Retos de la Educación Escenario Nicaragua

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RETOS DE LA EDUCACIÓN EN EL NUEVO ESCENARIO DE NICARAGUA Carlos Tünnermann Bernheim 2 0 1 3

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Retos de la Educación Escenario Nicaragua Doctor Carlos Tünnermann Bernheim

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RETOS DE LA EDUCACIÓN EN EL NUEVO ESCENARIO DE

NICARAGUA

Carlos Tünnermann Bernheim

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RETOS DE LA EDUCACIÓN EN EL NUEVO ESCENARIO DE NICARAGUA

C O N T E N I D O:

1. Contexto actual en que se desenvuelve la educación.

2. Situación del Sistema Educativo Nacional.

2.1 La educación preescolar.

2.2 La educación primaria.

2.3 La educación secundaria.

2.4 La educación normal.

2.5 La educación técnica media.

2.6 La educación superior.

3. Retos de la educación en el nuevo escenario y respuestas.

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Rvdo. Hno. Alvaro Rodríguez Superior General de los Hermanos Cristianos; Rvdo. Hno. Oscar Azmitia, Rector de la Universidad La Salle de Costa Rica Rvdo. Hno. Manuel Orozco, Director de este Congreso; Rvdo. Hno. Víctor Cedeño, Director del Instituto Pedagógico “La Salle” Rvdos. Hermanos aquí presentes; Invitados especiales; Señores Profesores y estudiantes: Es para mí una gran distinción participar en este Congreso Educativo convocado para conmemorar el Centenario de la fundación del Instituto Pedagógico La Salle de Managua, benemérita institución educativa de la que tengo el privilegio de ser ex alumno de la promoción 1950-1951. Cuando estudiaba en el antiguo Instituto Pedagógico de Varones de Managua, allá en la década de los años cuarenta del siglo pasado, jamás imaginé que un día compartiría esta tribuna nada menos que con quien actualmente es el Superior General del Instituto de los Hermanos Cristianos, el Hno. Alvaro Rodríguez. También me honra que participe en este Congreso como expositor el Hno. Oscar Azmitia, Rector de la Universidad La Salle de Costa Rica, y como Moderador el Hno. Manuel Orozco, Encargado de Educación del Distrito de Centroamérica y Panamá. El tema que se me ha asignado se refiere a los “Retos de la Educación en el Nuevo Escenario de Nicaragua”. Mi exposición comprenderá tres secciones. En primer lugar analizaré el contexto económico y social en que se desenvuelve la educación en nuestro país. En segundo lugar, reseñaré la situación actual de nuestro sistema educativo para, en seguida, examinar los retos que debe enfrentar nuestra educación en el nuevo escenario nacional e internacional.

1. Contexto económico y social en que se desenvuelve la educación de Nicaragua.

Nicaragua es uno de los países más pobres de América Latina. De treinta y tres países latinoamericanos, Nicaragua es el más pobre, después de Haití. Sin embargo, como reiteradamente se ha dicho, Nicaragua no es un país pobre sino empobrecido. Somos potencialmente ricos pero hemos carecido del liderazgo colectivo que nos saque de la pobreza y nos permita emprender el camino del verdadero desarrollo. Nuestro paradigma debería ser el desarrollo endógeno, humano y sostenible, proclamado por las Naciones Unidas como paradigma para el siglo XXI.

El deterioro de la calidad de vida de los nicaragüenses puede constatarse con sólo consultar las tablas del Índice de Desarrollo Humano que publica el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El último informe, correspondiente al año 2012, sitúa a Nicaragua en la posición 129 entre 187 países del mundo. Es la

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posición más baja entre los países latinoamericanos, salvo Haití, que ocupa la posición 161. En dichas tablas hemos descendido, paulatinamente, de la posición 111, que ocupamos en 1993, a la 121 en el 2003 y ahora en la 129. El país de América Latina mejor situado es Chile, que ocupa la posición 40. El Índice de Desarrollo Humano se mide por el promedio de una serie de indicadores que tienen que ver con la calidad de vida, como son la tasa de mortalidad infantil, la esperanza de vida al nacer, el acceso a los servicios básicos de educación, salud, agua potable, electrificación, etc. así como los relacionados con los niveles de participación política, organización sindical, medio ambiente, etc.

Aún en términos del engañoso indicador del ingreso per cápita, estamos en situación inferior al resto de Centroamérica: Panamá tiene el PIB per cápita más alto de la región: 13.519 dólares; Costa Rica 10.863; El Salvador 5.915; Guatemala 4.235; Honduras 3.426 y Nicaragua 2.551 (1).

Según el Banco Mundial, el 42% de nuestra población vive en situación de pobreza y el 12% en pobreza extrema. La desigualdad y la pobreza se han mantenido prácticamente invariables en los últimos años, desde luego que no se ha logrado una reducción significativa de las mismas. Según el PNUD, el bajo presupuesto para educación, el alto índice de desigualdad y el atraso científico y tecnológico figuran entre las causas que nos mantienen en la pobreza. La deuda pública se ha incrementado y hoy día representa el 85% del Producto Interno Bruto del país.

Pese a los avances en el campo de la salud, todavía son agudas las carencias de nuestra población en este campo. Muchas dolencias y muertes prematuras son ocasionadas por la desnutrición y las enfermedades endémicas e infecciosas, que se acentúan en una infortunada combinación de pobreza, falta de educación, condiciones de higiene inapropiadas, insuficiencia de los servicios públicos y deterioro de las condiciones ambientales. Uno de cada tres niños sufre de algún grado de desnutrición crónica y un 9% sufre desnutrición severa.

Nicaragua es un país con un gran predominio de población joven en su estructura demográfica, lo que representa para nosotros la ventaja del llamado “bono demográfico”, oportunidad que debemos aprovechar proporcionando la mejor educación posible a nuestros jóvenes. Esta ventaja se extinguirá hacia el año 2035.

Hasta el momento, no la estamos aprovechando, ya que la escolaridad promedio de nuestra población no llega ni a la primaria completa, pues se queda en 5.8 años (3.6 años en las zonas rurales), mientras en Honduras es de 6.5 años, El Salvador 7.5 años y Costa Rica 8.4 años. Según la UNESCO, se requiere un promedio de 11 años de escolaridad para que un país alcance un verdadero desarrollo humano y sostenible. Se estima que por cada año de escolaridad que un país agrega a su promedio educativo, el PIB crece entre 1 y 3%.

Como todos sabemos, los principales motores de nuestra economía son las exportaciones, las remesas familiares, la inversión extranjera y la cooperación internacional. El desarrollo económico requiere también fortalecer el estado de

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Fuente: Informe sobre el Desarrollo Humano (PNUD), 2012.

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derecho y la institucionalidad democrática. Las instituciones son más importantes para explicar el éxito o fracaso de los países que los recursos naturales. En este aspecto, desafortunadamente, el Índice de Democracia publicado recientemente por la revista The Economist asignó a Nicaragua el puesto número 92, ubicándonos entre los “regímenes híbridos”, con Cuba, Venezuela y Haití. Los primeros lugares entre los países latinoamericanos, los ocupan Uruguay, Costa Rica y Chile.

