Revista de Estudios Sociales No. 37

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Bogotá - Colombia diciembre 2010 ISSN 0123-885X Pp.1-208 $20.000 pesos (Colombia) 37 ISSN 0123-885X http://res.uniandes.edu.co Bogotá - Colombia diciembre 2010 Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social 37 Presentación Francisco Gutiérrez Dossier Jason Sumich Antonio Giustozzi Jonathan Di John Francisco Gutiérrez Otras Voces Luis Antonio Trejo Jorge Winston Barbosa Juan Carlos Barbosa Gloria Patricia Marciales Harold Andrés Castañeda Luis Antonio Orozco Diego Andrés Chavarro Juan Carlos Orrego Documentos Ralf J. Leiteritz Debate Fernán González Angelika Rettberg Lecturas Olga L. González Fragilidad y fallas estatales: una perspectiva comparada

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ISSN 0123-885X

Pp.1-208$20.000 pesos (Colombia)

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ISSN 0123-885Xhttp://res.uniandes.edu.co

Bogotá - Colombia diciembre 2010Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

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9 770123 885006

ISSN 0123-885X

Presentación Francisco Gutiérrez

Dossier Jason Sumich Antonio GiustozziJonathan Di JohnFrancisco Gutiérrez

Otras VocesLuis Antonio TrejoJorge Winston BarbosaJuan Carlos BarbosaGloria Patricia MarcialesHarold Andrés CastañedaLuis Antonio OrozcoDiego Andrés ChavarroJuan Carlos Orrego

DocumentosRalf J. Leiteritz

DebateFernán GonzálezAngelika Rettberg

LecturasOlga L. González

Fragilidad y fallas estatales: una perspectiva comparada

Presentación Fragilidad estatal: ¿cómo conceptualizarla?

• Francisco Gutiérrez – IEPRI, Universidad Nacional de Colombia.

Dossier Partido fuerte, ¿Estado débil?: Frelimo y la supervivencia estatal a través de la guerra civil en Mozambique

• Jason Sumich – South African Research Chair Initiative (SARChI), University of Fort Hare, Sudáfrica.

Los grupos étnicos y la movilización política en Afganistán • Antonio Giustozzi – Crisis States Research Centre/DESTIN, London School of Economics, Inglaterra.

Conceptualización de las causas y consecuencias de los Estados fallidos: una reseña crítica de la literatura • Jonathan Di John – Universidad de Londres, Inglaterra.

¿Estados fallidos o conceptos fallidos? La clasificación de las fallas estatales y sus problemas • Francisco Gutiérrez – IEPRI, Universidad Nacional de Colombia.

Otras VocesCorrupción y desigualdad en la Unión Europea

• Luis Antonio Trejo – Universidad de Barcelona, España.

Reconceptualización sobre competencias informacionales. Una experiencia en la Educación Superior • Jorge Winston Barbosa – Universidad Industrial de Santander, Colombia;

• Juan Carlos Barbosa – Universidad Industrial de Santander, Colombia; • Gloria Patricia Marciales – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia;

• Harold Andrés Castañeda – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia.

Robert K. Merton (1910-2003). La ciencia como institución • Luis Antonio Orozco – Universidad de los Andes, Colombia;

• Diego Andrés Chavarro – University of Sussex, Inglaterra.

Alejo Carpentier ante lo indígena: ¿antropólogo, escritor o nativo? • Juan Carlos Orrego – Universidad de Antioquia, Colombia.

Documentos20 años de la caída del Muro de Berlín

• Ralf J. Leiteritz – Universidad de los Andes, Colombia.

DebatePensando la fragilidad estatal en Colombia

• Fernán González – ODECOFI, Colombia; • Angelika Rettberg – Universidad de los Andes, Colombia.

LecturasFalquet, Jules. 2008. De gré ou de force, les femmes dans la mondialisation.

• Olga L. González – Urmis, Universidad París VII, Francia.

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Comité Editorial

FundadorEsFrancisco Leal Ph.D.

Universidad de los Andes, [email protected]

Dr. Germán ReyPontificia Universidad Javeriana, [email protected]

dirECtorCarl Henrik Langebaek Ph.D.

Universidad de los Andes, [email protected]

Coordinadora EditorialVanessa Gómez

Universidad de los Andes, [email protected]

EditoraNatalia Rubio Universidad de los Andes, [email protected]

Comité CiEntíFiCo

Álvaro Camacho, Ph.d. Universidad de los Andes, Colombia

Jesús martín-Barbero, Ph.d. Pontificia Universidad Javeriana, Colombia

lina maría saldarriaga, Estudios de Ph.d. Universidad de Concordia, Canadá

Fernando Viviescas, master of arts, Universidad Nacional, Colombia

traduCCión al inglésFelipe EstradaShawn Van Ausdal

traduCCión al PortuguésTranslate It

EQuiPo inFormÁtiCo

José Alejandro Rubio S.Programación y diseño web

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Claudia VegaAsistente de publicaciones

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DiagramaciónVíctor Gómez - Diseño Gráfico

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Impresión y encuadernaciónPanamericana Formas e Impresos S.A.

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El material de esta revista puede ser reproducido sin autorización para su uso personal o en el aula de clase, siempre y cuando se mencione como fuente el artículo y su autor, y la Revista de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.

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y no necesariamente reflejan la opinión de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.

Portada: Artesanía china. Anónima

Guillermo Dí[email protected]

Corrección de estilo

Angelika Rettberg, Ph.D.Universidad de los Andes, Colombia

[email protected]

Robert Drennan Ph.D.Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos

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Kees Koonings Ph.D. Universidad de Utrecht, Holanda

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Dr. José Antonio Sanahuja Universidad Complutense de Madrid, España

[email protected]

Dr. Felipe CastañedaUniversidad de los Andes, [email protected]

Mabel Moraña Ph.D.Universidad de Pittsburgh, Estados [email protected]

Dr. Martín Tanaka Instituto de Estudios Peruanos, Perú[email protected]

Martin Packer Ph.D.Universidad de los Andes, ColombiaDuquesne University, Estados [email protected]

Juan gabriel tokatlian, Ph.d.Universidad de San Andrés, Argentina dirk Kruijt, Ph.d.Universidad de Utrecht, Holandagerhard drekonja-Kornat, Ph.d.Universidad de Viena, Austria Jonathan Hartlyn, Ph.d.Universidad de North Carolina, Estados Unidos

Revistade Estudios Sociales37Bogotá - Colombia Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

http://res.uniandes.edu.co ISSN 0123-885X

diciembre 2010

Editor inVitadoFrancisco Gutiérrez SanínIEPRI, Universidad Nacional de Colombia.

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issn0123-885X Periodicidad: Cuatrimestral (abril, agosto y diciembre) Pp: 1 - 208Formato: 21.5 X 28 cmTiraje: 500 ejemplaresPrecio: $ 20.000 (Colombia) US $ 12.00 (Exterior) No incluye gastos de envío

INDEXACIÓNLa Revista de Estudios Sociales está incluída actualmente en los siguientes directorios y servicios de indexación y resumen The Revista de Estudios Sociales is currently included in the following indexes and data bases Os artigos publicados pela Revista de Estudios Sociales são resumidos ou indexados em:

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(EBSCO Information Services, Estados Unidos), desde 2005.• HAPI -Hispanic American Periodical Index (UCLA, Estados Unidos), desde 2008.• Historical Abstracts y America: History & Life (EBSCO Information Services, antes ABC-CLIO, Estados Unidos), desde 2001.• Informe Académico y Académico Onefile (Gale Cengage Learning, Estados Unidos), desde 2007.• LatAM-Studies -Estudios Latinoamericanos (International Information Services, Estados Unidos), desde 2009.• LATINDEX -Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal, (México), desde 2004.• Linguistics & Language Behavior Abstracts, Sociological Abstracts, Social Services Abstracts, Worldwide Political Science Abstracts

(CSA -Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos), desde 2000.• OCENET (Editorial Océano, España), desde 2003.• PRISMA -Publicaciones y Revistas Sociales Humanísticas (CSA −Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos).• PUBLINDEX -Índice Nacional de Publicaciones, (Colciencias, Colombia), desde 2004. Actualmente en categoría A2.• RedALyC -Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal (UAEM, México), desde 2007.• SciELO Colombia –Scientific Electronic Library Online, desde 2007.• SCOPUS (Elsevier, Holanda), desde 2009.• Social Science Citation Index (ISI, Thomson Reuters, Estados Unidos), desde 2009.• Ulrich’s Periodicals Directory (CSA –Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos).

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Carlos angulo galvisRector

José rafael toroVicerrector Académico

Carl Henrik langebaekDecano Facultad de Ciencias Sociales

daniel mauricio BlancoCoordinador Editorial de Publicaciones Seriadas Facultad de Ciencias Sociales

DIstrIbuCIÓN y vENtAs

revista de Estudios sociales universidad de los andes

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Revistade Estudios Sociales37Bogotá - Colombia Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

http://res.uniandes.edu.co ISSN 0123-885X

La revista de Estudios sociales (rEs) es una publicación cuatrimestral creada en 1998 por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes y la Fundación Social. Su objetivo es contribuir a la difusión de las investigaciones, los análisis y las opiniones que sobre los problemas sociales elabore la comunidad académica nacional e internacional, además de otros sectores de la sociedad que merecen ser conocidos por la opinión pública. De esta manera, la Revista busca ampliar el campo del conocimiento en materias que contribuyen a entender mejor nuestra realidad más inmediata y a mejorar las condiciones de vida de la población.

La estructura de la Revista contempla seis secciones, a saber:

La Presentación contextualiza y da forma al respectivo número, además de destacar aspectos particulares que merecen la atención de los lectores.

El dossier integra un conjunto de versiones sobre un problema o tema específico en un contexto general, al presentar avances o resultados de investigaciones científicas sobre la base de una perspectiva crítica y analítica. También incluye textos que incorporan investigaciones en las que se muestran el desarrollo y las nuevas tendencias en un área específica del conocimiento.

otras Voces se diferencia del Dossier en que incluye textos que presentan investigaciones o reflexiones que tratan problemas o temas distintos.

El debate responde a escritos de las secciones anteriores mediante entrevistas de conocedores de un tema particular o documentos representativos del tema en discusión.

documentos difunde una o más reflexiones, por lo general de autoridades en la materia, sobre temas de interés social.

lecturas muestra adelantos y reseñas bibliográficas en el campo de las Ciencias Sociales.

La estructura de la Revista responde a una política editorial que busca hacer énfasis en ciertos aspectos, entre los cuales cabe destacar los siguientes: proporcionar un espacio disponible para diferentes discursos sobre teoría, investigación, coyuntura e información bibliográfica; facilitar el intercambio de información sobre las Ciencias Sociales con buena parte de los países de la región latinoamericana; difundir la Revista entre diversos públicos y no sólo entre los académicos; incorporar diversos lenguajes, como el ensayo, el relato, el informe y el debate, para que el conocimiento sea de utilidad social; finalmente, mostrar una noción flexible del concepto de investigación social, con el fin de dar cabida a expresiones ajenas al campo específico de las Ciencias Sociales.

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Fragilidad estatal: ¿cómo conceptualizarla?

Presentamos aquí un conjunto de textos provenientes en su gran mayoría del Crisis States Research Center,1 un programa de investigación que este año ofrece un balance de diez años de actividades en tres continentes: Asia, África y América Latina. El programa se ha preguntado sistemáticamente por la forma de conceptualizar la fragilidad estatal, y por los métodos para eva-luarla empíricamente, ya sea a través de la in-vestigación cualitativa, caso por caso, ya sea por medio de comparaciones grandes basadas en la construcción de bases de datos.

El lector iniciado en estos temas se dará cuenta inmediatamente de la gran compatibilidad que existe entre este conjunto de preocupaciones y las que han guiado buena parte de la reflexión social en Colombia. En efecto, por las razones obvias, la obsesión por el Estado (y por su debili-dad, o su naturaleza premoderna) ha sido quizás el motivo central de nuestra investigación social, por ejemplo, en la explicación de nuestras múl-tiples violencias. Ha sido también uno de los más fructíferos. En la medida en que la fragili-dad –un término análogo, aunque no idéntico, al de “debilidad” sobre el que los colombianos y los “colombianólogos” hemos vuelto una y otra

1 Ver http://www.crisisstates.com/

vez– y en que las fallas del Estado han estado en el centro del desarrollo de las ciencias socia-les contemporáneas en Colombia (actuando de hecho como punto focal para su progresiva ins-titucionalización), el hecho de que ella se haya transformado en una dinámica área estudio y de toma de decisiones global, nos deja en una situa-ción interesante, y se me antoja que particular-mente favorable, para dialogar con los debates actuales y para pensarnos en una perspectiva comparada. La esperanza es que los artículos que siguen puedan ayudar a ello. Están ellos di-vididos en dos categorías.

La primera es la de los estudios de caso, que per-miten ilustrar algunos de los problemas caracte-rísticos de la construcción del Estado en países de desarrollo tardío y con una pesada herencia colonial. Creo que ambos trabajos tienen el mé-rito de interrogar en caliente procesos que tienen un gran interés intrínseco tanto de coyuntura como analítico. El primero trata sobre Mozam-bique. Este país ha protagonizado un curioso “milagro”. Después de una lucha armada contra la potencia colonial –Portugal–, llegó al poder el FRELIMO, una guerrilla que adoptaría explíci-tamente el credo marxista-leninista. Siguió, sin embargo, una guerra civil en la que intervinieron potencias regionales encabezadas en su momen-to por regímenes racistas –Sudáfrica y Rodesia–, para apoyar al adversario del FRELIMO, el RE-NAMO. Después del proceso de paz, y de que no funcionara el intento de construir una economía centralmente planificada viable, el FRELIMO, en una espectacular volte-face, optó por un curso de acción neoliberal. Mozambique obtuvo muy altas tasas de crecimiento, y pronto se convir-tió en uno de los consentidos africanos de las

PresentaciónFrancisco Gutiérrez Sanín*

* Antropólogo de la Universidad de los Andes. Magíster y Doctorado de la Universidad de Varsovia, Polonia. Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI), Universidad Nacional de Colombia. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Measuring Poor State Performance: Problems, Perspectives, and Paths Ahed (en coautoría con Diana Buitrago, Andrea González y Camila Lozano). Londres: LSE/UKAid, 2010; The Quandaries of Coding and Ranking: Evaluating Poor State Performance Indexes. [Crisis States Working Paper Series, No. 58]. Londres: Crisis State Research Centre (LSE), 2009; Telling the Difference: Guerrillas and Paramilitaries in the Colombian War. Politics and Society 36, No. 1: 3-34, 2008. Correo electrónico: [email protected].

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Francisco Gutiérrez Sanín

Presentación

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agencias multilaterales. El texto de Jason Sumich arroja una mirada escéptica –pero ponderada y analíticamente cuidadosa– sobre este aparente milagro. Sumich muestra que en Mozambique hay mucho más partido que Es-tado, un motivo que, una vez más, sonará conocido a los estudiosos colombianos. FRELIMO está asociado a una capa específica de la población que ha queri-do construir al país a su imagen y semejanza; una vez comprendido esto, las continuidades entre el período socialista y el neoliberal aparecen mucho mayores de lo que uno esperaría.

El otro texto trata sobre Afganistán. Su autor, Antonio Giustozzi, es un reconocido especialista en el caso. Éste, con el reciente retiro –parcial, es cierto– de Esta-dos Unidos de Iraq y el creciente énfasis que ha puesto Obama en él, además del continuo e increíblemente ambiguo involucramiento pakistaní, se ha ido convir-tiendo en uno de los grandes focos de atención mundia-les. Lo que Giustozzi nos ofrece aquí es una mirada de larga duración, que muestra que una combinación de diversidad étnica e incapacidad de desarrollar un dis-curso nacional laico está en el trasfondo de la catástrofe estatal afgana. Si el lector tiene la tentación de atribuir ésta a simple falta de desarrollo –algo que se hace ru-tinariamente desde algunas agencias internacionales–, esta colección de artículos le dará material para darse cuenta de que el asunto no es tan fácil. Pues en la es-cala inferior del desarrollo hay países que en todo caso están transformando sus condiciones objetivas a pasos agigantados, y otros que, pese a no lograr salir de su es-tancamiento relativo, han logrado mantenerse cohesio-nados, evitando grandes conflagraciones (como Zambia, entre muchos ejemplos posibles).

Esto me lleva a la segunda categoría de textos, que po-dría llamar conceptuales-comparativos. Ellos intentan ver el problema de fragilidad ya no desde el prisma de casos concretos, sino de los conceptos y las herramien-tas metodológicas para aprehenderlas. Aquí tenemos también dos textos. El primero de ellos, por Jonathan Di John, es una revisión exhaustiva de la literatura sobre fragilidad y falla. Será extremadamente útil para todo aquel que quiera adentrarse seriamente en las compleji-dades del tema. Muestra de manera bastante elocuente las lagunas y los vacíos de comprensión que hay en la producción internacional sobre el tema. Di John expone de modo particularmente sugerente la tensión dinámica que existe entre las teorías del Estado establecidas –la de Tilly, la de Mann, etc.– y las que sirven de guías operativas a las agencias internacionales y a muchos analistas. Según las primeras, es la guerra la que crea a

los Estados, generando el típico círculo virtuoso tilliano (la guerra hace necesarios los impuestos, éstos sólo se recogen con burócratas, quienes hacen necesarios más impuestos, lo que aumenta el poder del Estado y las oportunidades/tentaciones de nuevos emprendimientos belicosos, y así sucesivamente). De acuerdo con las se-gundas, la guerra es una desgracia integral, un fenómeno destructivo, y el gran peligro lo constituyen los Estados excesivamente fuertes, que a menudo se involucran en dinámicas predatorias. Claro, una cosa es una teoría de-sarrollada para la lenta maceración del Estado a lo largo de siglos en Europa, y otra las herramientas que nos permiten entender fenómenos que están ocurriendo ante nuestros ojos –y cuyas implicaciones apenas pode-mos entrever– en un contexto completamente distinto, sobre una base tecnológica nueva y contando con una comunidad política global en pleno desarrollo. Pero a partir de la tensión antedicha, Di John logra mostrar con mucha eficacia la multiplicidad de acercamientos al problema del Estado contemporáneo y las dificulta-des comunes que tienen todos ellos, al no contar con teorías fuertes que los alimenten.

Algo similar sucede con mi artículo sobre la medición de la fragilidad estatal. Espero haber mostrado allí, de la manera más llana posible, que el problema de medir fe-nómenos políticos a una escala global: a) no es trivial en lo más mínimo; b) no puede ser calificado de absurdo; y c) sin embargo, no ha encontrado hasta el momento so-luciones satisfactorias. El artículo presenta el plantea-miento inicial de toda una línea de investigación, que ha generado publicaciones en revistas internacionales y un libro publicado por el LSE sobre el tema. En el pro-ceso, el equipo de investigación tuvo la oportunidad de presentar sus críticas y resultados en sendos seminarios en Londres (mayo y septiembre de 2010) frente a una comunidad que incluía a estudiosos del tema, gestores de índices existentes y técnicos de agencias internacio-nales. El resultado más o menos inequívoco, después de largas e interesantes sesiones de discusión, es que las críticas se mantienen en pie. Los indicadores polí-ticos son distintos a los económicos, en el sentido de que presentan especificidades y complicaciones adicio-nales que las técnicas actuales aún no captan.El artí-culo presenta algunos de los problemas, sin entrar en los detalles técnicos sino manteniéndose más bien en el plano de la divulgación. También discute desde una hi-potética medición el caso colombiano y su evolución en años recientes. En realidad, esta preocupación implícita o explícitamente alimenta todo este Dossier: solamen-te en una perspectiva comparada podemos entender bien nuestras fortalezas y debilidades. No tiene nada de

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Revista de Estudios Sociales No. 37rev.estud.soc.diciembre de 2010: Pp. 208. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp.9-11.

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casual, pues, que uno de los pioneros y más represen-tativos analistas de nuestra debilidad-fortaleza estatal, Fernán González, reflexione en la sección Debate junto con Angelika Rettberg sobre la trayectoria colombiana.

A su vez, la sección Documentos se compone esta vez del discurso elaborado y pronunciado por Ralf Leiteritz con motivo de la celebración de los veinte años de la caída del Muro de Berlín.

Nota editorial: Para cerrar el número, se presentan dos de las convencionales secciones de la Revista de Estu-dios Sociales: Otras Voces y Lecturas. Con la convicción de que estos apartes nutren siempre el contenido de cada edición –aportando visiones alternativas, temas va-riados de análisis e investigación y posturas críticas sobre diferentes obras–, incluimos esta vez cuatro artículos en Otras Voces y una reseña en Lecturas. El primer grupo

de textos aborda cuestiones tan variadas como las di-námicas actuales de corrupción en la Unión Europea, las competencias informacionales en el contexto de la educación superior, los aportes de Robert K. Merton a la consolidación de la sociología de la ciencia, y la po-sibilidad de discutir la perspectiva antropológica en la obra de Alejo Carpentier. Como se hace evidente, cada uno de estos trabajos ofrece la oportunidad de explorar universos específicos de sentido, a partir de aproxima-ciones sistemáticas y críticas a la información.

Por último, tenemos una reseña sobre un tema ajeno al del Dossier, pero que recoge los principales plantea-mientos de una obra que, consideramos, demuestra su vigencia en el contexto contemporáneo –nacional e in-ternacional–: el comentario del libro de Jules Falquet De gré ou de force, les femmes dans la mondialisation, publicado en 2008.

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Francisco Gutiérrez Sanín

Presentación

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por Jason Sumich**Fecha de recepción: 1 de agosto de 2009Fecha de aceptación: 25 de marzo de 2010Fecha de modificación: 3 de agosto de 2010

ResumenGran parte de la investigación sobre África en el período poscolonial ubica al Estado en el rol central –o como causante– de muchas de las crisis que han afectado al continente desde la independencia. El Estado ha sido descrito de diversas maneras: como severo y suave, autoritario y subdesarrollado, corrupto y neopatrimonial, o como motor del desarrollo. Mientras algunos alertan sobre los inconvenientes de un Estado excesivamente intervencionista, otros advierten los peligros que acarrearían los “Estados fallidos” o los colapsos estatales. Pese a los diferentes enfoques bajo los cuales se estudia, el Estado –asociado frecuentemente con conceptos igualmente nebulosos como el de sociedad civil– es casi siempre el concepto bajo el cual se analiza la cultura política del continente africano como un todo. Este artículo cuestiona las acepciones del término “Estado” y se pregunta si es posible separar el análisis del Estado del de los diferentes líderes o partidos en el poder, en instancias específicas y durante ciertos momentos en el tiempo. Este estudio está basado en Mozambique y argumenta que, en varios sentidos, y con excepción de lo simbólico, el Estado colapsó en amplias zonas del país durante la guerra civil (1977-1992). Describiendo la formación social de la élite que eventualmente lideró al partido Frelimo, se demuestra cómo esta élite fue capaz de mantener la unidad interna del partido y sobrevivir a los retos que trajo consigo el período de posindependencia. Sin embargo, la unidad de la base social del partido es excluyente. Se argumenta, entonces, que, en vez de concentrarnos en las tipologías del Estado africano, debemos enfocarnos en la visión de estatidad como un proceso largo y complejo de negociación y confrontación entre diversos grupos sociales.

PalabRas claveMozambique, Frelimo, Estado, construcción del Estado (State-building), construcción de naciones (Nation-building).

* Traducción de michael Robert Forrest. este artículo presenta una investigación desarrollada en el contexto del crisis states Research centre Programme, financiado por el DFID (Department for International Development, Reino unido).

** Doctor en antropología social de la london school of economics. actualmente se desempeña como investigador de la south african Research chair Initia-tive (saRchI) para el estudio del cambio social, university of Fort Hare, sudáfrica. entre sus publicaciones recientes se encuentra: The Party and the state?: The ambiguities of Power in mozambique. Development and Change 41, no.4: 679-698; modernity Redirected: socialism, liberalism and the national elite in mozambique. Cambridge Anthropology 28, no. 2: 1-24; Politics after the Time of Hunger in mozambique: a critique of neo-Patrimonial Interpretations of elites. Journal of Southern African Studies 34, no. 1: 111-126. correo electrónico: [email protected].

Strong Party, Weak State?: Frelimo and the Survival of the State through the Civil War in Mozambique

absTRacT Much of the research on Africa in the postcolonial period places the government in a central role-or as a cause- of many crises that have afflicted the continent since its independence. The State or government has been described in different ways: as severe and mild, authoritarian and underdeveloped, corrupt, patrimonial, or as a motor of development. While some warn of the drawbacks of an excessively interventionist State, others warn of the dangers that ‘failed States’ or collapsed States would bring. Despite the different approaches under which we study, the government is often associated with equally nebulous concepts such as civil society-is almost always the concept under which we examine the political culture of the African continent as a whole. This article questions the meanings of the term ‘State’ and asks if it is possible to separate the analysis of the State from the leaders of different parties in power, in specific instances and at certain moments in time. This study is based in Mozambique and argues that, in many ways, with the exception of the symbolic, that the State collapsed in large parts of the country during the civil war (1977-1992). It describes the social formation of the elite that eventually led the Frelimo party, and demonstrates how these elite were able to maintain unity within the party and survive the challenges brought about by the post-independence period. However, the unity of the party’s social base is exclusive. It is therefore argued that instead of focusing on the types of African States, we must focus on the vision of statehood as a long and complex process of negotiation and confrontation between different social groups.

Key woRDs Mozambique, Frelimo, State, Construction of States (State-building), Construction of Nations (Nation-building).

Partido fuerte, ¿Estado débil?: Frelimo y la supervivencia estatal a través de la guerra civil en Mozambique*

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Mozambique ofrece un estudio de caso de crisis política y de resistencia bastante interesante. Poco después de la independencia, la cual fue el resul-tado de una lucha por la libertad que duró 11 años, el país fue sometido a una guerra civil devastadora de casi 15 años. A pesar del exitoso proceso de paz de 1992, seguido de un crecimiento económico fuerte, el Estado sigue frágil, gran parte de la población vive en una situa-ción de extrema pobreza y muchas de las divisiones de la guerra civil apenas han sido cubiertas con la introduc-ción de la democracia. No obstante los desafíos severos que se le han presentado a la autoridad del Gobierno, el Frelimo1 en el poder ha demostrado un nivel de uni-dad interna notable y ha podido manejar el abandono del socialismo y la introducción de la democracia de una manera sorprendentemente favorable. No sólo ha mantenido el poder permanentemente desde 1975, sino que su dominio se ha vuelto tan poderoso que muchos comentaristas describen el orden político actual como un régimen de partido único. A continuación, explicaré

1 Frelimo es la sigla de Frente de Liberación de Mozambique.

cómo se construyó un orden político posindependencia que permitió al Frelimo monopolizar el Estado y crear legitimidad a costa de la población, creando un sistema que alejó y excluyó grandes sectores de la misma. Una gran variedad de factores históricos y sociales llevaron al Frelimo a convertirse más en un partido gobernante cohesionado y unido, que en un Estado internamente arraigado. De este modo, se creó una aparente paradoja: un partido gobernante capaz de reaccionar de manera unificada, dentro de una situación estatal marcada por la fragilidad.

En su obra clásica, Barrington Moore (1966) investigó los diversos roles de la élite terrateniente en la creación de una dictadura o de una democracia. Identificó, ade-más, las formas en que el campesinado era incorporado (o reprimido) en el desarrollo de las estructuras políticas y económicas como un factor clave en la creación de los Estados. Moore (1966), al igual que otros académicos, reconoce que para muchos Estados poscoloniales, la forma de colonialismo que experimentaron y su relación con este poder externo fue crucial para la construcción de un Estado después de su independencia. Sin em-bargo, la tendencia general en mucha de la literatura clásica consiste en enfatizar en los factores internos de formación del Estado, la naturaleza del sistema político y del liderazgo, las alianzas de clases que conforman y

Partido forte, estado fraco?: Frelimo e a sobrevivência estatal através da guerra civil em Moçambique

ResumoGrande parte da pesquisa sobre a África no período pós-colonial coloca o Estado no papel principal – ou como causador – de muitas das crises que afetaram o continente desde a independência. O Estado tem sido descrito de diversas maneiras: como severo e suave, autoritário e subdesenvolvido, corrupto e neopatrimonial, ou como motor do desenvolvimento. Enquanto alguns alertam sobre os inconvenientes de um Estado excessivamente intervencionista, outros advertem sobre os perigos que acarretariam os “Estados falidos” ou os colapsos estatais. Apesar dos diferentes enfoques sob os quais se estuda, o Estado – associado frequentemente com conceitos igualmente nebulosos, como o de sociedade civil – é quase sempre o conceito sobre o qual se analisa a cultura política do continente africano como um todo. Este artigo questiona as acepções do termo “Estado” e se pergunta se é possível separar a análise do Estado da dos diferentes líderes ou partidos no poder, em instâncias específicas e durante certos momentos no tempo. Este estudo está baseado em Moçambique e argumenta que, em vários sentidos, e com exceção do simbólico, o Estado colapsou em amplas zonas do país durante a guerra civil (1977-1992). Descrevendo a formação social da elite que eventualmente liderou ao partido Frelimo, demonstra-se como essa elite foi capaz de manter a unidade interna do partido e sobreviver aos desafios que trouxe consigo o período de pós-independência. No entanto, a unidade da base social do partido é exclusiva. Argumenta-se, então, que em vez de nos concentrarmos nas tipologias do Estado africano, devemos focalizar-nos na visão da estatidade como um processo longo e complexo de negociação e confrontação entre diversos grupos sociais.

PalavRas cHaveMoçambique, Frelimo, Estado, construção do Estado (State-building), construção de nações (Nation-building).

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que desafían las coaliciones imperantes, y las relaciones sociales entre los grupos dominantes y los grupos subor-dinados. Aunque todo esto es importante para entender la forma de orden político que se está desarrollando en Mozambique, en sí mismo no es suficiente si no se tie-nen en cuenta las fuerzas externas. Es imposible enten-der la formación del Frelimo y muchas de las políticas que éste emprendió sin entender primero la herencia colonial de Mozambique. Además, debido a la presen-cia colonial y al éxodo de los portugueses después de la independencia, Mozambique careció de una clase terrateniente, de una poderosa burguesía comercial y de muchos de los otros factores fundamentales que los académicos frecuentemente enumeran en el proceso de construcción de un Estado; en vez de ello, el parti-do se convirtió en la fuerza social dominante.2 Por lo tanto, cuando el Frelimo asumió el poder, se convirtió, desde muchos puntos de vista, no sólo en el Estado sino también en la nación.

Durante el período socialista, la mezcla de las categorías “partido”, “Estado” y “nación” fue una política oficial. El Estado fue declarado subordinado al partido, la mem-bresía usualmente era puesta por encima de los puestos oficiales, y en caso de alguna disputa, las posiciones en la jerarquía del partido triunfaban sobre los cargos es-tatales. Los servicios militares y de seguridad eran vistos como el ala armada del Frelimo y su deber era defender la revolución, que estaba personificada en el partido. Esto no era necesariamente desfavorable, y cuando el Frelimo tomó el poder, tenía un alto grado de apoyo po-pular por haber acabado con el odiado régimen colonial, pero esta base de apoyo probó ser más limitada de lo que creyó originalmente el partido. La lucha de libe-ración había sido restringida al norte del país e involu-craba sólo ciertos sectores del campesinado. Debido a que gran parte del liderazgo provenía del sur, se podía contar con apoyo de esta región, especialmente porque muchos de sus planes concordaban con las condicio-nes propias de esta área. El Frelimo tomó el poder a través de una clásica revolución “campesina”; no obs-tante, pronto intentó “exprimir” a la clase campesina, con el fin de obtener los recursos necesarios para la in-dustrialización (Paris 2004, 146).3 Esto sucedió más en

2 En términos de Moore (1966), la estructura social de Mozambique y la guerra de liberación campesina generarían probablemente una dicta-dura de izquierda, lo que ocurrió inicialmente.

3 Campesinado es, tal vez, un término inadecuado para definir la pobla-ción en cuestión, pues, dependiendo de la región, los pobladores han combinado la agricultura con labores migratorias, trabajo en plantacio-nes, etc. Sigo utilizando el término, a pesar de no ser preciso, porque el Frelimo llamó así a la gran mayoría de la población.

algunas áreas que en otras, debido a la variación regio-nal, pero eventualmente creó un sentimiento de descon-tento entre el campesinado, especialmente en el centro y norte del país. A pesar del estrecho núcleo de la base social del Frelimo y de las debilidades administrativas del partido, hubiese sido posible reprimir el desconten-to e implementar su meta de utilizar el poder estatal para moldear la nación a su propia imagen; sin embargo, las condiciones políticas externas suponían que no ha-bía espacio suficiente ni siquiera para intentarlo.

En una triste ironía geopolítica, uno de los regímenes más radicales de África tuvo la desventaja de compartir fronteras con dos de los regímenes de minorías blancas más agresivos y reaccionarios del continente: Rodesia y Sudáfrica. Poco después de la independencia de Mo-zambique, los dos emplearon su superioridad para ase-gurarse de que el Frelimo no tuviera éxito.

Así, pues, la configuración política del Frelimo, como se ideó, pronto forcejeó entre la presencia de intentos de ingeniería social mal recibidos, proyectos económi-cos mal concebidos y con resultados desastrosos, y la falta de habilidades para reprimir efectivamente a la población. Esta situación fue exacerbada por la agre-sión externa, que se las arregló para arraigarse en, por lo menos, segmentos adversos de la población. Debido a estos factores, el Frelimo pronto se encontró acorralado. Hacia mediados de los años ochenta, el partido había perdido control de más o menos el 80% del territorio de Mozambique. Académicos como Ignatieff y Zartman han definido a los Estados fallidos como aquellos que pierden el monopolio weberiano de la violencia y donde “la estructura, autoridad (poder legítimo), leyes y orden político se han deshecho” (Di John 2007, 4). De acuer-do con estas definiciones, el Estado de Mozambique habría colapsado a lo largo de gran parte del país. Si la meta de Rodesia y más tarde de Sudáfrica no era de-rrocar al Frelimo e instalar a sus clientes rebeldes del Renamo, sino desestabilizar la nación, hacer imposible para Mozambique combatir efectivamente a los rebeldes internos de los regímenes de minoría blanca y desacre-ditar al marxismo como opción política, entonces, al menos en ese sentido fueron exitosos.

Sin embargo, como se dice generalmente en Maputo, el Frelimo perdió la guerra pero ganó la paz, por lo me-nos de alguna manera. Aun durante los peores días de la guerra, el partido logró asegurar el funcionamiento de elementos clave del aparato estatal. Controlaba la Presidencia, tenía un lugar en las Naciones Unidas, ne-goció tratados internacionales y controló los ministerios,

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aun cuando su mandato era ampliamente simbólico a lo largo de gran parte del país. Esto permitió al gobierno del Frelimo acceder a ayuda internacional para sobre-vivir a la guerra. Es más, logró transformar el sistema político socialista unipartidista en un sistema capitalista multipartidista; antes de los acuerdos de paz y sin dia-logar con los rebeldes, el Frelimo tuvo la oportunidad de diseñar el sistema y crear formas de perjudicar es-tructuralmente al Renamo (Morier-Genoud 2007). El resultado fue un sistema político en el cual “el ganador toma todo”, donde la organización, la experiencia polí-tica y los recursos financieros del Frelimo le dieron una ventaja significativa. Esto parece estar materializándose en la firme expansión del Estado-partido Frelimo en el período de posguerra.

Sin embargo, la dependencia de Mozambique de la ayuda extranjera y las correlativas demandas políticas y económicas internacionales, tales como el énfasis en la democracia, la imposición de paquetes de ajustes estructurales y el ajuste “neoliberal”, impusieron se-rias restricciones a las formas de reconstrucción esta-tal después de la guerra. Esto no quiere decir que la reconstrucción sea simplemente un caso de neocolo-nialismo con una comunidad internacional mal defi-nida, que tomó el lugar de los portugueses, aunque algunos en Mozambique tal vez lo vean desde ese punto de vista. Mientras que algunos aspectos de las órdenes de reforma dictaminadas internacionalmente son desagradables para algunos miembros del lideraz-go del Frelimo, para otros han significado la adquisi-ción de ganancias materiales significativas. Yo asumo que, debido a que tanto la democratización como el neoliberalismo fueron impuestos desde el exterior, las reformas han tendido a ser superficiales y se han emprendido con el objetivo de legitimar al Gobierno ante la comunidad internacional, y no ante la pobla-ción interna. Irónicamente, mientras los gobiernos au-toritarios se esfuerzan por mantenerse cercanos a la población, la democracia impuesta desde el exterior permite, frecuentemente, tratar amplios segmentos de la población de una manera más informal. El resultado es contrario al modelo de Barrington Moore (1966), el cual hace hincapié en la importancia de controlar áreas rurales e incluir al campesinado; en Mozambi-que, el Estado está centrado en ciertas áreas urbanas, dejando gran parte del campesinado disparejamente incorporado al sistema.4

4 La relación entre el Frelimo y segmentos grandes del campesinado está profundamente matizada; algo de esto será explicado con mayor deta-lle más adelante.

De ninguna forma pretendo ser el primero en señalar la superficialidad y las consecuencias inesperadas de la democratización en los países en vía al desarrollo. Esta línea de análisis es toda una industria afianzada entre los científicos sociales. Una de las grandes tendencias analíticas que surge de esta perspectiva es la escuela neopatrimonial. Así, de acuerdo con Khan (2005), la de-mocracia en el mundo “desarrollado” opera a través del cabildeo institucionalizado, mientras que en el mundo en vía de desarrollo se caracteriza por una lógica pa-trimonial que crea sistemas políticos personalizados y corruptos. En una forma similar, aunque un poco más localizada, Chabal y Daloz (1999) han descrito las crisis recurrentes que han conducido gran parte de la historia poscolonial de África hacia una forma de neopatrimo-nialismo enraizado en la cultura “africana”. Mientras ellos han señalado que algunos de los líderes africanos han transformado reformas impuestas desde el exterior y las han utilizado en su beneficio, su modelo está ba-sado en un esencialismo cultural bastante problemáti-co y generaliza diversas corrientes políticas que fluyen por todo el continente. Una de las reivindicaciones centrales de Chabal y Daloz (1999, 42) es que las rela-ciones basadas en clases sociales no existen en África, en ningún sentido, y que son los lazos de patronazgo y clientelismo los que conectan a gobernantes y goberna-dos, creando así una sociedad “vertical” que vincula a los más pobres con la élite. En el caso de Mozambique, parece que los miembros de la élite del Frelimo provie-nen de la clase social más alta en el régimen colonial racial. Los primeros escritos de Cohen (1982) y Leys (1982) afirman que la clase, en esta situación, depende de la habilidad personal de acceder a redes políticas y así hacerse a riqueza y estatus, creándose de esta forma una “burguesía nacional”. Una de las garantías princi-pales que vienen de la habilidad de acumular riqueza económica es el acceso al poder del Estado.

A pesar de las fallas del concepto de “neopatrimonialis-mo”, éste ha tenido una influencia profunda en la dis-cusión de la crisis y el fracaso del Estado. Su naturaleza monolítica se puede observar en ecuaciones elegantes pero deterministas de la teoría de Collier de la codicia y el descontento. Muchas de las explicaciones de la gue-rra civil de Mozambique han seguido una línea pareci-da. Para Weinstein y Francisco (2005), la guerra civil en Mozambique resultó de la agresión externa de Rodesia y Sudáfrica y aumentó como resultado del desconten-to producto de la negación, por parte del Frelimo, de la oferta de patronazgo a algunas élites. Entonces, si-guiendo el modelo de divisibilidad e indivisibilidad de Hirschman (1970), la guerra podría ser vista en algunos

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sentidos como una forma brutal de activación de fron-teras. Mientras que algunas de las reivindicaciones de los rebeldes del Renamo estuvieron basadas en la denuncia de una exclusión de ciertos grupos religiosos y étnicos, ni la etnicidad ni la religión fueron factores dominantes. En vez de éstas, las relaciones externas y la división de poder fueron los factores decisivos. Poder que se hizo di-visible, y que se ha institucionalizado como tal a través de la adopción de la democracia multipartidista, en 1992.

Aunque hay mucho de verdad en este análisis, sus im-pecables contornos tienden a subrepresentar el desor-den y la confusión prevalecientes en la realidad. Es muy probable que el Renamo estuviera peleando para ser incluido en la élite del poder y en las redes de patro-nazgo. Sin embargo, el dominio del Frelimo fue tal que el Renamo también estaba peleando para ser incluido como una voz dentro de la nación, especialmente en vísperas de la guerra. Puede ser erróneo asumir que las motivaciones de varios actores políticos han permane-cido constantes en el trascurso del tiempo, en vez de evolucionar en medio de una situación muy fluida.

A continuación, este trabajo discutirá cómo el Frelimo fue capaz de crear un partido unificado, pero tuvo dificulta-des para crear un Estado internamente estable. La expo-sición se divide en cuatro partes. En la primera se tratará la formación del partido Frelimo, la segunda discutirá la guerra civil; la tercera, la transformación y reconstrucción política, y después se realizará la conclusión.

la Formación del Frelimo y los origines de la guerra civil

Para poder entender la construcción social de la élite del Frelimo, primero tenemos que examinar el tipo de colo-nialismo practicado por los portugueses y el rol de la éli-te naciente dentro del sistema colonial. Aunque Portugal alega haber tenido una presencia de 500 años en Mozam-bique, ella se limitó a pequeños enclaves costeros, puertos de comercio y concesiones pertenecientes a extranjeros.5 Esta estrategia produjo grandes contrastes regionales, un legado que aún hoy se percibe. La política colonial empe-zó a cambiar con el ascenso del doctor António de Oliveira Salazar en Portugal en 1932. Salazar creó una dictadura autoritaria cuasi fascista en Portugal llamada O Estado Novo (el Nuevo Estado) y decidió vincular las colonias (renombradas, por tanto, como provincias del exterior) es-trechamente a la metrópoli (Newitt 1981).

5 Para más detalles, ver Newitt (1995).

Uno de los programas de la política del nuevo Estado consistió en incrementar la migración de gente blanca a las colonias. Los africanos fueron sistemáticamente privados de recursos, dado que debían construirse ins-talaciones cómodas para los blancos y debía asegurarse un nivel de vida relativamente alto para los migrantes portugueses, pero a pesar de sus esfuerzos constantes, muchos blancos sólo tuvieron las habilidades suficien-tes para alcanzar trabajos serviles (Hedges 1999; Pen-venne 1995). Hacia los cincuenta, “zapateros de raza negra, vendedores ambulantes, panaderos, empleadas de servicio doméstico, conductores de buses, tenderos de bares y prostitutas vieron sus trabajos amenazados por los blancos pobres […]” (Birmingham 1992, 21). Los trabajadores urbanos africanos estuvieron constan-temente bajo presión al tener que competir con los in-migrantes blancos por sus trabajos.

La élite emergente africana fue también aislada por el Nuevo Estado. Muchos de los miembros de esta élite pertenecían a una categoría legal llamada asimilados. Los asimilados fueron una insignificante burguesía na-tiva del período colonial y formaban una minoría pe-queña dentro de la amplia población africana. Uno de los cálculos más comunes habla de alrededor de 5.000 asimilados, dentro de una población de alrededor de 8.200.000 pobladores africanos, antes de la liberación (Mondlane 1969; Sheldon 2002).

Para llegar a ser un asimilado se tenía que cumplir con ciertos criterios legales. Tenían que jurar lealtad al Es-tado colonial, hablar sólo portugués en la casa, adoptar hábitos “europeos” y abandonar sus creencias “paganas”. Además, debían tener seguimiento por parte de un fun-cionario portugués que se encargaba de sus casos. Si un asimilado cumplía con estos criterios, teóricamente, le sería otorgada la igualdad legal respecto a los portugue-ses. Pese a que esto no se llevaba a la práctica, a los asi-milados se les otorgaba una gama amplia de privilegios, tales como exenciones de labores forzadas, fácil acceso a una residencia urbana, a educación y a empleo, algu-nos derechos civiles y el derecho a ser juzgados bajo las leyes civiles, en vez de la ley habitual para los no asimi-lados (que se conocían como indígenas). Los asimilados del sur tendían a venir de sectores específicos de la po-blación; provenían de familias que tenían acceso a la educación y de aquellos que habían sido incorporados a sectores modernos de la economía, granjeros comer-ciantes, y, como muchos en el sur, pobladores dedica-dos a las labores migratorias. Al entrar en esta categoría legal, pudieron tener acceso a empleo preferencial en los más altos bastiones de la economía colonial a los

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que una persona negra pudiera aspirar, y se desempeña-ron como enfermeros, profesores, funcionarios civiles de bajo nivel y trabajadores en los ferrocarriles. Aunque pronto se volvió evidente que, bajo el colonialismo, la movilidad social verdadera siempre estaría bloqueada.

Gran parte del liderazgo eventual del Frelimo fue extraído de la capa social de los asimilados en la capital y de terri-torios intermedios alejados. Mientras se aislaban cada día más, hicieron causa común con otros sectores no vincula-dos al Gobierno central, tales como algunos indios, mula-tos y blancos.6 Muchos miembros de este grupo aspiraron a producir una cierta visión de modernidad, que conti-nuamente les fue negada por los portugueses. Durante el período de lucha por la libertad, que duró 11 años, las élites del sur crearon causas comunes con la élite del nor-te, conformada por aspirantes a asimilados. Ellos compar-tían un ideal, que resultaba de sus antecedentes sociales y que, por tanto, ayudó a formar una cohesión notable y una unidad entre la élite revolucionaria emergente. Pero esto también significó que tenían una visión específica del futuro de Mozambique, que estaba íntimamente en-trelazada a sus experiencias en el período colonial, que en varios aspectos cruciales eran específicas de ellos mismos.

Aunque la alianza entre los asimilados del sur y las aspi-rantes élites rurales mostró ser duradera, los años inícia-les del Frelimo (1962-1969) estuvieron caracterizados por el faccionalismo y las purgas. Muchos de los disi-dentes que perdieron en las luchas iniciales por el poder intentaron conseguir apoyo a través del nacionalismo ét-nico. Aunque esta estrategia fue altamente insatisfacto-ria, dejó un efecto duradero, pues generó en el liderazgo del partido la obsesión por la unidad. Desde su punto de vista, sólo ellos tenían la visión necesaria para cons-truir una nación que no estuviera basada únicamente en intereses sectarios. Sin embargo, la alianza reinante que construyeron estaba basada en una élite del sur y en sectores del campesinado del norte. Crucialmente, las élites de las provincias centrales (que pasaron a do-minar la posterior oposición armada) se perdieron en las luchas de poder y el partido tuvo poca capacidad de comprensión de las estructuras sociales y económicas que surgieron de su economía de plantación.

Los desafíos que tuvieron que enfrentar fueron ver-daderamente desalentadores. La gran mayoría de la

6 Muchos de los blancos que ingresaron al Frelimo vinieron de un gru-po llamado segundos. Esto significaba que nacieron en Mozambique y bajo el Nuevo Estado, lo cual los descalificó para poder ascender a los puestos más altos, que eran ocupados por los nativos de Portugal (Mondlane 1969).

población colonizadora huyó del país después de la independencia y su éxodo básicamente decapitó las estructuras administrativas y económicas del país. Así lo escribió Finnegan:

El Frelimo heredó un país básicamente en banca-rrota y virtualmente sin gente capacitada. Las cifras de analfabetismo superaban el 90%. Había seis eco-nomistas, dos agrónomos, ni un solo geólogo, y menos de mil graduados de bachiller negros en todo Mozam-bique. De los 350 ingenieros ferroviarios que trabaja-ban en 1975, sólo uno era negro, y era un agente de la Policía secreta portuguesa (Finnegan 1992, 30).

La escasez desesperada de personal capacitado se dio, y las políticas públicas sociales del Frelimo incremen-taron dramáticamente el espacio para la intervención estatal. Mientras que gran cantidad de las debilidades administrativas del partido se atribuyeron a estas cau-sas, esto coincidió con un período de movilidad social jamás experimentado, sobre todo en los sectores urbanos. Casi cualquier persona con algo de educación, fuera de los consabidos “enemigos del pueblo”, fue ascendida a la burocracia creciente. Esto creó una generación en la cual las posiciones en la sociedad se encontraban íntimamente ligadas al Frelimo y había una base firme de apoyo.

Aunque la movilidad social reforzó los lazos entre el par-tido y muchos de los ciudadanos, la falta de personal bien capacitado contribuyó al caos administrativo. El Frelimo llegó al poder con una firme creencia en la cen-tralización e intervención estatales, pero el éxodo masi-vo de los portugueses, que frecuentemente sabotearon lo que dejaron atrás, forzó al partido a que se moviera en una dirección intervencionista mucho más rápida de lo que originalmente se había previsto (Pitcher 2002). El Frelimo tuvo que nacionalizar muchas empresas que habían sido abandonadas. Sin embargo, el Gobierno no fue necesariamente hostil a las empresas privadas, incluso si éstas lo veían con sospecha. En 1977 el Go-bierno sólo había intervenido 319 de las 1.675 empresas existentes, y las llamadas “empresas nacionales” fueron permitidas, aunque a discreción del Frelimo y siempre sujetas a un posible control estatal (Pitcher 2002, 40). Esta tendencia se endureció en 1977 cuando el Frelimo anunció su transición de un frente de base amplia a un partido marxista-leninista de vanguardia, basado en los principios del socialismo científico. Este movimiento hacia el socialismo científico fue percibido como algo necesario para transformar completamente al país. El liderazgo del partido pensó que si la nación se iba a desarrollar tendría que reorientarse, y pasar de un rol

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histórico de proveedor de bienes a Sudáfrica y Rodesia, a convertirse en una potencia industrial moderna. Sólo en ese caso podría Mozambique actuar como igual en la hermandad de naciones y superar a aquellos que lo ha-bían explotado brutalmente en el pasado. Ésta fue una meta que unió firmemente el liderazgo del partido.

Una de las bases de la cohesión del partido fue el perfil social de amplias partes del liderazgo del partido y cómo este perfil social influenció la práctica de un nacionalismo revolucionario en el período socialista. Por lo tanto, si la meta marxista-leninista fue reproducir dramáticamente a la nación, ésta estaba cimentada sobre muchas corrien-tes preexistentes del período colonial. Como notó Fry (2000), el período marxista-leninista de Mozambique (1977-1983) siguió una lógica asimilada, debido a que la sociedad debía ser dirigida por un grupo pequeño de “éli-tes iluminadas”. Fry capta un aspecto importante, seña-lando algunas de las continuidades en la ideología entre asimilados y el proyecto socialista de posindependencia. En vez de restringir los beneficios de los asimilados a unos pocos como ejemplo para sus hermanos ignorantes –no iluminados–, la élite del Frelimo decide recrear toda la na-ción a su imagen. No es válido decir que el socialismo en Mozambique fue simplemente un proyecto más ambicioso de asimilación, pues, a pesar de haber continuidades, hay también algunas diferencias muy reales. Si ser asimilado significaba haber cumplido ciertos criterios legales para ganarse lo que era en realidad tan sólo una entrada par-cial en el proyecto colonial de modernización, entonces la meta del Frelimo fue dar a esto un vuelco total.

La base del programa del Frelimo de construir una nación durante el período socialista temprano fue la creación del Novo Homem (hombre nuevo). Se enten-dió como un proceso muy largo que se había comenza-do en las zonas liberadas donde el Frelimo había tenido control durante la lucha armada con los portugueses. Al contrario de los asimilados anteriores, nadie estaba muy seguro exactamente de qué iba a ser el “hombre nue-vo”. Estaba basado en la ciencia, la “racionalidad” y la labor colectiva, pero todavía era un proceso ubicado algo así como en la mitad de un nacimiento (Vieira 1977, 25). Los asimilados fueron modelados de acuerdo con la imagen de identidad nacional portuguesa, pero el nuevo hombre sería ambas cosas: un sujeto universal, la encar-nación de la personalidad mozambiqueña emergente, y también un modelo de ciudadanía.

La creación de estratificación social que frecuentemente provenía de experiencias sociales similares, y que debía su estatus y posición a la revolución, incrementó mu-

cho la cohesión interna entre los escalafones altos en el Frelimo. Además, el programa de nacionalismo revolucio-nario salió de este perfil social y apeló a otros elementos de la población que venían de circunstancias similares y se beneficiaron del sistema que se estaba formando, y que estaba, al menos parcialmente, sumergido en la visión mundial que el Frelimo estaba promocionando (Pitcher 2002). Esto ilustra una de las más grandes fortalezas del Frelimo, en la medida en que el partido estaba crecien-temente unificado y cercano a las masas de la población, gracias a la persuasión ideológica, lo que creaba lealtad hacia el grupo corporativo y no solamente hacia un líder personalista. Pero también ilustra la existencia de debili-dades cruciales. A pesar de la retórica, éste no fue un pro-yecto popular, sino la toma del poder por parte de un grupo diferente, que estaba consciente de sus diferencias con la nación. Las redes sociales en el corazón del Frelimo que lo unían –y siguen uniendo– son muy fuertes, pero históricamente han sido también excluyentes.

En el modo clásico estalinista, el “hombre nuevo” lidera-ría la transformación, y los campesinos llevarían encima el peso de ella. Económicamente, se creyó necesario hacer tabla rasa del campesinado. Los campesinos se encon-traban en un estado de subsistencia agrícola; por lo tan-to, todos los recursos podrían ser destinados a proyectos industriales y a los obreros, que necesitaban el mercado interno para sobrevivir (O’Laughlin 2000). Por lo tanto, entre 1975 y 1983, alrededor del 97% de la inversión rural se dirigió masivamente a fincas estatales. Esto coincidió con el colapso de las tiendas rurales y de los puertos de comercio, debido a la emigración portuguesa; pronto hubo una “escasez de bienes” en el campo, donde hicie-ron falta hasta los implementos más básicos, tales como azadones. Muchos de los campesinos pronto dejaron de vender sus excedentes, ya que había poco que comprar, y, como resultado, hubo escasez de comida. Además, los planes del Frelimo ignoraron las complicadas estrategias económicas que ya ejecutaba la mayoría del campesina-do, estrategias que combinaban la labor migratoria con la agricultura, y no reconocieron las diferencias sociales que existían en el campo. Como consecuencia inespe-rada, las políticas del Frelimo empezaron a aumentar la brecha social entre los campesinos, y, como resultado, aquellos con conexiones con el partido, o quienes esta-ban en condición de manipular las políticas impartidas por el partido, aseguraron beneficios que se negaron a otros. Mientras esto les permitió construir una base con los campesinos que se encontraban en mejor situación, los futuros rebeldes pudieron aprovechar el descontento de los más pobres y crear un apoyo que sobreviviría la gue-rra (y que continúa hoy en día).

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Los campesinos fueron también la encarnación del atra-so social, de todo lo que impedía a la nación progresar, y se les pidió recrearse como ciudadanos modernos en una nación moderna. Grandes esfuerzos se invirtieron en reemplazar lo que el liderazgo llamaba supersticiones u “oscurantismo”, por racionalidad y socialismo científi-co. Los que no estaban de acuerdo tuvieron que enfrentar castigos, que incluían los infames campos de “reeduca-ción”. Estos ideales modernizadores fueron aceptados en los altos escalafones de la élite del Frelimo, ya que surgían de sus experiencias previas y además reforzaban tremendamente el sentido que tenían de unión y cohe-sión. Sin embargo, esto no ocurrió en el resto del país. Sus planes eventualmente fallaron, no sólo porque eran culturalmente insensibles, sino también porque el par-tido no poseía fuertes ni suficientes cuadros militares capaces de expansión, ni poseía una visión coherente e incluyente que ofrecer a la población, a fin de reem-plazar las estructuras que éstos trataban de destruir. Cuando poderes hostiles hicieron su entrada en esta si-tuación volátil, el Frelimo no estaba en condiciones de controlar amplios sectores de su territorio.

El descontento tenía su nicho en las áreas rurales.7 El partido se convenció de la superioridad de la produc-ción colectiva y se dio cuenta de que la agricultura sería la base de la economía por algún tiempo. Por lo tan-to, intentó crear fincas colectivas masivas, donde pudo incrementar y racionar la producción y extender el al-cance y control de los campesinos asilados (Harrison 1996). Debido al caos tras la posindependencia, en al-gunas áreas del país el partido no tuvo contacto alguno con la población durante casi dos años, y, una vez lo res-tableció, lo hizo en términos de control (Coelho 1998). El movimiento, que pretendía instaurar aldeas comunales constituiría, supuestamente, una evolución orgánica des-de los tipos de producción practicados en las zonas libe-radas durante la luta armada. Sin embargo, tan sólo una pequeña parte de la población tenía experiencia alguna en esto, y, en la práctica, el núcleo de muchas aldeas co-munales eran los tan detestados aldeamentos (“aldeas” estratégicas), usados por los portugueses para intentar liberar a la población del acostumbrado contacto con el Frelimo (Coelho 1998). Aunque el Frelimo prometió a los aldeanos que las aldeas comunales permitirían al partido proveer servicios tales como clínicas de salud,

7 Hay un peligro, sin embargo, en dar por sentado el descontento que los campesinos sintieron durante la cúspide de la guerra y hasta el período inicial de la posguerra, y en asumir que amplios sectores del campesinado fueron siempre hostiles a los proyectos propuestos por el Frelimo. Aunque muchos elementos del programa propuesto por el partido causaron des-contento, no es posible generalizar (O’Laughlin 2000, 34).

escuelas y agua, estos servicios casi nunca llegaron, y cuando llegaron, no fueron mantenidos. Las políticas del Frelimo eventualmente comenzaron a aislar gran-des segmentos de la población rural. Este aislamiento se incrementó debido a la forma en que fueron llevadas a cabo las políticas, especialmente con ocasión de suce-sos en los cuales el Ejército quemaba los asentamientos y obligaba, por medio de la fuerza, a que los campesinos se trasladaran a las aldeas. La tendencia urbanista en el programa del Frelimo se volvió incluso más severa.

Aunque un proyecto de ingeniería social tan grande siempre es muy ambicioso –y difícil– bajo cualquier circunstancia, con las condiciones que enfrentaba el Frelimo interna y externamente, la situación tomó un aspecto realmente desesperado. Además, después de la independencia, el Frelimo asumió una posición intran-sigente e implementó sanciones en contra del régimen de minorías blancas en Rodesia, lo cual le costó ingre-sos que necesitaba.

Además, otorgó bases y apoyo a ZANLA (el Ejército de Liberación Nacional Africano de Zimbabue), lo cual pronto generó represalias. Rodesia reclutó mozambi-queños en una fuerza militar, MNR (Renamo), para desestabilizar al gobierno del Frelimo.8 Inicialmente, Renamo operó como auxiliar de las fuerzas militares de Rodesia y, fuera de actos esporádicos de vandalismo, no intentó cultivar una base política o forjar una ideología coherente. Esto cambió cuando cayó Rodesia. Debido a que Sudáfrica tomó la posición de jefe externo del Re-namo, las actividades de los rebeldes crecieron dramá-ticamente. El Renamo, entonces, luchó para asegurar una base social dentro de Mozambique y muchos de sus soldados fueron reclutados a la fuerza. En algunas áreas bajo su control, poblaciones campesinas fueron dominadas por medio de masacres y espectaculares ac-tos de violencia.9

De esta manera, el Renamo puede verse como una ver-sión temprana de la tesis de las “Nuevas Guerras”, don-de los conflictos no están basados en ideologías, sino en una competencia brutal por recursos sostenidos, finan-ciación externa y saqueo. La guerra en sí se convierte en la meta. Sin embargo, la situación real es más com-plicada. Al avanzar la guerra, el Renamo sí intentó crear

8 MNR significa Resistencia Nacional Mozambiqueña; el nombre fue cambiado después por la sigla portuguesa Renamo, para incrementar las credenciales nacionales.

9 El ejército del Frelimo se basó en el servicio militar obligatorio, pero generalmente de una naturaleza menos brutal.

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una ideología, que en cierto modo atrajo segmentos del campesinado hostilizados por el Frelimo; también cul-tivaron a los llamados regulos (miembros de la jerarquía colonial, autoridades tradicionales), que habían sido marginados durante el gobierno. Generalmente, a los regulos se les había prohibido tener un cargo oficial o participar en elecciones bajo el régimen del Frelimo. El Renamo aprovechó este antagonismo para reintegrar a muchos de ellos. Como en el período colonial, los re-gulos fueron en realidad el nivel más bajo de autoridad bajo el gobierno del Renamo. Fueron los encargados de pagar impuestos y mantener el orden local, apoyados por una ideología que reclamaba apoyar la “tradición”. Aunque era dudoso que esta ideología fuera realmente una alternativa creíble en el nivel nacional, les ayudó a enraizarse en ciertas partes del país.

la guerra civil

Uno de los debates clave en los estudios mozambique-ños se enmarca en la pregunta de si la guerra fue una guerra civil o una guerra de agresión externa. Probable-mente fue las dos cosas. Es cierto que sin la influencia directa de Rodesia y, más importante aún, la de Sudáfri-ca, la guerra nunca hubiera llegado al nivel donde llegó. Tampoco se puede decir que el descontento de los cam-pesinos fue el catalizador de la guerra. En muchos otros gobiernos hubo políticas –la Ujaama de Tanzania, por ejemplo– en donde se ensayaron programas similares al del Frelimo, que causaron también masivo descontento, pero no desembocaron en una verdadera guerra civil. En su gran mayoría los combatientes fueron mozambique-ños y hubo una fuente profunda de ira que el Renamo supo aprovechar.

Los partidarios del Renamo, tales como Hoile (1994) y Cabrita (2000), han argumentado que la guerra civil en Mozambique creció como resultado de una respuesta de los campesinos a las élites criollas, urbanas y extran-jeras, que insultaron y suprimieron las tradiciones de la población y destruyeron su forma “eterna” de vivir. Des-de una perspectiva menos propagandística, académicos independientes como Geffray han señalado el profun-do descontento causado por las políticas del Frelimo, tales como la abolición de la autoridad tradicional, la movilización de la población rural a aldeas comunales y la privación de la inversión de los campesinos (1991). Geffray realizó trabajo de campo en el distrito Erati de la provincia Nampula. El programa de aldeanización en esta área había concentrado relativamente grandes can-tidades de gente que no tenía una historia de cohabita-

ción. El linaje de los erati alcanzó a dominar la jerarquía local del Frelimo y esencialmente tomó el control de la tierra. El monopolio local del poder fue perjudicial para los recién llegados. Los grupos en desventaja, como los makua, que habían sido arriados en las aldeas como si fueran ganado, se sintieron crecientemente explotados y resentidos, especialmente debido a que el Frelimo, en su ataque a la autoridad tradicional, les había quitado su liderazgo. Cuando el Renamo llegó al área, atacaron la aldea, restablecieron los líderes tradicionales y les dijeron a los habitantes que regresaran a sus hogares habituales. Los erati, ganadores bajo el programa de al-dea del Frelimo, siguieron fieles a ellos; los makua, por su parte, acogieron a los del Renamo como libertado-res y se aliaron a su causa. El Renamo les explicó que ellos estaban comprometidos en una “guerra de los es-píritus” y les aconsejó que recuperaran sus tradiciones, abandonando el marxismo importado del Frelimo. Aun cuando varios enfriaron las relaciones con el Renamo, al aumentar los tributos que les estaban imponiendo, per-dieron acceso a los mercados y el dominio del Renamo se volvió más brutal. Sin embargo, en algunos casos el Renamo estaba respondiendo a los descontentos de al menos una parte de la población.10

Las reacciones a las políticas de modernización del Frelimo variaron a través del país. En algunas partes fueron relativamente exitosas. Norman (2004) cuenta cómo después de la destrucción de viviendas en una inundación, y dada la preexistencia de desconfianza de-bido al rol de la autoridad tradicional en el reclutamiento de fuerza de trabajo bajo el colonialismo, los planes del Frelimo de mover a los aldeanos a aldeas comunales y de abolir la autoridad tradicional no fueron impopulares en la provincia de Gaza, en el sur del país. En la provin-cia norteña de Cabo Delgado, una fortaleza del Frelimo, los efectos fueron contradictorios. West (2001) describe cómo algunos aspectos del programa de aldeas fueron bien recibidos y la concentración de grandes grupos de personas creó nuevas vías de sociabilidad, todo esto en un contexto de múltiples acusaciones de brujería, dado que las sanciones anteriores habían sido ineficaces para una población tan grande. Las reacciones a las grandes ambiciones modernizadoras del Frelimo usualmente dependían de condiciones locales finamente matizadas, y de las formas diferentes en las que áreas particulares eran incorporadas a la economía y a la nación, cuestio-nes raramente tenidas en cuenta en Maputo por los pla-nificadores. Así, pues, a diferencia de la versión clásica

10 Para ver las críticas del análisis de Geffray, ver Dinerman (1994) y O’Laughlin (2000).

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de una rebelión campesina, el Renamo se las arregló para construir redes de apoyo a través de la guerra y no entablar una guerra en nombre de un estrato social. En áreas donde el control del Frelimo era débil y sus pro-gramas de modernización eran impopulares, el Renamo frecuentemente llegó a un acuerdo con la población lo-cal después de asesinar al líder local del Frelimo y a su familia (Nordstrom 1997). En otras áreas donde el Renamo no pudo contar con tanto apoyo, recurrieron a masacres sistemáticas y actos públicos de brutalidad para intimidar a la población (Hall 1990; Nordstrom 1997; Wilson 1992). En realidad, grandes segmentos de la población quedaron atrapados en la mitad y tuvieron que sobrevivir como pudieron, mientras las fuerzas en pugna marchaban periódicamente por sus tierras.

Hacia mediados de los ochenta, el Gobierno estaba en una crisis seria. El presupuesto militar abarcaba el 35% de los gastos gubernamentales y el conflicto había acabado con muchas de las impresionantes mejoras en salud y educación que el Frelimo había logrado. El Go-bierno había perdido el control directo de gran parte del país y la guerra se había extendido por las diez provin-cias de Mozambique. El Frelimo sólo tenía control de las ciudades principales y la economía estaba en caída libre. Se había incrementado el descontento en muchas ciudades también. En Beira, la segunda ciudad de Mo-zambique, hubo rumores inquietantes de que los traba-jadores iban a proclamar una huelga y recibir al Renamo si eran atacados (Vines 1996). A pesar del caos crecien-te, la clase dirigente del partido se mantuvo unida, de-bido al entorno social compartido, la afinidad ideológica y la endogamia: casi se habían convertido en un grupo social distinto entre sí, sobre todo en los niveles más al-tos. Cuando murió Samora Machel en un accidente de avión en 1986, el anterior ministro de Relaciones Exte-riores, Joaquim Chissano, fue elevado a la Presidencia; evidentemente, él representaba un acuerdo que todo el cuerpo dirigente aceptaría. A pesar del empeoramiento de la guerra civil y la grave crisis de la economía, el par-tido se mantuvo unido bajo el nuevo liderazgo. En un acto de desespero, éste llegó a un acuerdo con el FMI y el Banco Mundial, acordando implementar reformas promercado (Harrison 1996). Las reformas mejoraron un poco la situación; la economía, que había estado decreciendo 8% por año desde 1982, mostró una tasa de crecimiento de 3,6% en 1986 (Marshall 1990). Sin embargo, los efectos de la desregulación de la economía dieron un golpe a la base urbana del Frelimo, debido a que la moneda fue radicalmente devaluada, los sala-rios fueron congelados y los subsidios suspendidos. Para muchos citadinos, la vida llegó a ser más difícil y la co-

rrupción empezó a florecer, debido a que los funciona-rios públicos ya no podían sobrevivir con sus salarios; las restricciones de acumulación personal entre las élites del Frelimo disminuyeron (Harrison 1996; Marshall 1990; Pitcher 2002). Estos cambios en la economía disfra-zaron continuidades significativas, en cuanto el previo liderazgo socialista se mantenía firme en el poder y el partido seguía unido en la meta de construir nación y consolidar el Estado. Las metas se mantuvieron, pero las formas de alcanzarlas cambiaron (Ottaway 1988).

La hábil diplomacia del Frelimo y la incapacidad del Renamo para hacer relaciones públicas –junto con su brutalidad, conocida por todos– permitieron al Gobier-no acceder a un salvavidas externo.11 Aun países como Estados Unidos, que estaban firmemente en contra de los proyectos ideológicos del partido, reconocieron al Frelimo como el gobierno legítimo y le proporcionaron la ayuda que necesitaba. A pesar de que el mandato del Frelimo no se extendía mucho más allá de las ciudades principales, era poco probable que el Renamo pudiera desalojarlos. Sin embargo, el Frelimo no pudo destruir al Renamo en el campo. A finales de los ochenta, la gue-rra había llegado a un punto muerto brutal. Los patro-nes de ambos lados se estaban cansando del conflicto y tuvieron asuntos más importantes que resolver en sus tierras. Mozambique también carecía de recursos para que cualquiera de los dos bandos siguiera la guerra in-dependientemente. Para el Frelimo, la economía toda-vía estaba en una profunda recesión, con un incremento del descontento en las áreas urbanas. Para el Renamo, la disminución de ayuda externa de regímenes de dere-cha, y en particular de Sudáfrica, había sido sustituida por una economía de robo. Sin embargo, después de años de guerra, el campo había sido devastado. Esta-ban enfrentando la ley de rendimiento decreciente y se dificultaba la reproducción de los rebeldes. Con un es-tancamiento militar, un posible colapso económico, un ambiente internacional cambiante y una población pro-fundamente harta de la guerra, el Renamo y el Frelimo empezaron seriamente a considerar negociaciones.

El gobierno italiano, la Comunidad Santo Egidio y la Igle-sia católica de Mozambique patrocinaron las conversa-ciones de paz en Roma. El Frelimo optó por la iniciativa

11 No todas las atrocidades cometidas fueron perpetradas por el Rena-mo; los soldados gubernamentales fueron también responsables de masacres. La gran diferencia en esto es que no era una política oficial, sino más bien las acciones de soldados débilmente entrenados, cuyos salarios durante meses no fueron pagados y sobre los cuales el Estado usualmente tenía control limitado.

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política.12 En 1989, el Frelimo aprobó un amplio rango de reformas, abandonando el Estado de partido único y creando una constitución democrática liberal y de mer-cado libre, eliminando efectivamente la alfombra ideoló-gica que yacía bajo los pies del Renamo. La otra victoria diplomática del Frelimo fue no ceder a las demandas del Renamo y otros actores internacionales para un acuerdo de poder compartido, y, en vez de eso, insistió en un sis-tema electoral mayoritario, de “el triunfador gana todo”, con una concentración de poder en el Ejecutivo. Si bien éstas fueron las victorias principales del Frelimo, algu-nos puntos de fricción quedaron latentes y las negocia-ciones fueron largas y complejas. Acordaron que habría un sistema democrático multipartidista, que el Frelimo se separaría del Estado y que se crearía un nuevo ejér-cito, que incluyera a los veteranos de ambos partidos, el Renamo y el Frelimo, y que sería políticamente neutral (Coelho y Vines 1998). El proceso de desarme demostró la posibilidad de establecer una unidad de mando entre el Frelimo y el Renamo. El Frelimo se las arregló para lograr que el Ejército dejara su posición privilegiada dentro del partido, y que básicamente se suicidaran políticamente. Mientras que muchos de los altos mandos del Ejército guardaron sus conexiones con el liderazgo del partido y les fue bien en el proceso de privatización, los genera-les ya no tenían poder político, y se puede decir que la Policía se convirtió en la fuerza armada más poderosa de la nación. El Renamo, contrariamente a lo que mu-chos observadores temían, también mostró firme disci-plina cuando las autoridades del partido dieron la orden de dejar las armas, mandato que fue inmediatamente obedecido, lo cual confirmó que no se trataba simplemen-te de una colección de señores de la guerra y de bandidos.

Para la mayoría de la población, el significado de ser un ciudadano en una democracia capitalista no fue claro. Irónicamente, la democracia fue introducida después de un referendo, donde la mayoría de los que respon-dieron rechazaron la implementación de un modelo multipartidista que causaría más conflicto (Manning 2002). Para muchos, la práctica fue extraña y confusa. West (2003) cuenta las impresiones de muchos resi-dentes de la meseta de Mueda, en la provincia norte de Cabo Delgado, que fue la cuna de la revolución del Frelimo. En Mueda se interpretó a la misión de paz de la ONU como una “recolonización”. Esto se reforzó con las tropas de la ONU que tenían un contingente fuerte de portugueses y que fueron vistos desarmando pública-mente a los soldados del Frelimo. Para muchos fue muy

12 Para una discusión más detallada del proceso de paz, ver Hall y Young (1997) y Vines (1996).

difícil desvincular al Frelimo del Estado. Muchos vota-ron simplemente porque les ordenaron hacerlo; en vez de un despertar “democrático”, era simplemente otra ta-rea o deber requerido por el Gobierno, o por el Renamo, dado el caso (West 2003). La mayoría tendía a votar por el movimiento que era más fuerte en su área, lo cual in-dicó que las elecciones inicialmente no representaban a la población manifestando su voluntad política, sino que más bien apaciguaban la fuerza más poderosa en su vecindad (Manning 2002). Además, la democracia fue introducida cuando el espectro de diferencias polí-ticas entre los partidos estaba en su punto más bajo. El Frelimo y el Renamo hicieron campañas con programas de política (por ejemplo, democracia) y economía (mer-cado libre) muy similares. Por tanto, gran parte de la campaña se centró en las interpretaciones de la historia. El Frelimo utilizó sus credenciales de libertador de la nación y el Renamo habló sobre el intento del Frelimo de organizar las aldeas comunales como un ataque a sus tradiciones (Bertelsen 2004: Harrison 1996). Muy pa-recida a la anterior revolución del modernismo, la demo-cracia nunca fue un proyecto “popular” en Mozambique ni tampoco se está mostrando como forma efectiva para incluir a los anteriormente marginados.

Esto no quiere decir que no haya habido cambios sig-nificativos en Mozambique desde el final de la guerra. Después de años de descenso en la economía, hoy en día el país tiene una de las tasas de crecimiento más rá-pidas en el continente, y la hostilidad del Frelimo hacia la “tradición” se convirtió en una cuestión del pasado. Después de seis años de debate y de un esfuerzo por ampliar su base social y debilitar la del Renamo, el Go-bierno expidió un decreto en 2000 que creó la figura de los “líderes comunitarios”, lo cual significó que los que anteriormente eran regulos podían concursar para ocu-par puestos oficiales en el ámbito local (Gonçalves 2004 y 2006). Aunque se tiene información limitada, parece que en algunos distritos del sur los puestos locales es-tán ocupados todavía por los funcionarios del período anterior. Donde los regulos han tenido éxito en llegar al poder, han solicitado investirse de símbolos previos de po-der, tales como los uniformes, y veían su rol como aquel ejercido bajo el período colonial (Buur y Kyed 2005; Gonçalves 2004 y 2006). Los entendimientos locales de la práctica del poder y de cuál es el rol legítimo de las autoridades locales pueden fácilmente subvertir las re-formas democráticas que surgen de la descentralización.

Lo que fascina del caso mozambiqueño no son simple-mente los cambios dramáticos, sino las continuidades ideológicas que han permitido a la élite en el poder

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mantener la unidad mientras la tierra debajo de sus pies cambia continuamente. En muchas formas, la práctica del poder en la democracia liberal tiene similitudes múl-tiples con épocas anteriores. Mientras ha habido un co-mienzo del programa de descentralización, el partido y el Estado están juntos al nivel local en muchos distritos (Gonçalves 2004 y 2006). Los administradores locales usualmente celosos conservan sus posiciones, porque, a pesar de las premisas del nuevo orden liberal, su concepción de la política está basada en su propia ex-periencia histórica. Un funcionario del Gobierno local reportó: “Hacer campaña para el Frelimo es una forma de asegurar nuestros trabajos. Como vimos en 1975, la independencia significó la destrucción de la máquina administrativa colonial y los funcionarios estatales ter-minaron perdiendo sus trabajos. Si el Renamo llega al poder, será igual” (Gonçalves 2004, 45). En áreas urba-nas uno encuentra sentimientos similares, sobre todo desde que los funcionarios públicos son generalmente miembros del partido Frelimo. A pesar de la separación oficial del partido y el Estado, los funcionarios públicos que trabajan para estas instituciones estatales “neutra-les” parecen mostrar características partidistas no exac-tamente diferentes a la era de partido único.

La unión cohesiva que definió la encarnación socialista del Frelimo parece seguir siendo una fuerza fuerte en la época liberal. Esto no quiere decir que no hay ninguna dife-rencia dentro del liderazgo del Frelimo. Efectivamente, hay una tensión permanente entre el Presidente, que quiere ampliar su poder y su espacio para maniobrar, y sus colegas, que intentan ejercer más influencia sobre las decisiones del mismo. Además, los integrantes del partido hablan de una variedad de “tendencias” e in-cluso facciones asociadas con figuras prominentes en el partido, tales como “tendencia Chissano”, “tendencia Guebuza”, “tendencia Machel”, encabezada por Gra-ca Machel, y una “tendencia Diogo”, encabezada por la primer ministra, Luisa Diogo. Es importante anotar que estas tendencias no son rígidas, y su pertenencia es incierta. Lo que es sorprendente es que todos los ac-tores en estas dinámicas son motivados por un sentido intrigante y duradero de lealtad mutua, y trabajan para asegurar que sus diferencias no pongan en riesgo la co-hesión interna básica y el sentido de unidad, que ha sido el sello del Frelimo en sus tres décadas en el poder.

Mientras que el socialismo ha colapsado, la élite del Frelimo ya está comenzando un nuevo proyecto de mo-dernización del capitalismo liberal, el cual, en muchas formas, es tan mesiánico como el socialismo científi-co (West 1997). Una vez más, son ellos los únicos que

pueden llevar a la nación por este camino y cuidarla de los peligros de un sectarismo restringido, y una vez más el Estado será la herramienta necesaria para imple-mentar y proteger esta visión. Aunque el Frelimo ahora acepta un sistema multipartidista, en realidad parece ser más bien un caso en el que el partido está permi-tiendo que los márgenes de poder sean divisibles, para así mantener el centro intacto.

transFormación y reconstrucción

El 15 de octubre de 1992, el Frelimo y el Renamo firma-ron por fin el acuerdo de paz que terminó la guerra civil. La paz fue recibida con un optimismo prudente, pero el país había sido devastado. Hasta un millón de personas habían muerto debido al conflicto y a enfermedades y hambre. Además, muchos de los impresionantes avan-ces alcanzados durante la revolución, tales como la am-plia disponibilidad de servicios médicos y la provisión de la educación, habían retrocedido a los niveles de la preindependencia. Las áreas rurales sufrieron lo peor durante la guerra civil; la infraestructura yacía en rui-nas. El sueño del liderazgo del Frelimo de presidir una sociedad “moderna”, industrializada e igualitaria pare-ció, después de la guerra, haber nacido muerto. El pro-grama de ajuste estructural de Mozambique generó un corte drástico de los subsidios gubernamentales y servi-cios para los pobres, mientras se devaluaba la moneda y se despedían miles de empleados (Hanlon 1996). Aun-que las condiciones para los ciudadanos se mostraban, en muchos casos, precarias, los niveles de corrupción gubernamental parecían estar incrementándose y los funcionarios estatales ya podían abiertamente mostrar su nueva riqueza, lo que establecía un contraste notable con las normas igualitarias del período inmediatamente anterior (Hanlon 1996). La economía mozambiqueña pareció retornar a su rol de la preindependencia al servir como centro de transporte para Sudáfrica y Zimbabue, y como productor de bienes agrícolas primarios. Mozam-bique fue también el centro de la creciente economía ilegal. Tanto drogas de Asia como carros robados de Su-dáfrica encontraron la salida hacia Europa a través de los puertos de Mozambique (Ellis 1999; Hanlon 1996). El Frelimo todavía gobernaba Mozambique, pero el país se parecía muy poco a la visión que tuvieron al procla-mar la independencia.

A pesar de todos los cambios que habían afectado a Mo-zambique en los últimos 17 años de independencia, exis-tía un tema subyacente al dominio del Frelimo. Aunque se habían producido una serie de cambios políticos, el

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liderazgo del partido seguía siendo un grupo de muchos miembros que habían compartido un origen como élites de base urbana con lazos débiles con las estructuras de poder tradicional del período colonial. Pese a cambiar el sistema político del socialismo y haber sido aban-donadas las ideas anteriores, el rol de la élite como “el motor de modernización” se mantuvo intacto. Después de todas las pruebas y el caos del período de la guerra civil, este punto sigue siendo central para la autojustifi-cación de las élites e informa la manera como ellas ven a la nación que luchan por controlar. Cuando el Frelimo tomó el poder por primera vez después de la lucha de liberación, el liderazgo veía a Mozambique como una “pizarra en blanco” sobre la cual habría podido impo-ner sus modelos de una nación moderna (O’Laughlin 2000). A pesar de todos los cambios que han ocurrido en esta sociedad desde su independencia, esta visión de la élite respecto de Mozambique como una tela en blanco no ha desaparecido totalmente. Después de la guerra civil, la nación tuvo otro “nuevo comienzo”, esta vez remodelado como una democracia capitalista (Hall y Young 1997, 219-220).

Si bien el “nuevo comienzo” inició muchos cambios po-líticos sustantivos, vale la pena subrayar una vez más las continuidades. Aunque muchos académicos han resal-tado los aspectos neocoloniales de la transición al ca-pitalismo en Mozambique, observando correctamente la fuerte presión externa en el proceso, las restricciones reales impuestas y las numerosas fallas del Banco Mun-dial y del FMI, la historia es más complicada (Morier-Genoud 2007; Pitcher 2002). Como Morier-Genoud (2007) anota, aunque muchos miembros de la élite del Frelimo sospecharon de esta transformación, en general se sintió que la adopción de un proyecto liberal era la única manera de terminar la guerra y conservar el poder. Al tomar la iniciativa y reformar las estructuras económi-cas y políticas antes de firmar el acuerdo de paz, y antes de que el Renamo pudiera influir en la dirección de las reformas, el Frelimo creó una ventaja significativa (Mo-rier-Genoud 2007). Entonces, la privatización, como argumentan Pitcher (1996, 2002) y Castel-Branco, Cra-mer y Hailu (2001), no fue una medida neutral y técnica que tomaron el Banco Mundial y el FMI de una manera, al parecer, ingenua, sino más bien un proceso político profundo donde el Frelimo dirigió los eventos lo más que pudo para asegurar la continuidad del apoyo de algunos elementos del electorado antiguo y crear otros nuevos.

El ideal establecido de la transformación al neoli-beralismo es disminuir, en la mayor medida posible, la intervención estatal en la economía y dejar que el

mercado encuentre su equilibrio por medio de la com-petencia. Esto no sucedió en Mozambique. En vez de eso, el Estado sigue desempeñando un rol fundamen-tal, primero, dirigiendo el proceso de privatización y, luego, decidiendo a quiénes serán otorgados los de-rechos de propiedad de la industria privada (Pitcher 2002). En segundo lugar, el Gobierno frecuentemen-te sigue siendo un accionista menor en las industrias privatizadas. De esta manera, los mayores beneficia-rios del proceso de privatización no han disminuido el control del Estado, pero en muchos casos han incre-mentado su solidez lo más posible, considerando las restricciones existentes.

Los más beneficiados del proceso de liberalización han sido unos pocos grupos sociales. Esto incluye las grandes compañías previamente existentes, tales como el grupo Entreposto, que ha estado activo en Mozam-bique por más de 100 años (Pitcher 2002). Como se mencionó previamente en este trabajo, el Frelimo no nacionalizó todas las industrias, sino que permitió que grandes compañías siguieran operando después de la independencia pero bajo la dirección estatal. Cahen (1993) observó inteligentemente que el Frelimo tendió a nacionalizar capitales pequeños, mientras trataba a los grandes mucho más suavemente. Las grandes corpo-raciones multinacionales también han sido dominantes en la toma del control de industrias importantes, aun-que en su mayoría las industrias pequeñas y medianas se han entregado a los mozambiqueños (Pitcher 2002). Los comerciantes indios, frecuentemente reprimidos durante el período socialista, también se han visto beneficiados. Aunque todavía existe una relación am-bigua entre este grupo y el partido, en el período de la posguerra se han formado nuevas alianzas: el matri-monio entre el poder político y el poder económico, si se quiere. Finalmente, los miembros de alta categoría del partido, y los oficiales militares y de seguridad del Frelimo, se vieron muy beneficiados (Castel-Branco, Cramer y Hailu 2001; Pitcher 2002). En vez de crear un mercado libre y empoderar a un nuevo grupo de capitalistas indígenas, la liberalización ha empodera-do un direccionamiento estatal, o más concretamente, un esfuerzo de direccionamiento por parte del Frelimo para crear un capitalismo rentista.13 El efecto princi-pal ha sido la disminución en la provisión de servicios básicos por parte del Estado, pero no su separación de

13 Como la ley mozambiqueña estipula que las empresas extranjeras tie-nen que tener un inversionista mozambiqueño, muchos individuos de las élites simplemente ganan ingresos como “compañeros silenciosos” y después invierten sus recursos en opciones no productivas considera-das como “seguras”, tales como la finca raíz.

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la economía. Además, parece que este proceso ha sido crucial para crear una estructura de clase basada en el control o acceso al poder estatal como garante principal de riqueza material.

El gobierno del Frelimo también ha mantenido un fuer-te control sobre la inflación, bajándola de alrededor de 70% en 1994 al 5% en 1999. La tasa de inflación pa-rece seguir en gran parte en la misma cifra de 1999, y en 2005 sólo ascendió a 6,3%.14 Esto ha convertido a Mozambique en un lugar atractivo para la inversión extranjera, por lo menos para los estándares africanos, y ha estimulado el crecimiento. Sin embargo, las tasas de crecimiento pueden esconder tanto como lo que revelan. Más o menos 80% de la inversión extranjera ha estado concentrada en las dos ciudades principales, Maputo y Beira. Además, dos tercios del crecimiento industrial han ocurrido en el sur, específicamente en Maputo y sus alrededores, mientras que sólo el 10% de la inversión industrial se ha trasladado al norte, deján-dolo ante todo como zona agrícola, acentuando así los asuntos de marginación, que, entre otras cosas, fueron un incentivo para la guerra civil. Además, Mozambique depende en gran medida de la inversión y la asistencia extranjeras, los impuestos sólo representaron el 12% del PIB en 2001 y hay una proyección de crecimiento de 19% del PIB en 2020.15

Tal vez así se explica por qué, tal como en el período socialista, hay una fascinación con los “megaproyec-tos” de financiación extranjera. Un ejemplo principal es Mozal, un fundidor de aluminio cerca de Maputo. Aunque ha incrementado el PNB dramáticamente, los beneficios sociales reales para gran parte de la pobla-ción parecen ser marginales y concentrados cerca de la capital y sus alrededores. Como el Gobierno dio a pro-pietarios sudafricanos y australianos unos beneficios de impuestos para que pudieran organizar la planta, el Estado actualmente está recibiendo muy pocos in-gresos. La planta consume tanta energía como el resto del país, pero ésta es comprada en Sudáfrica (Castel-Branco 2002). Los extranjeros ocupan muchos pues-tos de gerencia y la percepción es que sólo emplean a los mozambiqueños para labores de poca importancia. Las oportunidades que realmente pueden surgir de proyec-tos de esta naturaleza están geográficamente limitadas y hacen poco para tratar los desequilibrios que actual-mente existen en la región y que pueden llevar a más tensiones y confrontaciones.

14 Country profiles, www.worldbank.org.15 Country profiles, www.worldbank.org.

A pesar del colapso del socialismo, la mayoría rural sigue siendo el lugar que necesita mayor desarrollo; y la élite del Frelimo aún sigue siendo la que traerá ese desarrollo, bien sea en pocos años, como fue prometido bajo el socia-lismo, o en el futuro distante, de acuerdo con la promesa actual. El paternalismo de élite que era evidente en las épocas coloniales y socialistas todavía existe hoy en día y puede revelarse de formas extrañas. Un anterior miembro del Frelimo que hoy en día labora en asuntos de tierras afirmó en varias entrevistas que el presente plan para las áreas rurales intenta despojar a los campesinos y crear un proletariado rural. En la opinión del partido, eso moderni-zaría no sólo la agricultura, sino también la población: esta-rían involucrados en la economía global y se establecerían en áreas concentradas y accesibles al Estado.

