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Reseñas Los sermones atribuidos a Pedro Marín. Van añadidas algunas noticias sobre la predicación castellana de San Vicente Ferrer. Estudio y edición de Pedro M. Cátedra. Universidad de Salamanca. 1990. 182 p. (ISBN: 84-7481-617-3; colección Textos Recuperados) Este volumen es el primero de nueva colección creada por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Salamanca: Textos Recuperados, que propone ediciones críticas de textos inauditos de diversos géneros y épocas; por otra parte inicia este volumen una serie independiente sobre la predicación española medieval, que vendrá completada por un catálogo de la predicación española de la Edad Media. Con este estudio nos brinda el Profesor Pedro Cátedra un trabajo que viene a inscribirse en la prolongación de su «Predicación castellana de San Vicente Ferrer», Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, 39 (1983-1984): en efecto nos ofrece aquí la primera publicación integral de la colección de cuatro sermones atribuidos a Pedro Marín, que constituye la segunda parte del manuscrito 9433 de la BNM. En un primer momento se dedica Pedro Cátedra al estudio detallado de la estructura de los sermones y contesta las interrogaciones a propósito de su autoría. La primera parte del códice consta de una pieza religiosa: Vestigio al conoscemiento beatificante, que podría haber sido dirigida a don pedro Fernández de Velasco, que la tenía registrada en el catálogo de su biblioteca, por un autor anónimo. Representa un testimonio interesante de los intereses religiosos del momento. La parte segunda, publicada por el Profesor Cátedra, consta de cuatro sermones que parecen, por las coincidencias lingüísticas que presentan, haber tenido el mismo copista (y quizá autor) que el Vestigio..., a pesar de ofrecer éste un texto mucho más conecto. Emite P. Cátedra la hipótesis de que hayan sido copiados los sermones a partir de una reportatio ajena, conclusión que también saca de la disposición material del códice. Observa la coherencia temática del manuscrito a través de los sermones, y procura establecer la autoría de los sermones gracias a la pertenencia del segundo sermón a una serie de prédicas latinas de San Vicente Ferrer; esta serie de sermones se sitúa en el manuscrito 26 de la catedral de Burgo de Osma, al que dedicará su atención el crítico en un segundo momento. Una comparación pertinente entre las diferentes versiones en romance de este segundo sermón y la versión latina desemboca en la constatación de una parecida o igual «espina dorsal», a saber la doctrina y la estructura. El sermón IV también tiene un equivalente entre los editados de San Vicente Ferrer, esencialmente en lo que toca al cuerpo principal del sermón, ya que la parte introductoria muy larga y pedante, como lo hace observar el Profesor Cátedra, resulta muy alejada del estilo vicentino. El acertado análisis de la estructura de este cuarto sermón le permite llegar a la conclusión de que su autor debía de ser un predicador que probablemente manejaba un sermonario de San Vicente Ferrer, copiándolo y añadiendo en este caso una larga introducción, o aprovechando los sermones vicentinos con fines diferentes. En cuanto al primer sermón, no le reconoce Pedro Cátedra una autoría vicentina, por tener una estructura mucho más elaborada que en la pastoral del santo valenciano, ni tampoco al tercero. Por fin, desemboca en dos posibles conclusiones: fue artificialmente formada esta colección por reportationes o copias de sermones de dos o más autores, o son sermones de otro predicador plagiario (¿Pedro Marín?) que, según P. Cátedra, utilizó «los de San Vicente Ferrer remozándolos convenientemente y apropiándose sin más de fragmentos enteros de su antecesor» para ofrecerlos a su mecena, don pedro Fernández de Velasco. En un segundo momento de su trabajo establece el Profesor Cátedra la ficha catalográfica del manuscrito 26 de la catedral de Burgo de Osma, dedicándole después a esta serie que testimonia de la difusión española de la obra de San Vicente Ferrer un análisis estructural. Se compone la serie de tres bloques diferentes: el sermón primero, una serie uniforme con un índice final que la delimita de las otras, y una tercera serie que se diferencia gráficamente de las otras dos, formada de cinco sermones interesantes atribuidos al maestro «de Spina» (¿fray Alonso de Espina?). De las 47 piezas del códice, 20 aparecen

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Reseñas

Los sermones atribuidos a Pedro Marín. Van añadidas algunas noticias sobre lapredicación castellana de San Vicente Ferrer. Estudio y edición de Pedro M. Cátedra.Universidad de Salamanca. 1990. 182 p.

(ISBN: 84-7481-617-3; colección Textos Recuperados)

Este volumen es el primero de nueva colección creada por el Servicio de Publicaciones de laUniversidad de Salamanca: Textos Recuperados, que propone ediciones críticas de textos inauditos dediversos géneros y épocas; por otra parte inicia este volumen una serie independiente sobre lapredicación española medieval, que vendrá completada por un catálogo de la predicación española de laEdad Media.

Con este estudio nos brinda el Profesor Pedro Cátedra un trabajo que viene a inscribirse en laprolongación de su «Predicación castellana de San Vicente Ferrer», Boletín de la Real Academia deBuenas Letras de Barcelona, 39 (1983-1984): en efecto nos ofrece aquí la primera publicación integral dela colección de cuatro sermones atribuidos a Pedro Marín, que constituye la segunda parte del manuscrito9433 de la BNM.

En un primer momento se dedica Pedro Cátedra al estudio detallado de la estructura de los sermones ycontesta las interrogaciones a propósito de su autoría. La primera parte del códice consta de una piezareligiosa: Vestigio al conoscemiento beatificante, que podría haber sido dirigida a don pedro Fernándezde Velasco, que la tenía registrada en el catálogo de su biblioteca, por un autor anónimo. Representa untestimonio interesante de los intereses religiosos del momento. La parte segunda, publicada por elProfesor Cátedra, consta de cuatro sermones que parecen, por las coincidencias lingüísticas quepresentan, haber tenido el mismo copista (y quizá autor) que el Vestigio..., a pesar de ofrecer éste untexto mucho más conecto. Emite P. Cátedra la hipótesis de que hayan sido copiados los sermones a partirde una reportatio ajena, conclusión que también saca de la disposición material del códice. Observa lacoherencia temática del manuscrito a través de los sermones, y procura establecer la autoría de lossermones gracias a la pertenencia del segundo sermón a una serie de prédicas latinas de San VicenteFerrer; esta serie de sermones se sitúa en el manuscrito 26 de la catedral de Burgo de Osma, al que dedicarásu atención el crítico en un segundo momento. Una comparación pertinente entre las diferentesversiones en romance de este segundo sermón y la versión latina desemboca en la constatación de unaparecida o igual «espina dorsal», a saber la doctrina y la estructura. El sermón IV también tiene unequivalente entre los editados de San Vicente Ferrer, esencialmente en lo que toca al cuerpo principal delsermón, ya que la parte introductoria muy larga y pedante, como lo hace observar el Profesor Cátedra,resulta muy alejada del estilo vicentino. El acertado análisis de la estructura de este cuarto sermón lepermite llegar a la conclusión de que su autor debía de ser un predicador que probablemente manejaba unsermonario de San Vicente Ferrer, copiándolo y añadiendo en este caso una larga introducción, oaprovechando los sermones vicentinos con fines diferentes. En cuanto al primer sermón, no le reconocePedro Cátedra una autoría vicentina, por tener una estructura mucho más elaborada que en la pastoral delsanto valenciano, ni tampoco al tercero. Por fin, desemboca en dos posibles conclusiones: fueartificialmente formada esta colección por reportationes o copias de sermones de dos o más autores, oson sermones de otro predicador plagiario (¿Pedro Marín?) que, según P. Cátedra, utilizó «los de SanVicente Ferrer remozándolos convenientemente y apropiándose sin más de fragmentos enteros de suantecesor» para ofrecerlos a su mecena, don pedro Fernández de Velasco.

En un segundo momento de su trabajo establece el Profesor Cátedra la ficha catalográfica delmanuscrito 26 de la catedral de Burgo de Osma, dedicándole después a esta serie que testimonia de ladifusión española de la obra de San Vicente Ferrer un análisis estructural. Se compone la serie de tresbloques diferentes: el sermón primero, una serie uniforme con un índice final que la delimita de las otras,y una tercera serie que se diferencia gráficamente de las otras dos, formada de cinco sermones interesantesatribuidos al maestro «de Spina» (¿fray Alonso de Espina?). De las 47 piezas del códice, 20 aparecen

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inéditas; la mayoría de los sermones no se integran explicitadamente en el ciclo litúrgico, son devariadas materias, y ofrecen ejemplos de la estructura de las piezas oratorias vicentinas. El interés delcódice estriba en que conserva prédicas sueltas e inéditas, y también otras ya editadas, «después desometidas a un proceso editorial ajeno al autor y al proceso oral y literario de la pronunciación delsermón y su posterior puesta en escrito». Para demostrarnos este interés, estudia Pedro Cátedra lamecánica de composición de San Vicente. Por fin, concluye que la compilación de Burgo de Osma que,siguiendo «el camino de la defensa y de la propaganda educativa del orden establecido», se inscribe en larepresentación bélica de una sociedad conflictiva en los dominios religioso y político.

Françoise GILBERT(LESO, Université de Toulouse-Le Mirai!)

HORAPOLO. Hieroglyphica. Edición de Jesús María González de Zarate, traducción del texto griegoMaría José García Soler. Madrid, Akal, 1991. 607 páginas, numerosas ilustraciones.

(ISBN: 84-7600-668-3; Arte y Estética 25)

La reciente traducción al español y el comentario de los tan famosos como desconocidos (por serpoco leídos) Hieroglyphica de Horapolo y su edición en la prestigiosa colección Arte y Estética de laeditorial Akal, colman un vacío que la erudición española dejaba abierto desde el siglo XVI. Por lo tanto,prescinde insistir en el mérito de los dos estudiosos que acaban de llevar a cabo tan ingente tarea, yprincipalmente del editor, Jesús María González de Zarate, cuyo estudio crítico merece los mayoreselogios por su valioso contenido, elogios que se matizarán relativamente a pequeneces materiales. Enesta primera reseña se examinará esencialmente la introducción, ya que tal acontecimiento editorial nopuede resumirse en dos o tres páginas.

Como historiador del arte, este todavía joven investigador, catedrático en la Universidad del PaísVasco, es una figura ya conocida por sus publicaciones sobre la literatura emblemática (Saavedra Fajardoy la literatura emblemática. Valencia, 1985; Los emblemas regio-políticos de Juan de Solórzano,Madrid, 1987) y por numerosos artículos aparecidos en revistas científicas. Dentro de este contextodedicado a la investigación, su edición española de los Hieroglyphica de Horapolo marca un hitoimportantísimo en los conocimientos sobre la emblemática no sólo en España sino en toda Europa.Parece increíble, pues, que se haya tenido que esperar hasta hoy la traducción española y el estudio críticoen España de una obra que fue tan familiar a los eruditos del siglo XVI y xvn, entre los cuales se encuentranlos dos hermanos Juan de Horozco y Sebastián de Covarrubias.

En una larga y apasionante introducción (pp. 7-37), Jesús María González de Zarate da la vueltacompleta a toda la problemática nacida de la aparición en el siglo XV, en la isla de Andros en el mar Egeo,de un manuscrito griego titulado en su traducción española Jeroglíficos de Horapolo del Niio que escribióen egipcio y que después F Hipo tradujo al griego. Tras mencionar los pocos datos que se conocen acercade la figura de Horapolo, alejandrino del siglo v, y de su traductor griego Filipo, Jesús María González deZarate, refiriéndose a algunos especialistas de los jeroglíficos desde el siglo xvi, urde la trama delcontexto cultural en el cual nació la obra, tarea acrobática fundamentada, a veces, más en hipótesis que encertidumbres históricas. De esta tentativa, bien dominada por el editor a pesar del peligro, se sacaninteresantes conclusiones en las cuales se evidencian los vínculos existentes entre los Hieroglyphica yvarias tradiciones culturales, no sólo con los jeroglíficos de la verdadera antigüedad egipcia sinotambién con las culturas helenística, romana, alejandrina -por supuesto-, hasta con la patrística deEusebio o Clemente de Alejandría y el «código alegórico» del bestiario del Physiologus.

A partir de la estructura de la obra estudiada: una idea o una palabra, un comentario en el que seestablece una correspondencia entre una imagen y un contenido semántico, Jesús María González deZarate intuye la presencia en los Hieroglyphica de un lenguaje poético y pasa luego a examinar la visióncientífica de quienes intentaron interpretar a lo largo de los siglos el sentido del jeroglífico. El estudiosoalude acertadamente a los humanistas florentinos -los primeros en conocer el manuscrito- cuyaconcepción hermética del jeroglífico supuso más bien un estorbo a la comprensión científica de laescritura de los antiguos egipcios. A continuación, el editor remite indirectamente a los trabajos deAthanasius Kircher, pero sin rendir al jesuíta alemán el debido homenaje por haber sido el primero en

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tener la intuición de que podía haber vínculos entre el copto y los auténticos jeroglíficos (véase Madelei-ne V.- David, Le débat sur les écritures et l'hiéroglyphe auxxv/i" et XVIIIe siècles, Paris, SEVPEN, 1965).

Tras aludir a otros eruditos como el jesuíta francés Claude-François Ménestrier, el sabio inglésWilliam Warburton, el egiptólogo francés Jean-François Champollion quienes, cada uno en su siglo-xvri, xvm y X K respectivamente-, intentaron descifrar la escritura jeroglífica, Jesús María González deZarate vuelve a la obra considerada, indicando de manera muy didáctica las correspondencias encontradasentre los jeroglíficos horapolianos (llamados anáglifos por Clemente de Alejandría y luego porChampollion) y la escritura egipcia antigua.

Para desenmarañar el laberíntico ovillo de la historia de los estudios jeroglíficos, el editor alega aconocidas autoridades como las citadas arriba y a otras más como Suidas, Roeder, Maspero, Sbordone,Lauth, Sottas y Drioton, Ziegler, Marestaing, Portal (citamos en desorden) etc., a las cuales se podríanañadir trabajos más recientes y muy fidedignos (y.g. Erik Iversen, The Myth of Egypt and hisHieroglyphs in European Tradition, Copenhagen, GEC GAD Publishers, 1961; Jurgis Baltrusaitis, Essaisur la légende d'un mythe. La quête d'Isis, introduction à l'égyptomanie, Paris, Olivier Perrin, 1967).Pero, quizás engañado por la fecha de reedición de la Introduction à l'étude des Hiéroglyphes de Sottas yDrioton (Paris, 1987), Jesús María González de Zarate comete un pequeño error cronológico al decir queeste estudio es más reciente (p. 9) que los trabajos de Sbordone (Ñapóles, 1940) cuando, en realidad, es defecha anterior (París, 1922). La lectura del artículo de Jozef Janssen («Athanase Kircher "Egyptologue"»,Chronique d'Egypte, n° 35, janvier 1943, Bruxelles, pp. 240-247, más precisamente las notas 5 y 8 de lapágina 240), que sigue inmediatamente la «Traduction des Hieroglyphica d'Horapollon» de Van de Walley Vergote de la que el editor se va a servir constantemente a lo largo de la edición crítica, le hubierapermitido evitar este pequeño fallo bibliográfico.