De acuerdo con los informes del Banco Central en el 2012 la economía creció un 5.2% y este año el crecimiento se ubicará entre un 4 y un 5%. Sin embargo, varios analistas cuestionan estas cifras y no reconocen un crecimiento superior al 3.5% anual, como promedio en los últimos seis años. Para salir de la pobreza, necesitaríamos crecer a una tasa anual entre el 7 y 8% de manera sostenida durante al menos una década. Según el último informe de FUNIDES, este año nuestra economía solo crecerá 2.9% y en 2014 el 1.3%. Esto por efecto de la roya y el estancamiento de la economía en los Estados Unidos, principal mercado para nuestras exportaciones.

El crecimiento económico de los años recientes se debe, principalmente, a los mejores precios que nuestros productos alcanzaron en los mercados internacionales, mas no a un aumento apreciable del volumen de nuestras exportaciones ni a su diversificación. Seguimos siendo un país eminentemente agroexportador, aunque se ha venido fortaleciendo lentamente nuestro sector industrial, que ya aporta un 25% al PIB. Nuestros principales productos de exportación siguen siendo prácticamente los mismos de hace más de un siglo: oro, café, carne y azúcar, a los que se han agregado el maní, los camarones y las langostas. En 2012 exportamos productos por un valor de $2.700 millones de dólares.

Las remesas del exterior representan el 9.7% del PIB. La cooperación externa alcanzó un monto de 1.342 millones en 2012 y equivale al 50% de nuestras exportaciones. Cabe señalar que de ese monto tan solo 214 millones fueron donaciones. El resto fueron préstamos.

Las cifras macroeconómicas obtienen buenas calificaciones, principalmente de parte del Fondo Monetario Internacional. La inflación, por ejemplo, se mantiene en un dígito y, según el BCN fue de 6.6% en el 2012. El reto es traducir el buen equilibrio macroeconómico en un mejoramiento de la microeconomía, que es la economía cotidiana de nuestra población.

Nicaragua figura entre los países de América Latina en cuyo mercado laboral predomina el trabajo informal (62.7%). En Nicaragua, el 52.7% del total ocupado está en el subempleo y 6.3% en el desempleo total. Solo el 31.5% tiene pleno empleo y 15.7% empleo a tiempo parcial.

Nicaragua ha suscrito 11 acuerdos comerciales con otros países. De ellos 6 son multilaterales. Hasta ahora el más beneficioso para el país ha sido el DR-Cafta o TLC, es decir el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y los Estados Unidos. Gracias a este Tratado, Nicaragua ha aumentado año con año su superávit comercial con los Estados Unidos, donde se coloca cerca de la mitad de nuestras exportaciones.

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Este es el difícil contexto en que se desenvuelve nuestra educación, en circunstancias en que nuevos desafíos y requerimientos surgen del contexto internacional, donde los fenómenos de la globalización, la economía de mercados abiertos, los procesos de integración centroamericana y los tratados de libre comercio, nos imponen la urgente necesidad de fortalecer nuestro sistema educativo y diseñar una lúcida política de desarrollo científico y tecnológico que nos permita generar una auténtica competitividad para nuestra producción nacional, es decir, una competitividad que incorpore a nuestros productos la tecnología susceptible de darles valor agregado, de manera que alcancen mejores precios en los mercados internacionales.

Por el momento, Nicaragua está considerada como un país “marginal” en lo referente a la generación de tecnología. Ocupamos el puesto 64 en un escalafón de 1 a 71. También nos encontramos en los últimos peldaños en lo que respecta al desarrollo científico-tecnológico. Estos desafíos demandan que con urgencia prioricemos los esfuerzos destinados a formar los recursos humanos y la “inteligencia científica” que nos garanticen un lugar decoroso en un mundo cada vez más competitivo y globalizado. Para eso necesitamos ajustar nuestra educación a los nuevos escenarios.

En conclusión, Nicaragua sigue siendo un país agroexportador, de baja productividad y alto consumo de productos extranjeros. En la actualidad, Nicaragua figura, según la CEPAL, entre los diez países de menor productividad del continente. Solo elevando el nivel educativo y científico-tecnológico de nuestra población podremos hacer el tránsito de la agricultura tradicional a la agroindustria, de la renta perecible, generada por la exportación de materias primas no elaboradas y los bajos salarios, a la renta dinámica, que incorpora tecnología a los productos naturales y mejora los salarios.

2. Situación del Sistema Educativo Nacional.

Pese a la existencia de la Ley General de Educación y de la reciente formulación de una Estrategia Educativa para el período 2012-2016, no hemos logrado diseñar un auténtico Sistema Educativo Nacional donde el tránsito de un nivel a otro sea lo suficientemente fluido, principalmente por la continuidad curricular entre los niveles. Sin embargo, un esfuerzo meritorio se hizo en los últimos años para articular principalmente el nivel secundario con el superior, aunque falta aun mucho por hacer, dado el fracaso de la inmensa mayoría de los bachilleres en las pruebas de admisión a las universidades. Tampoco se ha diseñado una política educativa de largo plazo, es decir, una política de estado que trascienda la duración de los gobiernos y goce de la debida continuidad durante, al menos, dos décadas. Una aproximación a este propósito fue la elaboración y aprobación del Plan Nacional de Educación 2001-2015 que, desafortunadamente, no se ejecutó por la ausencia de los respectivos planes operativos que lo echaran a andar. La existencia de una lúcida y consensuada política educativa es de gran importancia para cualquier país, desde luego que la política educativa está

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constituida por los principios, fines, objetivos y estrategias que orientan el accionar de la educación, tanto a nivel estatal como privado, a nivel nacional, regional y local. Su definición, en última instancia, corresponde al Estado, pero la experiencia demuestra que las políticas educativas exitosas son aquéllas que se formulan sobre la base de amplios consensos construidos a través de procesos participativos, en los que se involucran todos los sectores sociales interesados en la educación. La educación debe asumirse como tarea de todos. Cada vez más sectores sociales se interesan por la educación, por lo que conviene incluirlos en estos consensos. Responsabilizar a la sociedad en su conjunto por las acciones educativas requiere también otorgarle la competencia para participar en la definición de sus orientaciones. La experiencia demuestra que el destino de las políticas educativas depende en buena medida de la capacidad de los países de construir consensos. Consenso educativo, horizonte de largo plazo y continuidad son tres elementos claves para el éxito de las políticas educativas. Hasta ahora, entre nosotros, las políticas públicas en educación más bien han sido políticas de gobiernos o, peor aún, de los ministros, por sus constantes cambios. Tales políticas se convierten en políticas de estado sólo cuando se diseñan sobre la base de amplios consensos sociales.

