Revista Cánovas Nº12 Julio 2015
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digital Cánovas
nº
12
Jul
201
5
2
Edita: Cánovas Fundación
Presidente
Joaquín L. Ramírez Rodríguez
Secretario General
Miguel Ángel Ruiz Ortiz
Digital Cánovas
ISSN: 2255-5900
Nº12. Málaga. Julio 2015
Dirección
Francisco M. Castillo Medina
Diseño y Maquetación
Rosa López Campos
NOTA: Cánovas Fundación no comparte necesariamente las opiniones expresadas por los diferentes autores.
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@CanovasFundac
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ÍNDICE
“Yo solo”
Joaquín L. Ramírez 4
Democracia Interactiva
Salvador Merino 6
Nueva legislatura y viejos
interrogantes en Reino Unido
Alfredo Crespo 8
El caso catalán:
más diálogo y menos sentencias
Pablo Sánchez Molina 12
Nuevo frente nacionalista en
el Parlamento europeo:
nace “Europa de las Naciones
y de las Libertades”
Isabella Lo Presti 14
Falsas creencias
Daniel Quijano Ramos 16
No era inmortal, sino eterno
Francisco Valiente 22
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“Yo solo”
por Joaquin L. Ramírez
@JoaquinRamirez
El 8 de mayo de 1781 Bernardo de
Gálvez y Madrid derrotó a los ingleses y
les hizo capitular al mando de 8000
infantes de marina, de ellos más de 7000
españoles como él. El malagueño, nacido
en la localidad de Macharaviaya, cruzó el
estrecho de la bahía de Pensacola al
mando del bergantín “Gálveston”, tras
decir: “el que tenga el honor y el valor que
me siga”. Fue un desembarco audaz,
temerario, propio del arrojo e inteligencia
de uno de los más grandes militares de la
historia que, con su victoria, cambió
definitivamente la suerte de la
independencia de las trece colonias
norteamericanas (Massachusets,
Conneticut, Nueva Jersey, Nueva York,
New Hampsire, Rodhe Island, Virginia,
Maryland, Pennsilvanya, Delaware,
Carolina del Norte, Carolina del Sur y
Georgia). Previamente había tomado los
puertos militares ingleses del Misissipi, y
las posesiones británicas de Manchac y
Baton Rouge (1779). Bernardo de Gálvez y
sus tropas tomaron el Puerto de Nueva
Orleans y derrotaron a los británicos en las
batallas de Baton Rouge, Luisiana,
Natchez, Misisipi y Mobile (Alabama).
En Pensacola, Florida, los barcos
españoles, si querían arribar a tierra,
tenían que pasar a través de la batería de
las Barrancas Coloradas. Gálvez quería
entrar en la bahía pasando a través del
fuego enemigo. Parecía una locura, pero el
General entró en el puerto junto dos
pequeñas cañoneras y un buque de
transporte. En contra de lo que se puede
pensar, a pesar de que a su paso atraía el
fuego sobre sus barcos, no sufrió serios
daños por parte de las baterías británicas.
De aquí es de donde viene la leyenda que
ya figuró para siempre en su escudo de
armas: “Yo solo”, porque pasó sin que le
siguiera en principio ningún otro
comandante. A continuación lo hizo toda la
escuadra. Con la llegada de refuerzos, una
fuerza terrestre española tomó posiciones,
casi 8.000 marines, la inmensa mayoría
españoles y algunos cientos de franceses.
Tras conquistar la isla de Santa
Rosa, tomaron los tres fuertes que
defendían Pensacola, el de la “Media
Luna” (Fort Crescent), el del “Sombrero”
(Fort Hat) y el del “Rey Jorge” (Fort King
George). En menos de diez días
Pensacola se rindió a los españoles. Las
Barrancas Coloradas fueron las siguientes
en rendirse, y es que, tras la caída de la
ciudad, poco tenían que hacer ante la
inteligencia y el arrojo del general Gálvez.
Sin duda la de Pensacola fue una de las
más cruciales batallas para conseguir la
independencia de los EE.UU. Gálvez
recibiría del Rey de España, gracias a la
toma de Pensacola, el nombramiento de
mariscal de campo, además de una
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leyenda en su escudo de armas que ya no
le abandonaría… “Yo solo”.
Bernardo de Gálvez, genio militar,
gran conocedor de las matemáticas y
mecenas de la cultura y ciencia españolas,
murió a los cuarenta años, siendo Virrey de
Nueva España, territorio que comprendía
los actuales Estados Unidos de México,
California, Nevada, Texas, Nuevo México,
Colorado, Utah, Arizona, Oregón,
Washington y parte de los actuales Idaho,
Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y
Luisiana y la parte suroeste de la colonia
británica en Canadá. Había sido
Comandante de Nueva Vizcaya y
Gobernador de Luisiana, su hoja de
servicios es impresionante y no cabe en
estos renglones, por mucho que se
resuma. Tras años de olvido de EE.UU. y
España, en cumplimiento de la declaración
de gratitud y reconocimiento del Congreso
de EE.UU. el 31 de octubre de 1778, un
óleo con su imagen cuelga de las paredes
del Congreso de los Estados Unidos.
Gálvez es uno de los ocho personajes a
los que los norteamericanos distinguieron
otorgándoles la carta honorífica de
naturaleza, junto a Lafayette y Sir Winston
Churchill, entre otros. En la relación de
méritos para obtener tal honor contenidos
en la Resolución Americana nº 38 conjunta
del Senado, el 5 de diciembre de 2014 se
recoge, entre muchos otros méritos
heroicos y de guerra, que Bernardo de
Gálvez, Conde de Gálvez y Vizconde de
Gálveston, “arriesgó su vida por la libertad
del pueblo de los Estados Unidos y procuró
suministros, inteligencia y un enorme
apoyo militar al esfuerzo de guerra”.
Además, “lideró el exitoso sitio de
Pensacola” y ayudó a redactar los términos
del Tratado que puso fin a la
“Revolutionary War”. El general Gálvez,
continúa la declaración, demostró un gran
valor “que le convirtió en un querido
ejemplo para los soldados
estadounidenses”.
Es más que enriquecedor, es
apasionante comprobar como hoy la
lengua y cultura españolas toman
posiciones en los Estados Unidos, como
aumentan la influencia y la presencia de
los hispanos, la más importante minoría
con algo más de 55 millones allí radicados
con pleno derecho y cuya vinculación a sus
orígenes es imborrable. Parece como si se
cumpliera un destino irremisible bicultural y
bilingüe, aquel continente fue descubierto y
conquistado en 1492 por la inmensa
aventura española del Descubrimiento.
Escritas están las gestas, los episodios y
todos sus protagonistas, ningún olvido por
esforzado que sea podrá ocultar la historia,
los personajes y sus hechos. Al fin, el
mundo es redondo. “El que tenga el honor
y el valor que me siga”, Bernardo de
Gálvez, Bahía de Pensacola, 1781.
Joaquín L. Ramírez es Abogado, Senador
y Presidente de Cánovas Fundación.
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Democracia Interactiva
por Salvador Merino
@smerinocordoba
A finales de los ochenta, con la irrupción de internet en las universidades de todo el mundo, algunos vieron muchas de sus posibilidades sociales futuras. Recuerdo mi propia cara de asombro cuando un buen amigo me decía que la red de redes nos permitiría la democracia interactiva, como sistema universal de participación ciudadana directa. Por aquel entonces surgieron algunas iniciativas en este sentido, tanto desde el Senado español como por parte de algunos pequeños municipios, que trataban de impulsar nuevas opciones socialmente atractivas. Curiosamente ya los padres de la Constitución contemplaban esta posibilidad, al haber incluido en el artículo 23 que “los ciudadanos tiene el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes”. Sin duda hemos sabido desarrollar la democracia representativa, desde la política municipal hasta la nacional, pero nos queda pendiente crear las bases para también apostar por la participación directa. Actualmente, esta última queda relegada al referéndum, y no se han creado en la práctica opciones alternativas al mismo.
