Resumen Textos de Colonialismo- Imperialismo
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Entre Estados: la carrera armamentista. El colonialismo y el imperialismo
Bibliografía:
WALLERSTEIN, Immanuel: El eurocentrismo y sus avatares: los dilemas de la
ciencia social.
HOBSBAWN, Eric: La era del Imperio (1875-1914).
FIELDHOUSE: Interpretaciones económicas del Imperialismo.
HERNÁNDEZ SANDOICA, Elena: El Colonialismo (1815-1873). Estructuras y
cambios en los Imperios Coloniales.
WALLERSTEIN, Immanuel: El eurocentrismo y sus avatares: los dilemas de la ciencia
social
La ciencia social es un producto del sistema-mundo moderno, y el eurocentrismo es
constitutivo de la geocultura del mundo moderno. La ciencia social emergió en respuesta a
los problemas europeos, en el punto de la historia en que Europa dominaba la totalidad del
sistema-mundo. Su fortaleza será combatida a partir de 1945.
Las acusaciones:
La ciencia social expresa su eurocentrismo en: su historiografía, en la actitud provinciana
de su universalismo, en las afirmaciones acerca de la civilización Occidental, en su
orientalismo, y en sus intentos por imponer la teoría del progreso.
- Historiografía:
Esta es la explicación de la dominación europea del mundo moderno, en virtud de los
logros de carácter histórico específicos de Europa.
- Universalismo:
Es la perspectiva según la cual existen verdades científicas que son válidas a través de todo
tiempo y espacio. El pensamiento europeo es universalista, proclamando que esta fue la era
del triunfo cultural de la ciencia como actividad gnoseológica. Esta ciencia es la ciencia
cartesiano-newtoniana.
La ciencia social europea fue resueltamente universalista al afirmar que lo que haya
ocurrido en Europa entre los siglos XVI y XIX, representó un patrón aplicable en cualquier
parte, porque fue un logro progresivo de la humanidad irreversible, o porque representó el
cumplimiento de las necesidades básicas de la humanidad por medio de la disminución de
los obstáculos artificiales para esta realización. Lo que has visto ahora en Europa, no es
sólo lo bueno sino el rostro del futuro en todas partes.
- Civilización:
Hace referencia a una serie de características sociales que son contrastadas con el
primitivismo y la barbarie. Ello producto de la “misión civilizatoria” que impuso valores de
comportamiento entre lo bueno y lo malo. La ciencia social es un producto del mismo
sistema histórico que ha elevado estos valores hasta lo más alto de la jerarquía.
- Orientalismo:
Refiere a una declaración estilizada y abstracta de las características de las civilizaciones
no-occidentales. Es el anverso del concepto civilización. El orientalismo marcó la
distinción Occidente/Oriente, Moderno/no-Moderno.
Los orientalistas se vieron como personas que expresaban diligentemente su comprensiva
apreciación de una civilización no-occidental, consagrando sus vidas al estudio erudito de
los textos para comprender la cultura. La cultura que ellos entendieron era un constructo
social de alguien que venía de una cultura diferente.
- Progreso:
Fue un tema básico del Iluminismo Europeo. El progreso se volvió la explicación
subyacente de la historia del mundo, y la justificación de casi todas las teorías de etapas. Se
volvió el motor de toda la ciencia social aplicada.
Los reclamos del anti-eurocentrismo:
Son tres: cualquier cosa que Europa haya hecho fue lo mismo que lo que otras
civilizaciones estaban haciendo en ese preciso momento, hasta que Europa usó su poder
geopolítico para interrumpir ese proceso en las otras partes del mundo; lo que Europa hizo
no es nada más que una continuación de lo que otros ya estaban haciendo; y que lo que
Europa hizo ha sido analizado incorrectamente y sometido a explotaciones inadecuadas,
trayendo consecuencias peligrosas para la ciencia como para el mundo político. Los
primeros dos argumentos sufren de un “eurocentrismo anti-eurocéntrico” y el tercero es el
correcto.
- Lo post como primer pasado:
Es una postura que acepta la importancia del “logro” europeo, por lo cual se vuelve muy
eurocéntrica y dice que otros también lo podrían haber hecho.
- Capitalismo eterno:
Niega que haya algo realmente nuevo en lo que Europa hizo. Por tanto afirma que el
capitalismo no es nada nuevo. Este argumento sostiene que todos juntos lo estábamos
haciendo y que no hubo un desarrollo real hacia el capitalismo en la Era Moderna porque la
totalidad del mundo ha sido capitalista por varios miles de años.
- El análisis del desarrollo europeo:
El autor no considera que el capitalismo haya sido una prueba del progreso humano.
Considera que ha sido la consecuencia de una ruptura en las barreras históricas contra esta
versión particular de un sistema explotador. Convertir sus méritos en algo de lo que tengan
que excusarse es, para el autor, la quintaesencia del eurocentrismo.
El autor prefiere reconsiderar lo que no es universalista en las doctrinas universalistas que
han surgido de aquel sistema histórico que es verdaderamente capitalista, el sistema-mundo
moderno.
Lo que es propio de las estructuras de conocimiento en el sistema-mundo moderno es el
concepto de las “dos culturas”. Ningún otro sistema histórico ha iniciado un divorcio tan
importante entre la ciencia y la filosofía y las humanidades, o una separación de la
búsqueda de lo verdadero y la búsqueda de lo bueno y lo bello.