Antes de pasar a analizar la situación actual del Sistema Educativo, conviene reafirmar algunos principios en torno a la naturaleza de la educación. La educación es, a la vez, un derecho humano y un factor clave del desarrollo. La educación es, por su naturaleza, un derecho humano, y así está consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). No es simple proveedora de mano de obra calificada ni su finalidad se agota en el incremento de la competitividad, aunque esta sea una de sus finalidades. Es, antes que nada, forjadora de personas y ciudadanos, a quienes facilita una mayor y mejor participación en la vida política, económica y social de la nación. La educación, hoy día, debe transmitir los códigos de la moderna ciudadanía, crítica y participativa.

Cabe aclarar que el derecho a la educación debe entenderse como el derecho a una educación de calidad y pertinente. Ofrecer a las nuevas generaciones una educación que no reúna estas características es vulnerarles uno de sus derechos humanos fundamentales. Además, la educación debe estar impregnada de valores, para que no sea simple instrucción o adiestramiento. Una auténtica educación no puede prescindir de la dimensión axiológica. Como lo puntualiza el Informe Delors, “todo convida a revalorizar los aspectos éticos y culturales de la educación”. El ex Director General de la UNESCO, profesor Federico Mayor Zaragoza afirma que la dimensión ética de la educación “cobra especial relieve ahora, en esta época de rápidas transformaciones que afectan casi todos los órdenes de la vida individual y colectiva, y que amenazan con borrar los puntos de referencia, con deshacer los asideros morales que permitirán a las nuevas generaciones construir el porvenir”. La educación debe liberar las mejores potencialidades del ser humano para alcanzar una sociedad más justa y equitativa.

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Analicemos ahora nuestro sistema educativo. Si el dominio de la lecto-escritura es la dieta educativa mínima que todo nicaragüense debería recibir, es decir, la alfabetización, para asumir en forma activa y responsable su condición de ciudadano, ¿en qué situación nos encontramos en relación con el analfabetismo? Según el capítulo dedicado a la política educativa en el Plan Nacional de Desarrollo Humano 2012-2016, como consecuencia de las campañas promovidas por el actual gobierno, la tasa de analfabetismo se redujo en 2011 al 3%, por debajo de la tasa de 4.8% de nuestra vecina Costa Rica. Sin embargo, este dato no ha sido aún incorporado a las estadísticas oficiales de la UNESCO. Según la encuesta a los hogares realizada por la Fundación Internacional para el Desarrollo Económico Global (FIDEG), la tasa de analfabetismo es de 16.2%, como promedio nacional y se eleva al 26% en las zonas rurales. La CEPAL reconoce una tasa del 24%, que es la que sigue apareciendo en los informes de la UNESCO. El Informe Latinoamericano de Pobreza y Desigualdad de 2012 nos atribuye una tasa del 28%.

Estas disparidades nos enfrentan al problema de la confiabilidad de las cifras estadísticas referentes a la educación, problema que en Nicaragua es de vieja data. Urge crear un Sistema Nacional de Información Estadística, como los que existen en otros países, que incluya cifras estadísticas confiables sobre nuestra situación educativa. En lo sucesivo, vamos a referirnos a las cifras oficiales que para los diferentes niveles educativos aparecen en el ya mencionado Plan Nacional de Desarrollo Humano 2012-2016.

La educación preescolar o inicial fue incorporada al sistema educativo público en los primeros años de la década de los años 80. En 2011 la Tasa Neta de Escolarización (TNE) en este nivel, según el citado documento, fue de 57% y mejoró el porcentaje de retención escolar. La educación inicial, que es la que se ofrece a los niños de 3 a 5 años de edad, tiene una gran importancia como aprestamiento para su futuro desempeño en el nivel de primaria siguiente. Todas las modernas teorías psicopedagógicas coinciden en señalar que durante estos primeros años de vida se desarrolla lo esencial de la personalidad, de la inteligencia y las habilidades de los niños. La educación preescolar pública es una manera de superar las iniquidades de la pobreza, al darles a los niños de las familias pobres, que no pueden pagar la educación preescolar privada, las mismas oportunidades reservadas a los niños de las clases pudientes. La educación preescolar contribuye a romper el círculo vicioso de la pobreza, ya que compensa carencias de los hogares pobres.

El principal problema que enfrenta este nivel educativo es el empirismo de sus docentes. El 65% de los maestros y maestras son empíricos. En Nicaragua se estima que existen cerca de 400.000 niños entre 3 y 5 años que demandan educación preescolar. De estos se calcula que 179 mil no reciben ninguna atención educativa. En el número total de preescolares existentes en el país, predominan los preescolares comunitarios (73%) en los que las comunidades y las propias madres de familia juegan el rol principal.

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La Tasa Neta de Escolarización ajustada en el nivel de educación primaria fue en 2011, según el MECD, de 95.2%, con una retención mejorada de 92.0%. Los registros oficiales señalan que en este nivel el porcentaje de aprobados pasó de 83.7% en 2006 al 92.0% en el 2011, mejoría que se atribuye al acompañamiento a los estudiantes mediante el reforzamiento escolar. Otros análisis sitúan la Tasa ajustada en 93% y en hasta 87%. Nuestra educación primaria se ve afectada por un 27% de empirismo y el hecho de que de cada 100 niños que ingresa al primer grado solo 60 aprueban el 5to grado, mientras en El Salvador y Guatemala lo hacen 83 y en Costa Rica 98. En el área rural, la deserción escolar es aún mayor, pues de cada 100 solo 32 concluyen el 6to. grado. Factores sociales, culturales y económicos son los responsables de tan alto nivel de deserción, así como también la repetición de grados, que ronda en un 10% y la extraedad, que es muy significativa: 56%. No hay que olvidar que los niños que se retiran de la escuela primaria, sin haber aprobado al menos los cuatro primeros grados que equivalen a la llamada educación fundamental, están condenados a engrosar las filas del analfabetismo funcional. En 2010, cerca de 200.000 niños se encontraban fuera de la cobertura de la educación primaria.

El empirismo en primaria está estancado en cerca de un 27% desde hace años. Nicaragua se comprometió, en el año 2000, a alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio en el 2015. El segundo de estos objetivos es lograr la universalización de la enseñanza primaria con calidad. Los analistas, y el propio gobierno reconocen que esa meta Nicaragua no la va a poder cumplir. El Plan de Desarrollo Humano, que hemos aludido, reconoce que para el 2015 no se alcanzará el cumplimiento de este objetivo, ya que para el 2016 establece como meta una Tasa Neta de 97%. Sin embargo, se compromete a continuar con la Batalla por el Sexto y Noveno grado, para lo que se propone completar en todas las escuelas, principalmente en las rurales, la oferta educativa hasta el sexto grado y avanzar paulatinamente al noveno grado. Para incrementar la retención escolar se continuará con la merienda escolar y la entrega de paquetes educativos. Según el World Economic Forum, Nicaragua ocupa el puesto 131 en cuanto a la calidad de su educación primaria, de un total de 139 países.

