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RESCA TE DE ALMAS, COMO LO VIO MADRE SACRAMENTO El apostolado específico a que se dedicó Santa María Micaela, y al que se dedica el Instituto de Religiosas Adoratrices, tiene motivos genéricos a todo apostolado, y tiene también motivos específicos que se refieren a este rescate o redención de almas. Lo interesante para nosotros en este año de la heroica muerte de la Vizcondesa de J orbalán, es conocer o recordar su pensamiento, saber lo que fue resorte de su acción abnegada y caritativa, lo que la movía a esta empresa de heroismo, lo que la guiaba en su labor ardua y extremadamente delicada. Nos preguntamos cuál fue el alma de su apostolado y cuáles los métodos de que se sirvió para con- seguirlo fecundo y transmitirlo en herencia al Instituto que ella fundó. ¿Será posible en breves páginas presentar la compleja urdimbre de valores sobrenaturales que iluminaban y movían a la santa en la realiza- ción de su obra? Si toda labor de educación perfecta es labor de matices delicados sin número, ¿podremos nosotros ahora ofrecer la síntesis más saliente de la pedagogía redentora de Santa María Micaela? Al menos lo intentaremos, estudiando: 1.0, lo que movió a la santa al apostolado; 2.°, lo que la movió y alentó para su apostolado específico; 3.°, el método de su apostolado y lo que la guió en el camino emprendido, lo que la guió a lo largo de él. Cierto que la fuente principal de la que nos vamos a servir es fuente de primera mano, verdadera joya del arte autobiográfico, la Vida escrita por ella misma, donde la santa con sencillez, verdad e interés inimitables descubre su propia alma, los resortes que la movían, las estupendas gra- cias que el Señor le concedía, las cruces y la abnegación que avalaban los dones de oración, y la caridad sin límites, caridad con el Sacramento y con las almas, que el Espíritu Santo le difundió en el corazón. 20

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RESCA TE DE ALMAS, COMO LO VIO MADRE SACRAMENTO

El apostolado específico a que se dedicó Santa María Micaela, y al que se dedica el Instituto de Religiosas Adoratrices, tiene motivos genéricos a todo apostolado, y tiene también motivos específicos que se refieren a este rescate o redención de almas. Lo interesante para nosotros en este año centenari~ de la heroica muerte de la Vizcondesa de J orbalán, es conocer o recordar su pensamiento, saber lo que fue resorte de su acción abnegada y caritativa, lo que la movía a esta empresa de heroismo, lo que la guiaba en su labor ardua y extremadamente delicada. Nos preguntamos cuál fue el alma de su apostolado y cuáles los métodos de que se sirvió para con­seguirlo fecundo y transmitirlo en herencia al Instituto que ella fundó.

¿Será posible en breves páginas presentar la compleja urdimbre de valores sobrenaturales que iluminaban y movían a la santa en la realiza­ción de su obra? Si toda labor de educación perfecta es labor de matices delicados sin número, ¿podremos nosotros ahora ofrecer la síntesis más saliente de la pedagogía redentora de Santa María Micaela? Al menos lo intentaremos, estudiando: 1.0, lo que movió a la santa al apostolado; 2.°, lo que la movió y alentó para su apostolado específico; 3.°, el método de su apostolado y lo que la guió en el camino emprendido, lo que la guió a lo largo de él.

Cierto que la fuente principal de la que nos vamos a servir es fuente de primera mano, verdadera joya del arte autobiográfico, la Vida escrita por ella misma, donde la santa con sencillez, verdad e interés inimitables descubre su propia alma, los resortes que la movían, las estupendas gra­cias que el Señor le concedía, las cruces y la abnegación que avalaban los dones de oración, y la caridad sin límites, caridad con el Sacramento y con las almas, que el Espíritu Santo le difundió en el corazón.

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I. QUE LA MOVIO AL APOSTOLADO

