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REVELACIÓN Y TRADICIÓN
I – Identidad y misión de la Teología Fundamental
1. De la Apologética a la Teología Fundamental 2. Vigencia de la demostratio religiosa, christiana et catholica
II – Teología de la Revelación
3. Anclaje antropológico de la revelación cristiana 4. Naturaleza de la revelación cristiana 5. La fe como respuesta a la revelación 6. Fe y razón
III – Teología de la Tradición
7. Naturaleza teológica de la Tradición 8. Tradición, Escritura y Magisterio
Referencias bibliográficas
CICat nn. 26-184. CONCILIO VATICANO I, Constitución “Dei Filius”, DzH 3000-3045. CONCIIO VATICANO II, Constitución Dogmática “Dei Verbum”. JUAN PABLO II, Encíclica “Fides et ratio”, 14.09.1998.
CORDOVILLA, Á., El ejercicio de la teología, Sígueme, Salamanca, 2007. FISICHELLA R., La Revelación, evento y credibilidad, Sígueme, Salamanca 1989. IZQUIERDO C., Teología fundamental, EUNSA, Pamplona 2009. KNOCH, W., Revelación, Escritura y Tradición, Edicep, Valencia, 2001. LATOURELLE R, Teología de la Revelación, Sígueme, Salamanca 1993. LATOURELLE R.-FISICHELLA, R.-PIÉ-NINOT, S., (ed.), Diccionario de Teología
Fundamental, Paulinas, Madrid 19983. MÜLLER, G.L., Dogmática. Teoría y práctica de la teología, Herder, Barcelona 1998, 45-
92. PIÉ-NINOT, S., La Teología Fundamental, Secretariado Trinitario, Salamanca 20097. RODRÍGUEZ PANIZO, P., «Teología Fundamental», en CORDOVILLA, Á., La lógica de la fe.
Manual de Teología Dogmática, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2006,17-86. ROVIRA BELLOSO, J.M., Introducción a la teología, BAC, Madrid 1996. RUIZ ARENAS O., Epifanía del Amor del Padre, CELAM, Bogotá 1988.
Cuestionario
1. Explica la especificidad de la Teología Fundamental y sus principales tareas.
2. ¿En qué sentido hablamos de un “anclaje antropológico” de la revelación cristiana?
3. De acuerdo con la Constitución Dei Verbum, ¿en qué consiste la revelación cristiana, cuáles
son sus características principales y cuál es su objeto?
4. Describe la dinámica trinitaria y sacramental de la revelación cristiana.
5. Analiza la fe y sus propiedades como respuesta personal y eclesial al Dios que se revela.
6. Explica la relación entre fe teologal y razón humana.
7. Describe la naturaleza teológica de la Tradición.
8. Explica la relación entre Tradición, Sagrada Escritura y Magisterio eclesiástico.
Guión
I – Identidad y misión de la Teología Fundamental
1. De la Apologética a la Teología Fundamental
La fe cristiana ha conocido desde sus orígenes un momento en el que reflexiona sobre
la plausibilidad de su propio contenido. Especialmente de cara a sus detractores o
críticos, hubo de argumentar y dar razones de la esperanza que la anima (cf. 1P 3,15),
no sólo para explicarla sino también para defenderla.
Desde el punto de vista sistemático, por ello se elaboró un planteamiento apologético
que acompañó su profesión de fe. Epistemológicamente se justificó también como
preambula fidei, es decir, la formulación racional de aquellos elementos que servían
para mostrar la armonía entre el conocimiento natural y la razón creyente.
En tiempos recientes, se ha procurado destacar el nivel estrictamente teológico de estas
reflexiones. Así, se le ha llamado teología fundamental. En ella se integra tanto la
exposición de las condiciones epistemológicas de la propia teología como los espacios
de diálogo y discusión con la cultura y la ciencia.
La Teología Fundamental es, en palabras de Fisichella, “la disciplina teológica que
estudia el acontecimiento de la revelación y su credibilidad a fin de ofrecer al creyente
las razones que motivan su opción de fe y presentar a quienes no comparten su misma
profesión de fe las razones para creer”.
Son temas de la Teología Fundamental: la revelación, su credibilidad, y el
correspondiente acto de fe (cf. FR 67). Ello supone el reconocimiento intrínseco de la
racionalidad propia del acto de fe y su relación con otros modos de conocimiento
humano.