En la enseñanza secundaria (bachillerato), la Tasa de Escolaridad es de 45%, lo que significa que más de la mitad de nuestros adolescentes se quedan fuera de este nivel educativo, lo que les impide acceder a la educación superior y, a la vez, les condena a engrosar las filas de la mano de obra de poca calificación que ni siquiera es aceptada en la industria de maquila, que generalmente exige, al menos, nueve grados de escolaridad. El empirismo de los docentes es mayor en este nivel que en los que le anteceden, estimándose, según los diferentes estudios, entre el 40 y 50%. En este nivel el empirismo es bien alto porque casi la mitad de quienes enseñan en él no son licenciados ni especialistas en la asignatura que imparten.

Uno de los niveles educativos más cuestionados en Nicaragua es el de la enseñanza secundaria. Se percibe que el problema de la enseñanza secundaria radica en que se la ha mantenido en una persistente indefinición, al extremo que la misma calificación que se le suele dar de “enseñanza intermedia” pareciera aludir

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a que está en la tierra de nadie, pues no es ni básica ni superior, aunque se espera de ella que complemente la educación básica o primaria y, a la vez, prepare para el ingreso en la educación superior. El quid del asunto, entonces, está en determinar si la enseñanza secundaria, como modalidad de formación general o académica de la educación de nivel medio, debería tener objetivos propios, o si simplemente debe ser vista como complemento de la educación básica y transición hacia la enseñanza superior. El grupo etario que acude a la educación secundaria debería influir en la definición de sus objetivos. Se trata de adolescentes en tránsito a la adultez, de jóvenes que requieren conocimientos acordes con la complejidad social actual, que tienen demandas en término de aspiraciones educativas (tránsito a la educación superior), de productividad económica y de participación política. Acuden a la enseñanza secundaria para adquirir cualidades para el razonamiento abstracto y numérico, las habilidades del lenguaje oral y escrito, las actitudes y valores para la participación ciudadana y destrezas de orden práctico. Si todos los egresados de la enseñanza secundaria accedieran a la educación superior, sin duda este hecho llevaría a enfatizar su carácter de antesala de los estudios superiores. Su objetivo fundamental sería, entonces, preparar de la mejor manera posible a los bachilleres para su tránsito a la educación superior. Pero las estadísticas de la UNESCO demuestran que en América Latina y el Caribe solo entre un 30 a 40 por ciento de sus egresados va a la educación superior, como promedio regional, siendo ese porcentaje mucho menor en el caso de Nicaragua. Para la mayoría de los jóvenes, la enseñanza secundaria se transforma en su máximo nivel de educación formal y suelen pasar directamente al mundo laboral. Luego, si bien la enseñanza secundaria debe preparar adecuadamente para la educación superior, este no puede ser su único objetivo. La educación secundaria debería, entonces, ser la modalidad para formar al ciudadano moderno como persona (formación general humanística y científica) y como sujeto productivo (destrezas laborales). No se trata de transformar la enseñanza secundaria en una educación técnico-vocacional de nivel medio, que ya existe y tiene sus propios objetivos, sino en tener presente el hecho innegable de que el mayor porcentaje de sus egresados va directamente al mundo laboral, o retorna al sistema educativo formal después de una inserción en el trabajo. La educación especial se incorporó al sistema educativo estatal en los primeros años de la década de los 80. Hasta 1979, la Educación Especial era una iniciativa privada, no obstante el alto porcentaje de niños y jóvenes en el país con capacidades diferentes. En junio de 1979 tan solo 355 niños y niñas minusválidos eran atendidos en cuatro escuelas, sin ninguna participación del Estado. En el transcurso de los años 1980 y 1981, se fueron creando, con el carácter de centros educativos públicos, Escuelas de Educación Especial en todas las cabeceras departamentales. Desde entonces hasta el presente, la Educación Especial se ha consolidado como una modalidad educativa que el Estado tiene la obligación de atender. Se estima que cerca de 80.000 niños sufren problemas de discapacidad.

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Descuidar esta modalidad o relegarla en su consideración, de manera que no reciba toda la atención que merece, sería realmente lamentable. La política actual es que los niños con discapacidades leves, se les admita en los Centros Educativos regulares.

En cuanto a la Educación Técnica, el Plan mencionado señala que a partir del 2007, se inició la construcción de un nuevo modelo formativo dirigido a formar, aumentar y adecuar las competencias de las personas, especialmente para los más empobrecidos. Se han desarrollado políticas para la transformación curricular, ofreciendo dos alternativas de bachillerato: Bachillerato General y Bachillerato Técnico, con especialidad en Técnico Agropecuario, Técnico en Mecánica Automotriz y Técnico en Turismo rural.

Existe a nivel mundial un proceso de revalorización de la educación para el trabajo, tanto la técnica media como la capacitación o formación profesional, en sus modalidades escolarizadas y no formales, así como del lugar que les corresponde ocupar en los sistemas educativos nacionales. El rol del conocimiento y las tecnologías en el nuevo paradigma productivo hace aún más relevante la importancia de la educación técnica y profesional.

Se insiste en la necesidad de otorgar igual tratamiento a las distintas modalidades educativas y de promover el prestigio académico de la educación para el trabajo, especialmente la técnica media y la técnica superior no universitaria, de manera que se hagan acreedoras del mismo prestigio social que la educación académica general y las carreras profesionales liberales. Igual tratamiento se procura dar a la capacitación o formación profesional, de suerte que su cometido no se agote en la calificación de la mano de obra sino que atienda también la formación general y ciudadana de los empleados y trabajadores. La educación técnica media suele ser una modalidad que no goza de mucho atractivo para los adolescentes y los jóvenes, lo que está asociado a un comportamiento cultural y un sistema de valores que privilegian el trabajo intelectual sobre el manual, así como al poco prestigio social y bajo salario que generalmente se asocia a los graduados de este nivel. Otro factor que debe tomarse en cuenta, entre nosotros, es el alto costo que generalmente demanda una educación técnica de calidad. Por otra parte, el gobierno central pareciera no estar debidamente compenetrado de la importancia de la educación técnica y la capacitación profesional, desde luego que en los últimos años han disminuido sensiblemente sus aportes con cargo al Presupuesto General de la República, dando la impresión que su política fuera trasladar su costo a quienes considera sus principales beneficiarios: las empresas que aportan el 2% del monto de sus planillas para el presupuesto del INATEC.

Así como no existen las suficientes vinculaciones entre la educación secundaria general y el nivel de educación superior, lo mismo se observa cuando se trata de la vinculación con el mundo del trabajo. Las mismas empresas que financian este tipo de educación tienen poca o ninguna participación en el diseño de sus programas y en su administración. Entre nosotros, la empresa privada aporta el

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86.2% del presupuesto del INATEC y recibe como retribución solo el 10%. El Estado solo aporta el 0.6%. El 13% restante proviene de préstamos y donaciones. De los 442.000 trabajadores que emplea el sector privado, solo 56.500 reciben capacitaciones de parte del INATEC. En algunos países latinoamericanos de relativo desarrollo económico, está prevaleciendo la tendencia a pasar al nivel postsecundario la formación tecnológica especializada, prestigiando las carreras cortas de nivel superior no universitario, dejando de lado las propuestas de bifurcación de la educación secundaria.

