Retrato Del Colonizador

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1 1 Retrato del Colonizador Albert Memmi - 1957

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Primera parte de la obra de Memmi "el colonizador y el Colonizado"

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Retrato del Colonizador Albert Memmi - 1957

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PRIMERA PARTE: EL RETRATO

DEL COLONIZADOR

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¿Existe el colonial?

A veces nos gusta imaginarnos al colonizador como un hombre alto, bronceado por el sol, vistiendo

botas Wellington, orgullosamente apoyado en una pala, mientras clava su mirada lejana en el

horizonte de su tierra. Cuando no participa en las batallas contra la naturaleza, pensamos en él

trabajando desinteresadamente para la humanidad, asistiendo a los enfermos y difundiendo la

cultura al analfabeto. En otras palabras, su actitud es la del noble aventurero, un pionero justiciero.

No sé si este retrato alguna vez se correspondió con la realidad o si se limitaba a los grabados en los

billetes coloniales. Hoy en día, los motivos económicos de las empresas coloniales son reveladas por

todo historiador del colonialismo. La misión cultural y moral de un colonizador, incluso en sus

comienzos, ya no es sostenible.

Hoy en día, el partir hacia una colonia no es una opción buscada por sus peligros inciertos, ni es el

deseo de alguien tentado por la aventura. Es simplemente un viaje hacia una vida más fácil. Basta

con preguntar a los europeos viviendo en las colonias qué razones generales lo indujeron a

expatriarse y que le hace persistir en su exilio. Puede mencionar la aventura, los pintorescos paisajes

o el cambio de ambiente. ¿Entonces por qué lo suele buscar donde se habla su propio idioma, donde

encuentra un numeroso grupo de compatriotas, una administración que le sirve, un ejército para

protegerlo?

La aventura hubiera sido menos predecible, pero ese tipo de cambio, aunque más definitivo y de

mejor calidad, habría sido de dudosa ganancia. El cambio implicado en mudarse a una colonia, si se

puede llamar un cambio, debe en primer lugar traer una ganancia sustancial. Espontáneamente,

mejor que los estudiosos del lenguaje, nuestro viajero acudirá con la mejor definición posible de una

colonia: Un lugar donde se gana más y se gasta menos. Uno va a una colonia porque están

garantizados los empleos, los altos salarios, las carreras más rápidas y los negocios más rentables. El

joven graduado se le ofrece un puesto, al funcionario un rango más alto, el hombre de negocios

impuestos sustancialmente más bajos, al industrial materias primas y mano de obra a precios

atractivos.

Sin embargo, supongamos que hay una persona ingenua que aterriza por casualidad, como si fuera a

Toulouse o Colmar. ¿Tardará mucho en descubrir las ventajas de su nueva situación? El significado

económico de una empresa colonial, incluso si se da cuenta después de la llegada, arremete por sí

mismo no menos fuerte y rápidamente. Por supuesto, un europeo en las colonias también puede

aficionarse a esta nueva tierra y deleitarse del colorido local. Pero si fuera repelido por el clima,

incómodo en medio de sus multitudes extrañamente vestidos, añorando su país natal, el problema

sería si acepta o no estas molestias y la incomodidad, a cambio de las ventajas de una colonia.

Pronto ya no se esconde, sino que a menudo se le escucha soñando en voz alta: Unos años más y se

despedirá de este purgatorio rentable y se comprará una casa en su propio país. A partir de

entonces, a pesar de que harto, nauseado de lo exótico, a veces enfermos, se aferra, se quedará

atrapado en la jubilación o tal vez la muerte. ¿Cómo va a regresar a su país si eso significaría reducir

su nivel de vida por la mitad? ¿Volver a la lentitud viscosa de los progresos en casa?...

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Es este simple razonamiento lo que retrasa su regreso, a pesar de que la vida se ha vuelto difícil, por

no decir peligrosa, en el pasado reciente. Incluso aquellos que son llamados aves de paso en la

colonia no muestran demasiada prisa por irse. Un miedo inesperado de desorientación surge tan

pronto como comienzan a planificar el regreso a casa. Al darse cuenta de que han estado fuera de su

país lo suficiente como para no tener más parientes vivos, podemos entenderlos en parte.

Sus hijos nacieron en la colonia y es allí donde están enterrados sus muertos. Pero exageran su

angustia. En la organización de sus hábitos cotidianos en la comunidad colonial, importaron e

impusieron la forma de vida de su propio país, donde pasan regularmente sus vacaciones, de las que

se inspiran administrativa, política y culturalmente, y en la que sus ojos están constantemente fijos.

Su “cambio de ambiente” es realmente uno de economía: La de un nuevo rico corriendo el riesgo de

caer en la pobreza. Por lo tanto, continuarán el mayor tiempo posible, porque cuanto más tiempo

pasa, más duran las ventajas, y por estas ventajas, después de todo, vale la pena un poco de

preocupación. Pero si un día su estilo de vida se ve afectado, si "situaciones" son un peligro real, el

colono se siente amenazado y, en serio esta vez, piensa en regresar a su propia tierra.

La cuestión es aún más clara en el plano colectivo. Las empresas coloniales nunca han tenido ningún

otro fin declarado. Durante las negociaciones franco-tunecinas, algunas personas ingenuas se

sorprendieron por la buena voluntad relativa mostrada por el Gobierno francés, en particular en el

ámbito cultural, a continuación, por la pronta aquiescencia de los líderes de la colonia. La razón es

que los miembros inteligentes de la burguesía y de la colonia habían entendido que la esencia de la

colonización no era el prestigio de la bandera, ni la expansión cultural, ni siquiera la supervisión

gubernamental y la preservación de un equipo de funcionarios del gobierno. Se mostraron

complacidos de que podrían hacerse concesiones en todas las áreas si la base (en otras palabras, si

las ventajas económicas) se preservaba. Y si el señor Mendes-France fue capaz de hacer su famoso

viaje relámpago, fue con su bendición y bajo la protección de uno de los suyos. Ese era exactamente

su programa y el contenido principal de los acuerdos.

Después de haber encontrado beneficios, ya sea por elección o por casualidad, el colonizador, sin

embargo aún no ha tomado conciencia de su papel histórico. Le falta un paso en la comprensión de

su nueva condición, debe también comprender el origen y significado de este beneficio. En realidad,

esto no se hace esperar. ¿Por cuánto tiempo podrá dejar de ver la miseria de los colonizados y la

relación de esa miseria con su propia comodidad? Se da cuenta de que esta ganancia fácil es tan

grande sólo porque es arrancada de los demás. En resumen, descubre dos cosas en una; descubre la

existencia del colonizador a medida que descubre su propio privilegio.

Sabía, por supuesto, que la colonia no estaba poblada exclusivamente por colonos o colonizadores.

Incluso tenía una idea de la colonización por sus libros infantiles, había visto un documental sobre

algunas de sus costumbres, preferentemente elegido para mostrar su peculiaridad. Pero lo cierto es

que esos hombres pertenecían a los reinos de la imaginación, los libros o el teatro. Su inquietud por

ellos llegó indirectamente mediante imágenes eran comunes a toda la nación, a través de las

epopeyas militares o vagas consideraciones estratégicas. Había estado un poco preocupado cuando

decidió mudarse también a una colonia, pero no más que por el clima, lo que podría ser

desfavorable, o el agua, que se dice que contiene demasiada caliza. Pronto estos hombres ya no

eran un simple componente de la decoración histórica o geográfica. Ocuparon un lugar en su vida.

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Ni siquiera puede decidir evitarlos. Debe vivir constantemente en relación con ellos, ya que es esta

misma alianza la que le permite llevar la vida que decidió buscar en las colonias, es esta relación lo

que es lucrativo, lo que crea privilegio. Se encuentra en un lado de una balanza, al otro lado el

hombre colonizado. Si sus niveles de vida son altos, es porque los de los colonizados son bajos, si

puede beneficiarse de sirvientes y mano de obra abundante y poco exigente, es porque los

colonizados se pueden explotar a voluntad y no están protegidos por las leyes de la colonia; Si

puede obtener fácilmente posiciones administrativas, es porque están reservadas para él y los

colonizados son excluidos de ellas, cuanto más libertad respira, más se ahogan los colonizados.

Aunque no puede dejar de descubrir esto, no hay peligro de que los discursos oficiales puedan

hacerle cambiar de opinión, pues esos discursos están elaborados por él o por su primo o por su

amigo. Las leyes que establecen sus exorbitantes derechos y las obligaciones de los colonizados

están concebidas por él. En cuanto a las órdenes que apenas escoden la discriminación, o la

adjudicación de los concursos y en la contratación, conoce necesariamente los secretos de su

aplicación, ya que él está a cargo de ellos. Si prefiere estar ciego y sordo a la operación de toda la

maquinaria, le bastaría con obtener los beneficios, ya que es el beneficiario de toda la empresa.

Le es imposible no estar al tanto de la ilegitimidad constante de su status. Es, además, en cierto

modo, una doble ilegitimidad. Un extranjero, habiendo venido a una tierra por los accidentes de la

historia, ha tenido éxito no sólo en la creación de un lugar para sí mismo, sino también en robarle el

del habitante, concediéndose a sí mismo asombrosos privilegios, en detrimento de los que

legítimamente tienen derecho a ellos. Y esto no en virtud de las leyes locales, lo que en cierto modo

legitimaria la desigualdad por la tradición, sino por alterar las normas establecidas y sustituirlas por

las suyas. De este modo aparece doblemente injusto. Es un ser privilegiado y uno ilegítimamente

privilegiado, es decir, un usurpador. Peor todavía, esto es así, no sólo a los ojos de los colonizados,

sino también en los suyos propios. Si de vez en cuando objeta que los privilegiados existen también

entre los burgueses colonizados, cuya riqueza es igual o superior a la suya, lo hace sin convicción. No

quiero ser el único culpable puede ser tranquilizador, pero no puede absolver. Admite fácilmente

que los privilegios de los nativos privilegiados son menos escandaloso que los suyos. Él sabe también

que el más favorecido de los colonizados nunca será nada sino colonizados, en otras palabras, que

ciertos derechos siempre estarán negados para ellos y que ciertas ventajas están reservadas

estrictamente para él. En resumen, sabe, en sus propios ojos así como en los de su víctima, que es

un usurpador. Debe ajustarse a ambas cosas, a ser considerado como tal y a esa situación.

Antes de ver cómo estos tres descubrimientos; Lucro, privilegio y usurpación, estos tres

desarrolladores de la conciencia del colonizador darán forma a su apariencia por los mecanismos

que van a transformar al candidato colonial en un colonizador o en un colonialista, debemos

responder a una frecuente objeción. A menudo se dice que una colonia no contiene solo

colonizadores. ¿Se puede hablar de privilegios con respecto a los trabajadores del ferrocarril, los

funcionarios menores o incluso los pequeños agricultores que probablemente vayan a vivir tan bien

como sus homólogos en casa?

Para ponernos de acuerdo sobre la terminología conveniente, distingamos entre un colono, un

colonizador y un colonialista. Un colono es un europeo viviendo en una colonia pero sin privilegios,

cuyas condiciones de vida no son más altos que los de una persona colonizada de la situación

económica y social equivalente. Por temperamento o convicción ética, un colono es un europeo

benevolente que no tiene la actitud de los colonizadores hacia el colonizado. ¡Muy bien! Digamos de

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inmediato, a pesar de la naturaleza aparentemente drástica de la declaración: Un colono así definido

no existe, porque todos los europeos en las colonias son privilegiados.

Naturalmente, no todos los europeos en las colonias son potentados o poseen miles de hectáreas o

manejan el gobierno. Muchos de ellos son víctimas de los amos de la colonización, explotados por

estos amos, a fin de proteger intereses que no suelen coincidir con los suyos. Además, las relaciones

sociales casi nunca se equilibran. En contra de todo lo que nos gusta pensar, el pequeño colono es

en realidad, en la mayoría de los casos, un defensor de los colonialistas y un defensor obstinado de

los privilegios coloniales. ¿Por qué?...

¿Solidaridad del compatriota con el compatriota? ¿Una reacción defensiva, una expresión de

ansiedad de una minoría que vive en medio de una mayoría hostil? En parte. Sin embargo, durante

el cenit del proceso colonial, protegido por la policía, el ejército y la fuerza aérea siempre dispuesta a

intervenir, los europeos en las colonias no estaban lo suficientemente asustados como para explicar

tal unanimidad. Es cierto que no todos pensaban igual. Es cierto que el pequeño colonizador tendría

una lucha para llevar a cabo, una liberación que lograr, si no fuera tan seriamente engañado por su

propia ingenuidad y cegado por la historia. Pero no creo que la credulidad puede descansar en una

completa ilusión o puede gobernar por completo la conducta humana. Si el pequeño colono

defiende el sistema colonial con tanto vigor, es porque se beneficia del susodicho hasta cierto punto.