El editor se vale de las mismas fuentes para seguir con consideraciones sobre la escritura jeroglífica,en las que se explican muy acertadamente al lector neófito en estas cuestiones los tres principios—fonético, ideográfico e ideogramático- que rigen el bastante complicado sistema del jeroglíficoantiguo.

El párrafo más importante de esta introducción, lo dedica Jesús María González de Zarate a la«trascendencia de los Hieroglyphica entre la intelectualidad del Humanismo», ámbito que domina muy alas claras por ser historiador del arte especializado en aquella época. Allí, nos explica el editor cómo eldescubrimiento de Cristoforo Buondelmonti y su incidencia entre los humanistas florentinos acabaronpor plasmarse en un renacimiento de la mentalidad simbólica, impulsando o reactivando la creación deformas expresivas tales como el emblema y la empresa.

Mediante un breve pero fino análisis de la intelectualidad italiana y alemana de los siglos XV y XVI(Alberti, Bramante, Vasari, Ficino, Colonna, Alciato, Pirckheimer y Durero), el autor muestra larepercusión que tuvo la obra «tanto en el campo de la literatura como en el de las artes» e indica cómo elneoplatonismo vigente en la corte de los Médicis utilizó la obra de Horapolo para fortalecer suesoterismo metafísico. Olvidándose de la influencia de los Hierogliphica en Rabelais y Montaigne y desu trascendencia en Francia (véase Robert Aulotte, «D'Egypte en France par l'Italie: Horapollon au XVIe

siècle». Mélanges à la mémoire de Franco Simone, Genève, Éditions Slatkine, 1980, pp. 555-572), paisdonde se dio la primera edición ilustrada (París, Kerver, 1543), Jesús María González de Zarate pasadirectamente al estudio de la aceptación de la obra en España con la edición del texto griego (JuanLorenzo Palmireno, Oris Apollonis Niliaci Hieroglyphica, Valencia, 1556), y las incidencias en otraobra (Juan de Horozco, Emblemas Morales, Segovia, 1589), a la cual añadiremos por nuestra partealgunos artículos del Tesoro de la Lengua de Sebastián de Covarrubias («águila», «cigüeña»,«escarabajo», «hieroglífico» y cada artículo en donde se alude a los egipcios).

A continuación y muy lógicamente, el editor pasa a estudiar las relaciones entre los Hieroglyphica ylo que llama él la literatura visual, es decir la literatura de emblemas y empresas de tanta difusión en lossiglos xvi y xvil. Arrancando de los estudios básicos de Mario Praz y otros grandes estudiososcontemporáneos (Gombrich, Panofsky, Chastel, Gallego, etc.), de sus propios artículos sobre el temaemblemático así como de textos referenciales de primera importancia (Alciato, Giovio, Paradin,Sambucus, Saavedra, Núñez de Cepeda, etc.), Jesús María González de Zarate llega a la conclusión, algoexagerada en nuestra opinión, de que se puede considerar a Horapolo «como el «padre» de laemblemática» (uno de los «tíos» pongamos), no siendo sus argumentos desprovistos de fundamento,pero sí hiperbólicos.

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Jeroglífico VI. PONIENTCJeroglífico I. Dios

Qué quieren decir cuando dibujan un hal-cón.

Cuando quieren representar "dios: 'digni-dad», 'bajeza», 'excelencia», «sangre», o 'vic-toria», (o «Ares», o «Afrodita»/, pintan un hal-cón. «Dios», porque el animal es proliftco y lon-gevo; y además, también porque parece ser ima-gen del sol. mirando con vista penetrante haciasus rayos a diferencia de todas las aves, por loque los médicos para la curación de los ojos sevalen de la planta del halcón /lechuga silvestre/.

También es el sol, que es señor de la vista.cuando lo pintan con forma de halcón. «Digni-dad», porque los demás animales cuando quie-ren volar hacia lo alto, dan vueltas de mediolado, nopudiendo elevarse en linea recta, y sóloel halcón vuela directamente hacia las alturas.«Bajeza», porque los demás animales no des-cienden verticalmente, sino que bajan de lado,y el halcón se vuelve hacia abajo en linea recta.«Excelencia», porque parece que aventaja a to-das las aves. «Sangre», porque dicen que esteanimal no bebe agua, sino sangre. «Victoria»,porque parece que este animal vence a todas lasaves, pues cuando se ve oprimido por un animalmás poderoso, presenta batalla dándose la vuel-ta boca arriba en el aire, de modo que pone lasuñas hacia arriba y las plumas y la parte deatrás hacia abajo, pues asi el animal contrin-cante, al no poder hacer lo mismo se va derro-tado.

Mediante el jeroglífico del halcón mirando al sol, Horapolo nos propone este ani-mal como imagen de la divinidad, la dignidad y excelencia y de la victoria. En el je-roglífico III lo veremos como referencia directa a Ares y Afrodita. .

La relación con la divinidad queda manifiesta por ser el único animal, a juicio delautor, que puede volar mirando al sol, y el astro, como es sabido y hemos dicho enotra parte, era para los egipcios y también para los platónicos, imagen de la divinidad(Rep. 510 a).

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Cómo representan «Poniente».

Para decir «Poniente», pintan a un cocodri-lo indinándose hada delante. Pues el animalsuele inclinar la cabeza y llevarla hacia abajo.

La relación del cocodrilo coa la orientación de Poniente la vemos repetida tam-bién en Valeriano, quien sigue sin duda los criterios de Horapolo a la hora de elaborareste jeroglifico. Asi, señala:

Y para representar el Occidente trazaban un cocodrilo acostado completamente en el suelo, enforma de animal que desova. Pues le gusta mucho colocarse en el fondo de cualquier cosa, y ha-biéndose embarrado en el agua, se arrastra gustoso hada tierra, y allí se mantiene por miedo alos delfines y a otros enemigos que saben hasta que punto tiene la piel blanda y tierna bajo el vien-tre. Por otra parte, pasa casi todo el día en tierra y la noche en el agua, y esto por lo que conciernea la tibieza, pues encuentran el agua tibia por la mañana. Asi parecen imitar al sol, que parecesalir del mar por la mañana, y hacia el atardecer zambullirse en él. Además el cocodrilo tiene lavista sombría en el agua, y muy dará en tierra. Igual que el Sol, en el momento de su caída latierra se cubre de obscuridad, y cuando se levanta, todo es dan y luminoso (Hier. XX1X, IV).

Estas cualidades del cocodrilo a que nos refieren los jeroglíficos ya se manifiestanen otros literatos de la antigüedad como en Heródoto cuando precisa que este animal:

.pasa la mayor parte del día en terreno seco; en cambio, toda la noche se la pasa en el rio,ya que entonces el agua está más caliente que la temperatura del ambiente y del rodo.... En elagua es ciego, pero de vista sumamente aguda al aire libre (II, 68).

También Plinio nos dice en este sentido:

De dia está en tierra, y de noche habita en el agua, uno y otro según la templanza del tiempo(Hist. Sai. VIII. 25).

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Por otra parte, algún que otro de los artículos citados (v.g. Jacques Vanuxem, «Hiéroglyphes etdevises aux XVIe et XVIIe siècles», Bulletin de la Société Nationale des Antiquaires de France, Paris,Klincksieck, 1971, pp. 243-255) no tiene la relevancia suficiente para justificar las conclusionessacadas y parece que sólo ha servido para dar conocimientos de segunda mano. Hubiera sido convenientealudir a trabajos más pertinentes con respecto a la problemática planteada (Claudie Balavoine, «Lemodele hiéroglyphique à la Renaissance», Le modèle à la Renaissance, Paris, J. Vrin, 1986, pp. 209-225; Claude-Françoise Brunon, «L'Egypte des emblèmes d'après le Trattato délie Imprese de GiulioCesare Capaccio», Mélanges Adolphe Gutbub, Université de Montpellier, Publications de la recherche,1984, pp. 17-26; Marc Fumaroli «Hiéroglyphes et lettres: la "Sagesse mystérieuse des Anciens" au XVIIe

siècle», Dix-septième Siècle, 1988, vol. 40, pp. 7-20 y otros más en el mismo número de esta revista).No por eso pierde el estudio sus méritos esenciales: un casi perfecto dominio de los conocimientoshistóricos, literarios y artísticos en el tema tratado, aliado con un sutil manejo didáctico de losconceptos emblemáticos.

En las cinco páginas siguientes, el estudioso vasco establece un catálogo bastante completo, tantode la tradición manuscrita como de las ediciones impresas y traducciones de los Hieroglyphica, en el cualse indican las ñliaciones entre los diferentes textos. Ya que esta relación no pretende ser exhaustiva, nose le puede achacar ningún olvido; sin embargo se le podría añadir el manuscrito 2594 del Fondo Francésde la Biblioteca Nacional de París que cobra una dimensión interesante en la perspectiva hermética yesotérica cuando se sabe que su autor se llamaba Michel de Nostredame. El título original del manuscritodescubierto y publicado en 1968 (Nostradamus, Interprétation des Hiéroglyphes de Horapollo, texteinédit établi et commenté par Pierre Rollet et Ruiz Romero, Aix-en-Provence et Barcelona, EdiciónRamón Berenguié, 1968), le hubiera confirmado a Jesús María González de Zarate su intuición acerca dellenguaje poético del texto horapoliano : Notes Hiéroglyphiques de Orus Apollo Niliacque de Aegipte misen rithme par epigrammes oevre de increedible et admirable érudition et antiquite par MichelNostradamus de St Remy en Provence (véase Claude-Françoise Brunon, «Lecture d'une lecture: Nostrada-mus et Horapollon», La littérature de la Renaissance, Mélanges Henri Weber, Genève, Editions Slatkine,1984, pp. 115-132).

Llega a ser más extraño, a nuestro parecer, el desconocimiento o, por lo menos, la ausencia dereferencia a los eruditos trabajos de unos investigadores norteamericanos, más recientes que los deSbordone (sin matiz irónico), quienes centraron sus esfuerzos en una recopilación bibliográfica tanto delos manuscritos, ediciones impresas, traducciones y comentarios de los Hieroglyphica como de losestudios sobre la temática horapoliana. Aludimos particularmente al profesor Paul Oskar Kristeller y a laprofesora Sandra Sider de la Hispanic Society of America (véase, Sandra Sider, «Horapollo», CatalogasTranslationum et Commentariorum: Medioeval and Renaissance Latin Translations and CommentariesAnnotated Lists and Guides, Vol. VI, Washington, D.C., The Catholic University of America Press,1986, pp. 15-29 ; Sandra Sider, «Horapollo. Addenda et Corrigenda», ibidem, Vol. Vu, 1992, pp. 325-327, artículo este que el editor no podía conocer por ser posterior a su obra), sin olvidar a LiselotteDieckmann («Renaissance Hieroglyphics», Comparative Literature, Vol. IX, n° 4, 1957, pp. 308-321).

Termina la introducción por una advertencia al lector en la cual se explican y justifican lasresoluciones de los editores en la elección del texto base (Sbordone, Ñapóles, 1940), en la nueva clasi-ficación de los diferentes jeroglíficos por contenidos semánticos, en el análisis de cada jeroglífico(fuentes clásicas, vínculos con la iconografía y emblemática modernas), y se dedica un párrafo de tansólo siete b'neas a las xilografías que componen las 163 ilustraciones.

En esto empieza la edición crítica propiamente dicha de los Hieroglyphica de Horapolo, contraducción española establecida a partir del texto griego (pp. 39-594). Mejor que un largo discurso, lalámina que acompaña esta reseña evidenciará la disposición tipográfica escogida por los autores: elgrabado, el texto griego acompañado del jeroglífico egipcio (cuando se da el caso) y la traducciónespañola, forman un bloque fácilmente legible, estética y didácticamente dispuesto. El comentario quesigue este conjunto, más o menos largo según cada jeroglífico, indica las relaciones encontradas por elestudioso vasco entre, por una parte, el texto horapoliano y su representación, y, por otra parte, lostextos y las imágenes que desde la antigüedad hasta el siglo xvn remiten a la misma palabra o a la mismaidea, con una parentela de pensamiento más o menos obvia.

Al fin de cada comentario y valiéndose muy fielmente de los trabajos de los mejores egiptólogos(resumidos en Sbordone), Jesús María González de Zarate añade dos apartados a) y b) en los cuales seindican las fuentes clásicas y consideraciones sobre la grafía y el sonido del jeroglífico antiguo.

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Se trata pues de un interesante estudio de la intertextualidad y de la intericonicidad (nos perdonaráneste bárbaro neologismo) que rodean con anterioridad y posterioridad los Hieroglyphica de Horapolo.Los profundizados conocimientos y la agudizada erudición, tanto en el ámbito textual como visual, delos que hace gala Jesús María González de Zarate en los comentarios, se utilizan, cada vez en su cabalsitio y siempre de manera muy acertada, para poner de manifiesto la trascendencia que han tenido en lacultura europea de los siglos XVI y XVII los escritos de un tal Orus Apolo Niliaque, más conocido porHorapolo.

En el comentario de los 163 jeroglíficos estudiados, 44 en el primer libro, 119 en el segundo, eleditor pone de realce el auge que conocieron los textos e imágenes de los principales autores europeosemblemáticos y de los géneros afines : Valeriano, Alciato, Camerarius, Giovio, Ripa, Horozco,Covairubias, Borja, Saavedra y un largo etc. Pero se sale también del ámbito de la «literatura visual» paraaludir a los autores de la antigüedad y a sus comentaristas como Jerónimo de Huerta.