La idea de que la ciencia está más acá y que las decisiones sociopolíticas están más allá es
el concepto nuclear que sostiene al eurocentrismo, ya que las únicas proposiciones
universalistas que han sido aceptables son aquellas que son eurocéntricas. Cualquier
argumento que refuerce esta separación de las dos culturas, sostiene al eurocentrismo.
HOBSBAWN, Eric: La era del Imperio (1875-1914)
La economía cambia de ritmo:
El ciclo comercial de la economía capitalista, entre 1873 y 1890, hizo que la producción
mundial, lejos de estancarse, continuara aumentando de forma muy sustancial. Entre 1870 y
1890, la producción de hierro se duplicó, de 11 a 23 millones de toneladas; la producción
de acero, signo de industrialización, se multiplicó por veinte, de medio millón a 11 millones
de toneladas. El comercio internacional continuó aumentando, aunque a un ritmo menos
vertiginoso que antes. ¿Puede calificarse de “Gran Depresión” a ese periodo de
espectacular incremento productivo?
No obstante, tras el drástico hundimiento de la década de 1870, lo que estaba en juego no
era la producción, sino su rentabilidad.
La agricultura fue la víctima más espectacular de esa disminución de los beneficios, cuyos
descontentos tenían consecuencias sociales y políticas más inmediatas y de mayor alcance.
Bajos precios y plagas masivas resultaron ser una fórmula desastrosa. Los agricultores
reaccionaron desde una agitación electoral hasta la rebelión.
No obstante, las dos respuestas más habituales entre la población fueron la emigración
masiva y la cooperación, la primera protagonizada por aquellos que carecían de tierras o
que tenían tierras pobres, y la segunda por los campesinos con explotaciones
potencialmente viables. La emigración a ultramar fue la válvula de seguridad que permitió
mantener la presión social por debajo del punto de rebelión o revolución. En cuanto a la
cooperación, proveyó de préstamos modestos al campesinado. Así, se multiplicaron las
sociedades para la compra cooperativa de suministros, la comercialización en cooperativa y
el procesamiento cooperativo de productos lácteos.
El mundo de los negocios se vio afectado por la preocupación de que bajaran los precios,
siendo que ésta era una época inflacionaria. Pero ningún período fue más deflacionario que
el de 1873-1896, cuando los precios descendieron en un 40% en el Reino Unido. La
inflación no sólo es positiva para quienes están endeudados, como bien lo sabe cualquiera
que tenga que pagar una hipoteca a largo plazo, sino que produce un incremento automático
de los beneficios, por cuanto los bienes producidos con un coste menor se vendían al precio
más elevado del momento de la venta. A la inversa, la deflación hace que disminuyan los
beneficios. Una gran expansión del mercado puede compensar esa situación, pero lo cierto
es que el mercado no crecía con la suficiente rapidez, en parte porque la nueva tecnología
industrial posibilitaba y exigía un crecimiento extraordinario de la producción, en parte
porque aumentaba el número de competidores en la producción y de las economías
industriales, incrementando enormemente la capacidad total, y también porque el desarrollo
de un gran mercado de bienes de consumo era todavía muy lento.
Otro problema consistía en que los costes de producción eran más estables que los precios a
corto plazo, pues los salarios no podían ser reducidos proporcionalmente, al tiempo que las
empresas tenían que soportar también la carga de importantes cantidades de maquinaria y
equipo obsoletos o de nuevas máquinas y equipos de alto precio que, al disminuir los
beneficios, se tardaba más de lo esperado en amortizar. A veces esto se profundizaba por la
caída gradual del precio de la plata y de su tipo de cambio con el oro.
¿Qué podía hacerse respecto a la depresión de los precios, de los beneficios y de las tasas
de interés? Una solución era un monetarismo a la inversa que, como un bimetalismo, era
sustentada por muchos, que atribuían el descenso de los precios a la escasez de oro, que era
cada vez más la base exclusiva del sistema de pagos mundial. Un sistema basado en el oro
y la plata, podría elevar los precios a través de la inflación monetaria, de la que eran
partidarios especialmente los abrumados agricultores de las praderas.
La gran depresión puso fin a la era del liberalismo económico, al menos en el capítulo de
los artículos de consumo, aplicando tarifas proteccionistas a los productos textiles, que
llegaron incluso a la penalización.
Sólo el Reino Unido defendía la libertad de comercio sin restricciones: evidenciado en la
ausencia de un campesinado numeroso y de un voto proteccionista importante. El Reino
Unido era el exportador más grande de productos industriales y en el curso de la centuria
había orientado su actividad cada vez más hacia la exportación (1870 y 1880). El Reino
Unido era el mayor exportador de capital, de servicios “invisibles” financieros y
comerciales y de servicios de transporte. Londres y la flota británica adquirieron cada vez
más importancia que antes en la economía mundial. Era el mayor receptor de exportaciones
de productos primarios del mundo y dominaba (constituía) el mercado mundial de algunos
de ellos, como la caña de azúcar, el té y el trigo. Dado que el Reino Unido permitió que
declinara la producción de alimentos durante la época de la depresión, su inclinación hacia
las importaciones se intensificó extraordinariamente.
