentar y el de otros estudios que inmediatamente han precedido a éste.

En efecto, trabajos como el de M. Titos (Granada, 1978) sobre el crédito y ahorro en la Granada del siglo XIX —con una pormenorizada consideración del ahorro privado, los préstamos de subsistencia, los bancos y los banqueros locales (muy en es­pecial la familia Rodríguez Acosta)—, como los de R. Castejón sobre El Cré­dito Comercial y Agrícola de Córdo­ba (1983), la Banca de Pedro López durante la crisis de 1866 (1979) y el Monte de Piedad y la Caja de Aho­rros de Córdoba (Córdoba, 1979) —a los que hay que añadir, en otro or­den de cosas, su estudio sobre la casa Carbonell (Córdoba, 1977)—, o co-

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mo el de L. Palacios acerca de la so­ciedad y la economía andaluza y sus relaciones con los Montes de Piedad y Cajas de Ahorro (Córdoba, 1976), por poner solamente ejemplos anda­luces, son una clara muestra de esta orientación de la investigación a la que acabamos de referirnos. Es en esta dirección, pues, en la que se en­camina la tesis doctoral de José Ra­món García López, dedicada a estu­diar la banca en la Asturias del siglo pasado, libro que está estructurado en seis capítulos (además de una in­troducción), unas conclusiones, un apartado dedicado a las fuentes, una bibliografía de más de medio cente­nar de títulos y un índice de nombres.

Dedica el autor el primer capítulo a recopilar las distintas leyes que es­tuvieron vigentes en la pasada centu­ria sobre el tema estudiado, los co­merciantes banqueros, y completa es­te apartado con unas referencias a la actividad de los mismos, tanto en Es­paña como en Asturias concretamen­te, durante el mismo período de tiem­po. A continuación se detiene a rea­lizar un completo estudio de las ca­sas de banca asturianas, tarea a la que destina los restantes capítulos, si bien la parte del león se la lleva la investigación sobre la Casa de Co­mercio de Pedro Masaveu Rovira (más adelante, Pedro Masaveu y Cía.), que se extiende a lo largo de tres ca­pítulos. El estudio sobre las activida­des de un comerciante banquero de ámbito local (Pola de Siero) cuyos ne­gocios bancarios dieron lugar en el si­glo XX al Banco de Siero, Gregorio

Vigil-Escalera de nombre, y el de un indiano de Gijón, Florencio Rodrí­guez, amigo y cliente del anterior, propietario de una casa de banca que en 1900 pasará a ser el Banco de Gi­jón por causas principalmente de ca­rácter familiar (no encontraba su fun­dador a corto plazo un heredero que siguiera en su misma línea) y, más adelante (1977), terminará absorbido por el Banco Hispano Americano, abarca los dos últimos capítulos.

Resulta obvio resaltar, lo primero de todo, lo muy útiles que resultan los apartados dedicados por el autor a las fuentes y a la bibliografía —as­pectos tan buscados por los estudiosos que laboran o se aprestan a laborar sobre temas afines—; ni que decir tiene, por otra parte, que el índice de nombres, trabajo modesto en sí mismo pero que no todos los investi­gadores están dispuestos a realizar, sirve para completar un estudio que se revela al lector como exhaustivo. Asimismo, observamos en la cuidada edición de esta obra de José R. Gar­cía López el interesante complemento de las fotografías de los personajes objeto de su estudio, de sus firmas, papeles oficiales y de todo tipo de do­cumentos que a ellos pertenecieron, cuya búsqueda, hallazgo y recopila­ción, sin lugar a dudas (lo sabemos por propia experiencia en menesteres tales), ha debido costarle un gran es­fuerzo y diligencia. Un no menor em­peño ha debido ser aplicado, según parece, a la búsqueda de fuentes de valor estrictamente económico, que se ve compensado en la primera de las

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casas de banca estudiadas, aunque no así en las otras dos restantes; de ahí el que debamos resaltar aquí el es­caso tratamiento que merecen en este estudio las operaciones contables de las dos últimas, y la razón, posible­mente, se nos antoja —con el autor que deba ser imputada a la falta de documentos de este tenor; efectiva­mente, no es difícil que ésta haya po­dido ser la causa de tal vacío, habida cuenta de que —como todos los que trabajan en temas parecidos conocen muy bien y el propio autor señala en su introducción— el fin que tuvieron muchos de los abultados archivos de empresas decimonónicas fue desapare­cer, a raíz de los avatares militares por los que pasó España, o bien —que todo es posible— acabar en la hoguera, como ha sido el caso con­creto de los de la antigua Compañía Arrendataria de Tabacos, que, según se me comunicó verbalmente, fueron mandados quemar en 1962, o, en el mejor de los casos, encontrarse toda­vía arrumbados, sin catalogar y, a ve­ces, en paradero desconocido, con la aquiescencia de los herederos empre­sariales de los que fueran sus legíti­mos propietarios. Con todo, el autor sabe aprovechar los que entran en su ámbito de estudio, se han conservado y han llegado a su poder.

En lo que toca a los resultados de la investigación, señalemos que el au­tor se ha trazado dos objetivos prin­cipalmente. En primer lugar, dar a conocer al lector el funcionamiento de las casas de banca de la época, que, como se sabe, resulta hoy día bastante

opaco. En segundo lugar, otro interés primordial es el de ampliar lo que se conocía respecto de algunos banque­ros de la zona estudiada y, como con­clusión, rebatir la creencia infundada de que estos personajes fueron muy escasos y no siempre poderosos en la España del xix. En ambos sentidos tiene éxito el estudio de García Ló­pez; al incrementar la lista de los co­merciantes banqueros conocidos y es­tudiados con tres nombres más y al realizar un detenido estudio de sus respectivos negocios, sobre todo en lo que se refiere a la Casa de Comer­cio de P. Masaveu, aportando deta­lles, además, sobre el origen comercial de determinados banqueros privados y sobre lo que esto significó para su negocio, la investigación resulta de in­terés y en modo alguno de una ex­tensión excesiva, como, en las conclu­siones, teme el autor.

Respecto del número de estos co­merciantes banqueros, que va aumen­tando con los años a pesar de las dis­posiciones legales no siempre favora­bles, García López colige que este au­mento fue debido, sin duda, a un deseo de suplementar los servicios prestados por el escaso número de bancos existente en la época; a pro­pósito de las funciones que en la es­cena económica desempeñaron estos banqueros, este mistno autor llama en especial la atención sobre la provisión de medios de pago (principalmente el descuento y la negociación de efectos, que en aquellos países que se halla­ban en las primeras etapas de su in­dustrialización —el caso de España en

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concreto, como ha señalado R. Came-ron— adquirieron gran importancia debido a la escasez de los otros com­ponentes de la oferta monetaria), y concluye que esta función fue desem­peñada por aquéllos sin abandonar por un momento su posición de fi-nanciadores de la industria y el co­mercio de su entorno, canalizando a la vez el ahorro tanto hacia inversio­nes públicas como privadas.

Para terminar, señalemos la insis­tencia de García López en demostrar que los banqueros asturianos ocupa­

ron un lugar muy importante en la distribución de las remesas de ultra­mar y, al tiempo, que sus relaciones con otras instituciones allende las fronteras, especialmente con las bri­tánicas, posibilitaron su continua re­novación y modernización, de la que se beneficiaron otras regiones españo­las. El libro, en definitiva, constituye un aporte de interés al estudio de la banca privada en la España decimo­nónica.

María José ALVAREZ ARZA

UNED

Alfonso DE OTAZU: LOS Rothschild y sus socios en España (1820-1850), Ma­drid, O. Hs. Ediciones, 1987, 507 pp., 2.000 ptas. (contiene bibliografía e índice general y onomástico). Prólogo de Gregorio Marañón y Bertrán de Lis.

Alfonso de Otazu nos informa, con su libro Los Rothschild y sus socios en España, de manera extensa y me­ticulosa, sobre el mundo de las inver­siones financieras y de los hombres de negocios de la España isabelina. Este historiador, autor de libros entre los que destacan El igualitarismo vas­co y La burguesía revolucionaria vas­ca, puede ser hoy considerado como el primer especialista en el estudio biográfico y prosopográfico de los hombres de negociqs residentes en Madrid entre 1830 y 1850.

El libro de Otazu, que será en ade­lante referencia obligada de cualquier estudio de Historia económica del Madrid isabelino, se inscribe dentro

de una nueva corriente historiográfica que hasta ahora ha producido esplén­didas monografías sobre empresas y empresarios del siglo xix y del primer tercio del siglo xx. En efecto, a dife­rencia de anteriores trabajos sobre so­ciedades anónimas y propietarios, de contenido principalmente enumerati­vo, esta nueva corriente se caracteriza por una mayor precisión y calidad de las fuentes. Ahora no es suficiente la lista de accionistas, consejeros y capi­tal social de una empresa. Por el con­trario, se trata de conocer el volumen y estructura de las fortunas, las carac­terísticas y evolución de las operacio­nes financieras, el estudio de las in­versiones y sus resultados, las cone-

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xiones personales y políticas de los implicados en un mismo negocio... Esta nueva forma de realizar estudios biográficos y prosopográficos se fun­damenta en el uso de fuentes muy precisas. Mientras que aquellos prime­ros estudios sobre sociedades anóni­mas utilizaban fuentes externas (anua­rios económicos, publicaciones perió­dicas de economía, memorias de so­ciedades), esta nueva corriente his-toriográfica utiliza preferentemente fuentes internas: correspondencia, do­cumentación bancaria de operaciones financieras, documentación notarial, inventarios de fortunas...

