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Reunidos en el camarín de una yaanciana reina Isabel I, una serie depersonajes selectos, la mayoría tanancianos como ella, charlan al amorde la lumbre: sir Walter Raleigh, elpirata; Francis Bacon, el filósofo;Ben Jonson y su joven discípulo,Francis Beaumonte; ladies ycondesas y duquesas, y elasombroso maestro Shakespeare.¿De qué pueden estar hablando?¿De las glorias pretéritas del pirata,de la interpretación de la vida delfilósofo, de los ingenios del arte…?Pues no, señoras y señores, laconversación es más banal,

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irreverente, rijosa y «maloliente»de lo que podría esperarse en tanexcelso grupo y en el Siglo de Oroinglés…Divertimento, crítica a lasconvenciones literarias, engoladas ytimoratas, de su época, una sátiracontra el clero marca de la casa,chiste fácil… Todo esto es Año1601, una obra que surgió comouna broma entre amigos y sinfirma, y circuló en edicionesprivadas, muy privadas, hasta bienentrado el siglo XX.

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Mark Twain

Año 1601Conversación, tal y como teníalugar al amor del hogar, en la

época de los Tudor

ePub r1.0Titivillus 18.08.16

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Título original: Date 1601. Conversationas it was by the Social Fireside in theTime of the TudorsMark Twain, 1880Traducción: Carlos Jiménez Arribas

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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[Año, 1601]

CONVERSACIÓN, TAL YCOMO TENÍA LUGAR ALAMOR DEL HOGAR, EN

LA ÉPOCA DE LOSTUDOR.

[NOTA: Lo que sigue pasa por ser unextracto del diario del Pepys de laépoca, siendo éste el copero de la reinaIsabel. Se le supone de linaje noble yantiguo; también que desprecia a lacanallesca literaria, y que el alma se le

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consume de ira al ver a la reinarebajándose a conversar con gente así.El viejo copero siente que su nobleza secorrompe en contacto con losShakespeare y compañía, pero tiene quequedarse allí hasta que Su Majestad lediga que se retire.]

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Ayer noche

Tuvo Su Majestad la reina a bienholgarse como solía, y recibió en susaposentos a algunos que escribencomedias, libros y cosas de ese jaez,que eran estos lord Bacon, su señoría sirWalter Raleigh, el señor Ben Jonson, yel mancebo Francis Beaumonte, quiencon tan sólo dieciséis años ya se habíadado a la mano poner a los maestroslatinos en nuestra lengua inglesa, con nopoca discreción y gran aplauso. Vinocon éstos también el famosoShakespeare. Buena mezcla hacían desangre vil y poderosa, tanto más cuantoque Su Graciosa Majestad la reina

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estaba presente, así como estos quesiguen, a saber: la duquesa deBilgewater, de veintidós años de edad;la condesa de Granby, de veintiséis; suhija, lady Helen, de quince; y tambiéndos damas de honor, a saber, ladyMargery Boothy, de sesenta y cinco, ylady Alice Dilberry, recién tornados lossetenta, que tenía dos años más que SuGraciosa Majestad la reina.

Al ser yo el copero de Su Majestad,no me cupo otro remedio que estarpresente y ver cómo se olvidaban allílos rangos, y cómo el de alta cunaconversaba con el de baja en igualdadde términos, haciendo de ello granescándalo para los oídos del mundo.

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En el calor de la conversaciónsucedió que uno ventoseó, dando hedorfortísimo y harto desagradable, a cuyopunto todos allí se rieron, y entonces:

LA REINA: En verdad que en missesenta y ocho años no he oídopedo que se iguale a éste. Es miparecer, por el gran sonido y elclamor que tuvo, que fue demacho; mas el vientre en el quese guareció tiene por fuerzaahora que pegarse fláccidocontra el espinazo de aquel quefuere liberado de un peso detanta alcurnia y poderío, comolos vientres de las que ha

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hendido verga poderosaguardan su primor y redondez.Os lo ruego, que el autorreconozca a su criatura. ¿Darásu testimonio mi señora Alice?