Se pueden reconocer diversas líneas que le incumben. Una epistemológica, que
identifica las condiciones internas del conocimiento teológico. Una dogmática, que
formula la naturaleza de los fundamentos de la teología, es decir, la revelación misma.
Una dialéctica, que se intercambia su argumentación con otros modos de
conocimiento humano. Y una apologética, que formula la atendibilidad del
cristianismo de cara a sus oponentes y detractores.
Son tareas de la Teología Fundamental, de acuerdo con FR: “Mostrar cómo, a la luz
de lo conocido por la fe, emergen algunas verdades que la razón ya posee en su camino
autónomo de búsqueda. La Revelación les da pleno sentido, orientándolas hacia la
riqueza del misterio revelado, en el cual encuentran su fin último. Piénsese, por
ejemplo, en el conocimiento natural de Dios, en la posibilidad de discernir la
revelación divina de otros fenómenos, en el reconocimiento de su credibilidad, en la
aptitud del lenguaje humano para hablar de forma significativa y verdadera incluso de
lo que supera toda experiencia humana. La razón es llevada por todas estas verdades
a reconocer la existencia de una vía realmente propedéutica a la fe, que puede
desembocar en la acogida de la Revelación, sin menoscabar en nada sus propios
principios y su autonomía. Del mismo modo, la teología fundamental debe mostrar la
íntima compatibilidad entre la fe y su exigencia fundamental de ser explicitada
mediante una razón capaz de dar su asentimiento en plena libertad. Así, la fe sabrá
mostrar plenamente el camino a una razón que busca sinceramente la verdad. De este
modo, la fe, don de Dios, a pesar de no fundarse en la razón, ciertamente no puede
prescindir de ella; al mismo tiempo, la razón necesita fortalecerse mediante la fe, para
descubrir los horizontes a los que no podría llegar por sí misma” (FR 67).
2. Vigencia de la demostratio religiosa, christiana et catholica
Existen diversos modos de organizar el contenido de la Teología Fundamental. Uno
de ellos, prevaleciente aún en ámbitos germanos, establece tres pasos en la articulación
racional (demostratio) del discurso católico. Conserva la perspectiva apologética, pero
señala con precisión los temas a considerar.
El primer paso, de cara al ateísmo, es la demostratio religiosa, que afirma la existencia
de Dios. Se consideran entonces los elementos que hacen razonable la afirmación
teísta, y con ella se valora el fenómeno religioso, a la vez que se distingue del hecho
propiamente revelado. Se pueden incluir, entonces, las filosóficas “pruebas de la
existencia de Dios”, debidamente cribadas. (Sobre ello volveremos al inicio del tratado
de Trinitate).
El segundo paso, de cara a las religiones en general, es la demostratio christiana, que
podemos llamar también cristología fundamental. En ella se argumenta sobre las
razones para identificar a Jesucristo como plenitud de la revelación, incluyendo en ello
los signos de su credibilidad. Si tradicionalmente se consideró la fuerza de la profecía
veterotestamentaria, de sus milagros y particularmente de su resurrección, la teología
más reciente ha buscado integrar todo en el hecho mismo del Señor como signo
personal, comunicación definitiva de Dios y concentración eficaz de la acción de Dios
entre nosotros.
El tercer paso, de cara a otros grupos cristianos, es la demostratio catholica, que
podemos llamar también eclesiología fundamental. Se justifica entonces por qué la
Iglesia católica contiene en sí la integridad de los elementos queridos por el Señor.
También en este rubro las tradicionales pruebas históricas y empíricas han dado paso
a una formulación integral, capaz de reconocer el sentido auténtico de la catolicidad
así como una valoración equilibrada de elementos de salvación presentes fuera de sus
límites visibles.
Pregunta: 1. Explica la especificidad de la Teología Fundamental y sus principales tareas.
II – Teología de la Revelación
3. Anclaje antropológico de la revelación cristiana
El hombre busca el sentido último de su vida. Es haciéndolo que se encuentra con el
Dios que lo ha procurado primero. La búsqueda de la ultimidad es uno de los aspectos
específicos del ser humano, de su condición espiritual. Al presentarse, la revelación
encuentra a un hombre en búsqueda, a un ser capax Dei.
CICat 27: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre
ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no esa de atraer hacia sí al hombre, y sólo
en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. La razón más
alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios.
El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino
porque, creado por Dios y por amor, es conservado siempre por amor; y no vive
plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su
Creador (GS 19,1)”.