Sin embargo, la tecnología y conocimientos actuales nos permitirían un cambio sustancial en estos aspectos. La existencia del DNI electrónico, que hoy posee la práctica totalidad de la población, así como el abaratamiento hasta la gratuidad de los lectores digitales
incorporados a los ordenadores, permiten dar una mayor seguridad a todo tipo de transmisiones de la información y, en particular, al ejercicio del voto. El acceso a la administración electrónica, desde la que cada día realizamos un mayor número de gestiones, bajo las premisas de seguridad y confidencialidad que ya hoy poseen, pueden servir de aliciente para dar un salto cualitativo a lo que hoy llamamos el voto electrónico o e-voto.
Recientemente hemos vivido un ejemplo donde su aplicación hubiera resultado crucial. El acuerdo entre Grecia y la Unión Europea para salvar su trágica situación económica, fue paralizado a expensas de un referéndum en Grecia sobre su viabilidad. Al ser su resultado negativo, el gobierno griego aportó una alternativa aunque poco novedosa propuesta. La lógica democrática, en virtud del quid pro quo, nos llevaría a que todos los ciudadanos de los países que vamos a prestar el dinero también manifestásemos nuestra opinión. En virtud de la premura de los hechos (aunque al gobierno griego dicha premura no le afectó mucho), una e-votación en cada uno de los países hubiera permitido un sondeo suficientemente amplio, impidiendo que ahora les afecte al resto de los gobernantes europeos su aceptación de las cláusulas griegas.
El recorrido del voto electrónico hasta la actualidad ha tenido sus pros y sus contras, pero se empieza a ensayar en diferentes países. Dichos ensayos han tenido lugar en Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, Estonia, Francia, Alemania, India, Irlanda, Italia, Holanda, Noruega, Argentina, Rumania, Suiza, Reino Unido y Venezuela. El Proyecto CiberVoto de la UE (EU CyberVote Project) fue puesto en marcha en septiembre de 2000 por la
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Comisión Europea, con el objetivo de demostrar “elecciones en línea plenamente verificables que garantizan la privacidad absoluta de los votos y el uso de terminales fijos y móviles de Internet”, y sus ensayos se llevaron a cabo en Suecia, Francia y Alemania. En Estados Unidos se siguen perfeccionando los sistemas de votación sobre pantallas táctiles, de momento dentro de los colegios electorales, para poder realizarlos en el futuro desde el domicilio particular de cada persona.
En España ha habido recientemente intentos de gestiones electrónicas, cara a referéndums, que han sido algo desastrosas. En la última votación catalana buscando apoyos a su proceso soberanista, se podía inscribir cualquiera con cualquier nombre para poder votar. Evidentemente, partiendo de ese esperpento, se tuvo que exigir la presencia en persona ante las urnas para poder comprobar la certeza de los datos aportados. Por tanto, podemos comprobar que cuando se quiere hacer algo mal y desautorizar un procedimiento que pudiera resultar novedoso, algunos también saben hacer un ridículo global sin precedentes. Esta tesitura es fruto del miedo a que la opinión general resulte contraria a los postulados oficiales pero, como diría Napoleón: “No hay que temer a los que tienen otra opinión, sino a aquellos que tienen otra opinión pero son demasiado cobardes para manifestarla”.
Por tanto, ha llegado el momento histórico de ir introduciendo esta nueva forma de participación directa de los ciudadanos, que ofrece una visión más global de la opinión pública e impide que toda la responsabilidad, en los intervalos entre elecciones, recaiga únicamente en
sus representantes. Con ello no se plantea un bloqueo institucional ni un menosprecio a la clase política, sino un apoyo a sus tesis y un refrendo global en aquellas cuestiones que conciernen especialmente al desarrollo de nuestros países. Ejemplos muy básicos podrían ser, desde la aprobación de un plan general de ordenación urbana hasta la intervención en un conflicto bélico, materias en las cuales toda la ciudadanía puede verse afectada.
Ciertamente, el temor a dar un plus de confianza, desde la clase política a sus representados, supone un reto y un nuevo paradigma a la democracia pero también responde al incremento de la formación política y de la participación ciudadana vivido en los últimos años. El punto medio o nueva vía, entre el rígido sistema bicameral de representantes y la populista presión mediante manifestaciones callejeras, puede estar en un mayor conocimiento de la opinión pública y el apoyo mediante ésta a las tesis políticas más adecuadas. Esto reflejaría quienes son realmente los líderes de la opinión, quienes reflejan en mejor medida el deseo de los ciudadanos y quienes están dispuestos a escuchar, matizar e incluso cambiar sus postulados en aras de un mayor consenso. Como nos indicaba el que fuera sexto presidente de los Estados Unidos, John Quincy Adams: “Si tus acciones inspiran a otros para soñar más, aprender más, hacer más y cambiar más, tú eres un líder”.
Salvador Merino Córdoba es Doctor en
Matemática Aplicada de la Universidad de
Málaga y Profesor Tutor de Matemáticas de la UNED.
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Nueva legislatura y viejos interrogantes en Reino Unido
por Alfredo Crespo
La victoria del Partido Conservador
en las pasadas elecciones británicas (7 de
mayo) abre un panorama plagado de
interrogantes, constitucionales en su
mayoría, a los que deberá responder aquél
durante la recién estrenada legislatura.
El referendo sobre la permanencia
o abandono de la Unión Europea, el
aumento de competencias para Escocia o
decidir si las leyes que afectan sólo a
Inglaterra deben ser votadas sólo por los
diputados ingleses, constituyen asuntos
principales que ocuparán la agenda del
gobierno y de la oposición.
La mayoría absoluta lograda por
David Cameron en ningún caso le
garantiza ausencia de críticas a las
decisiones que adopte en el corto y medio
plazo. De hecho, algunos de los reproches
más significativos podrían llegar desde su
propia bancada.
Antes de las votaciones del 7 de
mayo, pocos analistas y sondeos
auguraban el logro de la mayoría absoluta
por parte de los tories. Al respecto,
sobrevoló el recuerdo a las anteriores
elecciones (2010) que arrojaron como
resultado final un “Parlamento colgado”, lo
que obligó a un gobierno de coalición entre
conservadores (socio mayoritario) y
liberales-demócratas (junior partner), en el
que Cameron priorizó la recuperación
económica frente a cualquier otra materia1.
Así, fue recurrente que durante los
pasados meses de marzo y abril se
preguntara a los dos favoritos, David
Cameron y Ed Miliband, acerca de posibles
socios en el gobierno, en el caso de no
conseguir la mayoría absoluta. Con
respecto a David Cameron, la tarea
revertía mayor dificultad puesto que en el
espectro político británico no hay partidos
ideológicamente de centro-derecha, lo que
le complica cualquier acuerdo post-
electoral. Asimismo, la posibilidad de
repetir pacto con los liberales de Nick
Clegg se antojaba compleja, puesto que la
política hacia la UE defendida por el
Partido Conservador (esto es, la
convocatoria de un referendo in vs out para
2016-2017) chocaba frontalmente con la
eurofilia que, históricamente, ha
caracterizado a los liberales.
La opción UKIP como socio del
gobierno, si bien descartada desde el
principio por los tories, hubiera supuesto
para estos más inconvenientes (incluso
problemas) que ventajas. En efecto, la
formación de Nigel Farage tiene un
programa político muy reducido, con dos
únicos temas, más proclives a generar
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polémica y confrontación que
gobernabilidad. La retirada de la UE, es el
principal2; junto a éste, una suerte de
racismo y xenofobia, cada vez menos
encubierto. El UKIP trató de acercarse al
Partido Conservador, ofreciéndole su
apoyo condicionado a la convocatoria del
referendo sobre la UE lo antes posible.
La estrategia seguida por David
Cameron durante la campaña electoral fue
impecable. Así, priorizó la recuperación
económica apreciada en Reino Unido
durante su primer gobierno. Por tanto,
desde el prisma del candidato tory, el país
exigía un continuismo que sólo él y su
partido le podrían ofrecer. Esta idea la
complementó con otra no menos
importante, a saber: reiterar la leyenda de
pésimos gestores de las finanzas públicas
que históricamente ha pesado sobre el
Partido Laborista.
En efecto, las propuestas que en
materia económica ofreció Ed Miliband
estaban cercanas a las que en los años
setenta secundaron Harold Wilson y James
Callagham, las cuales dieron como
resultado que Reino Unido fuera calificado
como “el enfermo de Europa”. Sólo con
Tony Blair (1997-2007) el laborismo fue
percibido como un gestor sensato de la
economía y ello se debió, entre otras
razones, a que aquél en ningún momento
intentó descabezar el credo del
Thatcherismo, ni en los aspectos relativos
a la economía ni en los relacionados con
la ley y el orden.