Aunque la Vizcondesa de Jorbalán ya de antiguo se había ejercitado en obras de caridad, comenzando en Guadalajara con una escuela de niñas pobres (1), después con visitas de enfermos y de coléricos (2) y de po­bres (3), más adelante con una junta de señoras para que le ayudaran a hacer la guardia al Santísimo (4) y con una fundación incipiente en Ma­drid, a la que dedicó la rifa de su caballo para pagar los gastos (5), más adelante estando en París (donde acompañaba a su hermano) hay un he­cho singular que contribuyó poderosamente a desengañarla del mundo. Había asistido con sus hermanos el 12 de noviembre de 1847 a una fiesta o soirée en palacio, que daba el rey de Francia por ser los días del her­mano de la santa el Conde de la Vega del Pozo. Describe largamente la amabilidad y los obsequios de que fueron objeto por parte de los Reyes (6), pero al poco tiempo Dios le hizo ver y sentir un gran desengaño por las cosas de este mundo. «Como hay ciertas impresiones-escribe la santa­que se graban de un modo particular, como fue para mí ver aquella Corte de luto por un príncipe estrellado por sus mismos caballos; el lujo y la magnificencia con la amabilidad de aquellos Reyes siendo la virtud de la Reina digna de admiración, era una santa; a los seis días, el 18 del mismo mes de noviembre de 1847, este mismo palacio de tanto lujo (Las Tulle­rías) ardiendo, los Reyes y toda aquella real familia que yo acababa de ver con tanta confianza, disfrazados habían huido. ¡París en el mayor apogeo!, de lujosas tiendas y almacenes convertido en escombros y ba­rricadas todas sus calles, los paseos y jardines convertidos en cementerios, pues había grupos de hombres de cinco y seis ardiendo en más de quince o veinte hogueras que yo misma vi en el Paseo Campos Elíseos ... » (7). Y sigue describiendo largamente aquella impresión desoladora. Nosotros hemos de abreviar. «Todo esto-añade-, dejó una impresión tan dolorosa en mi corazón que acabó de desprenderme de las cosas del mundo que tan instantáneamente se mudan y desaparecen, que me decidí a servir a Dios que en esta ocasión como en todas me favoreció de una manera ad­mirable ... » (8).

(l) A 4-5. (2) A 5. (3) A 6. (4) A 34. (5) A 49-50. (6) A 67-68. (7) A 69. Es de notar que la santa confunde frecuentemente las fechas, por

lo que no es de extrañar sitúe la revolución francesa en noviembre de 1847, cuando en realidad no estalló hasta febrero de 1848.

(8) A 71.

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Con el desengaño por las cosas del mundo, aparece en Santa María Micaela un ejercicio continuo de las obras de caridad en todas las etapas de su vida. Sin excepción. El ejercicio de la caridad mediante la miseri­cordia corporal con el prójimo y la espiritual parece connatural en ella. Aunque, sin duda, costaba a la naturaleza. Y hay escenas bien curiosas de su vida. En Bruselas tiene que subir por una: escalera de cuerda enganchada arriba para llegar a la buhardilla donde se encuentra el pobre enfermo que visita. Dos señoras que la acompañan se bajan al quinto escalón, sin atre­verse a subir más. La Vizcondesa, que con gracia las había invitado a su­bir, dice de sí : «Yo creía subir al cielo y con la idea que Jesucristo se hallaba representado por aquel enfermo, me sentía las fuerzas necesarias, las justas, pues temblaba yo también siempre que subía» (9).

Bien se entiende la vida de fe, de la cual vivía esta Señora que visita pobres continuamente, y después se entrega a su Obra, fecunda en tribu­laciones. Por esta vida de fe está contenta en sufrir por su Maestro. «¡Señor, si no te sirvo a Ti da quién sirvo en una vida tan amarga y llena de con­tinuos sacrificios? A mí, sí, a mí sirves, sentía yo en el fondo de mi alma, como un bálsamo que curaba mi dolor, y a más sentía una energía que me servía de alas para volar al trabajo, y esto se renovaba de un modo espe­cial en cada comunión y a cada calumnia que me armaba el enemigo, cada día distintas, a cual más penosas ... » (10). Cuando todos temen que pren­dan fuego a su colegio, y le instan para que lo deje y no exponga su vida, ella dice: «y yo tan tranquila, llena de una gran fe en Dios, y contenta con sufrir algo por amor de mi Dios, que siempre, siempre me sacaba con bien y triunfante de todos los peligros. Con el fervor, todo se sufre bien» (ll).

La fe tiene su premio. Es un día que 70 personas del colegio no tienen que comer. «Como Dios ha puesto en mi corazón una muy grande fe, que el Señor no nos dejaría sin comer, no dije nada a nadie de que no tenía un cuarto ... Eran ya las doce y lloraba yo al pie del altar [era su recurso habitual] y di unos golpecitos a la puerta del sagrario ... Yo lloraba amar­gamente, pero muy conforme. Estando en esto, llaman a la puerta y era un religioso que venía de Filipinas ... Me dio un papel, creo con dos onzas (640 reales). Se fue y yo mandé por arroz, huevos y pescado, y a la una tenía el colegio una comida muy buena y de su gusto... Creyeron después había sido un chasco que las quise dar ... » (12).

Con la fe una confianza en Dios absoluta, que se muestra, por ejem­plo (es sólo uno de tantos casos) cuando en 1855 llegó el cólera a Madrid. La santa no resiste a la petición de un escribiente, enfermo del terrible mal, y acude a atenderle a él y a su mujer encinta. Y aunque Filomena y las del colegio le pedían que no fuera, para que no las dejara a ellas abandonadas, va fiada en Dios (13). Es el heroísmo de su caridad, que se confirmará después en Valencia, esta vez para reunirse con el Esposo di-

(9) A 97. (10) A 277-278. (11) A 332-333. (12) A 374-375. (13) A 451-454.