LADY ALICE: Su graciosa majestad,si a mí me cupiera en misañosas tripas una explosión así,no es de razón que pudierasoltarlo y seguir viva para dargracias a Dios por haberescogido a una sierva tanhumilde como muestra de supoder. No, no he sido yo la queha traído al mundo esta neblinaespesa y penetrante, estas

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tinieblas de fragancia, os ruegoque sigáis en otro con vuestraspesquisas.

LA REINA: ¿Acaso fuera ladyMargery la que le hizo a nuestracompañía este favor?

LADY MARGERY: Si le place a suseñora, que ya mis miembrosdébiles están con el peso y lasecura de sesenta y cincoinviernos, y es lícito que yo seamuelle con ellos. Ante laDivina Providencia, de habercontenido yo esa maravilla, enverdad que me habría llevadotodo el ocaso de mi declinante

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vida sacarlo adelante en unhilillo, con ánimo tembloroso yvacilante, y no lanzarlo con esesúbito poder sin parangón, conun ímpetu que me habríacostado la vida y que habríadejado mi débil composturahecha unos zorros. No fui yo,majestad.

LA REINA: En el nombre de Dios,¿quién nos habrá hecho esehonor? ¿Pueda ser el caso queun pedo se pea a sí mismo? Nouno como éste, confío. El jovenseñor Beaumont… mas no, lohabría llevado a él flotando al

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cielo cual plumón de ganso.¿No fuisteis vos, lady Helen…?No, no te sonrojes, hija mía;que temblará tu tierna doncellezcon no pocos grititos de ratónantes de que aprendas a soltarun huracán como éste. ¿Nofuisteis vos, mi leído eingenioso Jonson?

JONSON: Una explosión tandespiadada jamás acariciaramis oídos, ni fetidez máspenetrante e inmortal. No fuenovicio el que lo hizo, sumajestad, sino uno enexperiencia veterano; que de lo

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contrario le fallara confianza.En verdad que no fui yo.

LA REINA: ¿Mi señor Bacon?

LLORD BACON: No salió de mismagras entrañas un prodigio tal,a su majestad le plazca. Pues nohay nada que les sea tan propioa los grandes como los grandeshechos; y así por venturahallaréis que no fue lamediocridad lo que alumbraraeste milagro.

[Aunque el asunto a tratar era sólocosa de un pedo, no dejó este tediosopozo de sabiduría de filosofar

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cansinamente. Mientras, el hedorinmundo y mortífero lo penetraba todohasta tal punto que nunca oliera yo cosasemejante, mas no osaba dejar lacompañía, aunque me viera próximo a laasfixia.]

LA REINA: ¿Qué dice el veneradomaestro Shakespeare?

SHAKESPEARE: Dios me tiene en suopulenta mano y así proclamomi inocencia. Aunque losimpolutos moradores delempíreo hubieran augurado lavenida de este aliento en sumoarrasador, atribuyendo a obra

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de hombre no inspirado susretumbantes truenos, y a sutriunfo en la debida ley de lanaturaleza la podredumbre queembota los cielos, jamás lohabría creído; mas habría dichoque del mismo infierno fue laforja y la emisión de estepestucio, y que la artilleríacelestial el globo terráqueosacudía admirada de ello.

[Hubo entonces un silencio, y todosse dieron la vuelta hacia su señoría sirWalter Raleigh, ese curtido y aguerridoaventurero del demonio, quien,levantándose, se sonrió, y dijo

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afectadamente:]

SIR W: Su graciosa majestad, fui yoel que lo hice, mas fue una notatan pobre y flaca, comparadacon las que acostumbro a darde mí, que en verdad tuveapuros de llamar a esealfeñique obra mía antepresencia tan augusta. No fuenada, menos que nada, señora,lo hice sólo para aclararme lagarganta de abajo; pero dehaber venido preparado, oshabría brindado entonces algodigno de vos. Tened pacienciaconmigo, os lo ruego, majestad,

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hasta que pueda compensaros.

