Reseña El Viaje a La Ficción

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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS Reseña de la obra de Mario Vargas Llosa: “El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti” Por María de los Ángeles Mazo García LOS GÉNEROS EN LA LITERATURA EN LENGUA ESPAÑOLA: LA NARRATIVA. 3º FILOLOGÍA HISPÁNICA

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Reseña de la obra de Mario Vargas Llosa:

“El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti”

Por María de los Ángeles Mazo García

LOS GÉNEROS EN LA LITERATURA EN LENGUA ESPAÑOLA: LA NARRATIVA.

3º FILOLOGÍA HISPÁNICA

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Reseña de la obra de Mario Vargas Llosa: El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti.

“Retrocedamos a un mundo tan antiguo que la ciencia no llega a él y la que dice que

llega no nos convence, pues sus tesis y conjeturas nos parecen tan aleatorias y evanescentes

como la fantasía y la ficción.”

Publicada en el año 2008 por la Editorial Alfaguara. Mario Vargas Llosa nos deleita con

un ensayo sobre Juan Carlos Onetti, del que nos cuenta su obra, realizando además un estudio

de todas sus novelas y algunos de sus cuentos. No es un ensayo exhaustivo como los conocidos

hasta la actualidad, Historia de un deicidio (1971) de García Márquez o La orgía perpetua

(1975) de Flaubert, sino que en esta ocasión nos invita a conocer a Onetti sin desglosar su obra

de forma minuciosa; trazando un mapa de sus novelas y cuentos, haciendo uso de un

atrayente y sugerente contenido, así como indicando pautas que ayuden al lector a

comprenderlos.

Comienza la obra con un extenso e interesante prólogo en el que nos sitúa al hombre

en el proceso de “humanizarse”. Aún va desnudo o viste pellejos y el instinto de su

supervivencia lo ha llevado a unirse con otros de su especie, pues se siente más seguro que

librado a su suerte. Siente miedo de lo desconocido, que podemos decir que es todo. Le teme

al rayo, a los planetas, a la luz, a la oscuridad… Sus pasiones y sentimientos, deseos e instintos

aún siguen dormidos, pero el miedo lo ha desarrollado de una forma atroz debido a la

experiencia. Sólo descansa de estos temores y recelos crónicos cuando duerme, traga, defeca y

fornica, y si sueña, será con el ajetreo diario al que vive expuesto, salvarse antes de ser

matado.

Salir de esta “animalización” y “humanizarse” será posible con la aparición del

lenguaje. A través de siglos, el lenguaje va apareciendo paulatinamente, y los gruñidos, los

gestos y ademanes son sustituidos por sonidos inteligibles que ya reflejan sentimientos,

estados de ánimo y objetos, rompiendo así la frontera entre el mundo animal y el humano. La

inteligencia va ocupando el lugar del instinto, proporcionándole un poder inimaginable y

supone un cambio radical en él. Citando al autor, entendemos que “El lenguaje es abstracción,

un proceso mental complejo que clasifica y define lo que existe dotándolo de nombres, que, a

su vez, se descomponen en sonidos —letras, sílabas, vocablos— que, al ser percibidos por el

oyente, inmediatamente reconstruyen en su conciencia aquella imagen suscitada por la música

de las palabras. Con el lenguaje el hombre es ya un ser humano y la horda primitiva comienza a

ser una sociedad, una comunidad de gentes que, por ser hablantes, son pensantes.”

Pero para Vargas Llosa, el clímax de la civilización aparece cuando esos hombres y

mujeres, ya sea en un claro del bosque o en una cueva, son capaces de sentarse alrededor de

un fuego que espanta a animales, malos espíritus e insectos, y se abstraen de la realidad, casi

alcanzando el trance, creando imágenes visibles solo en sus pensamientos, mientras escuchan

al llamado brujo, bruja, chamán, curandero… Un contador de historias, que no es más que otro

ser humano como ellos al principio de la humanización, pero que tiene la capacidad de atraer

sus mentes con sus propios sueños y comunicarlos para que los demás sueñen con él.

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Mientras dejan volar su imaginación, salen de sus frágiles vidas en busca de otra

mejor. Esto supone un avance prodigioso en su evolución, puesto que es capaz de rechazar,

dejar a un lado la vida que le ha sido impuesta y crear otra idealizada, esa que le gustaría

tener, pero como no puede vivirla, se la imagina. Seguramente, este hecho se habría

producido en muchos momentos en su soledad, pero al hacerlo en grupo, escuchando al

chamán o curandero, es cuando la civilización empieza a cobrar más fuerza, es el comienzo de

su vida espiritual, un camino hacia la civilización.