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vino. En medio de tribulaciones la fe y la confianza triunfaron: «Triunfa­mos, Señor, triunfamos!-le decía yo loca de gozo [al Señor después de una gran tribulación]. Guárdame tú, Señor, que yo te guardaré a Ti a costa de mi vida. Pues no tengo yo corazón donde quepan sus favores» (14). Premio de la fe y de su confianza fue la casa que consiguió alquilar en la Calle de Don Pedro, número 1, para un año, «después del cual el Go­bierno me daría casa», como en efecto sucedió» (15).

Los deseos de la Vizcondesa eran los de salvar almas y defender a las que estaban en peligro (16). Ella misma refiere que fue a Guadalajara a hacer sus ejercicios para que el Señor le diera luz acerca de su vocación definitiva «pues apremiaba mi alma sin conocer yo claro lo que quería de mí». No era su vocación la vida puramente contemplativa y retirada. Tam­poco le atraían otros Institutos fuera del de las Hermanas de la Caridad. «Pues yo había ido un día a las Salesas Reales, y el coro en latín, que no entendía, no me gustó. Además ¡no ver el Santísimo ni el sagrario! me parecía imposible vivir sin él. Luego enseñar señoritas, y que le paguen a uno; no, nada quiero que el mundo me pague. ¡Dios! y enseñar pobres de caridad, y más que nada salvar almas que amen y adoren al Santísi­mo» (17).

Este resorte eucarístico es bien significativo en la vida de Santa María Micaela. Se llamaba «Sacramento, Esclava del Señor», y confiesa que lle­vaba una vida de esclava, cuando «todos buscan un bienestar, comodida­des, sin disgustos ni apuros y una vida muy tranquila» (18). La devoción eucarística se inicia muy pronto en la santa Vizcondesa: «Tenía-dice del tiempo de su juventud-gran devoción al Santísimo, y me iba a alguna Iglesia para hacerle compañía con mi aya o a las Cuarenta Horas; y solía estarme dos y tres horas, que se me pasaba muy pronto el tiempo, y re­galaba al aya para que no se quejara ... » (19). Más adelante junta a varias señoras para que la ayudasen a hacer la guardia en algunas horas y de desagraviasen en tantas ofensas que se le hacen todos los días; porque pen­sar que el Señor se quedó con nosotros es para mi cOl'azón-escribe--una cosa muy especial, me infunde un deseo de no separarme de El en la vida, si ser pudiera, y que todos le visiten y amen (20). Cuando en cierta ocasión la amenaza un sacerdote, el cura párroco que venía decidido a quitar el reservado de la capilla ... «como me tocaba-dice la santa-a lo que yo más amo en el mundo, el Santísimo, mi pasión dominante le llamaba yo entonces y hoy puedo decir es mi delirio, mi locura, pues por El lo sufro todo y con gozo grande de mi alma, me defendí con una fuerza y elo­cuencia ajena de mí que yo reconozco el mismo Señor me inspiró ... » Y con­siguió con la oración al pie del sagrario que el mismo sacerdote cambiara de parecer (21).

(14) A 281. (15) A 204. (16) A 314-349. (17) A 223. (18) A 336. (19) A 6. (20) A 34. (21) A 279-280.

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A Santa Maria Micaela le dolían las ofensas hechas contra Dios. El Señor la consuela en su aflicción y le dijo en una ocasión: «Te duele que al ofenderte a ti, me falten a Mi y sufres por Mi...» «y es muy cierto-con­tinúa la santa-que hoy me aflijo mucho de que se le ofenda tanto a un Dios tan bueno, y más aún ¡ofenderle yo misma!, razón por la que siempre me confieso con gran dolor de mis pecados y un firme propósito de no ofenderle más; y por desgracia mía, muy luego caigo en falta; pero si no es muy grave el Señor no se muestra serio; pero si lo es, lo noto en seguida en la oración y hasta que me confieso tengo honda pena» (22).

Con el amor tan encendido al Señor y al Sacramento el deseo de su­frir por El. Tenia vocación de mártir, como algunas se lo decían para di­suadirle no se pusiera en peligro (23). Sabe que la tribulación es señal de Dios. El Nuncio Brunelli la animó a no dejar su Obra por disgustos y le citó a varios santos y a Santa Teresa que tanto había sufrido, etc. (24). Antes, por contraste, un Abad de la Trapa le anunciaba que la Obra de su colegio le daría grandes disgustos y grandes gastos... (25); querían los parientes de la santa que dejara esta Obra ... Pero ella tenía razones más poderosas para no defraudar la vocación divina. Sabía que hay que sufrir como le decía en cierta ocasión el obispo de Puerto Victoria. La Vizcon­desa le consultó sobre su colegio y «él me animaba a que sufriera todo lo que se presentase para impedir esta Obra tan grande como él decía, a los ojos de Dios, y que tanto me había hecho sufrir» (26).