[Entonces se liberó de una explosióntan impía y demoledora que de buengrado se habrían tapado todos los oídos,y lo siguió un hedor tan denso y taninmundo que el que había venido antesparecía una pobre piltrafa encomparación. Dijo entonces, fingiendosonrojo y azoro: «Siento que estoy débilhoy, y no puedo hacer justicia a mispoderes —y se sentó como el que dice—: Ahí queda eso, bien poco es, masaquel que tenga culo que lo iguale si seatreve». Voto a Dios que, si fuera yo lareina, echaría de la corte a este fantochejactancioso para que se diera aires de

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grandeza y pestilencia ante los sordos ylos que se placen en la asfixia.]

Entonces dieron en conversar de losmodales y costumbres de muchas gentes,y el maestro Shakespeare habló del librodel señor Michel de Montaigne, en elque se menciona la costumbre de lasviudas del Périgord de llevar sobre eltocado, en señal de viudedad, una joyaque semeja el miembro viril marchito yfláccido, de lo que se rió la reina y dijoque las viudas en Inglaterra tambiénllevan pollas, pero entre las piernas,mas no marchitas tampoco, hasta que elcoito les hiciera esa merced. El maestroShakespeare observó asimismo que elseñor Montaigne hablara también de

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cierto emperador que tenía tantapotencia que tomó diez virgos en eltranscurso de una sola noche, mientrassu emperadora holgaba con veintidóscaballeros rijosos entre sus sábanas, yaun así no tuvo contento; a lo que larisueña condesa de Granby dijo que uncarnero puede más que el emperador,que cubrirá a cien ovejas desde que saleel sol hasta que se pone; y después, si nole dieran más para cogerse, semasturbará hasta abonar tierras y tierrascon su simiente.

Habló luego aquel molino deldemonio, sir Walter, de unas gentes en elúltimo confín de América, que nocopulaban hasta que no son de la edad

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de treinta y cinco años, siendo lasmujeres de edad de veintiocho años, yque sólo lo hacen entonces una vez decada siete años.

LA REINA: ¿Qué tal le parece eso ami pequeña lady Helen? ¿Oshemos de enviar allá ypreservar así vuestro vientre?

LADY HELEN: Si tal le place a sugraciosa majestad, mi vieja ayame contó que hay otras formasde servir a Dios aparte de la deno abrirse de piernas; mas biendispuesta estoy a serviros asítambién, pues ya su graciosa

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majestad ha dado de elloejemplo.

LA REINA: Vive Dios que es esabuena respuesta, hija mía.

LADY ALICE: Pudiera ser que osablandara ese recato el velloque os tiene que brotar bajo elombligo.

LADY HELEN: No, que brotó dosaños ha; y casi no me lo tapa yauna mano.

LA REINA: ¿Oís eso, mi pequeñoBeaumonte? ¿No tenéis en vosun pajarito que se agita al oírhablar de un nido así de dulce?

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BEAUMONTE: No es insensible aello, ilustre señora, mas losbúhos ratoneros y losmurciélagos de baja estofa nopueden aspirar a la dichainmensa y al arrobo que sehalla en el plumón con el queestán forrados los nidos de lasaves del Paraíso.

LA REINA: ¡Por los clavos deCristo!, galán cumplido es ése.Con una lengua como lavuestra, zagal, le abrirás enbuena hora a más de unaregalada dama los muslos demarfil, y te será la bolsa del

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escroto tan útil como esa labia.

Habló la reina entonces de cómoconoció al viejo Rabelais cuandocumplió los quince años, y él le contóacerca de un hombre que había conocidosu padre que tenía dos pares de cojones,de lo que surgió una disputaconcerniente a la forma correcta deescribir esa palabra, y rayó la discusióna gran altura entre el instruido Bacon yel ingenioso Jonson, hasta que al final lavieja lady Margery, hastiada de los dos,dijo: «Caballeros, ¿qué importa ahoracómo se escriba la palabra? Bien seguraestoy de que cuando usáis vuestroscojones no pensáis en ello; y mi lady

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Granby, tened contento, que se escribacomo se quiera, que vos seguiréisgozando cuando golpeen en vuestrasnalgas como si tal cosa, bien lo creo.Pues yo, antes de cumplir catorce años,ya había aprendido que aquel queexplora un coño no para en mientes aconsiderar cómo se escribe».