La libertad de comercio parecía indispensable, ya que permitía que los productores de
materias primas de ultramar intercambiaran sus productos por los productos
manufacturados británicos, reforzando así la simbiosis entre el Reino Unido y el mundo
subdesarrollado, sobre el que se apoyaba fundamentalmente la economía británica. Las
finanzas de los ricos terratenientes descansaban ahora no tanto en las rentas procedentes de
los campos de maíz como en los ingresos que obtenían de las propiedades urbanas y de las
inversiones. El capitalismo no existe para realizar una selección determinada de productos,
sino para obtener dinero. El Reino Unido continuó mostrándose partidario del liberalismo
económico y al actuar así otorgó a los países proteccionistas la libertad de controlar sus
mercados internos y de impulsar sus exportaciones.
Esto implicaba un renacimiento del proteccionismo internacional. En el siglo XIX, el
núcleo fundamental del capitalismo lo constituían cada vez más las “economías
nacionales”: el Reino Unido, Alemania, Estados Unidos, etc. La “nación” como unidad no
tenía un lugar claro en la teoría pura del capitalismo liberal, cuyos elementos básicos eran
los átomos irreducibles de la empresa, el individuo o la “compañía” impulsados por el
imperativo de maximizar las ganancias y minimizar las pérdidas. Actuaban en “el
mercado”, que, en sus límites, era global. El liberalismo era el anarquismo de la burguesía
y, como en el anarquismo revolucionario, en él no había lugar para el Estado. O, más bien,
el Estado como factor económico sólo existía como algo que interfería el funcionamiento
autónomo e independiente de “el mercado”. A mayor abundamiento, esa economía no
reconocía fronteras, pues cuando alcanzaba mayor rendimiento era cuando nada interfería
con el libre movimiento de los factores de producción. El capitalismo no sólo era
internacional en la práctica, sino internacionalista desde la teoría. El ideal de sus teóricos
era la división internacional del trabajo que asegurara el crecimiento más intenso de la
economía. Todo ello conducía a producir resultados óptimos a escala global.
La economía capitalista mundial en evolución era un conjunto de bloques sólidos, pero
también un fluido. Sean cuales fueren los orígenes de las “economías nacionales” que
constituían esos bloques (es decir, las economías definidas por las fronteras de los Estados)
y con independencia de las limitaciones teóricas de una teoría económica basada en ellas
(por teóricos alemanes), las economías nacionales existían porque existían las naciones-
Estado. Esto se refiere al sector “desarrollado” del mundo, es decir, a los Estados capaces
de defender de la competencia a sus economías en proceso de industrialización y no al resto
del planeta, cuyas economías eran dependientes, política o económicamente, del núcleo
“desarrollado”.
La industrialización y la depresión hicieron de ellas un grupo de economías rivales, donde
los beneficios de una parecían amenazar la posición de las otras. No sólo competían las
empresas, sino también las naciones. Entre 1880-1914, el proteccionismo no era general y
quedó limitado a los bienes de consumo y no afectó al movimiento de mano de obra y a las
transacciones financieras internacionales. El proteccionismo industrial contribuyó a ampliar
la base industrial del planeta, impulsando a las industrias nacionales a abastecer los
mercados domésticos, que crecían también a un ritmo vertiginoso. En efecto, entre 1880 y
1914 el incremento global de la producción y el comercio fue mucho más elevado que
durante los decenios en los que estuvo vigente el librecambio.
Pero el proteccionismo no fue la respuesta económica más significativa del capitalismo a
los problemas que le afligían. Esa respuesta radicó en la combinación de la concentración
económica y la racionalización empresarial o que comenzaba ahora a servir de modelo, los
“trusts” y la “gestión científica”. Mediante la aplicación de estos dos tipos de medidas, se
intentaba los márgenes de beneficio, reducidos por la competitividad y por la caída de los
precios.
La concentración avanzó a expensas de la competencia de mercado, las corporaciones a
expensas de las empresas privadas, los grandes negocios y grandes empresas a expensas de
las más pequeñas y que esa concentración implicó una tendencia hacia el oligopolio
(control del mercado por un grupo de empresas dominantes). A partir de 1880, el modelo
de distribución de revolucionó. Los términos ultramarino y carnicero designaban a una
empresa nacional o internacional con cientos de sucursales.
La gestión científica (1910) fue fruto del periodo de la gran depresión. Surge ante la
necesidad de ordenar el tamaño y la complejidad de las empresas. Así surgió la necesidad
de una forma más racional o “científica” de controlar o programar las empresas grandes y
deseosas de maximizar los beneficios. Taylor se dirigió a sacar mayor rendimiento a los
trabajadores, mediante 3 métodos: 1) aislando a cada trabajador del resto del grupo y
transfiriendo el control del proceso productivo a los representantes de la dirección, que
decían al trabajador exactamente lo que tenía que hacer y la producción que tenía que
alcanzar a la luz de 2) una descomposición sistemática de cada proceso en elementos
componentes cronometrados y 3) sistemas distintos de pago de salario que supusieran para
el trabajador un incentivo para producir más. Pero el taylorismo no hizo muchos avances
antes de 1914 en Europa.
La “mano visible” de la moderna organización y dirección sustituyó a la “mano invisible”
del mercado anónimo de Adam Smith. La corporación sustituyó al individuo. El típico
hombre de negocios, en los grandes negocios, no era ya tanto un miembro de la familia
fundadora, sino un ejecutivo asalariado, y aquel que miraba a los demás por encima del
hombro era más el banquero o accionista que el gerente capitalista.