Su ingenuidad radica en el hecho de que, para proteger sus muy limitados intereses, protege otros

infinitamente más importantes, de la cual es, por cierto, la víctima. Pero, a pesar de embaucado y

víctima, también recibe su parte.

Sin embargo, el privilegio es algo relativo. En diferentes grados cada colonizador es un privilegiado,

al menos comparativamente, en última instancia en detrimento de los colonizados. Si los privilegios

de los amos de la colonización son sorprendentes, los privilegios menores del pequeño colonizador,

incluso el más pequeño, son muy numerosos. Cada acto de su vida diaria lo coloca en una relación

con los colonizados, y con cada acto se demuestra su ventaja fundamental. Si tiene problemas con la

ley, la policía e incluso la justicia será más indulgente con él. Si necesita ayuda del gobierno, no le va

a ser difícil, la burocracia se cortará, una ventana será reservado para él donde hay una línea más

corta con lo que tendrá que esperar menos. ¿Necesita un trabajo? ¿Tiene que hacer un examen para

ello?... Empleos y posiciones estarán reservados de antemano para él, los exámenes se hacen en su

idioma, lo que dificultades descalificatorias para el colonizado. ¿Puede ser tan ciego o tan cegado

que no puede ver que, dadas iguales circunstancias materiales, clase económica o capacidades,

siempre recibe el tratamiento preferente? ¿Cómo podía dejar de mirar de vez en cuando para ver a

todos los colonizados, a veces, ex compañeros o colegas, a los que ha superado tanto?

Por último, si necesita solicitar o tiene la necesidad de algo, sólo necesita mostrar su cara para ser

prejuzgado favorablemente por los que cuentan en la colonia. Goza de la preferencia y el respeto de

los propios colonizados, que le conceda más que a los mejores de su propio pueblo, que, por

ejemplo, tiene más fe en su palabra que en la de su propia población. Desde el momento de su

nacimiento, posee un título independiente de sus méritos personales o de su clase social. Es parte

del grupo de colonizadores cuyos valores son soberanos. La colonia sigue la cadencia de sus fiestas

tradicionales, incluso los días festivos religiosos y no los de sus habitantes. El día de descanso

semanal es el de su país de origen, es la bandera de su nación la que vuela sobre los monumentos,

su lengua materna la que permite la comunicación social. Incluso su vestido, su acento y sus modales

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son finalmente imitados por los colonizados. El colonizador participa de un mundo elevado del que

recoge automáticamente los privilegios.

También es su posición concreta económica y psicológica dentro de la sociedad colonial en relación

con los colonizados por un lado, y con los colonizadores por otra parte, la característica que cuenta

para los otros grupos humanos que no son ni colonizadores ni colonizados. Entre ellos se encuentran

los nacionales otros poderes (italianos, malteses de Túnez), candidatos a la asimilación (la mayoría

de los judíos), los recientemente asimilados (corsos en Túnez, los españoles en Argelia). A éstos se

pueden añadir los representantes de las autoridades reclutados entre los propios colonizados.

La pobreza de los italianos o los malteses es tal que puede parecer absurdo hablar de privilegios en

relación con ellos. Sin embargo, si con frecuencia se encuentran en necesidad, las pequeñas migajas

que reconocen automáticamente contribuyen a diferenciarlos, separándolos sustancialmente de los

colonizados. En la medida en que son favorecidos en comparación con las masas colonizadas,

tienden a establecer relaciones de naturaleza colonizador-colonizado. Al mismo tiempo, no

correspondiéndose con el grupo colonizador, no teniendo el mismo papel en la sociedad colonial,

cada uno de ellos destaca en su propia manera.

Todos estos matices son de fácil comprensión en el análisis de su relación con la vida colonial. Si los

italianos en Túnez siempre han envidiado a los franceses por sus privilegios legales y administrativos,

están sin embargo en una situación mejor que los colonizados. Están protegidos por leyes

internacionales y un consulado extremadamente vigilante en observación constante por parte de su

atenta Madre Patria.

A menudo, lejos de ser rechazados por el colonizador, son ellos los que dudan entre la integración y

la lealtad a su patria. Por otra parte, el mismo origen europeo, una religión común y la mayoría de

las costumbres similares los llevan sentimentalmente cerca del colonizador. Los resultados son

ventajas claras que el colonizado ciertamente no tiene: Mejores oportunidades de trabajo, menos

inseguridad contra la miseria total y la enfermedad, la educación menos "precaria” y una cierta

estima por parte del colonizador acompañado de una dignidad casi respetable. Se entenderá que,

tanto como pueden ser parias en un sentido absoluto, su comportamiento vis-a-vis con el colonizado

tiene mucho en común con el del colonizador.

Por otra parte, beneficiándose de la colonización por aproximación solamente, los italianos están

mucho menos retirados de los pueblos colonizados que los franceses. No tienen esa relación

rebuscada, formal con ellos, ese tono que siempre huele a un maestro frente a su esclavo, que los

franceses no pueden evitar por completo. A diferencia de los franceses, casi todos los italianos

hablan la lengua de los colonizados, hacen amistades duraderas con ellos e incluso- un signo

particularmente revelador - tienen matrimonios mixtos. En resumen, al no tener ninguna razón

especial para hacerlo, los italianos no mantienen una gran distancia entre ellos y los colonizados. El

mismo análisis se aplicaría, con algunas pequeñas diferencias, a los malteses.

La situación de la población judíos - candidatos eternamente vacilantes que rechazan la asimilación -

puede verse en una luz similar. Su ambición constante y muy justificable es escapar de su condición

de colonizado, una carga adicional en una situación ya opresiva. Para ello, se esfuerzan por

parecerse al colonizador con la esperanza sincera de que pueda dejar de considerarlos diferentes de

él. De ahí sus esfuerzos por olvidar el pasado, para cambiar los hábitos colectivos, y en su adopción

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entusiástica del lenguaje occidental, la cultura y sus costumbres. Pero si el colonizador no siempre

desalienta abiertamente a esos candidatos a desarrollar esa semejanza, nunca les permite que la

alcancen tampoco. Por lo tanto, viven en la ambigüedad dolorosa y constante. Rechazado por el

colonizador, comparten, en parte, las condiciones físicas de los colonizados y tener una comunión de

intereses con él, por otro lado, rechazan los valores de los colonizados como pertenecientes a un

mundo podrido del que tienen la esperanza de escapar.

El recientemente asimilado se coloca en una posición considerablemente superior al colonizador

medio. Promueven una mentalidad colonial excesiva, muestran desprecio orgulloso por los

colonizados y continuamente ostentan su rango prestado, que a menudo oculta una brutalidad

vulgar y avidez. Todavía demasiado impresionado por sus privilegios, los saborean y defienden con el

miedo y dureza, y cuando la colonización está en peligro, se vuelven sus defensores más dinámicos,

sus tropas de choque, y a veces, sus instigadores.

Los representantes de las autoridades, dirigentes, policías, etc, reclutados entre los colonizados,

forman una categoría de los colonizados que intenta escapar de su condición política y social. Pero al

hacerlo, al optar por ponerse al servicio del colonizador para proteger sus intereses exclusivamente,

terminan adoptando su ideología, incluso con respecto a sus propios valores y sus propias vidas.

Habiendo sido engañados hasta el punto de aceptar las injusticias de su posición, incluso a veces

beneficiándose de este sistema injusto, el colonizado todavía encuentra su situación más una carga

que otra cosa. Su desprecio puede ser sólo una compensación por su sufrimiento, como el

antisemitismo europeo es muy a menudo una salida conveniente para la miseria. Tal es la historia de

la pirámide de pequeños tiranos: Cada uno de ellos, siendo socialmente oprimidos por uno más

poderoso que él, siempre encuentra uno menos potente en quien apoyarse, y se convierte en un

tirano a su vez. ¡Qué venganza y orgullo para un carpintero de poca monta –que no es un colonizado

- caminar al lado de un trabajador árabe que lleva un tablón y unos cuantos clavos en la cabeza!...

Todos tienen por lo menos esta profunda satisfacción de ser negativamente mejor que los

colonizados: Nunca están envueltos totalmente en la humillación a la que el colonialismo les

impulsa.

El colonial no existe porque no depende de los europeos en las colonias el permanecer siendo un

colonial incluso si no pretendía serlo. Tanto si lo desea expresamente como si no, es recibido como

un privilegiado por las instituciones, las costumbres y las personas. Desde el momento en que

aterriza o se nace, se encuentra en una situación de hecho que es común a todos los europeos que

viven en una colonia, una posición que le convierte en un colonizador. Pero en realidad no es en este

nivel donde reside el problema ético fundamental del colonizador, el problema del enredo de su

libertad y por tanto de su responsabilidad. Podía, por supuesto, no haber buscado una experiencia

colonial, pero tan pronto como se inicia la aventura, no puede rechazar sus condiciones. Si nació en

las colonias de padres que son colonizadores, o si, en el momento de su decisión, en realidad no era

consciente del verdadero significado de la colonización, puede verse sujeto a esas condiciones,

independientemente de cualquier elección previa.

Las cuestiones fundamentales son dirigidas a los colonizadores a otro nivel. Una vez que ha

descubierto la importación de la colonización y es consciente de su propia posición (la del colonizado

y su necesaria relación)… ¿Va a aceptarla? ¿Va a aceptar ser un hombre privilegiado y desdeñar la

desgracia de los colonizados? ¿Va a ser un usurpador y reafirmar la opresión y la injusticia sobre los

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verdaderos habitantes de la colonia? ¿Va a aceptar ser un colonizador bajo el creciente hábito del

privilegio y la ilegitimidad, bajo la mirada constante del usurpado? ¿Va a adaptarse a esta posición y

su inevitable autocensura?...

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El colonizador que se niega

Si todo colonial inmediatamente asume el rol de colonizador, todo colonizador no necesariamente

se convierte en un colonialista. En cualquier caso, los hechos de la vida colonial no son simplemente

ideas, sino el efecto general de condiciones reales. Negarse significa o bien retirarse físicamente de

aquellas condiciones o quedarse y luchar para cambiarlas.

A veces sucede que un recién llegado, asombrado o por el gran número de mendigos, de niños

vagando medio desnudos, incómodo ante tan evidente organización de injusticia, indignados por el

cinismo de sus propios conciudadanos… (" ¡No prestes atención a la pobreza, verás que enseguida te

acostumbras a ella! "), inmediatamente piensa en irse a casa. Estando obligado a esperar hasta el

final de su contrato, es susceptible de acostumbrarse a la pobreza y al resto de cosas. Pero puede

ocurrir que este hombre, cuyo único deseo era ser una colonial, se encuentra no apto para este

papel y se marche rápidamente.

Pero ese voto no es necesariamente uno rígido. Esa indignación no siempre va acompañada por el

deseo de una política de acción. Es más bien una posición de principios. Puede protestar

abiertamente, o firmar una petición, o unirse a un grupo que no es automáticamente hostil hacia el

colonizado. Esto le basta para reconozca que simplemente ha cambiado dificultades y molestias. No

es fácil escapar mentalmente de una situación concreta, rechazar su ideología sin dejar de vivir bajo

sus relaciones reales. A partir de ahora, vive su vida bajo el signo de una contradicción que asoma a

cada paso, privándole de toda coherencia y de toda la tranquilidad.

A lo que en realidad está renunciando es a parte de sí mismo, y a lo que se está convirtiendo poco a

poco tan pronto como acepta vivir en una colonia. Participa y se beneficia de los privilegios que

denuncia a medias. ¿Recibe un trato menos favorable que sus conciudadanos? ¿Es que no disfruta

de las mismas facilidades para viajar? ¿Cómo podría evitar calcular, de forma inconsciente, que

puede permitirse un coche, un refrigerador, quizás una casa? ¿Cómo podría liberarse de este halo de

prestigio que le corona y sobre el que le gustaría sentirse ofendido?...

¿Debería pasar a racionalizar esta contradicción a fin de llegar a un acuerdo sobre ese

malestar?...Sus conciudadanos se encargarían de despertarlo. Primero con indulgencia irónica, lo

han conocido, entienden este malestar un tanto ingenuo del recién llegado, lo abandonaran como

resultado de la vida colonial en una multitud de pequeños y agradables compromisos.

Se le debe dejar, insisten, pues el romanticismo humanitario es visto en las colonias como una

enfermedad grave, el peor de todos los peligros. Es más o menos pasarse al lado del enemigo.

Si persiste, aprenderá que está poniendo en marcha un conflicto no declarado con su propia gente,

que siempre se mantendrá con vida, a menos que vuelva al redil colonialista o sea derrotado. Es

asombrosa la vehemencia de los colonizadores contra alguno de ellos que ponga en peligro la

colonización. Está claro que tal colonizador no es más que un traidor. Amenaza su propia existencia y

pone en peligro la propia Patria, a la que representan en la colonia. Sin embargo, las relaciones

históricas están de su lado. ¿Cuál sería el resultado lógico de la actitud de un colonizador que

rechaza la colonización?

