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325 HABIS 40 (2009) 325-382 RESEÑAS F. FAJEN-M. WACHT, Concordantia Nonni Dionysiacorum, 5 vols., Hildesheim, Olms Verlag, 2008, 2610 pp. La monumental Concordantia publicada por el ilustre Profesor Fajen, cuyos cono- cimientos en el campo de la poesía épica griega de la época imperial son sin igual, y por su colaborador M. Wacht es sobre todo bienvenida porque al n los estudiosos tienen a su disposición el instrumento indispensable que les permitirá analizar de una manera detallada y exhaustiva los rasgos estilísticos de la poesía de Nono. La llamada “arte allusiva”, cuyos elementos, como es bien sabido (cf. H. White, Myrtia 2002, p.402, y Orpheus 2005, p. 299), he identicado y aclarado en mis trabajos sobre los poetas helenísticos, alcanzó su Höhe- punkt en las Dionisíacas de Nono. La Concordantia de Fajen-Wacht, junto con los Indices homéricos de Prendergast y Dunbar y los Indices verborum de otros poetas épicos como Apolonio, Nicandro, Teócrito, Opiano, etc., constituyen ahora el insustituible punto de par- tida para el estudio no sólo de la elegantísima “Selbstvariation” que caracteriza la dicción de Nono, sino también de la consumada imitatio cum variatione que el poeta, sirviéndose de rasgos estilísticos muy precisos (oppositio in imitando, “Umkehrung”, “tmesis inversa”, etc.), muestra a cada paso frente a los poetas anteriores. De esta manera, la Concordantia, como Fajen-Wacht ponen de relieve (vol. I, “Hinweise”), “ergänzt” el Lexikon zu den Dionysiaka de Peek, que es fundamental en lo to- cante a la semántica. Fajen-Wacht han adoptado, con razón, la edición de Keydell, indican- do las corruptelas y las conjeturas que ésta señala. Y huelga decir que el lector deberá tener en cuenta las aportaciones de Heather White (cf. especialmente M. Brioso en Emerita 1990, pp. 164 ss.) en las cuales la esclarecida lóloga ha defendido y explicado el textus traditus, aportaciones por supuesto mencionadas y aprobadas en la edición de las Dionisíacas que el Prof. Vian y sus colaboradores están publicando en la colección Budé).

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HABIS 40 (2009) 325-382

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F. FAJEN-M. WACHT, Concordantia Nonni Dionysiacorum, 5 vols., Hildesheim, Olms Verlag, 2008, 2610 pp.

La monumental Concordantia publicada por el ilustre Profesor Fajen, cuyos cono-cimientos en el campo de la poesía épica griega de la época imperial son sin igual, y por su colaborador M. Wacht es sobre todo bienvenida porque al fi n los estudiosos tienen a su disposición el instrumento indispensable que les permitirá analizar de una manera detallada y exhaustiva los rasgos estilísticos de la poesía de Nono. La llamada “arte allusiva”, cuyos elementos, como es bien sabido (cf. H. White, Myrtia 2002, p.402, y Orpheus 2005, p. 299), he identifi cado y aclarado en mis trabajos sobre los poetas helenísticos, alcanzó su Höhe-punkt en las Dionisíacas de Nono. La Concordantia de Fajen-Wacht, junto con los Indices homéricos de Prendergast y Dunbar y los Indices verborum de otros poetas épicos como Apolonio, Nicandro, Teócrito, Opiano, etc., constituyen ahora el insustituible punto de par-tida para el estudio no sólo de la elegantísima “Selbstvariation” que caracteriza la dicción de Nono, sino también de la consumada imitatio cum variatione que el poeta, sirviéndose de rasgos estilísticos muy precisos (oppositio in imitando, “Umkehrung”, “tmesis inversa”, etc.), muestra a cada paso frente a los poetas anteriores.

De esta manera, la Concordantia, como Fajen-Wacht ponen de relieve (vol. I, “Hinweise”), “ergänzt” el Lexikon zu den Dionysiaka de Peek, que es fundamental en lo to-cante a la semántica. Fajen-Wacht han adoptado, con razón, la edición de Keydell, indican-do las corruptelas y las conjeturas que ésta señala. Y huelga decir que el lector deberá tener en cuenta las aportaciones de Heather White (cf. especialmente M. Brioso en Emerita 1990, pp. 164 ss.) en las cuales la esclarecida fi lóloga ha defendido y explicado el textus traditus, aportaciones por supuesto mencionadas y aprobadas en la edición de las Dionisíacas que el Prof. Vian y sus colaboradores están publicando en la colección Budé).

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Conclusión: enhorabuena al Prof. Fajen y al Dr. Wacht por el mérito que supone este imponente Arbeitsmittel cuya utilidad es evidente en lo que concierne al estudio de la poesía griega tardía.

GIUSEPPE GIANGRANDE

MARTÍN S. RUIPÉREZ, El mito de Edipo. Lingüística, psicoanálisis y folklore, Madrid, Alianza Editorial, 2006, 138 pp.

El Profesor Ruipérez, cuyas espaciadas publicaciones en los últimos tiempos deparan siempre sorpresas, nos ofrece ahora sus indagaciones y refl exiones sobre un tema inago-table, la saga mítica cuyo centro es la fi gura de Edipo. Es un breve pero precioso libro, de poco más de cien páginas, en el que se pasa ordenadamente revista, como ya anuncia el título, a diversas facetas de este celebrado mito griego. Y, como veterano micenólogo que es su autor, aporta, lo que no es todavía muy usual, todos aquellos materiales que puede proporcionarnos la cultura conservada en el Lineal B y que le permiten establecer en lo posible la primera, o al menos la más antigua rastreable, de una serie de etapas en la elabo-ración del tema. Hay, por tanto, una continua preocupación cronológica, tal como la hay en distinguir y precisar los elementos folclóricos, innegables en esta historia, así como las más verosímiles etimologías.

No estamos, pues, y ya el título es bien signifi cativo, ante una monografía más sobre el mito de Edipo, lo que suele ser equivalente a un análisis con mejor o peor fortuna de su tratamiento por los trágicos y en particular por Sófocles, entre tantos como se han acu-mulado en los últimos tiempos. Ni tampoco, por suerte, ante un examen prioritariamente psicoanalítico -aunque el término luzca en el título-, uno más entre los que con tanta osadía se han publicado más o menos recientemente. Justamente lo que precisamos es el examen detenido del mito en su larga etapa pretrágica, y a esta necesidad atiende este libro. Pues el estudio se ciñe esencialmente a la fase pretrágica del mito, remontándose lo más posible sobre la base de los ingredientes lingüísticos, tal como, con mayor apoyo textual, pretendió hace años con los elementos narrativos la Profesora R. A. Santiago Álvarez1, discípula pre-cisamente de Ruipérez. Y se observan en él las evidentes conexiones que siempre existen entre mito y folclore (el nombre de Propp se lee varias veces), en este caso en un tema que sigue encerrando muchos interrogantes, ante los cuales el autor no se arredra y procura aportar soluciones nuevas o replantear las ya conocidas.

En el mito, como en el cuento popular, no hace falta recordar que es muy frecuente la existencia de nombres propios parlantes, que subrayan la relación entre sus portadores y las funciones de éstos. Pero, mientras que en el segundo caso esa relación tiende a ser fácilmente detectable, dada la sencillez del soporte narrativo, en el mito las cosas suelen ser mucho más complejas y en buena parte, no digamos en la mitología griega, porque este caudal imagina-tivo sufre transformaciones, combinaciones, etc., de modo que una función originaria puede verse alterada y de ahí que el sentido que ofrecía el nombre parlante deje de tener valor. Aun así, en un rastreo hacia atrás en el tiempo el análisis etimológico puede ofrecernos cuál fue el

1 “Algunas observaciones sobre el mito de Edipo antes de los trágicos”, Habis16 (1985) 43-65.

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sentido en cierto momento, aunque después haya desaparecido o haya sido modifi cado. Por otra parte, no son raros los dobletes, y, así, en el mito que nos ocupa tenemos el de Yocasta/Epicasta que complica la cuestión de la relación entre nombre y papel mítico. Sin embargo, sean cuales sean las difi cultades, no podemos sino darle la razón al profesor Ruipérez en la utilidad que tiene seguir indagando por la vía de la etimología en los recovecos míticos.

Del mito de Edipo ya se había ocupado Ruipérez al menos, que sepamos y también desde una perspectiva lingüística, en su aportación al homenaje que en su día se le dedicó al Profesor M. Fernández Galiano2. Ahí ya se defendía que “el nombre La–io" no es sin más el adjetivo laiov" (¡cantidad de -a- e hiato!), sino un derivado de él…”, con el sentido de “zurdo” (p. 169), al igual que se defendía también la etimología de Oijdivpou", “el del pie hinchado”, sobre la base de un primer elemento Oijdi-, y la de Lavbdaco" como “derivado del nombre de la letra lavbda (nombre más antiguo que lavmbda)”, tal como ya propusie-ra, efectivamente, Robert en su monumental monografía Oidipus (1915), deduciéndose, dada la forma de la letra con sus dos trazos desiguales, un apodo propio de un cojo (p. 168). Igualmente se examinaba en ese artículo la acomodación, satisfactoria, del sentido del nombre de Layo al contenido del mito, y el autor se mostraba concorde, como ahora en esta monografía, con la ingeniosa propuesta de Lamer (en su denso artículo “Laios” en RE XII) sobre las consecuencias precisamente de la condición de zurdo de Layo en el fatídico encuentro con su hijo en una encrucijada, una relación, la apuntada entre la particularidad física y ese encuentro, que no es fácil de dar por demostrable. Una cuestión distinta pero aquí planteada casi inevitablemente, como ocurre en esa breve contribución al homenaje al Profesor Fernández Galiano (p. 172), es la de si ser zurdo era ya una especie de predispo-sición a un fi nal desastroso. Ahí Ruipérez ofrecía ya, como remate de su aportación (ibid.), lo que puede considerarse una exégesis moral del mito: “Layo, pues, incumplió la norma al intentar pasar por su izquierda, que es la mano del mal agüero… Layo fue el culpable; Edi-po (que, además, no sabía que Layo era su padre), inocente, como inocente es en todos los demás motivos que componen su leyenda” (p. 172). Inocencia que será esencial en el trata-miento sofocleo. Un punto, sin embargo, en el que el Profesor Ruipérez no insiste es el de esa notable coincidencia de las anomalías físicas en los dos principales personajes del mito, Layo y Edipo, que se complica aun más con la etimología muy verosímil de Lábdaco.

En nuestra opinión, lo más atractivo del libro está en las páginas dedicadas a los aspectos lingüísticos del mito. Por ello el capítulo V es uno de los más interesantes y en el que el fi no estudioso del lenguaje que es el autor se siente más seguro. Se trata de un repaso relativamente extenso a la serie de nombres propios involucrados, todos los cuales son contemplados como parlantes y por tanto como signifi cativos para la interpretación. Y, muy en primer lugar lógicamente, los de Edipo, Layo y Yocasta. Se rechaza de nuevo con toda razón que el nombre de Edipo pueda relacionarse con la raíz de oida y se acepta la también ya conocida con un reconstruible *oidrós, que, asociado al otro miembro del compuesto, pou", nos lleva a una comparación muy ilustrativa con héroes míticos como, en particular, Melampo y Podalirio, todos los cuales pertenecen a la categoría de personajes que ostentan alguna tara física y que, en la mentalidad antigua, aparecen como héroes sanadores y sal-vadores. Y es innegable que “Edipo actúa como un verdadero curandero”, en el sentido de salvador, por dos veces, de Tebas (p. 67). Layo, en relación ya señalada hace tiempo con el

2 “El nombre de Layo, padre de Edipo”, en Apophoreta Philologica Emmanueli Fernández-Galiano a sodalibus oblata I = Estudios Clásicos 87 (Madrid 1984) 167-172.

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sentido “zurdo” (*Laiwios, cf. laiov", latín laevus), sería explicable como ligado al episodio del fatal encuentro entre el padre y el hijo de nacimiento indeseado. Yocasta, descartadas igualmente otras viejas propuestas, tendría relación precisamente con el nombre micénico del hijo (iós), sobre el cual se ofrece un excurso, y la raíz verbal *kad-, lo que nos daría “la que se distingue, la que es famosa por su hijo”, sentido que cuadra perfectamente con su papel en el mito. En cuanto a la cuestión del doblete citado, un fenómeno que, como bien se sabe, no es raro en absoluto en el ámbito mítico, el autor entiende que Epicasta no sería sino una trivialización del original Yocasta, forzada por la pérdida en la lengua de los aedos del nombre iós del “hijo”, aunque con el resultado de alterarse sólo parcialmente el signifi cado del término, antes “la que es famosa por su hijo”, luego simplemente “la afamada” (pp. 72 s.), lo que a todas luces reduce de modo drástico la caracterización del personaje.

La descendencia del héroe ha supuesto mil problemas para los estudiosos. Pero no hay duda de que esta descendencia, es decir, los dos pares de hijos, con una simetría creada a partir de cierto momento, no es sino una consecuencia de la agregación al mito originario de Edipo, carente de “referentes locales concretos” (p. 86, y como no es raro en el cuento popular, añadamos), de episodios tomados de las sagas tebanas, lo que fue dotando al relato original de nuevos elementos genealógicos y narrativos. En cambio, con la fi gura de Tire-sias pudo ocurrir lo contrario: ligado más estrechamente al tema de la profecía que avisaba a Layo, pudo ser relegado después a un papel secundario en bien del relieve creciente del oráculo de Delfos. Aunque de todos modos la fi gura de Tiresias como adivino sería de por sí secundaria, por muy antigua que sea su presencia: Ruipérez sugiere ya una etimología lingüísticamente vinculada a la etapa micénica (p. 88).

El capítulo 6 es un intento, muy esclarecedor, de revisar los diversos motivos que pueden rastrearse en el mito, ciñéndose a la fi gura de Edipo, con una comparación continua con los equivalentes folclóricos. Así, resulta, por ejemplo, la incoherencia dentro de las ver-siones conocidas del defecto, que es interpretado como mutilación, de los pies, tal cual lo resalta la etimología, pero que no desempeña papel alguno en los relatos, por lo que Ruipé-rez insiste en que la única justifi cación debe buscarse en esa otra vertiente del personaje: su función curadora, tal como se defi ende en el capítulo previo. Lo que -se nos ocurre- parece entrar en cierta contradicción con el afi rmado rasgo primario (por etimológico) del papel como curador, aquí en su calidad de salvador, del héroe.

Otro dato de gran interés es la ubicación del encuentro de Layo y Edipo en la tradicio-nal encrucijada, lo que puede perfectamente ser un elemento también secundario. “Para que el encuentro se produjera no era necesaria una bifurcación: padre e hijo seguían el mismo camino, mas en sentidos opuestos”, de modo que la explicación razonable para aquélla podría ser el carácter “ominoso” que solían tener las encrucijadas (p. 96). Éstas, como parte inquietante de una ruta, eran lugares muy propicios para un encuentro, y siempre como elementos conformadores de otro tema mítico, tan ligado al de Edipo por lo demás, como es el de los avatares con que se tropieza el viajero mítico o el del cuento popular, casi siempre representados aquéllos por criaturas peligrosas o tentadoras.

El capítulo 7 recapitula cuáles pudieron ser las fases sucesivas de la conformación del mito, desde un núcleo folclórico al que se van añadiendo componentes, como, por ejemplo, la profecía. En esa fase, micénico-homérica, los personajes son aún los tres básicos citados, los progenitores del héroe y éste mismo, lo que nos da un núcleo argumental mínimo pero sufi ciente. Luego un ingrediente moral como es el de la culpa compartida o heredada llevará a la aparición de una descendencia, aunque las fuentes difi eran en la fi gura de la madre, si

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la incestuosa Yocasta u otra secundaria, como Euriganía, lo cual supone complicaciones añadidas. Y todavía, sin duda para redondear su tema, pero de un modo que no vemos muy justifi cado, Ruipérez añade unas cuantas páginas sobre las secuelas del mito en las culturas de la posteridad, desde Roma y el medievo, pasando por el humanismo y hasta tiempos re-cientes, con frecuencia con más peso de Séneca que de Sófocles. Pero éstos son muy breves apuntes que no añaden nada de interés al cuerpo del volumen.

En suma, estamos ante un análisis muy apreciable de un capítulo mítico y en cuya metodología concisión y rigor aparecen meritoriamente hermanados. Y que desde luego creemos que contribuirá a reavivar, si hiciera falta, la atracción que ejerce el mito de Edipo sobre los estudiosos.

El texto va oportunamente acompañado de ilustraciones tomadas de la cerámica, todas con el tema de la esfi nge.

M. BRIOSO SÁNCHEZ

LEONOR DE BOCK CANO, El templo de Hércules Gaditano: Realidad y leyenda, Fun-dación Vipren, Chiclana de la Frontera, 2005, 351 pp.

La valoración de este libro puede hacerse, a mi entender, siguiendo dos criterios: con-siderar el libro como una obra de difusión, lo que coincidiría con el objetivo expresado por la propia autora, o evaluarlo como una monografía de carácter científi co, una califi cación que presenta más problemas como seguidamente veremos.

Dice De Bock que quiere “ofrecer no sólo a la ciudad de Chiclana, sino a las de toda la Bahía así como a los foráneos que nos visitan, la posibilidad de contar con la información esencial disponible sobre un tema tan fascinante de nuestra historia antigua. Esa esplendo-rosa historia cuyo conocimiento Blas Infante reivindicaba para todos los andaluces y que todas las nuevas generaciones deben recibir de las anteriores como parte irrenunciable de sus señas de identidad”. Este objetivo lo consigue con creces pues hace acopio de un caudal considerable de noticias antiguas, medievales, modernas y contemporáneas no sólo referidas específi camente al templo de Hércules, sino también a temas colaterales que sirven de intro-ducción histórica de determinados períodos, como la colonización fenicia o la época romana.

Uno se pregunta cómo de un tema del que se conservan tan escasas y controvertidas fuentes y del que se ha escrito tanto y tan bien, puede dar lugar a 351 páginas, y la fórmula em-pleada por De Bock nos da la respuesta: los lábiles testimonios literarios de la Antigüedad los encuadra en su momento histórico, lo que le permite hacer largos y documentados excursos sobre aspectos que se refi eren directa o indirectamente al título de la obra y de los cuales expo-ne el estado de la cuestión. La autora disfruta de una sólida formación clásica y eso se trasluce en el texto, sobre todo en las digresiones sobre mitología griega y romana. Pero el resultado depende en muchos casos de la calidad de la bibliografía consultada y de los especialistas que la hayan asesorado, a los cuales la autora agradece su colaboración en las páginas 5 a 7.

En cada capítulo puede encontrarse ejemplos: el I (Los fenicios: Marinos, comer-ciantes y artesanos. La ruta de Occidente) da pie a una digresión sobre el signifi cado de la palabra phoínix y su relación la púrpura, y sobre las novedades técnicas introducidas por los colonos fenicios, así como a la exposición solvente del problema de Tarsis-Tartessos y los

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orígenes de la colonización fenicia porque sigue la línea marcada por autoras como Mª. E. Aubet y Mª.C. Marín. No obstante también inserta algunos errores e incongruencias como las aseveraciones de que los hippoi son barcos mercantes (p. 22), que Aznalcóllar está en Huelva (p. 24) o Ebora en Portugal (p. 33: se refi ere a la Ebora cercana a Trebujena, y no a la Evora portuguesa), o que en Tartessos los fenicios practicaban el comercio silencioso, cuando lo hacían en África según el testimonio de Herodoto, ya que en Tartessos había asentamientos estables, tanto fenicios como indígenas (p. 25). Son también erróneos o muy discutibles los datos sobre la colonización agrícola fenicia mediante la “expansión del re-gadío desarrollado con tecnología” (p. 30), o sobre la introducción por los fenicios de la técnica de la “cera perdida”, ya conocida con anterioridad a su llegada (p. 33).

El capítulo II, Geomorfología de Cádiz en la Antigüedad. La fundación de Gadir, sigue esta misma línea, enmarcando geográfi ca e históricamente la fundación de la ciudad fenicia y del santuario, para lo que recurre a los trabajos geoarqueológicos más recientes. En el III, Algunos datos sobre la historia y la arqueología de Cádiz en la Antigüedad y la Alta Edad Media, la autora resume apretada pero solventemente los principales hitos histó-ricos referidos a Cádiz, aunque con algunos errores y gazapos: Alalia no está en Cerdeña (p. 62), sino en Córcega; el texto sobre el ataque de Theron al templo de Hércules no procede de Ateneo (p. 62), sino de Macrobio, como la misma autora refi ere más adelante; la idea de que la familia Barca ejerciera un monopolio sobre el comercio de salazones (p. 63) no tiene ninguna base; utiliza algunas etimologías de topónimos más que dudosas como Tarifa-Tari-cheia (p. 65); y, cuando habla de sestercios, los denomina sextercios (p. 79).

En el capítulo IV, Melqart y la religión fenicia. El templo del dios en Tiro, expone de manera algo confusa los testimonios literarios y arqueológicos del culto de Melqart y de su paredro Astarté en Oriente y Occidente, atribuyendo al dios un carácter solar, o advoca-ciones relacionadas con la agricultura, no identifi cadas habitualmente con esta divinidad. Éste es quizás el capítulo más endeble y en el que la autora ha corrido más riesgos porque el estudio de la religión fenicia y púnica, dada la problemática específi ca de sus fuentes literarias, epigráfi cas y arqueológicas, requiere un acercamiento muy riguroso y la consulta de una bibliografía muy especializada. Dos ejemplos: Tanit (Tinnit) no es una divinidad específi camente púnica (por cartaginesa), sino también fenicia (de Oriente) y su relación con Astarté es compleja. Por otro lado, en Pyrgi, el puerto de Caere (Etruria), no se ha constatado un templo de Melqart sino una capilla dedicada a Astarté, y en ella no se celebró ningún matrimonio entre el príncipe etrusco y la diosa fenicia.

Mucho más cómoda se siente De Bock en el tratamiento de los datos sobre mitología clásica de los capítulos V y VI, que soluciona con erudición mediante amplias digresiones sobre los trabajos de Hércules y la relación del dios con el panteón olímpico. Aún así hay algunas incongruencias como la asimilación de Heracles con Bes (p. 149), los posibles contactos de la Península Ibérica con Chipre entre 1150 y 950 a.C., y ciertas etimologías arriesgadas (moguerano-munerano-murena).

Los restantes capítulos dan pie a la autora para disertar sobre la posible fi sono-mía arquitectónica y las funciones desempeñadas por el santuario, no sólo religiosas sino también económicas y políticas, teniendo como base la escasa documentación literaria, hábilmente aliñada con paralelos más o menos procedentes, que ayudan a exponer un cuadro digerible para un público amplio. En efecto, este es el objetivo de la autora y por el que debe ser evaluada la monografía, y que, en defi nitiva, cumple: acompañar las escasas referencias históricas y arqueológicas sobre el santuario de Melqart-Heracles-Hércules de

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Cádiz con cuadros históricos diseñados para introducir al lector en la mentalidad y en la época.

No obstante, si valoramos la calidad científi ca del libro, nuestra opinión cambia. La monografía de De Bock no es “científi ca” no porque se incluyan algunos errores o in-exactitudes en el texto, sino porque faltan dos ingredientes fundamentales en una obra de estas características: un objetivo y un método. El objetivo, como hemos visto, es transmitir a los chiclaneros y los habitantes de la Bahía datos historiados sobre un monumento hoy inexistente y un pasado “glorioso”, de manera que en ocasiones el texto adquiere un cierto tono apologético ciertamente explicable por el amor de la autora a su patria adoptiva, pero que no se puede califi car de “científi co”. Para que el texto pueda ser considerado como tal los datos deben ser sometidos a un análisis crítico -en el caso de los textos antiguos a una exégesis-, que la autora no se propone en ningún momento.

EDUARDO FERRER ALBELDA

M. VALDÉS GUÍA, El nacimiento de la autoctonía ateniense: cultos, mitos cívicos y so-ciedad de la Atenas del s. VI a.C., Anejos de ’Ilu XXIII, Madrid, Publicaciones Uni-versidad Complutense, 2008. 274 pp.

La importancia del fenómeno religioso en el proceso de confi guración y de defi nición de una comunidad política es en nuestros días algo que goza de amplio consenso en la his-toriografía moderna. Aplicado a la polis ateniense, la Dra. Miriam Valdés lleva ya más de una década de investigación consagrada a este tema, tan importante para la comprensión de los cambios políticos y sociales que vive el Ática, unos años de trabajo que se han traducido en una profusa bibliografía de la que cabe singularizar, por su relevancia, la monografía Política y religión en Atenas arcaica. La reorganización de la polis en época de Solón, BAR Intern. Ser. 1018, Oxford, Archaeopress, 2002. En esta línea de investigación se ins-cribe también la obra que nos ocupa, que hace el vigesimotercer anejo de ’Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones y que supone un viaje a los orígenes de la autoctonía ateniense a través de los mitos y cultos de la sociedad ática del siglo VI a.C. Es éste, en efecto, un perío-do clave en el que el vínculo con la tierra ancestral se integra en el bagaje ideológico de un cuerpo cívico que, lejos de aparecer defi nitivamente consolidado, aún está en construcción, con considerables tensiones subyacentes; en opinión de la autora, el concepto de autoctonía se extiende, a la par que los derechos políticos, desde los aristoi -aglutinadores del poder hasta entonces- a otros grupos sociales que pugnan por la ciudadanía activa y que acabarán por conformar el demos ateniense.