Una tercera posibilidad de solución a los problemas del capitalismo fue el imperialismo.
La presión del capital para conseguir inversiones más productivas, así como la de la
producción a la búsqueda de nuevos mercados, contribuyó a impulsar la política de
expansión, que incluía la conquista colonial. La expansión territorial no es sino una
consecuencia de la expansión del comercio.
Un efecto secundario de la gran depresión fue que hubo una época de gran agitación social
entre agricultores por la baja de precios agrícolas, y entre los obreros, augurando hacia
1880 la aparición de movimientos de obreros y socialistas de masas.
El paso de la preocupación a la euforia fue tan súbito y dramático, que los economistas
buscaban alguna fuerza externa especial para explicarlo, y que encontraron en el
descubrimiento de enormes depósitos de oro en Suráfrica, la última de las grandes fiebres
del oro occidentales, la Klondike (1898). El contraste entre la gran depresión y el boom
secular posterior constituyó la base de las “ondas largas” de Kondratiev.
Así, se centra la atención en dos aspectos del periodo: la redistribución del poder y la
iniciativa económica, es decir, en el declive relativo del Reino Unido y en el progreso
relativo y absoluto de los Estados Unidos y sobre todo de Alemania, y asimismo en el
problema de las fluctuaciones a largo y a corto plazo, es decir, fundamentalmente en la
“onda larga” de Kondratiev, cuyas oscilaciones hacia abajo y hacia arriba dividen
claramente en dos el periodo analizado.
El tema realmente importante no es quién creció más y más deprisa en la economía mundial
en expansión, sino su crecimiento global como un todo. Para ello, sirve la teoría de Josef
Alois Schumpeter, que asocia cada “fase descendente” con el agotamiento de los beneficios
potenciales de una serie de “innovaciones” económicas y la nueva fase ascendente con una
serie de innovaciones fundamentalmente tecnológicas, cuyo potencial se agotará a su vez.
Esta teoría es plausible porque cada periodo ascendente secular desde los años 1780 ha
estado asociado con la aparición de nuevas industrias, cada vez más revolucionarias desde
el punto de vista tecnológico.
Pero el análisis de Kondratiev permite observar la relación entre el sector industrial del
mundo, que se desarrolló mediante una revolución continua de la producción, y la
producción agrícola mundial, que se incrementó fundamentalmente gracias a la
incorporación de nuevas zonas geográficas de producción o de zonas que se especializaron
en la producción para la exportación. Aún así, no es llamativo que la tasa de crecimiento de
la producción agrícola mundial se ralentizara después del inicial salto hacia adelante. Así,
la “relación de intercambio” tendería a variar a favor de la agricultura y en contra de la
industria, es decir, los agricultores pagaban menos, de forma relativa y absoluta, por lo que
compraban a la industria, mientras que la industria pagaba más, tanto relativa como
absolutamente, por lo que compraba a la agricultura.
Ese cambio en las relaciones de intercambio supuso una presión sobre los costes de
producción en la industria y, en consecuencia, sobre su tasa de beneficio. Por fortuna, para
la “belleza” de la belle époque, la economía estaba estructurada de tal forma que esa
presión se podía trasladar de los beneficios a los trabajadores. El rápido incremento de los
salarios reales, característico del periodo de la gran depresión, disminuyó notablemente. El
descenso de los salarios es lo que explica en parte el incremento de la tensión social previo
a 1914.
¿Cómo explicar este dinamismo? La clave está en el núcleo de países industriales, los
cuales constituían ahora una masa productiva ingente y en rápido crecimiento y ampliación
en el centro de la economía mundial, y también constituían una masa cada vez más
impresionante de compradores de los productos y servicios del mundo. La definición
habitual de un “habitante de una ciudad” del siglo XIX era la de aquel que vivía en un lugar
de más de 2000 habitantes, pero incluso si adoptamos un criterio menos modesto (5000), el
porcentaje de europeos de la zona “desarrollada” y de norteamericanos que vivían en
ciudades se había incrementado hasta el 41% en 1910 y tal vez el 80% de los habitantes de
las ciudades vivían en núcleos de más de 20.000 habitantes, es decir, grandes masas de
consumidores.
Gracias al descenso de los precios que se había producido durante el periodo de la
depresión, esos consumidores disponían mucho más dinero que antes para gastar. La venta
a plazos, que apareció en estos años, tenía como objetivo permitir que los sectores con
escasos recursos pudieran comprar productos de alto precio. Por lo que, estos países en
conjunto formaban el 80% del mercado internacional.
Economía mundial durante la era del imperio:
Su base geográfica era mucho más amplia que antes. El proceso de industrialización se
amplió, lo mismo que el mercado internacional de materias primas. La era del imperio se
caracterizó por la rivalidad entre los diferentes Estados. Por lo que, la era del imperio había
dejado de ser monocéntrica.
Ese pluralismo creciente de la economía mundial quedó enmascarado por la dependencia
que se mantuvo de los servicios financieros, comerciales y navieros con respecto al Reino
Unido. En el mercado internacional de capitales, el Reino Unido conservaba un dominio
abrumador.