Apelar a la economía como gran
activo para pedir la confianza de sus
compatriotas, generó una consecuencia
buscada por David Cameron: evitar que la
UE apareciese en la campaña electoral. De
hecho, puede decirse que Europa tuvo un
rol más bien marginal3, puesto que los
laboristas tampoco prestaron importancia a
esta cuestión. Con ello, ambos partidos se
adaptaron a la escala de prioridades de la
ciudadanía británica (economía, la sanidad
y la inmigración)4.
En efecto, de haber tenido un
espacio grande la UE, se habrían hecho
visibles las diferencias que existen en el
Partido Conservador, con un sector
importante (numéricamente hablando) que
apuesta seguir formando parte de la misma
(si bien, renegociando previamente la
actual posición) y otro (no minoritario,
precisamente) que exige el abandono
inmediato. David Cameron forma parte del
primer grupo.
Sin embargo, a pesar de sus
esfuerzos desde la llegada al liderazgo del
Partido Conservador (diciembre de 2005)
por subordinar la política hacia la UE a
metas de mayor enjundia (la principal, la
modernización del partido) no lo ha
conseguido.
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En efecto, decisiones radicales
como retirar a los tories del Partido Popular
Europeo y crear un nuevo grupo en la
eurocámara (European Conservatives and
Reformists Group) se han mostrado
insuficientes, a pesar de la insistencia con
que algunos diputados tories exigieron esta
medida cuando se estaba redactando la
Constitución Europea5. Igualmente, el
anuncio en enero de 2013 de convocar un
referendo de permanencia en la UE (previa
renegociación) tampoco ha calmado a
quienes perciben el proceso de integración
europea como una erosión permanente de
la soberanía británica6, ni a quienes
entienden, de manera errónea, que
abandonar la UE no implicará problemas
para la economía británica7. Este segundo
aspecto ha sido rechazado por David
Cameron quien, frente al concepto de “ever
closer union”, aboga por una Europa de
amplias miras, de libre comercio, en la cual
diferentes Estados cooperan entre sí en
interés propio.
Así, David Cameron se refiere a la
UE con expresiones positivas que
encierran elevadas dosis de pragmatismo,
en especial cuando le otorga el rol de de
garante del binomio prosperidad-seguridad
en Europa. Esta idea, históricamente
asumida en su formación, viene siendo
reemplazada por un sentimiento de
hostilidad por parte de algunos diputados
tories, a los que en ocasiones se tilda de
“rebeldes”, pero que podrían convertirse en
uno de los frentes que más energía
consuma del Primer Ministro.
Se trata de una hipótesis cuya
veracidad refrenda la historia más lejana
(segundo gobierno de John Major, 1992-
1997) y cercana (durante los años de
oposición a Blair, el criterio que determinó
la elección del líder del Partido
Conservador fue el euroescepticismo. Así,
la actitud hostil al rumbo adoptado por la
UE permitió que William Hague, Iain
Duncan Smith y Michael Howard liderasen
el Partido Conservador en detrimento del
eurófilo Ken Clarke)8.
En cuanto a los derrotados de las
elecciones del 7 de mayo, el principal fue
el Partido Laborista. La inmediata dimisión
de Ed Miliband tras conocerse los
resultados así lo refrenda. Hasta el 12 de
septiembre no se sabrá el nombre de su
sucesor. No obstante, lo más preocupante
para esta formación fueron sus resultados
en Escocia, nación donde logró un solo
diputado de los 59 en juego. Hasta hace
escasas fechas, Escocia y laborismo eran
sinónimos pero ahora el electorado
escocés se decanta por el Scottish
National Party (SNP) que consiguió 56
diputados, insuficientes para influir en la
gobernabilidad británica, meta a la que
aspiraba de haber vencido sin mayoría
absoluta Ed Miliband.
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En este sentido, el nacionalismo
escocés tejió durante los primeros meses
de 2015 una “Alianza de izquierdas” (a la
que se incorporaron el Plaid Cymru y los
Verdes) que patrocinó un mensaje
excesivamente catastrofista y alejado de la
realidad sobre las medidas económicas
impulsadas por el gobierno de David
Cameron. Tras el 7 de mayo, el SNP ha
seguido por esta senda argumental,
añadiendo ambigüedad acerca de sus
posibles intenciones de convocar un
segundo referendo por la independencia
de Escocia.
Alfredo Crespo Alcázar es Licenciado en Ciencias de la Información y en Ciencias
Políticas, Vicepresidente 2º de ADESyD y autor
de “Cameron. Tras la senda de Churchill y
Tatcher” (Edit. Siníndice, Logroño, 2011).
1 RESEL, Celia: Reino Unido: what´s next? Papeles FAES, num. 137, 21 de mayo de 2010, 8 páginas. 2 Véase al respecto el reciente vídeo producido por UKIP titulado “We believe in Britain. Say no to the EU”. http://www.ukip.org/we_believe_in_britain Consultado el 14 de julio de 2015. 3 Al respecto, el Manifiesto electoral del Partido Conservador no aportaba ninguna novedad sobre esta cuestión, más allá de insistir en que el objetivo era realizar un cambio real en la relación Reino Unido-Unión Europea, reiterar que en 2017 convocarían un referendo in vs out, que permanecerían fuera de la eurozona o que reclamarían la repatriación de ciertas competencias cedidas a las instituciones comunitarias. A stonger leadership. A clear economic plan. A brighter, more secure future. https://s3-eu-west-1.amazonaws.com/manifesto2015/ConservativeManifesto2015.pdf Consultada el 14 de julio de 2015. 4 MORILLAS, Paul: Unas elecciones muy europeas (contra todo pronóstico). Opinión CIDOB, num. 325, mayo 2015. http://www.cidob.org/publicaciones/serie_de_publicacion/opinion/europa/unas_elecciones_muy_europeas_contra_todo_pronostico Consultada el 14 de julio de 2015. 5 LYNCH, Philip y WHITAKER, Richard: “A loveless marriage: The Conservatives and the European People´s Party”, Parliamentary Affairs, Vol. 61, num. 1, 2008, págs. 31-51. 6 Véase por ejemplo, CASH, Bill: “Parliamentary sovereignty and the European Union Bill”, 11 de enero de 2011. http://www.billcashmp.co.uk/index.php?option=com_content&view=article&id=115:parliamentary-sovereignty-and-the-european-union-bill&catid=15:europe&Itemid=5 Consultada el 14 de julio de 2015. 7 STEWART, Ewen: Britain´s Global Leadership. The positive future for a UK outside the EU. Editado por The Bruges Group, Londres, 2015, 46 páginas. http://www.brugesgroup.com/BritainsGlobalLeadership.pdf 8 HOWARD, Michael: The future of Europe. Policy Study num. 152, editado por The Centre for Policy Studies, Londres, 1997, 19 páginas. HAGUE, William: Change and tradition. Thinking creatively about the Constitution. Editado por el The Centre for Policy Studies, Londres, 1998, 23 páginas.
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El caso catalán: más diálogo y menos sentencias
por Pablo Sánchez Molina
@PabloSMolina
«Los problemas de esa índole no
pueden ser resueltos por este Tribunal,
cuya función es velar por la observancia
estricta de la Constitución. Por ello, los
poderes públicos y muy especialmente los
poderes territoriales que conforman
nuestro Estado autonómico son quienes
están llamados a resolver mediante el
diálogo y la cooperación los problemas que
se desenvuelven en este ámbito».
La relevancia política que ha tenido,
y continúa teniendo hasta la fecha, el
proceso soberanista catalán queda fuera
de toda duda. El riesgo de fractura de este
territorio es doble: uno interno y otro
externo. Lo que esta en juego no es
exclusivamente una segregación de una
parte de España sino, también, una
fractura de la cohesión social dentro de
Cataluña. En el presente artículo voy a
exponer, sin ánimo de exhaustividad, los
principales hitos en el tratamiento jurídico
de este problema con la finalidad de
intentar vislumbrar el camino a posibles
soluciones.