Esta actividad de contar historias y que otros las hagan suyas, parte de su vida, no es

más que una muestra de inconformidad, una sublevación contra la realidad, y es por ello que,

de esa verdad en las que ha nacido y esa realidad con la que fantasea, nace otro rasgo

importantísimo en el ser humano, como es la insatisfacción, la rebeldía, aquello que le impulsa

a luchar por lo que sueña y cree posible.

Vargas Llosa se ve absorto por estos curanderos de las civilizaciones primarias y llegan

a ser motivo de investigaciones y búsquedas, de imaginación incontenida. Sabe de su historia a

través de un matrimonio lingüista, Betty y Wayne Snell, en Yarinacocha (Amazonía peruana) en

1958. Wayne le habla de su experiencia con un chamán al que estuvo escuchando durante

toda una noche contar historias a los machiguengas. Para Vargas Llosa esto supone un hecho

fantástico, pues ese personaje primitivo, superviviente de un mundo antiquísimo, ya hacía con

su vida lo que él pretendía hacer con la suya, dedicarla a inventar y contar historias, y es que

desde los albores de la civilización ya la ficción ocupaba un lugar privilegiado en sus vidas.

Es por eso que, a raíz de este hecho, Vargas Llosa comienza a manejar en su cabeza la

idea de darle vida a este brujo, crear con él una historia. Dice el mismo autor que a veces lo

abstraía tanto el tema que no era capaz de quitárselo de la cabeza y que buscaba

incansablemente información de este personaje sin tener mucho éxito, pues estas tribus,

como si quisieran mantener el secreto, la tradición de este chamán a salvo, evitaban dar

detalles de él, ni de donde se informaba de sus historias ni de dónde provenía. Entre ellos era

conocido como “el hablador”, y es por eso que en 1987, tras dos años de trabajo, fue

publicado El hablador, obteniendo un Premio Nobel de Literatura en 2010.

En este trabajo se refleja ese sentimiento tan característico de Vargas Llosa, su pasión

por escribir. Esa fuerza superior que le lleva a estar siempre pensando en nuevas historias que

contar, y como Juan Carlos Onetti hace nacer en él una admiración hacia el autor por ser el

que mejor refleja esa ficción, ya que en su obra se puede ver cómo los seres humanos han ido

construyendo una vida paralela junto a esa real obligada a vivir, donde el lector puede ir a

cobijarse del mundo mientras lee, con palabras e imágenes evocadas tan convincentes como

mentirosas.

Como diría Vargas Llosa, “la ficción no es la vida sino una réplica a la vida que la

fantasía de los seres humanos ha construido añadiéndole algo que la vida no tiene, un

complemento o dimensión que es precisamente lo ficticio de la ficción, lo propiamente

novelesco de la novela, aquello de lo que la vida real carece, pero que deseábamos que

tuviera—por ejemplo un orden, un principio y un fin, una coherencia y mil cosas más— y para

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poder tenerlo debimos inventarlo a fin de vivirlo en el sueño lúcido en el que se viven las

ficciones.”

Tras este interesante prólogo, el autor se dedica a analizar a Juan Carlos Onetti, tanto

su vida como su obra.

En la primera parte titulada Hacia Santa María, Mario Vargas Llosa hace un recorrido

por la vida de Juan Carlos Onetti y sus obras, una a una.

La primera, El pozo, aparecida en 1939, se caracteriza por la presencia de la ficción, en

la que la historia no solo contiene personas reales sino que abundan los fantasmas, los

recuerdos, los seres inventados o retocados por la imaginación. Los críticos señalan gran

parecido de esta obra con el existencialismo francés.