La economía de posguerra de Mozambique se parece en aspectos importantes al período colonial. El sur tiene una cantidad pequeña de industria liviana pero está profun-damente incorporado a su vecino Sudáfrica, el cual tiene una economía cerca de 40 veces más grande (Castel-Branco 2002). La nación suministra fundamentalmente bienes y servicios a su poderoso vecino, mientras que los mercados internos están subdesarrollados y dependen de las importaciones. El centro y el norte son fundamental-mente agrícolas, y a lo mejor se han empobrecido desde el período colonial, a pesar de los grandiosos planes. Una gran diferencia es que en vez de que Mozambique oficial-mente exporte mano de obra a Sudáfrica, ahora recibe ca-pital, aunque estos resultados se encuentran en una base muy limitada y regionalizada (Castel-Branco 2002).16 Los planes ambiciosos de utilizar el capitalismo liberal para transformar Mozambique han creado de nuevo un Es-tado con una élite fuertemente entrelazada e intereses materiales entrecruzados, pero sectores de la población se mantienen débilmente vinculados a este marco. Dado que las élites gobernantes pueden ganar legitimidad de los extranjeros que financian la transformación, hay tam-bién relativamente poco interés o necesidad de incorpo-rar sectores significantes, por parte de las élites.

conclusión

El caso mozambiqueño provee nuevas comprensiones sobre el proceso de construcción de nación y consoli-dación de los Estados bajo el marco liberal internacio-

16 A pesar de que la migración ilegal de mano de obra es aún una gran opción económica para los mozambiqueños del sur, y muchas aldeas del sur no cuentan con hombres jóvenes, dado que intentan encontrar trabajo en Sudáfrica.

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nalmente dominante. La mayoría de los estudiosos de la construcción estatal centran su atención en las com-plejas alianzas internas que surgen entre varios grupos sociales que crean coaliciones de gobierno, pero las condiciones históricas específicas de Mozambique se-ñalan también el rol poderoso de factores externos. El legado colonial dejó al país con una pequeña élite que ha surgido de un contexto histórico, en muchas formas, único. Este grupo eventualmente formó una élite estre-chamente unificada, pero a la vez fue consciente de sus diferencias con respecto al resto de la población, e in-tentó implementar una visión que era, en muchos casos, regional y socialmente específica. Es posible que con el tiempo pudieran haber obtenido un pequeño éxito al formar una nación profundamente arraigada en relación con esta visión, pero las realidades de la geopolítica no les permitieron el espacio necesario. Los ataques bruta-les de Rodesia y Sudáfrica, la devastación de la guerra civil, las exigencias de la comunidad internacional y de los principales donantes, han transformado esta visión considerablemente, aun si las continuidades ideológicas persisten. El liderazgo del Frelimo ha podido sobrevivir a todos estos ataques y utilizar los dictados internacio-nales en su favor, en la medida de lo posible. En el pe-ríodo de posguerra el Frelimo ha conseguido recrear su poder y potenciar una nueva economía más capitalista. Sus miembros han trascendido su base política original y han tenido la oportunidad de acumular riqueza. Los miembros del partido ya pueden utilizar su influencia política para ganar el control de recursos económicos, y el Frelimo se convierte también en una fuente de poder de clase. Sin embargo, los beneficios de la nueva era son fundamentalmente distribuidos entre un círculo bastan-te estrecho, y grandes sectores de la población están to-davía incorporados de una forma dispareja al proyecto de construcción del Estado. De hecho, debido a que gran parte de la riqueza viene del exterior, puede que haya po-cos incentivos para tratar de incorporar a los desfavoreci-dos de una manera más completa. Se advierte el peligro de que, con este estilo de políticas, el proyecto de cons-trucción estatal se cimiente sobre bases muy frágiles.

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por Antonio Giustozzi**Fecha de recepción: 1 de agosto de 2009Fecha de aceptación: 5 de marzo de 2010Fecha de modificación: 3 de agosto de 2010

ResumenEl artículo traza el desarrollo de las políticas étnicas en Afganistán, desde la década de 1930, cuando la monarquía promovió el nacionalismo Pashtún esperando engrosar sus bases populares, hasta los años ochenta y noventa, cuando facciones políticas armadas recurrieron cada vez más a la propaganda étnica para ganar apoyo, y finalmente hasta el período posterior a 2001, cuando la competencia electoral nuevamente trajo el tema de la identidad étnica a un primer plano.

PalabRas claveAfganistán, grupos étnicos, políticas, movilización étnica.

* Texto traducido por luis eduardo sastoque. el artículo es desarrollado en el marco de la investigación realizada en el crisis states Research Programme.** Ph.D. london school of economics, Inglaterra. actualmente se desempeña como docente e investigador del centro de Investigación de crisis estatal

(crisis states Research centre)/DesTIn, london school of economics. sus obras más recientes son: Empires of Mud. Wars and Warlords in Afghanistan. nueva york: columbia university Press, 2009; y Decoding the New Taliban: Insights from the Afghan Field (editor). nueva york: columbia university Press. correo electrónico: [email protected].

Ethnic Groups and Political Mobilization in Afghanistan

absTRacT The article charts the rise of ethnic politics in Afghanistan from the 1930s, when the monarchy hoped that promoting Pashtun nationalism would strengthen its popular base, to the 1980s and 90s, when armed political factions increasingly resorted to ethnic propaganda to mobilize support, and finally to the post-2001 period, when electoral competition once again brought the issue of ethnic identity to the fore.

Key woRDsAfghanistan; Ethnic Groups; Politics; Ethnic Mobilization

Los grupos étnicos y la movilización política en Afganistán*

Os grupos étnicos e a mobilização política no Afeganistão

ResumoO artigo mostra o aumento de políticas étnicas no Afeganistão desde os anos de 1930, quando a monarquia esperava que ao promover o nacionalismo dos Pashtun fortaleceria a sua base popular, até os anos de 1980 e 90, quando facções políticas armadas recorreram cada vez mais à propaganda étnica para conseguir apoio, e finalmente para o período após 2001, quando a competição eleitoral trouxe à tona o problema da identidade étnica.

PalabRas cHaveAfeganistão; Grupos étnicos; Política; Mobilização étnica

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la identidad étnica de base

A fganistán es, sin duda, uno de los países étnicamente más fragmentados del mundo. Represen-tar gráficamente su complejidad es bastante difícil. En el Cuadro 1 y en el mapa 1 he intentado ser lo más pre-ciso posible. De todas formas, es claro que una comple-jidad de tal magnitud no podía dejar de tener un impac-to significativo en la política afgana. En principio, existe una división más bien obvia entre pashtún y no pashtún, ya sea por cuestiones de lengua (pashtún vs. dari), sea por notables diferencias culturales (código tribal entre los pashtún, Shariat entre la mayor parte de las otras poblaciones, ética nómada-guerrera vs. ética sedentaria-comercial), excepto en la áreas urbanas que han actua-do como un melting pot, especialmente en Kabul, en donde se ha desarrollado una identidad local y no étnica de “kabules”. El tema es más complejo con respecto a otras poblaciones no pashtunes. La identidad uzbeka se puede definir bastante bien por medio de la lengua, lo mismo que la turkmena, que se separa fácilmente de la uzbeka, pues pese a la similitud hay diferentes tra-diciones socioculturales (nómadas vs. sedentarios). Las etnias hazara y especialmente tayika muestran bien el tipo de problemas a los que nos enfrentamos. La mayor parte de los hazara se distinguen fácilmente de las otras poblaciones circundantes debido a la religión chiíta. Sin embargo, una minoría significativa de los hazara es de religión sunita, especialmente en las provincias de Baghlan y Baghdis, pero también en otras localidades, especialmente del noroeste. Debido a las persecuciones a que fueron sometidos los chiítas y la predominante identificación entre chiísmo y la población hazara en Afganistán, en general los hazara que profesan la reli-gión sunita no se definen como tales, y se mimetizan asociándose a otros grupos étnicos, por ejemplo, en épo-cas recientes, a los tayikos.1

1 Una discusión detallada sobre este problema se encuentra en Schetter (2003).

Segmentación lingüística

Lengua madre Todas las lengua

habladas

Pashtún 48% 55%

Dari 40% 65%

Uzbeko 8% 8%

Turkmeno 2% 2%

Otras 2% 2%

Cuadro 1. La segmentación lingüística y etnosocial de la sociedad afgana en 1979

Segmentación etnosocial

Pashtunes tribales 15%

Pashtunes parcialmente destribalizados

26%

Pashtunes destribalizados en área rural

5%

Pashtunes destribalizados en área urbana

5%

Tayikos urbanizados 3,5%

Comunidades rurales tayikos 16%

Tayikos chiíes y Qizilbash 0,5%

Uzbekos 9%

Turkmenos 2%

Ismaelitas (pamiri y tayikos) 1%

Hazara chiítas 13%

Hazara suníes 2%

Nuristanos 0,5%

Otros 1,5%

Total 100%

Fuente: estimaciones del autor con base en la literatura existente.

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Los grupos étnicos y la movilización política en Afganistán Antonio Giustozzi

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Mapa 1. Mayorías étnicas en Afganistán en el siglo XIX

Estos últimos representan el caso más complejo de de-finición de identidad. Se trata principalmente de una identidad impuesta por lo alto, una creación del Estado afgano cuando empezó a registrar, incluso en los docu-mentos de identidad, la pertenencia étnica de la pobla-ción. En esta categoría residual confluyeron todos los grupos de lengua dari que no pertenecían a otro grupo constituido previamente, como los hazara. Seguidamen-te surgieron muchas controversias entre los etnógrafos en relación con la aceptación de esta definición con fines de investigación científica. Para nuestros propó-sitos, bastará con decir que buena parte de la pobla-ción denominada “tayika” continúa identificándose con identidades locales, o con identidades étnicas alternas. Por ejemplo, los aimaq, que viven en su mayoría en la provincia de Ghor, tienden a considerarse como tayikos, como aimaq y, finalmente, como pertenecientes a una tribu particular. Para algunos pocos entre ellos, que han recibido algo de educación, la identificación tayika es la dominante, pero para los otros generalmente la iden-tificación aimaq o tribal es la que cuenta más.2 Nótese además que muchos nacionalistas hazara incluyen a los aimaq entre los hazara, y, por otra parte, el ejemplo ya

2 Conversaciones con funcionarios y oficiales aimaq, herat, noviembre de 2005.

citado de los hazara suníes representa otro caso de iden-tidad étnica en conflicto, pero hay una miríada de grupos esparcidos en todo el sector septentrional de Afganistán desde Herat hasta Badakhshan. En esta última provin-cia, los llamados “tayikos de la montaña” en realidad ha-blan toda una serie de dialectos locales y se identifican principalmente con la religión ismaelita.

Hay que tener en cuenta que la diferenciación étnica (en Afganistán como en otras partes) responde a toda una serie de factores adicionales, que es difícil docu-mentar detalladamente, debido a que han sido poco es-tudiados. Por ejemplo, en Afganistán es muy difundida la creencia de que los uzbekos, siguiendo sus propias tradiciones culturales, responden positivamente a una dirección fuerte y autoritaria, al contrario de los pash-tún o también de los tayikos. Algunos estudiosos com-parten esta idea con base en el carácter “hidráulico” de los Estados creados en los oasis centroasiáticos (Seiple 2005). Es probable que tales inclinaciones culturales hayan desempeñado un papel importante en la determi-nación de la respuesta de las comunidades aldeanas a diferentes tentativas de movilización desde arriba, pero, ante la falta de estudios sobre el terreno, es difícil dis-tinguir entre prejuicio y realidad histórica.

La importancia de debatir la cuestión étnica en Afganis-tán antes de que surgiera la etnopolítica moderna deriva del hecho de que estas identificaciones étnicas o pro-toétnicas hayan después representado la materia prima para los cambios ulteriores, como se intentará aclarar en este artículo. El discurso político de movilización de los diferentes partidos ha demostrado en el curso de la re-ciente historia afgana un efecto diversificado, de acuer-do con las diferentes comunidades étnicas, dando como resultado las primeras señales de polarización étnica. Estas señales se han ido intensificando gracias a toda una serie de razones, entre las que figura principalmen-te la necesidad de movilizar a la población por parte de la facciones políticas.

orígenes de la ideología etnonacional

Ya en 1914 uno de los grandes intelectuales afganos, Mahmud Tarzi, argumentaba a favor de un nacionalis-mo afgano basado en la lengua pashtún, con el fin de prevenir la excesiva influencia de Irán y de reforzar el sentimiento nacionalista afgano (Moussavi 1998). En su enfoque sobre la cuestión nacional ya estaban implí-citas las contradicciones que afligirían al nacionalismo afgano de los siguientes años; en primer lugar, la toma

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de posición de que el pashtún debería convertirse en la lengua de todos los afganos. El etnonacionalismo afga-no empezó a difundirse en los años treinta del siglo XX, tomando dos formas diferentes: el nacionalismo pashtún y el nacionalismo ario, este último claramente desarro-llado bajo la influencia alemana. En el nivel popular, la distinción entre los dos no era siempre bien clara, pero en principio hay grandes diferencias entre ellos.

En aquellos años los gobiernos afganos buscaban mo-delos en qué inspirarse para llevar a cabo un proyec-to de modernización, al igual que países dispuestos a ofrecer ayuda financiera para sostener tal proyecto. Los alemanes, que trabajaban en Afganistán desde finales de 1917, abrieron una escuela de lengua alemana en Kabul en 1924, que utilizaban con el fin de reclutar es-pías e informantes. Después de 1933 esta escuela y sus diplomáticos se convirtieron en el centro principal de la influencia nazi en Afganistán. Al principio, el interés afgano por los favores de Alemania pareció haber sido esencialmente oportunista. Había posiblemente poca comprensión en Afganistán por el debate (o la lucha) ideológico en Europa, y los afganos buscaban senci-llamente el apoyo de las potencias hostiles al Imperio británico, que para ellos representaba el enemigo his-tórico. Alemania, en virtud de su distancia geográfica, aparecía como el perfecto benefactor. Después de 1933 los alemanes hicieron su mejor esfuerzo para consoli-dar su influencia promoviendo las ya conocidas teorías raciales según las cuales los pashtún son arios y, por lo tanto, muy cercanos a los mismos alemanes. El nacio-nalismo ario tenía parte de su atractivo en el hecho de que incluía no sólo a los pashtún, sino además a algu-nas minorías, es decir, a la mayoría de las comunidades de los grupos tayikos y los nuristanes, y por lo tanto se dejaba ver con cierta utilidad en la construcción de la nación afgana.3

En 1940 Alemania se había convertido en el principal alia-do de Afganistán y también en su principal socio comer-cial. Según documentos de los archivos alemanes, en 1941 se negociaron con el régimen nazi ganancias terri-toriales para Afganistán, a costa del Imperio británico. En los años treinta se fundó la Pashto Solana (Academia Pashto), que se creó con la intención de estimular el uso literario de la lengua pashtún, que en aquella época era raro, debido a que la lengua literaria en Afganistán era el persa.4 El clima cultural de los años treinta llevó

3 Sobre el nacionalismo ario, véase Schetter (2003, 257-259) y Grego-rian (1969).

4 Sobre las relaciones entre Zabuli y Alemania, véase Gregorian (1969, 386).

al Gobierno a elevar al pashtún a la categoría de única lengua oficial, reemplazando a la persa, con el fin de-clarado, según la lógica ya enunciada por Tarzi, de mar-car la diferencia entre Afganistán y su molesto vecino occidental, Irán, pero con evidentes implicaciones en la política interna. Aunque esta toma de decisiones de política externa e interna fue dictada más que todo por consideraciones pragmáticas, el papel de la Alemania nazi en el sistema educativo y formativo parece haber dejado una huella más profunda, constituyendo hasta nuestros días el paradigma de base del nacionalismo ario en Afganistán (Gregorian 1969, 346; Frolich 1969, 223-224; Centlivres 1980, 38).

El nacionalismo propiamente pashtún, al contrario, se alimentaba principalmente del sentido de frustración que derivaba de la incorporación de casi la mitad de la población pashtún, primero al Imperio británico y des-pués a Pakistán. A pesar de la tentativa de la monarquía de apropiárselo, el nacionalismo pashtún terminó in-clinándose principalmente hacia la izquierda, como se puede ver en los primeros grupos políticos embrionarios creados en los años cuarenta y posteriores, como Wish Zalmayan (Awakened Youth, formada en 1947),5 y segu-ramente con la formación del Hizb-i Demokratik-i Khalq (Partido Democrático del Pueblo, HDK) en 1965, en el cual el nacionalismo representaba un componente fun-damental, gracias también al hecho de que el naciona-lismo pashtún en las tierras “irredentas” se caracterizaba asimismo por una marcada tendencia hacia la izquierda. Dada la inclinación de Pakistán hacia Estados Unidos, la Unión Soviética se presentaba como el aliado natural del irredentismo pashtún. La influencia ideológica sovié-tica y, de forma más general, de las ideologías políticas progresistas y marxistas dio como resultado que el nacio-nalismo pashtún intentara repetidamente conciliar sus propias instancias irredentistas con la identificación de un papel para las minorías no pashtunes. No obstante, en medio de la intelligentsia pashtún afgana de los años sesenta y siguientes, los inmigrantes de Pakistán, que habían aprovechado la oferta afgana de becas de estudio para acceder a dos escuelas superiores especialmente creadas para ellos, ocuparon siempre una posición de especial prestigio. Muchos no regresarían a Pakistán, y terminaron haciendo parte de la intelligentsia afgana y alimentando su componente nacionalista.6

5 Véase también Arnold (1983, 103) y Korgun (2004, 284-287). Siete simpatizantes de Wish Zalmayan fueron elegidos al Parlamento en 1949, como testimonio de un probable apoyo a las ideas de este grupo, que gozaba también del apoyo financiero de Zabuli.

6 Conversaciones con Waris Waziri, Londres, septiembre de 2005.

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Los grupos étnicos y la movilización política en Afganistán Antonio Giustozzi

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La paradoja de la monarquía afgana era la de una mo-narquía de origen tribal (pashtún) que se había persia-nizado completamente, hasta el punto de que la mayor parte de la familia real no era siquiera capaz de hablar el pashtún. Esto, a los ojos de la naciente intelligentsia pashtún, se convertiría en un problema urgente, y no marginal, porque, a pesar del impulso dado al estudio del pashtún, la administración central del Estado, de hecho, continuaba basándose en gran medida en el dari (persa) como lengua principal, debido a la escasa in-clinación, también entre los pashtún urbanizados, de hacer uso del pashtún como lengua oficial. El hecho de proclamar al pashtún como lengua nacional, reco-nocida en la Constitución de 1964, y de agregar al dari como segunda lengua nacional fue un evidente fracaso que dejó bastantes consecuencias desagradables. Habien-do despertado al dragón del nacionalismo pashtún, la monarquía –por estrategias como la política filobritáni-ca de Nadir Shah (1929-1933)– se mostró incapaz de estar a la altura de las esperanzas y las ambiciones que había suscitado, lo que terminó no sólo irritando a las intelligentsias de las minorías, sino además deslegitimi-zándose frente a la misma intelligentsia pashtún. La superposición de la política interna y la política inter-nacional, junto a la fracasada tentativa de construir una monarquía tribal con el fin de encontrar una legitimi-zación étnica, tuvieron un impacto paradójico en el na-cionalismo pashtún, y en su carácter opositor, a pesar del hecho de que el Estado afgano declarase, en efecto, ser el Estado de los pashtún; mientras el nacionalismo ario, con su fantasiosa interpretación de las causas del atraso afgano,7 se enraizaba en la conciencia popular de las provincias y el nacionalismo pashtún se difun-día entre las intelligentsias provinciales, que sentían no estar lo suficientemente involucradas en la administra-ción del Estado por parte de la aristocracia mohamma-dzai persianizada, además de que entre las filas de la élite aristocrática y burocrática cundía el descontento por la ineptitud de la monarquía, como quedó demos-trado en su participación en Wish Zalmayan (Arnold 1983; Korgun 2004).8 El nacionalismo pashtún se di-fundió dentro de esta élite y, junto a una mayor y gene-ral frustración por la incapacidad de la monarquía de modernizar el país, desempeñó un papel crucial en el derrocamiento de la monarquía mohammadzai en 1973 por parte del príncipe Daoud, en alianza con la izquier-da nacionalista.9

7 Véase la sección “La aceleración causada por la guerra”.8 Entre los simpatizantes del grupo figuraba el primo del rey, futuro pri-

mer ministro y presidente, Daoud Khan.9 Véase adelante.

La izquierda afgana tuvo éxito ahí donde la monarquía fracasó –en la creación de un nacionalismo pashtún no tribal–; no obstante, ella misma, a su vez, vino a encon-trarse de frente con un difícil dilema: ¿cómo transfor-mar el nacionalismo pashtún en nacionalismo afgano?10 Sus esfuerzos no tendrían mucho éxito, por varios moti-vos. En primer lugar, el proceso de formación de grupos etnonacionalistas entre las minorías ya había sido inicia-do desde la época de la fundación del HDK, haciendo difícil reconquistar la confianza de las pequeñas intelli-gentsias étnicas en el Estado central. Además, el nacio-nalismo pashtún, por su naturaleza, se prestaba poco a la cooptación de las minorías. No sólo la influencia popular de las teorías racistas entre los pashtún repre-sentaba un serio obstáculo para cualquier esfuerzo en esta dirección, contribuyendo, al contrario, a profundi-zar la división entre los diferentes componentes étnicos de la población, sino que el carácter central del nacio-nalismo pashtún mismo, y la liberación de las tierras más allá de las fronteras, así como el problema de la lengua pashtún, implícitamente, empujaban al nacio-nalismo afgano en sentido “etnonacionalista”. Para las intelligentsias de las minorías, la afganización del nacio-nalismo pashtún no podía más que aparecer como un camuflaje, en lugar de una genuina transformación. Las minorías no podían tener mucho interés en un proyecto que, de una parte, habría, sin haber nunca coronado el éxito, llevado a la etnia pashtún a consolidar su propia limitada mayoría (en torno al 50% de la población o un poco más) hasta obtener los dos tercios de la po-blación de Afganistán. ¿Por qué, entonces, las minorías de los tayikos y uzbekos no habrían tenido que nutrir las mismas esperanzas de reunificación en relación con sus propios connacionales que estaban al otro lado de la frontera septentrional? De igual forma, la campaña para reforzar el papel del pashtún como lengua nacio-nal, una vez que fue aceptado el principio de paridad con el dari, no podía ser vista más que con sospecha por las minorías, entre las cuales muy pocos hablaban con fluidez aquella lengua. En la práctica, la aplicación del principio de que los funcionarios públicos tendrían que ser bilingües excluiría a muchos miembros de las mi-norías, como ocurriría allí en donde para la intelligent-sia pashtún de las provincias era normal hablar ya seael pashtún o el dari (Newell 1986, 113).11

10 El esfuerzo y la dificultad eran ya evidentes en el grupo progresista formado por Mir Mohammad Ghobar y otros en 1950, Watan (Pa-tria), y en los escritos del mismo Ghobar, uno de los historiadores afganos de mayor renombre. Véanse Schetter (2003, 259) y Korgun (2004, 287-290).

11 En lo relativo al sistema educativo, ver Shahrani (1988, 57).

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Mientras el nacionalismo pashtún se estaba incuban-do –favorecido por el persistente rechazo de los gobier-nos monárquicos de reconocer la línea de frontera con el Imperio británico/Pakistán, que habría significado abandonar todo proyecto de reunificación con la mitad de los pashtún que vivían más allá de dicha línea–, dife-rentes políticas monárquicas estimulaban el surgimiento de formas protoetnonacionalistas entre las minorías ta-yika, hazara y uzbeka. El nacionalismo hazara estaba ya en incubación desde hacía tiempo (Moussavi 1998),12 después de las violentas campañas de subyugación con-ducidas por el emir Abdur Rahman al finalizar el siglo XIX, especialmente entre aquellos que habían escapado de las persecuciones y de las expropiaciones y se habían asentado en el territorio imperial británico, en la zona de Quetta. Los eranos fueron excluidos de las posi-ciones de alto rango, tanto en el ejército (no estaban representados más allá del grado de coronel) como en la burocracia estatal. Todavía al principio de los años sesenta la élite cultural hazara se reducía, por ende, a pocos profesores universitarios y, en el campo religioso, a algún ayatolá educado en Irán o Iraq. En 1946 una revuelta antifiscal llevó a la pérdida del control sobre Hazarajat por parte del Gobierno, que para resolver la situación abolió un impuesto apenas aprobado. Duran-te los años de la liberación (1960-1968), algunos ha-zara sirvieron como ministros en Kabul, y en el mismo período surgieron las primeras señales de actividad de propaganda de prensa por parte de intelectuales hazara que reclamaban la igualdad de derechos entre todos los pueblos de Afganistán, pero en realidad el mayor acce-so a la educación entre la nueva generación hazara no hizo más que crear una base social para un movimiento etnonacionalista. La primera organización nacionalista hazara (Tanzim-i Nasl-i Nou-i Hazara Moghul u Organi-zación de la Nueva Generación de los Mongoles Haza-ra) se formó en Quetta en los primeros años setenta. Ya antes del inicio del conflicto en Afganistán, los servicios paquistaníes intentaron cooperar con el Tanzim en una operación antiafgana, aparentemente llegando a propo-ner la formación de un gobierno hazara en el exilio.13 La principal conexión con Afganistán era un cierto número de hombres de negocios y comerciantes que viajaban entre Quetta y Hazara, pero en general la influencia del Tanzim permaneció básicamente concentrada en la diáspora hazara, también por las medidas represivas de los servicios de seguridad afganos contra toda forma de oposición organizada bajo el régimen de Daud (1973-1978) (Bindemann 1987, 48-49). Más tarde, después

12 Véanse capítulos 7 y 8.13 Conversación con un ex militante maoísta, Londres, enero de 2006.

de la toma del poder por parte de HDK, el Tanzim da-ría vida a la Ittehadiye Mojahidin-e Islami (Unión de los Muyahidín Islámicos), que buscaría conducir opera-ciones militares especialmente en el sur de Hazarajat. No obstante, las ideas nacionalistas tuvieron una cierta influencia sobre la nueva generación de los hazara, prin-cipalmente provenientes de familias de terratenientes, que salían de los colegios y de las universidades, como sería evidente en el curso de los años ochenta. La exis-tencia de un grupo nacionalista hazara, que se había for-mado en Afganistán más o menos contemporáneamente con el Tanzim, viene reportada en parte de la literatura con denominaciones como Hizb-i Mogol o Jawanan-e Mogol. Sin embargo, eso parece haber dejado una esca-sa huella, o quizás se trató de un grupo informal sin una efectiva organización.

Durante los años treinta, diferentes formas de resenti-miento étnico habían comenzado a difundirse en la región septentrional de Afganistán, donde se habían reiniciado las transferencias de tierra a las tribus pashtún, a costa prin-cipalmente de los grandes propietarios uzbekos. Estas expropiaciones parciales, junto a los primeros pasos del sistema educativo afgano, llevaron, en los años sesenta, a los hijos de los grandes terratenientes a politizarse y, muy pronto, a radicalizarse. A medida que los primeros de ellos recibían una educación moderna y comenza-ban a ambicionar posiciones de prestigio dentro de la burocracia estatal, el problema de la lengua se volvía un factor de movilización étnica. Al uzbeko no le era reconocido ningún estatus por parte del Gobierno afga-no. No sólo eso, sino que además el uso del uzbeko en público fue prohibido y era castigado con cárcel. Para los jóvenes estudiantes uzbekos de origen campesino, el hecho de que la enseñanza fuese en dari y los tex-tos en pashtún era una fuente de grandes dificultades de adaptación, especialmente si se considera que el in-greso a la universidad estaba limitado a los estudiantes que lograban obtener los mejores resultados. Como en el caso de los hazara, el ingreso a los pocos prestigiosos liceos de Kabul era, de hecho, impedido a los uzbekos, y los pocos que lograron entrar en los años cincuenta lo hicieron sobornando a los rectores. El primer paso hacia la abierta politización de la intelligentsia uzbeka fue la formación en 1954 de la Sazman-e Demokratik-e Khorasan (Organización Democrática del Khorasan), un grupo protoetnonacionalista en el cual algunos de los futuros líderes etnonacionalistas tayikos y uzbekos die-ron sus primeros pasos. Inicialmente, la Sazman tenía un carácter moderado y una fuerte caracterización islámi-ca, pero con el pasar del tiempo se secularizó y radicalizó, en cierta medida, bajo la influencia de los miembros

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más activos, en particular, de Tahir Badakhshi. La Saz-man se disolvió en 1964 después de la legalización de los partidos políticos. Otro grupo etnonacionalista bre-vemente activo en los años sesenta fue el de Khayri, que creó una sociedad comercial llamada Shirkat-e Zair, y esta fachada le permitía desarrollar actividades políticas entre uzbekos y turkmenos.14

el surgimiento de las ideologías políticas

Las cosas, sin embargo, comenzaron a cambiar veloz-mente. Ya en 1964 se había fundado el Milli Motarreqi Ghund–Afghan Millat (Partido Social Democrático–Na-ción Afgana), un partido nacionalista pashtún. El clima en los años sesenta era poco favorable al etnonaciona-lismo, y Afghan Millat se convirtió muy rápido en el blanco de una cerrada campaña hostil, en especial por parte de los maoístas, lo cual paralizó las actividades del grupo, principalmente en los ambientes universitarios. A partir de 1970 se puede hablar de un cambio en la actitud de la intelligentsia afgana, sobre todo en lo que concierne al HDK, que en aquella época era la mayor agrupación política del país. Prisionero de sus propias contradicciones, de las cuales la última no era la escasa credibilidad del “camuflaje” del nacionalismo pashtún en nacionalismo afgano, el partido no lograba darse una guía coherente y eficaz y había sufrido ya una división entre las dos corrientes principales, la dirigida por Ba-brak Karmal, denominada Parcham, y la dirigida por Mo-hammad Taraki, llamada Khal. Esta escisión no estaba dictada por rivalidades de tipo étnico, sino, sobre todo, de índole personal. A lo sumo, si había una distinción entre el séquito de las dos alas del partido en los prime-ros años de la separación, ésta se debía encontrar en el carácter predominantemente rural del séquito del Khal y en el carácter predominantemente urbano del grupo parcham, que los khalqisti describían como la “izquierda aristocrática”. La escisión, de todas formas, contribuyó a debilitar el liderazgo de los principales exponentes del partido y a abrir la puerta a otras divisiones. En 1970 tuvo lugar un nuevo cisma, de carácter explícitamente étnico. Tahir Badakhshi, un tayiko de Badakhshan que había sido uno de los líderes de la Sazman-e Demokratik-e Khorasan, salió del Khalq y formó su propio grupo de discusión, caracterizado por un análisis explícitamente étnico de los problemas de Afganistán y de la absorción de algunos elementos del pensamiento maoísta. Según Badakhshi, la lucha nacional (es decir, de la minorías

14 Conversaciones con el doctor Burna Asefi, Londres, noviembre de 2002, y con Asadullah Walwalji, Kabul, febrero de 2006.

contra la opresión pashtún) en el contexto afgano tenía que tener la prioridad respecto a la lucha de clases, que representaba aún un punto de convergencia entre Khalq y Parcham, no obstante la dificultad de identificar a una clase trabajadora en Afganistán. Badakhshi no dio nin-guna forma de organización a su grupo; sin embargo, sus seguidores se organizaron gradualmente en diferentes grupos, entre los cuales el principal fue Sazman-e Enqe-labi-ye Zamatkashan-e Afghanistan (Organización Revo-lucionaria de los Trabajadores afganos, SAZA).15

La tendencia hacia la orilla etnonacionalista de buena parte de la intelligentsia afgana durante los años setenta se refleja en la evolución de otro grupo proveniente del Khal, en 1967, Khalq-i Kargar (Pueblo Trabajador), que en 1972 toma el nombre de Guruh-i Kar (Grupo de Tra-bajo). Una vez más, la motivación de la separación eran las rivalidades personales e ideológicas. Guruh-i Kar se alineaba a la izquierda de Khalq y Parcham y atraía es-pecialmente a elementos intelectuales, además de sin-dicalistas. Guruh-i Kar tenía un cierto séquito en las provincias septentrionales y en el norte de Kabul. Muy pronto, el fundador del Guruh-i Kar, Dastagir Panjsheri, decidió integrarse con el reunificado HDK (1972), aban-donando al grupo separatista en manos de elementos que protestaban contra el predominio de los pashtún en el liderazgo del Khalq. Guruh-i Kar empezó rápidamente a deslizarse en sentido etnonacionalista, y al final de los años setenta su base estaba entre la intelligentsia uzbeka del norte de Afganistán, aunque quedaron algunos inte-grantes sindicalistas en el nororiente y en Parwan.16

la aceleración causada por la guerra

La ilegalidad en la cual se encontraban todos los movi-mientos políticos afganos para poder operar en los años setenta, junto al bajo nivel de educación de la pobla-ción, habían desacelerado el desarrollo del etnonacio-nalismo y de cualquier ideología política, hacía finales del decenio. Con la “Revolución Saur” de 1978 la difu-sión de la ideología, así como su “evolución”, sufrirían una drástica aceleración. Sin embargo, ya en el curso de los años sesenta las ideas etnonacionalistas habían tenido un desarrollo bastante superior al de los grupos políti-cos que se habían declarado explícitamente portadores de estas ideas, movilizando sentimientos de difusión de

15 Véase, para más detalles, Slinkin (1990).16 Conversaciones con miembros del Guruh-i Kar, Mazar-i Sharif, agosto

de 2004, y Pul-i Khumri, abril de 2004, y con Ali Mohammed, Lon-dres, noviembre de 2005. Véase también Slinkin (1990).

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variados orígenes. El discurso racial importado por Ale-mania se había arraigado entre la intelligentsia pashtún, pero también en el nivel popular, y venía interpretado como una explicación del atraso de Afganistán. Según tal visión, era el peso de los pueblos “asiáticos” (es decir, de origen mongólico, como los hazara y los uzbekos), irremediablemente primitivos, lo que no le permitía a Afganistán alcanzar una modernidad según el modelo de sus primos alemanes.

La intelligentsia tayika no había sufrido la fascinación de las ideas etnonacionalistas en su fuerte de Kabul, en donde se encontraba concentrada la parte más sus-tancial de ésta, pero se había demostrado vulnerable a su llamado en las regiones más desheredadas, princi-palmente el nororiente. En los años setenta las ideas de Tahir Badakhshi tenían éxito en los liceos de la región, con la propaganda hecha, entre otros, por muchos pro-fesores.17 Las todavía más modestas (numéricamente) intelligentsias uzbeka y hazara no habían visto aún un gran éxito del etnonacionalismo, que en el caso de la segunda no había logrado extenderse organizadamente más allá de su fuerte de Quetta. El resentimiento cau-sado por las discriminaciones étnicas contra los uzbekos y hazara se expresaba en el caso de los segundos, prin-cipalmente, en la atracción ejercida por el maoísmo, que ofrecía una solución al sentido de aislamiento de la clase educada hazara, con su idea de una movilización de la población rural. Entre los uzbekos, la Sazman-e Demokratik-e Khorasan había tenido un modesto segui-miento, pero no una implantación como la tuvo entre los tayikos y los hazara. Después de su disolución en 1965, el etnonacionalismo uzbeko se había expresado a través de un pequeño grupo de seguidores de Badakhshi y, más tarde, entre las filas de Guruh-i Kar. Para todos los movimientos etnonacionalistas, se habla de todas formas de números bastantes modestos de activistas en el curso de los años setenta. En el norte/nororiente de Afganistán ningún grupo político contaba con más de 100 militantes (Khashimbekov 1994, 32).

Durante las fases iníciales del conflicto afgano, nada hacía presagiar la eclosión de la corriente etnonaciona-lista. Al contrario, las incipientes tendencias etnonacio-nalistas de los años setenta parecían destinadas a ser reabsorbidas en un choque ideológico entre ideologías de izquierda e ideologías islamistas y conservadoras. El Khalq en el poder en 1978-9 era en esa época todavía

17 Véanse, en este sentido, las memorias de uno de los fundadores de Jamiat-i Islami, Sayyed Musa Tawana, publicadas en AfghaNews entre abril y julio de 1989.

una formación claramente multiétnica que reclutaba principalmente en las zonas rurales.18 Significativa-mente, Afghan Millat nunca logró ganarse un papel en el conflicto. Después de una tentativa poco creíble de lanzar una guerra de guerrillas en su bastión tradicional de Nangarhar, el partido, debilitado por la negativa de Pakistán de reconocerlo oficialmente y de brindarle una porción de ayudas extranjeras, renunció a toda forma de actividad y adoptó una posición de espera.19

A pesar de las apariencias, la corriente etnonacionalista continuaba funcionando, escondida entre las brasas ar-dientes de la guerra civil. El Parcham, inicialmente en minoría frente al Khalq, también a causa de las purgas a que había sido sometido, tenía una necesidad deses-perada de acelerar su propio reclutamiento, con el fin de obtener la superioridad numérica dentro del HDK, y de tal forma justificar su propia preeminencia en el par-tido. Los consejeros soviéticos presionaban una fusión del Guruh-i Kar y el HDK, y si bien nunca se logró un acuerdo, muchos de sus miembros obtuvieron la doble afiliación (Slinkin 1990). Algunos dirigentes del Par-cham parecían haber comenzado a sufrir la influencia de los grupos etnonacionalistas y usaban argumentos et-nonacionalistas para reclutar khalqistis en las regiones septentrionales del país. Entre los pashtún, el resenti-miento por la invasión soviética, de la cual el Parcham era considerado responsable, era mucho más fuerte que entre los grupos étnicos del centro y del norte, un hecho que predisponía al Parcham a orientar su reclutamiento hacia las minorías. Sensibles a las mejores posibilidades de ascenso que parecía ofrecer la adhesión al Parcham, muchos khalqistis uzbekos y tayikos se pasaron a la fac-ción de Karmal. Un proceso similar estaba ocurriendo en las filas del Khalq. Los líderes khalqistis, que buscaban mantener su superioridad numérica y al mismo tiempo intentaban obtener la revancha contra los parchamistas, de quienes consideraban haber sido defraudados en el poder, hacían uso de una retórica nacionalista afgana, que, como habíamos hecho notar anteriormente, tenía eco principalmente entre los pashtún.20

Un factor aún más importante de la movilización étni-ca fue la decisión de los líderes del HDK de movilizar milicias “tribales” para extender la débil influencia del

18 Conversaciones con Asadullah y Sultan Ali Keshtmand, Londres, ene-ro de 2006.

19 Conversaciones con ex dirigentes del HDK, Londres y Kabul, septiem-bre de 2005-febrero de 2006.

20 Conversaciones con ex dirigentes del HDK, Londres, Kabul, Mazar-Sharif, 2005.

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Gobierno en las zonas rurales. La constatación de que las milicias locales combatían mejor y eran más fáciles de reclutar estaba en el origen de esta pragmática elec-ción, que sin embargo, de hecho, abrió la puerta a la aglutinación de las milicias étnicas. Grandes milicias de base esencialmente uzbeka surgieron en el noroccidente del país (Jowzjan, Faryab y Sar-i Pul), que en 1988 serían unificadas bajo la dirección de Rashid Dostum, un mili-tar uzbeko que había hecho carrera entre las filas gracias a sus características de conductor carismático y de fide-lidad al Parcham de Babrak Karmal. En torno a Kabul se formaron importantes milicias hazara, bajo el auspicio de Sultan Ali Kishtmand, primer ministro y mayor expo-nente hazara del Parcham. En el noroccidente (Badaks-han, Takhar), SAZA y SAFZA21 fueron convencidos de colaborar con el HDK y formaron sus propias milicias mixtas tayiko-uzbekas. En el Baghlan, el Gobierno logró un acuerdo con el líder ismaelita Sayyid Mansur Naderi, que se volvió gobernador y formó sus propias milicias. En la región de Hayratan y Mazar-i Sharif se formaron milicias tayikas bajo la dirección del general Momin y de Gilam Jam, un ex profesor cuya familia había sido exter-minada por los muyahidín (Giustozzi 2000).

Un aspecto interesante de estas milicias étnicas, sub-valoradas en aquella época por el régimen de Kabul, es que no sólo tenían un carácter explícitamente etnopo-lítico, sino que también muy pronto los grupos etno-polítícos comenzaron a ejercer una influencia directa también en las otras milicias. El general Momin, por ejemplo, sufrió rápidamente la influencia de los militan-tes del SAZA, que se habían establecido en Hayratan (su cuartel general) para hacer proselitismo.22 Guruh-i Kar logró ganar consensos entre las filas de las milicias uzbekas del noroccidente, especialmente en Faryab, donde Rasul Pahlawan, el principal comandante de las milicias, tenía una cierta simpatía por este grupo y lo dejaba operar libremente.23

La importancia de estos desarrollos “subterráneos” se haría evidente a principios de 1992, cuando, luego de la caída de la Unión Soviética, las tensiones internas en el régimen se reforzaron y el presidente Najibullah intentó consolidar su control en el norte del país nombrando generales pashtún que le eran fieles. En este punto las milicias del norte se levantaron en nombre del recha-zo de la hegemonía pashtún y desempeñaron un papel

21 Sazman-e-Fedayan-e-Zahmatkashan Afghanistan (Organización de Trabajadores Fedayan de Afganistán).

22 Walwalji (S.f.a). 23 Walwalji (2001, 33-34).

decisivo en el colapso del régimen. Las milicias septen-trionales se unificaron después en un movimiento polí-tico llamado Junbish-i Milli Islami, bajo la dirección del general Dostum.

Inicialmente, el Junbish era una formación multiétnica con una preeminencia de uzbekos, pero también de muchos tayikos, turkmenos, y algunos pashtún. Sin em-bargo, una vez que el Junbish y la Jamiat empezaron a enfrentarse en los campos de batalla del norte, noro-riente y Kabul para resolver la cuestión de la división del poder, muchos tayikos abandonaron el Junbish y se dispersaron o pasaron a hacer parte de la Jamiat. En me-dida creciente, el esfuerzo de movilización del Junbish hacía un llamado con motivaciones étnicas, distancián-dose de los pashtún y los tayikos. Los primeros, aisla-dos en algunos limitados recodos en el norte del país, no podían, como los tayikos, pasar a hacer parte de un grupo rival como el Junbish y tuvieron que esperar el éxito de la ofensiva de los talibanes en 1997-98 para tener su pro-pia revancha. Al menos inicialmente, los comandantes pashtún que habían cooperado con Dostum se mostra-ron satisfechos de trabajar con los talibanes.24

Las milicias fueron de todas formas sólo parte de un proceso que había ya visto la fragmentación interna del HDK (rebautizado Hizb-i Watan en 1990). La fragmen-tación había sido inicialmente el resultado de rivalida-des personales e ideológicas, que sin embargo habían asumido siempre un carácter étnico, especialmente dentro del Parcham, en donde los simpatizantes del presidente Najibullah eran principalmente pashtunes.25

La caída del régimen de Najibullah en 1992 abrió el ca-mino a la incidencia de nuevos “actores ideológicos” en la escena afgana. En particular, una creciente influencia se abrió camino en las regiones septentrionales de Afga-nistán: la de Turquía. Este país, en realidad, había ejer-cido una fuerte influencia en las primeras generaciones de reformadores y nacionalistas afganos, y en los años ochenta había dado un modesto apoyo a los nacionalis-tas turcófonos dirigidos por Azad Beg,26 pero su papel en los años noventa sería diferente. No sólo las ambiciones políticas de los gobiernos turcos de transformar el Asia Central turcófona en una propia esfera de influencia llevaron a sostener al Junbish, visto como vehículo del

24 Para una descripción detallada de este proceso, véase Giustozzi (2005).25 Conversaciones con ex funcionarios y dirigentes del HDK, Londres

y Kabul, 2003-2006. Su predecesor, Karmal, hablaba poco el pashto. Sus discursos oficiales eran siempre en dari.

26 Véase más adelante.

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panturquismo en Afganistán, sino que el creciente in-tercambio cultural y comercial entre los dos países llevó, entre otras consecuencias, a la creciente influencia de la derecha nacionalista turca sobre la intelligentsia uzbeka, parte de la cual comenzó a adoptar las teorías racistas promovidas por los colegas turcos (Giustozzi 2005). La nueva influencia, que se ejerció particularmente entre las filas de Guruh-i Kar, creó un “caballo de Troya” del nacionalismo de derecha dentro de una intelligentsia hasta ahora caracterizada como de izquierda.27

En la vertiente opuesta, aquella de la oposición al ré-gimen, el proceso de etnopolitización fue menos obvio en el curso de los años ochenta, pero estuvo presente, a pesar de todo. Entre los hazara, el único grupo ex-plícitamente etnonacionalista, es decir, el Ittehad, que tenía únicamente una cierta influencia en la provincia de Ghazni y marcadamente en el distrito de Jaghori, fue barrido por la serie de guerras civiles que habían devas-tado al Hazrajat desde 1984. Sin embargo, una vez más, la fuerza del etnonacionalismo demostró no estar tanto en su consistencia organizativa, sino en su capacidad hegemónica entre las filas de la intelligentsia (Ibrahimi s.f). Muchos hazara, especialmente maoístas, habían sido, de hecho, influenciados por el discurso del Ittehad y habían llevado consigo esta influencia cuando se habían unido a las organizaciones militantes patrocinadas por varios ayatolá iraníes. En particular, Sazman-e Nasr (Or-ganización Victoria), que muy pronto sería la principal organización hazara, atrajo a muchos de estos miembros de la intelligentsia influenciados por ideas etnonaciona-listas. El aislamiento político de la hazarajat predisponía al crecimiento del etnonacionalismo.28

El crecimiento clerical dentro de los partidos políticos hazara hasta después de 2001 generó el surgimiento de una clara línea etnopolítica. Sin embargo, entre las prin-cipales exigencias del Hizb-i Wahdat (Partido de Uni-dad), el partido-coalición que desde 1988 reunió todas las fuerzas activas en el Hazarajat, figuraba no sólo la adopción del derecho shafiíta en lugar del hanafita en lo que tenía que ver con los pueblos chiíes, sino la autono-mía regional. Esta última, aunque motivada por el deseo de maximizar la influencia de la élite clerical chiíta, tenía claras reverberaciones etnopolíticas, y no por casualidad se enfrentó con la oposición de los partidos suníes una

27 Conversaciones con un analista del International Crisis Group, Kabul, septiembre de 2004.

28 Conversaciones con N. Ibrahimi, Kabul, febrero de 2006. Véanse Roy (1985, 189-198) y Dorronsoro (1979, 160).

vez conquistada Kabul en 1992.29 Nótese que Wahdat animó la formación del Junbish en 1992, en cuanto lo consideraba un punto de convergencia de los propios fines autonomistas.30

Entre los partidos suníes el proceso de etnización polí-tica fue más lento e incompleto. Sólo dos pueden de al-guna manera ser vinculados al discurso étnico. El Hizb-i Islami de Gulbuddin Hekmatyar, un partido islamista radical, era en su origen claramente un partido multiét-nico, a pesar de que el liderazgo fuese primordialmente pashtún. El partido reclutó a muchos uzbekos, especial-mente en las provincias de Takhar y Badakhshan, y tam-bién en ciertas áreas del noroccidente. Además, era el partido predominante entre los tayikos de las provincias de Parwan y Kapisa. El carácter multiétnico del Hizb-i Islami, sin embargo, no sobrevivió a la crisis de 1992-1994, cuando el partido se situó en la oposición, en el nuevo gobierno de Kabul, dominado por el rival Jamiat-i Islami. Frente a las dificultades encontradas para sus-traer a Kabul de la Jamiat, el líder del partido, Gulbu-ddin Hekmatyar, recurrió cada vez más a argumentos de carácter étnico para movilizar tras de sí a las tribus pashtunas, hostiles a un gobierno predominantemente tayiko,31 pero al mismo tiempo cansadas de la guerra. La acusación a los líderes tayikos de la Jamiat de ser los nuevos Bacha-e Saqqao,32 sin embargo, tuvo el re-sultado de distanciar a los miembros no pashtunes del partido, que ya se encontraban en dificultad a causa de la tendencia a la desmovilización entre las poblaciones y a la caída de los suministros por parte de Pakistán. En el curso de estos últimos dos años la mayoría de los coman-dantes uzbekos y tayikos afiliados a la Hizb-i Islami dejó al partido y se unió a la Jamiat (Parwan, Kapisa y Takhar) o al Junbish (Jowzjan, Balk). Solamente los uzbekos de Badakhshan, desde siempre en pésimas relaciones con la Jamiat local y aislados de otros grupos o movimientos, permanecieron casi todos fieles al partido.33

El otro partido de la resistencia islámica que puede ha-cerse entrar en un discurso étnico es, por supuesto, la Jamiat-i Islami del profesor Rabbani. Como la Hizb-i

29 Conversaciones con Habib Rahiab, Kabul, abril y mayo de 2003.30 A. Walwalji (S.f.b).31 En el gobierno de Rabbani (junio de 1992-septiembre de 1996), solamente

el 13% de las posiciones clave (ministros y miembros del Consejo Central) era pashtún, mientras que el 63% era tayiko (Schetter, 2003, 499).

32 Bacha-i Saqqao era el nombre del “bandido” tayiko que se apoderó de Kabul por algunos meses en 1929, luego de la fuga del rey Amanullah, frente a una revuelta tribal.

33 Conversaciones con ex miembros del Hizb-i Islami, Londres, noviem-bre de 2005, y con un analista político afgano, Kabul, enero de 2005.

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Islami, aunque dirigida por un grupo de clérigos tayikos, la Jamiat reclutó también pashtunes, uzbekos y turkmenos durante la yihad. Los primeros venían especialmente de la provincia de Kandahar, pero se podían encontrar co-mandantes de la Jamiat esparcidos un poco por todas partes en tierras pashtunas. Una minoría de uzbekos se adhirió a la Jamiat en el norte de Afganistán, así como algunos comandantes turkmenos. La progresiva pérdida de los componentes uzbekos de la Jamiat comenzó en 1992, cuando Dostum logró atraer a muchos coman-dantes uzbekos y turkmenos a su lado (Giustozzi 2005). Sin embargo, en el mismo momento la Jamiat estaba atrayendo comandantes uzbekos de Hizb-i Islami en Takhar, que por razones más que todo logísticas no po-dían optar por la Junbish.

A pesar de que el gobierno de Rabbani no era muy po-pular entre los pashtunes, debido a la mayoría tayika en su interior, gracias al genio clientelista de Rabbani, la base pashtún de la Jamiat permaneció más o menos intacta hasta 1994. Con la llegada del Harakat-e Talibán comenzó el paso sucesivo del proceso de etnización de la Jamiat, que entre 1994 y 1996 perdió virtualmente a todos sus comandantes pashtunes, que se afiliaron a los talibanes o fueron obligados a retirarse a la vida privada. Sucesivamente, la fuerza residual de la Jamiat se concentró en el nororiente bajo la dirección del co-mandante Massud, cuyo ejército era exclusivamente tayiko y uzbeko, y sólo en pequeña medida eran miem-bros hazara y pashtunes. En todo Afganistán la guerra se percibía cada día más como un problema entre los tayikos y los pashtunes. Sin otro particular, la lucha por la supervivencia logró mantener juntos al menos a los tayikos y uzbekos en el nororiente, y Massud logró repe-ler las improvisadas tentativas de Dostum de penetrar en la región y atraer a los comandantes uzbekos. Sin embargo, cuando el régimen de los talibanes cayó, a fi-nales de 2001, las tensiones ocultas entre comandantes de los dos grupos étnicos volvieron a surgir con fuerza. Los comandantes uzbekos de Takhar formaron su orga-nización autónoma en 2002, llamada Shura-i Qataghan (por el antiguo nombre de la región), reivindicando una equilibrada distribución del poder que, a su juicio, ha-bía hasta entonces favorecido a los comandantes tayikos cercanos a Massud. Al final del verano de 2003 la gran mayoría de estos comandantes, frustrada por la incapa-cidad de obtener resultados concretos, decidió hacer una jugada aún más asombrosa, y se pasó en masa a las filas del Junbish.34

34 Conversación telefónica con un funcionario de la Unama, Mazar-i Sharif, noviembre de 2003.

el electoralismo: causa de la posterior aceleración

De esta forma, al terminar 2003 los principales grupos políticos y político-militares activos en Afganistán eran relativamente homogéneos étnicamente, aun a pesar de ellos mismos. La Junbish recogía uzbekos y turkme-nos, y había más o menos abandonado sus ambiciones con los tayikos, que se mantenían por medio del pa-trocinio de Latif Pedram, un ex simpatizante de SAZA que había formado su propio grupo etnonacionalista, Kangar-e Milli (Congreso Nacional). El Jamiat tenía entre sus filas a los tayikos, pashai, y un número limi-tado de pashtunes, especialmente en el área de Kan-dahar. Wahdat reunía a los hazara, mientras que entre los pashtunes el panorama político permanecía, por el contrario, muy fragmentado. El carácter ilegal de la Hizb-i Islami –cuyo líder, Hekmayar, había declarado la jihad contra el Gobierno y las fuerzas de ocupación extranjeras en 2003– impedía la asunción de un pa-pel catalizador, aunque parecía haber alcanzado mu-cha simpatía entre la población.35 La Jamiat, incapaz de reclutar un número significativo de pashtunes más allá de la región de Kandahar, buscaba construir un consenso aprovechando su alianza con un grupo ex-clusivamente pashtún como la Ittehad-i Islami (Unión Islámica) del profesor Sayyaf, que había mostrado siempre poco interés por el nacionalismo étnico, al ha-berse inclinado más por el sectarismo religioso. Este grupo, de todas formas, también recogía un consenso bastante marginal. Las tentativas del Junbish de con-quistar posiciones en tierra pashtún aprovechando las rivalidades locales tampoco tuvieron ningún éxito. El único grupo importante que no mostró ningún interés por atraer diferentes grupos étnicos fue el Wahdat.

Hasta 2003, a pesar del carácter predominantemente monoétnico de los grupos políticos más importantes, el debate político no había todavía sentido abiertamente el surgimiento de la etnopolítica. Sin embargo, el de-bate constitucional y la preparación de las elecciones presidenciales de 2004 cambiaron este estado de cosas. El debate constitucional, que concluyó al final de 2003 con la convocación de la Loya Jirga,36 generó una masiva movilización de la población uzbeka detrás de la reivin-dicación por parte del Junbish de igualdad para su pro-pia lengua. Se trataba, de todas formas, sólo del inicio de una fase de movilización étnica que continuaría con

35 Conversación con un funcionario de la ONU, Londres, Kabul, abril de 2003.36 Se trató de elecciones indirectas por parte de aproximadamente 30.000

notables seleccionados por Unama.

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las elecciones presidenciales de octubre de 2004 y con las elecciones parlamentarias de septiembre de 2005.37

El resultado de las elecciones presidenciales es elocuen-te. Los cuatro principales candidatos eran el presiden-te saliente, Hamid Karzai, pashtún; el ex ministro del Interior, Tayiko Qanuni, ex colaborador de Massud; el ex comandante del Wahdat en el norte de Afganistán, Mohaqqeq, un hazara, y el uzbeko Dostum. Mohaqqeq había abandonado la Hizb-i Wahdat algunos meses an-tes de las elecciones, formando su propio grupo, Hizb-i Wahdat-i Mardom (Partido de la Unidad del Pueblo), que sin embargo, para la fecha de las elecciones, no había de-sarrollado aún una estructura organizativa digna de este nombre. Mohaqqeq condujo una campaña electoral que contenía elementos etnonacionalistas, centrándose sobre la insatisfacción de la población hazara con respecto de la distribución de las ganancias obtenidas en tres años de paz y la insatisfacción por la actuación de Khalili, que a pesar de su presencia en el Gobierno no había logrado, o no había querido, desplazar el gasto público en una dirección más favorable a los hazara, y sobre el rechazo general al domi-nio de la esfera pública hazara por parte del alto clero chiíta.

La orientación más explícitamente etnonacionalista de Mohaqqeq era, de hecho, una tentativa de debilitar el papel del clero que identificaba en el chiísmo y no en la etnicidad hazara el factor principal de su propia legi-

37 Conversaciones con funcionarios de Unama, Kabul, 2004-2005.

timidad, y de abrir el camino a una nueva generación de líderes políticos no clericales.38 Aunque durante la campaña electoral Dostum hiciera muestra de recibir personalidades locales de todas las regiones del país, in-cluidas aquellas poblaciones exclusivas de pashtunes, sus recursos fueron efectivamente invertidos entre uzbekos y turkmenos. Mientras que Dostum no enfren-taba entre los primeros una seria oposición, diferentes y prominentes personalidades turkmenas apoyaron a Karzai en la campaña electoral, aparentemente sin ob-tener mucho apoyo.39 Qanuni buscó llevar su campaña incluso a algunas áreas de gran predominancia pashtún, especialmente Kandahar, y entre la población chiíta, mientras que Karzai fue el único candidato que llevó a cabo una campaña nacional, no solamente en virtud de su control sobre los medios de comunicación masivos, sino también por medio del nombramiento de agentes en las diversas regiones del país.

Con base en la distribución provincial de las preferen-cias, es posible estimar aproximadamente la composición étnica del voto (ver el Cuadro 2). La tendencia a la po-larización étnica parece evidente, a pesar del hecho de que sólo dos candidatos propugnaron explícitamente posiciones etnopolíticas, es decir, Mohaqqeq y Latif Pe-dram. Este último obtuvo un modesto 1,4% en el nivel nacional, concentrado especialmente en el nororiente y casi exclusivamente entre los tayikos.

38 Conversación con N. Ibrahimi, Kabul, septiembre de 2004. Mohaqqeq mismo se jacta de una educación clerical, pero debe su notoriedad al papel de principal comandante militar del Wahdat en el norte de Afganistán bajo los talibanes.

39 Conversaciones con funcionarios Unama, Mazar-i Sharif, agosto-septiembre de 2004.

Cuadro 2. Estimación de la distribución del voto sobre la base étnica, elecciones presidenciales, octubre de 2004,porcentaje del voto por el propio grupo étnico. Subdivisión porcentual votos obtenidos por grupo étnico

% pashtunes % tayikos % hazara % uzbekos % turkmenos Otros

Karzai 95 70 10 15 3 2

Qanuni 60 5 90 1 2 2

Mohaqqeq 80 0 2 98 0 0

Dostum 90 0 5 1 93 1

Fuente: estimaciones basadas en el análisis de la distribución del voto y conversaciones con funcionarios Unama y JEMB, Kunzuz-Mazar-i Sharif-Kabul, marzo-noviembre de 2004.

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Los grupos étnicos y la movilización política en Afganistán Antonio Giustozzi

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El papel desempeñado en estas elecciones por otras organizaciones etnonacionales, como SAZA y Guruh-i Kar, fue completamente marginal, entre otras cosas por las dificultades en las cuales éstas continuaban sumidas, debido al predominio de las milicias arma-das heredadas de la guerra civil (Giustozzi 2007). Y a pesar de la instauración formal de un régimen de-mocrático, las elecciones parlamentarias de septiem-

bre de 2005 confirmaron la fuerza de las tendencias etnopolíticas. Como se evidencia en los Cuadros 3 y 4, aunque sólo los diversos fragmentos de la Hizb-i Wahdat se pudiesen describir como formaciones es-trictamente monoétnicas, en realidad las diversas reagrupaciones políticas, incluidas todas aquellas mayores, resultaban caracterizadas por una neta pre-valencia de un grupo étnico.

Cuadro 3. Estimación de la repartición de los parlamentarios electos por cada partido sobre una base étnica, elec-ciones parlamentarias de septiembre de 2005, y paralelo con las elecciones de 1965 y 1969

Pashtunes Tayikos Hazara Uzbecos Turkmenos Otros Totales

Jamiat 6 86 2 2 0 4 100

Junbish 0 0 0 91 9 0 100

Mohaqqeq 0 0 100 0 0 0 100

Otros grupos

Hazara 0 0 100 0 0 0 100

Millat 100 0 0 0 0 0 100

Hizb 91 9 0 0 0 0 100

Otros 60 13 15 3 1 8 100

Todos 45 24 15 9 1 5 99

Total Parlamento 1965 67,5 22 5 2 0,5 3 100

Total parlamento 1969 61,5 13,5 7 7 1,5 9,5 100

Fuentes: Schetter, 2003, p. 316, para las elecciones de 1965 a 1969; análisis del territorio interior étnico de los can-didatos individuales y conversaciones con funcionarios diplomáticos y de la ONU para las elecciones de 2005.

Cuadro 4. Estimación de la repartición de los parlamentarios de cada grupo étnico con base en el partido, elecciones parlamentarias de septiembre de 2005

Jamiat Junbish Mohaqqeq Hazara Millat Hizb Otros Totales

Pashtunes 3 0 0 0 13 17 67 100

Tayikos 72 0 0 0 0 3 25 100

Hazara 3 0 37 21 0 0 39 100

Uzbecos 4 83 0 0 0 0 13 100

Turkmenos 0 67 0 0 0 0 33 100

Otros 25 0 0 0 0 0 75 100

Todas las etnias

20 9 6 2 6 9 48 100

Fuente: análisis del territorio interior étnico de los candidatos individuales y conversaciones con funcionarios, diplo-máticos y la ONU, para las elecciones de 2005.

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En 2005, incluso los partidos minoritarios mostraron la tendencia a tener una base étnica, también en el caso de los partidos de izquierda que insistían mucho en la unidad nacional y en el hecho de representar a todas las etnias. En efecto, casi todos los partidos afganos subrayaban que la adhesión al partido estaba abierta a miembros de todas las etnias, quienes eran casi siem-pre representados incluso al nivel de dirigencia. Así, por ejemplo, Dostum se rodeaba de consejeros y subdirec-tores adecuadamente balanceados entre todos los prin-cipales grupos étnicos.40 En las elecciones presidenciales de 2004, uno de sus candidatos a vicepresidente era turkmeno pero el otro era una mujer pashtún. Qanu-ni tenía como candidato vicepresidencial una qizilbash chiíta y un pashtún. Incluso Mohaqqeq tenía un tayiko ismaelita entre sus vicepresidentes. De la misma forma, casi todos los partidos y grupos políticos presentaron candidatos41 de todas las etnias, a pesar de que muchos eran simplemente candidatos de bandera sin ninguna esperanza de ser elegidos. De hecho, Afghan Millat te-nía candidatos tayikos y hazara en ciertas zonas del país. La única excepción parcial fueron las tres fracciones en las cuales se había dividido la Hizb-i Wahdat en el transcurso de 2001-2004, es decir, los grupos de Khalili, Mohaqqeq y Akbari, pero incluso éstos tenían entre sus candidatos también algunos chiítas no hazara (tayikos, qizilbash), aunque ningún suní.

El hecho de que pocos de los candidatos “excéntricos”, respecto al carácter predominantemente étnico de los grupos políticos, hayan sido elegidos refleja diversos fac-tores. Desde el momento en que las elecciones no preveían ningún papel significativo para partidos u organizaciones y que casi todos los candidatos se presentaron oficial-mente como independientes, es claro que el electorado debe de haber participado en estas elecciones con base en consideraciones locales. En algunos casos fue posible documentar cómo la popularidad de ciertos personajes había obligado a las élites locales a alinearse más con un grupo que con otro. Éste es, por ejemplo, el caso del distrito de Burqa (Baghlan), en donde la popularidad de Dostum entre la población obligó a los jefes locales a ali-nearse con el Junbish, a pesar de los lazos de larga data con la Jamiat.42 Casos similares, sin embargo, no parecen haber sido frecuentes, con excepción de los hazara, entre los cuales la conciencia étnica estaba muy desarrollada.

40 Conversación con un representante del Junbish, Mazar-i Sharif, agosto de 2005.

41 Se trataba de todas formas de candidatos no patrocinados oficialmente por los partidos.

42 Conversación con un funcionario de Unama, Kunduz, febrero de 2004.

En las elecciones de los años sesenta la política local había resultado predominante, debido a la falta de gru-pos políticos en el nivel nacional, al menos en lo que tenía que ver con las áreas rurales. Las diferentes co-munidades locales se aliaron y combatieron sin ningún miramiento con base en consideraciones étnicas no lo-calistas (Centlivres y Centlivres-Demont 1988). ¿Por qué este fenómeno no se reprodujo, al menos no en la misma escala, en 2005? Un factor decisivo parece haber sido el enorme desequilibrio en la disponibilidad de recursos, lo que permitió a los candidatos más ricos desarrollar su campaña cubriendo diferentes distritos. Los candidatos electos al Parlamento recogieron en su totalidad sólo (y aproximadamente) un tercio de todos los votos, un hecho que demuestra la extrema fragmen-tación del voto. Los candidatos locales, más pobres, fueron por demás derrotados, a pesar de los resultados halagadores en su propio distrito, por obra de candida-tos que pudieron llevar adelante su propia campaña en una escala más amplia y obtener menos votos en cada distrito, pero más votos globalmente.43 De esto se dedu-ce que en la elección tuvieron menos peso los electores que los partidos y los candidatos. La pregunta que hay que hacerse es, entonces, por qué los candidatos gana-dores buscaron abrigo por lo general en grupos más o menos homogéneos étnicamente.

El control del territorio por parte de las milicias, a su vez, como habíamos visto, relativamente uniformes étnicamente, es claramente el factor principal de la explicación. En los años sesenta, el monopolio militar del Estado había llevado a la aglutinación de los can-didatos rurales alrededor del Gobierno, eliminando la esfera política nacional de la competencia política, que se redujo de esta forma a la esfera local. Gracias a su control militar, en 2005 los grupos políticos pudieron imponer su presencia en las campañas. Los episodios de coerción genuina parecen haber sido pocos, pero los mismos candidatos, en muchos casos, se aglutinaron alrededor de los grupos políticos-militares más pode-rosos de cada región, aun cuando su anterior filiación política no fuera tan obvia, para aumentar sus posibili-dades de éxito. Debido a que las milicias controlaban territorios étnicamente bastante homogéneos y estaban en condiciones de elegir la mayor parte de los candi-datos que provenían de allí, la formación de los grupos parlamentarios étnicamente homogéneos era una con-secuencia del todo obvia.

43 Conversaciones con candidatos, funcionarios de Unama y observado-res electorales, Kabul y Herat, septiembre-octubre de 2005.

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Los grupos étnicos y la movilización política en Afganistán Antonio Giustozzi

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Significativamente, en las ciudades se notaba una ma-yor presencia de elementos no alineados, así como en el cinturón pashtún del sur, suroriente y oriente. En otras palabras, en la mayor parte de los casos fue la limitación geográfica de las áreas de control de las facciones lo que determinó la homogeneidad étnica de los grupos parla-mentarios, y no la elección consciente del electorado. Sin embargo, una vez obtenida esta homogeneidad, las facciones se volvieron a encontrar en una posición de fuerza tal que se gestó casi un monopolio de la repre-sentación de diferentes grupos étnicos, que si se apro-vechaba inteligentemente podía llevar a la creación de una base étnica más genuina y sólida.

conclusiones

La historia política reciente de Afganistán presenta en-tonces la paradoja de un panorama político en donde po-cos actores muestran un esfuerzo efectivo dirigido hacía la movilización étnica, y, sin embargo, la movilización política parece provenir ampliamente de una base étni-ca. ¿Cómo se puede explicar esto? Se pueden adelantar algunas hipótesis. El punto de partida, como se indicó al principio de este artículo, son la líneas de separación lingüística y cultural entre los diversos grupos de la po-blación. La falta o debilidad de liderazgo político nacional parece haber desempeñado claramente un papel impor-tante, así como el debilitamiento del vigor ideológico en el nivel nacional. La incapacidad, imposibilidad o fal-ta de voluntad de hacer uso de la retórica nacionalista como factor de movilización interétnico en momentos clave de la historia afgana parece haber sido otro factor importante. También es posible que el modelo estatal centralista adoptado, caracterizado por la tentativa de controlar celosamente la periferia desde el centro, haya acentuado las tendencias etnonacionalistas.

Para los gobiernos afganos, las presiones de la po-lítica internacional han hecho siempre difícil el uso del nacionalismo con fines de consolidación interna, y no solamente debido a la relativa debilidad interna de Afganistán. Hay indicadores de que la adopción de medidas agresivas frente a Pakistán fue discutida dentro del HDK en el curso de los años ochenta; sin embargo, los soviéticos vetaron el plan. De nuevo, en 1989 Najibullah no pudo aprovechar a fondo la movi-lización antipakistaní, debido a la oposición soviética a una idea similar.44

44 Conversación con un ex dirigente del HDK, Londres, septiembre de 2005.

Una situación parecida se vuelve a encontrar en 2001, en el momento en que los pakistaníes una vez más reto-man el apoyo a la oposición militante contra el gobierno afgano y las fuerzas americanas e internacionales que lo apoyaban. La administración Bush, a sabiendas de las difíciles relaciones entre Afganistán y Pakistán ya an-tes del resurgimiento de la guerrilla de los talibanes en 2003, tenía como objetivo prioritario la conservación de la alianza con Pakistán. Teniendo al mismo tiempo que garantizar la presencia de un gobierno amigo y concilia-dor en Kabul, los americanos optaron por instaurar en el poder a un presidente débil, tanto desde el punto de vista del carácter como de su base popular. Tal presi-dente no habría podido resistir las presiones americanas por una tolerancia hacia las injerencias pakistaníes. Es muy significativo que en las repetidas ocasiones en las cuales las fuerzas pakistaníes y afganas se enfrenta-ron a lo largo de la frontera después de 2001, o durante las diatribas entre los dos presidentes en lo que tenía que ver con el papel de Pakistán en la ayuda neotalibán, Karzai terminó siempre cediendo, a pesar de las condi-ciones extremadamente favorables para él, creadas por la presencia americana en Afganistán.

Un aspecto importante de la inclinación etnonacionalis-ta en Afganistán es la decisión de adoptar un modelo de Estado altamente centralizado, al menos en las inten-ciones. Esta elección, confirmada por la Constitución de 2004, fue repetidamente justificada por la necesidad de equilibrar las tendencias federalistas con una fuerte centralización. Sin embargo, parece obvio que la crea-ción de un Estado fuerte y centralista debe justificarse con altos objetivos políticos, tales como las reivindicaciones nacionalistas u objetivos ideológicos relacionados con un proyecto de construcción nacional. De otra forma, tratar de hacer legítimo tal tipo de Estado se vuelve bas-tante problemático y se pueden desencadenar o reforzar reivindicaciones etnonacionalistas. Los grupos que no pueden tener una esperanza de ostentar una porción significativa del poder en el centro estarán tentados a optar por soluciones radicales, a falta de cualquier for-ma de entrega del poder en la periferia.

Si para “el ciudadano de la calle” afgano la relevancia política de la conciencia étnica aún permanecía relati-vamente débil en 2006, no obstante, las líneas divisorias entre las comunidades étnicas eran una realidad des-de hacía ya mucho tiempo, al menos en el nivel local. La “democratización” y la introducción de un régimen electoral que creaba una situación de competencia en el nivel nacional no podían más que reforzar estas lí-neas divisorias, así hubiesen sido débiles al principio.

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El papel de aquellos que la ciencia política anglosajona llama ethnic entrepreneurs no se puede subvalorar; sin embargo, ellos, con sus limitados recursos y su tecno-logía primitiva, no habrían podido crear un sentimiento étnico de la nada. En ausencia de ideologías políticas fuertes, las líneas divisorias existentes han tendido a asumir un papel predominante. Los grupos políticos han movilizado las comunidades locales aprovechando su rivalidad con los vecinos y progresivamente se han homogeneizado étnicamente a medida que se han visto obligados a tomar posición en temas de política nacio-nal o que han tenido que preparar una movilización a gran escala. En estos momentos, y en ausencia de mo-tivaciones ideológicas, los grupos políticos han optado invariablemente por políticas más acordes con su propio componente étnico mayoritario, determinado principal-mente por circunstancias geográficas, obligando a las minorías internas a desertar. Una vez iniciado el proceso de homogeneización étnica, éste adquirió una dinámica propia, acentuando la polarización.

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Los grupos étnicos y la movilización política en Afganistán Antonio Giustozzi

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por Jonathan Di John **Fecha de recepción: 1 de agosto de 2009Fecha de aceptación: 6 de marzo de 2010Fecha de modificación: 3 de agosto de 2010

ResumenEste artículo ofrece un examen crítico de la literatura reciente encaminada a definir qué es un ‘estado fallido’ así como las razones que explican su surgimiento. Considera que los indicadores agregados que permiten determinar que un Estado está ‘fallando’ son engañosos debido a las grandes variaciones que pueden existir dentro de un mismo estado en cuanto a la capacidad de desarrollar sus funciones. El uso de clasificaciones de estados también distrae de los análisis relacionados con las dinámicas de la capacidad del estado. Adicionalmente, muchas de las definiciones comparan la realidad al ideal weberiano, o asumen que la violencia es un ‘desarrollo en reversa’, las cuales son ahistóricas y no ayudan a guiar las políticas. La segunda parte del artículo evalúa los aportes de los enfoques funcionalista, de ‘nueva guerra’, y neo-Tilleanos para explicar los estados fallidos. El artículo encuentra que, a pesar de que estas teorías toman en serio situaciones históricas concretas, tienen falencias teóricas y empíricas importantes. Finalmente, la conclusión da un esquema para investigaciones posteriores.

PalabRas claveEstados fallidos, teorías funcionalistas, nueva guerra, estados frágiles, maldición de recursos.

* Traducción elaborada por michael Robert Forrest del texto: Di John, J. 2008. Conceptualizing the Causes and Consequences of Failed States: A Critical Review of the Literature [working Paper crisis series]. londres: crisis state Research centre (lse). el autor agradece a Jo beall, sean Fox, antonio Giustozzi, Fred Golooba-mutebi, Francisco Gutiérrez sanín, Gabi Hesselbein, anna matveeva, James Putzel, Dennis Rodgers, y Jason sumich por sus discusiones y comentarios que ayudaron con las versiones anteriores de este documento. las advertencias típicas aplican. este artículo fue financiado por DFID (Department for International Development), Gobierno de Inglaterra.

** ba, economía, Harvard university; m. Phil, la economía y la política de Desarollo, cambridge university; PhD, economía, cambridge university. actualmente es profesor en la escuela de estudios orientales y africanos (soas) de la universidad de londres e investigador del centro de Investigación de crisis estatal (crisis states Research centre/DesTIn, london school of economics. anteriormente, fue profesor asistente de la london school of economics. autor de From Windfall to Curse? Oil and Industrialization in Venezuela, 1920 to the Present. university Park. Pa: Penn state university Press, 2009. correo electrónico: [email protected].

Conceptualización de las causas y consecuencias de los Estados fallidos:una reseña crítica de la literatura*

Conceptualizing the Causes and Consequences of Failed States: A Critical Review of the Literature

absTRacT This article provides a critical review of recent literature which has attempted to define what a ‘failed state’ is and explain why such states emerge. It is argued that aggregate indices of ‘failure’ are misleading due to the wide variations of capacity across state functions within a polity. The focus on ranking states also distracts attention away from analyses concerning the dynamics of state capacity. Moreover, many of the definitions either compare reality to a Weberian ideal, or assume that violence is ‘development in reverse’, both of which are ahistorical and unhelpful as a guide to policy. The second part of the paper assesses the contributions of functionalist, ‘new war’, and neo-Tillean approaches to explaining state failure. The paper finds that while these theories take concrete historical situations seriously, they have important theoretical and empirical shortcomings. Finally, the conclusion outlines an agenda for further research.

Key woRDsFailed States, Functionalist Theories, New Wars, Fragile States, Resource Curse.

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L a literatura sobre “fallas estatales” ha recibido considerable atención en el ámbito de investigación de las ciencias sociales. El origen del término “Estados fallidos” se remonta a la literatura sobre rentismo (rent seeking) que enfatiza en los costos económicos de la intervención estatal, tema ignorado previamente por la economía de bienestar. Esta literatura propone que las fallas estatales –como intervenciones institucionales ineficientes que retardan el crecimiento– son usualmente más costosas para la economía, en cuanto a costos de corrupción y de rentismo, que las fallas del mercado que el Estado intentaba corregir en principio (Krueger 1974).1

La literatura sobre rentismo, aunque influyente en el reciente debate sobre la gobernabilidad,2 no ha logrado explicar por qué la intervención estatal varía de país a país según la época y el régimen. Sin embargo, el in-terés por los “Estados fallidos” ha ido más allá del análisis de por qué la regulación gubernamental podría o no mejorar el crecimiento económico y el desarrollo. El problema en muchos países subdesarrollados no ha consistido solamente en un mal desempeño económico, sino que también ha implicado problemas en la legitimi-dad y viabilidad de los Estados. Mientras que hay varios

1 Para una crítica, ver Khan y Jomo (2000).2 Governance.

estudios que señalan la importancia del mal desempeño económico y la existencia de guerras civiles como cau-sas del colapso estatal (Collier y Hoeffler 1998; World Bank 2003), hay también casos de Estados con bajo desempeño económico como Tanzania, Ghana, Zambia y Venezuela (para nombrar unos pocos) que no han ex-perimentado nada parecido al colapso. Esta lista inclu-ye otros Estados con mal desempeño económico, como Angola o Somalia.

En tiempos recientes, el fracaso de las intervenciones de Estados Unidos en Somalia, Haití e Iraq y el creci-miento de organizaciones terroristas en Afganistán han aumentado el interés académico y de política exterior en conceptualizar la noción de los Estados “fallidos”. La política exterior de Estados Unidos ha estado direccio-nada, particularmente desde los ataques del Once de Septiembre, hacia la neutralización de la posible ame-naza de los llamados “Estados fallidos”. Estos últimos son vistos como lugares donde las organizaciones terro-ristas y redes de crimen internacional pueden florecer. El documento que estableció el enfoque de los Estados fallidos como amenaza fue la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, la cual afirma: “Estados Unidos hoy en día es amenazado menos por los Estados conquista-dores que por los fallidos”.3

3 La noción de que la falla estatal constituye una amenaza directa a Estados Unidos es ahora vista como una corriente principal. En 1992, el secretario general de las Naciones Unidas, Boutros Boutros-Ghali, dejó el fundamento para tal principio en un tratado al Consejo de Se-guridad con el título “Una Agenda para la Paz, Diplomacia Preventiva, peacemaking y peacekeeping”.

Conceitualizando as causas e consequências de estados falidos: uma análise crítica da literatura

Resumo Este artigo fornece uma análise crítica da literatura recente que tentou definir que o é um “estado falido” e explicar por que tais estados emergem. Argumenta-se que índices agregados de ‘falha’ são enganosos devido às amplas variações de capacidade entre as funções do estado dentro de um regime. O foco em estados de ranking também distrai a atenção das análises a respeito da dinâmica da capacidade do estado. Além disso, muitas das definições comparam a realidade a um ideal Weberiano, ou supõem que a violência é o ‘desenvolvimento ao contrário’, ambas sendo ahistóricas e inúteis como orientação para a política. A segunda parte do documento avalia as contribuições de abordagens funcionalistas, ‘nova guerra’ e neo-Tillean para explicar a falência do estado. O trabalho descobre que, embora essas teorias levem as situações históricas concretas a sério, elas possuem desvantagens teóricas e empíricas importantes. Por fim, a conclusão sugere uma agenda para mais pesquisas.

PalavRas cHaveEstados falidos, teorias funcionalistas, novas guerras, estados frágeis, maldição de recursos.

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Aunque los debates académicos acerca de los “Estados fallidos” comenzaron a principios de los años noven-ta, la idea del “Estado fallido” ha estado vinculada a la economía política internacional por siglos. El problema de los Estados fallidos fue tomado en serio por los ocu-pantes coloniales. Incluso, los poderes coloniales euro-peos justificaban sus imperios, en parte, en la idea de que sus gobiernos terminarían los gobiernos “salvajes” y “bárbaros” de sus colonias. Países poderosos frecuen-temente intervinieron en Estados más débiles y po-bres para evitar el desorden social que potencialmente amenazaba su seguridad e intereses comerciales (Dorff 2000). Además, “el Estado débil proporcionó la oportu-nidad a las grandes potencias de expandir su territorios” (Dorff 2000, 26).

Los Estados soberanos deben cumplir ciertas funciones mínimas para la seguridad y el bienestar de sus ciuda-danos, y también para el funcionamiento del sistema internacional. La literatura de la ciencia política y de las relaciones internacionales se ha enfocado en identificar por qué el Estado deja de desempeñar ciertas funciones básicas weberianas. Los Estados que no cumplen estos estándares mínimos han sido descritos como “débiles”, “frágiles” o con “mal desempeño” (Torres y Anderson 2004, 5). Los casos más extremos han sido llamados “fallidos” o “en colapso”. El interés en el colapso del Estado en este nivel central ha estado motivado por la urgencia de entender los factores detrás de la violencia política y de la guerra civil, y el crecimiento de organiza-ciones terroristas en varios países menos desarrollados (Cramer 2006; Menkhaus 2004). La proliferación de etiquetas –desde “Estados en crisis” hasta “países en riesgo de inestabilidad” y “países bajo estrés”– refleja la gama de formas en que ha sido concebido el problema central (Torres y Anderson 2004, 5).

El creciente interés en el fracaso del Estado no es una coincidencia. Sucede porque el número de Estados nuevos o embriones ha crecido dramáticamente en la última mitad del siglo XX.

En 1914, en el auge del deterioro de los imperios oto-mano y austrohúngaro, hubo cincuenta y cinco regíme-nes nacionales reconocidos. En 1919, hubo cincuenta y nueve naciones. En 1950, la cifra llegó a sesenta y nueve. Diez años después, en seguida de los movi-mientos de independencia de África, hubo noventa naciones. Después de que más territorios africanos, asiáticos y de Oceanía llegaron a la independencia, y después de la desaparición de la Unión Soviética, el número de naciones se incrementó dramáticamente

a 191; la independencia del Timor Oriental subió el total a 192 (Rotberg 2003, 2).

La evidencia histórica sugiere que el proceso de la for-mación del Estado está plagado de conflictos, violencia e incertidumbre en cuanto a la estructura institucional mientras los grupos compiten para establecerse en po-siciones de poder y legitimidad (Cramer 2006; Mann 1993; Moore 1966).

Cinco grandes ideas rigen la literatura del Estado fa-llido. La primera es la mirada de prerrequisito del de-sarrollo. Esta visión, que domina la literatura sobre la gobernabilidad, argumenta que los mercados liberales y los Estados transparentes y responsables con buro-cracias que tengan estructuras clásicas weberianas son aportes necesarios para que el desarrollo económico exitoso prosiga. La persistencia de Estados clientelistas, corruptos y patrimoniales se percibe desde este punto de vista como antidesarrollo, en el mejor de los casos, y en el peor, como estímulo para acciones predatorias estatales y reacciones violentas entre facciones estatales y no estatales. La segunda es el punto de vista liberal de la guerra y la violencia, el cual propone que la liberaliza-ción económica y la democracia promueven la paz. En la visión liberal, la guerra es siempre negativa tanto en sus motivos como en sus consecuencias y, por lo tanto, representa “desarrollo en reversa”. Una tercera visión asume la idea de que los Estados ancestrales y clien-telistas, quizás no desarrollistas, son intencionalmente construidos por las élites para promover sus intereses particulares en la acumulación de capital y en el mante-nimiento del poder. Esta última visión contrasta con las dos grandes ideas anteriores, en que asume la identifi-cación y la medida de la falla estatal como un ejercicio desorientador, dado que falla en incorporar el cómo los líderes se adaptan a las restricciones históricas del pos-colonialismo reconstruyendo mecanismos informales de control social y acumulación de capital. Esta visión intenta incorporar el rol de organismos políticos en con-textos históricos concretos. La cuarta es la idea de que la comprensión de los Estados está estrechamente re-lacionada con la naturaleza de las así llamadas “nuevas guerras”. Los partidarios de la tesis de la “nueva guerra” argumentan que las guerras contemporáneas son dife-rentes de las guerras viejas en sus métodos, sus causas y su financiación. En esta visión, las nuevas guerras sólo pueden ser entendidas en el contexto de la globaliza-ción, donde la distinción entre la guerra y el crimen or-ganizado es borrosa y donde la financiación de la guerra depende más de redes globales legales e ilegales. Ade-más, estas guerras han generado una economía basada

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en el saqueo, que se mantiene a través de la violencia. Los partidarios de esta visión afirman que las guerras actuales son apolíticas: recursos que se consideraban como un medio de la lucha, ahora se consideran como el objeto de la lucha. Quinto, el argumento de la “maldición de los recursos” supone la idea de que la abundancia de recursos naturales, en particular de petróleo, causa creci-miento débil e incrementa la incidencia, intensidad y du-ración del conflicto; ésta ha sido una idea influyente en la literatura sobre falla estatal. Aunque la abundancia mine-ral se ha considerado como un beneficio para el desarrollo económico y político, el reciente mal desempeño de expor-tadores de petróleo y el incremento en la incidencia de las guerras civiles y de la inestabilidad política en economías de abundancia mineral han resucitado la idea de que la abundancia de recursos puede ser más una maldición que una bendición.

Este documento se dirige a examinar la esencia y los defec-tos de cada una de estas ideas, y a estudiar hasta qué punto ellas pueden explicar la variación y el cambio en la forma-ción del Estado y la capacidad en los Estados frágiles.

¿Qué es un estado Fallido?

Cualquier definición de un Estado fallido necesita co-menzar con una comprensión de las definiciones distin-tas de un Estado.4 Cómo se define el Estado es central para entender la falla estatal. En la legislación inter-nacional, un “Estado” dado existe cuando una entidad política es reconocida por los otros Estados como la au-toridad política máxima en un territorio específico, y se trata como un “igual” en la “comunidad” internacional de Estados. La condición de Estado no requiere reco-nocimiento diplomático de los otros Estados, sino más bien un reconocimiento de que éste existe. Otra defini-ción común en derecho consuetudinario internacional dice que la condición de Estado existe sólo cuando una entidad política determinada posee una población per-manente, un territorio definido, un gobierno y la capaci-dad de entrar en relación con otros Estados.

La definición clásica sociológica desarrollada inicial-mente por Nicolás Maquiavelo enfatiza el uso de la fuerza, y sólo la fuerza, como el elemento fundamental de un Estado. Max Weber elaboró en esta idea su de-finición de condición de Estado: “un Estado [es] una comunidad humana que (exitosamente) reclama el mo-nopolio del uso legítimo de la fuerza física dentro de un

4 Definiciones del Estado recurren extensivamente a Nyugen (2005, 3-4).

territorio”, incluso cuando “el derecho de uso de la fuer-za física es atribuido a otras instituciones o a individuos, solamente hasta donde el Estado lo permita”.5

Una definición más amplia del Estado involucra la idea de un “contrato social” que se enfoca en la relación entre el Estado y el ciudadano. Esta idea fue desarro-llada por el filósofo político inglés Thomas Hobbes, en el siglo XVII. Hobbes argumentaba que los individuos que viven sin un Estado o sin un imperio de la ley se encuentran en una situación de guerra, de todos contra todos, donde la vida es “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Su idea fue que los individuos harían voluntariamente un contrato social con un gobierno ab-solutamente soberano –el Estado– cediendo su libertad a cambio de una paz y seguridad garantizadas.6

Helman y Ratner (1993) fueron los primeros analistas en utilizar el término “Estado fallido”. Se preocupa-ban por “un nuevo fenómeno inquietante” a través del cual un Estado llegaba a ser “totalmente incapaz de mantenerse como miembro de la comunidad interna-cional”. Argumentaban que un Estado fallido pondría en peligro a sus propios ciudadanos y amenazaría a sus Estados vecinos a causa del flujo de refugiados, inesta-bilidad política y guerra al azar. Michael Ignatieff adop-ta un entendimiento de la falla estatal maquiavélico/weberiano cuando argumenta que el fracaso del Estado ocurre cuando “el gobierno central pierde el monopolio de los medios de la violencia” (Ignatieff 2002, 118). En el sentido más amplio de fracaso estatal, Zartman (1995) desarrolla la idea de falla estatal a lo largo de la línea hobessiana del contrato social. Para Zartman, el fracaso estatal ocurre cuando “las funciones básicas del Estado se dejan de ejecutar […] se refiere a una situación donde la estructura, la autoridad (poder legí-timo), las leyes y el orden político se han desintegrado” (Zartman 1995, 5).