El libro se divide en dos partes; «Los Rothschild en España» y «La burguesía madrileña de la década 1840-1850». Incluye unos interesan­tes Apéndices dedicados a relevantes hombres de negocios: Barcáiztegui, Moreno, Urquijo y Gaviria. La pri­mera parte del libro se centra en el entramado de relaciones financieras, comerciales y políticas que giraban en torno al representante de los Roths­child en España, Daniel Weisweiller, quien se configura como el auténtico protagonista de esta historia. Weis­weiller es el hilo conductor que utili­za Otazu para guiarnos por el sinuoso y complejo mundo de los negocios de Madrid entre 1830 y 1850: las explo­taciones mineras, las nuevas socieda­des anónimas, las operaciones especu­lativas, el crédito al Estado, el ne­gocio de la dote de la infanta Luisa Fernanda...

La segunda parte del libro tiene co­mo objeto (más que la burguesía ma­

drileña de los años cuarenta de la pa­sada centuria, según reza el subtíulo) la crisis política y económica de 1848. Crisis política que el régimen mode­rado de Narváez supo sortear y crisis económica de la que se libró el avi­sado financiero Weisweiller, a dife­rencia de otros muchos hombres de negocios de la época, como Fagoaga, Salamanca, Buschenthal, José Safont y Manuel Matheu, entre otros.

Alfonso de Otazu ha seguido dete­nidamente la interesantísima corres­pondencia de los Rothschild con su representante en España, Daniel Wes-weiller; ha trabajado en los Archivos Rothschild de París y ha obtenido in­formaciones bien interesantes y selec­tivas del Archivo Histórico de Proto­colos de Madrid y del Archivo del Banco Urquijo. Con este material y el apoyo bibliográfico, el autor inten­ta (y consigue) informar sobre las ope­raciones financieras de los Rothschild en España, que inicialmente se cen­traron en las minas de Almadén, con el propósito de alzarse con el mono­polio mundial del mercurio. Pero los Rothschild y Weisweiller pronto se dieron cuenta de las posibilidades e influencia que podían derivarse de otro espléndido negocio: el préstamo directo al Tesoro Público. La Hacien­da Pública española, desacreditada en los mercados financieros europeos, ne­cesitaba urgentemente dinero durante la guerra carlista y obtuvo de los Rothschild un firme apoyo para la construcción del nuevo régimen libe­ral isabelino.

Sorprende, inicialmente, en el libro

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de Otazu la ausencia de una introduc­ción y conclusiones. Lo cual despista un tanto a quienes estamos acostum­brados a practicar y a exigir la expli-citación de los propósitos o intencio­nes de un libro. Pero conforme uno avanza en la lectura resulta evidente que el objeto implícito del libro es contarnos cómo pasaban las cosas, có­mo se comportaban los protagonistas ante determinados estímulos o dificul­tades. La ausencia de una explicita-ción de la tesis central responde a una actitud carobarojiana del autor. En otras palabras, Otazu ha preten­dido dibujar, describir minuciosamen­te un panorama, y a fe que lo consi­gue cumplidamente. El libro de Al­fonso de Otazu es, con seguridad, lo contrario de aquellas monografías, hi­jas de esquemas ideales preconcebi­dos, que poseen una «gran tesis» ex­plícita y escaso soporte positivo. Por el contrario, Alfonso de Otazu, sin establecer conclusiones generales, aporta un apabullante aparato docu­mental, realiza análisis, relaciones, asunciones, y todo ello sazonado con una estupenda prosa y una pizca de buen humor, que se agradece. Lo que

falta en este libro son generalizaciones y comparaciones, que, a mi juicio, se deben por ese propósito carobarojia-no del autor al que me he referido y, también, por el uso de una bibliogra­fía muy selecta y bien utilizada (en particular, la obra de Gille sobre los Rothschild), pero que resulta algo corta por las importantes omisiones que se observan de recientes publica­ciones de Historia económica y po­lítica.

En suma. Los Rothschild y sus so­cios en España es un espléndido li­bro que se encuentra a caballo entre la Historia económica y la Historia social, que atiende y se imbrica per­fectamente con la evolución de los acontecimientos políticos; su lectura atenta y detenida requiere un cierto nivel de conocimientos previos y de interés por esta parcela de la Historia económica y social. Pero no cabe du­da de que, por su calidad y volumen de información, estamos ante un ins­trumento historiográfico de uso ne­cesario y de referencia obligatoria.

Guillermo GORTÁZAR UNED

Jesús RuvALCABA MERCADO: Agricultura india en Cempoala, Tepeapulco y ' Tulancingo. Siglo XVI, México, Departamento del Distrito Federal, Unión

de Ciudades Capitales Iberoamericanas, 1985, 266 pp.

Durante la primera reunión del Co­mité Cultural de la Unión de Ciuda­des Capitales Iberoamericanas —ex­

plica en la presentación del libro Ra­món Aguirre Velázquez, jefe del De­partamento del Distrito Federal (Mé-

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xico) en la fecha de publicación—, efectuada en la ciudad de Bogotá del 22 al 24 de noviembre de 1983, se propuso conmemorar todos los años desde 1982 hasta 1992 la Década del Quinto Centenario del Primer Viaje de Cristóbal Colón a las tierras que hoy conocemos como América, para lo cual se acordó instaurar el «Premio Cristóbal Colón», que tendría como sede anual una ciudad diferente de las capitales iberoamericanas, entre­gándose anualmente a una disciplina diferente.

La ciudad de México organizó el Premio Cristóbal Colón de Ensayo co­rrespondiente al año de 1984. Para dicho concurso se recibieron 31 ensa­yos de los diferentes miembros de la UCCI, siendo sometidos al fallo del jurado, compuesto por José Luis Mar­tínez, coordinador (México); Charles Dibble (USA); María Esther de Mi­guel (Argentina); Roberto Moreno de los Arcos (México); Vicente Gonzá­lez Loscertales (España), y Alejandro Rossi (Venezuela). En paralelo a la segunda asamblea de la Unión de Ciu­dades Capitales Iberoamericanas, ce­lebrada en el mes de abril de 1985 en la ciudad de México, el jurado de­cidió seleccionar como ganador el tra­bajo de Jesús Ruvalcaba, por la im­portancia que reviste para los pueblos de Iberoamérica y con el propósito de contribuir al mejor conocimiento e integración de su historia.

La investigación aborda la activi­dad agrícola india en un área al norte del valle de México durante el si­glo XVI —los actuales municipios de

Cempoala, Epazoyucan, Tepeapulco, Tlanalapan, Tulancingo, Singuilucan, Acatlán y Tulantepec, en la parte sur­este-central del Estado de Hidalgo—, con el objetivo de analizar las causas y las consecuencias del contacto entre el Nuevo y el Viejo Mundo, así como de reconstruir la conjunción de acer­vos culturales diferentes, especialmen­te el mesoamericano y el español, a través de la actividad cotidiana de los cempoaltecas, tepeapulcas y tulancin-cas en el marco de sus comunidades, sus relaciones regionales, la transfor­mación subsecuente de sus vidas, ins­tancias organizativas e ideología y, fundamentalmente, sus formas pro­ductivas, como el germen de la socie­dad actual.

El autor parte en el prólogo de afirmar que en el siglo xvi fueron tantos y de tal importancia los acon­tecimientos que se desataron, una vez que se establecieron los contactos per­manentes entre el Nuevo y el Viejo Mundo, que cambiaron radicalmente las relaciones sociales de las partes consigo mismas, entre sí y las del con­junto por igual, estableciéndose con ello las bases y redes del actual sis­tema económico mundial. Cada parte vivió ese proceso de manera diferen­te. Jesús Ruvalcaba nos informa de cómo transcurrió ese proceso históri­co para los habitantes de una pequeña región mesoamericana, subrayando la importancia que adquirieron en el conjunto mayor que les contuvo. Sus pobladores surgieron con Teotihua-can, formaron parte del dominio de Tula y, con posterioridad, de los li-

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najes tolteca-chichimecas establecidos en Tezcoco. En época ya hispánica se constituyeron en agricultores produc­tores de maguey para ser vendido en los centros más importantes de pobla­ción cercanos —fundamentalmente la ciudad de México— y/o ser exporta­do a los reales de minas próximos o mercados más lejanos. La agricultura india es el tema central, y tanto la ganadería como la minería se tocan en la medida en que los conglomera­dos indios participan de ellas.

Se trata, por lo tanto, de un traba­jo que plantea las transformaciones del mundo prehispánico ocasionadas en los primeros años del contacto, al entrar a formar parte del conjunto del sistema económico mundial, por lo que supera esa tradicional división te­mática, conceptual y de método exis­tente entre los estudios referentes a la época prehispánica y de la post­conquista. Plantea la dinámica social regional durante todo el siglo xvi y el descenso de la población como una consecuencia de la interacción de fac­tores que podríamos llamar «propios» o «endógenos», como las luchas intes­tinas de la Triple Alianza y las gue­rras de Tezcoco, junto con los «im­puestos» o «exógenos», como son la conquista bélica, el establecimiento del sistema colonial, el descubrimien­to de las minas de Pachuca-Real del Norte y la instauración de las congre­gaciones civiles.

El libro se divide en tres capítulos, además de una breve introducción. El primero, titulado «Generalidades», comprende el marco de referencia ge­

neral de los habitantes de la región y su medio geográfico, con la explica­ción de sus relaciones internas y exter­nas antes e inmediatamente después de 1521. El capítulo segundo, titulado «Trabajo y Agricultura», subdividido, a su vez, en los apartados «Agricul­tura, trabajo, tecnología y transforma­ción social», «Fuerza laboral india, producción agropecuaria y explotacio­nes mineras» y «Despoblación y acti­vidades económicas», trata acerca de las formas de organización laboral en los diferentes sectores de la sociedad colonial, subrayando el de las comu­nidades indias por ser constitutivas de la mayor parte de la mano de obra. El tercero, titulado «Tierra y socie­dad» y subdividido, a su vez, en «Tie­rra, recursos y formas de acceso» y «La tenencia de la tierra», profundiza en el papel de la tierra y el estudio de los mecanismos concretos por me­dio de los cuales se captaba el exce­dente en la región.