El libro se presenta vertebrado en seis capítulos, cada uno de los cuales tiene a un dios o a un héroe, o a varios, como elemento nuclear y siempre, y conscientemente, asocia-do a un hecho o a un colectivo social contemporáneo. Así, en el primero se estudia, además de los antecedentes de la idea de ancestralidad del Ática, el papel de Apolo Patroos, iden-tifi cado con Helios (y a través de éste con Gea y los Tritopátores), como ancestro de todos los atenienses, mientras que de la mano de Ión llega la imbricación con el solar y la estirpe jonia, formalizada de manera defi nitiva en el siglo V. El segundo se centra en Gea y en las fi estas Genesias -en honor de la Tierra y de Erecteo/Erictonio-, al tiempo que en la situación del campesinado ático, benefi ciario de la liberación llevada a cabo por Solón y, en conse-

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cuencia, de la nueva ciudadanía soloniana. Con Hefesto, en el tercer enunciado, llega el turno de sus protegidos, los artesanos; Valdés subraya que el culto de Hefesto en Atenas, de incierto origen, sufre notables cambios en el siglo VI, en relación con Atenea Ergane y las Chalkeia, fi estas en que son celebradas ambas divinidades y que pasan de ser pandémicas, es decir, de todo el pueblo, a fi esta de los artesanos, en consonancia con un importante im-pulso de la actividad artesanal y una integración de los demiourgoi en el cuerpo cívico, bien que con cierta merma en sus derechos políticos y judiciales. En el cuarto capítulo llegamos al corazón del trabajo: se analiza la creación del mito de Erictonio (desdoblado ya del más antiguo Erecteo), encarnación de la autoctonía ática, a quien se hace hijo de Gea y de He-festo, protegido de Atenea, y fundador mítico de unas fi estas Panateneas reorganizadas y potenciadas por los Pisistrátidas como expresión cívica de un demos ático tan integrador como jerarquizador. El quinto epígrafe, el menos extenso, se dedica a las mujeres, quienes participan de forma subordinada en los cultos cívicos bajo el amparo de Afrodita, Atenea y Deméter, una situación marginal que se repite con la ciudadanía y la autoctonía, con un pa-pel transmisor en ambas, ya sea en el plano real como en el ideológico. El sexto, por último, enlaza las ideas de autoctonía y de libertad comunitaria y cívica, plasmadas en las fi guras de Zeus Eleuterio y de Dioniso Eleutereo.

La bibliografía es exhaustiva (alberga algún error, como la referencia con que se abre: Aguilar, R.M. 2000, un artículo aparecido en el volumen III de las Actas del VIII Congreso Español de Estudios Clásicos, en 1994) y el aparato crítico notablemente desarrollado, en ocasiones de manera desbordante, a fi n de dar cobertura a las citas, la explicación detallada y el debate científi co que no han tenido entrada en el cuerpo de texto. Cabe señalar también algunos errores gramaticales, de importancia menor en una obra de estas características (como en p. 8: “el por qué de la elección”, “es la contrapartida ideológica que vamos a tratar”; en p. 106: “éste último”; en n. 185: Nicole Loraux aparece citada como idem, en lugar de eadem; en p. 145: “auto-conciencia” y, con el mismo sesgo, en diversos lugares encontramos “socio-política”; en p. 181 ss.: “Parthenias” en lugar de “partheniai” o “par-tenias”; en p. 224: se castellanizan los gene de los Cérices, los Gefi reos y los Licómidas, y no el de los Bucígidas, que queda “Bouzygai”), que obviamente no empañan en absoluto su valor científi co y la aportación signifi cativa que realiza al siempre rico imaginario religioso ateniense y a la compleja interpretación en clave sociopolítica del mismo.

CÉSAR FORNIS

LYNETTE MITCHELL, Panhellenism and the barbarian in Archaic and classical Greece, Swansea, The Classical Press of Wales, 2007, 262 pp.

L. Michell realiza una gran investigación para defi nir el concepto de Panhelenismo como: “La relación entre la comunidad helénica y su desarrollo en el periodo clásico y ar-caico” (xxii). Para ello, se basa principalmente, en los testimonios arqueológicos y literarios que conforman el uso del término a través de la historia. El principal problema al que se enfrenta la monografía es el clarifi car y poner límites a la defi nición de “griego” en contra-posición al término “bárbaro”, ya que esta diferenciación es la clave para la comprensión de los procesos que conforman la historia del Mediterráneo Oriental.

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Los principales objetivos planteados en la monografía son tres. El primero de ellos es aportar una perspectiva política al término Panhelenismo dejando de lado su carácter cul-tural. Esta característica se le suele otorgar desde un primer momento tomando como base las palabras de autores como Isócrates (IV. 23) y Heródoto (8.144.2). El hecho de centrar la investigación en la política crea la incógnita de defi nir un periodo temporal en el que se crea el término. Para ello, el autor toma como punto de partida las guerras contra el imperio persa del siglo V a.C. ya que es uno de los momentos primordiales en el que se constata un vínculo de unidad de todo el territorio griego frente al invasor “bárbaro”. Sin embargo, L. Michell aumenta la datación hasta el siglo VI a.C. apoyándose en fuentes literarias, donde encuentra rasgos de autoconciencia de pertenencia a una comunidad individual, esto es, la helénica. El último de los objetivos es el de analizar el término Panhelenismo como método positivo de unidad helénica en contra de un invasor común adoptando igualmente una acti-tud crítica al indagar en los problemas civiles de las polis entre sí como en el hecho de que éstas se apoyaran en el término como forma de justifi cación de su política expansiva ante otras poleis. El ejemplo más evidente fue el de Atenas con la creación de la liga de Delos apoyada por las bases de la invasión de los persas, pero rasgos que benefi ciaban claramente a la polis fundadora.

La monografía se compone de una introducción en donde se exponen los objetivos y las conclusiones de la investigación y cinco capítulos que aportan los razonamientos y pruebas, sobre todo arqueológicas y literarias, que le dan solidez al estudio. Igualmente aparece un epílogo donde la autora intenta ir más allá del periodo arcaico y clásico dando algunas pinceladas de la utilización del término en el periodo helenístico y bajo la soberanía del Imperio Romano. Con ello se quiere dar a entender que no es un término que muere en un periodo determinado, sino que tiene una evolución temporal tanto en su defi nición en el pasado (siglo VI a.C.), su uso en el presente (siglo V a.C.) y la forma de utilización en el futuro (Imperio Romano).

Aporta la monografía una amplia bibliografía que incluye tanto estudios clásicos de identidad griega como nuevas aportaciones del siglo XXI, así como un índice temático y un índice por referencias literarias que hace más fácil la búsqueda en el texto de un tema en concreto. Carece de mapas que ayudarían a dar una mejor comprensión al contenido ya que hace referencia a distintas colonias griegas por todo el Mediterráneo no muy conocidas para un lector que no esté familiarizado con el mundo de la colonización griega. Además, aporta pocas fotos de materiales arqueológicos, dieciséis exactamente, a la hora de exponer cómo conceptualizaban los griegos a los bárbaros. Hay amplias notas que aportan discusiones a debates actuales, pero todas se ellas se encuentran al fi nal de cada capítulo por lo que la lectura se hace más pausada.

En el primer capítulo “Panhellenism and the community of the Hellenes”, se defi ne la relación entre Panhelenismo y la comunidad de los helenos en contraposición al elemento bárbaro. Se analiza la defi nición del término en el siglo VI a.C. argumentando el carácter panhelénico del Himno a Apolo, ya que muchos territorios utilizaron los viajes del Dios para enfatizar su pertenencia a la comunidad helénica. También utiliza las palabras de He-ródoto en las que el historiador hace referencia a una comunidad única: to; jEllhnikovn.

El segundo capítulo “Defi ning the boundaries of the Hellenic community”, comien-za con un estudio de la formación de la comunidad Panhelénica a principios de la Edad del Hierro adentrándose hasta el periodo micénico. Poner unos límites territoriales al concepto en sí es una tarea casi imposible porque, como argumenta la autora, el término se inventa y se

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reinventa a través del tiempo, atendiendo al contexto histórico en el que nos encontramos, lo que explica su perduración en la historia. Así en el siglo VI a.C. las colonias de Asia Menor buscan nuevas formas de integración con la comunidad “madre” y en este proceso es donde empiezan a crear leyendas que conectan ambos núcleos. Ya en la Ilíada se intenta dar una defi nición al concepto de Panhellenes argumentando que son aquellos que habitan la Hélla-de, defi niendo ésta como el territorio del norte de Grecia. Igualmente, la autora utiliza mu-chos argumentos de E. Hall en sus trabajos sobre la identidad y la etnicidad (Ethnic identity in greek antiquity [1997], Hellenicity: between ethnicity and culture [2001]); ya que, como la autora argumenta, el territorio de la Hellas estaría abarcado por una mezcolanza comuni-taria de distintas sociedades lo que hace más difícil defi nir el término Panhelenismo en sí.

El tercer capítulo, “The symbolic community: utopia and dystopia”, describe las gue-rras persas como un acto utópico de unidad de las poleis griegas bajo una causa común. En este capítulo se intenta hacer refl exionar a los historiadores sobre los problemas internos de las poleis ya que se organizaban jerárquicamente atendiendo a una posición privilegiada que les daba el reconocimiento dentro de un “top ten”, donde aquellas que tuvieran más prestigio eran las más importantes. Por ello la autora analiza la utopía de las guerras persas comparán-dola a la utopía, igualmente, de la guerra de Troya narrada por Homero donde por primera vez se identifi ca la unión del territorio griego, junto a la “distopía” del confl icto inter-poleis. Un ejemplo de este confl icto lo señala la autora en la supremacía de Atenas en el siglo IV a.C. como dirigente de la campaña contra el persa y como iniciadora de la liga ático-délica.

El cuarto capítulo, “Cultural contestation”, es un análisis de las interacciones de los griegos con los no griegos, pero identifi cando éstos últimos como persas, ya que desde el periodo arcaico se les había considerado el enemigo natural de Grecia. Sin embargo, lo que la autora afi rma es que aún teniendo un miedo “idealizado” a este enemigo natural desde tiempos bastantes antiguos, existía una interacción entre ambos mundos que servía a los territorios griegos como forma de explorar su propia identidad, al delimitar qué era de producción y de carácter helénico y qué, por el contrario, carecía de ello. En este sentido, el estudio del material arqueológico de este periodo es fundamental y la monografía presenta detalladamente una comparación entre piezas de producción persa y piezas de producción griega encontradas en territorio heleno. Un ejemplo que la autora analiza es la identifi ca-ción/comparación de Aquiles con el héroe oriental Gilgamés. Igualmente, aunque la pro-paganda antipersa o más bien antioriental es bastante abundante durante toda la historia de Grecia, atendiendo a la faceta de éste pueblo bárbaro como el ideal de anti-griego, tanto en su organización política, social y cultural.

En el capítulo quinto, “Time, space and war against the barbarian”, se introduce de nuevo el tema de la guerra que se utiliza como excusa para dar una visión más amplia a la denominación de Panhelenismo, puesto que ya no sólo se analiza el tiempo sino también el espacio de creación. Trazar un mapa de lugares considerados helénicos es una tarea difícil. Para los propios griegos pensar más allá de sus límites territoriales era algo totalmente abs-tracto y complicado, puesto que no se tenía conciencia espacial de la extensión del mundo en sí. Para los helenos el mundo se dividía en griegos y no griegos. A este concepto se con-trapone la fi gura de Alejandro Magno y su expansión oriental, ya que las nuevas colonias van a empezar a buscar interacciones con las metrópolis griegas de por sí, a través de en-laces mitológicos. Es por ello que Alejandro, según la autora, se convierte en el personaje panhelénico más importante de la historia de Grecia, al intentar unir poblaciones de muy distinta condición bajo un mismo emblema.

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La monografía analiza diversos temas que hoy día están siendo debatidos por los investigadores de todo el mundo. Uno de los aciertos fundamentales de la obra es el de analizar el término no sólo culturalmente, sino añadiendo precisiones políticas.

ROCÍO GORDILLO HERVÁS

MARIO TORELLI, Le strategie di Kleitias. Composizione e programma fi gurativo del vaso François, Mondadori Electa, Milán, 2007, 116 pp.

El vaso François ¡una vez más! Eso es lo primero que le viene a la cabeza al lector cuando se topa con el libro de Torelli, sin embargo desde 1960 con la pequeña monografía de Minto1 nadie había dedicado un libro a tan discutida y fascinante cratera. La bibliografía que existe sobre esta pieza es tan extensa que ya en su día cuando Sir John Beazley realizó su magnífi co Attic Black-Figure Vase Painters apuntó “I do not give all the publications of the François Vase” y estamos hablando del 1956. Desde entonces, son incontables los estudiosos que desde los más diversos puntos de vista han acometido la labor de analizar esta extraordinaria obra de arte. Entonces, ¿qué podemos esperar de otro estudio sobre la misma pieza?, ¿será posible que aporte algo nuevo o pasará a formar parte de la maraña de publicaciones sobre el tema?. Decía Gombrich que nunca se termina de aprender en el arte, siempre hay nuevas cosas que descubrir y las obras de arte son inagotables e imprevisibles como los seres humanos. Habida cuenta de esto, hay que reconocer la valentía de arrojarse a un tema como el vaso François con todo lo que conlleva en cuanto a ponerse en la picota del juicio internacional de los especialistas, pero desde luego sólo alguien de la solvencia de Torelli podía permitírselo. El resultado, como a continuación veremos, es mucho más que satisfactorio, puesto que nos ofrece no sólo una lectura completa y coherente del programa iconográfi co sino también una manejable obra de referencia para profundizar en diferentes aspectos secundarios que él prefi ere no desarrollar.

El libro se estructura en tres bloques. El primero aborda breve pero concisamente el problema sobre la existencia o no de un programa fi gurativo propiamente dicho en la elaboración de la cratera. El segundo, en tan sólo veinte páginas, es capaz de desmenuzar la iconografía desde el labio hasta el pie de la pieza, y por ultimo, reserva las 25 páginas restantes al cuerpo del análisis iconológico o interpretativo de la obra, mostrando una vez más su incomparable capacidad de síntesis. Las maravillosas fotografías en color, junto con las notas, conforman el resto de este estupendo trabajo que se enmarca en una interesante colección de Electa, que recupera textos fundamentales de difícil consulta y los une a los futuros libros de referencia dentro de la bibliografía especializada de arte.

Torelli, partiendo de su formación clásica al lado de Bianchi-Bandinelli y de su experiencia en la escuela francesa del recientemente fallecido Vernant, es capaz de ofrecer una visión novedosa y bien articulada del vaso François. Su interpre-tación se estructura sobre la importancia de las fi guras de Teseo y Aquiles como modelo para la vida aristocrática arcaica.

1 A. Minto, Il vaso François (Firenze 1960).

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El autor subraya a lo largo de su discurso la clara responsabilidad por parte de Clitias a la hora de escoger a los fi gurantes en los diferentes episodios que ilustra. Intencionalidad dirigida a la creación de una composición basada en un criterio riguroso y muy estudiado. Clitias es un artista plenamente consciente de su posición y su importancia en la sociedad para la que produce la cratera y en ese afán de autorepresentación Torelli interpreta la pre-sencia de Hefesto en dos episodios. En primer lugar, aparece como uno de los invitados a la boda de Tetis y Peleo, y aunque lo hace en un espacio secundario, en el hueco dejado por el asa del vaso, sin duda sirve también como medio de individualizar su presencia, habida cuenta de que el asa restante se superpone al friso de carros con la consiguiente falta de cla-ridad en su visualización (p. 34). En segundo lugar, Hefesto aparece en el mito de su retorno al Olimpo, que se puede entender como una referencia al ofi cio del artesano, aunque Torelli sostiene que el verdadero protagonista de la historia es Dioniso (p.42).

La procesión nupcial de Tetis y Peleo está interpretada en clave cosmológica, que según el autor podemos vertebrar con Hesíodo y su Teogonía y que también se encuentra en el famoso Escudo de Aquiles (pp. 32 ss.). Esta hipótesis viene subrayada desde el principio de la procesión, marcada por la presencia de Océano, que circunda el mundo, las divini-dades de la generación de los Titanes, de los que desciende la novia, para ir acercándose a la tierra, con Hermes y Maya, y llegar a los dioses importantes para la polis arcaica como Apolo, Atenea y Ártemis, y la pareja de Ares y Afrodita, que encarnan la protección de las principales ocupaciones de la aristocracia, y por último los dioses en la cúspide: Poseidón y Zeus con sendas esposas. A continuación aparecen las divinidades que son las garantes del acto que se va a celebrar, que no es otra cosa que una hierogamia en el más pleno estilo oriental, que creará una progenie heroica.

Torelli sostiene la plena identifi cación de este tema con el ambiente aristocrático apo-yándose en la solemnidad misma de la escena, que el pintor ha escogido representar como la enguésis (engye) o contrato matrimonial en el que se compromete la dote y todo lo relativo al matrimonio, y no como las más popular visión del rapto de Tetis que se repite con enor-me éxito durante todo el siglo VI a. C. Además de la selección de una visión más solemne del mito, Torelli considera que Clitias se enmarca en la línea de otros pintores que por las mismas fechas crearon algunas piezas únicas con el mismo tema, como Sófi lo, dando con-sistencia a su argumentación sobre la comitencia aristocrática de esta cratera y sobre su ex-cepcionalidad (p.36). Al mismo tiempo, asesta un gran golpe a la difundidísima teoría que atribuye a Estesícoro el referente literario de Clitias, signifi cándose con argumentos conci-sos que desbancan esa interpretación y apuntalando su visión hesiódica-aristocrática (p. 37).

El autor defi ende que la trascendencia que en el ámbito aristocrático se daba a la conquista de una esposa digna que asegurase la continuidad de una estirpe noble, explica la ubicación prominente de este episodio en el friso central de la cratera. No olvidemos que en la ceremonia de compromiso o engye las dos familias se conocen y se autocelebran como representantes de esa aristocracia (p.40).

Torelli construye la interpretación del programa iconográfi co en la tercera parte del libro, desglosando los aspectos que ha ido tratando previamente y presentando al vaso François como el continente de todo un compendio del ciclo vital de un aristócrata atenien-se de época arcaica. Los diferentes episodios allí narrados establecen las diferentes fases de maduración del joven aristócrata hasta llegar al momento más importante, esto es, el momento de escoger esposa, que como ya adelantamos supone la continuación y exaltación de su gens. Por otro lado, el artista presenta también un aviso a los jóvenes a través del mito

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de la muerte de Troilo, en donde la emboscada y cruel destino que esperan al troyano se muestran como la génesis de la muerte de Aquiles, al haber ofendido el santuario de Apolo Timbreo. Se trata de una llamada de atención para aquellos que creyéndose infalibles y casi inmortales cometen un desmán por el que los dioses los castigarán duramente, lo que explica la presencia preponderante de Apolo en detrimento de Aquiles en la representación (p.59).

En consonancia con este mito aparece del otro lado el retorno de Hefesto, siendo en este caso Dioniso la fi gura sobre la que bascula la escena. El autor pone en la palestra la po-sibilidad de que se trate de dos expresiones de la metis; la humana de Aquiles que acaba mal y la divina de Dioniso, que devuelve a Hefesto al Olimpo. Sin por ello olvidar el estrecho vínculo que une el regreso al hogar de los dioses con el importantísimo mito de la pompé de Heracles hacia el Olimpo, con todo lo que ello conlleva (p.60).

El mito posee un verdadero aparato ético y formativo y es a través del mismo que Cli-tias transmite ese mensaje dirigido a un público muy específi co (p.56). Todo el vaso presen-ta un ciclo del comportamiento del aristócrata, que va in crescendo de arriba abajo, usando los paradéigmata míticos para trazar el camino a seguir. Cuando llega a la edad adulta el hombre ha de escoger la vía que considere oportuna y de ahí que Clitias haya presentado dos tipos de metis. La estrecha relación, salvando las distancias del medio y el género, con los epinicios de Baquílides y Píndaro es algo más que una casaualidad (p.62).La intención de advertencia ética que se encuentra detrás de la pieza la rastrea Torelli en el famoso olpe Chigi, con el que existe un fuerte vínculo, contextualizando así al vaso François en un ám-bito en el que hubo predecesores en su función de modelo de recorrido vital (p.70).

Con este estudio Torelli nos ofrece una interpretación completa y argumentada de una obra de arte que ha llamado la atención de los estudiosos desde el mismo momento de su hallazgo. Se trata de un trabajo que pone al alcance de la mano una lectura bien estruc-turada y contextualizada de la pieza, y, más allá de algún error tipográfi co2 esta edición, acompañada de su rico aparato gráfi co, es un verdadero regalo para el especialista.

PILAR DIEZ DEL CORRRAL CORREDOIRA

Mª P. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, E. FERNÁNDEZ VALLINA y T. MARTÍNEZ MANZA-NO (eds.), Est hic varia lectio. La lectura en el mundo antiguo, Salamanca, Edicio-nes Universidad de Salamanca, 2008 (Classica Salmanticensia IV), 202 pp.

Este volumen, ya en imprenta cuando nos sorprendió a todos el inesperado falleci-miento del Dr. López Eire, está dedicado con todo merecimiento a su memoria. Es el cuarto volumen ya de la serie Classica Salmanticensia, auspiciado por el Departamento de Filolo-gía Clásica e Indoeuropeo de la Universidad de Salamanca. En él se reúne un total de diez contribuciones sobre modalidades y hábitos de lectura desde la época clásica griega hasta la Edad Media occidental y bizantina, lo cual supone rastrear sus huellas en la literatura, en las inscripciones, en los documentos o en la iconografía, pero también implica el examen de aspectos muy diversos y sugerentes de la sociedad de la época: el paso de la oralidad a la escritura como vehículo de expresión, tema recurrente desde hace ya algunos decenios, la extensión y forma de educación, los grados de alfabetización, el uso de los libros en la

2 En la nota 111, cita Barnabé PEG fr. 3 en vez de Bernabé.

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escuela y en el ámbito privado, la circulación de los textos, la tipología de los manuscritos, problemas de crítica textual o la existencia de bibliotecas, por ejemplo.

El libro se abre con uno de los temas e interrogantes más sugerentes a cargo del Dr. Brioso Sánchez, “¿Sócrates lector?” (pp. 13-40). En efecto, los intelectuales griegos de la época clásica tuvieron que adoptar una actitud ante un fenómeno en plena expansión social en su época, la cultura del libro, el paso de una sociedad en la que primaba la oralidad a otra en la que se iba imponiendo la cultura escrita, aunque ambas persistieron y convivieron a lo largo del mundo antiguo, como bien lo refl eja en el caso de la fi losofía griega, ya que estamos hablando de Sócrates, el listado de pensadores que aún en época imperial seguían negándose a poner por escrito su pensamiento, según nos testimonia la Vida de Plotino de Porfi rio. Unos fi lósofos que aún en esa época pretendían seguir la huella de un Sócrates o un Pitágoras. Ahora bien, el profesor Brioso Sánchez concentra su atención en una fi gura de por sí atrayente, pero llena de problemas, por su carácter ágrafo, Sócrates. El autor trata con acierto de salvar la eterna cuestión socrática de las fuentes acerca de su persona, y se plantea la cuestión de la formación de Sócrates, de sus lecturas, de sus reservas ante la letra muerta y la defensa de la palabra viva, como refl ejo de una fase de transición entre una for-mación antigua oral y otra novedosa a través de la escritura (p. 37). Para el autor, creemos que con acierto, Sócrates podría ser “lo que hoy llamaríamos una persona culta sin ser en absoluto un lector habitual” (p. 40). Sócrates sería un hombre muy culto, de acuerdo con su época, pero en su formación se conjugaban la oralidad y la escritura. Por una parte “una cultura extraída básicamente de la tradición oral”, “con inclusión del memorístico apren-dizaje escolar, de la asistencia al teatro, a los festivales con sus recitados épicos y demás espectáculos que podían vivirse en la ciudad, y desde luego de la sabiduría simposíaca. Sócrates se mueve como pez en el agua en los ambientes intelectuales, especialmente el del simposio, en los que sigue reinando la vieja cultura oral. Y si en su juventud sobre todo leyó con especial curiosidad ciertos libros y en particular los que traían las nuevas ciencias de la naturaleza, en su madurez fue probablemente sólo un lector mucho más ocasional, desen-cantado (Fedón 96 a-99 d)” (p. 40). Un trabajo, pues, sugerente, con buena metodología y que, como el diálogo socrático, nos hace refl exionar.

A continuación la Dra. Milagros Quijada Sagredo aborda el tema de la “Oralidad y cultura escrita en Grecia antigua: el testimonio de la comedia archaia” (pp. 41-62), ya que indudablemente la comedia nos aporta datos abiertos a la interpretación acerca de la pene-tración de la cultura escrita en la Atenas clásica. Con este fi n la autora analiza, por una parte (pp. 42-52), un texto transmitido por Ateneo en el libro X, 453 c-455 b, de su Deipnosophis-taí, la Tragedia del Alfabeto, también denominado Espectáculo del alfabeto, atribuido a un poeta llamado Calias, y, por otra (pp. 53-59), a partir de Acarnienses y Tesmoforiantes de Aristófanes, la cuestión de cómo compone el poeta trágico, sobre la necesaria identifi cación del poeta con los personajes que crea. Los fragmentos en cuestión de Calias ya habían sido abordados recientemente por C. J. Ruigh en Mnemosyne 54 (2001), pp. 261-339. Para la au-tora el testimonio que ofrece el pasaje de Ateneo con relación a la lectura, la alfabetización y la penetración de la cultura escrita en la Atenas de la segunda mitad del siglo V a. C. es de una relevancia incuestionable. Sin embargo el problema es cómo interpretarlo, como una “reacción puntual a una reforma importante o parodia cómica sobre una forma de ortografía nueva, la Tragedia o el Espectáculo del alfabeto parece construida como una sucesión de motivos literarios tradicionales del tipo del acertijo (…) y desde este último punto de vista se revela como un tropo, una metáfora de lo más adecuado para designar el acto de la lec-

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tura, una ordenación de signifi cantes que nos permite acercarnos al signifi cado oculto de un texto, de un mensaje literario, en el caso de la Tragedia del alfabeto, el signifi cado mismo como problema y como juego” (p. 52). El otro aspecto que el artículo aborda se centra en el autor, en concreto en el autor de tragedias, a partir de los testimonios de dos comedias de Aristófanes, Acarnienses, representada en las Leneas del 429 a. C., y Tesmoforiantes, de 411 a. C. Ambas, y sobre todo la segunda, aportan testimonios interesantes sobre las ideas que acerca de la génesis literaria y la construcción de la identidad del actor podían tener los griegos de esta época. Para la autora, “la necesidad de una identifi cación del autor con los personajes que crea” debió “tener que ver con el carácter esencialmente oral de la poesía de la antigua Grecia, pero también con el hecho de que originariamente el autor de teatro ac-tuaba en sus propias obras, además de entrenar al coro y componer la música y los números de baile (éste fue el caso, que sepamos, de Esquilo)” (p. 59).