SIR W: En verdad que, alzadas lasenaguas, la dilación no es sinodevaneo. Boccaccio tiene uncuento de un fraile que engatusóa una doncella y la llevó a sucelda, y en un rincón de lamisma se arrodilló para rezardando las debidas gracias al

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cielo por el tierno virgo que elSeñor le había enviado; pero elabad, espiándolo por la mirilla,vio una mata de pelo oscurorodeado de carne blanca, demodo que cuando la oración delfraile fue concluida, la ocasiónse le había esfumado, puestoque la doncella sólo tenía uncoño, y ya estaba ocupado paragozo de ella.

Platicaron entonces de religión, y dela gran obra que había hecho el viejoLutero, ya muerto a la sazón, por lagracia de Dios. De seguido hablaron depoesía, y el maestro Shakespeare leyó

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una escena de su Enrique IV, la cual, mepareció, no vale un pedo, mas laalabaron encarecidamente todos alunísono.

Leyó él mismo un trozo de su Venusy Adonis, ante la admiración rendida detodos ellos, mientras que yo, yasomnoliento y fatigado, no lo tuve engran cosa, y me volvió el desasosiego alver que aquel bucanero del demoniohabía soltado lastre otra vez, y tanto ytan vil empeño puso en el peerse que mefaltó de este otro instante el aire.Maldito sea de Dios este rufián ventosoy toda su calaña. En buena hora acabe enel infierno.

Hablaron de la magnífica defensa

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que hizo de sí mismo el viejo señorNicholas Throgmorton delante de losjueces en tiempos de la reina Mary; temaespinoso de tratar, pues le arrancó a lareina un: «Fuera una pena que, con tantoingenio, no tuviera lo bastante paraguardar a buen recaudo el virgo de suhija hasta la noche de bodas». Y la reinacató a aquel maldito sir Walter con ojosque lo hicieron estremecerse, pues no sehabía olvidado Su Majestad de que lotuvo por amante antaño. Sucedió luegoun incómodo silencio; que no le plugo aninguno empezar conversación, puestoque si la reina había hallado ofensa enaquella inocente parla acerca delfornicio, cuando fueron las vergas duras

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y los coños bien dispuestos a quitarlesalgo de su dureza, ¿quién de entreaquella compañía estaba libre depecado? Pues sépase, ¿no estaba acasola mujer del maestro Shakespeare en elcuarto mes de su preñez cuando se vinoa desposar ante el altar? ¿Y acaso a SuAlteza la duquesa de Bilgewater no lahabían cogido cuatro lores antes de tenermarido? ¿Acaso no nació la pequeñalady Helen el día de la boda de sumadre? Y sépase, ¿no fueron lady Alicey lady Margery allí presentes,invocando a la religión a diestro y asiniestro, bien putas desde quenacieron?

Vinieron luego al cabo a hablar de

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Cervantes y de aquel nuevo pintor,Rubens, al que se empieza a conocer.Palabras finas y frases melindrosas porparte de las damas hubo después, puesuna o dos de ellas habían sido, en otrotiempo, pupilas de aquel zopenco, delmismísimo John Lyly; y noté tambiéncómo Jonson y Shakespeare anduvieronenredando para lanzarle la ponzoña desu sarcasmo, mas no lo osaran enpresencia de la reina, quien era la rosamás granada del rosal de los euphuistas.Pues sépase que estos dos son de losque, dominando una de las artes, yadmirándola en sí mismos, celos sientencuando otro a ejercerla se mete, y nopueden por mucho tiempo tolerarlo. A lo

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que la reina dio muestras evidentes desentirse incómoda; y al cabo brotó parlagrandilocuente de labios de lady Alice,de la que se tuvo a todas luces no pocoorgullosa, pero que fatigó el aguante dela reina, aunque Su Majestad escuchóhasta que la floreada parla fue cumplida,y entonces levantó su ceño y con nopoca ironía y afectación dijo: «¡Oh,mierda!». Ante lo cual todos allí rieron,mas no lady Alice, la vieja y tonta puta.