Pese a la importancia que se le reconoce a la educación técnica media, la matrícula en esta modalidad ha experimentado un notable descenso. En cuanto a las carreras técnicas superiores que ofrecen las universidades, principalmente públicas, solo 4 estudiantes por cada cien están matriculados en ellas. El resto sigue carreras profesionales liberales o clásicas.

En cuanto a la educación superior, la matrícula total en 2011 ascendió a 160.000 estudiantes, de los cuales 120.000 asisten a universidades públicas y 40.000 estudian en universidades privadas. Para el 2016 se espera una matrícula de 200.000 alumnos en este nivel. Una novedad en este nivel educativo es el crecimiento de la matrícula femenina que supera a la masculina en varias universidades públicas. También se advierte la proliferación de instituciones privadas, muchas de ellas carentes de las condiciones apropiadas para ofrecer una educación superior de calidad. La tasa de escolaridad promedio en este nivel, se estima en 35% para América Latina. Entre nosotros, pese al acelerado crecimiento de la matrícula de los últimos años apenas llega al 20%. De cada cien alumnos que ingresan al primer grado de primaria, solo 3 se gradúan en la Universidad. De cada cohorte que ingresa a nuestras universidades se estima que solo se gradúa cerca de un 30%

Las Universidades que integran el Consejo Nacional de Universidades (CNU), cuentan con 47 recintos universitarios en todo el país. Las Universidades asociadas al CNU ofrecen 286 carreras de grado y 192 postgrado. En estas universidades se realiza el 90% de la poca y modesta investigación científica del país, en sus 51 centros o institutos de investigaciones. A las universidades del CNU se le asigna, por mandato constitucional, el 6% del Presupuesto General de la República, suma seis veces menor que lo que Costa Rica destina a su educación superior pública, que atiende a 70.000 estudiantes.

El paso de una educación superior elitista a una educación superior de masas; la aparición de toda una gama de nuevas necesidades educativas de nivel superior; las expectativas que crea la introducción del concepto de educación permanente; el impacto de la revolución científica y tecnológica; el auge de la informática, etc., representan algunos de los nuevos retos que debe enfrentar la educación superior. La respuesta a esos retos no debe buscarse exclusivamente en la universidad, sino en todo el subsistema de educación superior, o mejor aún, en todo el subsistema de educación postsecundaria, entendiendo por éste el conjunto

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de las modalidades de educación posteriores al nivel medio, sean de ciclo corto o largo, ofrecidas en forma presencial, a distancia o virtual. La universidad, por sí sola, no está en condiciones de hacerle frente a semejantes retos: es todo el sistema de educación postsecundaria, en su globalidad, es decir, con toda su gama de oportunidades educativas, el que debe enfrentarse a las exigencias educativas contemporáneas.

La Declaración Mundial sobre la Educación Superior, aprobada en París, en 1998, señala en su preámbulo que “si se carece de instituciones de educación superior e investigación adecuadas que formen una masa crítica de personas cualificadas y cultas, ningún país podrá garantizar un auténtico desarrollo endógeno y sostenible; los países en desarrollo y los países pobres, en particular, no podrán acortar la distancia que los separa de los países desarrollados industrializados”.

Importante es también el compromiso que las universidades adquieran con la pertinencia o relevancia de las carreras que ofrecen y de las investigaciones que lleve a cabo. El concepto de pertinencia social es el que debe prevalecer, es decir, que el quehacer de las universidades sea pertinente a las necesidades de toda la sociedad en su conjunto y no solo a las del sector empresarial o productivo. Estrechamente relacionado con la pertinencia está el compromiso con la calidad, desde luego que de nada serviría un programa pertinente si carece de calidad. Calidad y pertinencia son como las dos caras de una misma moneda. Ambos compromisos no deben ser episódicos, que adquieren importancia únicamente a la hora de las evaluaciones institucionales y las acreditaciones, sino transformarse en verdaderas culturas del quehacer de nuestras universidades. El compromiso con la cultura de calidad y pertinencia debe ser permanente. Se requiere un buen Sistema Nacional de Evaluación y Acreditación, en el que únicamente prevalezcan los criterios académicos, al frente de los cuales deberían figurar personalidades de reconocida trayectoria en la vida universitaria, nombradas por méritos académicos, sin atender a filiación o simpatías políticas. Desde que se creó el CNEA (Consejo Nacional de Evaluación y Acreditación de la Educación), hace más de cinco años, hasta ahora se van a iniciar los procesos de autoevaluación institucional y hasta dentro de diez años tendremos la primera institución acreditada, según han reconocido las propias autoridades del CNEA.

Existe hoy día una preocupación, muy válida, por la transformación de nuestras universidades, la revisión de sus estructuras académicas y curriculares, y sus métodos de enseñanza-aprendizaje. Varias de ellas ya aprobaron sus nuevos Modelos Educativos y Académicos y los están implementando. En consonancia con lo anterior, se ha expresado también el propósito de revisar las actuales estructuras académicas para modernizarlas y flexibilizarlas, propendiendo hacia estructuras que propicien el trabajo interdisciplinario y promuevan la visión institucional unitaria, superando el fraccionamiento unidisciplinar y profesionalizante. Al mismo tiempo, se plantea la necesidad de revisar los perfiles de las carreras que ofrecen las universidades y el pensum de las mismas, de

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suerte se introduzcan también diseños curriculares más flexibles mediante el sistema de ciclos y créditos, superando el sistema de bloques que prevaleció en la década de los 80. Los nuevos Modelos Educativos y Académicos enfatizan en el aprendizaje de los estudiantes.

Sus autoridades reconocen que la autonomía universitaria no excluye lo que hoy día se designa como accountability, es decir, la responsabilidad de la institución para con la sociedad que la sustenta y a la cual debe servir. No se trata únicamente de la simple rendición de cuentas ante la Contraloría General de la República, sino de la “rendición social de cuentas”, por decirlo así, esto es, demostrar a la sociedad el resultado provechoso y eficaz de la labor universitaria, en el cumplimiento de sus funciones de docencia, investigación y extensión.

Todo esto apunta a fortalecer la convicción de que las instituciones de educación superior tienen una ineludible responsabilidad social y no solo académica y profesional. Y, lo más importante, es que dicha responsabilidad social, en última instancia, es la que realmente determina su pertinencia y calidad.

3. Retos de la educación en el nuevo escenario y respuestas.

Los sistemas educativos de los diferentes países, incluyendo el nuestro, tienen que enfrentar, si no quieren quedar desfasados, los retos que provienen tanto del contexto internacional como del nacional. Además, necesitan responder a los desafíos provenientes de la naturaleza y crecimiento acelerado del conocimiento contemporáneo, de la revolución en las tecnologías de la información y las comunicaciones, y de los adelantos que en los últimos años se han dado en las ciencias psico-cognitivas y sus repercusiones en la pedagogía y las didácticas.