El tercer trabajo aborda el tema del libro en los ámbitos sofísticos y órfi cos en la Atenas clásica (pp. 63-81). En él el profesor Marco Antonio Santamaría Álvarez llega a la conclusión, ya sabida por otra parte, de que en ambos círculos se “utilizaron los libros para difundir sus nuevas enseñanzas, relativas a los dioses, los hombres o el cosmos” (p. 79). En el siguiente trabajo de investigación (pp. 83-87) nos encontramos, como es habitual, con la buena labor fi lológica del Dr. Hernández Muñoz, quien retoma un tema predilecto para él, Demóstenes, concretamente el problema de la scriptio plena/elisa en las Cuatro Filípicas de Demóstenes. Para ello el autor se propone seguir el método de MacDowell y Dilts en sus ediciones de Oxford, esto es, editar la forma mejor atestiguada por los manuscritos veteres demosténicos, atendiendo a la posibilidad de ampliar el número de restituciones de la scriptio plena, concluyendo que “una revisión de la transmisión textual de Demóstenes parece sugerir la posibilidad de más restituciones de scriptio plena que las consignadas por MacDowell y Dilts, y de más hiatos y sucesiones de breves que los admitidos por Benseler y Blass” (p. 87). Es un trabajo breve, que dice exactamente lo que tiene que decir, y aplica, como es habitual en el autor, una metodología encomiable.

El quinto trabajo corre a cargo de la Dra. Mª Paz de Hoz y en él aborda la “escritura y lectura en la Anatolia interior”, como “una forma de expresar etnicidad helénica” (pp. 89-107), fundamentalmente a partir de los epitafi os de la zona. Según la autora, los testimonios abogan por autores que tienen “al menos unos rudimentos en educación griega: en lectura de autores griegos, en composición y métrica y en la tradición funeraria” (p. 90). El autor más leído y citado, como es lógico, no podría ser otro que Homero, lo cual demuestra además el mantenimiento y orgullo de pertenecer a la helenidad como seña de identidad (p. 105).

Por su parte, la profesora Susana González Marín aborda el tema de “la representación de la composición y la lectura en Bacchides” (pp. 109-129). La autora analiza la relevancia de las escenas construidas en torno a un texto escrito como lugares en los que Plauto intro-duce información autorreferencial. “En estos pasajes”, escribe la autora (p. 128), “Plauto pone de relieve cuestiones fundamentales. En primer lugar, es consciente de practicar un tipo de teatro nuevo en el panorama itálico, un teatro compuesto mediante la escritura y, por tanto, diseñado con premeditación. Esta toma de partido tiene una serie de consecuencias con respecto al lugar en el que el autor se sitúa a sí mismo y la relación que mantiene con sus modelos griegos y con el teatro itálico. Sin duda Plauto está apartándose declaradamente de la improvisación que caracterizaba las distintas expresiones teatrales itálicas”. En cuanto a Rosario Cortés Tovar analiza “género y lectura en las Consolationes de Séneca” (pp. 131-142), dentro de la corriente en boga de literatura de género, tratando de revisar la posición

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de E. A. Hemelrijk al respecto (Matrona Docta. Educated Women in the Roman elite from Cornelia to Julia Domna, Londres-Nueva York, 1999). “Por esto”, escribe la autora, “nos hemos propuesto estudiar aquí la exhortación a los studia que Séneca les hace a las personas consoladas, un tópico del género consolatorio empleado junto a otros para apartarlas de su pena, con el fi n de ver cómo lo adapta a cada una de ellas y qué diferencias se establecen en razón del género de las mismas. Y en segundo lugar contemplaremos las consolaciones ad Marciam y ad Helviam como lecturas de mujeres, puesto que se dirigen a ellas y están pensadas teniéndolas en cuenta” (p. 132). La autora concluye, como es lógico, que “a partir de las consolaciones de Séneca sólo podemos afi rmar que el fi lósofo supo ver las posibili-dades que el género consolatorio ofrecía para iniciar a las mujeres en la lectura de tratados éticos, ya que era fácil que se identifi caran con estas matronas singulares a las que el fi ló-sofo se dirigía y con los ejemplos del pasado que les proponía como modelos” (p. 142).

Los tres últimos trabajos nos llevan ya a la época medieval occidental y bizantina. El primero de ellos es el de Emiliano Fernández Vallina (pp. 142-166) que, como el propio autor reconoce (p. 146), es una “incitación” a profundizar en el estudio de la relación entre texto e imagen en época latina medieval, mostrando algunos hitos de la relación entre la correspondencia y valoración de la lectura de las imágenes y de los textos como forma di-dáctica apreciable en obras, autores o manuscritos representativos” (p. 146), partiendo del clásico texto de Gregorio Magno al respecto, de san Nilo del Sinaí y san Juan Damasceno. El penúltimo trabajo, el noveno, es muy interesante y trata sobre “el ocaso del recitador de leyes: refl exiones en torno a la oralidad en la cultura islandesa antigua” (pp. 167-179) y está fi rmado por Mª Pilar Fernández Álvarez y Teodoro Manrique Antón. Los autores analizan la fi gura del “recitador de leyes”, “el único funcionario pagado de todo el estado libre islan-dés” (p. 174), quien estaba obligado a recitar de memoria la totalidad de las leyes en el plazo de los tres inviernos que duraba su mandato, todavía en los siglos X y XI. La importancia, pues, de la oralidad aún en esa época en la sociedad islandesa era evidente. El último trabajo, “Leer en Bizancio: a propósito de un libro reciente” (pp. 181-198), corre a cargo de Teresa Martínez Manzano y, como la propia autora reconoce (p. 181), no es más que “un compen-dio de las principales directrices y perspectivas del libro de Cavallo”, esto es, del Leggere a Bisanzio (Milán, 2007). El volumen fi naliza (pp. 199-202) con un “Índice de nombres”.

Un volumen, pues, interesante, con algunos trabajos que suponen verdaderas aporta-ciones y que se inscribe en el ya clásico tema de las relaciones entre oralidad y escritura.

ENRIQUE ÁNGEL RAMOS JURADO

MILENA MELFI, I santuari di Asclepio in Grecia I, Roma, L’Erma di Bretschneider, 2007, 624 pp.

El culto de Asclepio ha sido estudiado de forma localizada en los diferentes territo-rios donde se han hallado testimonios que identifi can su presencia. Este hecho ha dado lugar a una gran cantidad de documentación arqueológica que se ha recogido en los diarios de excavación publicados desde los distintos lugares de culto. Documentación que no ha sido analizada hasta ahora en una única monografía dedicada a compilar todos los santuarios del dios con el objetivo de obtener una visión cronológica de los cambios acaecidos en el terri-torio griego a partir de los testimonios arqueológicos de los Asclepeia. Junto a la obra de E.

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Edelstein, Asclepius, a collection and interpretation of the testimonies (1945), que recoge toda la documentación epigráfi ca y literaria atribuida al dios, esta monografía completa el estudio de Asclepio desde el ámbito arqueológico.

Este volumen recoge los santuarios hallados en el territorio griego por excelencia, aquel que comprendía el territorio de la provincia de Acaya en época romana. Teniendo en cuenta que Pérgamo y Cos son dos lugares de importante tradición del culto de Asclepio, es de suponer que no entra en el análisis de los templos de Asia Menor por la realización de un segundo volumen que comprenderá los territorios mencionados. Sin embargo, en este primero, utilizando un orden territorial, partiendo del Peloponeso y más concretamente de Epidauro, al que se le vincula con el nacimiento del Dios, sólo describe los templos atri-buidos a la parte helénica de la península balcánica. De este modo el orden territorial que propone la autora es el siguiente: 1) Peloponeso. Santuario de Epidauro. 2) Arcadia. Santua-rios de Gortina, Alipheira y Pheneas. 3) Mesenia. 4) Corinto. 5) Ática y las islas Cícladas. Santuarios de Atenas, Paros y Delos. 6) Beocia. Santuario de Orcómenos.

Cada uno de los capítulos tiene una misma distribución. En primer lugar, se establece la bibliografía básica de las publicaciones de las distintas campañas de excavación que ha experimentado el santuario en cuestión. Partiendo de los primeros hallazgos de la estructura templaria, se establece el elenco de las intervenciones en el lugar hasta época actual. Este análisis permite tanto un estudio metodológico del proceso de excavación en un contexto religioso, como un estudio cronológico del desarrollo del hallazgo de las estructuras que conforman el lugar. En segundo lugar, se establece una aproximación al territorio topográ-fi camente. Se adjunta tanto cartografía que indica la localización del santuario dentro del territorio griego, como mapas y planos del lugar en el que encuentran las distintas estruc-turas (templarias y urbanas) en su contexto natural. Esto permite un acercamiento del in-vestigador a la caracterización del santuario, no tanto como complejo arquitectónico, como elemento integrado en un contexto simbólico. En tercer lugar, se realiza el análisis detallado del santuario atendiendo a su cronología, lo que le permite a la autora clasifi car distintos grados de actuación en el templo. Se realiza un estudio de cada templo que abarca desde su nacimiento hasta el abandono de sus funciones ritualísticas, que en muchos casos van más allá de la época romana. Por último, y en cuarto lugar, cada capítulo viene acompañado de unas tablas que recogen toda la epigrafía relativa al santuario en cuestión y a la que se alude en el texto. Tablas donde cada ítem viene identifi cado con un número clasifi catorio al que se le asocia la localización del epígrafe en las IGs y, en el caso de Epidauro, también en la obra de W. Peek, Inschriften aus dem Asklepieion von Epidauros (1969).

El primer templo que se trata es el de Epidauro. No es casual la elección de este primer santuario puesto que según algunas leyendas míticas, el nacimiento de Asclepio tuvo lugar en este lugar. Otras versiones, sin embargo, apuntan a Tricca, localizada en Tesalia. De esta primera aproximación se resalta sobre todo la conexión del primigenio santuario de Apolo Maleatas y el Asclepeion. Unión que se justifi ca a través de los aportes materiales y de las fuentes epigráfi cas encontradas en ambos santuarios. Por otro lado, la autora intenta resaltar la importancia de las fi estas creadas en el siglo IV a.C., las denominadas Asclepeias, en las que podía participar todo aquel que probara su estirpe griega. Por último, se le atribuye al santuario un carácter político, al albergar en su interior decretos, así como ser un lugar para el ensalzamiento de distintos gobernantes ya desde época helenística y hasta época romana.

En el caso de Arcadia, el estudio más importante se concentra en los Asclepeia de Gortina. Se encuentran dos, uno sobre la acrópolis, y otro junto al río. La autora, después de

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analizar las fuentes arqueológicas llega a la conclusión de que el santuario principal, donde se encuentra la divinidad permanece en la acrópolis, mientras que para los peregrinos se construye un complejo junto al río para facilitar a los enfermos la incubatio.

El caso de Atenas es uno de los más estudiados y analizados por la autora junto con el de Epidauro. En este sentido, centra su atención en el Asclepeion como lugar de culto tanto religioso como político. Antes de la llegada romana, el santuario era utilizado para la publi-cación de decretos, faceta que seguirá teniendo en periodo imperial. Sin embargo, lo más característico del santuario son las reuniones de fi lósofos e intelectuales que tenían lugar en el recinto. Esto lleva a la autora a argumentar el papel de Asclepio como divinidad garante de la paideia griega, ya que bajo su protección los principales eruditos de Grecia inter-cambiaban opiniones en las estructuras dedicadas a su alojamiento y estudio. El caso de Pérgamo es uno en los que esta función está garantizada, por la construcción en tiempos de Adriano de la biblioteca en la que Elio Arístides pasaba gran parte de su tiempo. Esta carac-terística es la que L. Melfi le atribuye también al santuario de Asclepio de Atenas. Por otro lado, data las fi estas atenienses, denominadas Epidaurias, durante el gobierno de Adriano.

La última parte de la monografía incluye las conclusiones fi nales de la autora respec-to al estudio realizado. En especial, se analizan los espacios de culto atendiendo a sus fases evolutivas. Para ello, se basa en los niveles arqueológicos de las estructuras templarias. Se distinguen cuatro fases de desarrollo. La primera es la fundación del culto, que se data cro-nológicamente en torno al siglo V y siglo IV a.C. con edifi cios que apuntan a una práctica sacrifi cial más que curativa en el templo. La segunda fase es la difusión del culto entre los siglos IV y III a.C., en la que el esquema estructural del templo de Epidauro llega a ser el prototipo para los nuevos santuarios. La tercera fase es la de expansión del culto pertene-ciente al siglo III a.C., donde los santuarios se llenan de estructuras que se identifi can con el alojamiento y acogida de peregrinos, así como complejos destinados al entretenimiento de los mismos, por ejemplo, la construcción de teatros. La última fase es la de renacimiento, que se data a partir del siglo II d.C., en la que los santuarios, tras la destrucción, provocada fundamentalmente por los excesos de Sila, se renuevan gracias a las evergesías imperiales.

La monografía se completa con una abundante bibliografía actualizada y un índice de materias y fi guras que ayudan a la localización exacta de los términos. Las fotos que se incluyen, muchas de ellas realizadas por la autora, los mapas y planos explicativos, son de gran ayuda para la comprensión del texto.

ROCÍO GORDILLO HERVÁS

Fana, templa, delubra. Corpus dei luoghi di culto dell’Italia antica (FTD). 1. Regio I. Ala-tri, Anagni, Capitulum Hernicum, Ferentino, Veroli, a cura di Sandra Gatti e Maria Romana Picutti. Edizioni Quasar, Roma 2008. ISBN 978-88-7140-359-5. 103 pp. [27 láminas].

“È compito estremamente diffi cile studiare le religioni dell’Italia antica. A causa del-l’enorme dispersione della documentazione, infatti, è spesso impossibile stabilire il con-testo di provinienza di un’iscrizione o prendere in esame le testimonianze archeologiche

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legate ad un determinato culto”. Con estas palabras inicia el prólogo del primer volumen de una serie dedicada a lo que se podría llamar la “arqueología del culto”, que resultará de gran interés para quienes trabajan de un modo u otro en el ámbito de la historia de las religiones antiguas. Tal como se anuncia en las primeras páginas, quien se ha dedicado a estudiar cuestiones de religión a partir de las evidencias arqueológicas, especialmente de la Italia antigua, se ha topado con la difi cultad que supone conocer con certeza la documentación actualmente disponible relativa a un centro cultual concreto, máxime si se trata de lugares menores o tradicionalmente poco estudiados. Por otro lado, el problema de la ausencia de instrumentos bibliográfi cos no permitía establecer cruces de información útil para el progreso de la disciplina histórica, especialmente acuciante por el auge de publicaciones científi cas cada vez más numerosas o, por el contrario, a causa de la escasez de estudios actualizados y críticos de aquellos antiguos municipios menos benefi ciados por el interés arqueológico.

En el universo bibliográfi co dedicado al ámbito de la religión antigua, recientemente enriquecido por el magnífi co Thesaurus Cultus et Rituum Antiquorum (ThesCRA), faltaba un trabajo que reuniera de un modo sistemático y objetivo los datos arqueológicos disponibles ordenados por ciudades antiguas. Esta ingente labor es el objetivo principal del proyecto de investigación franco-italiano titulado Fana Templa Delubra (FTD) que, en palabras de sus editores, pretende poner “sullo stesso piano siti greci, italici, romani e cristiani senza rischio di confusione, ne d’appiatimento, senza applicare agli uni le caratteristiche degli altri”. El criterio topográfi co adoptado permite el análisis diacrónico, desde época protohistórica a la medieval, a la vez que pone en evidencia la presencia de documentación y su envergadura en varios centros de una misma área, lo que consiente un estudio transversal de las fuentes así como una accesibilidad en paralelo a las evidencias arqueológicas, identifi cando, como dicen en el prólogo, “dei micro-sistemi omologhi ma autonomi.”

Ya desde el título queda claro que se trata de un catálogo de los lugares de culto itálicos, clasifi cados topográfi camente según las regiones augústeas, criterio adoptado por otros corpora fundamentales en nuestra disciplina (cf. los volúmenes itálicos del CIL). En el volumen que inicia la serie, los estudios de ámbito general (“Gli Ernici nel quadro delle popolazioni italiche del Lazio” [Sandra Gatti], “I luoghi di culto prerromani” [Maria Romana Picuti – John Scheid], “L’amministrazione delle città in epoca romana” [Filippo Coarelli], “I luoghi di culto romani” [Maria Romana Picuti - John Scheid], “La “cristia-nizzazione”” [Vincenzo Fiocchi Nicolai]) preceden las fi chas de las ciudades en cuestión (“Aletrium [Alatri]”, “Anagnia [Anagni]”, “Capitulum Hernicum”, “Ferentinum” [Ferenti-no], “Verulae [Veroli]”). Cada una va precedida de una sucinta presentación y un esquema con los lugares de culto, según fase prerromana o romana, y posteriormente se da paso a los centros de interés ordenados por orden alfabético, de los que se presentan el listado de las fuentes, literarias, epigráfi cas y arqueológicas respectivamente (tanto de estructuras como de objetos muebles), acompañada de una bibliografía exhaustiva. Para conseguir sus obje-tivos se ha priorizado el ámbito público de la práctica religiosa, a fi n de no desequilibrar y desnaturalizar la idea original del proyecto, un corpus de fana, templa, delubra que, en consecuencia, excluye del catálogo las necrópolis y los lugares de culto doméstico aso-ciados a los centros urbanos. Se dedica la atención a las distintas áreas públicas desde un punto de vista topográfi co, especialmente a las acrópolis y santuarios periféricos, así como también a la cultura material, incluso la descontextualizada, destacando por su importancia los epígrafes.

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Las fi chas, no obstante, son escuetas, muy descriptivas y con bibliografía. Breves comentarios acompañan la mayoría de las entradas, aunque su carácter es desigual, siendo muy extensos algunos dedicados a los edifi cios mientras que, por el contrario, son casi nulos en algunas voces de menor entidad. En este sentido destaca el tratamiento dado en general a las inscripciones, cuyos textos se presentan cuidadosamente editados, traducidos y en ciertos casos brevemente anotados y datados, aunque se echa en falta una particular atención en algunos de ellos. Al fi nal del libro se encuentra el listado alfabético con la bibliografía citada y el aparato gráfi co, protagonizado por las planimetrías generales y de detalle, concernientes a cada una de las ciudades y de los respectivos santuarios, con una misma escala gráfi ca que permite cotejarlos fácilmente. También se incluyen fotos y di-bujos de los materiales, generalmente exvotos y epígrafes. El pequeño grosor facilita una consulta ágil y rápida, mientras que el formato de página tamaño folio pone una gran canti-dad de información accesible de un vistazo, todo ayudado por la claridad de la exposición, que remite tácitamente a la bibliografía para comentarios más exhaustivos. No hay índices, lo que probablemente se explique por quedar relegados a un eventual volumen aparte, una vez publicados todos los fascículos concernientes a la Regio I. Los mismos editores anun-cian que el corpus será publicado también en versión digital en Internet y, de hecho, ya es posible visitar la página web dedicada a este proyecto ([http://www.college-de-france.fr/chaires/chaire9/html/sommaire.html]).

La aparición de un catálogo exhaustivo y pormenorizado de los antiguos centros de culto itálicos constituye, en resumidas cuentas, una gran noticia para nuestra disciplina y la obra será bien acogida seguramente no sólo por los especialistas en materia de religión y culto, sino también por cualquier interesado en historia antigua en general, ya que se trata de un instrumento de trabajo que viene a colmar una gran laguna, al menos en el ámbito geográfi co de la antigua Italia. Esperemos que la novedad de pie a otras iniciativas semejan-tes, en ámbito hispánico, por ejemplo.

DIANA GOROSTIDI PI

C. FORNIS, Grecia exhausta. Ensayo sobre la guerra de Corinto, Vandenhoeck & Ruprecht, Götingen, 2008, 362 pp.

La Guerra de Corinto no había sido objeto de un análisis monográfi co por parte de los estudiosos españoles del mundo griego, por lo que esta obra viene a llenar un hueco en este sentido que además proporciona, en el contexto académico internacional - no en vano la obra se ha publicado en esta prestigiosa editorial alemana-, una enriquecedora puesta al día y una interpretación muy bien argumentada sobre distintos aspectos de esta contro-vertida guerra. El autor ha tratado además de fi jarse en los elementos políticos, sociales y económicos que se encuentran detrás de la contienda, defendiendo, en su introducción, este enfoque frente a las más tradicionales historias militares sobre el tema realizadas hasta la fecha que se han quedado además ya antiguas. Así pues y como elemento valioso e innova-dor se pretende realizar un estudio que resulta fi nalmente pormenorizado y muy detallado, de la guerra, teniendo en cuenta como telón de fondo aspectos sociopolíticos y económicos y tratando de dar al acontecimiento en sí una trascendencia más allá del hecho concreto, en una interpretación de los derroteros y de las causas de la tan manida y debatida “crisis” del s. IV. Esta intención se percibe ya en el título, “Grecia exhausta”, que pone de manifi esto no

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sólo una situación de fondo importante en el contexto concreto de la guerra, sino también, aunque el autor no se adentra (al menos no sistemáticamente) en otros horizontes cronológi-cos, en la historia global del s. IV hasta la dominación macedonia. Por otra parte Fornis trata de dar la entidad y el lugar que le corresponden a este periodo, habitualmente comentado o discutido como “apéndice” de la más manida “Guerra del Peloponeso”, de la que también se ha revelado como especialista (La guerra del Peloponeso (en colaboración con D. Plácido y J. M. Casillas), Anejos de Tempus 3 [Madrid 1998]).

En cualquier caso los aspectos socioeconómicos y políticos que se mencionan en la introducción, como el grave consumo de recursos humanos y fi nancieros, el desarrollo del mercenariado con repercusiones en el cuerpo cívico o la stasis socioeconómica de los estados implicados, sólo se perfi lan en pinceladas sin que haya un estudio profundo en este sentido para cada uno de los estados protagonistas del confl icto; sí se analiza, en el caso concreto de Corinto, la stasis política, aunque sin adentrarse a fondo en los graves problemas socioeconómicos que denuncia; también para Atenas se plantean el debate y el enfrentamiento político aunque con alusiones breves a los motivos socioeconómicos de fondo que se hallan detrás de los problemas de la ciudad. Quizás en esta línea lo que se echa más en falta es precisamente un análisis más pormenorizado en este sentido del antagonista principal de la contienda, Esparta, sobre todo teniendo en cuenta el profundo conocimiento de esta polis que revela el autor en otras obras (Esparta: historia, sociedad y cultura de un mito historiográfi co [Barcelona 2003]) y sus estudios de los problemas socioeconómicos de esta ciudad-estado en el horizonte cronológico que nos ocupa o poco antes, como es el caso de su análisis del episodio de Cinadón (“La conspiración de Cinadón: ¿paradigma de re-sistencia de los dependientes lacedemonios?”, SHHA 25 [2007]). Existe sin embargo cierta justifi cación de la ausencia de un estudio más pormenorizado de cuestiones socioeconómi-cas -esenciales para comprender el trasfondo de la guerra-, en las dimensiones lógicas ad-misibles para una monografía de estas características y por el detalle, importante y valioso, con el que Fornis escoge analizar determinados episodios políticos y militares de la guerra y de la estrategia del momento. En cualquier caso, esta crítica, debería animar al autor a continuar con el trabajo en el sentido que él mismo anuncia en la introducción y en diversos momentos a lo largo de la obra, y que trata de dar, en la línea tucididea, una interpretación más profunda, de fondo, a determinados hechos concretos.

Precisamente siguiendo los pasos de Tucídides, Fornis, que analiza escrupulosamen-te las fuentes de la guerra en un capítulo introductorio (cap. I) de gran valor, atento a las distintas interpretaciones y ediciones de los textos, se adentra en las causas profundas de la guerra y en las aitiai más inmediatas, reconociendo como hacía el insigne historiador ático, en el duro imperialismo, en este caso lacedemonio, la causa esencial del confl icto.

De todos los aspectos que trata a lo largo de los trece capítulos del libro, quizás uno de los más relevantes es la puesta al día historiográfi ca y la toma de partido e interpretación propia en cuestiones delicadas y pormenorizadas, con atención a las diferencias entre las fuentes, los condicionantes de los autores antiguos y sus infl uencias (especialmente desta-cable en este sentido es el análisis de la parcialidad y de las luces y sombras de Jenofonte de Atenas); se agradece también, como contrapunto a las fuentes literarias, la inclusión de inscripciones de la época (muchas de ellos reproducidas en el texto) y que vienen a ilustrar su argumentación. La lectura es amena y fácil aunque en determinados momentos el énfasis excesivo en determinadas cuestiones geoestratégicas y en lo descripción del desarrollo con-creto de batallas y campañas (como las de Nemea y Coronea), la hace un poco más árida.