Era el Reino Unido el país que restablecía el equilibrio global importando mayor cantidad
de productos manufacturados de sus rivales, gracias también a sus exportaciones de
productos industriales al mundo dependiente, pero, sobre todo, con sus ingentes ingresos
invisibles, procedentes tanto de los servicios internacionales en el mundo de los negocios
(banca, seguros, etc.) como de su condición de principal acreedor mundial debido a sus
importantísimas inversiones en el extranjero. El relativo declive industrial del Reino Unido
reforzó su posición financiera y su riqueza. Los intereses de la industria británica y de la
City, compatibles hasta entonces, comenzaron a entrar en una fase de enfrentamiento.
La tercera característica de la economía mundial es la revolución tecnológica. Por ejemplo,
se incorporaron a la vida moderna el teléfono, la telegrafía sin hilos, el fonógrafo y el cine,
el automóvil y el aeroplano, la aspiradora y la aspirina, y el gran avance con la bicicleta.
Para los contemporáneos, la gran innovación consistió en actualizar la primera revolución
industrial mediante una serie de perfeccionamientos en la tecnología del vapor y del hierro
por medio del acero y las turbinas. Industrias revolucionarias son la electricidad, la química
y el motor de combustión, lo mismo ocurrió con el duplicado del tendido férreo. La
construcción de barcos, monopolio inglés, se consiguió explotando los recursos de la
primera revolución industrial. La nueva revolución industrial reforzó, más que sustituyó, a
la primera.
La cuarta característica es una doble transformación en la estructura y modus operandi
de la empresa capitalista. Por una parte, se produjo la concentración de capital, el
crecimiento en escala que llevó a distinguir entre “empresa” y “gran empresa”, el retroceso
del mercado de libre competencia y todos los demás fenómenos que, hacia 1900, llevaron a
los observadores a buscar etiquetas globales que permitieran definir lo que parecía una
nueva fase de desarrollo económico.
La quinta característica es que se produjo una extraordinaria transformación del mercado
de los bienes de consumo: un cambio tanto cuantitativo como cualitativo. Fueron
revolucionarias las apariciones de las cocinas de gas, la bicicleta, el cine y el modesto
plátano. En efecto, la creación de medios de comunicación de masas se expandió
ampliamente.
Todo ello implicó la transformación de la “producción masiva” y de la distribución,
incluyendo la compra a crédito, por medio de los plazos.
La sexta característica de la economía fue el importante crecimiento del sector terciario
de la economía, público y privado: el aumento de puestos de trabajo en las oficinas,
tiendas y otros servicios.
La última característica de la economía es la convergencia creciente entre la política y la
economía, es decir, el papel cada vez más importante del Gobierno y del sector público, o
lo que los ideólogos de tendencia liberal consideraban como el amenazador avance del
“colectivismo”, a expensas de la tradicional empresa individual o voluntaria.
Las rivalidades políticas entre los Estados y la competitividad económica entre grupos
nacionales de empresarios convergieron contribuyendo tanto al imperialismo como a la
génesis de la primera guerra mundial. También condujeron al desarrollo de industrias como
la de armamento, en la que el papel del Gobierno era decisivo.
Las economías modernas, controladas, organizadas y dominadas en gran medida por el
Estado, fueron producto de la primera guerra mundial. Entre 1875 y 1914 tendieron, en
todo caso, a disminuir las inversiones públicas en los productos nacionales en rápido
crecimiento, y ello a pesar del importante incremento de los gastos como consecuencia de
la preparación para la guerra.
1870-1910:
Hay un renacer de las monarquías porque cambiaron su aspecto, legitimidad y
participación. Ahora se adaptan al sistema parlamentario y republicano como garantes.
Hacia 1890 aparecen los partidos políticos, antes eran facciones políticas (conservadores,
liberales, legitimistas, etc.), excepto en el caso de Inglaterra, que ya contaba con un
bipartidismo: tories y whigs. Desde 1880 ingresan profesiones liberales a las cámaras
parlamentarias, donde se difundirán ideas como democracia, justicia, etc. Aún así, no existe
una diferencia marcada entre monarquía y república.
En Francia, se impone el poder del ejército, con un tinte chauvinista, y que favorece el
desarrollo de un fuerte sentido nacionalista extremo. Francia pone el énfasis en la
reconversión de la economía, luego de la depresión de 1873 y en recuperar Alsacia y
Lorena, que estaban en manos de Alemania. En este momento, dos escándalos manchan a
Francia: la millonaria construcción del Canal de Panamá sin esclusas o escalones de agua, a
través de empréstitos financieros pedidos al Banco Francés, que fueron a manos del
ingeniero Leipzig, que se los robó y apropió. El otro escándalo fue el Caso Dreyfus (1894),
protagonizado por el ejército que ocupaba Argelia, donde los soldados vivían de fiestas y
malgastando el dinero, lo que derivó en un escándalo internacional por casos de abusos de
poder para con ciudadanos argelinos.
En Italia, asume el poder la monarquía de Saboya en el norte industrial. El sur se mantiene
atrasado y en constante rebelión. Dos fuerzas se oponen a Saboya: la línea derecha
eclesiástica y la línea socialista, que pide el voto censitario ampliado a la sociedad. Estos
opositores luchan entre sí e impiden el desarrollo del parlamento. El emperador Víctor
Manuel III no respeta al parlamento y toma decisiones personales, lo que demuestra la
debilidad de las instituciones políticas y civiles italianas. Ante esto, millones de italianos
son expulsados a los continentes, los cuales eran gran parte campesinos que no podían
adaptarse a la reconversión económica.