Dejamos para otra reseña el estudio más detenido de los jeroglíficos y de los comentarios cuyalectura, pese al procedimiento repetitivo impuesto por la estructura de la obra original y a la cantidad dedatos eruditos que nos proporciona el editor, no llega nunca a ser aburrida. Al contrario, el lectorinteresado en aprender cada vez más sobre el tema no deja de notar cierta dejadez en la precisión de lasnotas bibliográficas (obras a veces no mencionadas -¿Riquier, p. 9?-, páginas no siempre indicadas) ysobre todo la imprecisión en la ortografía de algunos apellidos: Lauht por Lauth (p. 8, nota 6 y otroslugares), Zeigler por Ziegler (p. 10 y otros lugares), Waburton por Warburton (p. 18), Balestat porL'Anglois, sieur de Belestat (p. 25), Paradme por Paradin (p. 26 y 29) -autor francés y no italiano-,Gabriel de Simeón por Gabriele Simeoni, D. Domeniqui por L. Domenichi, Carpaccio por Capaccio, etc.o en la titulación de algunas obras : Los Hieroglyphica por los Hieroglyphica (en muchos sitios de laintroducción). Empresas Morales por Emblemas Morales (p. 24), Jeroglíficos por Hieroglyphica deGiovanni Pierio Valeriano, lo que da a entender que existe una traducción española de esta obra, y muchosotros ejemplos de los cuales el editor ya habrá realizado una relación completa.

De estos achaques menores en una edición cuyo contenido científico está tan cuidado, se desprende ala larga, debido a las reiteraciones, una impresión de descuido respecto a un aparato crítico que mereceríamejor suerte, siendo por ejemplo totalmente incomprensible la nota 163 de la página 219. Noinsistiremos más de lo que cabe en unos defectos fáciles de enmendar en la próxima edición, ya queestamos seguros de que este tan valioso trabajo tendrá tal éxito que se agotará rápidamente la primeratirada. Si podemos dirigir un ruego al autor cuyo estudio va a ser básico para la familia de losinvestigadores en la emblemática española, a la que pertenecemos, le quedaríamos muy agradecido(s) sedignara añadir a su edición la muy extensa bibliografía que tiene recopilada y que, a buen seguro, serámuy apreciada por todos sus colegas. De antemano se lo agradecemos mucho.

Christian BOUZY(Universidad de Estrasburgo II)

Fray Luis de LEÓN, Cantar de los Cantares de Salomón. Edición de José Manuel Blecua. Madrid,Gredos, 1994. 296 p., 12 ilustr.

(ISBN: 84-249-1637-9; Biblioteca Románica Hispánica, «Textos», 22)

La reciente edición1 por José Manuel Blecua de la traducción comentada que hizo Fray Luis de Leóndel Cantar de los Cantares de Salomón (1561), es obra imprescindible para cuantos se interesan por laexégesis bíblica hebrea y cristiana en la España del siglo XVI y para los amantes de la prosa poéticareligiosa. Gracias a esta edición podrán conocer mejor la primera obra literaria de Fray Luis de León,escrita con la ayuda del eminente hebraísta Arias Montano2. Sin llegar a igualarle en el dominio de la

' El texto del comentario de Fray Luis había sido publicado, en el siglo XX, por el padre Félix García, en Obras Completascastellanas, Madrid, 1931.¿ Ambos nacieren el mismo año y tenían veinticuatro años cuando se conocieron en la Universidad de Alcalá en 1551. Volvieron aencontrarse en 1554, en la de Salamanca, cuando ya Arias Montano había puesto en verso castellano el Cantar di los Cantares,

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lengua hebrea, Fray Luis sabía lo bastante para lanzarse, a su instancia, a la traducción en castellano delgran poema de amor de la Biblia. Sabido es que, prohibidas en aquella época las traducciones de la Bibliaa la lengua vernácula, Fray Luis de León no hizo esta obra con vistas a la publicación; pero habiéndoselarobado un fraile de su convento, no tardaron en circular copias por varias ciudades de España.

José Manuel Blecua ofrece a los lectores el fruto del cotejo minucioso del autógrafo y de las copiasmanuscritas con dos ediciones antiguas: la edición de Salamanca, impresa por Francisco de Toxar(1798), y la del padre Antolín Merino, en el tomo V de su edición de las Obras del Maestro Fray Luis deLeón (Madrid, 1806). Al anotar las omisiones y adiciones, las concordancias y discordancias entre losdistintos textos, José Manuel Blecua proporciona al lector una valiosa oportunidad, la de poder valorarlas vicisitudes de la transmisión de las palabras hebreas que Fray Luis había insertado en su texto encastellano. Así, los que copiaron o editaron los manuscritos vacilaron en reproducir unas palabras que lesparecerían algo exóticas, ya que no todos fueron hebraístas. Un ejemplo de las confusiones que surgieronde las interpretaciones erróneas del texto de Fray Luis se encuentra en el capítulo primero, en latraducción de la palabra hebrea • «onwnn»,, [he]meisharim, citada en hebreo por el autor y trasladada por«dulçuras» (p. 65, nota 173); Toxar trasliteró «Nazchira» y Merino «Minsalim». Dichas confusionesresultan tanto más graves en la transmisión del texto cuanto que se trata de una de las palabras másdifíciles del texto hebreo: el mismo Fray Luis transformó la palabra hebrea, añadiendo un artículo malvocalizado y haciendo un contrasentido en la traducción de meisharim, literalmente 'derechezas'3 en vezde «dulçuras», como el mismo autor confiesa, refiriéndose a San Jerónimo4 . Es también de sumo interésver cómo los copistas enmendaron el hebreo de Fray Luis, cuando éste había confundido dos palabrashebreas de sonido parecido y escrito en hebreo la voz o»n, 'vida' en vez de y>, 'vino', que sin embargotradujo de manera correcta (p. 66, nota 176).

Además de este aspecto filológico, la edición de José Manuel Blecua ofrece un interés histórico. JoséManuel Blecua, en una nutrida introducción, sitúa el texto de Fray Luis, en el marco de la polémica que enaquellos años oponía los hebraístas a los helenistas y latinistas. Recuerda el proceso inquisitorial(1572) que suscitó la obra de Fray Luis, acusado, a partir del decreto del Concilio tridentino sobre lainfalibilidad de la Vulgata, de haber puesto en romance un texto sagrado. Bien conocida es esta acusaciónque le hicieron al autor de haber divulgado una traducción más parecida a una carta de amores «al ovidianomodo» (p. 16) que al canto alegórico de los amores de Cristo por su Iglesia. La Inquisición le reprochó aFray Luis el haber enmendado el texto de la Vulgata y criticado a su autor San Jerónimo, mediante unareivindicación del sentido literal hebreo. Por lo tanto, es de gran interés, al final de la presente edición,la publicación de las respuestas que Fray Luis hizo en su proceso a propósito de dos versículos muydiscutidos por la Inquisición. En ellas, el autor vuelve a afirmar su intención inicial diciendo cómo nopretendía denunciar los errores en la Vulgata sino traducir algunas palabra «más clara, más significante ymás cómodamente» (p. 21). Al descubrir estos textos, el lector podrá darse cuenta, por el tonoapasionado de dicha respuesta, de la intensidad de la polémica que agitaba a los universitarios y teólogosde la época.

Si el Cantar de los Cantares de Fray Luis fue mencionado con tanta insistencia en el proceso fuetambién a causa de la participación de Arias Montano en la elaboración de la obra. José Manuel Blecuaalude al incidente inquisitorial durante el cual Fray Luis fue importunado porque habían descubierto entresus papeles el Cantar de los Cantares en verso de Arias Montano (p. 25). Sin embargo minimiza lainfluencia de esta paráfrasis poética, a manera de égloga pastoril, y subraya que Fray Luis sólo copió deél tres versos al final de su traducción. Habría mucho más que decir sobre el particular. Lo más relevantedel caso no radica en el hecho de que Arias Montano le prestara su ejemplar y sus notas a Fray Luis, contal que hiciese un comentario en prosa, sino en el legado filológico y exegético que recibió nuestro autorde manos del eminente hebraísta. Sin duda Fray Luis pudo consultar, gracias a él, los comentariosrabínicos, «los hombres doctos», a quienes citó a menudo (p. 66). Por supuesto, no era el propósito deJosé Manuel Blecua insistir en este aspecto de la cuestión, pero esta génesis de la obra queda por elucidar

partiendo del texto hebreo (texto publicado por E. Felipe en Revista de esludios bíblicos, Madrid, 1928, pp. 4S-S1). Fray Luis lepidió prestadas a Arias Montano sus notas filológicas.3 Véase la interpretación de Rasí, referencia de primer orden en la tradición rabinica: meisharim significa «derecho y exento de todadoblez y rudeza, como la sinceridad de su amor por ti» (Le Cantique des Cantiques, Collection La Bible Commentée, Compilationdes commentaires par le rabbin Mei Zlotowitz, Paris, Colbo, 1989, p. 78).4 «S. Jerónimo sigue el sonido de la boz asy traslada las derechezas o los derechas esto es los justos y buenos te aman, siguiendoesta letra quiere dezira (p. 66).

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y sería de mucho interés un estudio sobre las relaciones entre Arias Montano y Fray Luis5. Permitiría,entre otras cosas, mostrar el funcionamiento lingüístico del proceso de cristianización del legadohebreo, base de las obras de la exegética cristiana en la España del siglo XVI.

José Manuel Blecua no designa como tal este proceso de creación de la obra, sino que alude a él demanera implícita cuando habla de «las adiciones espirituales» (p. 38) relativas al versículo del capítuloprimero del Cantar de los Cantares, «Morena soy, etc.». La sorpresa que le causa a José Manuel Blecua elencontrarse con tales «ingeniosos» comentarios (p. 38) es la del encuentro de la cultura hebrea y de laexégesis cristiana. De hecho, han de sorprender a los lectores de los siglos ulteriores, quienes perdieronel hilo de la lectura de las escrituras en hebreo, tantas citas en este idioma e interpretaciones bíblicas. Elcitado comentario de José Manuel Blecua es sintomático del olvido de las referencias hebreas. Fray Luisno hizo más que una transposición cristiana de los comentarios rabínicos; así, después del comentarioliteral del versículo que citamos, añadió:

Esto es quanto a la letra, que según el sentido que principalmente pretende el Spiritu Santo clara está la razónporque la iglesia, esto es la compañía de los justos y qualquiera dellos tiene el parecer de afuera moreno y feo. porel poco caso y poca cuenta, o por mejor decir por el grande mal tratamiento que el mundo les haze. que al parecerno ay cosa más desamparada, ny mas pobre y abatida, que son los que tratan de bondad y virtud, como ala verdadestén queridos y fauorecidos de dios, y llenos enel alma de incomparable belleza.

En este ejemplo, no cabe duda de que los comentarios rabínicos le sirvieron de guía a Fray Luis. Se puedehablar de cristianización de la tradición judía, ya que el autor recogió la paradoja subrayada por elmidrash entre la fealdad exterior y la belleza interior: «Así habla Israel a las naciones paganas: yo soynegra para mis ojos pero soy graciosa ante mi Creador» (Midash)6. De modo que Fray Luis hizo una dobletransposición: Israel se convirtió en la Iglesia (tema básico de la teología de la sustitución) y lasnaciones paganas que menospreciaron al pueblo elegido («yo soy negra, por la mirada despreciadora delas naciones del mundo», Rasí)7, se convirtieron en «el mundo». Al fin y al cabo, la «literalidad» tanalabada por Fray Luis no es más que la apropiación de un idioma y de una tradición que los biblistas de lageneración de Arias Montano tenían ante los ojos. En esta perspectiva, la presente edición del texto deFray Luis constituirá una base idónea para cuantos trabajen en la utilización del idioma y de loscomentarios hebreos en la exégesis cristiana y podrá permitir investigaciones en este campo hasta ahorano muy conocido8.

Dominique REYRE(LESO, Universidad de Toulouse-Le Mirail)

Javier SAN JOSÉ LERA (éd.). Fray Luis de León, Exposición del Libro de Job. Salamanca,Universidad de Salamanca, 1992. 2 tomos, 463 + 929 p.

No son demasiados dos tomos para la cantidad de datos que este impresionante libro de JSJLproporciona al lector. El objetivo es ofrecer nueva edición anotada del Libro de Job de Fray Luis de León,precedida de dos amplios estudios histórico-literario el primero, textual el segundo. A mañera deintroducción, el autor se opone a las teorías de Macri y Arkim que atribuyen la tradición hispano-sémitade Fray Luis de León a su ascendencia judía. JSJL prefiere situarla como resultado de una triple formaciónintelectual: la de la orden de San Agustín, la de la Universidad de Salamanca y, sobre todo, la de la

* Existen algunos estudios sobre este tema, entre otros, A. Rodríguez-Monillo, «Carta de Luis de León a Arias Montano», ElCriticón, Madrid, 1934, pp. 12-14 y i. López de Toro, «Fr»y Luis de León y Benito Arias Montano», Archivo Agustino, 50, 1956,pp. 5-28.° Le Cantique des Cantiques, Collection La Bible Commentée, Compilation des commentaires par le rabbin Mei Zlotowitz, op. cit.,

Ç . 78.ibid., p. 80.Véase la obra de Alexandcr Habib Aïkim, La influencia de la exégesis hebrea en los comentarios bíblicos de Fray Luis de león,

Madrid, 1966, CSIC, pp. 37-61. El autor confronta algunos comentarios de Fray Luis con los de Rasí. de Semuel Tibbón, Ibn Ezra,etc. Véase también Javier San José Lera, Fray Luis de León, Exposición del Libro de Job, Ediciones Universidad de Salamanca,1992.