Empecemos por el final para,
después, volver al principio. Desde marzo
del pasado año hasta junio del presente el
Tribunal Constitucional (en adelante, TC)
ha dictado cuatro sentencias que versaban
sobre la cuestión catalana. En la primera
(STC 42/2014, de 24 de marzo) el TC
declaró que no era conforme con la
Constitución la resolución del Parlamento
de Cataluña que atribuía soberanía al
pueblo catalán respecto de su derecho a
decidir. En la segunda (STC 31/2015, de
25 de febrero), quizás la más interesante,
se pronuncia sobre la constitucionalidad de
algunos preceptos de la Ley del
Parlamento de Cataluña 10/2014, de 26 de
septiembre, de consultas populares no
referendarias y otras formas de
participación ciudadana que conformó el
marco legal dentro del que se amparó la
convocatoria de una consulta popular para
el pasado 9 de noviembre. En su
pronunciamiento el TC distinguió entre
consultas generales y sectoriales en el
ámbito autonómico. Mientras que las
primeras quedarían fuera de la
competencia autonómica al incluir a todo el
cuerpo electoral, expresión del art. 23 CE
y, por lo tanto, limitando la competencia de
convocatoria al ejecutivo nacional. Declaró
conforme a la Constitución Española la
regulación, en dicha ley, de consultas
sectoriales (derivan del mandato del art.
9.2 CE) siempre que se refieran a un grupo
social definido y la cuestión les sea de
interés particular. Íntimamente ligado a
este último pronunciamiento se encuentra
otra sentencia del mismo día (STC
32/2015, de 25 de febrero) en la que,
utilizando los mismos argumentos
expuestos, se declara inconstitucional el
Decreto 129/2014, de 27 de septiembre, de
convocatoria de la consulta popular no
referendaria sobre el futuro político de
Cataluña. Por último, el pasado mes de
junio declaró no conforme a la Constitución
las actuaciones de la Generalitat relativas
a la citada convocatoria de la consulta
sobre el futuro político de Cataluña.
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Volvamos al principio para entender
el final. Nos encontramos ante una tarea
ardua y que no es actual de hecho Ortega
y Gasset, en el discurso sobre el Estatuto
Catalán celebrado en las Cortes Españolas
el 13 de mayo de 1932, sostuvo que «el
problema catalán, como todos los parejos
a él, que han existido y existen en otras
naciones, es un problema que no se puede
resolver, que sólo se puede conllevar, y al
decir esto, conste que significo con ello, no
sólo que los demás españoles tenemos
que conllevarnos con los catalanes, sino
que los catalanes también tienen que
conllevarse con los demás españoles».
Solo queda añadir que ochenta años
después del pronunciamiento de estas
palabras el «problema catalán» continúa
más vivo que nunca.
«Si buscas resultados distintos, no
hagas siempre lo mismo». Haciendo uso
de esta cita de Albert Einstein quiero poner
de relieve que el camino hacia la solución
de este conflicto no se recorre acudiendo
al TC cada vez que el Gobierno Central se
encuentre con una situación complicada de
gestionar. En mi opinión, este es un grave
error que ayuda a la deslegitimación de la
labor de este tribunal ya de por si criticado
desde diversos sectores y por numerosos
factores, entre ellos por su composición
altamente politizada. Además, no podemos
perder de vista que la cuestión catalana es
un conflicto eminentemente político por lo
que son nuestros representantes los que
deberían dar una solución al mismo siendo
imprescindible más diálogo y cooperación
entre el Gobierno Central y su homólogo
en la Comunidad Autónoma de Cataluña.
Se debe poner de relieve que en
estos momentos se debe estar a la altura y
realizar una política con mayúscula
repudiando, del todo, el comportamiento
seguido hasta ahora: la técnica del
avestruz. Que no es más que hacer oídos
sordos ante una noticia desagradable con
el único fin de que el tiempo pase y que el
problema, por sí solo, se solucione. Algo
habitual en el comportamiento humano.
Con esta reflexión no estoy
descubriendo la pólvora, sino que esta ha
sido, esencialmente, repetida por el propio
TC desde la STC 103/2008 que declaró
inconstitucional la Ley de Consultas
vascas. Y, aunque se ha pasado por alto,
ha venido constituyendo uno de los
argumentos del TC, junto con otras armas
pedagógicas, para tratar de separarse, en
gran medida, de la calidez del debate
político suscitado al instar a los poderes
públicos a resolver estos conflictos a través
del diálogo y la cooperación.
¿Recuerdan la cita del principio?
«Los problemas de esa índole no
pueden ser resueltos por este Tribunal,
cuya función es velar por la observancia
estricta de la Constitución. Por ello, los
poderes públicos y muy especialmente los
poderes territoriales que conforman
nuestro Estado autonómico son quienes
están llamados a resolver mediante el
diálogo y la cooperación los problemas que
se desenvuelven en este ámbito».
Pablo Sánchez Molina es Licenciado en
Derecho, Máster en Derecho Constitucional y
Becario de Postgrado de la Fundación La
Caixa.
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14 Nuevo frente nacionalista en el Parlamento Europeo: nace “Europa de las Naciones y de las Libertades”
por Isabella Lo Presti
Ha pasado un año desde cuando a la reunión del 1 julio de 2014 los eurodiputados guiados por Marine Le Pen y otros representantes del frente euroescéptico se presentaban delante del nuevo Parlamento europeo sin un grupo parlamentario único que les acogiese, confluyendo entre los No Inscritos. Para los que hayan podido seguir los trabajos parlamentarios no ha supuesto sorpresa alguna el anuncio, el pasado 15 de junio, de la constitución del nuevo grupo parlamentario “Europa de las Naciones y de las Libertades” presidido por la francesa Marine Le Pen. La nueva formación parlamentaria, cuyo nombre es emblemático de la ideología que une a sus miembros, responde a los requisitos establecidos por el Reglamento interno del PE para la constitución de un grupo político: que lo constituya un mínimo de veinticinco diputados elegidos en, al menos, una cuarta parte de los Estados miembros.
Superadas las dificultades que en el pasado habían obstaculizado el proyecto de la europarlamentaria del Front National, el grupo Europe of Nation and Freedom consta de 37 miembros, provenientes además del partidos de Marine Le Pen, de la Liga Norte italiana, del partido holandés de la Libertad, del flamenco ultraderechista VlaamsBelang, del KongresNowejPrawicy (KNP) polaco, del Freiheitliche ParteiÖsterreichs (FPO) austriaco y desde los Países Bajos cuenta con los representantes del partido Partijvoor de Vrijheid. Por último, al nuevo grupo se ha
adherido, de forma individual, la británica JaniceAtkinson, en el pasado miembro del EFFD, grupo liderado por Nigel Farage, con el cual la nueva formación comparte el antieuropeísmo y una buena dosis de populismo. A este propósito, aunque siga faltando, después de un mes desde su constitución, una página web propia del nuevo grupo parlamentario que proporcione más información sobre la formación y sus objetivos, no es precipitado afirmar que se trata de un grupo eurófobo, más bien que euroescéptico, nacionalista y ultraderechista. El pasado 27 de junio, eso sí, se celebró en la ciudad francesa de Perpignan el primer congreso del recién nacido grupo político y el acontecimiento fue la ocasión más adecuada para dejar claro el leitmotiv de la política que la formación llevará a cabo: “Nous voulons une Europe des nations et non l’Europe fédéraliste actuelle”.