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Del análisis de los pormenores de la guerra me gustaría destacar especialmente como una contribución importante el análisis de autor de la stasis corintia (revelándose como un buen conocedor de los entresijos de esta polis, como se ve por obras como Estabilidad y confl icto civil en la Guerra del Peloponeso: las sociedades corintia y argiva [Oxford 1999]), de la que da una interpretación coherente y bien argumentada, aunque sería provechoso seguir profundizando en los motivos de la stasis y especialmente en la posibilidades de pérdida de tierras por parte de los hoplitas corintios y en sus consecuencias. Destacan igualmente los capítulos dedicados a Atenas y el estudio de las posiciones políticas de Conon y Trasibulo y de los confl ictos políticos internos de Atenas en el contexto de la guerra. El autor argu-menta desde las fuentes (entre las que merece destacar la utilización de las últimas obras de Aristófanes), y a partir de un debate historiográfi co complejo, sus posiciones, dando inter-pretaciones valiosas de las tendencias políticas del momento y especialmente de las posibi-lidades de nuevos impulsos “imperialistas”, aunque de nuevo podría haberse acompañado de un análisis más minucioso del contexto socioeconómico de la polis en estos momentos (por ejemplo los problemas de la eisphora, la situación de los thetes o el contexto social del desarrollo del mercenariado y del auge de las tropas ligeras); en cualquier caso el manejo de las fuentes y de la bibliografía es extraordinario y consigue presentar una vívida pintura de las vicisitudes y de los problemas de la política ateniense de estos momentos, con una interpretación original de de Conón (como ofi cial bajo el mando de los persas) o de Trasibu-lo alejada de estereotipos o clasifi caciones hechas (como “demócratas”) y presentando un retrato más fi no de estos personajes, cuya relación con tendencias de estos momentos como la promoción de “poderes personales”, el “evergetismo” o la “sotería” (en relación con el ámbito religioso) merecería también un estudio particular.

Por último, pero no en último lugar, destaca el análisis de la negociación diplomática con Persia y la puesta de relieve, de nuevo desde el análisis minucioso de las fuentes, de los intereses políticos y geoestratégicos de fondo de las diferentes poleis; la valoración del au-tor de la koine eirene, denunciando (pues es innegable, aun para quien quiera quedar fuera de cualquier valoración o juicio personal en el contexto del quehacer histórico, la toma de posición) la intrumentalización de la misma y reconociendo claramente en la aplicación de la “paz común” los intereses de fondo de las potencias hegemónicas, en este caso concreto, de Esparta. Aunque en el último capítulo Fornis hace una síntesis de las consecuencias y de los acontecimientos posteriores a la guerra, quizás podría haber ampliado este apartado para hacer un capítulo específi co de conclusiones en el que introducir también otro tipo de consecuencias más profundas y duraderas (ya gestadas antes de la Guerra de Corinto) y que llevan en efecto a pensar, para el s. IV, en una “Grecia exhausta”.

Podemos concluir alabando una obra importante y rica, con una puesta al día realiza-da con un detalle y un rigor científi cos admirables, sobre los acontecimientos y los debates en torno a la Guerra de Corinto; en defi nitiva se trata de una obra esencial para conocer los entresijos de un período más descuidado, siendo al mismo tiempo un punto de partida para un análisis más amplio de una “crisis” (hoy tan debatida) y de unas transformaciones que se dan en determinados aspectos de la polis del s. IV. Esto convierte a “Grecia exhausta” en una referencia esencial para los especialistas y un impulso a continuar profundizando y debatiendo sobre la situación de Grecia durante el s. IV.

MIRIAM VALDÉS GUÍA

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CELIA E. SCHULTZ, PAUL B. HARVEY JR. (eds.), Religion in Republican Italy, Cam-bridge, Cambridge University Press, 2006, 299 pp.

La monografía que se reseña es un compendio de diez artículos y una introducción que recoge los resultados de un coloquio realizado en el año 2003 sobre la temática de la re-ligión en la Italia del periodo republicano romano. Específi camente analiza la religión como forma de adaptación entre dos culturas, en este caso la “romana” y la “latino-etrusca”. En este sentido, el objetivo principal que plantean la mayoría de los artículos es el de romper con el término romanización, entendiendo como tal el discurso a través del cual la cultura romana se impone frente a otras formas culturales de “rango más bajo” hasta eclipsarlas por completo, sustituyendo su sistema tradicional por la nueva civilización dominadora. La monografía propone, a través del ámbito religioso, una relación recíproca donde las cultu-ras comparten protagonismo e incluso asimilación con motivo de crear una nueva realidad cultural atribuible a ambos mundos.

Los editores dividen la obra en tres temas fundamentales, como se indica en la intro-ducción de la monografía: 1) la religión y su papel jugado en la negociación de la identidad; 2) la importancia y el estudio del territorio donde se llevan a cabo los cultos religiosos para determinar si el ritual tiene raíces romanas o carece de ellas, y, por último, 3) la infl uencia de la política en la religión, ya que son dos ámbitos inseparables en el estudio de la historia antigua.

El primer artículo de la monografía es de F. Glinister, “Reconsidering “religious ro-manization”, pp. 10-33. Realiza un análisis de los elementos votivos con forma anatómica que se han hallado repartidos en diversos santuarios, sobre todo en aquellos en los que se puede constatar el culto a una divinidad salutífera. La formulación fundamental del autor es desechar la hipótesis del signifi cado de los exvotos como forma de agradecimiento al Dios por la curación del miembro, sino su vinculación con el poder genérico de la divinidad a la que se relaciona con el culto precedente a la llegada romana del santuario. Sugiere que el uso de los exvotos es algo intrínseco a los pueblos de la península italiana y que por ello no tendría nada que ver el impacto de los ritos religiosos romanos, principalmente atribuibles al culto griego de Asclepio, para hallar esta fuente votiva dentro de los santuarios.

El segundo artículo es L. E. Lundeen, “In search of the etruscan priestess: a re-exami-nation of the Hatrencu”, pp. 34-61. En este apartado se analiza el signifi cado del término Hatrencu, que el autor relaciona con el sacerdocio femenino que tenía lugar en Etruria. Para ello, estudia las tumbas de Vulci donde se hallan numerosos enterramientos femeni-nos. En muchas de estas tumbas se encuentran enterradas más de dos mujeres juntas, sin presencia de una fi gura varonil, lo que el autor identifi ca como una práctica corriente de la cultura etrusca. Sin embargo, lo importante de estos enterramientos es que muchos de ellos presentan estelas con inscripciones funerarias en las que a estas mujeres se les atribuye el título de Hatrencu. El autor, estableciendo o, simplemente comparando la forma de orga-nización sacerdotal de Asia Menor con la Etrusca, llega a la conclusión de que este título lleva aparejado una forma de magistratura pública, lo que prueba la estrecha relación entre política y religión en el mundo etrusco-romano.

El tercero de los artículos, S. M. Turfa, “Etruscan religion at the watershed: before and after the fourth century BCE”, pp. 62-89, presenta una evolución de la religión etrusca antes y después del siglo IV a.C. Principalmente se centra en los cambios acaecidos en la religión etrusca a partir de la entrada de elementos foráneos en este periodo. Por un lado

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se analiza la difusión de nuevos cultos en el territorio etrusco y por otro, el aumento de los elementos votivos de tipo anatómico como de los santuarios extraurbanos relacionados con la práctica curativa. Este artículo complementa al primero de los citados, al dar un valor a las teorías aportadas por el primer autor, sobre todo en lo referente a darle un protagonismo a los exvotos etruscos antes de la llegada de la cultura romana. Por ello, S.M. Turfa reitera el valor de la interacción entre culturas frente a la imposición de las prácticas, en este caso, rituales.

El cuarto artículo, V. Livi, “Religious locales in the territory of Minturnae: aspects of romanization”, pp. 90-116, presenta un estudio de las excavaciones realizadas en Mintur-nae, sobre todo las incluidas en el área del foro. El autor realiza un análisis en el que aprecia la relación entre el lugar en el cual se edifi caban los santuarios y el carácter político de los mismos. Por otro lado, se identifi ca la continuidad de culto en algunos santuarios indígenas junto con la introducción de nuevas edifi caciones típicamente romanas en las nuevas áreas de asentamiento junto a Minturnae. Artículo de carácter arqueológico que señala a través de los hallazgos materiales la continuidad y la concordancia entre los elementos indígena y romano.

El quinto artículo, P. B. Harvey Jr., “Religion and memory at Pisaurum”, pp. 117-136, utiliza la epigrafía de Pisaurum, que aporta en las últimas páginas del artículo, para identifi car un panteón y unas inscripciones realizadas a las divinidades que no son pro-piamente locales, sino latino-romanas, lo que hace que el autor llegue a la conclusión, de nuevo, como en toda la obra, de la reciprocidad en los contactos culturales.

En el capítulo sexto, W. E. Kingshirn, “Inventing the sacrilegus: lot divination and cultural identity in Italy, Rome and the provinces”, pp. 137-161, se realiza una valoración de la adivinación en las culturas de Italia antes y después de la conquista romana. Para ello se estudian los títulos dados a los distintos personajes que se dedican a la práctica de la adivinación, tanto en materia pública como en materia privada, limitando el área de estudio al ámbito de los santuarios oraculares. Lo principal del artículo es ver a través de las inscripciones el cambio en la naturaleza de la adivinación y el status de los dedicantes, ya que, como piensa el autor, en época republicana hay un cambio de visión, donde se pasa de ir a consultar a un templo en particular a buscar precisamente un personaje en concreto (sacerdote en algunos casos) que lleve a cabo la adivinación. El artículo pues, explica la transformación que se efectúa en la escena oracular con el paso de la búsqueda de la pre-eminencia del lugar de culto a la persona en sí.

El artículo séptimo, I. Edlund-Berry, “Hot, cold or smelly: the power of sacred water in Roman religion 400-100 AD.”, pp. 162-180, aporta una visión topográfi ca de los santu-arios rurales y realiza una valoración de la elección del lugar para resaltar la importancia del mismo en la edifi cación de los santuarios. Como argumenta el título, el autor analiza la cer-canía de una corriente de agua como justifi cación de localización de los santuarios, ya que el agua conlleva implicaciones benefi ciosas para la salud, así como ayudar a la purifi cación de los peregrinos. Pero el artículo va más allá, ya que intenta buscar una identifi cación del agua con la diosa Mefi stis y su asociación con la ganadería trashumante. Ello dejaría de lado las teorías tradicionales de la relación agua-curación del cuerpo, aunque no se rechaza por completo esta aproximación, ya que el agua es un elemento indispensable que aparece en la mayoría de los santuarios, ya sea por motivo de culto o por motivo ritualísticos.

El artículo octavo, J. Muccigrosso, “Religion and politics: did the romans scruple about the placement of their temples?”, pp. 181-206, analiza de nuevo el emplazamiento

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de una edifi cación templaria. La construcción de un edifi cio de culto va a formar parte del juego político ya que el templo, y sobre todo su divinidad, justifi ca la presencia en el terri-torio de un cierto núcleo poblacional. Se compara esta edifi cación templara con una domus, teniendo en cuenta que ésta es una estructura tanto política como religiosa, funciones ambas que entran a formar parte de un mismo complejo arquitectónico, como el templo en sí. Por último, el autor va más allá del reglamento político de la urbe para argumentar el poder del elemento individual a la hora de importar nuevas divinidades que entren a formar parte en el panteón tradicional.

El artículo noveno, C. E. Schultz, “Juno Sospita and the roman insecurity in the Social Wars”, pp. 207-227, se concentra en la valoración de las inseguridades de la política del periodo republicano romano. Se centra en un pasaje de Cicerón (De Divinatione 1.4) en el que se narra cómo el sueño de Caecilia Metella hace que el senado restaure el templo de Juno Sospita para asegurarse el favor de este dios en las guerras tanto con Aníbal como las interiores de Roma. De nuevo se observa cómo la política y la religión van íntimamente unidas, aunque se refi eran a predicciones basadas en incubationes. Aunque se defi ende en la mayoría de los artículos la romanización como forma de asimilación para el pueblo autóc-tono, el autor aporta la nueva idea, contraria, de la apropiación de una divinidad indígena que entra a formar parte del elemento romano, aunque se justifi que, en este caso, por un sueño premonitorio.

El artículo décimo, A. E. Cooley, “Beyond Rome and Latium: roman religion in the age of Augustus”, pp. 228-252, va más allá de la República para dar una visión de la historia de fi nales del periodo y principios del principado. En este sentido vemos como Augusto crea un nuevo modelo de religión que va a ser extrapolado a todas las colonias, atendiendo a los calendarios ritualísticos y a la celebración de los Juegos Saeculares, que serán comunes a todo el territorio conquistado por los emperadores sucesivos.

La monografía es excelente ya que toca temas bastante novedosos que van más allá de valoraciones infundadas y aporta gran cantidad de documentación basada en registros tanto arqueológicos como literarios. A partir de ella se puede ver cómo la religión no es una forma de comportamiento que es simplemente innata o caracterizada por sujetos individu-ales, sino que el Estado y la política forman parte, muy activamente, de todo su engranaje. Teniendo en cuenta que la publicación ha visto la luz tres años después del coloquio, es in-teresante resaltar que la bibliografía presentada está totalmente actualizada hasta el mismo año de la publicación, lo que prueba el interés de los participantes en argumentar más sóli-damente sus ideas con los nuevos aportes bibliográfi cos.

ROCÍO GORDILLO HERVÁS

J. J. FERRER MAESTRO, La república participada. Intereses privados y negocios públi-cos en Roma, Castellón, Universitat Jaume I, 2005, 249 pp.

El profesor Juan José Ferrer Maestro nos presenta una interesante refl exión sobre el valor de las actividades comerciales y mercantiles en el desarrollo del imperialismo roma-no de época republicana media y tardía. En el seno del Grupo de Investigación que, con el nombre de Economía de Prestigio versus Economía de Mercado, ha sido creado en el

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Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Sevilla nos hemos preocupado de manera constante de las cuestiones planteadas por el autor de esta obra. Se trata de discernir hasta qué punto las características netamente mercantilistas penetraron en el seno de una sociedad que fundamentaba en el prestigio todas sus relaciones (incluyendo, por supuesto, las económicas). Para ello, el autor presenta una serie de consideraciones previas a las que trata de dar respuesta en las dos partes claramente diferenciadas de las que se compone su trabajo. Una primera dedicada al análisis del entramado social y económico de la Repú-blica, mientras que en la segunda se ocupa de analizar las cuentas del Estado romano. Un apéndice fi nal dedicado a la revisión de las últimas cuestiones sobre el coste de la maquina-ria de guerra romana durante la República y los índices de fuentes y bibliografía completan la obra.

Partiendo de la base de que es imposible disociar la economía en el mundo antiguo de las demás relaciones sociales, para tratarla como un ente autónomo, a imagen y semejanza de lo que hacemos en nuestros días, el autor plantea la importancia de la actividad pública y privada en Roma. En efecto, los ingentes benefi cios provenientes de la expansión imperial de los siglos III-I a.C. debieron ser gestionados por parte de los romanos. Para ellos, los habitantes de la urbs dieron lugar a nuevas realidades socioecónomicas, que son las que Ferrer disecciona hábilmente en su trabajo.

Como nos plantea en las páginas 27-29, la introducción en Roma de elementos mer-cantilistas necesitó, para su asimilación, de la intervención por parte del Estado en la eco-nomía industrial y comercial. Siguiendo una teoría que fue planteada por Adam Smith y David Hume, a comienzos del s. XVIII justo en el momento en el que se produjo en Europa el cambio de una economía de prestigio a otra de mercado, como consecuencia de la Re-volución Industrial. Aún así, el autor se cuida mucho, entendemos que de forma acertada, en presentarnos lo erróneo de asociar nuestra visión moderna de los grandes mercados in-ternacionales y lo que sucedía en la Antigüedad. Aunque presenta a las grandes compañías de publicanos como administración paraestatal, en una imagen que algunos podrían asociar con el hecho de las gestión de la realidad política de nuestro tiempo por parte de las grandes corporaciones empresariales.

En efecto, creemos que el principal logro del trabajo de Ferrer se cimenta en la per-fecta descripción del papel jugado por los publicani en el desarrollo de la gestión de las riquezas económicas derivadas de la expansión. A través de un lenguaje económico actual, Ferrer es capaz de hacernos ver las diferencias entre nuestros conceptos mercantilistas y la realidad de una economía como la romana, que, pese a estar dando los primeros pasos hacia el mercado, no puede entenderse sin apreciar el valor del prestigio en el seno de la sociedad romana, y la búsqueda de este bien intangible, antes que del mero benefi cio o interés eco-nómico, por parte de quienes se introdujeron y dirigieron el sistema. Así, para el autor, no es posible asociar indisolublemente a publicani y caballeros (p. 36). Será la constitución del ordo publicanorum entre los primeros lo que les concederá el poder gracias a las sinergias que se crean. De hecho, a partir de este momento, los publicanos trataron de introducirse en las capas altas de la sociedad para alcanzar mayores cuotas de poder.

Ferrer cita las circunstancias de la desaparición de las sociedades de publicanos, que muchas veces habían existido actuando como subcontratas o en algo parecido a las UTES. Aunque para ser adjudicatario de estos contratos había que tener la ciudadanía romana. La locatio conductio supuso el fi n de estas sociedades de publicanos. De cualquier forma, el estado no dispuso de un entramado administrativo propio, ni, del mismo modo, de un orga-

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nigrama de recaudación, por lo que hubo de arrendar estos servicios a ricos ciudadanos, que actuaban subsidiariamente. Resulta curiosa la forma en la que el autor, en la página 85, trata sobre el origen etimológico de la palabra locatio, como colocar. A nuestro entender cabría aquí la refl exión lingüística sobre el uso de este término a día de hoy en el Sur de España: colocarse = encontrar trabajo.

El autor se preocupa también de analizar el proceso de evolución de este sistema de arrendamientos. De esta manera, los conductores serían el paso intermedio entre los arren-datarios y los agentes estatales, durante el Principado, hasta que aparezcan los procuratores imperiales. Eso representa un adelanto burocrático, la génesis de una incipiente adminis-tración estatal, que para Ferrer se puede comparar con la España de los siglos XVI y XVII. Vemos cómo el emperador asume de forma progresiva funciones propias de las societates publicanorum. Sin embargo, como bien nos señala Ferrer, el sistema de locationes se tras-lada al ámbito municipal. Allí, serían arrendadas por individuos con el sufi ciente poder económico y social como para pertenecer a las curias municipales, pero apartados de las funciones políticas, para dedicarse, entre otras cosas, al arrendamiento de estas cuestiones de la contrata pública. Finaliza el autor esta primera parte de su obra analizando las cues-tiones referentes a la primacía de la agricultura en el campo social y moral. En efecto, para los romanos, la tierra ofrece unas garantías de seguridad a sus propietarios que ven en ella un seguro de vida ante las difi cultades fi nancieras de una época convulsa, como es el fi nal de la República. El análisis de los distintos tipos de arrendamientos del ager publicus ayuda al autor a deducir cómo de estas cuestiones deriva el nacimiento de los grandes latifundios de época imperial, que, en el caso hispano, que es el que Ferrer usa para ejemplifi car sus teorías (pp. 106-110), hacen hincapié en la importancia de las relaciones personales entre los indígenas y los generales romanos en Hispania. Por ello, estimamos muy acertada la refl exión de la p.110 en la que se sostiene que tras la magnanimidad de Escipión el Africano en la zona del Ebro se esconde el interés por agilizar las relaciones de dependencia con las nuevas comunidades sometidas, aprovechando el organigrama jurídico-social previamente existente.

La segunda parte de la obra se encarga del estudio del presupuesto de la Roma repu-blicana. Trata el autor de comprender la importancia de la previsión de gastos e ingresos, como forma para organizar un estado. Aunque creemos que la frase que hemos extraído de la página 113 resume de manera perfecta la realidad de un estado premercantil, en el que la introducción de elementos y categorías mercantilistas no tiene cabida: …La improvisación y las decisiones “día a día” fueron el fruto permanente de unas actuaciones volcadas hacia el expansionismo territorial….

Sólo el gasto militar implicaba una serie de previsiones fi ables que permitían a los romanos proceder a la elaboración de una perspectiva de gastos, a las que difícilmente se pueden considerar como presupuestos propiamente dichos. Los botines generados por las campañas militares fueron la principal fuente de ingreso para el Estado, de ahí que la elite romana se preocupase muy mucho de estimar la cuantía de los mismos, a fi n de organizar con sus rendimientos las futuras campañas destinadas al mantenimiento y ampliación del imperio. El análisis preciso de la cantidad y composición de los mismos que aparece en este trabajo se circunscribe, prácticamente, al ámbito hispano, de ahí que echemos en falta la mención detenida (tal y como Ferrer realiza para las dos provincias hispanas) de la cantidad y composición de los botines procedentes de otras regiones del imperio, especialmente las orientales, donde pensamos que las cifras debieron alcanzar cotas más elevadas.

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De cualquier forma, la inclusión de numerosas tablas y gráfi cos completa de manera más que satisfactoria la visión de conjunto que pretende exponer el autor, dando lugar una visión inteligente y precisa de la realidad económica de la Roma Republicana, que se re-sume de manera perfecta en las respuestas a las dos preguntas en torno a las cuales Ferrer monta las conclusiones de su trabajo.

ALFONSO ÁVAREZ-OSSORIO RIVAS

ÁNGEL MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, Epigramas Helenísticos de Creta, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científi cas, Manuales y Anejos de Emerita – XLVIII, 2006, 346 pp., 2 mapas y 53 láminas.

El lector que por primera vez coge en sus manos el libro del profesor Martínez Fernández advierte inequívocamente que está ante la labor de un gran epigrafi sta que aúna la sólida formación fi lológica con el trabajo de campo más directo y apasionante. El capí-tulo de agradecimientos desvela las numerosas becas de Investigación que le han permitido combinar su labor docente en la Universidad de La Laguna con la revisión de epigramas y el examen directo de las inscripciones. Cualquiera con una mínima experiencia en ese terreno no puede por menos de quedar admirado ante los numerosísimos museos arqueo-lógicos e instituciones tanto griegas como francesas, inglesas, alemanas o italianas a las que el prof. Martínez Fernández reconoce la ayuda y el apoyo prestado en el curso de sus investigaciones. No menos impresionante es la categoría científi ca de los arqueólogos y fi lólogos mencionados por el autor con idéntico fi n. Pero quizás es aún más llamativo el agradecimiento expreso a aquellas personas que le han permitido estudiar inscripciones inéditas o epigramas empotrados en casas de su propiedad. Las relaciones directas resul-tan de vital importancia. Efectivamente conforme avanza la lectura detenida de cada uno de los epigramas se revela totalmente acertada la defi nición que del autor da Jarálambos Kritsás, Ex-Éforo de Antigüedades de Iraclion y Director del Museo Epigráfi co de Atenas, en el prólogo del libro: “Ángel Martínez tiene la gran ventaja de conocer la lengua griega de Creta desde su más antigua forma hasta el vivo dialecto local. Vive durante varios me-ses anualmente en la isla, ha conocido la naturaleza y las personas... Así el estudio de los epigramas cretenses no es para él mero ejercicio escolástico. Puede leer entre y más allá de las líneas y rastrear la vida perdida de los antiguos cretenses”. Ése es el viaje al que nos conduce este magnífi co libro.

El rastreo comienza con una breve, pero muy enjundiosa “Introducción” sobre el “Origen y estado actual de las ediciones y estudios sobre los epigramas de procedencia epigráfi ca”. Arranca de mediados del s. XIX cuando el descubrimiento de inscripciones métricas hizo que éstos se agruparan como apéndice de la Antología Griega hasta la apa-rición de las primeras antologías y ediciones especiales que el prof. Martínez Fernández repasa críticamente resaltando sus logros, pero también sus lagunas. Capítulo aparte me-rece la “Historia de las ediciones de los epigramas helenísticos de Creta”. El autor deleita con las anécdotas de los primeros viajeros y eruditos del s. XVI y desgrana los aciertos y desencantos de las sucesivas ediciones. Hace hincapié en la necesidad de la autopsia directa, la revisión de los epigramas conocidos y la inclusión de los inéditos. Esos tres puntos constituyen un trípode esencial para su trabajo. Una labor que parte de la necesidad de revisar sistemáticamente el abundante material epigráfi co de los epigramas y en la que,

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llevado por el loable deseo de localizar las inscripciones incluso perdidas ya en época de M. Guarducci, cuya magna obra dedicada a las inscripciones cretenses fue publicada entre 1935 y 1950, ha permitido al prof. Martínez Fernández recuperar textos que se encontra-ban en paradero desconocido, estaban en mal estado de conservación e incluso alentar ex-cavaciones arqueológicas que han desembocado en la recuperación de epígrafes perdidos (nº 37, nº 49) y la aparición de inscripciones inéditas, como el epigrama de Polirrenia (nú-mero 39, p. 218 ss.), descubierto por él mismo en el muro de un huerto del actual pueblo del mismo nombre, aunque otras, desgraciadamente y a pesar de su búsqueda sistemática, siguen sin localizarse.

El hecho de que el autor haya delimitado el corpus del material objeto de su estudio a la época helenística no es óbice para que, a propósito de dicha delimitación, ofrezca infor-mación tan interesante como bien actualizada sobre las más antiguas inscripciones métricas procedentes de Creta, sobre inscripciones métricas halladas en tal tierra, pero que no son epigramas (siete laminillas órfi cas, una laminilla de plomo, el denominado Himno a los curetes o Himno a Zeus Dicteo), dos epigramas de los que no tiene seguridad completa de que puedan atribuirse a la isla, así como epigramas de época imperial.

Al elaborar el “Catálogo de los Epigramas Helenísticos de Creta”, que constituye el corpus de la obra se revela esencial ese trípode al que aludíamos antes: la cuidadosa autopsia de las inscripciones, el atento examen de las lecturas e interpretaciones de los editores anteriores, la búsqueda sistemática de los epígrafes, que le ha permitido localizar tanto inscripciones que la prof. Guarducci daba por perdidas como otras que ella no había podido revisar y que el prof. Martínez Fernández ha logrado encontrar bien en instituciones arqueológicas, bien reaprovechadas como material de construcción en edifi cios locales. Sin embargo, de poco servirían los hallazgos arqueológicos o las búsquedas epigráfi cas, si esa labor no fuera acompañada de un serio estudio fi lológico. También en ese campo destaca la presente edición, que viene precedida de un resumen de las principales características lingüísticas y métricas y seguida de un detallado apéndice con los metros de los epigramas. Éstos están divididos en tres grandes apartados que responden a un criterio geográfi co: epigramas de Creta Central, Occidental y Oriental. También se incluyen al fi nal algunos de procedencia desconocida, seguidos de otros de datación incierta y otros dudosos.