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¿Por qué no habrían de defenderse vigorosamente contra una actitud que terminará en su

inmolación, tal vez en el altar de la justicia, o de cualquiera de las formas, en su sacrificio? Si tan sólo

reconocieran plenamente lo injusto de su posición. Pero son ellos mismos los que lo aceptaron y

tratan de beneficiarse al máximo de ella. Si este colonizador recién llegado no superar ese

intolerable moralismo que le impide vivir, si cree en ello con tanto fervor, déjale que empiece a irse.

Mostrará una prueba de la sinceridad de sus sentimientos y resolverá sus problemas, dejando de

creárselos a sus conciudadanos. En caso contrario, no debe esperarse que siga hostigándolos sin

interrupción. Tomarán la ofensiva y devolverán golpe por golpe. Sus amigos empezaran a ser hoscos

con él, sus superiores le amenazarán, incluso su esposa se unirá y llorará, la mujer está menos

preocupada por la humanidad en un sentido abstracto, el colonizado para ella no significa nada y

sólo se siente a gusto entre los europeos.

¿Entonces no hay salida excepto su marcha o la sumisión al núcleo de la comunidad colonial? Sí,

sigue habiendo una. Puesto que su rebelión le ha cerrado las puertas de la colonización y lo ha

aislado en medio del desierto colonial, ¿por qué no llamar a la puerta de los colonizados a los que

defiende y que seguramente abrirán sus brazos hacia él en señal de gratitud? Ha descubierto que

uno de los lados es el de la injusticia, y el otro, entonces, es el de la justicia. Que dé un paso más,

déjale completar su rebelión al máximo. ¡La colonia no se compone solo de los europeos!

Rechazando a los colonizadores, maldecido por ellos: Que adopte a los pueblos colonizados y que

sea adoptado por ellos, permítele convertirse en un traidor.

Hay muy pocos de esos colonizadores, incluso de buena voluntad extrema, que consideran

seriamente seguir ese camino, el problema real es más bien teórico, pero es un problema de gran

importancia en términos de una visión correcta de la vida colonial. Rechazar la colonización es una

cosa, adoptar a los colonizados y ser adoptados por ellos parece ser otra y los dos están lejos de

estar conectadas.

Para tener éxito en esta segunda conversión, el hombre tendría que ser un héroe moral. Dijimos que

debería haber roto económicamente y administrativamente con el lado de los opresores. Esa sería la

única forma de silenciarlos. ¡Qué gran demostración, donar la cuarta parte de sus ingresos o hacer

caso omiso de los favores de la administración! Pero vamos a dejar esto, es admitido hoy en día que

uno puede ser, a la espera de la revolución, un revolucionario y un explotador. Descubre que si el

colonizado tiene la justicia de su lado, si puede ir tan lejos como para darles su aprobación e incluso

su ayuda, su solidaridad se detiene aquí; No es uno de ellos y no tiene ningún deseo de ser uno de

ellos. Vagamente prevé el día de su liberación y la reconquista de sus derechos, pero no planea

seriamente compartir su existencia, incluso si son liberados.

¿Un rastro de racismo?...Tal vez, sin ser demasiado consciente de ello. ¿Quién puede eliminar por

completo de sí mismo la intolerancia en un país en el que todo el mundo está contaminado por ella,

incluyendo sus víctimas? ¿Es natural suponer, incluso mentalmente, la carga de un destino en el que

el desprecio y la burla pesan tanto? ¿Cómo podría, en cualquier caso, atraerse a sí mismo a la burla

que se pega a la persona de los colonizados? ¿Y cómo podía visualizar participar en cualquier

liberación futura, siendo él mismo ya libre? Todo esto es realmente nada más que un ejercicio

mental.

Pues no, no es necesariamente racismo. Simplemente ha tenido tiempo de darse cuenta de que una

colonia no es una extensión de su país de origen y que no está en su ambiente. Eso no es

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incompatible con sus principios. Desde que se descubrió al colonizado y su carácter existencial,

desde que los colonizados se han convertido de repente en vida y humanidad que sufre, el

colonizador se niega a participar en la represión y decide ir en su ayuda. Al mismo tiempo, entiende

que no solo ha cambiado su provincia, tiene otra civilización ante él, las costumbres difieren de las

suyas, hombres cuyas reacciones a menudo lo sorprenden, con quienes no siente una profunda

afinidad.

Sin duda tendrá que admitir esto, incluso si se niega a reconocerlo ante los colonialistas. No puede

dejar de juzgar a las personas y la civilización. ¿Cómo se puede uno negar que están atrasados, que

sus costumbres son extrañamente cambiantes y su cultura obsoleta?... Se apresura a responder que

esos defectos no son atribuibles a los colonizados sino a décadas de colonización que galvanizaron

su historia. Algunos argumentos colonialistas le molestan a veces. Por ejemplo, antes de la

colonización,¿ no eran los colonizados ya atrasados? Si se dejaron colonizar, es precisamente porque

no tenían capacidad de lucha, ya sea militar o técnicamente.

Entendiendo esto, sus deficiencias pasadas no significan nada en cuanto a su futuro se refiere. Nadie

duda de que fueran a superarlas, si tuvieran de nuevo libertad. Tiene fe en el genio de la gente, de

todos los pueblos. El hecho es, sin embargo, que admite una diferencia fundamental entre los

colonizados y él mismo. La actualidad colonial es un hecho histórico específico, la situación y el

estado de los colonizados, tal y como son en la actualidad, por supuesto, son sin embargo especiales.

Las pequeñas tensiones de la vida diaria lo apoyarán en su descubrimiento decisivo más que las

grandes convulsiones intelectuales. Habiendo probado el cuscús con curiosidad, ahora lo prueba de

vez en cuando por educación y considera que " llena, es degradante y que no es nutritivo". Se trata

de "la tortura por asfixia", dice con humor. O si le gusta el cuscús, no puede soportar "la música de

parque de atracciones", que se apodera de él y lo ensordece cada vez que pasa por un café. "¿Por

qué tanto ruido?” “¿Cómo pueden escucharse unos a otros?"… Le tortura ese olor a vieja grasa de

cordero, al que apesta muchas de las casas. Muchos rasgos de los colonizados le conmocionan o

irritan. Es incapaz de ocultar las repulsiones que siente y se manifiestan en declaraciones que

curiosamente recuerdan a las de un colonialista. Fue realmente hace mucho tiempo que estaba

seguro, a priori, de la identidad de la naturaleza humana en todas sus dimensiones. Es cierto que

todavía cree en ello, pero más bien como una universalidad abstracta o un ideal que será

encontrado en devenir histórico.

Va demasiado lejos, alguien comenta, su benevolente colonizador ya no es tan benevolente. Ha

evolucionado lentamente y ¿no es ya un colonialista? No, ¡en absoluto!, uno simplemente no puede

vivir, sobre todo para toda la vida, en lo que permanece como algo pintoresco y hasta cierto punto

alejado de la esfera natural de uno. Como turista uno puede enamorarse y tal vez interesarse por un

tiempo, pero se acaba por cansarse de ello y blindándose de la atracción inicial. Para vivir sin

angustia, hay que vivir en el desapego de uno mismo y del mundo, hay que reconstruir los olores y

los sonidos de la propia infancia. No es difícil hacerlo ya que solo requiere de acciones espontáneas y

actitudes mentales. Sería tan absurdo exigir que el colonizador se sintonice con la vida de los

colonizados ya que sería pedir intelectuales de izquierda que imiten a los trabajadores. Estos

intelectuales, después de haber insistido en vestirse descuidadamente, vistiendo camisas durante

días y días, y caminar en los zapatos claveteados, pronto se dieron cuenta de la estupidez de su

postura y en este caso el idioma, la gastronomía y las costumbres básicas eran las mismas. A

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diferencia del intelectual, sin embargo, el colonizador solo puede rechazar el ser identificado de

alguna manera con el colonizado.

"¿Por qué no usar un fez en los países árabes y teñirse el rostro negro en los países negros?", un

profesor irritado me preguntó una vez.

No es irrelevante agregar que ese maestro era un comunista.

Dicho lo anterior, estoy dispuesto a admitir que la excesiva idealización de la diferencia debe ser

evitada. Se puede pensar que las dificultades del colonizador benevolente en la adaptación no son

muy importantes. El factor esencial es la firmeza de la actitud ideológica y la condena de la

colonización. (A condición, por supuesto, de que esas dificultades no terminen obstruyendo la

rectitud de juicio ético.) Ser de derechas o de izquierdas no es solo una manera de pensar, también

quizás especialmente una forma de sentir y de vivir. Señalemos que hay muy pocos colonizadores

que no se dejan vencer por las repulsiones y las dudas, y además, estos matices deben ser tomados

en cuenta a fin de entender su relación con el colonizado y con la vida colonial.

Supongamos que nuestro benevolente colonizador ha logrado dejar a un lado tanto el problema de

sus propios privilegios como sus dificultades emocionales. Solo permanecen sus actitudes

ideológicas y políticas para ser analizadas.

Un comunista o socialista o simplemente un demócrata que se mantuvo así en la colonia. Tenía la

intención, no importaba qué cambios ocurrieran en su propio sentimiento individual o nacional, para

seguir siendo uno, o mejor aún, para actuar como un comunista, socialista o demócrata. En otras

palabras, que trabajaría hacia la igualdad económica y la libertad social, expresada en la colonia por

la lucha por la liberación de los colonizados y la igualdad entre colonizadores y colonizados.

Aquí nos ocupamos de uno de los capítulos más curiosos de la historia de la izquierda

contemporánea (si alguien se atreve a escribirlo) que podría ser titulado "El nacionalismo y la

izquierda".

Existe un malestar innegable en la izquierda europea frente al nacionalismo. El socialismo ya ha

intentado durante tanto tiempo tener una inclinación internacionalista que esta tradición ha

parecido estar atada a su doctrina y formar parte de sus principios fundamentales. Con izquierdistas

de mi generación la palabra "nacionalista" todavía evoca una reacción de recelo, cuando no de

hostilidad. Cuando la Unión Soviética, la "`Patria internacional" del socialismo, se estableció como

una nación, las razones para hacerlo no parecen convencer a muchos de sus admiradores más

devotos. Recordemos que hace poco tiempo, los gobiernos de los pueblos amenazados por el

nazismo recurrieron a las respuestas nacionales un tanto olvidadas. Esta vez, los partidos obreros,

despertados por el ejemplo ruso, descubrieron que el orgullo nacional se mantuvo fuerte entre las

tropas y respondió a esa llamada. El Partido Comunista Francés hasta se apoderó de él y reclamó ser

un "partido nacional", restableciendo la Tricolor y la Marsellesa. Y fue otra vez esa táctica -o ese

resurgir - lo que prevaleció en la guerra en contra de la inversión en esos viejos países por la Joven

América. En lugar de luchar como socialistas contra el peligro capitalista, los partidos comunistas (y

una gran parte de la izquierda) prefirieron oponer una entidad nacional a otra, y en el proceso,

confundiendo a los estadounidenses con los capitalistas. El resultado fue una constricción decidida

en la actitud socialista hacia el nacionalismo (una irresolución en la ideología de los partidos

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obreros). La cautela empleada por periodistas y ensayistas de izquierda que comentaron sobre este

problema es muy reveladora. Lo mencionan lo menos posible, no se atreven a condenarlo o

aprobarlo, porque no saben cómo hacerlo o tan siquiera si quieren integrarlo, para incluirlo en su

comprensión del devenir histórico. En una palabra, la izquierda hoy se siente incómoda ante el

nacionalismo.

Por una serie de razones históricas, sociológicas y psicológicas, la lucha por la liberación de los

pueblos colonizados ha adquirido un marcado aspecto nacional y nacionalista. Mientras que la

izquierda europea no puede sino aprobar, animar y apoyar esa lucha, le surgen muy intensas dudas y

malestar real frente a la forma nacionalista de los intentos de liberación. Además, el renacimiento

nacionalista de los partidos obreros es sobre todo un instrumento para el contenido socialista. Todo

sucede como si la liberación social, que sigue siendo el objetivo final, se materializara en forma más

o menos de forma permanente en nacional… Los internacionalistas habrían enterrado a las naciones

demasiado pronto. Pero la izquierda no siempre entiende con claridad el contenido social inmediato

de la lucha nacionalista de los pueblos colonizados. En resumen, la izquierda no encuentra en la

lucha de los colonizados, que apoya a priori, ni los medios tradicionales ni los objetivos finales de esa

izquierda a la que pertenece. Y resulta que este malestar se agrava claramente en un colonizador de

izquierda, es decir, alguien de izquierda viviendo en una colonia y viviendo su vida diaria dentro de

ese nacionalismo.