En Inglaterra, la democratización comienza en 1860, con votaciones electorales, y el voto
es obligatorio en 1884, lo que permite que el padrón se amplíe. La cámara de los comunes
desplaza a los rentistas para ampliar las bancadas a sectores liberales. Los líderes políticos
de esta época son Disraeli y Gladstone. La cámara de los lores está apoyada por la Iglesia
Anglicana y el parlamento. Llevan adelante la construcción del Canal de Suez. Inglaterra
organiza las condiciones laborales de los obreros y sus jornadas. Irlanda se separa de
Inglaterra. Los ingleses ocupan Sudáfrica, a partir del descubrimiento de yacimientos de
diamantes, hecho que desata la Guerra de los Boers, los cuales son salvajemente
masacrados y quedan bajo el protectorado inglés. Muchos emigran a Comodoro Rivadavia,
donde se descubren yacimientos de petróleo. Inglaterra finaliza el siglo XIX dominando los
mares, Egipto y Chipre.
En Alemania, luego de la unificación, se produce una división en: 4 reinos, 7 principados,
6 grandes ducados, 3 pequeños ducados y 3 ciudades libres, más Alsacia y Lorena. Están
representados en el Reichstag, que se conforma de acuerdo a los que tengan mayor
legitimidad política. El rey reina, pero gobierna el canciller (Bismarck). Los partidos
políticos son católicos y obreros. Los socialdemócratas están prohibidos. Alemania es líder
en el proteccionismo y en la asistencia a los trabajadores. Alemania se encuentra articulada
por el nacionalismo. La clase media urbana apoya al imperialismo y teme a los obreros
porque son numerosos en cantidad. Para Bismarck, cada imperio debía protegerse a sí
mismo, con el objetivo de aislar Francia de Rusia, con el fin de lograr el equilibrio europeo.
Para ello, se elaboraron tratados secretos bajo una alianza sólida entre Alemania y Austria-
Hungría. Todo esto porque el interés de Bismarck no era el imperialismo, sino entregar sus
colonias para ganar terreno en Europa. Sin embargo, el emperador Guillermo II le pide la
renuncia a Bismarck porque Alemania debía expandir sus colonias, con el fin de desarrollar
la flota más potente del mundo.
Las potencias sólo se enfrentan en este periodo, fuera de Europa, es decir, en las colonias.
En Japón, se produce la Revolución Meiji (1868), donde los samuráis exigen al emperador
que abra las puertas al capitalismo comercial con Estados Unidos. Los japoneses aceptan la
propuesta del general yankee Perry, pero ponen condiciones para fortalecer su mercado
interno. Estudian al mercado yankee y el Estado dirige la industrialización y modernización
japonesa, basada en dos pilares: agricultura y exportación de seda en bruto. En 1905,
vencen a Rusia y se anexionan la región de la Manchuria.
En suma: Japón y Alemania llegan a 1914 totalmente militarizados, Italia está en crisis
porque no logra construir al ser nacional e Inglaterra domina los mares.
FIELDHOUSE: Interpretaciones económicas del Imperialismo
La proporción de la superficie terrestre ocupada de hecho por europeos, ya todavía bajo
control europeo directo como colonias, ya como antiguas colonias, era del 35% en 1800,
del 67% en 1878 y del 84,4% en 1914. Entre 1800 y 1878 la media de la expansión
imperialista fue de 560.000 km2 al año. Esta es sin dudas la segunda expansión de Europa.
Los viejos imperios habían estado principalmente en las Américas: los nuevos estaban en
África, Asia y el Pacífico. Las nuevas colonias eran en su mayor parte colonias de
“ocupación” en las que una pequeña minoría de “residentes” europeos ejercía cierto grado
de control político pero permanecían esencialmente ajenas a Europa en raza y cultura.
Los problemas básicos que hay que examinar son: por qué se dio esta expansión, por qué
tuvo lugar sobre todo en áreas tropicales, donde el asentamiento europeo era improbable, y
por qué estuvieron interesadas en ella tantas potencias europeas. No hubo discontinuidad
fundamental entre los diferentes periodos del siglo antes de la primera guerra mundial. Aún
así, la década de 1870 resulta ser una divisoria. La mayoría del territorio anexionado
después de la década de 1870 lo fue en regiones de África, Asia o el Pacífico que eran en
gran parte nuevas para los europeos. Eran similares a la India o la Indonesia holandesa y
parecía que el dominio sobre pueblos no europeos iba a ser la principal característica del
imperio. La intervención de Alemania, Bélgica e Italia daba la impresión de una
competencia internacional por la obtención de nuevas colonias que no se había dado antes
claramente, e implicaba que el estímulo a la colonización era general y con una fuerza sin
precedentes. Finalmente, el hecho de que la nueva colonización estuviera a menudo
asociada a la inversión en gran escala por los europeos, sugería que éstos tenían una
extraordinaria cantidad de capital disponible para usarlo de esta forma.
El rasgo nuevo del imperialismo de fines del siglo XIX es la belicosidad internacional.