5 Una definición estrecha del Estado como fue desarrollada en la nueva economía institucional (Coase 1960; North 1990) ve el Estado como un grupo de instituciones que sancionan la creación, el refuerzo y los cambios en los derechos de propiedad y en los contratos. Tal definición ignora los factores que permiten al Estado lograr esto.

6 Przeworski (1991) argumenta que la idea de que la democracia es un contrato social es lógicamente inconsistente: los contratos son respe-tados sólo porque exógenamente se hacen cumplir; la democracia, por definición, es un sistema en el cual nadie se posiciona por encima de la voluntad de los partidos contendientes. Como Hardin (1987, 2) anota: “Una constitución no es un contrato, más bien crea las instituciones contractuales; por consiguiente, su función consiste en resolver pro-blemas que suceden antes de la contractualización”. En la literatura económica establecida, se reconoce que la negociación individual o negociación Coasean (otro nombre del contrato social) no puede expli-car la aparición del Estado (Olson 2000).

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Hay muchas categorías y definiciones de “falla estatal” que han proliferado en la literatura. El fracaso del Es-tado puede ocurrir en muchas dimensiones, tales como la seguridad, el desarrollo económico, la representación política, la distribución de los ingresos, etc. De acuerdo con Rotberg:

Los Estados-nación fracasan porque no pueden seguir suministrando bienes políticos positivos a su gente. Sus gobiernos pierden legitimidad, y en los ojos y en los corazones de una pluralidad creciente de ciudadanos, el Estado-nación mismo se vuelve ilegí-timo (Rotberg 2002, 85).

“Fallido” o “colapsado”, desde su punto de vista, es la última etapa del fracaso. En casos extremos, el fracaso puede ocurrir en todas las dimensiones simultáneamen-te, como pasó en Somalia. Sin embargo, en la mayoría de los casos, hay una gran variación, en la medida en que los Estados “fallan” a lo largo de diferentes dimen-siones. En Colombia, por ejemplo, el Estado ha sido capaz de sostener un admirable manejo macroeconó-mico, pero ha sido incapaz de controlar amplias partes de sus áreas rurales, en donde la guerrilla, los grupos paramilitares y los carteles de drogas tienen poder. Enton-ces, es imperativo para cualquier definición de “falla” que sea explícita en qué dimensión fracasa el Estado. Dada la variación de las capacidades estatales a lo largo de diversos sectores, las medidas o categorizaciones en conjunto pueden ser desorientadoras.

La literatura de los Estados fallidos acentúa que hay ciertos indicadores que son necesarios (si no suficientes) para catalogar un Estado como “fallido”. Para Rotberg, la persistencia de la violencia política es sobresaliente en la mayoría de definiciones de “Estados fallidos”:

Los Estados fallidos son tensos, profundamente con-flictivos, peligrosos y combatidos amargamente por facciones en guerra. En la mayoría de los Estados fallidos, las tropas gubernamentales pelean en contra de rebeldes armados dirigidos por una o más faccio-nes en guerra (Rotberg 2003, 85).

En su definición, la intensidad absoluta de violencia no define un Estado fallido. Más bien son el carácter duradero de esa violencia (como en Angola, Burundi y Sudán), la dirección de tal violencia en contra de un gobierno o régimen existente y la intensidad de las de-mandas políticas y geográficas para compartir el poder o adquirir autonomía, justificando y razonando el uso de violencia, los que identifican a los Estados fallidos. En

este punto de vista, la violencia política y criminal no condiciona el fracaso, y la ausencia de la violencia no ne-cesariamente significa que el Estado en cuestión no es fallido. Un indicador muy relacionado con el fracaso es-tatal es el crecimiento de la violencia criminal. Aquí, la más citada es la presencia de pandillas, organizaciones criminales, traficantes de drogas y armas. Como resultado del fracaso del Estado en proveer seguridad a su pobla-ción de actores violentos no estatales, los habitantes, frecuentemente, buscan protección de estos señores de la guerra o rivales armados del Estado.

Un segundo indicador de los Estados fallidos concierne a su inhabilidad para controlar sus fronteras. Pierden autoridad sobre porciones de sus territorios. Con fre-cuencia, la expresión del poder oficial se limita a la ciu-dad capital y una o más zonas étnicas específicas. Una medida cierta del alcance del fracaso de un Estado es la cantidad de extensión geográfica estatal verdaderamen-te controlada por el Gobierno.

Rotberg también introduce la idea de que es posible es-tablecer escalafones de falla de acuerdo con la cantidad de dimensiones en que un Estado fracasa en suminis-trar los bienes políticos positivos. Los Estados-nación existen para suministrar los bienes políticos –seguridad, educación, salud, oportunidades económicas, vigilancia ambiental– y, de otro lado, establecer y hacer cumplir un marco institucional y proveer y mantener la infra-estructura. De manera que para clasificar la severidad de la falla, Rotberg sugiere que hay una jerarquía de las funciones positivas estatales: a) seguridad; b) instituciones que regulen y arbitren conflictos; imperio de la ley, de-rechos de propiedad seguros, aplicación contractual; c) participación política; y d) provisión de servicios socia-les, infraestructura, y la regulación de la economía.7 En

7 En la última categoría, Rotberg sugiere que el nivel de fuga de capitales se-ría un buen indicador del fracaso para manejar la economía. Por supuesto, otros indicadores estándares serían el nivel de la inflación (un indicador del conflicto social, como ha argumentado Rowthorn [1971]), el recargo de la tasa de cambio del mercado negro, el nivel de la deuda externa en relación con el PIB, un amplio déficit en la balanza de pagos, declives prolongados en el crecimiento per cápita. Los indicadores del fracaso de la infraestructura pueden incluir el desempeño del servicio de correo, el sis-tema telefónico, el número y condición del sistema de carreteras. Los indi-cadores de la prestación de servicios sociales podrían incluir los de salud y educación básicas. Éstos incluyen las expectativas de vida, la mortalidad infantil, el número de doctores y enfermeras por cada 1.000 habitantes, ta-sas de analfabetismo de los jóvenes y adultos y el número de profesores por alumnos en la población. En todos estos casos, sería útil comparar estos indicadores con los promedios regionales y con otros países con ingresos per cápita parecidos. También, donde fuera posible, sería útil aproximar la variación regional de los indicadores dentro del país. Esto ayudaría a evaluar el punto en el que sean relevantes las desigualdades horizontales para acceder a los recursos y oportunidades económicos.

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este análisis, los Estados fuertes muestran buen desem-peño a través de todas estas categorías y con respecto a cada categoría. Los Estados débiles muestran un perfil mixto, y los Estados fallidos son una subcategoría de los Estados débiles. La idea principal que desarrolla Rot-berg es que no hay sólo un indicador que provea eviden-cia cierta de que un Estado fuerte se está convirtiendo en Estado débil o que un Estado débil está comenzando a fracasar. Como resultado, es necesario tomar los indica-dores como un conjunto.

Aunque esta jerarquía es un punto de partida útil para de-finir el fracaso de un Estado, es difícil identificar puntos precisos donde las debilidades de un Estado comienzan a transformarse en falla o en colapso, como aduce Rotberg. Hay varios ejemplos de países que han fracasado econó-micamente, pero que no han experimentado violencia política en gran escala (como Tanzania, Zambia). Es más, la falta de participación política no necesariamente debi-lita al Estado internamente. De hecho, mucha literatura dice que los regímenes semiautoritarios (lo que se llaman “anocracias”) tienden a la violencia política más que las democracias abiertas o los regímenes más autoritarios (Marshall y Gurr 2003). La amplitud de la corrupción y la capacidad burocrática citada como indicador de fra-caso también son erróneas. La evidencia de varios países en vía de desarrollo muestra que los niveles de corrup-ción y la capacidad burocrática no determinan las tasas de crecimiento a largo plazo (Khan 2006). Finalmente, la presencia de violencia política y de actividad criminal de gran escala no indica hasta qué punto un Estado falla en proveer seguridad a una amplia sección de su territorio y/o puede manejar otras funciones (tales como manejo macroeconómico y la recaudación de impuestos). La di-ficultad se presenta al definir Estados donde la capacidad varía sustancialmente entre y a través de las funciones (como Colombia, Sri Lanka y Mozambique). Bajo Saddam Hussein, Iraq, aunque muy desapacible, no fue un “Es-tado fallido” en ninguna de las dimensiones mencionadas arriba, a pesar de la ausencia de una participación polí-tica masiva. La idea de que la represión es un indicador necesario del “fracaso” es una propuesta ahistórica, dado que muchos de los Estados en vía de desarrollo se cons-truyeron antes de que la democracia se convirtiera en una fuente de gobierno legítimo (Moore 1966).8

Sin embargo, la idea de que la “falla” estatal debe ser di-vidida en subcategorías es útil. Esto se debe a la coexis-tencia de variaciones en la capacidad del Estado en un

8 Iraq sólo califica como Estado fallido después de la invasión dirigida por Estados Unidos.

momento dado y en un país específico, y al movimiento de los Estados de y desde una condición de mayor o menor severidad de la falla. Las definiciones vagas e im-precisas de “falla” abundan en la literatura. Por ejemplo, Zartman (1995) argumenta que el colapso del Estado ocurre cuando los Estados no pueden llevar a cabo las funciones requeridas para ser reconocidos como tales. Para Zartman, “el colapso significa que las funciones bá-sicas de un Estado no se cumplen como se analizan en varias teorías del Estado” (p. 5). Esta afirmación com-bina falla con colapso y no detalla cuáles funciones son críticas para cada estado de falla.

Por lo tanto, es necesario establecer criterios claros para distinguir el colapso y el fracaso de la debilidad o fragi-lidad genérica, y el colapso, del fracaso. El poder enten-der por qué los Estados frágiles se deslizan hacia la falla ayudará a los diseñadores de políticas –policymakers– a desarrollar métodos que prevengan el fracaso, y, en aque-llos casos en los que, a pesar de todo, los Estados fallan (o colapsan), así éstos puedan ser revividos y asistidos en el proceso de reconstrucción.

Ha habido otras iniciativas importantes en cuanto a la definición de “falla estatal”, aunque el enfoque en cada dimensión de cada definición varía. Torres y Anderson (2004) proporcionan un resumen breve del rango de las definiciones:

1. USAID: Los Estados en vía de fallar se caracterizan por su inhabilidad o falta de voluntad cada vez mayor para asegurar el suministro de los servicios básicos y la seguridad a sus poblaciones.

La “Estrategia para Estados Frágiles” ofrece tres de-finiciones operativamente relevantes para Estados en vía de fallar, los fallidos y aquellos en proceso de recuperación. El enfoque para determinar la fragili-dad del Estado se centra en la efectividad del mismo (capacidad administrativa y recursos) y su legitimi-dad, a través de la medida de cuatro dimensiones clave: política, económica, social y seguridad. Se suministra una explicación dinámica pero centrada en la seguridad, el manejo del conflicto y la capaci-dad de construcción del Estado. Los asuntos de la equidad y la inclusión saltan a primer plano, pero la desventaja de esta propuesta es que la efectividad no es suficientemente desglosada para entender la diferencia entre voluntad y capacidad.

2. El Grupo de Trabajo sobre la Inestabilidad Política de la Universidad de Maryland, de base norteameri-

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cana, define al “Estado fallido” como una instancia donde la autoridad central del Estado colapsó por varios años. Esto incluía cuatro tipos de eventos: guerras revolucionarias, guerras étnicas, cambios ad-versos de régimen y genocidio/politicidio.9

3. El Banco Mundial:10 los países de ingreso bajo so-metidos a estrés (LICUS, Low Income Countries Under Stress) se caracterizan por políticas, insti-tuciones y gobiernos débiles. La ayuda externa no funciona bien en estos ambientes porque los gobiernos carecen de la capacidad o inclinación para utilizar la financiación efectivamente, en aras de la reducción de la pobreza.

Hay dos ambientes distintos para los LICUS: el pos-conflicto y el no-posconflicto. La principal ventaja de la iniciativa del banco es que distingue estos países de los otros e intenta desarrollar indicadores, pero la lista de LICUS no está disponible para el público y la clasificación está basada en el sistema de Eva-luación Institucional y de la Política Nacional (CPIA, por su sigla en inglés), lo cual es propio del banco.

El banco identifica Estados frágiles por su desem-peño débil en la evaluación Institucional y de la CPIA. Ellos comparten una fragilidad común en dos aspectos particulares:

a. Tanto las políticas estatales como las instituciones son débiles en estos países: esto los hace vulnerables en su capacidad de proveer servicios a sus ciudada-nos, controlar la corrupción o proveer suficiente voz y responsabilidad.

b. Enfrentan riesgos de conflicto y de inestabilidad po-lítica. De 26 países con conflictos civiles de nivel in-termedio o más graves entre 1992 y 2002, 21 fueron LICUS durante ese período.

Los LICUS tienen tasas de mortalidad infantil y de pobreza que son el doble de altas que las de otros países de ingreso bajo; también ponen en riesgo a sus vecinos y la comunidad global, debido a la dis-persión del conflicto y el crimen organizado, el flu-jo de refugiados, las enfermedades epidémicas y las barreras al comercio y la inversión. Mejorar la res-puesta internacional en estos países es un desafío crítico del desarrollo. Mientras que los LICUS se ca-racterizan por sus políticas e instituciones débiles, el

9 Ver www.cidcm.umd.edu/inscr/stfail/10 Ver www1.worldbank.org/operations/licus/

contexto del país varía considerablemente y los en-foques operacionales deben ser calibrados cuida-dosamente para tener esto en cuenta. La naciente experiencia derivada de las estrategias implementa-das en cada país ha mostrado que los LICUS se agrupan en cuatro diferentes modelos de negocios para el compromiso: a) deterioro; b) crisis política prolongada; c) transición frágil; y d) mejoría gradual. Para cada tipo de país, se necesitan enfoques y he-rramientas operacionales distintas.

En general, el consejo de construcción de políticas es vago. Hay pocas especificidades, no hay análisis profundo desde la economía política, y el banco pro-cede con la idea de que el conflicto es “desarrollo en reversa”, lo cual es una propuesta ahistórica (ver infra). No hay mención alguna de construir ingre-sos por medio de los impuestos, lo cual es vital para la reconstrucción de posguerra (Boyce y O’Donnell 2007). Además, la meta es lograr que los países ten-gan “buenos gobiernos”, lo cual se ve como un aporte al desarrollo y la construcción del Estado, una idea que es problemática, ahistórica, y que no está respal-dada por la evidencia (Khan 2006).

4. El Departamento Británico para el Desarrollo Interna-cional (DFID, por su sigla en inglés) utilizó la metodo-logía de la Evaluación Institucional y de la Política Nacional (CPIA) para crear una lista de “Estados frági-les”, definidos en una forma muy parecida a la manera como se definen los “Estados fallidos” en otros estudios.

DFID define a los Estados frágiles como aquellos donde:

El Gobierno no puede o no quiere proveer las funciones básicas a la mayoría de sus habitantes, incluidos los pobres. Las funciones más impor-tantes del Estado para la reducción de la pobreza son el control territorial, la seguridad y la protec-ción, la capacidad de manejar los recursos públi-cos, la entrega de los servicios básicos y la habilidad para proteger y apoyar las formas como los más pobres se sostienen (DFID 2005, 7).11

Esta definición no connota fragilidad ni tampoco, por supuesto, hace referencia a cuáles instituciones y funciones son centrales para identificar un Estado como “frágil”.

11 La lista completa de los Estados categorizados como frágiles por el DFID se consigue en el anexo de este artículo.

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5. Uno de los estudios más exhaustivos sobre falla es-tatal fue realizado por el grupo de trabajo comisio-nado por la Directorate of Intelligence de la CIA en 2000.12 En ese informe, los autores buscaron cuantificar y examinar episodios de fracaso estatal entre 1955 y 1998. Utilizando su primera definición del fracaso estatal (cuando “la autoridad central del Estado está en colapso por varios años”), el estudio encuentra 20 casos de fracaso estatal, una cifra de-masiado pequeña para producir conclusiones esta-dísticamente significativas. Como consecuencia, los autores escogieron ampliar la definición para incluir los siguientes eventos de menor grado:

a. Las guerras revolucionarias, definidas como “un conflicto violento sostenido entre gobiernos y contendientes políticamente organizados, que buscan derrocar el Gobierno central, reemplazar sus líderes o tomar el poder en una región”.

b. Las guerras étnicas, definidas como “un conflicto violento sostenido en el cual minorías comunales, étnicas o religiosas retan a los gobiernos buscando cambios sustanciales en su estatus”.

c. Los cambios adversos de régimen, definidos como “cambios grandes y abruptos en los patrones esta-blecidos de gobierno”, incluidos el colapso estatal, períodos de inestabilidad severa de las élites o del régimen y movimientos desde la democracia hacia un mandato autoritario.

d. Genocidio y politicidio, definidos como “políticas es-tablecidas por los Estados o sus representantes, o en guerras civiles que generen la muerte de una porción sustancial de un grupo comunal o político”.

La categoría denominada “casos de un fracaso casi total de la autoridad del Estado” corresponde estre-chamente a la definición original de los autores so-bre los Estados fallidos, la cual fue rechazada por el grupo de trabajo. Hubo once de estos casos en el período de 1990-1998 (Afganistán, Bosnia-Her-zegovina, Burundi, Congo-Kinshasa, Guinea-Bissau, Liberia, Ruanda, Sierra Leona, Tayikistán, Unión Soviética, Yugoslavia).

Después de establecer un criterio nuevo, los auto-res encontraron 114 casos de Estados fallidos entre 1955 y 1998. Esto supone un incremento de seis ve-ces. Los autores sostienen que el cambio de criterios les permitió alcanzar un grado de significancia esta-dística, una razón no muy defendible. También ar-

12 La sección de la CIA viene del análisis de Logan y Preble (2006).

gumentaron que la nueva metodología fue escogida porque “eventos que caen por debajo del umbral del colapso total frecuentemente representan también desafíos a la política exterior de Estados Unidos”. Esta amplia aventura en la categorización incluyó los siguientes países como “Estados fallidos”, en di-ciembre de 1998: China, Egipto, India, Irán, Iraq, Indonesia, Israel, Filipinas y Sierra Leona. Ampliar (y también sobrecargar) la definición (por razones de estadísticas, ideología o geopolítica) crea problemas obvios. Si China, con el crecimiento económico más rápido en el mundo y un Gobierno central muy fuer-te y efectivo es catalogado como un “Estado fallido”, entonces, lógicamente a Sierra Leona le encantaría lograr semejante “fracaso”.

6. El Centro de Investigación de Estados en Crisis de la Escuela de Economía de Londres (Taller de Estados en Crisis. Londres, marzo de 2006) hace un intento de catalogar países de acuerdo con distintos estados de vulnerabilidad y efectividad. Las tres categorías desa-rrolladas son: fragilidad, en crisis y fallido. Las defini-ciones se detallan a continuación:

Estado frágil: es aquel significativamente suscepti-ble a la crisis en uno o más de sus subsistemas(es un Estado particularmente vulnerable a los cho-ques internos y externos y a los conflictos internos e internacionales). En un Estado frágil, los arreglos institucionales encarnan y tal vez preservan las con-diciones de la crisis: en términos económicos, esto podría corresponder a instituciones (en gran medi-da, derechos de propiedad) que refuerzan el estan-camiento o las tasas bajas de crecimiento o encarnan desigualdad extrema (en riqueza, en acceso a la tie-rra, en acceso a las formas de ganarse la vida); en términos sociales, las instituciones pueden encar-nar desigualdad extrema o la falta total de acceso a la salud o la educación; en términos políticos, las instituciones pueden afianzar coaliciones de exclu-sión en el poder (en términos étnicos, religiosos o tal vez regionales) o faccionalismo extremo u orga-nizaciones de seguridad fragmentadas de una forma significativa. En los Estados frágiles, los acuerdos establecidos institucionalmente son vulnerables a retos provenientes de sistemas institucionales riva-les, bien sea derivados de autoridades tradicionales, concebidos por comunidades bajo condiciones de estrés que no se relacionan mucho con el Estado (en términos de seguridad, desarrollo o bienestar), o derivados de líderes militares u otros agentes de poder no estatales. El opuesto a un “Estado frágil”

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es un “Estado estable”, aquel donde los acuerdos establecidos institucionalmente parecen capaces de resistir un choque interno o externo y las disputas se mantienen dentro de los límites de los acuerdos institucionales reinantes.

Estado en crisis: es un Estado bajo estrés agudo, donde las instituciones actuales enfrentan impug-nación seria y están potencialmente incapacitadas para manejar choques y conflictos. Hay peligro de colapso del Estado. Ésta no es una condición ab-soluta, sino una situación en un punto dado en el tiempo. Un Estado puede alcanzar una condición de crisis y recuperarse de ella, o puede mantenerse en crisis por períodos relativamente largos, o puede colapsar. Un proceso así podría llevar, como siem-pre hemos argumentado, a la formación de nuevos Estados, a la guerra y al caos, o a la consolidación del ancien régime. Pueden existir también “crisis” específicas dentro de los subsistemas del Estado: una crisis económica, una crisis de salud pública como VIH/SIDA, una crisis del orden público, una crisis constitucional, por ejemplo, asumiendo cada una por sí sola, no sumándolas a una condición general de crisis estatal. Sin embargo, una crisis en un subsistema podría llegar a ser lo suficientemente severa o extensa como para ocasionar una condición de crisis estatal generalizada.

El opuesto de un Estado en crisis es un “Estado re-sistente” –resilience–, donde las instituciones gene-ralmente pueden sobrellevar el conflicto y manejar las crisis subsistémicas, respondiendo a los desafíos dondequiera que se presenten.

Estado fallido: definimos un “Estado fallido” como una condición de “colapso estatal”, es decir, un Es-tado que no puede desempeñar sus funciones bá-sicas de seguridad y desarrollo y que no tiene control efectivo sobre su territorio y sus fronteras. Un Es-tado fallido es aquel que ya no puede reproducir las condiciones para mantener su propia existencia. Este término se utiliza de forma muy contradictoria en la comunidad política (por ejemplo, hay una ten-dencia de llamar “Estado fallido” a un Estado que simplemente se desempeña pobremente, tendencia que rechazamos). El opuesto a un “Estado fallido” es un “Estado duradero”, y la línea absoluta que divide estas dos condiciones puede ser difícil de establecer en los márgenes. Aun en un Estado fallido, algunos de los elementos del Estado, como las organizacio-nes estatales locales, tal vez sigan existiendo.

Aunque es difícil identificar un límite definitivo en-tre estas tres categorías, es posible establecer guías aproximadas para calcular la dirección hacia la que se dirige un gobierno. El desglose de los Estados en distintos grados de efectividad es útil a la hora de enfatizar en que la formación de un Estado es un proceso histórico, el cual no tiene fin y siempre está expuesto a la controversia, particularmente en los casos de los Estados nuevos/de posguerra y los de bajos ingresos. En vez de insistir en que los Es-tados tienen que ser categorizados como “exitosos” o “fallidos”, este marco permite una evaluación de la efectividad del Estado a lo largo de un continuo donde el conflicto y la violencia, en vez de ser abe-rraciones de la formación y el desarrollo de un Esta-do, son partes integrales de estos procesos. Desde esta perspectiva, es posible valorar la violencia, la guerra y otros desafíos no estatales no sólo como “desarrollo en reversa” (aunque esto tal vez ocurra en el caso de los Estados fallidos), sino también como reflejo de la economía política que hizo parte de la formación del Estado en países de bajo de-sarrollo, y ver hasta qué punto dichas disputas po-seen el potencial para ser desarrollistas (sobre lo cual hay diversos ejemplos históricos). Este marco también nos permite evaluar la efectividad de los subcomponentes de un Estado. Esto es útil, dado que las capacidades estatales no son uniformes en todas las funciones.

En general, los términos “falla estatal” o “Estado fallido”, claramente, no son apropiados, ya que implican que hay un “Estado final” en el cual la “falla” llega finalmente. El término “Estado que está fallando”, como sugiere Dorff (2000), es un poco más apropiado, ya que sugiere un proceso de fallar y sirve mejor a un continuo en el cual la capacidad del Estado para gobernar se ve más y más debilitada. Además, permite un rango amplio de grados de falla, un punto de énfasis en el estudio del Crisis State Programme.

La falla, tal como se define, necesita ser entendida den-tro del contexto histórico en que ocurre. Es erróneo, por ejemplo, definir un “Estado fallido” en el contexto don-de la formación del Estado realmente nunca ocurrió en el pasado. Además, si la intervención política pretende ser más efectiva, es útil establecer el marco de tiempo de la “falla estatal”: los procesos del debilitamiento del Estado son más propensos a tener características y di-námicas diferentes si están en una fase avanzada, que si están en una fase inicial.

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por Qué Fallan los estados

Aunque el comienzo de la violencia política, incluida la guerra civil, no necesariamente significa una falla del Estado, la persistencia de tal violencia ciertamen-te constituye por lo menos un fracaso en algunos de los subcomponentes de las funciones estatales, como la provisión de la paz y seguridad a través del total del territorio estatal-nacional. Lo difícil es determinar la causalidad. ¿La violencia política causa el fracaso del Estado? ¿O es posible que una falla estatal previa lo deje vulnerable a la insurgencia?

Abundancia de recursos, escasez de recursos, falla esta-tal y conflicto político violento

La literatura de los Estados fallidos ha estado enfocada en la lucha por apropiar recursos en ambientes subde-sarrollados económicamente. Hay dos propuestas prin-cipales. La primera se enfoca en el rol que cumplen la escasez de recursos y la degradación ambiental en la aparición de la violencia política, de manera general, y, en particular, en los desafíos políticos violentos a la autoridad estatal. La segunda se enfoca en el rol que desempeña la abundancia de recursos en el resultado de procesos similares. Aunque el último es el punto de vista con más influencia, miremos primero la propuesta de la escasez ambiental.

La degradación ambiental y el conflicto político violento

Un punto de vista influyente en la falla estatal es la idea de que la escasez de recursos y la degradación ambiental son centrales en los procesos de violencia política, gene-ralmente, y, en particular, en los desafíos a la autoridad central. Homer-Dixon, por ejemplo, argumenta:

La escasez ambiental puede contribuir a difundir la persistente violencia subnacional, tales como los choques étnicos y las insurgencias. En las próximas décadas, la incidencia de tal violencia probablemente se incrementará, a medida que las escaseces medio-ambientales empeoren en algunas partes del mundo en vías de desarrollo (Homer-Dixon 1999, 66).

Un segundo punto de vista en la misma línea es lo que se llama “el factor Guerra-verde”, donde:

El empobrecimiento medioambiental, el incremento del conflicto por los recursos, la marginación de la gente del campo, el descontento social y político, el desplazamiento y la migración incontrolada llevarán

a más conflicto y al comienzo de guerras entre y den-tro de los Estados (Fairhead 2000, 173).

Un tercer y más popular punto de vista es expresado por la primera ministra alemana, Ángela Merkel, cuan-do afirma que “el efecto invernadero, la desertificación y el incremento en la escasez de agua probablemente causarán conflictos violentos y millones de refugiados medioambientales”.

La teoría mejor desarrollada sobre la relación en-tre escasez medioambiental y la violencia política es propuesta por Homer-Dixon (1999). La lógica básica detrás de su argumento es la siguiente: la tierra se va-loriza debido a la escasez, y la escasez trae consigo la explotación y la degradación de la tierra, lo cual ali-menta la pobreza y la rebelión. Además, la densidad de población agrava este problema.

Hay varios problemas con el argumento de la escasez medioambiental. Primero, muchos conflictos ocurren en países con riqueza de recursos, en vez de escasez, como se discutirá en la siguiente sección. Muchos au-tores argumentan que la abundancia de recursos crea incentivos para capturar el Estado y ayuda a financiar rebeliones cuando dichos recursos se pueden “saquear”. Ejemplos de esto incluyen Sierra Leona, Liberia, Biafra, Congo/Zaire y Angola.

En segundo lugar, como argumenta Fairhead (2000), los conflictos pueden no ser por los recursos per se, pero pueden igualmente incluir luchas por los medios de explotación de los recursos, mediante a) explotación de la fuerza de trabajo, b) el acceso a los mercados de capitales internacionales, c) control de las vías de co-municación y rutas de comercio, y d) acceso político a los mercados.

Tercero, hay una unión de la degradación con la esca-sez. El conflicto puede surgir debido a la diferenciación social creciente y a la desigualdad en el acceso a la tierra, al mismo tiempo que hay mejoras en la producción del uso de la tierra.13 ¿Cómo puede coincidir el incremento total de la fabricación de productos alimenticios con el crecimiento de la escasez y la pobreza para algunos? La respuesta yace en la distribución de los derechos (Sen 1981). El incremento de la comercialización de la tierra puede generar desigualdades de la tierra, en la medida

13 André y Platteau (1998), por ejemplo, son cuidadosos en no equiparar el comienzo de una guerra civil con la escasez de tierras y la falta de empleo no agrícola, en su estudio de la violencia agraria en Ruanda.

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en que aquellos que tienen acceso a ingresos y empleos no agrícolas pueden acumular tierra. Este proceso se puede acelerar cuando las instituciones tradicionales de asignación de las tierras se deterioran.14

Cuarto, estos argumentos no examinan por qué y cómo algunos episodios de violencia política llevan al fracaso estatal en algunos contextos (República Democrática del Congo, Afganistán) y no en otros (Colombia, Mo-zambique). Tampoco examinan por qué los países que enfrentan limitaciones similares de recursos experimen-tan la violencia (Uganda) y otros no (Tanzania). Estos asuntos son de importancia central para explicar la cri-sis, la falla y el derrumbe estatal.

En resumen, hay razones tanto teóricas como empíricas para sugerir que el argumento de la escasez medioam-biental es inadecuado para explicar la violencia política y/o el fracaso estatal. Hay una necesidad en esta litera-tura de incorporar políticas (de identidad) y acceso polí-tico a los derechos a la tierra y al empleo15 para explicar la violencia política y los desafíos violentos a la autori-dad del Estado. Además, hay necesidad de examinar si las políticas de patronazgo son indivisibles o divisibles, o si las políticas estatales tienen una predisposición a ciertos grupos (Hirschman 1995; Stewart 2000).

la maldición de los recursos

Una de las propuestas más influyentes recientemente es la llamada “maldición de los recursos”: supone la idea de que la abundancia de recursos naturales, en particular el petróleo, ocasiona un crecimiento pobre e incremen-ta la incidencia, intensidad y duración del conflicto. Aunque la abundancia de petróleo se ha considerado como un beneficio para el desarrollo económico y po-lítico desde hace años, el reciente mal desempeño de los exportadores de petróleo y el incremento de las inci-dencias de guerras civiles en las economías con riqueza mineral han revivido la idea de que la abundancia de re-cursos puede ser más una maldición que una bendición.

El trabajo empírico más influyente sobre las causas de la guerra civil ha sido asumido por Collier y Hoeffler (1998, 2001, 2002a, 2004), quienes han encontrado que las exportaciones de materias primas incremen-tan la posibilidad del comienzo de una guerra civil. El trabajo más reciente realizado por ellos, que cubre 161 países y 78 guerras civiles entre los años 1960-1999,

14 Ver André y Platteau 1998, sobre Ruanda.

15 Ver, por ejemplo, Fairhead 2000, sobre Ruanda.

afirma que la dependencia de un Estado de los recursos naturales –medida como la proporción de las exporta-ciones de materias primas con respecto al PIB– tiene una influencia significativa en la posibilidad de que una guerra civil comenzará en los próximos cinco años.16 Sus datos sugieren que la dependencia de recursos tiene un efecto no lineal: incrementa la posibilidad del conflicto hasta que la proporción de recursos del PIB esté en el 32%; más allá de este punto los recursos disminuyen la posibilidad de un conflicto. También encuentran que este efecto es sustancial: cuando las otras variables es-tán sostenidas en su media, un incremento en la de-pendencia de los recursos de cero a 32% aumenta la posibilidad de una guerra civil de 1% a 22%.

Análisis cuantitativos más recientes han encontrado deficiencias importantes en la metodología de la corre-lación entre el conflicto y los recursos naturales (Samba-nis 2004; Elbadawi y Sambanbis 2002; Ross 2004). Por ejemplo, el conjunto de datos de Collier y Hoeffler no incluye los diamantes y los narcóticos, los cuales fre-cuentemente sobresalen en la literatura de las “econo-mías de guerra” como cruciales en la financiación de oportunidades de los “rebeldes codiciosos” (Malone y Nitzschke 2005, 5). Ross (2004, 356) concluye que “la afirmación de que las exportaciones de las materias primas están relacionadas con la guerra civil parece ser frágil y se debe tratar con cuidado”. Fearon y Laitin (2003, 87) proporcionan la crítica más aguda a Collier y Hoeffler: ellos reportan que “ni el porcentaje de bienes primarios en el PIB ni tampoco su cuadrado son signifi-cantes” en su modelo.

Hay, sin embargo, gran consenso entre la mayoría de los analistas en que la abundancia del petróleo se relaciona considerablemente con el comienzo de una guerra civil en países en vía de desarrollo en el período de 1945-1999. Algunos analistas han estimado que las exporta-ciones de petróleo se relacionan ampliamente con el grupo completo de comienzo de guerras civiles (De Soy-sa 2002a; Fearon y Laitin 2003), mientras que hay otros que encuentran que la abundancia en exportaciones de petróleo está relacionada extensamente con subgrupos de guerras civiles, llamadas guerras de secesión (Collier y Hoeffler 2002a; Collier et al. 2003).17 Ross (2004), al

16 Una guerra civil ocurre cuando una organización rebelde identificable reta al ejército nacional de un Estado dado, generando más de 1.000 muertes relacionadas con el conflicto, con al menos 5% en cada lado (Collier et al. 2003, 54). Esta muestra y la definición de la guerra son tomadas de las Correlacionares del Proyecto de Guerra (se pueden ver los datos en www.correlatesofwar.org).

17 La correlación de De Soysa que relaciona el petróleo con la guerra

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evaluar la evidencia reciente, concluye que “hay bue-na evidencia cuantitativa de que las exportaciones de petróleo están relacionadas considerablemente con los comienzos de las guerras civiles”. Además, Ross hace una contribución importante al presentar los diversos mecanismos que pueden explicar la conexión entre pe-tróleo y violencia política. Algunos de los posibles me-canismos que sugiere para explicar estas conexiones son manifestaciones supuestamente bien conocidas de la “maldición de los recursos” en las economías petroleras, a saber, el pobre crecimiento económico, la corrupción elevada y el autoritarismo.

El argumento de la maldición de recursos tiene dos va-riantes. La primera es lo que se llama honey pot o el argumento de la búsqueda de rentas, lo cual sugiere que los países en vías de desarrollo que tienen abundancia de petróleo generan rentas valiosas y que la existencia de estas rentas tiende a generar formas violentas de rentis-mo que toman la forma de insurgencias basadas en la “codicia” (Collier y Hoeffler 2004).18 En total, su mo-delo de la rebelión encuentra que los bajos ingresos, la disminución económica y la dependencia de las mate-rias primas incrementan el riesgo del comienzo de una guerra civil (Collier et al. 2003, 101). Collier y Hoeffler (2002a) sugieren también que un mineral en particular, el petróleo, es especialmente relevante en las guerras secesionistas. Ellos intentan demostrar que la abun-dancia de petróleo ayuda a predecir el tipo de guerra (secesionista o no secesionista) una vez que están bajo control las exportaciones de las materias primas (Collier et al. 2003, 60-61).

La segunda variante del argumento de la maldición de los recursos, empleada para explicar los mecanismos mediante los cuales la abundancia de recursos genera conflictos violentos, es el modelo del Estado rentista. La premisa principal de gobernabilidad del Estado ren-tista supone que cuando los Estados adquieren una gran proporción de sus ingresos de fuentes externas, tales como las rentas de recursos primarios, quienes toman decisiones tienen menor necesidad de recaudar im-puestos domésticos, y eso los hace menos responsables frente a los individuos y las colectividades de la socie-

civil está basada en la definición de la guerra con un umbral más bajo de muertos relacionados con la batalla (25) que el umbral de Collier y Hoeffler, que es de 1.000 muertos relacionados con la batalla. En-tonces, el hallazgo de De Soysa no nos dice si las dependencias de las exportaciones de combustibles u otro mineral están relacionadas con el comienzo de la violencia política de gran escala.

18 La abundancia de petróleo se define como las economías que derivan del petróleo por lo menos un tercio de sus exportaciones.

dad civil. Fearon y Laitin (2003), basándose en traba-jos teóricos de los Estados rentistas (por ejemplo, Karl 1997), argumentan que los Estados petroleros tienen mayor tendencia a poseer estructuras estatales débiles porque tienen menos necesidad de crear burocracias fuertes para recaudar ingresos. Las estructuras estatales débiles son más vulnerables a las insurgencias. Debido a que las economías de petróleo poseen los niveles más altos de ingresos disponibles en la economía, la validez de la conexión entre la abundancia de recursos y la vio-lencia política en dichas economías es crucial para la afirmación de que las rentas de los recursos minerales contribuyen a las rebeliones armadas en los países en vías de desarrollo.

La idea de que las rentas de los recursos minerales gene-ran incentivos para las rebeliones violentas fue presentada primero en una serie de trabajos de Collier y Hoeffler.19 Lo que llamaban su tesis de la “codicia” es una aplicación de la teoría de rent-seeking, que, en su forma más sencilla, propone que la existencia de un valioso “premio” indu-ce a los individuos a gastar tiempo y recursos, en aras de apropiarse del “premio”. Las rentas de recursos minerales (tales como el petróleo), en este modelo, proporcionan no sólo la motivación para intentar capturar el Estado, sino también potencialmente los recursos para financiar las rebeliones. La idea de que los rebeldes pueden “sacarle provecho a la guerra” fue propuesta como una explicación más convincente de la aparición del conflicto que la pro-puesta de los descontentos sociopolíticos, los ingresos y la desigualdad de los bienes, la rivalidad étnica o la ausencia de la democracia (Collier 2000).

Collier y Hoeffler (1998) proponen que las rentas de los minerales pueden conducir a la rebelión por medio de un mecanismo de “saqueo”. Si las organizaciones rebel-des tienen la oportunidad de extraer y vender recursos (o extorsionar a aquellos que lo hacen), entonces hay más probabilidad de comenzar una guerra civil. Desde esta perspectiva, la guerra es causada por “codicia”, en vez de ser causada por descontentos. Como nota Cra-mer, la lógica del Homo economicus propone que:

La rebelión en contra de la injusticia tiene algo de las cualidades de un bien público y, por lo tanto, también muestra las debilidades de un bien público, sobre todo la posibilidad de ser explotado por “gorrones”.

19 Relacionado con el trabajo de Hirschleifer (1987, 1994), Collier y Ho-effler (1998, 2001) y Collier (2000), que desarrollaron modelos para mostrar que la guerra es más probable donde las ganancias de una victoria posible son mayores que los costos de coordinar una rebelión.

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Es posible, por tanto, que haya injusticia pero que no produzca suficiente conflicto. Igualmente, hay un problema en la coherencia temporal en el argumento, pues se podría suponer que los actores violentos no confían en las promesas y el uso instrumental de males sociales por parte de sus líderes, esperando razonablemente que incumplan las promesas que utilizaron para movilizar a la gente. Del otro lado, apelar a las demandas de la población para satisfacer sus demandas de gratificación instantánea a través del botín puede superar fácilmente estas dificultades (Cramer 2002b, 1848).

Collier y Hoeffler notan que los recursos naturales ofrecen a los grupos de rebeldes una oportunidad para financiarse porque producen rentas que vienen de un lugar específico y pueden ser robados de forma sosteni-da. La posibilidad de robar o extorsionar dinero de una firma manufacturera es menos factible, debido a que estas firmas son más móviles.

La idea de que la existencia de rentas petroleras ne-cesariamente genera más conflicto concuerda con las teorías establecidas de búsqueda de rentas. La renta se refiere a los “ingresos excedentes” o a “la proporción de las ganancias en exceso de acuerdo a un monto mínimo requerido para atraer a un trabajador que acepte una labor dada, o para que una firma entre en una industria en particular” (Milgrom y Roberts 1992, 269). Las ren-tas pueden tomar muchas formas, tales como tasas de rendimiento más altas que las de monopolio; ingresos excedentes obtenidos por la propiedad exclusiva de un recurso escaso, bien sea un recurso natural o un cono-cimiento especializado; ingresos adicionales de transfe-rencias políticamente organizadas, tales como subsidios (Khan 2000a). En la sabiduría convencional, la dispo-nibilidad de rentas es la máxima fuente de rentas y de corrupción (Mauro 1998, 11); algunos han propuesto incluso que es una “ley de hierro” de la búsqueda de rentas que “donde sea que una renta se encuentre, ahí estará un buscador de rentas intentando conseguirla” (Mueller 1989, 241).

La búsqueda de rentas en forma general se puede inter-pretar como actividades que buscan crear, mantener o cambiar los derechos e instituciones sobre los cuales se basan ciertas rentas en particular. Debido a que las ren-tas especifican ingresos, que son más altos de lo que de otra forma se hubiera ganado, hay incentivos para crear y mantener estas rentas (Khan 2000b). La búsqueda de rentas se puede conceptualizar como actividades influ-yentes en las cuales se incluyen el soborno, el cabil-

deo político y la publicidad, aun hasta el alzamiento en armas. Las teorías de la guerra basadas en la codicia realizan dos suposiciones implícitas: la primera es que la existencia de las rentas petroleras inducirá a más bús-queda de rentas, por lo general, y la segunda es que las formas más violentas de la búsqueda de rentas ocurren con más frecuencia cuando existen rentas petroleras.

Implícito en los modelos de la búsqueda de rentas está que las formas no violentas de búsqueda de rentas no son suficientes para prevenir los desafíos violentos a la auto-ridad estatal. Es útil considerar que hay una multiplicidad de mecanismos que conectan el Estado con la socie-dad. Los primeros son las actividades de influencia le-gales e institucionales, que son las formas dominantes de la búsqueda de rentas en economías avanzadas, y las formas menos desarrolladas en economías pobres. Cámaras de comercio y los sindicatos representan una parte pequeña de la población. Además, los partidos políticos, que potencialmente podrían agregar intere-ses y movilizar “voz”, se encuentran frecuentemente fraccionados en los países en vías de desarrollo. Al contrario, los grupos de presión política, los partidos políticos, los sindicatos y las contribuciones a campa-ñas legales a los partidos de parte de grupos de ne-gocios son formas bien establecidas de las búsquedas de rentas o de influencia institucionalizadas en países ricos. El segundo mecanismo de influencia son redes informales de cliente-patrón, las cuales son una ca-racterística central de muchas economías pobres. Tal clientelismo es un sustituto del Estado de bienestar, lo cual usualmente es inadecuado, conforme se deben satisfacer demandas de bienestar de amplios sectores de la población. En tercer lugar, y muy relacionado con el segundo, están las formas ilegales de la búsqueda de rentas o corrupción. En ausencia de los mecanismos legales e institucionalizados para influir en el Estado, la corrupción y el clientelismo llegan a ser formas sus-titutas importantes de mediar el proceso de diseño de políticas en países con economías en vías de desarrollo.

Cuando uno o más de los tres mecanismos mencio-nados arriba no pueden proveer las oportunidades de influencia a los actores políticos, la violencia política representa una cuarta forma de influir en el Estado y/o capturarlo. Los modelos de Collier y Hoeffler, y los de Fearon y Laitin, no son específicos en explicar el por-qué, o si en verdad las tres formas no violentas de in-fluencia/rentismo son menos efectivas en economías con petróleo abundante que en aquellas con petróleo no abundante. De hecho, puede ser igualmente con-vincente argumentar que amplias rentas del petróleo

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permiten a los líderes estatales sobornar a la oposición política por medio de transacciones corruptas y cuotas de renta combinadas con clientelismo, y, así, prevenir desafíos violentos a su autoridad

El modelo de la búsqueda violenta de rentas propues-to por Collier y Hoeffler ignora cómo el nivel de con-frontación política y de procesos políticos asociados a la resolución de conflictos puede afectar las luchas de distribución de las rentas de petróleo. ¿Es, sin em-bargo, necesario que un incremento en las rentas de cualquier tipo provoque un incremento en el rentismo? La respuesta dependería de las condiciones políticas que producen los conflictos distributivos, como primera medida, y del poder relativo que poseen los grupos en competencia para inmiscuirse en la búsqueda de rentas, incluidos los violentos.

Uno de los posibles factores que pueden inducir a lu-chas de búsqueda de rentas puede ser la disputa por la distribución de los derechos y los activos autorizados por el Estado. Si hay, por lo menos, una aceptación pa-siva de la distribución de los derechos y las rentas que provienen de los ingresos de los minerales, entonces las luchas por las rentas pueden ser pocas. Esto significa que el asunto de la legitimidad política es central en cualquier análisis del impacto de la abundancia de los recursos minerales o de la búsqueda de rentas, en lo concerniente a las consecuencias políticas, incluyendo patrones de conflicto y violencia.

Es precisamente cuando la distribución de los derechos es percibida como ilegítima por varios grupos impor-tantes dentro de una sociedad que el conflicto y la vio-lencia tienden a ser más probables.20 No está claro, a priori, que las economías ricas en petróleo generan una distribución de derechos e ingresos más injusta o ilegí-tima que las economías no dominantes en minerales. Aun si las economías ricas en petróleo generaran más desigualdad en los ingresos, la evidencia sugiere que la injusticia y la desigualdad no producen inevitablemente el conflicto (Cramer 2002b, 1848-49).

Lo que es particularmente problemático en cuanto a la noción de que las economías de petróleo sean vul-nerables a la violencia de la búsqueda de rentas, es que el mecanismo de saqueo no es tan relevante en tales economías, debido a que las rentas de petróleo son recursos concentrados y no difusos, y, por lo tanto, debe ser menos probable que sufran “saqueo”. Como

20 Esto es tomado de la noción de Putzel (1999) de “legitimidad política”.

resultado, no hay argumentos teóricos convincentes en cuanto a por qué la búsqueda de rentas violenta sea más probable en economías dominadas por el petró-leo (u otros recursos como los diamantes de kimberlita o el cobre), que depende de métodos de producción de capital intensivo y que está sujeto a significativas barreras a la entrada.21 De manera más general, sin in-corporar un análisis político, no es posible entender por qué y cómo se activan las formas violentas de bús-queda de rentas.

El segundo argumento principal de la hipótesis de la riqueza mineral y el conflicto es el modelo del Estado rentista. El argumento central de la segunda variante, que ha sido llamada “Enfermedad política holandesa”, supone que los líderes de los Estados rentistas, por de-pender de ingresos “no ganados” (en la forma de ren-tas de minerales y/o de asistencia), no desarrollan un conjunto de obligaciones recíprocas con los ciudadanos asumidas por la vía de nexos respecto del sistema tribu-tario (Moore 1998, 2001).22 Como resultado, las rentas de minerales (particularmente, del petróleo y la gasoli-na) pueden, en países de bajos ingresos, coincidir con instituciones débiles o ilegítimas que pueden provocar el conflicto.

Los “ingresos no salariales” de las rentas de los recursos minerales pueden permitir a las élites comprar seguri-dad a través de redes corruptas de patrón-cliente, en vez del establecimiento de un “contrato social” basado en el intercambio de bienes públicos, financiados por impuestos domésticos. Tales arreglos, de acuerdo con este modelo, pueden reducir la legitimidad y el poder relativo –militar, administrativo, político y económico–

21 El caso de los diamantes de kimberlita es análogo al de la producción de petróleo y gasolina, en que los dos requieren mecanismos de ex-tracción de capital intensivo a gran escala, pero no hay evidencia en la literatura revisada por Ross (2004) de que las economías con una abundancia de diamantes de kimberlita produzcan guerras secesionis-tas. Los casos que conectan la guerra con los diamantes involucran economías con una abundancia de diamantes de aluviones, tales como Sierra Leona y Angola. Los diamantes de aluviones, encontrados cerca de la superficie de la tierra, pueden ser extraídos por los mineros arte-sanos y, por lo tanto, representan recursos más susceptibles al “saqueo” con barreras más bajas para entrar en producción. Por lo tanto, los líderes rebeldes pueden comprometerse de una forma más creíble a ofrecer incentivos materiales a los soldados rebeldes y, así, disminuir el problema de reclusión.

22 El concepto de síndrome holandés se refiere a los posibles efectos ne-gativos para el resto de la economía de una ganancia inesperada de los recursos naturales y las plusvalías en las tasas de cambio que pueden acompañarla. Uno de los posibles peligros de los auges petroleros es, por ejemplo, que las plusvalías de las tasas de cambio pueden dejar al sector industrial no petrolero y al manufacturero menos competitivos y, por lo tanto, pueden generar desindustrialización.

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de un régimen, lo cual, a su vez, lo deja vulnerable a una rebelión (Reno 2002; Le Billon 2003). Fearon y Laitin (2003), basándose en teóricos de los Estados rentistas (Chaudhry 1989; Karl 1997), proponen que los países de bajos ingresos con dependencia del petróleo son más susceptibles a sufrir conflictos que las economías no petroleras porque “los productores de petróleo tienden a tener aparatos estatales más débiles de lo que uno es-peraría, dado su nivel de ingresos, esto debido a que los lideres tienen menos necesidad de tener sistemas burocráticos bien elaborados e invasivos, para aumentar los ingresos: la ‘enfermedad política holandesa’” (Fearon y Laitin 2003, 81).

De acuerdo con los teóricos de los Estados rentistas, la dependencia de ingresos no salariales puede tener varios efectos negativos sobre la legitimidad de un régimen y la capacidad de combatir o evitar rebeliones. El primer resultado de los ingresos no salariales es una creciente independencia entre los Estados y sus ciudadanos. Este incremento en la autonomía de los Estados respecto de sus ciudadanos puede aumentar la habilidad de los líderes estatales para actuar de forma predatoria, o al menos puede disminuir la necesidad que tienen los lí-deres estatales de desarrollar acuerdos políticos de largo plazo con grupos de interés. Esto, a su vez, hace que los impuestos y los ingresos sean menos predecibles, lo cual puede aumentar la confiscación arbitraria cuando las rentas minerales volátiles colapsan de repente. El segundo efecto retardado que recae sobre la capacidad es-tatal respecto de los ingresos no “ganados” es el descen-so en la capacidad burocrática. Con la poca presencia burocrática en la recaudación de impuestos y con poca información de lo que pasa al nivel local, los Estados pueden ser vulnerables a los predadores organizados, in-cluidos las guerrillas y los ejércitos privados. Un tercer argumento de los teóricos de los Estados rentistas es que el mal manejo de la riqueza de los recursos puede crear descontentos, que, cuando se combinan con una historia de tendencias étnicas secesionistas, pueden in-crementar la probabilidad de una rebelión organizada y armada (Malone y Nitzschke 2005, 5). La plausibili-dad de estos argumentos depende de hasta qué punto la riqueza producto del petróleo, en efecto, genere los problemas anteriormente mencionados.

Las teorías de los Estados rentistas están expuestas a varias críticas. Primero, se presume que los lideres son los “dueños” de los recursos naturales o que tie-nen asignados los “derechos de propiedad” sobre los mismos. El cómo los líderes se apropian y además mantienen el poder no ha sido adecuadamente ana-

lizado. Al asignar “derechos” a los líderes (bien sea en la sociedad civil o en el Estado), toda la problemática de cómo son manejados “los recursos comunes” queda descuidada, cuando en efecto el problema real de los “recursos comunes” versa sobre el análisis del proce-so mediante el cual los derechos se asignan, se respe-tan, se mantienen y se cambian (Olson 1965; Libecap 1989; Ostrom 1990). En otras palabras, se supone que no hay un grupo colectivo de actores dentro de la sociedad que pueda imponer condiciones domésticas sobre cómo ejercen su poder aquellos que ocupan el Estado. Segundo, se supone que un Estado débil exis-te, al tiempo que se descubren “las rentas externas” (Karl 1997, 42). No está claro desde el comienzo en este marco si la abundancia de recursos en un Estado particular causa debilidad estatal.

Tercero, se supone que los líderes tienen objetivos de-predadores, en vez de objetivos de desarrollo. El descui-do de los procesos políticos por los cuales un líder se apropia del poder limita nuestro entendimiento acerca de la motivación de los líderes estatales. El Estado no es algo como un “predador”, sino un conjunto de rela-ciones sociales. La abundancia de petróleo no descarta la posibilidad de que los líderes estatales compartan los ingresos de las rentas de los recursos con grupos que hacen parte de su base de apoyo político. Aun si se supone que el líder tenga poder absoluto y, por lo tanto, sea el “dueño” o “el demandante residual”23 en una econo-mía, no es necesario que los líderes actúen en formas predadoras. Según Olson (1993), un líder que tiene un horizonte de largo plazo, o lo que él llama un “bandido estacionario”, tiene el incentivo para maximizar la tasa de crecimiento económico, porque esto maximizará los recursos que se acumulan en el Estado a largo plazo. Un dictador que no tiene que tributar a sus ciudada-nos para mantenerse en el poder puede racionalmente de todas formas tener motivos para el desarrollo, en vez de motivos predadores. El comportamiento predador de parte de los líderes –es decir, ganar dinero por perpetuar una guerra civil– no se puede suponer o simplemente describir, sino que hay que explicarlo. La depredación ocurrirá como consecuencia del fracaso en la adopción de objetivos para el desarrollo mucho más lucrativos y con bases amplias que fomenten legitimidad. La de-cisión de los líderes de dedicarse a actos rapaces para

23 En la teoría neoclásica de las firmas, el demandante residual se refiere al dueño de la firma (Alchain y Demsetz 1972). El dueño de la firma en esta teoría tiene asignado el derecho de apropiarse de lo residual, es decir, las ganancias de la producción en equipo de la firma. De acuerdo con esta teoría, la propiedad privada de las firmas suministra los incentivos para que los dueños monitoreen efectivamente la producción en equipo.

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acumular capital presupone que ellos han tomado una decisión previa que asume que el desarrollo económico de largo plazo es, o bien indeseable, o política o econó-micamente inviable. Sin embargo, las condiciones bajo las cuales los comportamientos predadores dominan a los de desarrollo en una economía petrolera no se tra-tan en el modelo estatal rentista. En consecuencia, esta perspectiva determinista ofrece pocos consejos relevan-tes de política.

Efectivamente, en un trabajo comparativo reciente so-bre los Estados petroleros, Smith (2004) ha encontrado que, en el período de 1974-1999, la riqueza petrolera está fuertemente asociada con un incremento en la es-tabilidad del régimen, aun cuando haya control de la represión, y disminución de la probabilidad de una gue-rra civil. Smith encuentra que los períodos de auge o de quiebra no causan efectos significativos sobre la esta-bilidad de los regímenes en los Estados que dependen más de las exportaciones, aunque esos mismos Estados experimentaron más protestas durante el período de quiebra. Esto supone un hallazgo interesante, dado que los niveles de compra de apoyo disminuyeron de forma significativa en el período de quiebra. Nuevamente, se plantean los procesos de construcción de coaliciones duraderas, una faceta ausente en los estudios del Estado rentista. La durabilidad y la resistencia a largo plazo de las rebeliones organizadas en muchos Estados con riqueza petrolera sugieren que la capacidad de cons-trucción del Estado por parte de los liderazgos es una variable crucial, y hay poco en la literatura para guiar a los académicos en cuanto al estudio de cómo pueden coexistir la riqueza petrolera y las instituciones fuertes (Smith 2004).

En resumen, los modelos centrados en la rebeldía de Collier y Hoeffler y los de Fearon y Laitin no consideran las preguntas prioritarias de cómo y por qué los regíme-nes llegaron a ser vulnerables a la insurgencia, en pri-mer lugar. No hay entonces un intento de incorporar los procesos políticos al análisis de la capacidad del Estado de resistir y evitar la rebelión. Por lo tanto, hay poca orientación en la explicación de cómo y por qué puede ser evitada la maldición de los recursos.

Las teorías de la búsqueda de rentas establecidas des-cuidan el papel que cumple la política en el uso de las rentas creadas por el Estado. Dado que las luchas polí-ticas y los acuerdos son históricamente específicos, los modelos deterministas pueden ser desorientadores al explicar la asignación de rentas en los sistemas políti-cos actuales. El punto en el cual las economías mine-

rales de búsqueda de rentas generan tanto costos altos como bajos resultados desarrollistas es, finalmente, un asunto empírico.

Se ha sugerido que el riesgo de la guerra civil se incre-menta en los Estados petroleros porque ellos tienden a producir gobiernos autoritarios (Ross 2001b; De Soysa 2002b). Implícito en este argumento está que los gobier-nos autoritarios son más predadores, y, por lo tanto, es más probable que se dediquen a ataques violentos con-tra sus adversarios. Esto a su vez puede inducir represa-lias violentas, dado que las formas no violentas de influir en el Estado y de resolución de conflictos son, general-mente, menos desarrolladas en regímenes autoritarios.

Hay, sin embargo, algunos defectos importantes en este argumento. Primero, no hay evidencia convincente que apoye esta postura. En el período 1974-1999, los Es-tados petroleros no tuvieron más probabilidad de en-trar en una guerra civil que otros países no petroleros (Smith 2004). Segundo, no hay evidencia de que los regímenes democráticos en países en vías de desarrollo tuvieran menos probabilidad de sucumbir a las guerras civiles. De hecho, hay evidencia de que el proceso de democratización en países en vías de desarrollo puede ser utilizado para agravar las tensiones nacionalistas y étnicas, y así incrementar el riesgo de las guerras civiles (Mansfield y Snyder 1995; Snyder 2000). Estos autores encuentran que el proceso de democratización típica-mente crea un síndrome de autoridad central débil, coa-liciones domésticas inestables y políticas de masas muy agitadas. Las élites necesitan conseguir aliados masivos para poder defender sus posiciones debilitadas, y a me-nudo fomentar nacionalismos para reforzar su apoyo fragmentado. Estos argumentos son consistentes con otros análisis institucionales que encuentran que en las transiciones a la democracia, la creciente competencia por los recursos frecuentemente lleva a incrementos en la búsqueda de rentas, el debilitamiento de los derechos de propiedad y un peor desempeño económico (Clague et al. 1997). En resumen, el argumento de que los Es-tados petroleros son más propensos a tener un conflicto porque son autoritarios no es muy convincente.

Ross (2004) encuentra que hay evidencia satisfacto-ria de que los Estados petroleros son más propensos al conflicto civil que las economías no petroleras; sin embargo, aquí también la evidencia es frágil. Fearon y Laitin (2003) proponen que en el período 1945-1999, los Estados petroleros fueron más propensos a la guerra civil que otras economías en vías de desarrollo, des-pués de controlar los ingresos per cápita y otra serie de

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variables. Sin embargo, en períodos posteriores, este resultado se desmorona, es sensible a la definición de guerra civil y no es estadísticamente significativo cuan-do se excluye a un grupo pequeño de países, los cuales fueron dudosamente catalogados como experimentando “guerras civiles”. Consideremos cada uno de los facto-res que restan fortaleza a la fuerte correlación entre la abundancia del petróleo y la aparición de una guerra civil. Primero, el resultado pierde fuerza en el período posterior a 1965; Humphreys (2003) observa que en el modelo de Fearon y Laitin (2003) la variable dummy “exportador de petróleo”24 pierde significado cuando las observaciones anteriores a 1965 son retiradas de las es-timaciones. Este período es parte de la época de auge de los precios de petróleo, lo cual ocurre sobre todo en los años setenta y primeros años de los ochenta, cuan-do las ganancias del petróleo como porcentaje del PIB eran más altas en los países menos desarrollados que poseían riqueza petrolera. Esto refuta aún más la pro-puesta de que el tamaño de las rentas petroleras en la economía incrementa el riesgo de una guerra civil. En segundo lugar, la relación entre el petróleo y el conflicto pierde fuerza cuando ciertos casos que son cuestiona-blemente incluidos (tales como los primeros dos años de la independencia de Argelia e Indonesia y Rusia) y/o casos aislados se dejan fuera del modelo. Una correla-ción fuerte no debería debilitarse cuando se quitan uno o dos de los casos. Como nota Humphreys, hay razo-nes significativas para quitar estos casos en particular: el conflicto de Argelia al comienzo se puede ver como una continuación de la lucha por la independencia, en vez del comienzo de una nueva guerra; mientras que en los casos de Rusia e Indonesia, cada uno involucra múltiples acontecimientos de apariciones de guerras (por lo menos cuatro cada uno).25 El modelo Fearon-Laitin inapropiadamente trata estas incidencias múl-tiples como si fueran definitivamente independientes. Como resultado, la posibilidad de un comienzo de una guerra civil en los Estados petroleros se basa en la du-dosa inclusión de dos casos bastante idiosincrásicos. En tercer lugar, Smith (2004), al utilizar la base de datos de Gleditsch et al. (2002), encuentra que la riqueza petrole-ra está asociada fuertemente con la creciente estabilidad del régimen, aun cuando el régimen esté controlando la represión, y está asociada también con una probabili-dad más baja de la guerra civil en el período 1974-1999.

24 Nota del traductor: esta variable toma el valor de 1 cuando un país obtiene exportaciones petroleras mayores que 33%, según el modelo de Fearon y Laitin (2003).

25 También ver Sambanis (2004) en cuanto al problema de codificar el comienzo y el final de las guerras en forma general, y también el mode-lo de Fearon y Laitin (2003).

Esto corrobora el fracaso de Fearon y Laitin para encon-trar una relación significativa entre la riqueza petrolera y la guerra civil en el período 1965-1999.26 Es importan-te notar que Iraq, Angola y Qatar están excluidos de las regresiones en el estudio de Smith, debido a la falta de datos para algunas de las variables. Aunque Smith reco-noce que la inclusión de algunos de estos países puede alterar los resultados, de nuevo subraya la sensibilidad del resultado a muy pocos casos. A pesar de esto, de los tres casos omitidos durante este período, Qatar e Iraq fueron regímenes duraderos y no experimentaron una guerra civil durante este período. En el caso de Angola, hay evidencia sustancial de caso de que la guerra civil apareció antes de que los diamantes y el petróleo fueran sectores económicos sobresalientes, y tuvo mucho más que ver con el fracaso en la diversificación de la econo-mía en los años sesenta.27

El segundo asunto es que la correlación no demuestra causalidad. Por ejemplo, es cuando menos probable que la guerra civil haya podido producir o mantener la depen-dencia de los recursos minerales. Esto podría ocurrir si el conflicto aumentara los costos de transacción y el riesgo y, por lo tanto, redujera la cantidad de inversión manu-facturera, lo cual tiende a exigir un período de gestión más largo (Ross 2001a). Al mismo tiempo, la inversión mineral puede continuar durante el conflicto, debido a que los rendimientos son más altos, dado el nivel más elevado de la renta fija y dado que la inversión en el sec-tor no puede huir, debido a que los recursos minerales son de locación específica. Incluso si Collier y Hoeffler emplearan variables independientes rezagadas en sus re-gresiones, esto no excluye la causalidad invertida; debido a que las guerras civiles no se reconocen como “inicia-das” hasta que han generado al menos mil muertes en combate o relacionadas con éste, ellas pueden ser prece-didas por unos niveles bastante significativos de conflic-to político y violencia, que es una falta de incentivo a la inversión manufacturera a largo plazo, generándose así un nivel más alto de dependencia del recurso antes de que la guerra civil empiece técnicamente.

El caso de Angola en los años sesenta es instructivo.28 De acuerdo con Cramer (2002a), el petróleo y los diamantes

26 En el estudio de Smith, las economías petroleras están categorizadas como los países que dependen del petróleo para más de 10% de su PIB en por lo menos cinco años del período 1974-1999. Los países son: Argelia, Bahréin, Congo (Brazzaville), Ecuador, Egipto, Gabón, Indonesia, Irán, Kuwait, Libia, México, Nigeria, Omán, Arabia Saudí, Siria, Trinidad y Tobago, Túnez, Emiratos Árabes Unidos, Venezuela.

27 Ver más adelante.28 Este párrafo se establece principalmente en Cramer (2002a, 13-14).

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tenían poco que ver con el inicio de la guerra de los años sesenta. Los minerales eran una pequeña parte del total de las exportaciones y del producto interno bruto al comienzo del conflicto político. La guerra y el “diseño de políticas públicas” en los sesenta pueden haber crea-do una dependencia de las exportaciones minerales. La economía angoleña estaba pasando por un cambio es-tructural dramático. La manufactura llegaba al 25% del producto interno bruto para la época de la independen-cia, en 1961, y al final de los años sesenta; el comienzo de los setenta vio a Angola alcanzar una de las tasas de crecimiento en manufactura más rápidas en el África Subsahariana. El comienzo de la guerra, junto con po-líticas industriales ineficientes, condujo a caídas en la producción agrícola e industrial en la víspera de ganan-cias imprevistas producto del petróleo a comienzos de los setenta. La dirección de causalidad parece ser inver-sa a la planteada en el modelo de la búsqueda de rentas y en el del Estado rentista.

Cuarto, es también posible que la guerra impida que una economía se vuelva más abundante en recursos. Si los líderes estatales van a apropiarse de los ingresos del petróleo, por ejemplo, necesitan asegurar y hacer valer los derechos de propiedad en el territorio donde está el petróleo. Las rentas de petróleo, como todas las rentas, necesitan la especificación de los derechos, lo cual no ocurre naturalmente. Además, los líderes estatales re-quieren estar en condición de extraer impuestos de las multinacionales o, más complejo aún, extraer la riqueza mineral a través de la producción de empresas públicas. Las guerras pueden fácilmente impedir que un Esta-do se vuelva un productor mineral más abundante. El asunto de la guerra que impidió el desarrollo petrolero en Sudán en los noventa es un tema que se debe con-siderar. En este caso, la causalidad entre la abundancia de recursos y la guerra sería opuesta al planteamiento del Estado rentista.

Quinto, existe omisión del efecto de guerras anteriores y guerras vecinas como causa del conflicto. En la región más pobre, África Subsahariana (donde en su mayoría las guerras civiles ocurrieron durante el período 1960-1999), un rasgo común de muchos conflictos es que éstos ocurren en países o subregiones que hayan tenido conflictos previos y/o vecinos (ver el Cuadro 1).

Para el período 1989-1999, De Waal (2000, 1-34) mues-tra que hay dos elementos importantes comunes a la guerra en África: primero, la persistencia de la guerra, y segundo, la facilidad con que las guerras se transmi-ten de un país a otro. De los dieciséis casos de guerra

Cuadro 1. Persistencia y contagio: guerras en África, 1989-1999

País Guerra previa

Guerras vecinas

Angola Sí Zaire/Congo

Burundi (en los setenta) Ruanda

Congo-Brazzaville

No Zaire/Congo

Yibuti No Todos los vecinos, Casamance

Guinea-Bissau (en los setenta) Senegal

Liberia No No

Malí (en los sesenta) Mauritania

Ruanda (en los sesenta) Uganda

Senegal (Casamance)

En las fronteras En las fronteras

Sierra Leona No Liberia

Somalia Sí Etiopía

Sudán Sí Uganda, Chad

Insurrecciones Sudán, Rep. Dem

Uganda Sí Congo

Zaire/ Rep. Dem. Congo

(en los sesenta y setenta)

Ruanda, Angola

Guerras fronterizas

País Guerra previa

Guerras vecinas

Mauritania-Senegal

Sí (Mauritania) Sahara Occidental

Etiopía-Eritrea Sí (ambos) Sudán, Somalia

Fuente: De Waal (2000, 5).

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que De Waal destaca, siete tuvieron anteriormente gue-rras recientes, y cinco adicionales sufrieron guerras en los veinte años posteriores a su conflicto más reciente. Quince de las guerras ocurrieron en países donde hubo una guerra reciente en un país vecino (el así llamado síndrome de la “guerra en la puerta de al lado”).29 Sólo un caso, Liberia, es la excepción. De estos dieciséis casos, ocho (Burundi, Yibuti, Malí, Ruanda, Somalia, Sudán, Uganda y Etiopía-Eritrea) eran países donde los minerales no eran dominantes en la economía, y sólo uno, Ango-la, es una economía dependiente del petróleo. Incluso aquí, el síndrome de “las guerras anteriores, la guerra en la puerta de al lado” estaba presente. La prevalencia del síndrome “guerras anteriores, guerras en la puerta de al lado” en ambas, economías ricas en minerales y economías de bajos recursos minerales, sugiere que la dinámica de persistencia y contagio es el resultado de asuntos contingentes de la economía política.

Sexto, todos los estudios estadísticos discutidos sufren de selección parcializada. Por definición, la mayoría de los países que no tienen una base de diversificación en agricultura e industria se convierten en dependientes de los minerales. En términos históricos, casi todos los países empiezan siendo economías predominan-temente minerales. Por ejemplo, Estados Unidos, Ca-nadá, Noruega, Suecia, los Países Bajos, Australia y Malasia fueron, en sus primeras etapas de desarrollo, más predominantemente minerales, economías menos diversificadas.30 Si ése es el caso, entonces tiene sen-tido preguntar por qué los conflictos políticos impiden el crecimiento en algunas economías dependientes de minerales y no en otras. Esta situación es también una problemática importante porque la mayoría de los países que sufren guerras civiles y emergencias humanitarias han experimentado por varios años, e incluso décadas, estancamiento y/o descenso en su crecimiento económico (Nafzinger y Auvien 2002, 155). En el período 1980-1991, 40 de 58 (69%) de los países africanos y asiáticos experimentaron un crecimiento negativo. En contraste, sólo 9 de 53 habían experimentado crecimiento negati-vo en el período 1960-1980 (Nafziger y Auvien 2002).

29 Ver también Väyrynen (1996). 30 Es cierto que las rentas del petróleo como porcentaje del producto in-

terno bruto son bastante mayores en países menos desarrollados con riqueza petrolera hoy que en los países ahora avanzados que fueron citados en períodos previos de su historia. Sin embargo, la carencia de cualquier relación entre el conflicto y la abundancia de petróleo en el período 1965-1999 (Humphreys 2003), cuando los niveles de las rentas como porcentaje del producto interno bruto estaban en su nivel más alto, debido al boom del petróleo de los años setenta y principios de los ochenta, sugiere que el tamaño de las rentas del petróleo no necesariamente afecta el conflicto.

Mientras es una cuestión compleja poder explicar por qué hay tal diferencia en este total entre los períodos, un factor económico ha sido el impacto deflacionario de los programas de ajuste estructural en la región. Un factor político importante ha sido el fin de la regulación del comercio de las armas después de la Guerra Fría.

En resumen, parece haber poca evidencia convincente de que la abundancia de petróleo per se cause conflictos, a pesar de que hay alguna evidencia que indica que una vez que un conflicto está en marcha, algunos tipos de recur-sos naturales pueden facilitar la prolongación de la guerra. La evidencia entonces sugiere que factores de dotación no determinan la política. La indeterminación de la relación entre riqueza petrolera y la violencia sugiere que la natu-raleza de los conflictos en las economías donde los mine-rales son dominantes no existe previamente al ejercicio de la política. Dado que la negociación política que rodea las rentas minerales comunes es históricamente específica, el estudio de caso y el enfoque de economía política compa-rada serán útiles en la profundización de nuestro entendi-miento de la violencia política en economías pobres.

La investigación con bases históricas sólidas en los oríge-nes y naturaleza de las organizaciones políticas y su base de apoyo puede permitirnos desarrollar un marco para comprender el grado hasta el cual el conflicto se vuelve más o menos divisible.31 El análisis sistemático de las es-trategias de los partidos políticos en competencia y sus efectos en la generación de parámetros más o menos di-visibles de confrontación probaría su utilidad en estos ca-sos. Para poder especificar los mecanismos mediante los cuales acuerdos políticos y coaliciones generan violencia política, la investigación futura necesita concentrarse más en estudios de caso y en el enfoque comparativo, y menos en enfoques orientados a la medición por va-riables. La notoriedad e intensidad de divisiones étnicas, regionales y/o religiosas están sujetas a la organización de partidos políticos, la cooptación y otras estrategias. Las propuestas de Collier y Hoeffler y Fearon y Laitin no pueden acomodar estas importantes contingencias, las secuencias de acción e interacción de la acción política. Los más influyentes modelos de conflictos no examinan las importantes relaciones entre los partidos políticos y el Estado; las características estructurales y la competencia inter e intrapartidista como tales no pueden ilustrar his-tóricamente procesos específicos de conflictos/divisiones en una sociedad dada. El conflicto étnico y el saqueo de los recursos naturales, al igual que las clases, no existen previamente al ejercicio de la política.

31 Ver Hirschman (1995), sobre divisibilidad.

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La indeterminación de la relación entre la abundancia de recursos naturales y el conflicto sugiere también que examinar procesos de conflicto político y de manejo de conflictos en las economías, como también el efecto que éstos procesos tienen sobre el crecimiento econó-mico y la diversificación, define una agenda mayor de investigación para entender la genealogía de la guerra en las economías pobres. Dada la importancia del bajo ingreso per cápita y el declive económico en el incre-mento de riesgo de guerra, sería útil que investigacio-nes más profundas examinaran el punto hasta el cual la abundancia mineral/petrolera lleva al conflicto por medio de la perpetuación de gobiernos de crecimiento restrictivo, la enfermedad holandesa y el subdesarrollo. Mientras no haya nada más práctico que una buena teoría, es claro que las teorías de abundancia de re-cursos simplistas y deterministas, como se planteó en el modelo del Estado rentista, no captan adecuadamente la variedad e interacción de factores que constituyen una emergencia compleja. El enfoque en el rol de la abundancia petrolera como causante del conflicto no es más que la explicación superficial de los conflictos en las economías pobres. Como resultado, el modelo del Estado rentista, aunque útil al traer de nuevo a la discusión la capacidad y responsabilidad del Estado en asuntos relativos a las fuentes de tributación y a la mo-vilización de recursos, es un marco y una guía inade-cuados para intervenciones de construcción de la paz más profundas, penetrantes y duraderas, para la cons-trucción de capacidad estatal y para la reconstrucción económica de sociedades en conflicto.

Finalmente, es razonable concluir que la política y las políticas públicas han sido decisivas en la trayectoria de las economías predominantemente minerales; enton-ces, podrían ser sugeridas varias implicaciones de po-lítica pública. La primera es que una intervención más efectiva en emergencias humanitarias requerirá un in-forme de las causas del conflicto que vaya más allá del determinismo del factor “dotación” y del determinismo económico. Segundo, la atención debe trasladarse hacia la comprensión de cómo políticas públicas de gobiernos pasados afectaron los procesos de crecimiento y diversi-ficación de las economías predominantemente mineras. Un desempeño económico muy negativo seguramente contribuye a socavar el régimen y la legitimidad del go-bierno y, por lo tanto, puede aumentar el apoyo a cam-bios abruptos e incluso violentos. Tercero, se debe poner más atención a la comprensión de la dinámica de la eco-nomía política de las zonas de guerra regionales que tras-ciende la nación-Estado. La evidencia econométrica se enfoca en el Estado-nación como la unidad de análisis.

No tiene en cuenta la importancia de qué tan fácilmente la guerra puede extenderse a los países vecinos y perpe-tuar lo que Wallensteen y Sollenberg (1998) llaman los “complejos de conflictos regionales”. Cuarto, se debe poner más atención a la medida en que las cambiantes relaciones del comercio y distribución de armas durante el período de la pos-Guerra Fría exacerban los conflic-tos violentos en curso en economías dependientes de los minerales y en aquellas más diversificadas.

teorías Funcionalistas del estado

Una serie de autores que trabajan sobre los Estados pos-coloniales africanos han desafiado la idea de la “falla esta-tal” como una forma útil de examinar cómo las élites, en sistemas políticos existentes, gobiernan legítimamente, acumulan capital y mantienen la apariencia de una es-tabilidad política en el contexto del subdesarrollo (Keen 1998; Bayart 1993; Reno 1998; Chabal y Daloz 1999). Ellos desafían la idea básica de medir grados de “estatali-dad” a lo largo de un continuo que empieza con aquellos que concuerdan con los criterios clásicos weberianos de estadidad –statehood– y termina con aquellos que no en-cuentran ninguno de los criterios de estadidad exitosa. En general, estos autores buscan explicar cómo han surgido los Estados antidesarrollistas, y también intentan explicar la lógica política que los mantiene cohesionados.

El punto de partida de la mayoría de estas teorías con-siste en explicar el surgimiento de las políticas cliente-listas y ancestrales. Un punto focal histórico clave es el legado de un dominio colonial indirecto (Lockwood 2005, 70), el cual dejó tres características: a) los nati-vos eran súbditos de líderes tribales antes que (y no) ciudadanos – legado de dualismo legal–; b) un Estado bifurcado que operaba diferentemente en las áreas ur-banas y rurales; y c) un sistema despótico. La velocidad con la que ocurrió la independencia creó un contexto que generó políticas basadas en el patronazgo político. Este sistema se ha conocido por una variedad de tér-minos, incluidos clientelismo y neopatrimonialismo. La necesidad de construir alianzas políticas rápidamente, con mínimos recursos, y la ausencia de organización de partidos fuera de las áreas urbanas significaron que los líderes nacionalistas –típicamente urbanos, profesores con base sindical, líderes sindicales y administradores– tenían que basarse en las estructuras políticas existen-tes. Este proceso implicó encontrar individuos –con frecuencia jefes u otras personalidades destacadas– y usar el patronazgo para unir estos individuos al partido, y los votantes locales a los candidatos (Lockwood 2005).

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Como señala Lockwood, al revisar la literatura sobre el Estado africano, hubo varios efectos de la rápida desco-lonización y de la naturaleza de gobierno colonial. Pri-mero, la política estaba basada más en personalidades que en clases; segundo, la confrontación usualmente implicaba que el “ganador lo toma todo” en la compe-tencia política; y tercero, inestables nombramientos en el gabinete (que generan alta rotación), debido a la na-turaleza fluida e incierta de las facciones clientelistas, que a su vez conducía al debilitamiento de la capacidad burocrática para redistribuir los recursos, de manera que realzaran el crecimiento. Esto no quiere decir que no hubo crecimiento económico; de hecho, el África Subsahariana alcanzó tasas de crecimiento relativamen-te altas en el período 1940-1970 (Sender 1999). La im-portancia del legado colonial tenía que ver más con la viabilidad y la sostenibilidad del Estado a largo plazo. Las teorías funcionalistas fundamentan su análisis en cómo se reproducen la autoridad política y la acumula-ción de capital en el contexto de políticas neopatrimo-niales. Hay diversas variantes en esta literatura. Una es la idea del “Estado sombra”, desarrollada por William Reno (1995). La idea de la acomodación de las élites es fundamental en este planteamiento. Para Reno, el final de la Guerra Fría y el surgimiento de las políticas de li-beralización política y económica en el África Subsaha-riana pusieron bajo presión los patrones tradicionales de patronazgo. Tales procesos de liberalización, argumenta él, disminuyeron más los incentivos de los “gobernantes débiles” para buscar estrategias convencionales de maxi-mización del poder a través de la generación de crecimien-to económico y, por lo tanto, de ingresos para el Estado. En este contexto, los motivos y objetivos económicos no son el único ámbito de las fuerzas rebeldes, sino que también pueden incluirse aquellos gobernantes persona-listas de los “Estados sombra” corruptos que maximizan el uso de la violencia para “administrar sus propios es-pacios económicos” traspasando recursos del Estado al enriquecimiento personal e instaurando redes patrona-les, en vez de proveer bienes públicos, como la seguri-dad y la gobernabilidad económica. Los gobernantes di-reccionan la amenaza interna de los señores de la guerra transformando su propia autoridad política en medios efectivos de control de los mercados, sin depender de las instituciones estatales formales. Los gobernantes es-tatales débiles usan nuevas y fortalecidas alianzas con extraños para deshacerse de viejos clientes y disciplinar a aquellos que permanecen. Reno, en su análisis de los Estados africanos centrales –Angola, Sierra Leona, Zai-re/República Democrática del Congo–, describe cómo los líderes han apoyado su poder personal y su riqueza individual en la manipulación manifiesta y clandestina

de los mercados, a veces con la complicidad de inver-sionistas extranjeros en enclaves de recursos naturales tales como el petróleo.

Bayart (1993) desarrolla la idea de “técnicas políticas del vientre”, las cuales se definen como la búsqueda predadora de riqueza y poder, que, como forma de go-bierno, asume caracteres históricos específicos corres-pondientes al Estado poscolonial en África. La naturaleza predatoria del Estado, de acuerdo con Bayart, genera incentivos para que los líderes “se alimenten” de los re-cursos estatales. En este modelo, la invasión de redes políticas informales en las amplias esferas de actividad económica lleva a la criminalización del Estado. La cri-minalización del Estado, y su corrupción asociada en todos los niveles en África, es menos un signo de falla estatal que un mecanismo de organización social que debe estar relacionado con las experiencias históricas específicas, repertorios culturales y trayectorias del sub-continente, a través de los cuales se disemina el poder político y se redistribuye la riqueza.

Un tercer (y similar) modelo es la idea de que el lega-do colonial tardío creó incentivos para que los líderes usaran el “desorden como instrumento político” (Cha-bal y Daloz 1999). Esto se refiere al proceso por el cual los actores políticos en África buscan llevar al máximo sus rendimientos gracias a la confusión, incertidumbre, y a veces caos, característicos de la mayoría de los re-gímenes africanos. El modelo supone que los líderes poseen horizontes de corto plazo y buscan maximizar rendimientos inmediatamente, más que promover la inversión a largo plazo (Chabal y Daloz 1999, 113).32 El uso y creación de redes patrón-cliente personaliza-das e informales y la ausencia de un Estado moderno weberiano son fundamentales en este planteamiento. Para Chabal y Daloz, esto debe incluir parentesco, for-mas de identidad étnicas, religiosas o de brujería, las cuales son el producto de racionalidades diferentes y de la instrumentalización de diversas formas de desor-den que son más acordes con el mantenimiento de los vínculos sociales que “funcionan” en África.33 Implícito

32 Es decir, los líderes se tipifican como “bandidos itinerantes”, en oposi-ción a los “bandidos estacionarios” (Olson 1993).

33 El análisis de Menkhaus (2004) sobre el dilatado colapso del Gobierno central, el largo conflicto armado y la anarquía en Somalia brinda una exposición similar. En este análisis, el colapso fue activamente estimu-lado por intereses económicos y políticos dentro de Somalia. Sin em-bargo, él plantea que el resultado del prolongado colapso no necesaria-mente servía a los intereses de algunos miembros de sus élites política y económica. Él espera que la élite alcance un ámbito de negociación, en aras de establecer un “Estado de papel”, en el cual sea posible atraer ayuda extranjera, embajadas y otro tipo de trampas lucrativas de sobe-

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en este argumento está el hecho de que la legitimidad del gobierno depende menos de facilitar un crecimiento económico rápido y la creación de empleo que de la acomodación de facciones políticas poderosas. Una re-ceta política clave del modelo es que la introducción de la liberalización económica y la política electoral mul-tipartidista probablemente permitirán un alcance aún mayor de la “privatización” de lo ilícito, un proceso que reforzará el poder de las “élites empresariales oscuras” (Chabal y Daloz 1999, 91).

Cuarto, el trabajo de David Keen sobre Sudán y Sierra Leona ha desarrollado la idea de que la guerra y la vio-lencia cumplen importantes funciones en la lucha por el poder y la acumulación de capital. Para Keen, la “guerra no es simplemente un colapso en un sistema particular, sino una forma de crear un sistema alternativo de ga-nancias, poder e, incluso, protección. Hay más en una guerra civil que simplemente ganar”. Keen incorpora la idea de Foucault que expresa que no es suficiente exa-minar las causas de un fenómeno sin examinar también sus funciones. Los así llamados beneficios de la violen-cia y la guerra (o sea, “sacarle provecho a la guerra”) han sido formalizados por Paul Collier y asociados. Nueva-mente, la suposición clave en este enfoque es que los objetivos predatorios son más rentables para los líderes que los objetivos del desarrollo.

Si las teorías funcionales del colapso del Estado y de la guerra desafían la idea de medir la falla del Estado, así mismo sucede con las teorías relacionadas que plan-tean que la guerra no es lo que acostumbraba ser: la así llamada “tesis de la nueva guerra”. Mary Kaldor (1999) argumenta que las nuevas guerras solamente pueden entenderse en el contexto de la globalización cultural, militar, económica y política; ellas han borrado la distin-ción entre guerra y crimen organizado; son a la vez loca-les y dependientes de conexiones transnacionales y han fomentado una economía de guerra que se apoya en el saqueo, las transacciones en mercados negros y la asis-tencia externa, siendo sostenidas mediante la violencia continua. En las “viejas guerras”, los recursos se veían como medios para conducir la lucha. Es decir, ahora se ve la guerra como apolítica. Otro defensor de la idea de la “nueva guerra” es Mark Duffield (2001), quien plan-tea que las nuevas guerras están ligadas a una nueva fase de globalización, caracterizada por un cambio en la naturaleza del capitalismo internacional: donde alguna vez el capitalismo fue expansionista e incluyente, ahora

ranía, pero que no se vuelva lo suficientemente funcional como para que amenace las actividades ilícitas de las cuales se beneficia la élite.

se está consolidando en los países del centro34 y es ex-cluyente del resto del mundo.35

Un aspecto que la tesis de la “nueva guerra” puede estar recogiendo es la naturaleza regional de la guerra, como se discute arriba, aunque esto difícilmente puede ser un fenómeno nuevo. De acuerdo con Wallensteen y Sollen-berg (1998), el 69% de las 29 guerras (definidas como fenómenos con al menos mil muertes relacionadas con batallas en un año dado) en el período 1989-1998 ocu-rrió en lo que ellos identifican como “complejos de con-flictos regionales”. Un complejo de conflictos regional se refiere a “situaciones donde países vecinos experimen-tan un conflicto interno o interestatal”, con vínculos sig-nificativos entre los conflictos. Estos autores identifican dos tipos de vínculos regionales: “a) incompatibilidades transfronterizas, donde un grupo étnico se extiende a ambos lados de la frontera internacional; b) alianzas po-líticas y militares directas, o significativo apoyo militar o económico, directo o indirecto. El movimiento de re-fugiados entre dos países fronterizos puede tener tam-bién impactos importantes en los conflictos regionales” (Väyrynen 1996, 40-44).

En resumen, las tesis funcional y de la nueva guerra van más allá de la simple medida de la falla del Estado y buscan entender las razones del colapso del Estado y su frecuente violencia política asociada. Ambas teorías buscan explorar cómo afecta la naturaleza cambiante de las relaciones políticas y económicas internacionales la viabilidad de los Estados en los países pobres. La medi-da en la cual estas teorías son explicaciones justificadas es el tema de la sección siguiente.

problemas con las teorías Funcionalistas

Mientras que las teorías funcionalista y de la nueva guerra suministran importantes comprensiones acerca del “Estado fallido”, también tienen varias deficien-cias. Para las teorías funcionalistas, estas limitacio-nes son las siguientes. Primero, como en el caso de las teorías del Estado rentista, se supone que los líderes tienen objetivos predatorios, en oposición a objetivos concernientes al desarrollo. El desinterés en el estudio de los procesos políticos a través de los cuales un líder se adueña del poder limita nuestra comprensión de las motivaciones de los líderes estatales. Como resultado, estos análisis no pueden explicar por qué la acumulación

34 Nota del traductor: en alusión a centro-periferia, teoría de la dependencia.35 Ver Cramer 2006, 76-80 y 144-149, para una revisión crítica de la idea

de la “nueva guerra”.

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del capital requiere de una falla del Estado en algunos casos, y en otros no, o por qué los líderes cambian sus preferencias de exclusivamente predatorias a objetivos de desarrollo, como ha ocurrido en algunos contextos de posguerra, tales como Uganda y Mozambique. Segun-do, la idea de que la política neopatrimonial es necesa-riamente antidesarrollo es ahistórica. El problema con los análisis de Chabal y Daloz, por ejemplo, es que a lo que ellos se refieren como problema específicamente africano es realmente una característica de los países en desarrollo que sufren procesos de acumulación pri-mitivos y que tienen también asociada la corrupción política (Khan 2006; Hutchcroft 1997). La institucio-nalización del orden –derechos de propiedad estables, democracia consolidada, baja corrupción, rendición de cuentas de los líderes– requiere un nivel de desarrollo significativo para poderse implementar efectivamente (Khan 2006).