Ahora bien, intentado perseguir el gran valor de la síntesis, puede afirmarse que las consecuencias de la constitución del nuevo actor parlamentario pueden agruparse en dos categorías de distinto carácter. Por un lado, desde una perspectiva puramente política, el nuevo grupo acaba de adquirir una “voz” propia –de la que, hasta el momento carecía– pudiendo obtener representación en las comisiones parlamentarias y tiempo para intervenir en las plenarias. Se trata de herramientas importantes para la lucha política y el debate ideológico que, sin duda alguna, el nuevo frente liderado por Le Pen no perderá tiempo en utilizar para cumplir con los objetivos de su programa antieuropeo. Por otro lado, Europa de las Naciones y de las Libertades, a diferencia de lo establecido por los eurodiputados No Inscritos, recibirá financiación europea con la que podrá sustentar las actividades de comunicación y organización, por un valor
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aproximativo a 3 millones de euros al año. A este propósito no faltan las críticas a que movimientos eurófobos, partidarios de la cesación del proceso de integración europeo, de alimentarse de los fondos de la misma Unión, persiguiendo, sin embargo, un proyecto antisistema. Estas observaciones, nos recuerdan a los debates –podríamos decir que clásicos– sobre la así llamada paradoja de la democracia, según la cual no existe para el régimen democrático ningún instrumento de defensa contra los enemigos que utilizan sus mismos procedimientos y herramientas para acabar con él. Bien, dejando de lado el debate –irresuelto– entre una visión formal o sustancial del concepto de democracia, seguramente no puede esconderse que la disponibilidad económica de la que gozará el nuevo grupo político le proporcionará fuerza y poder para impulsar su campaña nacionalista, dentro y fuera de la arena parlamentaria, actuando como una verdadera fuerza de oposición política al proyecto europeo. ¿Es esto malo? ¿Nos enfrentaremos a una nueva época menos democrática a raíz de la nueva presencia eurófoba? No carecería totalmente de lógica contestar de forma negativa a los dos interrogantes, con los debidos matices. En los últimos años se ha hecho hincapié en la circunstancia de que la Unión europea no estaba lo bastante politizada, que faltaba un verdadero debate político, tanto durante el momento electoral, como en la propia arena parlamentaria. Durante muchas legislaturas al otro lado de la gran coalición formada por los grupos EPP/S&D, faltaba un frente de oposición compacto. En muchos casos, además, los grupos euroescépticos y eurófobos han demostrados ser menos coherentes y con un grado de cohesión muy bajo, debido a las profundas diferencias ideológicas internas. Véase el caso del grupo EFDD, resultado, según los estudios de las
votaciones, como el más vago. Sin embargo, en este primer año de legislatura los eurodiputados No Inscritos, casi enteramente provenientes de las fuerzas políticas que constituyen ahora el nuevo grupo, han mostrado una actitud diferente. El subdesarrollo de la arena política europea puede llegar a ser superado gracias a acontecimientos como lo que estamos comentando. De hecho, la constitución del grupo Europa de la Naciones y de las Libertades responde plenamente a la voluntad de parte de los electores, acudidos a las urnas el año pasado, que han decidido apostar por fuerzas nacionalistas y eurófobas que en estos últimos meses no habían podido llevar a cabo plenamente el mandato recibido. El cambio de escenario político presente en el PE responde, por tanto, a la naturaleza camaleónica de los grupos parlamentarios europeos, que interpretan los grandes cambios políticos de manera más sensible de cuanto no suceda en ámbito nacional.
En el fondo el grupo parlamentario liderado por Le Pen no difiere muchos de la presencia en seno del Congreso de los diputados secesionistas. Sólo alimentando el fuego del enfrentamiento político podemos razonablemente esperarnos que la Unión europea tenga aún una posibilidad de devenir un escenario político representativo de un demos comunitario. La sabiduría popular nos enseña que no hay mal que por bien no venga; quizás, sea esto un ejemplo.
Isabella Lo Presti es Licenciada en Derecho y doctoranda en Derecho Constitucional Europeo por la Universidad de Málaga, en cotutela con la Universidad de Palermo.
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Falsas creencias
por Daniel Quijano Ramos
@DaniQRamos
Hace unos días oía a Alberto Garzón declarar en una radio nacional que las condiciones del tercer rescate impuestas a Grecia eran equivalentes a la firma del Tratado de Versalles1 y las consecuencias que para Europa tuvo dicho tratado, a saber, el auge del fascismo y la Segunda Guerra Mundial2. Unos días antes el propio Garzón había regalado un libro a Mariano Rajoy. Ese libro fue escrito en 1919 por el economista británico John Maynard Keynes, y se titula Las consecuencias económicas de la paz3. Keynes formó parte de la delegación británica en Versalles, de la que dimitió por “estar disconforme con el régimen abusivo de indemnizaciones y reparaciones que se imponían a Alemania”4. El cacao mental del diputado Garzón fue rápidamente criticado en varios medios5. Sin embargo la buena intención que llevaba la acción de regalar un libro al presidente del gobierno lleva una confusión aparejada que hace mucho daño a la interpretación histórica de nuestra realidad (la actual y la pasada).
Alberto Garzón pretendía hacer un símil entre las consecuencias que provocó el Tratado de Versalles, y las que tendrán las condiciones del tercer rescate a Grecia. Estas consecuencias serían el auge del fascismo6 y de Hitler y, a medio plazo, el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial.
Esta falsa creencia, ampliamente extendida en nuestra sociedad, de que el
Tratado de Versalles fue el responsable de que Hitler llegara al poder en Alemania y, de forma concatenada, fue también el desencadenante de la segunda conflagración mundial es, sencillamente, un mito. Lo he oído a Garzón, pero no es una creencia que dependa de afiliaciones ideológicas. Hace unos meses, en un torneo de debate en el que participaba como juez, el juez que me acompañaba empezó su feedback advirtiendo a los debatientes de que Hitler llegó al poder gracias a la elección de los votantes alemanes (la pregunta de ese torneo iba sobre política). Puedo asegurar que ese juez no simpatiza precisamente con las ideas de Garzón. El problema es grande, porque pone de manifiesto dos realidades: una, que seguimos viendo la Historia como una sucesión plana de sucesos (lo que convierte a esta ciencia tan maravillosa en un completo aburrimiento). Dos, y la más grave a mi entender, que los profesores de Ciencias Sociales de 4º de ESO y de 1º de Bachillerato no hacen bien su trabajo (en no pocas ocasiones porque creen firmemente en esta creencia infundada).
El primer mito: Versalles no llevó a Hitler al poder
Gran parte de esta confusión sobre Versalles, sus consecuencias y lo que pasó durante el periodo de entreguerras tiene su raíz en algunas partes del citado libro de Keynes7. Pero en general la doble confusión de que Versalles llevó a Hitler al poder (y, por ende, provocó la Segunda Guerra Mundial), no casa con la realidad del acontecer histórico durante el periodo de entreguerras (1919-1939).
Es cierto que Versalles llevó una gran desilusión tanto a vencedores como a
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vencidos. En Italia, uno de los vencedores, se habló de “paz mutilada”, pues las promesas hechas en la diplomacia secreta al país transalpino durante la Gran Guerra para atraerlo al bando aliado fueron en parte ignoradas al finalizar la contienda. Esto condujo al desencanto de muchos italianos, entre ellos un joven Benito Mussolini, que empezó a idear una “tercera vía” entre la democracia liberal y el estado socialista soviético que por esos tiempos empezaba ya a ejercer su influencia ideológica en buena parte de las izquierdas europeas. Esta tercera vía es el fascismo italiano, pero este movimiento no surgió solo como consecuencia de Versalles: hay que entender la situación social y económica de Italia en el periodo 1919-1921 para comprender el cuadro completo.
Del mismo modo, en Alemania las consecuencias de la paz fueron terribles, ya que el pago de reparaciones era, sencillamente, imposible de afrontar en 1919 por el agotamiento de la industria alemana y los problemas socio-económicos causados por la guerra8. En este aspecto la afirmación de Keynes es correcta. Ese año de 1919 Alemania hizo frente a un intento de revolución socialista; se convirtió en una república (la República de Weimar), adoptando el sistema democrático; en fin, enfrentó la hostilidad total de la derecha nacionalista y de los comunistas9. Los años 1919-1923 fueron muy duros para la joven democracia. Es este el periodo de la famosa hiperinflación y de la ocupación franco-belga del Ruhr para garantizar el pago de reparaciones. Sin embargo la acción decidida del ministro de Exteriores alemán Gustav Stresemann a partir de 1924 cambió por completo el escenario. Alemania aceptó que debía hacer frente a las obligaciones contraídas en Versalles. Las potencias aliadas
(fundamentalmente Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos) comprendieron que debían facilitar el acceso al crédito de la República de Weimar. Para ello se configuró el Plan Dawes de 1924, según el cual un consorcio de bancos estadounidenses prestaría grandes cantidades a bancos y empresas alemanas. Estas cantidades servirían para reflotar la economía alemana, que a su vez permitiría afrontar los pagos de reparaciones. Con estos pagos, Francia y Gran Bretaña podían, a su vez, devolver los créditos de guerra que habían contraído con Estados Unidos.