Ahora las reivindicaciones coloniales fueron objeto de una intensa actividad diplomática
que en ocasiones parecía llevar a las potencias interesadas al borde de la guerra. En 1890 y
1900, las cuestiones coloniales estaban ligadas al prestigio e incluso a la seguridad de los
Estados europeos y en muchos países se organizaron grupos de presión para apoyar a los
gobiernos en sus negociaciones internacionales. Una vez empezada la gran guerra era
posible argüir como lo hizo Lenin en 1916, que fue en su raíz una guerra entre
imperialismos rivales y que su principal resultado fue la redistribución de los imperios
coloniales entre las potencias rivales.
Los imperios se habían extendido considerablemente desde principios del siglo XIX, pero
después, alrededor de 1880, cambiaron el tempo y el temple.
Existen teorías imperialistas que intentaron explicar por qué la expansión europea ocurrió a
fines del siglo XIX y por qué hubo esta aparente discontinuidad con el pasado victoriano.
La primera y más amplia categoría se puede llamar “eurocéntrica”, porque las nuevas
tendencias del imperialismo se explican en función de la situación, las actitudes y las
necesidades de los Estados de Europa. Es decir, la novedad del imperialismo proviene de
los nuevos desarrollos dentro de Europa. Dentro de esta visión se subdividen dos teorías:
económicas y políticas. Las teorías económicas parten de la premisa de que el
imperialismo de fines del siglo XIX fue un producto del carácter cambiante de las
economías europeas y de la expansión de la industrialización. Europa se anexionó grandes
territorios ultramarinos porque permitirían su crecimiento económico: las colonias podían
extender el comercio metropolitano abriendo nuevos y seguros mercados y proporcionando
nuevas fuentes de materias primas. Este es el “imperialismo comercial”. En cambio, las
nuevas colonias podían constituir campos para provechosas inversiones de capital que, en
condiciones de monopolio o subconsumo dentro de Europa, no podían hallar campos de
actividad que merecieran la pena en su propio país. Este es el “imperialismo de la
inversión de capital”.
Las teorías políticas plantean que la aparente discontinuidad de la expansión es
considerada como el producto del cambio de las condiciones políticas y sociales en Europa
a fines del siglo XIX, y se dice que las colonias fueron exigidas para ponerlas al servicio
del poder, prestigio o seguridad del Estado más que al de la riqueza de sus ciudadanos. Éste
es el imperialismo del estadista o del “pensamiento oficial” que se refiere a las iniciativas
tomadas por los gobernantes de Europa y consideraron correcto anexionar posesiones
ultramarinas como bases estratégicas para el prestigio o seguridad nacional. Una
aproximación paralela ve la génesis del expansionismo en la creciente belicosidad de la
opinión pública nacionalista. Este “imperialismo de las masas” derivó del patriotismo
agudizado por el neodarwinismo acerca de la supervivencia de la raza más apta. La opinión
pública consideraba cada episodio colonial como prueba de la fortaleza y prestigio
nacionales.
La segunda categoría de explicación imperialista busca respuestas en aquellas zonas del
mundo en que se estaban adquiriendo las posesiones. Este planteamiento periférico parte
del supuesto inicial de que no tiene por qué ser necesario hallar alguna causa
omnicomprensiva de la expansión europea ni en Europa ni en ninguna otra parte, sino que
la anexión colonial surgía por lo común de situaciones relativamente localizadas que podían
ser únicas. Estas situaciones podían ser de carácter económico, político, religioso o social.
Su común denominador era que existía alguna dificultad en áreas fuera de las posesiones
oficiales europeas en las que estaban implicados los europeos que hacía difícil mantener el
statu quo. Esta teoría permite decidir si el imperialismo fue un producto necesario de la
situación interna de Europa (Lenin) o si era una respuesta a problemas creados al aumentar
el contacto de la civilización europea con la de otros continentes.
HERNÁNDEZ SANDOICA, Elena: El Colonialismo (1815-1873). Estructuras y
cambios en los Imperios Coloniales
¿A qué llamarle colonialismo?
Expansión económica, mercados e industrialización: precisiones de método
Inglaterra transformó sus comportamientos económicos respecto a las colonias, porque
fuertes corrientes de pensamiento político y nuevas ideas habían aparecido en su sociedad,
proclamando los nuevos tiempos y reclamando la abolición. Pero la estela de la triunfal
emancipación de las trece colonias sirvió de coartada ideológica para exigir del resto del
mundo, que éste se acoplase a los mismos patrones.
Ello marcó la tendencia impuesta por los ingleses: la marcada propensión hacia la conquista
de mercados para la producción manufacturera y fabril británica. Revolución industrial y
reordenación de los espacios coloniales irán de la mano a lo largo de un siglo y medio.
Las colonias no se hallarán indefectiblemente condenadas a contemplar a su metrópoli.
Existe una fluidez relativa en las relaciones entre metrópoli y colonia, una tensión
bidireccional que trasciende el convencional concepto de dependencia y que comporta una
“desigualdad”, como en toda relación de poder.
Según Ruggiero Romano “el funcionamiento de un sistema colonial no es otra cosa que la
articulación de un conjunto de factores: el trabajo, la tierra, la población agrícola e
industrial, la distribución comercial, las exigencias fiscales y la capacidad industrial del
centro”.