La investigación de J. Ruvalcaba es el resultado de la tercera etapa de las investigaciones efectuadas en Ciu­dad Sahagún y sus alrededores. La primera fase se llevó a cabo entre los obreros del complejo industrial, estu­diándose las relaciones sociales en el interior de la ciudad, con especial én­fasis en la mano de obra fabril. En la segunda etapa, el interés principal se centró en los diversos poblados desde los que acuden los obreros a trabajar al complejo, y que constitu­yen lo que se denominó el «área de influencia de Ciudad Sahagún». Cul­minadas estas dos fases, se constató

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la necesidad de estudiar los proble­mas de la formación y evolución de la dinámica regional y, más concreta­mente, del origen de los principales problemas y características a lo largo del siglo XVI.

El material utilizado está compues­to de documentación del Archivo Ge­neral de la Nación (México) y parte del Archivo Histórico del Poder Ju­dicial del Estado de Hidalgo, ramo Tulancingo. El autor, para tener uiia visión de los problemas actuales, vivió en Epazoyucan durante casi un año.

Entre las conclusiones que extrae deben destacarse las siguientes:

— El análisis del pasado tiene una utilidad para la comprensión de la problemática presente.

— La metodología regional es útil para poder ir perfilando y retocando las interpretaciones generales, inváli­das en muchos casos para diferentes casos regionales.

— La sociedad colonial no es la simple suma de lo europeo más lo in­dígena, sino que de la fusión de lo uno con lo otro surgió una sociedad diferente a ambos mundos.

— La transformación de la tierra de medio de producción a mercancía, junto con la mercantilización de la fuerza de trabajo al menos desde 1543 —proceso acelerado desde mediados de siglo con el surgimiento de las ex­plotaciones mineras—, son los facto­res principales causantes del proceso de la constitución del nuevo orden social.

Sobre el encuentro de tecnolo­gías, poco se adelanta si se señala que uno u otro sean superiores respecto a su paralelo. Reducir la conquista a una mera explicación de superioridad de tecnologías es perder la oportuni­dad de entender los fenómenos socia­les que antes y después del contacto primero se habían desarrollado y ha­brían de aparecer.

No es posible conocer la ten­dencia demográfica de las poblacio­nes prehispánicas y, con ello, hacer juicios sobre si ya se habían alcan­zado los límites de densidad de po­blación que permitía el grado de de­sarrollo de las fuerzas productivas.

En resumen, se trata de una buena monografía, bien pensada, aunque con algunas deficiencias que el mismo au­tor se adelanta a señalar: «Los capí­tulos adolecen de respuestas claras en aspectos básicos como las formas de organización para la producción local, las maneras concretas de producir y extraer el tributo, la integración de esa producción con el Estado mexi-ca [...]• Aspectos como la motivación ideológica del proceso productivo o las relaciones entre la religión y las prácticas agrícolas son puntos que apenas se mencionan a pesar de su enorme importancia.» A éstas habría que añadir que se trata de un libro algo pesado de leer debido al estilo no muy pulido del texto.

Pedro PÉREZ HERRERO

Universidad Complutense

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RECENSIONES

lan M. DRUMMOND: The Gold Standard and the International Monetary Sys­tem, 1900-1939, Studies in Economic and Social History, MacMillan Edu-cation Ltd., 1987.

El patrón oro sigue ejerciendo so­bre los economistas una atracción casi irresistible; cada cierto tiempo se oyen peticiones, e incluso propuestas, para volver a algún tipo de sistema monetario que tenga alguna de sus características. En determinados cen­tros de poder político, todavía se pien­sa que un régimen monetario basado en el oro es mejor que cualquier otra alternativa. Como ocurre a menudo en economía, planes y propuestas es­tán basados en la percepción que te­nemos de cómo parecidos planes han funcionado en el pasado. Si nuestros conocimientos son parciales o erró­neos, nuestras propuestas adolecerán de los mismos defectos. En el ámbi­to monetario éste ha sido el caso, ya que nuestro conocimiento de cómo operó el patrón oro ha sido hasta fe­cha reciente muy escaso y, sobre to­do, inadecuado. Los últimos trabajos sobre el funcionamiento del patrón oro han ido descubriendo cuáles eran sus auténticas virtudes y cuáles sus defectos más importantes. Drummond en su libro aborda precisamente todo esto, presentando en 60 páginas un resumen magistral de cómo era, cómo funcionaba y qué elementos lo forma­ban. A pesar de no- ser ensayo de investigación, el autor no se limita a sintetizar la literatura existente, sino que sugiere importantes conclusiones; quizá la más llamativa sea que el pa­trón oro no era lo que pensamos que

es, y que su adopción ahora no sería en ningún caso garantía de prosperi­dad económica.

En el primer capítulo, el autor de­fine las principales características del sistema; la primera era la existencia de un tipo de cambio fijo, en térmi­nos de oro, para las distintas unida­des monetarias; la segunda, la conver­tibilidad de billetes en oro al cambio elegido; otros elementos como la li­bre exportación o circulación, aunque presentes en muchos países, no eran necesarios. G)rolario de lo anterior es que el tipo de cambio no podía contarse entre los instrumentos de po­lítica monetaria. La corrección de los desequilibrios de balanza de pagos exigía variaciones en los niveles de precio y/o renta. No obstante, el sis­tema funcionó, hasta 1914, con rela­tiva suavidad y no impuso a los paí­ses deficitarios la adopción de drásti­cas medidas de ajuste; ello fue posi­ble gracias a que las economías con superávit por cuenta corriente eran, a su vez, exportadoras de capital a largo plazo. La estabilidad del siste­ma descansó en esto último y en el interés general de que el sistema fun­cionase, aunque nadie en particular estuvo encargado de velar por el cum­plimiento de las llamadas «reglas del juego». Por lo demás, la ventaja más obvia del patrón oro era la existencia de un mecanismo automático multila­teral de pagos internacionales.

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RECENSIONES

Durante la Primera Guerra Mun­dial, el sistema se hunde y únicamen­te el dólar americano permanece de hecho y de derecho vinculado al oro. En el segundo capítulo, Drummond relata brevemente los intentos inter­nacionales de recomposición del régi­men y explica su funcionamiento du­rante la década de 1920. El autor re­cuerda cómo los problemas heredados de la guerra (deudas interaliadas, re­paraciones) no fueron resueltos y có­mo a éstos se añadieron otros nuevos. La definición de paridades inadecua­das, en particular la sobreevaluación de la libra y la infravaloración del franco, más los cambios producidos en el comercio internacional, obsta­culizaron que el patrón oro operase como antes de 1914; los mecanismos de ajuste exterior e interior de las economías se movieron más lentamen­te. La crisis mundial que se abre en 1929 trae el colapso definitivo del pa­trón oro, que para 1931 prácticamente ha dejado de operar.

Al período 1931-39 le dedica Drummond el capítulo siguiente. Re­pasa el intento frustrado de coope­ración internacional de 1933 y las po­líticas nacionales seguidas en la déca­da, que en buena medida hicieron im­posible el restablecimiento del siste­ma. Drummond, que ha investigado con profundidad en otros trabajos su­yos los problemas monetarios del pe­ríodo, analizando el proceso de toma de decisiones y la visión que tenían de los hechos económicos los respon­

sables contemporáneos', nos advierte cómo faltó no sólo la capacidad po­lítica, sino también la comprensión de cómo había funcionado el sistema y de por qué había dejado de funcionar. Termina señalando que, en todo caso, no parece posible culpar al patrón oro, por su ausencia o presencia, de la de­presión de la década.

A mi modo de ver, el mérito de Drummond en este trabajo de encargo de la Economic History Society es­triba en exponer con rigor y brevedad una extensa literatura que ha apare­cido en los últimos años. Esta litera­tura, que, en parte, se ha ocupado de «contrastar» teorías y, en parte, de acumular nueva evidencia empíri­ca (reconstrucción estadística de las variables monetarias básicas) ^ ha cambiado la historia tradicional de los libros de texto. Al mismo tiempo se han confirmado las hipótesis pioneras de Bloomfield, Brown y otros. El au­tor proporciona un examen completo de los elementos esenciales del patrón oro y de aquellos que permitieron su funcionamiento; los mismos cuya des­aparición fue lo que hizo difícil su continuidad. El texto ofrece, ademas, una panorámica del sistema basada no de forma exclusiva en la historiogra­fía americana o británica, que, aun

' • Véanse, en particular, Londo» Wash­ington, and the Management ofthe Franc 19)6-39, Princeton University Ptess, 1979, IneFloating Poundand thejter^^^ ^¡^ 1931-39, Cambridge Umversity Press, 1981.

' Véase, por ejemplo, el volum» edita­do por Michael D. BORDO y Anna J. ScHWARTZ, A Retrospectwe on the Clas-%dGM'Standard^821.1931, The Uni-versity of Chicago Press, 1984.

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RECENSIONES

siendo la más extensa, desconoce a veces las peculiaridades de cómo el patrón oro funcionaba en otros países. Drummond, al ser un conocedor de las economías del Imperio, en parti­cular India y Canadá, así como de la de los principales países europeos, nos da una visión equilibrada del sis­tema. Mi opinión es que es un texto

perfecto para explicar en nuestros cursos de licenciatura y una lectura asequible para los estudiantes. Inclu­so más, considero que debería tradu­cirse y ponerse al alcance de todos los lectores.

Pablo MARTÍN ACEÑA

Fundación Empresa Pública

Josep M. CoLOMER: El utilitarismo. Una teoría de la elección racional, Bar­celona, Montesinos, 1987, 156 pp. (incluye bibliografía).