Este deseo configura a la persona humana como un ser naturalmente religioso, y se
establece culturalmente como religión. CICat 28: “De múltiples maneras, en su
historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado a su búsqueda de Dios por
medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios,
cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas
formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser
religioso”.
Con todo, este elemento natural está lastimado por el pecado. CICat 29: “Esta unión
íntima y vital con Dios puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada
explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos: la
rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes
del mundo yd e las riquezas, el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes de
pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que,
por miedo, se oculta de Dios y huye ante su llamada”.
Dios no claudica en su proyecto sobre el ser humano. CICat 30: “Si el hombre puede
olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que
viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su
inteligencia, la rectitud de su voluntad, un corazón recto, y también el testimonio de
otros que le enseñen a buscar a Dios”. “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está
inquieto mientras no descanse en ti” (San Agustín, Conf 1,1,1).
La revelación cristiana está en armonía con esta búsqueda del hombre, aunque a la vez
la trasciende. No podemos decir que se trate de una simple proyección humana, sino
que, asumiendo las inquietudes del hombre, lo lleva más allá de sí y le da a conocer la
verdad de Dios misma, que no es el resultado del capricho o la ilusión del ser humano.
En el camino, el hombre se encuentra con un Dios que desde el principio no ha dejado
de buscarlo. Dios responde a los anhelos más hondos del hombre, pero también los
supera. Hay, pues, una auténtica continuidad entre el ser religioso del hombre y la
revelación divina, pero también una discontinuidad de trascendencia y desbordamiento
en ésta.
Pregunta: 2. ¿En qué sentido hablamos de un “anclaje antropológico” de la revelación cristiana?
4. Naturaleza de la revelación cristiana
Una perspectiva sistemática de la revelación (momento dogmático) es, de hecho,
necesaria para articular científicamente la Teología (momento epistemológico) y para
establecer la plataforma adecuada del diálogo (momento dialéctico y apologético). La
doctrina sobre la revelación es, por lo tanto, necesaria y fundamental en la elaboración
completa del edificio teológico.
De la revelación podemos identificar el sujeto (¿quién revela?), el acto (¿qué es
revelar?), el contenido u objeto (¿qué revela?), el destinatario (¿a quién lo revela?), el
motivo (¿por qué lo revela?), el modo (¿cómo revela?) y la finalidad (¿para qué lo
revela?).
A estas preguntas nos responden los dos Concilios Vaticanos, formulando una
experiencia secular de la Iglesia. También lo hacen los teólogos, procurando alcanzar
frases que contengan esta realidad. Así, podemos decir que se trata de la
autocomunicación de Dios al hombre en Cristo. Decir “comunicación” debe
entenderse en el doble sentido de una transmisión de ideas y de una participación de
la propia realidad.
Así lo describe el Vaticano II en DV 2: “Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí
mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por
medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se
hacen consortes de la naturaleza divina”. De aquí podemos ya desglosar algunos
elementos.
El sujeto de la Revelación es Dios. Más aún, hemos de decir el Dios Trino, que
paulatinamente se acerca al hombre. Es el Dios verdadero, que ya actúa en el Antiguo
Testamento, pero que conocemos como Dios Trino también en el Nuevo Testamento,
de modo que las tres divinas personas actúan en ella. Podemos decir: el Padre como
fuente, el Hijo como plenitud, el Espíritu como guía.
El acto consiste en el darse a conocer, comunicarse. Pero no ha de entenderse sólo
como una entrega de contenidos indiferentes, como transmisión de información, sino
como una comunicación interpersonal en el que la entrega de una verdad (dimensión
intelectual) es simultáneamente interpelación personal (dimensión relacional) y
llamado a la comunión (dimensión salvífica).
Por ello, el objeto se identifica en una doble vertiente: Dios mismo y su proyecto de
salvación. Dos aspectos que en última instancia convergen, porque Dios mismo es
quien se ofrece como salvación del hombre, y el designio de salvación Dios lo cumple
desde la historia misma del hombre.
El destinatario de la revelación es el ser humano, capaz, por lo tanto, de acogerla en la
fe y de ser trascendido desde sí mismo a partir de la gratuita e indulgente donación de
Dios.
El motivo de la revelación no ha de encontrarse sino en la voluntad divina –acto
plenamente libre, sin ulterior justificación– y en su amor –al realizarla, sólo lo mueve
el bien, volcado sobre el ser humano, al que ha querido en sí mismo–. Considerada la
majestad de Dios y su misericordia, se reconoce una acción absolutamente gratuita de
parte divina e inmerecida de parte del hombre, con la triple gratuidad de la creación,
la redención y la glorificación.