En ese punto se acordó sir Walter deuna historia que le oyera cierta vez a laingeniosa Margarita de Navarra, sobreuna doncella que, viéndose en trance desufrir violación a manos de un viejoarzobispo, dio con feliz ingenio para

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salvar su virgo y le dijo: «Sacaosprimero, mi señor, vuestra santísimaherramienta, os lo ruego, y meaos enmí», hecho lo cual fue cosa que elmiembro se le viniera abajo, y ya no sele levantara más.

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EPÍLOGO

Nada más acabar de leer Año 1601viene a la memoria el viejo chiste de lainfancia, cuando nos hacía gracia todo loque tuviera que ver con el caca, culo,pedo y pis. En el chiste, en un autobúsabarrotado, de repente alguien ventoseaen silencio. La sorpresa de los pasajerosse va mudando en pura ira al sentir elolor creciente dentro del reducidoespacio. Circunspectos, sonrojados,resignados también, se miran todos unosa otros disimulando el azoro y buscandoal generador de aquel escándalo.Entonces uno de los pasajeros hace

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ademán de dirigirse hacia la puerta desalida y pulsa el timbre solicitando lasiguiente parada. Al verlo, otro pasajerole espeta: «Oiga, usted ¿adónde va?Usted aquí, ¡a oler como los demás!».

En este relato de Mark Twain, Año1601. Conversación, tal y como teníalugar al amor del hogar, en la época delos Tudor, traducido por primera vez,que sepamos, al castellano, al narrador,un copero de la reina Isabel deInglaterra, lo que vendría a ser uncamarero hoy día, le sucede algoparecido y no osa abandonar losaposentos de su señora para buscar airefresco tras la anónima descarga. Pero elaire contaminado, según nos describe la

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escena, lo es más por la conversaciónentre nobles y literatos que por el hedorque despiden las descargas odoríferas.A diferencia del viejo chiste delautobús, también, en este pequeñocuento bufo se acaba sabiendo quién hagenerado la ofensa, por lo que laintención de Twain al escribirlo pareceser más la de ofrecer un fresco jocosode los aposentos isabelinos, anticipo delcamarote de los hermanos Marx, que lade escribir un whodunnit al uso, unrelato en el que la autoría del crimen sealo que mantenga al lector interesado enel proceso de lectura.

Durante un tiempo el whodunnit, elrelato que pesquisa en la autoría de los

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hechos, fue la propia obra, pues Año1601 fue escrito en 1876, circulóanónimamente desde 1880 y sólodécadas más tarde, en 1906, MarkTwain admitió públicamente que lohabía escrito, a modo de bisagra odivertimento, entre la gestación de susdos obras maestras, Tom Sawyer yHuckleberry Finn. Como si hubieranecesitado este pequeño habitáculo enépoca isabelina, densamente poblado,eso sí, entre dos libros que exploran losespacios abiertos y vernáculos de lanueva nación estadounidense. En laedición de la obra manejada para estatraducción, a cargo de Franklin J.Meine, publicada, como muchas de las

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precedentes, en edición privada (LyleStuart, Nueva York, 1938), aparece unailustración junto al frontispicio en laque, al lado de los Shakespeare, Raleighy la misma reina Isabel, el coperomuestra un parecido intencionado conMark Twain. Comprendemos así lamirada abrasiva, irreverente, que elnarrador arroja sobre tan noblecompaña, pues ni el gran Shakespeare selibra del vituperio de su sarcasmo y atodos por igual se les afea lo que nuncaescapa al oído atento de un narrador, asaber, el idiolecto de cada uno de suspersonajes, su forma de hablar; eso que,en el caso de los escritores, supone untrasunto paródico de su forma de