El Plan Dawes era solo una medida temporal. En agosto de 1929 se firmó el Plan Young, que reducía la cantidad a pagar y establecía como fecha límite de dos tercios del pago el año 1988. Entre la redacción y la firma del Plan Young tuvo lugar el crack bursátil de Wall Street y la consecuente Gran Depresión. Los bancos estadounidenses retiran sus capitales del extranjero (gran parte de los cuales estaba en Alemania como consecuencia del Plan Dawes y el Plan Young). La situación económica se tornó extremadamente difícil en Alemania. La realidad de esta situación llevó a las potencias a reunirse una última vez en la Conferencia de Lausana (1932). En dicha conferencia el pago de reparaciones quedó reducido a una cantidad ridícula (unos 700 millones de dólares estadounidenses). En enero de 1933 Hitler consiguió la cancillería del Reich, y Alemania no volvió a pagar reparaciones durante los siguientes doce años10.
En resumen, en 1924 la situación económica alemana era boyante. El país ingresó en la Sociedad de Naciones. En este momento el Partido Nacionalsocialista
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18 de los Trabajadores Alemanes de Hitler es un movimiento político marginal en la política germana. En 1929 el Plan Young redujo la cantidad debida por Alemania a las potencias aliadas, y la Gran Depresión condujo a la casi eliminación de las obligaciones que estipulaba el Tratado de Versalles (Lausana, 1932). Es esta causa, la Gran Depresión de 1929 iniciada en Estados Unidos, la que explica el ascenso meteórico de los movimientos políticos extremistas, entre ellos el Partido Nazi. No fue Versalles, no fue el pago de reparaciones (Alemania solo llegó a pagar un octavo del monto total establecido en 1919), no fue la presión ejercida por las potencias aliadas la que condujo al éxito electoral del nazismo. Es el desencanto de la población ante la falta de trabajo y el fracaso de los partidos tradicionales en arreglar la situación la que echó en brazos del KPD11 y del NSDAP12 a millones de alemanes. La Gran Depresión es el hecho histórico que permite que un político excelentemente dotado para la oratoria como Hitler, con un discurso basado en el resentimiento, el ultranacionalismo y el antisemitismo alcance unos éxitos electorales que antes de 1929 eran una quimera y que, sin embargo, nunca le dieron el poder de Alemania. Llegamos a nuestro segundo mito: Hitler nunca alcanzó el poder mediante unas elecciones.
El segundo mito: Hitler no llegó al poder gracias a unas elecciones ni Versalles provocó una nueva guerra
Para desmontar este mito tan solo tenemos que observar la evolución electoral del NSDAP y conocer un apartado de la Constitución de Weimar.
La siguiente tabla nos muestra los resultados electorales de los nazis durante el periodo de entreguerras:
Votos
Elecciones Total (en
millones) %
Nº
escaños
Notas
Mayo 1924 1,918 6,5 32
Con Hitler en prisión13
Diciembre 1924 0,907 3 14
Con Hitler fuera de prisión
Mayo 1928
0,810 2,6 12
Septiembre 1930 6,409 18,3 107
Después de la crisis financiera
Julio 1932 13,745 37,3 230
Después de la candidatura de Hitler a la presidencia
Noviembre 1932 11,737 33,1 196
Marzo 1933 17,277 43,9 288
Con Hitler ya como canciller
Fuente: Eberhard Kolb, The Weimar Republic.
Con estos datos no pretendemos quitar importancia a los éxitos impresionantes del Partido Nazi. Eberhard Kolb, autor de una de las monografías más certeras e importantes sobre la República de Weimar, señala las causas de este éxito: la campaña en contra del Plan Young (que nutrió de fondos al partido y convirtió a Hitler por primera vez en un político conocido a nivel nacional) y las consecuencias de la Gran Depresión.
Si analizamos la evolución del voto conseguido por el NSDAP durante la República de Weimar, observamos cómo el éxito electoral del partido hitleriano viene a partir de las primeras elecciones que se celebran posteriores al crack del 29. Es
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importante destacar que en las elecciones federales de noviembre de 1932, el NSDAP perdió dos millones de votos. El partido estaba en la ruina, la economía alemana apuntaba signos de recuperación y el discurso simplista de Hitler se iba consumiendo. El gurú de la propaganda del partido, Joseph Goebbels, escribía en su diario por estas fechas que si tuvieran que afrontar otras elecciones más el partido iría a la bancarrota y debería desaparecer casi con seguridad. Hitler renunció a la vicecancillería, que le fue ofrecida por el Presidente Hindenburg, jugándose el futuro al todo o nada (algo habitual en él). La suerte se alió con él, y Hindenburg le nombró canciller en enero de 1933. Las siguientes elecciones al Reichstag, celebradas ya contando el NSDAP con los recursos del estado a su disposición y habiendo purgado a la oposición, no consiguieron dar la mayoría absoluta a los nazis. Esas fueron las últimas elecciones plurales en Alemania hasta 1949.
La llegada de Hitler al poder se produce el 30 de enero de 1933. Ese día, el Reichpräsident Paul von Hindenburg nombraba a Hitler Reichskanzler (canciller o jefe del gobierno). El hecho de que el líder del NSDAP alcanzara su más ansiado objetivo no se debió ni a una inevitabilidad a la que condujo la propia la historia alemana14 (Sonderweg) ni a una mayoría parlamentaria suficiente. Hitler fue nombrado canciller porque la Constitución de Weimar establecía que la persona que ocupara el cargo de canciller era elegida por el Presidente de la República, independientemente del número de escaños que el partido del elegido tuviera en el Reichstag. Este fue uno de los mayores impedimentos a la hora conseguir mayorías estables que permitiesen la
gobernabilidad durante el periodo de Weimar: normalmente el canciller no obtenía mayorías parlamentarias para gobernar con tranquilidad.
Al llegar Hitler al poder, Alemania está inmersa en una grave crisis económica, con casi ocho millones de parados. Sin embargo sus primeras acciones no van encaminadas hacia el campo de la economía, sino hacia el de la política: había que erradicar toda oposición. No es este el tema del artículo, pero es importante destacar que la progresiva eliminación de oponentes (en el verano de 1933 tan sólo quedaba el NSDAP como partido político en Alemania; en junio de 1934 tuvo lugar el sometimiento de las SA) y la instauración de medidas de gobierno extraparlamentario (Enabling Act o Ley de Autorización, 1933) aseguraron al gobierno de Hitler una base sólida cimentada en el uso de la coerción y la violencia por parte de un aparato policial preparado a tal efecto (Gestapo, Sicherheitsdienst).
Enlazando ambos mitos, cabe hacer una última apreciación. La Segunda Guerra Mundial no fue consecuencia del Tratado de Versalles. Las restricciones económicas, militares y gran parte de las territoriales que establecía el tratado ya no existían cuando la guerra estalló, merced al devenir histórico de la República de Weimar en el periodo 1919-1933 y a la acción política de Hitler durante su gobierno de Alemania entre 1933 y 1939. Hitler siempre buscó la guerra. Se apoyó en el descontento generado por la derrota en la Gran Guerra, eso es cierto, pero en su mente siempre estuvo la guerra. Nadie leía Mein Kampf (la obra de un visionario sobreactuado que no lograba más del 3% de los votos antes de la Gran Depresión), y
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20 nadie supo de la secreta reunión de 1937 que dio lugar al Protocolo Hossbach15, pero el camino a la guerra en Europa estuvo siempre marcado por la acción de Hitler aunque también, y esto es algo que muchas veces ignoramos, la omisión de Gran Bretaña y Francia en su acción política y militar durante los años 1936-1939, cuando Alemania no suponía la amenaza bélica en que se convirtió a partir de septiembre de 1939.