La finalidad, por lo tanto, para el hombre resulta salvífica (comunicar al hombre la
propia vida divina, haciendo de los hombres hijos y capaces de responderle, conocerle
y amarle; cf. CICat 52), y vista desde Dios no será sino su propia gloria.
El modo de la revelación lo identificamos en sus características:
o Teológica. Es Dios mismo quien la lleva a cabo. Su fuente última es el Padre.
o Cristocéntrica. Cristo plenitud e la revelación. En Él Dios habló plenamente.
DV 4: “Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los
profetas, ‘últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo’, pues envió a su
hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que
viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el
Verbo hecho carne, ‘hombre enviado a los hombres’, ‘habla palabras de Dios’
y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto,
Jesucristo –ver al cual es ver al Padre–, con su total presencia y manifestación
personal, con palabras y obras, señales y milagros, y sobre todo, con su muerte
y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del
Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino
que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la
muerte y resucitarnos a la vida eterna”.
o Pneumática. La acción del Espíritu Santo se reconoce en la revelación en todos
los niveles. Desde antiguo, los credos reconocen su obra en los profetas.
Además de su acción en la obra de Cristo, se confiesa en la Iglesia su
participación en la consignación por escrito de los textos sagrados –inspiración
(cf. DV 11)– y la asistencia continua en su recepción, interpretación y
desarrollo –asistencia del Espíritu que guía hacia la verdad completa, cf. Jn
16,13)–, que mira de distintas maneras al fiel, al magisterio y a la Iglesia en su
conjunto. Debe subrayarse que la docilidad a Él es clave para la recta
interpretación de la Revelación: “La Sagrada Escritura hay que leerla e
interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió” (DV 12).
o Histórica. Ocurre en las coordenadas espacio-temporales dentro de las cuales
se desarrolla la vida humana.
o Sacramental. Determinadas realidades creadas se convierten en signo e
instrumento de la acción divina. Ello incluye el dinamismo palabra-acción (cf.
DV 2; CICat 53). Incluye verdades y acciones. Pero el signo por antonomasia
es personal: nuestro Señor Jesucristo y, en referencia a Él, la Iglesia, Su Esposa.
o Progresiva. Se desarrolla por etapas (cf. CICat 54-64), desde la creación
misma, pasando por la elección de Israel, hasta su plenitud en Cristo y a partir
de ello su transmisión eclesial hasta la gloria.
o Interpersonal. A la acción tripersonal de Dios corresponde el ser humano, en
la integridad de su ser, como el interlocutor, a quien se le involucra como ser
dotado de corporeidad, espiritualidad (inteligencia, voluntad), historicidad,
sociabilidad, culturalidad.
o Definitiva. No esperamos ulteriores revelaciones (cf. DV 4: “La economía
cristiana… como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar
ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo”), aunque es posible explicitarla (cf. CICat 66).
Pregunta: 3. De acuerdo con la Constitución Dei Verbum, ¿en qué consiste la revelación cristiana,
cuáles son sus características principales y cuál es su objeto?
Pregunta: 4. Describe la dinámica trinitaria y sacramental de la revelación cristiana.
5. La fe como respuesta a la revelación
Naturaleza de la fe. Desde el punto de vista teológico, llamamos “fe” a la respuesta
del hombre a la revelación divina. Ella hunde sus raíces también en una estructura
antropológica, que es la capacidad humana de confiarse en el testimonio ajeno, de lo
cual se deriva un conocimiento cierto a partir del reconocimiento de la atendibilidad
de quien habla. Esto da pie a un auténtico conocimiento, y a la vez se deriva de la
relación interpersonal marcada por la confianza.
También en la fe identificamos un sujeto (¿quién cree?), una acción (¿qué es creer?),
un interlocutor (¿a quién le cree?/¿en quién cree?), un objeto (¿qué cree?), un motivo
(¿por qué cree?) un dinamismo (¿cómo cree?), un medio (¿a través de qué cree?), un
fin (¿para qué cree?).
DV 5: “Cuando Dios revela, hay que prestarle ‘la obediencia de la fe’, por la que el
hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando ‘a Dios revelador el homenaje
del entendimiento y de la voluntad’, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha
por Él. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, a los
auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios,
abre los ojos de la mente y da ‘a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad’. Y
para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo
perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones”. CICat 143: “Por la fe, el
hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser,
el hombre da su asentimiento a Dios que revela”.