Tomemos el terrorismo, un ejemplo de los métodos usados en dicha lucha. Sabemos que la tradición

izquierdista condena el terrorismo y el asesinato político. Cuando los colonizados lo utilizan, el

colonizador de izquierda se vuelve insoportablemente incómodo. Hace un esfuerzo por separarlos

de la acción voluntaria del colonizado, para hacer un epifenómeno de su lucha. Son estallidos

espontáneos de masas mucho tiempo oprimidas, o mejor aún, actos de elementos inestables, poco

fiables, que el líder del movimiento tiene dificultades para controlar. Incluso en Europa, muy pocas

personas admiten que la opresión de los colonizados fue tan grande, la desproporción de fuerzas tan

abrumadora, que habían llegado a un punto, ya sea moralmente correcto o no, de voluntariamente

utilizar medios violentos. El colonizador de izquierda trató en vano de explicar acciones que parecen

incomprensibles, chocantes y políticamente absurdas. Por ejemplo, la muerte de niños y personas

fuera de la lucha, o incluso de colonizados que, sin estar básicamente en contra, desaprueban

algunos pequeños aspectos de la lucha. Al principio estaba tan desconcertado que lo mejor que

podía hacer era negar este tipo de acciones, porque no encajaban en ninguna parte de su visión del

problema. Podría ser que la crueldad de la opresión explicara la furia ciega de la reacción no parecía

ser un argumento para él, no puede aprobar los actos de los colonizados que condena a los

colonizadores ya que estos son exactamente la razón de porqué se condena la colonización.

Entonces, después de haber sospechado que la información es falsa, dice como último recurso, que

estas acciones son errores, es decir, que no deben pertenecer a la esencia del movimiento.

Valientemente afirma que los líderes ciertamente las desaprueban. Un periodista que siempre apoyó

la causa de los colonizados, cansado de esperar a una censura y condena de los actos que no llegaba,

por fin llamó a algunos dirigentes para que tomaran una posición pública contraria a los atentados.

Por supuesto, no recibió respuesta, y no tuvo la ingenuidad adicional de insistir.

Frente a este silencio, ¿qué podía hacer? …Trató de interpretar el fenómeno por sí mismo y por el

bien de su inquietud por explicárselo a los demás, pero nunca, hay que decirlo, para justificarlo. Los

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líderes no pueden y no hablarán a pesar de que son conscientes de ese terrorismo. Habría aceptado

con alivio, con alegría, el más mínimo indicio de comprensión. Y puesto que esos indicios no pueden

venir, se encuentra a sí mismo en un dilema poco envidiable: O comparar la situación colonial a

cualquier otra y por lo tanto aplicarle los mismos métodos analíticos, juzgándola y a los colonizados,

de acuerdo con los valores tradicionales o debe considerar la coyuntura colonial como algo original y

abandonar sus valores y hábitos habituales de pensamiento político que le indujeron a tomar

partido. En otras palabras, o ya no reconoce el colonizado o ya no se reconoce a sí mismo. Sin

embargo, al no poder decidirse a elegir ninguna de estas rutas, se queda en el cruce y pierde el

contacto con la realidad. Aplica a uno y a otro los motivos ocultos que estime conveniente y retrata

a los colonizados según su reconstrucción. En resumen, comienza a construir mitos.

También está preocupado por el futuro de la liberación de los colonizados, al menos sobre su futuro

cercano. A menudo, la nación liberada se autoafirma más allá de los límites de la lucha, y aspira, por

ejemplo, a ser religiosa o no muestra preocupación por la libertad individual. Una vez más no hay

otra salida que asumir un motivo oculto, más audaz y más noble. En sus corazones -todos los lúcidos

y responsables combatientes no son más que teócratas- realmente aman y veneran la libertad. Es la

crisis inmediata lo que les lleva a disimular sus verdaderos sentimientos, la fe sigue siendo fuerte

entre las masas colonizadas y deben tenerlo en cuenta. En cuanto a su aparente desprecio por la

democracia, se puede explicar por el hecho de que necesitan el apoyo de todos los grupos y tienen

miedo de alienar a las poderosas clases burguesas y terratenientes.

Pero el terrorismo no coincide con la idea de los colonizadores de izquierda hacia la liberación y su

inquietud permanece arraigada, a menudo reapareciendo. Los líderes de los colonizados no pueden

criticar los sentimientos religiosos de sus tropas- lo que el colonizador de izquierda admitirá-, pero

explotarlos es ¡otra cosa!...Esas proclamas en nombre de Dios, el concepto de Guerra Santa, por

ejemplo, desequilibra y asusta al hombre de izquierda. ¿Es puramente estratégico? ¿Cómo no darse

cuenta de que cuando se liberan, la mayoría de las naciones recién liberadas se apresuran a incluir la

religión en sus constituciones, o que sus leyes no se ajusten a las premisas de libertad y democracia

que el colonizador de izquierda espera?

Entonces, temiendo que podría estar equivocado una vez más, se retirará; Especulará sobre un

futuro más lejano. Más tarde, con toda seguridad, líderes surgirán de en medio de los pueblos que

expresaran honestamente sus necesidades, que defenderán sus verdaderos intereses, en armonía

con los imperativos morales (y socialistas) de la historia. Era inevitable que solo la burguesía y los

terratenientes, que tenía algo de educación, establecieran el marco y pusieran su huella en el

movimiento. Más tarde, el colonizado se librará de la xenofobia y la tentación racista, que el

colonizador de izquierda percibe, no sin preocupación. Una reacción inevitable al racismo y la

xenofobia del colonizador es que se hace necesario esperar a la desaparición de la colonización y de

las heridas que ha dejado en la carne de los colonizados. Más tarde, se sacudirá el oscurantismo

religioso.

Pero mientras tanto, el colonizador de izquierda no puede dejar de permanecer confundido sobre el

significado de la batalla inmediata. Para él, ser de izquierda significa no solo aceptar y ayudar a la

liberación nacional de los pueblos, sino también incluye la democracia política y la libertad, la

democracia económica y la justicia, el rechazo a la xenofobia racista y el progreso universal, material

y espiritual. Debido a que tales aspiraciones significan todas esas cosas, todo verdadero izquierdista

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debe apoyar las aspiraciones nacionales de personas. Si el colonizador de izquierda rechaza la

colonización renunciando a su papel como colonizador, es en el nombre de este ideal. Pero ahora

descubre que no hay conexión entre la liberación de los colonizados y la aplicación de un programa

de la izquierda más izquierda. Y que, de hecho, está quizás ayudando al nacimiento de un orden

social en el que no hay lugar para un hombre de izquierda, como tal, al menos en un futuro

inmediato.

Incluso puede suceder que, por diversas razones, para ganar la amistad de los poderes reaccionarios,

para llevar a cabo una unión nacional o por convicción, los movimientos de liberación destierren

inmediatamente la ideología de izquierda y rechacen sistemáticamente su ayuda, poniéndolo así en

intolerable vergüenza, condenándolo a la esterilidad. Entonces el colonizador, como un izquierdista

militante, incluso se encuentra a sí mismo casi fuera de los movimientos de liberación colonial.

Estas mismas dificultades, por otra parte, esta duda que se parece curiosamente al remordimiento,

le excluye aún más. Lo hacen sospechoso no solo a los ojos de los colonizados sino también en los de

la izquierda en su país, es esto último lo que lo hace sufrir más. Voluntariamente se desvinculó de los

europeos de la colonia, hace caso omiso de sus insultos e incluso es enorgullece de ellos. Pero los

izquierdistas son realmente los suyos, los jueces a los que nombró, ante quien desea justificar su

vida en la colonia. Ahora, sus compañeros y jueces casi no lo entienden, la menor de sus tímidas

reservas traen desconfianza e indignación. ¿Cómo? le dicen, un pueblo está esperando, sufren de

hambre, enfermedad y desprecio, un niño de cada cuatro muere antes de que cumpla un año…¡Y

quiere garantías sobre los medios y los fines! ¡Qué condiciones establece por su cooperación!

Después de todo, este asunto es de ética e ideología. La única tarea en este momento es la de liberar

al pueblo. En cuanto al futuro, habrá tiempo de sobra para lidiar con él cuando se convierta en el

presente. Sin embargo, insiste, la forma de la post-liberación ya es evidente. Lo van a callar con un

decisivo argumento que trata de una simple negativa a mirar ese futuro en la cara, diciéndole que el

destino de los colonizados no le afecta y que lo que el colonizado vaya a hacer con su libertad les

incumbe solo a ellos.

Si quiere ayudar a los colonizados, es precisamente porque su destino le afecta, ya que su destino y

el de ellos se entrelazan e importan el uno al otro, ya que espera seguir viviendo en la colonia. No

puede dejar de pensar amargamente que la actitud de los izquierdistas en casa es realmente una

abstracción. Por supuesto, en el momento de la resistencia contra los nazis, la única tarea que era

imprescindible y que unía a todos los combatientes era la liberación. Pero todos ellos lucharon por

un cierto futuro político también. Si a los grupos de izquierda, por ejemplo, se les habría asegurado

que el futuro régimen sería teocrático y autoritario, o a los grupos derechistas que sería comunista,

si se hubieran dado cuenta de que, por razones sociológicas imperativas serían aplastados después

de la batalla,¿habrían ido ambos a pelear? …Tal vez. Pero, ¿sus dudas o sus temores habrían

parecido tan ofensivas? Creyendo que el socialismo era exportable y el marxismo universal, el

colonizador de izquierda se pregunta si no ha fallado por excesivo orgullo. En este asunto, creía

tener el derecho a luchar por su concepción del mundo, de acuerdo con la cual esperaba construir su

vida.

La izquierda en el país, así como los propios colonizados, están de acuerdo en que se debería retirar

(y encima, curiosamente, también el colonialista, lo que confirma la heterogeneidad de las

mentalidades).

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Prestará apoyo a la liberación incondicional de colonizado, por cualquier medio que use y el futuro

que parece que han elegido por sí mismos. Un periodista del mejor semanario francés de izquierda

acabó admitiendo que el destino de un hombre podría significar lograr el Corán y apoyar a la Liga

Árabe. El Corán, está bien pero la Liga Árabe…¿Debe la justa causa del pueblo incluir sus engaños y

errores? El colonizador de izquierda aceptará todos los temas ideológicos del combatiente

colonizado, olvidará temporalmente que él es un hombre de izquierda.

Para tener éxito en convertirse en un traidor ya que finalmente ha decidido hacerlo, no es suficiente

aceptar la posición de los colonizados, es necesario ser amado por ellos.

El primer punto no fue alcanzado sin dificultades o graves contradicciones ya que tuvo que

abandonar sus valores políticos básicos. El intelectual o la burguesía progresista puede que desee

que las barreras entre él y los colonizados desaparezcan, esos son características de clase a las que

con mucho gusto renunciaría. Pero nadie aspira seriamente hacia el cambio de idioma, costumbres,

religión, etc. Incluso para aliviar su conciencia, ni siquiera por su seguridad material.

El segundo punto es no más fácil. Para realmente convertirse en parte de la lucha colonial, incluso

toda su buena voluntad no es suficiente, tiene que haber todavía la posibilidad de adopción por

parte de los colonizados. Sin embargo, sospecha que no tendrá lugar en la futura nación. Este será el

último descubrimiento, el más impresionante para los colonizadores de izquierda, el que a menudo

hace en la víspera de la liberación, cuando en realidad era predecible desde el principio.

Para entender este punto, es necesario tener en cuenta una característica esencial de la naturaleza

de la vida colonial, la situación colonial se basa en la relación entre un grupo de personas y otro. El

colonizador de izquierda es parte del grupo opresor y se verá obligado a compartir su destino, al

igual que compartía su buena fortuna. Si su propia gente, los colonizadores, son un día expulsados

de la colonia, los colonizados probablemente no harán ninguna excepción con él. Si pudiera seguir

viviendo en medio de los colonizados, como extranjero tolerado, toleraría junto con los antiguos

colonizadores el rencor de un pueblo una vez intimidado por ellos. Si su país de origen permaneciera

en la colonia, continuaría cosechando su parte del odio a pesar de sus manifestaciones de buena

voluntad. A decir verdad, el estilo de una colonización no depende de uno o unos pocos individuos

generosos o con visión de futuro. Las relaciones coloniales no surgen de la buena voluntad o las

acciones individuales sino que existen antes de su llegada o de su nacimiento y si las acepta o

rechaza importa poco. Son ellas, por el contrario, las que como cualquier institución, determinan a

priori su lugar y el de los colonizados y en última instancia, su verdadera relación. No importa como

pueda tranquilizarse a sí mismo: "Yo siempre he sido así o así con el colonizado", sospecha, aunque

no sea culpable en absoluto como individuo, el cual comparte la responsabilidad colectiva por el

hecho de pertenecer a un grupo opresor nacional. Al ser oprimido como grupo, los colonizados

deben adoptar necesariamente una forma nacional y étnica de la liberación de la que él no puede

dejar de ser excluido.

¿Cómo podía dejar de pensar, una vez más, que esta lucha no es el suyo? ¿Por qué debería luchar

por un orden social en el que entiende que no habrá lugar para él?

En apuros el papel del colonizador de izquierda se colapsa. Hay, creo, situaciones históricas

imposibles y esta es uno de ellas. La vida actual de los colonizadores de izquierda en la colonia es, en

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última instancia, inaceptable en razón de su ideología y si esa ideología triunfara cuestionaría su

propia existencia. La consecuencia estricta de este descubrimiento sería el abandono de ese rol.