Dentro de cada uno de los apartados las inscripciones aparecen ordenadas según lo-calidades siguiendo el orden alfabético y a su vez están numeradas de principio a fi n hasta completar un total de cincuenta y cinco inscripciones.

En cada una de ellas fi gura en primer lugar la equivalencia con la edición de M. Guarducci y, salvo excepciones bien justifi cadas, la referencia a la lámina correspondiente del total de las cincuenta y tres que cierran el volumen. Conviene subrayar la alta calidad de dichas láminas, lo útil que resulta, por ejemplo, que junto con la fotografía de la inscripción completa fi gure también otra con el detalle del texto, la deferencia que supone la inclusión de fotografías de estampación, facsímiles y copias de otros editores, ya sea de cara al con-traste con la ofrecida por el autor (por ejemplo entre la lámina III y IV), ya cuando, desgra-ciadamente, no se cuenta con otra fuente de información (por ejemplo la lámina XVIII), así como la pertinente inclusión de un plano, lámina XXXIV, que contribuye a esclarecer el comentario de la correspondiente inscripción (nº 20).

Sigue a continuación una detallada descripción de la inscripción, a veces una ver-dadera historia digna del mejor detective (en especial quizás los números 3, 8, 10, 19,

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20, 22, 24, 32, 37, 39, 42, 49), pues se indica cuándo y por quién fue hallada, los avatares que sufrió, qué leyendas incluso había sobre ella en el lugar, dónde se encuentra ahora, qué autores la examinaron o copiaron y si el autor ha podido o no revisarla, en algún caso incluso, aunque en nota, se lleva a cabo un pequeño análisis de otra estela encontrada en la misma excavación (nº 19, p. 135 n. 34) o se explica la difi cultad en la inspección del epígrafe (nº 35). Figura después el texto, el correspondiente aparato crítico, la traducción (salvo cuando el texto es demasiado fragmentario, por ejemplo, en la nº 14), el comentario y la bibliografía.

La acribía del editor es manifi esta en todas las partes: el detalle preciso de la altura de las letras y los espacios interlineales, incluida la referencia a huellas de coloración (nº 23); la severa precisión de los autores que presentan o no fotografía, transcripción, han exami-nado o revisado la piedra directamente, lo cual presta otro valor al aparato crítico elaborado con sumo cuidado; la exactitud con que distingue los rasgos lingüísticos que responden a las cuatro modalidades de lengua registradas en los textos, dórico común, dórico con rasgos cretenses, dialecto homérico-épico y koiné; la exacta referencia bibliográfi ca, por ejemplo, para explicar una evolución fonética concreta; el rigor con el que ha examinado los testimo-nios de antropónimos, algunos de los cuales sólo están atestiguados en las inscripciones ob-jeto de estudio (nº 38, p. 213; nº 41, p. 228); la detallada discusión de las posibilidades que ofrece la localización de un determinado topónimo o la interpretación de una inscripción, entre cuyas opciones el editor lejos de caer en banderías se atiene al examen del texto grie-go conservado (así en nº 32, p. 190); el esmero por remitir a otras inscripciones y pasajes literarios que muestran paralelos respecto a expresiones formulares o motivos funerarios, al tiempo que se llama la atención sobre la originalidad en el uso peculiar (así en el nº 16, p. 121; nº 43, p. 240; nº 45, p. 255), de modo que a veces el comentario revela un verdadero elenco de muy interesantes loci paralleli.

Sólo en este apartado, a nuestro entender, habría sido quizás deseable un poco más de información, por ejemplo, a propósito de Idomeneo (p. 69), sobre el epíteto Agesilao, “conductor del pueblo”, aplicado a Hades (p. 171), o sobre la generalización en el uso de la expresión “Islas de los Bienaventurados” (p. 71). Un lapsus parece el hecho de que en la inscripción nº 7, línea 22, se traduzca Hades en lugar de Ares en p. 82 y reiterado en el comentario de p. 83, motivado quizás por el epíteto que le acompaña, “que causa muchas lágrimas”. Otro descuido parece haberse deslizado en la traducción de la línea siguiente, la 23, en lugar de “ella misma” referido a Sárapis debería fi gurar “él mismo”, aujtov" en el texto.

Como se ve, se trata de pequeñas distracciones en puntos muy concretos que en modo alguno desdicen el excelente quehacer del editor. Es más que notable que apenas hayamos observado errores de máquina: en p. 173 n. 57 sobra una coma en la segunda línea tras “Epigramas”.

De otro lado, conviene subrayar que el interés de algunos de los epigramas va más allá de los estudios epigráfi cos (interesante cuando menos parece que en una de las estelas estudiadas se aprecien también grafi tos modernos, nº 41, en p. 224, o la curiosa manipu-lación sufrida por la estela nº 44, p. 243), arqueológicos (obsérvese el cuidado con que el editor subsana el error de atribución en p. 188 o alude con elegancia a la tardanza en la publicación de un nuevo bloque con textos nuevos que no le han sido facilitados, nº 46, p. 256) y lingüísticos. En especial, en este apartado, una forma de aoristo no recogida hasta ahora en el estudio del dialecto cretense en p. 145 s., así como otro aoristo que hasta ahora

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no estaba atestiguado en Creta (p. 194; cf. p. 261); algún término no recogido en los dic-cionarios al uso (p. 216, p. 239); el probable testimonio de una palabra local (p. 247). Y también métricos: así, medidas contra toda regla (nº 48, p. 262), o literarios, hasta alcanzar igualmente cuestiones relativas a la mitología y la religión. Así, una de las inscripciones (nº 6) constituye un documento único sobre la introducción de divinidades egipcias en Gortina, otra (nº 10) permite plantear una interesante discusión sobre la divinidad a la que está dedi-cado el epigrama, Pan o Hermes, y la función de los árboles en su culto, una tercera (nº 20) proporciona interesante información sobre la fundación del culto de Asclepio, una cuarta (nº 23) proporciona instrucciones a los visitantes al templo de la Gran Madre.

Si un material tan sumamente interesante viene además acompañado de una cuidada bibliografía que distingue entre estudios sobre Creta, el epigrama, epigrafía y otros, dos úti-les mapas, cuatro índices (de antropónimos, tablas de correspondencias entre su edición y otras relevantes y de manejo constante, de lugares de procedencia y de lugares de conserva-ción de las inscripciones), así como una tabla de signos diacríticos que puede ayudar mucho al lector menos avezado, no puede por menos de afi rmarse que se trata de un espléndido trabajo, magnífi camente presentado.

En verdad, como señala el autor, no existe hoy en día un corpus homogéneo que reúna todos los poemas epigráfi cos conocidos hasta ahora en lengua griega y en el futuro quien aspire a preparar tal magna obra habrá de partir de ediciones críticas parciales. El estudio de A. Martínez Fernández es ejemplar en ese sentido y su elaboración, cuidada, rigurosa, metódica, realizada combinando el trabajo a pie de obra con la callada labor del fi lólogo que analiza, traduce, busca paralelos, revisa críticamente las ediciones, medita so-bre los problemas y avanza soluciones, ha allanado el camino cretense de época helenística. El lector, al cerrar su libro cada vez que lo consulte, no podrá por menos de desear que el autor prosiga en tan titánica como apasionante labor investigadora, ya sea en Creta, ya en La Laguna, al cabo, en esa Hélade entre cuyas líneas sabe leer tan bien.

Mª DEL HENAR VELASCO LÓPEZ

ESTRABÓN, Geografía de Iberia; traducción de Javier Gómez Espelosín; presentaciones, notas y comentarios de Gonzalo Cruz Andreotti, M.V. García Quintela y Javier Gó-mez Espelosín, Alianza, Madrid, 2007, 557 pp.

La aparición en el mercado editorial español de una nueva traducción del Libro III de la Geografía de Estrabón puede resultar llamativa, habida cuenta de que contamos con otras versiones al castellano, algunas de ellas relativamente recientes. Sin embargo, la pro-liferación en los últimos años de diversos artículos y estudios monográfi cos dedicados este autor -véase, por ejemplo, G. Cruz Andreotti (ed.), Estrabón e Iberia: Nuevas perspectivas de estudio (Málaga 1999), o D. Dueck, Strabo of Amaseia. A Greek Man of Letters in Au-gustan Rome (London 2000)- demuestran que no se trata, ni mucho menos, de una fuente agotada. En este sentido, convenimos enteramente con los editores en que la revalorización de la fi gura del geógrafo, resultado sin duda de un cambio de paradigma que viene a superar la crítica historicista de la Quellenforschung, abre las puertas a una nueva percepción más rica y colorista de una obra que, si bien es receptora de toda la tradición geográfi ca hele-

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nística, constituye en su estructura, contenido y objetivos un producto netamente original. Asimismo, los avances en el conocimiento de la Hispania antigua, especialmente relevantes en el campo de la arqueología, demandaban ciertamente una nueva lectura comentada del Libro III, al tiempo que quedaban obsoletas buena parte de las apreciaciones realizadas en anteriores traducciones.

No obstante, la oportunidad la ha brindado sin lugar a dudas la reciente publicación de una nueva versión del texto griego -S. Radt, Strabons Geographika. Band 1: Prolego-mena; Buch I - IV (Text und Übersetzung) (Göttingen 2002)- que viene a superar la anterior edición que F. Lasserre realizara para Belles Lettres en 1966. Radt no sólo lleva a cabo una nueva traducción y presentación del texto original de Estrabón, sino que también recoge en un amplio aparato crítico las diferentes correcciones, variantes e interpretaciones que se han ido vertiendo sobre el mismo a lo largo de los años en las principales ediciones impresas, desde la de Causabon hasta la de Lasserre, pasando por Kramer, Meineke, Müller, etc.

La presente edición plantea una estructura poco habitual, ya que junto a una breve presentación (pp. 7-13) se introducen cuatro capítulos monográfi cos independientes (pp. 15-139) en los que se analizan exhaustivamente varios aspectos de la obra de Estrabón: su contexto histórico-literario, la tradición geográfi ca griega y la construcción del discurso et-nográfi co, muy especialmente en relación con el Libro III. A continuación nos encontramos con la traducción propiamente dicha (pp. 141-302), acompañada de una más que generosa “guía de lectura”. Con ella se pretende, en palabras de los autores, facilitar el acceso “tanto a la comprensión interna del texto como a su encuadre en el marco de las nuevas tendencias de los estudios geográfi cos y de las novedades de la historia y arqueología peninsular” (p.10). Para terminar, el volumen incluye un glosario con los principales nombres propios y términos gentilicios mencionados por Estrabón (pp. 303-493), así como una serie de mapas donde se recoge la imagen del mundo en general, y de la Península Ibérica en particular, proyectada por los geógrafos griegos, desde Hecateo de Mileto hasta el propio Estrabón (pp. 495-506), además de un listado con la bibliografía utilizada a lo largo de la obra (pp. 507-556).

El primer capítulo de la presentación, “Estrabón y su obra” (F. Javier Gómez Espe-losín), puede considerarse una introducción, dedicada íntegramente a la fi gura del geógrafo en el sentido más amplio. Aquí se tratan sobre todo aspectos relacionados con su vida, principalmente el contexto político y cultural en el que se insertó su trayectoria intelectual, el ambiente fi losófi co que lo rodeaba, su producción científi ca (no sólo en el campo de la Geografía, sino también en el de la Historia), los destinatarios directos e indirectos de su obra y su trascendencia posterior. Este punto es especialmente interesante, ya que pone de manifi esto la diversa consideración de la que ha venido gozando la geografía estraboniana desde la Antigüedad hasta nuestros días, con dos hitos signifi cativos: la difusión de la obra a principios de la Edad Media y su redescubrimiento a manos de la geografía moderna durante el siglo XIX. Los últimos apartados están destinados a analizar de forma más espe-cífi ca las fuentes utilizadas por Estrabón para la confección del Libro III y sus problemas de identifi cación, así como el papel de la Geografía como fuente indispensable para la historia antigua de la Península Ibérica.

La labor de síntesis llevada a cabo en este capítulo es magistral, con un elenco bi-bliográfi co nutrido y actualizado que lo convierten en un referente sumamente útil para aquellos que quieran acercarse por primera vez a la obra del geógrafo de Amasia. Sin em-bargo, se echa en falta un análisis más detallado de la transmisión manuscrita (que queda

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relegada a una nota a pie de página), muy especialmente en relación al Libro III, así como un recorrido -siquiera breve- por las principales ediciones impresas. Sin duda, hubiera sido también muy oportuno, en nuestra opinión, disponer en este punto de una refl exión crítica sobre las distintas traducciones de la Geografía de Iberia que se han vertido al castellano hasta el momento, desde la primera edición de A. García y Bellido a la más reciente de Mª. José Meana. Si bien es cierto que ya se alude a ellas en la Presentación, no creemos que sea sufi ciente para un trabajo de esta envergadura. Ello justifi caría sobradamente tanto la conveniencia de una nueva traducción como, sobre todo, la indiscutible necesidad de una lectura actualizada (no sólo a partir de toda la nueva información disponible, sino también desde un punto de vista teórico-metodológico) de los datos geográfi cos, etnográfi cos e his-tóricos contenidos en la obra.

El segundo de los capítulos introductorios, “Estrabón y la tradición geográfi ca” (Gonzalo Cruz Andreotti), se centra en el lugar ocupado por la obra de Estrabón dentro de la historia de la geografía antigua. Nos recuerda que Estrabón es heredero de dos grandes tradiciones geográfi cas: la geografía matemática o cartográfi ca, representada por Eratóste-nes, y la geografía regional o corográfi ca iniciada por Heródoto, en la que se entremezcla la descripción física con los datos etnográfi cos, históricos, mitológicos, etc. La Geografía es-traboniana constituye, por tanto, “el resultado de un conjunto de prácticas que han termina-do por confl uir en una obra que tiene afán de síntesis del conocimiento y enciclopedia de los saberes” (p. 45), pero que también responde a una intencionalidad política y social explícita.

No obstante, “si atendemos al desarrollo del conjunto de la obra la cartografía pierde peso a favor de otros contenidos…; o en todo caso, se la simplifi ca aportando los datos sufi cientes para que el lector imagine y pueda enmarcar los cuadros generales y regiona-les” (p. 59). Ciertamente Estrabón parece más interesado en la información histórica y la refl exión geo-etnográfi ca que en los aspectos eruditos de la reconstrucción cartográfi ca. Así opera al menos en el libro dedicado a Iberia donde, tras situar cada zona dentro de unos límites naturales y/o étnicos más o menos precisos, pasa inmediatamente a describir sus recursos económicos, posibilidades de comunicación y principales asentamientos, los acontecimientos históricos y/o rasgos etnográfi cos más notables, su pasado legendario -si lo hubiere- para terminar con un breve retrato de su situación político administrativa actual (p. 66). A pesar de ello, como afi rma Cruz Andreotti, la descripción de Iberia va a estar deter-minada por las propias limitaciones de las fuentes utilizadas por Estrabón, que le impiden ilustrar con la misma profundidad y nivel de detalle las características físicas y etnográfi cas las de las regiones interiores, cuyos contornos quedan esbozados a partir de los principales ejes articuladores del territorio -los grandes cursos fl uviales y las cadenas montañosas-, en comparación con las áreas costeras.

Igualmente interesante (y necesario) es el capítulo “Estrabón y la Etnografía de Ibe-ria” (Marcos V. García Quintela). Aquí se examina detalladamente la herencia etnográfi ca de Estrabón y el diseño de una “etnografía” para la Península, haciendo especial hincapié en el contexto político e ideológico que rodea al autor, así como en las necesidades y el destino que habría de tener su obra. El texto se articula escalonadamente sobre tres ideas básicas: el papel de la etnografía en la literatura griega y su evolución a lo largo de la Antigüedad; la construcción (y deconstrucción) del discurso etnográfi co, sobre todo a partir del análisis critico de las dos tendencias imperantes hasta el momento, la clásica Quellenforschung (es-tudio de las fuentes) y -más recientemente- la corriente conocida como “estética de la per-cepción”; y los rasgos de la descripción etnográfi ca presentes en el Libro III de Estrabón.

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Por lo que respecta a esta última cuestión, el autor va a centrar su análisis en tres aspectos. Por un lado, trata la función de los discursos etnográfi cos en la Geografía de Es-trabón, tanto en el marco del objeto general de la obra como, sobre todo, en la descripción de los habitantes de la Península Ibérica. En este sentido, y especialmente para el caso de Estrabón, resulta sumamente elocuente la descripción de los tratamientos etnográfi cos que realiza García Quintela, representados como un juego complejo de fuerzas que se articula en torno a tres polos: el autor, con todas las circunstancias que lo rodean (ideológicas, políticas, etc.), a lo que habría que sumar el peso de la tradición etnográfi ca heredada; los destinatarios o lectores; y el objeto de la obra -los otros-, que participa directa o indirecta-mente en la construcción del discurso, y cuya información es seleccionada bajo las claves de su pertinencia o idoneidad. En segundo lugar, analiza la integración de determinadas noticias -items de información- relevantes para el desarrollo programático del discurso geo-etnográfi co sobre Iberia, como son el bandolerismo (entendido como forma de vida y práctica social) y la dialéctica aldea/ciudad, o lo que es lo mismo, la relación entre formas de vida urbana y formas de vida no urbana o primitiva. Estos dos tópicos, al igual que las condiciones ambientales o la alimentación, son los que permiten a Estrabón diferenciar de forma nítida una Iberia civilizada de una Iberia bárbara o en vías de civilización, gracias a la infl uencia ejercida por Roma. Por último, García Quintela trata de averiguar si existe una organización interna en los discursos etnográfi cos de Estrabón. La respuesta parece en principio afi rmativa, al menos en lo que se refi ere al contenido de los capítulos tercero y cuarto, donde se concentra la mayor parte de esta información.

El siguiente capítulo -último de la Introducción-, “Estrabón y los celtas de Iberia” (Marcos V. García Quintela), puede resultar redundante y, hasta cierto punto, excesivo si lo comparamos con la atención dedicada a otros grupos etno-lingüísticos como los iberos o los turdetanos. En nuestra opinión, una exposición de este tipo sólo tendría cabida si se hiciera un análisis exhaustivo del mapa paleoetnológico que dibuja Estrabón en su Geogra-fía, tratando individualizadamente cada problema, de forma más sucinta quizá, en apartados dentro de un mismo capítulo o incluso como capítulos independientes. Ello no supone en ningún caso un demérito del trabajo, que goza de un interés notable y de una calidad sin duda a la altura de la obra. El propósito que se esconde detrás de este excurso es revalorizar el estudio de la cuestión céltica (y de los celtas) a través de los testimonios literarios greco-latinos, y especialmente a través de Estrabón, como una aproximación necesaria y diferente a la lectura proporcionada por el registro arqueológico, sobre todo frente a las posiciones “celtoescépticas”, como el autor las defi ne, es decir, aquellas que renuncian a analizar el celtismo desde un punto de vista étnico y sólo, si acaso, como un problema meramente historiográfi co.

En un primer apartado (Retóricas celtológicas), García Quintela analiza la cuestión terminológica, referida siempre al contexto histórico e historiográfi co estraboniano, donde los celtas son percibidos como un elemento exógeno a los moradores naturales de Iberia, una migración sobrevenida en algún momento anterior a la llegada de Roma. A continua-ción, evalúa los elementos (lingüísticos, históricos y, sobre todo, mítico-religiosos) com-partidos por las tres áreas de la Península donde se sitúa la presencia de poblaciones de raigambre céltica: el Suroeste, entre los cursos del Tajo y el Guadiana, el Noroeste y el curso alto del Ebro, donde se localizan los berones y los celtíberos. En su opinión, estas tres zonas “comparten rasgos que es imposible saber hasta qué punto contribuyen a su precisa identifi cación étnica, sea por parte de los romanos, sea por parte de las fuentes o testimo-

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nios utilizados por Estrabón, sea por una elaboración personal que hace nuestro autor de la información disponible” (p. 123). Sin embargo, coincidimos con el autor en que estas cir-cunstancias tampoco deben desautorizar su atribución a un posible sustrato celta que pudo ser conocido por las fuentes de Estrabón. Un segundo punto (Los celtas en la Península) está dedicado precisamente a examinar cada una de estas áreas a partir de un análisis com-parativo de los datos proporcionados por la Geografía con otros textos antiguos, así como con la información epigráfi ca y arqueológica. Como conclusión, García Quintela afi rma que Estrabón se muestra “coherente en su uso del término ‘celta’ y sus derivados cuando le sirve para identifi car a ciertas poblaciones” (p. 138), aunque admite también una clara asimetría en el tratamiento dado a cada una de estas partes, hecho que puede achacarse a las limitaciones de sus fuentes, especialmente Posidonio de Apamea.

Por lo que respecta a la traducción propiamente dicha, y sin entrar en aspectos fi lo-lógicos, nos encontramos ante un texto cuidado, bien organizado, con un aparato crítico imponente y muy actualizado, que viene a superar cuantitativa y cualitativamente las apor-taciones realizadas en las anteriores ediciones de Schulten y García y Bellido (recordemos que la traducción de Mª José Meana publicada por la editorial Gredos no iba acompañada de comentarios sino sólo de breves notas aclaratorias). Éste se compone, por un lado, de las propias notas a pie de página, destinadas a apoyar la comprensión interna del texto o a glosar la información aportada por Estrabón a la luz de la investigación moderna. En ellas los editores presentan variantes de nombres propios, topónimos y etnónimos; argumen-tan las opciones textuales asumidas para los fragmentos corruptos; resuelven cuestiones puntuales de inteligibilidad; introducen aclaraciones sobre la articulación y la estructura de las descripciones geográfi cas y etnográfi cas, haciendo especial hincapié en el tema de las distancias y su proyección sobre el mapa, la articulación de los espacios a través de ejes diagramáticos (ríos, montañas, etc.) o la distribución de los grupos étnicos; explican o interpretan noticias concretas de índole histórica, geográfi ca, etnográfi ca, literaria, etc. (p. 11). Se observa, no obstante, un desequilibrio entre algunas notas particularmente extensas o reiterativas y otras en las que cabría esperar un comentario más minucioso, sobre todo en aquellos pasajes que revisten especial complejidad o han sido objeto recientemente de algún tipo de revisión o debate, como ocurre con la mención a Betis, una supuesta colonia vecina a Hispalis (3.2.1), o a las reuniones celebradas por los gaditanos en la ciudad de Asta (3.2.2).

Por otro lado, un glosario recoge todos los nombres propios y gentilicios relevantes, que aparecen siempre en el texto precedidos por el símbolo (°). Su objetivo es “aclarar y ampliar la información al lector sobre términos geográfi cos, etnográfi cos, personajes mí-ticos e históricos, y autores antiguos citados reiteradamente cuya comprensión detallada permite profundizar en el contenido del Libro III. Su consulta posibilita, además, tener una perspectiva más amplia de cada entrada a través de las fuentes y la bibliografía comple-mentaria” (p. 11). Constituye, pues, una herramienta de gran ayuda para el investigador, ya que proporciona un acceso rápido a toda la información histórica y arqueológica disponible sobre lugares y personas de especial interés, así como el estado de la cuestión en relación con los principales temas a debate.

Cierran la obra un elenco cartográfi co y un nutrido repertorio bibliográfi co que si bien, como advierten los autores, “no pretende ni puede ser exhaustivo”, sí es lo sufi ciente-mente amplio y está lo sufi cientemente actualizado como para permitir una aproximación bastante holgada a cada una de las cuestiones tratadas ya sea en la traducción como en la

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presentación, desde las más generales -aspectos de la tradición geográfi ca antigua, la etno-grafía griega, el problema de los celtas, etc.- hasta las más específi cas: nombres propios de personas y lugares, acontecimientos y noticias cuyo estudio ha sido abordado por la fi lolo-gía, la historia documental o la arqueología.

No cabe duda de que detrás de este volumen se esconde una labor ímproba de reco-pilación y revisión, compleja y minuciosa, que sobrepasa con creces las expectativas que ciertamente podía generar una simple traducción al castellano de la Geografía de Iberia. En defi nitiva, nos encontramos ante una herramienta extraordinariamente útil tanto para el especialista como para el investigador que se acerca por primera vez a la obra de Estrabón, ya sea desde la historia o la arqueología. Una edición que está llamada a convertirse en el futuro en lugar de referencia insoslayable para el estudioso de la Hispania antigua.

FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ

L. CECCARELLI, Contributi per la storia dell’esametro latino, Roma, Herder, 2008, 2 vols., 238 + 110 pp.

Conocido sobre todo por sus ensayos sobre la métrica latina arcaica, entre los que la Bibliografía publicada en 1991 (“Prosodia e metrica latina arcaica 1956-1990”, Lustrum 33 [1991] 227-400) sigue siendo un instrumento imprescindible, Lucio Ceccarelli es autor además de buen número de títulos sobre temas como los loci Iacobsohniani, la norma de Meyer y los cortes de los versos yambotrocaicos; en los últimos años, sus artículos sobre Claudiano, Ausonio y Ennodio han aportado nuevos elementos al inmenso panorama de la métrica dactílica latina.

Es al hexámetro latino al que dedica esta vez su trabajo. Con amplias perspectivas y abordando un impresionante corpus de versos, Ceccarelli ha elaborado un detallado y siste-mático estudio diacrónico. Fueron los clásicos trabajos de G. E. Duckworth, en los años 60 del pasado siglo, los primeros en llamar nuestra atención de modo también ya sistemático sobre las principales fi guras de la poesía dactílica latina, en particular sobre Virgilio, y, hasta la aparición del libro de Ceccarelli, aquellos trabajos nos han venido proporcionando la base estadística más amplia sobre el verso épico.

Manifi esta con razón el autor en su prólogo que a menudo los datos no se recogen sobre la totalidad de las obras examinadas, sino sobre muestras; no es éste su caso, ya que el libro presenta los resultados de una escansión completa y sistemática de los textos, per-tenecientes a 800 años de la historia del verso. Semejante empeño precisa una considerable tarea previa; excepto en el caso del poema 64 de Catulo, los versos de Virgilio y el Ars poe-tica de Horacio -datos tomados, como indica el autor, de los análisis métricos publicados por Ott entre 1970 y 1985-, el resto de los textos -más de 140.000 versos- ha sido objeto de escansión por parte del propio Ceccarelli.