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Universidad de Alcalá que no ha sido bastante valorada, según el autor. En el ambiente intelectual de laorden agustiniana recién reformada y en la Universidad de Salamanca, con el famoso dominico MelchorCano, aprendió Fray Luis la aplicación de las tres lenguas bíblicas a la crítica del texto sagrado. En laUniversidad de Alcalá donde eligió hacer curso de Biblia encontró a Alfonso de Zamora, jefe de la escuelahebraica de la Universidad, que había traducido al castellano el famoso comentario de Isaías de DavidQuimhi. Este encuentro fue decisivo para él. JSJL insiste en la importancia del peso de la exégesis judíacon sus métodos de aproximación al texto sagrado que dan la preferencia al primer grado (sentido literal)y se aprovechan de los adelantos lingüísticos y gramaticales. Así, Fray Luis pudo lucirse en la aplicaciónestricta del sistema literal de análisis. JSJL afirma que junto al teólogo vigila siempre el filólogo,situándose plenamente Fray Luis en la corriente de la exégesis humanista. Por eso, en el prólogo a laExposición del Cantar de los Cantares, expresa la finalidad primordial de la literalidad de la traducciónhasta en su ritmo, sus modismos, su polisemia. Luego JSJL plantea los problemas de datación, deautobiografismo y de dedicatoria. Su hipótesis de datación de 1579-1580 para los 35 primeros capítuloscorresponde con la entrada de Fray Luis en la cátedra de Sagrada Escritura y a su deseo de explicar uno delos textos más difíciles de la Biblia. JSJL no justifica el excesivo autobiografismo que los críticos handeducido del paralelismo entre Job y el Fray Luis encarcelado en Valladolid, sino que prefiere valorar launiversalidad del tema y su dimensión teológica y exegética. Después, analiza las características de uncastellano bíblico nacido de la traducción literal y de la imitación del hebreo, con frases incorrectas,arcaicas, anacolúticas etc. Los recursos más utilizados para reproducir el hebreo son el hipérbaton, laselipsis verbales, los participios presentes, las rupturas de temporalidad lógica, las construcciones desentido negativo. En el campo léxico abundan arcaísmos, neologismos, cultismos y palabras detradición judeo-espaflola. En su segundo estudio de tipo textual, JSJL describe primero el CódiceSalmantino, luego evoca su historia y la tradición impresa con examen de variantes. Insiste en lapresencia de la retórica como modelo en los autores del siglo XVI cuyos maestros -Cicerón, San Agustín,Fray Luis de Granada- ejercieron una influencia decisiva sobre la prosa de Fray Luis de León, prosarítmica que busca la claridad expositiva. Viene a continuación la edición anotada, precedida de laexposición de sus criterios y de una amplia bibliografía. Las notas de JSJL se leen con gran interés yaclaran dificultades léxicas que facilitan el acceso a este texto difícil. Ahora bien, sin querer quitar elmínimo mérito a la majestuosa obra de JSJL, nos parece de lamentar el hecho de que su cultura hebraicaparezca ser de segunda mano y que siempre tenga que recurrir a Arkim cuando cita un comentario rabínico(nota 35, p. 171, por ej.). Además, cuando JSJL evoca la exégesis judía, es muy imprecisa suterminología: dice pesat o literal, miaras o alegórico, sechel o tropológico, cabala o místico, citandotextualmente el trabajo de Andrés Melquíades (Teología española en el siglo xvi, Madrid, 1976). Por lovisto, ambos autores sólo tienen conocimientos aproximativos del hebreo ya que parecen ignorar quelos cuatro métodos de interpretación del texto sagrado proceden de la palabra PARDES, que la místicamedieval judía utilizaba como acróstico para evocar los cuatro niveles de interpretación : P. para pechat(sentido literal); R. para remez (sentido alusivo); D para derach (de la palabra midrach, sentidoalegórico); y S. para sod ( sentido secreto, esotérico o místico). Así mismo, el lector hubiera deseadotener más datos sobre el famoso Abraham Ibn Ezra, citado por Fray Luis, lo que le hubiera evitadoconsultar la Enciclopedia Judaica. Sin embargo, no queremos acabar esta reseña sin mencionar otromérito de este trabajo, que ofrece perspectivas de investigaciones sobre las traducciones bíblicas en elsiglo XVI, que permitirían contemplar las vías de contacto del pueblo con el texto sagrado.

Dominique REYRE(LESO, Universidad de Toulouse-Le Mirail)

Francisco NARVÁEZ DE VELILLA, Diálogo intitulado el Capón. Prólogo y edición de VíctorInfantes y Marcial Rubio Árquez. Madrid, Visor Libros, 1993. 123 p.

Comienza este interesante volumen con una justificación de los editores en la que reflexionan sobrelos criterios de su tarea y aducen la necesidad de volver a imprimir este diálogo. Se agradece el rigorimplícito en el planteamiento de la primera cuestión y sobra, realmente, la argumentación en torno a lasegunda. Si hay una labor que no necesita de especial justificación en el panorama de la filología

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hispánica es, precisamente, la de editar textos. No hace falta recordar que los textos literarios españolesestán todavía hoy en una situación editorial deplorable. Aún se siguen oyendo (cada vez menos, porfortuna) calificaciones peyorativas de algunos colegas estudiosos (malos estudiosos) que minusvaloranla tarea de edición, cometiendo, a mi juicio, una traición culpable contra su propia área de trabajo yfacilitando la perpetuación de una deficiencia indigna de nuestra historia literaria y muestra de unadesidia, a menudo culpable, del mundo académico, profesional y cultural español. No es éste el caso dequienes han abordado la presentación al público del diálogo presente, texto que, como señalan en suprólogo, «posee méritos suñcientes para ocupar otro lugar que el asignado en nuestra historia literaria»(p. 9).

El prólogo que precede a la edición propiamente dicha analiza algunos aspectos fundamentales deltexto, empezando por la trayectoria crítica que le atañe, desde las primeras menciones de Cejador y laimpresión en un «extrait» de la Revue Hispanique (hecha por Foulché-Delbosc en 1914). Esa impresiónde 1914, por razones que no sabemos con exactitud, no entró finalmente en el tomo correspondiente deXa. Revue Hispanique, donde el Diálogo se publicó en 1916 (cfr. pp. 10-11). Hasta ese momentopermanecía en la Real Academia de la Historia, donde lo descubrió D. Lucas de Torre. Poca atencióndespertó la obrilla, aunque de ella se ocuparan con diversos propósitos estudiosos tan competentes comodon Eugenio Asensio o Francisco Rico. Las páginas que dedican los actuales editores al manuscrito, latransmisión textual y el autor, permiten, si no resolver todas las dudas, al menos plantearse de unamanera científica una serie de problemas sobre el texto, para la mayoría de los cuales se proponensoluciones plausibles. Básicamente, recuerdan los editores que el texto se compone de un prólogoseguido del diálogo del capón. El Diálogo debe de haber sido escrito a fines del XVI, y de su autógrafo sesacaría una copia autorizada (el apógrafo); años más tarde la mano del autor escribe el Prólogo al lector, ymás tarde efectúa otra serie de correcciones de todo tipo, «dejando todo el conjunto -hasta donde nos eslícito suponer- en un estado definitivo de su intención creativa» (p. 15). Infantes y Rubio recorren enestas páginas la historia de las vicisitudes corridas por el texto hasta ir a parar a la Academia de laHistoria, y tras un análisis de detalles internos y externos (especialmente la apostilla «VachillerNarváez» añadida en el prólogo, y la identificación del autor con el de algunas otras obras -entre ellas lacomedia de autoría documentada, La Menandra, de un «licenciado Narváez»-), concluyen con que«podemos suponer que el autor de nuestra obra se llamaba Francisco Narváez de Velilla» (p. 20). Por otraserie de referencias literarias integradas en la obra, la fechan entre 1597 y 1598, aunque el autor debió deretocarla años más tarde.

Otros epígrafes de esta introducción se dedican al comentario de los argumentos (del prólogo y deldiálogo) y sus aspectos literarios y modelos a los que se acoge. El prólogo, donde vemos las aventuras deVañuelos al servicio de varios amos (entre ellos un avariento pupilero con ribetes del dómine Cabraquevediano),. responde a modelos picarescos centrados en el mundo estudiantil, cuyo contexto literariocomentan los editores (pp. 32 y ss.), con útiles referencias y sagaces observaciones. El Diálogo delcapón se introduce con la ficción de un manuscrito que el pupilero deja a Vañuelos en herencia. Estediálogo tiene por protagonista y principal interlocutor al capitán Montalvo, que regresa a Toledo, de unode cuyos conventos había huido diez años antes por enfrentamientos con el Prior, un capón de malaentraña. Ahora Montalvo pretende librarse de sus votos aduciendo que es de raza judía. Mientras segestiona su salida de la orden, persigue a un criado gallego que le ha robado, y en sus andanzas topa conVelasquillo, que ha abandonado también su oficio de seise por la inquina de otro capón. El relato de lavida de Velasquillo pertenece igualmente al modelo picaresco; tras esta relación se introduce el diálogoentre Montalvo y Velasquillo en torno a los múltiples defectos de los capones, tema que para los editores«debe encuadrarse dentro de la polémica que a finales del siglo XVI, pero con un origen anterior, surgió apropósito de los estatutos dé limpieza de sangre», en tanto que el diálogo puede entenderse como unataque a los estatutos mediante «su reducción al absurdo» (p. 31). En palabras de Infantes y Rubio: «elobjetivo último del diálogo, con independencia de otros menos relevantes, es plasmar la contradicciónque supone excluir de la religión a aquellos cuya única falta es tener sangre de judíos, árabes, etc., a vecesen cuarto o quinto grado, y dejar que otros, los capones, sigan en la religión cuando sus faltas hacia loque dicta la Iglesia son tantas y tan graves como las que se enumeran en el diálogo» (p. 31).

En cuanto al tejido literario de la obra, se analiza en estas páginas desde diversas perspectivas, comosu adscripción al diálogo de tipo lucianesco, los objetivos de sátira y risa, la influencia de Erasmo, la dela literatura celestinesca, la estructura y composición, las dimensiones didáctico doctrinales, la cargaerudita, el elemento entremesil... De especial interés es la relación que puede establecerse entre el

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Diálogo y la novela picaresca: «se comprenderá la importancia del Capón, ya que sería una de las pocasobras que enlazan entre el Lazarillo (1554) y la primera parte del Guzmán» (1599) (p. 38). Otrosapartados sobre los cuentos y refranes, las lecturas del autor, y bibliografía pertinente cierran esteprólogo en el que sintéticamente se pasa revista con solvencia y erudición a los aspectos señalados.Sobre los criterios de edición no hay nada que objetar.

El aparato de notas es amplio y bien documentado; necesario sin duda para captar numerosasalusiones y referencias en una obra de este tipo, tanto del ámbito erudito como del popular y tradicional,muy abundante en el Diálogo. No es fácil este ejercicio de anotar, ni es posible satisfacer a todos loslectores, pero en este caso creo que la mayoría lo estarán. Me permitiré algunas sugerencias en estesentido, que quizá puedan completar algunos detalles o sentidos del texto. En la p. 51, la mención de losrábanos asociados a los hidalgos, que se interpreta como alusión a la desigualdad de nivel social, debe dealudir más bien al motivo de la pobreza de los hidalgos raídos, como se recoge también en el conocidorefrán «Rábanos y queso llevan la corte en peso» que traen los repertorios de la época1; en la p. 54, «sime estuviese a cuento» significa 'si me fuese oportuno', y ahí cuento no tiene el significado que le danlos anotadores de «extremo o fin de algo»; en la p. 55, la referencia a una corteza del tocino «tan rancioque no untara en ella el lacayo de Antonio de Nebrija los cascos de su muía» probablemente se limita aponer de relieve la ranciedad del tocino, ya que Nebrija murió en 1522, casi cien años antes de las fechasprobables de redacción del prólogo (cfr. p. 27) y cien años parece bastante vejez para la cortezaconservada por el pupilero2; en p. 56, las vacas flacas de Egipto no son referencia a las plagas que arrojóMoisés, sino al sueño del faraón que descifra José, en el conocidísimo episodio de las vacas flacas y lasvacas gordas que anuncian los años de prosperidad y hambre (Génesis, 41); en la p. 65, la lectura«foriado de la pesadumbre» debe ser mal desciframiento de «forzado», que es lo único que admite el texto;las palabras «señor vainazos» que le dirige al capón una criada (p. 65) no deben de significar tanto«persona floja, descuidada o desvaída» sino ser más bien alusión a la condición de castrado, ya que«vainazos» parece palabra usada en la época para referirse al escroto o bolsa testicular (aquí vacía)3; en lap. 68, convendría señalar el carácter proverbial de dos frases «arrieros somos [y en el camino nosencontraremos]» y «traer la soga arrastrando»; tampoco estaría de más anotar la referencia a la sorderadel áspid con la que se defiende del encantador (p. 78)4, motivo reiterado en la literatura emblemática delSiglo de Oro; en la p. 80, la manera de retener seguro al rocín no ha de ser mancarle, como leen con ciertaexageración los editores, aunque luego, dándose cuenta de que no puede ser que el texto signifique 'herirlas patas al caballo', le dan el sentido correcto de 'atarle las patas': sí, porque la palabra que debe leersees «manear» 'atar las patas al caballo, ponerle maneas' y no «mancar»; en p. 94, la grajuna de los negrosno alude al color negro del grajo sino al olor como explicita el propio texto, ya que «grajo» se llamabaal olor desagradable que tópicamente se asociaba a los negros5; en p, 99, el texto italiano «il mió cabalonon sa correré, ma gafar gambete» habrá de corregirse: «ma sa far gambete»; en esa misma página creoequivocada la interpretación de la frase «el hijo de Dios, según la humanidad, había de descender de aquelpueblo [Israel]» con el sentido de Humanidades «literatura, historia, etc. En el contexto se está refiriendoa los textos sagrados, a la Biblia»: no parece que este sea el sentido, sino el de 'Jesucristo, en cuanto a sudimensión de hombre, descendería del pueblo de Israel, porque en cuanto Dios no desciende de pueblohumano alguno'; así que «humanidad» significa aquí 'cualidad de hombre'; en p. 109, aparece el texto«quedó el capón con la fábula tan triste, tan melarchigo, tan cabezgacho», que anotan los editores: «Nadahemos podido encontrar con respecto al significado de estos términos»: sugiero que el primero es

1 Por ejemplo el Vocabulario de refranes y frases proverbiales del maestro Gonzalo Correas, cd. de Madrid, RAE, 1924, p. 432.2 No creo suficientemente contextualizada la dimensión folklórica, ni el sentido de la frase proverbial «untar el casco», 'sobornar',que señalan los editores...3 Cfr. en el soneto «Cagaba un estudiante descuidado», el primer terceto: «El, que lo oyó, volvió la delantera / y alzando la camisa,al punto saca / e l miembro genital y las vainazas» (cito, modernizando grafías, por el libro de A. Carreira, Nuevos poemas atribuidosa Góngora, Barcelona, Sirmio, 1994, p. 273).4 Ver mi comentario a un pasaje calderoniano con este motivo en «Texto y contexto de El segundo blasón del Austria», Homenajea Alberto Navarro, Kassel, Reichenberger, 1990, pp. 17-39, «pee. pp. 35-38, donde recojo, entre otros testimonios, un emblema deCamerariuf con el áspid tapándose un oído con la cola y pegando el otro en tierra para quedar sordo al encantamiento. Ya esta* en laBiblia, Salmos, 57, 5-6: «sicut aspidis surdae obdurantis aures suas, quae non exaudit vocem incanuntis. etc.».5 Grajo es «olor desagradable que se desprende del sudor, y especialmente de los negros desaseados», según el DRAE; SalazarMardones, al comentar un pasaje del poema gongorino de Píramo y Tisbe, menciona el «pestilente olor que los negros tienen pornaturaleza en los sobacos», y en el Entremés de los negros de Simón Aguado: «Haga que se laven todos, que hieden a grajos»...