La caridad y el deseo de sufrir por Jesucristo pudieron más en la santa que las muchas aguas de tribulaciones.

n. LO QUE LA MOVIO A SU APOSTOLADO ESPECIFICO

Los caminos de Dios para guiar a las almas hasta conducirlas a su voca­ción específica dentro de la Iglesia, son caminos inefables. Pero los pode­mos rastrear. Descubren la sabiduría infinita con que suave y eficazmente dispone las cosas a su providencia. A Santa María Micaela-ella lo cuen­ta-una señora con quien hizo grande amistad, Doña Ignacia Rico de Gran­de, que se ocupaba en obras de caridad, la llevó un día al Hospital de San Juan de Dios en Madrid. «Yo no conocía este establecimiento-continúa la Vizcondesa-ni aún sabía hubiera esta clase de mujeres en el mundo, pues ella no me dijo más sino que no sabían la Religión, ni se confesaban y que eran muy pobres, lo que me llegaba a mi al corazón» (27). Esta es

(22) A 457. (23) A 328. (24) A 226. (25) A 150. (26) A 208. (27) A 11.

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la primera descripción de miseria espiritual que atraviesa el alma carita­tiva de la que fundará con el tiempo un Instituto de rescate y preservación de estas miserias. Descripciones más particularizadas abundan en la Auto­biografía. Y ocupan relativamente largo espacio. La hija del banquero (28), Filomena (29), Paz (30), Sira (31), la joven que no creía en la Inmaculada Concepcion (32) y otras (33); Rosita (34), Catalina (35) ... son descripciones de calamidades y miserias morales, juntamente con la acción misericordiosa de la gracia y los desvelos de la Santa Madre.

En Bruselas se le quedó grabada la manera cómo vestían y eran conoci­das públicamente las mujeres de mala vida. «y a mí me daban tal lás­tima-escribe-que me iba a sus casas y les daba doctrina y enseñaba la Religión, y como no podían entrar en Iglesias, que les está prohibido bajo multas muy fuertes, después que las hallaba bien dispuestas, me las llevaba a la Magdalena y el Padre José me las confesaba, y buscaba gente buena que las tenía en sus casas; y yo iba, ellas por una acera y yo por la otra, y salvé a tantas que en la policía me da:ban la papeleta limpia y les qui­taba yo allí mismo la colereta [que llevan para significarlas]; las colocaba en oficio» (36).

Otra vez por salvar un alma que la llamaba a ella: «El deseo de sal­var un alma que me llama a mí ¡para que yo la salve!» (37), acude a una casa de la calle de Jardines y logra rescatarla. También aprovecha la oca­sión de estar allí y a otra le habló con tanta energía y «lloré-dice-con tanta amargura el sinnúmero de pecados que allí se cometían que la con­moví ... » (38).

Santa María Micaela conoció y sintió muy a fondo el valor de la ex­piación por los pecados. Lloro los pecados propios con dolor intenso (39). En circunstancias difíciles cuando querían quemar su colegio de las Desam­paradas, la religión le da el valor para ofrecer su vida al Señor «y le rogaba la aceptara-dice-en expiación de mis muchos pecados» (40).

Cuando Madrid en 1855 estaba alarmado por el colera tan general, «en el que morían a millares diariamente», va heroicamente al hospital de San Juan de Dios a auxiliar a los pobres enfermos «Dos mujeres no quisieron ni confesar ni decir: Jesús, perdóname Señor. Esto hizo temer a las demás y rezaban conmigo y a voz en grito decían [notemos los sentimientos que la santa les infundía]: Acepto la muerte como expiación de mis pecados y quiero morir en la llaga de tu costado, Jesús mío» (41).

(28) A 11-15. (29) A 190-198; 200-202. (30) A 415-425. (31) A 426-432. (32) A 458-460. (33) A 467-469; 481-490; 506-509. (34) A 510-524. (35) A 531-54!. (36) A 119. (37) A 481. (38) A 483. (39) A 29. (40) A 328. (41) A 455-456.

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El heroísmo de la entrega a este apostolado viene expresado cuando su colegio corría el peligro de arder por el fuego siniestro de enemigos del bien. A las colegialas les dijo cuanto conocía podía calmarlas. «Ya lo tomaban por lo dulce, ya por lo serio, y como lloraban y les hacía poco efecto ... les dije que yo no miraba nada más que a ellas, sus almas y su suerte, que no las dejaría yo nunca, y que si en efecto prendían fuego y nos quemábamos, yo con ellas ardería también ... y ojalá fuéramos todas mártires y nos iríamos al cielo en un momento ... » (42).

Suavemente la preparó el Sefior y la llevó a la Obra que El quería. El Nuncio de Su Santidad (Brunelli)-como antes ya dijimos-la animó a sostener sus derechos en la casa por ella fundada, regida temporalmente por una Comunidad de Religiosas extranjeras. «Me dijo-escribe--que de­jarla de ningún modo, porque por malos medios no se llega a buenos fines, y que yo daría a Dios cuenta, si lo dejaba por disgustos. Me citó varios santos y Sta. Teresa cuánto habían sufrido, etc., etc.; lo mirara bien que él creía sería una Obra grande con el tiempo, y al ver una mujer de mala vida en la calle, no tendría consuelo si lo dejaba, y que, a no dudar, Dios me había escogido a mí y no correspondía a su llamamiento y quizás éste era un aviso para que yo no resistiera más al Sefior» (43).