La clave del desafío analítico es explicar por qué algunos países son capaces de crear más resultados de desarrollo en el contexto del clientelismo y la corrupción, y por qué otros Estados no (Kohli 2004; Khan y Jomo 2000). Por ejemplo, las teorías funcionalistas no pueden expli-car por qué las tasas de crecimiento económico varían entre regímenes del Subsahara africano (clientelistas), o por qué muchos países en el África Subsahariana al-canzaron tasas de crecimiento cercanas a las de Asia del Este y Latinoamérica en el período 1960-1980 (Mkandawire 2001). Tercero, la idea de que la libera-lización económica y el fin del patronazgo de la Guerra Fría debilitaron más a los Estados y/o fueron causas de violencia en todos los países africanos no está apoyada en la evidencia (Cramer y Weeks 2002; Walle 2001). La variación y el cambio en la efectividad de un Estado al promover el desarrollo y mantener la estabilidad política son demasiado amplios para que tal generalización sea útil. Cuarto, hay poco análisis en estas teorías en cuanto a por qué los desafíos a la autoridad estatal, violentos o no violentos, en realidad tienen éxito en algunos países y por qué tales desafíos conducen al colapso del Estado en algunos contextos, en oposición a otros. La idea de que el “Estado sombra” siempre “funciona” se enfrenta a la realidad de las muchas guerras civiles y golpes de Estado donde los líderes no pudieron usar el patronazgo informal para permanecer en el poder o aun para per-manecer vivos.

La tesis de “las nuevas guerras” también es objeto de crítica: primero, la idea de que los conflictos contem-poráneos reflejan la globalización requiere más pre-cisión como hipótesis, ya que muchas guerras civiles

reflejaron la influencia de la interdependencia capita-lista internacional.36

Segundo, hay pocas bases para plantear que las guerras contemporáneas son apolíticas; en realidad, muchas guerras civiles empezaron con descontentos políticos identificados (Di John 2007). Ciertamente, hay poca evidencia de que la existencia de recursos saqueables fuese la causa de una guerra; sin embargo, hay alguna evidencia de que la existencia de tales recursos puede tener un impacto en la duración de una guerra (Collier et al. 2003).

Tercero, la idea de que el capitalismo se ha vuelto menos expansionista y menos exclusivo es ahistórica. El capi-talismo siempre ha sido explotador y brutal, particular-mente en los niveles bajos de desarrollo. La realidad es que la transición al capitalismo en los países en desarro-llo no es algo que pasa naturalmente, y tampoco es algo que está ampliamente respaldado. El Estado en países de desarrollo tardío ha ayudado –y acelerado– históri-camente a la creación de una clase capitalista, particu-larmente en la industria, a través de una construcción intencionada. Este proceso de acumulación primitiva significa que el Estado está inherentemente involucra-do en profundas decisiones divisivas. Si se toman las decisiones correctas, surgirá una clase de productores en los sectores líderes que contribuirán ampliamente a la prosperidad general del país de desarrollo tardío. Pero a pesar de su productividad, aquellos que son beneficia-rios del apoyo del Estado se vuelven considerablemente más ricos que el ciudadano promedio. La idea de que el capitalismo se está volviendo menos expansionista tam-poco está basada en evidencias. El capitalismo siempre ha sido un proceso irregular, donde la divergencia en las tasas de crecimiento en los distintos países ha sido la norma (Pritchett 1997). Además, la idea de que el capitalismo se está volviendo menos expansionista en los países pobres no puede explicar las rápidas tasas de crecimiento en países menos desarrollados en los últi-mos tiempos, incluidas grandes economías, tales como China, India y Vietnam.

Cuarto, el argumento de que la guerra refleja nuevos pa-trones de globalización no puede, nuevamente, explicar por qué algunos Estados como Tanzania, Zambia, Bot-suana y Ghana han evitado el mismo grado de inestabi-lidad política, colapso estatal y violencia política, a pesar de estar sujetos a fuerzas similares de “globalización”.

36 Ver Cramer 2006, 139-168, en su estudio sobre Angola.

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Quinto, la existencia de la guerra y la violencia política de gran escala en un país (sea civil, internacional, “vieja o nueva”) no necesariamente implica colapso estatal. Hay varios países que han experimentado violencia política prolongada y de gran escala, donde el Gobierno central no sólo hizo implosión, sino que funcionó relativamen-te bien. Los ejemplos incluyen a Colombia, Sri Lanka y, posiblemente, Mozambique. En los dos últimos, la naturaleza territorialmente limitada de la rebelión ha permitido el funcionamiento de estos Estados. Una pregunta clave de investigación es examinar por qué la violencia política de gran escala y los desafíos a la legi-timidad del Estado no se expanden más allá de ciertos límites políticos y territoriales.

Sexto, la idea de que el Estado puede deshacerse en virtud de estar en un complejo de guerra regional no siempre es sostenible. El así llamado marco del com-plejo de guerra, discutido más arriba, no contesta por qué tales Estados, como Tanzania, Zambia y Ghana (los cuales tienen muchos países vecinos en guerra civil), no se derrumban, mientras que otros sí. Se sugiere en-tonces la necesidad de examinar con más precisión el vínculo entre las crisis externas (tráfico de armas, crisis de refugiados) y el orden político interno.

Tal vez el aspecto más débil del funcionalismo y de las teorías de “las nuevas guerras” es la abarcadora gene-ralización de que hay un solo tipo de política africana. Kaplan (1994), por ejemplo, retrata a África Occidental como la tipificación de la “anarquía entrante” (en la cual la carencia, el crimen, la sobrepoblación, el tribalismo y las enfermedades están rápidamente abrumando a los Estados y las sociedades). Él argumenta que “Sierra Leona es un microcosmos de lo que está ocurriendo, aunque de forma más atenuada y gradual, a través de África Occidental y gran parte del mundo subdesarro-llado” (Kaplan 1994, 48).

Allen (1995) critica la idea de que hay un tipo de políti-ca ancestral en África. Distingue entre dos variantes de Estado poscolonial que se mueven más allá de la simple descripción neopatrimonial. Argumenta que la respuesta a la inestabilidad del clientelismo en algunos Estados, incluidos Kenia, Tanzania, Zambia, Senegal y Costa de Marfil, se basaba en centralizar y burocratizar el po-der. Los partidos políticos fueron desplazados como los principales distribuidores de recursos clientelistas por una burocracia bajo el control del presidente. En otros Estados, incluidos Nigeria, Sierra Leona, Liberia, Uganda, Ghana y Somalia, Allen plantea que la crisis incipiente de clientelismo no estaba resuelta; los líde-

res no burocratizaron ni controlaron centralmente el clientelismo. El sistema se volvió más inestable. Allen describe estos regímenes como poseedores de “políti-cas nocivas”, con una mayor naturaleza política electo-ral de “el ganador toma todo”, con una corrupción más penetrante y fragmentada, crisis económicas mayores y mayor desintegración de las instituciones políticas y de las mediaciones. Es en estos regímenes donde se da una expresión completa de la noción de Bayart de la “política del vientre”. Mientras no esté claro que las tasas de crecimiento económico a largo plazo entre estos dos tipos de política difieren en promedio (o si todos los Estados permanecen en la misma categoría a lo largo del tiempo), pareciera ser que el caso de países con sistemas de clientelismo más centralizados (como Allen lo identifica) sea lo que ha evitado el colapso del Estado y la violencia política prolongada y de gran es-cala.37 El tamaño de la muestra es demasiado pequeño para establecer planteamientos definitivos. Sin embar-go, desarrollando tipologías más refinadas de regímenes políticos dentro de África y ubicando hasta qué punto los Estados se mueven de una categoría a otra y por qué, se podrían identificar cuáles factores políticos son cruciales para impedir que los Estados frágiles fallen o incluso colapsen.

las guerras y la construcción del estado: una perspectiva histórica

La historia estándar de la formación de los Estados eu-ropeos subraya la crucial contribución de las amenazas externas y la guerra. Charles Tilly plantea que la “guerra hizo el Estado y el Estado hizo la guerra” (Tilly 1990, 54). Las guerras hicieron que los Estados fueran más eficientes en la recaudación de ingresos, al forzarlos a mejorar dramáticamente sus habilidades administrativas (permitiendo a los Estados establecer administraciones y sistemas económicos). Más importante aún, el esfuer-zo de financiar las guerras y la milicia condujo a varios patrones de negociación entre el Estado y los grupos de interés, particularmente con los comerciantes, los terra-tenientes, y en algunos casos, directamente con el cam-pesinado. En general, las luchas de distribución entre el Estado y los actores sociales (y entre los grupos en competencia en la sociedad civil) llevaron a establecer derechos mutuamente reconocidos, aunque desiguales: derechos de los ciudadanos con respecto a los Estados,

37 Sudáfrica, Botsuana y Mauricio serían tres países que mantienen un Estado relativamente centralizado, teniendo Sudáfrica un partido na-cional centralizado, el ANC.

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como también los derechos de los funcionarios estatales (y entidades empresariales) con respecto a los ciuda-danos. El papel de la amenaza y la guerra en la cons-trucción de los Estados desarrollistas nos recuerda que la violencia política y la guerra a gran escala no nece-sariamente representan “desarrollo en reversa”, ya que pueden tener resultados progresistas. En una nota más sombría, una perspectiva histórica nos recuerda que la construcción de la nación y el camino hacia la consoli-dación de la democracia se han basado, en sí mismos, en la limpieza étnica o en un ejercicio de consolidación nacional, incluidas la violencia anglosajona contra los celtas y la colonización de Norteamérica mediante la ex-pulsión y violencia contra los amerindios (Cramer 2006; Mann 1999).38

Ciertamente, mientras que Heráclito planteó que “la gue-rra es el padre de todas las cosas”, el entender que la guerra trajo consigo el papel de la formación institucio-nal en la historia tiene sus límites como guía de la política pública. Sin embargo, esta idea nos permite preguntar-nos si hay condiciones hoy en día que reproduzcan al-gunos de los incentivos que históricamente surgieron en tiempos de guerra. La amenaza, la cual puede su-ministrar la oportunidad de reformas tributarias, puede hoy, por ejemplo, derivarse de los movimientos sociales domésticos, las crisis fiscales o la economía global, más que de prospectos inminentes de guerra.

Esta perspectiva histórica también nos permite demos-trar que la “capacidad” no es simplemente una herencia de la historia –dependiente enteramente de la trayec-toria– sino que siempre ha sido creada por los actores que hacen historia todo el tiempo. La formación del Estado y su capacidad de crecer y sobrevivir estaban íntimamente relacionadas con su habilidad para cobrar impuestos. A su vez, los derechos e instituciones se for-maron como un subproducto de las negociaciones, o acuerdos a partir de un conflicto, en el transcurso de la lucha. Esta situación es consistente con algunos traba-jos teóricos sobre instituciones que conciben la forma-ción institucional como un subproducto de las luchas de distribución y los equilibrios de poder.39

Hay algunos análisis recientes que han tomado el enfo-que tillyano para sustentar que el argumento de que “la

38 Como Cramer (2006, 37) nos recuerda: “Estados Unidos se fundó en la revolución, se desarrolló a través de la esclavitud, se expandió con la guerra contra México y se creó en la guerra civil. Su riqueza se fundó en la violencia contra los indígenas y en la rapacidad de barones del saqueo”.

39 Ver Knight (1992), Moore (1966) y Brenner (1976).

guerra hace a los Estados” ya no tiene sustento (Lean-der 2004). La importancia de los tres procesos clave en el planteamiento de Tilly –la competencia para cen-tralizar el control, la construcción de las estructuras administrativas y la negociación con los civiles– varía en el tiempo. En ninguna parte, afirma Leander, Tilly plantea que su argumento sea aplicable universalmen-te. En vez de eso, su libro concluye con un capítulo sobre “soldados y Estados en 1992”, donde el énfasis, “contrario a la aparente enseñanza de la historia euro-pea, sostiene que el crecimiento del gran gobierno, el gobierno arbitrario y la militarización ahora parecen ir de la mano” (p. 204). La explicación de Tilly sobre la ausencia del (tercer) “proceso de civilización” es que el “cambio” de la formación del Estado de interno a externo que prevaleció en Europa ha continuado en nuestros tiempos (p. 195). Las implicaciones de esto han sido que los Estados y las organizaciones milita-res reciben sus recursos y legitimidad en gran parte de afuera, y que por ello no necesitan establecer esa clase de vínculos mutuos que restringían las relaciones en-tre los gobernantes europeos y los gobernados. A cam-bio, esto da “poder extraordinario” a los altos mandos militares y fuertes incentivos para que tomen el poder (Tilly 1985, 1986).

Leander argumenta que las economías pobres contem-poráneas están sujetas generalmente a grandes fuerzas de descentralización y a la privatización de la coerción y el capital. Como resultado de la creciente importan-cia de las relaciones financieras (pago de la deuda y cartera) y de la crisis de la deuda, en su mayoría los go-biernos se han vuelto más sensibles a la preferencia de las políticas de los actores financieros internacionales. La privatización, la desregularización y la reducción del déficit del presupuesto son fundamentales para las preferencias de estas políticas. Estas últimas se tradu-cen en una capacidad reducida del Estado central para comprar apoyo ofreciendo empleos en la burocracia estatal y bienes con costos muy bajos de los productos provenientes de las industrias estatales y canalizando los recursos a los administradores locales. La otra cara de la moneda es el crecimiento de la capacidad de los detentadores de poder locales para controlar los ac-tivos privatizados, las burocracias empobrecidas y las poblaciones objeto. El control privatizado y descen-tralizado sobre los medios de violencia y las finanzas, de acuerdo con Leander, crea caos, de acuerdo con la lógica básica de que las guerras demandan una admi-nistración mayor. El resultado es que la guerra en el mundo en desarrollo contemporáneo tiende a disparar un mayor desmantelamiento e incluso la criminalidad

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de las estructuras administrativas, en vez de crear las estructuras jerárquicas y centralizadas familiares en la historia europea.40

Esta revisión del trabajo de Tilly desarrolla, desde una perspectiva diferente, conclusiones similares a la litera-tura neopatrimonial y a las teorías de las “nuevas gue-rras”. Los mismos problemas con las teorías anteriores son relevantes aquí. Todos los países pobres enfrentan potencialmente los mismos retos internacionales que identifica Leander. Y los Estados (a través del tiempo y el espacio) parecen diferenciarse, en la medida con la cual pueden enfrentar estos desafíos. Sería necesa-rio prestar más atención a la dinámica política interna para obtener resultados comparativos. No obstante, el análisis de Leander no comete el error de asumir que el conflicto y la violencia política son necesariamente desarrollo “en reversa”.

Jeffree Herbst (2000) también se ha comprometido con el argumento de Tilly. Para Herbst, el problema funda-mental que enfrentan los constructores de Estado (state-builders) en África –sean reyes coloniales, gobernantes coloniales o presidentes en la era de independencia– ha sido proyectar autoridad en territorios inhóspitos que tienen bajas densidades de población. En África, los Es-tados actuales se crearon antes de que muchas ciudades capitales hubieran alcanzado la madurez y el control de sus regiones apartadas. El modelo europeo de invertir en las regiones apartadas para protegerse de los extraños y para hacer valer las fronteras no era viable ni relevante (Herbst 2000, 74).

Los europeos establecieron, piensa Herbst, Estados territoriales, no Estados-nación. Si las fronteras pu-dieran haber sido amenazadas, el gobierno sobre las regiones apartadas tendría que haber sido más fuer-te. El papel fundamental del colonialismo, de acuerdo con Herbst, era establecer un sistema de fronteras que crearan un sistema de Estado con el mayor respeto de las fronteras. Como consecuencia, los Estados débiles han tenido la posibilidad de proclamar soberanía so-bre regiones apartadas muy distantes, ya que ningún otro Estado podía desafiar su gobierno. Por lo tanto, ha habido poca motivación para establecer sistemas de

40 Sin cohesión institucional, las guerras pueden contribuir al caos y la derrota. Las guerras ofrecen una oportunidad para aquellas organiza-ciones políticas que son capaces de capitalizarlas; no las pueden crear (Centeno 1997, 1570). Ver también Centeno (1997) y López-Alves (2001) para un análisis de por qué el estímulo de la guerra no transfor-mó a los Estados latinoamericanos en el siglo XIX de manera similar a los de Europa Occidental.

impuestos domésticos que financien la defensa de las fronteras. Como resultado:

La contradicción de los Estados con control incom-pleto sobre las regiones apartadas pero con total reclamo de su soberanía fue crucial para las explica-ciones de falla estatal en África […] muchas de las patologías que ahora son evidentes en África empie-zan a surgir: líderes que roban tanto del Estado que acaban con los sectores productivos de las economías; una tremenda parcialidad en la deferencia y entrega de servicios a poblaciones urbanas relativamente pequeñas; y la ausencia de gobierno en grandes regio-nes de algunos países (Herbst 2000, 254).

El análisis de Herbst es bienvenido, dada su perspec-tiva histórica comparativa y dado el énfasis en los sis-temas tributarios en África, énfasis que se descuida en la mayoría de los análisis de falla de los Estados. Hay, sin embargo, concretamente una deficiencia en tal análisis: la inhabilidad para rendir cuentas sobre la variación y el cambio en la capacidad del Estado dentro de los países africanos a través del tiempo y en todos los países en el continente. La recaudación de im-puestos débil y escasa es una característica de la mayoría de las economías africanas. Esta situación, sin embargo, no explica cómo los Estados de Tanzania, Ghana y Ke-nia, por ejemplo, tienen más éxito para mantener la autoridad pública y la legitimidad que muchos otros en la región. Más aún, hay una variación considerable en la capacidad de recaudación de impuestos en los Estados africanos subsaharianos. El impacto diferen-cial del desarrollo económico colonial (y en particular, la estructura de los mercados de trabajo y el proceso histórico de integración de poblaciones indígenas en el orden colonial) parece haber tenido también un im-pacto en las habilidades de recaudación de impuestos en el África Subsahariana.41 Una característica sobre-saliente en las economías africanas son las diferencias regionales en la distribución de las ganancias de los impuestos en el PIB respecto de países de África del Sur (Sudáfrica, Zimbabue, Botsuana, Namibia) que generalmente tienen niveles de recaudación y de es-fuerzo de impuestos más altos que pueden ser predi-chos sobre la base de sus ingresos per cápita.42 La ra-

41 Este párrafo se basa en una nota personal de Thandika Mkandawire (2005b).

42 La contribución de impuestos mide la relación entre el nivel real y potencial del régimen tributario, siendo el último el valor predicho de-rivado de la relación estadística entre el porcentaje de impuestos en el PIB y varias combinaciones de variables explicativas, incluidos usual-mente niveles de ingreso per cápita; el porcentaje de la agricultura, la

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zón de esta diferencia se debe a la mayor formalización del trabajo en el período colonial en las economías del África del Sur y Kenia, comparados con el resto del África Subsahariana. Los patrones de colonización produjeron arreglos institucionales y prácticas que han demostrado ser notablemente resistentes.

una agenda alternativa para investigar la capacidad del estado

La literatura sobre la falla estatal tiene dos corrientes. La primera visión es que un Estado fallido tiene un con-junto de estructuras institucionales que se apartan de la moderna burocracia de Weber. A grandes rasgos, la falla estatal es medida, desde esta perspectiva, como la distancia que hay desde un Estado fallido hasta la “mejor práctica”, es decir, las estructuras burocráticas en los países industrializados avanzados. Esta visión es la dominante entre las instituciones financieras inter-nacionales y los donantes. Los que están en mayor o menor grado a favor de la acción intervencionista apo-yan esta visión, aun cuando la visión liberal del Estado que enfatiza que la liberalización económica y la demo-cratización son las mejores políticas que deben imperar sobre las características negativas del Estado predatorio –incluida la extendida corrupción– representa la posi-ción mayoritaria entre los que diseñan las políticas y los donantes internacionales.43

El problema con esta posición, que puede llamarse la visión prerrequisito del desarrollo, es que hay poca evidencia de que la liberalización económica, la demo-cratización, la baja corrupción o incluso el Estado mo-derno según Weber hayan sido contribuciones (inputs) al desarrollo económico a largo plazo. Lo que es cierto es que el desarrollo económico mismo genera la capa-cidad fiscal de los Estados para fortalecer los derechos de propiedad y proveer bienes públicos. Desde una perspectiva histórica, un Estado moderno weberiano que funcione es más un producto del desarrollo que un aporte al mismo (Chang 2002). La segunda posición, las así llamadas teorías funcionalistas, argumentan que

industria y la manufactura en el producto interno bruto; el porcentaje de importaciones; y los niveles de urbanización. La contribución de impuestos es el residuo de la ecuación de cada país. Si es mayor que cero, entonces el nivel de la fijación de impuestos real del país excede la predicha, mientras que si cae más abajo, entonces el nivel de impues-tos es menor que su potencial.

43 Ver Paris (2004) para una crítica sobre la idea de que las liberalizacio-nes política y económica son apropiadas para la reconstrucción de las economías de posguerra.

es inútil medir el fracaso. En vez de esta posición, el análisis debería enfocarse en cómo se mantienen la acumulación de capital y la legitimidad política en el mundo real de la política clientelista y neopatrimonial que caracteriza a los Estados poscoloniales y/o débi-les. El problema con esta concepción es que la política neopatrimonial, el clientelismo, la corrupción y la vio-lencia hacen parte de todos los Estados de desarrollo tardío, particularmente en aquellos con bajos niveles de desarrollo. Entonces, mientras es útil para señalar cómo “funcionan” estos Estados, no nos es útil para ayudarnos a distinguir por qué algunos de estos Esta-dos han logrado desarrollarse más a través del tiempo, y por qué algunos tienen dificultades para mantener una apariencia básica de autoridad pública, dejando apar-te las características del desarrollo. Algunos Estados neopatrimoniales “funcionan” mejor que otros. Expli-car esta variación y cambio en la capacidad del Estado en el contexto del patrimonialismo representa un reto investigativo importante que la literatura del Estado fa-llido no ha logrado dirigir adecuadamente.

Incluso, los economistas neoliberales, tales como North et al. (2007), han desarrollado recientemente modelos que desafían la visión predominante del prerrequisito del desarrollo. Ahora ellos argumentan que los mode-los de construcción del Estado parten de dos supuestos que conducen a entender mal lo referente a cómo y por qué se forman los regímenes políticos. El primero es que en el modelo el Estado es visto como un solo actor. El segundo es que el Estado tiene el monopo-lio de la violencia. Ejemplos bien conocidos incluyen el modelo de Olson (1993) del “bandido estacionario” y el del “monarca maximizador de ingresos” de North (1981) y Levi (1988), como también las teorías estándar de búsqueda de rentas (Buchanan, Tollison y Tullock 1980). Siguiendo el pensamiento de Thomas Hobbes, plantean que un punto más realista donde empezar es suponer que la violencia potencial está extendida en toda la sociedad, en vez de estar concentrada. Es decir, tiene sentido explicar más que asumir que el Estado tie-ne el monopolio de la violencia. El establecimiento de poder político y de la paz en el modelo exige la creación de incentivos para que los grupos compitan por los re-cursos a través de mecanismos no violentos.

La solución principal a través de la historia para el pro-blema clásico de Hobbes de violencia endémica es la creación de lo que ellos llaman “órdenes de acceso li-mitado” (opuestos a los más raros órdenes de acceso abierto, que caracterizan a las economías de mercado avanzadas). El orden de acceso limitado crea límites

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al acceso a funciones políticas y económicas valiosas como una forma de generar rentas. La coalición domi-nante crea oportunidades y orden al limitar el acceso a recursos valiosos –tierra, trabajo y capital– o acceso y control de actividades valiosas –tales como hacer cumplir contratos, hacer cumplir los derechos de propiedad, co-mercio, culto y educación– para los grupos élite. Cuando individuos y grupos poderosos se convierten en agen-tes privilegiados con acceso a rentas cooperarán con la coalición en el poder. En efecto, los órdenes de acceso limitado crean un compromiso creíble entre las élites de que no van a pelear entre ellas. Por supuesto, el mante-nimiento de las rentas depende de la estabilidad de la coalición que esté en el poder. Por lo tanto, los órdenes de acceso limitado desarrollan la economía para crear rentas, como medios para resolver el problema de Hobbes de la violencia endémica y el desorden político.

El modelo de North et al. genera dos desafíos de in-vestigación importantes. El primero sería examinar la condición bajo la cual las coaliciones que proveen paz se vuelven frágiles y colapsan.44 Segundo, el modelo de North et al. no explica por qué los órdenes de acceso limitado (que los autores asumen como la forma de po-lítica relevante para todos los países en desarrollo) se ejecutan de manera tan diferente o por qué los mismos se ejecutan con tanta diferencia a lo largo del tiempo.

Una visión histórica más informada del problema de la capacidad del Estado aceptaría que los procesos de for-mación institucional y cambio en los países de desarrollo tardío son inherentemente conflictivos. Los desafíos de la tardanza han significado que los Estados tardíos han tenido que movilizar estratégicamente predis-posiciones de maneras selectivas. La realidad es que la transición al capitalismo en países atrasados no es algo que sucede en forma natural ni necesariamente es apoyada de manera considerable. El Estado de los países recién formados ha ayudado históricamente y acelerado la creación de una clase capitalista, en par-ticular en la industria, a través de la construcción intencionada.45 Este proceso de acumulación primitiva

44 Ver Snyder 2006, sobre la economía política de extracción de recursos conjunta para tal intento.

45 Casi todos los Estados que se han desarrollado tardíamente han usado una variedad de mecanismos para hacer posible un sector agrícola capitalista. Tales mecanismos incluyen protección a las importaciones, crédito subsidiado, concesiones de impuestos, ad-judicación de tierras, reforma agraria, manipulación de precios relativos, particularmente entre la agricultura y la industria, y la administración de la tasa de interés y de intercambio múltiple (ver Amsden 2001, sobre un estudio de los distintos mecanismos de sub-sidio en los países desarrollados tardíamente).

significa que el Estado está involucrado inherentemen-te en decisiones divisivas. Si se toman las decisiones de manera correcta, una clase de productores surgirá en los sectores líderes, que contribuirán en gran me-dida a la prosperidad general donde hay un desarrollo tardío. Pero a pesar de su productividad, aquellos que son los beneficiarios del apoyo del Estado generalmen-te se vuelven más ricos que el ciudadano promedio. No obstante, ningún Estado desarrollado en forma tardía puede ser neutral al responder a las demandas de todos los sectores de la sociedad, ya que la selectividad es una característica necesaria para mantener una estra-tegia de producción viable. En el contexto de recursos escasos, la selectividad es inherentemente conflictiva y política, debido a que hay muchos grupos que pueden de modo legítimo demandar la oportunidad de recibir subsidios del Estado, que un Estado en desarrollo tar-dío no puede auspiciar sin sacrificar la eficiencia o la inestabilidad fiscal.

El rol fundamental del Estado en procesos de acumula-ción primitiva también implica que la legitimidad de las políticas públicas estatales es potencialmente muy dis-cutible. Esta situación se debe a que hay amplias conse-cuencias distributivas, debido al patronazgo del Estado y los patrones de subsidio en las economías pobres, y a que lleva tiempo establecer la legitimidad de una inequi-dad de la propiedad de activos. La novedad en el proceso de creación de activos es una característica distintiva del primer estadio del capitalismo, o la acumulación primi-tiva. Además, la naturaleza subdesarrollada del mercado de capitales en países de desarrollo tardío46 significa que hay menos pluralismo en los mecanismos de acumula-ción para la financiación. El registro empírico también señala la concentración de propiedad y el predominio de unos pocos conglomerados privilegiados que controlan firmas relativamente grandes bajo la forma de los ne-gocios líderes en los países de desarrollo tardío exitosos (Chandler y Hikino 1997; Amsden 2001). Esto se debe a que las economías de escala son cruciales para el desa-rrollo de las firmas competitivas.

Comúnmente, el rol más grande del Estado en la acu-mulación financiera en general, y en especial en la in-dustrialización, implica que la acumulación primitiva y el desarrollo tardío son decididamente más políticos. De hecho, Weber se refirió a los primeros estadios del capitalismo como “capitalismo político”. Los niveles or-dinariamente altos de corrupción e inestabilidad polí-tica en los países de desarrollo tardío implican que los

46 Ver Gerschenkron 1962; Amsden 2001.

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mecanismos institucionales de resolución de conflictos en estos países están siempre bajo severa tensión y, por lo tanto, son potencialmente frágiles y vulnerables. La siguiente pregunta de investigación salta a la vista: ¿Cómo y por qué, bajo qué condiciones de desarrollo tardío, algunos Estados frágiles son capaces de responder en forma efectiva a la confrontación y el conflicto, mien-tras que otros colapsan ante el desafío?

Las luchas distributivas, hasta el punto en que ellas re-ducen la predictibilidad y el poder centralizado de la autoridad del Estado, elevan los costos de transacción y, por lo tanto, pueden tener un efecto claramente ne-gativo en el desempeño económico. Los mecanismos de control, selectividad y disciplina dentro del Estado son en sí mismos un conjunto de instituciones, que son, a su vez, una serie de procesos por los cuales los grupos e individuos negocian ventajas políticas y materiales. Como señaló Arrow (1974), el uso de la autoridad es en sí mismo un ejercicio de autoridad. Además, el uso efectivo de la autoridad es sostenido solamente cuan-do la autoridad centralizada expresa un mínimo nivel de legitimidad, o lo que Arrow ha llamado “expectati-vas convergentes” (p. 72). Que una importante fuente de legitimidad de la autoridad central dependa de una aceptación pasiva amplia, o dependa de expectativas convergentes, supone su naturaleza frágil (Arrow 1974). La fragilidad de la autoridad del Estado central es in-cluso más problemática en el contexto de procesos de acumulación primitiva.

El proceso de la formación del Estado ha coincidido con los desafíos e imperativos del desarrollo tardío y la acu-mulación primitiva. Desde esta perspectiva, todos los países de ingreso bajo tienen Estados frágiles. El rápi-do desarrollo de Estados que incluso han permaneci-do estables por largo tiempo, tales como Indonesia o Venezuela, recientemente, demuestra la fragilidad sub-yacente de la formación del Estado en el contexto del subdesarrollo. El proceso de la formación del Estado coincide con los procesos de la acumulación primitiva, la utilización de la renta patrimonial y el predominio de mecanismos no formales/ilegales de influenciar al Estado. Todos los países de desarrollo tardío, particu-larmente los Estados frágiles, se caracterizan por un gobierno patrimonial; por ello, debemos establecer por qué algunos patrones de confrontación a lo largo de las dimensiones económicas, políticas, de seguridad y ad-ministrativas generan crisis y colapsan en algunos casos y no en otros, y por qué algunos procesos generan guerra y colapso del Estado en algunos contextos y no en otros. También es imperativo entender por qué y cómo algu-

nos Estados manejan conflictos de forma no violenta y legítima, mientras que otros Estados enfrentan desa-fíos militares a sus gobiernos. Para hacerlo, es esencial examinar cómo interactúan las decisiones y procesos políticos y económicos, por medio de los análisis histó-ricos de la economía política. Más específicamente, la economía política explora la producción y distribución del poder y la riqueza, y cómo y por qué los procesos de confrontación económica y política apoyan o debilitan la formación y cambio de los derechos de propiedad y las instituciones subyacentes al (primitivo) proceso de acumulación. Hay varios lentes con los que desplega-mos nuestro análisis de la economía política del conflic-to en los países de desarrollo tardío.

“multiplicidad institucional”Un concepto útil es la multiplicidad institucional, don-de los individuos y organizaciones, al parecer, operan frecuente y simultáneamente en múltiples sistemas ins-titucionales, regidos por conjuntos muy diferentes de incentivos. La multiplicidad institucional es una situa-ción en la cual conjuntos diferentes de reglas de juego, con frecuencia contradictorias, coexisten en el mismo territorio, poniendo a los agentes económicos y a los ciudadanos en situaciones complejas, con frecuencia difíciles de resolver, pero al mismo tiempo ofreciéndo-les la posibilidad de cambiar en forma estratégica de un universo institucional a otro. De manera habitual, las intervenciones de la comunidad internacional simple-mente añaden una nueva capa de reglas, sin volverse preponderante sobre las otras. En tales situaciones, la economía política convencional de la modernización del Estado –la cual sugiere que si el Estado establece un conjunto apropiado de incentivos y envía las señales correctas, los agentes económicos y políticos tienden a acomodarse– es claramente insuficiente.47

En cuanto al Estado, los acuerdos institucionales abar-can reglas tanto formales como informales que rigen la conducta de aquellos que ocupan posiciones dentro del Estado y aquellos actores no estatales cooptados/con-tratados por el Estado, o los rivales del mismo, en lo relacionado con llevar a cabo las funciones adscritas al Estado. Las constituciones y las leyes son instituciones formales que afectan todos los subsistemas del Estado, y cada subsistema tiene acuerdos institucionales significa-tivamente importantes para nuestro marco analítico: segu-ridad (mezcla de provisiones públicas y privadas, códigos

47 Ver Hesselbein, Golooba-Mutebi y Putzel 2006, para una aplicación de este principio.

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de ética que rigen las fuerzas armadas y la policía, doc-trinas de seguridad, etcétera); administrativos (proce-dimientos para nombramientos/promociones, mezclas de provisiones públicas-privadas, autoridades descen-tralizadas-centralizadas, regulaciones que gobiernan los impuestos y poderes otorgados); legales (patrones de nombramiento judicial, estructuras jerárquicas de toma de decisiones, mezcla de autoridades judiciales liberales modernas y “tradicionales”, etcétera); políticos (divisiones de las autoridades judiciales, legislativas y ejecutivas, métodos de obtener cargos, regulación de or-ganizaciones que pueden competir por nombramientos oficiales, etcétera). Los actores no estatales siempre son afectados por los acuerdos gubernamentales institucio-nales formales e informales que rigen la conducta de los actores estatales, pero pueden haber creado acuer-dos institucionales formales y no formales diferentes a los del Estado. Los tigres tamiles en Sri Lanka tienen sus propios acuerdos legales/constitucionales en los te-rritorios que dominan; las pandillas urbanas tienen sus códigos de ética y justicia, como también lo hace el po-der regional fragmentado en la República Democrática del Congo.

“la capacidad (capacity) y la habilidad (capability) del estado”

Al analizar el desempeño de los subsistemas del Estado en medio de rivales no estatales, es importante exami-nar la evolución de la capacidad (capacity): las habilida-des y destrezas del personal y la cultura organizacional dentro de los subsistemas del Estado. Las habilidades de los rivales no estatales son importantes también, inclui-das su habilidad para ganar apoyo popular y hasta su presencia territorial. En cuanto a sus habilidades, hay factores importantes que siempre necesitan tenerse en cuenta, incluso la calidad de liderazgo y las estrategias de desarrollo adoptadas. Mientras que la capacidad está influenciada por factores dependientes de procesos pre-vios, los Estados en vía de desarrollo de Asia del Noreste y los seguidores en Asia del Sureste suministran amplia evidencia de que la capacidad se crea también por me-dio de decisiones políticas y acción.

“inFluencia” o rentismo

Es útil considerar que en las economías pobres de pos-guerra hay múltiples mecanismos que vinculan al Estado y la sociedad. Al adaptar las ideas de la sociología econó-mica de Weber, hay varios mecanismos participantes a través de los cuales ocurren actividades de influencia o de rentismo. Las primeras son actividades de influencia

legal e institucional, las cuales son las formas dominantes de búsqueda de rentas en las economías avanzadas y las formas menos desarrolladas en economías pobres. Las cá-maras de comercio y los sindicatos de trabajadores que representan una pequeña parte de la población y los par-tidos políticos están siempre más divididos en facciones y son más inestables cuando la economía está menos desa-rrollada. En contraste, los grupos de cabildeo, los partidos políticos, los sindicatos de trabajadores y las contribucio-nes de campañas legales a los partidos de parte de los grupos de negocios son formas bien establecidas de bús-queda de rentas institucionalizadas o de influencia en los países más ricos. El segundo mecanismo para influenciar al Estado comprende redes patrón-cliente informales, que son una característica fundamental en muchas econo-mías pobres. Tal clientelismo es un sustituto del Estado de bienestar, el cual es con frecuencia inadecuado para enfrentar las demandas de bienestar de amplias partes de la población.48 En tercer lugar, y estrechamente relacio-nado con el segundo, están las formas ilegales de búsque-da de rentas o corrupción. En ausencia de mecanismos institucionalizados viables para influenciar al Estado, la corrupción (el clientelismo) se convierte en una forma de influenciar las economías menos desarrolladas. Cuando uno o más de los tres mecanismos anteriores fallan en suministrar oportunidades para influenciar a los actores políticos, la violencia política representa el cuarto camino para influenciar, capturar o usurpar el Estado.

Es posible considerar estos cuatro mecanismos de in-fluencia como sustitutos funcionales que operan en ma-yor extensión bajo diversas etapas de desarrollo y bajo diferentes acuerdos políticos.49 Un componente impor-tante de la investigación en Estados frágiles supone con-siderar las relaciones entre formas alternas de influenciar y capturar el Estado y los mecanismos mediante los cua-les el declive en estas tres primeras formas de influencia contribuye al aumento de la violencia política y a la re-ducción de la legitimidad estatal. En cambio, es central examinar por qué la violencia política genera colapso es-tatal en algunos contextos, y en otros no.

48 Es importante, por lo tanto, entender que la estabilidad política interna en los países pobres de desarrollo tardío no se mantiene primariamente a través de la política fiscal, sino a través de convenios muy selectivos y con presupuestos no oficiales de facciones y coaliciones organizadas basados en las líneas patrón-cliente. Las características comunes de este tipo de políticas se han descrito como patrimonialismo, clientelis-mo, política de cliente-patrón y política de facciones. Las característi-cas comunes incluyen la personalización del sistema político por líde-res de la facción y la organización de políticas, como la competencia entre las facciones. Ver Khan (2005).

49 Ver A. Gerschenkron (1962).

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análisis de coaliciones

El surgimiento de la violencia política es una condición necesaria (pero no suficiente) para que el Estado colapse. La razón es que puede haber una coalición significativa-mente poderosa de partidarios que se beneficiarían de los mecanismos formales e informales para influenciar el Es-tado. Para explicar por qué la violencia política trasciende colapsos del Estado, emplearemos análisis de coaliciones, prestando atención a las constelaciones cambiantes de poder que sostienen acuerdos institucionales formales e informales que gobiernan el ejercicio de formas diferen-tes de autoridad en la sociedad. Nos interesan las formas por las cuales las coaliciones de poder cambiantes con-tribuyen al colapso, se forjan con el fin de prevenirlo y surgen como resultado del colapso del Estado y la guerra.

Los análisis de coaliciones nos permitirán superar las limitaciones de las explicaciones puramente estructura-les y basadas en los actores del fracaso y el colapso. Los planteamientos estructurales examinan las condiciones más sobresalientes del colapso del Estado, pero no ex-plican cómo y por qué fracasa un Estado en un país particular. Los argumentos basados en los organismos enfatizan en el papel que desempeñan las políticas em-pleadas por el líder de gobierno en su contribución a la construcción del Estado o al colapso, pero no explican por qué dichas políticas perduran.

Las coaliciones políticas, sugiere Yashar (1997), sirven como un lente analítico para evaluar las formas en que las estructuras condicionan las opciones políticas y el futuro al que aspiran los actores. Las coaliciones son definidas como alianzas entre actores y grupos socia-les. Suministran el marco organizacional para delinear quién toma partido por quien, contra quien y sobre qué. Las coaliciones unen grupos y organizaciones con objetivos heterogéneos que desean sacrificarse por obje-tivos colectivos o intermedios. Las coaliciones son los nexos en los cuales las estructuras y los organismos se encuentran y modifican las opciones de los individuos y las capacidades para comprometer el cambio. La inves-tigación futura podría analizar cuáles condiciones gene-ran coaliciones que son el origen de la violencia política y del colapso del Estado y cuáles condiciones generan coaliciones que originan violencia política sin conducir al colapso del Estado. Además, el análisis de coalicio-nes documentaría las razones por las que las políticas de reconstrucción no sólo fueron iniciadas, sino que en algunos casos perduran.

Otra razón importante para incorporar el análisis de coaliciones es que el Estado mismo es un agente de las

coaliciones. En oposición a las visiones técnicas que ven el Estado como un simple conjunto de institucio-nes con atributos funcionales, el Estado es una relación social. A pesar del tipo de régimen, los líderes estatales requieren apoyo social, y, por lo tanto, el Estado y las reglas institucionales que éste cree y las sanciones son el resultado de soluciones negociadas previas, o acuer-dos entre fuerzas políticas relevantes. Es necesario, por lo tanto, identificar la naturaleza de las coaliciones y las facciones subyacentes al Estado para poder entender la racionalidad histórica de las políticas estatales, y en particular, la razón por la cual se reproduce cierta distri-bución de activos y patronazgo.

activación de Fronteras y divisibilidad

La naturaleza de las coaliciones subyacentes al apoyo del Estado (particularmente, el punto hasta el cual estas coaliciones sobreviven a través de la activación y man-tenimiento de las fronteras) determina hasta dónde son más indivisibles los conflictos sociales, económicos y políticos. La creación y activación de las fronteras con-tribuyen a la intensificación de los conflictos políticos y la violencia.50

Un componente importante para identificar la naturale-za de las coaliciones es examinar el punto hasta el cual éstas fusionan grupos heterogéneos con conflictos de interés (y, por tanto, menos susceptibles a entrar en ne-gociaciones pacíficas), como opuesto a una estructura política en la cual los actores colectivos están altamente concentrados y, por tanto, son menos tolerantes a po-líticas que los desfavorecen. La política basada en los grupos raciales, las regiones o la religión probablemente está relacionada con la última categoría.

Los conflictos basados en una identidad limitada tienden a las luchas “todo o nada” por una participación indivisi-ble –control del Estado y el patronazgo del mismo, la tie-rra y otros recursos valiosos y los derechos asociados con ellos–. La divisibilidad se refiere al punto hasta el cual un conflicto por un derecho es una cuestión de “más o me-nos” (tal como en la lucha entre trabajo y capital), como opuesta a “todo o nada”. Cuando las coaliciones políticas se organizan alrededor de aspectos regionales, étnicos u otros de identidad, la distribución de activos y recursos tiende a ser más indivisible. Como Hirschman y Wood plantean, cuanto mayor sea la indivisibilidad de distribu-ción de activos y el patronazgo del Estado, mayor será la intensidad de los conflictos asociados con los derechos a

50 Ver Tilly (2003).

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estos flujos de ingresos. A su vez, cuanto mayor sea la in-tensidad de un conflicto, mayor es la probabilidad de que tales conflictos se resuelvan violentamente, en oposición al uso de medios no violentos.51

Además, como argumenta Wood, en el punto en el cual los conflictos involucran beneficios divisibles y las par-tes en contienda son económicamente interdependientes (como en las luchas entre capital y trabajo), mayor es la probabilidad de que sea posible un ámbito de acuer-dos aceptables.52 En tales casos donde los principales antagonistas son económicamente interdependientes –como en Sudáfrica y El Salvador–, el cese de la vio-lencia y otras formas de relación hostiles (huelgas labo-rales, fuga de capitales) promete beneficios potenciales sustanciales a ambas partes, suficientes para crear una base estructural que genere compromisos que se reafir-men a sí mismos. Es más probable que la paz perdure si hay un interés material de ambas partes por negociar en el conflicto. Por ejemplo, al afrontar una crisis de VIH/SIDA, la adopción de medidas exitosas para enfrentar la epidemia puede ofrecer beneficios en términos de bien público. En el caso de la indivisibilidad de lo que está en juego, el compromiso es más difícil porque ninguna de las partes cree que el resultado sea adecuado, a menos que pueda controlar todo lo que está en juego.

Hay dos implicaciones importantes de la discusión anterior para examinar la reconstrucción de la posguerra. Pri-mera, la economía política del conflicto es fundamental para entender los prospectos de la construcción de la paz. En particular, un examen de la estructura económica subyacente al conflicto es crucial para entender la ex-tensión en la cual hay interdependencia entre los an-tagonistas. Segunda, en las situaciones en donde los conflictos se basan en asuntos indivisibles, puede ser necesario inyectar recursos significativos a los grupos en contienda para mantener la legitimidad política y la es-tabilidad. Las inyecciones insuficientes de recursos de parte de los donantes pueden convertirse en el combate de un gran fuego con pocas mangueras.

patrones de patronazgo y resistencia estatal

Hay una literatura dispersa que ha estudiado los efectos que los patrones de patronazgo y la corrupción tienen en los resultados políticos y económicos. La idea en esta literatura no es plantear que el orden político se mantie-

51 Ver Hirschman (1995) y Wood (2000).52 Wood (2000).

ne a través de nociones liberales de buen gobierno, sino entender cómo y por qué los procesos de corrupción y clientelismo tienen diferentes resultados. Dada la poca disponibilidad de recursos, la base de impuestos limi-tada y la lucha política alrededor de los valiosos pero escasos recursos, la corrupción y el clientelismo son características de todos los países menos desarrollados (Khan 2005; North et al. 2007).

En la literatura económica, Shleifer y Vishny (1993) expresan que el grado de descentralización de las ins-tituciones del Estado tiene efectos importantes hasta el punto en el cual las transacciones corruptas afectan el crecimiento económico. En este modelo, el soborno tiene un efecto menos negativo en el desarrollo cuando las instituciones del Estado están centralizadas, en oposi-ción a las fragmentadas. La razón es que una estructura de Estado más centralizada permite al poder ejecutivo coordinar la aceptación de los sobornos y, por lo tanto, limita el tamaño de los mismos, para evitar la obstrucción de la actividad económica. En Estados más fragmenta-dos, donde organismos múltiples reciben sobornos in-dependientemente, surge un problema: el “dilema del prisionero”, ya que cada organismo toma la cantidad de licencias/favores del Estado suministradas por otros or-ganismos como recibidos, mientras logra maximizar su propia recolección de sobornos. Como resultado, el ni-vel de sobornos para cada organismo estatal individual se sitúa a tan alto nivel que la demanda de licencias y regulaciones estatales disminuye, lo cual reduce la ac-tividad económica. El modelo puede ayudar a explicar por qué organismos estatales centralizados, tal como en Corea del Sur, tenían formas menos dañinas de corrup-ción que, por decir algo, en Estados más fragmentados de Asia del Sur o en algunos países del África Subsaharia-na, como en Zaire/República Democrática del Congo o Nigeria.53 Otro efecto benéfico de la corrupción/patro-nazgo centralizado (no discutido por Shleifer y Vishny) es que la predicción de los contratos puede ser más alta que en los sistemas de Estado fragmentados. Esto por-que el fortalecimiento de los contratos es probablemen-te más alto en el sistema centralizado, en oposición al sistema fragmentado.

La “teoría del bandido” de Olson (1993) ofrece un estudio similar de las ventajas del gobierno centralizado. En este modelo, un líder que tiene un horizonte de largo plazo, lo que él llama “bandido estacionario”, tiene el incentivo de

53 Ver Khan 2000b, sobre una crítica del modelo de Shleifer y Vishny, y en particular lo inapropiado de la visión del juego del soborno como un caso único o como un proceso estático.

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maximizar la tasa de crecimiento económico, ya que esto maximizará la acumulación de recursos para el Estado en el largo plazo. Es decir, los bandidos estacionarios tie-nen un interés “abarcador” en la promoción del desarro-llo económico. Esto contrasta con el “bandido errante”, donde hay “señores de la guerra” regionales compitiendo, o donde el mantenimiento del poder ejecutivo es frágil. En este caso, los líderes que tienen un horizonte de corto plazo saquean la economía tan rápido como pueden, pro-duciendo efectos negativos obvios para la actividad eco-nómica. De nuevo, este modelo puede ayudar a explicar por qué el desarrollo económico exitoso ha ocurrido bajo algunos tipos de gobiernos autoritarios.

La debilidad de ambos modelos es que no explican por qué algunos Estados centralizados han producido horri-bles resultados negativos como el genocidio (Alemania nazi) y los politicidios (la Camboya de Pol Pot, la Unión Soviética de Stalin). Tampoco se explica por qué el go-bierno centralizado de partido único, como en Tanzania y Zambia, ha creado políticas económicas disfunciona-les por largos períodos. Es imposible evaluar la motiva-ción de los líderes sin incorporar la ideología política y la base de apoyo del mandato centralizado. Un factor que parece central para el entendimiento del comporta-miento de los gobernantes es el punto hasta el cual las acciones predatorias son efectivamente disuadidas por miembros de la misma coalición de gobierno, un punto al que me referiré más abajo.

Igualmente importante es que estos modelos no expli-can por qué algunos regímenes autoritarios son sustancial-mente más pro-pobres, o socialmente más incluyentes en términos de política que otros. Por ejemplo, en su mayoría los casos de grandes reformas agrarias se han dado completamente en regímenes no democráticos (Corea del Sur, Cuba, Europa del Este, la Unión Sovié-tica y China). El papel de la reforma agraria en la pro-moción de una distribución más igualitaria del ingreso se ha considerado esencial para contribuir a la legitimi-dad política y la estabilidad, y, por consiguiente, explica el surgimiento de Estados desarrollistas en Escandina-via (Bloomström y Meller 1991) y en las economías de Asia del Este (Putzel 1992; Kohli 1999). Aquí surgen dos puntos importantes. El primero es que, contrario a los partidarios del buen gobierno, hay poca evidencia de que las elecciones democráticas competitivas produz-can cambios institucionales pro-pobres de gran escala.54

54 En Latinoamérica, por ejemplo, la consolidación de la democracia no ha producido reformas agrarias significativas ni ha habido mayores cambios en la distribución del ingreso, en un continente donde la distribución del

Segundo, sin tener en cuenta las motivaciones ideológi-cas de los líderes y sin examinar la forma como se cons-truye la legitimidad, es difícil evaluar la posición de la política (policy) de un “bandido estacionario”/régimen autoritario. La resistencia de los Estados (bien sea bajo gobiernos autoritarios o democráticos) depende, segu-ramente, del ámbito en el cual el Estado pueda tener autoridad, es decir, depende del ámbito en el cual el Es-tado al menos se percibe pasivamente como legítimo.55

En la literatura de ciencia política hay una tendencia a modelar los “regímenes políticos africanos”, monolítica-mente, como Estados disfuncionales donde predominan la corrupción, el clientelismo y el gobierno patrimonial. Los ejemplos incluirían las caracterizaciones simples de los sistemas políticos como “gobierno personal” (Jackson y Rosberg 1982; Sandbrook 1985), como “políticas del vientre” (Bayart 1989), como políticas del caos (Kaplan 1994) o como el “desorden como instrumento políti-co” (Chabal y Daloz 1999). Sin embargo, como Allen (1995) señala, una lectura de la historia política de Áfri-ca revela una mayor variación y un mayor cambio en la naturaleza de los sistemas políticos africanos.

Desafiados por la descolonización frecuentemente rá-pida y por intensos enfrentamientos de clase, regiona-les y étnicos, los líderes africanos buscaron alcanzar de dos maneras orden político y competencia electoral, por medio de la construcción de vínculos patrón-cliente: a) la dependencia de individuos que tienen considerable número de seguidores locales, o b) el uso de políticas de patronazgo para unir a los personajes locales con los partidos políticos emergentes y a los votantes locales con los candidatos apoyados por tales partidos (Allen 1995, 304). Estas estrategias poscoloniales iniciales animaron la existencia significativa de facciones dentro de los movimientos políticos y condujeron a crisis en los gobiernos en todo el continente a finales de los años sesenta. La solución de estas crisis en el orden político y en la gobernabilidad tuvo dos tipos de respuestas en

ingreso y los activos es la más desigual de cualquier región de países en desarrollo (Inter-American Development Bank 1998).

55 North (1981, 53) apunta que “los costos de mantenimiento de un orden existente están inversamente relacionados con la legitimidad percibi-da del sistema existente. Si los participantes creen que el sistema es justo, los costos de aplicar las normas y los derechos de propiedad son inmensamente reducidos, por el simple hecho de que los individuos no desobedecerán las normas ni violarán los derechos de propiedad, inclu-so si un cálculo privado de costo/beneficio demostrara que tal decisión es valiosa”. Varios autores han acentuado la importancia del límite de la protesta contra la autoridad como una característica fundamental de la legitimidad. Simon (1991) se refiere a este límite como “docilidad”; Putzel (1995), como “aceptación pasiva”; Levi (1988), como “cuasi con-formidad pasiva”.

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cuanto a la reorganización política. Ambas incluyeron el mantenimiento de las prácticas patrimonialistas y el clientelismo. Sin embargo, Allen expresa que en el contexto africano el patrimonialismo se transformó en dos grandes categorías: 1) sistemas patrimonialistas centralizados burocráticamente (tales como Tanzania, Zambia); y 2) los más fragmentados, “sistemas averiados” (Zaire/República Democrática del Congo, Nigeria). La primera categoría involucra la centralización del poder en el Ejecutivo (donde la institución dominante en Es-tados de partido único era la Presidencia, con fuerte apoyo del vínculo del partido). La última incluye un gobierno presidencial más limitado y personalista sin extenso apoyo del partido político y la implementación de las estrategias “divide y reinarás” para acomodar más selectivamente los intereses étnicos y regionales. Esta última estrategia genera una distribución de recursos del tipo “el ganador toma todo”. De esta manera, una diferencia básica entre estos dos tipos de gobierno es que el primero es más institucionalizado e incluyente en la distribución del patronazgo que el último, que es-taba basado en patrones de distribución más personales y más selectivos (o exclusivos). Además, Allen plantea que en el primero hay más probabilidad de ser más esta-bles y menos violentos. Una línea de investigación fruc-tífera es entender la política subyacente a la habilidad de algunos Estados africanos para centralizar y burocra-tizar el poder en el Ejecutivo.

Una línea de investigación que vale la pena explorar consiste en averiguar sistemáticamente el punto hasta el cual el patronazgo centralizado (y la corrupción) con-tribuye a la resistencia estatal, asumido como la habili-dad de los Estados/regímenes para resistir y/o impedir desafíos políticos violentos, y de gran escala, a la auto-ridad central. Es importante considerar la resistencia del Estado como un logro en un continente arrasado por las guerras civiles y sujeto a una caída económica severa. Más aún, la habilidad del Estado para funcionar y no colapsar, al experimentar un desempeño económico po-bre (Tanzania, Zambia, en los años setenta y ochenta), o incluso cuando se enfrentan desafíos políticos violentos (como en Mozambique y Colombia), puede ser funda-mental para entender las perspectivas de posguerra y/o la reconstrucción económica posterior a una depresión. Un reto clave para la investigación es establecer el cri-terio para determinar el grado de centralización en un régimen político.

En el contexto del África Subsahariana, o en realidad en muchos otros contextos de países en desarrollo, el man-tenimiento del orden político necesita ser distinguido

de la capacidad de desarrollo del Estado. La capacidad del Estado claramente no es monolítica. La evidencia histórica sugiere que la capacidad del Estado varía sus-tancialmente de una función y un sector a otro dentro de un mismo régimen político. Hay numerosos ejemplos de esto. La capacidad de recaudación de impuestos en Sudáfrica es mucho más grande que su habilidad para asumir la política pública industrial y/o para enfrentar el VIH/SIDA. Las instituciones democráticas de Botsuana están entre las más robustas en el mundo en desarro-llo, pero han sido bastante ineficaces para controlar el VIH/SIDA. Brasil tiene uno de los niveles más altos de ingresos en impuestos, pero es incapaz (políticamen-te) de recaudar un ingreso personal y un impuesto de propiedad. La política industrial de Brasil es también muy desigual: triunfa en la industria automotriz y de aeronaves, mientras que otros sectores han tenido me-nos éxito. El Estado colombiano es reconocido por te-ner la mejor administración en macroeconomía, pero tiene uno de los menores ingresos en Latinoamérica y ha sido incapaz de contener por décadas la violen-cia política paramilitar y de la guerrilla. Venezuela ha mantenido un sistema democrático estable por largo tiempo, pero ha sido incapaz de promover la diversi-ficación en las exportaciones. Tanzania y Zambia han tenido relativamente registros pobres en el desempeño económico, pero han sido capaces de impedir la violen-cia política de gran escala, al contrario de sus vecinos. Esta variación en la capacidad no ha sido elegida por medidas agregadas, y nuestra comprensión de por qué la capacidad varía tanto dentro de los regímenes polí-ticos es limitada. Los análisis históricos detallados de las coaliciones políticas y convenios que sostienen las capacidades específicas del Estado son esenciales para aumentar nuestra comprensión de la capacidad del Es-tado dentro de un régimen político. Indagar bajo qué condiciones el logro de la resistencia estatal dificulta o facilita el desarrollo económico es un área importante de investigación.

Una segunda línea de investigación sería establecer cómo se mantienen un gobierno centralizado y el pa-tronazgo. Aquí, un examen superficial de los sistemas de gobierno relativamente pacíficos (Tanzania, Zambia) y de aquellos donde el Estado sobrevivió, incluso du-rante la guerra civil (Mozambique, Colombia), sugiere que la construcción de las organizaciones políticas, par-ticularmente los partidos políticos, ha sido fundamental en el suministro de los mecanismos institucionales de distribución de patronazgo a las élites regionales y a las circunscripciones políticas importantes, de forma que a la vez impiden los desafíos a la autoridad y/o mantienen

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la cohesión de la coalición gobernante. En los casos de Sudáfrica, Botsuana y Mauricio, se puede establecer una mayor evidencia de la importancia de la organiza-ción de partidos políticos y el patronazgo centralizado para mantener la capacidad de resistencia del Estado. Todos estos países tienen partidos nacionales centraliza-dos fuertes. Uganda, bajo Museveni, sería otro ejemplo de la construcción del patronazgo centralizado respaldado por una organización política fuerte. Más allá del con-texto africano, hay literatura sustancial sobre el papel que han desempeñado los pactos de partidos políticos para mantener transiciones pacíficas a la democracia en países menos desarrollados (Burton y Higley 1998). Además, esta línea de investigación nos ayudará a es-tablecer por qué “las inequidades horizontales” se han vuelto más sobresalientes políticamente en algunos contextos, en oposición a otros.

Otro mecanismo importante por investigar es el papel que han desempeñado las estrategias económicas na-cionales de los partidos gobernantes al construir un sentido de nacionalismo y al integrar dentro del Es-tado a las élites y a los productores agrícolas de baja escala. En Tanzania, el desarrollo del sistema ujaama, el cual se consideraba definitivamente como un fraca-so en la colectivización forzada de la agricultura, logró alcanzar la integración de pequeños minifundistas al Estado, de manera que contribuyó a la unidad nacio-nal. El desarrollo de la Federación de Cafeteros de Colombia fue fundamental en la construcción de la integración de la economía nacional y suministró el medio institucional a partir del cual las élites regio-nales y los pequeños agricultores formaron vínculos duraderos con el Estado.

Es importante señalar que la presencia de partidos na-cionales fuertes necesariamente se convierte en políti-ca de competencia partidista. Muchos de estos países pueden caracterizarse como gobiernos de partido úni-co. Esta situación desafía muchas nociones de buen gobierno, que plantean que la reconstrucción del Es-tado necesita estar basada en una política de gobierno electoral competitiva.56 Lo que parece importar para la construcción de Estados resistentes es la institucionali-zación del gobierno centralizado. Los partidos políticos suministran un punto potencialmente focal en el cual es posible organizar la inclusión de grupos adversos, y hacerlo de manera tal que no se desencadene la acti-

56 Ver Snyder (2000) y Paris (2004), para un estudio sobre cómo las elec-ciones competitivas pueden generar inestabilidad política en el contex-to del subdesarrollo.

vación de límites (étnicos, religiosos, lingüísticos) que puede desarrollar la política multipartidista, en el con-texto de escasez de recursos y de estructuras de grupos de interés subdesarrolladas (Snyder 2000).

Una tercera línea de investigación sería explicar por qué el patronazgo y el Gobierno contribuyen a la resis-tencia del Estado. Esto supone el desarrollo de algunas propuestas básicas. Basados en los estudios de Olson, Allen y Shleifer y Vishny, se pueden adelantar las si-guientes proposiciones:

1. El patronazgo centralizado y el Gobierno permiten al Ejecutivo tener un interés globalizante en el mante-nimiento de la estabilidad política. Así, los intereses de la mayoría de las élites regionales y étnicas serán probablemente acomodados en la distribución de un patronazgo limitado. Es también probable que el desarrollo de coaliciones interétnicas impida el des-pliegue de desigualdades horizontales que puedan contribuir a la violencia política.

2. El gobierno y el patronazgo centralizado basados en el apoyo de una organización política nacional bien desarrollada limitarán la extensión en la cual el Ejecutivo se comprometa en acciones predatorias e incluso violentas. El surgimiento de un gobierno centralizado basado en la construcción de una orga-nización política significa que el gobierno legítimo se basa en premiar a las élites y facciones más podero-sas (North et al. 2007). Este patronazgo puede tomar varias formas, incluso, la aprobación de los derechos sobre la tierra, los derechos sobre recursos valiosos, el empleo estatal, el crédito barato, las licencias de importación, los subsidios a la exportación, y más. Entonces, el desarrollo de organizaciones políticas nacionales crea los incentivos para que los líderes formen coaliciones duraderas y se comprometan de manera creíble a proteger los derechos/títulos de las élites poderosas. Además, el desarrollo de un partido nacional probablemente no es posible sin la cons-trucción de una coalición de diversas élites étnicas, religiosas y regionales (patrones regionales) y sus clientes. Probablemente, así se evitan las desigual-dades horizontales entre las élites étnicas y religio-sas pero no se tiene en cuenta a la sociedad y sus clases dentro de las regiones y grupos étnicos. El punto aquí es que la construcción del capitalismo a través de la acumulación primitiva es injusta, brutal y conflictiva, pero necesitamos explicar por qué tales procesos generan resistencia estatal en algunos con-textos y no en otros.

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En resumen, una variable clave en la prevención de un gobierno predatorio/violento es la existencia de una coalición de miembros que ofrezca algún elemento disuasivo para que los gobernantes no re-tiren el apoyo a los derechos/títulos de propiedad. Al mismo tiempo, la inclusión de las élites poderosas en la división del patronazgo estatal impide a di-chas élites desafiar al gobierno del Estado a través de medios violentos, u otros. Lo que necesitamos enfrentar ahora es por qué algunas estructuras de patronazgo y de derecho, que pueden generar ór-denes políticos, también pueden crear crecimiento económico rápido y desarrollo en algunos contex-tos, y no en otros (tales como Botsuana, en oposi-ción a Zambia).

3. El patronazgo y el gobierno centralizados, junto con organizaciones políticas desarrolladas, son más pro-pensos a crear fuerzas militares unificadas y leales. Esto es consecuencia de la segunda proposición. Si la mayoría de las élites poderosas recibe su partici-pación de las rentas económicas dentro de la estruc-tura del partido gobernante, es menos probable que las élites se movilicen y prometan futuros beneficios a las facciones militares para que se rebelen.

Los sistemas de patronazgo fragmentados o los ca-sos donde los gobernantes sobreviven debido a la táctica “dividir y reinar” ofrecen mayor probabilidad de activar las fronteras étnicas y regionales, las cua-les ocasionarían probablemente mayores oposicio-nes. Esta situación crearía motivación en las élites excluidas para rebelarse, lo que finalmente debilita el derecho a la seguridad efectiva de aquellos pocos privilegiados dueños del régimen. Los sistemas frag-mentados también tienen más probabilidad de re-novación fluida de los puestos ministeriales (lo cual es un peldaño para acceder a privilegios) y enfrentan más desafíos militares a la autoridad del Estado. Es bien conocido, por ejemplo, que Mobutu, en Zaire, creó múltiples organizaciones militares y paramilita-res para desviar la atención frente a los desafíos que sufría su gobierno. Estas proposiciones, por supues-to, deben probarse.

4. El patronazgo y el gobierno centralizados con organi-zaciones políticas desarrolladas no impiden que suce-dan peleas entre las facciones dentro de la coalición de gobierno, pero crean un contexto institucional donde se puede negociar y limitar la posibilidad de desafíos de gran escala a la autoridad del Gobier-no. Si una facción o élite está descontenta en algún

momento con su participación en los recursos del Estado, el rebelarse resulta costoso. Hay varias razo-nes. Primera, es difícil organizar un desafío violento frente a unas fuerzas militares unificadas. Segunda, mientras una coalición permanezca intacta por largo tiempo, el apoyo estatal hacia el régimen probable-mente no perderá fuerzas enfrentando a unos pocos desertores. Tercera, el costo económico de salir de la coalición es alto, ya que la coalición gobernante en los sistemas centralizados controla el acceso a los activos más valiosos. En resumen, los beneficios netos de retirarse (“el único juego en el lugar”) son costosos en términos económicos y políticos.

Como se estableció en la proposición 3, las motiva-ciones y los beneficios netos de desafiar al Estado pueden ser más altos en un sistema de patronazgo fragmentado, donde reinan las estrategias de “divide y reinarás”, la seguridad es débil y la confrontación alrededor de los derechos tiende a ser más violenta.

5. Finalmente, el patronazgo y el gobierno centraliza-dos tienen mayor probabilidad de administrar los choques económicos adversos y las crisis, de manera que no se genere un fracaso. Hay varias razones para esto. Puesto que la coalición de gobierno represen-ta un interés más global que en sistemas patronales fragmentados, existen tanto la capacidad de acción colectiva como los incentivos para que los líderes de la coalición de gobierno reduzcan cualquier descen-so en los recursos patronales de alguna manera re-lativamente equitativa. En el sistema de patronazgo fragmentado no existen tales mecanismos institucio-nales para distribuir el descenso en el patronazgo. La reducción en los recursos del patronazgo hace las estrategias de “divide y reinarás” más difíciles, ya que hay menos recursos para sacar de la compe-tencia a las facciones. Además, dada la naturaleza fragmentada del cuerpo militar en tales sistemas, los descensos en las fortunas económicas probable-mente creen motivaciones en las facciones militares para que actúen de manera oportuna y fomenten la rebelión. Los mecanismos planteados aquí pueden explicar por qué shocks negativos de materias pri-mas (commodities) en la República Democrática del Congo (un sistema fragmentado) condujeron a una guerra civil de gran escala y al fracaso del Estado, mientras que un shock de materias primas en Zam-bia (un sistema de patronazgo centralizado con un partido político dominante) no ha conducido ni a un fracaso del Estado ni a apariciones de violencia polí-tica de gran escala.

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por Francisco Gutiérrez Sanín**Fecha de recepción: 1 de agosto de 2009Fecha de aceptación: 30 de noviembre de 2009 Fecha de modificación: 8 de agosto de 2010

* agradezco la colaboración de liliana narváez, andrea González, camila lozano y Diana buitrago. Presento aquí resultados de una investigación desarro-llada en el contexto del crisis states Programme. Para los aspectos más técnicos de la argumentación, ver Gutiérrez (2009a).

** antropólogo de la universidad de los andes. Doctorado de la universidad de varsovia, Polonia. Profesor del Instituto de estudios Políticos y Relaciones Interna-cionales (IePRI), universidad nacional de colombia. entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Measuring Poor State Performance: Problems, Perspec-tives, and Paths ahead (en coautoría con Diana buitrago, andrea González y camila lozano). londres: LSE/UKAid, 2010; The Quandaries of Coding and Ranking: Evaluating Poor State Performance Indexes. [crisis states working Paper series, no. 58]. londres: crisis state Research centre (lse), 2009; Telling the Difference: Guerrillas and Paramilitaries in the colombian war. Politics and Society 36, no. 1: 3-34, 2008. correo electrónico: [email protected].

¿Estados fallidos o conceptos fallidos? La clasificación de las fallas estatales y sus problemas*

ResumenEl problema de los denominados “Estados fallidos” representa actualmente uno de los principales retos para la política internacional liderada por Estados Unidos. En general, los países del Primer Mundo consideran que las crisis y fallas estatales son fuente primaria de terrorismo, violencia, conflictos internos y guerras civiles, impulsan oleadas migratorias, desestabilizan a las naciones vecinas y tienden a perturbar las relaciones económicas. La necesidad de neutralizar el riesgo previsto ha llevado a que algunas de las agencias de mayor impacto global desarrollen indicadores de reconocimiento, evaluación y seguimiento de la debilidad estatal, y, con ello, se ha constituido un acervo tanto para la toma de decisiones de la llamada comunidad internacional como para el análisis y conceptualización del tema en la literatura especializada. El objetivo de este artículo es proponer una introducción a la evaluación crítica de dichos índices, utilizándolos como una ventana para observar en general la literatura relevante y discutir cómo se puede interpretar la situación de Colombia desde allí.

PalabRas claveEstados fallidos, política internacional, desempeño estatal

Failed States or Failed Concepts? Classifying State Failures and Their Problems

absTRacTThe problem of “State Failiures” is currently one of the main challenges faced by the international policy led by the United States. In general, First World countries consider that crisis and state failure are the primary source of terrorism, violence, internal conflict, and civil war and promote migration waves, destabilize neighboring nations, and have the tendency of disturbing economic relations. The need to neutralize this foreseen risk has led some high global impact agencies to develop indicators for identifying, evaluating, and monitoring weak states, thereby constructing a base of information which aids the international community in their decision making, and allowing for the analysis and conceptualization of the subject in specialized literature. The objective of this article is to propose a critical evaluation of said indicators, use them as a window through which relevant literature can be observed, and discuss how Colombia’s situation can be interpreted from there.

Key woRDsFailed states, international policy, state performance

Estados falidos ou conceitos falidos? A classificação das falhas estatais e seus problemas

ResumoO problema dos denominados “Estados falidos” representa atualmente um dos principais desafios para a política internacional liderada pelos Estados Unidos. Em geral, os países do Primeiro Mundo consideram que as crises e as falhas estatais são fonte primária de terrorismo, violência, conflitos internos e guerras civis, além de impulsionar ondas migratórias, desestabilizar às nações vizinhas e tender a perturbar as relações econômicas. A necessidade de neutralizar o risco previsto levou a que algumas das agências de maior impacto global desenvolvessem indicadores de reconhecimento, avaliação e acompanhamento da fragilidade estatal e, com isso, constituiu-se um acervo tanto para a tomada de decisões da comunidade internacional quanto para a análise e conceitualização do tema na literatura especializada. O objetivo deste artigo é propor uma introdução à avaliação crítica de tais índices, utilizando-os como uma janela para observa, em geral, a literatura relevante e discutir como se pode interpretar a situação da Colômbia a partir de então.

PalabRas cHaveEstados falidos, política internacional, desempenho estatal.

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Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el Dr. Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se divi-

den en (a) pertenecientes al emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros

sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel

finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas

(Borges 1952, 123-124).

Poco antes de acceder a la presidencia, Ba-rack Obama –en la ceremonia de presentación del equipo que coordinaría la “comunidad de inteligencia”1 durante su administración– se refirió a los grandes retos de se-guridad de su país. Destacó dos: los Estados fallidos y el terrorismo internacional, en ese orden. La declaración ilustra bien el hecho de que, independientemente del partido y la tendencia del presidente, el problema de las crisis y fallas estatales está en el centro de la polí-tica exterior de Estados Unidos. Los países desarrolla-dos consideran que las fallas estatales son un peligro de seguridad de primer orden, por varias razones: podrían producir las condiciones para el comienzo o la profundi-zación de las guerras civiles y la violencia endémica (ver OECD2 y DFID;3 retomo el tema más abajo), generan oleadas migratorias, desestabilizan a los vecinos y pue-den estar asociadas a serias turbulencias económicas.

Signo de los tiempos: el fenómeno ha incitado a varias de las agencias con mayor impacto global en el mundo –para nombrar sólo algunas: USAID, la CIA, el Banco Mundial, la OECD, entre muchas otras– a crear índi-ces de evaluación y seguimiento de fallas/debilidad del Estado (dada la barroca dispersión de términos que se encuentra en la literatura relevante, utilizaré de ahora en adelante el término sombrilla, “indicador de mal desempeño estatal”). Estos índices no sólo han tenido influencia cierta en la visión y toma de decisiones de la llamada “comunidad internacional”, sino que han interactuado permanentemente con la literatura acadé-mica sobre fallas estatales.

1 http://change.gov/newsroom/entry/obama_announces_panetta_and_blair_for_intel_posts/

2 http://www.oecd.org/dataoecd/59/51/41100930.pdf3 http://www.dfid.gov.uk/pubs/files/fragilestates-paper.pdf

El objetivo de este artículo es proponer una introduc-ción a la evaluación crítica de dichos índices, utili-zándolos como una ventana para observar en general la literatura relevante, y discutir cómo se puede ver a Colombia desde allí.4 Obviamente, no sólo es relevante el “peligro” de verse clasificado de una u otra manera por agencias internacionales: lo son mucho más tanto el análisis de la tarea de clasificación misma como el con-junto de hechos sustantivos con los que está asociada. Éstos son lo suficientemente elocuentes. Las guerras civiles se han convertido en la principal forma de vio-lencia masiva desde muy temprano, y sobre todo desde la caída del Muro de Berlín, reemplazando a las guerras entre estados. Varias entidades nacionales han dejado de existir en las últimas dos décadas: la Unión Soviéti-ca, Checoslovaquia, Yugoslavia, Alemania Oriental, para poner sólo algunos de los ejemplos prominentes.5 Otras tantas han suspendido, por diversos períodos, sus fun-ciones básicas: Congo,6 más o menos endémicamente desde la caída de Mobutu; Sudán, Albania,7 para nom-brar sólo algunos de los ejemplos obvios. Hay, en fin, un conjunto de países –entre los cuales se encuentra el nuestro– en donde el proceso de consolidación estatal no se ha completado.8 En un contexto de globalización económica y de reconfiguración radical de las sobera-nías, incluso las de los países capitalistas desarrollados, surge la pregunta de cómo impedir o morigerar las fallas estatales. La respuesta estándar –dada por actores clave de la llamada “comunidad internacional” y por numero-sos académicos– gira alrededor de una fórmula fija: la

4 Para tratamientos más formales, ver Gutiérrez y González (2009) y Gutiérrez (2010).

5 Otros países, sólidos en varias dimensiones, enfrentan la amenaza de secesionismo en gran escala y con diversos grados de radicalidad: Es-paña, Bélgica, Canadá, India, Bolivia.

6 Gaby Hesselbein, “The Rise and Decline of the Congolese State, an Analytical Narrative on State-making” working paper, Crisis State Research Centre, noviembre de 2007, disponible en: http://www.cri-sisstates.com/download/wp/wpSeries2/wp21.2.pdf

7 Proceedings of the NATO Advanced Research Workshops on Security Sector Transformation in SEE, taller llevado a cabo en febrero 27-29, 2004, en Tirana, Albania, y el NATO Advanced Research Workshop on Security Sector Transformation in the Mediterranean, llevado a cabo en septiembre 8-12, 2005, en Halki, Grecia.

8 No creo que esto resista cinco minutos de discusión. Nuestro Estado nacional lleva arrastrando durante décadas un conflicto civil, ergo tie-ne debilidades estructurales. Donde está el debate es si en el principio –es decir, antes de que dicho conflicto comenzara– el Estado colom-biano era más débil que el de otros países que no cayeron en nuestro prolongado ciclo de violencia política (y común). Es decir, el debate reside no en la constatación del hecho sino en la cadena causal. Como no se ha demostrado en un contexto comparado que nuestro Estado en algún momento inicial era más débil que otros (por ejemplo, vecinos y/o con igual nivel de desarrollo), la debilidad estatal NO es hasta el momento una buena explicación de nuestra violencia. En cambio, sí se sostiene la aserción simple de que ésta es un síntoma de debilidad.

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universalización de la combinación de democracia y la economía de mercado llevará a la estabilización liberal (Diamond 1999).9 Si quieres combatir las fallas, abre los mercados y organiza elecciones competitivas.

En otra parte he sugerido que dicha fórmula no es ni ostensiblemente obvia ni ostensiblemente errónea (Gu-tiérrez 2009b). Es necesario evaluar su validez para pe-ríodos y regiones específicos. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Nos sirven los índices existentes para avanzar en la tarea? Aquí es donde comienzan las dificultades. Alguna vez el escritor de ciencia ficción Stanislaw Lem dijo que toda disciplina empírica enfrentaba el siguiente dile-ma: para recolectar bien su material y convertirlo en un conjunto sensato de proposiciones se necesita una teoría. Pero para tener la teoría hay que haber analizado previamente el material. La boutade sugiere una primera constatación: el análisis y la clasificación de los Estados fallidos enfrenta en principio este círculo vicioso, junto con muchos otros. Es cierto que hay ya una enorme li-teratura que teoriza el Estado y su génesis. La pregunta es qué sacar de operable de esta sopa primordial, y con qué criterios. Si nos apegamos al sentido común míni-mo weberiano –el núcleo del estado está constituido por el monopolio de la violencia legítima–, seguramente habremos hecho algún avance, pero no nos habremos salvado aún de los problemas más severos. Pues si “falla estatal” es un término cuya definición es compleja, la de “legitimidad” lo es casi en igual medida.10 Uno no puede reemplazar no observables por no observables. Segunda constatación, entonces: es característico de estos ejercicios construirse alrededor de “diccionarios mal formados”, en donde un término oscuro o difuso se apoya sobre otro igualmente difícil de aprehender.

Me concentraré aquí en los problemas metodológicos de los índices. No intento “denunciarlos”, lo cual sería inútil. De hecho, considero que son bastante intere-santes, y en todo caso un punto de partida inevitable. A esto hay que agregar el dictum cínico –pero también básicamente aceptable– según el cual es mejor no en-terarse de cómo están hechos ni las leyes ni los embu-tidos (ni los índices). La mayoría de las veces es mejor simplemente aceptar el resultado final. Santo y bueno. Pero hay leyes y embutidos malos y buenos, y debajo de

9 También, quizás, intervencionismo benévolo. Vuelvo al tema más abajo. 10 Por supuesto, la definición weberiana no es problemática desde este

punto de vista, porque para Weber el término legitimidad remitía a un fenómeno inmediatamente observable (obediencia, aceptación de las reglas de juego dadas, etc.). No así los índices, cuya definición de “legi-timidad” se acerca más a la de “buen comportamiento de acuerdo con los estándares de la comunidad internacional”.

cierto umbral crítico los embutidos mal hechos (tam-bién las leyes) producen efectos desastrosos. Es decir, el aforismo protege del rechazo ciego a todos los índices (un tema al que volveré abajo), pero no cubre todos los índices, ni los pone a salvo de igual manera.

Después de una breve explicación de en qué consisten los índices, la segunda parte del texto identifica los princi-pales problemas clasificatorios que afrontan los índices de mal desempeño estatal. La tercera parte se concen-tra en la cuestión de las definiciones. La cuarta está dedicada a la “ambigüedad intrínseca”, es decir, a difi-cultades que son muy difíciles de resolver al tratar de construir un índice de desempeño estatal. La cuarta y última sección hace un breve excurso por el caso colom-biano. Para nosotros tiene interés saber “en qué medida somos fallidos” y en dónde podemos ubicarnos en un panorama comparado. Pero, además, Colombia –por las ambigüedades que comporta– es también un país meto-dológicamente interesante, aunque esto también suene un poco cínico. En efecto, en muchos sentidos observa-mos en las últimas décadas un proceso de largo alcance de fortalecimiento del Estado.11 Piénsese, por ejemplo, en el aparato burocrático, en las capacidades para llevar adelante políticas públicas en salud y educación, etc. A la vez, hay señales contrapuestas de debilitamiento severo, para no hablar ya de los problemas endémicos relacionados con el conflicto interno. Las conclusio-nes sugieren que no debe ser desechado el esfuerzo de construcción de herramientas comparadas para el análisis formal.

Algunos comentarios sobre el contenido del texto y el estilo de exposición parecen pertinentes. Presento aquí resultados de un estudio sobre la manera como se cuantifican fenómenos como la democracia o las fallas estatales. El proyecto involucra no sólo una reflexión metodológica sobre los índices existentes, la manera en que son construidos y utilizados, sino también un trabajo bastante minucioso y formalista para identifi-car los problemas y hallar posibles soluciones. Omito aquí totalmente los detalles técnicos –que necesitan un tratamiento separado, y que requieren de un lenguaje específico– y me concentro en la discusión de los pro-blemas conceptuales, que carece de requisitos previos para su adecuada comprensión. No sólo sacrifico rigor en aras de la fluidez de la exposición, sino que renuncio a desarrollar los resultados de la investigación especí-ficamente propositivos –cómo se podría abordar éste

11 Ver al respecto el interesante y ya viejo opúsculo de Fernando Uri-coechea (1968).

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¿Estados fallidos o conceptos fallidos? La clasificación de las fallas estatales y sus problemas Francisco Gutiérrez Sanín

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o aquel problema, cómo podría construirse esta clase de índices para que fueran más razonables, etc.–. Con todas las limitaciones, considero que esta clase de ejer-cicio tiene su interés intrínseco. Es característica de las ciencias sociales contemporáneas la continua creación de instrumentos –como los índices– para mirar fenóme-nos “crónicos”, “globales” y de “grandes números”. Re-chazarlos en bloque es signo de simple conservatismo tecnológico, así como de insuficiente comprensión de lo que significan, de lo que pueden dar, y de su lugar en el conjunto de herramientas de las que disponemos para entender macrofenómenos.

Nótese que una parte de la evaluación crítica que pre-sento acá se extiende en general a muchos índices que circulan y producen hechos internacionalmente. Por ejemplo, con respecto de la democracia, la base de da-tos Polity es un referente obligado. Un ejercicio simple de revisión de la literatura12 en algunas de las 500 revis-tas comparativas más importantes reveló que Polity se había utilizado en 174 artículos, algunos de los cuales se encuentran entre los más citados. ¿Cuál es el alcance de esta medida de democracia, cuáles son sus debilida-des, qué nos ofrecen y qué no? ¿Es lícito utilizarla en una regresión e inferir que, por ejemplo, un aumento de una unidad de producto interno bruto produce un aumento de una unidad de democracia? ¿Qué quiere decir en el índice de Polity “una unidad de democracia”? Avanzar en la respuesta a estas preguntas es importante, tanto desde el punto de vista académico como del de la formulación de políticas. Construir indicadores, como dicen Boyssou et al. (2005), no sólo define la realidad, sino que también la constituye. Parte central de la acti-vidad del Estado es recoger la información, y procesarla; la capacidad de hacerlo es uno de los mejores indicadores de fortaleza estatal.13 Algo similar se puede decir de la comunidad internacional; estos esfuerzos de medición son una de las expresiones más tangibles de su existen-

12 Se buscó en la base de datos Jstor, empleando los siguientes criterios de búsqueda: “polity and democracy and data”, en journals publica-dos desde 1998, restringiendo los resultados a sólo artículos y en los siguientes temas: African American Studies, African Studies, Ameri-can Indian Studies, Anthropology, Asian Studies, Economics, History, Jewish Studies, Latin American Studies, Middle East Studies, Politi-cal Science, Public Policy & Administration, Slavic Studies, Sociology, para una revisión total de 500 artículos.

13 La palabra “estadística” sugiere precisamente eso. En cierta forma, construir el Estado equivale a construir indicadores para evaluarlo. Aunque no es necesariamente monótona –sobre todo para el período entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín–, hay una asociación fuerte entre nivel de desarrollo, intuición de fortaleza y cantidad de datos disponibles para cada país. República Democrática del Congo tiene muchos datos faltantes; Paraguay, me-nos; Gran Bretaña, casi ninguno.

cia, y crean realidades ante las que los Estados naciona-les deben reaccionar. Es menester, pues, entenderlos y procurar afinarlos.

cómo se hacen las salchichas

a. Un índice de medición de un fenómeno social global generalmente está compuesto de los siguientes objetos:

b. Una base de datos, en donde se codifican datos de decenas de países para decenas de años. Piénsese en una tabla como las de Excel. Cada fila es un país/año, y cada columna es una característica, o variable.

c. Una herramienta de agregación,14 que permite que diversas variables se puedan ponderar de tal manera que produzcan una escala del fenómeno que se está evaluando, en la que se puedan ubicar todos los países, dando a cada uno su calificación respectiva. Por ejemplo: decido que las tres dimensiones bási-cas de democracia son elecciones libres, contrapesos al Ejecutivo y ausencia de presos políticos. Tengo ya calificaciones para cada una de estas variables (ver paso anterior). Ahora tengo que decidir cuál herramienta voy a usar para producir una califica-ción única (agregada) del nivel de democracia para cada país/año.

d. Un libro de códigos (codebook), en el que se explican el contenido de las variables, los criterios de codifi-cación y, en general, todos los detalles técnicos rele-vantes que necesiten otros investigadores.

e. Eventualmente, una serie de modelos probabilísti-cos, que asocian el fenómeno que se está calificando (democracia, guerra, falla estatal, ya debidamente transformados en una escala) con covariables, para producir inferencias acerca de sus causas y sus efectos.

f. Una serie de predicciones y de propuestas de políti-ca para enfrentar el fenómeno.

Todos los índices llevan a cabo los tres primeros pasos; los últimos dos no son obligatorios. En el área de falla estatal, entre los más prominentes se encuentran: el de la CIA (Political Instability Task Force); el de USAID;15

14 No es infrecuente que ésta no sea pública, aunque hay excepciones.15 Acá es importante aclarar que USAID, como entidad, crea –en un con-

venio con IRIS e IDEAS– analíticamente la metodología de cálculo y clasificación para los Estados, pero, se abstiene de publicar algún tipo

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el de Foreign Policy; el de Carlton University (Canadá); el del Banco Mundial.16 Recientemente, el Brookings Institute lanzó aun otro índice.17

La lista no es exhaustiva, y es probable que siga cre-ciendo. El interés por el fenómeno ha derivado en una eclosión de ejercicios cuantitativos. Por desgracia, cada autor-agencia internacional tiende a utilizar su propia nomenclatura: colapso, fragilidad, debilidad, que pre-tende: a) diferenciar Estados inestables o inviables de otros; b) describir y permitir el análisis de un conjunto de desenlaces específicos; c) en algunos casos, predecir (por ejemplo, produciendo un sistema de alertas tem-pranas) tales desenlaces. Como dije antes, aquí trato a todos –y a la literatura asociada– bajo el término som-brilla de “índices de mal desempeño estatal”.

preguntas clasiFicatorias

Hay que comenzar con la pregunta elemental: ¿Qué es lo que nos dice una clasificación de los Estados, en una jerarquía que va desde los “mejores” hasta los “peores”? Esto se puede contestar desde tres puntos de vista. Nin-guno es tan obvio e inocente como aparece.

El primero es simplemente el concepto guía que sirve para fijar la escala. La situación actual es de una gran dispersión conceptual. Según Cammack et al.,

Estado frágil es actualmente una etiqueta que utiliza la comunidad internacional para identificar una clase particular de Estados. Los actores conceptualizan la agenda de los Estados frágiles de manera diferente, de acuerdo con sus preocupaciones y objetivos. La palabra frágil es a menudo sustituida sin un cambio preciso en el significado por ‘fallido’, ‘fallando’, ‘crisis’, ‘débil’, ‘bri-bón’ (rogue), ‘colapsado’, ‘con mal desempeño’, ‘ineficaz’ o ‘sombra’; un Estado frágil también puede ser denomi-nado un ‘país en riesgo de inestabilidad’ o ‘bajo estrés’, o incluso ‘un interlocutor difícil’. En la mayoría de los casos, estas etiquetas no tienen un significado que sea claramente comprensible más allá del autor que las ha usado. Más aún, buena parte de las definiciones de fra-

de documento que revele una lista comparativa de los mismos. Es la Universidad de George Mason la que asume la tarea de poner en prác-tica la metodología y el enfoque propuesto por USAID para la medición de los Estados en temas de falla, realizando el State Fragility Index.