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escribir.Si hacemos caso a las indicaciones

de Franklin J. Meine en la citadaintroducción, Año 1601 fue escritoinicialmente como una carta alreverendo Joseph Twitchell, gran amigode Twain, tras un período de intensalectura del diario de Samuel Pepys,cronista post-isabelino al queexplícitamente se vincula el narrador enel relato. Las irreverencias religiosas,una de las cuales lo culmina con unamueca casi simiesca, cobran sin dudauna significación especial si pensamosen la correspondencia entre el autor y sureverendo amigo. Durante cuatro largosaños el párroco tuvo en su poder esta

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misiva que un editor nostálgico deRabelais había rechazado, al parecerpasando por alto que el Rabelaisestadounidense estaba llamando a supuerta con un nuevo y compactoGargantúa. Es sugerente imaginarse elsecreto goce que el religiosoexperimentaría en ese tiempo, al saberla obra de su sola propiedad, frente alburdo rechazo de un editor que habíadesestimado hacerla pública. Elsecretario de Estado, John Hay, tuvoacceso a una copia de la misma y a suvez escribió a Alexander Gunn, gurúartístico y literario de la época,poniendo primero en su conocimiento loque no duda en llamar una obra maestra,

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y enviándosela más tarde en su segundacarta. Gunn contesta proponiendo latirada de unos cuantos ejemplares y elseñor secretario de Estado responde conjúbilo ante dicha propuesta. Casi sepuede oír entre las líneas de sucorrespondencia la risa amortiguada delos próceres ante la reedición isabelinadel caca, culo, pedo, pis que se traenentre manos. Por fin, en 1880, se publicóesta obrita como panfleto, sin cubiertasni portadas, a ocho páginas y un formatoen cuarto; sólo cuatro copias, una paraHay, otra para Gunn y dos para el mismoTwain.

La primera publicación en forma delibro tuvo lugar dos años más tarde, en

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1882, nada menos que en West Point,por lo que se podría decir que gran partede las instituciones más prestigiosas dela nación se vieron implicadas en laaparición en público de Año 1601. En lacarta que le envía al teniente Wood, acargo de la imprenta en la academiamilitar, Twain reconoce numerososerrores ortográficos en el texto,equivoca el título, pues lo llama 1603, yencomienda las correcciones alimpresor, ya que él se halla muyocupado. La imprenta introdujo lanovedad de respetar los errorestipográficos como una forma demimetizar el texto con las condicionesde impresión de la época isabelina. En

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comunicación por carta, Twain aceptóesta sugerencia y reconoció que cadavez necesitaba más copias de supequeño relato, pues era más y mássolicitado. Así se imprimió, en unaedición de lujo de cincuenta copias. Eléxito entre la reducida y exquisitacamarilla parece que fue inmediato. Haycartas de Twain en las que reconoce quese pegan por ella las fuerzas vivas deJapón y de Inglaterra, entre otros países.

Lo que posiblemente fascinó a tantosy tan elevados paladares fue el valorvernáculo de la palabra emitida con todasu carga significativa, sin aditamentos,tal y como la oía Twain, en otro contextopero en un mismo idioma, rodeado de

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los rudos trabajadores que frecuentabapara fundamentar sus crónicas siemprecon el oído atento y la mente abierta.Muchos de los entusiastas de la obraverían en ella la reivindicación de lascalidades más intrínsecas y veraces delos usos idiomáticos que pedían sureconocimiento en una sociedad literariaexcelsa pero ligeramente impostada. Eseplacer que da el caca, culo, pedo y pisleído en una obra que imita la prosahistórica, pero no menos apegado a lasal del idioma, se convierte en sanareconvención para con todos los excesospuritanos, pero especialmente contra loslingüísticos. No en vano en una cita deTwain que abre la edición de Meine se

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reconoce que el mal no está en laspalabras, sino en el espíritu torticeroque las malinterpreta. No hay queolvidar cuándo se escribe Año 1601, enuna época de paladino decoro en lasletras estadounidenses, que empiezan afamiliarizarse con su dorado esplendorpero desconocen todavía el lado másrabelaisiano de su expresión vernácula.Y ahí entra Twain.