La santa conoció que Dios la quería en su Obra, porque en ella había paz y tranquilidad cuando ella estaba allí presente y la gobernaba (44).

La Obra le costaba ciertamente afanes y penas (45), pero era también para ella un jardín de flores de virtudes que tenía ocasión de practicar (46).

Y sobre todo la caridad. Pura caridad con Dios y con el prójimo, sin esperar recompensa humana, como lo muestran las siguientes páginas del «Reglamento interior»:

«Esta clase de mujeres encomendadas por Dios a nuestro cuidado es quizá la única parte del género humano, que no está mirada como pró­jimos en el mundo; para que se aumente vuestro celo lo explicaré; la gente buena huye por temor de ser escandalizadas, por miedo ser ganadas con su contacto, y porque las repele verlas en pecado mortal, ignorando la re­ligión, y porque se coge mala nota tratando con ellas y porque en realidad es perjudicial su trato, y penosa su conversión, pues que ella misma no lo desea y si la desea ni tiene constancia ni la deja el enemigo que se re­suelva, sin grande esfuerzo.

Los malos la desprecian más aún que nadie porque saben por experien­cia sus depravadas obras, su mal proceder, y peores intenciones, y el que menos acaba por tenerlas miedo como ¡capaces de todo! No se creen obli­gados ni en el cumplimiento de los tratos, palabras, ni compromisos; se creen, como las ven malas, en el deber de despreciarlas e insultarlas [ ... ].

Nadie protege una mujer de mal vivir, y son tratadas con desprecio y dureza aun por los mismos que las han perdido, porque el pecado llega

(42) A 329. (43) A 226. (44) A 270-272. (45) A 203. (46) A 170-171.

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un tiempo [en] que es aborrecido aun por [el] mismo que lo comete, y se las ve no sólo odiadas y perseguidas de los mismos que en un tiempo sostuvieron su lujo y desórdenes.

¡De aquí la caridad! que una Maestra ayudanta y cualquiera de la Comunidad debe tener con estas infelices que tienen una joya y alhaja de tanto valor como es su alma ¡y es tanto más desgraciada que ella mis­ma no conoce el valor tan grande de esta alma suya! por la que el Señor derramó toda su sangre ¿y dudaremos nosotras arrostrar todos los traba­jos del mundo por imitar en esto a Jesucristo? ¿y se nos hará penoso y cuesta arriba dar la vida, crédito, fortuna y cuanto poseemos sobre la tie­rra por salvar una que tanto le costó al Señor, toda su sangre sacratísima y divina? sabiendo además que este mismo Jesús, esposo nuestro, dijo el que salva un alma salva la suya misma. Pues bien, a conseguir esto es a lo que debemos aplicarnos en el primer año de nuestro noviciado y hecho con el espíritu que se manda en estas Reglas el Señor ha dispuesto en premio de su puntual observancia, el logro de tan grande empresa como es salvar a la que ella misma no tiene interés, ni conoce su importancia, ni desea por entonces su salvación, y menos aún la sujeción y estudio.

Es pues un milagro lo que las Reglas me mandan; sí, pero es un mila­gro que opera la gracia y la caridad con [la] (47) exacta y fiel observancia de la Regla, porque a este precio, y no a otro, se consigue salvar estas al­mas extraviadas que no conocen ni a Dios ni la religión, ni las prácticas de la Iglesia.

Es preciso la caridad y una gran caridad, una caridad sobrenatural fruto de la gracia, y que sólo con la gracia especial que el Señor concede a las Religiones cada una para su fin, se consigue» (48).

Y a fe que no le faltaban motivos para reforzar la entrega y caridad de este epostolado: «N o puede negarse-escribe la santa-que las mujeres llamadas mujeres públicas son la clase más ahyecta y más despreciable de la sociedad: los mismos que contribuyen al infame y vergonzoso comer­cio que hacen de sus cuerpos, se avergüenzan de nombrarlas delante de ninguna persona de honor. El tráfico horroroso que hacen aquéllas de sus personas vulnera tanto hasta le dictamen de la razón, y tanto las degrada, que vienen a ser miradas por los mismos que sostienen su envilecimiento, como la hez última de la sociedad.

y si esto es con respecto al lugar que ocupan con las demás clases del estado, ¿qué serán a los ojos de la religión? Esto no puede declararse bien Nada más criminal a los ojos de ésta que las mujeres dedicadas por elec­ción y como por oficio y constantemente a ofender tan gravemente al Se­ñor, y a convidar expresamente a que otros le ofendan: objeto es éste escandaloso y espantosÍsimo según el evangelio, y cuya fealdad y respon­sabilidad llega hasta el último grado a que puede llegar.

