Resumen Del Resumen Palabras y Las Cosas

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LAS PALABRAS Y LAS COSAS Las Palabras y las Cosas texto publicado en 1966 surge, de acuerdo como el mismo Foucault ha mencionado, después de leer un texto de Borges donde cita una peculiar enciclopedia china. Según cuenta, su lectura le sacó carcajadas, pero no porque fuese en sí un texto cómico, sino por la manera en que establece una clasificación de animales que no posee ningún sentido para el pensamiento occidental. La imposibilidad de pensar algo como eso, hace que este libro indague sobre los espacios de orden en que se constituye el saber. Para ello Foucault se propone un estudio arqueológico que sea capaz dilucidar los a priori históricos y los elementos de positividad sobre los que han podido surgir las ideas, formarse las ciencias y la reflexión filosófica. Es así como sale a la luz el concepto foucaultiano de episteme, como campo de estudio de una arqueología que busca determinar el lugar común que permitirá el orden del conocimiento. De esta manera, será capaz de plantear discontinuidades históricas que inhabilitan una noción teleológica tradicional del conocimiento, permitiendo su comprensión dentro de una historia determinada por sus condiciones de posibilidad. Desprendiéndonos de la idea de un conocimiento continúo en vías de un perfeccionamiento, Foucault vislumbra dos grandes discontinuidades dentro del campo epistemológico que dan pie a tres epistemes. La primera la reconoce como episteme

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Resumen texto de Michel Foucault

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LAS PALABRAS Y LAS COSAS

Las Palabras y las Cosas texto publicado en 1966 surge, de acuerdo como el mismo

Foucault ha mencionado, después de leer un texto de Borges donde cita una peculiar

enciclopedia china. Según cuenta, su lectura le sacó carcajadas, pero no porque fuese en sí

un texto cómico, sino por la manera en que establece una clasificación de animales que no

posee ningún sentido para el pensamiento occidental. La imposibilidad de pensar algo

como eso, hace que este libro indague sobre los espacios de orden en que se constituye el

saber. Para ello Foucault se propone un estudio arqueológico que sea capaz dilucidar los a

priori históricos y los elementos de positividad sobre los que han podido surgir las ideas,

formarse las ciencias y la reflexión filosófica. Es así como sale a la luz el concepto

foucaultiano de episteme, como campo de estudio de una arqueología que busca determinar

el lugar común que permitirá el orden del conocimiento. De esta manera, será capaz de

plantear discontinuidades históricas que inhabilitan una noción teleológica tradicional del

conocimiento, permitiendo su comprensión dentro de una historia determinada por sus

condiciones de posibilidad.

Desprendiéndonos de la idea de un conocimiento continúo en vías de un

perfeccionamiento, Foucault vislumbra dos grandes discontinuidades dentro del campo

epistemológico que dan pie a  tres epistemes.  La primera la reconoce como episteme

renacentista contextualizándola dentro del siglo XVI, la segunda como episteme clásica

durante el siglo XVII y XVIII y por último la episteme moderna  la cual se extendería

desde el siglo XIX hasta la actualidad en que Foucault escribió el presente texto.  Un punto

importante a destacar, es que un estudio arqueológico del conocimiento se debe dirigir

“al espacio general del saber, a sus configuraciones y al modo de ser de las cosas

que allí aparecen, define los sistemas de simultaneidad, lo mismo que la ser de las

mutaciones necesarias y suficientes para circunscribir el umbral de una nueva

positividad.” (Foucault, 2002, p. 8)  

De acuerdo con lo anterior,  vemos que Foucault se concentra en un estudio de diversas

fuentes que logran manifestar la concepción de un espacio general que define las

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condiciones sobre las cuales se posibilita el conocimiento. Es así como dentro de la primera

episteme, cobra relevancia la noción de similitud. Si durante el siglo XVI es posible el

saber, es porque existe una relación directa entre las palabras y las cosas, ellas se asemejan

entre sí. La verdad se encuentra oculta en el mismo mundo, es Dios quien lo ha marcado,

disponiendo signaturas que deben ser interpretadas. Son estos signos los que permiten

saber, ellos le dicen al hombre la relación que existe entre la enfermedad y su cura, entre el

cielo y la tierra. Si él aprendió a mirar las estrellas para saber cuándo sembrar, es porque

puede leer los signos que revelan su semejanza, la hierba es el reflejo de los astros, cobra de

esta manera un labor fundamental la interpretación de los signos. Es así como en este siglo,

el ser mismo habitaba en las cosas, ya que gracias al círculo que conforma la convenientia,

aemulatio, analogía y simpatía, es decir las formas en que se manifiesta la semejanza, se

establecía el vínculo del microcosmos con el macrocosmos, como una cadena que unía a la

materia con Dios. Al igual que el mundo, el lenguaje es una red de marcas que se cierra

sobre sí mismo, él es una cosa natural donde la palabra adquiere un valor sustancial; ella

posee la sabiduría de los antiguos, quienes han visto la similitud entre las cosas y su

nombre, es en el lenguaje donde se encuentran los vestigios de una verdad originaria. Sin

embargo, no es la palabra hablada la que detenta la verdad, sino “tal entrelazamiento del

lenguaje y las cosas, en un espacio común, supone un privilegio absoluto de la escritura”

(Foucault, 2002, p.46). De acuerdo a esto, es posible comprender por qué la erudición

busca la verdad en un texto primitivo, de la misma manera que el mundo ha sido escrito por

Dios, la escritura forma parte de este mundo, en ella está la posibilidad de restituir la unidad

original entre las palabras y las cosas.