Después de ésta, nos encontramos con una obra desaparecida, de la que solo se halla

un trozo en casa de su hermana, al no tener éxito para publicarse. Titulada Tiempo de abrazar,

en este fragmento dedicado a ella, Vargas Llosa nos cuenta la relación de Onetti y Roberto Alrt,

que trabajaba en el diario el Mundo. Vargas Llosa hace referencia a la gran estima que le

profesaba Onetti a Roberto, a quién dedicaría elogios en artículos y ensayos. Es él quien ayuda

a Onetti a descubrir su propia personalidad a la hora de crear historias, dejando una huella en

su obra. Podemos verlo en la obra El infierno tan temido, donde al igual que el cuento Las

fieras de Roberto, es una pequeña obra maestra en la que se trata la crueldad humana, el

instinto de destrucción junto al odio al prójimo, casi idéntico al amor que el romanticismo del

siglo XVIII pasó a convertirlo en un tópico literario. Se hace presente el machismo, el desprecio

y la discriminación a la mujer, con hombres envalentonados y bestias que golpean y humillan

al género femenino, el cual parece disfrutar con ello.

La tercera novela de Onetti (contando con la desaparecida) titulada Tierra de nadie,

publicada en 1941, es muy similar a la situación de un crucigrama en el que nunca se forma

una figura lineal sino que está compuesta de fragmentos que no llegan a darle una unidad

coherente a la trama. En ella aparecen personajes característicos de Onetti, como el antihéroe

aparecido ya en El pozo, así como la actitud de sus personajes de mirarse con desprecio y

desinterés, descastados y marginales, siendo características esenciales del autor.

Seguidamente, en el mismo año que la anterior, Onetti publica la que sería su primera

obra maestra bajo el título de Un sueño realizado, donde su tema central vuelve a inclinarse

hacia ese razonamiento entre la realidad y la ficción. Se van mezclando ambas hasta tal punto

que en una situación real aparece de pronto la imaginación, impresionando al lector y

atrayéndolo gratamente.

En 1943, publica Para esta noche, convirtiéndose en la mejor de sus tres primeras

novelas. Originalmente se hubiese llamado El perro tendrá su día, pero por situaciones

políticas del momento, su editor recomendó cambiar el nombre por posibles problemas. Esta

obra está dedicada a Eduardo Mallea, escritor argentino por el que Onetti sentía gran

admiración y al que no le unía nada más que dicha atracción literaria.

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La segunda obra maestra, publicada en 1944, la titula Bienvenido, Bob. Aparece de

nuevo el característico mundo sombrío, pesimista, sarcástico, inteligente, desesperado y

misógino de Onetti. Escrita con una total perfección, deleita al lector hasta el punto de

fascinarlo y abrumarlo. Cuento en el que se fusionan con maestría el estilo y la estructura, y

con el que Onetti demuestra su dominio de los medios expresivos.

La segunda parte de El viaje a la Ficción, Vargas Llosa la dedica al gran salto que da

Onetti como novelista en 1950, con La vida breve. "Es la más trabajada de Onetti y una de las

más ambiciosas de la literatura latinoamericana, de una audacia y originalidad comparables a

las de los mejores narradores del siglo XX".

Aquí se debe añadir la gran influencia que tuvo William Faulkner en este tiempo. Según

Vargas Llosa, hay críticos que quitan mérito a Onetti por ser influenciado por otro escritor, lo

que Vargas Llosa defiende diciendo que todo escritor pertenece a una etapa determinada y en

ella existen otros artistas de los que él se impregna y aprende. Citándolo, podemos conocer

que "Los grandes creadores lo son porque metabolizan aquellas influencias de una manera

creativa, incorporándolas a su propia voz, aprovechándolas de tal modo que su presencia llega

a ser invisible, o poco menos, pues se ha integrado su obra hasta ser parte constitutiva e

inseparable de ella". Dicho en otras palabras, el escritor no deja de ser un gran creador porque

adquiera conocimientos de otro, sino que el mérito reside en hacer suyos dichos

conocimientos hasta tal punto de fusionarlos con él mismo. Aun así, es conocido que las

formas de escribir son distintas en ambos autores, aunque recibiera influencia del otro.

Vargas Llosa insiste en que sin la presencia de Faulkner no hubiera habido novela

moderna en América, pues su deslumbrante forma de escribir, añadiendo hechizo, color,

originalidad, así como la fuerza del lenguaje y sus técnicas narrativas, dejaba a los lectores

fascinados, volviéndose el gran éxito del momento.

También hay que destacar la influencia de Jorge Luis Borges, aunque distan mucho

tanto en el tiempo como en las formas, temas y escritura, es la ficción incorporada a la vida de

sus obras la que lo une a Onetti. Curiosamente, ambos no se mostraban mucha simpatía por

los gustos contradictorios de ambos.