¿y no habrá quien se compadezca de tal desgracia y les alargue una mano bienhechora para salir de ella, tanto más que la mayor parte de las

(47) El autógrafo original pone el en lugar de la. (48) RI 63-66.

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afiliadas en esta casas de ignominia lo están por su ignorancia o pobreza? Esto es lo que excitó siempre el celo de varones esclarecidos y santos

a fundar casas donde recogerlas, procurando su arrepentimiento. Nuestro Señor Jesucristo las miró con tanta preferencia y predilección, que notado por los fariseos, y criticado de que comía con los públicos pecadores, des­pués de haberles respondido que precisamente esa era su misión, el llamar a los pecadores, añadió: QUg los publícanos y meretrices los precederían en el reino de los Cielos» (49). Por todo esto pudo escribir en una de sus cartas, que se necesita una especial vocación en quien se dedica a la rege­neración moral y religiosa de tales almas (50).

No era sólo afán, era ambición la que tenía la santa de salvar almas y de que Dios no fuera ofendido. Lo indicaba ella misma en carta a la Ba­ronesa de Rocafort: « ... no sólo ésta, sino cualquiera otra infeliz que quie­ra separarse de mal vivir, porque no es afán de que se salven [almas] sino ambición que me devora, vengan de donde quiera, como se salven o de­jen de ofender a Dios, aunque no sea más que una hora cuando menos me contento. Ves, querida mía, lo que es la vocación que Dios da» (51).

La ocasión para decidirse a fundar definitivamente el colegio propio, nos la refiere la Vizcondesa, razonando cómo llegó a esta resolución. Las juntas de Señoras y los planes de rescate que tenían eran opuestos unos a otros; las Corporaciones de Religiosas extranjeras para llevar la Obra no convenían en España-dice-como la experiencia de Madrid se lo había mostrado (52); Señoras de buena familia con escasa fortuna tampoco eran lo más oportuno para llevar la institución (53); establecer la Obra a base de comunidades de Religiosas arrepentidas, no era conveniente, porque <<nuestras chicas no vienen ya arrepentidas ni para monjas, pues que no conocen la religión, ni se duelen de la vida que llevan, antes, dejarla es superior a sus fuerzas, ni lo desean; sólo quieren huir del mal que en el día les aqueja, razón por la que es más difícil su salvación y conver­sión» (54).

Pero el resumen más característico de la espiritualidad de Santa María Micaela en lo tocante a su misión apostólica y a su apostolado específico creemos encontrarlo en los apuntes que la Madre nos dejó sobre sus últi­mos ejercicios en Burjasot Valencia (18-28 de septiembre 186-1). Ofrecen ya el fruto maduro de su vida espiritual, que al año siguiente iba a madu­rar para el cielo. Es precisamente el último día, el día octavo, cuando escribe lo que la mueve «a sufrir y a trabajar». «Me mueve-dice-primero el deseo que tengo impreso en mi corazón de amar a Dios, no tanto por su pasión, como por haberse quedado con nosotros toda la vida en el Sa­cramento. ¡Esto me saca de quicio o de juicio! ¡Todas las glorias del mun­do ni sus alabanzas me mueven a mí para nada! El desagraviar al Señor,

(49) C 1859 p. 19-20. (50) A Dofia Josefa Rosario y Márnez (30 de abril de 1859) CCM U P 222 s. (51) A la Baronesa de Rocafort (18 de enero de' 1861) CCM UI p. 239. (52) A 358. (53) A 359. (54) A 359-360.

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el salvar almas que se lleva el enemigo; el darle culto, ya que se ha que­dado con nosotros y sufre tanto en este sacramento. En desagraviarle yo misma de mis pecados pasados y de los presentes de tibiezas en la comu­nión, malas confesiones por no notar mis faltas diarias esto sí me duele y mueve a sacrificar mil vidas que tuviera. Lo que me han de dar a mí no me ocupa; lo que le han de dar al Señor, eso sí, y darle yo cuanto pueda por mi parte, eso es mi anhelo en esta vida; lo digo porque no sé si voy bien, si es camino seguro. Si hablo de las cosas de 'Dios es por El; sólo por El; no tengo mira mía ninguna; no, no ... ; lo puedo jurar, sólo Dios.

La segunda meditación del amor de Dios la hice con un fervor grande, pero al llegar al final que dice Jesús se abrasa todo entero por amor nues­tro ... ¡y no es amado! Estas palabras me recogieron por espacio de una hora hasta que un bicho muy grande con alas me saco de mi recogimiento, y después pasé una hora más considerando el amor de Dios. ¡Oh, cuando le amaré yo como deseo y es debidol» (55).