Si durante la episteme renacentista era posible que surgiera una historia de un animal como

la de Aldrovandi debido las similitudes que existían en el texto del mundo, ya hacia el siglo

XVII esto no iba a ser viable. Para Foucault en este siglo, reconocerá el inicio de una nueva

episteme clásica donde las palabras ya no estarán unidas a las cosas. A partir de ahora, se

establecerá un orden basado en las diferencias y las identidades que permiten su ingreso en

el cuadro de la taxinomia. Pero si las cosas no son lo mismo que las palabras, ¿cómo se

formula el saber? lo que antes era un signo que debía ser leído, ahora  será objeto e

instrumento  del análisis, el signo se introducirá dentro del conocimiento por medio de la

representación. Es ella la que establece, a través de un juego de desdoblamiento, el vínculo

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entre los signos y el pensamiento que dejan a un lado la opacidad propia del renacimiento.

Ahora, la representación permite una relación transparente que busca concretar el proyecto

de un orden universal, una mathesis. La interpretación dará paso al análisis, y con ello

también traerá consigo nuevas positividades. Es importante destacar que la pretensión de

universalidad de la mathesis no se limita a la filosofía ni a la física de la época, sino

también invade hacia los campos empíricos donde se establecerá el ordenamiento a la

forma de un cuadro. Así, en una episteme condicionada por una teoría de la representación,

se da la posibilidad de desarrollar un análisis de las riquezas, una historia natural y una

gramática general. Es sobre esto último que toma una real significancia el estudio

arqueológico desarrollado por Foucault, debido a que logra definir un espacio común que

posibilita la construcción del saber de diferentes disciplinas, y a su vez, los límites y

condiciones para el conocimiento. Si la historia desarrollada por Aldrovaldi es imposible en

el siglo XVII, es porque el saber es capaz de establecer diferencias e identidades entre las

cosas, dejando a la semejanza  relegada a un lugar tangencial.

Hacia el siglo XVIII, Foucault ejemplifica con el caso de la literatura de Sade un lugar de

tránsito hacia una nueva episteme llevando hacia sus límites la representación. De hecho, de

la misma manera que el Quijote se encontraba buscando similitudes en un mundo donde ya

no existían y posteriormente consigue ingresar al régimen de la representación; Sade inserta

a sus personajes dentro de escenas que llevan a la transgresión de la representación del

deseo. Este caso manifiesta lo mismo que ocurre en una primera fase para la constitución de

una episteme moderna, donde se instituyen las posibilidades para nuevas positividades

desde la inclusión de elementos que exceden la dualidad de la representación. Es así como

los conceptos de trabajo, organización y flexión permitirán dar el paso de un análisis de las

riquezas a una economía política, de una historia natural a la biología y de una gramática

general a una filología. Desde una no intención de superación de la representación, se

produce el acontecimiento que permite el cambio de una episteme a otra: “la retracción del

saber y del pensamiento fuera del espacio de la representación”. Es así como ahora el orden

da paso hacia la historia, es ella quien en la episteme moderna da lugar común un conjunto

de relaciones internas dentro de una serie temporal. Un cuadro de simultaneidades sin

rupturas, que permitía el orden clásico, ya no tiene cabida donde el conocimiento se

posibilita mediante organizaciones distintas y discontinuas. La Historia no debe ser

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comprendida como una sucesión de hechos, sino, “el modo fundamental de ser de las

empiricidades, aquello a partir de lo cual son afirmadas, puestas, dispuestas y repartidas en

el espacio del saber para conocimientos eventuales y ciencias posibles” (Foucault, 2002, p.

215).

En esta nueva episteme ya no será posible la conjunción de la naturaleza y la naturaleza

humana gracias a la representación y el discurso. Ahora el orden conseguido por un

régimen analítico de la visualidad, se sumergirá a las turbiedades de la producción, la vida

y el lenguaje. Lo visible ha perdido sus privilegios, del análisis que permite el

ordenamiento de las identidades y diferencias, se pasa a una exégesis que indaga las

profundidades “de las grandes fuerzas ocultas desarrolladas a partir de su núcleo primitivo

e inaccesible. Es como si tras el quiebre de la representación, cada empiricidad decidiera

indagar en las profundidades de cada uno de sus objetos. De esta manera, surgen unos

objetos trascendentales, que por la cercanía que tenemos con ellos, pareciesen que siempre

hubiesen existido: el trabajo, la vida y el lenguaje. Si la historia natural no es un paso

previo de la biología, es porque no existe en ella la vida, en tanto, en el caso del análisis de

las riquezas no se encuentra determinado por la producción del trabajo, y por último, en la

gramática general, el discurso plantea la desaparición del ser mismo del lenguaje en su

transparencia con la representación. Así mismo surge un nuevo objeto que es a la vez sujeto

del conocimiento, el hombre. Para él este es una invención moderna