El sujeto de la fe lo identificamos en la profesión creyente: es, simultáneamente, el
bautizado en su originalidad y la comunidad creyente de la que forma parte
(“creo”/“creemos”).
La fe como acto es, ante todo, respuesta al Dios que se revela. Supone la prioridad de
la iniciativa de Dios, y más aún, el auxilio continuo del mismo Dios para llevar a cabo
el acto, que, con todo, es un acto plenamente humano. Incluye, por lo tanto, el
momento interno interpersonal, que es ante todo el acto existencial de confianza en
Dios (fides qua), a partir del cual se incluye el contenido conocido como verdades
reveladas (fides quae).
En ello se incluye también el motivo de creer (se cree en Dios, porque es digno de
confianza, porque no puede engañar). Se cree a Dios, lo que Él comunica, porque se
cree en Dios, hay con él una relación viva. CICat 156: “El motivo de creer no radica
en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a
la luz de nuestra razón natural. Creemos a causa de la autoridad de Dios mismo que se
revela y que no puede engañarse ni engañarnos” (tema desarrollado especialmente por
Dei Filius).
El contenido de la fe es el mismo de la Revelación: Dios mismo y su plan de salvación,
conocido como verdades reveladas y asumido como sentido y significado de la
existencia en una relación vital personal con la Trinidad (cf. CICat 150-152).
La comunidad creyente, con su profesión y testimonio, es instrumento por medio del
cual llega a los seres humanos la fe, incorporándolos a su propia vitalidad.
La finalidad de la fe es salvífica: marca la historicidad de la propia existencia de cara
a la vocación eterna de la visión eterna de Dios.
Características de la fe. Al integrar el don divino y la respuesta humana, se reconoce
que la fe es una gracia (dimensión teologal), y un acto humano que incluye la
inteligencia y la libertad (cf. CICat 153-160, dimensión personal). Considerada en su
dinámica, es principio necesario (al menos implícitamente) para la salvación, que
reclama perseverancia histórica y que orienta a su propia plenitud en la vida eterna (cf.
CICat 161-165, dimensión salvífica). Además de acto personal, la fe es un acto
comunitario, pues “nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a
sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro… Cada
creyente es como un eslabón de la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin
ser sostenido por la fe de otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros”
(CICat 166, dimensión eclesial; en este sentido, la Iglesia es sujeto de la fe, además de
ser parte de su objeto).
Como parte del carácter personal de la fe, ésta trata de comprender. “Es inherente a la
fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprende
mejor lo que le ha sido revelado” (CICat 158). El desarrollo riguroso de esta búsqueda
da pie a la Teología como ciencia de la fe. Igualmente, la fe se manifiesta a través de
las estructuras de comunicación humanas, particularmente el lenguaje, adquiriendo así
una configuración que le permite ser un patrimonio común, compartido por la
comunidad creyente.
Al no desprenderse de la evidencia inmediata, la fe pone en juego a la libertad humana.
Es formalmente un acto de la inteligencia, pero impulsada por la voluntad, guiada por
el Espíritu Santo.
Como don recibido por el creyente, la fe es un acto interno, pero al que compete
también la responsabilidad de manifestarla exteriormente, en particular a través de la
participación en la comunión y misión eclesial, asumiendo sus implicaciones vitales,
actuando por la caridad.
En su horizonte escatológico, la fe está llamada a dar paso a la visión de Dios.
Pregunta: 5. Analiza la fe y sus propiedades como respuesta personal y eclesial al Dios que se
revela.
6. Fe y razón (CICat 156-159; FR)
Aunque no se agote en su dimensión cognoscitiva, pues implica también el carácter
prioritario de la relación interpersonal con Dios, la fe debe ser reconocida también
como un tipo de conocimiento. La misma experiencia nos muestra que muchos
elementos de lo que conocemos proviene más de la confianza que tenemos en quien
nos lo ha dicho que en la experiencia inmediata.