16 Aunque no concebido como medida de fragilidad, el Banco lo ha usado explícitamente para tal fin.

17 Varios de estos resultados han sido comentados en los medios de co-municación masivos del país.

gilidad estatal confunden el significado de la palabra fragilidad con proposiciones acerca de asociaciones y relaciones causales. Algo que complica aún más las cosas es que las definiciones parecen poder categori-zarse en tres clases que se yuxtaponen: la definición de fragilidad en términos de la funcionalidad de los Esta-dos; en términos de sus resultados (incluida la seguri-dad); y en términos de sus relaciones con los donantes (Cammack et al. 2006, 5).

Como se ve, el problema no es únicamente termino-lógico (aunque esto no es del todo trivial: ningún es-fuerzo analítico serio puede proceder sin una mínima unificación terminológica previa). Por ejemplo, un Es-tado “bribón” no necesariamente es débil. Los países en situaciones de estrés no corresponden exactamente a los ineficaces. De hecho, muchas de las situaciones que dieron origen a revoluciones exitosas o que al menos pu-dieron movilizar a una parte significativa de la población contra el Estado corresponden a períodos en que éste se embarcó en un significativo, y a menudo exitoso, proceso de modernización y desarrollo.18 Por consiguiente, cada una de estas medidas predica cualidades muy diferen-tes de cada Estado.

Todo esto sugiere que la dispersión terminológica sirve de pantalla a un problema clasificatorio no resuelto. Lo primero que no está claro es qué clase de objetos se están buscando. Para fijar la intuición, concentrémonos en los casos extremos. ¿Existen Estados obviamente exitosos? Probablemente sí. Noruega, Francia, Suecia (para citar sólo unos ejemplos), no son paraísos, pero tienen el monopolio legítimo de la violencia, burocra-cias independientes y eficaces, y altos ingresos per cá-pita. ¿Cómo fijar casos “obviamente fallidos” sin tener un concepto previo? Bueno, por lo menos contamos con una clase de Estados que ha dejado de funcionar. No sólo hay ejemplos históricos significativos –que posible-mente involucren nociones de Estado diferentes a las contemporáneas: el Imperio romano, el Imperio bizan-tino19–, sino otros recientes. Desde la caída del Muro de Berlín –cuando el fenómeno captó la atención de los tomadores de decisiones y diseñadores de políticas públicas– ha habido dos grandes familias de colapso estatal. La primera está constituida por entidades que dejaron de existir de jure. Simplemente, el ente que en-

18 Ver, por ejemplo, Parsa (2000).19 Pero que son relevantes porque han producido una literatura de pri-

mera clase sobre los mecanismos que pueden conducir a la falla. Los dos ejemplos más prominentes quizás sean Edward Gibbon (1998) y Gérard Walter (1958).

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carnaba la soberanía dejó de existir. Esto sucedió con alguna frecuencia en zonas de desarrollo medio, o inclu-so medio alto. Ejemplos de ello son la Unión Soviética y Checoslovaquia. Es decir, hay un tipo de colapso en el que se acaba el depositario jurídico de la soberanía, pero otro ente sigue cumpliendo funciones estatales básicas en el período de transición. En la segunda categoría de colapsos, en un contexto de bajísimo nivel de desarrollo y violencia generalizada, el Estado de facto cede su estatus de monopolista de la violencia, las cadenas de mando bu-rocrático ceden y el aparato productivo se disloca. Congo y Somalia son dos buenos ejemplos de ello. De 100 ob-servadores, más de 95 seguramente califiquen al Congo como Estado que no funciona. El colapso de jure es toda-vía más fácil de identificar, pues hay una serie de registros formales que permiten declarar, sin necesidad de jueces u observadores, que éste o aquel país dejó de existir.

Ahora bien, junto con estos tres casos extremos –Es-tados que ostensiblemente operan bien, Estados que desaparecen de jure, Estados que de acuerdo con un consenso de la opinión experta han dejado de funcio-nar– hay infinidad de situaciones intermedias que no puede captar la pura intuición. Tomemos los países con guerras civiles en curso: ellas son un síntoma de debi-lidad, pero podrían encarnar (de acuerdo con la teoría y numerosos precedentes, cfr. infra) los procesos de su superación. Piénsese en la guerra civil norteamericana de 1861-65: por definición, expresaba una falla, pero fue un momento crítico para su superación y para dis-parar una dinámica de desarrollo en gran escala (Moore 1966). Es frecuente contar los déficits democráticos como otro síntoma de mal desempeño. Aquí estamos en un terreno todavía más pantanoso. Algunos regímenes autocráticos gozan de muy buena salud, al menos apa-rentemente. Otros, más abiertos, tienen un pobre des-empeño. A propósito, esto se aplica no sólo a la evaluación del Estado sino también a la del desarrollo (Przeworski et al. 2000). La democracia es un bien en sí, pero no necesariamente está asociada a otros bienes en todos los períodos y en todas las circunstancias.

Así, pues, si se me permite ponerle un vestido pompo-so a una serie de observaciones simples, enfrentamos una dificultad fenomenológica, en realidad una variante del dilema de Lem. La destrucción del Estado como en-tidad unitaria es observable, pero rara y heteróclita. Se divide en al menos dos categorías, muy diferentes entre sí. Por otra parte, las crisis estatales20 son frecuentes, y

20 Entendiendo crisis como una disrupción observable en el cumplimien-to de las funciones básicas del Estado.

también observables, pero no es muy claro cómo tratar-las. En realidad, todo país en desarrollo pasa por varias crisis severas. La categoría intermedia entre colapso y éxito –falla, fragilidad, mal desempeño– no puede ser directamente observada hasta que no se defina en qué consiste, pero la definición ha de apoyarse en alguna clase de evidencia empírica que permita identificar que efectivamente existe algo que sugiera la noción de fa-lla.21 Hasta el momento, esto no se ha solucionado, y lo que tenemos a la mano es una dispersión terminológica que se extiende desde “arriba” (el marbete que se pone al fenómeno que se quiere captar, los términos “superio-res”) hasta abajo (la letra menuda de los libros de códi-go, los términos “inferiores” sobre los que se apoyan los otros). Una solución posible –que, de hecho, es la que sugiere el sentido común– sería suponer que hay una estructura de círculos concéntricos, en la que el círculo interno está constituido por el colapso, el siguiente, por fallas severas, y así sucesivamente. Pero esto no parece exacto. Hay, sin duda, colapsos que resultan de “fallas generalizadas”, asociadas a una gran debilidad en todos los frentes y bajísimos niveles de desarrollo. Pero hay Estados que perviven durante años con sus fallas a cues-tas, mientras que otros se derrumban repentinamente. Esto parece aplicarse de manera particularmente aguda a los casos de colapso de jure. Además, hay fallas que, aunque críticas, no conducen al colapso. Colombia ha vivido al menos 60 años sin recuperar el monopolio de la violencia legítima (lo cual NO es sinónimo de guerra ininterrumpida). Es un oligopolista crónico. Sin embar-go, ningún comentarista serio sugeriría que está al bor-de del colapso. El esquema de círculos concéntricos no capta bien estas anomalías.

En suma, la identificación del grupo de mal desempe-ño estatal aún no está bien establecida. Por ejemplo, la lista de “fallas” estatales africanas ofrecida por Zartman –uno de los más citados y respetados autores en la lite-ratura– es tan heterogénea que parece una colección del “emporio celestial de conocimientos benévolos” de Borges. Incluye países recién independizados, otros que han caído en graves turbulencias económicas o políticas, otros que han caído en estancamiento productivo, y Sudáfrica, bajo el argumento de que, al estrenar nue-vo régimen, también estaba bajo riesgo. Pero en esto Zartman no está solo. Para poner sólo un ejemplo adi-cional, Buzan (1991) hace, basándose en casos africa-nos y asiáticos, un esbozo del tipo de condiciones que uno esperaría encontrar en los Estados débiles. Éstas son: 1) Altos niveles de violencia política (Afganistán,

21 Es decir, estamos ante un dilema de Lem.

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Camboya, Israel, Sri Lanka, Sudáfrica, Etiopía). 2) Un papel conspicuo de la Policía en la vida cotidiana de los ciudadanos (Unión Soviética, Rumania, China, Iraq, Corea del Norte). 3) Conflicto en gran escala acerca de cuál ideología debería ser el principio organizador del Estado (Perú, El Salvador, Polonia, Afganistán). 4) Falta de una identidad nacional coherente, o pre-sencia de identidades en conflicto dentro del Estado (Nigeria, Etiopía, Turquía, Sudáfrica, Yugoslavia, Unión Soviética, Sri Lanka). 5) Falta de una jerarquía clara y observada de autoridad política (Líbano, Sudán, Chad, Uganda, Yugoslavia). 6) Un alto control de los medios por parte del Estado. Esto sí que es un ejemplo bor-giano de “conocimiento benevolente”. No parece haber un mínimo de principios organizadores para etiquetar a un Estado como fallido. Aparte de los Estados que ya se habían caído a pedazos cuando Buzan estaba escribien-do, buena parte de los que pertenecen a la lista gozan de cabal salud (China, Polonia, Perú, Uganda, Israel), a menos que uno confunda “buen comportamiento” con “capacidad de supervivencia”, una ecuación que lleva la reflexión política a los tiempos anteriores a Maquiavelo. Por último, los criterios de los autores se “especifican” con reglas impresionistas, de difícil aplicación. ¿Quién podrá decir que éste o aquel país carece de una iden-tidad nacional coherente? ¿En qué momento deja de serlo? Pónganse en los zapatos de un codificador que tiene que calificar en, digamos, una escala de 1 a 3 la coherencia de la identidad nacional colombiana. ¿1? ¿2? ¿3? ¿Por qué?

Si la identificación de qué constituye el umbral crítico de mal desempeño, debajo del cual el país dado cae en la categoría de “frágil” o “fallido”, es problemática, tam-bién lo es especificar la naturaleza y la intensidad de las fallas. Nótese que una clasificación bien formada, para no caer en la heterogeneidad invertebrada de Buzan, etc., debería buscar subgrupos entre los Estados en pro-blemas, máxime cuando la primera búsqueda intuitiva nos ha sugerido que hay al menos dos modalidades de colapso. Por supuesto, lo mismo se aplica para los casos de éxito (y para los más difíciles y numerosos de des-empeño intermedio). Ahora bien: ¿qué constituye una buena o una mala clasificación? La teoría existente y de-sarrollada en el contexto de otras disciplinas nos sugiere que hay dos clases de características deseables, que po-dríamos llamar intrínsecas y extrínsecas. Con respecto a las intrínsecas, quisiéramos que nuestros conceptos produjeran categorizaciones que respondan a los princi-pios de cohesión interna y separación externa. Es decir, queremos que nuestras familias estén “bien separadas” y formen conglomerados (ver el Gráfico 1). Una buena

separación reduce razonablemente bien la ambigüedad. Con respecto a los criterios extrínsecos, quisiéramos que correspondieran a la confiabilidad (analistas dife-rentes llegan a la misma conclusión), estabilidad (la cla-sificación establecida se mantiene ante nuevos datos) y predictividad (de variedades de nuevos individuos) (Cormack 1971). A esto le podríamos sumar unas “con-diciones de frontera”. Una buena escala de desempeño estatal debería poner en la cúspide casos como el sueco, el francés y el noruego, y en el piso, casos como Congo y Afganistán, pues ésa es la intuición que inspira todo el ejercicio. Las fallas de jure al menos no deberían estar en la cúspide.

Fuente: elaboración propia a partir de: http://www.fundforpeace.org/web/index.php?option=com_content&task=view&id=229&Itemid=366http://www.carleton.ca/cifp/app/ffs_ranking.phpwww.systemicpeace.org/Global%20Report%202008.pdf

Gráfico 1

Segundo

8

6

4

2

2 4 6 8

Primero

Los ejercicios clasificatorios que dimanan de los índices de mal desempeño, en su abrumadora mayoría, incumplen es-tos criterios, salvo los de frontera. Las listas de fallas sepa-ran muy mal, con casi cualquier criterio razonable. Como establece la crítica de Cammack, tampoco garantizan un mínimo de confiabilidad, estabilidad y predictividad.

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deFiniciones y consecuencias

La crítica de Cammack correctamente identifica como fuente de problemas lo que podríamos llamar la “orien-tación por las consecuencias”. Los estudiosos, preocu-pados principalmente por fenómenos como la migración masiva, las violación igualmente masiva de los derechos humanos, la apertura de ventanas de oportunidad al te-rrorismo y las posibles externalidades –en términos eco-nómicos, de seguridad, etc.– que tendría que asumir la comunidad internacional en su conjunto por las fallas estatales, meten en un mismo saco como indicador de ellas fenómenos tan distintos como guerra civil, recortes a la democracia, genocidios, etc. Es decir, todo fenóme-no normativamente indeseable y/o que produzca exter-nalidades negativas para la comunidad internacional es identificado como indicador de falla.

Lo que revelan estas prácticas es que los índices, en la medida en que no sólo definen sino que constituyen la realidad, tienen su propia economía política. Esto es fácil de ilustrar. El Banco Mundial, por ejemplo, creó su propio índice –Low Income Countries Under Stress Index–,22 que tenía como uno de sus criterios clave la evaluación de las políticas del país dado.23 Una variable importante en el índice era el nivel de compatibilidad entre las políticas gubernamentales y las recomendacio-nes del Banco Mundial.24 Ahora bien; no sólo no se ha probado empíricamente que la docilidad en el área de la política económica sea un antónimo de falla; el pro-pio banco ha probado distintas recetas, pero establece que lo “no fallido” en cada año era aprobar aquella que estaba vigente. Hasta 2006, el banco –según su propia versión– se había negado a hacer públicos los datos que alimentaban su índice, pero lo utilizaba como herra-mienta clave para proporcionar los respectivos fondos, una práctica que, a propósito, muestra que es mejor no tomar los índices a la ligera.25 En suma, las consecuen-cias políticas y económicas del ejercicio clasificatorio eran enormes, lo que influía sobre el ejercicio mismo. Parte de la falla consiste en que alguien relevante lo de-clare a uno fallido.26 El banco se tardó en reconocer el punto.27 Esto, por supuesto, no afecta sólo al banco o a

22 Relacionado con el CPIA, que es la medida estándar del Banco.23 World Bank Evaluation Group (2006). 24 Paradójicamente, el propio banco admitió que muchas de estas políti-

cas merecían ser reconsideradas.25 Tema operativo pero también cognitivo.26 Conexión con el tema de la democracia y de Skocpol y con la definición

de jure de soberanía.27 Entre esta afirmación y el relativismo radical hay un mundo de diferencia.

una familia de actores. Como dijo un estudioso africa-no: “Noam Chomsky (2006) definió a un Estado fallido como aquel en el que el Estado central es tan débil o inefectivo que tiene poco control práctico sobre buena parte de su territorio. Con esta definición y declaración, el uso del término para un país es generalmente contro-versial y, cuando se hace desde un lugar con autoridad, puede tener consecuencias geopolíticas significativas”.28

Pero la clasificación por consecuencias no solamente es severamente endógena (lo que puede producir distor-siones aún mayores de las que estaba señalando). Es, simplemente, mala ciencia, en realidad una forma de-rivada de analogía. El país A se parece al país B porque ambos tienen guerra. Por tanto, los meto en un mis-mo cajón. Hace mucho tiempo sabemos que esto no funciona muy bien. La clasificación por analogía (peor aún, por analogía funcional) está superada en todas las disciplinas que han llegado a un mínimo grado de ma-durez. Las aves y los murciélagos tienen alas, que cum-plen la misma función, pero NO pertenecen a la misma categoría. La guerra puede adquirir significados distin-tos en un contexto (digamos, Congo) o en otro (Estados Unidos a mediados del siglo XIX). La orientación por las consecuencias genera asimismo la máxima confusión entre variables asociadas (eventualmente, causales) y definicionales. Por ejemplo, al incluir guerras civiles en la definición de falla estatal, el estudio de la CIA no está sugiriendo –como podría pensarlo algún lector despre-venido– que ellas producen las fallas. Ciertamente, no son condición ni necesaria ni suficiente para ellas, ni para los colapsos. Hay guerras civiles sin colapso (Co-lombia), y colapsos, al menos de jure, sin guerra civil (Albania, Checoslovaquia). En la otra dirección, históri-camente la abrumadora mayoría de los Estados moder-nos se formó alrededor de las guerras (cfr. infra). Hay casos en los que por lo menos se considera razonable ver la guerra civil como un momento asociado al despe-gue para el desarrollo.29

En fin, las consecuencias más visibles en la coyuntura pueden no ser el mejor indicador de desempeño estatal. Orientarse por lo más visible puede generar pérdidas de brújula. Por ejemplo, el macroestudio financiado sobre fallas estatales en el que participaron varias estrellas de las ciencias sociales norteamericanas, como Ted Gurr, hace una larga discusión conceptual sobre qué pueda

28 Akintokunbo Adejumo (2008). Nótese que Akintokunbo Adejumo, sin embargo, comete el mismo error al criticar una definición por sus con-secuencias hipotéticas.

29 De manera notable, pero no únicamente, Estados Unidos; Moore 1966.

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significar el término, para después desembocar en una operación basada en la accesibilidad de datos. Como no hay buenos datos sobre lo que realmente es el concepto, entonces medimos otra cosa como si fuera el concepto.30

los índices y la teoría

Nos encontramos en el tema con la siguiente situación incómoda. Las teorías relevantes que tenemos no son muy útiles para establecer prescripciones de política. Por otra parte, las prescripciones tienen una guía teó-rica débil, y se orientan por analogías y síntomas, una receta segura para el fracaso analítico. Las dificultades comienzan con lo siguiente. Ninguna teoría seria en ciencias sociales nos permite establecer que las guerras son en general destructivas para el Estado. Ciertamen-te, perderlas puede generar catástrofes y colapsos –un punto fuerte del análisis de Skocpol (1970) sobre las revoluciones– pero el Estado moderno tal como lo co-nocemos es hijo de una intensa actividad bélica (Tilly 1995; Giddens 1987). Éste es uno de los pocos cuasi consensos de las ciencias sociales contemporáneas, y veo muy difícil derribarlo. ¿Cómo casa esto con el efec-to invariablemente negativo que se imputa a las guerras en los índices?

A esto se puede contestar de dos maneras. Primero, una cosa eran los esfuerzos de expansión europeos en los albores de la modernidad, y otra cosa es la inestabilidad endémica en el Tercer Mundo. En la actualidad, no es claro en lo más mínimo que las guerras fortalezcan a los estados. Segundo, una cosa son las guerras entre nacio-nes y otra las civiles. Ninguno de estos dos contraargu-mentos se ha explorado en profundidad, y sospecho que hay buenas razones para que ello sea así: no son tan po-derosos como aparecen a primera vista. Es verdad que hoy en día el contexto internacional es bien distinto, pero dadas ciertas condiciones los Estados aún pueden lanzar actividades militares en gran escala que los favo-recen. El ejemplo evidente son las invasiones, a las que el mundo académico, erradamente, no ha encontrado particularmente interesantes. Estos eventos, muy a la Skocpol, pueden resultar decisivos para la fortaleza de algunos Estados y para la debilidad de otros.31 En cuan-to a la noción de que los conflictos civiles son de natura-leza esencialmente distinta a los internacionales, habría que probarla a la vista de las tesis de Tilly y Giddens,32

30 Ver la crítica de Di John en este número monográfico.31 Ver Gutiérrez y González (2009).32 Las guerras obligan a cobrar más impuestos, fortalecer la burocracia

cosa que no se ha hecho, entre otras razones, porque muchas de las guerras europeas de las que habla Tilly comenzaron, o se plantearon por alguna de las partes, como civiles. En la otra dirección, es obvio que nadie quisiera prescripciones políticas guerreristas: en efecto, sí vivimos en otra época, en donde hay una conciencia humana universal (Finnemore 2003), límites objetivos a las aventuras bélicas, etc. Esta contradicción se po-dría resolver si supiéramos distinguir unas guerras de otras. Pero esto no ocurre en el mundo de los índices. Por ejemplo, en los índices de invasiones no se distin-guen siquiera las grandes de las pequeñas. En Gutiérrez y González (2009) se sugiere que ello genera grandes distorsiones en los ejercicios estadísticos.33

Si el tema de la evaluación del papel de la violencia en la construcción del Estado está abierto, también lo está el de la democracia. La democracia desempeña un pa-pel crucial en esta discusión, por tres razones. Primero, su quiebra casi invariablemente está considerada como parte definicional del concepto de falla. Segundo, inclu-so si esto se relajara, seguiría siendo importante verla como un correlato de la falla. En efecto, es de interés vital saber cuánto y cómo se asocian las fallas estatales y la democracia en el mundo de hoy. Es algo que pocos han explorado, y que no se puede abordar si se incorpora la falta de democracia como parte definicional de falla. Nótese que hacerlo no parece muy preciso, ni en una perspectiva histórica ni contemporáneamente. Estados como China y Singapur parecen funcionar bien –aun-que no de manera muy democrática–, mientras que Fi-lipinas y Colombia, ciertamente más abiertos, tendrían muchas más debilidades en dimensiones centrales de capacidad estatal, como el monopolio de la violencia, la fortaleza burocrática y la capacidad creciente de provi-sión de bienes a la población. Se podría alegar que éstos son casos extremos, los outliers de los economistas, pero ello no es así. Como en el análisis de Przeworski sobre el desarrollo, la democracia no parece estar asociada ni a los éxitos ni a los fracasos, sino distribuirse aleatoria-mente entre ellos. Parece que tendremos que admitir que hay democracias que se desempeñan bien y otras mal. Para aquellos que se apegan a definiciones estric-tamente normativas de democracia, dicha admisión puede resultar repugnante.34 En realidad, es deseable

y movilizar a la población civil. ¿En qué sentido son las civiles en este particular distintas de las otras?

33 Básicamente, los llena de ruido, inundándolos con pequeños eventos como persecuciones en caliente, que son tratados como si equivalieran a la guerra de Vietnam.

34 Pero nótese que dicha repugnancia no tiene mucha razón de ser, pues las operaciones de democracia existentes son básicamente for-

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y permite avanzar la discusión en tres sentidos. Prime-ro, evaluar empíricamente cómo están constituidas las democracias “realmente existentes”, y clases específicas de ellas (por ejemplo, las que son producto de la “terce-ra ola”). Segundo, hallar correlaciones entre democracia y otros diseños/resultados/procesos políticos y sociales. Si partimos del supuesto, agradable y políticamente co-rrecto pero ingenuo, de que “todas las cosas buenas vienen juntas” (Hirschman 1977), nunca podremos abocar tal tarea. Tercero, encontrar por qué algunas democracias funcionan bien o mal, y en el contexto de nuestra dis-cusión volver a unir dos polos analíticamente separados pero que de manera “natural” se presentan juntos: Esta-do y régimen político.

Ahora bien, es tan ahistórico suponer que la democracia siempre está asociada a fortaleza estatal como ignorar que hoy en día sí podría ser un importante componente de ella, por dos vías. Primero, la endogeneidad. En la medida en que la legitimidad internacional de los Esta-dos pasa por una caracterización creíble de su régimen como democrático, un déficit en esta dimensión puede significar hoy un deterioro tangible de la soberanía. Se-gundo, el hecho de que el único modelo viable de Esta-do moderno con el que contamos en la actualidad sea el de democracia liberal: el abandono de ésta es un salto al vacío. Tercero, las democracias que funcionan bien lo hacen muy bien, es decir, están en el escalón superior de desempeño estatal.

La discusión sobre la democracia remite a una más ge-neral, a saber, la teoría desde la que se mira la falla estatal. ¿Es posible conformarnos con el corazón hobbesiano-weberiano de la definición de Estado, o necesitamos algo más? Es una pregunta cuya contestación no está muy clara en la literatura asociada a los índices. Pero cualquier respuesta debe desechar el supuesto erróneo de que todas las cosas buenas vienen juntas, entre otras muchas razones porque puede dar origen a falacias de composición. Esto es lo que se observa en numerosos índices. Sus constructores simplemente no parecen ha-ber notado que a) obtener la característica deseable X puede impedir adquirir otra, también positiva, y b) ob-tener la característica X, en principio deseable, puede resultar contraproducente (o simplemente imposible) si todo el mundo también alcanza X. Por ejemplo, US-AID utiliza el término “Estados frágiles” para el “amplio

males, y la codifican como un conjunto de reglas que regulan la com-petencia electoral, como lo hace Polity. Es inconsistente adherirse a una visión normativa de la democracia y a la vez usar a Polity como un contador de democracia.

rango” “de Estados que fallaron, que están volviéndose fallidos o que se están recuperando” (USAID 2005). Al mismo tiempo, la Fragile States Strategy de USAID, que dimana de ahí, y que hace énfasis en factores de se-guridad, políticos, económicos y sociales, tiene cuatro prioridades interrelacionadas: a) aumento de la estabi-lidad; b) mejoras en la seguridad; c) reformas políticas e institucionales; d) desarrollo de capacidades instituciona-les. Aparentemente, no les ha pasado por la cabeza que empujar reformas institucionales significativas y aumentar al mismo tiempo la estabilidad puede no ser posible.35

ambigüedad intrínseca

Tengo la sospecha de que todos los anteriores proble-mas se hubieran podido resolver con algo más de cui-dado, prestando más atención a las dimensiones de tiempo y espacio –que habitualmente desaparecen en las modalidades más crudas de imperialismo económico–, y recurriendo de manera más sistemática a la opinión exper-ta. Sostendré en esta sección, empero, que la construc-ción de índices enfrenta un problema de “ambigüedad intrínseca”, que afecta, aunque de manera diferencial, a distintos tipos de indicadores políticos. Cuando hablo de ambigüedad intrínseca me refiero a problemas de co-dificación y operación que son irreducibles.

Comienzo con la observación obvia de que hay expre-siones difíciles de operar. Por ejemplo, el índice del Banco Mundial tiene entre sus criterios de fragilidad estatal las “malas políticas”.36 A menos que uno quie-ra caer en un relativismo banal, es claro que hay, en efecto, buenas y malas políticas. ¿Pero quién va a ser el juez que las distinga? No hay muchas esperanzas de en-contrar consensos entre la opinión experta.37 Además, el juicio a menudo depende del horizonte temporal. A veces lo que parecía terrible hoy, dentro de cinco años es razonable, y viceversa. Esto es particularmente críti-co con respecto a reformas en gran escala, que pueden parecer la antesala de una fractura irreversible pero que, de tener éxito, son el prerrequisito del proverbial salto cualitativo. Esto se podría llamar “el efecto Lincoln”, y ciertamente no está restringido a un país o a una región geográfica. Hirschman alguna vez señaló que sin excep-

35 De hecho, el desarrollo de la capacidad institucional también puede crear enormes problemas. Esto lo sabemos al menos desde la publica-ción del best seller de Huntington (2006).

36 Ver también las definiciones barrocamente enredadas de “buen gobierno” que plagan la literatura sobre falla estatal. Por ejemplo, Grindle (2007).

37 Sobre todo a medida que uno se aleja de la política económica. En éste pudo haber en algún momento un cuasi consenso, pero ya se resquebrajó.

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ción las grandes reformas civilizadoras que finalmente se llevaron a cabo estuvieron a punto de llevar a la des-trucción al país donde tuvieron lugar.

El problema no se reduce a juicios difíciles, que se tie-nen que dar sin la perspectiva histórica correspondien-te. Aún peor es el carácter inevitablemente “marcado”38 de las definiciones en ciencias sociales y en particular en política. Para ilustrar el punto, acudo a Polity, por ser una de las bases de datos más cuidadosamente admi-nistradas y trabajadas. Polity está muy por encima de la mayoría de índices de fallas estatales, que por lo demás se apoyan frecuentemente en ella. Veamos ahora cómo define uno de sus términos (“autocracia institucionali-zada”) en su libro de códigos. Resalto los modificadores con bastardilla:39 “El ‘régimen autoritario’ en el discurso político occidental es un término peyorativo para una clase muy diversa de sistemas políticos cuyas propieda-des comunes son una falta de competencia regularizada y de preocupación por las libertades políticas. Utiliza-mos el término más neutro ‘autocracia’ y lo definimos operativamente en términos de la presencia de un conjunto de características políticas distintivas. En su forma madura, las autocracias restringen agudamente o suprimen la participación política. Los jefes del Ejecu-tivo se escogen a través de un proceso regularizado de selección dentro de la élite política, y una vez en el po-der lo ejercen con pocas restricciones institucionales. La mayoría de las autocracias modernas también ejercen un alto grado de intervención sobre la actividad econó-mica y social, pero consideramos esto una función de la ideología política y de la voluntad [choice], no como una propiedad definicional. Los socialdemócratas tam-bién ejercen niveles relativamente altos de intervención. Preferimos dejar la cuestión abierta a la investigación empírica sobre cómo autocracia, democracia e interven-cionismo estatal han covariado en el tiempo” (Marshall, Jaggers y Gurr 2007).

Es claro que estamos lejos aquí de las clasificaciones es-tilo benevolencia celeste. Hay un esfuerzo explícito por evitar sesgos,40 y por apuntalar bien la definición. Una vez más: sólo un relativismo más bien inane se negaría a reconocer que el libro de códigos de Polity está dando criterios para captar un fenómeno muy importante de la

38 Traduzco aquí como “marca” o “modificador” el término técnico lin-guistic hedge.

39 Las traducciones son mías. Acudiendo a la página web de Polity: http://www.systemicpeace.org/inscr/inscr.htm, el lector se puede convencer de que el problema de los modificadores es igualmente serio en inglés y en español.

40 Cosa que no se encuentra en otras bases de datos.

realidad política. ¡Pero cuán lejos todavía está de sentar las bases para una codificación razonablemente estable! Ofrece tres criterios, de los cuales solamente dos son válidos (porque uno no cumple el principio básico de separación: en efecto, hay socialdemócratas mucho más intervencionistas que, digamos, Hugo Chávez). De los dos que quedan, se ofrecen descripciones difusas con fronteras mal definidas. Los modificadores empeoran la situación, pues lo que para una persona es “poco” para otra es “mucho”; y si uno está construyendo una base de datos tiene que establecer criterios que sobrevivan al cambio en el tiempo, el espacio, etc. ¿Quién no con-sideraría hoy una restricción aguda a la participación política limitar el derecho al voto a los varones? Sin em-bargo, ésa era la situación de Suiza hasta bien entrada la década de los setenta del siglo XX, y nadie propuso considerarla una autocracia (tampoco Polity, que de ma-nera más bien inconsistente le da notas muy altas en esos años). Los codificadores de Polity deben convertir estas generalidades en una cadena de ceros y unos (0 si es no autocracia, 1 si lo es) o en escalas (digamos, de 1 a 10, de acuerdo con la intensidad de presencia del fenómeno). La proposición de que diferentes codifica-dores producirían diferentes códigos (salvo en los casos extremos) parece difícil de rebatir.41 Ahora, póngase el lector en el predicamento de crear un modelo probabi-lístico que asocie falla estatal con autocracia. La ines-tabilidad clasificatoria va a incidir severamente sobre la calidad de la inferencia, máxime si se tienen en cuenta los estudios que sugieren que muchas de las conclusio-nes de los modelos probabilísticos en ciencia política son inestables frente a cambios muy pequeños (Hegre y Sambanis 2006).

No sólo las definiciones están llenas de modificado-res, sino que tienen fronteras “naturalmente” borrosas. Nótese que en este sentido los índices cumplen muy bien las condiciones de frontera –nos clasifican bien a Congo y a Noruega– pero no es claro si lo hacen sobre los casos intermedios. De hecho, lo que no es claro es qué nos predican sobre los casos intermedios. Y esto me lleva al último punto que trato aquí, absolutamente crucial pero poco atendido, el del orden. Construir una escala o una clasificación binaria a partir de una base de datos de muchas variables implica partir del supuesto, siempre implícito en la literatura y en los formalismos correspondientes, de que existe un orden total entre los objetos que se van a comparar (países/año en este caso).

41 De hecho, Polity reconoce las dificultades que ha tenido en este parti-cular (este reconocimiento sólo refuerza la impresión de que constitu-ye una de las mejores bases de datos).

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Este supuesto es natural en el mundo de la economía, porque tiene una unidad básica de conteo a la que se puede reducir todo.42 Esa unidad básica no tiene por qué existir en otros mundos (Gutiérrez 2009a). Por ejem-plo, si estoy pensando en democracia puedo no querer intercambiar seguridad por libertad. Más allá de cierto umbral, la operación es inconmensurable: una unidad adicional menos de libertad (correlativamente, de se-guridad) tiene un valor negativo infinito. En térmi-nos clasificatorios, esto se expresa en las dificultades de traducir conceptos que se diseñaron para definir órdenes parciales a términos de un orden total. Y es precisamente por ello que los índices se comportan tan mal en los casos intermedios; a veces sus resultados parecen ser un puro artefacto metodológico. Si compa-ramos a Filipinas y Singapur, el primero es mucho más abierto pero mucho menos seguro. En Colombia hay más competencia política que en Venezuela, pero más violencia letal contra la oposición. Estos regímenes, en el mundo conceptual en que fueron formulados (la base de datos), son técnicamente incomparables, porque ninguno domina al otro en todas las dimensiones. Sin embargo, en las escalas hay que volverlos comparables. Dicho de otra manera, mientras que el supuesto de orden total se mantenga implícito, constituye una se-ria deformación del concepto que supuestamente está operando.43 Hay que pensar en métodos de agregación multicriterio que tengan en cuenta inconmensurabili-dades a partir de un cierto umbral (Yager 2007), y avan-zar en otras direcciones.

Recapitulo: los índices tienen en la actualidad muchos problemas. Los básicos son dispersión conceptual, con-fusión de variables causales y definicionales, clasifica-ción por consecuencias, endogeneidad, dificultades para captar la ambigüedad intrínseca, y el supuesto im-plícito de orden total.

Y sin embargo… Estos índices son la única fuente de información agregada sobre todos los Estados que existen y su evolución. No sólo apuntan a un problema específico de enorme trascendencia política y analíti-ca, sino que contienen una promesa crucial: dar una mirada global al estado-del-Estado en el mundo, y pro-ducir herramientas para poder evaluarlo empíricamen-te. Ésa es una promesa de enorme poder, y haríamos mal en abandonarla.

42 Dinero o, si se quiere ser menos naif, útiles de Von Neuman. 43 Creo que ésta es una de las muchas razones por las que se ha erigido la

nefasta muralla china entre métodos cuantitativos y cualitativos.

¿colombia?

En este contexto, ¿cómo se ve Colombia? Al hacer cual-quier evaluación, es importante tener cuidado en sepa-rar las dimensiones definicionales de las causales. Al definir el cáncer, se habla de la proliferación maligna de las células, de las causas (fumar) o de las consecuencias (crisis familiar) hipotéticas.44 Como se ha sugerido en las secciones anteriores, la definición debería incluir básicamente los tres aspectos canónicos de la estatali-dad, esto es, el grado en que se ejerce el monopolio de la fuerza, la capacidad burocrática y al alcance territo-rial del Estado, dejando por fuera causas o consecuen-cias hipotéticas (que se deben evaluar empíricamente por separado).45

Así, pues, desde la perspectiva definicional, ¿cómo ha evolucionado el Estado colombiano en los últimos años? En principio, creo que ha aumentado significati-vamente su presencia territorial; manu militari, es ver-dad, pero como en otras trayectorias esto podría ser el comienzo de una secuencia en la que la presencia se va expandiendo gradualmente (me parece que ésta era pre-cisamente la visión oficial en los últimos dos gobiernos). En cambio, el desempeño en las otras dos dimensiones críticas es mucho más complejo y, hay que decirlo, tur-bio. La guerrilla fue acorralada, y es posible que esté acercándose a un punto crítico de desmoronamiento, y los paramilitares se desmovilizaron. Pero el costo de esto fue la toma del aparato del Estado, en los niveles municipal, departamental y nacional, por parte de los paramilitares, la proliferación de bandas emergentes, y una catástrofe regulatoria del Estado que podría ser el síntoma de un debilitamiento a largo plazo de nuestra capacidad burocrática. Un muy buen reflejo de este proceso se encuentra en el reciente libro coordinado por Claudia López (2010).

¿Cómo evolucionará esta situación? Para hacer alguna clase de pronóstico, hay que dirigir los ojos hacia los po-tenciales variables causales. Apoyándose en la literatura existente, podría sugerirse que hay tres importantes va-riables que podrían predecir la falla estatal: democracia limitada, desarrollo desbalanceado (básicamente, nive-les de desigualdad muy altos) y criminalización.46

44 Para detalles de la argumentación, ver Gutiérrez et. al. 2010.45 Para una discusión que arriba a una conclusión parecida, mostrando

además que las teorías clásicas del Estado encuentran en estas tres dimensiones un área de intersección, ver Wetherly (2005).

46 Ver Gutiérrez 2001. Ésta es una conjetura verbal, que tendría que ser corroborada con un modelo estadístico, o con estudios de caso escogi-dos por medio de un diseño de investigación explícitamente formulado.

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Colombia parecería cumplir de manera eminente las tres condiciones. Comencemos con el régimen político. El lugar –en términos de democracia– que le corres-ponde históricamente al país en el contexto latinoame-ricano está por ser evaluado; ciertamente, en muchos períodos fue bastante más abierto que el promedio. Por otra parte, desde la década de 1980, en paralelo con las transiciones democráticas en todo el subcontinente, en Colombia aumentaron bruscamente los índices de violencia y las acciones de narcos, guerrillas y parami-litares. Hoy por hoy, si nos atenemos a las dimensiones clave establecidas por Tilly para evaluar el nivel de de-mocracia, Colombia se desempeña bien desde el punto de vista de la competencia, ha empeorado en el terreno de los pesos y contrapesos, y sigue exhibiendo registros deplo-rables en cuanto a protección.

Los niveles de desigualdad de América Latina son los peores del mundo, casi con cualquier medida, pero aun así Colombia está entre los países que peor se desem-peñan en el subcontinente (con el agravante de que se-guramente esto sí sea histórico). Si hay alguna parte en la que la expresión “deuda social” tenga sentido es aquí. Por último, constituimos el país más afectado por la ar-ticulación de un enorme mercado global ilegal y la con-siguiente proliferación de la criminalidad organizada. No debe extrañar, pues, que en los diversos índices de falla estatal que existen, Colombia invariablemente esté en primer lugar entre los países latinoamericanos, y glo-balmente en un punto bastante alto (ver el Cuadro 1). Esto podría cambiar con la desestabilización de México por parte del narcotráfico, pero no necesariamente por-que Colombia haya mejorado mucho.

Cuadro 1. Índices principales

Fuente: elaboración propia.

Nombre del índice

Institución que lo crea-promueve

Dimensiones CoberturaRango de tiempo

Página web

Failed States Index

Fund for Peace and Foreign

Policy

1. Social, 2.Política, 3.Económica.

177 países 2005-2008 http://www.fundforpeace.org/web/index.php?option=com_content&ta

sk=view&id=229&ltemid=366

Failed & Fragile States Country

Indicators

Carleton University Canada

1. Gobernabilidad, 2. Económica, 3. Seguridad y

crimen, 4.Desarrollo humano, 5. Demografía, 6. Medio

ambiente.

192 países Cinco fases:

empezando en 1998

http://www.carleton.ca/cifp/app/ffs_data_methodology.php

LICUS - Low Income

Countries Under Stress

World Bank (a) Gestión económica; (b) Políticas estructurales; (c)Políticas para la inclusión

social y la equidad (d) Gestión del sector público y de las

instituciones.

75 países Desde 2002

http://web.worldbank.org/website/external/bancomundiañ/

extppspanish/extstrategiesspanish/extilicusspanish/0..contentMDK:20619811~menuPK:1308520~pagePK:64171531~piPK:64171507~theS

itePK:1308492,00.html

Fragile States Strategy

USAID Seguridad, política, económica, social.

162 países No produjo resultados

http://www.usaid.gov/policy/2005_fragile_states_strategy.pdf

Political Estability Ask Force

CIA Guerras revolucionarias, guerras étnicas, regímenes

adversos, cambios, genocidios y políticas.

Todos los casos reportados de

los cuatro tipos de falla (eventos

sucedidos)

1955-2002 http://globalpolicy.gmu.edu/

State Weakness Index

Brookings Política, economía social, seguridad.

141 2007 http://www.brookings.edu/reports/2008/02_weak_states_

index.aspx

State Fragility Index

Center for Global Policy,

Mason University

Política, economía social, seguridad.

162 1995-2007 http://www.systemicpeace.org/polity/polity4.htm

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¿Estados fallidos o conceptos fallidos? La clasificación de las fallas estatales y sus problemas Francisco Gutiérrez Sanín

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Veo difícil poner reparos a la descripción general de Co-lombia como país extremadamente desigual, semidemo-crático, y con un serio problema de criminalidad. Las dificultades comienzan cuando se quiere avanzar en tres direcciones. La primera es típicamente clasificatoria, al tenor de lo que se discutió en secciones anteriores. Aunque Colombia cumple con los criterios para estar claramente en la “zona de riesgo”, ¿hasta qué punto se puede asimilar con casos en los que el Estado ha cesado completamente de cumplir sus funciones? Aquí se ve la relevancia del problema de que los índices de mal desempeño estatal, tal como están construidos, funcio-nan realmente bien sólo en los extremos. La segunda se relaciona con la evaluación de la evolución del país, un tema directamente político pero ineludible. Hay que tratarlo con distancia, evitando afirmaciones facciosas. ¿Estamos saliendo de la zona de riesgo, o hundiéndonos en problemas insolubles? Obviamente, como lo subra-ya USAID, un criterio central para calificar cualquier Estado es saber si está entrando o saliendo de la crisis; necesitamos saber el signo de la primera derivada.47 Es claro que el Estado colombiano se ha fortalecido sus-tancialmente en diversas áreas. Esta afirmación tiene validez tanto en una perspectiva histórica larga48 como en la corta duración. Por ejemplo, uno de los descubri-mientos tardíos de las élites políticas colombianas fue la necesidad de inversión en seguridad. Ésta fue baja –de hecho, increíblemente baja– durante un largo período, hasta 1998.49 Se puede suponer que parte de esto tuvo que ver con pereza fiscal, y parte con un complejo con-junto de circunstancias que llevó a algunos sectores de las élites económicas (sobre todo las rurales) a privilegiar la provisión privada de seguridad sobre la pública. Como resultado del aumento del gasto, es razonable supo-ner que la intensidad del conflicto haya disminuido; con todas las glosas técnicas que se puedan hacer, que no son irrelevantes.

Por otra parte, la penetración de la criminalidad en el aparato estatal no parece haber sido controlada; al con-trario, hay evidencias de que los grupos criminales han obtenido una cuota real de poder, reconocida más o me-nos abiertamente.50 El fenómeno de la parapolítica –que no sólo ha afectado al Congreso, sino a diversas agencias

47 De hecho, también de la segunda. ¿estamos ante una caída libre o ante un empeoramiento gradual? ¿Contemplamos un mejoramiento acele-rado o en el margen?

48 Ver Uricoechea (1968).49 Ver Gutiérrez, Acevedo y Viatela (2007).50 Se podría contraargumentar, empero, que esto ya lo habían conquista-

do hacía años.

estatales, incluidas las de seguridad– es prueba feha-ciente de ello. El problema tiene una doble dimensión. Por una parte –y éste es uno de los pocos consensos con los que contamos en la interpretación del conflicto colombiano–, las economías ilegales alimentan el con-flicto. Esto tiene una fuerte corroboración cuantitativa. Por ejemplo, a partir de cierto umbral de presencia de la economía ilegal es muy difícil encontrar un país que no haya vivido conflicto armado.51 Por otra, la penetración del Estado por parte de los criminales pone a éstos en situa-ción privilegiada para lanzar ofensivas. En realidad, dicha aserción debe ser matizada: la penetración del Estado por los criminales reduce los incentivos para utilizar la violencia,52 y a la vez incrementa sus efectos cuando los criminales sienten que es menester acudir a ella. En ese sentido, la articulación de los Estados contemporáneos con redes ilegales puede generar períodos relativamente prolongados de estabilización, que sin embargo no ne-cesariamente son sostenibles.

Tampoco muy democráticos. Esto pone sobre el tapete una pregunta que se ha convertido en punto de refe-rencia del debate público colombiano. ¿La democracia se ha abierto o se ha cerrado? Una vez más, el propio discurso gubernamental, durante un período, argumen-tó a favor de algunos cierres controlados: sacrificio de libertad, en aras de la seguridad. No creo que se pueda poner en cuestión que históricamente ha habido en Co-lombia competencia genuina. Pero los pesos y contra-pesos característicos de las democracias maduras han sufrido un debilitamiento ya severo, entre otras cosas por las especificidades de los procesos de reforma cons-titucional/institucional de los últimos años.53

Las disposiciones de la Constitución de 1991, junto con la acción rutinaria de la justicia, han tenido el defecto de ir desmontando las exclusiones categóricas institu-cionalizadas, lo cual se ha reflejado en el aumento de la competencia y la diversidad. El gran talón de Aqui-les del régimen político colombiano, desde hace varias décadas, es la protección. Opositores y líderes sociales enfrentan riesgos severos, anormalmente altos. La ar-gumentación oficial ha consistido en que el conflicto colombiano es complejo, y en que no se pueden achacar los crímenes al Estado sino a las proverbiales fuerzas

51 Esto es distinto de decir que las insurgencias son una pura excrecencia del narcotráfico. El único contraejemplo que me viene a la cabeza es Bolivia.

52 Éste es el punto de Snyder (2000).53 En la Constitución de 1991, muchos de los controles al Ejecutivo es-

taban basados en períodos cruzados, para que el jefe del Estado no pudiera nombrar a su juez. Con la aprobación de la reelección, este mecanismo dejó de funcionar.

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oscuras. Con la desmovilización de los paramilitares, ha habido una mayor toma de responsabilidad, que indica también un movimiento hacia la apropiación de la fun-ción del soberano. El argumento ahora es que, aunque la situación sigue siendo grave, ha mejorado. Hay algunas áreas en donde la afirmación no puede ser discutida: los secuestros, por ejemplo. En cuanto al desplazamiento, las cosas podrían ser muy distintas. En otros casos, los datos no son lo suficientemente buenos para establecer la tendencia. Más aún, no sabemos muy bien si los me-joramientos –de haberse producido– sean sostenibles.

Más allá de este análisis, el verdadero problema probable-mente consiste en que la “semidemocracia” constituye lo que Elster (1992) llamó una “trampa de equilibrio de alto nivel”. Es apenas un óptimo local, pero es costosísi-mo salir de él, tanto “a derecha” como “a izquierda”. Como los costos de moverse son tan altos, no se desemboca ni en una dictadura abierta ni en una democracia prototípica. En nuestro país ha habido en los últimos años tanto ten-dencias autoritarias como resistencia organizada a pagar la seguridad con la moneda dura de la libertad, pero el desenlace final es un cambio, que en perspectiva resulta simultáneamente gradual y claro, del régimen político.54 Todo esto se mantiene en pie a pesar de que los pesos y contrapesos hayan mostrado, contra los escépticos, su gran poder y arraigo en el país, al negar la posibilidad de segunda reelección a un presidente caudillista que gozaba de enorme popularidad.

La evaluación con respecto de la inequidad es más fá-cil. La situación ya es tan mala que probablemente sea imposible un empeoramiento radical. Pero sabemos a ciencia cierta que las cosas no han mejorado. La actual administración ha sido regresiva en varios temas funda-mentales. En muchos casos el discurso ideológico de-trás de ciertas políticas –por ejemplo, la flexibilización laboral– terminó no casando con la evidencia, pese a lo cual las políticas no se reajustaron. El tema crítico de la propiedad sobre la tierra es otro buen ejemplo.

Ahora bien: el caso colombiano podría considerarse desde un punto de vista más riguroso, separando va-riables como democracia de la definición de fragilidad estatal, y reduciendo ésta a sus componentes weberia-nos.55 Una de las ventajas de este acercamiento, muy en consonancia con el argumento clásico de Przeworski et.

54 Gradual NO quiere decir inocuo.55 Esto es precisamente lo que hace nuestro grupo de investigación con el

índice que ha desarrollado en el marco de Crisis States Programme, y que se presentó en Londres en mayo de 2010.

al. (2000), es que una definición parsimoniosa permi-te captar la manera en que covarían variables clave, en nuestro caso, fragilidad y democracia. Desde el punto de vista de su desempeño en las tres dimensiones cap-tadas por la definición clásica de Estado –monopolio de la violencia, alcance territorial, fortaleza burocrática–, Colombia constituye un caso clásico de “desempeño desigual”, con serios problemas históricos en el estable-cimiento del monopolio de la violencia y la ocupación del territorio, pero con una burocracia funcional y en muchos casos bastante por encima que el promedio de países con igual nivel de desarrollo. En la última década, seguramente nos encontramos con la siguiente interesante evolución: se avanzó en el establecimiento del monopolio de la violencia, pero a costa de ceder control territorial a agentes ilegales que lograron captu-rar una parte sustancial del sistema político.

conclusiones

Este artículo arguye que, pese a que muchos de los pro-blemas clasificatorios que exhiben actualmente los ín-dices de desempeño estatal son idiosincrásicos, hay un núcleo duro al que es necesario prestar atención. A la vez, sugiere que el esfuerzo de evaluación agregada y de escalafonamiento del desempeño estatal no sólo tiene sentido creciente en el mundo contemporáneo sino que puede llegar a ser un instrumento comparativo muy útil para comprender los casos individuales. Dicho de otra manera, la opción de compararnos con muchos casos –lo que por necesidad tiene que pasar por algún forma-lismo– potencia la capacidad de comprendernos a no-sotros mismos. De alguna manera, pues, planteo que la solución es a la vez imposible y necesaria. En realidad, la disyuntiva no se puede establecer en términos tan dra-máticos: digamos simplemente que es difícil y deseable.

La situación actual es la siguiente. Nos hallamos muy lejos de tener un escalafón consistente de Estados, en cualquier sentido razonable, y los problemas concep-tuales básicos están sin resolver. En esencia, la cuestión gira alrededor de los siguientes problemas. En primer lugar, la especificación de las dimensiones fundamenta-les de la falla estatal. En segundo lugar, la tensión diná-mica entre objetivos analíticos y políticos. Es obvio que el estudio del tema –como el de las guerras civiles, etc.– está y tiene que estar interrelacionado con el de la for-mulación de adecuadas políticas públicas (nacionales e internacionales). En asuntos que involucran el destino y sufrimiento de millones de seres humanos es impro-bable que prospere el arte por el arte. Sin embargo, los

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objetivos que se consideran políticamente correctos y deseables pueden resultar analíticamente inviables. Más aún, la incapacidad de tener en cuenta los efectos políti-cos indirectos de las preferencias normativas puede dis-torsionar todo el análisis. En tercer lugar, el problema de la relación entre variables definicionales y causales. En la (abrumadora) mayoría de los estudios sobre Estados fa-llidos se confunden unas con otras. El usuario final de los índices, poco atento a esta clase de problemas, saca conclusiones inadecuadas. Por ejemplo, muchos índices incluyen como criterio central de identificación de falla estatal la existencia de una guerra civil, y a menudo se salta a la conclusión, también entre los especialistas, de que las guerras civiles causan las fallas estatales. Este sal-to es injustificado lógica y empíricamente (cfr. supra). En cuarto lugar, hay toda una economía política asociada a los índices. Por último, existe un serio problema de ambigüe-dad intrínseca (fronteras borrosas, definiciones marcadas,

supuesto sin sustentar de orden total) sin resolver; de he-cho, básicamente sin aceptar. De todos los problemas, el último es el más difícil y el más interesante.

Lo que hemos ganado con los índices es la capacidad de observar cada caso en el contexto más general posible. Uno de los ejercicios más fuertes metodológicamente –aunque hay que advertir que comparte todas las “fa-llas” que he señalado en las secciones anteriores– es-tablece que las fallas estatales están relacionadas con “semidemocracia”,56 desarrollo desequilibrado (básica-mente, desigualdad extrema) y alto nivel de presencia de criminalidad organizada. No se necesita ser un lince para advertir que, siguiendo estos criterios, Colombia está en la zona de alto riesgo. Sin embargo, no nos sir-ven para emitir un veredicto agregado muy bueno sobre su lugar en la escala de Estados (estática), ni sobre hacia dónde está evolucionando (dinámica) (ver Cuadro 2).

56 Una asociación descubierta tempranamente por Schock (1996).

Cuadro 2. Países de Latinoamérica en principales indicadores de falla para el año 2007

PaísFailed States Index - Foreign

Policy/Fund for PeaceFailed & Fragile States -

Carleton Country indicators State Fragility Index - Center

for Global Policy

Argentina 150 144 123Belice 114 115 _Bolivia 59 82 54Brasil 117 116 109Chile 159 158 126Colombia 33 77 70Costa Rica 140 151 _Cuba 77 110 152Ecuador 73 79 55El Salvador 92 99 92Guatemala 60 51 62Haití 11 8 32Honduras 94 65 75México 102 114 113Nicaragua 72 67 80Panamá 131 128 103Venezuela 79 84 91Perú 85 100 65

Fuente: Elaboración propia a partir de: http://www.fundforpeace.org/web/index.php?option=com_content&task=view&id=229&Itemid=366 • http://www.carleton.ca/cifp/app/ffs_ranking.php • www.systemicpeace.org/Global%20Report%202008.pdf

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por Luis Antonio Trejo Fuentes**Fecha de recepción: 15 de mayo de 2008Fecha de aceptación: 23 de junio de 2009Fecha de modificación: 29 de agosto de 2009

ResumenLa confianza en la actuación de un gobierno es el ámbito principal de este estudio, incluidas la percepción de la corrupción que los distintos agentes tienen sobre la acción de los estados de la Unión Europea (UE) y su relación con las políticas distributivas. ¿Son los estados con más recursos inmunes a la corrupción? ¿Existe relación alguna entre la desigualdad de ingresos y el nivel de corrupción en un país? ¿Son menos corruptos los países con Estados de Bienestar fuertes o con políticas de corte socialde-mócrata? En este estudio se revisarán éstas y otras interrogantes, por medio de una revisión teórica y un análisis cuantitativo de corte transversal, basado en datos provenientes del estudio de Gobernanza del Banco Mundial, que dará cuenta de la necesi-dad de que las políticas públicas consideren la corrupción como un factor importante, además de una autorregulación efectiva por parte de las empresas.

PalabRas claveCorrupción, desigualdad del ingreso, Estado de Bienestar, Unión Europea.

* el presente artículo forma parte de un proyecto de investigación independiente denominado: “el cambio en los valores en las sociedades modernas y sus procesos de legitimación”.

** Ingeniero civil Industrial, msc. de la Ingeniería, universidad de santiago de chile. actualmente finaliza su doctorado en sociología en la universidad de barcelona, es investigador del Departamento de Ingeniería Industrial de la universidad de santiago de chile y forma parte del Departamento de Teoría sociológica, Filosofía del Derecho y metodología de las ciencias sociales de la universidad de barcelona. coautor con maría santander del artículo Tech-nology as ‘a Human Practice with social meaning’. a new scenery for engineering education. European Journal of Engineering Education 31, no. 4: 437-447. correo electrónico: [email protected].

Corruption and Inequality in the European Union

absTRacT The central focus on this study is trust in government, including the perception of corruption that different groups have re-garding the relationships between the actions of European Union-member states and their distributive policies. Are states with more resources immune to corruption? Is there a relationship between income inequality and the level of corruption in a country? Are countries with strong welfare states or with social-democratic policies less corrupt? This article reviews these and other questions theoretically and through a quantitative, cross-sectional analysis based on data from a governance study by the World Bank. It shows the importance of taking corruption into account, as well as effective self-regulation by corporations, in the design of public policies.

Key woRDs Corruption, Income Inequality, Welfare State, European Union.

Corrupción y desigualdad en la Unión Europea*

Corrupção e desigualdade na União Europeia

ResumoA confiança na atuação de um governo é o âmbito principal deste estudo, incluídas a percepção da corrupção que os distintos agentes têm sobre a ação dos estados da União Europeia (UE) e sua relação com as políticas distributivas. Será que os estados com mais recursos são imunes à corrupção? Existe alguma relação entre a desigualdade de renda e o nível de corrupção em um país? São menos corruptos os países com estados de bem-estar fortes ou com políticas de corte sócio-democrata? Neste estudo, serão revisadas estas e outras questões, pode meio de uma revisão teórica e de uma análise quantitativa de corte transversal, com base em dados provenientes do estudo de Governança do Banco Mundial, que dará conta da necessidade de que as políticas públicas considerem a corrupção como um fator importante, além de uma auto-regulação eficaz por parte das empresas.

PalavRas cHaveCorrupção, desigualdade de renda, estado de bem-estar, União Europeia

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L a corrupción ha acompañado el devenir del ser humano desde siempre: en la política, en los actos de gobierno, en el mercado y en la vida social (Malem 2002; Elliot 2001), pero también lo ha sido su lucha y repudio. Sin embargo, el combate contra la corrupción se ha convertido en una tarea internacional mancomu-nada, desde los escándalos internacionales de extorsión en los años setenta, la consiguiente aprobación de la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (LPCE), por parte de Estados Unidos, y la serie de escándalos que le siguieron en la década de 1990, hechos que obliga-ron a una respuesta enérgica por parte de algunas de las más importantes organizaciones internacionales, guber-namentales y no gubernamentales. El Banco Mundial (World Bank), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Transparencia Interna-cional y la Cámara de Comercio Internacional (CCI), hoy en día son sólo algunas de las organizaciones que están realizando esfuerzos para atacar y concientizar sobre este problema, a través de la generación de informes, compromisos y declaración de intenciones (CCI 2005; Elliot 2001; Rose-Ackerman 2009; Malem 2002).

¿Qué es corrupción? ¿Cómo medirla o cuantificarla? ¿Cuáles son sus causas y efectos sociales, políticos y económicos? ¿Cómo relacionarla, acotarla y combatir-la? Son algunos de los interrogantes que se han intentado dilucidar con anterioridad en otros estudios. Esta inves-tigación intentará retomar estas discusiones, a partir de un estudio comparativo centrado en la Unión Europea (UE), relacionando cuantitativamente variables estruc-turales de la economía –en especial, la desigualdad eco-nómica– con la corrupción, esta última representada por la variable Control de la Corrupción, que procede del Estudio de Gobernanza1 del Banco Mundial (2008), para luego analizar una posible solución, respecto de la oferta –derivado de lo público y lo privado–, que esta-blezca cierto grado de obligatoriedad en la autorregula-ción empresarial.

1 Gobernanza consiste en “las tradiciones y las instituciones por las cua-les es ejercida la autoridad de un país. Esto incluye el proceso en el cual se seleccionan, son supervisados y sustituidos los gobiernos; la capacidad del gobierno para formular y aplicar con eficacia políticas sa-nas; y el respeto de los ciudadanos y del Estado a las instituciones que gobiernan las interacciones económicas y sociales que existen entre ellos” (fragmento del informe Governance Matter, 2008, obtenido del sitio web del Banco Mundial, http://info.worldbank.org/governance/wgi/index.asp).

corrupción y conFianza

Algunos estudios centran el análisis sobre la corrupción en lo público, en especial, en la interfaz de los sectores público y privado (Rose-Ackerman 2001); sin embargo, la corrupción puede ocurrir en cualquier momento y lu-gar, ya sea que una empresa realice una colusión con algún proveedor para dejar, de manera ilegal, fuera del mercado a algún tercero o para establecer distorsiones de precios que aumenten sus beneficios, ya sea que un funcionario haga uso de información privilegiada para mejorar su situación o que político abuse de su posición, a fin de obtener beneficios para sí o para terceros. Si bien muchos de estos actos poseen ya una denomina-ción particular en las distintas legislaciones o en normas ético-morales no escritas –soborno, cohecho, extorsión, prevaricación, abuso de poder, colusión, elusión, etc.–, siguen siendo, en sí mismos, actos corruptos.

Tal como menciona Jorge Malem (2002), los actos co-rruptos reúnen en sí una serie de características: prime-ro, la violación de alguna regla, de un deber posicional –lo cual implica la existencia de un sistema normativo que sirve de referencia–; segundo, “los actos de corrup-ción están siempre vinculados a la expectativa de obte-ner un beneficio extraposicional” (Malem 2002, 33) o a la evitación de un coste que ponga en riesgo la posición presente o futura; y por último, dichos actos están en-vueltos en un halo de secreto o discreción, incluso cuan-do no existe una acción penal definida en su contra.

Los actos corruptos pueden ser definidos, entonces, como “aquellos que constituyen la violación, activa o pasiva, de un deber posicional o del incumplimiento de alguna función específica realizados en un marco de discreción con el objeto de obtener un beneficio extra-posicional, cualquiera sea su naturaleza” (Malem 2002, 35); por lo que dicho acto se presenta como un quiebre en la confianza que se ha depositado en un individuo o institución, que actúan de manera desleal, en pro de su beneficio.

El concepto de confianza es un término abstracto. Para algunos teóricos del capital social, la confianza guarda relación con la toma de una o varias decisiones bajo condiciones de riesgo; por tanto, “[…] aquel que se enfrenta a la decisión de confiar o no en otro no está seguro de si esa persona será o no digna de confianza” (Herreros 2002), donde, a pesar de desconocer las pro-babilidades objetivas de lo digno de confianza, el que toma la decisión puede formarse ciertas expectativas de la acción de aquel en el cual ha confiado.

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Corrupción y desigualdad en la Unión Europea Luis Antonio Trejo Fuentes

Otras Voces

Page 102: Revista de Estudios Sociales No. 37

Para Piotr Sztompka (2003) la confianza es una apues-ta por las acciones contingentes futuras de otros, en las cuales se reúnen dos componentes principales: creencias y compromisos. Cuando dicha confianza se rompe, en particular al quebrase los compromisos que una posición determinada conlleva, se destrozan los cimientos de la socie-dad contemporánea, aquel recurso cultural necesario para el funcionamiento viable de la sociedad (Sztompka 1999; Sztompka 2003), influyendo negativamente a distintos ni-veles, tanto económicos y sociales, como políticos (Elliot 2001; Malem 2002; Rose-Ackerman 2009; CCI 2005).

medidas de corrupción: el banco mundial

Los índices actuales de corrupción se basan, en general, en respuestas a cuestionarios de carácter subjetivo, por tratarse de percepciones respecto de la experiencia del entrevistado ante distintos actos de corrupción, por lo que en algunos casos adolecen de extrema generalidad, de no poder diferenciar entre corrupción de alto y bajo nivel, entre corrupción bien o mal organizada (Mauro 2001), o entre fuentes de corrupción (extranjeras o na-cionales); además, se hace uso de variables ex post, como el número de casos de corrupción, variable que puede ser representativa tanto de un nivel de corrupción dado como del grado de control existente en un Estado o ejer-cido por un poder determinado. A pesar de esto, y como el mismo Mauro (2001) afirma, no por ello dejan de ser de interés, ya que los distintos índices arrojan altas co-rrelaciones entre sí, lo que asegura cierto nivel de con-senso en el cúmulo de información que entregan.

A pesar de lo clandestino del término, para el Banco Mun-dial existe una serie de acercamientos que permiten medir la corrupción (Kaufmann, Kraay y Mastruzzi 2006); por ejemplo, la recolección de las opiniones provenientes de los Stakeholders (“la parte interesada”), o la medición a tra-vés del análisis de las barreras o incentivos de un Estado para impedir o facilitar la corrupción, entre otros; infor-mación que esta organización ha recogido en su variable control de la corrupción, al incorporar encuestas con pre-guntas como “¿es extensa la corrupción en el gobierno?, ¿es frecuente que las firmas realicen pagos adicionales en temas que las relacionan con el aparato del Estado?”; o agregando información objetiva, como el número de casos de corrup-ción, etcétera (Kaufmann, Kraay y Mastruzzi 2007).

Para el Banco Mundial, entonces, la variable control de la corrupción mide el grado de independencia del Estado para ejercer su acción sin intervención de élites y de in-tereses privados, incluidas formas pequeñas y grandes de

corrupción (Banco Mundial 2008; Bardhan 1997). Esta variable es un indicador compuesto de otros indicadores, que ponderados y agregados han permitido la constitu-ción de un indicador con valores que fluctúan entre -2,5 y +2,5, siendo los estados con un mayor control de la co-rrupción aquellos que puntúan cerca de la cota superior.

corrupción y desigualdad en la ue

Para Susan Rose-Ackerman (2001, 60) “la corrupción puede producir ineficiencia y falta de equidad. Puede so-cavar la legitimidad del Estado”. Este hecho es a primera luz indiscutible; sin embargo, es necesario reconocer que la corrupción es per se una fuente de desigualdad, pues crea una separación entre quienes tienen poder para ac-tuar, decidir u obligar, y los que no; o entre aquellos que poseen dinero y pueden hacer uso discrecional de él, y aquellos que sólo dependen de la ley para cumplir sus objetivos y de un Estado para salvaguardar su libertad ne-gativa. Es éste el gran riesgo de la corrupción, pues, como dice Etzioni (2001, 92) “pocas cuestiones relativas al ade-cuado equilibrio entre mercado y Estado son tan impor-tantes como la tarea de evitar que aquellos que detentan el poder económico concentren también el poder político pues rompen la confianza sobre aquellos que toman las decisiones y la credibilidad de cualquier sistema de re-presentación”; y esta fuente de inequidad, de usurpación de la libertad y de la igualdad ante la ley, es aún más grave que las consecuencias económicas que puedan derivarse de cualquier acto de corrupción.

Muchos estudios empíricos se centran en las consecuen-cias adversas de la corrupción, en particular, en la dismi-nución del crecimiento económico; si bien no entregan datos concluyentes (Mauro 2001), sí han permitido un acercamiento a una serie de interrogantes, en especial al reconocimiento de qué es causa y qué es efecto de la corrupción. ¿Son los factores económicos de una nación y la política de distribución del ingreso factores relevan-tes en la corrupción de un Estado? ¿Qué ocurre cuando se está en presencia de un país con un nivel de ingresos alto: es aliciente o no para la corrupción? ¿Son inmunes a ésta los estados con controles más fuertes? El Cuadro 1 muestra los principales países de la UE (PIB per cápita) que en 2003 se encontraban dentro del 10% de países con mejor índice en el control de la corrupción (Banco Mundial 2008); no obstante, existen diferencias entre ellos, no sólo en el control de la corrupción, sino también en factores como la distribución del ingreso y el nivel de presión sobre el capital. La hipótesis de este estudio es que las variables estructurales de una economía –aque-

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llas por las cuales se establece la sanidad económica de un Estado, el nivel de presión sobre el capital y los niveles de desigualdad en la distribución del ingreso– explican la variabilidad del nivel de control de la corrupción en dichos países, donde aquellos con mejores condiciones estructurales y de distribución del ingreso, y con Estados que ejercen una mayor presión sobre el capital (ya sea por razones políticas y/o históricas), presentan un mayor índice relativo de control de la corrupción.

Es el producto interno del país dividido entre la población, en US$ y con base en precios actuales, y la paridad de poder adquisitivo; la distribución S80/S20 de desigualdad de ingreso (S80/S20) es una medida de desigualdad que se obtiene dividiendo el 20% de la población con mayores ingresos entre el 20% de la población con menos ingresos: a mayor valor del índice, mayor desigualdad relativa; la inflación (INFLA), a través del índice de precios al con-sumidor armonizado (HCIP). La medida del estado de la economía de una nación, con base en el valor o poder adquisitivo de una moneda, que corresponde al aumento sostenido y generalizado del nivel de precios de bienes y servicios, medido frente a un poder adquisitivo estable, se calcula como una variación porcentual del precio pro-medio de bienes y servicios que un consumidor tipo debe cancelar en dos períodos; la tasa de desempleo (DESEM), calculada como porcentaje del total de la fuerza de tra-bajo; y el gasto total en protección social (GPS) a precios actuales y como porcentaje del PIB. El gasto en protec-ción social contiene los beneficios sociales, que consisten en transferencias, en efectivo o en bienes, a los hogares y a los individuos para relevarlos de la carga de un sistema definido de riesgos o de necesidades; incluye, además, los costes administrativos y otros gastos; la tasa de impuestos implícita en el trabajo (PITRAB) se define como la suma de todos los impuestos indirectos y los empleados en las contribuciones sociales que los empleadores imponen en la renta del trabajo, dividida entre la remuneración total de los empleados que trabajan en el territorio económico, la que se considerará como medida sumaria aproximada de la presión fiscal media sobre la renta del trabajo en la economía; y el déficit gubernamental (DEFGUB, % PIB déficit [-]/superávit [+]).

El déficit/superávit públicos se define en el tratado de Maastricht como los préstamos netos/préstamos del go-bierno general, según el sistema europeo de las cuentas (ESA95); la población total (POBTOT) en millones de habitantes, como variable clasificatoria y de análisis; la variable ideología política en el poder, que es una variable dicotómica (dummy), que considera el régimen ideológico predominante en el país, ya sea estableciendo la posición o militancia política del presidente o primer ministro, o, en su defecto, el partido dominante, cuando se trata de monarquías constitucionales, siendo 1 para la preeminen-cia de la socialdemocracia en el poder o 0 en el caso de conservadores-liberales. Por último, la variable dependien-te, el indicador control de la corrupción (CC) del Banco Mundial, sólo que para efectos prácticos de visualización y comparación se ha multiplicado por un factor (10). El Cuadro 2 presenta los datos de cada variable de los 27 paí-ses de la UE para el año 2003.

País Control de la Corrupción

PIB Per cápita (US$, PPPS)

España 1,46 20.977

Italia 0,75 25.864

Francia 1,47 29.030

Alemania 2,01 29.546

Bélgica 1,57 30.040

Reino Unido 2,08 30.378

Austria 2,09 31.094

Finlandia 2,42 31.574

Países Bajos 2,08 33.253

Suecia 2,21 33.955

Irlanda 1,67 39.255

Dinamarca 2,31 39.702

Luxemburgo 1,89 64.413

Para realizar este estudio se recoge una serie de variables (independientes) que definen la estructura económica y de desigualdad de ingreso de un país, a pesar de las de-ficiencias que presenta cualquier estudio cuantitativo de series provenientes de cortes transversales, particular-mente al intentar buscar algún grado de causalidad para explicar fenómenos sociales complejos. Sin embargo, exis-ten series de datos que pueden entregar un acercamiento a dichos fenómenos, como son: el PIB per cápita (PIBPC, producto interno bruto per cápita), medido en dólares PPP (por su sigla en inglés; paridad de poder adquisitivo).

Fuente: elaboración propia. Control de la Corrupción (CC), World Bank Governance Study, 2008, http://info.world-bank.org/governance/ (Recuperado el 15 de abril de 2008); PIB per cápita (PIBPC), ONU, 2008, http://unstats.un.org/ (Recuperado el 21 de marzo, 2008).

Cuadro 1. Control de la corrupción y PIB per cápita en el año 2003

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Al realizar un análisis de similitudes en función de la variable dependiente (control de la corrupción), a fin de encontrar grupos de características similares entre los países de la UE, se obtiene el dendograma del Gráfico 1.

El Gráfico 1 muestra dos brazos principales; el inferior aglomera a los países de Europa del este, países que

estuvieron bajo la influencia de la Unión Soviética, con índices de control de la corrupción por debajo de los 10 puntos, siendo los más bajos Bulgaria y Rumanía, ambos países de mayoría religiosa ortodoxa y gobiernos socialdemócratas. El primero se aleja de la influencia del bloque soviético en 1990, uniéndose a la OTAN en 2004 y a la UE el 1 de enero de 2007; Rumanía,

Fuente: elaboración propia.

Reino Unido 20Países Bajos 23Austria 21Alemania 18Luxemburgo 27Suecia 24Dinamarca 26Finlandia 22Malta 10Portugal 12España 15Francia 17Bélgica 19Irlanda 25Bulgaria 1Rumania 2Letonia 3Lituania 4Polonia 5República Checa 9Eslovaquia 6Hungría 8Grecia 14Estonia 7Eslovenia 11Italia 16Chipre 13

Dendograma usando Método de Agrupación de Centroides

Escala de Distancia Combinada de Clúster

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Gráfico 1. Dendograma, según control de la corrupción en 2003

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Corrupción y desigualdad en la Unión Europea Luis Antonio Trejo Fuentes

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por su parte, tiene sus primeras elecciones democráti-cas en 1990 y en 2003 se enfrentaba a las divergencias entre su presidente, Ion Iliescu, y su primer ministro, Adriá Nastase, en la búsqueda del ingreso a la OTAN y a la UE. Llama la atención en esta rama del dendograma la inclusión de Grecia e Italia. El caso de Grecia guarda analogía, en parte, con la percepción de las políticas co-rruptas o indolentes del PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico), con casi 20 años en el poder, en relación con la lucha antiterrorista, principalmente en la desarti-culación del grupo terrorista de ultraiz quierda EO-17N (Epanastatiki Organosi 17 Noemuri u Organización Revolucionaria Diecisiete de Noviembre), que venía operando desde 1975 y que concluye sólo en diciem-bre de 2003 con el juicio a seis cabecillas de la banda, que, sumado a otros hechos, pueden ser considerados como factores determinantes en el bajo puntaje de la variable control de la corrupción. Italia, por otro lado, presenta una larga tradición de corrupción grande y pe-queña, en particular, en aquellos casos relacionados con la mafia, el soborno, el uso indebido de fondos o la falta de transparencia en el financiamiento de partidos polí-ticos; algunos hechos conocidos son, por ejemplo, los datos surgidos del proceso “manos limpias”, en 1993; el gran proceso de la justicia milanesa, que puso en tela de juicio la conducta ilegítima de 2.662 sospechosos, entre ellos, los ex primeros ministros Bettino Craxi y Giulio Andreotti, o las continuas comparecencias de Berlus-coni ante la justicia, por presuntos delitos de soborno, que –junto a la oposición popular por el envío de tropas italianas a Irak y el fraude de la empresa Parmalat, que en 2004 generó pérdidas por unos 30.000 millones de euros a unos 800.000 accio nistas italianos (Agencia EFE 2004)– explicarían el bajo índice de Italia en con-trol de la corrupción.

La otra rama principal del dendograma (ver el Gráfico 1) presenta dos árboles centrales. El primero, de abajo hacia arriba, reúne a seis países de tradición cristiana (Malta, Portugal, España, Francia, Bélgica e Irlanda), principalmente católica, con el consiguiente peso his-tórico del corporati vismo católico derivado de la Rerum novarum (1891) y del Quadragesimo Anno (1931). El segundo bloque presenta dos subbloques; el primero de arriba hacia abajo, con países también de preeminen-cia cristiana pero con un mayor peso protestante, salvo Austria, Alemania y Luxemburgo, de tradición histórica conservadora de corte católico en la provisión de pro-tección social, y el Reino Unido, más liberal, con un neoconservadurismo o un Estado de Bienestar residual. Por último, se encuentran los tres países con mejores índices en el control de la corrupción: Suecia, Dinamar-

ca y Finlandia –estos dos últimos países con una tradi-ción religiosa de preeminencia luterana, y Suecia, con una mayoría de la población perteneciente a la Iglesia estatal protestante, pero que posee poca injerencia en la política sueca actual–; éstos son los denominados modelos corporativistas socialdemócratas del bienes-tar (Esping-Andersen 1993; Mishra 1993; Hobsbawm 2000), que se basan en una activa relación de coope-ración entre el Estado, las empresas y los sindicatos, y cuyas políticas van más allá del núcleo socialdemócrata. ¿Pero existirá alguna relación entre esta clasificación y la clasificación por medio de la distribución del ingre-so? El dendograma del gráfico 2 muestra la estructura arborescente correspondiente a la variable desigualdad del ingreso (distribución S80/S20) (Ver el Gráfico 2).

El Gráfico 2 presenta una estructura diferente al den-dograma basado en la variable control de la corrupción; de acuerdo a la distribución del ingreso, los países más igualitarios –donde el quintil más rico es, como máxi-mo, 3,6 veces mayor que el quintil más pobre– tienen una historia moderna predominantemente socialdemó-crata (Hungría, Suecia y Eslovenia), los tres países con una población que para el año 2003 no superaba los 10 millones de habitantes, pero sólo uno de ellos, Suecia, posee uno de los PIB per cápita más altos (US$33.955), y es el único cuya religión predominante no es la católica romana, y es, además, el único país del grupo donde el impuesto implícito al trabajo supera el 45%, el mayor de todos los países de la UE, y donde el control de la corrupción es superior a 20 (Hungría y Eslovenia tie-nen valores menores que 10). Hungría, por su parte, que se acercó a la Europa occidental luego del colapso de la Unión Soviética, poseía un sistema comunista de corte más liberal, que en cierta forma explica el rápi-do crecimiento y la adopción de la política y economía europeas, en comparación con otros países provenien-tes del bloque comunista. Para el año 2003, el PIB per cápita de Hungría era de US$8.326, y el porcentaje de impuesto implícito en el trabajo alcanzaba el 40,6%. Por último, se encuentra Eslovenia, que presenta el mejor índice S80/S20, pues el 20% de la población más rica es sólo 3,1 veces más rico que el 20% más pobre.

Los países más desiguales, con un índice S80/S20 por encima de 5, se muestran en el brazo inferior del den-dograma. Allí se encuentran los países con la mayor po-blación de Europa (descontando Francia y Alemania), y que a su vez poseen, en promedio, un impuesto implí-cito al trabajo que no supera el 34%. Sólo el siguiente grupo con peor índice de distribución del ingreso (S80/S20 entre 3,9 y 4,9) posee un promedio de impuesto

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Gráfico 2. Dendograma, según variable de desigualdad del ingreso S80/S20 (2003)

Fuente: elaboración propia.

implícito al trabajo menor (31,9%), grupo que además reúne a los países con menor población (Luxemburgo, Malta y Chipre) y a algunos con los mayores PIB per cápita de la UE (Austria, Países Bajos y Luxemburgo).

Una vez analizados estos datos e incorporando las de-más variables explicativas consideradas, ¿es posible ha-blar de la existencia de relación entre la variable control de la corrupción y las variables explicativas?

Países Bajos 23Luxemburgo 27Chipre 13Austria 21Malta 10Eslovaquia 6Bélgica 19Rumania 2Finlandia 22Dinamarca 26Bulgaria 1República Checa 9Francia 17Alemania 18Hungría 8Suecia 24Eslovenia 11España 15Irlanda 25Reino Unido 20Polonia 5Italia 16Lituania 4Estonia 7Letonia 3Grecia 14Portugal 12

Dendograma usando Método de Agrupación de Centroides

Escala de Distancia Combinada de Clúster

0 5 10 15 20 25CASOEtiqueta Num

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Cuadro 3. Correlaciones bivariadas (RHO de Spearman)

Fuente: elaboración propia.

CC PIBPCPOB-TOT

S80/S20 INFLA DESEM GPS PITRABDE-

FGUB

CCCoeficiente 1,000 Sig. .

PIBPCCoeficiente ,918(**) 1,000 Sig. 0,000 .

POB-TOT

Coeficiente 0,072 0,076 1,000 Sig. 0,721 0,706 .

S80/S20Coeficiente -0,292 -0,234 0,112 1,000 Sig. 0,139 0,240 0,579 .

INFLACoeficiente -0,279 -0,132 -0,120 -0,020 1,000 Sig. 0,158 0,513 0,551 0,920 .

DESEMCoeficiente -,581(**) -,651(**) 0,163 0,246 -0,174 1,000 Sig. 0,001 0,000 0,417 0,216 0,386 .

GPSCoeficiente ,767(**) ,727(**) ,436(*) -,385(*) -0,236 -0,365 1,000 Sig. 0,000 0,000 0,023 0,047 0,235 0,061 .

PITRABCoeficiente 0,097 0,125 0,276 -0,329 -0,205 0,219 ,514(**) 1,000 Sig. 0,629 0,534 0,164 0,094 0,306 0,273 0,006 .

DE-FGUB

Coeficiente 0,257 0,267 -0,314 0,004 -0,027 0,022 -0,070 0,022 1,000Sig. 0,195 0,179 0,110 0,984 0,895 0,912 0,730 0,912 .

N=27 Notas: ** La correlación es significativa al nivel 0,01 (bilateral). * La correlación es significativa al nivel 0,05 (bilateral).

N es el número de casos, 27 países de la UE; CC es el índice de control de la corrupción; PIBPC es el PIB per cápita medido en US$PPPS; POBTOT es la población total en millones; S80/S20 es la distribución S80/S20 de la desigualdad del ingreso; INFLA es la inflación (HCIP); DESEM es el desempleo como porcentaje de la fuerza de trabajo; GPS es el gasto en protección social como porcentaje del PIB; PITRAB es el porcentaje de impuesto implícito en el trabajo; y DEFGUB es el déficit gubernamental.

A pesar de las limitaciones de la información prove-niente de la tabla de correlaciones bivariadas (ver el Cuadro 3), en particular al tratarse de un estudio de corte transversal, es posible realizar un análisis tanto del valor del índice de correlación como del signo de éste, que permite el planteamiento de ciertas hipótesis explicativas respecto de la variable explicada. Uno de los índices de correlación más alto es el existente entre la variable control de la corrupción y PIB per cápita, de un 91,8%, es decir, que existe un alto grado de ajuste a una línea recta entre estas variables, como se manifiesta en el Cuadro 2. Los países con un mayor PIB per cápi-ta son también aquellos que ejercen un mayor control sobre la corrupción; una hipótesis explicativa está dada porque a mayor nivel de riqueza de un país, mayores condiciones para generar estructuras de control de la corrupción, de modo que no se afecte el crecimiento

económico; sin embargo, el PIB per cápita tiene una relación lineal débil con la distribución del ingreso, lo cual puede significar que un aumento del PIB no va de la mano necesariamente de una mejor distribución del ingreso, y que, a su vez, un grado alto de desigualdad en la sociedad puede generar la percepción de un bajo ni-vel de control de la corrupción, en especial si la riqueza está acumulada en unas pocas manos, en élites que se encuentran sin ninguna limitación para ejercer su poder sobre el quehacer del Estado.

Otra variable con una correlación alta con la variable control de la corrupción es el gasto en protección social (76,7%), donde, para esta muestra de datos y para el año considerado, a medida que aumenta el gasto en protec-ción social, también lo hace el control de la corrupción, y como esta variable es una variable agregada, donde la

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percepción es importante, entonces, una hipótesis que es posible deducir es que altos niveles de gasto público pueden conllevar una mejora en cantidad o calidad de los bienes y servicios sociales que otorga un Estado, y, por ende, la percepción sobre el control de la corrup-ción puede llegar a ser también mayor; encontrar una relación entre estas dos variables permitiría, por ejem-plo, determinar la percepción que tienen los agentes respecto de la efectividad y probidad en la gestión del gasto en protección social. Al igual que lo anterior, es también relevante analizar la relación existente entre el gasto en protección social y la distribución del ingreso, ya sea que a menor desigualdad del ingreso se requie-ra un menor gasto en protección social o que un mayor gasto implique una mejora en la distribución del ingreso.

Otra variable importante es el desempleo (-58,1%), donde se observa una relación negativa entre esta va-riable y el control de la corrupción, ya sea que altos ni-veles de paro incidan directamente en la percepción de un bajo control de la corrupción, y de manera especial en la relación que guarda con una mala gestión de las políticas de empleo, o en la existencia de beneficios di-rigidos a élites o intereses privados; o realizando el análisis de dependencia de manera inversa, que un bajo control de la corrupción por parte de un estado implique un au-mento del paro, porque se favorecen sectores económi-cos determinados o porque el aumento de la corrupción conlleve un relajamiento o la desaparición de leyes de protección y fomento del empleo, o una despreocupa-ción por las políticas de distribución del ingreso y de control de la inflación.

En el Cuadro 3 se observa que los países con niveles de inflación menores (sin considerar aquellos estados con inflación negativa, o deflación) presentan algún grado de déficit fiscal; además, entre ellos se encuentran los países con mejor distribución del ingreso, con menores índices de desempleo, con mayor control de la corrup-ción y, coincidentemente, con los porcentajes más altos de impuestos implícitos en el trabajo; además, se pue-de observar la existencia de correlaciones positivas en-tre el déficit fiscal y el control de la corrupción, el PIB per cápita, el desempleo y la distribución del ingreso. Esto último puede deberse a que ciertos países han lo-grado un equilibrio entre el nivel de precios y el déficit fiscal, con un nivel de desempleo controlado (pero no reducido), y donde gran parte del gasto en protección social proviene de lo que se recauda de los impuestos al trabajo, y donde cualquier efecto inflacionario se ve disipado, o se enfrenta, por medio de políticas distribu-tivas más igualitarias.

Para poder realizar un análisis más detallado, se propo-ne el desarrollo de un estudio de regresión lineal (in-tervalo de confianza del 95%), para ver el peso real de las variables explicativas en la variabilidad de la variable explicada. Para ello, sólo se considerarán las variables desempleo, gasto en protección social y porcentaje de impuesto implícito en el trabajo, productos que cum-plen los supuestos necesarios para el modelo (homoce-dasticidad, colinealidad, independencia, etc.). El Cuadro 4 presenta el resumen del modelo y los Cuadros 5 y 6 muestran la tabla ANOVA y los coeficientes de regre-sión, respectivamente.

Cuadro 4. Resumen del modelo (b)

Modelo R R cuadrado R cuadrado corregida Error típ. de la estimación Durbin-Watson

1 ,854(a) 0,730 0,695 4,40730 1,680

a. Variables predictoras: (Constante), Desempleo (% de la Fuerza de Trabajo), % de Impuesto Implícito en el Trabajo, Gasto Protección Social (% del PIB)

b. Variable dependiente: Control de la Corrupción

En el Cuadro 4 se aprecia que el 69,5% de la variabili-dad de la variable control de la corrupción es explicado por la variabilidad de las tres variables explicativas con-sideradas, y que el valor poblacional de R es significa-tivamente distinto de cero, es decir, que existe relación significativa entre las variables (Cuadro 5, Sig = 0,00).

En el Cuadro 6 se presentan los coeficientes parcia-les de la recta de regresión, donde la variable gasto en protección social posee una importancia relativa mayor que las otras dos variables (Beta estandarizado 0,827) y contribuye significativamente a explicar lo que ocurre con la variable control de la corrupción (Sig = 0,000),

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Cuadro 7. Resumen del modelo (b)

Modelo R R cuadrado R cuadrado corregida Error típ. de la estimación Durbin-Watson

2 0,865 0,748 0,702 4,352 1,866

a Variables predictoras: (Constante), ideología política en el poder, Gasto Protección Social (% del PIB), Desempleo (% de la Fuerza de Trabajo), % de Impuesto Implícito en el Trabajo

b Variable dependiente: Control de la Corrupción

Cuadro 5. ANOVA (b)

Modelo Suma de cuadrados Gl Media cuadrática F Sig.

1 Regresión 1207,38574 3 402,46 20,72 0,00

Residual 446,758124 23 19,42

Total 1654,14387 26

a Variables predictoras: (Constante), Desempleo (% de la Fuerza de Trabajo), % de Impuesto Implícito en el Trabajo, Gasto Protección Social (% del PIB)

b Variable dependiente: Control de la Corrupción

Cuadro 6. Coeficientes de regresión

Modelo

Coeficientes no estandarizados

Coeficien-tes estan-darizados

T Sig.

Correlaciones

BError típ. Beta

Orden Cero Parcial

Semi-

parcial

1

(Constante) 2,907 5,054 0,575 0,571

% de Impuesto Implícito en el Trabajo

-0,349 0,152 -0,306 -2,292 0,031 0,007 -0,431 -0,248

Gasto Protección Social (% del PIB)

1,080 0,181 0,827 5,958 0,000 0,762 0,779 0,646

Desempleo (% de la Fuerza de Trabajo)

-0,375 0,258 -0,187 -1,450 0,161 -0,544 -0,289 -0,157

a. Variable dependiente: Control de la Corrupción

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lo que sucede igualmente con la variable porcentaje de impuesto implícito en el trabajo (Beta = -,306; Sig = 0,031). Como la relación entre las variables explicativas y la explicada no es independiente, se presentan ade-más las correlaciones parciales y semiparciales, donde se observa que la relación entre gasto en protección social y control de la corrupción aumenta cuando no se consideran las otras variables, pero vuelve a disminuir cuando el efecto atribuible a las otras variables sólo se elimina de la variable gasto en protección social, al igual que aumenta la correlación de la variable porcentaje de impuesto implícito en el trabajo. Esto podría corroborar la hipótesis de que un aumento del gasto en protección social, si éste se ve reflejado en los bienes y servicios sociales, redunda en un aumento de la percepción del control de la corrupción en un Estado, de igual forma que el porcentaje de impuesto implícito en el trabajo sólo resulta significativo en presencia de las otras va-riables, llegando incluso a invertir la relación, es decir, que un aumento del porcentaje podría redundar en una caída en la percepción sobre el control de la corrupción, debido a que los individuos que se ven afectados por altos impuestos sobre su trabajo considerarían un alto nivel de corrupción si estos flujos de dinero no les son devueltos, relativamente íntegros, en forma de bienes y servicios sociales, ya sea tanto en la cantidad como en la calidad de dicha provisión. Al construir un segundo mo-delo que incluye la variable ficticia “ideología política en el poder”, a fin de observar el efecto de esta variable cualitativa sobre la recta de regresión, se obtienen los Cuadros resumen 7, 8 y 9.