Entre las características del conocimiento contemporáneo se encuentran las de su crecimiento cada vez más acelerado, su mayor complejidad y su tendencia a una rápida obsolescencia, todo lo cual incide en el quehacer educativo. La mayor complejidad del conocimiento contemporáneo impone la interdisciplinariedad. La estructura interna del conocimiento también está hoy sujeta a cambios. Vivimos, como se ha señalado, la “era de las posibilidades o probabilidades”, donde ya no cabe dar por definitivo ningún conocimiento. Si el siglo XX fue el siglo de la búsqueda de certezas científicas y del desarrollo acelerado de las diferentes disciplinas y subdisciplinas, el presente siglo está llamado a ser el siglo de la incertidumbre, la interdisciplinariedad y la recuperación de la visión del conocimiento como una totalidad.

La existencia de un conocimiento que no reconoce fronteras, conlleva desafíos inéditos para la educación contemporánea. Se habla así de la “globalización del conocimiento”. A su vez, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación están propiciando cambios culturales significativos, ligados a la llamada “cultura informática”, como son la modificación de los conceptos básicos de tiempo y espacio. La noción de realidad convive con la posibilidad de construir “realidades virtuales”, lo que plantea nuevos desafíos para la educación.

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Permítanme enumerar las que los analistas suelen llamar “las megatendencias de la sociedad contemporánea”, que de alguna manera impactan a la educación.

Una sociedad informatizada está reemplazando a la antigua sociedad industrial.

Tecnologías “inteligentes” sustituyen a las tradicionales.

Sociedades “proactivas”, con una actitud anticipatoria, se contraponen a sociedades esencialmente “reactivas”.

Economías nacionales globalizadas, o en proceso de serlo, desplazan a las economías nacionales.

Sistemas democráticos, cada vez más participativos, tornan obsoletos a los autoritarios.

En el desarrollo social, se transita de visiones estratégicas de corto plazo a políticas de estado de largo plazo.

En la administración pública, cada vez más se impulsan los sistemas de gestión descentralizados.

Las organizaciones comerciales, financieras e industriales transitan de tradicionales jerarquías verticales a redes organizativas, donde preponderan las estructuras horizontales.

En el tejido social básico la mujer, por fortuna, desempeña un papel cada vez más protagónico.

En lo que respecta a nuestro ingreso en la sociedad de la información y las comunicaciones, cabe observar que Nicaragua es el país de Centroamérica con el menor número de usuarios de Internet (13% de la población). Señalemos también que solo el 3% de las instituciones educativas tiene acceso a Internet. Nicaragua se encuentra entre los países de América Latina con los más bajos índices de desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. En lo que respecta al Índice de Conectividad, Nicaragua ocupa el puesto 125 de 144 países. Los países mejor conectados de América Latina son Chile, Panamá, Uruguay y Costa Rica.

En cuanto a los desafíos provenientes de los adelantos en las ciencias de la educación aludimos, en primer lugar, a la revisión de los procesos de transmisión del conocimiento, lo que ha llevado a revisar los métodos de enseñanza-aprendizaje, trasladando el acento de la enseñanza hacia el aprendizaje y enfatizando sobre el rol protagónico del estudiante.

Hablamos de un “desplazamiento del acento”, para indicar que al centrar ahora los procesos de transmisión del conocimiento en los aprendizajes, es decir, en el sujeto educando, en el aprendiz, en el alumno, esto no significa desconocer o suprimir la importancia de los procesos de enseñanza y, mucho menos, el rol del profesor. Lo que pasa es que el profesor deja de ser el centro principal del proceso, pero no desaparece de él, sino que se transforma en un guía, en un tutor, en un suscitador de aprendizajes, capaz de generar en su aula un ambiente de aprendizaje. En último extremo, podríamos decir que se transforma en un co-

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aprendiz con su alumno, pero no se esfuma ni deja de ser importante en la relación profesor-alumno, que está en el fondo de todo proceso de enseñanza-aprendizaje. El alumno no debe ser visto como un simple receptáculo de conocimientos. Ya lo decía Montaigne, hace mucho tiempo: “Prefiero un cerebro bien formado a un cerebro bien repleto”. Y hace más de dos mil años, Séneca señaló que “la mente humana no es un recipiente vacío que debemos llenar, sino un fuego que debemos alumbrar”. La cada vez más generalizada adopción de los enfoques constructivistas, los cambios en el rol del profesor y la adopción de los paradigmas de la educación permanente y del aprender a aprender, han conducido a muchos países a diseñar nuevos modelos educativos, así como a revalorizar la importancia de la pedagogía. Estos nuevos paradigmas educativos y pedagógicos se fundamentan en los aportes de la psicología y de la ciencia cognitiva sobre cómo aprende el ser humano, y nos conducen a reconocer que el estudiante no sólo debe adquirir información sino principalmente estrategias cognitivas, es decir, procedimientos para adquirir, recuperar, juzgar y usar información. Lo que determina el aprendizaje no es lo que se enseña, sino de qué manera lo enseñado interactúa adecuadamente con lo que el estudiante ya sabe. A nivel nacional, el primer reto que debe enfrentar nuestra educación es elevar substancialmente su calidad, pertinencia y equidad. La calidad educativa es un concepto multidimensional que abarca la calidad de los docentes, de los currículos, de las didácticas, de los textos, de la tecnología educativa disponible, de la infraestructura y, especialmente, de la calidad de los alumnos.

Una Nueva Educación para los nuevos escenarios, requiere más recursos humanos y financieros. Debemos partir del convencimiento de que la mejor inversión que puede hacer un país, y la más rentable, es la inversión en su gente que es, en última instancia, su mayor riqueza.

Está más que demostrada la estrecha relación que existe ente la inversión en una educación de calidad y el desarrollo económico y social de un país. Para comprobarlo, tenemos el caso de los países del Sudeste asiático. Estos países hicieron caudalosas inversiones en sus sistemas educativos. Sin embargo, en Nicaragua, nuestros gobiernos no han priorizado debidamente esta inversión en los presupuestos nacionales, donde últimamente se nota una tendencia al decrecimiento en relación al PIB, al extremo que el porcentaje del PIB destinado a la educación básica y media descendió del 3.4% en 2012 al 2.8% en el presente año. Honduras destina el 5.4% y Costa Rica el 6.4%. Nicaragua es el país de Centroamérica que menos invierte por estudiante de primaria al año. Mientras Costa Rica invierte US$ 788.00 dólares y Guatemala y El Salvador US$ 297.00 nosotros sólo invertimos US$ 196.00.

Hace más de treinta años, en la “Declaración de México” (1979), los gobiernos de América Latina y el Caribe se comprometieron a asignar al sector educativo en

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el año 2000, al menos el 7 ú 8% del P.I.B. Nicaragua está aún muy lejos de alcanzar esa meta y de cumplir este compromiso. Pero no se trata de pedir más fondos para seguir haciendo lo mismo. Nicaragua necesita urgentemente reorganizar su Sistema Educativo, de manera que responda a una concepción integral, con la debida coordinación entre sus diferentes niveles y la necesaria continuidad curricular entre ellos. Si el siglo XXI es el siglo del conocimiento, la información, el saber, la educación y el aprendizaje permanente, Nicaragua ha ingresado en él sin el equipamiento intelectual mínimo necesario para competir en un mundo globalizado y de mercados abiertos. Se dice que el siglo XXI es la “sociedad del conocimiento y la información”. Ojalá fuera también la “sociedad de la sabiduría”.