Mientras tanto Hitler iba dando pasos en el plano internacional: en el otoño de 1933 Alemania abandona la Conferencia sobre Desarme de Ginebra y la Liga de Naciones poco después. En 1935 un plebiscito (dispuesto en las cláusulas de Versalles) reincorporó el Sarre al Reich. En marzo de 1936 las tropas alemanas remilitarizaban Renania. Dos años más tarde tenía lugar el ansiado Anschluss (unión) entre Austria y Alemania: Hitler entraba triunfante en Viena. En ese mismo año de 1938 el Pacto de Munich desgajaba una parte importante de Checoslovaquia (la región de los Sudetes) para incorporarla al Reich, dejando “vendida” a la única democracia que quedaba en Centroeuropa, desmontando su sistema de defensa y demostrando que la política de appeasement anglo-francesa no rendía ningún fruto. Sin embargo las potencias dejaron hacer a Hitler, en parte porque estimaban que sus reclamaciones eran justas, en parte por no valorar correctamente el peligro que se cernía sobre Europa una vez más. En marzo de 1939 el resto de Checoslovaquia fue incorporada al Reich por la Wehrmacht (el ejército alemán), quedando en agua de borrajas las promesas de Gran Bretaña y Francia hechas al gobierno de Praga. En este momento la popularidad de Hitler está
en lo más alto. Y como vemos, el Tratado de Versalles ha desaparecido de facto.
Nuestro objetivo ha sido, por tanto, hacer hincapié en la necesidad de conocer la realidad histórica en su justa medida, para que no pueda hacerse un uso anacrónico de hechos que distan mucho en sus orígenes, desarrollo y consecuencias de estar relacionados. Tomar dos hechos históricos perfectamente delimitados en el tiempo con el objeto de explicar uno (pongamos el ejemplo de la actualidad de Grecia) como hermano gemelo del otro (en nuestro caso, el periodo de entreguerras) es una acción demagógica y, lo más importante, peligrosa, pues lleva a muchos a caer en el simplismo histórico, que conduce a la pérdida de interés en analizar seriamente los pormenores de uno y otro hecho. Cualquier discurso político fundamentado en estas asunciones ficticias de que la Historia puede compartimentarse en paquetes, y que estos paquetes sirven para explicar lo mismo la situación de Grecia que los problemas en Ucrania, es falaz. Es una especie de ley de Godwin16 aplicada a la política. Y como todos sabemos, cuando en un chat que no trata sobre el periodo de entreguerras, el nazismo o la Segunda Guerra Mundial, aparece Hitler, el moderador sensato cierra el hilo de discusión, al considerarlo acabado.
Daniel Quijano Ramos es Profesor de
Geografía e Historia en el IES Puerta de la Axarquía de La Cala del Moral (Málaga).
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1 Firmado en junio de 1919 entre las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial (principalmente los conocidos como “cuatro grandes”, Lloyd George por Gran Bretaña, Clemenceau por Francia, Orlando por Italia y Wilson por los Estados Unidos) y Alemania.
Recordemos que al firmar el Tratado de Versalles (el Diktat –en alemán, “imposición”, como fue conocido en el país germano), Alemania se comprometía a pagar reparaciones de guerra a los países aliados por los gastos contraídos durante el conflicto, así como a pagar las pensiones de las viudas (principalmente británicas y francesas); veía su ejército reducido a 100.000 hombres; se le prohibía poseer una marina de guerra y una fuerza aérea, así como armamento pesado; y quizás la cláusula más humillante para los alemanes: el artículo 251, que depositaba la culpabilidad de la guerra en Alemania (y sus aliados, algo que normalmente se pasa por alto).
2 Entrevista a Alberto Garzón en Las mañanas de RNE, 17 de julio de 2015.
3 The Economic Consequences of the Peace. La noticia apareció en los principales medios de comunicación tanto en televisión como en prensa. Un ejemplo, http://www.europapress.es/nacional/noticia-garzon-regala-rajoy-libro-keynes-consecuencias-humillar-pueblos-20150715114923.html.
4 Entrada de Wikipedia sobre J. M. Keynes.
5 Léase, por ejemplo, la entrada de Fernando González Urbaneja en el diario digital republica.com, http://www.republica.com/la-bolsa-o-la-vida/2015/07/15/keynes-versalles-grecia-varoufakis-y-garzon-menudo-potaje.
6 No es mi intención entrar a debatir en este artículo la filosofía en torno a la relación fascismo-nazismo. Para unos es el mismo concepto, para otros son dos realidades paralelas y hermanas pero diferentes en cuanto a concepción y finalidad. Basta leer a Stanley G. Payne para ver lo vacío del adjetivo “fascista” ya desde los orígenes mismos de su nacimiento. No digamos ya en la actualidad, y con qué gratuidad se usa.
7 Por ejemplo, al hablar de que el Tratado de Versalles fue una “paz cartaginesa”, o de la famosa frase en la que predice que las imposiciones económicas a Alemania llevarán a una búsqueda de venganza en el futuro (lo cual siempre se traduce como la búsqueda de una nueva guerra, cuando en realidad Alemania buscó otros medios distintos a los bélicos para suavizar el Tratado de Versalles, al menos durante el periodo 1924-1932).
8 En este punto muchos pueden sentirse tentados de hacer la comparación anacrónica habitual: Alemania no podía, por tanto Grecia no puede; por qué Alemania sí, por qué Grecia no. No perdamos de vista que aquí estamos demostrando que Versalles no fue ni la causa de la llegada de Hitler al poder, ni el desencadenante de la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que Grecia y su situación actual aparezcan en el artículo no implican relación de causalidad entre un hecho y otro, fundamentalmente porque ni la situación era la misma, ni lo eran los actores, ni los condicionantes, ni el contexto histórico, social o económico.
9 Al finalizar la Gran Guerra nace otro mito, el de la “puñalada por la espalda” (Dolschstosslegende), según el cual el ejército alemán no fue derrotado en el campo de batalla, y por lo tanto la rendición debía deberse a la acción erosiva de socialistas, pacifistas y judíos en la retaguardia. Este mito fue aceptado sin remilgos por gran parte de la derecha conservadora alemana, así como por el Ejército, y caló hondo en el imaginario de muchos. Uno de sus más firmes creyentes fue un ex soldado que luchó en el ejército del káiser. Este soldado se llamaba Adolf Hitler.
10 Cabe recordar que la Segunda Guerra Mundial empezó en septiembre de 1939.
11 El KPD es el Partido Comunista de Alemania (Kommunistische Partei Deutschlands).
12 NSDAP son las siglas de Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, o Partido Nazi.
13 Hitler ingresó en prisión en abril de 1924 debido a su intento de golpe de estado de noviembre de 1923.
14 Algunos estudiosos como Mary Fulbrook (German identity after the Holocaust. Cambridge: Polity Press, 1999) o Ian Kershaw (Hitler, 1889-1936. Madrid: Península, 2000) han probado que la llegada de Hitler al poder no fue el resultado de un “camino especial” (Sonderweg) de la política alemana, si no que fue, parafraseando a uno de sus más brillantes biógrafos, el resultado de una “conspiración palaciega”.
15 En dicha reunión Hitler convocó a los altos mandos militares de los ejércitos de tierra, mar y aire, así como a algunos ministros, para explicarles que el objetivo de Alemania a corto plazo era la guerra, con el objetivo de obtener el ansiado Lebesnraum o espacio vital necesario para la sostenibilidad del pueblo alemán. El coronel Hossbach, presente en dicha reunión, anotó lo decidido en unas hojas, que han llegado a nuestros días.
16 La ley de Godwin, o regla de analogías nazis de Godwin, es en realidad un enunciado (y no una ley) de interacción socialpropuesto por Mike Godwin en 1990. El enunciado establece que: A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno.
_____________________ BIBLIOGRAFÍA
Bullock, Alan, Hitler: Estudio de una tiranía. Barcelona: Grijalbo, 1973.
Fest, Joachim, Hitler, una biografía. Madrid: Planeta, 2005.
Kershaw, Ian, Hitler, 1889-1936. Madrid: Península, 2007.
Keynes, John M., Las consecuencias económicas de la paz. Barcelona: Crítica, 2002.
Kolb, Eberhard, The Weimar Republic. New York: Routledge, 2005.
Payne, Stanley G., El fascismo. Madrid: Alianza, 1979.
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No era inmortal, sino eterno
por Francisco Valiente
La mañana del 7 de junio, a las 08:30, en el Westminster Hospital, se apagó la llama de Sir Christopher Lee. Su esposa Gitte lo hizo público cuatro días después y, en ese momento, todos los que le admirábamos y conocíamos sus películas nos sentimos un poco huérfanos.