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variante de «melárchico» o «melárquico», de «melarquía», forma documentada en catalán de 'melancolía'(melárquico es 'melancólico'), como recuerda el Diccionario crítico etimológico de Coraminas; elsegundo lo creo más fácil, como mera composición de cabeza-gacho 'cabizbajo'... Lo que pone de relieveeste conjunto de notas (y mis modestas sugerencias al respecto, creo) es fundamentalmente, un elevadogrado de elaboración lingüística en cuanto a la expresión ingeniosa por parte del autor del Capón. No eseste el menor interés del texto cuya recuperación hay que agradecer a los editores.

Para terminar solo una objeción: hay más erratas de las que hubiera sido prudente esperar6: ya que sehace el trabajo más difícil, la editorial y los editores deben esforzarse en eliminar este defecto, del que, yase sabe, siempre queda algún rastro; pero que sea el menor posible.

Ignacio ARELLANO(Universidad de Navarra)

Josette RIANDIÈRE LA ROCHE, Nouveaux documents quévédiens. Une famille à Madrid autemps de Philippe H. Paris, Publications de la Sorbonne - Presses de la Sorbonne Nouvelle, 1992.312 pp.

(ISBN: 2-85944-225-1 y 2-87854-046-8; Textes et documents du «Centre de Recherche surl'Espagne des XVIe et XVIIe siècles», 2)

A la profesora Riandière se le debían ya excelentes trabajos sobre diversos aspectos de la biografíaquevediana 1 . Esta colección de documentos relativos a la familia del escritor, que iluminaextraordinariamente sus orígenes, el entorno, el clima de su educación, el grupo familiar y social, ensuma, al que pertenece, es un importante avance en la precisión de numerosos detalles, de los cualespueden extraerse, más allá del dato escueto, interpretaciones fundadas que conduzcan a la posibilidad deescribir una «vida de Quevedo» más fehaciente que la antigua fabulosa de Pablo Antonio de Tarsia, y máscompleta que los modernos esbozos mejor documentados, como el de Blecua en su prólogo de Poesíaoriginal.

No es el menor mérito de esta suma documental el trabajo de elaboración del corpus, la fijación de loscontextos y circunstancias, el comentario siempre certero, o el estudio de la información de archivo.Como señala en el prólogo A. Redondo, «C'est maintenant sur des bases solides que l'on peut parler dulignage de Quevedo, du réseau des diverses solidarités familiales auquel il renvoie, de la situation socialeet économique de ses parents, de leur place à la Cour, des problèmes précis auxquels la famille a dû faireface pendant les jeunes années de don Francisco et des répercussions que cela a eues sur sa formation etson état d'esprit» (p. 6).

Algunos de los documentos que Riandière publica aquí eran ya conocidos; otros son nuevos. Lointeresante, en el conjunto, es la articulación y ordenación, en persecución del objetivo propuesto deilustrar la trascendencia que los datos aportados en ellos tienen para hacernos mejor idea de la situaciónde Quevedo en la corte y en la sociedad coetánea.

Antes del corpus se presenta una primera parte de estudio de los documentos en los sucesivoscapítulos. Trata el primero de la ascendencia materna y paterna de Quevedo (montañesa, con todo lo queeso significa en la España del Siglo de Oro), con inteligentes y esclarecedores comentarios sobre laestructura social y administrativa a la que pertenecen los progenitores del poeta, cuyo abuelo fue, segúnlos testimonios «hijo de algo notorio y de solar conocido» (cfr. pp. 27-28).

Dedica el segundo a «Don Francisco de Quevedo, madrilène», con hábil explotación del expediente deSantiago (dado ya a conocer anteriormente por la misma estudiosa), entre otros notables documentos, de

° Algunos ejemplos: necesiario por necesario (p. 9); pe mite, por permite (p. 21); se debió se debió, por se debió (p. 25); eu, porque (p. 34); abarcar, por abarcan (p. 34); sí, por si (p. 34); inliulado por intitulado (p. 36); cuatro faltas de acentos en p. 38;coincidencia pot coincidencias (p. 39), y bastantes más...

' Baste recordar algunos como «Quevedo y el Gran Señor de los turcos: ¿exotismo o historia?». Critican, 18, 1980, pp. 29-1«El expediente de ingreso en la Orden de Santiago del Caballero don Francisco de Quevedo», Criticón, 36, 1986, pp. 43-128...

29-60 o

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los que destacan el testamento del padre de Quevedo y el inventarío de sus bienes, de particular interés porla relación de libros que aporta: obras de Fray Luis de Granada, un Contemplas Mundi, libro de oficios deSan Ambrosio, Flos sanctorum, Crónica de los Reyes ccatólicos, Fábulas de Esopo, sin que falte unPetrarca o una Celestina.

En estas páginas conocemos numerosos detalles de la familia de Quevedo, su situación económica,las fechas vitales fundamentales..., etc.

El capítulo III sobre la formación del joven hidalgo es igualmente importante. Pero, como la propiaRiandière señala, los documentos quevedianos no sirven solo para iluminar la vida del poeta: hablantambién «de la vie à Madrid, à la cour: des espoirs, des ambitions, des rivalités et des solidarités degroupes ... l'histoire exemplaire d'une famille s'ouvre sur les perspectives de l'histoire sociale et desmentalités» (p. 100).

La segunda parte está formada por los documentos, pulcramente transcritos, fechados y ordenados:cartas de dote, testamentos, documentos de tutoría, partidas de defunción, memoriales de deudas, ventas,cartas de pago, mercedes reales, y un largo etcétera que resulta una mina de detalles de muy provechosaconsulta para constituir el cuadro familiar, económico, social, sobre el que se dibuja la figura de donFrancisco de Quevedo.

Plausible trabajo, en suma, esta meticulosa investigación de Riandière, tanto más digno deagradecimiento por cuanto auna rigor y utilidad.

Ignacio ARELLANO(Universidad de Navarra)

Francisco de QUEVEDO, El Rómulo, ed. de Carmen Isasi. Deusto, Universidad, 1993. 111 p.

La edición crítica del Rómulo quevediano, que presenta C. Isasi, procede, parcialmente, de su tesisdoctoral. La voluntad de rigor filológico, particularmente textual, es evidente en el estudio preliminar,prácticamente ceñido a este tipo de cuestiones. Una breve presentación de la obra constituye la aperturadel volumen: apunta las circunstancias de la escritura del Rómulo, traducción del texto homónimo deVirgilio Malvezzi, ambos expresivos del «llamado gusto tacitista» (p. 13).

El interés de la traducción de Quevedo, radica, entre otros motivos, como certeramente señala Isasi,en las posibilidades que ofrece su estudio para el examen de la evolución estilística de Quevedo. Noobstante, habría que tener en cuenta que la evolución del estilo no es autónoma, sino que tiene quecorregirse mediante la observación del género. En cualquier caso, el objetivo de la editora, que espresentar un buen texto del Rómulo (una de las obras -de las bastantes obras- de Quevedo menos atendidapor la crítica), se cumple perfectamente. Compulsa los textos impresos más tempranos de la pieza(1632, 1635, 1636) y las tres ediciones primeras en colección con otras (1648, 1650, 1653), las cuales«entrañan un especial interés porque podrían reflejar una preparación del texto para la imprenta vigiladapor el mismo Quevedo» (p. 14).

Las páginas siguientes las dedica Isasi al estudio bibliográfico de las sucesivas ediciones delRómulo, examinando datación, posibles filiaciones, etc. Es posible que sean innecesarios en estosapartados ciertos, a mi juicio, excesos en las descripciones bibliográficas de los ejemplares utilizados.Se trata, ciertamente, de una práctica habitual en la crítica textual, pero seguramente se aplica a menudode modo mecánico, y convendría cierta simplificación en aquellos casos en que tales descripciones noañaden identificación específica ni otros rasgos esenciales, sobre todo cuando estos ejemplares han sidorepetidamente catalogados, sin mayores problemas a ellos atingentes. En cambio no parece justificadocitar sin signatura «los manejados mediante ficha o microfilm» (p. 17, n. 17): la localización mediantela signatura de un ejemplar determinado es, por sí misma, suficiente identificación del ejemplar (almenos mientras las signaturas de las bibliotecas no sufran cambios que pueden llegar a ser caóticos,como no es raro suceda), y se maneje en microfilm o en fotocopia, o directamente, el texto (que es loimportante) es el mismo.

El detenido estudio textual permite a Isasi agrupar ciertas familias de textos. Con buen acuerdo noconcede rango significativo a variantes menores explicables por alternancias fónicas o variacionesleves de usos lingüísticos, que pueden producirse (de hecho se producen) en el proceso de impresión, sin

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que tengan relevancia textual. Los hechos diferenciales consignados fundamentan un aceptable estemaque justifica su elección de la familia MAC como base de su texto (ediciones de Madrid, 1635; Madrid,1650 y Madrid, 1653), en particular la primera de ellas, la de 1635. Algunas enmiendas tomadas de otrasediciones (generalmente correcciones de erratas) son también justificadas en la mayoría de los casos.Nada que objetar, pues, a las elecciones textuales.

En cuanto a los criterios de fijación y dispositio textus, son correctos. No veo mayor utilidad en laconservación de las grafías ni creo que preserven «en mayor grado el interés filológico de la obra»(p. 42); es cuestión de poca relevancia en las circunstancias del Rómulo; pero es una opción legítima,naturalmente. En la puntuación y acentuación se opta, en cambio, con buen criterio, por laregularización moderna.

Con estas premisas se ofrece al lector un texto generalmente correcto en el que lo que más se echa enfalta es un aparato de notas explicativas, ilustraciones de motivos, etc. y una presentación de susdimensiones literarias, no solo de los aspectos textuales. No ha sido ese el objetivo de Isasi, es cierto,pero puesto que el Rómulo, como muy bien ha señalado la editora en su presentación, no ha gozado deespecial afición por parte de la crítica, y es poco probable que se publiquen muchas ediciones del mismo,ya que se acomete la tarea de su edición crítica, debería, creo yo, haberse acometido también la tarea de suanotación y estudio literario. Hubiera sido enormemente interesante y beneficioso para una lectura máscompleta del texto. (Quizá obedezcan estas ausencias a razones de política editorial de la colección queacoge este trabajo).

Algunas observaciones de detalle podrían hacerse, para completar esta somera noticia del libro. En lap. 45, lín. 5-6, el paréntesis que engloba a «si te agrada, lector» convendría quitarlo, para mantener claroel paralelismo contrastivo de la oración, con el final «si no te agrada es el fin»; p. 47, lín. 3, hay queleer «pisaré» y no «pisare»; lín. 69, sobra la coma, porque la oración de relativo es especificativa, noexplicativa: «La embidia es un veneno que no obra donde no ay calor»; p. 68, lín. 682, sobra elparéntesis de «tal vez» 'algunas veces'; p. 69, lín. 691, subsanar la errata «lo hombres» por «loshombres» (no tiene mayoi importancia); p. 73, lín. 822, sobia el paréntesis; p. 79, lín. 975, sobra elpunto y coma, que rompe la estructura sintáctica y el sentido...; pocas cosas más habría que señalar, casininguna que vaya mucho más allá de leves erratas o posibles discusiones sobre aspectos ocasionales dela puntuación. En conjunto es trabajo meritorio al que un aparato de notas explicativas, como se hadicho, hubiese acabado de modo excelente. Vaya la recomendación a la editora, si la acepta, paracompletar el trabajo que ahora edita, y el lector doblará sin duda su agradecimiento.

Ignacio ARELLANO(Universidad de Navarra)

Francisco de QUE VEDO, Los Sueños. Edición de Ignacio Arellano. Madrid, Cátedra, 1991. 652 p.(ISBN: 84-376-1007-9; Letras Hispánicas, 335)

Francisco de Quevedo casi nunca se preocupó de editar sus propias obras, dejando que circularan enabundantes copias manuscritas o que las editaran libreros pocos escrupulosos. Sólo en algunos casos, ypor circunstancias especiales, después de que alguna de estas obras fuera editada sin su permiso (porejemplo la primera parte de la Política de Dios), el escritor decidió publicar su versión autorizada. Éste esel caso de los Sueños y discursos, que corrió en copias manuscritas hasta que fue editada, sinparticipación del escritor madrileño, en Barcelona en 1627. Esta edición la rechazó Quevedo en 1631 alpublicar la obra con el título de Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, afirmando que: «en la formaen que estaban no eran sufribles a la imprenta, y así los dejé con desprecio» (p. 413).

Se da, pues, el caso de que nos encontramos con dos tradiciones: la de los manuscritos, recientementeestudiada y editada críticamente por James O. Crosby (Madrid, Castalia, 1993), y la de los impresos,cuyos tres estadios reproduce Ignacio Arellano en la edición que comentamos. Este hecho constituye unanovedad, pues hasta ahora prácticamente todos los editores modernos reflejaban únicamente el texto dela edición de Barcelona de 1627, enmendándola con lecturas sacadas de Desvelos o de Juguetes; entreestas últimas ediciones descacamos la de Felipe C. R. Maldonado (Madrid, Castalia, 1972), la de José

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Antonio Alvarez Vázquez (Madrid, Alianza, 1983) y la de Henry Ettinghausen (Barcelona, Planeta,1984).

En su edición, Arellano reproduce íntegros los textos más importantes de la tradición impresa: el deSueños y discursos (Barcelona, 1627) y el de Juguetes de la niñez (Madrid, 1631); y las variantes deDesvelos soñolientos, estadio intermedio entre las dos ediciones anteriores, introducidas en la versiónde Sueños. Como muy bien advierte el editor, la versión de 1627 es la que hay que tomar como base, puestodas las ediciones impresas con posterioridad dependen de una forma u otra de esta primera.