Estamos ante un pequeño volumen, interesante aunque sin grandes pre­tensiones académicas, inserto en la Bi­blioteca de Divulgación Temática de la catalana Editorial Montesinos.

El libro pretende cubrir toda la historia del utilitarismo, tal como se originó en los trabajos del filósofo, jurisconsulto y economista inglés Je-remy Bentham. Se presta atención a los antecedentes del utilitarismo ben-thamiano, el escocés Hume, el italia­no Beccaria y el suizo Helvétius (que tenía un apellido poco sorprendente para un suizo). Después hacen su en­trada Bentham, Stuart Mili y la se­gunda mitad del libro ya aborda las cuestiones del bienestar social y las doctrinas del siglo xx.

En lo que hace al 'pensamiento del propio Bentham, Colomer lo retrata adecuadamente, aunque se echan en falta los trabajos más modernos en los que se ha puesto en cuestión la inter­pretación tradicional que ve a Ben­

tham como en simple evolución del despotismo a la democracia. Esto pue­de ser así, pero no era una demo­cracia cualquiera. Un artículo de Pedro Schwartz —publicado en R. D. C. Black (ed.). Ideas in eco-nomics, Londres, Macmillan, 1987, y recientemente traducido en el núme­ro 656 de Información Comercial Es­pañola, dedicado a historia del pen­samiento económico— ilustra el nue­vo punto de vista ya desde su mismo título: «El despotismo democrático de Jeremy Bentham». Muestra allí el profesor Schwartz cómo la lógica del sistema benthamiano, pese a ser su autor un individualista metodológico y un defensor de múltiples libertades, conduce inevitablemente al estableci­miento de «una sociedad como una cárcel de cristal, donde la reglamen­tación se maximizaba y la espontanei­dad se minimizaba».

Así como se apoya demasiado Co­lomer en la imagen habitual del Ben-

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RECENSIONES

tham democrático, también sigue la tradición al pintarlo liberal, anticolo­nialista, etc.; pero esa tradición, al igual que la nostalgia de Simone Sig-noret, ya no es lo que era. Los escri­tos económicos de Bentham, editados por W. Stark, han dado pie a los es­pecialistas, especial pero no exclusi­vamente por sus extensos trabajos so­bre política monetaria, a cerrar defi­nitivamente la puerta al Bentham li­beral, que vivió muchos e injustifica­dos años a la sombra de su celebrado opúsculo Defensa de la usura -y^sta es una obra de escaso interés teórico, como podrán comprobar los hispano­hablantes el día en que se haga una traducción en serio de los Escritos económicos de Bentham y no el es­pantoso bodrio que perpetró, una vez más, el Fondo de Cultura Económi­ca—. El Bentham antiimperialista, amparado esta vez en su ¡Emancipad vuestras colonias!, de 1793, va en ca­mino de correr la misma suerte que el Bentham liberal.

El libro de Colomer puede reco­mendarse a los estudiantes, pero no sin matizaciones. La primera es esa: hay ciertas discrepancias sobre aspec­tos de Bentham que el autor da por supuestas. Aunque economista de ori­gen, Josep M. Colomer se ha dedicado profesionalmente a la ciencia política y son, posiblemente, los estudiantes e interesados en esa disciplina los lec­tores ideales de este volumen. Tam­bién le sacarán provecho en las Fa­cultades de Historia. Desde el punto de vista de los economistas, habrá que interpolar más apostillas.

Exagera Colomer, pero tal vez sea el punto de vista habitual, al atribuir a la «mano invisible» smithiana un carácter de ingenuo deus ex machina, en vez de ser una expresión resumida de las condiciones teóricas del equili­brio competitivo, de cuyas limitacio­nes en la realidad era Smith cierta­mente consciente. Tampoco transmite Colomer la disputa sobre la influencia del utilitarismo en la economía clási­ca; dos grandes autoridades —Lionel Robbins y Denis P. O'Brien— pre­sentan, por ejemplo, dos opiniones distintas. Pero la cuestión más impor­tante es, naturalmente, la del utilita­rismo social.

El utilitarismo puede reivindicar con justicia el ser una teoría de la elección racional de los individuos —los economistas saben esto perfec­tamente, dada la deuda que la teoría microeconómica tiene con el utilitaris­mo en la formulación de la curva de la demanda—. Pero las ambiciones utilitaristas, claro está, fueron sus-tancialmente más amplias, y es una suerte porque diversas ciencias socia­les se han beneficiado de los múltiples y fascinantes problemas —se llama científico a un señor que tiene un pro­blema— que se plantean cuando hay que pasar a una elección social.

En cuanto al tratamiento de este problema hay que destacar, desde la perspectiva del economista o estudian­te de economía, un empate con dos goles a favor y otros tantos en contra. El primer gol de Colomer es el des­tacar con inteligencia la dificultad de la cuestión, acaso la más peliaguda de

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RECENSIONES

toda la ciencia social. El segundo gol a favor es la claridad con que se des­truye —public chotee mediante— el mito del «buen burócrata» como el agente social simple y obvio para el logro de la mayor felicidad del ma­yor número. Los tantos en contra son, primero, que un estudiante de econo­mía sabe o debería saber lo que este libro cuenta. El segundo gol en contra de Colomer es que en su exposición de los fallos del mercado ignora por completo una aportación crucial, la teoría de los derechos de propiedad, que ya ha hecho correr bastante tinta desde Ronald Coase hasta la actua­lidad.

Finalmente, unas notas formales. El volumen presenta demasiada infor­mación al lector en su vertiginoso vuelo sobre Bentham y el primer uti­litarismo, la economía del bienestar y la elección colectiva. Cita Colomer a demasiados autores, uno tras otro, en una sucesión comprensible quizás en un tratado, pero no en un libro como éste. Hay que apuntar, en tal sentido, que la copiosa lista de lec­turas resulta un despropósito. Diez páginas y unas ciento cincuenta refe­rencias bibliográficas no parece ser lo apropiado para coronar un volumen de divulgación, sino una tesis docto­ral. Habría sido más útil (para seguir

con Bentham) indicar una docena de textos, y todos en castellano.

El libro está bien escrito y entre­mezcla varios textos ilustrativos. Es de elogiar también el empleo de dia­gramas, aunque su impresión ha sido algo descuidada: los pies de los grá­ficos en la página 82 están invertidos, y hay un gráfico inexplicado en la página 129.

El volumen reproduce tres hermo­sos retratos y una página manuscrita de Bentham, de cuya espantosa cali­grafía se hubiesen podido mostrar ejemplos sustancialmente peores. Uno de los retratos corresponde a un altivo Bentham, que aparenta menos de los cuarenta y un años que, al parecer, frisaba cuando fue pintado; pero te­niendo en cuenta la notoria vanidad del inquilino de Queen's Square Place, no sería de extrañar que el desconocido retratista lo hubiese her­moseado algo. Vemos en otra página a David Hume de perfil, sentado frente a un texto que no lee, pero no por azar era un escéptico y, además, trabajó durante años en una bibliote­ca jurídica. Por último, está el famoso retrato de Stuart Mili, lleno de sere­na inteligencia, pero también (y aca­so más) de sobrecogedora melancolía.

Carlos RODRÍGUEZ BRAUN

Universidad Complutense

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RECENSIONES

n . A HTMMP.FARB- The New History and the Oíd. Critical Essays and

^ ^ Z t ^ í r a T r i d ^ l M . . . , , Lo„a„s, The B * . p P,=s. o, H . . a r .

University, 1987.

Durante los años sesenta, las auto-tituladas «nuevas historias» ocuparon agresivamente el centro del escenario historiográfico. Fueron años de cierto desdén hacia la «vieja historia» (lla­mada también convencional), hacia el acontecimiento y hacia el estilo na­rrativo. Todo eso está quedando atrás, y los marginales de ayer amenazan convertirse en los conquistadores del futuro. Esta colección de ensayos, de­bida a la incisiva pluma de una vieja y pertinaz defensora de la Oíd His­tory. es la última muestra del clicna historiográfico contemporáneo. La úl­tima pero también la más excitante e irritante.

La señora Himmelfarb no cultiva, ciertamente, el culto de la amabili­dad. Una a una va arremetiendo con­tra las contribuciones de los más cons­picuos representantes de la New His­tory. De la crítica respetuosa (L. Sto-ne, P. Laslett, R. Fogel) pasa al lati­gazo despectivo que dedica al pointil-lisme de T. Zeldin y a los adalides de esa ciencia oculta que se nos ofrece bajo el nombre de Psycho-History (B. Mazlish e L Kramnick). ^

En un par de casos la crítica ad­quiere un fuerte tono moral, como cuando lamenta que el «Grupo» de historiadores marxistas británicos (Hobsbawm, Thompson, Hilton, Hill) no hayan volcado sus talentos histo-

riográficos al análisis de la evolución del comunismo contemporáneo. El mismo espíritu preside sus reflexio­nes sobre Braudel y sus discípulos: «Es aún más curioso que en los años que siguieron a la guerra, mientras los historiadores trataban de asimilar el horror de los individuos y las ideas que condujeron a esos "eventos de corta duración" (conocidos como Se­gunda Guerra Mundial y Holocausto), se haya vuelto influyente una teoría de la historia que empequeñecía el napel de los individuos, de las ideas y especialmente, de los eventos»

( P I D - , . . , La autora no se hmita a ejercer la

función crítica. En su excelente aná­lisis de un conocido artículo de R. S. Neale («Class Conciousness in Early Nineteenth Century Britain: Three Classes or Five») nos ofrece una atractiva alternativa de cómo de­be encararse el tema. Luego de tritu­rar el ambicioso modelo de Neale pro­cede a descubrir cómo los contempo­ráneos percibían el problema de «las clases». Himmelfarb no integra el re­ducido grupo de especialistas (Fair-bank, Korn, Calvert) que mega utili­dad al concepto de «clase». Postula, más bien, que él mismo debe reflejar las percepciones y valoraciones de los actores contemporáneos a los hechos analizados. Lo que critica en los mo­delos sociológicos (y marxistas) es su

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RECENSIONES

carácter ahistórico, su incapacidad pa­ra captar los fenómenos específicos que procuran estudiar.