El libro consta de dos volúmenes, el segundo de los cuales contiene las tablas que en el primero se explican detalladamente. El primer volumen está dividido en dos grandes secciones cronológicas, la primera de las cuales va de los inicios a Juvenal (dejando aparte a Ennio y a Lucilio por su carácter fragmentario, aunque son numerosas las referencias a

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Ennio a lo largo de la obra), mientras que la segunda trata el hexámetro tardío. En cada una de estas dos secciones, se estudian a partir de los datos recogidos en la escansión los principales elementos que dibujan toda la variedad posible en el hexámetro: la realización del esquema métrico (dáctilos, espondeos), el tratamiento de la cláusula, los cortes, los encuentros vocálicos. Tras la exposición de los datos obtenidos, éstos se relacionan entre sí para extraer conclusiones.

A la vista de la enorme cantidad de cifras y porcentajes obtenidos, esas conclusio-nes del autor no pueden ser sino complejas. Puede decirse, en general, que, si bien los hexámetros previrgilianos presentan, como era de prever, algunos rasgos comunes -mayor frecuencia de SP, escasez de cesuras trocaicas-, hay grandes diferencias entre los autores, de lo que puede ser una muestra extrema el opuesto porcentaje de encuentros vocálicos entre la poesía de Ennio y la de Lucilio. Para Ceccarelli, los autores previrgilianos habían desarrollado sólo parcialmente las posibilidades del hexámetro; Cicerón (como ya apuntara J. Soubiran en Cicéron, Aratea. Fragments poétiques [Paris 1972]) puede considerarse el creador del hexámetro latino clásico, que será consolidado por Virgilio mediante la elec-ción de determinadas secuencias de dáctilos y espondeos, así como la estabilización de las cesuras y de las cláusulas canónicas; naturalmente, el Horacio de las Sátiras -género opuesto al épico y que a partir de Horacio seguirá inserto en el molde dactílico- subvierte intencionadamente las normas virgilianas. Los autores postclásicos y tardíos contarán con dos modelos principales: Virgilio y Ovidio, que es, por ejemplo, mucho más dactílico que el primero; partiendo de ellos y en ocasiones mezclando los estilos métricos de ambos, sus sucesores continuarán explorando las posibilidades del hexámetro.

Un trabajo tan lleno de datos y de tan amplio espectro cronológico deja, forzosamen-te, muchos cabos sueltos, que se quisiera ver tratados en profundidad. El propio autor lo sabe, y en más de una ocasión -por ejemplo, al referirse a la sinalefa en p. 125-, lamenta no poder abordar en este libro el estudio de su frecuencia, la cantidad de las sílabas impli-cadas y otros muchos aspectos que sin duda aclararían mucho más el panorama; para este tema, envía, naturalmente, al célebre trabajo de Soubiran (L’élision dans la poésie latine [Paris 1966]). También los hexámetros espondaicos, la métrica verbal y otros rasgos que confi guran el estilo de cada poeta dactílico quedan para otra ocasión, así como una expli-cación detallada de la llamativa abundancia de encuentros vocálicos en el Virgilio de las Geórgicas y la Eneida (véase un primer intento de explicación del fenómeno en pp. 127-8). Es, desde luego, tarea difícil relacionar todos los fenómenos estudiados, y también exige el esfuerzo del lector, como cuando, en la segunda parte, se relacionan los hexámetros tardíos con los rasgos apreciados en sus predecesores. Evidentemente, es necesario tener ante los ojos el volumen II para entender el I; pero en algún caso, verbigracia la denominación de las cláusulas, aclarada en nota 110, quizás hubiera sido mejor incluir esta nota en el propio texto. Sin duda el estudio es amplio, concienzudo y detallado; por ello requiere -y merece- una lectura atenta. Ofrece, asimismo, una valiosa y actualizada bibliografía sobre todos los aspectos abarcados. Estos Contributi, cuyo título manifi esta una humildad encomiable, son mucho más que una contribución: nos proporcionan -y sin duda también al propio Cec-carelli, que ha de seguir investigando sobre el tema- una base sólida, fi able y sumamente estimulante desde la que abordar el enorme y variado paisaje del hexámetro latino a lo largo de su historia.

ROCÍO CARANDE HERRERO

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FELIX TEICHNER, Entre tierra y mar. Zwischen Land und Meer. Architektur und Wirts-chaftsweise ländlicher Siedlungsplätze im Süden der römischen Provinz Lusitanien (Portugal), Mérida, Museo Nacional de Arte Romano (Studia Lusitana 3), 2008, 2 vols., 666 pp + 246 pp.

El presente estudio se incluye en la prestigiosa serie internacional Studia Lusitana que desde 2002 viene editando una serie de monografías imprescindibles para la compren-sión del fenómeno de la romanización en su vertiente arqueológica en esta provincia hispa-na. A los dos anteriores, dedicados a termas y balnea en la Lusitania romana (M. P. Reis) y a esculturas romanas en Portugal (Rodrigues Gonçalves), se une ahora este completo y ex-haustivo, en muchos aspectos, estudio compilado por el profesor F. Teichner, de la Goethe Universität en Frankfurt am Main, bien conocido en los medios científi cos por sus previos trabajos en el Algarve o en Munigua. En esta obra se ofrece una síntesis de la ocupación rural en el área meridional lusitana mediante el análisis de un conjunto de uillae, en prin-cipio desde una perspectiva formal y arquitectónica, que se verá ampliada en un segundo momento con la inclusión de los resultados anteriores en una aproximación más global e histórica donde tienen cabida consideraciones de tipo económico, social e ideológico.

La obra se articula en dos volúmenes de gran formato, que cuentan con la gran venta-ja, ciertamente no usual, de ofrecer un amplísimo aparato gráfi co y de gran calidad, sin las restricciones tan usuales en otras publicaciones de este tipo. El segundo volumen se ha de-dicado al catálogo de hallazgos, ordenados según grupos de material, la bibliografía, varios anexos (restos faunísticos, analíticas de caementicium, lectura de grafi tos), y un completo repertorio de 205 láminas que se añaden a las 313 ilustraciones que acompañan el texto en el primer volumen.

Como se ha dicho, esta obra presenta los resultados obtenidos por la investigación de la ocupación rural en el sur de Lusitania, a través del prisma de cinco asentamientos rurales específi cos, cuatro de ellos ubicados en la costa -Abicada, en Mexilhoeira Grande; Cerro da Vila y Marmeleiros, en Vilamoura; Milreu, en Estói-, y uno en el interior, Monte da Nora, en Terrugem, en el Alemtejo, a caballo entre Olisipo y Emerita. Dos de ellos -Monte da Nora y Marmeleiros- estaban inéditos, mientras que Milreu es un yacimiento muy conocido en la literatura arqueológica a partir de las investigaciones desarrolladas en el lugar por el DAI desde 1964. El trabajo se inserta en un proyecto de investigación de la Universidad de Frankfort que tiene como objetivo el estudio de estos cinco asentamientos, de su realidad formal y de su evolución histórica en el conjunto de la cultura provincial romana y de los cambios que ésta experimenta. El conjunto ofrece así, una síntesis muy completa se las diferentes estrategias de explotación del territorio, pues a uillae del interior de vocación puramente agraria como Monte de Nora, se unen establecimientos industriales de carácter costero (Cerro da Vila) o estaciones pesqueras de menor tamaño que la anterior (Marmelei-ros), así como una uilla marítima (Abicada) y un vasto complejo residencial suburbano con una decidida vocación de producción olearia y vinaria (Milreu).

La obra se organiza en 13 capítulos. Los dos primeros son de carácter historiográfi co y metodológico, presentando la prehistoria y marco organizativo del proyecto de investi-gación que aborda el estudio, así como el estado de la investigación, planteamiento y pro-cedimiento del análisis; en este sentido se analizan los tipos básicos de los asentamientos rurales en época imperial, con la problemática de la defi nición de la terminología referida a los asentamientos rurales (uilla, aglomeración rural) y los criterios socioeconómicos y no

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exclusivamente los referidos a la economía agrícola. En este apartado se incluye también un recorrido sobre el desarrollo de la arqueología provincial romana en Portugal, con especial atención a los asentamientos al sur del Tajo.

Los siguientes cinco capítulos, del 3º al 7º, presentan los resultados del estudio con-creto de cada uno de los asentamientos. Obviamente el nivel de detalle del análisis es muy diferente, pues frente a asentamientos reducidos como Monte de Nora, una uilla rustica (¿Montobriga?) o Marmeleiros, una pequeña estación pesquera junto a una uilla, Milreu o Cerro da Vila ofrecen un panorama mucho más complejo donde el autor desgrana precisa y meticulosamente cada uno de los sectores integrantes del conjunto y sus espacios fun-cionales, con un exhaustivo tratamiento formal y arquitectónico, así como del desarrollo y transformaciones experimentadas por las unidades de vivienda y los sectores productivos a lo largo del tiempo. Pues, efectivamente, Milreu y Cerro da Vila constituyen la base fundamental del estudio, con una detallada exposición de sus partes urbanae, de sus fases y evolución constructiva, decoración musivaria, ámbitos que la componen, espacios de representación, termas, ninfeos, mausoleos, edifi cios de culto, etc. La misma precisión se aplica a la descripción de las áreas funcionales que componen las partes rusticae de ambos asentamientos, en el caso de Milreu con su torcularium de cinco vigas -el mayor excavado en Lusitania-, lagar, granero y edifi cio para los trabajadores del complejo; por su parte, en Cerro da Vila destacan en este ámbito los edifi cios e instalaciones industriales para el pro-cesamiento del pescado (cetariae) y tintes, como corresponde a un establecimiento costero y lagunar cuya vida productiva depende directamente de este medio.

Tras la presentación de la evidencia arqueológica, los tres capítulos siguientes pro-ceden a un acercamiento desde una perspectiva relacional. El octavo analiza los edifi cios de hábitat de los asentamientos rurales entre fi nes de la Edad del Hierro y los inicios de la época medieval, incluyendo las formas constructivas de la población indígena, los edifi cios de la primera generación de colonos, la aparición de la planta en peristilo de momentos medioimperiales y la generación y evolución adaptativa de la compleja arquitectura de lujo tardorromana que tan excepcional representación tiene en Milreu. Se incluyen en este apartado, asimismo, fórmulas y aspectos más específi cos relacionados con el hábitat como lo referido al atrium testudinatum, aprovisionamiento de agua y balnea, saneamiento y letrinas, edifi cios sepulcrales y de culto.

Si en el apartado anterior el propósito era el estudio de las viviendas como expresión de las posibilidades económicas de los poseedores de los inmuebles, en el capítulo siguiente el objetivo específi co es el análisis arquitectónico y funcional de los ámbitos económicos de las uillae como efectivo fundamento fi nanciero de sus dueños. Se analizan pormeno-rizadamente los diferentes espacios funcionales operativos en las partes rusticae de los asentamientos en estudio, tanto en sus formas arquitectónicas básicas como desde una pers-pectiva funcional: espacios de almacenamiento (dolia, silos, horrea); naves de trabajo y alojamiento de trabajadores, de usos polifuncionales; hornos y fi glinae; prensas olearias y vinarias, con sus componentes (areae, lacus, arbores, contrapesos, metae, catilli). En fi n, una atención especial se aplica a la exposición de las instalaciones de vocación industrial ubicadas junto a las riberas marítimas, en atención al peso que la economía de explotación de los recursos marítimos tiene en todo el litoral portugués: cetariae y tinctoriae de Cerro da Vila y, en menor medida, de Abicada y Marmeleiros, son, en este sentido, una excelente muestra de la diversifi cación de intereses en las bases económicas de los asentamientos lusitanos del Algarve.

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El capítulo 10 ofrece, de forma reasuntiva, la valoración histórica del asentamiento romano en el sur de Lusitania, mediante la contextualización de los resultados expuestos sectorialmente en los apartados anteriores del estudio, centrados especialmente en los as-pectos arquitectónicos y productivos. En este apartado, sin embargo, se procede a interpre-tar la información particular de los asentamientos en el contexto general de la evolución de la provincia de Lusitania, desde una perspectiva diacrónica. Así, partiendo de los primeros contactos con Roma en época republicana, centrados particularmente en la experiencia de la población indígena de Monte de Nora, se analizan las implicaciones que sobre el resto de establecimientos tuvo la conquista y formalización de la provincia entre los momentos tardorepublicanos y la época fl avia, con la implantación de población itálica, las primeras fases de la ocupación de las llanuras sudlusitanas en el contexto de la colonización au-gustea y el decidido avance de las formas culturales romanas perceptibles en el discurso arquitectónico de Milreu. La generalización del ius Latii acentuó esta línea evolutiva de expansión de la romanización, refl ejado en el fl orecimiento de la arquitectura y los sistemas productivos en Cerro da Vila y Milreu a inicios del siglo II d.C., que irán ampliándose y renovándose conforme avance el tiempo. Como resultado del análisis se obtienen algunas conclusiones históricas de la mayor relevancia; es el caso de la hipótesis que mantenía la existencia de una compatibilidad de usos temporales y estacionales entre las actividades agrícolas y las de producción de garum y púrpura en las uillae lusitanas; por el contrario, la evidencia expuesta en el estudio apunta claramente a la incompatibilidad entre usos agríco-las-pastoriles y los derivados de la explotación de la riqueza marítima (pesca, salsamenta, tintes), por lo que se impone la idea de la especialización de las actividades pesqueras en los asentamientos rurales como Cerro da Vila, realmente aglomeraciones secundarias (uici) de carácter mercantil donde primaba la especialización y división del trabajo enfocada a la exportación de la producción.

La revisión de la idea de la crisis del siglo III d.C. en los territorios sudlusitanos es otra de las novedades que emerge claramente de este estudio. Los datos de las excavaciones de Milreu y Cerro da Vila evidencian con nitidez la continuidad del hábitat y de los sectores productivos, que conocen asimismo ampliaciones y renovaciones durante dicha centuria, aumentando la capacidad productiva a partir del añadido de nuevos espacios, refl ejando de esa manera la progresiva independencia económica de Lusitania respecto a la Baetica y el Círculo del Estrecho. Entre la primera tetrarquía y el siglo V se alcanzará el máximo fl orecimiento de la cultura romana según se desprende de la evidencia monumental en Milreu y Abicada, donde los esquemas edilicios se renuevan y amplían según las fórmulas arquitectónicas imperantes en la fecha, patentes en la ampliación de los elementos de repre-sentación y monumentalización de los espacios de habitación, así como en la erección de imponentes edifi cios de culto, en principio paganos, más tarde cristianos. Mientras tanto, en las aglomeraciones industriales como Cerro da Vila se evidencia una realidad similar en los espacios de hábitat, compatible con la continuidad operativa de sus espacios productivos, no exentos por otra parte, de una mayor racionalización en sus formas de explotación.

Durante el resto de la etapa tardoantigua estas líneas generales de la evolución de los asentamientos rurales se mantendrán plenamente operativas, dominando la idea de la continuidad de las formas de explotación agraria y pesquera, compatibles con adaptacio-nes de ámbitos concretos a las condiciones que se van imponiendo a partir del siglo VI. A la llegada del mundo árabe estos establecimientos mantienen sus condiciones de vida tradicionales, en una situación donde quizás el fenómeno más relevante desde la óptica del

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patrón de asentamiento sea la progresiva desvirtuación de la división tradicional entre pars urbana /domus y pars rustica/fabrica, con la reducción y multiplicación de las unidades de hábitat y la progresiva subdivisión de espacios, salas, patios y pórticos. Serán cambios en las condiciones naturales del entorno de los asentamientos y alteraciones en el medio ambiente, ya en los siglos XI-XII, los que pondrán fi n a una trayectoria histórica comenzada a inicios de la época imperial.

La obra se completa con unos resúmenes en alemán, portugués, español, francés e inglés, y una serie de anejos, que conforman los capítulos 12 y 13, relativos a pormenores de las técnicas constructivas (tipología de conducciones de agua, formas y medidas de los ladrillos) y listados de difusión de alfarerías de ánforas en la Lusitania portuguesa, de prensas rurales, de instalaciones industriales para el procesado de recursos marítimos y de hallazgos arqueológicos en el área de los asentamientos estudiados.

En defi nitiva, no cabe duda de que el trabajo que hoy nos ofrece el profesor Teichner va a convertirse en el futuro inmediato en la obra de referencia imprescindible para todo aquel que se acerque a la realidad de los establecimientos rurales en el sur de Lusitania, y, por ampliación, su consulta se hará también inexcusable para otros ámbitos como los de la vecina provincia de la Baetica, cuyas circunstancias geográfi cas y evolución histórica muestran unas similitudes tan evidentes con las de la Lusitania.

SALVADOR ORDOÑEZ AGULLA

F. CHIAPPETTA, I percorsi antichi di Villa Adriana, Edizioni Quasar, Roma 2008, 307 pp.

A nadie escapa que para cualquier investigador, la oportunidad de poder dedicar su atención a Villa Adriana es siempre un privilegio. No obstante, lo cierto es que ello consti-tuye también una gran responsabilidad, en tanto que supone investigar sobre uno de los más conspicuos exponentes de la arquitectura romana, a cuya importancia intrínseca se suma la difi cultad de aproximarse al más claro ejemplo de la compleja capacidad creativa de la arquitectura adrianea, en muchos aspectos revolucionario para su momento.

La monografía de reciente publicación de Federica Chiappetta, I percorsi di Villa Adriana, es muy ambiciosa en lo concerniente al objetivo que persigue. Tratar de identifi car los diferentes itinerarios de los distintos usurarios con que contó un conjunto de la comple-jidad de Villa Adriana, constituye una empresa difícil que cuenta con algunas limitaciones que difi cultan el propio desarrollo del trabajo.

Sin duda, la más importante de ellas es la ausencia de conocimiento exhaustivo y pormenorizado con que contamos en no pocos edifi cios de la Villa. Ello se traduce, por un lado, en el hecho de que algunos de los edifi cios del magno complejo no han sido com-pletamente excavados, o bien, no se conservan en condiciones óptimas como para que puedan ser analizados minuciosamente. Con lo cual, se hace difícil profundizar en detalles concernientes a la conformación interna de sus espacios y, con ello más aún, en los deriva-dos de los itinerarios de sus usuarios. Por otro lado, algunos edifi cios no pueden ser objeto hoy de nuestra autopsia directa, por encontrarse enterrados o cubiertos de maleza, por lo que, como bien hace la autora, se hace necesario recurrir a la cartografía histórica de la Vi-lla, especialmente a través de los planos de Piranesi, para aproximarse a su conocimiento.

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Ahora bien, como ya ha quedado demostrado1, se debe tener en cuenta que la fi abilidad de estos diseños es limitada y su utilización en detalle en muchos casos puede inducir a error, a consecuencia de las imprecisiones e incluso invenciones que en algunos edifi cios se ha comprobado que incorporan.

También se debe tener en cuenta que lo cierto es que en la actualidad no contamos con una planta moderna sufi cientemente detallada, que permita al investigador aproximarse con detalle a problemas específi cos y de conjunto de la Villa. La conocida como la “Planta de los Ingenieros” de 1905, no se debe olvidar que representa la situación en la que se encontraba la Villa en el momento en que se levantó el plano, sin interpretación alguna de los edifi cios y con importantes imprecisiones como consecuencia de las circunstancias antedichas. Por su parte, la planta de E. Salza Prina Ricotti, aunque muy meritoria por ser el fruto de su pro-pia labor de diseño personal, no recoge en detalle la confi guración interna de los edifi cios. Finalmente, el plano recientemente elaborado por el equipo dirigido por G.E. Cinque viene en buena medida a paliar todas las carencias endémicas con que ha contado la representa-ción cartográfi ca de Villa Adriana, si bien todavía no ha sido publicado con sufi ciente deta-lle como para que pueda ser utilizado como instrumento de trabajo por otros investigadores.

Una revisión detenida de la cartografía ofrecida por F. Chiappetta, tanto en lo con-cerniente a la planta general desplegable que incluye al fi nal de su trabajo, como en lo que se refi ere a los planos de detalle que se distribuyen a lo largo de la obra, deja sobrada constancia del esfuerzo que ha llevado a cabo la autora de elaboración de una planimetría propia, a partir de la reelaboración de la preexistente. Si bien, como consecuencia tanto del esfuerzo que sólo esa labor conlleva, como de la ausencia de la preceptiva contrastación sobre el terreno, en algunos casos se observan errores, que sin embargo no son herencia de la cartografía preexistente.

El esfuerzo realizado en la elaboración de la cartografía que apoya las interpreta-ciones está equiparado al resto de la información contenida en el trabajo. La obra está claramente diferenciada en dos grandes bloques. En el primero de ellos trata los distintos itinerarios de los diversos usuarios que de una manera u otra deambularon por la Villa, mientras que en el segundo incorpora un catálogo muy exhaustivo e individualizado de los edifi cios que conforman el gran complejo. En el catálogo se observa perfectamente que la autora conoce a fondo la amplia literatura científi ca con que cuenta Villa Adriana, aunque lo cierto es que su elaboración supone un importante esfuerzo que trasciende del propio objetivo del trabajo. Se observa también cierta descompensación entre el catálogo y el análisis de los itinerarios, que no siempre son tratados con el grado de minuciosidad que precisaría un problema de la complejidad del que se ha elegido y, con ello, no se explican pormenorizadamente ni su justifi can los recorridos que en su plasmación gráfi ca en muchos casos son representados con sumo detalle.

La empresa que asume la autora en su obra es verdaderamente ingente, también en tanto que cuenta con distintas vertientes que es necesario entender con precisión si se quiere llegar a buen puerto en tan complicada tarea. Entre ellas, quizás destaca especialmente la de los propios usuarios de la Villa. En la obra se distingue entre el itinerario de Adriano, de Sabina, de la corte, de los huéspedes y del personal de servicio. Entiendo que la división

1 Al respecto vid., entre otros, R. Hidalgo, “Piranesi y el dibujo preparatorio de la ‘Pianta delle fabriche esistenti nella Villa Adriana’ del Museo de San Martino en Nápoles”, Homenaje a Pilar León (Córdoba 2006) 281-300.

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es oportuna. Si bien, las consecuencias que en relación con la propia interpretación del con-junto conlleva la propuesta de estos itinerarios en concreto, hace necesario que se hubiera abordado con sufi ciente detalle y refl exión el propio signifi cado y función de la Villa -sobre cuyo carácter ofi cial no está toda la investigación de acuerdo-, y, sobre todo, el problema del papel y funciones que desempeñarían cada uno de los grupos de usuarios en el complejo.

En el análisis individualizado de los edifi cios se plantean hipótesis interpretativas, que por su trascendencia deberían ser convenientemente argumentadas. Este es el caso, a modo de ejemplo, de la propuesta de identifi cación de la “Palestra” con un castrum (p. 147). Tanto por su carácter novedoso, como por contradecir las hipótesis que tradicionalmente se han formulado sobre el edifi cio y, sobre todo, por no corresponder las evidencias conocidas de una manera clara a tal categoría arquitectónica, debería haber sido sufi cientemente justifi cada.

Del mismo modo, en el estudio individualizado de los edifi cios se aceptan algunas de las hipótesis interpretativas planteadas por otros investigadores, sin discusión sobre otras propuestas existentes sobre esos mismos edifi cios, susceptibles de ser también tenidas en cuenta, y sin justifi cación de la preferencia en la elección de una con respecto a otras. Este es el caso de la “Academia”, en la que se decanta a favor de la propuesta de E. Salza Prina Ricotti de identifi car la zona como el área reservada a Vibia Sabina. No obstante, lo cierto es que es bien difícil sustentar la interpretación pormenorizada del circuito de tránsito de este sector de la Villa a partir de su supuesto uso por Vibia Sabina, cuando realmente la adscripción de esa zona a la emperatriz sólo reviste el carácter de hipótesis, que por otro lado no es aceptada por toda la investigación especializada.

De los edifi cios que se tratan en detalle en cada uno de los recorridos propuestos me centraré especialmente en el “Teatro Greco” (pp. 90, 122, 286-289), por ser su excavación y estudio actual cometido de quien suscribe estas líneas y, por otra parte, por ser lo que me ha movido a su redacción.

Uno de los aspectos que primero llaman la atención en relación con lo expuesto sobre este edifi cio es su propia plasmación gráfi ca. El plano del “Teatro Greco” cuenta con importantes errores, que no siempre forman parte de los incorporados por la cartografía antigua. Especialmente destaca la deformación de las estancias situadas al este del teatro. En contra de lo que en la actualidad se puede perfectamente observar in situ y en contra de lo representado en toda la cartografía histórica, en ellas se ha hecho conectar el muro de contención que delimita el espacio ocupado por el teatro con el que sustenta el graderío, eliminando el amplio espacio abierto que permitía la comunicación con esta zona. Por otra parte, la estructuración y conformación de estas estancias ha sido considerablemente alte-rada, de manera que no coinciden tampoco con lo conservado in situ ni con lo dibujado por otros. Además, estas estancias, que entendemos desempeñan un papel importante en el uso del teatro, se dejan al margen de todos los itinerarios y usuarios propuestos, como si nunca hubieran sido usadas.

La planta del teatro es muy deudora del plano de los ingenieros de 1905, lo que tam-bién conduce a la autora a errores a la hora de interpretarlo. En ese sentido, los escalones que actualmente se disponen en el centro de lo que fue la cavea, se interpretan como las escaleras originales que permitían la distribución de los espectadores por el graderío, mien-tras que los tres bancales de tierra que en la actualidad se conservan también en el interior del edifi cio, a modo de gradas, y que aparecen igualmente en el plano de los ingenieros, se interpretan como las únicas gradas con que contó el teatro.