Cuenta Mario Vargas Llosa que Borges mostró este rechazo por Onetti siendo él jurado

del Premio Cervantes, en el que votó al opuesto a Onetti, en 1981. Según explicó, los cuentos

de Onetti no agradaban lo suficiente. Vargas Llosa cree que realmente Borges nunca leyó sus

cuentos y siempre se aferró a esos gustos opuestos que ambos conservaban, sin darle la

oportunidad de conocer su obra.

La tercera parte de su obra está dedicada a Santa María, “una ciudad inventada y,

como tal, tiene la vaguedad e indefinición de las imágenes que nos visitan en el sueño. Está en

algún lugar a orillas del Río de la Plata, vecina a una «colonia de labradores suizos» que no se

han integrado del todo a esa ciudad a la que vienen a vender o a comprar, distintos, forasteros.

Aparece por primera vez en la obra de Onetti en La vida breve y será desde entonces la sede

más habitual de sus cuentos y novelas”. Escenario imaginario que Onetti, al igual que introduce

la ficción en sus historias, lo hace con este paisaje, con esta tierra que va cambiando a medida

que pasan los hechos. No hay una continuidad, al igual que un sueño, los episodios no están

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encadenados, se caracteriza de incoherencia puesto que nace de esa anhelada ficción.

Sumergida en un mundo de confusión, un tiempo mágico que es una de las esencias en la obra

de Onetti.

La cuarta parte encuadra esas opiniones que otros críticos han tenido sobre la obra de

Onetti. Con el nombre de El estilo crapuloso, Vargas Llosa expone como ellos se refieren al

estilo de sus obras como “oscuridades, incoherencias, enredada sintaxis, truculencia y obsesiva

retórica, que enturbian e irrealizan las historias”, a lo que éste responde que Onetti no se

conforma en contar una historia, sino que también habla sobre dónde, cómo y por qué nace,

como diría José Pedro Díaz analizando El Astillero, «la novela de Onetti es la invención de una

historia; no una historia, ni tampoco su proyecto, sino una historia que conserve las huellas

vivas de su génesis, como podrían quedar, en una escultura modelada en arcilla, las huellas de

los dedos del escultor formando parte de la forma final lograda». No sólo podemos encontrar

dicha opinión en El Astillero, sino que las obras de Onetti se caracterizan de dicha forma.

No hay que olvidar, según Vargas Llosa, otra huella presente en el estilo pesimista,

individualista y anárquico de Onetti que es la de un escritor “maldito”, el francés Louis-

Ferdinand Céline. Su visión del mundo y de la sociedad falsa que utiliza la mentira, el engaño,

la fuerza bruta e incluso el crimen para sobrevivir es muy parecida a la de Onetti.

En la quinta parte aparece El infierno tan temido, publicada en 1957. Según Vargas

Llosa, Onetti guarda un profundo cariño a dicha obra, algo así como su hijo preferido llegó a

decir, pues estaba dedicada a una chica con la que vivió una turbulenta relación, Idea Vilariño,

poeta uruguaya. Está escrita de una forma más precisa que otras obras de Onetti pero no deja

de tener ese halo de misterio e incomprensión que mantiene al lector en duda. El amor

mezclado con el odio, el instinto y las pasiones humanas son los temas característicos de esta

obra.

Es entre 1957 y 1961 cuando aparece El Astillero. En esos años escribe dos relatos

largos, o novelas cortas, Una tumba sin nombre (1959), a la que, más tarde le cambia el título y

pasa a llamarse Para una tumba sin nombre, y La cara de la desgracia, dedicada a su mujer; así

como otro de sus cuentos excepcionales, una pequeña obra maestra más de sus ficciones

cortas, Jacob y el otro (1961), en el que revelará una vena cómica y pintoresca que hasta

entonces no se le conocía.

La sexta parte, titulada El Astillero o “la vida como desgracia”. Para los críticos es

considerada su mejor novela por su forma magistralmente escrita, sin embargo, a pesar de ser

técnicamente más perfecta que cualquier otra, no llega a lo que todo novelista debe llegar: la

novela total. Es por esto que La vida breve sigue encabezando su lista de éxitos. Nuevamente,

nos cuenta Vargas Llosa que el tema de la ficción está superpuesto al de la vida y que esta es

como el aire para respirar y el ámbito en el que se mueve cada personaje.