Algo similar ocurre cuando se en­frenta con el concepto de «nación». Himmelfarb se deleita puntualizando las veces que Zeldin (Franee. 1848-1945) debe recurrir (inadvertidamen­te) a una categoría que explícitamen­te rechaza y desprecia. En este caso, sin embargo, la eficacia crítica no va acompañada de un tratamiento con­vincente de las alternativas. Para esto último apela a la vieja distinción de Lord Acton (Nationality) entre la idea de la nacionalidad y la ideología del nacionalismo. Una lectura rápida del ensayo clásico de Acton basta pa­ra ilustrar la dificultad de la distin­ción y el carácter ambiguo del con­cepto de «nación» (cfr. «Is National History Obsolete?»).

La autora no oculta sus preferen­cias historiográficas: «el objeto apro­piado de la historia es esencialmente político y el método natural de la ex­presión histórica es esencialmente na­rrativo» (p. 3). La empresa debe es­tar presidida, como se ha dicho, por una actitud de respeto hacia los va­lores, creencias e ideas prevalentes en el pasado. Himmelfarb comparte ex­plícitamente la crítica de Butterfield a la historiografía Whig, en tanto que la misma organizaba su relato a partir de valoraciones presentes. Su actitud de veneración a los viejos Whigs la lleva a matizar de inmedia­to el juicio crítico afirmando que ese «fallo» está más que compensado con

las virtudes que recorren las obras de Macauly y sus discípulos (cfr. «Who now reads Macauly?»).

A la autora no le basta con pedir respeto por los valores del pasado ni con sostener que esos valores tienen mayor potencial explicativo que los modelos de la New History. \^2L po­lítica es, además, la ciencia formativa por excelencia. De ahí, entonces, su veneración por quien alguna vez la denominara The Noble Science, la que de todas es «la más importante para el bienestar de las naciones [... ] la que más contribuye a vigorizar y expandir la mente» (Macauly, 1829).

La narrativa, como se sabe, está de moda en el ámbito de las discusiones epistemológicas. La autora no ignora esas discusiones, como lo demuestra su atractivo análisis de la posición «idealista» de M. Oakshott («The Activity of Being an Historian»). Himmelfarb cree en la realidad del pasado y piensa que el hecho históri­co no es mero accidente. Tiene, sin embargo, un fuerte rechazo por el modelo nomológico-deductivo (Pop-per-Hempel): «El historiador no co­noce causas generales que sean con­diciones necesarias y suficientes de la guerra; sólo conoce la particular se­cuencia de eventos que hizo que una guerra específica no haya sido ni in­evitable ni accidental, sino simple­mente inteligible» (p. 173). La frase tiene fuertes reminiscencias de un en­sayo de Nowell-Smith («Historical Explanation»), a quien no se le es­capaba, sin embargo, que una «se-

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RECENSIONES

cuencia de eventos» se construye a partir de una serie de generalizaciones compatibles con una versión «blanda» del método nomológico-deductivo.

La postura historiográfica de Him-melfarb parece conducir irremedia­blemente a un rechazo frontal de la Cliometría y de la New Economic History. Sorprendentemente, sin em­bargo, es de todas las «nuevas histo­rias» la tratada con mayor respeto. Y para esto elige la muy controverti­da contribución de Fogel y Engerman en Time on the Cross. Aprueba tanto el método elegido como las conclu­siones a las que arriban ambos auto­res. Critica, sí, la pretensión de des­entrañar la dimensión moral del pro­blema, una operación para la cual el análisis cuantitativo es totalmente in-apropiado (cfr. «Clio and the New History»).

No estamos, por lo tanto, frente a una crítica de la cuantificación, sino a ciertos usos del método cuantitati­vo. Más aún, la autora sostiene que muchos de estos trabajos (los de Fo­gel, p. ej.) son útiles en la tarea de reconstruir el pasado. Pero agrega de inmediato que no son propiamente (i esencialmente ?) historia. Tienen, para Himmelfarb, el valor de las bue­nas monografías que, como tales, pue­den ser «acomodadas dentro de la his­toria tradicional» (p. 44). Y éste es el punto central: quanto-history (para usar su propia expresión) es una rama auxiliar de esa empresa mayor que es esencialmente narrativa y política.

Creo que éste es el punto más dé­bil de esta excitante colección de en­sayos. Me parece muy oportuna la Reivindicación de la Oíd History y de la historia política y constitucional. Algo de esto último ha sido recogido dentro de la historia económica con el resurgimiento de los estudios sobre el marco institucional y los derechos de propiedad. Es posible, también, que el modo narrativo sea el más ade­cuado para transmitir el carácter abierto y plural (no inevitable) de ciertos procesos históricos. Pero de todo esto no se sigue que la tarea de reconstruir el pasado consista esen­cialmente en la elaboración de una narrativa centrada exclusivamente en el acontecer político-institucional. La autora sostiene, con razón, que el his­toriador debe respetar las disposicio­nes y preferencias de los individuos cuyas vidas intenta reconstruir. Para millones de esos personajes, la política no fue su preocupación central; otras (y muy valiosas) fueron sus obsesio­nes dominantes. Marginar siempre esa multitud de disposiciones y preferen­cias a la categoría de «auxiliares» es una forma de distorsionar esos valo­res del pasado que con tanto énfasis intenta defender la profesora Him­melfarb.

La autora cita con aprobación a su colega G. R. Elton (pp. 19-21). Hu­biera hecho bien en dar un paso más en su compañía. Elton dio cuenta de la discusión acerca de la importancia relativa de los distintos tipos de his­toria (política, económica, cultural, et-

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RECENSIONES

cétera) con su habitual sencillez: «En nomía de palabras: «both types are estas materias no hay jerarquías y sólo history» (The Practice of History, cabe el respeto mutuo.» A la encruci- PP- 27-29). jada entre historia analítica e historia Ezequiel GALLO

narrativa la enfrentó con similar eco- Inst. Univ. Ortega y Gasset

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ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE HISTORIA ECONÓMICA

X CONGRESO INTERNACIONAL

Universidad de Lovaina. 19-24 agosto 1990

PROGRAMA

SECCIONES A

j»; M,jn/in V SUS efectos económicos sobre la so-Al. El descubrimiento europeo del mundo y sus e/e^.i/ ciedad preindustrial: 1500-1800.

C o m e " ; é s : " r ¡^i^í'^^S^'occ.). K. N. Chaudhuri (R. Unido) y

N. Steensgaard (Dinamarca).

A2. Transporte y comunicaciones terrestres del siglo XI al XX.

S ° J e S o ; e s : ' j ' j . H ^ S e S c B é S ) . F- Carón (Francia y T. Hará (Jap6n).

^^„An V desarrollo económico. Siglos XIX y XX. A3. Empréstitos extranjeros, deuda y aesarruuu Coordinador: T. Szmrecsany (BrasU).

E X S S ? ° R : í o r S í c o n d i (iíientina). C. Marichal (México) y D. C. M. Platt (R. Unido).

A4. Estructura y estrategia de la pe.uef. y media empresa desde la Resolución

Coordinadores: Th. Csato (Hungría) j H j ^ Sge^^^^^^^^ ^^^^^^^ Comentadores: G. burgas van Hentenryck^Be«^^ y Expertos: P. Robertson (Australia) y M. i^vy i-c

A5. Educación y crecimiento económico desde la Resolución Industrial. Coordinador: G- TorteU^ ( f tí" gonnemami (Alem. Or.). Comentadores: L. Sandberg (U5>Aj y r -Experto: V. Zamagni (Italia).

SECCIONES B

. „ > „.x^ Prnncesa sobre el desarrollo a largo pla-Bl. Efectos económicos de la Revolución Francesa soor zo de Europa. Organizador: F. Crouzet (Francia).

B2. Estructuras y dindmicas de "^^^^'^Z^r'"'''''^ ''''' revalorización, inversiones, créditos, mercados. Organizador: M. Aymard (Francia).

B3. Desarrollo económico y dernogr^^fico ens^ad^ pr^^J^toras de arroz: as-pectos de la Historia Económica de Asia uriemu. Organizador: A. Hayami (Japón).

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B4. La planificación económica desde 1945. Organizador: A. S. Milward (R. Unido).

B5. Grupos étnicos minoritarios urbanos y rurales y sus efectos en el desarrollo económico, 1850-1940. Organizador: F. M. L. Thompson (R. Unido).

B6. Metrópolis y sus Hinterlands, 1600-1850. Organizador: P. Clark (R. Unido).

B7. Comercio y navegación en los siglos XIX y XX. Organizadores: L. Fischer (Canadá) y H. W. Nordvik (Noruega).

B8. La mujer en el trabajo. Organizadores: P. M. Klep (P. Bajos), J. Kocka (Alem. Occ.) y H. Thorborg

(Suecia).

B9. Desempleo y subempleo en perspectiva histórica. Organizador: B. Eichengreen (USA).

BIO. Crecimiento y estancamiento en el mundo mediterráneo en los siglos XIX y XX. Organizador: N. Valerio (Portugal).

BU. Modelos de economía regional en la Antigüedad y el Medievo. Organizadores: J. Andreau (Francia) y Lund (Suecia).

B12. Metodología e Informática. Organizadores: Metodología: Vinogradov (URSS) y Th. Kuczinsky (Alem. Or.);

Informática: E. van Cauwenberghe (Bélgica), R. Metz (Alem. Occ.) y R. C. W. van der Voort (P. Bajos).