Puede, por supuesto, tratar de llegar a un acuerdo con la situación y su vida será una larga serie de

ajustes. El colonizado vive en medio de los que no son su pueblo y en verdad nunca lo serán.

Después de una cuidadosa consideración, no puede identificarse con ellos y ellos no lo pueden

aceptar. "Me siento más a gusto con colonialistas europeos", confesó un colonizador de izquierda

que con “cualquiera de los colonizados". No prevé, si alguna vez se hizo, tal asimilación; En cualquier

caso, carece de la imaginación necesaria para una revolución de ese tipo. Mientras suele soñar con

un mañana, un nuevo Estado social en el cual el colonizado dejará de ser colonizado, ciertamente no

concibe, por otro lado, una profunda transformación de su propia situación y de su propia

personalidad. En ese nuevo estado, más armonioso, saldrá lo que él es, con su lenguaje intacto y sus

tradiciones culturales dominando. A través de una contradicción que de hecho no ve en sí mismo o

se niega a ver, espera seguir siendo un europeo por derecho divino en un país que ya no sería un

bien inmueble de Europa, pero esta vez, por el derecho divino del amor y la renovada confianza. Ya

no estará protegido y gobernado por su ejército sino por la fraternidad de los pueblos.

Jurídicamente, habrá muy pocos y pequeños cambios administrativos, cuya naturaleza práctica y

consecuencias no podrá adivinar. Sin tener un cuadro jurídico claro, tiene la vaga esperanza de ser

parte de la futura joven nación, pero con firmeza se reserva el derecho de seguir siendo un

ciudadano de su país natal. Finalmente se da cuenta de que todo puede cambiar. Invoca el fin de la

colonización, pero se niega a concebir que esta revolución pueda dar lugar a la destrucción de su

situación y de sí mismo. Porque es mucho pedir en la imaginación de cada uno, visualizar el propio

final aunque sea con el fin de volver a renacer otro, especialmente si, como el colonizador,

difícilmente puede evaluar tal renacimiento.

Uno entiende ahora un rasgo peligrosamente engañoso del colonizador de izquierda, su ineficacia

política. Es el resultado de la naturaleza de su posición en la colonia. Sus demandas, en comparación

con las de los colonizados, o incluso los de un colonizador de derecha, no son sólidas. Además, ¿se

ha visto alguna vez una demanda política seria, una que no sea una ilusión o fantasía, que no

descanse sobre soportes sólidos concretos, ya se trate de las masas o poder, dinero o la fuerza? El

colonizador de derecha es consistente cuando exige un status quo colonial, o incluso cuando

cínicamente pide más privilegios y más derechos. Defiende sus intereses y su forma de vida y puede

utilizar fuerzas enormes para apoyar sus demandas. Las esperanzas y los deseos de los colonizados

son igual de claros. Están basadas en fuerzas latentes que no se dan cuenta de su propio poder pero

que son capaces de logros sorprendentes. El colonizador de izquierda se niega a formar parte de su

grupo de conciudadanos. Al mismo tiempo, es imposible para él para identificar su futuro con el de

los colonizados. Políticamente, ¿quién es él? ¿No es una expresión de sí mismo, de una fuerza

insignificante en los diversos conflictos en el colonialismo?

Sus deseos políticos se verán afectadas por un defecto inherente a su propia posición anómala. Si

intenta iniciar un grupo político, solo le interesará a los que ya son colonizadores izquierdistas u

otros “herejes” fuera de lugar. Nunca tendrá éxito en la atracción de un gran número de los

colonizados o los colonizadores porque amenaza sus intereses.

En una situación como ésta, debe derivarse, dirigir hacia ella, un partido de gran expresión popular,

y la facción de izquierda no lo es. No puede tratar de iniciar una huelga. Descubrirá inmediatamente

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que él es un extraño y por tanto, totalmente impotente. Si acepta ofrecer su ayuda incondicional, no

le aseguraría el tener ningún protagonismo en los acontecimientos, no solo eso, sino que ese aire de

gratuidad solo sirve para enfatizar aun más su impotencia política.

La distancia entre su compromiso y el de los colonizados tendrá consecuencias imprevisibles e

insuperables. A pesar de sus intentos de participar en la política de la colonia, estará

constantemente fuera de lugar en su lenguaje y en sus acciones. Podría dudar o rechazar una

demanda de los colonizados, la importancia de la cual no entenderá inmediatamente. Esta falta de

percepción parecerá confirmar su indiferencia. Queriendo competir con los nacionalistas menos

realistas, podría caer en un tipo extremo de demagogia que aumentará la desconfianza de los

colonizados. Al explicar los actos de los colonizadores, ofrecerá racionalizaciones oscuras o

maquiavélicas, cuando la simple mecánica de la colonización se explica a sí misma. O, para el

asombro irritado de los colonizados, en voz alta excusará lo que éste condena en sí mismo. Por lo

tanto, mientras oponiéndose a lo siniestro, el colonizador benevolente nunca puede alcanzar el bien,

pues su única opción no es entre el bien y el mal, sino entre el mal y el desasosiego.

Al final, el colonizador de izquierda no puede dejar de cuestionar el éxito de sus esfuerzos. Sus

arrebatos de furor verbal sólo despiertan el odio de sus conciudadanos y dejan indiferentes a los

colonizados. Sus declaraciones y promesas no tienen influencia en la vida de los colonizados porque

no está en el poder. Tampoco puede conversar con los colonizados, haciendo preguntas o pidiendo

garantías. Es miembro de los opresores y en el momento en que hace un gesto dudoso o se olvida de

mostrar la más mínima reserva diplomática (cree que puede permitirse la franqueza autorizado por

la benevolencia), levanta sospechas. También admite que no debe avergonzar al colonizado

combatiente con dudas o preguntas públicas. En resumen, todo confirma su soledad, desconcierto e

ineficacia. Poco a poco se dará cuenta de que la única cosa que puede hacer es permanecer en

silencio. ¿Es necesario decir que este silencio probablemente no sea para él una angustia terrible?...

Más bien se obligaba a sí mismo a luchar en nombre de una justicia teórica por intereses que no son

los suyos y a menudo incluso incompatible con los suyos.

Si no puede soportar este silencio y hace de su vida un compromiso permanente, puede acabar

dejando la colonia y sus privilegios. Y, si su ética política no le permitiera "huir", hará un escándalo.

Criticará a las autoridades hasta que es "entregado a disposición de la Metrópoli " según la jerga

administrativa. Al dejar de ser un colonizador, pondrá fin a su contradicción y desasosiego.

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El colonizador que acepta

Un colonizador que rechaza el colonialismo no encuentra una solución para su angustia en la

rebelión. Si no se elimina a sí mismo como un colonizador, se resigna a una posición de ambigüedad.

Si rechaza esta medida extrema, contribuirá a la creación y a la confirmación de la relación colonial.

Es comprensible que sea más conveniente aceptar la colonización y tomar el camino que conduce

del colonial hasta el colonialista.

Un colonialista es, después de todo, solo un colonizador que acepta ser un colonizador. Al hacer su

posición explícita, busca legitimar la colonización. Se trata de una actitud más lógica, materialmente

más coherente que la danza atormentada del colonizador que se niega y sigue viviendo en una

colonia. El colonizador que acepta su papel trata en vano de ajustar su vida a su ideología. El

colonizador que se niega, trata en vano de ajustar su ideología a su vida, por tanto unificando y

justificando su conducta. En general, ser un colonialista es la vocación natural de un colonizador.

Es habitual separar al inmigrante del colonialista de nacimiento. Un inmigrante puede adoptar la

doctrina colonialista más lentamente, mientras que la transformación de un colonizador nativo en

un colonialista es más inevitable. Influencia de la familia, intereses creados, situaciones adquiridas,

en las que vive y por las que se ve muy influenciado y de las cuales el colonialismo es la ideología,

restringen su libertad. No creo, sin embargo, que esa distinción sea fundamental. La condición

material de una persona privilegiada-usurpadora es idéntica para el que la hereda al nacer y para el

que la disfruta desde el mismo momento en que aterriza. La toma de conciencia de lo que es y de lo

que se convertirá se produce necesariamente, en mayor o menor medida, si esa condición es

aceptada.

Es una mala señal decidir pasarse la vida en las colonias, al igual que es una indicación negativa el

casarse con una dote. El inmigrante que está dispuesto a aceptar cualquier cosa, después de haber

llegado con el expreso propósito de disfrutar de los beneficios coloniales, se convertirá en un

colonialista por vocación.

El modelo es muy común y su retrato fluye fácilmente desde la punta de un bolígrafo. El hombre es

en general joven, prudente y esmerado. Su columna vertebral es dura y sus dientes largos. No

importa lo que pase justifica todo el sistema y a los funcionarios del mismo. Obstinadamente

pretende no haber visto nada de la pobreza y la injusticia que están justo delante de su nariz, está

interesado en la creación de una posición para sí mismo, en la obtención de su parte del botín. Un

mentor lo envía, otro le da la bienvenida, y su trabajo ya le está esperando. Si ocurre que no fue

convocado precisamente a la colonia, pronto será elegido para ir allí. Se necesita muy poco tiempo

para que la solidaridad de los colonizadores entre en juego. "¿Podemos dejar a un conciudadano en

apuros?" He visto a muchos inmigrantes que, habiendo llegado recientemente, tímidos y modestos,

provistos de pronto de un título maravilloso, ven su oscuridad iluminada por un prestigio que les

sorprende incluso a ellos. Luego, con el apoyo del corsé de su rol especial, levantan sus cabezas, y

pronto asumen tal nivel de autoconfianza excesiva que los hace marear: ¿Por qué no habrían de

felicitarse por haber llegado a la colonia? ¿Acaso de no deberían estar convencidos de la excelencia

del sistema que los hace ser lo que son? A partir de entonces lo van a defender agresivamente y van

a terminar creyendo que es correcto. En otras palabras, el inmigrante se ha transformado en un

colonialista.

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Incluso si la intención no es tan clara, el resultado final no es diferente con los colonialistas por

persuasión. Un funcionario del gobierno asignado allí por casualidad, o un primo a quien un primo le

ofrece asilo, que incluso puede ser de izquierda a la llegada y se desarrolla irremediablemente por el

mismo mecanismo implacable en un colonialista rudo o astuto. Como si hubiera sido suficiente

cruzar el mar, como si lo hubiera podrido el calor en la cabeza…Lo contrario se aplica a los

colonizadores nativos. Si bien la mayoría se aferran a su oportunidad histórica y la defienden a toda

costa, hay algunos que recorren el camino inverso, el rechazo de la colonización y, tal vez, dejan la

colonia. Son en su mayoría muy jóvenes, los más generosos, los más abiertos que, al salir de la

adolescencia, deciden que no quieren pasar su hombría en una colonia.

En ambos casos, lo mejor desaparece. Ya sea por razones éticas, al no ser capaz de justificar el

beneficiarse de la injusticia diaria, o simplemente por orgullo, porque sienten que son mejores que

el colonizador promedio, se van de la colonia. Fijan su mirada en ambiciones y horizontes distintos a

los de la colonia, los cuales, contrariamente a lo que se piensa, son muy limitadas. En cualquier caso,

la colonia no puede retener a los miembros destacados de sus poblaciones: Los que vinieron

temporalmente y vuelven burlándose del engaño de la colonia, los indígenas que no pueden

soportar los juegos amañados en los que es muy fácil llegar a tener éxito sin la aplicación de las

capacidades completas de uno. "El colonizado que alcanza el éxito es generalmente superior a los

europeos de la misma categoría", me admitió amargamente el presidente de un tribunal

examinador. "Usted puede estar seguro de que se lo merecen".

La eliminación constante de los mejores colonizadores explica una de las características más

frecuentes de los que se quedan en la colonia y su mediocridad.

La incoherencia entre el prestigio, las pretensiones y las responsabilidades de un colonialista, junto

con la disparidad entre su verdadera capacidad y los resultados de su trabajo, es demasiado grande.

Al acercarse a una sociedad colonial, uno no puede dejar de esperar encontrarse con una élite, o al

menos una selección de los mejores técnicos, los más eficientes y los más fiables. Casi en todas

partes, las personas que ocupan, por derecho o de hecho, los altos cargos, lo saben y reclaman

estima y honor debido a esto. La sociedad de los colonizadores pretende ser una sociedad de gestión

y trabaja duro para darle esa apariencia. Las recepciones de delegados de la Madre Patria son más

parecidos a los otorgados a un Jefe de Estado. El viaje menos significativo implica una serie de

petardeo imperioso y sirenas de motociclistas. No reparan en gastos para causar una buena

impresión en el colonizado, el extranjero y posiblemente, en el propio colonizador.