Para realizar esta obra, Dios había preparado a su sierva. Desde los comienzos de Guadalajara con una escuela de niñas pobres que su madre le dejaba tener en una sala baja. Allí les enseñaba, ayudada de Bernarda, que era como su hermana¡ adoptiva, doctrina, coser, planchar, zurcir; el do­mingo, a oir misa y las vestía de nuevo, las preparaba para confesar y co­mulgar; y, cuando las tenía bien enseñadas las ponía a servir en casas pia­dosas sin perderlas de su vista y de su solicitud (56). Otras innumerables obras de caridad como enfermos (57) y en tiempo de cólera (58) y con pobres y enfermos (59) avivaban aquella llama de amor a Dios y al San­tísimo que ardía en la santa. La avivaban con la abnegación y el sacrificio bien demostrados.

Todo esto llevó a Santa María Micaela a la fundación de su Obra de «Señoras Adoratrices y Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad» cuya finalidad era la siguiente:' l." La adoración continua del Santísimo Sacramento. 2.° Tratar con benevolencia y verdadera caridad a las jóvenes huérfanas o desgraciadas que se acojan en el Colegio de desamparadas puesto a su cuidado, y que se propongan abandonar la vida de corrupción y escándalo a la que antes hubiesen estado entregadas. S.O Proporcionar a las mismas la instrucción religiosa necesaria y conveniente para que, co­nociendo la fealdad y enormidad de sus faltas, se dediquen con decisión a repararlas. 4.° Darles la educación y enseñanza correspondiente a su sexo y clase, o la de que sean capaces, todo con el fin de dar a Dios el honor y gloria que le es debido; el de rescatar para El mismo las almas de tantas infelices que de El se habían lastimosamente separado; y por último, el de rehabilitarlas ante la misma sociedad que con sus actos públicos habían es­candalizado y ofendido.

«Sepan todas que el fin de esta Congregación es, no sólo atender con

(55) ER 151-152. ef. ZUGASTI, P. 727. (56) A 4. (57) A 5. (58) A 6. (59) A 6.

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todo empeño a la salvación y perfección de sus almas propias con la gracia de Dios, sino también a las de los prójimos, especialmente de aquellas jó­venes desgraciadas que han de ser el principal objeto de su caridad y de su celo» (60).

III. EL METODO DE SU APOSTOLADO

Algo queda dicho sobre su manera de darse al rescate de las almas en lo que hemos escrito anteriormente. Pero hay todavía mucho más que de­cir. Sólo con su Autobiografía se puede formar un método de acción apos­tólica para el fin específico a que Dios la destinaba.

La santa quería aprender para su Colegio. Cuando viaja y visita insti­tuciones repara en aquello que le gusta y que le podrá ser útil para la fun­dación ya comenzada del Colegio, que todavía tiene que perfeccionar. De su estancia en París escribe: «Yo no perdía jamás de vista mi Colegio, y siempre con la pena de que aquello no era lo que Dios quería, y con este afán visitaba los hospitales y casas. análogas a mis Desamparadas, que ja­más me llenaban; de lo que yo me quejaba con el Señor, pues lo que tenía no era lo que El quería; lo que veía menos. Pues ¿qué quieres, Dios mío? -le decía-; ¿no sabes, Señor, que estoy dispuesta a morir por Ti? Pues di que lo quieres» (61). Siguió su vida en París, buscando cuál era su voca­ción: «Yo no me sentÍa-dice-con vocación fija de nada, pues tenía una pobre idea de mi capacidad, no creía yo poder hacer nada que saliera de la vida que había llevado hasta entonces ... » (62). Se dedica a estudiar perspectiva, pintura, inglés, religión... «es.tudiaha lo que leía con el ob­jeto de aprender yo para enseñar algún día en mi Colegio de las Desam­paradas ... » (63).

En Bruselas continuó la misma preocupación. Visitó una Escuela de Obreros para los domingos, donde les enseñaban religión, primero la misa, después una plática, luego algo de desayuno y media hora de descanso. Constató la buena formación religiosa y moral que allí se les daba; pero se acababa de cerrar la escuela por falta de medios. Su celo inspirado le hizo hablar al Cuerpo Diplomático y formó una suscripción para el futuro; y otra vez con la idea de aprender para su Colegio: «me enteré bien de todo para a mi vuelta a España plantearlo, porque es una cosa muy útil para enseñar al pueblo y moralizarlo; y más donde los protestantes no perdonan medio para ganar prosélitos para su religión» (64). Y nuevamente el mismo

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(60) e 1859, p. 24-25. er. e 1862 p. 10-13. (61) A 54. (62) A 65. (63) A 65. (64) A 101.