La obra se abre con una introducción dividida en tres apartados. En el primero de ellos, «Los Sueños.El esquema y los datos básicos», el editor analiza uno por uno los cinco sueños (fecha de escritura,esquema, tradición a la que pertenece cada uno de ellos, papel del narrador) y después las relaciones entreellos. Arellano destaca que la idea de un ciclo no se halla expresada explícitamente hasta el tercero deellos (el Sueño del Infierno), en cuya «Carta a un amigo suyo» se afirma que: «Invío a V. M. estediscurso, tercero al Sueño y al Alguacil» (p. 170). La crítica anterior ya había destacado esta unidadestructural; así R. M. Price señala que el primero, el tercero y el quinto sueños «are similar in structure,being eyewitness accounts», y que en el segundo y el cuarto aparece la figura de «a reporter o a guide»1.Arellano concluye acertadamente que forman una unidad explicitada por el propio autor en los distintosprólogos y dedicatorias, y que puede ser observada en la ambientación; pero, añade, esto «no significatampoco, a mi entender, que estén organizados según un plan rígidamente concebido y realizado demanera meticulosa, aunque existan determinados rasgos unificadores» (p. 22).

En el segundo apartado, «La humanidad condenada. Breves consideraciones sobre temas, motivos yfiguras», Arellano pasa revista a los principales temas y personajes que aparecen en los distintossueños. Quevedo presenta en esta obra un repertorio de personajes característicos de la sátira de tradiciónclásica, medieval y humanista, pero adaptados «a las circunstancias y personajes coetáneos del escritor,que reflejan las preocupaciones morales y las figuras obsesivas de las que se burla y a las que critica»(pp. 24-2S). Destaca el editor algunos de estos tipos con amplia representación en la tradición satírica:médicos, cirujanos, barberos, abogados, escribanos, jueces, venteros, taberneros, etc. Elconservadurismo ideológico de Quevedo, y así nos lo hace ver Arellano, se manifiesta en la elección deciertos personajes satirizados, sobre todo en la sátira del falso noble, o en ciertos motivos económicos(el dinero, la codicia) que amenazan los pilares del sistema estamental. En esta dirección también hay queconsiderar las críticas contra los validos y los ministros (temas recurrentes en la producción quevediana),así como contra los clérigos, militares y reyes, aunque «en estos casos la sátira está más delimitada yreducida a los malos representantes de estos estados» (p. 31). En estos casos, Quevedo ataca a losindividuos que no desempeñan sus funciones de acuerdo con las normas establecidas, pero nunca a lasinstituciones o estamentos que éstos representan.

El tercer apartado, «La retórica de la sátira. De la construcción macrotextual a la expresión aguda», seocupa de las cuestiones estilísticas y estructurales de los Sueños. En él se analizan los armazones de laserie, las tradiciones en que cada uno de ellos se halla inserto, el punto de vista, el narrador, la expresiónlingüística y las principales figuras retóricas.

La parte fundamental de esta edición es el texto: su fijación. Es por ello por lo que en la introducciónno se ha profundizado en ciertos temas que hubieran merecido más atención. Arellano piensa, aunque nolo explicite, que debemos, en primer lugar, tratar de resolver los problemas textuales que presenta laobra, para lanzarnos después, disponiendo ya de un texto fidedigno, a los problemas de interpretación yanálisis minucioso. Este segundo paso lo comienza el propio editor en sus acertadas y extensas notas altexto, imprescindibles para que el lector no especializado pueda adentrarse en el universo quevediano. Enla anotación, por una parte, se detalla todo aquello que resulta ininteligible para un lector medio,aportando otros testimonios de repertorios léxicos y obras literarias, y, por otra, se trata, en ciertoscasos, de intentar explicar pasajes cuyo sentido no queda claro o incluso se ha perdido al no conocer lasclaves de las que los lectores de la época disponían.

Los criterios de edición utilizados son los expuestos por Arellano y Cañedo en las «Observacionesprovisionales sobre la edición y anotación de textos del Siglo de Oro»2: modernización y unificación de

1 R. M. Price, Quevedo, Los Sueños, Londres, Grant and Cutler, 1983, p. 55.2 Edición y anotación de textos del Siglo de Oro, Pamplona, EUNSA, 1987, pp. 339-355.

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las grafías sin relevancia fonética, y conservación de aquellas que presentan diferencias fonéticas y de lasvacilaciones de los grupos cultos; también modernización de la acentuación y la puntuación.

Para su edición Arellano toma como base la edición de 1627 de los Sueños y discursos,insatisfactoria en bastantes casos, por lo que ha sido necesaria la enmienda de erratas evidentes o laintroducción de lecturas de las otras dos versiones que indudablemente mejoran la que contiene Sueños,aunque en alguna ocasión, como vamos a ver, y el propio editor confiesa, no se introducen enmiendasque pueden solucionar ciertos casos de corrupción evidente, quizás porque no se pretende ofrecer unaversión perfecta de los Sueños, sino «sólo ofrecer un texto basado en los materiales de que disponemos,en ocasiones evidentemente corrompidos» (p. 12).

Veamos algunos ejemplos de lecturas problemáticas. El el Sueño del Juicio Final leemos: «Decía laPeste que ella había herídolos, pero que ellos los habían despachado» (p. 107). El fragmento forma partede la sátira contra los médicos, de los que se destaca su «habilidad» para matar a sus pacientes; pero laforma «herídolos» no deja claro a quién se refiere, a los médicos o a los pacientes, por lo que creo que esmás acertada la solución de Crosby (éd. cit.. I, p. 134): «herido a los honores». Arellano en nota admiteque esta última lectura puede ser una mejor solución.

En este mismo sueño, refiriéndose a los sacristanes, escribe: «Todos esperaban ver un Diocleciano oNerón, por lo de sacudir el polvo, y vino a ser un sacristán que azotaba los retablos» (p. 128). AquíArellano ha introducido, creo que con buen criterio, la lectura de Desvelos y Juguetes, ya propuesta porMaldonado, frente a la de Sueños, «acostaba», que mantienen Ettinghausen (p. 28) y Crosby (I, p. 138).

En El alguacil endemoniado, el narrador describe al licenciado Calabrés como: «tardón en la mesa yabreviador en la misa» (pp. 141-142), lectura mantenida también por Crosby (I, p. 147), mientras que enla edición de 1627, aceptada por Maldonado y Ettinghausen, se lee: «tardón en la misa y abreviador en lamesa». Se basa Arellano para esta enmienda en otros textos del propio Quevedo y de sus contemporáneosen los que se presenta el motivo satírico de la misa breve, con el que entronca esta referencia delAlguacil.

En el mismo sueño, refiriéndose a los reyes leemos: «porque uno se condena por la crueldad, ymatando y destruyendo es una grandeza coronada de vicios de sus vasallos y suyos y una peste real de susreinos» (p. 158). El editor, aunque reconoce que «el pasaje no parece muy bien redactado», mantiene aquíla lectura de Sueños frente a la propuesta por Maldonado y Crosby: «porque vno se condena por lacrueldad, y matando y desterrando los suyos, es vna poncoña coronada y vna peste real de sus Reynos»(I, p. 151). La interpretación que de este fragmento hace Arellano en nota me parece acertada, aunque creoque la lectura alternativa propuesta por los otros dos editores citados puede ser también válida.

En el Sueño del Infierno, se habla de «poyatas (que son los estantes) llenas de vírgines rociadas»(p. 267), lectura de la princeps que Arellano interpreta: «vírgenes que no lo son tanto; parece que son dela clase de aquellas que se les va el virgo en probaduras» (p. 267, n.). Frente a esta lectura, Amédée Mas3,Maldonado y Crosby, siguiendo la tradición manuscrita, prefieren «vírgenes hocicadas», cuyossignificados sería «besuqueadas» y también «que caen o dan de hocicos». Creo más acertada la lectura deSueños, que, como demuestra el editor, tiene una clara connotación erótica, que falta en la solución de losmanuscritos.

Otro caso de enmienda acertada lo tenemos en el Sueño de la Muerte, en el que se habla de unpersonaje «devanado en un cendal» (p. 380), lectura «típicamente quevediana» con el significado de«envuelto», que corrige la de la princeps: «de venado», que ha sido reproducida por todos los editoresposteriores, aunque en la tradición manuscrita se recoge «devanado», como lo demuestra Crosby en suedición (I, p. 242).

Éstas son, a modo de ejemplo, algunas de las lecturas corregidas por Arellano, que permiten al lectory al estudioso de la obra quevediana un mejor acercamiento a los Sueños. Sin embargo, en la edición nose resuelven todos los problemas textuales: en varias ocasiones Arellano reconoce que determinadospasajes están corrompidos en la tradición impresa (el párrafo sobre los galanes de monjas en El alguacil;el pasaje sobre Judas en el Sueño del Infierno); en otras, aparecen vocablos que no ha podido documentaro identificar (trepidación, pul ¡idos o chicharreros).

3 Quevedo, Las zahúrdas de Piulen (El Siuño del Infierno), édition critique et synoptique par Amédée Mas, Poitiers, Marc Texier,p. 86.

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Completan la edición una extensa bibliografía y dos índices, uno de notas y otro de nombrespropios, que facilitan su consulta por parte de los especialistas. Sólo cabe poner un pequeño pero alíndice de notas: su sistema de referencias (sueño al que pertenece y número de nota) que hace su consultaalgo difícil. Creo que hubiera sido de más ayuda para el lector si se hubiera especificado en su lugar elnúmero de la página.

En conclusión, creo que nos hallamos ante una magnífica edición de los Sueños de Quevedo. Porprimera vez el especialista en nuestra literatura áurea o el simple lector tiene recogidos en un solovolumen los tres estadios de la tradición impresa. Creo que las enmiendas que Arellano introduce en laedición de Barcelona de 1627 presentan un texto si no definitivo, pues aún quedan pasajes y vocablospor descifrar, sí mucho más fidedigno que el de ediciones anteriores, y que las abundantes y documentadasnotas aclaratorias ayudarán al lector no especialista a entrar en esa «dilatada y compleja literatura» que esFrancisco de Quevedo.

Victoriano RONCERO LÓPEZ(SUNY at Stony Brook)

Francisco de QUEVEDO VILLEGAS, Execración contra los judíos. Edición de Femando CaboAseguinolaza y Santiago Fernández Mosquera. Barcelona, Crítica, 1993. 145 p.

(ISBN: 84-7423-625-8; Páginas de Filología)

«No se sabe lo que Quevedo escribió... Si uno acude a las ediciones en mercado de sus obras, puedetener la absoluta seguridad de que ni es todo lo que está ni está todo lo que es»1. La exactitud de estaspalabras la demuestra el descubrimiento en la Biblioteca del Real Consulado de La Coruña a principios deesta década, en un manuscrito de letra del siglo XVII, de una obra de este escritor áureo que se daba porperdida: la Execración contra los judíos. De ella daba noticia Pablo Antonio de Tarsia en su biografía deQuevedo, pero como es el caso de tantas obras del escritor madrileño sólo conservábamos algunos datosproporcionados por este primer biógrafo, que afirmaba que era «vn tratado contra los ludios»2. Laedición de este discurso, llevada a cabo por dos conocidos quevedistas, Femando Cabo Aseguinolaza ySantiago Fernández Mosquera, representa un paso importante tanto para los especialistas en la literaturaespañola del Siglo de Oro como para los historiadores de este mismo período, porque la obra, comovamos a ver y muy bien señalan sus editores, es un testimonio literario e histórico significativo de unaépoca bastante conflictiva de nuestra historia: la década de 1630.

La edición se inicia con una introducción dividida en cuatro apartados. En el primero de ellos, «LaExecración y sus circunstancias», se aborda uno de los puntos biográficos que más interés ha despertadoentre los estudiosos de Quevedo: el de sus relaciones con el conde-duque de Olivares. La obra, comoseñalan Cabo Aseguinolaza y Fernández Mosquera, ofrece un magnífico testimonio sobre el deterioro deestas relaciones en los primeros años de 1630. Los editores afirman que «puede leerse este memorialcomo el primer testimonio manifiesto del notable cambio de actitud de Quevedo hacia el conde-duque deOlivares» (p. 23). Estas relaciones se habían iniciado nada más subir al trono Felipe IV, cuandoQuevedo, desterrado en la Torre de Juan Abad, envió a don Baltasar de Zúñiga la Carta del rey donFernando el Católico, a lo que siguió el envío y dedicatorias de otras obras al conde-duque. El estado deánimo del escritor y sus esperanzas en el nuevo equipo de gobierno las reflejó en los Grandes anales dequince días, donde destaca aquellos puntos de la política del dúo Felipe IV-Olivares que coincidían conaquellos que él mismo había defendido ya desde sus primeras obras (por ejemplo, la España defendida), yque creía necesarios para la regeneración del país.

Las relaciones Quevedo-Olivares fueron buenas hasta 1628, fecha en la que se produjo el primer roceentre ambos con motivo del pretendido copatronazgo de Santa Teresa de Jesús, defendido por el estadista,cuya familia había sido devota de la Santa, y rechazado por el escritor, caballero de Santiago, en dos

1 Pablo Jauralde Pou, Quevedo: leyenda e historia. Granada, Universidad de Granada, 1980, p. 23.2 Vida de Don Francisco de Queuedo y Villegas, edición facsímil, Aranjuez, Ara-Iovis, 1988, p. 44.

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memoriales dirigidos a Felipe IV, pero en los que está presente la figura del valido3. Como muy bienseñalan en su estudio introductorio los editores, siguiendo el estudio de Pablo Jauralde4, en El chitan delas tarabillas, obra escrita e impresa en 1630, existe cierta ambigüedad hacia la política económica delconde-duque, que podría interpretarse como una toma de postura, todavía no significativa, del escritorcontra ciertas medidas adoptadas por el gobierno.

Hasta ahora se consideraba que los primeros enfrentamientos o indicios de ellos entre ambospersonajes había que fijarlos hacia 1634-1635; así opinaba John H. Elliott, para quien en estos años «sepueden detectar los primeros signos de distanciamiento del régimen de Olivares que pronto convertiránQuevedo en un implacable opositor del conde-duque y de sus empresas»5. Sin embargo, esta fecha habíasido adelantada por los editores franceses de La hora de todos, que datan algunos de los episodios de estasátira en otoño de 1633, con lo que el distanciamiento se habría producido un año antes de lo establecidopor el historiador inglés6. Esta opinión no ha sido compartida por algunos estudiosos de la obra deQuevedo o de la figura del conde-duque; tal es el caso de Gregorio Mar anón, para quien las relaciones entrelos dos personajes eran todavía buenas en 1636, fecha de la prisión de Pacheco de Narváez7. Conposterioridad Josette Riandière también retrasa la fecha; para la hispanista francesa las representacionessatíricas del valido son tardías, afirmando incluso que el episodio de la Isla de los Monopantos pudo serescrito hacia 16398, con lo cual no acepta los convincentes argumentos de Bourg, Dupont y Geneste queadelantan esa fecha en seis años.