Al examinar la situación más de cerca, uno generalmente encuentra solo a los hombres de baja talla

más allá de la pompa o el simple orgullo del pequeño colonizador. Sin prácticamente ningún

conocimiento de la historia, los políticos que tienen la tarea de dar forma a la historia, siempre son

sorprendidos o incapaces de prever los eventos. Los especialistas responsables del futuro técnico del

país resultan ser unos técnicos obsoletos, ya que están libres de toda competencia. En lo que se

refiere a los administradores, la negligencia y la indigencia de la gestión colonial son bien conocidos.

Debe decirse en verdad que una mejor gestión de la colonia casi no forma parte de los propósitos de

la colonización.

Puesto que hay más de una raza colonizadora y más de una raza colonizada, sin duda tiene que

haber otra explicación para los defectos sorprendentes de los gobernantes de las colonias. Ya hemos

señalado la deserción de los mejores, un doble defección de nativos y recién llegados. Este

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fenómeno resulta en un complemento desastroso; Los mediocres se quedan y para toda la vida. Esto

es debido a que no habían esperado tanto. Una vez instalados, tienen cuidado de no ceder su

posición a menos que se les proponga una mejor (lo que solo puede suceder en una colonia). Es por

esto que, al contrario de lo que se cree comúnmente, el personal colonial es relativamente estable.

La promoción del personal mediocre no es un error temporal, sino una catástrofe duradera de la que

la colonia nunca se recupera. Las aves de paso, incluso si les anima una energía considerable, nunca

consiguen romper la apariencia, o simplemente la rutina administrativa, de la sede de la colonia.

La selección progresiva de los mediocres, que necesariamente tiene lugar en una colonia se agrava

aún más por un campo de reclutamiento restringido. Solo el colonizador es llamado en virtud de su

nacimiento, de padre a hijo, de tío a sobrino, de primo a primo, por un gobierno exclusivo y racista

para administrar los asuntos de la ciudad. La clase gobernante, únicamente del grupo colonizador,

por lo tanto se beneficia tan solo de una entrada insignificante de sangre nueva. Una especie de

etiolación, si se puede llamar así, se produce por consanguinidad administrativa.

Son los ciudadanos mediocres los que establecen el tono general de la colonia. Son los verdaderos

socios del colonizado, ya que son los mediocres los que están más necesitados de la compensación

de la vida colonial. Es entre ellos y los colonizados donde se crean las relaciones coloniales más

típicas. Se aferrarán fuertemente a esas relaciones, al sistema colonial, a su status quo, ya que

presienten que la totalidad de su existencia colonial depende de ello. Lo han apostado todo, y para

siempre, en la colonia.

Incluso si todo colonialista no es mediocre, cada colonizador debe, en cierta medida, aceptar la

mediocridad de la vida colonial y la de los hombres que prosperan en ella.

También está claro que cada colonizador debe adaptarse a su verdadera situación y las relaciones

humanas resultantes de ella. Al haber optado por ratificar el sistema colonial, el colonialista no ha

superado realmente las dificultades actuales. La situación colonial empuja realidades económicas,

políticas y afectivas sobre cada colonizador, contra las que puede rebelarse, pero que nunca puede

abandonar. Estos hechos constituyen la esencia misma del sistema colonial y pronto el colonialista

se da cuenta de su propia ambigüedad.

Al aceptar su papel como colonizador, el colonialista acepta la culpa implícita en ese papel. Esta

decisión de ninguna manera le trae una paz mental permanente. Por el contrario, el esfuerzo que

hará para superar la confusión de su papel nos dará una de las claves para entender su posición

ambigua. Las relaciones humanas en la colonia tal vez hubieran sido mejores si los colonialistas

hubiesen estado convencidos de su legitimidad. En efecto, el problema ante el colonizador que

acepta es el mismo que el del colonizador que se niega. Solo son diferentes las soluciones, el

colonizador que acepta inevitablemente se convierte en un colonialista. Algunas características

pueden agruparse en un todo coherente que nace de este supuesto de sí mismo y de su situación.

Estas características forman lo que denominaremos el rol del Usurpador (o, el complejo de Nerón).

Como hemos dicho antes, aceptar la realidad de ser un colonizador significa aceptar ser un

privilegiado ilegítimo, es decir, un usurpador. Sin duda, un usurpador reclamará su lugar y, si es

necesario, lo defenderá por todos los medios a su disposición. Esto equivale a decir que en el

momento de su triunfo, admite que lo que triunfa en él es una imagen que él condena. Su verdadera

victoria nunca estará, por tanto, con él: Ahora necesita registrarla en las leyes y en la moral. Para

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esto tendrá que convencer a los demás, si no a sí mismo. En otras palabras, para tener la victoria

completa necesita absolverse de ella y de las condiciones en las que la logró. Esto explica su

insistencia extenuante, extraña en un vencedor, en asuntos aparentemente fútiles. Se esfuerza en

falsificar la historia, reescribe las leyes, extinguiría los recuerdos, cualquier cosa para tener éxito en

la transformación de su usurpación en legitimidad.

¿Cómo? ¿Cómo puede tratar de pasar la usurpación por la legitimidad? Un intento puede ser

mediante la demostración de los méritos eminentes del usurpador, tan eminentes que merecen

dicha compensación. Otra es la de insistir en los deméritos de los usurpados, tan profundos que no

se puede evitar que los conduzcan a la desgracia. Su inquietud y la sed resultante de justificación

requieren que el usurpador se exalte a sí mismo a los cielos y conducir al usurpada debajo tierra al

mismo tiempo. En efecto, estos dos intentos de legitimación son realmente inseparables.

Por otra parte, cuanto más es oprimido el usurpado, más triunfa el usurpador y por tanto, más

confirma su culpabilidad y establece su propia condena. Por tanto, el impulso de este mecanismo de

defensa impulsa y empeora a medida que continúa moviéndose. Este proceso de auto-derrota

empuja el usurpador a ir un paso más allá, a desear la desaparición del usurpado, cuya existencia le

provoca tomar el papel del usurpador y cuya opresión cada vez más brutal le convierte más y más en

un opresor. Nerón, el modelo típico de un usurpador, acosó salvajemente a Británico y lo persiguió.

Pero cuanto más daño le hace, más coincide con el papel atroz que ha elegido para sí mismo. Cuanto

más se hunde en la injusticia, más odia a Británico. Trata de perjudicar a la víctima lo que le

convierte en un tirano. No contento con haberle robado el trono, Nerón intenta violar la única

posesión que le queda, el amor de Junia. No es ni pura envidia ni perversidad que le atrae

irresistiblemente hacia la suprema tentación, sino más bien la inevitabilidad interior o la usurpación

moral y la supresión física del usurpado.

En el caso de los colonialistas, sin embargo, la tentación de llevar a cabo la desaparición del

usurpado encuentra una autorregulación dentro de sí mismo. Si puede vagamente desear - quizás

incluso reconocerlo- eliminar a los colonizados del plano de los vivos, sería imposible que lo haga sin

eliminarse a sí mismo. La existencia del colonialista está íntimamente alineada con la de los

colonizados de que nunca será capaz de superar el argumento que dice que la desgracia es buena

para algo. Con todo su poder tiene que renegar de los colonizados, al tiempo que su existencia es

indispensable para la suya. Habiendo optado por mantener el sistema colonial que debe aportar más

vigor en su defensa de lo que lo habría sido necesario para disolverlo por completo. Habiendo

reconocido la relación injusta que lo ata a los colonizados, debe intentar continuamente absolverse

a sí mismo. Nunca se olvida de hacer una demostración pública de sus propias virtudes, y discutir

con vehemencia para aparecer heroico y grande. De esta forma sus privilegios emergen tanto de su

“gloria” como de la degradación del colonizado. Persistirá en degradarlos, usando los colores más

oscuros para representarlos. Si es necesario, actuará para devaluarlos, aniquilarlos. Pero nunca

puede escaparse de este círculo. La distancia que la colonización coloca entre él y los colonizados

debe ser tenida en cuenta y para justificarse a sí mismo, aumenta la distancia aún más mediante la

colocación de las dos figuras irremediablemente en oposición, su posición gloriosa y la despreciable

de los colonizados.

Esta auto-justificación conduce así a una verdadera reconstrucción ideal de los dos protagonistas del

drama colonial. Nada es más fácil que armar las supuestas características de estos dos retratos

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propuestos por los colonialistas. Para ello, una breve estancia en una colonia, un par de

conversaciones o simplemente una rápida mirada sobre la prensa o una novela colonial sería

suficiente. Veremos que estas dos imágenes no dejan de tener importancia. La de los colonizados,

vistos por los colonialistas; Ampliamente circulando en la colonia y a menudo en todo el mundo (en

donde gracias a sus periódicos y literatura, termina por estar repetida en cierta medida en la

dirección y por tanto, en el aspecto real de los colonizados). Del mismo modo, la manera en que el

colonialista quiere verse a sí mismo desempeña un papel importante en la aparición de su retrato

final.

No es solo un caso de intelectualización, sino la elección de un modo de vida. Este hombre, tal vez

un amigo cálido y afectuoso padre, que en su país de origen (por su condición social, su entorno

familiar, sus amistades naturales) podría haber sido un demócrata, seguramente se convertirá en un

conservador, reaccionario, o incluso en un fascista colonial. No puede dejar de aprobar la

discriminación y la codificación de la injusticia, se complace en torturas policiales y, si surge la

necesidad, se convencerá de la necesidad de las masacres. Todo lo llevará a estas creencias: Sus

nuevos intereses, sus relaciones profesionales, sus lazos familiares y los vínculos de amistad

formados en la colonia. El mecanismo es prácticamente constante. La situación colonial fabrica

colonialistas, al igual que fabrica colonizados.

Porque no es sin causa que uno necesita a la policía y al ejército para ganarse la vida o de la fuerza y

de la injusticia de seguir existiendo. No es sin perjuicio que uno está dispuesto a vivir

permanentemente con su propia culpa. El elogio de sí mismo y de sus semejantes, la repetida,

incluso seria, afirmación de la excelencia de las formas de hacer y de las instituciones propias, la

propia superioridad cultural y técnica no borra la condena fundamental que todo colonialistas lleva

en su corazón. Si tratara de ahogar su propia voz interior, todo, todos los días, le recordaría de su

postura contradictoria: La mera visión de los colonizados, las educadas insinuaciones o las fuertes

acusaciones por parte de extranjeros, las confesiones de sus compatriotas en la colonia, las visitas a

casa en donde, durante cada viaje, se encuentra rodeado por la sospecha mezclada con envidia y

condescendencia. Por supuesto, se le trata con respeto, como a todos los que tienen o comparten

algo de poder económico o político. Pero hay indicios de que él es un hombre astuto que sabe cómo

sacar provecho de una situación particular, cuyos recursos son probablemente de validez

cuestionable. Es casi como si la gente le estuviese dando un guiño de complicidad.

Contra esta acusación, implícita o abierta, pero siempre ahí, siempre lista dentro de sí mismo y en

otros, se defiende lo mejor que puede. A veces hace hincapié en las dificultades de su vida en el

extranjero: La naturaleza traicionera de un clima insidioso, la frecuencia de las enfermedades, la

lucha contra suelos poco fértiles, la desconfianza de las poblaciones hostiles. Otras veces, furioso,

agresivo, reacciona torpemente, respondiendo al desprecio con el desprecio, acusando a su Patria

de cobardía y degeneración. Por otro lado, admite su culpabilidad al proclamar las riquezas de la

vida en el extranjero y después de todo, ¿por qué no?...Disfruta de los privilegios de la vida que ha

elegido: La vida fácil, numerosos funcionarios, placeres abundantes (imposible en Europa),

anacrónica autoridad, incluso el bajo costo de la gasolina.

Nada ni nadie puede darle los elogios que tan ávidamente busca en concepto de indemnización: Ni

el forastero, indiferente en el mejor de los casos, pero no es una víctima o un accesorio, ni su tierra

natal donde siempre es sospechoso y a menudo atacado ni sus actos diarios que ignoran la rebelión

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silenciosa de los colonizados. En verdad, puesto bajo acusación por los otros, apenas cree en su

propia inocencia. En lo más profundo de sí mismo, los colonialistas se declaran culpables.

Bajo esas condiciones, es evidente que no esperanza seriamente encontrar en sí mismo la fuente de

esa grandeza indispensable, la insignia de su rehabilitación. Los excesos de su vanidad, el exagerado

retrato magnífico que pinta de sí mismo, lo traicionan más que servirlo. Siempre ha estado

dirigiendo la atención más allá de sí mismo: Busca su último refugio en su Madre Patria.

Su Patria debe, de hecho, reunir dos condiciones preliminares. La primera es que se relaciona con un

mundo en el que él mismo participa, si quiere que se refleje en él el reconocimiento del mediador.

La segunda es que este mundo debe ser totalmente ajeno a la colonización por lo que nunca podrá

valerse de ella. Milagrosamente estas dos condiciones se encuentran en su país natal. Él, por lo

tanto, llamar la atención sobre las cualidades de su tierra, ensalzando los nativos, exagerándolos,

destacando sus tradiciones especiales, su originalidad cultural. Por lo tanto, al mismo tiempo,

establece su propia parte en ese mundo próspero, su conexión natural con su tierra natal. Así

mismo, se garantiza la imposibilidad del colonizado en compartir su magnificencia.