B13. Liberalismo y paternalismo en el siglo XIX. Organizador: J. Stengers (Bélgica).

B14. Producción, comercialización y consumo de bebidas alcohólicas desde la Edad Media. Organizadores: R. Wilson (R. Unido) y L. CuUen (Irlanda).

B15. El paño de Flandes y Brabante en la Historia Económica europea. Organizador: J. Munro (Canadá).

Aunque algunos nombres son aún provisionales, los interesados pueden dirigirse a coordinadores y orgjmizadores; a la Secretaria de la Asociación c/o Fundación J. Or­tega y Gasset; Fortuny, 53; 28010 Madrid (tel. 91-410 4412); o a la Secretaría de la Asociación Internacional: Prof. Joseph Goy; Sécrétaire General; Ecole de Hautes Etudes en Sciences Sociales; Centre de Recherches Historiques; 54 Blvd. Raspail; 75270 París CEDEX 06; Francia.

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Revista de Estudios Políticos (NUEVA ÉPOCA)

PRESIDENTE DEL CONSEJO ASESOR: D. Carlos OLLERO GÓMEZ

DIRECTOR: Pedro de VEGA GARCU. SECRETARIO: Juan J. SOLOZXBAL

SUMARIO DE LOS NUMS. 60^1 (abril-septiembre 1988)

NUMERO MONOGRÁFICO SOBRE

.EL SISTEMA POLÍTICO Y CONSTITUCIONAL PORTUGUÉS (1974-1987).

Coordinador: Mario BAPTISTA COELHO

I. EL SISTEMA POLÍTICO

1. Régimen y transición democrática 2. Partidos e ideologías 3. Elecciones y sistema de partidos 4. El sistema de gobierno 5. Grupos de interés y su representación política 6. Sociedad y Estado

II. EL SISTEMA CONSTITUCIONAL

1. El 25 de abril y las leyes 2. Antecedentes y encuadramiento 3. Derechos y garantías 4 La constitución económica y social 5. La fiscalización de la constitucionahdad 6. La revisión constitucional

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL

3.000 ptas. España 37 | Extranjero gOO ptas. Número suelto: España j2 y Número suelto: Extranjero

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española. 9 - 28013 MADRID (España)

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REVISTA ESPAÑOLA DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Presidente: Luis SJ(NCHEZ AGESTA

Director: Francisco RUBIO LLÓRENTE

Secretario: Javier JIMÉNEZ CAMPO

SUMARIO DEL AÑO 8, NUM. 23 (mayo-agosto 1988)

IN MEMORIAM: IGNACIO DE OTTO

ESTUDIOS:

Ignacio DE Orro: El mando supremo de las Fuerzas Armadas. Tomás QUADRA-SALCEDO: La cláusula de conciencia: Un godot constitucional (II). Luis LÓPEZ GUERRA: Modelos de legitimación parlamentaria y legitimación demo­

crática del gobierno: su aplicación a la Constitución española. María Emilia CASAS BAAMONDE: Las competencias de las Comunidades Autónomas

en las materias laboral, de empleo y emigración: Análisis del Estatuto de Au­tonomía de Galicia.

Juan J. SOLOZABAL: Aspectos constitucionales de la libertad de expresión y el de­recho a la información.

Mañano GARCIA CANALES: La reforma de los estatutos y el principio dispositivo.

JURISPRUDENCIA:

Estudios y Comentarios Marc CARRILLO: Derecho a la información y veracidad informativa. Antonio LÓPEZ CASTILLO: La cuestión del control de constitucionalidad de las nor­

mas comunitarias del Derecho derivado en la RFA.

Crónica, por Luis AGUIAR DE LUOUE.

CRÓNICA PARLAMENTARIA, por Nicolás PÉREZ-SERRANO JXUHEGUI.

CRITICA DE LIBROS.

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA: Noticias de Libros. Revista de Revistas.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL

España 2.6(X) ptas. Extranjero 33 $ Número suelto: España 900 ptas. Número suelto: Extranjero 12 $

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Mariaa Española, 9 - 28013 MADRID (Espafia)

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Revista de Administración Púbiica Director: Eduardo GARCÍA DE ENTERRIA

Secretario: Fernando SAINZ MORENO

SUMARIO DEL NUM. 116 (mayo-agosto 1988)

ESTUDIOS: Eduardo GARCÍA OH ENTHRRÍA: Las Uyeséei <^r;iorüom2,ela^C^^^^^ como

instrumento de ampliación del ámbito «^ '"^¿'"""fp^J^ °^° de la Administra-Sebastián MARTÍN-RETORTIIXO BAQUER: Las nuevas perspectivas ae

ción económica. „.„„,^,. i„ Ucencia de obras en los contratos admi-Ernesto GARCÍA-TREVIJANO GARNICA. La licencia oe

nistrativos. c ^ »/ nny,trol de la discrecionalidad en la potestad Juan DE LA CRUZ FERRER: Sobre el control ae la awu

reglamentaria.

lURISPRUDENCIA:

I. Comentarios monográficos: . jurisprudencia ordinaria sobre la Antonio EMBID IRWO: LOS P':'"^'P'°'JiycoZt'mdonal sobre la LODE. .^:Trt^7.¿Í^Tes'1e¡uS'ÍTrTl:c^^^^^^^ de precario en

Jos?Maí: SAÍforílsTRASA: Régimen iuridico de las especialidades mé-

dicas. „ ., , . r,.ay,in<: V la teoría estatutaria del Tomás QUINTANA LÓPEZ: El Tribunal de Cuentas y la leo

Derecho administrativo. II. Notas:

Contencioso-administrativo; A) En general (T. Font i Llovet y J. Tornos Mas).

B) Personal (R. Entrena Cuesta).

CRÓNICA ADMINISTRATIVA.

BIBLIOGRAFÍA.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL

3.000 pus . España 37 $ Extranjero 1100 ptas. Número suelto: España j ^ > Número suelto: Extranjero

rFNTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES P l a z a T K a r i n a Española, 9 - 28013 MADRID (España)

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REVISIA DE INSmUGiONES EUROPEAS Director: Manuel DÍEZ DE VELASCO

Subdirector: Gil Carlos RODRÍGUEZ IGLESIAS

Secretaria: Araceli MANGAS MARTIN

SUMARIO DEL VOL. 15. NUM. 2 (mayo-agosto 1988)

ESTUDIOS:

Carlos FERNANDEZ CASADEVANTE: La protección del medio ambiente en las Comu­nidades Europeas y la adhesión de España: Obligaciones en vigor.

Alberto MASSOT MARTI: Problemas y perspectivas institucionales de la realización del Mercado interior agroalimentario para 1992.

VOTAS:

F. MURPHY: El caso CROTTY y el referéndum irlandés. María Concepción APRELL: Libre prestación de servicios por los abogados. Regla

de exclusividad territorial (Comentario a la sentencia del TJCE de 25 de fe­brero de 1988, causa 427/85).

CRÓNICAS,

JURISPRUDENCIA,

BIBLIOGRAFÍA,

REVISTA DE REVISTAS,

DOCUMENTACIÓN.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL

España 2.600 ptas. Extranjero 33 $ Número'suelto: España 900 ptas. Número suelto: Extranjero 12 f

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9 - 28013 MADRID (España)

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REVISTA DE LAS CORTES GENERALES CONSEJO DE REDACCIÓN

1. T -¿ I „ic Rnrfntruez Pardo, Antonio Carro Martínez, Leopoldo Torres Boursault, José Lms Rodng^^ ra ^^ , ^^^^^^ ^

Juan de Arespacochaga V .F«''^'^"?"'^^te Mardn Bassols Coma, José M. Beltrán López de las Heras, Francisco R"*'>° "órente Martin Ba ^ ^^^^^^ ^^^^

de Heredia, José Luis Cascajo de Castro ^"^4P^^p¿°z uaño. Femando Sainz de

^^u^aS^-ut-A^nrianíaL-a';^'^^^^^^^^

Presidentes: Félix Poxs IRAZAZABAL y José Federico DE CARVMAL V PÉREZ

Director: Luis María CAZORLA PRIETO

Subdirector: José Manuel SERRANO ALBERGA

Secretario: Diego LÓPEZ GARRIDO

SUMARIO DEL NUM. 13 (primer cuatrimestre 1988)

I. ESTUDIOS . . , Juan Femando LÓPEZ AGUXLAR: La relación <:0";^¿¿Z¿'it'^"t'^erTdTmí

del Parlamento italiano para '« f. '''-' /" " S o ^ /cfo5 políticos de las Antonio EMBID IRUJO: Actos políticos del YZÍTnsJcontrolar la jurisdic-

Cámaras Parlamentarias. Reflexiones en tomo a su control po ción contencioso-administrativa. nertenencia a un grupo

Alejandro SAINZ ARNAIZ: El carácter f ' 'S f '^" ' 'J^„ í / / „ ' «fc^greso de los parlamentaria: el Grupo Mixto y las Agrupaciones en ei v,

Ang^LS^ALONSO DE ANTONIO: La Diputacién Permanente en la Constitucién

de Cádiz.

II. NOTAS Y DICTÁMENES „„„«rf„

Eduardo VIRCAI. FORURXA: La r ^ f , V ^ . ' S ? « í « r " ° práctica aplicativa del articulo 113 de la Constitución.

III. CRÓNICA PARLAMENTARIA n.«/.».n Juan CANO BUESO: Funcionalidad y obstruccionismo. Apuntes sobre el Derecho

Parlamentario de Andalucía.

DOCUMENTACIÓN

LIBROS

REVISTA DE REVISTAS

SUSCRIPCIÓN ANUAL (3 números) 2.300 ptas.