La ciencia no nace por generación espontánea. Sus raíces se hunden en la existencia de sistemas educativos de alta calidad, cuyos métodos didácticos activos estimulen la innovación, la creatividad y el espíritu de indagación en los educandos, de suerte que “aprendan a aprender” para que sigan aprendiendo durante toda su vida. Así serán capaces de asimilar nuevos conocimientos y tecnologías, reformular hipótesis científicas y adaptar lo que saben a las nuevas condiciones. En una palabra, serán capaces de seguirle la pista al conocimiento contemporáneo, cuyo dinamismo torna obsoleto, en períodos cada vez más cortos, lo aprendido en la etapa escolar o universitaria.

En el mundo actual la ciencia y el conocimiento avanzado, lejos de ser un lujo, son un elemento indispensable para el adelanto de las naciones y para su misma sobrevivencia, dado el alto grado de competitividad que impone el patrón tecnológico que caracteriza la economía mundial.

¿Qué prioridad damos nosotros a la ciencia y la tecnología?: Prácticamente ninguna. Actualmente somos uno de los países que menos fondos destina del PIB a Investigación y Desarrollo (apenas el 0,05% del PIB). Compartimos el más bajo de los escalones con El Salvador, Honduras y Haití. En cambio, Costa Rica invierte el 0.3% y Brasil y Chile invierten el 1% y el 0.7% respectivamente.

Hace más de sesenta años que la UNESCO recomendó a nuestros países destinar al menos el 1% del PIB a Investigación y Desarrollo Científico-tecnológico (I&D). Solo Chile ha cumplido.

El reto de mejorar la calidad educativa encuentra dos serios obstáculos: el bajo nivel de formación de nuestros docentes y lo raquítico de los salarios que se les asigna. Mientras en nuestros vecinos Honduras y Costa Rica el magisterio de nivel primario se forma en el nivel universitario, nosotros estamos entre los pocos países que los forman en el nivel medio. Una Nueva Educación demanda mejorar el nivel académico de nuestros maestros. Para ello, un primer paso podría consistir en transformar nuestras Escuelas Normales en Escuelas Normales Superiores, a como lo hizo Honduras hace ya más de medio siglo. Este paso nos podría conducir a la creación, más adelante, de la Universidad Pedagógica Nacional para la preparación de nuestros docentes de todos los niveles y modalidades del sistema educativo, tal como sucede en varios países de América Latina. No olvidemos que la calidad de un sistema educativo depende de la calidad de sus docentes. Ellos determinan el techo de la calidad educativa.

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Nuestro país arrastra, desde décadas atrás, una deuda con el magisterio: el mejoramiento sustancial de sus salarios. El salario básico de un maestro de primaria es tan solo de US$ 197.00 dólares. El promedio centroamericano es de US$ 300.00, exceptuando Costa Rica y Panamá que retribuyen a sus maestros con salarios superiores a los US$ 1,150.00 dólares mensuales. En córdobas, un maestro o maestra nuestro gana C$ 3,800.00, como sueldo básico mensual, y uno de secundaria C$ 4,200.00, en circunstancias en que el costo de la canasta básica se estima en más de C$10,000.00 córdobas. En el Plan Nacional de Educación 2001-2015, aprobado con bombos y platillos en el año 2000, se contemplaba que para el año 2005 el salario de los maestros nicaragüenses sería equivalente al costo de la canasta básica, primero, y luego al promedio de los salarios que devengan los maestros de los países centroamericanos. Esto evidentemente, no se ha cumplido.

Esfuerzos notables deberán hacerse para abatir los altos porcentajes de empirismo en los niveles de primaria y secundaria, mediante fuertes programas de capacitación y perfeccionamiento del magisterio en servicio. Estos programas deberían poner énfasis en el mejoramiento de las didácticas de las distintas disciplinas.

La infraestructura escolar pública sufre de grandes deficiencias. Según cifras oficiales, más del 50% de las 10.700 escuelas del país requieren serias reparaciones. El 30% de ellas carece de agua potable y la mitad de energía eléctrica. El déficit de pupitres es de 35%. Además, el 60% de las escuelas públicas están en propiedades o terrenos que no han sido debidamente legalizados. Las modernas teorías pedagógicas insisten en que el buen estado de las aulas y del ambiente escolar es un elemento importante para la calidad educativa y el desempeño de alumnos y profesores. Nicaragua necesita urgentemente hacer una cuantiosa inversión en la infraestructura escolar, recurriendo para ello a fondos nacionales, a la cooperación y a préstamos internacionales. Lo mismo podemos decir en lo referente al equipamiento de laboratorios, principalmente los de ciencias básicas (Química, Física, Biología y Matemática) y los Centros de Cómputo, que debería existir en todos los Institutos del país, públicos y privados. En este sentido, es loable el proyecto de la Fundación Zamora-Terán, que ha obsequiado computadoras individuales a miles de niños del país, con la meta de “Una computadora por niño”. Sin embargo, a este respecto, corresponde advertir que el mayor acceso de los estudiantes al ciberespacio demanda la correspondiente capacitación del personal docente en las nuevas tecnologías de la computación, a fin de que las computadoras en manos de los estudiantes sean verdaderas herramientas educativas y no solo para entretenimiento, que es el riesgo que se corre si no hay un adecuado entrenamiento de los maestros. Los alumnos deben aprender a localizar la información pertinente, juzgarla y aplicarla, a fin de no perderse en un torrente informativo. La guía de los profesores es indispensable.