Entró, de hecho, casi como unelefante en una cacharrería. Como unvaquero del lejano Oeste que irrumpieracon las botas embarradas en unaaterciopelada y pacata tertulia deBoston, armado con su defensa de loirreverente frente al mullido prurito

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victoriano del este de Estados Unidos. Ycasi acabó pagando esta entrada depaquidermo en el salón impoluto de losbrahmines bostonianos, pues apenasunos meses después de escribir Año1601 fue invitado a participar en unhomenaje a los ilustres de la patria,Oliver Wendell Holmes, Ralph WaldoEmerson y Henry WadsworthLongfellow, y allí pronunció un discursomás irreverente que hagiográfico ante elgélido silencio de todos los presentes,que no acertaban a reírse de sí mismos.Por estos excesos en el tono y el tenorde su exposición, Twain pidióposteriormente repetidas veces perdón,avergonzado quizá al ver que el

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establishment literario de su país noestaba todavía preparado para laparodia. Ni su país ni, a lo que parece,la antigua metrópolis, pues Twaintambién entraría más adelante en debateen defensa de la irreverencia frente atodo un Matthew Arnold al otro lado delAtlántico, quien veía los Estados Unidoscomo ejemplo máximo de un paísirreverente. Año 1601 es, según esto, ladestilación especialmente compacta yfeliz de los usos del idioma en toda sucrudeza y esplendor frente alalambicado y acartonado mundovictoriano a ambos lados del Atlántico.

La palabra en boca de nobles,grandes escritores, exploradores y reyes

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le permite además a Twain bucear conno poca erudición en la mente depersonajes históricos y ofrecernos unperfil certero, conciso y preciso de todauna generación que cambió para siemprecómo sería hablada y escrita la lenguainglesa, unos hablantes excelsos eirrepetibles que también bebieron en lasfuentes mismas del idioma. Y eso es loque convierte Año 1601 en una magistralpieza literaria. Como colofón a suintroducción, Meine cita al juez quelevantó la prohibición de publicarUlises, de James Joyce, en los EstadosUnidos. Y como antes el impresor deWest Point, uno se sorprende al ver elalto criterio literario de personas que no

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ejercen como literatos, pues este juezapela precisamente al valor vernáculodel idioma para franquear la entrada a lagenial creación de Joyce. Que no espornografía, ni obscenidad, sino puroarte sensual, letra que apela a lossentidos, aunque sea a los más bajos.

La coherencia histórica de Año 1601indica que Twain, gran lector de obrasde historia, le dedicó tiempo y atencióna imaginar la nómina de personajes quepodría haber coincidido en losaposentos de la reina Isabel, lamitificada Elizabeth, la reina virgen hijadel rey rijoso Enrique VIII, cuando éstacontaba con casi setenta años de edad.Tanto el gran dramaturgo y poeta

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William Shakespeare, como el marinosir Walter Raleigh, el dramaturgo BenJonson y el filósofo Francis Bacon,quien llegó a ocupar cargosrelacionados con la Corona, podían poredad y trayectoria haber sido invitados aesa sesión privada en la cámara de lareina. Sólo parece aventurado introducirahí a Francis Beaumont, demasiadojoven para tener acceso a tan granadareunión. Quizá Twain buscó compensarcon él el elenco de egos, introduciendo aalguien perteneciente a las nuevasgeneraciones de escritores, no en vanoBeaumont fue alumno de Ben Jonson.Por lo que a generaciones se refiere, losescritores reunidos por Twain en estos

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aposentos reales recelan converosimilitud de la figura de John Lyly,ingente todavía en la época tras el éxitode su novela Euphues, publicada en dospartes, Euphues o la anatomía delingenio, en 1579, y Euphues y suInglaterra, en 1580. Twain haceverosímil que tanto la reina como susdamas mayores, de una generaciónanterior todas ellas a la de los dosdramaturgos que intervienen en laescena, Shakespeare y Jonson, sedeclaren fervientes admiradores deleuphuismo, corriente literaria ycortesana inspirada por la novela deLyly y basada en el arte florido y hastapetulante de hablar y escribir, sin duda

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toda una ofensa para el nuevo verismode los jóvenes dramaturgos.