Además, el colonialista quiere beneficiarse todos los días de su elección, de esa gracia. Se presenta a

sí mismo como uno de los miembros más perceptivos de la comunidad nacional porque él es

agradecido y fiel. Sabe, a diferencia de los ciudadanos en su país de origen cuya felicidad no está

amenazada, lo que le debe a su origen. Su fidelidad es, sin embargo, abstracta, su propia ausencia da

fe de ello. No está contaminada con todas las trivialidades de la vida cotidiana de sus conciudadanos

en el país de origen que tienen que ganar todo a través del ingenio y los sistemas electorales. Su

fervor puro para la Madre Patria hacen de él un verdadero patriota, un buen embajador, que

representando sus rasgos más nobles.

En cierto sentido, es cierto que puede hacer que la gente lo crea. Ama a los símbolos más llamativos,

las manifestaciones más llamativas del poder de su país. Asiste a todos los desfiles militares, los

desea y obtiene desfiles frecuentes y elaborados; Contribuye con su parte vistiéndose con cuidado y

con ostentación. Admira el ejército y su fuerza, venera uniformes y codicia decoraciones. Aquí

superponemos lo que habitualmente se llama la política de poder, lo que no se derivan solo de un

principio económico (muestre su fuerza si se quiere evitar tener que usarla), pero corresponde a una

profunda necesidad de la vida colonial, impresionar a los colonizados es tan importante como

tranquilizarse uno mismo.

Tras haber asignado a su tierra natal el peso de su propia grandeza decadente, espera que responda

a sus expectativas. Quiere que merezcan su confianza, para reflejar en él la imagen de sí mismo que

desea (un ideal inaccesible a los colonizados y la justificación perfecta para sus propios méritos

prestados). A menudo, a fuerza de esperanza, termina empezando a creerlo. El recién llegado, cuya

memoria todavía está fresca, habla de su país de origen con infinitamente más precisión de lo que lo

hacen los colonialistas veteranos. En sus inevitables comparaciones entre los dos países, las

columnas de débito y crédito todavía pueden competir. El colonialismo parece haber olvidado la

realidad viva de su país de origen. A través de los años ha esculpido, en oposición a la colonia, tal

monumento a su patria que la colonia necesariamente aparece gruesa y vulgar al recién llegado. Es

notable que incluso para los colonizadores nacidos en la colonia, es decir, reconciliados con el sol, el

calor y la tierra seca, el otro escenario se ve brumoso, húmedo y verde. Como si su Patria fuera un

componente esencial del superyó colectivo de los colonizadores, sus características materiales se

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convierten en cualidades cuasi-éticas. Se acordó que la niebla es intrínsecamente superior a un sol

radiante, como es el verde al ocre. Así, la madre patria combina sólo valores positivos, buen clima,

paisaje armonioso, disciplina social y exquisita libertad, la belleza, la moral y la lógica.

Sería, sin embargo, ingenuo decirle a un colonialista que debería volver a esa tierra maravillosa, tan

pronto como sea posible, reparando el error de haberla dejado. ¿Desde cuándo uno se establece en

medio de la virtud y la belleza? La característica de un superyo es de hecho no ser parte de las cosas,

para controlar a distancia sin tan siquiera haber sido afectado por el comportamiento prosaico y

convulsivo de los hombres de carne y hueso. La Madre Patria es tan grande solo porque está más

allá del horizonte y permite que la existencia y el comportamiento de los colonialistas merezcan la

pena. Si debiera volver a casa, perdería su carácter sublime y dejaría de ser un hombre superior. A

pesar de que lo es todo en la colonia, los colonialistas saben que en su propio país que no serían

nada, volvería a ser un hombre mediocre. De hecho, la idea de la Madre Patria es relativa.

Restaurado a su verdadero ser, se desaparecería y al mismo tiempo destruiría la superhumanidad

del colonialista. Es tan solo en una colonia, porque posee una Patria y el resto de habitantes no, que

el colonialista es temido y admirado. ¿Por qué debería abandonar el único lugar del mundo en el que

sin ser el fundador de una ciudad o un gran capitán, todavía es posible cambiar los nombres de los

pueblos y testar el propio nombre sobre la geografía sin temor siquiera a la simple burla o la ira de

los habitantes, porque su opinión no significa nada, donde todos los días se experimenta con euforia

su poder e importancia?.

Es necesario, entonces, no solo que el país de origen constituya un ideal remoto y nunca

íntimamente conocido sino también que este ideal sea inmutable y protegido del tiempo, el

colonialistas requiere que su país sea conservador.

Él, por supuesto, es decididamente conservador. Es en ese punto en el que es más rígido, en el que

no se compromete lo más mínimo. Si es absolutamente necesario, tolera la crítica de las

instituciones y los comportamientos de las personas en su casa, él no es responsable del inferior, si

demanda algo mejor. Pero es presa de la preocupación y el pánico cada vez que se habla de cambiar

el estatus político. Es solo entonces cuando la pureza de su patriotismo es confusa, su apego

indefectible a su Patria sacudido. Puede ir tan lejos como para amenazar…Pueden existir tales cosas,

secesión…O que parece contradictorio, en conflicto con su tan cacareado y, en cierto sentido,

patriotismo real.

Pero el nacionalismo del colonialista es verdaderamente de una naturaleza especial. Dirige su

atención esencialmente a ese aspecto de su país que tolera su existencia colonial. Una Patria que se

convierta en democrática, por ejemplo, hasta el punto de promover la igualdad de los derechos,

incluso en las colonias, también se arriesgará a abandonar sus empresas coloniales. Para el

colonialista, tal transformación sería desafiar su forma de vida y lo convierte así en una cuestión de

vida o muerte.

A fin de que pueda subsistir como un colonialista, es necesario que el país de origen siga siendo

eternamente la Madre Patria. En la medida en que esto dependa de él, es comprensible que use

toda su energía para tal fin.

Ahora podemos llevarlo un paso más allá, cada nación colonial lleva las semillas de la tentación

fascista en su seno.

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¿Qué es el fascismo, sino un régimen de opresión para el beneficio de unos pocos? Toda la

maquinaria administrativa y política de la colonia no tiene otro objetivo. Las relaciones humanas han

surgido a partir de la explotación severa, fundadas en la desigualdad y el desprecio, garantizadas por

el autoritarismo policial. No hay duda que en la mente de aquellos que lo han vivido que el

colonialismo es una variedad del fascismo. Uno no debe sorprenderse demasiado por el hecho de

que las instituciones que dependen, después de todo, en un gobierno central liberal, puedan ser tan

diferentes a las de la Madre Patria. Este aspecto totalitario que incluso los regímenes democráticos

adquieren en sus colonias es contradictorio solo en apariencia. Al estar representados los

colonizados entre lo por los colonialistas, no puede ser de otra forma.

No es sorprendente que el fascismo colonial no se limite tan solo a la colonia. Un cáncer solo quiere

expandirse. El colonialista sólo puede apoyar gobiernos opresivos y reaccionarios o, al menos,

conservadores. Tiende hacia lo que vaya a mantener el estado actual de su país de origen, o más

bien a lo que más asegure positivamente el marco de opresión. Ya que es mejor para él prevenir que

curar, ¿por qué no tener la tentación de promover el nacimiento de gobiernos coloniales? Si se

añade que sus medios financieros y por lo tanto políticos son grandes, se caerá en la cuenta de que

representa un peligro permanente para el gobierno de su país, una bolsa de veneno siempre

susceptible de envenenar a toda la estructura de la patria.

Incluso si nunca se moviese, el hecho mismo de su vida en un sistema colonial genera incertidumbre

en el país de origen, un ejemplo fascinante de patrón político cuyas dificultades se resuelven por la

servidumbre completa de los gobernados. No es exagerado decir que así como la situación colonial

corrompe a los europeos en las colonias, el colonialismo es la semilla de la corrupción en la madre

patria.

El peligro y ambigüedad de su excesivo ardor patriótico se encuentra de nuevo, y es confirmado, en

la ambigüedad más general de las relaciones con su país natal. Sin duda, canta su gloria y se aferra a

ella, incluso paralizándola, ahogándola si fuera necesario. Pero, al mismo tiempo, alberga un

profundo resentimiento contra la Madre Patria y sus ciudadanos.

Hasta ahora hemos observado sólo los privilegios del colonizador con respecto a los colonizados. En

realidad, un europeo en las colonias sabe que él es doblemente privilegiado con respecto a los

colonizados y con respecto a los habitantes de su tierra natal. Las ventajas coloniales también

significan que, en una situación comparable, un funcionario gana más, un comerciante paga menos

impuestos, un empresario paga menos por las materias primas y la mano de obra, que sus

homólogos del país de origen. La comparación no termina ahí. Además de estar vinculados a la

existencia de los colonizados, los privilegios coloniales son una función de la Patria y de sus

ciudadanos. El colonialista no ignora que obliga a su país de origen en mantener un ejército y que si

bien la colonia no es más que una ventaja para él, que le cuesta a la madre patria más de lo que gana

por ello.

Y así como la naturaleza de la relación entre el colonizador y el colonizado se deriva de sus

relaciones económicas y sociales, las relaciones entre los colonizadores y los habitantes de la

Metrópoli se derivan de su situación comparativa. El colonizador no está orgulloso de las dificultades

diarias de sus compatriotas: Los impuestos que pesan sobre él y sus ingresos mediocres. Los

colonizadores regresan de su viaje anual preocupado, enfadado consigo mismo y furioso con los

ciudadanos de su patria. Como siempre, tiene que responder a las insinuaciones o incluso ataques

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directos utilizando los argumentos poco convincentes de los peligros del sol de África y de las

enfermedades del tubo digestivo, llamando a su rescate a la mitología de los héroes en un casco

colonial. Tampoco hablan el mismo lenguaje político. Cada colonialista es, naturalmente, más a la

derecha que su homólogo en el país de origen. Un amigo recién llegado me contaba su asombro

ingenuo: No entendía por qué los jugadores de bolos, que eran socialistas o radicales en la Madre

Patria.

Por último, consideraciones políticas y económicas provocan un antagonismo real entre el

colonialista y el residente de su Patria. Y en este sentido, el colonialista es, después de todo, correcto

cuando habla de no sentirse en casa en su país natal. Ya no tiene los mismos intereses que sus

compatriotas. Hasta cierto punto, ya no pertenece a ellos.

Esta exaltación-resentimiento dialéctico que unen a los colonialistas con su Patria dan un tono

peculiar a la naturaleza de su amor por ella. Sin duda, se esfuerza en presentar la imagen más

gloriosa de su Patria, pero esta maniobra está contaminada por todo lo que espera de ello. No solo

eso, pero si nunca afloja su pompa militar, si multiplica su zalamería, oculta mal su enojo y aflicción.

Debe incesantemente vigilar, intervenir en caso necesario, que su país siga manteniendo las tropas

que lo protegen, manteniendo los hábitos políticos que lo toleran y manteniendo la apariencia que

le convenga. Presupuestos coloniales serán el precio pagado por los países de origen que están

convencidos de la discutible grandeza de ser Madre Patrias.

Tal es la magnitud de la opresión colonial, sin embargo, esta sobrevaloración de la Madre Patria no

es suficiente para justificar el sistema colonial. De hecho, la distancia entre amo y sirviente nunca es

lo suficientemente grande. Casi siempre, el colonialista también se dedica a la devaluación

sistemática de los colonizados.

Está harto de sus cuestiones, que torturan su conciencia y su vida. Trata de destituirlo de su mente,

imaginando una colonia sin el colonizado. Un chiste que es más grave de lo que parece afirma que

todo sería perfecto ...Si no fuera por los nativos. Pero los colonialistas se dan cuenta de que sin los

colonizados, la colonia ya no tendría ningún sentido. Esta contradicción intolerable lo llena de una

rabia, un odio, siempre dispuesto a ser descargado sobre el colonizado, la razón inocente pero

inevitable de su drama y no solo si es un policía o un “especialista” del gobierno, cuyos hábitos

profesionales encuentran inesperadas posibilidades de expansión en la colonia. Me he horrorizado al

ver a servidores públicos pacíficos y maestros (que son corteses y bien hablados) de repente

transformarse en monstruos vociferantes por razones insignificantes. Las acusaciones más absurdas

se dirigen hacia el colonizado. Un viejo médico me dijo en confianza, con una mezcla de mal genio y

solemnidad, que el "colonizado no sabe cómo respirar", un profesor me explicó pedante que "la

gente de aquí no saben cómo caminar, hacen pequeños pasos diminutos que no los llevan hacia

adelante". Por lo tanto, esa impresión de los pies estancados que parece característica de las calles

de la colonia. La devaluación del colonizado se extiende así a todo lo que le concierne: A su tierra,

que es fea, un calor insoportable, increíblemente frío, el mal olor, la geografía desalentadora que lo

condena al desprecio y la pobreza, a la dependencia eterna.