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Nuestra educación necesita comprometerse con los paradigmas de la educación del siglo XXI, que son los más adecuados para dar respuesta a los desafíos de los nuevos escenarios. Ante un mundo en constante proceso de cambio, la educación permanente aparece como la respuesta estratégica que hace de la educación asunto de toda la vida y dota a los educandos de las herramientas intelectuales que les permitirán adaptarse a las incesantes transformaciones y a los requerimientos, tan cambiantes, del mundo laboral. La educación permanente ha sido justamente calificada como la “llave que nos permite ingresar en el siglo XXI”. También debemos fundamentar el sistema educativo en lo que la UNESCO llama los cuatro “pilares de la educación para el siglo XXI”. Ellos son: “Aprender a conocer”, es decir, dominar las disciplinas del conocimiento, buscando un equilibrio o balance entre la formación general y la especializada. La formación general, o sean las llamadas competencias genéricas, son cada vez más apreciadas por los empleadores. Entre ellas se encuentran la capacidad de comunicarse, de elaborar informes, de trabajar en equipo, de asumir con creatividad los cambios, dominar otras lenguas y comprender y apreciar otras culturas. Aprender a hacer: que implica saber hacer las cosas, el “know how”, es decir, saber aplicar el conocimiento, no quedarse en la teoría sino dominar también las destrezas y habilidades prácticas; familiarizarse con el mundo del trabajo y la cultura empresarial. Aprender a ser: es decir, aprender a realizarnos no solo como profesionales o especialistas sino, ante todo, como seres humanos, como personas, como padres de familia y como ciudadanos democráticos, responsables, críticos y participativos. Aprender a convivir o aprender a vivir juntos en la llamada “aldea planetaria” y a desear esa convivencia, siendo tolerantes, propiciar la solución pacífica de los conflictos y contribuir a construir una cultura de paz firme y duradera para la humanidad, sobre la base de la justicia, la equidad y el pleno respeto a los Derechos Humanos. Pero no bastan estos aprendizajes: el siglo XXI nos exige, además, otros aprendizajes: “aprender a emprender”, es decir, estar conscientes que el título profesional no garantiza por sí sólo un puesto de trabajo y que, a veces, será necesario crearlo por nuestro propio esfuerzo, aplicando el espíritu emprendedor que antes mencionamos. Aprender a desaprender: saber desechar lo que ya no tiene vigencia, lo que esta desfasado, lo obsoleto y asumir el reto, cuando sea necesario, de construir un nuevo conocimiento. “Los iletrados del siglo XXI, nos advierte Alvin Toffler, no serán los que no sepan leer ni escribir, sino aquellos que no pueden aprender, desaprender y volver a aprender”. Y finalmente, aprender a atreverse, es decir, aprender a no tenerle miedo a los problemas ni a las dificultades, porque si bien el riesgo sin conocimiento es peligroso, el conocimiento sin riesgo puede ser inútil. Si asumimos estos paradigmas, deberíamos enfatizar el trabajo individual y en grupo de los estudiantes, no solo su asistencia al aula de clase. Nuestras bibliotecas escolares, cuando existen, son bien pobres y muchos de sus libros obsoletos. Se requiere fortalecer el Sistema Nacional de Bibliotecas escolares y poner al frente de las mismas a personas que puedan orientar a los estudiantes en

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sus consultas. Al mismo tiempo, es preciso garantizar el suministro anual de textos para los estudiantes de primaria y secundaria. Es necesario introducir en la enseñanza secundaria la educación de la sexualidad y la “Educación para la Vida”, para lo cual se requieren textos bien elaborados y guías para los maestros consejeros. Esta educación deberá estar impregnada de auténticos valores. Como respuesta al nuevo escenario, necesitamos fortalecer la educación técnica de nivel medio y superior. Existe un prejuicio cultural en contra de las carreras técnicas medias, consideradas como carreras reservadas para los jóvenes procedentes de las familias pobres. En los países de desarrollo medio y avanzado, los egresados de las carreras técnicas medias y superiores tienen más demanda y devengan mejores salarios que los egresados de las profesiones liberales. Cabe tener presente el rol clave que han desempeñado en el extraordinario avance industrial de China y la India sus famosos Institutos Técnicos, cuya fundación y fortalecimiento fue priorizado en sus planes de desarrollo educativo. También es interesante la experiencia de los Community Colleges, de los Estados Unidos. Entre nosotros se estima que se requieren unos 12.000 técnicos, pero no hay seguridad para sus empleos. Convendría fortalecer las carreras de técnicos superiores que imparten las universidades y analizar la conveniencia de crear, en las distintas regiones del país, Institutos Tecnológicos Superiores o Universidades Técnicas como la Universidad Técnica La Salle, para sacar al país de su retraso tecnológico, favorecer nuestro desarrollo industrial y la lucha contra la pobreza. El diseño de dichas carreras deberá permitir las salidas laterales al mundo del trabajo y la posibilidad de acceder a niveles académicos superiores. La modalidad de educación técnica debería tener presentes no solo las necesidades de las grandes empresas sino también las de las micro, pequeñas y medianas empresas. La Nueva Educación deberá dar atención especial a la problemática educativa de nuestra Costa Atlántica, para lo cual será preciso fortalecer el Sistema Educativo Autonómico de las Regiones Atlánticas, ajustando el diseño curricular a la realidad y necesidades regionales. En el nuevo escenario es indispensable formar buenos directores de escuelas primarias y secundarias. La presencia de un buen director es un factor clave para el logro de los fines educativos de todo centro escolar. Los mejores maestros de primaria deberían ser asignados a los primeros grados de primaria para garantizar el aprendizaje de la lecto-escritura en los primeros cuatro grados y combatir la deserción escolar temprana. Atención especial merecería la formación de los profesores de Matemáticas y Español, materias en las que es más frecuente el fracaso de los bachilleres en los exámenes de admisión. Al mismo tiempo, conviene revisar los métodos de enseñanza de estas asignaturas e introducir métodos lúdicos, principalmente en el caso de las matemáticas. Sin el dominio adecuado de las matemáticas no es

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posible lograr el desarrollo científico-tecnológico del país. El nuevo escenario obliga a que nuestros estudiantes participen en las pruebas internacionales, como las pruebas PISA, sin que tratemos de ocultar los resultados, sino transformarlos en un reto para el mejoramiento de nuestra educación. En el aspecto administrativo, convendría replantearse la conveniencia de regresar a la experiencia de la autonomía escolar, previa evaluación de sus resultados positivos y negativos. El nuevo escenario demanda una administración educativa descentralizada, dejando al Ministerio de Educación como una autoridad que define políticas y normas, y asume la supervisión pedagógica, pero que deja de ser una entidad burocrática excesivamente centralizada, que impide la creatividad e iniciativa de los centros escolares. Finalmente, todo el esfuerzo educativo en el nuevo escenario debería proponerse forjar ciudadanos responsables, dotados de altos principios éticos y morales, críticos y participativos. Para ello, la educación debe educar para la democracia, como la mejor forma de gobierno, a fin de generar una “cultura democrática”, que sea la base de la búsqueda colectiva del bien común. Educar para la democracia implica inculcar a los educandos el amor a la patria y a sus símbolos; el orgullo de ser nicaragüense y la valoración de nuestra identidad nacional. La educación para la democracia no se concibe como una simple asignatura añadida al pensum escolar. Ella debe partir de una concepción integral e impregnar todo el proceso educativo. Debe ser inspiradora y polinizadora.

Los procesos educativos tienen por misión inculcar en las personas los aprendizajes que les permitan participar activamente, durante toda su vida, en un proyecto social, en un Proyecto de Nación. Y la escuela es, sin duda, un agente privilegiado en la adquisición de los principios y prácticas democráticas que preparen para una participación responsable, crítica y constructiva en ese proyecto.

Concluyo parafraseando al pensador argentino Juan Bautista Alberdi, quien dijo, en el siglo XIX, que “Gobernar es poblar”. En el nuevo escenario de Nicaragua me parece más apropiado decir que: “Gobernar es educar”. Ojalá nuestros gobernantes lleguen a este mismo convencimiento.

Managua, abril de 2013.