SECRETARIA GENERAL DEL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS (Gabinete de Publicaciones)

Floridablanca, s/n. - 28014 MADRID

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Una revista trimestratde ciencias sociaies sobre la agricultura la pesca y la alimentación

ENERO MARZO IMt

ESTUDIOS

JOSÉ MANUEL NAREDO Diez tios de Agricultiin EsptSob.

MIREN ETXEZARRETA y LOURDES VILADOMIU El impacto de la crisis en una agricultura internacionaliza­da.

GIOVANNI MOTTURA Cuarenta aflos de estrategia corporalivista en la agricultura italiana (I944-I$87). Uparte.

F. HLLAT, A. ABELLA, A. GÓMEZ, T. LASANTA, E. MANRIQUE, C. MÉNDEZ, R. REVILLA, J. P. RUIZ y M. RUIZ Sistemas ganaderos de montafia.

PAUL SAUVIN El desanollo endógeno de las ireas de montada Pays-D'Enhaut (Suiza).

CANDIDO PAÑEDA FERNANDEZ Temeroa en Asturias. AAojos en CataluAa. Un análisis empírico de la relación dinámica entre valores afiadidos en la ganadería bovina de carne en EspaBa en el período 1975-1984.

NOTAS

ANA CLARA GUERRERO LATORRE Los viajeros ingleses y la agricultura espaSola en el siglo XVIII.

FERNANDO SÁNCHEZ DE PUERTA T. La ESRS Summer School 1987: El futuro de U política rural en Europa: problema y posibilidades.

JOSEFINA CRUZ VILLALON Coloquio sobre agiiculluní tuniliar y pluriactividad en el medio rural europeo.

BIBUOGRAFU

I. Crttka de NbrOK JUAN MAESTRE ALFONSO: «Loa trabajadora temporales y el sector igropecuaiio de Amírica Latina»; JuUo César NeÁ. Oficiiia Intemidonal del Trabqo. Ginebn, 1986, 138 págs. GLORIA DE LA FUENTE: «La miqer en los sistemas de producdÓQ rural. ProUemas y poUlica<». Deniz Kandiyoii. Edicióa evtSola Sobtl/Unesco. Barce­lona, 1986. JUAN MANUEL GARCÍA BARTO­LOMÉ: C!omenlario ea tomo al número 4 —ex­traordinario— de la revisu MedHarMaaee: «Ciuda­des y campos en Marroecoa. Homenaje a Paul Pascon», 1986. CARLOS SAN JUAN MESO-NADA: La reforma de la PAC desde la perspec­tiva esptfiola. «El fiítuio de la politica agrícola común y la eoooomia eapatola». L V. Barceló y Garda Alvarez-Coque. Mundi-Pieasa. Madrid, 1987 (280 páft.). JOSÉ ANTONIO DURAN: «El sodalismo partidario espaOol y la cuestión agraria». Ediciones de la revista dd trabqo. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Madrid, 1986.

n. RrviiU de Rviilaa.

DOCUMENTAOON

JUAN PRO RUIZ Materiales para el estudio de la cuestión catastral en Espaila: El Siglo XX.

Director; Cristóbal Gama Benito Stifcripdón anual pan I9«7

Edita: Secretaría General Técnica — Bsptli» 3.300 pts. Ministerio de Atricultura, Pesca y — Estudiantes 2.500 pts. Alimentación — Extranjero 4.000 pts.

— Número suelto 1.000 pts.

Solicitudes: A través de librerías especializadas o dirigiéndose al Centro de Publicaciones del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Paseo de Infanta Isabel, n.° 1. 28014 - MADRID (ESPAÑA).

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REVISTA DE ESTUDIOS AGRO-SOCIALES

ABRIL 140 1987

JUNIO JUUO 141 1987

SEPTIEMBRE

ESTUDIOS

M PETIT

La poliiica Agrícola Común: problemática actutí y perspec­tivas.

W H€NmcHSME>tR El análisis económico en el proceso de elaboración de la PAC F LECHI

Disparidades regionales y evolución de la Política Agrícola Común

A BUCKWELl Incidencia de las limiíactones presupuestarías en la PAC S. TANCERMANN Relación de la PAC en terceros países U KoEsTER y H TEBWITTE Semillas oleaginosas, proteínas y cereales de sustitución: es­

trategias económicas y realidades políticas T JosLiNC. y F ANDHADA La adhesión de España y la PAC C TÍO Lecciones de una negociación con la C.E.E.: naturaleza del

proceso de elaboración de la PAC L V BAÜCELO

La posición competitiva de los productos mediterráneos es­pañoles

M GORGONl

Limitación de la política de estructuras de la CEE D BERGMANN

La regulación de la oferta agrícola: una acción muy limitada J CARBONELI Balance del primer año de aplicación de la PA C en España NOTAS REVISTA DE REVISTAS

ESTUDIOS J.H, SANDERS. J.K. BiNKLEY y M.A. MARTIN Algunas consecuencias de la entrada de España y Portugal

en la CEE. F COLSON

El desarrollo agrario frente a la diversidad de la agricultura francesa

D BARRES

Relaciones entre el Estado y las Organizfciones Profesiona­les Agrarias en Francia. A Igunos elementos sobre iu evo­lución reciente.

J., CALATRAVA REQUENA Y M ' . R. VERICAT NUÑEZ Trabajo femenino y agricultura marginal: la mujer en la ex­

plotación agraria de las Alpujams. C BLASCO Y F. GONZÁLEZ FAJARDO

Posición comercial de Iw productos agroaUmeniarios anda­luces en el mercado comunitario

R. ALONSO, M.T . IRURETAUOYENA Y A. SeuuNO

El riesgo físico y económico de los cultivos de secano en la Comunidad Autónoma de Madrid. Sus índices de perfo-mance

J. SANZ CAÑADA Caracterización estructural de la inAatria egroatimentaria

de primera tran^ormaciórt en áreas urbano-industriales: el caso de la Comunidad de Madrid

C A L Bl ÑAÑA

La Hacienda Pública y el Sector Agrario en la II República Española

NOTAS REVISTA DE REVISTAS

OCTUBRE 1 4 2 DICIEMBRE ENERO 1 4 3 FEBRERO

ESTUDIOS ^ T ^ " ' " * S.OoM..uzF«,>*spo J. GONZÁLEZ REGIDOR , J J r SCHIFANI Inno^üCiór licnolóiicu en l<¡ africullum y xumulKtón át ^ Qmo^x

capiul: un anuláis crílico de la revolución verde. ^ MAKENKI y A. GIANMOL» J BEHSEL ,, L. SANTOS PEÜEHA Los precios de referencia para fruías y horlalias: un anali- p ^VILLEZ

sis del grado de prolección exierior L. RAMOS ROCHA J de DEMANtx>LX y O. Mou«oux

A. PRIETO GUIJARRO T nAuri* AZCARATE y D . AHRER Disponibilidad de recursos y eficiencia productiva Isltd'S sobre los regadíos en países mediterráneos de la C. BLASCO VIZCAÍNO y F. GONZÁLEZ FAJARDO £•££

Posición comercial de los productos agroalitnenlarios anda- U „ N „ « . ALEMÁN luces en el mercado comunitario ¿a/^lilicade la gama de productos en la industria conser-

C. PAÑEDA FERNANDEZ VÍTO murciana

Los flujos interprovinciales de bovino en España en el pe riodo I977-I9S4 ¡?I«»MAC10N. DOCUMENTACIÓN \ CONVOCA-

J.A. MILLANGOMEZ TORIAS

La medida de la productividad agraria RECENSIONES DE LIBROS JM GÓMEZ GUTIÉRREZ , , ^ REVISTA DE REVISTAS

El monte adelüsado. Significación económica y ecológica ac­tual.

X. SANTISO BLANCO „ _,. J „.„.,.

Explotaciones de leche en La Corulla. Su dinámica, estruc­tura y entrega a la industria

SnKripdéii uval 9*" IM» Director: Amonio Herrero Alean ,d^^ p,; Edita: Secretarla General Técnica I Br'dTan.e! . . ' ?J9 ^\

Ministerio de Agricultura. Pesca y _ E,„a„jero ' ,™ ?;, A limenlación - Número suelto

, . H oi*nrio« al Centro de Publicaciones del Ministerio de Agricultura, S.Hcl»d«: A través de librerías especializadas "^'"¡"^'T „ o i Mo" - MADRID (ESPAÑA).

Pesca y Alimentación. Paseo de Infanta Isabel, n.

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PAPELES DE ECONOMÍA ESPAÑOLA U REVIRA ECON(MCA M: LAS CAJAS DE AHORROS

6 6 NOVEDADES DEL SISTEMA FINANCIERO >>

OPINAN: • C Boada Vllalloiiga • E . Botín RÍOS • M . C o n d e C o n d e • A. Etcáma López

• J. A. S<iKliez Adabí •P . lUedo • L . VUli lUtcraer • A . VnbgrAn y de V B o t a

N?36

FUNCMCION FONDO PkRA U INVESTIGACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL CAJAS DE AHORROS CONFEDERADAS

• POLÍTICA MONETARIA, MERCADO DE DIVISAS Y SUPERVISIÓN FINANCIERA.