Este envilecimiento del colonizado, que se supone explica su penuria, sirve al mismo tiempo de

contraste con el lujo de los colonialistas. Esas acusaciones, los juicios irremediablemente negativos,

siempre se presentan con referencia a la Madre Patria, es decir, ya hemos visto por qué desviación

en relación con el mismo colonialista. Comparaciones éticas o sociológicas, estéticas o geográficas,

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sean explícitas e insultantes o alusivas y discretas, siempre a favor de la Madre Patria y los

colonialistas. Este lugar, la gente de aquí, las costumbres de este país son siempre inferiores por la

virtud de un orden inevitable y preestablecido.

Este rechazo de la colonia y los colonizados afecta seriamente la vida y el comportamiento de los

colonizados. Pero también produce un efecto desastroso sobre la conducta del colonialista.

Habiendo descrito la colonia, no concediendo ningún mérito a la comunidad colonial, no

reconociendo ni sus tradiciones, ni sus leyes, ni sus formas, no puede reconocer que pertenece a ella

él mismo. Se niega a considerarse a sí mismo un ciudadano con derechos y responsabilidades. Por

otro lado, mientras puede pretender estar indisolublemente ligada a su tierra natal, no vive allí, no

participa en ni reacciona a la conciencia colectiva de sus conciudadanos. El resultado es que los

colonialistas no están seguros de su verdadera nacionalidad. Navega entre una sociedad lejana que

quiere hacer la suya propia (pero que se convierte hasta cierto punto en mítica), y una sociedad

actual que rechaza y lo mantiene en el abstracto.

No es la sequedad del país o la falta de gracia de las comunidades coloniales lo que explican el

rechazo del colonialista. Es más bien porque no lo ha adoptado, o no podía adoptarlo, que la tierra

sigue siendo árida y la arquitectura sigue siendo poco imaginativa en su funcionalismo. ¿Por qué no

hacen nada acerca de la planificación urbana, por ejemplo? Cuando se queja de la presencia de un

lago infectado de bacterias a las puertas de la ciudad, de las alcantarillas desbordadas o el mal

funcionamiento de los servicios públicos, parece olvidar que él tiene el poder en el gobierno y debe

asumir la culpa. ¿Por qué no dirige sus esfuerzos de una manera desinteresada, o es que no puede?

Cada municipalidad refleja sus habitantes, guarda su bienestar inmediato y futuro y su posteridad. El

colonialista no planea su futuro en términos de la colonia, porque está allí solo temporalmente y

solo invierte solo en lo que va a dar fruto durante su estancia. La verdadera razón, el razón principal

para la mayoría de las deficiencias es que el colonialismo nunca planeó transformar la colonia a la

imagen de su Patria, ni rehacer los colonizados a su imagen. Él no puede permitir este tipo de

ecuación que destruiría el principio de sus privilegios.

El colonialista siempre dice claramente que esta similitud es impensable. De hecho, el logro de esta

ecuación es solo un vago sueño de un humanista de la Madre Patria. Pero la explicación que los

colonialistas sienten que debe dar (sí muy significativo) es totalmente diferente. Esta igualdad es

imposible debido a la naturaleza de los colonizados. En otras palabras y esta es la característica que

completa este retrato, los colonialistas recurren al racismo. Es significativo que el racismo es parte

del colonialismo en todo el mundo, y no es casualidad. El racismo resume y simboliza la relación

fundamental que une al colonialista y al colonizado.

Sin embargo, no se trata de un racismo doctrinal. Además, sería difícil, al colonialista no le gusta ni la

teoría ni los teóricos. Aquel que sabe que está en una mala posición ideológica o ética generalmente

se jacta de ser un hombre de acción, que saca sus lecciones de la experiencia. El colonialista tiene

demasiada dificultad en la construcción de su plan de compensación para no desconfiar de los

debates. Su racismo es usual para su supervivencia diaria como lo es cualquier otra condición

necesaria para la existencia. En comparación con el racismo colonial, el de los doctrinarios europeos

parece transparente, estéril de ideas y a primera vista, casi sin pasión. Una mezcla de

comportamientos y reflejos adquiridos y practicados desde la primera infancia, establecidos y

medidos por la educación, el racismo colonial se incorpora tan espontáneamente, incluso en los

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actos y palabras más triviales, que parece constituir uno de los patrones fundamentales de la

personalidad colonialista. La frecuencia de su aparición, su intensidad en las relaciones coloniales,

sería sorprendente si no supiéramos en qué medida le ayuda al colonialista a vivir y permitir su

introducción social. Los colonialistas están perpetuamente explicando, justificando y manteniendo

(por la palabra y por la acción) el lugar y la suerte de sus socios silenciosos en el drama colonial. El

colonizado está atrapado por el sistema colonial y el colonialista mantiene su papel destacado.

El racismo colonial se construye a partir de tres grandes componentes ideológicos: Uno, el abismo

entre la cultura de los colonialistas y los colonizados, dos, la explotación de esas diferencias en

beneficio de los colonialistas, tres, el uso de estas supuestas diferencias como estándares de hechos

absolutos.

El primer componente es el menos revelador de la actitud mental del colonialista. Buscar diferencias

entre las características de dos pueblos no es en sí característico de un racista, pero tiene una

función definitiva y asume un significado particular en un contexto racista. El colonialista destaca las

cosas que lo mantienen separado, en lugar de hacer hincapié en que lo que podría contribuir a la

fundación de una comunidad conjunta. En esas diferencias, el colonizado siempre es degradado y los

colonialistas encuentran justificación para rechazar sus cuestiones. Pero tal vez lo más importante es

que una vez que la característica de comportamiento o el factor histórico o geográfico que

caracteriza a los colonialistas y lo contrasta con el colonizado, se ha aislado, esta diferencia se debe

mantener siempre. El colonialista elimina el factor de la historia, el tiempo, y por lo tanto la posible

evolución. ¿Lo qué es en realidad una tema sociológico se lo etiqueta como biológico o

preferiblemente, metafísico? Se le adjunta a la naturaleza básica del colonizado. Inmediatamente la

relación colonial entre colonizados y colonizadores, fundada sobre el panorama esencial de los dos

protagonistas, se convierte en una categoría definitiva. Es lo que es, porque son lo que son y ni uno

ni el otro van a cambiar.

Volviendo al propósito original de toda la política colonial hay dos ejemplos que ponen de manifiesto

su incapacidad para cumplir con sus metas prometidas. Contrariamente a la creencia general, el

colonialismo nunca promovió seriamente la conversión religiosa de los colonizados. Las relaciones

entre la Iglesia (Católica o Protestante) y el colonialismo son más complejas de lo que se escucha

entre los pensadores de la izquierda. Sin duda, la Iglesia ha ayudado en gran medida el colonialista;

Respaldando sus empresas, ayudando a su conciencia, lo que contribuye a la aceptación de la

colonización, incluso por los colonizados. Pero esta alianza rentable solo fue un accidente para la

Iglesia. Cuando el colonialismo resultó ser, un esquema perjudicial mortal, la Iglesia se lavó las

manos de todas partes. Hoy en día la Iglesia apenas defiende las situaciones coloniales y es

realmente empezando a atacarlas. En otras palabras, la Iglesia lo utilizó como se utilizó a sí misma,

pero esto último siempre se lleva a cabo para lograr sus propios objetivos. A la inversa, mientras que

los colonialistas recompensaron a la Iglesia por su ayuda otorgándole privilegios sustanciales, tierra,

subsidios y un lugar adecuado para su papel en la colonia, nunca quiso que tuviera éxito en su

objetivo, es decir, en la conversión de los colonizados. Si realmente hubiera querido la conversión,

habría permitido a la iglesia cumplir su deseo. Especialmente al principio de la colonización, en la

que disfrutó de una total libertad de acción, poder ilimitado para oprimir y amplio apoyo

internacional.

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Pero los colonialistas no podían favorecer una empresa que habría contribuido a la desaparición de

las relaciones coloniales. La conversión de los colonizados a la religión del colonizador habría sido un

paso hacia la asimilación. Esa es una de las razones por las misiones coloniales fracasaron.

El segundo ejemplo es que hay tan poca salvación social que conversión religiosa de los colonizados.

Al igual que los colonizados no serían salvado de su condición por la asimilación religiosa tampoco se

le permitiría elevarse por encima de su condición social y unirse al grupo colonizador.

El hecho es que toda la opresión se dirige a un grupo humano como un todo y, a priori, todos los

miembros individuales de ese grupo son victimas anónima de ella. A menudo se escucha que los

trabajadores, es decir todos los trabajadores, ya que son los trabajadores se ven afectados por esto y

por lo otro defecto, por tal o cual fallo. La acusación racista dirigido a los colonizados no puede ser

sino colectiva y todos y cada uno de los colonizados deben ser considerado culpable sin excepción.

Se admite, sin embargo, que hay un posible escape a la opresión de un trabajador. Teóricamente, al

menos, un trabajador puede dejar su clase y cambiar su condición, pero en el marco de la

colonización, nada puede salvar a los colonizados. Nunca se puede moverse hacia dentro del clan

privilegiado, incluso si ganara más dinero que ellos, si ganar todos los títulos, si aumentara

enormemente su poder.

Hemos comparado la opresión y la lucha contra el colonialismo con la opresión y la lucha de clases.

El colonizador-colonizado, la relación de persona a persona entre naciones puede, de hecho,

recordar a la relación burguesía-proletariado dentro de una nación. Pero los grupos coloniales casi

absolutamente herméticos también deben ser mencionados. Todos los esfuerzos de los colonialistas

se dirigen hacia el mantenimiento de este inmovilismo social y el racismo es el arma más segura para

este fin. En efecto, el cambio se hace imposible y cualquier rebelión sería absurda.

El racismo aparece entonces, no como un detalle incidental, sino como una parte consustancial del

colonialismo. Es la más alta expresión del sistema colonial y una de las características más

significativas de los colonialistas. No solo establece una discriminación fundamental entre

colonizador y colonizado, una condición sine qua non de la vida colonial, sino que también sienta las

bases para la inmutabilidad de esta vida.

El tono racista de cada movimiento, tanto del colonialista como del colonizador es la fuente de la

extraordinaria difusión del racismo en las colonias. Y no solo el hombre de la calle: Un psiquiatra de

Rabat se atrevió decirme, después de veinte años de experiencia, que las neurosis del norte de

África se debían al espíritu del norte de África.

Ese espíritu o ese grupo étnico o el psiquismo que se deriva de instituciones de otro siglo, de la falta

de desarrollo tecnológico, de la necesaria política de servidumbre, en una palabra, de todo el drama,

demuestra claramente que la situación colonial es irremediable y permanecerá en un estado de

inercia.

Pero hay un último acto de distorsión. La servidumbre de los colonizados parecía escandalosa al

colonizador y le obligó a explicarla bajo el dolor de poner fin al escándalo y amenazar su propia

existencia. Gracias a una doble reconstrucción de los colonizados y él mismo, es capaz tanto de

justificar como de tranquilizarse.

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Custodio de los valores de la civilización y de la historia, cumple una misión, tiene el inmenso mérito

de llevar la luz a la oscuridad ignominiosa del colonizado. El hecho de que este papel le trae

privilegios y respeto es solo justicia, la colonización es legítima en todos los sentidos y con todas sus

consecuencias.

Además, puesto que la servidumbre es parte de la naturaleza de los colonizados y la dominación

parte de la suya, no habrá desenlace. Para las delicias de la virtud recompensada añade la necesidad

de las leyes naturales. La colonización es eterna, y puede mirar hacia su futuro sin preocupaciones

de ningún tipo.

Después de esto, todo será posible y tomará un nuevo significado. El colonialista podía darse el lujo

de relajarse, vivir con benevolencia y hasta magnificente. El colonizado solo podría estarle

agradecido con él por suavizar lo que le viene encima. Es aquí que la asombrosa actitud mental

llamada "paternalismo" entra en juego. Un paternalista es aquel que quiere estirar más el racismo y

la desigualdad, una vez admitidos. Es, si se quiere, un racismo benéfico que no es ni menos hábil ni

menos rentable. El más generoso paternalista se revuelve tan pronto como el colonizado exige sus

derechos sindicales, por ejemplo. Si aumenta su salario, si su esposa se ocupa de los colonizados, se

trata de regalos y nunca de deberes. Si él reconociese deberes, tendría que admitir que el colonizado

tiene derechos. Sin embargo se desprende de todo lo anterior que no tiene obligaciones y los

colonizados no tienen derechos.

Después de haber fundado este nuevo orden moral en el que es por definición el maestro e

inocente, el colonialista por fin se ha dado a sí mismo la absolución. Sin embargo es esencial que

este orden no sea cuestionado por otros, y especialmente no por el colonizado.

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SEGUNDA PARTE: EL RETRATO

DEL COLONIZADO

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