La fe, en cuanto dirigida al hombre entero, quiere naturalmente entender. Al creer, la
inteligencia se pone en juego, manteniendo la especificidad del tipo de conocimiento
que es, y empleando los recursos específicos de la propia razón humana. De hecho, la
revelación ha tenido lugar dentro de parámetros accesibles al ser humano, de modo
que, sin violentar su naturaleza, le permite ir más allá de ella. FR 13: “Para ayudar a
la razón, que busca la comprensión del misterio, están también los signos contenidos
en la Revelación. Estos sirven para profundizar más la búsqueda de la verdad y
permitir que la mente pueda indagar de forma autónoma incluso dentro del mismo
misterio. Estos signos, si por una parte dan mayor fuerza a la razón, porque le permiten
investigar en el misterio con sus propios medios, de los cuales está justamente celosa,
por otra parte, la empujan a ir más allá de su misma realidad de signos, para descubrir
el significado ulterior del cual son portadores. En ellos, por lo tanto, está presente una
verdad escondida a la que la mente debe dirigirse y de la cual no puede prescindir sin
destruir el signo mismo que se le propone”.
Reconociendo el carácter específico del conocimiento de la fe, es posible identificar
también el estatuto epistemológico propio de la Teología. Ella constituye una auténtica
ciencia, pero una ciencia sui generis, irreductible a las ciencias empíricas, formales o
aún filosóficas, pero capaz de establecer con ellas un diálogo en diversos niveles, en
razón de su propia sistematización rigurosa.
En base a esto, podemos reconocer tres principios de la relación entre fe y razón.
o La fe es razonable (no es arbitraria; la razón mantiene ante ella un nivel de
control).
o La fe trasciende la razón (la supone, la sana, la eleva, ensanchándole su
horizonte).
o Entre fe y razón se da una relación de reciprocidad. La fe evita que la razón se
encierre en su inmanencia, y la razón, que la fe se pierda en la arbitrariedad.
Ambas se necesitan. De cualquier modo, el criterio último de esta relación se
apoya en la credibilidad de Dios.
Al interno de esta relación, un lugar especial lo ocupa el saber filosófico, que criba
también en una perspectiva superior el alcance de otro tipo de conocimiento. La
relación entre Filosofía y Teología Fundamental es el espacio natural para cultivar la
interdisciplinariedad de los diversos conocimientos de la fe con otro tipo de ejercicios
científicos y culturales.
Pregunta: 6. Explica la relación entre fe teologal y razón humana.
III – Teología de la Tradición
7. Naturaleza teológica de la Tradición (CICat 74-78)
La consideración de las tradiciones orales como fuente del conocimiento de la fe abrió
lugar en el siglo XX a una más amplia perspectiva de la Tradición vista
teológicamente. No consistiría sólo ni en primer lugar en elementos materiales no
contenidos en la Escritura y que han de ser tomados como revelados, sino en el
movimiento de transmisión de la misma vitalidad de la salvación.
En este sentido, se ve a la Tradición como el movimiento vital, que de hecho constituye
a la Iglesia misma, en el cual el objeto de la fe se comunica de una persona a otra y de
una generación a otra. Incluye lo que se escribe o formaliza, pero antes que nada la
misma existencia de los bautizados y el testimonio que se dan mutuamente.
Base de esta perspectiva es la misma tradición humana que configura la cultura y su
dinamismo.
La Tradición sigue, entonces, la forma de una “entrega”/“recepción”, tal como la
describe san Pablo (cf. 1Co 11,23; 15,3). Aún más ampliamente podemos reconocer
el movimiento de entregas descrita por la Escritura (el Padre entrega al Hijo, el Hijo
se entrega, Judas entrega a Jesús, Jesús entrega al Espíritu, Pablo entrega lo que a su
vez recibió). Se trata de la vitalidad misma de la Iglesia. En este sentido, la Tradición
es la acción por la que la Iglesia, obediente al mandato de su Señor, continúa su misión
de transmitir la revelación acogida en la fe.
Dei Verbum explica este movimiento en un sentido teológico. DV 7: “Dispuso Dios
benignamente que todo lo que había revelada para la salvación de los hombres
permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones”.
Esta es responsabilidad de los apóstoles y de toda la comunidad creyente. “Así, pues,
la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros
inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua.
De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido,
amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o
por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre.
Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el
Pueblo de dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su
doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo
que ella es, todo lo que cree” (DV 7).
Esta Tradición conoce, entonces, un desarrollo, de modo que “progresa en la Iglesia
con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las
cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los
creyentes, que las meditan en su corazón [Teología], ya por la percepción íntima que
experimentan de las cosas espirituales [sentido de la fe], ya por el anuncio de aquellos
que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad
[Magisterio]. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a
la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios” (DV
8).