En la séptima parte, Vargas Llosa destaca La mitología del burdel: Juntacadáveres, de

1964. Obra en la que Onetti refleja el subdesarrollo en su más puro estado. Citando al primer

autor, entendemos que “Como la pobreza, la explotación, la ignorancia, los prejuicios, la

anomia y la desesperanza, el burdel es uno de los símbolos característicos del subdesarrollo.

Existe, pese a la oposición y el odio que genera entre creyentes, puritanos y biempensantes,

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como un forúnculo que brota a una sociedad infectada de represión sexual y de discriminación

de la mujer, a la que la moral imperante condena a la castidad fuera del matrimonio y a ejercer

la sexualidad dentro de éste con toda clase de remilgos y limitaciones, de manera que el

hombre, ser superior y libre, debe satisfacer sus urgencias y fantasías sexuales de manera

clandestina, con concubinas o putas, mujeres a las que, en orden de conceder la libertad que

niega a las otras, sataniza y margina, obligándolas a vivir en espacios prohibidos, luciferinos,

cuya expresión epónima es el burdel.”

Sin duda, para Vargas Llosa la octava parte será la más preciada de todas. Bajo el título

De la ficción a la cruda realidad nos cuenta cómo tuvo la suerte de conocer a Juan Carlos

Onetti. Fue en un Congreso en Nueva York en el año 1966. Cuenta de él que era un hombre

extremadamente tímido al que costaba sacarle alguna palabra, pero que cuando lo hacía entre

desmesurada ironía y sarcasmo, decía cosas muy inteligentes que invitaban al oyente a seguir

escuchando. Por aquel entonces, su obra se estaba empezando a apreciar y él no aceptaba

muy bien salir de su mundo pesimista y ser conocido. Cuenta que otros autores se quedaban

con él por lástima a que se quedara solo cuando realizaban excursiones relacionadas con el

Congreso, a las que él no asistía. Evitaba hablar de su trabajo, pero en cierta ocasión, cuenta

Vargas Llosa que pudieron hablar de su trabajo. Onetti se quedó muy sorprendido cuando este

le dijo que tenía horarios para ponerse a escribir, obligándose de manera obsesiva, a lo que

Onetti respondió que de esta forma, él no hubiera escrito ni una sola hoja, pues sus obras se

formaban a bases de impulsos, a veces distancias temporales y otras de ellas continuadas, a

veces palabra por palabra, otras escritas en diminutos papelitos. Es por ello que, de dicha

ocasión, Vargas Llosa recuerda “Y allí pronunció aquella frase, que repetiría después muchas

veces: que lo que nos diferenciaba era que yo tenía relaciones matrimoniales con la literatura y

él adúlteras”

La novena parte, Dejemos hablar al viento, está dedicada a dicha novela publicada en

1979. Bastante caótica en la que intervienen incluso resurrecciones. Reaparece la vida paralela

de la ficción junto a la real así como el mundo subdesarrollado del burdel. Es una ampliación

de un cuento ya publicado en 1964.

En la parte décima, Vargas Llosa nos habla de la novela Cuando entonces, publicada en

1987. Citándolo conocemos que es “una historia breve e intensa, que transcurre, una vez más,

casi siempre de noche, en medio del humo, el sexo y el whisky, entre esa fauna favorita de su

mundo ficticio: periodistas, putas, canches, gorrones, timadores, traficantes y, en general,

gentes de mal vivir”. Ocurre realmente en Buenos Aires pero Onetti hace uso de su mundo

imaginario situado en “Santa María” y decide ubicarla allí. Muy parecida a una telenovela,

Vargas Llosa dice que si no la cargara de drama y tensión, no estaría a la altura de lo publicado

anteriormente por él.

La parte undécima es sin duda la más triste. Vargas Llosa nos presenta a un Onetti que

pasa acostado los últimos años de su vida en su piso de Madrid. No por enfermedad, sino por

la misma desidia y apatía que le había acompañado toda su vida. Decidió refugiarse en sí

mismo, tras libros y libros y un vaso de whisky que siempre tenía a mano. A veces salía, pero

era más frecuente verlo con su pijama y su pelo revuelto acompañado de Dolly, siempre cerca

de él. Por aquel entonces ya era un reconocido escritor en España y solía recibir visitas de sus

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lectores. A diferencia de un tiempo anterior, concedía entrevistas por doquier, citando a

Vargas Llosa “Y lo sorprendente es que él solía recibirlos y charlar con ellos, en vez de echarlos

con las cajas destempladas, como hacía antaño con quienes venían a tratar de curiosear en su

vida privada. La vejez ablandó su hosquedad. Lo he comprobado al verificar que en los últimos

diez años de su vida concedió más entrevistas que en los setenta anteriores”. A diferencia de lo

que transmitía en sus libros, le encantaban los niños e incluso jugaba con ellos. Muchas veces

se lamentaba de haber perdido a su hija a causa de su divorcio. Llegó a la muerte sin angustia

ni temor, sin sufrimiento, sería porque la muerte siempre estuvo muy cerca de él y su apatía.