' L. A. Rojo 'R. Ortega

•L.M.UndeyG.GU • T. R. Fernanda

• ENTIDADES DE DEPOSITO

•X.VWcs . • M.J.ftKÍra Rodríguez • J.Bengoechea y L. A. Arena • A. Martín Moa •J.ReveU • M. J. Ugaret Calvo • J. Zurtta • J. A. Antte Ptrez •R.lkmies Carrero

• MERCADO DE VALORES

•G.delaDelicia • J. B. Tkrceiro

• J.E.Inaio •J . A. Manato Adn

PAPELES DEECONOMU

ESMÑOU

WLEnNDESUSCUraON Jiaa HnMo de Mealoo. M

2 n M Madnd lUt. 23044 0(M)2

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D Ntan adlD . . . . . L W D Swfc* iÉn» M. JS, X J? iO»" 1idi*««I« ei|i|>lo*ln<:

aemrmáHIm. atUt^maniáimi • DMÉUlÍ«Íti>«UI»W»«»,ll I l l » » * ' ^

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teíflOS EDITORIAL TECNOS, S. A. %k O'Donnell, 27 . Tel. 431 64 00 - 28009 Madrid

LA NUEVA HISTORIA ECONÓMICA EN ESPAÑA

Edición de PABLO MARTIN ACEÑA

Y LEANDRO PRADOS DE LA ESCOSURA

1. ATRASO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO 1. GASTO BRUTO V FORMACIÓN DE CAPITAL EN ESPAÑA, 1849-1958: PRIMER ENSAYO DE ESTIMACIÓN.

por Albert Carreras de Odriozola. 2. EVOLUCIÓN DE LA SUPERFICIE CULTIVADA DE CEREALES V LEGUMINOSAS EN ESPAÑA. 1886-1935, por

el Grupo de Esludios de Historia Rural. 3. CRECIMIENTO ECONÓMICO Y DEMANDA DE ACERO; ESPAÑA. 1900-1950, por P^dro fraíte. 4. Los FERROCARRILES EN LA ECONOMÍA ESPAÑOLA. 1855-1913, por Antonio Gómez Mendoza.

II. LA INTEGRACIÓN EN LA ECONOMÍA INTERNACIONAL

5. LAS RELACIONES REALES DE INTERCAMBIO ENTRE ESPAÑA V GRAN BRETAÑA DURANTE LOS SIGLOS XVIIl Y XIX, por Leandro Prados de lo Escosura.

6. L A PRODUCCIÓN DE VINOS EN JEREZ DE LA FRONTERA, 1850-1900, por James Simpson. 7. LOS EFECTOS DE LA PROTECCIÓN ARANCELARIA SOBRE LA PRODUCCIÓN DE CEREALES EN ESPAÑA.

1890-1910, por Jaime García-Lombardero y Viñas. 8. EL COSTE SOCIAL DE LA PROTECCIÓN ARANCELARIA A LA MINERÍA DEL CARBÓN EN ESPAÑA. 1877-1925,

por Sebastiin Coll Martin.

III, EL ESTADO I N I A ECONOMÍA

9. E L GASTO PUBLICO EN ESPAÑA. 1875-1906: UN ANÁLISIS COMPARATIVO CON LAS ECONOMÍAS EU­

ROPEAS, por Pedro Tedde de Lorca. 10. DÉFICIT PÚBLICO Y POLÍTICA MONETARIA EN LA RESTAURACIÓN, 1874-1923, por Pablo Martin

Aceña. 11. INTERVENCIONISMO Y CRECIMIENTO AGRARIO EN ESPAÑA. 1936-1971, por Carlos Bárdela López. 12. L A EVOLUCIÓN DEL GASTO DEL ESTADO EN ESPAÑA. 1901-1972: CONTRASTACIÓN DE DOS TEORIAS.

por Francisco Comin.

Pedidos a:

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* Historia Universal

Ciencias Sociales

Historia y Literatura Españolas

Información Bibliográfica

* Suscripciones a Revistas

* Publicaciones Españolas y E x t r a n j e r a s f Y l ^ F ^ Q l ^ V L ^ pons

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CUADERNOS DE ECONOMÍA Revista del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en colaboración con el

Departamento de Teoría Económica de la Universidad de Barcelona

Director: Joan HORTALA I ARAU

CONSEJO DE REDACCIÓN

Antonio ARGANDOÑA RAMIZ, Anna M." BiRULÉs BERTRÁN, Jesús FRESNO LOZANO (secre­tario), Josep PIQUÉ CAMPS, Juan TUGORES QUES

Secretaría: Agustí CoLOM CABAU, Ramón FRANOUESA ARTES, M." Angels CERDA SURROCA

SUMARIO DEL VOL. 15, NUM. 44

Rosa ALSINA OLIVA: Estrategia de desarrollo en España 1964-1975: planes y realidad. María CALLEJÓN: Teoría del comercio internacional y política industrial. Albert COROMINAS: Variaciones en los niveles de precios y de salarios y cambios en

el poder adquisitivo. José Luis MARTÍN SIMÓN: La influencia de las externalidades en el bienestar econó­

mico (II). El enfoque moderno. Tomás MoLTó i GARCÍA - Ramón TORRENT I MACUÁ: Notes introductdries sobre l'análi-

sis de la producció en ternes de treball. José-Ginés MORA RUIZ: Análisis cronológico de la demanda de educación universita­

ria en España, 1962-1983. M.' Lucía NAVARRO GÓMEZ: Capital humano y comportamientos de consumo. Una

aplicación para Andalucía. Vicente ORTS RÍOS: Movilidad de capital y sustituibilidad entre activos en la diná­

mica del tipo de cambio y de la balanza por cuenta corriente. Alexandre PEDROS EBALLÓ - Guillem LÓPEZ CASANOVAS - Jordi CANALS MARCALEF - Mercé

COSTA CUBERT: Deuda pública y «Crowding-out».

Í N D I C E 1987, vol. 15, núms. 42 a 44.

SUSCRIPCIONES

Se dirigirán a la Secretaria de la Revista (J. Girona Salgado, 18-26 - 08034 Barcelona Tel. (93) 204 06 00, ext. 284), rigiendo las siguientes condiciones de venta para la sus

cripción anual:

España Extranjero

Suscripción anual 2.000 ptas. 30 USA | Número suelto ... 750 ptas. 15 USA $ Número atrasado: s.e.

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ANNO L X X V I I I - SERIE III MARZO 1988 FASCICOLO III

Rivista di Política Económica Direttore: PAOLO ANNIBALDI

Redattore capo: VENIERO DEL pu f A

ATTI

Incontro di studio

su

«La crisi delle borse e quella del doUaro»

Roma, Sede dell'Unione Industriali

16 dicembre 1987

Direzione, Redazione, Amministrazione: Viale Pasteur, 6 - 00144 Roma

Abbonamento annuo: Italia: L. 70.000 - Estero: L. 90.000

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DESARROLLO ECONÓMICO

Revista de Ciencias Sociales

Volumen 27 Octubre-diciembre 1987 Número 107

ARTÍCULOS:

Ulrich MENZEL y Dieter SENGHAAS: Para una definición de los países de industria-timción reciente. Propuesta de indicadores para evaluar los países que se en­cuentran en el umbral de la industrialización.

Catalina H. WAINERMAN y Martin MORENO: Incorporando las trabajadoras agríco­las a los censos de población.

Alfredo VISINTINI y Carlos BASTOS: Hacia un nuevo plan eléctrico.

Russell E. SMITH: Política salarial, mercado de trabajo y salarios industriales en San Pablo, 1960-1976: análisis según tamaño de las empresas y su condición de nacionales o extranjeras.

María Magdalena CHIRICO: El relato de vida como instrumento de investigación: Ramón, un trabajador del partido de La Matanza.

Daniel JAMES: 77 y 18 de octubre de 1945: el peronismo, la protesta de masas y la clase obrera argentina.

CRITICA DE LIBROS - INFORMACIÓN DE BIBLIOTECA.

DESARROLLO ECONÓMICO —Revista de Ciencias Sociales— es una publkación trimestral editada por el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES).

Suscripción anual: R. Argentina, fa 70.000; Países limítrofes, U$S 36; Resto de Amé­rica, U$S 40; Europa, Asia, África y Oceanía, U$S 44. Ejemplar simple: U|S 10

(recargo por envíos vía aérea). Pedidos, correspondencia, etc., a:

INSTITUTO DE DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIAL

Güemes 3950 - 1425 Buenos Aires - República Argentina

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EL TRIMESTRE E C O N Ó M I C O

VoL. LIV MÉXICO, SEPTIEMBRE DE 1987 NUMERO ESPECIAL

S U M A R I O

Presentación.

INTRODUCCIÓN

José Antonio OCAMPO, Una evaluación comparativa de cuatro planes antinflacio-narios recientes.

Primera Parte: EL PLAN AUSTRAL

Roberto FRENKEL y José María FANELLI, El Plan Austral: Un año y medio después. Pablo GERCHUNOFF y Carlos BOZZALLA, Posibilidades y limites de un programa de

estabilización heterodoxo: El caso argentino. Lance TAYLOR: El Plan Austral (y otros choques heterodoxos): Fase II.

Segunda Parte: EL FIN DE LA HIPERINFLACION BOLIVIANA

Juan Antonio MORALES ANAYA: Estabilización y nueva política económica en Bo-livia.

Eduardo LORA T.: Una nota sobre la hiperinflación boliviana.

Tercera Parte: EL PLAN CRUZADO

Eduardo MARCO MODIANO: El Plan Cruzado: Bases teóricas y limitaciones prác­ticas.

Dionisio DÍAS CARNEIRO: El Plan Cruzado: Una temprana evaluación después de diez meses.

Patricio MELLER: Apreciaciones globales y especificas en torno del Plan Cruzado.

Cuarta Parte: LA ESTRATEGIA MACROECONOMICA DEL APRA Richard WEBB: La gestación del plan antinflacionario del Perú. Jurgen SCHULDT: Desinflación selectiva y reactivación generalizada en el Perú,

1985-1986. Rosemary THORI*: La opción del APRA en el Perú.

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

Avenida Universidad, 975 - Q3100 México, D.F.

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CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

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PABLO PÉREZ TREMPS: Tribunal Constitucional y Poder Judicial. Prólogo de Jorge de Esteban. 1.800 ptas.

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