Al incorporar la variable “ideología en el poder”, el coefi-ciente de regresión se incrementa levemente de 69,5% a 70,2% (ver el Cuadro 7), y, al igual que en el modelo anterior, existe relación significativa entre las variables (ver el Cuadro 8, Sig = 0,000); sin embargo, en ambos modelos (con y sin la variable dummy) sólo son signifi-cativas las variables porcentaje de impuesto implícito en el trabajo y gasto en protección social (Cuadro 5 y Cua-dro 8, Sig = 0,000), mientras que las otras variables no contribuyen de forma significativa a explicar lo que ocu-rre con la variable dependiente. Esto puede estar dado porque tanto la variable desempleo como la ideología política en el poder pueden tener su influencia sobre la variable dependiente a través de la variable dominante, que es el gasto en protección social, es decir, que un aumento en el desempleo puede ser visto como una dis-minución en el control de la corrupción, si esta última va asociada a una disminución en el gasto en bienes y servicios sociales; mientras que la existencia o no de la socialdemocracia en el poder –si no va de la mano de

políticas de gastos sociales que aseguren cierto grado de bienestarismo– no sería garantía de una mayor per-cepción de control de la corrupción y, por ende, no sería relevante la ideología en el poder sino la forma en que el Estado establece y ejecuta sus políticas sociales.

conclusiones y solución desde la oFerta

La variable control de la corrupción del Banco Mundial no es una medida directa de la corrupción de un Esta-do; es más una variable de la percepción que tienen los distintos agentes sobre el control que ejerce un Estado sobre su propio quehacer. Es por esto que las variables “gasto en protección social” y “porcentaje de impuesto implícito en el trabajo” cumplen un rol importante en los modelos de regresión obtenidos, pues son variables globales que, en su relación con la variable estudiada, permiten extraer cierto grado de análisis sobre la probi-dad y eficiencia en la actuación de un Estado en su rol de proveedor de bienes y servicios sociales, y la percep-ción que los demás agentes tienen sobre dicha acción. Para el año 2003, los países con mayor control de la corrupción eran también países con un alto PIB per cá-pita; entre ellos, además, se encuentran algunos de los países con mayor gasto en protección social y con mayor porcentaje de impuesto implícito al trabajo, pero esta relación no posee necesariamente vínculo con la distri-bución del ingreso. Es claro que el PIB per cápita, como índice de crecimiento de una economía, no es un reflejo del grado de igualdad de una sociedad, y que, sumado a la infinidad de factores histórico-sociales, se convierten en aspectos diferenciadores de las políticas de cada Es-tado. Por otro lado, una ideología en particular no ase-gura, al menos en esta serie de datos, un mayor o menor control de la corrupción; es más, son la actuación o el compromiso con el bienestar social, tanto del Estado como de los ciudadanos –ya sea a través de su voto o por su participación activa y comprometida como par-te de una democracia–, las variables que se insinúan como más relevantes en el control de la corrupción, y dicho compromiso, que aleja al Estado de los intereses de ciertas élites, puede provenir de cualquier sector po-lítico, ya sea que busque el establecimiento de políticas más igualitarias y/o una mayor libertad de mercado.

Si bien algunos autores reconocen como fuentes de corrupción ciertos aspectos estructurales de un Estado (Elliot 2001) –como el nivel de burocracia, el nivel de sueldos de funcionarios, existencia o no de penas y su grado, la libertad de los mercados, etc.–, y, desde aquí, proponen y desarrollan vías de solución, es claro que

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Cuadro 9. Coeficientes de regresión

Modelo

Coeficientes no estandariza-dos

Coeficien-tes estan-darizados

T Sig.

Correlaciones

BError típ.

BetaOrden cero

ParcialSemi-

parcial

2

(Constante) 3,610 5,021 0,719 0,480

% de Impuesto Implícito en el Trabajo

-0,354 0,150 -0,310 -2,356 0,028 0,007 -0,449 -0,252

Gasto Protec-ción Social (% del PIB)

1,093 0,179 0,838 6,100 0,000 0,762 0,793 0,653

Desempleo (% de la Fuerza de Trabajo)

-0,304 0,261 -0,151 -1,163 0,257 -0,544 -0,241 -0,124

Régimen Ideo-lógico-Político en el poder

-2,248 1,781 -0,139 -1,262 0,220 -0,212 -0,260 -0,135

a. Variable dependiente: Control de la Corrupción

Cuadro 8. ANOVA (b)

Modelo Suma de cuadrados Gl Media cuadrática F Sig.

2 Regre-sión

1237,56 4 309,389815 16,339 0,00

Residual 416,58 22 18,9356639

Total 1654,14 26

a Variables predictoras: (Constante), ideología política en el poder, Gasto Protección Social (% del PIB), Desempleo (% de la Fuerza de Trabajo), % de Impuesto Implícito en el Trabajo

b Variable dependiente: Control de la Corrupción

la corrupción seguirá existiendo mientras no exista un compromiso de probidad y respeto, ya sea apelando a la ciudadanía, al control democrático, a la educación (Malem 2002), a posibles obligaciones impuestas por organismos internacionales y/o a la autorregulación de las empresas, pues la corrupción, “[…] como otras prác-

ticas ilícitas, es realizada por adultos anuentes […] don-de a menos que ambas partes estén dispuestas, el acto ilícito no se consumará” (Heimann 2001, 181), ya que los fuertes controles, la transparencia, el alza de los sa-larios, las altas penas y los premios a la probidad pública sólo servirán como alicientes o frenos a una conducta

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determinada, pero no aseguran el completo acatamien-to de normas. Por ello es necesaria también una autorre-gulación desde la oferta más estricta, que sea más que un compromiso, y cuya fiscalización no sólo dependa de un Estado determinado, sino también de organizaciones internacionales que aseguren cierta independencia del poder económico.

La Cámara de Comercio Internacional (CCI 2005) lleva desarrollando y proponiendo reglas de autorre-gulación desde 1977; sin embargo, éstas se enfrentan siempre a la discrecionalidad de las empresas, pudien-do incluso llegar a ser sólo una farsa (Heimann 2001). Desde hace unos años se viene discutiendo el desarrollo de una nueva norma ISO (Organización Internacional para la Normalización), la ISO 26000 de Responsabili-dad Social Corporativa, que se espera esté lista para el año 2010; en ella se reunirá una serie de lineamientos sobre el comportamiento responsable de las empresas. Ser responsable no debiera ser sólo el querer las conse-cuencias de nuestros actos, sino también el desarrollo de comportamientos cuyos actos tengan las mínimas consecuencias negativas. Es por esto que el desarrollo de una norma que incluya el apego irrestricto a la legali-dad internacional y nacional –en especial, a la tributaria y a la laboral, incluso de filiales, socios y proveedores en el extranjero; el respeto al ambiente, la lucha contra la corrupción, etc.– debería formar parte esencial del per-feccionamiento de cualquier norma de responsabilidad, como sí lo ha sido la calidad en las ISO 9000.De esta forma se aseguraría, desde el mercado, la obligatoriedad de una conducta proba por parte de las empresas, más allá de las exigencias que organismos internacionales hagan a los estados, que en algunos casos han llega-do a ser consideradas altamente intervencionistas, al obligar a los países a optar por ciertas sendas de cre-cimiento y por aquellos valores que dichos organismos defienden y patrocinan.

Este estudio intentó ser sólo un atisbo de los aspectos estructurales de un Estado como factores influyentes en el nivel de control de la corrupción; sin embargo, e intuitivamente, es posible reconocer otras variables que pueden llegar a ser relevantes en cualquier estudio sobre corrupción, no sólo las ya descritas, sino también aque-llas que guardan relación con la historia democrática de cada país (que pueden llegar a constituir una muestra de la solidez del Estado democrático) o que reflejan la consti-tución y funcionamiento de las élites o del mercado, lo cual demuestra lo mucho que aún es posible recorrer al tratar de explicar las fuentes, la diferencia en los niveles y las posibles soluciones de la corrupción.

reFerencias

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3. Cámara de Comercio Internacional (CCI). 2005. Comba-tiendo la extorsión y el soborno: reglas de conducta y recomen-daciones de la CCI. París: CCI.

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11. Kaufmann Daniel, Aart Kraay y Massimo Mastruzzi. 2007. Governance Matters VI: Aggregate and Individual Gover-nance Indicators 1996-2006. World Bank Policy Research Working Paper 4280: 1-93.

12. Malem, Jorge. 2002. La corrupción. Aspectos éticos, econó-micos, políticos y jurídicos. Barcelona: Gedisa.

13. Mauro, Paolo. 2001. Los efectos de la corrupción sobre el crecimiento, la inversión y el gasto público: análisis com-

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Corrupción y desigualdad en la Unión Europea Luis Antonio Trejo Fuentes

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por Jorge Winston Barbosa Chacón** Juan Carlos Barbosa Herrera*** Gloria Patricia Marciales Vivas**** Harold Andrés Castañeda Peña*****

Fecha de recepción: 22 de febrero de 2009Fecha de aceptación: 2 de junio de 2009Fecha de modificación: 24 de julio de 2009

* Grupo de Investigación “aprendizaje y sociedad de la información”. Pontificia universidad Javeriana bogotá-colombia/universidad Industrial de san-tander, bucaramanga, colombia. Proyecto financiado por la vicerrectoría académica de la Pontificia universidad Javeriana. agosto 2006-2007, código Pso 58. Fueron colaboradores en este proyecto: liliana González, carlos Rico Troncoso, de la Pontificia universidad Javeriana, y edison muñoz suárez, de la universidad Industrial de santander.

** Profesor asistente del Instituto de Proyección Regional y educación a Distancia, universidad Industrial de santander. Ingeniero electromecánico, universidad Pedagógica y Tecnológica de colombia. especialista en Docencia universitaria de la universidad Industrial de santander y magíster en Informática de la universidad Industrial de santander. entre sus publicaciones se encuentran: Recolectores, verificadores y Reflexivos: perfiles de la competencia informacional en estudiantes universitarios de primer semestre (escrito con Gloria P. marciales vivas, liliana González niño Juna carlos barbosa Herrera y Harold castañeda-Peña). Revista Interamericana de Bibliotecología 33, no. 1: 187-209, 2010; competencias informacionales en estu-diantes universitarios: una reconceptualización (escrito con Gloria P. marciales vivas, liliana González niño y Harold castañeda-Peña). Revista Universi-tas Psychologica 7, no. 3: 643-654, 2008; Instrumento para la evaluación de material escrito de autoaprendizaje para educación a distancia (escrito con Rocío Rey Gómez y Gilberto Gómez mantilla). Revista Docencia Universitaria 6, no. 1: 56-71, 2005; evaluación de materiales escritos de autoaprendizaje para educación a distancia (escrito con Rocío Rey Gómez y Gilberto Gómez mantilla. Revista Iberoamericana de Educación a Distancia 6, no. 2: 55-76, 2003. correo electrónico: [email protected].

*** Profesor asistente del Instituto de Proyección Regional y educación a Distancia, universidad Industrial de santander. Psicólogo de la universidad católica de colombia y magíster en Docencia universitaria de la universidad Pedagógica nacional. entre sus publicaciones se encuentran: apren-dizaje y sociedad de la información (escrito con Gloria P. marciales vivas y carlos Rico). en Saber, sujeto y sociedad: una década de investigación en psicología, ed. Hugo escobar melo, 325-344. bogotá: Pontificia universidad Javeriana, 2006; educación superior y tecnologías de la información y la comunicación: intereses investigativos. en Entornos virtuales en la educación superior, 167-177.bogotá: consejo nacional de acreditación, 2006. correo electrónico: [email protected].

Reconceptualización sobre competencias informacionales. Una experiencia en la Educación Superior*

ResumenEl artículo presenta resultados de un proyecto de investigación sobre competencia informacional en estudiantes universitarios, en desarrollo desde 2006. El estudio parte de la comprensión tradicional de competencia informacional y propone su replanteamiento desde el enfoque semiótico del discurso. Se sustenta que la competencia informacional está representada en las condiciones previas (modalidades cognitiva, afectiva y pragmática de la competencia). Estas condiciones hacen posible la actuación relativa a la información. Adicionalmente, se construyó una estructura de análisis in situ de la competencia. Esta estructura fue probada con un estudiante de educación a distancia en la Universidad Industrial de Santander, Colombia. Los resultados muestran que las dimensiones de la competencia informacional pueden ser comprendidas a partir de la experiencia relatada por el sujeto. El estudiante mostró ejemplos sobre las claras relaciones entre las modalidades (perspectiva semiótica) y sus experiencias e historia de vida (perspectiva sociocultural). De otro lado, fueron evidentes las fuertes relaciones entre las modalidades que exigen procesos detallados de análisis de los resultados.

PalabRas clave:Estudiantes universitarios, fuentes de información, competencia informacional, búsqueda de información, acceso a información, habilidades informacionales.

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**** Profesora titular de la Facultad de Psicología, Pontificia universidad Javeriana, bogotá. Psicóloga y magíster en educación y Psicología de la universidad Javeriana. Doctora en educación, universidad complutense de madrid. entre sus publicaciones recientes se encuentran: nativos digitales: ¿ocultamiento de factores generadores de fracaso escolar? Revista Iberoamericana de Educación 50: 113-130, 2009; mitos, realidades y preguntas de investigación sobre los “nativos digitales”: una revisión. Revista Universitas Psychologica 8, no. 2: 323-338, 2009; competencias informacionales en estudiantes universitarios: una reconceptualización (escrito con Jorge winston barbosa, liliana González niño y Harold castañeda-Peña). Revista Universitas Psychologica 7, no. 3: 643-654, 2008. correo electrónico: [email protected].

***** Profesor asociado de la Facultad de comunicación y lenguaje, Pontificia universidad Javeriana, bogotá. licenciado en español-Inglés de la uni-versidad Pedagógica nacional; magíster en educación con énfasis en lingüística aplicada en cartage college y magíster en lingüística española en el Instituto caro y cuervo. Doctor en educación, Goldsmiths-university of london. entre sus publicaciones se encuentran: competencias infor-macionales en estudiantes universitarios: una reconceptualización (escrito con Jorge winston barbosa, liliana González niño y Gloria P. marciales vivas). Revista Universitas Psychologica 7, no. 3: 643-654, 2008; Interwoven and competing Gendered Discourses in a Pre-school eFl lesson. en Gender and Language Research Methodologies, eds. Kate Harrington, lia litosseliti, Helen sauntson y Jane sunderland, 256 - 268. basingstoke: Palgrave macmillan, 2008; Masculinities and Femininities Go to Preschool: Gender Positioning in Discourse. bogotá: Pontificia universidad Jave-riana, 2009. correo electrónico: [email protected].

Reconceptualizing Information Competency: A Case from Higher Education

absTRacTThis article presents the results of a study, started in 2006, on information competency in university students. The study was based on the idea that we should use a semiotic focus of discourse to rethink the traditional understanding of information competency. We argue that information competency is represented in already-existing conditions (cognitive, affective, and pragmatic modalities of understanding). These conditions make it possible to interact in a relative manner with the information. We also developed an in situ method to analyze understanding. This method was tested with a student studying Education at the Universidad Industrial de Santander (Colombia) at a distance. The results show that the dimensions of information competency can be understood based on the subject’s experience. The student showed examples of the clear relationship between the modalities (the semiotic perspective) and the experiences accrued over his or her life (the socio-cultural perspective). The strong relationships between the modalities that required careful analysis of the results were also evident.

Key woRDs: University Students, Sources of Information, Information Competency, Information Searches, Access to Information, Information Skills.

Reconceitualização sobre competências informacionais. Uma experiência na Educação Superior

ResumoO artigo apresenta resultados de um projeto de pesquisa sobre competência informacional com estudantes universitários, em desenvolvimento desde 2006. O estudo parte da compreensão tradicional de competência informacional e propõe sua reconfiguração a partir do enfoque semiótico do discurso. Sustenta-se que a competência informacional está representada nas condições prévias (modalidades cognitivas, afeta e pragmática da competência). Essas condições tornam possível a atuação relativa à informação. Além disso, construiu-se uma estrutura de análise in loco da competência. Essa estrutura foi testada com um estudante de educação à distância da Universidade Industrial de Santander, Colômbia. Os resultados mostram que as dimensões da competência informacional podem ser compreendidas a partir da experiência relatada pelo sujeito. O estudante mostrou exemplos sobre as claras relações entre as modalidades (perspectiva semiótica) e suas experiências e história de vida (perspectiva sócio-cultural). Por outro lado, foram evidentes as fortes relações entre as modalidades que exigem processos detalhados de análise dos resultados.

PalavRas cHaveEstudantes universitários, fontes de informação, competência informacional, pesquisa de informação, aceso a informação, habilidades informacionais.

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E ste artículo reporta parte de la experiencia investigativa de un proyecto adelantado por el Grupo de Investigación “Aprendizaje y Sociedad de la Infor-mación”, el cual ha dedicado gran parte de su tiempo al desarrollo de una línea centrada en indagar sobre las ex-periencias de acceso, tratamiento, apropiación y comu-nicación de la información, en contextos de aprendizaje universitarios. Así, este artículo es parte de apuestas in-vestigativas encaminadas al diseño de un instrumento observacional para describir las prácticas de uso de las fuentes de información que, dado los escenarios de des-envolvimiento de los investigadores, han tenido como población objetivo de tales prácticas a los estudiantes de las modalidades presencial y a distancia.

En forma particular, se busca mostrar una crítica con-ceptual que tenga como objeto de conocimiento una mirada integral, y no meramente instrumentalista, del hacer del sujeto en sus relaciones con la información; una mirada que permita contribuir a la caracterización de las maneras de interacción de éste con la información, y, en especial, de aquellos aspectos que intervienen, condi-cionan y transforman dicho hacer con la información. De esta forma, se puede contribuir con dos problemáticas propias de la educación superior: por un lado, brindar aportes al entendimiento de las diversas maneras de in-teracción que los educandos, como particulares usua-rios de la información, establecen con la diversidad de fuentes disponibles en los contextos de su cotidianidad, y por otro, contribuir a la identificación de factores que podrían estar incidiendo desfavorablemente en el desa-rrollo de las competencias básicas que, para tal efecto, exige la sociedad de hoy, muy marcada por el uso de la información y la comunicación.

Por lo anterior, la crítica conceptual presentada espe-ra brindar algunos elementos que contribuyan a las gestiones de orden académico, pedagógico, adminis-trativo, tecnológico, investigativo y de relación con la comunidad, desarrolladas por los actores educativos en cuanto a las exigencias del uso y tratamiento de las fuentes de información; gestiones que, al respecto, dan importancia a interrogantes como: ¿Dónde está la información? ¿Cómo llegar a la información? ¿Cómo procesar la información? ¿Cómo transformar la in-formación en conocimiento? ¿Cómo socializar la infor-mación? ¿Cómo convertir la información en una base

para contribuir a la solución de situaciones problémi-cas? (Castells s. f.).

Así, es responsabilidad particular de las organizaciones educativas, por un lado, la generación de estrategias, mecanismos y políticas para caracterizar las prácticas de uso de las fuentes de información de los educandos y, por otro, el compromiso de favorecer el desarrollo de competencias frente a su tratamiento y apropiación, te-niendo en cuenta las características evolutivas de los sujetos y los contextos de aprendizaje.

Comprometerse con el anterior reto exige tener en cuenta que las relaciones con las fuentes de infor-mación y, en especial, la apropiación de conocimiento responden a: i) las características de orden individual, ii) los factores vinculados a la historia personal y iii) los aspectos contextuales y culturales; todos ellos como ele-mentos de mediación en tales relaciones, y que, por lo demás, están altamente relacionados con las experien-cias de vida de los sujetos. De esta manera, de modo más integral, se puede hablar con pertinencia de lo que se ha denominado Competencia Informacional, ya que, al dar importancia a los espacios de desenvolvi-miento en los que se hallan inmersos los estudiantes, se puede dar más significado a los procedimientos y acti-tudes que éstos desarrollan para el uso y apropiación de fuentes de información.

En consecuencia, en este artículo, a través de cinco inte-rrogantes se parte de una fundamentación tradicional sobre competencia informacional, la cual denota la ausencia de los tópicos antes descritos y se halla representada en la posición y normatividad emanadas de asociaciones profe-sionales que han tenido como horizonte la bibliotecología, los estándares y los procesos encaminados al cumplimiento de dichos estándares. Esta sección responde a la pregun-ta ¿Cuáles han sido el marco conceptual y las directrices prevalentes sobre competencia informacional?

Como segundo aspecto, se socializa la descripción de la apuesta investigativa, mostrando tanto la descripción del escenario educativo en donde se desarrolló la expe-riencia como los elementos metodológicos del estudio de caso particular. El aspecto, así estructurado, responde al interrogante ¿Cuáles fueron el contexto y el diseño del estudio de caso?

Consecuentemente, se muestra la manera como se trascendió la concepción tradicional del concepto. Esta óptica fue materializada a través de un estudio de caso en donde un educando de la Universidad Industrial de

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Reconceptualización sobre competencias informacionales. Una experiencia en la Educación Superior Jorge Winston Barbosa Chacón, Juan Carlos Barbosa Herrera, Gloria Patricia Marciales Vivas, Harold Andrés Castañeda Peña

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Santander (UIS) –al que en adelante haremos referen-cia como “el estudiante UIS”–, haciendo uso de fuentes de información, permitió que, a través de sus actitudes y procedimientos ante la búsqueda, tratamiento, pro-ducción y comunicación con la misma, dejara corrobo-rar la presencia de lo social y cultural en la competencia informacional, aspecto que ratifica las modalidades que caracterizan su condición. Esta sección hace referencia a la pregunta ¿Cuál fue la experiencia de reconceptuali-zación sobre competencia informacional?

Del ejercicio anterior, el grupo de investigación, toman-do como base su propio concepto de competencia in-formacional, construyó una estructura conceptual que integra los elementos asociados con las experiencias de vida de los sujetos. Esta sección se centra en responder a la pregunta ¿Cuál fue el producto de la experiencia de reconceptualización de competencia informacional?

Para finalizar, se expone el valor agregado de la expe-riencia y se plantean algunos elementos relacionados con el devenir de la problemática en la educación. Esta sección responde a la pregunta ¿Qué se pudo concluir de la reconceptualización?

¿cuáles han sido el marco conceptual y las directrices prevalentes sobre competencia inFormacional? una aproximación a la concepción tradicional

Las aptitudes para el acceso y uso de la información están en relación con las destrezas en tecnologías de la información, pero tienen unas implicaciones mucho más amplias para el individuo, el sistema edu-cativo y la sociedad (ACRL 2000).

Al realizar una mirada a la fundamentación dominan-te en torno a la competencia informacional, se deduce que el efecto de la explosión informativa, de diferen-te presentación y almacenada en una gran variedad de fuentes, fue lo que generó en el ámbito educativo la ne-cesidad de dar importancia a este efecto como objeto de estudio; un estudio que generó una gama de definiciones sobre la competencia informacional y, a su vez, un com-promiso frente al desarrollo de estrategias formativas al respecto.

Esta tarea hizo que, en particular, la Association of College and Research Library (ACRL), desde 1979, pensara en la creación de programas en habilidades informativas que apoyaran el aprendizaje y la adquisición de conoci-

mientos científicos y tecnológicos, en pro de favorecer el desarrollo académico y personal. De manera análo-ga, se han sumado diversidad de textos conceptuales y normativos de otros organismos internacionales, como Information Literacy Standards for Student Learning (ASSL); Association for Educational Communications and Tecnology (AETC); Society of College, National and University Libraries (SCONUL); American Library Association (ALA); Chartered Institute of Library an In-formation (CILIP); Australian and New Zealand Institute for Information Literacy (ANZIIL); International Federa-tion of Library Associations and Institutions (IFLA), que, al atender la demanda de la mencionada explosión informativa, han ofrecido distintos listados, a modo de manuales, de habilidades, destrezas o capacidades de la persona alfabetizada o formada en el manejo de la com-petencia informacional.

El referente teórico más consolidado y aceptado por el conjunto de instituciones y asociaciones bibliotecarias de los países desarrollados es el concepto de Alfabetiza-ción Informacional (ALFIN) o, si se prefiere, de adqui-sición de competencias en información. Desde los años setenta, pero fundamentalmente en la última década, se ha ido generando un importante y notorio número de eventos, como el caso del pasado seminario de trabajo “Biblioteca, aprendizaje y ciudadanía: la alfabetización informacional”, realizado en Toledo en 2006; eventos que han producido declaraciones internacionales en torno a la formación de los potenciales usuarios de las bibliotecas y demás servicios de gestión documental, a partir del concepto adoptado: alfabetización informa-cional o adquisición de competencias en información (Area 2007).

El trabajo de los organismos internacionales ha estado respaldado, igualmente, por manifiestos que, a través de declaraciones, han tenido diferentes horizontes de acción frente a la alfabetización informacional. Los horizontes han sido: i) la búsqueda de una sociedad alfabetizada informacionalmente (Declaración de Praga 2003), ii) la articulación entre la alfabetización informacional y el aprendizaje a lo largo de la vida (Declaración de Ale-jandría 2005) y iii) la relación biblioteca-aprendizaje y ciudadanía (Declaración de Toledo 2006).

La posición de los organismos y las declaraciones, a lo largo del tiempo, ameritan una mirada particular, en es-pecial, a lo que demandan sus lineamientos o directri-ces, de los cuales se puede apreciar un marco conceptual en torno a las competencias informacionales. Una mi-rada, en ese sentido, se muestra en los Cuadros 1 y 2.

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Reconceptualización sobre competencias informacionales. Una experiencia en la Educación Superior Jorge Winston Barbosa Chacón, Juan Carlos Barbosa Herrera, Gloria Patricia Marciales Vivas, Harold Andrés Castañeda Peña

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l y s

ocia

l que

rod

ea a

l uso

de

la in

for-

mac

ión,

y a

cced

e a

ella

y la

util

iza

de fo

rma

étic

a y

lega

l.

Chartered Institute of Library and Information

(CILIP) (Abel et al. 2004)

Alfa

betiz

ació

n In

form

acio

nal:

Es

sabe

r cu

ándo

y p

or q

ué s

e ne

cesi

ta i

nfor

mac

ión,

nde

enco

ntra

rla,

y c

ómo

eval

uarl

a, u

tiliz

arla

y c

o-m

unic

arla

de

man

era

étic

a.

Las

hab

ilida

des

(o c

ompe

tenc

ias)

nec

esar

ias

para

que

un

a pe

rson

a pu

eda

ser c

onsi

dera

da c

omo

alfa

betiz

ada

en in

form

ació

n se

bas

an e

n pr

oces

os d

e co

mpr

ensi

ón

en t

orno

a v

ario

s as

pect

os d

e la

rel

ació

n co

n la

info

r-m

ació

n.

La

pers

ona

con

habi

lida

des

nece

sari

as p

ara

ser

cons

ider

ada

alfa

beti

zada

en

inf

orm

ació

n co

mpr

ende

:

-La

nece

sida

d de

info

rmac

ión.

-Los

rec

urso

s di

spon

ible

s (l

a di

spon

ibili

dad)

.

-Cóm

o en

cont

rar

la in

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ació

n.

-La

nece

sida

d de

eva

luar

los

resu

ltado

s.

-Cóm

o tr

abaj

ar c

on lo

s re

sulta

dos

y ex

plot

arlo

s.

-La

étic

a y

resp

onsa

bilid

ad e

n la

util

izac

ión.

-Cóm

o co

mun

icar

y c

ompa

rtir

res

ulta

dos.

-Cóm

o ge

stio

nar

lo q

ue s

e ha

enc

ontr

ado.

Australian and New Zealand

Institute for Information Literacy (ANZIIL) (Bundy 2004)

Pri

ncip

ios

que

resp

alda

n un

a pe

rson

a al

fabe

tizad

a en

in

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ació

n:

-Se

impl

ica

en e

l apr

endi

zaje

inde

pend

ient

e m

edia

n-te

la c

onst

rucc

ión

de n

uevo

sig

nific

ado,

com

pren

sión

y

cono

cim

ient

o.

-Obt

iene

sat

isfa

cció

n y

real

izac

ión

pers

onal

gra

cias

al

uso

efic

az d

e la

info

rmac

ión.

-Tan

to in

divi

dual

com

o co

lect

ivam

ente

bus

ca y

util

iza

la in

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ació

n en

la t

oma

de d

ecis

ione

s y

la s

oluc

ión

de p

robl

emas

par

a af

ront

ar la

s cu

estio

nes

pers

onal

es,

prof

esio

nale

s y

soci

ales

.

-Dem

uest

ra

resp

onsa

bilid

ad

soci

al

por

med

io

del

com

prom

iso

con

el a

pren

diza

je c

ontin

uo y

la p

artic

i-pa

ción

com

unita

ria.

Una

per

sona

alf

abet

izad

a in

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acio

nalm

ente

:

-Rec

onoc

e la

nec

esid

ad d

e in

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ació

n y

dete

rmin

a la

nat

ural

eza

y el

niv

el d

e la

in

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ació

n qu

e ne

cesi

ta.

-Enc

uent

ra la

info

rmac

ión

que

nece

sita

de

man

era

efic

az y

efic

ient

e.

-Eva

lúa

críti

cam

ente

la in

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ació

n y

el p

roce

so d

e bú

sque

da d

e la

info

rmac

ión.

-Ges

tiona

la in

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ació

n re

unid

a o

gene

rada

.

-Apl

ica

la in

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ació

n an

teri

or y

la n

ueva

par

a co

nstr

uir

nuev

os c

once

ptos

o c

rear

nu

evas

form

as d

e co

mpr

ensi

ón.

-Util

iza

la i

nfor

mac

ión

con

sens

atez

y s

e m

uest

ra s

ensi

ble

a la

s cu

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nes

cultu

-ra

les,

étic

as, e

conó

mic

as, l

egal

es y

soc

iale

s qu

e ro

dean

el u

so d

e la

info

rmac

ión.

Cua

dro

1. A

lfabe

tizac

ión

info

rmac

iona

l des

de la

ópt

ica

de a

soci

acio

nes

prof

esio

nale

s (C

ontin

uaci

ón)

Aso

ciac

ión

Dir

ectr

ices

/con

cept

os

126

Revista de Estudios Sociales No. 37rev.estud.soc.diciembre de 2010: Pp. 208. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 121-142.

Page 121: Revista de Estudios Sociales No. 37

International Federation of Library Associations and Institutions (IFLA)

(Ferreira 2004)In

foal

fabe

ta.

“Par

a po

der

ser

cons

ider

ada

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alfa

be-

ta, u

na p

erso

na d

ebe

ser

capa

z de

rec

onoc

er c

uánd

o ne

cesi

ta i

nfor

mac

ión,

así

com

o te

ner

la c

apac

idad

pa

ra lo

caliz

arla

, eva

luar

la y

usa

rla

efec

tivam

ente

”.

“Los

ind

ivid

uos

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alfa

beta

s so

n aq

uello

s qu

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n ap

rend

ido

cóm

o ap

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er.

Ello

s sa

ben

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o ap

ren-

der

porq

ue s

aben

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o es

tá o

rgan

izad

o el

con

oci-

mie

nto,

sab

en c

ómo

enco

ntra

r in

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ació

n y

cóm

o us

ar l

a in

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ació

n de

man

era

tal

que

otro

s pu

edan

ap

rend

er d

e el

los”

(L

au 2

004)

.

Nor

mas

de a

cces

o: e

l usu

ario

acc

ede

a la

info

rmac

ión

en fo

rma

efec

tiva

y ef

icie

nte.

-Def

inic

ión

y ar

ticul

ació

n de

la n

eces

idad

info

rmat

iva.

-Loc

aliz

ació

n de

la in

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ació

n.

de e

valu

ació

n: e

l usu

ario

eva

lúa

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rmac

ión

críti

ca y

com

pete

ntem

ente

.

-Val

orac

ión

de la

info

rmac

ión.

-Org

aniz

ació

n de

la in

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n.

de u

so: e

l usu

ario

apl

ica/

usa

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rmac

ión

en fo

rma

prec

isa

y cr

eativ

a.

-Uso

de

la in

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ació

n.

-Com

unic

ació

n y

uso

étic

o de

la in

form

ació

n.

Cua

dro

1. A

lfabe

tizac

ión

info

rmac

iona

l des

de la

ópt

ica

de a

soci

acio

nes

prof

esio

nale

s (C

ontin

uaci

ón)

Aso

ciac

ión

Dir

ectr

ices

/con

cept

os

Cua

dro

2. M

anifi

esto

s so

bre

alfa

betiz

ació

n in

form

acio

nal

Dec

lara

ción

Dir

ectr

ices

/con

cept

os

Pra

ga 2

003

Hac

ia u

na s

ocie

dad

alfa

betiz

ada

en in

form

ació

n

Alfa

betiz

ació

n In

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acio

nal:

“[…

] co

mpr

ende

el c

onoc

imie

nto

y ne

cesi

dade

s de

los

indi

vidu

os y

la h

abili

dad

para

iden

tifica

r, lo

caliz

ar, e

valu

ar,

orga

niza

r y

crea

r, ut

iliza

r y

com

unic

ar in

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ació

n efi

cazm

ente

par

a en

fren

tar

aspe

ctos

o p

robl

emas

; es

un p

rerr

equi

sito

pa

ra p

artic

ipar

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azm

ente

en

la S

ocie

dad

de la

Inf

orm

ació

n y

es p

arte

de

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dere

chos

bás

icos

de

la h

uman

idad

par

a un

ap

rend

izaj

e de

por

vid

a”.

Ale

jan

dría

200

5A

lfabe

tizac

ión

info

rmac

iona

l y a

pren

diza

je

a lo

larg

o de

la v

ida

Alfa

betiz

ació

n In

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acio

nal:

-Inc

luye

las

com

pete

ncia

s pa

ra r

econ

ocer

las

nece

sida

des

de in

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ació

n y

para

loca

lizar

, eva

luar

, apl

icar

y c

rear

in

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ació

n de

ntro

de

cont

exto

s so

cial

es y

cul

tura

les.

-Res

ulta

cru

cial

par

a la

s ve

ntaj

as c

ompe

titiv

as d

e in

divi

duos

, em

pres

as (

espe

cial

men

te la

s pe

queñ

as y

med

iana

s), r

egio

nes

y na

cion

es.

-Ofr

ece

la c

lave

par

a el

acc

eso,

uso

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reac

ión

efica

z de

con

teni

dos,

en

apoy

o de

l des

arro

llo e

conó

mic

o, la

edu

caci

ón,

la s

alud

y lo

s se

rvic

ios

hum

anos

, y d

e to

dos

los

dem

ás a

spec

tos

de la

s so

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ades

con

tem

porá

neas

; y c

on e

llo, o

frec

e un

a ba

se v

ital p

ara

cons

egui

r la

s m

etas

de

la D

ecla

raci

ón d

el M

ileni

o y

de la

Cum

bre

Mun

dial

sob

re la

Soc

ieda

d de

la

Info

rmac

ión.

-Se

extie

nde

más

allá

de

las

mer

as te

cnol

ogía

s ac

tual

es p

ara

cubr

ir e

l apr

endi

zaje

, el p

ensa

mie

nto

críti

co y

las

com

pete

ncia

s de

inte

rpre

taci

ón, p

or e

ncim

a de

fron

tera

s pr

ofes

iona

les,

pot

enci

ando

a lo

s in

divi

duos

y c

omun

idad

es.

Tole

do 2

006

Bib

liote

ca a

pren

diza

je y

ci

udad

anía

: la

alfa

betiz

ació

n in

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acio

nal

La

alfa

betiz

ació

n in

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acio

nal e

s un

a he

rram

ient

a es

enci

al p

ara

la a

dqui

sici

ón d

e co

mpe

tenc

ias

en in

form

ació

n, a

sí c

omo

para

el d

esar

rollo

, par

ticip

ació

n y

com

unic

ació

n de

los

ciud

adan

os. S

e ha

cen

nece

sari

os c

onoc

imie

ntos

sob

re e

l acc

eso

a la

in

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ació

n y

su u

so e

ficaz

, crí

tico

y cr

eativ

o.

Fue

nte:

bas

ado

en A

rea

(200

7).

American Library Association - ACRL/ALA

(2000)

Apt

itude

s pa

ra e

l ac

ceso

y u

so d

e la

inf

orm

ació

n:

“[…

] un

con

junt

o de

hab

ilida

des

que

exig

en a

los

in-

divi

duos

rec

onoc

er c

uánd

o se

nec

esita

inf

orm

ació

n y

pose

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a ca

paci

dad

de l

ocal

izar

, ev

alua

r y

utili

zar

efic

azm

ente

la in

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ació

n re

quer

ida”

.

Alfa

betiz

ació

n in

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acio

nal:

“[…

] es

una

cap

acid

ad d

e co

mpr

ende

r y

un c

onju

nto

de h

abili

dade

s qu

e ca

paci

tan

a lo

s in

divi

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par

a re

-co

noce

r cu

ándo

se

nece

sita

inf

orm

ació

n, y

pos

eer

la

capa

cida

d pa

ra lo

caliz

ar, e

valu

ar y

util

izar

efic

azm

en-

te la

info

rmac

ión

requ

erid

a”.

Una

per

sona

com

pete

nte

en e

l ac

ceso

y u

so d

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inf

orm

ació

n:

-Det

erm

ina

el a

lcan

ce d

e la

info

rmac

ión

requ

erid

a.

-Acc

ede

a el

la c

on e

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ia y

efic

ienc

ia.

-Eva

lúa

de fo

rma

críti

ca la

info

rmac

ión

y su

s fu

ente

s.

-Inc

orpo

ra la

info

rmac

ión

sele

ccio

nada

a s

u pr

opia

bas

e de

con

ocim

ient

os.

-Util

iza

la in

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ació

n de

man

era

efic

az p

ara

acom

eter

tare

as e

spec

ífica

s.

-Com

pren

de la

pro

blem

átic

a ec

onóm

ica,

lega

l y s

ocia

l que

rod

ea a

l uso

de

la in

for-

mac

ión,

y a

cced

e a

ella

y la

util

iza

de fo

rma

étic

a y

lega

l.

Chartered Institute of Library and Information

(CILIP) (Abel et al. 2004)

Alfa

betiz

ació

n In

form

acio

nal:

Es

sabe

r cu

ándo

y p

or q

ué s

e ne

cesi

ta i

nfor

mac

ión,

nde

enco

ntra

rla,

y c

ómo

eval

uarl

a, u

tiliz

arla

y c

o-m

unic

arla

de

man

era

étic

a.

Las

hab

ilida

des

(o c

ompe

tenc

ias)

nec

esar

ias

para

que

un

a pe

rson

a pu

eda

ser c

onsi

dera

da c

omo

alfa

betiz

ada

en in

form

ació

n se

bas

an e

n pr

oces

os d

e co

mpr

ensi

ón

en t

orno

a v

ario

s as

pect

os d

e la

rel

ació

n co

n la

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r-m

ació

n.

La

pers

ona

con

habi

lida

des

nece

sari

as p

ara

ser

cons

ider

ada

alfa

beti

zada

en

inf

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ació

n co

mpr

ende

:

-La

nece

sida

d de

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rmac

ión.

-Los

rec

urso

s di

spon

ible

s (l

a di

spon

ibili

dad)

.

-Cóm

o en

cont

rar

la in

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ació

n.

-La

nece

sida

d de

eva

luar

los

resu

ltado

s.

-Cóm

o tr

abaj

ar c

on lo

s re

sulta

dos

y ex

plot

arlo

s.

-La

étic

a y

resp

onsa

bilid

ad e

n la

util

izac

ión.

-Cóm

o co

mun

icar

y c

ompa

rtir

res

ulta

dos.

-Cóm

o ge

stio

nar

lo q

ue s

e ha

enc

ontr

ado.

Australian and New Zealand

Institute for Information Literacy (ANZIIL) (Bundy 2004)

Pri

ncip

ios

que

resp

alda

n un

a pe

rson

a al

fabe

tizad

a en

in

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ació

n:

-Se

impl

ica

en e

l apr

endi

zaje

inde

pend

ient

e m

edia

n-te

la c

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rucc

ión

de n

uevo

sig

nific

ado,

com

pren

sión

y

cono

cim

ient

o.

-Obt

iene

sat

isfa

cció

n y

real

izac

ión

pers

onal

gra

cias

al

uso

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az d

e la

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rmac

ión.

-Tan

to in

divi

dual

com

o co

lect

ivam

ente

bus

ca y

util

iza

la in

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ació

n en

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oma

de d

ecis

ione

s y

la s

oluc

ión

de p

robl

emas

par

a af

ront

ar la

s cu

estio

nes

pers

onal

es,

prof

esio

nale

s y

soci

ales

.

-Dem

uest

ra

resp

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bilid

ad

soci

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med

io

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com

prom

iso

con

el a

pren

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je c

ontin

uo y

la p

artic

i-pa

ción

com

unita

ria.

Una

per

sona

alf

abet

izad

a in

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acio

nalm

ente

:

-Rec

onoc

e la

nec

esid

ad d

e in

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ació

n y

dete

rmin

a la

nat

ural

eza

y el

niv

el d

e la

in

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ació

n qu

e ne

cesi

ta.

-Enc

uent

ra la

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rmac

ión

que

nece

sita

de

man

era

efic

az y

efic

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e.

-Eva

lúa

críti

cam

ente

la in

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ació

n y

el p

roce

so d

e bú

sque

da d

e la

info

rmac

ión.

-Ges

tiona

la in

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ació

n re

unid

a o

gene

rada

.

-Apl

ica

la in

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ació

n an

teri

or y

la n

ueva

par

a co

nstr

uir

nuev

os c

once

ptos

o c

rear

nu

evas

form

as d

e co

mpr

ensi

ón.

-Util

iza

la i

nfor

mac

ión

con

sens

atez

y s

e m

uest

ra s

ensi

ble

a la

s cu

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nes

cultu

-ra

les,

étic

as, e

conó

mic

as, l

egal

es y

soc

iale

s qu

e ro

dean

el u

so d

e la

info

rmac

ión.

127

Reconceptualización sobre competencias informacionales. Una experiencia en la Educación Superior Jorge Winston Barbosa Chacón, Juan Carlos Barbosa Herrera, Gloria Patricia Marciales Vivas, Harold Andrés Castañeda Peña

Otras Voces

Page 122: Revista de Estudios Sociales No. 37

De lo planteado por los anteriores organismos y declaracio-nes, es factible deducir algunos elementos que respaldan el concepto tradicional sobre la competencia informacio-nal, el cual se centra, particularmente, en la relación di-recta del sujeto con la información. Dichos elementos son:

• El criterio de “alfabetización”, en primera instancia, alude a una responsabilidad exclusiva de los contex-tos formales de aprendizaje focalizados en el dominio de las herramientas de la lectoescritura, o en plan-teamientos excesivamente técnico-instrumentales. Ante tal responsabilidad, se destaca el papel que las bibliotecas han desempeñado en su particular compromiso frente a la Educación para la Alfabe-tización Informativa, llegando a crear, en forma adicional, herramientas y, programas para conocer, acceder y satisfacer las necesidades de los usuarios de la información (Fjällbrant et al. 1997).

• Las habilidades o competencias que denotan la normatividad están fielmente centradas en lo que “hace” el sujeto en relación con la información.

• La estandarización representa la óptica tradicio-nal de la bibliotecología centrada en la cultura de la alfabetización informativa, la cual se basa en la capacidad de acceso, identificación, organización, evaluación, aplicación y marco legal, en cuanto al acceso y uso de información. La estandarización y la cultura implícita definen, por excelencia, las competencias en función de la adquisición, desa-rrollo y demostración de habilidades individuales. Este marco es el que ha respaldado, en términos generales, la denominada función educativa de la biblioteca universitaria (Hapke 2005).

• Las organizaciones han tenido como objetivo parti-cular la identificación de indicadores que contribuyan a medir los resultados individuales de la normativi-dad así creada (Tiscareño y Meras 2002).

De otro lado, y al centrar la mirada en lo que serían las tendencias que caracterizan a las directrices, se puede ver que existe una vinculación estrecha, mas no una identidad, entre los términos capacidad, aptitud, des-treza y habilidad, en torno a esta competencia, dada en el marco de las experiencias de la práctica individual y social de los sujetos. Al respecto, se puede apreciar:

• Competencia informacional como habilidad (caso mostrado en SCONUL, ACRL, CILIP y Pra-ga). Conceptualmente, representa el grado de com-

petencia que ha de tener el sujeto frente a un obje-tivo determinado en su relación con la información. Allí cuenta la experiencia del sujeto, o la enseñanza para el desarrollo de tal competencia; lo último, particularmente, para el desempeño en contextos formales de aprendizaje. De allí que los propósitos que guían el desarrollo de estas habilidades estén en correspondencia con los escenarios académicos (Marciales et al. 2008).

• Competencia informacional como aptitud (enunciado en SCONUL y ACRL/ALA). Se en-tiende como una disposición, como un potencial natural con el que cuenta el sujeto y que puede ser puesto en acción, que puede ejercerse, que puede ponerse en movimiento, en su relación con la in-formación. Se podría afirmar que la aptitud es la “materia prima” a partir de la cual es posible el de-sarrollo de habilidades, pero se acepta que el punto de partida no es exactamente el mismo para todos los sujetos (Moreno Bayardo 1998).

• Competencia informacional como una prácti-ca con dimensión social (explícita e implícita en todas las organizaciones y manifestaciones). Se cen-tra la atención en la relación que existe entre el desa-rrollo de ésta y la formación de un sujeto social capaz de asumir con conciencia, tanto crítica como ética, la diversidad y complejidad de factores que median el acceso a la información (Marciales et al. 2008).

De igual manera, se puede observar que cuando las com-petencias se centran sólo en el acceso a la información y en la habilidad en su tratamiento, éstas se identifican con la óptica instrumentalista, al no considerarse que:

• Las competencias están asociadas a un conjunto de conocimientos prácticos socialmente estableci-dos, que son empleados por el sujeto en momentos oportunos para dar a entender que los posee; hay que señalar que dichos conocimientos no se refie-ren a meros “haceres” rutinarios, sino que reflejan el desarrollo de determinadas habilidades; además, suponen que el sujeto que los posee hace uso de ellos habiendo desarrollado estrategias que le per-miten utilizarlos creativamente frente a las diversas situaciones que lo demandan (Coulon 1995).

• Las dimensiones social y cultural de la competencia informacional no solamente se enmarcan en el es-cenario propio de la relación del sujeto y del grupo con la información.

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• Las condiciones de posibilidad de desarrollo de ha-bilidades guardan relación con las vivencias de los sujetos, es decir, la experiencia personal y la historici-dad de la relación con las fuentes de información, así como la incidencia de otros en tal historicidad.

• La acción del sujeto sobre las fuentes de informa-ción tiene implicaciones sobre el contexto social y condiciona sus posibilidades de constituirse en su-jeto informado y en participante reconocido de pro-cesos de toma de decisiones con incidencia social (Marciales et al. 2008).

Según el último aspecto, la competencia informacional se traduce en condiciones necesarias para la participación en procesos decisorios que demandan el ejercicio pleno de la ciudadanía; un aspecto que –con el propósito de con-solidar el desarrollo bibliotecológico y documental– hizo que algunos expertos en la temática centraran esfuerzos por denotar las particularidades de la apropiación informa-cional y de inclusión en los órdenes digital, informacional y social de la población (Ferreira y Dudziak 2004). Estas particularidades se aprecian en el Cuadro 3, en donde se pormenorizan las concepciones, los énfasis, la sociedad, los procedimientos, la relación con lo cognitivo, el objeto o sujeto interviniente y el rol característico de este último (Miranda y Meneses 2006).

Cuadro 3. Concepciones de apropiación informacional como fenómeno de inclusión

Concepciones de apropiación informacional emergentes

Digital Informacional Social

Basada en la alfabetización computacional o digital como habilidad primaria. Definida como la aplicación de técnicas y procedimientos conectados al procesamiento y distribución de informaciones con base en el desarrollo de habilidades y uso de herramientas y soportes tecnológicos.

Proceso de búsqueda de la información para la construcción de conocimiento que involucra el uso, la interpretación, la búsqueda de significados para la construcción de modelos mentales.

Proceso de aprendizaje que engloba, además de una serie de habilidades y conocimientos, la noción de valores conectados a la dimensión social y situacional. Los valores se refieren al desarrollo de actitudes y posicionamientos personales, incluidos la ética, la autonomía, la responsabilidad, la creatividad, el pensamiento crítico y el aprender a aprender, enfatizando el ciudadano, el ser social, admitiendo una situación sistémica de la sociedad.

Concepciones de inclusión

Digital Informacional Social

Concepción con énfasis en la tecnología de la información.

Concepción con énfasis en procesos cognitivos.

Concepción con énfasis en el aprendizaje que consiste en una perspectiva integrada de aprendizaje y ejercicio de la ciudadanía.

Énfasis en el acceso Énfasis en el conocimiento Énfasis en el aprendizaje

Sociedad de la información Sociedad del conocimiento Sociedad del aprendizaje

Acceso Acceso y procesos Acceso, procesos y relaciones

Representa el qué Representa el qué y el cómo Representa el qué, el cómo y el por qué

Acumulación del saber Construcción del saber Fenómeno del saber

Sistemas de información/tecnología Usuarios/individuos Aprendices/ciudadanos

Espectador Conocedor Autónomo

Fuente: basado en Ferreira y Dudziak (2004).

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Otras Voces

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A partir del marco anterior, se denotó la importancia de la alfabetización digital, así como del desarrollo de procesos cognitivos, pero a su vez se señaló la necesidad de mantener, como objeto de análisis, la determinación de conexiones entre las habilidades, los conocimientos y los valores construidos por el sujeto en el proceso de hacerse informacionalmente competente, siendo éste, precisamente, el horizonte del proceso investigativo del cual surge la presente crítica conceptual.

El horizonte se caracteriza por echar una mirada al con-cepto de competencias informacionales, involucrando el hecho de que éstas tienen una dimensión histórica, dado que el sujeto que hace uso de la información es dinámico, cambiante e inacabado. En esta óptica, la historia del sujeto se constituye en fuente de recuer-do y de olvido, a través de la cual se establecen con-tinuidades entre generaciones de aprendices (Wenger 2001), asociadas, en este caso, a la forma de acceder, hacer uso y apropiarse de la información. Aquí cobran gran relevancia aquellos instrumentos y prácticas que

emergen en las interacciones que se establecen en las comunidades de referencia de los usuarios de la infor-mación, los cuales plasman las creencias y prácticas compartidas. En las interacciones se construyen sig-nificados que son apropiados por quienes integran la comunidad, significados que, a su vez, se expresan en las formas habituales de acceder y hacer uso de la in-formación en contextos específicos. La apropiación de información y de conocimiento pertinente, en contex-tos culturales específicos, desempeña un papel funda-mental en el desarrollo tanto de competencias como de capital social (Marciales et al. 2008).

El objeto de análisis y el horizonte, planteados como úl-timos, tienen un descriptor en común: el abordamiento del estudio de las Competencias Informacionales desde el enfoque sociocultural; enfoque que, en una perspec-tiva cercana a la del grupo de investigación “Aprendizaje y Sociedad de la Información”, fue tenido en cuenta en las dos experiencias investigativas particulares, las cua-les se muestran en el Cuadro 4.

Cuadro 4. Estudios sobre competencias informacionales con enfoque sociocultural

Estudio Aspectos asociados al enfoque sociocultural Resultados

Mod

elo

cult

ural

de

la a

lfab

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ació

n in

form

acio

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(Mon

tiel-O

vera

ll 20

07).

-Destaca la influencia de la cultura en el sentido y uso de la información.

-Da importancia a la conexión entre estudiantes como forma de construir conocimiento con otros.

-Se reconoce la influencia de la cultura y experiencia de los educandos, incluso fuera de la academia, como punto de partida para alfabetizar informacionalmente.

-Propone un marco para la comprensión de la información centrada en la alfabetización en la cultura.

-Se formula una pedagogía constructivista que exige dar cuenta del conocimiento de los educandos y sus perspectivas frente a la información.

La

alfa

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200

4).

-Analiza la percepción de los usuarios en cuanto al impacto de los programas nacionales de información y TIC (Tecnologías de la Información y la comunicación) en su ejercicio pleno de ciudadanía.

-Se deducen niveles de alfabetización informacional a partir de la percepción de los usuarios.

-Se realizan estudios de caso para visualizar la trascendencia del uso de información en las condiciones de las actividades y en el ejercicio de la ciudadanía.

-Variables consideradas en el estudio: motivación, comprensión, dificultades, uso, conocimientos obtenidos, proyección/impacto en el día a día y valoración/recomendación del programa.

-Existencia de diferentes y simultáneos niveles de alfabetización informacional entre países.

-Predominancia de la inclusión digital sobre la informacional y la social.

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Los anteriores estudios, al contemplar una óptica so-ciocultural, brindan elementos valiosos para concretar intereses relacionados con la dimensión formativa de las Competencias Informacionales, aunque no sean tan fuertes para apoyar las apuestas en cuanto a la reconstruc-ción conceptual y, más aún, la generación de estrategias de observación y evaluación de estas Competencias.

Tomando el anterior marco conceptual y su respecti-vo análisis, el grupo de investigación asumió el com-promiso de la reconceptualización, partiendo de un diseño metodológico, el cual se describe a partir del siguiente apartado.

¿cuáles Fueron el contexto y el diseño del estudio de caso? el horizonte metodológico de la experiencia

El método del estudio de caso ha sido una forma esencial de investigación en las ciencias sociales, así como en las áreas de educación, políticas de la juventud y niñez, familia, negocios, desarrollo tecno-lógico e investigaciones sobre problemas sociales (Yin citado en Martínez Carazo 2006).

La descripción de la apuesta investigativa permite ser mostrada a través de la descripción del contexto donde se desarrolló la experiencia y de los elementos metodo-lógicos del estudio de caso particular.

Del contexto. El estudio de caso fue desarrollado en escenarios educativos del Instituto de Proyección Re-gional y Educación a Distancia, ubicado en el campus central de la UIS. Allí, y a la luz de los horizontes del grupo de investigación, el programa de Tecnología Em-presarial –desarrollado en la modalidad a distancia, y con un modelo pedagógico centrado en el estudiante, el emprenderismo y el uso de medios tecnológicos– se constituyó para la UIS en el primer escenario de re-flexión de la relación educando-fuentes de información; relación inmersa en procesos educativos caracterizados por el aprendizaje independiente, el acompañamiento tutorial (presencial y mediado con apoyo de recursos tecnológicos) y la relación academia-sector productivo.

Del diseño investigativo. El problema de investigación se fundamenta en atender el interés de las universidades por ahondar en el estudio y desarrollo de estrategias de intervención en torno a las Competencias Informaciona-les, pero más aún, en reconocer la escasez de instrumen-tos confiables para dar cuenta de tales competencias.

A la luz del problema, la experiencia investigativa con-tribuyó con el objetivo general centrado en la construc-ción de una estrategia de observación que permitiera describir las Competencias Informacionales de es-tudiantes universitarios. A su vez, la experiencia tuvo como guía particular –o tesis de trabajo– las variables presentes en el concepto de Competencia Informacio-nal construido por el grupo de investigación, y que es presentada más adelante. En ella, y como aspecto que se evidenció en el estudio de caso, se destaca la apro-piación de significados culturales que, siendo parte de la relación y empoderamiento social del sujeto, inciden en su competencia informacional.

En forma particular, el estudio de caso se desarrolló en atención a los siguientes lineamientos:

• Los criterios del caso. Como tipo, se realizó un uso instrumental del estudio de caso, el cual respondió a los siguientes criterios: i) determinar una tarea que conllevara la consulta de fuentes de información, ii) recoger el discurso de un estudiante (conducta indi-vidual), producto de su interacción con fuentes de información (fenómeno a observar), iii) abordar el fenómeno dentro del contexto educativo real, iv) de-terminar el qué, el cómo y el por qué del fenómeno, v) visualizar evidencias que apoyan o no la perspectiva semiótica del discurso como base de interpretación de la competencia informacional, vi) realizar registros uniformes de observación del fenómeno y vii) diseñar y aplicar un protocolo del estudio de caso.

• Los criterios de selección del sujeto. Se pre-sentó la solicitud de participación espontánea a todos los estudiantes del curso Estadística I de Tec-nología Empresarial, del segundo semestre de 2007 (curso orientado por uno de los investigadores UIS). El sujeto seleccionado fue el primero en mostrar su deseo de participar, aludiendo a su interés por invo-lucrarse y aprender a partir de una experiencia de investigación en la Universidad.

• Los instrumentos de recolección de informa-ción (fichas de observación). i) En el antes: inclu-ye el instrumento sobre aspectos sociodemográficos y la elaboración de un escrito en donde el estudiante describe una experiencia académica de uso de fuen-tes de información, catalogada como exitosa, ii) en el durante: desarrollo de test de preguntas prelimi-nares sobre una tarea que genera consulta de fuen-tes de información y iii) en el después: entrevista semiestructurada grabada.

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Otras Voces

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• El análisis de datos. Triangulación de la informa-ción recolectada en los tres momentos antes descritos.

¿cuál Fue la experiencia de reconceptualización sobre competencia inFormacional? una Forma de ir más allá de la concepción tradicional del concepto

Un acto realizado (es decir, un acto exitosamente termi-nado) es testimonio de que el sujeto de hacer ha alcan-zado la competencia requerida para dicha realización (Serrano 2003).

Ante la responsabilidad de tomar distancia del concepto tradicional de competencia informacional, y dar cuenta de la óptica que respalda la condición social del indivi-duo en tal concepto, el grupo de investigación abordó la crítica, reflexión y apropiación de la fundamentación teórica que respalda esa óptica, tomando como punto de partida su concepto construido en cuanto a las com-petencias informacionales: Es el conjunto articulado de disposiciones y creencias para acceder, evaluar, hacer uso, apropiarse y comunicar información, construidas en la historia de los sujetos en contextos situados de aprendi-zaje; actúa como matriz de referencia de las percepciones y acciones del sujeto epistémico; y expresa los contextos culturales en los cuales fueron adquiridas.

La experiencia de reconceptualización partió dando im-portancia a las expresiones de Alvarado, cuando afirma que resulta limitado suponer que solamente la dimen-sión cognoscitiva determina las actuaciones de los in-dividuos, ya que cuando un sujeto actúa para mostrar lo que puede hacer con lo que sabe, también pone en juego, simultáneamente, las dimensiones pragmática y pasional (Alvarado 2007).

Para dar claridad a lo anterior y, más aún, para contex-tualizar resulta conveniente acudir al estudio de caso, el cual giró en torno a una tarea –para el caso, una pregun-ta–, que condujo a la consulta de fuentes de información: ¿Qué intereses cree usted que pudieron estar vincu-lados con el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy? Así, a continuación se presenta parte del relato1 que hizo el estudiante UIS, como resultado de su proceso de búsqueda y tratamiento de la información, ante el reto que generó la pregunta antes formulada, luego de observar la película JFK.2

1 La transcripción del relato conserva los errores del texto original.2 JFK (película). Dirección: Oliver Stone. Intérpretes: Kevin Costner,

[…] Primero hice un análisis de la película, contando con la ventaja de que ya la había visto. Sé que, en la película, hay dos momentos claves que lo enfocan a uno, hacia los verdaderos culpables de la muerte de Kennedy [...][…] Con esos datos lo único que hice, utilizando Internet, fue corroborar que esa información fuera cierta, mirar primero los antecedentes de la muerte de Kennedy […]

De lo anterior, y bajo una mirada particular que vaya más allá del saber hacer, se puede afirmar que el estu-diante UIS eligió consultar en internet, no sólo porque sabe que allí encuentra datos e información, sino porque, además, deben estar operando otros aspectos que, ex-presados por él mismo en su relato, han de tener relación directa con su actuación frente a la información. Son de considerar, entre otros, las apropiaciones de la expe-riencia con la fuente de información previa (la película), su gusto por la temática, la formación y uso de internet como recurso educativo y su particular deseo de apren-der colaborando con otros (ver el Anexo 1).

Para pormenorizar aún más la óptica que respalda la con-dición social del individuo en su competencia informa-cional, se parte de la Semiótica del Discurso, un campo disciplinar que se ocupa de los signos en la cultura y, más específicamente, de los procesos y mecanismos que hacen posible el sentido. En este campo, Greimas define competencia como el “ser del hacer”, es decir, una espe-cie de estado en donde el acto no es otra cosa que una estructura hipotáctica que reúne la competencia y la eje-cución. Así, el “ser del hacer” que antecede a la ejecución establece una relación de jerarquía entre la competencia y la ejecución, donde la primera es concebida de orden superior, y remite a la existencia de una instancia, de ca-rácter presupuesto o subyacente, que produce el hacer, razón por la cual la competencia no puede ser observada directamente, ya que está constituida por las condiciones previas que hacen posible la acción (Greimas 1989). La ejecución en sí misma, por tanto, no es otra cosa que la forma realizada de la acción, mas no la competencia propiamente dicha (Marciales et al. 2008).

De acuerdo con la experiencia del estudiante UIS, el acto, es decir, lo que él efectivamente ha hecho para acceder a la información, se encuentra relacionado con

Tommy Lee Jones, Kevin Bacon, Gary Oldman, Michael Rooker, Jack Lemmon, Laurie Metcalf, Sissy Spacek, Joe Pesci, John Candy, Pruitt Taylor Vince, Jay O. Sanders, Walter Matthau, Donald Sutherland. Guión: Oliver Stone. Zachary Sklar. Música: John Williams. Fotografía: Robert Richardson. EE. UU. Warner, 1991, 189 min, son. col, 16 mm.

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una condición previa que lo organiza y lo dirige, aquello que resultó de las experiencias previas de relación con la película: los dos momentos considerados por él como claves en la muerte de JFK.

El estudiante UIS establece una relación con la informa-ción, y lo que toma de ella está orientado por la creencia según la cual el “corroborar” la información es lo pertinen-te. En tal virtud, su creencia es parte de presupuestos en su tiempo histórico, que guían y viabilizan las experiencias frente a sus maneras de establecer relación con la informa-ción; estas creencias, sumadas a las finalidades específicas de búsqueda, bien pueden explicar por qué él realiza una determinada elección de fuente de información. Así, el acto o “lo que hace ser”, para ser comprendido, debe articu-larse a aquello que le antecede, es decir, a su “ser del hacer” que lo hace posible: la competencia (Marciales et al. 2008).

Lo anterior lleva a determinar que las condiciones previas que hacen posible la acción, denominadas competen-cia, tienen diferentes niveles de existencia semiótica, es decir, en su trayectoria, para volverse un acto realizado, puede existir en acto (hacer) y en potencia (ser). Es así como, desde la teoría semiótica, se habla de modalida-des del hacer y del ser, presentes en el discurso. Así, la teoría semiótica describe las modalidades virtualizantes, actualizantes y realizantes como modalidades del ser y del hacer. Allí, la modalidad realizada corresponde a la performance (acto realizado). Tales modalidades y sus modos de existencia se presentan en el Cuadro 5 (Gre-imas 1973, 95).

El Cuadro 6 muestra la correspondencia con el relato del estudiante UIS, especificado en las diferentes modalida-des, según Greimas.

Cuadro 5. Modalidades de la competencia, según Greimas (1973)

Competencia Ejecución

Modalidades virtualizantes Modalidades actualizantes Modalidades realizantes

Deber hacer

Querer hacer

Poder hacer

Saber hacerHacer-ser

Cuadro 6. Ejemplo de modalidades de la competencia para el caso estudiante UIS

Competencia Ejecución

Modalidades virtualizantes Modalidades actualizantes Modalidades realizantes

Deber hacer:

“Primero, que la información es muy amplia, entonces tengo que verificar que verdaderamente la información que me llegue sea correcta y confiable, por decirlo así”.

Querer hacer:

“[…] como lo relacionado con las guerras mundiales, son cosas que siempre me han llamado la atención […]”.

Poder hacer:

“Entré a Google y le fui dando datos precisos, nombre fechas, videos y otras palabras […]”.

Saber hacer:

“Es simplemente darle a un buscador y bajar un archivo y leer la información que ahí está recopilada”.

Hacer-ser:

Conjunto de acciones modalizadas desde lo virtualizante y lo actualizante

Fuente: basado en Greimas (1973).

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Otras Voces

Page 128: Revista de Estudios Sociales No. 37

Según lo expuesto en el Cuadro 4 y ejemplificado en el Cuadro 5, las denominadas modalidades de la compe-tencia obedecen a aspectos pragmáticos y afectivos, adi-cionales a los siempre considerados cognitivos (Rosales 2008). Al respecto:

• El deber hacer, como aspecto pragmático, representa la condición del estudiante UIS para valorar y defender la concreción y confiabilidad de la información. Estos principios le dan sentido a su búsqueda y sirven para regular su propia relación con la misma.

• Lo afectivo, haciendo alusión al querer hacer, al deseo, a la motivación, a la voluntad del estudiante UIS frente al reto específico de búsqueda y tratamiento de la in-formación. Ese deseo es reconocido y asumido en su actuación, gracias al efecto condicionante y reflexivo que ejerce su gusto por la temática particular.

• El poder hacer, como aspecto pragmático, es una condición intersubjetiva. Se basa en el reconoci-miento que hizo el estudiante UIS de su acción, la cual, implícitamente, es reconocida por otro; este úl-timo, para el caso, es quien escucha y documenta su relato. Desde el poder reconocido por él, se denotan las particularidades procedimentales de su actuación frente a la fuente de información seleccionada.

• El saber hacer, como aspecto cognitivo, significa que el estudiante UIS tuvo conocimientos de orden conceptual y metodológico frente a su relación con la fuente de información seleccionada, traducida en procesos de manejo de la información, análisis y síntesis, entre otros.

Del anterior análisis, puede apreciarse cómo las afirmacio-nes del relato del estudiante UIS, tienen correspondencia con las modalidades que constituyen la competencia,

a excepción de algunas, como las siguientes: “[…] la información que ofrece Internet es muy amplia […]”, “[…] el Internet me ofrece esa ventaja de obtener la información rápida […]”, “[…] De pronto es por cos-tumbre; y a mi nivel académico, estoy acostumbrado a hacer las búsquedas de ese tipo […]”, “[…] Me han in-culcado que tengo que basarme en entidades serias, res-petables, y no en cualquier comentario […]”. En estas expresiones existen componentes que hacen referencia a creencias del estudiante UIS, las cuales no guardan relación directa con las modalidades planteadas desde el modelo de Greimas. Al respecto, el grupo de investi-gación reporta una debilidad en el modelo de Greimas, al no dar cuenta de tal dimensión.

Para la debilidad manifiesta en el modelo de Greimas, el grupo de investigación, desde Alvarado, lo complemen-ta al adicionar la modalidad potencializante; modalidad de orden epistémico que otorga un lugar a las creencias y a las adhesiones del sujeto como elementos igualmen-te constitutivos de la competencia. Adicionalmente, Al-varado resalta las relaciones lógicas que se establecen y que caracterizan los modos de existencia: Sujeto-Obje-to, Sujeto-Sujeto (Marciales et al. 2008). El Cuadro 7 muestra tal complementación.

La complementación –que desde los planteamientos de Alvarado llevó a denotar los modos de existencia de la competencia–, al ser aplicada al caso del estudiante UIS, permitió apreciar el valor de la modalidad poten-cializante, la cual se ejemplifica en el Cuadro 8.

En las relaciones lógicas aparece el estudiante UIS como la figura central de la acción, y es quien actúa. Como se afirmó, en primera instancia, él se caracteriza por una serie de disposiciones que integran su compe-tencia real en el estado actual: sus motivaciones, pre-juicios y presaberes, los valores y su situación de vida

Cuadro 7. Modos de existencia de la competencia, según Alvarado (2007, 5)

Modo potencializado

Modo virtualizado Modo actualizado Modo realizado

Creencias Motivaciones Aptitudes Efectuaciones

Sujeto/objeto Creer Querer Saber Ser-

hacerSujeto/sujeto Adherir Deber Poder

Modos de existencia

Relación lógica

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Cuadro 8. Ejemplo de modos de existencia de la competencia para el caso estudiante UIS

Competencia Ejecución

Modo

potencializado

Modo

virtualizado

Modo

actualizado

Modo

realizado

Creencias Motivaciones Aptitudes Efectuaciones

Creer:

“[…] la información que ofrece Internet es muy

amplia”.

“El Internet me ofrece esa ventaja de obtener la

información rápida”.

Querer:

“[…] como lo relacionado con las guerras mundiales, son cosas que siempre me han llamado la atención

[…]”.

Saber:

“Es simplemente darle a un buscador y bajar un archivo

y leer la información que ahí está recopilada”.

Hacer-ser:

conjunto de acciones modalizadas desde lo potencializante, lo virtualizante y lo

actualizante.

Adherir:

“De pronto es por costumbre; ya a mi

nivel académico, estoy acostumbrado a hacer las

búsquedas de ese tipo […]”.

“[…] me han inculcado que tengo que basarme

en entidades serias, respetables, y no en

cualquier comentario […]”.

Deber:

“Primero, que la información es muy

amplia, entonces tengo que verificar

que verdaderamente la información que me llegue

sea correcta y confiable, por decirlo así”.

Poder:

“Entré a Google y le fui dando datos precisos,

nombre fechas, videos y otras palabras […]”.

Fuente: basado en Alvarado (2007).

sociocultural. Estas condiciones inciden en su relación con el mundo. Así, el estudiante UIS cuenta con una serie de competencias determinadas por los modos po-tencializante, virtualizante y actualizante para ser y para hacer (actuar) frente a su relación con la información.

Por su parte, el objeto es aquello que el sujeto tiene como horizonte de su actuación, frente a lo cual puede estar en conjunción (con el objeto) o en disyunción (sin el objeto). En el caso particular, para lograr concretar la tarea solicitada, el estudiante UIS estuvo dotado de la competencia para actuar, lo que determinó el modo en que él consigue concretar dicha tarea. De esta manera,

su tarea no sólo posee un valor por el uso que se le da, sino también por las convicciones de su sistema cultural de creencias (Rosales 2008).

Para Alvarado, el sujeto actuante, que usa las fuentes de información, se constituye, como tal, en cuanto actúa modalizado por diferentes condiciones: si es por un saber hacer, indica que dispone de competencia cognitiva; o si es por un poder hacer, da cuenta de una capacidad; cuando está modalizado por un querer hacer, significa que tiene voluntad para actuar; o por un deber hacer, es decir, dispone de una prescripción. Finalmente, cuan-do es modalizado también por sus creencias, significa

135

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Otras Voces

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que ha asumido los determinantes –tanto de su cultura como de su grupo social de referencia– para orientar su acción (Marciales et al. 2008). Lo anterior se presenta en el Cuadro 9 y en el Gráfico 1.

De lo planteado en el Cuadro 9, podemos constatar que la competencia informacional del estudiante UIS

no se encuentra definida solamente por lo que él “hace” o “es” frente a la información; son sus creencias, ad-hesiones, prescripciones, voluntades, motivaciones, capacidades y saberes los que, representados como modos de competencia, la definen con antelación; mo-dos ineludiblemente relacionados con sus experiencias de vida y condición social.

Cuadro 9. Modalizaciones de la actuación

Competencia Ejecución

Creer

Determinaciones culturales de la acción asumidas o

impuestas.

Adherir

Deber hacer

Prescripciones

Poder hacer

CapacidadesHacer-ser

Querer hacer

Voluntad y motivaciones

Saber hacer

Conocimientos y saberes

Fuente: basado en Alvarado (2007).

Gráfico 1. La actuación como representación de la competencia y performance

Fuente: elaboración propia.

Competencia

La acción comprende: competencia y ejecución

Condiciones previas Acto

Realizado (Performance)VirtualPotencial Actual

Estado

Ser

Hacer

Proceso

En correspondencia con el Cuadro 9, el Gráfico 1 permi-te describir los dos escenarios que configuran la acción del estudiante UIS. Un primer escenario que responde a la competencia (los modos que se relacionan con las experiencias de vida de él y que definen dicha compe-tencia), y otro, la ejecución de la competencia misma (la

puesta en escena o performance de la competencia, tradu-cida en el ser y hacer en su relación con la información).

A continuación se hará referencia a la concreción que el grupo de investigación realizó en el marco de la recon-ceptualización en torno a la competencia informacional.

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¿cuál Fue el producto de la experiencia de reconceptualización de competencia inFormacional? la construcción de una estructura conceptual

Si la competencia es concebida como simple resultado, la práctica educativa se orientaría a la promoción; si es concebida como condiciones y procesos, la práctica edu-cativa sería asumida como mediación.

Rosales 2008

Fruto de la experiencia de ir más allá de la concepción tradicional, el grupo investigador redefinió el concepto de competencia informacional, dejando claro, eso sí, que la comprensión que ha emanado de las conceptualiza-

ciones analizadas representa una posición susceptible de ser transformada consecuentemente. En tal sentido, se propone un cambio que interpreta la competencia informacional como las relaciones entre las adhesiones y creencias, las motivaciones y las aptitudes del sujeto epistémico, construidas a lo largo de su historia en con-textos situados de aprendizaje, formales y no formales. Tal entramado de relaciones actúa como matriz de refe-rencia de las formas de apropiación de la información, que tienen lugar a través del acceso, evaluación y uso de ésta, y que expresan los contextos culturales en los cuales fueron construidas. El concepto de com-petencia informacional, en este marco, desplaza lo entendido meramente como el “saber hacer” (Marciales et al. 2008). Lo anterior, a manera de una estructura conceptual, se describe en el Gráfico 2.

Gráfico 2. Concepto de competencia informacional

Fuente: elaboración propia.

entendida como

tejidas entre

que supone

a través de

implica

implica

tiene que ver con que incluye

actúan como construidas en

Competencia del Sujeto

entramado de relacionesMatriz de referenciaContextos

culturales/ Grupos de referencia

creerpotencializante

adherir

querer hacer -volitiva-virtualizante

deber hacer -deóntica-

hacer ser -hacer operatorio-realizante

poder hacer -potestiva-actualizante

saber hacer -cognitiva-

es decir hacerla parte de síapropiarse

de información

acceder

evaluar Hacer uso

aspecto legalutilidad

qué requiere

impacto

organizarobtener

localizarTIC

fuentes

procesarlasentido

expresar crear fuentespertinencia

necesidad

argumentación

hacen posible

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Otras Voces

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Cuadro 10. Particularización de los modos de competencia: caso estudiante UIS

Modalidad potencializante

Interpretación:

Tiene ccorrespondencia con las visiones de mundo que posee el estudiante UIS, las cuales se manifiestan al defender una posición frente a un reto (un problema, una necesidad, una pregunta o un tema). Por ejemplo, él manifiesta su creencia de que, a través del uso de internet, es factible corroborar y fortalecer información apropiada como cierta previamente.

Modalidad virtualizante

Comprende los deseos y deberes del estudiante UIS; aquello que lo movió a realizar la experiencia solicitada: sus motivaciones. Es decir, él realizó la tarea, no sólo por su particular espíritu de servicio, sino porque, en su interior, lo motivaron la retoma y reconstrucción de un conocimiento sobre un tema de su interés, sumadas a la oportunidad de analizar su experiencia frente a la información.

De otro lado, primó la importancia que el estudiante UIS dio a la experiencia investigativa, en donde él, al sentirse partícipe de la misma, hizo que la realización de la tarea se constituyera en un “deber” particular.

Modalidad actualizante

Se relaciona con el conocimiento que el estudiante UIS tiene sobre el qué y el cómo de la realización de la tarea. Supone conocimiento del contexto de la misma y, en particular, de los aspectos asociados a la concreción de dicha tarea. El saber de él se evidencia en la medida en que recurre a fuentes de información vía web, las cuales conoce y sabe cómo utilizar.

Modalidad realizante

Se entiende como la ejecución que lleva a cabo el estudiante UIS, al hacer uso de fuentes de información en internet, expresada en la manera como se apropia de éstas, y, en especial, cómo comunica la producción realizada: su relato. Adicionalmente, el estudiante UIS elaboró un escrito en donde concretó la tarea solicitada.

Fuente: basado en Alvarado (2007), Marciales et. al (2008).

Como se aprecia en el Gráfico 2, la competencia infor-macional es un constructo en el cual se combinan las condiciones y presupuestos que incluyen las modalidades potencializante, virtualizante, actualizante y realizante.

Desde el relato del estudiante UIS, el Cuadro 10 pre-senta la particularización de los modos de competencia.

El Gráfico 3, centrado en el caso estudiante UIS, reto-ma el concepto de competencia informacional, diagra-mado de acuerdo con lo planteado en el Cuadro 10.

¿Qué se pudo concluir de la reconceptualización? el valor agregado de la experiencia y su prospectiva

La experiencia realizada permite destacar diferentes as-pectos en correspondencia con el objeto de estudio y la perspectiva investigativa del mismo, así:

La revisión de la fundamentación sobre el concepto de competencia informacional permitió poner de manifies-to el dominio de la óptica tradicional de la bibliotecología, la cual está centrada en la cultura de la estandarización y, en particular, en la alfabetización informativa, en donde el criterio de “alfabetización” se muestra como responsabilidad exclusiva de los contextos formales de aprendizaje, focalizados sólo en el dominio de las herra-mientas y procesos técnico-instrumentales.

Fue notorio corroborar que el interés por estar al tan-to de la cultura de la estandarización ha mostrado un enfoque centrado especialmente en lo que “hace” el sujeto en su relación con la información, en donde se resaltan la adquisición, el desarrollo y la demostración de habilidades individuales; esfuerzo que se traduce en la identificación de indicadores encaminados a medir los resultados individuales de la normatividad. Esto per-mitió deducir las tendencias involucradas en la defini-ción del concepto de Competencia Informacional como

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Gráfico 3. Ejemplificación de la competencia informacional: caso estudiante UIS

Fuente: elaboración propia.

entendida como

tejidas entre

es decir

de

que supone

actúan como construidas en

Competencia del Sujeto

entramado de relaciones

información

apropiarse

Matriz de referencia

acceder evaluar Hacer uso

hacerla parte de sí

Su historia familiar, personal y social

(académica y laboral)

“…la información que ofrece Internet es muy amplia”

“…me han inculcado que tengo que basarme en entidades serias respetables

y no en cualquier comentario…”

“…cuando yo busqué en la red, ya sabía

directamente qué cosas iba a buscar […] trato de

recopilar información, siempre uso el buscador

de Google”

“….trato de recopilar lo más importante,

trato de sacar nombres claves,

fechas, antecedentes claves, cosas que

me puedan clarificar mejor el tema”

“No había visto una página donde se

mostraran todas las muertes ocasionales que sucedieron alrededor del

tema de la muerte de JFK como tratando de callar ciertos testigos”

“...ampliar más el tema para que la persona que lea el análisis, pueda entender mejor y a conciencia lo que está leyendo que no le quede la menor duda, [...] De esta manera dejaría una pregunta abierta a los lectores para que se responda y se cuestione en

qué forma eso también le esta afectando a él en su nación”

“como lo relacionado con las guerras mundiales, son cosas que siempre me han llamado la atención…”

“Primero que la información es muy amplia entonces tengo que verificar que verdaderamente la información que me llegue sea correcta y confiable

por decirlo así.”

Tarea realizada: “Para nadie es un secreto que el presidente Kennedy gobernó de una forma muy pacífica y con otro tipo de ideales, hecho que alteraría mucho

los intereses creados por personas con poder que vieron debilitado su imperio político-económico ante las acciones del Presidente…”

“Entré a Google y le fui dando datos precisos, nombre fechas, videos y

otras palabras...”

“Es simplemente darle a un buscador y bajar un archivo y leer la

información que ahí esta recopilada...”

a través de

habilidad, acceso instrumental a información, destreza, aptitud, y como relación práctica con una dimensión so-cial; concepto que deja a un lado la importancia que, en todo ello, demanda la historia del sujeto.

La perspectiva semiótica y el estudio de caso represen-taron un referente y un mecanismo válido para corro-borar, en la práctica, la dimensión social partícipe de la competencia informacional. En ello, es claro que el sujeto se apropia de significados culturales que son par-te de su relación y empoderamiento social y que inciden en la competencia misma (Barbero 2003).

La conceptualización que se ejemplificó con el estudio de caso estudiante UIS creó algunas expectativas sobre relaciones entre variables asociadas a la competencia in-formacional, así como algunos interrogantes particulares. Las relaciones son: i) la identidad entre el relato y las modalidades de la competencia, ii) la incidencia del ca-rácter situado de los casos estudiados y la atenuación so-bre la conceptualización mostrada, y iii) la dependencia y semejanza entre las modalidades de la competencia.

Como interrogantes relacionados con los escenarios de la educación superior, y que abren camino hacia la

hacen posible

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Otras Voces

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discusión, se destacan: ¿Cómo dar cuenta del grado de incidencia de los actores y los procesos educativos en la competencia informacional del sujeto? ¿Cómo incide la evolución de la tecnología de la información y comuni-cación, como elemento de mediación pedagógica, en la competencia informacional? ¿Qué trascendencia tienen los modelos pedagógicos de la educación presencial y a distancia en el desarrollo de la competencia informacio-nal? Y, a futuro: ¿Cómo institucionalizar la caracterización, estudio y favorecimiento de la competencia informa-cional? De la misma manera en que se ha tratado en escenarios laborales (Pilerot 2006), ¿cómo examinar y relacionar los hábitos y algunas maneras en que se de-sarrolla la cultura de la información en los estudiantes? ¿Cómo fortalecer la competencia informacional desde los niveles educativos precedentes al superior? (Datz 2009, citado en Hapke 2009).

Por lo anterior, la experiencia investigativa traducida en la conceptualización presentada por el grupo condujo a preguntarse sobre las maneras de aproximarse a la observación de la competencia informacional. En ese sentido, el grupo se aprestó a asumir tal compromiso buscando plantear una estrategia de observación que tenga como horizonte dar cuenta de dicha competencia de manera aproximada y articulada, en el escenario de la Educación Superior.

anexo 1

Perfil general del sujeto-Caso estudiante UIS

Dando crédito a la incidencia de la vida de los acto-res educativos, en su rol de usuarios potenciales de in-formación, es pertinente tener en cuenta el perfil del estudiante UIS como actor del estudio de caso descri-to. Por ello recobran importancia interrogantes como: ¿Quién es este estudiante? ¿A qué se dedica, aparte de ser universitario? ¿Qué experiencias de vida pueden ha-ber incidido o estar incidiendo en su competencia in-formacional? ¿Qué grado de autonomía ha logrado en su relación con la información? Estos interrogantes am-plían la mirada de lo que propone (Castells s. f.) cuando se refiere al compromiso académico relacionado con las competencias informacionales de los estudiantes, explí-cito en la introducción de este artículo.

El estudiante UIS es un hombre de 35 años que adelan-ta estudios de Tecnología Empresarial, en el Instituto de Proyección Regional y de Educación a Distancia de la Universidad Industrial de Santander, Colombia. Es

soltero, amante de la música salsa y del buen cine; le encanta aprender con otros; por ello se le conoce por su disposición para enseñar y ayudar a sus compañeros de estudio, y tiene como horizonte particular ampliar sus conocimientos y proyectar un estilo de vida que esté asociado a su Idea Emprendedora:1 “Factibilidad para la creación de una empresa dedicada a la producción y co-mercialización de Estevia”.2 Esta idea se ha fortalecido con los aportes de la información e interacción vividas a través de internet y de expertos e investigadores del contexto santandereano.

Es un bachiller en la modalidad industrial y ha adelan-tado procesos de formación en línea. Ha desarrollado experiencias de liderazgo en los escenarios laborales y deportivos de los que ha formado parte.

Como la mayoría de educandos de la modalidad edu-cativa a distancia, combina sus estudios con el trabajo. En su lugar de trabajo, área industrial, es responsable de una sección de estirado-soplado y realiza pruebas de control de calidad.

En su recorrido de vida académica universitaria, en donde el trabajo autónomo es objeto de estudio y de práctica, es evidente que el estudiante UIS, como lo describió en su relato, ha tenido relación con fuentes de información, en donde su competencia para ello ha evolucionado constantemente por incidencia familiar, laboral e, indudablemente, académica.

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1 Idea Emprendedora: representa la idea de empresa innovadora o tradi-cional que el estudiante de Tecnología Empresarial UIS va desarrollan-do paulatinamente durante su proceso de formación.

2 Estevia (Stevia rebaudiana bertoni): planta originaria de Paraguay y Brasil, de poderoso efecto edulcorante, muy superior al de la sacaro-sa. Su importancia económica radica en que en sus hojas poseen una sustancia denominada esteviósido, constituida por una mezcla de por lo menos seis glucósidos diterpénicos, que es entre 200 y 300 veces más dulce que la sacarosa y que por sus características fisicoquímicas y toxicológicas permite su inclusión en la dieta humana, para ser uti-lizada como un edulcorante dietético natural, sin efectos colaterales. http://www.visionchamanica.com/Plantas/Estevia.htm.

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Revista de Estudios Sociales No. 37rev.estud.soc.diciembre de 2010: Pp. 208. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 121-142.

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por Luis Antonio Orozco** Diego Andrés Chavarro***Fecha de recepción: 23 de noviembre de 2007Fecha de aceptación: 17 de marzo de 2009Fecha de modificación: 18 de junio de 2009

* este artículo corresponde a una investigación doctoral.** administrador de empresas de la Pontificia universidad Javeriana y estudiante de doctorado en administración en la universidad de los andes. Investi-

gador del Grupo sobre gestión de la investigación de la vicerrectoría de investigaciones, universidad de los andes. entre sus últimas publicaciones se encuentran: methodology for measuring the socio-economic Impacts of biotechnology: a case study of Potatoes in colombia (escrito con Diego andrés chavarro, Doris olaya y José luis villaveces). Research Evaluation 16, no. 2: 107-122, 2007; managing agricultural biotechnology in colombia (escrito con Ingrid schuler). Electronic Journal of Biotechnology 3, no. 10: 1-20, 2007; los departamentos de I+D y la innovación en la industria manufacturera de co-lombia: análisis comparativo desde el comportamiento organizacional (escrito con Diego andrés chavarro y cristhian Fabián Ruiz). Revista Innovar Journal 20(37): 103-117, 2010. correo electrónico: [email protected].

*** Profesional en estudios literarios de la universidad nacional de colombia. Desarrollador de software, universidad Jorge Tadeo lozano. Investigador del Grupo de investigación sobre gestión de la investigación de la vicerrectoría de investigaciones, universidad de los andes. entre sus publicaciones más re-cientes se encuentran: Propuesta y aplicación de una metodología para estimar la e-preparación de municipios digitales (escrito con luis antonio orozco, Jorge Álvarez, elizabeth suárez, carolina avendano y Diana lucio arias). Revista de Ingeniería 27: 27-42, 2008; construcción social del concepto grupo de investigación y de los objetos tecnológicos informacionales (oTI) para su representación. en La investigación en Uniandes 2006. Una aproximación desde la cienciometría. bogotá: universidad de los andes, 2007; De la historia y la sociología de la ciencia a indicadores y redes sociales. Análisis de la biotecnología en el marco de los programas nacionales de ciencia y tecnología. (escrito con luis antonio orozco) bogotá: ocyT, 2006. actualmente realiza su doctorado en university of sussex, Inglaterra. correo electrónico: [email protected].