Repasar la vida de un hombre así no es sencillo, porque Christopher Lee vivió mil vidas en sus noventa y tres largos años. No sólo porque interpretase más de doscientos cincuenta papeles en el cine, sino porque, más allá de las cámaras, todo cuanto hizo fue apasionante. Nacido en un acomodado barrio londinense, hijo de un héroe militar condecorado y de una condesa italiana, con un árbol genealógico que se remonta a Carlomagno, dotado de un físico imponente y una voz cautivadora, era fácil albergar altas expectativas sobre el joven Christopher. Las superó todas.
¿Qué puede decirse de un hombre que fue agente secreto durante la II Guerra Mundial –aún tenía prohibido hablar de sus misiones-, que dominaba siete idiomas, que era primo de Ian Fleming, que fue suspendido en Eton por M.R. James y conoció a J.R.R. Tolkien, que estuvo cincuenta y cuatro años casado con una modelo danesa, que jugaba al golf con Severiano Ballesteros, que fue embajador de UNICEF y que dio vida a Drácula, a Frankenstein, a la Muerte, a Rasputín, a Fu Manchú, a la Momia, a Ramsés II, a Sherlock y Mycroft Holmes (también a Sir Henry Baskerville), a Francisco Scaramanga, a Saruman el Blanco y al Conde Dooku?
¿Cómo no sentirse fascinado por su Lord Summerisle, a quien interpretó en El hombre de mimbre? Un personaje tremendo que, en manos de Lee, convirtió esta modesta producción en una obra de culto que ha sido calificada como “el Ciudadano Kane del cine de terror”. Con unos diálogos eléctricos y una brillante
recreación del paganismo, su mística, sus similitudes y contrastes con las religiones contemporáneas, El hombre de mimbre era su película favorita. Para muestra, un botón: cuando el devoto Sargento Howie, magistralmente interpretado por Edward Woodward, censura a Lord Summerisle por adorar a dioses paganos, éste contesta imperturbable: “Sin duda es mucho más lógico depositar su fe en el hijo de una virgen, concebido, según tengo entendido, por un… fantasma”. Y le remata con un “Siéntese, por favor. Los golpes se encajan mejor estando sentado”.
Christopher Lee comenzó a dedicarse al cine en 1947 y desde entonces trabajó con auténticas leyendas. Pero, ¿era él mismo un buen actor? La verdad es que eso no importa. Lee era magnético, arrollador, tan imponente que casi todos a su lado se hacían pequeños. Disfruten de nuevo sus películas y compruébenlo: Johnny Depp, Ewan McGregor, Nicolas Cage, Colin Farrell, Jean Reno, Michael York, Roger Moore o el mismísimo Ian McKellen… todos quedan difuminados por la poderosa presencia de Lee en pantalla. Muy pocos le aguantaban el ritmo; quizás sólo Charlton Heston, el ya mencionado Edward Woodward y, por supuesto, su inseparable amigo Peter Cushing, a quien siempre echó de menos: “Era demasiado bueno para este mundo”.
Conocía bien su propia energía y su encasillamiento como “villano perfecto”, pero lejos de atormentarle, este rol le encantaba. “Los personajes malvados son mucho más interesantes; pueden ser locos, megalómanos, fanáticos, egoístas, manipuladores, utópicos… pero un héroe… Todo el mundo sabe lo que es un héroe; a la larga, aburren.” A pesar de ello, o quizás por esa misma razón, Lee mantenía en su vida cotidiana una constante sonrisa, firmaba autógrafos a quien los pidiera y dispensaba amabilidad por doquier. Y lo hacía sin ningún esfuerzo, con una gentileza sencilla, espontánea y natural. Bromeaba con casi todo y, como dice el proverbio, disfrutaba de viejos libros, viejos vinos y viejos amigos, a quienes ofrecía puros mientras les deslumbraba con anécdotas de una vida asombrosa, una memoria inmensa y una erudición superlativa.
Jesús Franco evocaba un rodaje La Manga, cuando, tras una maratoniana
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sesión, Lee entró en el bar del Club de Golf sin cambiarse su vestimenta hecha jirones y manchada de sangre; al percatarse de las atónitas miradas de camareros y clientes, dijo en perfecto español: “El hoyo 18… ¡menudo hijo de puta!” Peter Jackson contó cómo, al rodar la muerte de Saruman, le aconsejó: “Intenta imaginar el sonido que haría un hombre apuñalado por sorpresa”, a lo que Lee contestó: “No necesito imaginarlo”. Nada sorprendente en un hombre que, cada vez que intentaban sonsacarle detalles de su tiempo como espía, miraba a los ojos de su interlocutor y preguntaba: “¿Eres capaz de guardar un secreto?” “¡Sí, sí!”–respondían todos–, esperando una gran revelación. “Perfecto. Yo también”.
Los años fueron castigando su físico, pero no la inquietud de su mente. Nunca dejó de interesarse por nuevos proyectos ni de asumir riesgos. Así, con ochenta y ocho años, ante el desconcierto de propios y extraños, lanzó un disco de Heavy Metal. De nuevo, él acertó y los demás se equivocaron. Su Carlomagno: Por la espada y la cruz fue un auténtico éxito de crítica y público que le granjeó un premio que ni él mismo esperaba, el Spirit of Metal, que recibió ante cientos de maravillados metalheads, encabezados por Tony Iommi, que le aclamaron como a un ídolo y a quienes sedujo al instante: “Siempre he sido fan del Metal, pero no lo he sabido hasta ser un anciano”.
Con una personalidad así, era inevitable que se le atribuyesen anécdotas falsas que elevasen su mito y que él, con su particular humor, rebatía. Como la creencia según la cual tenía una biblioteca con más de veinte mil libros de ocultismo. “Sí, claro –replicó–. Tengo tantos que debo dormir en la bañera, ya no caben en mi ataúd favorito”. Pero otras muchas historias que se contaban sobre él eran absolutamente ciertas. Por ejemplo su deseo frustrado de interpretar a Gandalf en El Señor de los Anillos, libro que releía cada año y cuya recreación había imaginado mil veces, hasta el punto de que, en cada descanso, Ian McKellen acudía a su lado para comentar el desarrollo del trabajo. O su deseo de interpretar a Don Quijote, a quien no pudo llevar al cine, si bien se desquitó siendo el vocalista del tema Yo, Don Quijote en el musical El hombre de La Mancha.
Porque Lee adoraba su oficio. Se le notaba en cada rodaje, en cada gala, en cada entrevista. Era absolutamente feliz con lo que hacía. “Las películas no son un empleo; son mi vida. Actuar me mantiene vivo, da sentido a mi existencia. Asumo las limitaciones que la edad me impone, pero jamás me cansaré de hacerlas, jamás me jubilaré…” Y así fue, porque dejó una película sin estrenar y otra firmada pero no empezada.
Al saberse la noticia de su muerte, las condolencias y los homenajes fueron un aluvión. Inundaron las redes sociales, le convirtieron en trending topic y, quizás, retumbaron en la conciencia de algunos magnates del cine que, durante años, le escamotearon el Oscar Honorífico mientras lo concedían gentilmente a otros que lo merecieron mucho menos. En cambio sí recibió decenas de galardones, destacando el BAFTA Fellowship –el más distinguido del cine en el Reino Unido-, el premio honorífico Cineastas por la paz –que recogió leyendo una carta de una niña víctima de la guerra en Siria-, el título de Caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa, el de Caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén y, cómo no, el de Comendador del Imperio Británico. “Estoy encantado por no seguir los pasos del gran Stanley Kubrick –dijo al recibir el BAFTA-. Su premio fue póstumo”.
Christopher Lee lo tuvo todo y fue consciente de ello. Disfrutó la vida y trató de hacer felices a los demás, ayudándonos a abstraernos del mundanal ruido y a creer en la magia y la fantasía. Adoptaba papeles de malvado con tal maestría que en nuestras fantasías nosotros teníamos, por eliminación, que ser los buenos. Le veíamos envejecer pero seguía ahí, trabajando, y cabía pensar que, al igual que Drácula, sería inmortal. Y no andábamos muy desencaminados, porque será eterno.
Sir Christopher Frank Carandini Lee nació en Belgravia, Londres, el 27 de mayo de 1922 y falleció en Chelsea, Londres, el 7 de junio de 2015. Descanse en paz.
Francisco Valiente Martínez es Licenciado en Derecho, Administración y Dirección de Empresas y Ciencias Políticas por la Universidad Pontificia de Comillas, donde es Profesor de Técnicas de Debate.