El decoro histórico en la nómina depersonajes no parece llevarse alextremo en la de anécdotas contadas,como si la fetidez hubiera borrado elcontorno exacto de unas y otras fuentes.Las damas mencionadas por Montaigneno eran las viudas de otra regiónfrancesa lejana a su castillo, sino lasjóvenes de su misma aldea; Mesalina, laemperadora ninfómana aludida, fue enrealidad la mujer de Claudio, al que nose le conoce rija mayor; y en Boccacciono se halla nada parecido a la anécdotaque le atribuye sir Walter Raleigh enAño 1601. Por último, el incidente

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protagonizado por sir NicholasThrogmorton al que se alude responde alas intrigas palaciegas entre Elizabeth,reina de Inglaterra y Mary, reina deEscocia, a la que aquélla acabócondenando a pena capital. Parece serque sir Nicholas formaba parte de unaoscura trama enviada a Escocia paradifamar a Mary, supuesto negado porElizabeth cuando la trama fuedescubierta. Sir Nicholas, sin embargo,se había asegurado el testimonio delConsejo de Estado acerca de laexistencia de dicha misión,anticipándose así al desmentido de lareina, quien verosímilmente muestra suenojo en Año 1601 al ser mencionado el

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nombre de Throgmorton. La puya de lareina viene igualmente fundamentada,pues fue sir Walter Raleigh, apenas ochoaños antes del tiempo cronológico en elque se desarrolla Año 1601, quiendesfloró a la hija de Throgmorton, traslo cual la misma reina le ordenó volvera Inglaterra desde uno de sus viajes paraque contrajera matrimonio con la joven.

Pero es que independientemente dela exactitud cronológica o histórica, hayen Año 1601 esa trama densa y bientrabada que le da a la escena su pesoespecífico, su veracidad. Y esa densidades también la del aposento invadido porla fetidez, como aquel recinto delautobús en el que los pasajeros se ven

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obligados a guardar la compostura hastael absurdo del masoquismo. El coperode la reina ni chista ni desmiente, yaguanta hasta el final tanto los excesosodoríferos como los verbales. Pero sumirada arrasa por igual a los fatuospasados, a los presentes y a los futuros.Y Mark Twain arrasa desde esta prosasurgida de lo más verdadero de suingenio con el atildado salón de lasconvenciones literarias de la épocagracias a ese pedo que introduceinusitadamente en el devenir históricode la ficción la podredumbre verosímilde una lengua, una literatura y unasociedad que le estaba dando la espaldapeligrosamente a lo más radical de su

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idioma.

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Mark Twain nació en 1835 con elnombre de Samuel Langhorne Clemensen Florida, EE UU, y murió en 1910.Escritor y aventurero incansable,encontró en su propia vida lainspiración para sus obras literarias.Creció en Hannibal, pequeño puebloribereño del Mississippi, lugar que

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inspiraría sus obras más conocidas, Lasaventuras de Huckleberry Finn y TomSawyer, que es, sin duda, su obramaestra, e incluso una de las másdestacadas de la literaturanorteamericana, por la que ha sidoconsiderado el Dickens estadounidense.

El inmenso éxito de estas obras ha hechoque el resto de su obra pase más ensordina y no sea reconocida comomerece, en particular su espléndidanovela sobre Juana de Arco, de la que élmismo dijo: «Estoy plenamenteconvencido de que Juana de Arco, elúltimo de mis libros, es el que helogrado plenamente».