Robert K. Merton (1910-2003). La ciencia como institución*

ResumenEn este artículo, que rinde tributo a uno de los pensadores más importantes de la actividad científica, presentamos los elemen-tos que consideramos indispensables para analizar el conocimiento certificado como concepto central en la relación entre la institución de la ciencia y la sociedad. Pretendemos con ello proponer los elementos para discutir el paradigma mertoniano de la ciencia frente a las inquietudes y visiones suscitadas por la filosofía, la historia y la sociología de la ciencia. En las dos primeras secciones presentamos una descripción sobre la forma institucional concebida por Merton para certificar el conocimiento cien-tífico y propiciar su utilidad, entrando en detalle en la concepción que nos brinda sobre los métodos en la ciencia que validan su aceptación. En las dos partes finales abordamos la visión mertoniana de la estructura social de la producción científica y su relación con la política, en la que aparece la cienciometría como disciplina. Concluimos con una discusión sobre las críticas a las tesis de Merton y el aporte a la sociología de la ciencia que ha dejado el autor.

PalabRas clave:Sociología de la ciencia, institución de la ciencia, utilidad de la ciencia, cienciometría, política de ciencia y tecnología.

Robert K. Merton (1910-2003). Science as Institution

absTRacTThis article is a tribute to one of the most important thinkers of scientific activity. In it we present those elements we consider indispensable for the analysis of certified knowledge as the central concept of the relationship between the institution of scien-ce and society. We seek to propose elements to discuss the Mertonian paradigm of science in the light of the questions and visions raised by the philosophy, history and sociology of science. In the first two sections we present a description of the insti-tutional form conceived by Merton to certify scientific knowledge and bring about its usefulness, focusing on the details of the framework it provides on the methods of science which validate its acceptance. In the two final sections we approach the Merto-nian vision of social structure of scientific production and its relationship to politics, where scientometrics rises as a discipline. We close with a discussion of the criticisms to Merton’s theses and the contribution this author has made to the sociology of science.

Key woRDs:Sociology of Science, Institution of Science, Use of Science, Scienteometrics, Politics of Science and Techhnology.

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Page 138: Revista de Estudios Sociales No. 37

Robert K. Merton (1910-2003). A ciência como instituição

ResumoNeste artigo, que presta tributo a um dos pensadores mais importantes da atividade científica, apresentamos os elementos que consideramos indispensáveis para analisar o conhecimento certificado como conceito central na relação entre a instituição da ciência e a sociedade. Pretendemos com isso propor os elementos para discutir o paradigma mertoniano da ciência frente às inquietudes e visões suscitadas pela filosofia, história e sociologia da ciência. Nas duas primeiras sessões, apresentamos uma descrição sobre a forma institucional concebida por Merton para certificar o conhecimento científico e propiciar sua utilidade, entrando em detalhes na concepção que nos presta sobre os métodos na ciência que validam sua aceitação. Nas duas partes finais abordamos a visão mertoniana da estrutura social da produção científica e sua relação com a política, na qual aparece a cienciometria como disciplina. Concluímos com uma discussão sobre as críticas às teses de Merton e o aporte à sociologia da ciência que deixou o autor.

PalavRas cHaveSociologia da ciência, instituição da ciência, utilidade da ciência, cienciometria, política de ciência e tecnologia.

Explorar la bibliografía de un campo científico no solo es una costumbre útil y por la que se aprende del pasado, sino

también una práctica conmemorativa mediante la que se rinde un homenaje a quienes han preparado el camino de

la propia labor […]

(Merton 1977, 397).

Los viejos científicos, entonces, describen a los más jóve-nes […] poco interesados en leer y ponderar la obra clásica de algunos años atrás y menos interesados aún en aprender

la evolución histórica de su disciplina […]

(Merton 1977, 695).

Durante más de 40 años de investigación, Robert King Merton1 le dio forma a la sociología de la ciencia como disciplina académica, y sus concepciones teóricas han impulsado decisivamente el proceso de institucionalización de la ciencia. Autor de 28 libros y más de 200 artículos, Merton se ha convertido en uno de los sociólogos más reconocidos e influyentes en el pensamiento y en la actividad científica. Por ejemplo, Merton es el autor de ciencias sociales más citado en las ciencias naturales, según datos del Science Citation Index del Institute for Scientific Information (ISI, hoy Thomson Scientific).2 Además, es el único sociólogo

1 Su nombre original es Meyer Robert Schkolnick.2 Afirma su fundador que: “when the Science Citation Index was laun-

ched in 1964, we also started the Automatic Subject Citation Alert

que ha recibido un premio exclusivo para científicos na-turales que otorga la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, y en la literatura sociológica moderna es considerado el padre de la sociología de la ciencia (Gieryn 2004b). Su aporte, sin duda, ha sido fundamen-tal para iniciar el planteamiento de la estructura social de la ciencia, la utilidad de la ciencia, así como el desa-rrollo de la cienciometría y la política de ciencia y tecno-logía.3 Su obra clásica sobre sociología de la ciencia fue publicada en una edición de dos tomos en 1973, y está conformada por la colección organizada de sus trabajos más relevantes en los siguientes temas: I) La sociología del conocimiento, II) La sociología del conocimiento científico, III) La estructura normativa de la ciencia, IV) El sistema de recompensas de la ciencia y V) Los pro-cesos de evaluación de la ciencia. En su conjunto, estos temas son la piedra angular de la sociología de la ciencia y la base de su ciencia normal, que sigue siendo referencia obligada en las universidades que trabajan el estudio de la sociología de la ciencia y la tecnología (Bijker 2004).

Merton desarrolló una teoría de la estructura social sobre una base epistemológica que se aleja del positi-vismo de Durkheim, para concentrarse en los marcos

(ASCA) service which became available in 1965. My personal search profile for this alerting service included Merton’s name as a cited au-thor, so I was regularly informed of new papers that had cited his work. Every week for over 35 years, I have been stimulated by an amazing assortment of article titles whose authors have been influenced by his work – on average, about twenty papers per week! […]” (Garfield 2004a, 51). Ver también Garfield (1980).

3 Ver en especial Garfield (2004b), Hargens (2004) y Cole (2004), discí-pulo de Merton, quien lo referencia en las páginas 645 y 695 de su obra de 1973 (1977 en la edición en español).

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normativos de la acción, sin renunciar al objetivismo y las explicaciones causales para alcanzar la construc-ción de modelos ideales de la acción (Torres 2002). La teoría social de Merton, influenciada por el funciona-lismo parsoniano, se sustenta en la acción del proceso de escogencia entre alternativas estructurales y las mo-tivaciones que sostienen las decisiones y los patrones de conducta (Stinchcombre 1975). Las estructuras se basan en jerarquías y poder, que definen roles especí-ficos de acción sobre las posiciones estratificadas que permiten castigar o recompensar, así como gobernar un sistema de difusión de información que permite o res-tringe la acción de los actores sociales (Stinchcombre 1975). Las motivaciones como fuente de escogencia de estructuras se basan en la socialización, el sistema de recompensas, la reafirmación de identidades y las nece-sidades. Estos elementos se encuentran presentes en la variedad de estudios sociológicos que realizó Merton en temas como los grupos étnicos inmigrantes, el crimen y la delincuencia, la burocracia, el racismo y las profesio-nes (Stinchcombre 1975; Davison 2003).

Uno de los casos más reconocidos en los que Merton de-sarrolló y aplicó su teoría de la estructura social es el de la actividad científica. Ya desde su tesis doctoral, publicada en 1938, Merton inició el desarrollo implícito de las ideas de Weber sobre el espíritu capitalista para la concepción de un ethos científico, que sería la médula central de la normatividad de su teoría en una disciplina nueva que fundaba: la sociología de la ciencia. En el caso de la cien-cia, Merton encontró en la publicación y la citación que certifican la prioridad del descubrimiento científico y su reconocimiento por la comunidad, la base del epónimo, la celebridad y el reconocimiento, que son las recompen-sas centrales de la institución de la ciencia. Pero también encontró que los científicos buscan la solución de pro-blemas y no son ajenos a la utilidad de la ciencia, espe-cialmente cuando son cooptados por quienes financian la investigación, en una interacción de instituciones que permiten o restringen la autonomía de la investigación, y que genera o no conflictos con el ethos científico. De esta forma, se configuran jerarquías en las estructuras sociales, y se definen roles como el de los pares evalua-dores, editores o los administradores de la ciencia, que, dadas unas condiciones sociopolíticas, entran en conflicto o permiten el desarrollo de disciplinas científicas y la aplicación de sus conocimientos en la instrumentalidad de la solución de problemas en la sociedad.

Merton cuenta con libros dedicados a su nombre desde 1975 (por ejemplo, Coser 1975; Crothers 1994), y des-pués de su muerte aparecen varios artículos y ediciones

especiales en revistas como Social Studies of Science y Scientometrics, que en 2004 rindieron tributo al apor-te científico de Merton y brindaron descripciones de la vida de Merton como investigador, como profesor y como persona (Cole 2004; Gieryn 2004b). En general, se pueden ver cuatro tipos de aportes en los artículos que rinden homenaje a Merton.

Un primer grupo de trabajos se centra en la exposición detallada de los aspectos sociales en los que Merton se formó, fue influenciado y desarrolló su carrera investiga-tiva (Torres y Lamo 2002; Torres 2002; Cole 2004). En ellos encontramos descripciones sobre la forma en la que ejerció la docencia (Gieryn 2004a), su comportamiento como maestro (Fox 2004) y como colega (Cole 2004).

Un segundo grupo de artículos muestra la influencia de Merton en las ciencias sociales y naturales, enfatizando en el aporte a la sociología (Bijker 2004; Holton 2004). Algunos elogian la claridad de su escritura frente a te-mas antes no explorados, como la estructura social de la ciencia (Kover 2003). Otros resaltan su aporte a la ins-titucionalización de los estudios sociales de la ciencia y muestran el impacto de su vasta producción científica y conceptual (Stigler 2004; Fox 2004), así como biblio-métrica (Hargens 2004; Garfield 2004a). También reco-nocen su influencia en el desarrollo de la cienciometría como disciplina (Garfield 2004a, 2004b) y su propuesta como base de una teoría de la citación (Small 2004).

El tercer grupo de textos aborda aspectos puntuales de los aportes de Merton a la sociología, en general, y a la sociología de la ciencia, en particular. Entre ellos, se encuentran exposiciones detalladas sobre las tesis del puritanismo, el ethos científico y la institucionalización de la ciencia moderna en el contexto social en el que Merton las escribió y defendió (Enebakk 2007; Gillis-pie 2006). Así mismo, se encuentran análisis sobre los elementos que son relevantes para el estudio filosófico de la ciencia, como el ethos y la autonomía con la que se desarrolla ésta dentro del marco cultural y moral de la democracia (Richardson 2004). Existen estudios sobre la influencia de Merton en el análisis epistemológico del ethos, la prioridad por el descubrimiento científico y la generación de conocimiento como un bien público, que es codificado en revistas y puesto a disposición de la sociedad (Sthepan 2004). En el cuarto grupo, sobre las críticas a Merton y sus tesis, se encuentran trabajos que discuten la teorización del comportamiento en la citación (Cronin 2004), o que exponen los elementos sociocognitivos de Merton que imposibilitaron la com-probación de sus generalizaciones, así como la falta de

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respuesta de Merton a las numerosas críticas suscitadas por su trabajo en la sociología de la ciencia (Cole 2004).

En este artículo damos una visión de la ciencia como institución, de la utilidad de la ciencia, de la estructura social en la ciencia y de la política y la cienciometría, con el fin de ampliar los panoramas existentes que han abordado la obra de la sociología de la ciencia de Merton y brindar los elementos descriptivos en los que el autor nos muestra los fundamentos de su pensamiento y la aproximación que abrió las puertas al nacimiento de una nueva disciplina sociológica: la sociología de la ciencia.

la ciencia como institución

La obra de Merton se distingue por abordar la ciencia como una institución social estructurada sobre normas que caracterizan el comportamiento de los científicos en el ejercicio de su profesión. Su cuerpo teórico expone dos componentes cuya relación da el fundamento para com-prender la ciencia como una actividad social distintiva. Primero, encontramos el ethos científico como un tratado deontológico que prescribe las formas en las que opera la construcción de nuevo conocimiento, y, segundo, te-nemos el sistema de comunicación y recompensas como una concepción teleológica que le da a esta profesión un mecanismo único de pautas comportamentales y, así, un estatus y un reconocimiento socialmente aceptados.

el ethos cientíFico

La noción de “institución” –desde la tradición de aná-lisis social de Durkheim y Weber4– se entiende, en esencia, como una serie de normas consensuadas que prescriben el comportamiento distintivo en un ámbito social. Los individuos tienen un vínculo emocional con su forma de vida, es decir, con su profesión y con las normas que rigen la práctica de su actividad. Cuando hay un acuerdo general en las reglas de juego funda-mentales, resulta gratificante actuar con respecto a ellas y construir identidad y sentido de pertenencia. En esta corriente, Merton desarrolla el planteamiento del obje-to ciencia, en cuanto institución autónoma, como una estructura social que tiene un conjunto de roles funcio-nalmente regulados por un ethos, que guía y normaliza la construcción y la sociabilidad de la ciencia.

4 Ver Jepperson (1991). Nótese que esta visión normativa de institución no contempla los pilares cognitivos y regulatorios que configuran una estructura social durable que da orden y promueve o restringe los com-portamientos de acuerdo con lo que se considera colectivamente como legítimo. Ver Scott (2001).

El ethos mertoniano es un conjunto complejo de valo-res, creencias, presuposiciones, reglas, prescripciones y costumbres, sostenidos por sentimientos y afectos que distinguen y mantienen unidos a los científicos. Es un consenso moral que deviene de sus costumbres propias por la búsqueda del saber, y propicia la institucionali-zación al legitimar con sus propias reglas de juego su actividad, sus límites y su sistema de recompensas y sanciones. Por tanto, es una cultura que distingue la actividad científica, otorgándole unos deberes sociales, independientemente de la civilización. El ethos, en últi-ma instancia, es una profesionalización normativa en la que los miembros de una ocupación crean condiciones, parámetros y métodos de trabajo propios, con los que establecen la indefectibilidad de su autonomía.

El ethos se constituye así en una generalidad de códigos sociales que operan en sentimientos y emociones que guían la acción, fundamentalmente, hacia cuatro impe-rativos institucionales:

• El universalismo, que ve en la impersonalidad la responsabilidad de hallar los grados de verdad den-tro de la ciencia y no fuera de ella. Es un criterio de validez y valor científico en consonancia con la observación y con el conocimiento anteriormente confirmado.

• El comunismo, que define el conocimiento como propiedad colectiva, por ser producto de la colabo-ración social, donde se aprecian la honestidad inte-lectual y la originalidad.

• El desinterés, que le otorga a la ciencia un carácter de imparcialidad contrastable públicamente y da la pauta para una serie de motivos de los científicos, en especial, para cultivar la humildad.

• El escepticismo organizado, considerado como un mandato metodológico e institucional, que le atri-buye al científico la función de examinar y juzgar los conocimientos con independencia de las creencias o la opinión.

Merton desarrolló la concepción del ethos desde la tesis de Max Weber, quien afirma que la creencia en el valor de la verdad científica no se deriva de la naturaleza sino que es un producto de determinadas culturas. En su te-sis doctoral sobre el origen de la ciencia en la Inglaterra del siglo XVII, Merton observó cómo

[…] el empirismo y el racionalismo fueron canoni-zados, beatificados, por así decir. Bien puede ser que el ethos puritano no influyera directamente en el método de la ciencia, y que éste fuera sencilla-

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mente un desarrollo paralelo en la historia interna de la ciencia […] [pero] llevó al establecimiento de una nueva jerarquía vocacional, basada en criterios que daban prestigio al filósofo de la naturaleza (Merton 1977, 322-323).

Los criterios se fueron consensuando, dando origen a colectividades que han buscado su independencia de otros tipos de estructura social, desarrollando sus fun-damentos, acuerdos y prácticas metódicas propias que las justifican ante las demás esferas de acción social. “Hace tres siglos, cuando la institución de la ciencia poseía escasos títulos propios para reclamar apoyo so-cial, también los filósofos de la naturaleza tuvieron que justificar la ciencia como un medio para lograr los fines culturalmente convalidados de la utilidad económica y la glorificación de Dios” (Merton 1977, 356).

Para Merton, el ethos es de carácter obligatorio.5 Así, se consigue desplegar una estructura social organizada y legítimamente aceptada en la que se produce el nuevo conocimiento. La ciencia ha evolucionado como una ac-tividad social profesionalizada que ha transformado sus principios justificadores, para imprimir credibilidad en sus productos con el uso de métodos científicos. Gra-cias al ethos, existe un ejercicio de lealtad frente a las normas que permiten desarrollar la creación y acumula-ción de conocimientos convalidados, y es este proceso en acción el que precisamente le da a la sociedad la confianza para usar sus productos y reconocer en la ins-titución de la ciencia la credibilidad en sus resultados. En última instancia, para Merton, “el fin institucional de la ciencia es la extensión del conocimiento certifica-do” (Merton 1977, 358).

5 A las numerosas críticas que ha suscitado este enfoque, especialmen-te desde las mediciones entre la adherencia de la conducta a las nor-mas, Storer aclara en la introducción que la definición del ethos dada por Merton responde a que es más probable que la conducta en la ciencia se ajuste a ellas, y, por tanto, como podemos encontrar en la el capítulo 11, las críticas responden a una errónea significación de la palabra norma. El problema teórico de Merton “consiste en identificar y describir las condiciones en que la conducta tiende a ajustarse a las normas o apartarse de ellas y promover su cambio” (Introducción de Norman Storer, 23). El ethos mertoniano lo asoció a los valores fun-damentales que incorpora la conducta y la conciencia de las personas con su forma de vida. En la introducción de la parte IV de su libro germinal Social Theory and Social Structure, en 1968 (cuyo texto no se encuentra en la compilación de 1973), es claro en afirmar que “As long as the locus of social power resides in any one institution other than science and as long as scientists themselves are uncertain of their pri-mary royalty, their position becomes tenuous and uncertain” (Merton 1968a, 549). “It is repeatedly urged that scientists should in their re-search ignore all considerations other than the advance of knowledge” (Merton 1968a, 543).

sistema de comunicación y recompensas de la ciencia

El conocimiento certificado es un tipo de conocimiento que ha sido legitimado por la institución de la ciencia a través de una serie de mecanismos que permiten y estimulan su comunicabilidad. Esto implica el análisis de las formas en que la ciencia ha concebido normas consensuadas de codificación y divulgación del nuevo conocimiento, la descripción de la estructura comunica-tiva que promueve el testimonio convalidado de credi-bilidad en la ciencia y las recompensas que se otorgan a quienes obran en consecuencia con la institución de la ciencia.

El comunismo de la institución científica6 implica di-fundir los resultados, con el fin de ampliar los límites del conocimiento. La institución de la ciencia ha desa-rrollado un sistema de comunicación característico pa-sando del uso de cartas, materializadas públicamente en libros y compendios enciclopédicos, a la publicación de artículos en revistas científicas. Éstas se convirtieron en el medio institucional por excelencia para la comunica-ción y evaluación del conocimiento científico desde el siglo XVIII, cuando la Royal Society of London las con-solidó como el mecanismo por excelencia para transmi-tir periódicamente los aportes a la ciencia en su revista.7 La publicación arbitrada tiene una serie de parámetros y rituales para preservar los derechos de prioridad y per-mitir la acumulación consensuada de conocimiento,

6 Merton considera que “ethos of science is communism, in the special sense that the institutional norms of science would make its products part of the public domain, shared by all and owned by none” (Merton 1968a, 534).

7 Merton identificó el Journal des Sçavans, que empezó en enero de 1665, como la primera revista científica, pero hay divergencias al respecto en la literatura. Vickery (2000) asegura que la primera revista científica fue la Mercurius Gallo-Belgicus, publicada en Colonia en 1594 y des-continuada en 1630, y Restrepo (2004) afirma que fue la revista Phi-losophical Transactions of the Royal Society of London, sobre la que sí existe un consenso sobre el papel que ha cumplido desde abril de 1665 hasta la actualidad. A partir de ella “se inició un proceso sistemático de divulgación de nuevo conocimiento generado por la experimenta-ción individual en un sistema de validación social por parte de un foro colegiado que se articuló en torno al debate sobre la credibilidad del experimento documentado en un tribunal público, constituyendo así la primera comunidad científica estructurada. Los siglos XVIII y XIX fue-ron muy importantes en la construcción de sociedades científicas que debatían públicamente los hallazgos con el fin de generar su aceptación o improbación para el público en general” (Orozco y Chavarro 2006, 12). Merton nos cuenta que, gracias a un acto fortuito resultante del intento de proteger los derechos de propiedad intelectual, Robert Boyle contribuyó decisivamente a la sustitución del sistema de cartas por do-cumentos formalizados ante una autoridad distinguida de la sociedad, en la que también se obtiene la oportunidad de recibir la evaluación y aceptación por parte de un conjunto de reconocidos expertos que pueden dar apreciaciones competentes de la relevancia de su hallazgo y certificarlo como nuevo conocimiento.

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entre los que se destacan la publicación de la fecha de recepción del manuscrito, así como el uso de citas y notas de pie de página.

La institucionalización del artículo científico ha propi-ciado la aparición de roles autorizados, como el de edito-res, impresores y árbitros, que condujo a un cambio de valores y a una nueva forma de construir el conocimien-to. Esta estructura social de validación y comunicación es el medio por el que la ciencia se hace confiable. “La estructura de la autoridad en la ciencia, en la que el sistema de árbitros ocupa un lugar central, proporciona una base institucional para la fiabilidad relativa y la acu-mulación de conocimiento” (Merton 1977, 620-621).

De esta forma, Merton concibe la ciencia como conoci-miento certificado sobre el parámetro consensuado en el que los hombres deciden y aceptan la validez del cono-cimiento científico y lo convierten en un producto con capacidad de circular. En el sistema de comunicación de la ciencia aparece “el incentivo del reconocimiento que, claro está, depende de la publicación” (Merton 1977, 364). Así, las publicaciones arbitradas se constituyen en el mecanismo vinculante de la estructura normativa del ethos científico con el sistema de recompensas de la ciencia, donde la institución se caracteriza por controlar la originalidad, la prioridad y los honores, que estimulan la creatividad y el avance de la ciencia.

Merton plantea que “el reconocimiento es un elemento que deviene de la institución y tiene como función dar una contrapartida motivacional en el plano psicológico por la importancia asignada a la originalidad en el pla-no institucional” (Merton 1977, 386). Pero “los premios honoríficos no deben ser considerados solo psicológi-camente, como incentivos a la excelencia en la labor. También tienen una función social, al dar testimonio del mérito de tipos de excelencia que, en caso contrario, podrían ser considerados como de escasa significación en la sociedad” (Merton 1977, 553).

La forma de reconocimiento más usada es el epónimo, es decir, la costumbre de aplicar el nombre del científi-co a sus descubrimientos y teorías, haciéndolo inmortal en la historia. Es común hablar del marxismo, la época newtoniana, el sistema copernicano, la ley de Boyle o el ethos mertoniano, así como identificar claramente al padre de una determinada disciplina:8 Bernoulli, padre

8 No podemos omitir a Karl Ereky como padre de la biotecnología desde la publicación científica, en un intento de integrar las concepciones en la política sobre una actividad que data de más de 8 mil años. A quien

de la física matemática; Wiener, padre de la cibernética; Price, padre de la cienciometría, y Merton, padre de la sociología de la ciencia. También diferencia las especi-ficidades aportadas por un nombre en una disciplina: geometría euclidiana (diferente de las no euclidianas),9 economía keynesiana o paradigma mertoniano. En la actualidad, el Premio Nobel, así como un sinnúmero de distinciones y posiciones –como ser parte de comi-tés, ser árbitro o desempeñarse en la administración de la ciencia– contribuyen a incrementar la iconografía de la fama en la ciencia y posibilitar el reconocimiento trascendente de su obra.

“La institución de la ciencia moldea los motivos, pa-siones y relaciones sociales de los científicos” (Merton 1977, 428). Así, el desinterés del ethos permite anteponer los criterios intelectuales de los morales, haciendo de la fama científica y la celebridad popular un principio de humildad. El reconocimiento no es sólo vanidad o escala-fones sociales que propician conflictos, sino que también es el mecanismo institucional que da a los científicos la seguridad interior de que su trabajo es valioso, se encuen-tra a la altura de los patrones del avance de la ciencia y representa una fuente de utilidad para la humanidad.

La norma institucional de la humildad y la honestidad intelectual lleva a los científicos a emitir un juicio crí-tico y autónomo sobre la obra del otro, y a referenciar sus fuentes de pensamiento. Así, “cuando la institución funciona de manera eficaz, el incremento del conoci-miento y de la fama personal van de la mano; el objetivo institucional y la recompensa personal están unidos. Pero esos valores institucionales tienen tanto defectos como cualidades” (Merton 1977, 421).

En principio, el único derecho de propiedad intelectual que otorga la institución de la ciencia es el reconoci-miento y la estima. Aun cuando “se ha instado a los cien-tíficos a convertirse en promotores de nuevas empresas económicas […]. Estas propuestas –las que demandan recompensas económicas por los descubrimientos cientí-ficos y las que piden un cambio de sistema social para que la ciencia pueda continuar su tarea– reflejan discre-pancias en la concepción de la propiedad intelectual” (Merton 1977, 365).

le interese, una discusión sobre la biotecnología se encuentra disponi-ble en Orozco y Schuler (2006), “La construcción científico-social de la noción de biotecnología desde conceptos y fundamentos científicos ha-cia políticas públicas”. En VI Jornadas Latinoamericanas de Estudios So-ciales de la Ciencia y la Tecnología (ESOCITE). Disponible en: http://www.ocyt.org.co/esocite/Ponencias_ESOCITEPDF/6COL004.pdf

9 Desarrolladas por Janos Bolyai. Ver Merton (1977, 415).

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La ciencia es pública, no privada. […] Las innovacio-nes deben ser efectivamente comunicadas a otros. A fin de cuentas, esto es lo que entendemos por contri-bución a la ciencia: es algo que se da al fondo común del conocimiento. En última instancia, la ciencia es un cuerpo de conocimiento socialmente compartido y convalidado. Para el desarrollo de la ciencia sólo importa la obra efectivamente conocida y utilizada por otros científicos inmediatamente (Merton 1977, 566).

la utilidad de la ciencia

La concepción de la utilidad de la ciencia de Merton parte de una visión histórica, no lineal, en la que las teorías se han convertido en aplicaciones concretas en el entorno material. Por ejemplo, “las funciones hi-perbólicas fueron descubiertas dos siglos antes de que tuvieran alguna significación práctica” (Merton 1977, 80), especialmente en el campo de la balística militar. Merton afirma que “la experiencia ha mostrado que las más esotéricas investigaciones han hallado importantes aplicaciones. A menos que la utilidad y la racionalidad sean totalmente descartadas, no puede olvidarse que las especulaciones de Clerk Maxwell sobre el éter llevaron a Hertz al descubrimiento que culminó en la telegrafía sin hilos” (Merton 1977, 343).

Es comúnmente aceptada “la idea de que la ciencia constituye una de las principales fuerzas dinámicas de la sociedad moderna” (Merton 1977, 294), y, por tan-to, es una actividad en la que recaen diversos intereses sociales. La utilidad de la ciencia se deriva de la interde-pendencia con otras instituciones que intervienen en su curso, con la finalidad de obtener de ella resultados para sus propios intereses. En su análisis de las interac-ciones entre ciencia y sociedad, Merton se pregunta: “¿Cómo el énfasis cultural en la utilidad social como criterio principal, para no hablar de criterio exclusivo, de la labor científica afecta al ritmo y la dirección del avance de la ciencia?” (Merton 1977, 246). Encuentra que la institución de la ciencia se ve afectada por lo que ocurre en otros ámbitos –como el político, el económi-co, el religioso o el militar–, y han sido estas institu-ciones, en especial, las que han generado una tensión entre la búsqueda del conocimiento certificado y su aplicabilidad en tecnologías que transformen las condi-ciones materiales con las que se domina la naturaleza. Merton encuentra que la justificación de la utilidad y la exigencia de retribuciones prácticas limitan el libre juego de la imaginación científica y el avance del cono-cimiento científico básico.

Merton asevera que desde la afirmación de Hobbes, quien sostuvo que “la ciencia es poder”, “el énfasis puesto en la utilidad exige un mínimo imprescindible de interés por la ciencia, que puede ser puesta al servicio del Estado y la industria. Al mismo tiempo, tal énfasis lleva a limitar la investigación en la ciencia pura” (Merton 1977, 343). En sus análisis sobre la ética protestante en la Inglate-rra del siglo XVII, Merton encuentra que “esta cultura se basaba firmemente en un sustrato de normas utilitarias que identificaban lo útil y lo verdadero. El mismo puri-tanismo había atribuido una triple utilidad a la ciencia. La filosofía natural era un medio, primero, para establecer pruebas prácticas del estado de gracia del científico; se-gundo, para aumentar el control sobre la naturaleza; y tercero, para glorificar a Dios” (Merton 1977, 314).

Merton presenta las implicaciones de la concepción de ciencia de la Alemania nazi, donde “la cuestión de la sig-nificación científica de todo conocimiento es de impor-tancia totalmente secundaria, comparada con la cuestión de su utilidad” (Merton 1977, 342), con lo que se confi-guró una dualidad entre esta posición y el desarrollo de la ciencia pura. “El cambio básico en la organización social en Alemania ha brindado una virtual prueba experimen-tal de la estrecha dependencia de la dirección y el alcan-ce de la labor científica con respecto a la estructura de poder prevaleciente y la visión cultural asociada con ella” (Merton 1977, 85). Advierte que ello ha generado la exis-tencia de lo que ha denominado “el imperio del interés inmediato”10 y la presión a la ciencia por resultados útiles.

Merton ve en la tecnología la incidencia de la ciencia, especialmente en el sistema económico y en el aparato militar, y, por ende, su interferencia en el orden de otras instituciones sociales como la política. La tecnología ha generado la aceptación de unos y no de otros, que ven en ella una amenaza, tanto desde el punto de vista de su aplicación militar como desde la creación de artefactos de producción que puedan llegar a desplazar su activi-dad y modo de vida. Por tanto, existen conflictos entre el ethos científico y las demás instituciones que intentan inducir sus intereses. En síntesis, el ethos científico se ha visto influido por la sociedad, que espera de su acti-vidad una utilidad tangible y verificable.

Sobre el aporte de la ciencia al progreso económico, Merton encuentra que “el criterio tecnológico del lo-

10 Expresión usada por Merton (1977, 349) y desarrollada en el artículo clásico de su teoría sociológica, donde la describe como: “instances where the actor’s paramount concern with the foreseen immediate consequences excludes the consideration of further or other conse-quences of the same act” (Merton 1936, 900).

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gro científico también tiene una función social para la ciencia. Las crecientes comodidades y conveniencias que se derivan de la tecnología, y en última instancia de la ciencia, promueven el apoyo social para la ciencia” (Merton 1977, 347). Observa que “la tecnología moder-na no es solamente la aplicación de una ciencia pura basada en la observación, la lógica y la matemática. En mucho mayor grado es el producto de una orientación hacia el control de la naturaleza que definió los fines y la estructura conceptual del pensamiento científico” (Merton 1977, 77).

Merton, finalmente, ve que la institución de la ciencia no puede controlar las aplicaciones y usos que den a sus productos otras instituciones. La ciencia es la fuente de la creación de tecnologías que permiten intervenir en el entorno material, aumentando las posibilidades de control en el progreso organizado de la actividad económica. Así, la ineludible cuestión sobre la utilidad, especialmente en la actividad política, hace que se reorienten los inte-reses y se redefinan los problemas de investigación, de forma que reciban la aceptación de la sociedad y puedan ser objeto de avance respecto a las limitaciones que en-frenta la calidad de vida de la humanidad.

sobre los métodos en la ciencia

La certificación del conocimiento como problema hu-mano ha sido una preocupación de la filosofía de la ciencia. Ésta se muestra como un cuerpo teórico que busca exponer comprensiones sobre la naturaleza del conocimiento científico y su construcción con mé-todos de investigación. Desde Aristóteles,11 pasando por Bacon,12 Comte13 y los empiristas clásicos como Hume,14 encontramos las bases para que apareciera el

11 Una tesis central en Merton es que “la comunidad de la ciencia pro-porciona la convalidación social de la labor científica”. A este respecto, amplía las famosas palabras iniciales de la Metafísica de Aristóteles: “Todo hombre desea por naturaleza conocer”. Pero los científicos, por su formación, “desean saber que lo que conocen es realmente conoci-miento” (Merton 1977, 440).

12 Su obra Novum Organum es usada por Merton para brindar una concepción de las implicaciones de los descubrimientos científicos. “Francis Bacon hace mi tarea aquí tan fácil como agradable al sumi-nistrar un texto de varias partes que trata del tema particular que quiero examinar: la utilidad de una investigación metódica de los descubrimientos únicos y múltiples en la ciencia para nuestra com-prensión de cómo se desarrolla ésta” (Merton 1977, 48). Ver el capí-tulo 16, pp. 444-476, 184-185 y 534.

13 Quien definió el método positivista, y, tras violentas controversias en-tre los seguidores de Saint-Simon, es finalmente considerado el padre de la sociología, ver las pp. 380, 392, 505 y 232.

14 Citando a Whitehead (1925), afirma: “Se ha hecho manifiesto que, en cada época, hay un sistema científico que reposa en un conjunto de supuestos, por lo general implícitos y raramente cuestionados por

programa de investigación adelantado por el Círculo de Viena a principios del siglo XX, cuya pretensión positi-vista se encaminó a definir la ciencia como una forma distintiva de conocimiento que busca sistemáticamente la verdad,15 es decir, la correspondencia entre la obser-vación y los hechos por medio del método único de in-vestigación sustentado en la lógica matemática.16

Karl Popper se aparta de estas concepciones y nos dice que la ciencia no se sustenta en verdades inmutables, sino que es un conjunto de premisas lógicas que son fal-sables17 y, por tanto, no responden a lo que él denominó “profecía histórica”.18 Él se preocupa por la lógica del

la mayor parte de los científicos de esa época. El supuesto básico de la ciencia moderna, esto es, del tipo de labor científica que comenzó a prevalecer en el siglo XVII y se ha mantenido desde entonces, “es la convicción difundida e instintiva de la existencia de un Orden de las Cosas, en particular, de un Orden de la Naturaleza”. Esta creen-cia, esta fe, pues al menos desde Hume se la debe reconocer como tal, es simplemente “impermeable a la exigencia de una racionalidad coherente”. En los sistemas de pensamiento científico de Galileo, de Newton y de sus sucesores, “el testimonio del experimento es un cri-terio básico de la verdad, pero, como se ha señalado, la noción misma de experimento queda anulada sin el supuesto previo de que la natu-raleza constituye un orden inteligible, y que, por así decirlo, cuando se le plantean las preguntas adecuadas, responderá. Luego, éste es el supuesto supremo y absoluto”, y agrega: “Pero esta convicción, aunque sea un requisito de la ciencia moderna, no basta para inducir su desa-rrollo” (Merton 1977, 335).

15 Merton considera las implicaciones desde los sistemas de verdad de Sorokin discutiendo su orientación, para darle el poder a la capacidad sensorial, la razón y los datos empíricos para operar la acumulación selectiva del conocimiento científico. Ver “El relativismo y los criterios de verdad científica”, pp 233-236. Con relación a Bertrand Russell, afirma que él introdujo la vaga diferencia de datos duros y datos blan-dos, con los que se fueron conceptualizando ciencias duras y blandas, investigación básica y aplicada y otra serie de dualidades sobre el rigor lógico matemático y la utilidad de la ciencia (ver la p. 634). También considera que Russell indagó a medias las relaciones entre la cultura nacional y las formulaciones conceptuales (ver la p. 83).

16 Merton, en su análisis de los descubrimientos múltiples en la ciencia, afirma que este estudio “puede complementar la noción tradicional de la unidad de todas las ciencias, noción habitualmente formulada en términos de la lógica del método. Puede llevarnos a reexaminar dicha unidad desde el punto de vista de la conducta real de los cien-tíficos en cada una de las principales divisiones de la ciencia y, de tal modo, a identificar sus relaciones distintivas con sus respectivos entornos sociales y culturales. Este tipo de indagación sobre la con-ducta, claro está, no reemplaza las investigaciones en la filosofía de la ciencia o en los fundamentos lógicos del método científico” (Merton 1977, 483-484).

17 Merton discute que en la ciencia “debe plantearse una cuestión de-cisiva para determinar […] ¿cómo puede ser refutada una teoría? En una situación histórica determinada, ¿qué datos contradecirán o invalidarán la teoría? A menos que pueda responderse a esto direc-tamente, a menos que la teoría contenga enunciados que puedan ser refutados por tipos definidos de elementos de juicio, no es más que una seudoteoría que puede ser compatible con cualquier conjunto de datos” (Merton 1977, 75).

18 “Adoptando el conveniente término que usa Karl Popper para describir los intentos de efectuar profecías y retrodicciones [sic] históricas con-cretas” (Merton 1977, 255).

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método científico desde un proceso constante de prueba de teorías en las que imperan el cálculo y la lógica, de-jando a un lado los factores sociales que lo condicionan. Popper ve en el método la herramienta fundamental para certificar el conocimiento científico.

Merton plantea que, en principio, “todo el que ha leído un texto sobre el método científico conoce las relacio-nes, construidas idealmente, entre la teoría científica y la investigación aplicada. La teoría básica abarca con-ceptos fundamentales (variables y constantes), postu-lados, teoremas y leyes. La cien cia aplicada consiste simplemente en discernir: (a) las variables ati nentes al problema que se tiene entre manos; (b) los valores de las variables; y (c) las relaciones uniformes entre esas variables, de acuerdo con el conocimiento ante-rior”. (Merton 1977, 151). De esta manera observa que “los métodos técnicos empleados para alcanzar [el co-nocimiento certificado] proporcionan la definición de conocimiento apropiada: enunciados de regularidades empíricamente confirmados y lógicamente coherentes (que son, en efecto, predicciones). Los imperativos ins-titucionales (normas) derivan del objetivo y los méto-dos. Toda la estructura de normas técnicas y morales conduce al objetivo final. La norma técnica de la prue-ba empírica adecuada y confiable es un requisito para la constante predicción verdadera; la norma técnica de la coherencia lógica es un requisito para la predicción sistemática y válida. Las normas de la ciencia poseen una justificación metodológica, pero son obligatorias, no sólo porque constituyen un procedimiento eficiente, sino también porque se las cree correctas y buenas. Son prescripciones morales tanto como técnicas” (Merton 1977, 358).

Así, Merton parte de la noción, en principio trivial, de que “los científicos son realmente seres humanos” (Merton 1977, 425); por tanto, el método científico debe estar influenciado por las realidades y los intere-ses de los científicos. Afirma que “ya existe desde luego una vasta literatura sobre el método científico y, por inferencia, sobre las actitudes y valores de los científi-cos. Pero esta literatura se ocupa de lo que los sociólo-gos llamarían pautas ideales, esto es, de los modos en que los científicos deberían pensar, sentir y actuar. No necesariamente describe, con el detalle requerido, los modos en que los científicos realmente piensan, sien-ten y actúan” (Merton 1977, 299-300). Por lo tanto, “lo que sucede con la teoría sucede también con la lógica del procedimiento. La versión esquemática de las rela-ciones entre la metodología y la investigación aplicada que se encuentra en libros de texto es lógicamente im-

pecable, pero no siempre es una descripción de lo que realmente sucede” (Merton 1977, 154-155).19

“El ethos de la ciencia implica la exigencia, funcional-mente necesaria, de que las teorías o generalizaciones sean evaluadas en términos de su coherencia lógica y su consonancia con los hechos” (Merton 1977, 344). De otra manera,

“[…] toda separación tajante de la razón y los datos empíricos en la ciencia contemporánea […] deforma en alto grado la realidad operativa. La labor en el laborato rio científico reposa en ambos, y una y otros plantean cuestiones que deben resolverse mediante la congruencia entre ellos. Sólo entonces hay una posibilidad razonable de que una idea o un hallazgo entre de manera permanente en el repertorio de la ciencia” (Merton 1977, 236).

Frente al conocimiento certificado, Merton ve que “la intuición, la corazonada y la adivinación, pueden ori-ginar ideas, y a menudo lo hacen, pero no ofrecen una base suficiente para elegir entre las ideas. El análisis ló-gico y el razonamiento abstracto se entrelazan con la in-dagación empírica, y sólo cuando los resultados de unos y otra son coherentes, los científicos contemporáneos los consideran como parte auténtica del conocimiento científico validado” (Merton 1977, 234).

Sus investigaciones sobre la prioridad en el descubri-miento, y los descubrimientos únicos y múltiples,20 muestran que los métodos están condicionados por los conocimientos acumulados en la herencia cultural y cognitiva, y que son los procesos sociales los que in-ciden en la atención de los investigadores a determi-nados problemas. Considera, así, que los científicos construyen sobre los conocimientos ya acumulados por la comunidad con la que están en interacción co-municativa. Su gran conclusión sobre los métodos de la ciencia es que “la comunidad de la ciencia proporcio-na la convalidación social de la labor científica”; por tanto, “el científico solo puede sentirse razonable-mente confiado en la originalidad e importancia de su labor después de ser atestiguada por otros científicos de consideración” (Merton 1977, 440), dejando así la tarea de los métodos en función de la aceptación

19 Se puede leer en su trabajo la visión que tiene sobre el método etno-gráfico al destacar la siguiente frase de Albert Einstein: “Si queréis averiguar algo acerca de los métodos que usan los físicos teóricos, os aconsejo ateneros estrictamente a un principio: no escuchéis sus pala-bras; fijad vuestra atención en sus actos” (Merton 1977, 235).

20 Ver los capítulos 14, 16 y 17 en Merton (1977).

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colectiva de una comunidad científica. De esta forma, Merton entiende que el conocimiento científico es certificado en cuanto sea aceptado y publicado por la comunidad de científicos que lo aprueban y lo hacen circular como bien público.

Thomas Kuhn (2004)21 nos habla desde la historia de la ciencia, entendiéndola como una acción de comuni-dades científicas22 en un contexto social y cultural que comparten un conjunto consensuado de conocimien-tos, métodos y valores, sin entrar en detalles sobre las formas de construcción de conocimientos. Imre Laka-tos (1983) entra en la discusión sobre la ciencia en una crítica al método incesante de falsación de Popper, así como a la ambigüedad de los paradigmas de Kuhn, en-contrando en la definición de programa de investigación una comprensión de la metodología de la ciencia como un conjunto de grupos de investigación que construyen cuerpos teóricos acumulativos y herramientas con los que se protegen, buscan la aceptación general y recons-truyen racionalmente los conocimientos para definir problemas de investigación.

En esta discusión, Merton afirma:

Los cambios históricos en los focos de la labor cientí-fica son una experiencia familiar para los científicos de edad suficientemente avanzada y un lugar común entre los historiadores y los sociólogos de la ciencia. Pero cómo se producen estos cambios y cómo se dis-tribuyen en la comunidad de los científicos son pro-blemas permanentes y difíciles,23 que últimamente han despertado un nuevo interés. Como muchos otros en la historia, la filosofía y la sociología de la ciencia, este proceso reciente presenta un esquema autoejemplificador, por el cual los investigadores de esos campos registran una suerte de cambio en los intereses en que se centra la investigación muy simi-lar al de los científicos cuya conducta tratan de inter-pretar o explicar (Merton 1977, 690).

Este renovado interés por dicho problema se refleja y profundiza, al mismo tiempo, en el libro La estructu-

21 Ver la p. 245.22 “Los historiadores de la ciencia […] han usado desde hace tiempo la

frase ‘la comunidad de los científicos’. En lo esencial esta ha sido una conveniente metáfora, en lugar de convertirse en un concepto produc-tivo” (Merton 1977, 482).

23 Entre los filósofos de la ciencia, Karl Popper se ha interesado en el problema en una larga serie de libros y artículos, al menos desde su Logik der Forschung, de 1934. Véase la traducción en su segunda edición (Popper 1995).

ra de las revoluciones científicas de Thomas S. Kuhn (2004), que en menos de una década ha dado origen a toda una bibliografía de críticas y aplicaciones estima-tivas.24 A juzgar por el variado uso de este libro en casi toda rama del saber, se ha convertido en una especie de test proyectivo complejo, que significa todo géne-ro de cosas para todos los hombres y mujeres. No nos proponemos brindar otra interpretación más del libro al referirnos aquí a su relevancia al menos sintomática. Basta para nuestros fines señalar que Kuhn presenta tres puntos relevantes en su libro y en artículos com-plementarios. Primero, se une a Popper en la preocu-pación fundamental por el “proceso dinámico por el cual se adquiere conocimiento científico, más que por [...] la estructura lógica de los productos de la investi-gación científica”. Segundo, es esencial para este tipo de indagación comprender “qué problemas abordarán [los científicos]”. Y tercero, “es menester aclarar que la explicación, en último análisis, debe ser psicológica o sociológica. Esto es, debe ser una descripción de un sistema de valores, una ideología, junto con un análisis de las instituciones mediante las cuales este sistema se transmite y se refuerza” (Merton 1977, 690).25

Así, Kuhn restablece como preocupación central para la historia y la sociología de la ciencia la comprensión de los focos cambiantes de atención entre los científicos, más específicamente, la cuestión de por qué los científi-cos consideran algunos problemas bastante importantes como para dedicarles su atención sostenida, mientras que otros son contemplados con desinterés. Pero creemos que Kuhn es demasiado restrictivo al afirmar que la for-ma sociológica de la respuesta a cuestiones de este tipo debe ser formulada, en última instancia, en términos de un sistema de valores y de las instituciones que lo trans-miten y lo refuerzan. Las interpretaciones sociológicas de las influencias extrateóricas en la selección de proble-mas para su investigación en una ciencia incluyen más que sus normas y su estructura institucional. También incluyen influencias exógenas sobre los focos de in-vestigación adoptados por los científicos, influencias provenientes de la sociedad, la cultura, la economía y la organización política circundantes (Merton 1977, 690-691).

24 Un examen reciente y, en algunos de sus ensayos, penetrante de las ideas de Kuhn se hallará en Imre Lakatos y Alan Musgrave, eds., Criti-cism and the Growth of Knowledge (1970). Un enérgico ataque a Kuhn y a Lakatos se encontrará en Joseph Agassi, “Tristram Shandy, Fierre Me-nard and All That: Comment on Criticism and the Growth of Knowledge”, Inquiry 14 (1971), 152-64.

25 Ver Kuhn 1970, 21.

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métodos en las ciencias sociales

Para Merton, la investigación social tiene como uno de sus subproductos más importantes los nuevos desarro-llos metodológicos. A partir de un fundamental artículo publicado en la revista Philosophy of Science (1949),26 considera que la función de la investigación sociológica es formular problemas, hacer predicciones y proveer so-porte a las decisiones de política social. En su discusión aclara que los problemas de investigación y los métodos para abordarlos están ligados a los intereses y las ex-periencias de los investigadores sociales y de quienes patrocinan su actividad. Considera que, en realidad, los investigadores no están libres de intereses, ya que “la formulación inicial de la investigación científica ha estado condicionada por los valores implícitos del cien-tífico” (Merton 1977, 142).

Los métodos de la sociología se pueden leer en la obra de Merton desde una descripción histórica de los con-flictos que se suscitaron en la limitación de los temas que definen la sociología, en general, y la sociología del conocimiento, en particular. Al discutir los su-puestos, especialmente, de Marx, Comte, Durkheim, Weber, Simmel, Mannheim, Scheler, y de su maestro Sorokin, Merton muestra los principales aportes y dife-rencias en la concepción del método desde la sociolo-gía del conocimiento, exponiendo cómo las diferencias y las críticas han contribuido a formar sus cuestiones metodológicas y epistemológicas legítimas ante la opi-nión pública. Merton ve en la sociología una tensión marcada entre la metodología, que ha sido tildada de “mero tecnicismo” (Merton 1977, 112), y las apuestas investigativas de los sociólogos.

Su posición metodológica consiste en atribuir valor tan-to al método como a los problemas que se quieren inves-tigar. Es contundente en considerar que “nosotros, los sociólogos, no podemos permitirnos el dudoso lujo de un doble patrón del saber; uno que exige la recolección sistemática de datos comparables, cuando tratamos de complejos problemas, por ejemplo, de estratificación social, y otro que acepta el uso de ejemplos fragmenta-rios al tratar de los problemas no menos complejos de la sociología del conocimiento” (Merton 1977, 95).

Define que “en principio, la sociología del conocimien-to y, más restringidamente, la sociología de la ciencia se ocupan de las relaciones recíprocas entre la estructu-ra social y la estructura cognoscitiva” (Merton 1977,

26 Compilado en Merton (1977), capítulo 4, pp. 121-155.

633).27 El aporte metodológico de Merton a la sociolo-gía de la ciencia consiste en una combinación crítica y prudente de los métodos cuantitativos y cualitativos28 que permitan abordar la dimensión humana y social del científico, la institución de su comunidad de prác-tica29 y el contexto político y social en el que se inves-tiga. Concede a Sorokin el mérito de ser el primero en exponer que la sociología del conocimiento necesita métodos cuantitativos basados en estadísticas de pa-

27 Y continúa: “Pero en la práctica, los sociólogos del conocimiento han considerado casi exclusivamente las influencias de la estructura social sobre la formación y el desarrollo de las ideas. Y cuando los sociólogos de la ciencia han investigado el ‘impacto de la ciencia sobre la sociedad’, tal investigación ha tomado principalmente la forma de un examen de las consecuencias sociales, sobre todo las no previstas, de la tec-nología basada en la ciencia. En ningún caso se hace el esfuerzo de rastrear las consecuencias de la estructura cognoscitiva de las diversas ciencias para sus estructuras sociales distintivas. […] El grado de co-dificación de una ciencia debe de afectar a las formas en que se logra su conocimiento. La experiencia debe tener más peso en los campos menos codificados. En éstos, los científicos deben dominar una masa de hechos descriptivos y de teorías de bajo nivel cuyas implicaciones no entienden muy bien. Las estructuras teóricas vastas y más precisas de los campos más codificados no sólo permiten derivar de ellas los ele-mentos empíricos particulares, sino también proporcionar criterios más claramente definidos para estimar la importancia de nuevos problemas, nuevos datos y nuevas soluciones propuestas. Todo esto debe originar un mayor consenso entre los investigadores que trabajan en campos altamente codificados sobre la significación del nuevo conocimiento y la continuidad de la relevancia del viejo” (Merton 1977, 633).

28 “Sin intentar llevar a cabo ningún examen sistemático, planteamos varias cuestiones que exigen estudio. ¿En qué medida la total fami-liaridad del investigador con ciertos tipos de procedimientos y su falta relativa de familiaridad con otros predetermina el plan de la investi-gación aplicada? Tales predisposiciones hacia ciertos procedimientos, ¿apartan a veces la atención de otros procedimientos más apropiados, aunque menos conocidos? ¿Las investigaciones aplicadas exigen un tratamiento cuantitativo con mayor frecuencia que las investigaciones ‘puras’? ¿Es la preocupación del que adopta políticas por el ‘cuánto’ y el ‘cuándo’ un acicate para la cuantificación? ¿Qué consecuencias científicas tiene esta presión hacia la cuantificación? ¿Para qué tipos de problemas prácticos ha demostrado ser más conveniente el estudio no cuantificado de casos? Se tiene la impresión de que las exigencias prácticas que se le plantean al investigador originan una continua presión tendente al mejoramiento de los métodos. El desarrollo de los procedimientos de muestreo en las ciencias sociales, por ejemplo, parece haber sido muy estimulado por las investigaciones aplicadas sobre opinión pública, estudios de mercado, etc. Quisiéramos saber si el investigador empírico está sometido a una mayor variedad de crí-ticas rigurosas, por diversas ‘partes interesadas’, que lo lleven quizá a buscar instrumentos de análisis cada vez más eficaces. Sería análo-gamente instructivo llevar a cabo un inventario de los subproductos metodológicos de las ciencias sociales aplicadas. Sea como fuere, las relaciones recíprocas entre la teoría y la metodología, por una parte, y las ciencias sociales aplicadas, por la otra, deben constituir un objeto importante de indagación” (Merton 1977, 155). Ver también p. 639, y capítulo 6, pp. 208-243.

29 Que es una concepción moderna de lo que se denominaba en el siglo XVII colegios invisibles, en el sentido en que Derek de Solla Price lo introdujo, de acuerdo con Merton, para denotar los claustros in-formales de científicos que colaboran en fronteras de la investigación de reciente desarrollo, e iniciar medidas de citaciones para rastrear los intercambios entre comunidades científicas y evaluar la influencia intelectual de escritos científicos específicos a lo largo del tiempo.

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tentes, libros y artículos, cuya función es considerada fundamental para identificar, confirmar o modificar hipótesis y grados de confianza sobre las observaciones y las concepciones teóricas. El uso de análisis cuanti-tativos en la obra de Merton comenzó en su tesis doc-toral, de 1938 (capítulo 11, pp. 309-338), hasta sus estudios en la evaluación de la ciencia (parte V, pp. 527-698), de 1972, en los que sienta las bases de la naciente cienciometría y su influencia en las decisio-nes de políticas en ciencia y tecnología.

Para Merton, la teoría científica, en últimas, proporcio-na una provisión indicadora de lo que podría encontrarse en un estudio empírico o en la acción de las políticas. Por esto, sus aportes teóricos son esenciales para la construcción de comprensiones sociológicas específi-cas sobre las premisas básicas del comportamiento ins-titucional frente a la estructura social que posibilita la producción de la ciencia.

la estructura social en la producción cientíFica

En el análisis de la estructura cognitiva de la ciencia, Merton encuentra cómo la distribución de las recom-pensas y las posibilidades de comunicación en la ciencia son los factores determinantes en la composición de una jerarquía social. Ve en la visibilidad, el crédito cien-tífico y el ejercicio de roles y posiciones en los que la institución de la ciencia cifra las funciones para la eva-luación y vigilancia de la ciencia, los mecanismos para describir la estructura social y cognitiva que promueve el avance de la ciencia.

Merton parte de la hipótesis de que “los científicos no ocupan posiciones similares en la estructura social, por esto, hay diferencias de oportunidades para las reali-zaciones científicas y por supuesto diferencias en la capacidad individual” (Merton 1977, 166). Encuentra que en el sistema de estratificación de la ciencia lo que se considera como un compuesto distintivo de valores igualitarios que gobiernan la oportunidad de publicar es una estructura jerárquica en la que el poder y la au-toridad están, en gran medida, en manos de aquellos que se han destacado mediante realizaciones científi-cas acumulativas. “Es una jerarquía de estatus, en el sentido de Max Weber, basada en el honor y la estima” (Merton 1977, 599).

Merton expone cuatro roles básicos de los científicos: investigar, enseñar, administrar y vigilar. Nos referire-mos sólo a los dos últimos. Merton considera que “la

tesis de que la organización de la ciencia está controlada por una gerontocracia no es en modo alguno nueva” (Merton 1977, 670), y se puede ver en el logro del reco-nocimiento científico alcanzado por los investigadores más viejos, a quienes Merton les confiere la tarea de vigilar la institucionalidad de la ciencia y de adminis-trar su operación. Así, los viejos desempeñan funciones gerenciales en decisiones técnicas y lideran las relacio-nes públicas. En la estructura social de la ciencia, la vigilancia, como rol de custodia de la institucionalidad, se organiza principalmente en subroles, como el de los ár-bitros de las publicaciones científicas. El sistema de árbi-tros ocupa un lugar primordial en la estructura social de la ciencia, y su sabiduría es valorada ampliamente por la sociedad, haciendo de su rol de asesoría una función indispensable para el diseño de políticas. Por otra parte, “lo que se describe como la creciente burocratización de la ciencia a menudo alude al creciente número de roles administrativos de dedicación exclusiva y a su creciente poder para influir en el curso del desarrollo científico” (Merton 1977, 651).

El efecto Mateo, para Merton, describe la acumulación del reconocimiento y sus implicaciones en la estructura social de la ciencia. Los nombres famosos son recorda-dos más fácilmente; por lo tanto, los jóvenes científicos que colaboran con reconocidos hombres de ciencia de-berán demostrar con su propia obra, producto de una labor autónoma destacada, que pueden ser parte de la comunidad científica. Pero la comunidad científica no es homogénea, esto es, dados los diferentes niveles de codificación de sus cuerpos teóricos y experimenta-les, existen diferencias esenciales entre las disciplinas y las posibilidades de destacarse en ellas. Es por ello que Merton considera indispensable analizar “cómo las pautas de citación podrían reflejar las diferencias estratificadas por edad en los focos de atención cien-tífica” (Merton 1977, 694). Los índices de intereses científicos,30 así como las edades en la ciencia,31 desa-rrollados por Merton, brindan un análisis de los roles en la relación entre la edad de los investigadores, los temas en que publican y la dinámica de su productivi-dad científica. Al analizar factores como las coautorías y las citaciones en los artículos científicos, así como las implicaciones de investigadores reconocidos con el Pre-mio Nobel, brinda panoramas y nuevas preguntas sobre la estructura social de la ciencia.

30 Ver el capítulo 8, pp. 268-277, “Focos cambiantes de interés en la cien-cia y la tecnología”, en especial, “La productividad científica”.

31 Ver el capítulo 22, pp. 622-698 “Edad, envejecimiento y estructura de las edades en la ciencia”.

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Encuentra que el sistema de recompensas de la ciencia hace que sea una respuesta normal la búsqueda de la prioridad, por los aportes que tienen un valor supremo en el avance del conocimiento, así como ocupar posi-ciones de privilegio, dando como resultado una coope-ración competitiva en la que se crean imágenes que identifican y diferencian claramente a unos científicos de otros. Merton observa que “casi siempre la mayoría de nosotros […] tendemos a formar nuestra autoimagen –nuestra imagen de potencial y realización– como un reflejo de las imágenes que otros manifiestan de noso-tros. Y son las imágenes que las autoridades institucio-nales tienen de nosotros las que, en particular, tienden a convertirse en imágenes autorrealizadoras” (Merton 1977, 542). Así, “tanto la autoimagen como la imagen pública de los científicos se modelan en gran medida por el testimonio comunalmente convalidado, por parte de otros científicos importantes, de que han estado a la altura de los exigentes requisitos institucionales de sus roles” (Merton 1977, 555).

la ciencia como proFesión Merton describe cómo “los hombres que crearon la ciencia moderna estaban en el proceso de elaboración del rol social del filósofo natural (el científico) y de la organización social de la ciencia” (Merton 1977, 256). Considera que “los científicos son ahora profesionales y su labor les proporciona un medio de vida. La organi-zación social de la investigación científica ha cambia-do mucho, y la colaboración y los equipos están a la orden del día” (Merton 1977, 426). Nuestro sociólogo nos cuenta cómo las normas de conducta de los científicos vienen cambiando en los últimos tres siglos, y afirma que, en el futuro “surgirá también un nuevo ethos de la ciencia y un nuevo conjunto de valores y motivos insti-tucionalmente pautados” (Merton 1977, 427).

La ciencia se ha constituido en una profesión que pro-mete hacer célebre a quien, cumpliendo sus normas, dé aportes originales que contribuyan al avance del cono-cimiento y al desarrollo de su disciplina. La profesión de la ciencia se inicia para Merton en la formación doc-toral, abordando la relación maestro-discípulo desde un análisis de los componentes de la cultura de la ciencia que transmiten los viejos a los jóvenes, especialmente a través del trabajo conjunto, la observación orientada, la fundamentación de valores y la publicación de artículos científicos en colaboración. “La relación entre maestro y aprendiz es esencial para la socialización de las ciencias, […] [y de ésta depende] el estatus del discípulo posterior a la obtención del doctorado” (Merton 1977, 650).

La universidad ha instituido los mecanismos y las for-mas de regular y propiciar los medios para la formación científica. Así, es responsabilidad de los científicos de-finir los procesos de selección y reclutamiento, así como formar científicos íntegros, apoyándolos en el desarro-llo de su profesión sobre los principios éticos propios de la institución de la ciencia. Es consciente de que la carrera de formación científica requiere inversiones, no sólo económicas, “sino también afectiva[s]. Es una inversión en un modo de vida preferido y el compromiso con éste […]”. Y es en el proceso de formación doctoral donde “la elevada tasa de desgaste antes de entrar a la profesión probablemente refleje un riguroso proceso de selección social” (Merton 1977, 626).

la política

En el ejercicio de la profesión, el científico –en especial, el científico social– deberá inevitablemente interactuar con la actividad de la política. Merton considera que cuando el Estado y la política intervienen en la activi-dad científica, imponiendo un criterio de valor, validez y utilidad, se redefine la estructura social en un conflicto de lealtades entre el ethos y el Estado.

Merton considera que el rol de los investigadores socia-les es sensibilizar a los responsables de las políticas para que tomen decisiones inteligentes, esto es, que diseñen cursos de acción basados en el conocimiento y no en la intuición y los intereses particulares. También deben ayudar a detectar problemas que no han sido identifica-dos por quienes formulan las políticas, y ponerlos en evi-dencia ante la sociedad. Los problemas de investigación sociológicos abordan las siguientes cuestiones prácticas para la política: diagnóstico, pronóstico, prognosis dife-rencial (elección entre políticas alternativas), evaluación, recolección de datos e investigación educativa.

Merton observa una brecha entre la investigación y la política, especialmente porque las recomendaciones de políticas no devienen totalmente de la investigación, esto es, “el responsable de políticas puede estar más dispuesto a asumir los riesgos implicados por decisio-nes basadas en su experiencia pasada que los que deri-van de recomendaciones fundadas en la investigación” (Merton 1977, 150). Es consciente de que “en algunos casos se exige a los científicos que acepten los juicios de líderes políticos, incompetentes científicamente, sobre asuntos de la ciencia. Pero tales tácticas políticamen-te convenientes son contrarias a las normas instituciona-lizadas de la ciencia” (Merton 1977, 345). Ve que las

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funciones de la investigación social establecidas por quienes elaboran políticas se han concentrado en la búsqueda de datos objetivos para persuadir colectivos e influir en sus comportamientos. Además, buscan en la ciencia mecanismos para mantener el poder y la do-minación, construyendo ideologías legitimadas sobre el discurso sustentado en los resultados de la ciencia, con los que orientan la dirección o exclusión de la acción social. Por tanto, los investigadores sociales deben abor-dar los problemas morales que conllevan sus resulta-dos para la dominación y el control social, decidiendo si usan o no ciertas técnicas y metodologías que puedan proveer mecanismos para la manipulación propagandís-tica de la conciencia colectiva.

Merton considera que la falta de comunicación entre el que adopta políticas y los científicos sociales es una pro-blemática seria, “sobre todo en épocas de gran cambio social, precipitado por agudos conflictos sociales y acom-pañado de gran desorganización cultural” (Merton 1977, 156-157). Observa, entonces, que “el asesoramiento sobre política social parece basarse muy a menudo en la experiencia práctica y con poca frecuencia en un cono-cimiento generalizado o en investigaciones específicas dirigidas a los problemas en estudio” (Merton 1977, 125). Entiende que las decisiones de políticas generalmente no pueden esperar a que se desarrolle una investigación, por lo cual el científico social tiene la responsabilidad de convertirse en un experto asesor de las decisiones inmedia-tas. Por lo tanto, es menester contar con inventarios de las investigaciones ya realizadas que puedan ayudar a las personas que toman decisiones de políticas.

Argumenta que “aunque la aplicación de las ciencias sociales a problemas prácticos concernientes a las polí-ticas a seguir y la acción se halla todavía en sus prime-ras etapas, ya se ha acumulado una gran experiencia al respecto” (Merton 1977, 121). Considera que “el pro-blema de utilizar las investigaciones en ciencias sociales aplicadas a la elaboración de políticas probablemente difiera según la posición social de la agencia investiga-dora y del cliente (o patrocinador)” (Merton 1977, 130).

En la asignación de dinero a la investigación, encuentra un punto crítico que puede limitar el avance democrá-tico de la ciencia, que expone de la siguiente manera: “Los descubrimientos múltiples, […] tienen implicaciones tanto para una teoría sociológica del descubrimiento científico como para la política social que gobierna el apoyo a la labor científica. Con el gran incremento de los fondos privados y públicos para el apoyo a la investi-gación científica, ha surgido una gran preocupación por

evitar lo que se ha llamado una ‘duplicación inútil’ en la asignación de tales fondos” (Merton 1977, 485), con lo que se impide el normal avance de la ciencia. Además, “es evidente que las limitaciones de tiempo y de dinero a veces condenan la investigación a la futilidad práctica. En la mayor parte de las investigaciones, surgen líneas alternativas de investigación que no se siguen simple-mente por razones presupuestarias” (Merton 1977, 149). Esto supone que los resultados de la investigación pueden no ser los más apropiados para el diseño y eje-cución de políticas.

Por tanto, considera que una de las funciones de la po-lítica pública en la sociedad moderna es la asignación sistemática de recursos a la ciencia y la tecnología, sin limitar su libre desarrollo. Es necesario tener en cuenta implicaciones del efecto Mateo, como que “a los centros de probada excelencia científica se les asignan muchos más recursos para la investigación que a los centros que aún no se han destacado” (Merton 1977, 576). La polí-tica debe proveer democráticamente los espacios, a fin de que se den las condiciones culturales y materiales para el avance de la ciencia. Considera que “el menor incremento en los recursos significará menos instalacio-nes nuevas para investigación” (Merton 1977, 632).

Así, entendemos que Merton considera necesario, des-de nuestra visión de la teoría organizacional, introducir nuevas formas de gobernanza para preservar y extender la igualdad de oportunidades en la ciencia, en una acción orientada por el aparato político para que ponga en prácti-ca los valores democráticos y universalistas de la ciencia. Él observa cómo el proceso democrático de la sociedad moderna lleva a la creciente regulación por parte de la autoridad política, destacando que “la acción de la política pública en ciencia y tecnología ha propiciado la creación de nuevas organizaciones para mejorar la comunicación entre los científicos” (Merton 1977, 485).

Finalmente, queremos destacar el hecho de que Merton es uno de los precursores de los estudios CTS (Ciencia, Tecnología y Sociedad)32 que abordan la política como tema de preocupación sobre la utilidad de la ciencia y el bienestar de la sociedad. Los estudios de la sociología de la ciencia deben aportar comprensiones de cómo las influencias económicas, políticas, militares y sociales inciden en la selección de problemas de investigación, y de cómo la institución de la ciencia se adecúa para mantener su legitimidad y el apoyo cultural y político en el proceso de desarrollo social.

32 Ver Vaccarezza (1998) y López Cerezo (1999).

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la cienciometría

La acción de la política en ciencia y tecnología se sus-tenta en el uso de indicadores que permitan analizar la estructura social que posibilita el avance de la ciencia, así como dirimir las especulaciones en las decisiones que inciden en su desarrollo. “Los indicadores suminis-tran una medida válida y confiable de las fluctuaciones en el ritmo de los descubrimientos científicos y las in-venciones tecnológicas, así como de otras expresiones intelectuales y artísticas de la cultura” (Merton 1977, 227). Los indicadores se han convertido en parámetros indispensables para valorar y justificar las decisiones que permitan alcanzar cifras parametrizadas como la inver-sión en investigación como porcentaje del PIB, el núme-ro de científicos en temas del conocimiento o el número de publicaciones y patentes que produce una nación.33

La historia de los indicadores de ciencia y tecnología se inicia sistemáticamente desde la década de 1960 en la National Science Fundation (NSF) y la Organization for Economic Cooperation and Development (OECD), esta última responsable de los manuales, como el de Frascati, Oslo y Camberra. Desde entonces, los países han adoptado estadísticas y comparaciones para la asig-nación presupuestal, especialmente a universidades, para la promoción de actividades que generan nuevo conocimiento. En la actualidad, las investigaciones cienciométricas han reclamado su inclusión como un con-junto de indicadores sociales y económicos con los que se planee la ampliación del bienestar en la producción y distribución de bienes y servicios (Godin 2003).

La medición de las actividades científicas y tecnológi-cas, esto es, la construcción de categorías científicas para el desarrollo de estadísticas, aparece hacia finales del siglo XIX, en los trabajos de Alphonse Louis Pierre Pyrame de Candolle,34 considerado el precursor de la cienciometría (Latour 2005).35 Derek de Solla Price,36 entre las décadas de 1950 y 1960, desarrolló la cien-ciometría como una disciplina dedicada a la medición de la ciencia y la preparación de indicadores de ciencia y tecnología. El objeto teórico de la cienciometría es la ela-boración de leyes matemáticas que permitan desarrollar predicciones cuantitativas sobre la actividad científica. La cienciometría abarca las anteriores definiciones británicas de “ciencia de la ciencia” de Bernal37 y la “bibliometría”

33 Ver los cálculos desarrollados por Merton, en las pp. 631ss.34 Ver la p. 471.35 Cf. Latour (2005, 6).36 Ver las pp. 217, 566, 576, 631, 635, 660, 35-36.37 Ver la p. 671.

de Pritchard (1969), en la que se reunían los aportes de varios autores pioneros como Cole y Eames (1917), Hulme (1923) y Alfred J. Lotka (1926).

Pocos años después de la aparición de la tecnometría, desarrollada por Jacob Schmookler (1950), quien constru-yó e interpretó por primera vez estadísticas de patentes, el aporte más trascendente en este campo fue el de Eugene Garfield,38 quien, inspirado en los trabajos de Price y Merton, creó en la década de 1960 un sistema para la medición sistemática de citaciones en artículos cientí-ficos, con el que fundó el Institute for Scientific Infor-mation (ISI), hoy Thomsom Scientific®. Los aportes de Merton fueron esenciales para el joven Garfield (1962) en el desarrollo de medidas sobre la actividad científica, convirtiendo su obra en una inagotable fuente de ideas para la construcción de indicadores sobre la institución de la ciencia.

Merton y Price hicieron parte de la junta consultiva de los índices del ISI, y, tras la muerte de Price en 1983, Merton y Garfield (1963) promovieron la creación de un premio en su nombre, describiéndolo como el padre de la cienciometría.39 Este premio fue recibido en 1995 por Merton y Anthony F. J. Van Raan, este último reco-nocido como uno de los más importantes bibliómetras de la actualidad.40

Existen varios manuales que avanzan en una integra-ción teórica de carácter enciclopédico y que asocian técnicas cienciométricas con los avances en la com-prensión de la dinámica social de la producción cien-tífica: Spiegel-Rosing y Price (1977); Knorr-Cetina y Mulkay (1983), Van Raan (1988), entre otros (Leydes-dorff 2001), en los que es indudable la influencia de Merton, haciendo de nuestro sociólogo una figura tras-cendental en la medición y comprensión de la institu-ción de la ciencia en la modernidad.

discusión y conclusiones

La obra de Merton sobre la sociología de la ciencia sur-gió del primer estudio de caso que el autor escogió para el desarrollo de una teoría de la estructura social. Desde

38 Ver las pp. 569 y 635.39 Ver la introducción de Robert K. Merton y Eugene Garfield a la obra

de Derek J. de Solla Price: Little Science, Big Science...and Beyond. Disponible en: http://www.cindoc.csic.es/cybermetrics/pdf/398.pdf.

40 Ver Scientometrics, vol. 4, No. 2 pp. ii-vi. Disponible en: http://www.garfield.library.upenn.edu/smetrics/merton.pdf (Recuperado el 17 de marzo de 2007).

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una perspectiva funcionalista, Merton analizó los siste-mas sociales a partir de sus partes y sus interrelaciones y dependencias recíprocas, alejándose del marco positi-vista del tipo causa-efecto.

En el funcionalismo mertoniano cada fenómeno social es identificado y descrito a la luz de las motivaciones que sostienen una estructura social. Sobre esta base se ana-lizan y separan las consecuencias objetivas y latentes en funciones y disfunciones con respecto a la acción del pro-ceso social. En su análisis estructural, Merton se mostró interesado en ver la organización social a partir del estatus y las posiciones de las personas, para entender el conjun-to organizado de relaciones sociales. Mediante ellas, los miembros de la sociedad o de una comunidad ejercen sus roles, guiados por unas normas morales comunes de las que emergen consecuencias (intencionales y no intenciona-les), y que permiten dar identidad a sus instituciones.

La propuesta funcionalista de Merton se aparta del es-tudio de hechos sociales –en la vía de Durkheim–, para centrarse en el análisis de la acción social –en la vía de We-ber–, y dominó, junto con la teoría de la acción de Par-sons, el panorama sociológico desde la Segunda Guerra Mundial hasta entrada la década de 1960 (Alonso 1987). El funcionalismo fue ampliamente criticado tanto por la escuela constructivista (Luhmann 1984) como por otras propuestas sociológicas que concibieron vías alternas al funcionalismo y al constructivismo, como la de la estruc-turación (Giddens 1984). Este nuevo aire de la sociología europea desplazó al funcionalismo y se posicionó como una corriente de estudio con mejores mecanismos de ex-plicación sobre la sociedad que emergió de las crisis so-ciales que se vivieron en uno de los ciclos del capitalismo en la década de 1960 y 1970 (Alonso 1987).

Por supuesto, la obra de Merton no escapó de la avalancha de críticas que emergieron para enterrar la aplicación funcionalista de categorías, tanto para su teoría, en ge-neral, como para la sociología de la ciencia, en particu-lar. De acuerdo con uno de los colaboradores que tuvo Merton en la Universidad de Columbia entre 1960 y 1975, Stephan Cole, las numerosas críticas a la socio-logía de la ciencia de Merton se pueden resumir en la falta de explicación en la generalización sobre la tesis puritana y el comportamiento del ethos científico en sociedades como las católicas, así como en la falta de atención al desarrollo empírico para corroborar sus ge-neralizaciones, como las del efecto mateo en la ciencia (Merton 1968b), que claramente estratifica a los cien-tíficos y contradice su tesis del comunismo del ethos en la ciencia (Cole 2004).

Diferentes críticas se han hecho al funcionalismo en la ciencia y las tesis normativas de Merton (Knorr-Cetina 1981; Mitroff 1977; Mulkay 1979), que nunca fueron respondidas por el autor (Cole 2004). Entre las más relevantes destacamos la posición de Knorr-Cetina (1982), quien encuentra que la construcción de la ins-titución de la ciencia mertoniana es internalista, y que no reconoce un desarrollo transepistémico en el que se intercambian bienes simbólicos y materiales, no sólo dentro de una comunidad cerrada de científicos, sino entre otros actores que proveen recursos y soporte al avance de la ciencia. Mitroff (1977), por su parte, ela-bora una crítica a Merton a partir de sus hallazgos sobre el proyecto Apolo, donde muestra que los científicos tienen sentimientos y emociones que no les permiten trabajar desinteresadamente. Mitroff (1977) enfatiza que la pasión en la investigación genera compromisos cargados de altas subjetividades e intereses. De esta forma, el ethos mertoniano parece no responder a las di-námicas de la investigación en el capitalismo científico moderno. En resumen, Mitroff encuentra que los cien-tíficos difieren entre lo que dicen y lo que hacen, con respecto a los valores morales descritos por Merton. Así mismo, Mitroff (1977) cuestiona el ethos mertoniano como mecanismo diferenciador de la institución de la ciencia con otras instituciones sociales, y reconoce que los valores y las normas de los científicos son producto de una interacción social más amplia, y que éstos son usados estratégicamente para ganar legitimidad, dados unos intereses y unas situaciones particulares. Final-mente, Barnes y Dolby (1970) muestran cómo el fun-cionalismo –en sus tesis sobre la aparición de la ciencia en el siglo XVII– no es aplicable a la realidad científica moderna, en la que existen grupos de investigación que compiten por financiación y reconocimiento, teniendo lealtades y no escepticismos sobre sus paradigmas y programas de investigación.

Quizá la escuela más crítica es la de los teóricos del actor red, que desde el constructivismo y la etnome-todología se apartan radicalmente de la proposición normativa del estructural-funcionalismo norteamerica-no, al que critican por ser más una sociología para el científico que una sociología de la ciencia (Latour 2005, 95). Ciertamente, Merton propone la estratificación de los científicos en una estructura social, sin mostrar otros aspectos, como las diferencias en los significados para hacer ciencia, así como los elementos materiales con los que se avanza en investigación y se gana poder (Latour 1987, 166). Latour y Woolgar (1979) parten de la idea central de que los hechos en la ciencia sólo adquieren significado en la medida en que hacen parte de redes

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de individuos y artefactos, configurando así el sentido del trabajo investigativo y sus resultados. El proceso de negociación entre diferentes actores, y no sólo entre científicos, es el que en realidad ocurre en el avance de la ciencia. La teoría del actor red pone su énfasis en el desarrollo del interés negociado, proceso que denomi-nan traducción (Latour 1987; Callon 1987), para tener el apoyo de una extensa red de relaciones en las que se da la movilización de recursos cognitivos, discursivos y políticos para alinear a todos los actores que en la so-ciedad tienen que ver con un problema particular, no sólo los científicos. De esta forma, el constructivismo se opone al estructural-funcionalismo de la institución de la ciencia de Merton, centrando su crítica en que la ciencia y la sociedad no se pueden escindir mediante barreras institucionales.

El análisis internalista de Merton también es criticado por la corriente del actor red. Tal es el caso de la cita-ción. En la estructura normativa de la institución de la ciencia, Merton muestra claramente la aplicación de unos motivos regidos por las normas del trabajo científico. El acto de la citación es para Merton un hecho interna-lizado en el comportamiento ‘desinteresado’ del cientí-fico que está guiado por un sistema de recompensas y sanciones que, de una parte, lleva a dar crédito por las ideas como una regla de recompensa, pero que, de no hacerse, conduce a incurrir en plagio, que conlleva san-ciones (Cronin 2004, 42). Sin embargo, Latour (1987) encuentra que también la citación responde a una ac-ción política y que no sólo opera en la normatividad del funcionalismo mertoniano.

Pese al gran número de críticas desde la perspectiva constructivista, Cozzens (1990) argumenta que no exis-ten contradicciones entre el concepto de traducción de la teoría del actor red y la descripción de Merton en su tesis doctoral sobre la utilidad de la ciencia en el siglo XVII. Por ejemplo, las explicaciones de Merton sobre las motivaciones puritanas, que apuntaban exactamente a la explotación de la utilidad de la ciencia en la organi-zación militar y las industrias de la producción, no son distintas a los patrones que encuentra Latour (1987) en sus estudios etnográficos de los laboratorios en Francia (Cozzens 1990). De hecho, en la literatura es común encontrar discusiones que referencian tanto al construc-tivismo latouriano como al funcionalismo mertoniano, en una argumentación armónica entre las dos visiones.41

Lamo, González y Torres (1994) agregan dos elementos

41 Por ejemplo, McFadyen y Cannella 2004, 738.

importantes a la crítica de la sociología de la ciencia mertoniana; encuentran que tanto el trabajo de Mer-ton como el de su escuela no fueron consistentes con la tesis del comunalismo democrático de la ciencia, al estudiar la estratificación de los científicos. Los estu-dios mertonianos de la estructura social de la ciencia la muestran como una comunidad conservadora y ge-rontológica, dominada por la resistencia al cambio y la deificación de celebridades. Esto contradice la propo-sición normativa del ethos mertoniano, en particular, el universalismo, ya que las élites de científicos tienen poder de decisión y de asignación arbitraria de recursos, y controlan la estructura de oportunidades de la cien-cia. Estos autores también encuentran que los trabajos mertonianos tienen un énfasis empírico que se resiste a la epistemología rigurosa que analice sus afirmaciones.

Finalmente Pierre Bourdieu, quien desarrolla una de las críticas más importantes a la epistemología positivistas del estructural funcionalismo como a la constructivista del Actor Red, y que propone para nosotros la mejor concepción de la ciencia desde sus elementos concep-tuales de campo, capital, estrategias y habitus, afirma en su último libro que “Con el tiempo me he dado cuen-ta de que había sido bastante injusto respecto a Merton en mis primeros escritos de la sociología de la ciencia …Por ejemplo el texto titulado ‘The normative structure of science’ convertido en el capítulo 13 de Sociology of Science, fue publicado por vez primera en 1942 … (y) se entiende mejor en aquel contexto como una manera de contraponer el ideal científico a la barbarie” (Bour-dieu 2003: 30-31) que se vivía en la utilización irracio-nal de la ciencia para la guerra.

Pese al gran número de críticas a la obra de Merton –que abrieron el espacio para el desarrollo de una literatura en la sociología de la ciencia que no es ni mertoniana ni an-timertoniana, pero en la que existen una notable influen-cia y un reconocimiento al aporte de Merton (Lynch 2004), que se puede ver claramente en las citaciones de su obra (Cole 2004)–, no se puede desconocer, en la práctica actual de la ciencia moderna, el sistema de comunicación y recompensas que gira en torno a las publicaciones científicas. Las descripciones de Merton sobre la estructura bien definida de la publicación cien-tífica son una realidad social que se circunscribe a la comunidad de científicos, que en un consenso colegiado aceptan o rechazan lo que consideran como aporte a la ciencia. La ciencia como conocimiento certificado sigue funcionando alrededor de las publicaciones científicas arbitradas, y es el mecanismo más claro para definir cuál es el conocimiento científico y cuál no lo es.

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La obra de Merton permite iniciar un análisis sobre las dinámicas de la actividad científica y tecnológica en la construcción del conocimiento certificado, reconocien-do cómo se reconstruye su institucionalidad a través del tiempo. Su amplia visión de los temas que circundan la ciencia como una institución autónoma y distintiva de la sociedad moderna nos facilita abordar teóricamente las implicaciones de la utilidad, los métodos, la estruc-tura social, la profesión y la política en la ciencia, para entender cómo se configura el sistema en el que convi-vimos los científicos contemporáneos. Su pensamiento es un legado para quienes optamos como profesión y modo de vida la actividad científica, y es, sin duda, un baluarte para guiar responsablemente nuestra acción como científicos.

Los científicos sociales encontramos valiosas concep-ciones en el paradigma mertoniano para abordar de forma crítica el método científico, el conocimiento consensuado y los modos de hacer ciencia. La socio-logía de la ciencia nos abre las puertas para abordar la interdependencia dinámica entre ciencia y sociedad, y es un sustento esencial para comprender las formas en que se constituyen estructuras organizacionales, se crean cambios con productos nuevos y se configuran una cultura y unas reglas de juego que legitiman la actividad investigativa.

Sin duda, partir de la obra de Merton nos facilita com-prender el fenómeno de la construcción de nuevo co-nocimiento, la innovación y la aparición de formas organizacionales, con el fin de tener un mejor criterio investigativo para la administración de la ciencia y la tecnología y el diseño de políticas que propicien su im-pacto en la sociedad, permitiendo generar valor econó-mico y valor social.

agradecimientos

Los autores agradecen a Luis Enrique Orozco por su orientación y sus comentarios para la elaboración de la primera versión de este manuscrito, en el marco del se-minario de Métodos I del Doctorado en Administración de la Universidad de los Andes. También agradecen a José Luis Villaveces por sus valiosos comentarios sobre este texto. Finalmente, agradecen a dos evaluadores anónimos por sus muy buenas observaciones para me-jorar este artículo.

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por Juan Carlos Orrego Arismendi**Fecha de recepción: 20 de marzo de 2009Fecha de aceptación: 23 de junio de 2009Fecha de modificación: 3 de septiembre de 2009

* el presente artículo es producto de la investigación doctoral, ligada al tema de la representación del indio en la literatura hispanoamericana.** antropólogo, magíster en literatura colombiana y estudiante del Doctorado en literatura, universidad de antioquia. actualmente es profesor del De-

partamento de antropología de la universidad de antioquia. entre sus publicaciones recientes sobre el tema están: borges: sus cuentos sobre indios araucanos y el siglo XIX. Variaciones Borges 24: 35-53 2007; lo indígena en la obra de Juan Rulfo: vicisitudes de una “mente antropológica”. Co-herencia 9: 95-110, 2008. correo electrónico: [email protected].

Alejo Carpentier ante lo indígena:¿antropólogo, escritor o nativo?*

Resumen Dos trabajos de tema indígena del escritor cubano Alejo Carpentier (la novela Los pasos perdidos y el relato Los advertidos) han gozado de una recepción entusiasta en la que el autor es visto como “antropólogo”. Dicho reconocimiento, sin embargo, puede ponerse en tela de juicio al examinar las obras –y otras del mismo contexto– a la luz de lo que sería una actitud propia-mente antropológica en la narrativa latinoamericana.

PalabRas clave:Alejo Carpentier, narrativa latinoamericana, Venezuela, indios.

Alejo Carpentier in Light of the Indigenous Question: Anthropologist, Writer, or Native?

absTRacTTwo written pieces on the matter of indigenous peoples by the Cuban writer, Alejo Carpentier (the novel Los Pasos Perdidos and the story Los Advertidos) have led some to give the author the title of “anthropologist”. This title, however, can be called into question when these pieces – and others in the same context – are examined in light of what would be a specifically anthopoligal attitude in Latin American narrative.

Key woRDs: Alejo Carpentier, Latin American Narrative, Venezuela, Indigenous Peoples.

Alejo Carpentier diante do indígena: antropólogo, escritor ou nativo?

Resumo Dois trabalhos de tema indígena do escritor cubano Alejo Carpentier (o romance Los pasos perdidos e o relato Los advertidos tiveram uma recepção entusiasta na qual o autor é visto como “antropólogo”. Tal reconhecimento, no entanto, pode ser co-locado à prova ao se examinarem as obras - e outras do mesmo contexto - sob a luz do que seria uma atitude propriamente antropológica na narrativa latino-americana.

PalavRas cHave:Alejo Carpentier, narrativa latino-americana, Venezuela, índios.

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Buena parte de la producción del escritor cubano Alejo Carpentier (1904-1980) se ocupa de lo amerindio, explicándose el protagonismo del tema no tanto en la cuantía de las páginas por él atravesadas como por su significación: bastaría pensar, por ejemplo, que el asunto es capital en Los pasos perdidos de 1953, una novela que Klaus Müller-Bergh (1972, 73) considera el punto central de la obra del escritor, “ejemplo notable de su prosa madura”, teniéndole sin cuidado que allí no es-tén plasmadas las preocupaciones afroamericanas que han marcado los gestos literarios de Carpentier. Tam-bién Los pasos perdidos ha llevado a Enrique Ánderson Imbert, al relacionar a los escritores nacidos en las dos primeras décadas del siglo XX, a decir que se trata de “uno de los libros excepcionales de esta generación” (Ánderson Imbert 1993, 225).

Por la misma vía de entusiasmo crítico se ha llegado a la idea de que la perspectiva del cubano representa la mirada aguda de un antropólogo, como lo sugieren –e incluso declaran– académicos como Roberto Gon-zález Echevarría, Alejandro Cánovas Pérez y Mercedes López-Baralt. Sin embargo, una consideración detenida de algunos aspectos de Los pasos perdidos, así como de otros escritos arraigados en la misma comarca temática, acaso permita acceder a una nueva impresión en torno a lo que habría –o no– de antropólogo en las páginas de Carpentier. El escritor cubano habría plasmado motivos y escenas de la vida india con intención más artística que científica; la importancia antropológica de su obra residiría sobre todo en el hecho de que la suya es la voz de un “nativo” americano creador de discurso, más que en sus pretendidos aportes a la comprensión de la vida indígena de las tierras bajas venezolanas. El presente artículo aporta elementos que permiten sopesar dicha hipótesis con mayor conocimiento de causa.

lo indígena en la obra de carpentier

No cabe duda de que la novela Los pasos perdidos y el relato Los advertidos (1967)1 son, en lo que respecta a la ficción, las obras de Carpentier en donde lo indígena se sitúa en el corazón de lo narrado o es, en sí mismo,

1 Los advertidos apareció en la colección Guerra del tiempo (1967), con mo-tivo de la edición francesa del libro, cuya primera versión data de 1958.

lo narrado. En la novela, un compositor e investigador musical innominado viaja a una selva presumiblemente suramericana (sólo una confesión del mismo Carpen-tier, en nota de cierre, aclarará que se trata de tierras ve-cinas al río Orinoco, en su curso venezolano), en busca de una colección de instrumentos musicales indígenas. En Los advertidos se ofrece una versión orinoquense del mito del diluvio protagonizada por Amaliwak, un héroe –de acuerdo con lo que allí se narra– común a diversas naciones indias: shirishan, wapishan, piaroa y guahíba (Carpentier 1981, 145). Esta aventura se presenta como la parte americana de una historia mayor en la que con-vergen los respectivos navegantes de otros panteones mitológicos, como Noé, Deucalión y Utnapishtim.