Identificada la Tradición con la misma vitalidad de la Iglesia, podemos reconocer que
está constituida por el conjunto de sus doctrinas, acciones e instituciones, que se
verifican en tradiciones puntuales, sin necesariamente identificarse con ellas. CICat
83: “La Tradición… es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron
de las enseñanzas yd el ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo…
Es preciso distinguir de ellas las ‘tradiciones’ teológicas, disciplinares, litúrgicas o
devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas
constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones
adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran
Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo
la guía del Magisterio de la Iglesia”.
El flujo de la vitalidad eclesial deja su testimonio en documentos y monumentos que
permiten conocer el desarrollo histórico de la misma comunidad creyente, y apreciar
y valorar el desarrollo o eventual involución de su propia fidelidad. En este sentido se
pueden reconocer como cultura objetiva y como patrimonio de la misma Iglesia. Se
suelen identificar: textos de los Padres, de los teólogos, de los concilios y sínodos;
rituales litúrgicos, legislaciones, obras de arte, edificios, y todo lo que exprese el modo
como la fe ha sido vivida a lo largo del tiempo y del espacio. La comprensión de estos
testimonios exige una adecuada hermenéutica, que se ha de realizar identificando los
testimonios en los que la comunidad se reconoce a sí misma (recepción) y en referencia
a la integridad de la fe (analogía de la fe).
Para la Teología, la Tradición se convierte en una fuente primaria, pues le hace
accesible la continuidad de la transmisión de la Revelación y el desarrollo que se ha
logrado en su conocimiento.
Pregunta: 7. Describe la naturaleza teológica de la Tradición.
8. Tradición, Escritura y Magisterio
La transmisión de la fe para la salvación de los hombres lleva implícita la relación
profunda entre esa vitalidad (la Tradición, testimonio portante de la revelación
animada por la guía del Espíritu Santo), la consignación por escrito de sus escritos
canónicos (la Sagrada Escritura, testimonio fundante de la revelación sostenida en la
inspiración del Espíritu Santo) y el servicio apostólico (el Magisterio, testimonio
garante de la perseverancia de la Iglesia en su conjunto en la verdad por una asistencia
peculiar del Espíritu Santo).
DV 9: “La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y
compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en
cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de
Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la
Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra
de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz
del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su
predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada
Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y
venerar ambas con un mismo espíritu de piedad”. Es posible reconocer que la
Tradición es anterior a la Escritura, que dentro de ella se lleva a cabo la consignación
por escrito de los textos sagrados y el reconocimiento canónico de los mismos, y a ella
compete su lectura auténtica.
El Magisterio eclesiástico es un momento intrínseco de la misma Tradición, a través
del cual el mismo Señor garantizó que el envío apostólico gozaría de una asistencia
peculiar para perseverar en la verdad. Si Tradición y Escritura “constituyen un solo
depósito sagrado”, el de la “palabra de Dios”, y todo el pueblo santo debe perseverar
en él, conservando, ejercitando y profesando la fe recibida, el oficio específico “de
interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o trasmitida ha sido confiado
únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de
Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que
la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la
asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone
con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad
revelada por Dios que se ha de creer” (DV 10).
El ejercicio del Magisterio eclesiástico se presenta en una tipología diversa. Su sujeto
es el Santo Padre como sucesor de Pedro y el colegio de los obispos como sucesores
de los apóstoles, con el Papa como su cabeza. Se llama “extraordinario” cuando se
ejerce con peculiar solemnidad y fuerza vinculante (definiciones dogmáticas) y
“ordinario” cuando se ejerce cotidianamente. Las definiciones dogmáticas del Sumo
Pontífice o de los Concilios, de acuerdo con el Concilio Vaticano I, están sancionadas
por la infalibilidad. También lo está la convergencia en una doctrina de parte del
magisterio ordinario universal.
En síntesis, “la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia,
según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que
no tiene consistencia el uno sin el otro”, y “juntos, cada uno a su modo, bajo la acción
del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (DV 10).
La Teología tiene la responsabilidad de asumir y explicar las enseñanzas del
Magisterio, identificando su fuerza vinculante y relacionándolas con la totalidad de la
doctrina cristiana. Particular relevancia tiene, en este sentido, el reconocer los dogmas
solemnemente definidos.
Pregunta: 8. Explica la relación entre Tradición, Sagrada Escritura y Magisterio eclesiástico.