Metodológicamente, la autora centra su análisis en 3 aspectos:
-Los “modelos” de recorridos históricos, producto de la conjunción de lo viejo con lo
nuevo, de residuos coloniales con la nueva imposición colonial de una fase industrial y
financiera
-Las resistencias metropolitanas y las que se encuentran dentro de grupos sociales de
implantación;
-El impacto popular o elitista de esa multiplicidad sistemática de horizontes culturales
externos y ajenos, tanto como exóticos, que se derraman sobre las estructuras sociales
metropolitanas, sobre las respectivas culturas populares y sobre los modos diversos de
enfocar la realidad, de relacionarse con el otro.
Concepto y definiciones. El contexto histórico
La autora define colonización como el proceso del cultivo de la tierra sin explotar, pero
ligado a otro fenómeno: la emigración, nutrida por población blanca y europea, que
constituyó un movimiento demográfico de consecuencias extraordinarias, que halló en la
América del Norte un destino terminal no exclusivo, pero sí predominante.
La colonia refiere a su sentido étnico y comunal, como también a la propia realidad
instrumental del viejo mercantilismo, un fenómeno de naturaleza económica
incomprensible casi sin colonias, de donde extraer el metálico. También designa un tipo de
intromisión ejercida por cualquier otro país más fuerte, de mayores dimensiones. En cuanto
al término imperialismo, según Hernández Sandoica, no se usaba todavía en este período
(1815-1873) como sinónimo de una globalización económico-política fundamentada en
la expansión financiera de las grandes potencias.
Pero lo normal en la primera mitad del siglo XIX era no relacionar “imperio” con
“colonias”. Lo usual era recomendar que se aliviara de las tradicionales cargas financieras y
obligaciones de ocupación política y administrativa a los imperios, sobre todo si se era
partidario del modelo librecambista británico.
El colonialismo informal (el predominio de los lazos mercantiles sobre los políticos) fue
la tónica y el espíritu nuevos de aquel tiempo. Pero continuaron las anexiones
territoriales.
Por ello, la nueva expansión imperialista que afloró por fin en los años 80 del siglo XIX no
tomó por sorpresa a nadie.
Viejos y nuevos imperios ultramarinos: su administración y explotación
Luego del reparto colonial que se dio cita en el Congreso de Viena de 1815, donde
Inglaterra sale como dueña de amplios territorios, convivirán intentos de penetración militar
junto a proyectos de colonización agraria; reformas en la explotación económica junto a la
concesión de tímidas libertades políticas y también junto a un cierto grado desigual de
transformación y reorganización administrativas. El viejo pacto colonial se irá perdiendo.
La industrialización es el motor impulsor de esta nueva etapa en la universalización de los
patrones europeos de organización económica, que pondrá fin al desarrollo todavía posible
del libre trato.
Los ingleses ya habían trazado el camino: la búsqueda incansable de mercados, la apertura
de puertos, la penetración interior en los continentes hasta apresar las fuentes mismas de la
riqueza.
Por su parte, la ciencia y la técnica serán el soporte decisivo del nuevo proceso de
expansión. Asia y África serán los nuevos ejes de implantación territorial: se conformarán
como la “periferia”. Esa incorporación la realiza, antes o después, el libre comercio,
ayudado de manera decisiva por la fuerza de los nuevos transportes y de las armas.
La “modernización” de aquellas sociedades (emprendida con la ayuda de asesores y
técnicos extranjeros), la apertura a la influencia europea de organizaciones y comunidades
sociales que hasta entonces le eran esencialmente refractarias, se convertirá en aspiración
prioritaria para los gobiernos europeos de la época.
Las colonias seguirán sirviendo de privilegiada plataforma para la acumulación
especulativa de capitales, de permeable rejilla para la absorción de manufacturas que no
han de soportar competencia alguna y de fuente insustituible para la obtención de metales
preciosos.
Las colonias de plantación situadas por lo general en torno a los trópicos, o bien fueron
abandonadas por agotamiento del suelo, o bien vieron su explotación acelerada y renovada.
Las nuevas demandas industriales de la Europa en transformación venían complementadas,
necesariamente, con las procedentes de un consumo ampliado, destinado a las crecientes
masas proletarias de las urbes y al sustancial incremento de nivel de vida de las clases
medias.
Se habrá de producir entonces, en resumen, un cambio en la composición de la demanda:
ya no podían ser los esclavos un capítulo sustancial de dicha demanda. Pero también
bajarán las especias y el azúcar. Crecen en cambio el algodón, la lana, los aceites para uso
industrial, los tintes, el cáñamo y el yute, así como el trigo, el café y el cacao, la carne y la
mantequilla.
En los puntos de Asia penetrados por europeos, el sistema de intercambios siguió
basándose en los productos raros y escasos: el añil y el salitre de la India británica, las
especies de Indonesia, el azúcar y el cáñamo de Filipinas. La devolución que hacía
Inglaterra eran manufacturas de baja calidad con las materias primas extraídas de las
colonias, como el caso de las indianas.
Lo común será la tendencia a la generalización universal del régimen de propiedad privada
de la tierra, un régimen desconocido en la mayor parte de las sociedades agrarias, con el
consiguiente inaugurado registro de los títulos de propiedad y la correspondiente
imposición tributaria.
La autora concluye que nos hallamos muy lejos de una expansión general organizada. Será
Inglaterra quien marque un orden mundial.