Más allá de esas dos piezas habría que inventariar, a pesar de su distinta intensidad, la presencia de lo indí-gena en El Siglo de las Luces, de 1962, en cuyo capítu-lo XXXIV se noticia una interrumpida migración caribe desde la cuenca del Orinoco hacia las Antillas; asimis-mo, el motivo de la representación del esplendor azteca en el teatro europeo, como se deja ver en Concierto ba-rroco, de 1974; y, desde la compungida perspectiva del Colón de El arpa y la sombra, de 1979, las estampas de unos americanos descubiertos en medio de las leyendas deformantes y luego sometidos a la trata infame. Lo in-dígena también aparece en los ensayos producidos por Carpentier a propósito de sus viajes a la selva venezo-lana, mismos que engrosan la serie Visión de América y que fueron publicados en 1947 en el periódico caraque-ño El Nacional.2 Tampoco puede olvidarse un número importante de columnas de prensa donde, por ejemplo, se destaca el saludo optimista con que el cubano recibe las noticias de la arqueología mesoamericana.

Como decíamos, Los pasos perdidos y Los advertidos son las piezas más significativas de ese bloque temático, y no sólo por la importancia con que allí se erige el asunto amerindio: también, por el fuerte vínculo que, mediando entre ambas obras, las deja ver como un paquete de plas-maciones del mismo ámbito geográfico. En la novela y en el relato se divulga buena parte de las impresiones e investigaciones nacidas del viaje que Carpentier hiciera por la amplia región del sur y sudeste venezolanos en 1947, y donde el río Orinoco fue uno de los principa-les ejes; de hecho, la segunda etapa de la correría –que

2 Quizá valga la pena incluir aquí la noticia de que en el famoso corpus de cinco artículos, comúnmente distinguido como Visión de América, Ale-jandro Cánovas Pérez incluyó recientemente una pieza insospechada: El páramo andino, que, de acuerdo con el investigador, “formaba parte de las visiones destinadas a la prensa y que era el primero de la serie, y que por causa del azar jamás llegó a ningún lector” (Cánovas Pérez 1999, 11).

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incluyó inicialmente un viaje aéreo hasta la lejana Gran Sabana– deparó al escritor el remonte del cauce en-tre Ciudad Bolívar y los raudales de Atures (Müller-Bergh 1972).

Consecuencia del común escenario es que las dos obras compartan las mismas referencias étnicas, básicamen-te, a los grupos piaroa y shirishana. Sin embargo, se pro-ponen varios modos de relación entre ellas: la aventura del musicólogo de Los pasos perdidos plasma un mode-lo descriptivo y materialista que propone a los piaroa (cercanos al Orinoco) como el escaño sedentario de un fresco evolucionista en el que los shirishana (localiza-dos hacia las cabeceras del Caura, mucho más al este) ocupan el inferior nivel de un nomadismo al desnudo. Mientras tanto, en Los advertidos, el mito náutico de Amaliwak aparece como una tradición común a un área que parece fundir –al menos desde un punto de vis-ta cosmogónico– las dos comarcas culturales. Pero la relación entre ambas perspectivas debe ser entendida no como ruptura sino como continuidad –esto es, como la natural transición entre un abordaje economicista de la vida de unas tribus que luego habrán de ser exploradas en su íntima mitología–, lo que de algún modo se intuye a partir del hecho de que el relato de 1967 ya aparezca en germen en la novela de 1953, de acuerdo con esta noticia del anónimo investigador musical:

Una explicación inesperada viene, de pronto, al encuentro de mis escrúpulos: un día, al regresar de un viaje –cuenta el Fundador–, su hijo Marcos, entonces adolescente, le dejó atónito al narrarle la historia del Diluvio Universal. En su ausencia, los indios habían enseñado al mozo que esos petroglifos que ahora con-templábamos, fueron trazados en días de gigantesca creciente, cuando el río se hinchara hasta allí, por un hombre que, al ver subir las aguas, salvó una pareja de cada especie animal en una gran canoa. Y luego llo-vió durante un tiempo que pudo ser de cuarenta días y cuarenta noches, al cabo del cual, para saber si la gran inundación había cesado, despachó una rata que le volvió con una mazorca de maíz entre las patas. […] Pensando en los Noés de tantas religiones, se me ocu-rre objetar que el Noé indio me parece más ajustado a la realidad de estas tierras, con su mazorca de maíz, que la paloma con su ramo de olivo, puesto que nadie vio nunca un olivo en la selva (Carpentier 1979, 200).

El fresco de los “Noés de tantas religiones” se dibujará con detalle en Los advertidos, y la narración tendrá como punto de partida y llegada, precisamente, el episodio del héroe indígena.

alejo carpentier, antropólogo

La incursión de Carpentier en tal capítulo de la vida indígena ha hecho que varios estudiosos de su obra lo distingan, sin ambages, como antropólogo. Uno de los más vehementes en ese sentido es Roberto González Echevarría, quien en Mito y archivo. Una teoría de la narrativa latinoamericana (2000) reserva para el escritor cubano un lugar especial en su tesis de que la narrativa del continente ha llevado a cabo, durante cuatro siglos, un trabajo de mímesis de discursos de autoridad en el que se busca fundar la convicción de la singularidad histórica y cultural de la región. Así, Inca Garcilaso de la Vega parodiaría, en sus Comentarios reales, de 1609-1617, la retórica notarial en que se escribían los documentos que permitían la existencia jurídica de América. Varios siglos después, autores como Domingo Faustino Sar-miento y Euclides da Cunha imitarían el prestigioso discurso de los naturalistas y exploradores que se ha-bían encargado de describir, sistemáticamente, el te-rritorio y recursos de las jóvenes repúblicas del siglo XIX. Finalmente, avanzado el siglo XX, los narradores latinoamericanos replicarían los modos del discurso an-tropológico, para entonces maduro en la conciencia de la complejidad cultural y polifónica del subcontinen-te. De acuerdo con el crítico, este tercer momento se iniciaría propiamente con Los pasos perdidos, superada una fase en que el influjo antropológico se había sen-tido, con cierta rudeza ortodoxa, a través de una mo-dalidad “filológica” caracterizada por la recuperación costumbrista del folclor y el habla vernácula propia de novelas regionales como La vorágine, de 1924, Don Segundo Sombra, de 1926, y Doña Bárbara, de 1929 (González Echevarría 2000).

González Echevarría ve en Los pasos perdidos la obra li-teraria inaugural entre las que beben, tanto en el discur-so como en el planteamiento, de los problemas nodales que preocupan a la antropología contemporánea. Al fin y al cabo, la novela pone en jaque el discurso hegemó-nico: aparte de que el musicólogo siente dentro de sí los compases de la inocultable decadencia de un Occiden-te que ahora debe confrontarse con sólidas cosmovisio-nes indígenas, media también el hecho de que en Santa Mónica de los Venados se establecen, en cuadernos cu-yas letras a lápiz no son propiamente indelebles, los es-tatutos de una nueva civilidad. Además, la historia pone en marcha la idea de que a todo subyace un mito: tal podría ser el valor alegórico de los cuadernos en donde el Adelantado ha consignado, desde un momento cero, los hechos que componen lo que ha sido y es la vida en una arquetípica aldea selvática.

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El crítico apunta que el trabajo de preparación de la temprana ¡Ecué-Yamba-O!, de 1933, llevó a Carpentier a fungir de etnógrafo clásico ante los cultos ñáñigos, “con cuaderno y pluma para registrar la música y los mitos representados” (González Echevarría 2000, 218). Pero, más allá de eso, no se invoca la producción de un tema afroamericano para fortalecer la certificación antropológica de Carpentier. La omisión no deja de ser llamativa, si se considera que, por ejemplo, en el famoso prólogo a El reino de este mundo, de 1949 –que virtual-mente pare el concepto de lo “real maravilloso”–, la ma-ravilla no equivale a elementos propios de una literatura deliberadamente “arreglada” sino a la plasmación de un hecho que, aunque a primera vista parece inaudito, se hace real en función de la creencia colectiva que lo so-porta (Carpentier 1984a). Se trata, ni más ni menos, de la misma reflexión que el antropólogo polaco Bronislaw Malinowski introduce en Argonauts of the Western Paci-fic, de 1922, a propósito de la realidad en algún grado proyectada por toda creencia; una reflexión sobre la in-serción social de los corpus de tradiciones lingüísticas que, al menos parcialmente, anticipa el estructuralismo levistraussiano de la segunda mitad del siglo XX.3

Es importante aclarar que, en las consideraciones de González Echevarría, Carpentier aparece como algo más que un escritor influido por la antropología: se lo considera, específicamente, un antropólogo. Esto se evidencia en varios puntos, entre los que es apenas marginal aquel en que, al referirse el crítico a la ¡Ecué-Yamba-O!, la describe no como una novela con tema de interés para la antropología sino, directamente, como un “estudio etnológico de los negros cubanos” (Gonzá-lez Echevarría 2000, 40). Concentrado en Los pasos per-didos, González Echevarría define el proyecto viajero del protagonista como “el de un antropólogo”, e inmediata-mente, a través de la lógica de simetría desprendida de la comparación de la novela con la autobiográfica Tristes tropiques, de 1955, de Claude Lévi-Strauss, acomoda al mismo Carpentier en la posición de “un antropólogo formado en los años de la vanguardia que cuestiona el estado de su disciplina y el suyo propio en el momento en el que la etnografía estaba pasando por una crisis que socavó severamente su discurso” (González Echevarría 2000, 43). No se pierda de vista que un par de páginas atrás, en su tratado, González Echevarría había situado

3 Vale la pena anotar que Malinowski no era desconocido en Cuba en la década de los cuarenta, pues había prologado Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), el célebre estudio de Fernando Ortiz. Inclu-so, en Revista Bimestre Cubano (Vol. 46, pp. 220-228), de La Habana, se publicó, el mismo año, el artículo “La transculturación, su vocablo y su concepto” del antropólogo polaco.

al escritor cubano como compañero de Miguel Ángel Asturias, estudiante de etnología en París bajo la tutoría de Georges Raynaud (González Echevarría 2000, 40).4

También Mercedes López-Baralt, en Para decir al Otro. Literatura y antropología en nuestra América (2005), tie-ne noticia de un Carpentier que toma cursos de etnología en la Sorbona. Pero es mucho más significativo que esta crítica portorriqueña, en su trabajo sobre la comunión entre las escrituras de literatos y antropólogos en Améri-ca Latina, establezca que el cubano se convierte en “an-tropólogo o etnohistoriador” al esforzarse en un examen del pasado americano, con el fin de estudiar la natura-leza humana; una indagación que incluso rotula con el título de uno de los cuentos del mismo Carpentier, ha-blando del “viaje a la semilla de la literatura hispanoame-ricana del siglo XX” (López-Baralt 2005, 59). Su nómina de antropólogos en la literatura contemporánea –esto es, quienes han viajado hasta el pasado prehispánico o colonial de América para reescribirlo como medio para comprender la diferencia cultural– incluye narradores, poetas y ensayistas, y pasa por figuras –además de la muy evidente de Alejo Carpentier– como José Santos Chocano, José Vasconcelos, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva, Au-gusto Roa Bastos, Abel Posse, Juan José Saer y Eduardo Galeano, entre otros (López-Baralt 2005, 33-34).

Finalmente, considérese como complemento de este breve recuento de titulaciones honoris causa para Car-pentier que Alejandro Cánovas Pérez, en un estudio so-bre Los advertidos, lo llama “culturólogo” (Cánovas Pérez 2000, 184), al concluir que el ensamblaje narrativo de los diversos mitos sobre un diluvio universal no hace otra cosa que establecer un marco de referencia plural para sopesar experiencias significativas que atañen a la espe-cie humana. Su reflexión es, de hecho, grandilocuente:

[…] las diferentes formas del Diluvio universal confrontadas en el relato se encuentran en función de mostrar una teoría cultural que trasciende Los advertidos y hace de esta joya narrativa un clásico de la narrativa latinoamericana del siglo XX. Se trata de que ninguna cultura es superior porque cree poseer la verdad absoluta sobre los conocimientos humanos […] pues, no existen las verdades absolu-tas en el terreno del saber: el único reconocimiento

4 El dato debe tomarse con reserva. Denis Bertholet, al reconstruir los años 1933-1934, en que Claude Lévi-Strauss decide hacerse etnólogo, escribe: “La etnología, en Francia, era una disciplina poco conocida. No existe cátedra universitaria” (Bertholet 2005, 76).

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válido es el convencimiento de la relatividad de toda creencia, tradición, sabiduría, compartidos por igual –también con sus errores– por todos los hombres (Cánovas Pérez 2000, 189).

No se olvide que el antropólogo norteamericano Leslie A. White (1974, 314) estableció la “culturología” como la “rama de la antropología” que entiende la cultura como un orden de fenómenos autosuficiente, regido por leyes y principios propios y, en esa medida, procli-ve a un examen relativista que desdeña la asunción de valores absolutos.

la verdad de un “viaje a la semilla”

Un examen apenas somero de las ideas que incluyen a Alejo Carpentier en el ejercicio de la antropología deja ver alguna ligereza en las pretensiones de los comenta-ristas. De entrada, por ejemplo, se hace evidente que no hay una “teoría cultural” en el dibujo argumental de Los advertidos, y que es más probable que el esfuerzo de comprensión culturológica emane de Cánovas Pérez, situado fuera del texto, y no del ensamblaje de los dife-rentes lances mitológicos, sugestivo en sí mismo pero no al punto de configurarse como una “teoría” (lo que obligaría, por ejemplo, a identificar a los indios bororo del chaco brasileño como los autores de la teoría levis-traussiana del parentesco). Por su parte, en la reflexión de López-Baralt es excesivo –sin importar su efectismo– el uso metafórico del rótulo “viaje a la semilla”: el gesto de indagar sobre el pasado prehispánico o la fundación de la América colonial, convencionalmente satisfecho con “viajar” hasta los documentos del período interroga-do, no equivale necesariamente a la magistral estrategia de Carpentier de caminar en una minuciosa marcha hacia atrás, imposible y gradual, hasta un punto cero que en sí mismo no hay que comprender una vez se ha alcanzado como meta.

Sin embargo, esas objeciones son apenas reparos proto-colarios. Mucho más definitivo será analizar con dete-nimiento lo que hay al otro lado del viaje bibliográfico emprendido por el novelista cubano, quien acometió su tarea literaria no sólo con el bagaje de su experiencia viajera sino con la amplia lectura de algunas fuentes clásicas de la historia orinoquense. Asimismo, interesa establecer hasta qué punto la manifestación de un dis-curso plural se configura en Carpentier como mímesis del punto de vista de la antropología contemporánea, tal como lo pretende González Echevarría al distinguirlo como antropólogo.

De acuerdo con una nota de prensa citada por Klaus Müller-Bergh (1972), el viaje de Carpentier en su re-monte del Orinoco apenas llegó hasta los raudales de Atures. Eso significa que la navegación del personaje de Los pasos perdidos supera esa meta en, aproximada-mente, un centenar de kilómetros más hacia el sur (los que van hasta poco más allá del encuentro del Orinoco y el Vichada), y ello sin contar el desvío por el caño de la Guacharaca hacia el este, que habrá de conducir a la lejana Santa Elena de Uairén, esto es, la misma Santa Mónica de los Venados, de acuerdo con la aclaratoria “Nota” ubicada al cierre de la novela. Había, entonces, por qué beber de fuentes escritas que complementaran lo que no podía proporcionar la propia experiencia: el escritor había surcado parcialmente el río, y poco antes había estado en Santa Elena de Uairén, gracias a un elíptico viaje en avión. El Orinoco ilustrado, de 1741, del padre Joseph Gumilla y Le voyage aux régions equi-noxiales du Nouveau Continent (1807-1825) de Alexander von Humboldt serán las obras privilegiadas en dicha in-vestigación, como dejan claro los elementos servidos por la novela: los instrumentos indígenas que el musicólogo recuerda haber conocido en un viejo tratado del padre Servando de Castillejos, en particular, “la famosa jarra con dos embocaduras de caña, usada por ciertos indios en sus ceremonias funerarias” (Carpentier 1979, 25), se exhiben en un grabado de la obra de Gumilla. Allí, la jarra se describe en los mismos términos usados en Los pasos perdidos: “Luego resonó repentinamente una inaudita multitud de instrumentos fúnebres, que jamás habíamos visto ni oído: […] la tercera clase resulta de unos cañutos largos, cuyas extremidades meten en una tinaja vacía de especial hechura: y ya no hallo voces con qué explicar la horrorosa lobreguez y funesto murmullo, que del soplo de las flautas resulta, y sale de aquellas tinajas” (Gumilla 1791, 192-193).

En lo que respecta a Humboldt, en sus páginas se en-cuentra una noticia sobre petroglifos asociados al mito tamanaco de Amalivaca (las marcas en la piedra habrían sido trazadas al paso de la piragua-arca, cuando el ni-vel de las aguas casi emparejaba las cimas rocosas), que concuerda con la explicación que sobre el hecho le es ofrecida al musicólogo por sus compañeros de viaje. Por lo demás, el explorador alemán habla específicamente de cierto accidente geográfico ligado al mítico personaje (“En esta cueva de la llanura de Maita enseñan también una gran piedra que, según los indios, fue un instru-mento musical de Amalivaca, su tambor” [Humboldt 2005, 370]), al que no siempre se alude en otras versiones de la historia del diluvio orinoquense, y que Carpen-tier incluye en los primeros párrafos de Los advertidos:

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“los pueblos respetaban al anciano Amaliwak por […] su poder de haber alzado, allá arriba, en la cresta de aquella montaña, tres monolitos de piedra que todos, cuando tronaba, llamaban los Tambores de Amaliwak” (Carpentier 1981, 142). Poco queda por argumentar a favor del vínculo entre el cubano y el alemán, si se tiene en cuenta la confesión de Carpentier, en una entrevista concedida a Ramón Chao, de que la “leyenda de Ama-livaca que señala Humboldt” lo había dejado “asombra-do” (Carpentier, citado en Chao 1985, 124).

Pero que sea indiscutible la visita practicada por el es-critor cubano a las páginas de Gumilla y Humboldt no lo dice todo a propósito del sentido en que fue usada la información bebida. Es apenas un detalle, explicado por la autonomía de las “geografías literarias”, que Carpen-tier ubique en Santa Elena de Uairén-Santa Mónica de los Venados lo que Humboldt describió para dos lugares situados, con mucha diferencia, más al noroeste: a la vera del Orinoco, cerca de su reunión con el Apure (lo que, en términos etnológicos, significa situar una tradi-ción tamanaca en tierras arekunas; pero, efectivamente, según el mismo Carpentier [1999, 40], existe una variante en la saga de Macunaima, héroe del Roraima).

Modificaciones quizá más significativas tienen lugar a propósito de la crónica de Gumilla. De entrada, algo que podría tomarse como un prurito de rigor científico hace que, en la citada nota aclaratoria de Los pasos perdidos, el escritor cubano denomine como piaroas a las gentes depositarias de los instrumentos musicales perseguidos por el protagonista: Carpentier estaría reemplazando la muy general denominación de sálibas (una denomina-ción global de tronco lingüístico), usada por Gumilla, por la marca étnica moderna de un grupo humano que puede distinguirse como comunidad asentada sobre un territorio específico, y de la cual ya son visibles, en el siglo XX, trazas de mestizaje (Mansutti s. f.). Sin em-bargo, otras anotaciones de Gumilla son acogidas sin ningún afán de actualización, y, así, el novelista no tie-ne problema en apropiarse de la idea materialista, de prejuiciado progresismo, de que unas naciones poseen cultura más elaborada que otras, como se deduce del contraste entre los indios que poseen los instrumentos y aquellos nómadas de quienes el musicólogo escucha el sobrecogedor “treno”; una transición dramática en los términos del cubano: “Hemos salido del paleolítico […] para entrar en un ámbito que hacía retroceder los con-fines de la vida humana a lo más tenebroso de la noche de las edades” (Carpentier 1979, 184). Además de esto, Carpentier usa con libertad los indicios de la etnogra-fía del misionero: éste habla de la inocencia de saberse

desnudos como propia de todos los indios del Orinoco, mientras que el otro reduce ese rasgo para sus atávi-cos shirishana; Gumilla aclara que los indios, contra lo que se cree, no comen tierra sino un amasado de maíz madurado en agujeros practicados en el suelo selvático, mientras que Carpentier señala enfáticamente que, en su vida precaria, los nómadas sí la comen.

De todo ello viene a resultar en Los pasos perdidos un deliberado dibujo evolucionista: hacia las riberas del Orinoco se está más cerca de los usos de la civiliza-ción, mientras que campea el salvajismo hacia las ca-beceras del Caura (por lo demás, es diciente que en la dicotomía subyazgan, incluso, los términos Occidente-Oriente). Carpentier parece prestar atención a todos los datos que validen ese orden de cosas: es revelador que se refiera a dos enanos monstruosos – “larvas humanas” (Carpentier 1979, 185)– capturados por los shirishana en la misma zona en donde –de acuerdo con un ensayo de Enrique Bernardo Núñez que Carpentier (1999) con-fiesa haber leído– sir Walter Raleigh reportó la existencia de seres deformes con las fauces en medio del pecho (Núñez 1987, 250). Por supuesto, los engendros captu-rados por los nómadas de Caura representarían, a su vez, un escalón inferior de probidad humana y cultural.

Pero, ¿a qué conduce ese paradigma evolucionista, esa clasificación que va de la humanidad a la bestialidad, pasando por diversas modalidades de aprovisionamiento cultural? Sin duda, no a una comprensión de lo indígena: el siglo XX ya no cree en una perspectiva que, basada en las modalidades de la vida en Occidente, arroje cla-sificaciones graduales de la cultura. Aun para Roberto González Echevarría (2000) es claro que son proyectos en declive aquellos que, en pleno siglo XX, se interroga-ban por el hombre echando mano del positivismo evo-lucionista. Y ni siquiera vale como atenuante, a favor de Carpentier, el sabor rousseauniano o spengleriano de su fresco evolucionista, en donde la posibilidad de la feli-cidad social parece alimentarse en el subsuelo de los sen-cillos modos de vida pretéritos: seguiría siendo la suya una plasmación de la cultura reduccionista, comprome-tida con alguno de los extremos de la serie monolítica de estadios de desarrollo.

Dicha visión de una finalidad de la historia –en este caso, de signo negativo5– aleja al novelista cubano de la

5 Lo paradójico es que, al ilustrar una negativa finalidad de la historia –la de, digamos, sumir al hombre en una existencia compleja en la que ya no es visible la esencia de su condición–, Carpentier insinúa una lógica antirrevolucionaria; o, por lo menos, eso es lo que se de-duce a la luz de las reflexiones de Condorcet y Marx, para quienes

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antropología que era vigente en el momento de surgir Los pasos perdidos: el estructuralismo de Claude Lévi-Strauss, desde cuya óptica no hay ninguna evolución de la cultura –ni en uno ni en otro sentido– sino un collage horizontal de respuestas humanas, indistinta-mente eficientes, para las que se ha echado mano de los universales recursos mentales de la especie.6 Incluso, persuadido de ello, el célebre antropólogo francés re-chazó, en La pensée sauvage (publicado originalmente en 1962), las consideraciones sartrianas a propósito de la vocación que tendría la historia de favorecer la causa revolucionaria. El entusiasta “viaje a la semilla” gracias al cual el protagonista de Los pasos perdidos pretende alcanzar al músico puro que esconde la maraña selvá-tica se ve puesto en jaque a la luz de las reflexiones de Lévi-Strauss, quien nunca ha creído que alguna vez el hombre haya dejado de ser salvaje, y para quien la opo-sición entre naturaleza y cultura apenas ofrece un “va-lor metodológico” (Lévi-Strauss 1994, 358). La semilla por descubrir está en cada uno de nosotros y no entre los bosques como una cosa perdida, y, sin embargo, el fracaso del musicólogo –¿la reflexión antropológica de Carpentier?– estriba en que su ser se apoya unilateral y decididamente en los únicos elementos que le ha lega-do su vida occidental: papel y tinta.

Caminando sobre la cuerda floja la posibilidad de que Carpentier pretenda reunir, con rigor, los insumos que le permitan arribar a alguna comprensión autorizada de lo humano, sólo queda pensar que Gumilla y Humboldt apa-recen, de cara a su obra literaria, como fuentes cuyos mo-tivos pueden ser usados, sugestivamente, en proyectos esencialmente narrativos; si se quiere, como recursos de naturaleza estética, antes que antropológica. El tra-tamiento del mito de Amaliwak es significativo a este respecto, en la medida en que el ensamblaje ofrecido en Los advertidos es a todas luces una creación li-bre alimentada por la personal lectura de varios do-cumentos, y no, como pretende Alejandro Cánovas Pérez, una teoría cultural.

Una de las primeras noticias sobre Amaliwak procede de los escritos del misionero Felipe Salvador Gilij, par-

el camino de la historia conduciría a utopías socialistas donde el hombre podría vivir con plenitud.

6 Esta brecha entre Carpentier y Lévi-Strauss se propone a despecho de las propuestas críticas que establecen vínculos (de todos modos indis-cutibles) entre ambos autores, como ocurre en el caso de John Frec-cero, Eduardo G. González –de acuerdo con una noticia de González Echevarría (2000, 38-39)– y Mercedes López-Baralt (2005); en el caso concreto de la comentarista portorriqueña, se trata de una compara-ción de motivos narrativos y recursos formales, y no propiamente de un análisis de los respectivos marcos de comprensión antropológica.

ticularmente, del Ensayo de historia americana. Allí, la figura del héroe tamanaco –a quien se nombra como Amalivacá– es interpretada por el religioso como “Ser supremo”, creador de la tierra (Gilij 1965, 29). Mien-tras tanto, en Los advertidos Amaliwak no es “un dios cabal” (Carpentier 1981, 142) sino un hombre, perfil profano que se subraya con la atribución de un rasgo pintoresco: ama, como Noé, las libaciones embriagan-tes. Este último dato no parece proceder de ninguna versión del mito, antojándose apenas como una funcio-nal “broma” de Carpentier ante la necesidad de unificar las estampas de los diversos “Noés de tantas religiones”. Sin embargo, ¿se manifiesta allí, apenas, una espontá-nea ocurrencia del escritor cubano? Es difícil pasar por alto una reflexión del padre Gumilla sobre lo que él con-sidera como fatal beodez amerindia, pasaje en donde se establece una pintoresca relación entre las costumbres indígenas, el licor y la narración bíblica del diluvio uni-versal, y que en algún grado pudo mediar en el gesto plasmador de Carpentier:

Digo lo primero, que los Indios son hijos de Chám, segundo hijo de Noé, y que descienden de él al modo que nosotros descendemos de Japhet, por medio de Tubal, Fundador ó Poblador de España, que fué su hijo, y nieto de Noé, y vino á España año 131 des-pues del Diluvio Universal. […] Añado más: todos los Européos, que han estado y están en ambas Améri-cas, saben que el vicio mas embebido en las medúlas de los Indios, es la embriaguéz: es el tropiezo mas fatál y comun de aquellos Naturales; y tambien echo yo á Chám la culpa de esta universal flaqueza de los Indios, como la desnudéz que de su propio genio han gastado y aun gastan los gentiles Americanos. Hizo Chám burla de su padre Noé, por verle desnudo: (así encontramos las Naciones silvestres del nuevo Mundo) hizo donaire de la casualidad, por la qual dormía; y en virtud y fuerza de la maldicion, lo que fué una casualidad en Noé, pasó casi á naturaleza en los Indios, hijos de Chám, segun el hipo y ansia con que beben: y aquella breve desnudéz de Noé pasó á moda de los mismos, y á trage ordinario el no vestirse: ahora vean los curiosos, ¿si se hallará gente alguna en lo descubierto, á quien tan lleno toque, y se verifique la maldición que su padre echó a Chám? (Gumilla 1791, 115-117).

Sesgado hacia un bricolaje de elementos culturales ori-noquenses y bíblicos, el escritor preferirá, con la misma lógica, acomodar el Génesis como asiento del trascen-dental viaje de Los pasos perdidos: el último círculo de aquel periplo a contrapelo de la historia no es otro que

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un escenario de formas minerales que al musicólogo se le antoja denominar “el mundo del Génesis, al fin del Cuarto Día de la Creación” (Carpentier 1979, 189). Y, por supuesto, la compleja fusión de las aventuras de los diversos “Noés” de la mitología universal tampoco nace de alguna de las versiones del mito americano sino que tiene su origen, muy probablemente, en un suges-tivo apunte de Humboldt a propósito de las rocas de la Encaramada en donde reposan los jeroglíficos que, al decir los nativos, son las reliquias de Amalivaca: “Esta montaña es el Ararat de los pueblos arameos y semitas, y el Tlaloc o Colhuacán de los mejicanos” (Humboldt 2005, 370). Carpentier parcialmente roba esas pala-bras en uno de sus escritos sobre el Orinoco: “Todavía se muestran, en cercanías de la dramática Sierra de la Encaramada, Monte Ararat de los indios tamanacos, di-bujos trazados a considerable altura por una misteriosa mano” (Carpentier 1999, 30). En suma: los tiempos y espacios míticos del Orinoco se evocan como pedazos de la antigua religión de los hebreos.

A modo de balance, habría que anotar que si, por un lado, es antropológicamente obsoleta la pintura evolucionista que el escritor cubano propone para pensar el orden de cosas cultural de la selva sudamericana (una selva que en Los pasos perdidos se adscribe a la solemnidad del ar-quetipo), por otro, resulta que las plasmaciones de autor que incluyen tradiciones indígenas no redundan en favor de ninguna comprensión de la diversidad étnica, y ello porque las transformaciones de los mitos llevan en su en-traña la irrupción, nuevamente, de valores y puntos de vista occidentales (o que subyacen visceralmente a esos puntos de vista). No hay, pues, una irrupción significativa de voces de la alteridad en el discurso de Carpentier: la sensación de pluralidad es apenas retórica, pues el autor sacrifica las cosmovisiones para pulir sus relatos.7

dos novelas antropológicas de venezuela

Si de coleccionar sugestiones se trata, tanto da para Carpentier la fuente historiográfica o etnográfica como la literaria; incluso, ésta es dominante en algún sentido,

7 Con todo, es forzoso mencionar que una esperanza para la aceptación de la tesis de que hay comprensión antropológica en la obra narrativa de Alejo Carpentier procede de los estudios de Pablo Montoya Campu-zano. Este crítico ha establecido que en Los pasos perdidos se propone, a través de la ficción, una teoría sobre el origen de la música –una teoría de la “Música primordial” (Montoya Campuzano 2005, 65)–, según la cual la sustancia de la génesis musical no sería el mimetismo mágico-religioso sino la experimentación con la palabra. Debe adver-tirse, en todo caso, que en dicha apuesta comprensiva no se estaría pensando lo indígena en su particularidad cultural.

como lo deja ver la revisión de dos novelas venezolanas publicadas en la década previa a aquella en que el es-critor cubano se radicó en Caracas: Cubagua, publicada en 1931, de Enrique Bernardo Núñez y Canaima de Rómulo Gallegos, publicada originalmente en 1935.

Prueba de que Alejo Carpentier conoció la obra del es-critor y periodista valenciano Enrique Bernardo Núñez (1895-1964) es, como ya se insinuó, una alusión a su en-sayo Orinoco, de 1943, en uno de los artículos de la serie Visión de América. Pero, más allá de eso, varios indicios avalan la sospecha de que el cubano haya hecho una lec-tura muy interesada de la más conocida novela de Núñez, Cubagua, ocupada en narrar la experiencia del ingeniero Ramón Leiziaga en las islas Margarita y Cubagua, donde visita los contextos de recolección de perlas y donde, a través de una particular experiencia en la segunda isla, entra en contacto con el pasado colonial y con antiguos ritos indígenas donde, de acuerdo con el narrador, se ex-presa “el secreto de la tierra” (Núñez 1987, 25).

En Cubagua aparece nuevamente el mito de Amalivaca, esta vez narrado desde el punto de vista de una suerte de sosia cósmico: Vocchi –Uochí de acuerdo con Gilij (1965), quien lo identifica como hermano de Amaliva-cá–. Y es muy significativo –más que la aparición de un motivo que, a fin de cuentas, es relativamente común en la literatura venezolana– que Núñez describa a Voc-chi como nacido en Lanka, viajero por Mesopotamia y Samarcanda antes de asumir su destino americano: ni más ni menos, habría allí una nueva y directa insinua-ción de la historia de los múltiples navegantes –cultu-ralmente complementarios– del diluvio universal, dictada casi en los mismos términos de Humboldt.

Lo anterior, sin embargo, es tan puntual que resulta, quizá, apenas anecdótico. Mucho más revelador es que, en busca de los personajes indios gracias a los cuales se plasmará buena parte de la tesis de la novela, Núñez practique un auténtico “viaje a la semilla” en términos carpenterianos: sin declararlo directamente, la novela opera un retroceso en el tiempo, en la medida en que Leiziaga va desplazándose de Margarita a Cubagua y, una vez allí, va recorriendo diversos asentamientos. Así, si al principio se asistía a la vida moderna en una Marga-rita que busca sacudirse de la inercia que la adormece en una época de indiscutidos avances tecnológicos, la llegada a Cubagua obliga a la pintura de un escenario intensamente colonial que, en algún momento, es de nuevo la Cubagua del siglo XVI, henchida de aventu-reros obsesionados por ensueños dorados. Uno de los personajes, fray Dionisio, recorre todas las épocas como

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eje de la continuidad no sólo narrativa sino de espacios y tiempos; un comentarista de la novela ha escrito que di-cho personaje es “eslabón, justificación, ejemplo y guía para entender este complicado y mágico texto” (Larra-zábal Henríquez 1987, XXI). Pero no sólo ocurre que la persistencia inaudita de fray Dionisio sea el indicio que permite establecer la deliberación del “viaje a la semilla” emprendido en Cubagua, sino que él, unido a otros personajes –Antonio Sedeño, réplica moderna del con-quistador Antonio Cedeño, o Pedro Cálice, indio enig-mático en que sobrevive el milenario secreto de la tierra indígena–, configura, asimismo, la mitopraxis8 que se rei-tera en Los pasos perdidos cada vez que el musicólogo cobra conciencia de que él, el Adelantado, fray Pedro, Rosario y los indios que los acompañan en el viaje hacia Santa Mónica de los Venados son, de nuevo, una avanzada de tiem-pos de la Conquista o, mejor, el arquetipo de esa avanzada.

Finalmente, gracias a una experiencia sobrenatural –¿razón para postular un temprano realismo mágico?–, Leiziaga presencia un areito indio que incluye algunas canciones funerarias, y que será parte del “secreto de la tierra” por descubrir –más que el oro o los diamantes de la obsesión de El Dorado–: la serenidad india ante los ciclos inevitables de las cosas, la silenciosa convicción de que cada parte sobrevive en las demás. En Los pa-sos perdidos el musicólogo vive el clímax de su aventura cuando, al asistir al estridente lamento funerario de un hechicero selvático, cree entender un especial sentido de la experiencia musical; sin embargo, a diferencia de Leiziaga, no hay para él una revelación que ilumine la vida del otro: como un explorador más, el investigador protagonista va en pos de un Dorado particular ligado a los secretos de su oficio y al modo como éste se en-tiende en Occidente (no por otra razón el resultado de todo su periplo es –o iba a ser– una pieza escrita con convenciones de academia musical y pensada para ser ejecutada en la civilización).

También Canaima es la historia de un aventurero –Mar-cos Vargas– en territorio indígena, donde la explotación del caucho y otros recursos selváticos es el pretexto

8 De acuerdo con Marshall Sahlins (1997), la historia es mitopraxis, esto es, una serie de repeticiones rituales de un primer acontecimien-to dado: el mito. Todo acontecimiento pertenece a un sistema, el de sus respectivas reiteraciones, que, aunque replican la disposición ge-neral de actores, gestos y valores puestos en juego inicialmente, van, de todos modos, resignificándose a través de su paso por el tiempo (la nueva “repetición” no es otra vez el acontecimiento previo, tanto como su metáfora). Así, si el musicólogo y su comitiva son, de nuevo, la gesta conquistadora en marcha, lo son en un momento en que Occidente es consciente de su putrefacción y en que –por decir algo– existen los aviones y el arte vanguardista.

para que se establezcan complejas pretensiones y pug-nas sociales. Por supuesto, la proyección venezolana y latinoamericana de Rómulo Gallegos por los días de la residencia caraqueña de Carpentier permite dar por descontado el conocimiento que éste tendría de la obra general de aquél. De todos modos, vale la pena recordar que, en cierta conferencia famosa leída en Yale, el cuba-no se refirió a las siniestras premoniciones sociológicas que creía ver en Doña Bárbara (Carpentier 1984b, 26); asimismo, en “Ciudad Bolívar, metrópoli del Orinoco” –uno de los artículos de Visión de América– Carpentier transcribe un breve pasaje del capítulo III de Canai-ma, donde se describen los almacenes de Upata que proveían a los explotadores de caucho y minerales: “Se vende de todo, al por mayor y al detalle: víveres, telas, calzados, sombreros, ferretería, talabartería, quincalla” (Carpentier 1999, 60; Gallegos 1977, 67). Pero hay más vínculos entre los relatos de tema indígena de Carpen-tier y las páginas de Canaima.

En las páginas inaugurales de la novela de Gallegos se establece un escenario orinoquense en donde la selva, la tradición bíblica y el sentido de la cronología histórica forman un todo complejo que, inobjetablemente, pre-figura el que se propone en Los pasos perdidos: en efec-to, en Canaima se lee que en las enmarañadas riberas del gran río se erige todavía “el primaveral espanto de la primera mañana del mundo”, y también que, cuan-do una embarcación remonta el cauce, “su marcha es tiempo, edad del paisaje”; selva adentro, en la mayor intimidad boscosa, habrá un lugar en donde la vida ani-mal permanece “increada todavía” (Gallegos 1977, 17 y 262). Los indios habitan entonces las regiones en donde la historia se reduce a cero –“[…] los aborígenes, para quienes no ha pasado el siglo y pico de la república” (Gallegos 1977, 28)–, donde la comunión con los mitos es intensa: uno de ellos, como podría preverse, es el de Amalivac ([Gallegos 1977, 102]; nótese que, confronta-da con otras, esta grafía del nombre del héroe es la más cercana a la de Amaliwak usada por Carpentier en Los advertidos). También, con la sugestiva fuerza de lo tradi-cional, hay una danza fúnebre guaraúna que conmueve a Marcos Vargas (Gallegos 1977, 310-312).

Quizá no sea gratuito, en el contexto del vínculo en-tre Carpentier y Gallegos, que en Canaima aparezcan, con una variante tenue, las denominaciones étnicas reveladas por el cubano en el colofón de su novela; al fin y al cabo, ninguna de las fuentes examinadas en los párrafos anteriores incluye ambas referencias. Gallegos habla puntualmente de “piaroas” (Gallegos 1977, 370) y “serisañas”, y lo que anota sobre estos últimos es sig-

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nificativo: “[…] el Caura, por donde andan las tribus errantes de los serisañas” (Gallegos 1977, 372). Si se recuerda el itinerario del viaje del escritor cubano por el Orinoco –una travesía, al parecer, predominantemen-te ribereña– podrían asociarse la imposibilidad de que Carpentier conociera lo que había en las intrincadas selvas arraigadas al este del río y la llamativa noticia de Gallegos sobre el contenido étnico de tales confines: como si lo propuesto en Los pasos perdidos se apoyara en la complementaria información ofrecida por Canai-ma.9 Eso sí, no puede descartarse que el cubano hubie-se bebido en otras fuentes al imaginar sus novelescos shirishanas –tanto su ubicación como su vida nómada–: en otro artículo de Visión de América hace gala del co-nocimiento de que los shirishana y wapishana habían sido desplazados, por otras oleadas indígenas, hacia las cabeceras del Caura y otros ríos (Carpentier 1999, 45).

Tanto Enrique Bernardo Núñez como Rómulo Gallegos incursionan con relativo éxito en la interpretación de la vida indígena, y Gallegos, por la misma senda de lo que en Cubagua se denomina “el secreto de la tierra”: presentando una fórmula que explica, en el contexto de la cosmovisión, la pasiva actitud del indio frente a la existencia, que otros interpretaron, prejuiciadamente, como indicio de degeneración biológica o tristeza moral atávica. En Canaima se plantea que el indio ve como finalidad de la existencia la inmersión en “intuiciones integrales” que apenas pueden ganarse a través de una comunión silenciosa con la selva (Gallegos 1977, 270). Una hipótesis coherente por lo menos en apariencia, y ello sin que importe el hecho de haber sido plasmada en una novela en la que, como agravante, podrían citarse algunos dislates etnológicos, como aquel de atribuir a los indios orinoquenses la creencia mesoamericana del nahual (Gallegos 1977, 268), acaso una contaminación discursiva proveniente de una influyente obra de la época: las Leyendas de Guatemala, de 1930, de Miguel Ángel Asturias. Ocurre, simplemente, que la narrativa literaria no excluye la posibilidad de reflexionar en tér-minos –o con alcances– antropológicos.

Comentando un polémico libro de Florinda Donner a propósito de una comunidad de la selva venezolana, Shabono: A True Adventure in the Remote and Magical Heart of the South American Jungle, de 1982 –una obra pretendidamente etnográfica que, a ciencia cierta, finge

9 Incluso, ¿se refiere a los mismos nativos shirishana aquello –incluido en la conferencia de Yale– de que “[…] en las bocas del Apure hay una raza de indios que todavía cita Gallegos como una raza completamente viviente y en acción, que se reduce hoy a unos treinta o cuarenta indi-viduos perfectamente miserables”? (Carpentier 1984b, 39).

una estadía en campo nunca realizada–, Mary Louise Pratt (1991) sospecha que las verdades antropológicas, en alguna medida, quizá no dependan de los previos sacrificios empíricos con que se compromete un et-nógrafo sumido en el rigor científico, y le parece que las narrativas personalizadas quizá logren, a través de su singular expresividad, ponerse en la situación ade-cuada para comprender los asuntos de la cultura. Pero ahí está, justamente, el fracaso de Carpentier; su punto de mira no es el de quien puede –o quiere– compren-der la alteridad cultural en la cuenca del Orinoco: no lo permiten sus encuadres evolucionistas y no lo desean sus proyectos estéticos. En Los pasos perdidos el indio no pasa de ser un instrumento detonado en concierto con otros, con la idea de –haciendo abstracción de todo el conjunto de sonidos– pensar la música; una música que, nacida en tiempos virtualmente míticos, ha cami-nado la historia que, de acuerdo con el sentimiento del investigador protagonista, desconoce el nativo. En Los advertidos, la historia indígena de Amaliwak es sólo par-te de un divertimento literario regido por la lógica de un proyecto de artista barroco; y, al margen del raciocinio propiamente antropológico, Carpentier es, apenas, un nativo más: uno que divulga una personalísima versión del mito, quién sabe si con la esperanza de que algún día reine en el inconsciente de la cultura.

a modo de conclusión: escritores antropólogos y escritores nativos

Por su condición histórica, América Latina ha sido una región en donde, persistentemente, un heterogéneo componente indígena ha encarado las concreciones de cuño europeo que allí incubaron el Descubrimiento, la Conquista y la Colonia. Como se sabe, la confrontación ha sido sobre todo choque, sin que, en todo caso, pue-dan descartarse fusiones tácitas e involuntarias u otro tipo de articulaciones positivas. La literatura, claro, ha reflejado esa situación en toda su complejidad, implicando ello la puesta en marcha de todo tipo de intenciones y grados de conciencia a la hora de plas-mar lo indígena.

Las evidentes diferencias individuales, culturales, idio-sincrásicas y literarias que median entre autores como José María Arguedas y Jorge Luis Borges –dos nombres invocados casi al azar, acaso con la idea de ilustrar dos extremos de nuestras tradiciones literarias– no impidie-ron que en las páginas de ambos hicieran presencia et-nias indígenas: de filiación quechua en el primer caso, asunto primordial de una importante colección de novelas

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y relatos comprometidos con una exigente exploración de la condición indígena; de estirpe araucana en el se-gundo, tema de un puñado de cuentos breves en donde lo indio es poco más que decorado enciclopédico. Como resultará obvio, ambas expectativas difícilmente podrían entenderse como esfuerzos antropológicos: el estudio crítico de la literatura latinoamericana ha reservado esa distinción para el escritor peruano.

No obstante, el caso de José María Arguedas es excep-cional: la perfecta escisión de su espíritu indio y oc-cidental y el esfuerzo de integrar su capacidad narrativa con la indagación antropológica científica lo hacen, sin duda, por antonomasia, el escritor antropólogo de América Latina. Más allá de él se extiende toda una gama de aproximaciones a lo indígena, con diferentes grados de coherencia y prudencia interpretativa, mixtu-radas, en diversas proporciones, con elementos ajenos a lo propiamente amerindio. A despecho de eso, sin embargo, algunos nombres –tanto de autores como de tendencias– han sido establecidos como garantía indiscutible de logro antropológico: ocurre en el caso –la enumeración puede ser casual– de Clorinda Matto de Turner, Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, y, también, del indigenismo. Pero, si bien se mira, en Aves sin nido, de 1889, Matto de Turner condena al indio al atavismo de la sangre y no alcanza, contra su sentimiento, a redimirlo de su estatus marginal; y no es que se empeñe en interrogar la idea de la fatal relegación –allí habría un inequívoco gesto de agudeza antropológica– sino que termina justificándo-la como cosa natural y erigiéndola en símbolo literario. Por su parte, Rulfo tuvo la impresión de que su entrada al Instituto Nacional Indigenista de México perjudicó sus proyectos como escritor (Becassino 1985), mientras que Roa Bastos hizo visibles dos tonos muy diversos en su literatura –tanto regional como histórica– y en sus in-cursiones etnológicas, representadas éstas, sobre todo, en la compilación de Las culturas condenadas, de 1978. Finalmente, muchas novelas indigenistas acabaron trai-cionando el compromiso de indagar lo indígena, ganadas por sus compromisos políticos, lo que hizo necesaria la emergencia de lo que se dio en llamar neoindigenismo, una apuesta mucho más preocupada por el imaginario indio que por las estructuras sociales. Este rápido in-ventario de inquietudes basta para entender lo mucho que debe ser sopesado en el camino de la “canoniza-ción” antropológica de una obra literaria.

Alejo Carpentier es otro más entre los escritores latinoa-mericanos que goza de prestigio como indagador de lo indígena. Pero en estas páginas se ha mostrado que su interés por lo indígena se orienta hacia hacer del tema

un insumo a favor de una libre creación artística, y que no se manifiesta allí el compromiso sistemático con una interpretación de la alteridad amerindia que logre ilumi-nar algo más allá de los problemas “etnoficticios” confia-dos a la cerrazón de una novela o cuento. Con todo, la obra de Carpentier puede ser insumo en un análisis an-tropológico –uno en donde la antropología se ejecutaría más allá del texto y lo haría su objeto– en el que a la voz del cubano corresponda, como se dijo atrás, el estatus del informante. En cuanto sujeto cultural sembrado en un contexto particularmente heterogéneo, su obra literaria no sería otra cosa que la creación de un nativo que bus-ca hacerse a una representación personal del complejo entorno americano; o, mejor, de un creador local que sin intenciones de conocer se ve influido involuntariamente por esa complejidad a la hora de escribir. Es como si el novelista fuera el ejecutante de un “treno” que ha oído a otros y con el que, más allá de modificarlo a su antojo, no persigue otra cosa que procurarse un esparcimiento impune.

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Ralf J. Leiteritz**

20 años de la caída del Muro de Berlín*

* Este discurso fue pronunciado en el evento “Cae el muro, ¡tumba el muro!” con motivo de la celebración de los veinte años de la caída del Muro de Berlín. 9 de noviembre de 2009. Universidad de los Andes.

** Maestría en Relaciones Internacionales de la Universidad de Johns Hopkins, Washington, D.C. Doctorado (Ph.D) del London School of Economics and Political Science en el área de Estudios de Desarrollo; Consultor del Banco Mundial en Washington D.C en los departamentos de Estrategia y Desarrollo Social (1999-2002). Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: The International Monetary Fund and Capital Account Liberalization: A Case of Failed Norm Institutionalization (en coautoría con Manuela Moschella). En Owning Development. Creating Global Development Policy Norms in the World Bank and the IMF, comp. Susan Park y Antje Vetterlein, 163-180. Nueva York: Cambridge University Press, 2010; Schwache Staatlichkeit: Neuere deutsche Forschungsarbeiten (en coautoría con Christian Völkel). Politische Vierteljahresschrift 50, No. 1:162-170, 2009. En este momento es profesor asistente del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Correo electrónico: [email protected].

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Hace veinte años era un adolescente en último año de ba-chillerato en Leipzig, la segunda ciudad más grande de Alemania Oriental, a unos 150 kilómetros al sur de Ber-lín. Pasé mi niñez y cursé mi educación preuniversitaria en la República Democrática Alemana; en otras palabras, detrás de la llamada “Cortina de Hierro”. Mi educación estuvo dominada por la ideología socialista y fuertemen-te controlada por el Partido Comunista. El currículum presentaba una interpretación restringida de la historia a través del lente teórico del marxismo-leninismo. Materias como “Staatsbürgerkunde”, literalmente “currículum ciu-dadano”, tenían como fin implantar el dogma comunista en los cerebros de los estudiantes. Viéndolo desde el ex-terior, Alemania Oriental debió de haberse visto como la realización de la visión de George Orwell en 1984.

Sin embargo, las apariencias engañan. Sin duda, la so-ciedad de Alemania Oriental estaba fuertemente con-trolada, y nada menos que por la tristemente célebre Stasi, la policía secreta. Exponer un pensamiento crí-tico hacia el régimen socialista en público, incluido el colegio, frecuentemente acarreaba duras consecuencias para aquellos que lo hacían. Los estudiantes estábamos completamente conscientes de esto. Conocíamos tanto lo que se esperaba que dijéramos en clase como lo que sólo podía mencionarse en privado con la familia o los amigos. Como todos los alemanes orientales, aprendi-mos a hablar en “dos lenguas”: una para la escuela y otra para la casa. Las críticas al régimen y a la ideología que éste decía encarnar estaban por doquier, mas no eran públicas ni visibles para el mundo exterior.

Los adolescentes crecimos con la radio y la televisión de Alemania Occidental. Los noticieros y programas musicales de allí nos eran mucho más familiares que sus equivalentes orientales. La estrategia de adoctrina-miento político en el colegio había tenido resultados in-esperados: nos habían contado que Alemania Oriental era uno de los diez países más industrializados del mundo, rivalizando si acaso con Suecia. Pero cuando terminábamos la jornada académica e íbamos al super-mercado, nos reíamos de tan absurda idea. ¿Cómo es posible que en un país tan rico no se pudiera comprar papel higiénico (para no hablar de bananos y otras fru-tas tropicales)? ¿Por qué teníamos que esperar por 10 o 15 años antes de poder comprar un carro, o escoger un abanico de sólo dos modelos? ¿Quién podría creer este sinsentido ideológico cuando se veía contradicho por la dura realidad económica del día a día?

En suma, socialismo era una palabra vacía y sin ningún sentido para nosotros. Aunque sabíamos que había que

declararle nuestra lealtad en público, en privado no nos podía importar menos. Sabíamos que todo el sistema es-taba averiado, hueco, como el rey sin traje en el cuento infantil. Al mismo tiempo, sin embargo, creíamos que este sistema perduraría hasta que muriéramos. Nadie, ni en sus más locos sueños, podría haber imaginado ver a Alemania reunificada en el transcurso de su vida. Nadie creía que el socialismo dejaría de ser la ideolo-gía dominante. Algunos habíamos depositado nuestras esperanzas en Michael Gorbachev, para que él pudiera darle al socialismo un “rostro humano” que lo hiciera más soportable económica y políticamente. Sin embargo, los ancianos y testarudos comunistas de línea dura de Alemania Oriental no querían siquiera considerar tal prospecto. La luz al final del túnel se veía distante para Alemania Oriental hacia el final de los años ochenta.

De otro lado, no éramos revolucionarios. Ninguno de nosotros soñaba con la caída violenta del régimen co-munista. Sabíamos de algunos jóvenes que hablaban de manera crítica sobre el gobierno en las iglesias, si bien no participamos en estas reuniones. Sabíamos que exis-tían espacios libres del control estatal, diferentes a los tradicionales, para poder expresar su opinión. No obs-tante, estas valientes personas no buscaban un cambio de sistema, ni mucho menos la reunificación. Única-mente querían un socialismo mejorado, humanizado.

La máxima expresión de este movimiento civil ocurrió apenas cinco días antes de la caída del Muro. De he-cho, en vez del 9 de noviembre, recuerdo claramente qué hice el 4 de noviembre de 1989. Estuve pegado al televisor todo el día escuchando los discursos duran-te la manifestación más grande en toda la historia de la RDA, convocada por los recién reconocidos grupos de la sociedad civil críticos del régimen socialista. La manifestación de medio millón de participantes en el Alexanderplatz en Berlín Oriental era al mismo tiem-po la cumbre y la culminación de su rol como voceros de la población. Los discursos reflejaron la demanda de una república verdaderamente democrática en Alema-nia Oriental. Todos los oradores expresaron la visión y la esperanza de que la RDA pudiera seguir existiendo, dada una transición política y económica. Nadie clamó por la simple importación del modelo de la República Federal. Ese día, me identifiqué plenamente con esta visión humanista.

Sin embargo, en cierta forma los grupos de la oposición y yo subestimábamos un sentimiento muy arraigado en gran parte de la población. Lo que más molestaba a la gente, sobre todo a los jóvenes, era la imposibilidad de

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viajar al oeste. Bajo la ley de Alemania Oriental, y en marcado contraste con otros países socialistas como Polonia, Hungría o Checoslovaquia, sólo los pensio-nados podían viajar a Alemania Occidental. Algunos de nosotros teníamos parientes en el occidente, que, durante la Navidad, nos enviaban paquetes llenos de dulces y otros artículos de consumo de los que no dis-poníamos. En ocasiones, nuestros familiares podían visitarnos en Leipzig, ya que la libertad de movimiento era restringida de oriente a occidente, mas no al revés, dejándonos algunos marcos alemanes que podíamos gastar en los “Intershops”, tiendas aisladas y casi siem-pre localizadas en hoteles caros, en donde se podían comprar bienes del occidente con monedas “fuertes”. En su mayoría, los alemanes orientales sólo visitaban estas tiendas, donde nunca podían comprar algo por falta de “dinero fuerte”, pero esto permitía hacerse una idea de los artículos disponibles en una sociedad capi-talista de consumo.

La gran pregunta es, entonces, por qué colapsó de un día para otro un sistema aparentemente estable. Muchos libros ya se han escrito al respecto. No hay, pues, ne-cesidad de profundizar en tan amplio interrogante. Sin embargo, mi interpretación personal enfatiza la dimen-sión económica. El conocimiento indirecto, pero am-pliamente visible, de lo que la sociedad de Alemania Occidental podía ofrecer en términos económicos a los habitantes del oriente los convenció de que ni siquie-ra una reforma al sistema socialista funcionaría. Ya no estaban dispuestos a esperar un “milagro económico” bajo una bandera no capitalista. Querían tener las mis-mas posibilidades de elegir que tenían los occidentales cuando iban a un supermercado o a un centro comer-cial. El tiempo era clave: esperar al “socialismo de rostro humano” dejó de ser una opción viable.

¿Y qué hay de mí? ¿Comparto el sentimiento de nos-talgia del Este u Ostalgie que siente algún segmento de la población oriental cuando recuerdan los “viejos tiempos”, sensación bien plasmada en películas como Adiós a Lenin? Creo que mis comentarios anteriores de-latan la respuesta: no. Aunque disfruto al acordarme de programas de televisión, películas, marcas comerciales, estrellas deportivas y similares, siempre asociaré a Ale-mania Oriental con la represión. No era, claramente, la Alemania nazi. Ningún Holocausto ni otros crímenes abominables sucedieron allí. Pero la vida estaba muy restringida y politizada en casi todos sus aspectos. Nun-ca fueron opciones la libertad de viajar para poder ver el resto del mundo, la libertad de consumo o la libertad de opinar sin sentir la presión del Estado.

Mientras crecía en Alemania Oriental, anhelaba ver el mundo. Quería visitar a mi papá y a mi familia en Co-lombia. Hubiera sido imposible para mi mamá y para mí hacerlo hasta que fuéramos pensionados. Mi balance personal luego de la caída del Muro es indudablemente positivo: pude plenamente aprovechar las ventajas de los eventos que acaecieron en Alemania Oriental a fina-les de 1989 e inicios de 1990, denominados Die Wende (El Cambio). Pude viajar por primera vez a Colombia en julio de 1990 para visitar a mi padre, estudiar lo que quisiera y donde quisiera, gastar mi dinero en lo que deseara, pasar mis vacaciones donde prefiriera. A nadie tenía que pedirle permiso para hacer todas estas cosas. Ver el mundo, literalmente, fue quizás el mayor deseo de mi generación en Alemania Oriental. Finalmente, y de forma inesperada, pudimos. Personalmente, la caída del Muro abrió muchas puertas que en mi vida pasa-da no estaban siquiera disponibles. Por esto, estoy muy agradecido con los valientes hombres y mujeres que marcharon pacíficamente contra el régimen en Leipzig, Berlín y otras ciudades en el otoño de 1989. Sus accio-nes permitieron la caída del Muro, aunque ésta fuera una consecuencia inesperada.

Solamente para aclarar: no participé en ninguna de las demostraciones en Leipzig en 1989. Sobre todo, porque mi rabia hacia el régimen no era aún lo suficientemente fuerte y porque temía que las manifestaciones fueran reprimidas con violencia.

Sin embargo, aun antes de que el Muro cayera, breve-mente contemplé la posibilidad de abandonar mi país. En el verano del 89, dos amigos del colegio y yo fuimos de vacaciones a Hungría. La ocupación de las embaja-das de Alemania Occidental en Budapest y Praga por parte de alemanes orientales ya había comenzado. De hecho, nos encontramos en Budapest con un profesor gringo de Historia, sorprendido de que no estuviéramos ya en la embajada. Claramente, se respiraban aires de cambio profundo en el bloque soviético. No obstante, optamos por volver a Leipzig como si nada hubiera pa-sado. Recuerdo las caras de sorpresa de los guardias en el aeropuerto de Berlín Oriental al enterarse de que to-davía había personas que volvían de Hungría en julio del 89. Mi deseo de dejar atrás la vida y la gente que conocía en Alemania Oriental no era lo suficientemente fuerte como para poder dar el paso final.

Soy consciente de que el capitalismo no es un paraíso terrenal. Nunca pasamos hambre en Alemania Orien-tal. Nos sentíamos “solamente” encarcelados política, económica y culturalmente, y, por ende, queríamos ser

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libres en todo el sentido de la palabra, aun si fuera una libertad en el sentido propuesto por Janis Joplin, de “no tener nada más que perder”. Algunos de nosotros ter-minaron desempleados desde hace varios años. Otros probamos suerte en Occidente, sólo para volver a Lei-pzig un par de años después. Sin embargo, ninguno de nosotros quiere el regreso del viejo sistema. Aun con sus fallas, preferimos el capitalismo sobre el socialismo que alguna vez conocimos y del que tanto reímos.

Finalmente, ¿por qué erigir y destruir un muro hoy… en Bogotá, de todos los lugares posibles? Colombia está rodeada de muros, algunos visibles, algunos no. Ésta es una sociedad muy segmentada, donde las diferencias en-tre ricos y pobres se graban en las retinas de cada extran-

jero que visita el país. Aquí los muros tienen connotacio-nes económicas, sociales, ideológicas y, a veces, étnicas: separan diferentes “mundos de vida” –para emplear un término de Jürgen Habermas– dentro del mismo país.

Cuando vivía en Alemania Oriental, nunca vi el Muro pintado de la forma en que lo apreciamos hoy aquí. En su sección oriental estaba pintado de un blanco prís-tino. Nadie, excepto los guardias de frontera, podía acercarse a él. Así que, para mí, ver un muro pintado aún tiene cierta novedad. De manera irónica, un senti-miento liberador. Un signo de que las personas pueden al menos expresar su pensamiento libremente, mientras son conscientes del hecho de que todavía permanecen muchos muros visibles e invisibles entre ellas.

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Fernán González*

Participantes:

Angelika Rettberg**

* Politólogo de la universidad de los andes, historiador de la universidad de california en berkeley, Investigador del cIneP durante 39 años. actualmente director de oDecoFI, observatorio colombiano para el desarrollo integral, la convivencia ciudadana y el fortalecimiento institucional de regiones afecta-das por el conflicto armado, seleccionado como centro de excelencia en ciencias sociales por colcIencIas. Investigador en historia política de colombia y américa, relaciones Iglesia y estado en colombia, violencia política reciente en colombia. su obra más reciente: Partidos, guerras e Iglesia en la cons-trucción del Estado Nación en Colombia (1830-1900). medellín: la carreta histórica, 2006. artículos de revista: la Guerra de los supremos (1839-1841) y el origen del bipartidismo. Boletín de Historia y Antigüedades XcvII, no. 848, 2010; espacio, conflicto y poder: las dimensiones territoriales de la violencia y la construcción del estado. Sociedad y economía 17, 2009: 185-214. correo electrónico: [email protected].

** Ph.D. de boston university. en la actualidad es profesora asociada del Departamento de ciencia Política de la universidad de los andes (bogotá, colombia) y di-rectora de su Programa de Investigación sobre construcción de Paz (conPaz). Desde enero de 2009, dirige el Departamento de ciencia Política de la universidad de los andes. sus investigaciones se han enfocado en el sector privado como actor político y, específicamente, en el comportamiento empresarial en contextos de conflicto armado y construcción de paz. entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Global markets, local conflict: violence in the colombian co-ffee Region after the Ica breakdown. Latin American Perspectives 37, no. 2: 111–132, 2010; colombia 2009: Progreso e incertidumbre. Revista de Ciencia Política 30, no. 2: 249–273, 2010; De las violencias y el conflicto armado a la construcción de paz: el Departamento de ciencia Política de la universidad de los andes amplía su agenda de investigación. en El conflicto armado, la seguridad y la construcción de paz en Colombia: Cuatro décadas de Ciencia Política en la Universidad de los Andes, comp. angelika Rettberg. bogotá: universidad de los andes, 2010. correo electrónico: [email protected].

Pensando la fragilidad estatal en Colombia

¿cómo conceptualizaría usted el término “estado Fallido”?

Fernán González: Un Estado fallido sería el que de-finitivamente no ha logrado consolidarse plenamente como autoridad legítimamente constituida para dirimir los conflictos de la población de los territorios más sig-nificativos de un país: regular y apoyar la vida económi-ca del conjunto de los pobladores y ofrecer los servicios públicos que la población demanda. En cambio, un Es-tado colapsado sería un Estado que alguna vez ejerció esa soberanía y dominio del país pero los perdió por causas internas o externas. En ambos casos, la autori-dad estatal puede ser compartida o desafiada por otros grupos de poder.

Angelika Rettberg: Estados fallidos son Estados que presentan un desarrollo incompleto y deficiente de las instituciones básicas que conforman el Estado webe-riano. No tienen el monopolio de la fuerza y no pue-den proveer servicios básicos a sus ciudadanos, desde la educación y la salud hasta la protección de contratos y la formalización de la tenencia de bienes y propieda-des. Presentan alguna forma de inestabilidad política, que muchas veces toma rumbos violentos. Al mismo tiempo, “fallido” es un rótulo severo que sirve, si acaso, para describir una serie de incapacidades y deficien-cias, pero que no refleja la situación de la mayoría de

los Estados subdesarrollados y políticamente inestables del mundo. En ese sentido, me parece más útil pensar en la estatalidad como una propiedad que se desarrolla de forma dinámica por etapas y en múltiples niveles: un país puede estar avanzando más en unos aspectos que en otros. Si bien el objetivo para todos puede ser claro, la secuencia y los tiempos en los que lo logran pueden variar. En resumen, “fallido” es un término po-líticamente atractivo por lo sencillo, pero insatisfactorio desde el punto de vista de la complejidad de los pro-cesos nacionales, subnacionales e internacionales que intervienen en el proceso de creación y consolidación de los Estados.

¿cómo cree Que se deberían enFrentar internacionalmente las Fallas estatales? ¿cómo evalúa usted las intervenciones humanitarias?

Fernán González: El problema de las intervenciones humanitarias internacionales es que parten de un mo-delo de Estado-nación plenamente consolidado, al que pocas naciones concretas pueden realmente ajustarse, que prescinden de considerar los procesos históricos por los cuales pasaron los Estados consolidados realmente existentes antes de llegar a ser Estados exitosos, y los condicionamientos previos que suponen esos procesos.

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Igualmente, dejan de tener en cuenta las particularida-des sociales y culturales de las naciones sobre las cuales se sobreponen unas categorías y concepciones políticas que resultan de otras sociedades y culturas. La trans-posición de formas políticas y culturales basadas en la asociación política de individuos sobre formas tribales y relaciones de parentesco ejemplifica esa tendencia.

Angelika Rettberg: Existe un consenso en cuanto a la responsabilidad por parte de la comunidad interna-cional respecto a la necesidad de intervenir en Estados que presentan fallas, especialmente cuando esas fallas se expresan en formas violentas (homicidios y otros mo-dos de criminalidad). La manera de hacerlo va desde el envío de tropas (los otrora famosos y cada vez menos frecuentes cascos azules de la ONU, por ejemplo) y la atención humanitaria (recibiendo refugiados y otras víc-timas directas de los conflictos armados, y que se distin-gue porque está pensada para el corto plazo y porque es puntual en el tipo de atención que ofrece) hasta la ase-soría a los gobiernos en tareas de construcción de paz (que abarca desde la reconstrucción de infraestructura hasta la desmovilización y el desarme de combatientes, la búsqueda de reparación a las víctimas y la reactiva-ción económica tras un conflicto armado). Los actores que se dividen estas diferentes tareas dentro de la co-munidad internacional incluyen organizaciones interna-cionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y sus programas subsidiarios, como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y la Comisión de Construcción de Paz de las Naciones Unidas (llamada en inglés Peacebuilding Commission), grupos de países como la Unión Europea, países in-dividuales, organizaciones no gubernamentales como Médicos sin Fronteras, Oxfam y Human Rights Watch, entre otros. Dada la diversidad de actores involucrados, las motivaciones, los alcances y el impacto esperado de las estrategias empleadas son variables, así como los pre-supuestos con los que cuentan. No en vano, conocedores de la actividad internacional frente a los Estados fallidos deploran la falta de coordinación, la duplicación de es-fuerzos, la ausencia de aprendizaje y de transferencia de conocimientos acumulados y los límites de la financiación.

Hasta antes de Ruanda 1994 (donde ante los ojos del mundo la comunidad internacional se retiró del país da-das las señales de radicalización de las partes y donde en menos de tres meses murieron salvajemente más de 800.000 personas) el principio de soberanía regía las posibilidades de intervención internacional en países en situaciones de crisis. Tras la gran vergüenza repre-sentada por Ruanda 1994, la comunidad internacional

ha empezado a cuestionar la soberanía como fin último, llegando a argumentar que en algunos casos –cuando el Estado nacional es incapaz de proteger a sus ciudada-nos y/o se convierte en victimario activo en un determi-nado conflicto– la “responsabilidad de proteger” debe prevalecer sobre el respeto a la soberanía. Esto sugiere que hoy en día enfrentar internacionalmente las fallas estatales puede implicar una violación a la soberanía de los países, como de hecho lo ha argumentado Sudán, país que –ante los repetidos intentos de la ONU de intervenir en el desplazamiento forzado interno hacia la región de Darfur y atender la crisis humanitaria– ha acusado a las fuerzas internacionales de representar el brazo largo de Estados Unidos, que intenta, a través de una intervención disfrazada de motivos humanitarios, desestabilizar el régimen islamista de Jartum y enfrentar regionalmente la expansión del grupo Al Qaeda.

Las intervenciones humanitarias, que son sólo una for-ma –la más puntual, que busca incidir en el corto plazo y que no tiene pretensiones ni la capacidad de abordar las causas de las fallas estatales y prevenir su profundi-zación– por medio de la cual la comunidad internacional puede intervenir en Estados con fallas, son necesarias pero no son definitivas en la superación de los proble-mas. En general, el récord mundial de las intervencio-nes humanitarias es decepcionante –tanto para quienes las financian y promueven como para quienes son su objeto– porque, si bien representan paliativos momen-táneos (una carpa, atención médica de urgencia, comida para unos días), no constituyen la base desde la cual se lanza una estrategia de más largo plazo para abordar las causas de la situación que llevó a que fueran necesarias.

¿cree usted Que colombia constituye un estado Fallido? ¿débil en el contexto latinoamericano?

Fernán González: No, si se tienen en cuenta los pro-cesos graduales de poblamiento de las regiones y de la articulación de esas regiones y sus pobladores al conjun-to de la vida nacional, que explican por qué las institu-ciones del Estado no ejercen el mismo grado de control ni de presencia a todo lo largo del territorio nacional. El concepto de debilidad o precariedad del Estado frente a la sociedad oculta diferencias notables entre los países latinoamericanos: el hecho de que en Colombia hayan estado prácticamente ausentes los gobiernos militares que buscaron frenar el avance de los movimientos popu-listas y que la población tienda a oponerse sistemática-mente a la intervención del Estado en la vida económica

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y social reflejaría una posición diferente de los países que esperan los subsidios y protección por parte de las instituciones estatales.

Angelika Rettberg: En algunos aspectos –como la provisión de servicios básicos y la protección de sus ciudadanos– el Estado colombiano presenta fallas se-veras. Sin embargo, declararlo “fallido” hace caso omiso de una serie de avances –en materia de salud y educa-ción, y en cuanto a la generación de ingresos– que de hecho se han logrado a través de las décadas, y, tam-bién, le impone una suerte de condena definitiva que no da cuenta de las posibilidades de cambio, como si la historia se quedara quieta. Recurrentemente, Co-lombia aparece clasificado en el “Índice de Estados fa-llidos”; sin embargo, siguiendo a otros muchos (como Fernán González, del CINEP), me parece más útil conceptualizarlo como un Estado en construcción. Esa construcción nos obliga a considerar formas de estatali-dad y de consolidación estatal que pueden requerir una reformulación de los indicadores utilizados por índices como el mencionado.

En el contexto latinoamericano, Colombia es menos fuerte que unos (como Brasil y Chile) pero menos débil que otros (como Ecuador). Notablemente, y ésa es una de las paradojas del caso colombiano, muchos de los avances en capacidad en el caso de Colombia se han logrado en condiciones de conflicto armado, lo que des-dice del efecto netamente devastador que han experi-mentado otros países en situaciones similares.

¿cree Que hemos ido saliendo de la “zona de peligro” de la Falla estatal, o por el contrario nos acercamos a un punto crítico? ¿por Qué?

Fernán González: Según las clasificaciones de la re-vista Foreign Policy, nos vamos alejando paulatinamente de la zona de peligro y mejorando nuestra posición en el ranking mundial, o sea que tendemos más bien a ale-jarnos del punto crítico. Pero esto depende de lo que se espere del Estado: es obvio que las fuerzas estatales de seguridad han recuperado el control de buena parte del territorio, antes bajo el influjo o el control de grupos ar-mados ilegales, que han reducido el número de secuestros y masacres y relegado a los grupos guerrilleros a terri-torios marginados o a las fronteras de países vecinos. Pero no es tan claro que el Estado colombiano se haya consolidado como detentador legítimo del arbitraje de las tensiones de la sociedad y como factor de equilibrio

entre las desigualdades sociales y económicas, de ma-nera que haga innecesaria la mediación clientelista de poderes locales y regionales para acceder a la burocracia y a los servicios públicos.

Angelika Rettberg: Sí creo que se han logrado avan-ces importantes en la presencia institucional del Es-tado colombiano, que abarcan aspectos militares y de seguridad –la presencia de batallones y Fuerza Públi-ca–, pero también aspectos vistos como más afines a la superación definitiva de las fallas estatales, como la educación, la salud y el logro de una economía consi-derada atractiva y próspera por muchos inversionistas nacionales e internacionales. Al mismo tiempo, creo que no hemos llegado al punto crítico –algo así como el punto de no retorno– después del cual podríamos de-clarar al país encaminado definitivamente hacia el logro de un Estado plenamente capaz y legítimo. La buena salud de la que goza el negocio de las drogas ilícitas en Colombia, así como la forma en la que los actores arma-dos ilegales han logrado permear la economía legal (es el caso del sistema de salud, por parte de los grupos de autodefensas, o el caso de las regalías del petróleo, en lo que concierne a los grupos guerrilleros), sugieren que aun si terminara el enfrentamiento armado en Colom-bia, décadas de conflicto armado han dejado mella en todas las instituciones –formales e informales, oficiales y privadas– colombianas y dejarán como herencia una estructura de incentivos y prácticas que puede ser más difícil de superar que la voluntad de guerra de los acto-res actualmente enfrentados.

¿Qué soluciones ve a nuestros problemas endémicos de ineQuidad y cierres democráticos? ¿en realidad son tan endémicos?

Fernán González: El problema de la inequidad social y económica sí es endémico, pero no el de cierre demo-crático: los fenómenos violentos de las décadas recien-tes han hecho olvidar que Colombia se distingue por una gran estabilidad institucional y una larga tradición de vida electoral que contrastan con la tradición caudi-llista y los continuos golpes militares de Estado de otros países de América Latina, y con un grado aceptable de participación ciudadana. Obviamente, esta vida política no está totalmente exenta de problemas de corrupción, clientelismo y manipulación, pero se puede afirmar que no existe un dominio permanente de jefes políticos y caudillos sino un nivel aceptable de renovación de la dirigencia política.

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Pensando la fragilidad estatal en Colombia Fernán González, Angelika Rettberg

Debate

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Angelika Rettberg: La pregunta puede responderse desde diferentes perspectivas. Aquí elijo la perspectiva de qué podrían hacer los gobiernos (nacional, departa-mental y local), y me atrevo a hacer una lista de merca-do, sin pronunciarme sobre prioridades (considero que se deben adelantar paralelamente) ni plazos ni cómo unos inciden en otros y los potencian:

• En la medida en que genera enormes costos huma-nos, sociales y económicos, buscar el fin del con-flicto armado colombiano.

• En la medida en que Colombia es aún uno de los países más desiguales del mundo, promover la in-versión social sostenible en temas como la educa-ción y la salud, a fin de calificar la fuerza laboral y generar las condiciones para hacer de la colombiana una economía próspera y, también, más igualitaria en cuanto a las oportunidades que brinda.

• Reformar la estructura fiscal, para que quienes tengan más paguen más, sin que esto le reste competitivi-dad al país en términos de atraer inversionistas.

• Revisar el sistema de tenencia de tierra, para empo-derar la población rural, promover procesos produc-tivos en el agro colombiano y frenar el crecimiento urbano marginalizado.

• Fortalecer todas las instituciones –con financia-ción y ampliando su cobertura– que conforman la amplia red de tareas estatales, desde aquellas que ofrecen seguridad hasta aquellas relacionadas con tareas como la regulación de los negocios y los con-tratos, la salud y la educación.

¿Qué soluciones podría aportar la comunidad internacional a nuestros problemas? ¿latinoamérica?

Fernán González: La comunidad internacional está ya aportando un alto estándar de Derechos Humanos y un modelo de vida política, con respecto a los cuales se puede mirar el caso colombiano como Estado fallido si no se tienen en cuenta los procesos a través de los cua-les algunos de los países de la comunidad internacional alcanzaron esos niveles. La supervisión y cooperación de la comunidad internacional ha sido clave en el tema de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario. En ese sentido, pueden tomarse como una meta ideal hacia la cual tender, pero teniendo en

cuenta las limitaciones y condicionamientos previos de nuestras realidades particulares. En cuanto a Latino-américa, Colombia debería acercarse más a la compren-sión de la problemática y características particulares de los países vecinos antes de exigir apoyo incondicional de ellos en materia de la lucha contra el narcotráfico y la insurgencia: no puede continuar siendo una isla en el continente; de otra manera, no podrá exigir que los otros países comprendan y ayuden a la superación de sus problemas. Es obvio que tendría que haber mayor integración económica con Venezuela y Ecuador, pero ella será imposible si persiste el ánimo camorrero de los tres gobiernos.

Angelika Rettberg: La comunidad internacional pue-de contribuir con esquemas de financiación comparti-da. Es clave que no debe asumir ella sola los retos, porque eso puede llevar a que los colombianos deleguemos en terceros la responsabilidad central que nos cabe en la construcción de capacidad y la legitimidad de nuestro Estado (como ocurrió con Guatemala tras la firma de los acuerdos de paz, en 1996). Dado que se compone de redes (de personas, organizaciones, países y conoci-miento), la comunidad internacional tiene un rol cen-tral en el acompañamiento y la asesoría (aprendizaje de otras partes) del gobierno nacional y de todos los actores –públicos y privados– involucrados en la superación de las fallas estatales. Esta asesoría y este acompañamien-to tienen una dimensión económica en la apertura de mercados para productos colombianos, fortaleciendo así –vía mayores ingresos e intercambio– el Estado co-lombiano. Todos los puntos anteriores enfrentan, sin embargo, una severa encrucijada: los países que re-quieren apoyo y atención son muchos más que los que están dispuestos a ofrecerla, y existe una competencia de facto –por recursos y por visibilidad política– entre Estados con fallas. Así como se abren, las ventanas de oportunidades también se cierran, y no necesariamen-te la atención recibida por la comunidad internacional se compadece con la magnitud de la necesidad objetiva de los países.

Muchos de los países con los que Colombia compite por recursos para superar sus fallas se encuentran en Latinoamérica. Por lo tanto, el vecindario puede servir de tercero neutral para facilitar y acompañar procesos políticos y seguir como socio comercial. Sin embar-go, no provendrán de acá los aportes materiales que buena parte de la construcción estatal colombiana re-quiere, mucho menos en las condiciones actuales de distanciamiento entre Colombia y sus vecinos de la región andina.

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Olga L. González**

Voluntariamente o por la fuerza: mujeres en la globalización

* Traducción del título: “Voluntariamente o por la fuerza: las mujeres en la globalización”.

** Doctora en sociología de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Post-doctorante del Ipse, Universidad de Luxemburgo, e investigadora asociada del Urmis, Universidad París VII. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Pour une interprétation de la violence homicide: la ‘débrouille’en Colombie. Socio-logos 5 (http://socio-logos.revues.org/2490), 2010; y Droits humains sous tension à l’université colombienne. Nantes: Secrétariat permanent international Droits de l’Homme et gouvernements locaux, 2010. Correo electrónico: [email protected].

Falquet, Jules. 2008. De gré ou de force, les femmes dans la mondialisation.París: Editions la Dispute [224 pp.]*

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Pensar desde el margen es subversivo. Es cam-biar las categorías de análisis. Es poner el foco en lo que no se ve, aunque está ahí. Es revelador, en el pleno sen-tido de la palabra: como en una fotografía en positivo, se estampan los contrastes de lo que se veía desleído en la imagen del negativo.

El margen desde el que Jules Falquet ha escogido hablar es el de las poblaciones dominadas en las relaciones sociales de clase, raza y sexo en el proceso de globalización actual. Su pluma, la de una socióloga familiarizada con América Latina. Su aliento, la de quien ha participado en las luchas políticas y feministas en ese continente y en Francia.

Con su mirada, los procesos que parecían margina-les resultan centrales. Los actores de la globalización no son precisamente sus áulicos. Son, justamente, las poblaciones que soportan su carga, y que muy ocasio-nalmente tienen la palabra. Las mujeres, en particular, están en el centro de este proceso. Ellas son una de las claves para entender la globalización, y en especial sus dosis de violencia, la latente y la manifiesta.

Con una rica bibliografía, nutrida de referencias femi-nistas y de estudios etnográficos y sociológicos, la autora muestra que la globalización neoliberal es un proyecto de reordenamiento que implica una desigualdad social abismal, una movilidad humana que beneficia a los di-versos “Nortes” del planeta, y la subordinación de la esfera política a los intereses de la esfera económica. En este panorama, las mujeres y las poblaciones que no pertenecen a los sectores dominantes son excluidas, movilizadas, desposeídas.

El corazón de este reordenamiento neoliberal –y el eje del libro– es la “nueva dialéctica de los sexos”. En el mercado de trabajo neoliberal, ya sea transnacional o nacional, la posición que corresponde a la mayoría de las mujeres del “Sur” es el empleo en el sector de servicios, entendiendo por estas formas de trabajo descalificador desde el cuidado doméstico hasta las diversas formas de prostitución; entretanto, los hombres se integran en la múltiple galería de ocupaciones ligadas al mundo de las armas (ejércitos, milicias, mafias, pandillas, etcétera).

Estos dos órdenes se articulan, no sólo porque los hombres en armas crean una demanda de mujeres de

servicio, como lo han mostrado análisis previos; tam-bién, como demuestra Falquet, porque en tiempos de paz neoliberal, este ordenamiento genera una oferta. En este nuevo marco, el turismo sexual es considerado por varios Estados como una estrategia de “desarrollo”. Además, a estas formas de violencia sobre el cuerpo de las mujeres en la guerra y en la paz se suma la manipu-lación que se hace de las mujeres en el ámbito geopolítico: ¿acaso no es en nombre de su “libertad” –de ser púdicas o de ejercer su libertad sexual– que se agitan los funda-mentalismos y se justifican las batallas?

Pero la globalización neoliberal despliega otros mecanis-mos, más sutiles, de dominación. Falquet pasa por un tamiz crítico los discursos –y sobre todo las acciones– de las organizaciones internacionales “bienpensantes”. Apoyándose en su documentación, en sus debates, en sus agendas, en sus medidas e indicadores, la autora demuestra que las organizaciones internacionales recu-peran y neutralizan, por la vía de las ONG y agencias de cooperación, los elementos más audaces, contestatarios e imaginativos de los movimientos sociales, en una ju-gada consensual y conservadora.

La reflexividad y la crítica también interrogan a los mo-vimientos sociales más progresistas en América Latina. Con su conocimiento del contexto latinoamericano reciente, Falquet interpela y cuestiona la concepción de la familia (patriarcal) y el lugar de la mujer (rol tradicional) del Movimiento de los Sin Tierra, del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional y de los zapatistas, así como la concepción de la cultura (mercantil o encasilladora) de los movimientos de corte identitario, en particular de los movimientos feministas y negros latinoamericanos.

Éste es un trabajo sugestivo, que presenta los contras-tes más significativos de la globalización en cuanto a las relaciones de sexo y clase; la articulación relativa a la dominación racista está menos desarrollada. Las notas de pie de página, generosas, son una fuente de enrique-cimiento y una invitación a profundizar.

El estilo, ágil, y la argumentación, franca, no persiguen los matices. En este sentido, varias de las conclusiones podrían ser desarrolladas con una exploración que inte-rrogue directamente a los actores y actrices de la mun-dialización. Algunas de las preguntas se refieren a la posibilidad y las condiciones de la construcción indivi-dual. ¿Bajo qué condiciones logran los individuos escapar de las presiones sociales? ¿Qué papel cumplen en esta configuración los movimientos sociales emancipatorios?

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Voluntariamente o por la fuerza: mujeres en la globalización Olga L. González

Lecturas

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En otro nivel, esta reflexión y este enfoque son fructífe-ros para comprender algunos de los fenómenos que tie-nen lugar actualmente en Colombia; tomar como punto de partida para el análisis la inserción en la globaliza-ción neoliberal invita a leer bajo una perspectiva nueva el ordenamiento social de este país.

Así, en el plano económico, la globalización ha impli-cado la consolidación de grupos de poder económicos y financieros desconectados de la esfera social; el incre-mento de los niveles de desigualdad; la contrarreforma agraria, y la contracción del mundo campesino. En el plano político, ha tenido como efecto la borrosidad de las fronteras entre la guerra y la paz, la reproducción de la violencia por parte de los “hombres en armas” (gue-rrilleros, paramilitares, ex guerrilleros, ex paramilitares, sicarios…) y la lucha antiterrorista como estrategia de gobierno. En cuanto a las políticas de “desarrollo”, uno

de sus efectos más notables es la orientación utilitarista de la movilidad interna y externa, y especialmente la depen-dencia de las remesas de los migrantes colombianos, los cuales están insertos en la economía global en las ramas “étnicas” de los servicios y, en el caso de las mujeres, en la prostitución.

Sin sorpresas, tanto en el nivel interno como en el ex-terno, los sectores más excluidos de los beneficios de la globalización en Colombia son las poblaciones campe-sinas, negras, indígenas, y las mujeres, como lo indican los estudios de desplazamiento interno, las monografías regionales y los trabajos sobre la situación de los y las migrantes. Este tipo de diagnósticos no puede conducir a la resignación. El libro de Jules Falquet es una herra-mienta para descifrar cómo se agencian estas relaciones de poder, y –sobre todo– es un estímulo para trastrocar-las mediante la acción y la imaginación.

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Revista de Estudios Sociales No. 37rev.estud.soc.diciembre de 2010: Pp. 208. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 186-188.

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2010

ISSN 0123-885X

Pp.1-208$20.000 pesos (Colombia)

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ISSN 0123-885Xhttp://res.uniandes.edu.co

Bogotá - Colombia diciembre 2010Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

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9 770123 885006

ISSN 0123-885X

Presentación Francisco Gutiérrez

Dossier Jason Sumich Antonio GiustozziJonathan Di JohnFrancisco Gutiérrez

Otras VocesLuis Antonio TrejoJorge Winston BarbosaJuan Carlos BarbosaGloria Patricia MarcialesHarold Andrés CastañedaLuis Antonio OrozcoDiego Andrés ChavarroJuan Carlos Orrego

DocumentosRalf J. Leiteritz

DebateFernán GonzálezAngelika Rettberg

LecturasOlga L. González

Fragilidad y fallas estatales: una perspectiva comparada

Presentación Fragilidad estatal: ¿cómo conceptualizarla?

• Francisco Gutiérrez – IEPRI, Universidad Nacional de Colombia.

Dossier Partido fuerte, ¿Estado débil?: Frelimo y la supervivencia estatal a través de la guerra civil en Mozambique

• Jason Sumich – South African Research Chair Initiative (SARChI), University of Fort Hare, Sudáfrica.

Los grupos étnicos y la movilización política en Afganistán • Antonio Giustozzi – Crisis States Research Centre/DESTIN, London School of Economics, Inglaterra.

Conceptualización de las causas y consecuencias de los Estados fallidos: una reseña crítica de la literatura • Jonathan Di John – Universidad de Londres, Inglaterra.

¿Estados fallidos o conceptos fallidos? La clasificación de las fallas estatales y sus problemas • Francisco Gutiérrez – IEPRI, Universidad Nacional de Colombia.

Otras VocesCorrupción y desigualdad en la Unión Europea

• Luis Antonio Trejo – Universidad de Barcelona, España.

Reconceptualización sobre competencias informacionales. Una experiencia en la Educación Superior • Jorge Winston Barbosa – Universidad Industrial de Santander, Colombia;

• Juan Carlos Barbosa – Universidad Industrial de Santander, Colombia; • Gloria Patricia Marciales – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia;

• Harold Andrés Castañeda – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia.

Robert K. Merton (1910-2003). La ciencia como institución • Luis Antonio Orozco – Universidad de los Andes, Colombia;

• Diego Andrés Chavarro – University of Sussex, Inglaterra.

Alejo Carpentier ante lo indígena: ¿antropólogo, escritor o nativo? • Juan Carlos Orrego – Universidad de Antioquia, Colombia.

Documentos20 años de la caída del Muro de Berlín

• Ralf J. Leiteritz – Universidad de los Andes, Colombia.

DebatePensando la fragilidad estatal en Colombia

• Fernán González – ODECOFI, Colombia; • Angelika Rettberg – Universidad de los Andes, Colombia.

LecturasFalquet, Jules. 2008. De gré ou de force, les femmes dans la mondialisation.

• Olga L. González – Urmis, Universidad París VII, Francia.

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