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Ahora bien, una mera observación detallada de las escaleras axiales permite observar, además de la circunstancia de estar conformada por peldaños irregulares claramente reutili-zados, que se han dispuesto directamente sobre tierra, lo que permite descartar taxativamen-te que puedan corresponder a la obra original. Algo similar se puede decir de los bancales que se disponen en el graderío, conformados por un simple relleno de tierra sostenido por un sencillo muro de contención. Por otro lado, tanto las escaleras como los bancales se encuentran a una altura muy inferior a la de la bóveda de la galería perimetral sobre la que necesariamente apoyaba el graderío, circunstancia que permite también descartar que tanto las escaleras como los bancales pudieran corresponder a la obra original. Ambas estructu-ras, junto a otras actuaciones que trascienden al “Teatro Greco”, están muy probablemente en relación con la sistematización que llevó a cabo el conde Fede en esta zona, que en buena medida funcionaba como ingreso y vestíbulo de su conocido “casino”.

Como consecuencia de tales presupuestos, se propone un graderío excesivamente reducido, conformado sólo por tres fi las de gradas, que se opone a lo que se puede inferir a partir de lo que hoy se conoce del interior del edifi cio.

De igual modo, no se adscribe a ningún uso ni tránsito concreto la zona perimetral del graderío, coincidiendo con la galería anular abovedada que discurre por ese sector, cuya función no era otra que la de sustentar el tramo más alto del graderío, que realmente se extendería hasta el perímetro del edifi cio.

Algo similar ocurre con la zona baja. Al no incluir más gradas en este espacio, se entiende que la orchestra se encontraría al inicio de la primera grada -identifi cada con el primero de los bancales-, coincidiendo aproximadamente con la altura a la que actualmente se encuentra el terreno en el interior del teatro. Pero nada más alejado de la realidad. Como hoy sabemos perfectamente2, la orchestra se encuentra a más de dos metros por debajo del nivel actual del terreno, con lo que, aun partiendo de la errónea identifi cación de los banca-les con gradas, éstas se deberían proyectar con nuevas fi las hasta conectar con el nivel de la orchestra, aumentando en consecuencia también en esa dirección el reducidísimo número de gradas que se propone.

El error se reproduce de nuevo en las escaleras que se diseñan en el extremo oeste del teatro, tomadas del plano de 1905. De la posible existencia de tales escaleras en la obra original no existe evidencia alguna, directa ni indirecta, por lo que deben ser descartadas. Sí se conservan, sin embargo, otras, sólo en sentido ascendente, en un punto más avanzado del perímetro del graderío, que, a pesar de que hoy quedan perfectamente a la vista, no aparecen refl ejadas en los planos del teatro. Tampoco aparece recogido en la cartografía y, con ello, tampoco en la interpretación de los circuitos de tránsito, el pasillo perimetral que rodeaba el graderío, con el que conectaba la mencionada escalera.

De la misma manera, no se incluye ninguno de los vanos que comunicaban la fachada oeste del teatro con la galería anular situada bajo el graderío, que precisamente constituía el principal distribuidor del tránsito hacia la zona media y alta de las gradas.

Prácticamente todo lo antedicho es debido a que la información cartografía preexistente del “Teatro Greco” no ha sido sometida a la necesaria contrastación sobre el terreno, que habría sido muy aconsejable para partir de un conocimiento riguroso del monumento. Y la consecuen-

2 Vid. R. Hidalgo y P. León, “Excavación arqueológica en el “Teatro Greco” de Villa Adriana. Resultados de la primera campaña (2003)”, Romula 3 (2004) 173-218.

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cia es que la hipótesis sobre los posibles itinerarios de sus usuarios que fi nalmente se propone es incorrecta, a causa de la defi ciente comprensión del edifi cio, y excesivamente simplista.

Algo similar se puede decir del otro teatro con que contó la Villa, el conocido como “Odeón” (pp. 39, 59, 91, 114, 122, 246-249). En este caso también la información con que en la actualidad contamos en relación con este otro edifi cio de espectáculos y la situación en la que se conserva, constituyen importantes limitaciones para poder llevar a cabo cualquier tipo de aproximación en profundidad a su conocimiento y comprensión. En lo concerniente al estado en el que se encuentra el monumento, su localización fuera del área de propiedad pública, en la propiedad Bulgarini, ha propiciado que tradicionalmente se haya mantenido totalmente cubierto de maleza, oculto casi en su totalidad y, por ello, en un estado en el que es imposible su estudio. Por otro lado, la documentación previa de que disponemos para aproximarnos de manera indirecta al monumento cuenta, como en otros muchos casos de la Villa, con ciertas complicaciones, que deben ser tenidas en cuenta para poder llevar a cabo un estudio riguroso. En ese sentido, las plantas con que contamos son prácticamente las levantadas por Piranesi y Pannini, sin que contemos con ninguna diseñada en tiempos más recientes. En ambos casos, el hecho de que no puedan ser contrastadas, obliga, en la línea de lo antedicho, a utilizarlas con cautela y, por ello, difícilmente se pueden aceptar como único instrumento para alcanzar un conocimiento preciso y detallado del monumento.

Con independencia de estas cuestiones, en relación con la interpretación del circuito de tránsito se observan aspectos susceptibles de ser tratados con más detalle. Entre otros, que no citaré en aras de la brevedad, en cuanto al acceso del emperador y su localización en las gradas del teatro, se propone una ubicación no especialmente destacada en la zona baja del centro del graderío, mientras que para la construcción de planta circular de la zona alta se mantiene la interpretación tradicional como sacellum in summa cavea. Sobre la ubica-ción del emperador en el teatro creo que es interesante tener en cuenta lo que actualmente se sabe del otro con que contó la Villa, el “Teatro Greco”, y en concreto la posible adscripción de la estructura de la summa cavea no a sacellum sino a pulvinar imperial. En el caso del “Odeón” se da además la circunstancia de que la plataforma que presumiblemente se dispo-ne delante del edifi cio circular, coincide en buena media con la estructuración del pulvinar que el propio Adriano construye en el odeón de la villa imperial de Possilipo, que podría ser un excelente paralelo para la posible interpretación de este otro.

En defi nitiva, la obra supone un tremendo esfuerzo, que se ve superado por la com-plejidad de tema elegido. Creo que habría sido más substancioso centrar la atención en un edifi cio o zona concreta de la Villa, en especial en alguna de las que se conocen con más de-talle y en las que una propuesta de reconstrucción de itinerarios habría alcanzado mayores visos de verosimilitud, proporcionado con ello una aportación más correcta y útil.

RAFAEL HIGALDO

JOSÉ BELTRÁN FORTES, MOHAMMED HABIBI (eds.), Historia de la arqueología en el norte de Marruecos durante el periodo del protectorado y sus referentes en Espa-ña, Córdoba, Universidad Internacional de Andalucía, 2008, 220 pp.

El libro que se reseña es un conjunto de ponencias que se expusieron en un curso organizado por la UNIA en la universidad de Tetuán durante el verano de 2007. Se trata

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de un profundo trabajo que abarca casi todas las épocas y etapas de la arqueología norte-marroquí, así como de la española.

La obra se compone de una presentación y nueve ponencias, editadas por José Beltrán Fortes. La primera se titula La arqueología en España durante la primera mitad del siglo XX. Apuntes sobre el marco constitucional, donde J. Beltrán intenta sacar a la luz la evolución de la arqueología en España a nivel institucional. En el segundo trabajo llamado La arqueología de Andalucía. Algunos ejemplos de actividades arqueológicas en la primera mitad del siglo XX también toma parte Pedro Rodríguez Oliva y tratan sobre la investigación arqueológica en algunos yacimientos andalusíes y la efi cacia de los méto-dos usados. La tercera ponencia descubre el temprano interés español hacia las Antigüe-dades de Marruecos; es un trabajo de E. Gozalbes Cravioto titulado Los españoles y las Antigüedades de Marruecos: de Ali Bey El Abbasi al inicio del Protectorado. La siguien-te es un texto sobre P. Quintero De Atauri. Apuntes de la arqueología hispano-marroquí, 1939-46, cuyo ponente es M. J. Parodi Álvarez, que trata de resaltar sus aportaciones ar-queológicas en España y Marruecos. En el quinto trabajo titulado Tarradell y la historio-grafía de la arqueología del norte de Marruecos, C. Arangui Gascó habla sobre Tarradell, fi gura muy representativa en la arqueología nortemarroquí. La siguiente disertación es de J. Ramos Muñoz, cuyo tema se refl eja en su título: La investigación de la prehistoria del norte de Marruecos en la primera mitad del siglo XX. Aproximación, contexto his-tórico y enfoques metodológicos, y que precisa detalles sobre la prehistoria del norte de Marruecos. El penúltimo trabajo es de M. Habibi, cuyo tema central es el patrimonio ar-queológico y la presencia fenicia en el norte de Marruecos, bajo el título de L’archéologie phénicienne au nord du Maroc: historiographie et archéologie. Por último, la aportación de A. Cheddad destaca el papel de la revista “Tamuda” como herramienta de apoyo para los temas arqueológicos hispano-marroquíes de diferentes épocas en el extenso artículo L’archéologie espagnole au nord du Maroc á travers la revue “Tamuda”.

En el primer artículo, J. Beltrán escribe sobre las instituciones arqueológicas, par-tiendo de 1840, cuando surge la primera Academia de Arqueología dedicada a activida-des históricas. Durante este siglo, al no haber instituciones, la arqueología se limitaba a la colección de piezas, por parte de funcionarios formados por la Escuela Diplomática. La existencia de inexpertos “arqueólogos” apoyados por la Academia de Historia y Bellas Artes ocasionó continuos fracasos. En este sentido, el cambió tuvo lugar a principios del siglo XX con la entrada en España de arqueólogos extranjeros. Los alemanes se dedi-caron a la Arqueología y Epigrafía hispanorromana; los franceses a la Protohistoria, la Prehistoria y al arte. Tras la creación de la Universidad Central y la Escuela Diplomática, la labor de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científi cas tuvo un alto rendimiento. Las publicaciones se basaban en piezas y patrimonio mueble. La iniciativa europea y las becas se desarrollaron en el campo de la interpretación histórica autoctonis-ta y difusionista. Por ejemplo, el Protectorado se caracteriza por la labor de Tarradell en el Museo Arqueológico de Tetuán.

En el segundo artículo, vuelve J. Beltrán junto con P. Rodríguez a exponer un exce-lente trabajo sobre el papel de la documentación en el desarrollo de la Arqueología espa-ñola a principios del siglo XX en un área geográfi ca cercana a Marruecos. En este sentido destacan las excavaciones de la mansio Cauiclum, situada en la misma zona mediterrá-nea, ya que no fueron sometidas a ningún procedimiento científi co al haber fi nalizado antes de la promulgación de la Ley de Excavaciones (1911), que era más rigurosa. En este

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contexto, se suma el problema de las excavaciones particulares hechas por afi cionados a la arqueología en busca de piezas arqueológicas. Por ello se incrementó la actividad ar-queológica del CSIC, del Museo Arqueológico Nacional y de las Universidades, gracias a reclamaciones de catedráticos en esta ciencia, mientras que los arqueólogos del anterior modelo de gestión del patrimonio arqueológico quedaron relegados a las excavaciones de Carteia. Ya en el S. XX, los estudios científi cos de Prehistoria progresaron al hallar una cueva con pinturas rupestres en Algeciras.

En el tercer capítulo del libro, E. Gozalbes presenta el viaje de Ali Bey El Abba-si, quien aportó vagas noticias sobre las antigüedades de Marruecos. Tras la guerra de Tetuán en 1859-1860, empezaron a proliferar algunas informaciones gracias a la misión cultural española encargada de buscar todo tipo de antigüedades. Los documentos de la época recogen datos sobre asentamientos prehistóricos del norte de Marruecos. A fi nales de siglo, se escribió mucho aunque sin novedad alguna debido a la ruptura de las relacio-nes hispano-marroquíes, que, por otra parte, conllevó la eliminación de algunos monu-mentos. En este período, cabe destacar a Cuevas, quien valoró los yacimientos del Norte de Marruecos romano en sus informes, como fruto de sus expediciones antes y después del Protectorado. Por otro lado, La Martinière afi rma que muchas ruinas fueron destrui-das por nacionales y extranjeros. En 1912, la JSMHA de Marruecos junto con indígenas iniciaron la conservación del patrimonio. Poco después, se descubrió Tamuda, que fue excavada por Montalbán y mencionada en sus memorias. También fue importante la visi-ta de Obermaier a Tetuán y la zona Atlántica, y su localización de piezas del Paleolítico. Hubo algunos descubrimientos y proyectos en la frustrada II República que quedaron sin terminar hasta la Independencia.

P. Quintero es el protagonista del trabajo de M. J. Parodi, quien lo califi ca como uno de los más brillantes arqueólogos del siglo XX, ya que, a pesar de los obstáculos, este personaje continuó aportando resultados arqueológicos y ocupando cargos en España y Marruecos. Sus excavaciones en Tetuán fueron ininterrumpidas hasta 1945. Se destaca que Quintero fue nombrado Inspector General de Excavaciones del Protectorado, ya que sus trabajos se centraron en el yacimiento tetuaní de Tamuda. Al fallecer, Morán Bardón toma el mando hasta la llegada de M. Tarradell. Cabe señalar que la región tetuaní en este momento se gestionaba según legislaciones del Patrimonio Arqueológico español. En 1916, la Junta Superior de Estudios Históricos y Geográfi cos de Marruecos realizó un plan de investigaciones históricas y arqueológicas que quedó incompleto. Fueron varios los intentos por parte de españoles y marroquíes para conservar el Patrimonio Arqueo-lógico, Monumental, Histórico y Artístico. En 1927 aparece la Junta de Investigaciones Científi cas de Marruecos y Colonias que establece una comisión de investigación con el fi n de salvaguardar manuscritos creando la Biblioteca General y la Hemeroteca de Tetuán.

Carmen Aranegui alude a Tarradell como máxima fi gura en la aproximación ar-queológica y etnológica entre las dos orillas del Mediterráneo. Su formación y expe-riencia culminaron con una abundante publicación y colección arqueológica. Tarradell fue el defensor de la teoría de El círculo del Estrecho gracias a sus aportaciones sobre los fenicios. El autor consideró el Estrecho como eje de encuentro, basándose en la ex-ploración arqueológica y la clasifi cación estratigráfi ca de material fenicio hallado en el Mediterráneo occidental. En este sentido, el congreso arqueológico de Tetuán organizado por Tarradel fue crucial para zanjar problemas relacionados con la prehistoria y protohis-

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toria de Marruecos y España. En cuanto al origen de la cultura ibérica, se esgrimieron dos hipótesis: una basada sobre una débil cronología antigua, y otra sobre el origen oriental de occidente. Así, el círculo del Estrecho queda como noción vigente y teoría sólida.

En el siguiente artículo del libro, J. Ramos refl exiona sobre la prehistoria nortema-rroquí y su avance junto a la investigación historiográfi ca y arqueológica en la “región histórica” de la zona del Estrecho de Gibraltar, a pesar de la insufi ciencia documental. Son varios los estudios que se centraron en la teoría del origen y difusión de la cultura. Algunos defendieron el origen africano del arte y del Paleolítico como origen de todas las culturas a través de círculos culturales compartidos entre España y el Norte de África, como Obermaier y Bosch. Contrariamente, los eurocentristas como Santaolalla, Basch y Jordá defendieron los orígenes españoles. Por otra parte, fueron varios los proyectos fructíferos que se realizaron en el Norte de África con el objetivo de documentar el arte y la arqueología prehistórica y protohistórica, llevados a cabo por Montalbán, Quintero y Tarradell, Posac y Bosch. Con la independencia de Marruecos hubo un desinterés hacia todo lo africano en España, al contrario que Francia, que formó a arqueólogos marroquíes para dinamizar la arqueología que había de venir.

La siguiente aportación es de M. Habibi, que trata el tema de la presencia fenicia en Marruecos, también caracterizada por la falta de documentación. Las primeras referen-cias sobre Tingis, Melissa y Lixus como ciudades fenicias fueron señaladas por Hecateo, Hanón y Pseudo-Scílax, Eratóstenes y Estabón respectivamente. Plinio el viejo menciona Lixus como la ciudad más antigua del mediterráneo occidental, anterior incluso al templo de Gadir. Pero en realidad la localización defi nitiva de los vestigios de Lixus se realizó en el s. XIX. Fue Tissot quien inició una exploración en la parte alta y baja de la ciudad fenicia de Lixus, y luego La Martinière realizó unas descripciones y Montalbán hizo mención a la ciudad en sus informes. En 1948 Tarradell realizó ciertos progresos en la arqueología fenicia de Marruecos, localizando material en varias zonas nortemarroquíes. Posteriormente, la arqueología marroquí es retomada por investigadores extranjeros y, más tarde, por marroquíes. Tras el congreso de Lixus, renacieron fructíferos programas de investigación hispano-marroquíes que llevaron a cabo el descubrimiento de varios asen-tamientos fenicios en Lixus y otras zonas. Posteriormente, nació otro grupo, en este caso italiano-marroquí, que avanzó en la investigación en la zona inexplorada del Rif.

Por último, el artículo de A. Cheddad alude al papel de la revista “Tamuda” que recoge resultados de las investigaciones arqueológicas de Marruecos de la época del Pro-tectorado desde su aparición en 1953. En su momento, era una revista de la élite hispano-marroquí. Entonces Tamuda ofrecía un espacio para la arqueología de ambos países hasta su desaparición en 1959. Es ahí donde, Tarradell publicó sus trabajos arqueológicos de varias zonas prehistóricas del norte de Marruecos.

En defi nitiva, la variedad temática de los artículos, hace que el libro sea sumamente interesante y se convierta en un referente fundamental para el conocimiento de la investi-gación arqueológica en el norte de Marruecos y su relación con España. En mi opinión, es una obra completa que sin duda en el futuro servirá de guía para los investigadores puesto que permite comprender el arduo trabajo de los primeros arqueólogos en Marruecos y las implicaciones de España en el proceso.

MOHAMED EL MHASSANI

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SANTIAGO MONTERO y Mª CRUZ CARDETE (eds.), Religión y silencio. El silencio en las religiones antiguas, ‘Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones, Anejo XIX, Madrid, Editorial Complutense, 2007, 246 pp.

Sobre el silencio como falta de ruido, como abstención u omisión de la palabra (tanto oral como escrita), trata este anejo a la revista ‘Ilu, que, como podemos observar en la in-troducción de la participación de Alberto Bernabé (pp. 53-54), y también en la de Marcos Rodríguez Plaza (p. 11), nos llevan a analizar todos los aspectos de este silencio y todos sus signifi cados en las religiones de la Antigüedad, pues, citando a este último, “el silencio ha jugado un papel muy importante tanto en el ritual como en otros ámbitos de la experiencia religiosa”.

Estas actas son el resultado del seminario que con el mismo título se celebró en la Universidad Complutense de Madrid los días 16 y 17 de noviembre de 2006, coordinado por Santiago Montero Herrero y Mª Cruz Cardete. La intención de este seminario y esta monografía son ya en sí mismos encomiables y cubren una necesidad patente dentro de los estudios de las ciencias de las religiones, ya que el silencio es un tema muy poco tratado y parece pasar en un mutis dramático por nuestra sociedad, valga la ironía. “Un tema que en occidente ha sido interpretado como un signo vacío, sin signifi cado ni sentido” (Rodriguez Plaza, p. 10). No obstante, comprobamos en la primera de las contribuciones cómo existe una bibliografía necesaria, unos recursos y unas investigaciones, que si bien muchas veces son solo tangenciales, han ayudado a nuestros investigadores a realizar sus aportaciones sobre este tema tan importante.

Este libro no sólo trata el silencio en la religión de forma general, es mucho más. Aunque se ocupa de las generalidades del silencio religioso, serán aspectos específi cos de este silencio religioso los que centren la atención, mostrándonos un amplio abanico de po-sibilidades: se estudia el silencio en distintas religiones, tanto politeístas como monoteístas, en un marco geográfi co tan amplio como el existente entre los límites del Imperio Romano y la lejana China, y en un marco temporal que abarca desde el arcaísmo, pasando por la Edad Media hasta, en algunos artículos (en especial los de la religión hebraica e islámica), los credos actuales hoy en día. Es en estos artículos donde comprendemos la importancia del silencio, pues “el silencio es la otra cara de la palabra, la cara oculta [...]; el rostro visible es representado por la palabra, el rostro invisible por el silencio” (Trebolle, p. 227).

Los contenidos de estas actas permiten un acercamiento de cierta profundidad en temas desconocidos o poco tratados en nuestras Universidades, como los aspectos del si-lencio en las distintas versiones del budismo, o la concepción del silencio en el mundo hebreo, tanto del mundo más veterotestamental hasta las preocupaciones de sus practicantes hoy día. Pero a la vez profundizan en otros aspectos que nos interesan especialmente a los que trabajamos en el campo de la Antigüedad. Podemos ver desde la visión más política, estudiando la evolución de las instituciones en paralelo al desarrollo de cultos, como el de las diosas Venerables, en un momento determinado por el cambio político y de mentalidad en una sociedad ateniense donde religión y política aparecen imbricadas, como muestra el interesante artículo de Plácido, Fornis y Valdés (pp. 107-132), o en el de Mª Cruz Cardete (pp. 67-84), donde se nos muestra la politización de unos cultos para unos intereses deter-minados como consecuencia de unas reivindicaciones de autoctonía étnica en Sicilia. Y también ver los artículos donde nos centramos más puramente en el ámbito del silencio en la religión, en sus ritos y sus signifi cados, como los que analizan el papel de la oración en la

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religión romana en busca de la importancia y la actitud frente a la oración silenciosa, en un completo artículo del profesor Guittard (pp.133-141), o la importancia del silencio dentro de los ritos adivinatorios y mistéricos en el interesante artículo del profesor Montero He-rrero (pp. 165-174) o la importancia de silenciar en todos los sentidos ciertos cultos, como vemos en las contribuciones sobre la quema de libros heréticos ( Mª Victoria Escribano, pp. 175-200) , los dioses cesados (Saggioro, pp. 155-164) o el silencio de los cultos a los faunos en Roma (Diana Segarra, pp. 143-153).

Permítasenos concluir con el recuerdo de la desaparecida Caridad Pérez-Accino, cuyo artículo en colaboración con el profesor J.R. Pérez-Accino es especialmente emotivo, ya que nos adentra en la mentalidad egipcia de una manera especial, que todos aquellos que hayan asistido a las clases del profesor Pérez-Accino reconocerán, y que tras acercarnos a la manera en que el egipcio podría percibir la realidad, acaba abordando el problema del silencio como fi n de un proceso lógico en los conceptos de tiempo cíclico egipcio, en el que todo debe acabar para renacer.

VÍCTOR SÁNCHEZ DOMÍNGUEZ

SANTIAGO SEGURA MUNGÍA, Los jardines en la Antigüedad, Bilbao, Publicaciones de la Universidad de Deusto, 2005, 206 pp.

Durante todas las épocas de la historia los jardines siempre han ocupado un lugar relevante en el devenir de los seres humanos. Sobra decir que la Biblia relata en el Génesis, 3.8.8-17, cómo Dios crea un jardín, el Edén o Paraíso Terrenal, y a continuación instala a la primera pareja de seres humanos. Es decir, el origen del hombre va unido al de un jardín, el Edén. Según la Biblia este jardín era el recinto sagrado en el que se cuestionaba el Árbol del Bien y del Mal. De esta forma, con la creación de los jardines el hombre pretende recrear el paraíso del que fue expulsado; podríamos decir que es una especie de vuelta a los oríge-nes. Aunque, como podremos apreciar, existen paralelismos entre el jardín del Edén y los jardines de otras religiones y civilizaciones del Próximo Oriente. Por ejemplo, los templos de Mesopotamia tenían, en la cumbre de sus zigurats, un bosquecillo sagrado. O el paraíso soñado por el Islam, un jardín maravilloso, repleto de todo tipo de vegetación.

Los primeros jardines que registra la historia fueron los de Egipto y Mesopotamia. Los de Egipto, los más antiguos, infl uirán de forma notable en las culturas de Grecia y Roma, debido a su perfección y a la larga duración del imperio egipcio. Al mismo tiempo los jardines alcanzarán un gran desarrollo gracias a unas técnicas agrícolas e hidráulicas muy avanzadas. Sobre estos jardines las fuentes de información se reducen a las litera-rias, los bajorrelieves y las pinturas, existentes, sobre todo, en las tumbas. Las condicio-nes ambientales para mantener jardines eran excepcionales con las inundaciones anuales del Nilo. El agua era recogida y conservada en lagos y piscinas, bloqueada mediante diques. El cultivo del huerto y de los jardines se desarrollaba en torno a estos depósitos, tal y como podemos ver en las pinturas y en los relieves de las tumbas. Los personajes más ricos tenían sus propios depósitos y pozos de agua en sus jardines. Para los egipcios el agua representaba la propia vida. El agua era representada por el dios Osiris. Su esposa, Isis, era representada como la tierra. La unión entre la tierra y el agua generaba la ferti-lidad que hacía posible la vida. En la fi esta anual en honor a Osiris fi guraba, a la cabeza

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del cortejo sagrado un modelo de falo, que representaba al dios con una vasija de agua, que simbolizaba a su esposa.

El jardín egipcio más conocido y más antiguo del que tenemos noticias data aproxi-madamente del año 1400 a. C., y está representado en un grabado encontrado en la tumba de un alto funcionario del faraón Amenofi s III, en Tebas. Tiene forma cuadrada, dando el lado de la derecha al canal, donde se encuentra la entrada. La casa está en el lado opuesto. La puerta de entrada estaba cubierta por una pérgola, cubierta por un emparrado de vides. Tenía cuatro estanques rectangulares, dos pabellones y muchos caminos rectilíneos fl an-queados por árboles. El conjunto es geométrico y goza de gran simetría respecto al eje puer-ta vivienda, que, a su vez, es perpendicular al canal. Su alto muro circundante aseguraba la privacidad del conjunto interior y marcaba la diferencia entre este espacio, perfectamente organizado, y el desorden exterior. Tenemos que partir del valor paisajístico de Egipto: am-plias llanuras desérticas que se convierten en fértiles por la inundación periódica producida por el desbordamiento del río Nilo. Por tanto, los jardines habían de proteger esa humedad natural mediante muros, y evitar de esta forma el avance del desierto. Este cerramiento, además de cumplir unos objetivos psicológicos, pues servía de barrera entre lo húmedo y lo seco, también cumplía otras funciones como la protección contra posibles saqueadores o la contención de animales salvajes. Alrededor de las piscinas solían plantar árboles frutales de diversas clases. Los jardines de hortalizas estaban conformados en parcelas rectangulares cercanas al agua. Pero además los jardines eran unidades económicas destinadas a producir fl ores. Formaban parte de un espacio más extenso que constaba de varias áreas: un lago que contenía papiros, cañas, lirios de agua, pájaros y un aljibe para verter agua fuera. La lista de plantas existentes en el Egipto faraónico es bastante extensa. Algunas eran originarias del país, y otras llegaron, en distintas épocas, desde Sudán y la zona del cuerno de África o las regiones del río Zambeze, etc.