Cabo Aseguinolaza y Fernández Mosquera adelantan la fecha propuesta por Elliott, pues laExecración está fechada el 20 de julio de 1633 en Villanueva de los Infantes. Para ellos, y creo que conrazón, este memorial representa un cambio definitivo en las relaciones entre Olivares y Quevedo, cambioque pudo ser debido a varias causas: complejidad mental, reservas, oscilantes lealtades de Quevedo;desencanto del escritor hacia Olivares motivado, sin duda, por un fallido programa de reformas que nohabía podido sacar al país de la situación de crisis en que se hallaba a principios de la década anterior.También apuntan los editores una de las más importantes: la intimidad con el duque de Medinaceli,iniciada en 1629. Este noble, como muchos otros pertenecientes a las grandes casa, se había enemistadocon el valido y había formado un grupo opositor, al que según todos los indicios se habría incorporadoQuevedo, ya que, como muy bien señalan los editores, en la Execración se manifiestan ciertas actitudesque pueden ser consideradas como las advertencias de un «portavoz» (p. 26).

En el segundo apartado de la introducción, «Contexto histórico y político de la Execración», seanaliza el momento histórico en el que se escribió la obra, así como los principales conceptos políticosdefendidos por Francisco de Quevedo. Comienzan los editores exponiendo la que el escritor considerabacomo la «llaga» de la política olivarista y motivo último de este memorial: la financiación del Estado através de los judíos portugueses, llamados por Olivares en 1626 para mejorar la competencia delmonopolio del que gozaban los banqueros genoveses (pp. 27-35). Señalan Cabo Aseguinolaza yFernández Mosquera a Quevedo como un escritor antimercantilista y providencialista, opuesto, portanto, a la razón de estado; para ellos la obra refleja: «[la] oposición al valido desde la negación delmercantilismo, desde el rechazo de las posturas más políticas que justifican la razón de estado y elmaquiavelismo» (p. 42). Destacan también su añoranza del gobierno de monarcas anteriores: los ReyesCatólicos, Carlos V o Felipe II; así como su defensa de la política propugnada por el duque de Osuna.

Me parece acertada la visión que se da del Quevedo político, de sus principales conceptosideológicos. Ciertamente en Quevedo aparece una añoranza del pasado, de un pasado glorioso que oponea un presente de derrotas y fracasos. En escritos tan tempranos como la España defendida, escrita hacia1609, presenta ya la que considera como la época más gloriosa de nuestra historia: la Edad Media. Elmismo concepto volverá a aparecer en composiciones posteriores, tales como la Epístola censoria,dirigida, no lo olvidemos, al valido de Felipe IV. La añoranza por épocas anteriores no es una actitud

3 Opinión que no comparte Alfonso Rey, «Los memoriales de Quevedo a Felipe IV», Edad de Oro, XII, 1993, pp. 2S8-261.4 «La prosa de Quevedo: El chitan de las tarabillas». Edad de Oro, III, 1984, pp. 97-122.5 «Quevedo y el conde-duque de Olivares», España y su mundo, 1500-1700, Madrid, Alianza editorial, 1990, p. 244.6 Francisco de Quevedo, La hora de todos y la fortuna con seso, edición de Jean Bourg, Pierre Dupont y Pierre Geneste, Madrid,Cátedra, pp. 98-116.7 El conde-duque de Olivares (La fusión de mandar), Madrid, Espasa-Calpe, 19S94, p. 129.

«Quevedo, censeur et propagandiste de la monarchie espagnole au temps de Philippe IV : un procès i revoir», Le pouvoirmonarchique et ses supports idiologiques aux XVl'-XVH' siècles, Paris, Publications de la Sorbonne Nouvelle, 1988, p. 164.

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exclusiva del escritor madrileño; en otro lugar he destacado las palabras de duque de Osuna dirigidas alpropio escritor que vienen a resumir perfectamente el pensamiento quevediano9: «Buelua Vm. agora losojos al que me siguiese en este cargo y quan alauado seria de prudente y cuerdo de todos los que atribuyen ainquietud mía la reputación de mi Rey y de mi nación, yo ne he tenido la culpa: que o pudiera Dios auermehecho nacer cien años antes o guardado para estos tiempos los hombre q. tuuo en aquellos»!". Tambiénes apreciable su antimercantilismo y su providencialismo, al menos teórico: «Quevedo se muestra en elmemorial como un encendido defensor del providencialismo que fecundó toda la política imperial de losAustrias» (p. 42).

Creo que hay que tener cuidado cuando se habla de su oposición frontal a la «razón de estado» ydistinguir entre el Quevedo teórico y el Quevedo político pragmático. Es cierto que en las obras como laPolítica de Dios ataca a Maquiavelo, a Tácito y a la razón de estado, llegando a afirmar que «Lucifer Ángelamotinado fue su primero inventor, pues luego que por su embidia, y sobervia perdió el estado, y lahonra, para vengarse de Dios introduxo la materia de estado»11. Pero esta actitud negativa contrasta conla que manifiesta en las obras históricas en las que reconoce que este concepto es básico para losgobernantes; así lo demuestra en los Grandes anales de quince días al hablar de la necesidad de que losreligiosos vuelvan a sus conventos por ser el ejercicio de la política incompatible con las enseñanzascristianas; en esta ocasión expone como principal motivo para separar a los religiosos del gobierno elhecho de que la virtud y la humildad no se conciertan «con la mentira acreditada que tienen por alma lasrazones de estado»12. En otro momento, en él Lince de Italia u Zahori español, escribe refiriéndose a losproblemas del rey de Francia con los herejes de La Rochela:

Este papel, Señor, fue delante informando de la justicia de los que el Rey quiere cobrar o adquirir, y por no perdertiempo la adelantó para cuando se acabase de apoderar de la Rochela, que hoy está en el estado que vemos; y elduque de Nivers en Italia haciendo contradicción a vuestras armas... Quien fuere buen lógico de materias políticas,bien armará el silogismo, indisoluble para mi conclusión. Así, Señor, que dejando en debida reverencia lo que toca ala fe católica, no sé cuál nos era más a propósito en el intento: el rey de Inglaterra socorriendo La Rochela, o el deFrancia expugnándola. ^

Sin que podamos considerarlo como un «partidario» de este nuevo principio político, tal y como llegó aafirmar Juan Manchal14, estos fragmentos demuestran su comprensión de la importancia que éste estabaadquiriendo en la política europea de su época. En ambas ocasiones, aunque moralmente lo condena porapartarse de las virtudes cristianas, lo presenta como una realidad inevitable y hasta cierto puntorecomendable.

En el siguiente apartado, «La Execración como memorial», se analiza el soporte material sobre el quese ha construido el discurso. El escrito entra dentro de la categoría de los «papeles» redactados con unaintencionalidad polémica. Los editores lo encuadran con aquellos otros memoriales políticos en los queel destinario es el monarca: los dos memoriales sobre el patronato de Santiago, la Política de Dios o elLince de Italia u Zahori español*5. En todos ellos, la sabiduría y la experiencia le sirven a Quevedo paraaconsejar al rey sobre determinados asuntos: gobierno, situación italiana, el copatronazgo. En ningunode ellos, si exceptuamos la Política de Dios, apenas aparece explícitamente mencionado el ministro,aunque implícitamente está presente en la mente del escritor y del lector. En este punto, como muy biendestacan Cabo Aseguinolaza y Fernández Mosquera, se establecen dos analogías del valido conpersonajes bíblicos: Aarón y Balaam.

Los editores destacan el carácter deliberativo de la obra, «de naturaleza y técnicas oratorias, que sedeclara y construye como discurso» (p. 61). Analizan las distintas partes en que se divide el «papel»construido al modo de una oratio; así se estudian los varios momentos: el exordio, la argumentatio

9 «Los Grandes Anales de quince días: literatura e historia», RILCE, 9. 1993, p. 65.10 F. de Quevedo, Epistolario completo, ed. de Luis Astrana Marín, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1946, p. S8. Ver mi «LosGrandes Anales de quince días: literatura e historia», RILCE, pp. 56-72.1 1 Cito por la edición de James O. Crosby, Política de Dios. Gobierno de Christo, Urbana, Universiiy of Illinois Press, 1966,p. 172.' 2 Francisco de Quevedo Villegas, Obras, I, edición de Aureliano Fernández-Guerra, Madrid, Atlas, 1946, p. 200b.13 Ibidem, p. 242».'4 «Quevedo: el escritor como "espejo" de su tiempo». La voluntad de estilo, Madrid, Revista de Occidente, 1971, p. 126.1 ' Ver Alfonso Rey, «Los memoriales de Quevedo a Felipe IV», pp. 257-265.

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(confirmatio y confutatio) y la perorado (conquestio, indignado). También hacen referencia a algunosimportantes conceptos historiográficos utilizados por Quevedo, sobre todo el de la historia comomagistra vitae: el escritor presenta situaciones pasadas que proyectan cierta luz sobre el presente, pues alfin y al cabo había escrito en los Grandes anales de quince días que «siempre se hicieron en el mundo unaspropias cosas. Nada es nuevo a lo pasado: sólo el modo de hacerlo salva o condena a los ministros»16.

El último apartado de la introducción, «La Execración y la obra de Quevedo», está dedicado a resaltarla intensa referencia de este texto con otros del mismo autor. Los editores destacan que, en las obrasescritas en el período entre 1633 y 163S (la segunda parte de la Política de Dios, La hora de todos o laExecración), existe «un mismo trasfondo militante y unas preocupaciones comunes plasmadas condistintas voces y acentos» (p. 67). Es el momento en el que se producen los más duros ataques directos eindirectos contra la política del conde-duque de Olivares. Queda así demostrada la uniformidad del discursoideológico quevediano, su desarrollo lineal que nos sirve para matizar algunas acusaciones de servilismo,como la de Pablo Jauralde para quien: «así -servil, adulador, anticipadamente humillado, intransigente-se nos muestra el propio Quevedo frente a nobles, poderosos o plebeyos en sus pretensiones y en suconducta. No importa que de vez en cuando hiera al noble caído o al poderoso muerto, casi siempre lohace como trampolín para una nueva adulación»17. Este apartado demuestra la conexión existente entrelos diversos registros del autor; así aparecen destacados motivos o acuñaciones verbales que se hallan enla Execración y que también encontramos en poesías, por ejemplo: el monstruo ñuvial Behemoth yBalaam.

La edición del texto está muy cuidada; las erratas son mínimas y se limitan a dos en la«Introducción»: «lo judíos» (p. 51), «una texto deliberativo» (p. 61). Los editores, al no tratarse de unautógrafo, han seguido un criterio actualizador de la puntuación, acentuación y de las grafías, con unrespeto absoluto por el texto; corrigiendo sólo los errores evidentes, las vacilaciones ortográficas de lascitas y los deslices de copia en las mismas.

Las notas no pecan ni por defecto ni por exceso; no entorpecen la lectura, sino que ayudan al lectorpara una mejor comprensión de la obra. Estas notas se limitan a destacar textos paralelos del propioQuevedo o de otros autores de la época (Adam de la Parra, Diego Gavilán Vega), a desvelar alusioneshistóricas y a explicar el significado de ciertos vocablos.

Cierra el volumen una completa bibliografía, en la que se recogen los principales estudios de la prosaquevediana, así como las más importantes obras históricas sobre este período.

En conclusión, creo que los quevedistas, y todos aquellos filólogos e historiadores que se dedican alestudio de la obra de este escritor, estamos de enhorabuena por la recuperación de un texto que se daba porperdido, texto significativo que nos ayuda a comprender mejor una etapa importante en la historia deEspaña y en la vida del propio Quevedo. La edición se abre con una brillante introducción que nos acercay se adentra en los principales aspectos de este memorial, tanto en su vertiente estilística como en laideológica e histórica. El texto, muy bien editado, va acompañado de acertadas notas aclaratorias quesitúan la obra en su contexto histórico y literario. A partir de esta edición de la Execración podremosconocer con más exactitud y profundidad el pensamiento de uno de nuestros grandes escritores áureos.

Victoriano RONCERO LÓPEZ(SUNY at Stony Brook)

Antonio CARREIRA, Nuevos poemas atribuidos a Gángora (Letrillas, sonetos, décimasy poemas varios). Prólogo de Robert lammes. Barcelona, Quaderns Crema, 1994. 455 p.

(ISBN: 84-7769-082-0; Biblioteca menor, 9)

Reseñar un libro de la erudición y meticulosidad, de la riqueza de datos y comentarios que supone estanueva publicación de Carreira, es, obligadamente, limitarse a dar cuenta de su contenido, porquedifícilmente deja el autor lugar para enmendarle la plana o añadir nuevos detalles a los que reúne en estas

1 6 Obras, I, p. 213b.1 7 «Introducción», Francisco de Quevedo, Obras festivas, cd. de Pablo lauíalde Pou, Madrid, Castalia, 1981, p. 12.

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páginas gongorinas su esforzada investigación. Muy pocos reseñistas estarán capacitados para esa tarea,a la que no aspira precisamente quien firma este comentario. Es pertinente, sin embargo, subrayar laimportancia y el valor de una obra semejante. Obra, como señala el prologuista (insigne estudioso deGóngora también, Robert Jammes), que es resultado de «catorce años de obstinada investigación entodas las bibliotecas públicas y privadas, españolas y extranjeras donde había alguna posibilidad dehallar cancioneros manuscritos del Siglo de Oro» (p. 8), y en la que ofrece textos, estados de la cuestióntextual, datos de fechas y autoría, etc. de 58 letrillas, 47 sonetos, 18 décimas, 11 poesías varias... enconjunto 134 textos nuevos, y variantes relativas a otras cien poesías conocidas de don Luis de Góngora(véase Jammes, prólogo, p. 8). Si tenemos en cuenta el laberinto que supone la abundancia deatribuciones a Góngora, provocadas por su fama y el poco cuidado que el poeta tuvo en conservar yvigilar sus copias, es fácil imaginar el enorme trabajo que exige poner OTden y concierto en tan espinosoterritorio. Trabajo, por otro lado, absolutamente necesario si queremos determinar con precisión lasdimensiones de la creación poética gongorina y de su recepción. La influencia de don Luis en la poesía desu tiempo se rastrea de modo iluminador en estas composiciones atribuidas, reescrituras que siguen amenudo los modelos estilísticos gongorinos, y que reflejan una cierta manera de leer los textos delcordobés, un modo, en suma, de recepción, que es terreno privilegiado para el examen crítico.