Es entonces cuando, un año antes de su muerte, Onetti publica Cuando ya no importe,

novela que termina así con la saga de Santa María. Tiene algunos retazos de lo que era en su

esplendor pero carece de estructura formal. Da la impresión que es una historia segmentada a

la que le faltan muchas piezas para que tenga unidad y coherencia. El olvido es uno de los

principales temas, pues sus personajes lo sufren continuamente, ya sean lugares, identidades

o cosas.

Tras analizar la obra de Juan Carlos Onetti podemos entender por qué le apasiona

tanto a Vargas Llosa. Sin duda, podemos ver en ellos, cierta similitud a la hora de escribir, en

sus temas y estructuras, así como algunas diferencias:

Onetti es un gran amante de la ficción, a la que acude repetidamente en sus obras,

para salir de la realidad, de lo que Vargas Llosa no dista demasiado, pues él refleja los

llamados “demonios del escritor”, ese subconsciente que aflora a medida que va

creando, lo que parte también de la represión del mundo que le rodea, es como un

escapar de las normas y códigos y crear un mundo paralelo.

Sus temas son muy parecidos, pues vemos que Onetti refleja el mundo

subdesarrollado de prostitución, machismo, violencia, pobreza; al igual que Vargas

Llosa los aflora en sus obras, pues es de bien sabido que para su época fue un escritor

revolucionario pues hasta el momento nadie se había planteado escribir sobre la difícil

realidad del Perú.

Al igual que Onetti, Vargas Llosa utiliza para sus obras diferentes formas de encadenar

las historias. Encontramos novelas en las que los temas quedan inconclusos o cuando

esta gira en torno a círculos y da la sensación de eternidad, de redundancia. Onetti

utiliza mucho la novela encadenada, donde una parte de la historia termina donde

empieza la siguiente, así como los vasos comunicantes, en la que dentro de una novela

hay más de una historia principal.

Pienso que la política no fue algo que los beneficiase en su tiempo y que ambos se

sentían defraudados por ella, de ahí esa ficción, ese rechazo a la realidad y el crear un

mundo paralelo aunque fuese imaginario.

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Vargas Llosa suele moverse en el Perú, mundo real del que denuncia su día a día, sin

embargo, Onetti tiene una provincia imaginaria llamada Santa María.

Onetti escribe según alimente su pasión y la inspiración le venga. Puede pasar

períodos de tiempo sin escribir o encerrarse durante fines de semanas enteros en los

que no cesaba, podía venirle una idea en un momento cualquiera y sentir la necesidad

de anotarlo en un papel. Sin embargo, Vargas Llosa dedica su existencia a la escritura y

planifica horarios para seguir escribiendo, se obliga a sí mismo a continuar.

A Onetti la fama lo presenta como un lector de novela policíaca, acostado en una cama

bebiendo whisky en apariencia aterrado por el mundo, viviendo una depresión;

mientras que Vargas Llosa es todo lo contrario: escritor profesional, periodista

incansable, candidato presidencial, académico de la lengua, etc. En conclusión, una

vida social plena.

Pienso que el estudio que realiza Vargas Llosa sobre Onetti es de admirar, pues se

encarga de ensalzar a un gran escritor que en su día no fue muy reconocido a tiempo, sino más

bien de forma tardía y que él tiene ese afán de que así sea. Creo que le apasiona tanto su vida

y su escritura porque se ve a sí mismo reflejado en Onetti en algunas pautas, y eso, al igual que

el chamán que ya inventaba historias y las contaba a su civilización, le produce una gran

inquietud, al igual que cuando conocemos a alguien que comparte gustos y aficiones con

nosotros, queremos comunicárselo al resto del mundo.

Sería bonito terminar esta reseña con una frase que el escritor peruano pronuncia,

refiriéndose a Onetti por una Conferencia que se iba a celebrar en su memoria, en el año 2009:

“Se abría las entrañas y se las dejaba en la escritura”.

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