En las proximidades de los templos, sobre todo en las avenidas que conducían a éstos, se alineaban largas hileras de árboles. Había también algunos bosquecillos y grupos de árboles plantados generalmente en hileras regulares. En algunos templos crecían, dentro de su propio recinto, un árbol o un grupo de árboles sagrados. Como en los santuarios de Grecia, en los de Egipto es preciso distinguir entre los dominios agrícolas adscritos a los templos y que proporcionan los recursos económicos imprescindibles para fi nanciar el culto a los dioses y el mantenimiento de sus sacerdotes, y los jardines del templo, situados en el interior del recinto sagrado y que cumplen una función meramente cultural y estética, ma-nifestada en la elección de las especies vegetales cultivadas en ellos, basada especialmente en consideraciones religiosas y simbólicas. Sin embargo, no resulta fácil fi jar los límites precisos entre los dos tipos de jardines ya que ambos suelen contribuir a las ofrendas coti-dianas a los dioses. Pero a los jardines propiamente sagrados, es decir, a los situados en el interior mismo del recinto del templo o en sus proximidades, se les atribuían dos funciones esenciales. Una material, la de proporcionar las ofrendas diarias; otra, simbólica, como representación de la Naturaleza ordenada, como una negación del caos. Los jardines de los templos también cumplirán la función del jardín del palacio y de las casas lujosas; si el templo es la casa del dios, también tiene que tener su jardín como cualquier otra casa, y además el más lujoso.

Pero quizás los jardines más conocidos del mundo antiguo sean los célebres jardi-nes colgantes de Babilonia, cuya creación se atribuía a Semíramis o a Ciro. Habían sido plantados en terrazas escalonadas, soportados por bóvedas y pilares. Diodoro de Sicilia,

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en su Biblioteca Histórica (II, 10) describirá estos jardines, considerados una de las siete maravillas del mundo antiguo.

En Grecia, en los primeros tiempos históricos, no se concebía el jardín como un lugar de recreo. Los antiguos escritores griegos relacionarán la horticultura con la agricultura, ya que inicialmente el jardín como lugar de ocio era desconocido para los griegos; es más, in-cluso los ricos utilizaban el espacio circundante a sus viviendas como huerto. Sin embargo, el desarrollo social, económico, político, etc., hará que los griegos aumenten el gusto por el lujo, pasando de un huerto, en el que sólo se producen alimentos, a un jardín, puramente estético y ornamental.

En la Mitología griega podemos ver cómo se idealiza una serie de jardines, entre los que destaca el Jardín de las Hespérides, cuyas manzanas consiguió robar Heracles en uno de sus prodigiosos trabajos. Los griegos daban el nombre de Jardín de las Hespérides a un vergel imaginario regado por gran cantidad de cursos de agua y lleno de árboles frutales, viñas, laureles y otras plantas. Algunos autores lo localizan en la Mauritania, cerca del Atlas y otros en las Islas Afortunadas (Canarias), o incluso en las islas Azores. La leyenda habla de sus famosas manzanas de oro, custodiadas por un terrible dragón de cien cabezas. Hera-cles luchó con este monstruo, le dio muerte y robó las manzanas de oro. Para los griegos, la Hesperia antes conocida fue Italia. Al ir extendiendo sus colonias por el Mediterráneo oc-cidental, llamaron Hesperia a la Península Ibérica, situada más al oeste que Italia, respecto a Grecia. Al llegar hasta las columnas de Hércules, comenzaron a navegar por el Atlántico situando las Hespérides en las regiones aún más occidentales que Iberia, es decir, las islas Afortunadas o Canarias. Al ir descubriendo nuevas islas, éstas fueron denominadas Hespé-rides, pues en griego hésperos (en latín vesper), signifi ca “la tarde” o “el crepúsculo”, “el ocaso”, el “Occidente”.

Pero los jardines, como es bien sabido, también estarán íntimamente ligados a las diferentes escuelas fi losófi cas griegas. En Atenas Cimón transformaría la Academia, lu-gar seco y árido, en un bosque frondoso regado por fuentes, con grandes avenidas som-breadas por olmos, álamos y plátanos. Fue con Platón y sus sucesores cuando los jardines se convertirán en lo que el profesor Segura llamará “parques de enseñanza”. Platón ubi-cará su Academia al nordeste, a las afueras de Atenas, en unos terrenos adquiridos por él alrededor del 384 a. d. C. En dicho lugar existía previamente un olivar y un gimnasio. La Academia fundada por Platón debe su nombre al héroe legendario de la mitología griega Academos. La tradición decía que junto a la tumba de este héroe había un bosque sagrado, que era el lugar en el que Platón había fundado su Academia. Aristóteles, por su parte, fundará su Liceo entre avenidas de plátanos, donde disertaba paseando, por lo que sus discípulos recibirán el nombre de peripathtikoiv (Peripatéticos). La escuela fi losófi -ca epicúrea también estará íntimamente ligada a los jardines. Los epicúreos recibirán su nombre del griego kh``poı (jardín), en el que Epicuro instaló su escuela fi losófi ca en Ate-nas. Como podemos ver los jardines y la fi losofía griega guardarán una estrecha relación, hasta el punto de condicionar el nombre de las distintas corrientes fi losófi cas que han llegado hasta nosotros. En realidad el jardín de los fi lósofos griegos era un jardín sencillo y limitado, un espacio muy apropiado para la refl exión fi losófi ca; era más fantasía que realidad. El mundo romano al trasladarlo a Occidente, convertirá en realidad la fantasía griega de un jardín fantástico.

Las zonas ajardinadas también tendrán su importancia en la religión griega. Los tem-plos griegos solían tener a menudo un bosquecillo o un jardín consagrado a la divinidad

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tutelar del lugar. El templo era considerado como la casa del dios, por lo que no le podía faltar ningún detalle, incluido un jardín.

El jardín griego, en comparación con los magnífi cos jardines de Mesopotamia y los espléndidos jardines de Roma, estarán muy limitados por las condiciones climáticas de la península griega. La escasez de agua y la poca fertilidad del suelo, harán que los jardines griegos se encuentren muy poco desarrollados. Además la poca tierra fértil que quedaba se dedicaba a la producción agrícola, mucho más necesaria que unos jardines públicos. Por esta razón quizás los griegos no destacaron como jardineros, aunque sí lo hicieron como botánicos y naturalistas. Teofrasto escribió en diez tomos una Historia de las plantas. Y el más conocido botánico griego, Dioscórodes, escribió durante el siglo I d. C. su obra De ma-teria medica, donde se describían más de cuatrocientas plantas, junto con sus aplicaciones medicinales.

En época helenística mejoró notablemente el jardín griego. Alejandro Magno tomó posesión de los jardines del Gran Rey de Persia. Durante la primera mitad del siglo III a. C., la moda del jardín de recreo se había extendido por las ciudades de la Magna Grecia y otras colonias griegas.

Antes de empezar a hablar de los jardines romanos tenemos que decir que la jardinería romana no ha sido bien estudiada en su conjunto, a excepción de la obra de Pierre Grimal, Les jardins romains, de 1943, y algo ya anticuada. En esta obra se abarcan aspectos más formales y paisajísticos de los jardines, en cuanto a su tipología y distribución arquitectóni-ca, y su relación con el paisaje, en detrimento, quizás, de otras facetas socioeconómicas que quedan relegadas a un segundo plano. Y muchos de los autores que han tratado este tema en cierta profundidad se refi eren fundamentalmente (y casi exclusivamente en la mayoría de los casos) a la jardinería realizada por los romanos dentro de la península italiana, quedando fuera del ámbito de estudio zonas tan importantes como Hispania o el norte de África.

Roma, en los primeros tiempos históricos, no disponía de una palabra para designar el jardín de recreo. La palabra hortus es una forma latinizada del griego khórtos, y, en un principio, designaba un terreno cercado, un huerto pequeño en el que se cultivaban hortali-zas y legumbres. En realidad, la voz hortus, signifi ca “recinto cercado”, es decir, el dominio que cada familia tenía en propiedad, y que equivalía a dos yugadas, que originariamente era la cantidad de tierras que correspondían a cada ciudadano según su derecho de propiedad. Pero con el paso del tiempo las palabras van cambiando de sentido, pasando a nombrar realidades distintas. El concepto de hortus primitivo y de explotación agrícola pequeña en forma de huerto familiar, quedará superado, pasando poco a poco a signifi car uilla, es decir, una explotación mucho más amplia y tecnifi cada, donde se da una agricultura intensiva. Este hortus primitivo tenía, de esta forma, una función puramente utilitaria, proporcionando a las gentes modestas los productos necesarios para su alimentación. Estaba situado en la parte posterior de la domus, en un pequeño espacio cercado.

El uso de este jardín-huerto primitivo queda claramente refl ejado en Catón. Para este agrónomo romano el jardín es sólo una huerta, donde se pueden plantar hortalizas y fl ores, pero siempre con una fi nalidad económica, y para nada estética, o como dice el mismo Catón (R.R. 8.2) una propiedad “debe prepararse y plantarse de manera que resulte lo más produc-tiva posible”. La transformación de este huerto familiar comenzará en tiempos de Varrón. En su obra De re rustica, 16.3, nos cuenta que en los huertos que se encuentran “cerca de las ciudades, se cultivan violetas, rosas y otras fl ores que se llevan a los mercados”. Pero que

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si dicho huerto está lejos de la ciudad ya no interesa este cultivo. Al igual que con Catón, este cultivo fl oral siempre tiene un fi n puramente comercial, y nunca estético. Columela en su De re rustica dedica íntegramente el libro X a la horticultura (De cultu hortorum). Para este agrónomo el huerto tiene un carácter de subsistencia ante el alza de los precios en su época, pues según Columela los huertos habían sido descuidados por los viejos labradores, pero ahora se habían vuelto importantísimos ante la carestía de alimentos.

En la época de la dictadura de Sila (138-78 a. C), tras la victoria sobre Mitrídates, los personajes ricos, al regresar de Asia, traen con ellos las costumbres fastuosas de los señores orientales. Se produce una evolución en la organización de la casa y del jardín de la primitiva domus familiar, con el desinterés que manifi estan los nuevos ricos hacia el hortus tradicional y el afán desmedido de poseer grandes propiedades. Y si Varrón, como hemos visto antes, sólo veía en los jardines un provecho económico, bien como productores de alimentos o de fl ores, ya en su época había cobrado un auge notable la fi nca de recreo. Todo esto será en detrimento de la agricultura romana, que verá como de pronto no es capaz de alimentar a sus propios habitantes, y en palabras del mismo profesor Segura “está a punto de convertirse en un vasto jardín de recreo”. Pero los emperadores romanos siguiendo el modelo de los antiguos reyes de oriente y de los sucesores de Alejandro Magno en los rei-nos helenísticos, crearon en torno a su residencia magnífi cos jardines y ocuparon otros ya existentes, que generalmente conservaban el nombre de los grandes personajes a los que habían pertenecido antes de pasar a propiedad del fi sco.

En los jardines romanos, al igual que en el resto de jardines de la antigüedad, se plan-taba una gran cantidad de especies de plantas y fl ores. El problema que se plantea, como casi siempre en el mundo antiguo, es el relativo a las fuentes. Sin embargo, para los jardines romanos disponemos una cantidad considerable de fuentes literarias que nos pueden ayudar a identifi car dichas plantas. De esta forma, los capítulos que encontramos más interesantes son los dedicados a las plantas y las fl ores. Este tema siempre ha pasado desapercibido para el resto de investigadores que se han interesado por los jardines, ya que siempre se han preocupado, más bien, por su distribución espacial y por los aspectos monumentales. Sin embargo el profesor Segura dedica un espacio considerable a los tipos de plantas y fl ores que se cultivaban en los jardines, así como a las principales fuentes literarias que hacen referencia a dichas plantas. Aunque debemos decir que los árboles y plantas usados en los jardines romanos apenas difi eren de los usados actualmente. En los jardines romanos en-contramos encinas, cipreses, robles, abetos, pinos, tilos y, al igual que en Grecia, plátanos. También podemos ver tejos, olivos, árboles frutales y plantas aromáticas. Para la identifi -cación y estudio de dichas plantas, así como de sus cuidados, son de una gran utilidad la información que nos aportan los agrónomos romanos (Catón, Varrón, Columela o Paladio) en sus tratados agrícolas. En estas obras se describen las técnicas de cultivo de todo tipo de fl ores, árboles o arbustos que aparecen plantados en los jardines, por lo que su análisis es muy necesario para el estudio de los jardines romanos.

Como hemos dicho antes las fuentes literarias latinas, sin despreciar las arqueoló-gicas, juegan un papel de primera mano para el conocimiento de las zonas ajardinadas en Roma. El profesor Segura dedica un apartado a los diferentes autores latinos que hacen referencia a los jardines. El capítulo titulado “Los jardines en la literatura latina”, hace un repaso por los principales autores latinos que mencionan de alguna u otra forma el jardín. Como podemos imaginar las referencias literarias a los jardines son muy numerosas entre los autores latinos, por lo que quizás el profesor Segura haya querido realizar en este ca-

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pítulo tan importante una síntesis de los principales autores que mencionan los jardines. El análisis de estos autores tan heterogéneos, pues podemos encontrar desde poetas como Ovidio o Virgilio, hasta agrónomos como Catón, Varrón o Columela, es indispensable para el estudio de los jardines. Sin embargo, el agrónomo latino del siglo IV d. C. Paladio, quien escribe el último tratado agrícola de la antigüedad (si exceptuamos los Geopónica), no aparece mencionado en este apartado, por lo que al parecer, para Santiago Segura este agrónomo carece de importancia para el estudio de los jardines antiguos.

En conclusión el libro del profesor Segura viene a reivindicar, de alguna forma, la escasa atención que ha tenido este tema por parte de los investigadores, el cual a simple vista puede parecer un tema menor. Simplemente tenemos que ver la bibliografía que estu-dia los jardines en el mundo antiguo para darnos cuenta de su escasez. Sólo disponemos de algunas monografías, algunas ya anticuadas, y de una cierta cantidad de artículos y trabajos dispersos. Por esta razón la lectura de este libro es fundamental y de alguna forma viene a completar ese vacío bibliográfi co que hemos mencionado.

JOSÉ ANTONIO CASTRO RODRÍGUEZ

F. ECHEVARRÍA REY y Mª YOLANDA MONTES MIRALLES (eds.), Actas del V En-cuentro de Jóvenes Investigadores. Edición nacional. Ideología, Estrategias de Defi -nición y Formas de Relación Social en el Mundo Antiguo, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2006, 280 pp.

En los últimos años hemos asistido a una auténtica infl ación de seminarios y jornadas que, bajo el título común de “Encuentros de Jóvenes Investigadores”, vienen a congregar a jóvenes estudiosos de la Arqueología y la Historia Antigua, predoctorales en su gran ma-yoría, bajo el amparo de universidades o centros de investigación españoles. Se trata de un foro abierto y distendido donde jóvenes especialistas tienen oportunidad de presentar los resultados de su investigación y debatir sobre las ideas planteadas bajo los auspicios y la colaboración de profesores o expertos en la materia, en ocasiones los propios tutores o los responsables de las líneas de investigación en los departamentos implicados. Así pues, des-de la primera edición pionera, organizada por los doctorandos del Departamento de Historia Antigua de la Universidad Complutense, la nómina de estas reuniones no ha hecho más que crecer. Esta iniciativa fue seguida poco después por el “I Encuentro de Jóvenes Investiga-dores Sócrates-Erasmus”, coordinada por el Departamento de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad de Zaragoza y publicado posteriormente bajo el título Antiqua Iuniora. En torno al Mediterráneo en la Antigüedad (2004), así como por el “I Seminario de Inves-tigación de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid”, que con diversas denominaciones y subtítulos cumplirá su cuarta edición en marzo de 2009. A ellos se unieron más tarde los “Encuentros de Jóvenes Investigadores” organizados desde abril de 2006 por el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla, las “Jornadas de Jóvenes en Investigación Arqueológica” del Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid (2007) y, más recientemente, las “Jornadas de Jóvenes Investigadores de la Universidad de Cádiz, Prehistoria & Arqueología”, celebradas en abril de 2008, entre otras muchas experiencias. Paralelamente, en 2006 tuvo lugar el I Taller de Arqueología para Jóvenes Investigadores, “Espacio, territorio y poblamiento en el mundo ibérico”, coordinado por el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid y la Casa de

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Velázquez, y celebrado desde entonces con una periodicidad anual, así como el I Encuentro de Jóvenes Investigadores del Mundo Antiguo, organizado por la Sociedad Española de Estudios Clásicos.

La estructura que viene siendo común, con leves matices, a todas estas jornadas se sustenta sobre la idea de sesiones monográfi cas más o menos amplias centradas en una etapa o cultura histórica concreta, un aspecto de la investigación, un enfoque teórico-meto-dológico, una línea de trabajo o un tema de carácter transversal. Generalmente, las sesiones son dirigidas por un investigador senior o por una mesa compuesta por especialistas en la materia que al término de las intervenciones podrán valorar los resultados y abrir un turno de debate. En cualquier caso, la edad media de los participantes no suele estar reñida con la calidad de los ensayos presentados, lo que otorga aún un mayor mérito a sus auto-res, aunque en ocasiones sea inevitable observar sensibles diferencias en la madurez o la profundidad en el tratamiento de determinados temas, sobre todo cuando ponentes que se encuentran en una fase inicial de su investigación comparten “cartel” con otros que ya han fi nalizado el DEA o incluso la tesis doctoral. Se trata, en defi nitiva, de un formato amable y estimulante en el que se fomenta la discusión y el intercambio de ideas, planteamientos teóricos, procedimientos de trabajo, experiencias y resultados, muy especialmente cuando, como en esta ocasión, muchos de los participantes proceden de departamentos o universida-des distintas a la organizadora del encuentro. Asimismo, supone una ocasión única para el establecimiento de vínculos y redes entre los jóvenes investigadores que impulsen futuros proyectos y colaboraciones.

El volumen que aquí se presenta es un testimonio fi el de este espíritu y refl eja de for-ma preclara tanto el formato como la estructura que venimos comentando. Cuenta con una presentación a cargo de Domingo Plácido Suárez, Catedrático del Departamento de Histo-ria Antigua de la Universidad Complutense de Madrid, y una introducción de los organiza-dores del encuentro: F. Echevarría Rey y Mª Yolanda Montes Miralles. Las actas se orga-nizan en seis secciones temáticas centradas en distintos aspectos de la investigación sobre el mundo antiguo: fuentes literarias, cultura material, identidad, territorio, política e ideo-logía, aunque en todos los casos cuentan con la práctica social como denominador común.

La primera sección, Fuentes literarias y relaciones sociales, trata de establecer un puente entre la información proporcionada por los testimonios escritos y los estudios socia-les en la Antigüedad. Cuenta con cuatro intervenciones: “Origen y caída de Ilio: relaciones de género en la mitología griega”, de I. Pérez Miranda (págs. 9-22); “Los sueños como cau-sas históricas en Heródoto”, de G. Rodríguez Fernández (21-32), con un sugestivo análisis sobre el carácter divino de la experiencia onírica y sus consecuencias en el devenir históri-co, como responsable de acontecimientos políticos y sociales; “El recuerdo gentilicio y los orígenes de la historiografía romana”, de A. Rodríguez Mayorgas (33-44) y “Las fuentes clásicas del pensamiento de la vanitas”, fi rmada por L. Vives-Ferrándiz Sánchez (45-56).

La segunda sección, Cultura material e identidad social, presenta un contenido en apariencia más arqueológico, aunque sin abandonar el terreno fi lológico. Se adentra en el complejo problema de la relación entre cultura material e identidad, muy especialmente en lo que se refi ere a la construcción de las identidades sociales. Esta cuestión es tratada funda-mentalmente en los trabajos de J. Bermejo Tirado, “El registro funerario ibérico: paralelos en la Grecia de los siglos VI-V a.C. y su lectura social” (59-68), donde se intenta analizar la estructura de la sociedad ibérica a través de las analogías presentes en sus costumbres fune-rarias en relación con otras áreas del Mediterráneo, en concreto la Atenas de época arcaica;

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y de A.A. Reyes Domínguez, “El objeto de arte como factor de cohesión social en la Roma altoimperial” (69-74), un estudio de la percepción y el valor social de los objetos de arte en la Antigüedad desde el prisma de la neuropsicología; pero también en las intervenciones de P. Guerra García, “Ideología y comunicación prerromana y romana en el valle del Eresma. A propósito de la localización de un supuesto ‘lar’ en el Puente de Piedra” (75-85), y P. Ijalba Pérez, “El anfi teatro en Hispania: la socialización de las formas de poder” (87-98).

La siguiente sección, Clases sociales, integración y participación, constituye un re-corrido transversal por diferentes contextos del mundo antiguo donde se han producido fenómenos de convivencia e integración entre comunidades de distinto origen, cultura o extracción social, con ejemplos de Egipto, el mundo colonial fenicio, la Grecia arcaica, Roma en el siglo IV, e Hispania durante la tardoantiguedad, concluyendo con un análisis de la apropiación ideológica de la cultura clásica en los procesos de emancipación de América Latina. En este sentido, los títulos son elocuentes: “La ‘clase media’ de las ciudades egipcias en torno al reino medio: construcción ideológica y defi nición de las formas de relación supe-riores e inferiores”, de F. de las Heras Alonso (101-112); “El papel del templo y la aristocra-cia en la estructura social de los yacimientos fenicios peninsulares en época arcaica”, de S. Remedios Reyes (113-121); “La identidad del hoplita griego, entre lo militar y lo social”, de F. Echevarría Rey (123-134); “¿Existencia de estrategias de defi nición dentro del Ordo Se-natorius en el siglo IV d.C.?, de B. Enjuto Sánchez (135-146); “Las nuevas caras del poder: ideología aristocrática, protofeudalismo y cristianismo en la Hispania tardoantigua” (147-158); y “La antigüedad grecorromana como referente ideológico y estrategia de defi nición de la oligarquía neogranadina durante la Patria Boba”, de R. del Molino García (159-169).

La cuarta sección lleva por título Geografía, territorio y construcción social y parece estar destinada fundamentalmente a analizar los procesos de apropiación, estructuración e integración ideológica del espacio durante la Antigüedad. Este es al menos el tema de los trabajos “El Occidente y Heracles: un binomio paradigmático dentro de la concepción mítica griega”, de J.J. Vilariño Rodríguez (173-183); y “Toponimia, sociedad y organiza-ción territorial en el golfo Ártabro (A Coruña) en época romana”, de J.C. Sánchez Pardo (197-208); a los que hay que unir una interesante aportación de T. Crespo i Mas, donde se realiza un análisis crítico sobre el concepto de romanización que en los últimos años está emergiendo en el marco del pensamiento histórico postmoderno: “Postmodernismo e His-toria Antigua. Acerca de un nuevo paradigma en el estudio de la romanización” (185-196).

El poder como articulador social es el lema de la quinta sección, que gira en torno a la construcción de las identidades políticas y sociales, principalmente en relación con la justifi cación ideológica del poder y el uso de la propaganda. Cuenta con tres intervenciones: “La construcción de genealogías en la Sicilia antigua: Dioménidas y Emménidas (690-480 a.C.)”, de Mª.C. Cardete del Olmo (211-222), un sugerente trabajo sobre las genealogías como elemento de cohesión social y justifi cación política en torno a la fi gura de un ante-pasado mítico; “Fidelidad política y promoción social en el Bellum Civile: el caso de His-pania”, de M.A. Novillo López (223-234), sobre la participación de comunidades, grupos e individuos de origen hispano en la contienda civil entre César y Pompeyo, así como sus consecuencias sociales y políticas; y “El emperador visto por los griegos”, de N. Lancha García (235-242), donde se analiza la instrumentalización ideológica de la imagen del em-perador romano como medio de integración del oriente helénico en el Imperio.

Cierra el libro una última sección sobre Ritos y marcos formales de defi nición so-cial, centrada en las instituciones, ceremonias y prácticas que contribuyeron a difundir los

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ideales de la antigüedad clásica, garantizando la cohesión entre individuos y la alineación de los ciudadanos frente a proyectos políticos y sociales comunes. Aquí nos encontramos con la interesante intervención de Mª.Y. Montes Miralles, “La Hiketeía heroica como sím-bolo mítico de solidaridad aristocrática” (245-256); a la que siguen fi nalmente los trabajos “Prácticas educativas en la Grecia clásica a través de la música y la dialéctica”, de S. Balles-tín Pérez (257-268), y “El Triumphus romano: una ceremonia del mundo antiguo con larga proyección histórica”, presentado por J. Chiva Beltrán (269-280).

Como puede comprobarse en estas líneas, nos encontramos ante un elenco amplio y variado de estudios sobre las estrategias, prácticas y procesos sociales y políticos que caracterizaron al mundo antiguo, en algunos casos con enfoques sumamente novedosos, que vienen a demostrar el alto nivel medio de los investigadores participantes y, en suma, de los equipos y departamentos que respaldan su labor. Este libro constituye asimismo una prueba de la madurez alcanzada por estos encuentros y de la buena salud de un formato que esperemos siga ofreciendo tan buenos frutos en los años venideros.

FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