Carreira maneja para la confección de este corpus numerosos manuscritos y textos impresos, algunosde los cuales han sido descritos y estudiados de primera mano por él, como los de la biblioteca delmarqués de Valdeterrazo, y otros1.

La variedad de las composiciones es notable, desde la pequeña proporción de las líricas en el terrenode las letrillas (solo dos), a la abundancia de las satíricas (cuarenta y tres de las 58 publicadas), que versansobre temas múltiples (poder del dinero, engaños femeninos, valor de la apariencia, burlas de cornudos,pullas a cristianos nuevos, etc.). La segunda parte del libro se centra en los problemas relativos aletrillas auténticas o de atribución conocida, sobre las cuales añade Carreira datos que apoyan o desechanla autoría, sirven para datar con más precisión algunos poemas, o iluminan la difusión de los mismos. Alos sonetos se dedica la tercera sección y a las décimas la cuarta. La quinta y última se ocupa de poemasmenores compuestos en las restantes formas métricas. Abundan los poemas interesantes, de alturaestética, y de ingenio relevante...: vea el curioso lector letrillas como «Temor, melindre y antojo»,«Buenas botas y buen gabán», «Que para todo hay lugar», o la curiosa versión de un beatas Uleescatológico en el soneto «Dichoso aquel y bienaventurado»...

En los comentarios que suelen preceder a los textos se aportan, como ya se ha dicho, datossignificativos de la difusión y reescritura de estas poesías: pondré el ejemplo, por acudir a las primeraspáginas del libro, de la letrilla «A Cupido han dividido», glosada y adaptada en textos del Quijoteapócrifo, en la Segunda parte del Romancero general de Miguel de Madrigal, el Ramillete de florespoéticas de Alexandre de Luna, en un romance de Jacinto Alonso Maluenda, y otros textos que recogeeruditamente Carreira, a los que se podría añadir alguno más en comedias calderonianas. Otro ejemploilustrativo de la meticulosidad y conocimiento exhaustivo que posee Carreira acerca de este corpus es elmagnífico comentario dedicado a la letrilla «Aprended, Flores, en mí» (pp. 232 y ss.), y tantos otros enlos que con admirable concisión y claridad nos ofrece estados de la cuestión textual de numerosospoemas, con referencias completas y claras de la trayectoria seguida por estas composiciones, lo que lepermite afirmar o deshacer atribuciones: ver la definitiva conclusión sobre la letrilla «Si pensara o sicreyera» (p. 259), considerada por algún crítico perteneciente a la última etapa de Góngora, y que, comodemuestra Carreira, estaba ya impresa en la octava edición del Cancionero General de Hernando delCastillo, cuatro años antes de nacer don Luis. En ocasiones, la fina lectura crítica cimenta correccionestextuales como la puntuación que propone para «Huésped, sacro señor, no: peregrino» (p. 293),ciertamente solo inteligible con la que señala Carreira. Modélicas son igualmente las páginas que dedicaal examen de las distintas versiones del epitafio al enano Bonamí, y al proceso de su reescritura (pp. 378y ss.)...

Pocas observaciones estoy en condiciones de apuntar a este espléndido aparato de comentarios: talvez sugerir para el poema «La tierra y mar con mil pintados mapas» un sentido alusivo para el verso 3:«le recebieron de Benito el día», referencia críptica para Carreira, pues se está hablando a la entrada deFelipe l u en Lisboa, que fue un día de san Pedro y no de san Benito. Quizá haya que ver ahí más que vina

1 Véase su artículo «Los poemas de Góngora y sus circunstancias: seis manuscritos recuperados». Criticón^ 56, 1992, pp. 7-20.

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corrupción textual o un error, una intencionada burla a la condición de judíos de los portugueses(explícita en vv. 8, 9, 13-14...) a través de la alusión al sambenito o vestidura denunciadora de la calidadinfame. Tal vez señalar que la cuarteta «En mucho estimara, Inés, / ser de tus brazos cordero, / mas si e decrecer después / huir de tus brazos quiero», que recuerda, como bien apunta Carreira, el cuento de don PitasPayas del Libro de Buen Amor, aparece en boca del gracioso Limón, que la dirige a la criada Inés, en lacomedia de Lope Amar sin saber a quién.

En fin, como subraya Jamnies (p. 13), este corpus editado por Carreira «constituye un conjunto deprimera importancia para el historiador de la poesía española, fuera de toda referencia a don Luis, y nosolo para el historiador o el erudito».

En un panorama profesional en el que abundan más de lo conveniente los trabajos de poco rigor, elejemplo de la investigación rigurosa e implacable de Carreira, de la que este libro es buena muestra,resulta digno, sinceramente lo escribo sin formulismo reseñador, de la mayor admiración.

Ignacio ARELLANO(Universidad de Navarra)

Andrés SÁNCHEZ ROBAYNA. Silva gongorina. Madrid, Cátedra, 1993.(ISBN: 84-376-0316-1; Crítica y estudios literarios)

Pocos poetas españoles han favorecido tanto como Góngora la redacción de libros no meramenteeruditos. El ensayismo de tema literario se ha interesado a menudo por los versos de don Luis, y aunqueen alguna ocasión ese interés haya resultado poco útil para la historia de la literatura, el ejemplo deDámaso Alonso bastaría para defender la validez y la necesidad de una crítica no reñida con el rigorfilológico ni con la voluntad de estilo. Al dominio de esa fértil combinación pertenece la obra crítica deAndrés Sánchez Robayna, que con similar propósito ha compuesto otros libros recientes e importantes:Para leer «Primero Sueño» de Sor Juana Inés de la Cruz (México, Fondo de Cultura Económica, 1991) yEstudios sobre Cairasco de Figueroa (La Laguna, Real Sociedad Económica de Amigo del País de Tenerife,1992).

Es autor había dado muestras de esa capacidad, diez años atrás, con sus Tres estudios sobre Góngora(Barcelona, Edicions del Malí, 1983), que forman ahora la primera sección de la Silva gongorina:«Petiarquismo y parodia (Góngora y Lope)» (pp. 27-41), «Góngora y el texto del mundo» (pp. 43-56) y«Un debate inconcluso (Notas sobre Góngora y Mallarmé)» (pp. 57-74). Los comentarios de texto, elinteligente remonte desde las Soledades hasta consideraciones estéticas de mayor alcance y lasprecisiones sobre la recepción de Góngora en la literatura contemporánea muestran que los Tres estudiostenían ya, de hecho, el carácter misceláneo y abierto confesado en el título y defendido en la introduccióndel libro que hoy reseñamos.

La segunda sección de la Silva contiene siete nuevos trabajos gongorinos, escritos y -con unaexcepción- publicados en diferentes revistas entre 1987 y 1992. El primero, un breve comentario delpoema «¡Oh excelso muro, oh torres coronadas!» («Córdoba o la aurificación», pp. 77-82), da unaprueba más de la conciencia expresiva de Góngora y llama nuestra atención sobre el significativohipograma -or-, «un emblema sonoro, una miniaturización fónica» engastada casi una docena de vecesen el soneto de 1585.

Según mi opinión, el capítulo más importante del libro es el titulado «Los tercetos gongorinos de1609 como epístola moral» (pp. 83-99). Por su altísimo valor literario, y porque con él se entiendenmejor las Soledades, el poema «Mal haya el que en señores idolatra» desempeña un papel crucial en laobra de Góngora, pero también destaca, fuera de ella, como «texto inserto en la tradición española de laepístola moral». Sánchez Robayna, buen conocedor del género (pues a él dedica sus investigacionesactuales), estudia muy adecuadamente el componente satírico de la epístola y, sin forzar lasconvenciones genéricas antiguas -al contrario: asumiéndolas-, muestra la importancia, la originalidad yla radicalidad del texto de don Luis.

Los trabajos siguientes dan cuenta de las variadas formas de la influencia gongorina: «Algo mássobre Góngora y Sor Juana» (pp. 101-114) contiene un estado de la cuestión (de Menéndez Pelayo aOctavio Paz) y una breve historia de la silva, forma métrica cuya influencia no se limita a las

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circunstancias de la versificación, pues arrastra elementos expresivos y temáticos (en particular, lapredilección por las descripciones y el protagonismo del mundo natural). De ahí que el Primero sueño seaen buena medida una relectura de su modelo, las Soledades.

En los «Avatares de Góngora imitado (Antonio Barbosa Bacelar y Cristóbal del Hoyo)» (pp. 115-159) nos ofrece Sánchez Robayna -y este ofrecimiento es otro de los rasgos comunes con sus librossobre Cairasco y Sor Juana- el estudio y la edición de un texto casi desconocido. Se trata de la Soledadescrita en la Isla de la Madera por el curioso personaje Cristóbal del Hoyo (1677-1762), y que resulta seruna traducción adaptada de las Saudades de Aonio del portugués Antonio Barbosa Bacelar (1610-1663).Las conclusiones del trabajo son poco halagüeñas para la memoria de Cristóbal del Hoyo, pero vienenprecedidas por interesantes datos sobre la poesía barroca portuguesa (Barbosa es «uno de los poetas másy mejor representados» en la antología A Fénix Renascida) y atinadas observaciones sobre losconceptos de imitación y traducción (según varios pareceres de la época) que nos ayudan a conocer mejorel gongorismo decadente o terminal del siglo xvm.

En la línea de la actual revisión de los límites y características de la llamada generación del 27, los«Aspectos desconocidos de la conmemoración gongorina de 1927» (pp. 161-168) arrojan nueva luzsobre el papel de Góngora en el destacado y mal conocido grupo vanguardista canario, que le dedicó elnúmero segundo de la revista La Rosa de los Vientos. A un terreno apenas roturado nos conduce el ensayo«Góngora y la novela: Don Julián, de Juan Goytisolo» (pp. 169-179), que afronta con éxito el reto deaquilatar el influjo de los versos de don Luis en la prosa de nuestro siglo (los cuentos vanguardistas de losaños 20, Lezama, Sarduy...), deteniéndose en Juan Goytisolo, cuya Reivindicación lo es también, enbuena medida, de la obra y de la actitud del escritor cordobés.

El capítulo con que acaba el volumen, «Barroco de la levedad» (pp. 181-191), es más de apertura quede cierre, y así parece quererlo la última frase del libro: «el neobarroco es un Barroco en vuelo». Quedanya muy lejos los tiempos de Góngora, pero la vitalidad de sus textos se advierte en los de Severo Sarduy,Haroldo de Campos o Justo Navarro, buenos ejemplos, según Sánchez Robayna, del neobarroco, un«barroco de la levedad» que «ha perdido la gravedad finalista, "atormentada", característica del Barrocohistórico», y en el que el autor, poeta a la postre, se encuentra muy cómodo. No es buen momento éstepara cuestionar los afijos con que hoy adornamos no pocas categorías historiográficas, y mucho menospara abogar por una sana desconfianza ante conceptos tan inabarcables y lábiles como, sin ir más lejos,el de Barroco, pero bien está que, con independencia de los nombres y de los conceptos, sepamos ver loslazos que unen a algunos textos del siglo XX con otros escritos casi cuatrocientos años atrás.

Comenzaba diciendo que Góngora ha sido de los pocos poetas españoles que se ha beneficiado porigual de los esfuerzos de la filología y de las reflexiones de la crítica literaria, y poco importa si elesfuerzo y la reflexión se dan en un mismo especialista: la Silva gongorina de Andrés Sánchez Robaynaabre una temporada óptima para don Luis, pues, en compañía de los recientes Nuevos poemas atribuidosde Antonio Carreira y de la inminente edición de las Soledades de Robert Jammes1, nos ofrece un cursocompleto de estudios gongorinos.

José María MICO(Universitat Pompeu Fabra, Barcelona)

Lope de VEGA, Rimas I [Doscientos sonetos]. Edición crítica y anotada de Felipe B. PedrazaJiménez, Universidad de Castilla-La Mancha, Servicio de Publicaciones, 1993, 676 p.

(ISBN: 84-88255-39-X; colección Ediciones críticas)

Me parece urgente señalar a los que todavía no tengan conocimiento de ella esta reciente eimportantísima edición de las Rimas de Lope de Vega, o más exactamente, como primer tomo de untrabajo más exhaustivo, de los doscientos sonetos que el propio Lope seleccionó para darlos a laimprenta en 1602 junto con su poma épico La hermosura de Angélica. La. impresionante labor crítica yerudita del Dr. Felipe Pedraza Jiménez desemboca en la presentación de unos textos pulcros y fidedignos.

1 NDLR. Edición que ya salió como número 202 de los Clásicos Castalia (Madrid, Castalia. 1994, 733 p.; ISBN: 84-7039-687-0).

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cuya comprensión literal y literaria se facilita mediante una abundante anotación fílológica consignadaen las páginas pares, constando en las impares, para facilitar la lectura, el texto propiamente dicho delos sonetos. Los especialistas encontrarán en esta edición todas las garantías de una rigurosaelaboración científica (historia bibliográfica de las fuentes, stemma de las diversas ediciones, aclaraciónde los criterios editoriales, lista de las principales variantes, larga y pertinente bibliografía de losestudios citados...); los lectores simplemente aficionados a la poesía podrán saborear con facilidad lasexcelencias de la musa lopesca (aunque para estos últimos hubiera sido preferible una modernizacióncompleta de la ortografía, no quedando bien claro hoy en día el interés de conservar grafías como «baxo»por «bajo», «alear» por «alzar», etc., lo cual además reconoce implícitamente F. P. J. cuando dice- p . 119—: «el propio texto nos demuestra en mil ocasiones que [las grafías alternantes conservadas]carecían de valor distintivo»). Amén de la presentación del texto de los sonetos, el interés del libroestriba en una enjundiosa introducción crítica que analiza sucesivamente «Las Rimas en la trayectoriavital y literaria de Lope», «La estructura del cancionero», «El concepto del amor», «La transfiguraciónliteraria del sentimiento» y «Otros temas y acentos», poniendo clara y minuciosamente de relieve laíntima fusión de los tópicos literarios con la propia cronología afectiva y sensual de Lope.

Hay que agradecer la publicación de este libro, que de hoy en adelante será indispensable para losestudiosos de la poesía lopesca, tanto al Dr. Felipe Pedraza como a las Ediciones de la Universidad deCastilla-La Mancha, que inician con esta y otras realizaciones recientes una prestigiosa andadura por elcamino de la erudición auiisecular.

Frédéric SERRALTA(LESO, Universidad de Toulouse-Le Mirail)