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insistente pensamiento, al mencionar sus obras de caridad en Bélgica. « [De] otras muchas pobres podría contar, pero no ofrecen cosa particular ni tienen relación con mi principal mira, aprender para mi colegio de Ma­drid» (65). Tampoco la casa de arrepentidas que visitó en Amberes y excitó su curiosidad «por ver si era esto lo que el Señor quería para mis desampa­radas o hallaba algo que pudiera convenirme para ellas». La casa era pequeña, muy bonita, había seis religiosas arrepentidas, le hablaron y ex­plicaron todo, «pero desde luego conocí no era lo que Dios quería para mi obra. Esto me dio pena y mucha ... » (66). Tampoco la casa de arrepen­tidas de Burdeos, fundada por Mademoiselle La Moruse, que de regreso a España visitó con su cuñada. «Allí veía lo que hacía aquella gente y me enteré de todo y me daba pena ver que no era aquello lo que Dios quería para mi Casa, y como no sabía lo que quería, pues no sabía distinguir cla­ramente lo que Dios quería de mi Colegio; pero bien claro veía no era lo que yo tenía en Madrid, ni ésta tampoco; esto muy claro lo veía yo, de modo que era para mí más confusión, porque yo deseaba hallar algo que poder imitar, y con sus privilegios y concesiones ya hechas, tanto más que me asustaban con las dificultades que me ponían, si no agregaba mi obra a alguna otra ya establecida, lo que me parecía a mí muy bien; de modo que lo miraba todo, o más bien lo devoraba y lo hallaba todo al pronto muy bien. Pero al presentarlo al Señor en la oración: mira, Señor, esto será bueno para nuestra obra, 'no, no' muy claramente sentía yo. No era lo que el Señor quería de mí en las Desamparadas» (67).

Con esta preparación negativa, diríamos nosotros, esto es, más bien a fuerza de exclusiones, llega a España. La idea como obsesionante del co­legio seguía fija en su mente: «Una de las ideas que siempre me preocu­paban y que pedía en mi oración y comuniones al Señor me diera a cono­cer lo que quería del colegio, pues comprendía bien claro no estaba satis­fecho de lo que había hasta el día ... Con este fin hacía yo grandes peniten­cias ... » (68). Pedía mucho al Señor le iluminara para acertar y una noche, después de oración larga y fervorosa «soñó un colegio» «que iban de dos en dos bajando y rezando al mismo tiempo vestidas unas de verde y otras de negro, y vi en un punto la vida que hacía aquella gente, y me quedó tan impreso-continúa-que jamás se me ha olvidado; vi además en lo alto a la izquierda un grupo de gente y creí eran unas religiosas que cuidaban de aquel colegio; no vi su traje como el del colegio, pero vi algo blanco, y lo más, negro ... » (69). No le dio resultado dejar la dirección de su colegio a Religiosas extranjeras. La Providencia se sirvió de diferentes medios ya apuntados para persuadirla que ella misma debía llevar y dirigir la obra. Uno era que había paz y tranquilidad en casa cuando ella estaba.

¿Cuál era el secreto de esta paz y cuál era su método de educación para conseguir los efectos admirables que conocemos por las páginas de la Autobiografía?

(65) A 105. (66) A 129. (67) A 141. (68) A 166-167. (69) A 181.

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Ante todo el ejemplo de su vida llena de abnegación y de sacrificio por Dios y por sus colegialas. Al poner de relieve ante éstas todo lo que había hecho por ellas cuando la mayoría estaba alborotada e inquieta, des­pués de irse las religiosas extranjeras, no pudieron menos de enmudecer y admirar la intención recta, celo y abnegación de la santa. ¿Quién trajo es­tas religiosas?-les decía-o «dNo fui yo, gastando para ello toda mi for­tuna? ¿No fui yo a aquella buhardilla por Vd.?-le dije a una-o ¿Por us­ted no fui a una casa pública, exponiendo mi vida? ¿N o he ido cada día al hospital de San Juan de Dios, venciendo toda repugnancia y sufriendo insultos por cada una que me he traído? ¿Es este el pago?, ¿qué temen ustedes de mí?» (70). Se le sometieron; pidieron perdón y se calmaron. So­bre todo al ver que traían su cama al colegio y llegaba su criada Isabel. La Señora Vizcondesa iba a vivir con ellas, las Desamparadas (71). El sa­crificio generoso triunfó. Aun en medio de la desolación amarga. «En 1850-escribe después-me vine al colegio a dirigirlo yo misma; pero me parecía no había de poder hacer el gran sacrificio que me proponía: me hallaba tan sola, tan triste y despreciada por todos, incluso de mi familia que no querían saber de mí ni verme ... » (72).

El sacrificio y el ejemplo fueron la primera arma que aparece en su método de redención: «Como yo sentía repugnancia en ciertos oficios, para vencerme y mortificarme e imitar la vida de los santos en algo, fre­gaba el suelo, barría, lavaba, planchaba y todas las noches me levantaba de la cama para vigilar. Algunas veces fregaba con la lengua para expiar los pecados míos y ajenos cometidos con la lengua, y que tanto se perjudica al prójimo con ella ... » (73).

La Regla que implantó para su Casa y Colegio era una Regla estrecha, como lo dijo y sintió una religiosa profesa de más de veinte años, que con licencia de Su Santidad pedía ser recibida. La santa estaba «loca de con­tenta porque la monja nueva encuentra que tenemos Regla y estrecha». y no cabía de gozo con estos descubrimientos (74). El silencio será para las colegialas una de las normas de la casa, rezar los salmos penitenciales y demás oraciones en verso que quería se grabasen en la memoria (75). El silencio se guardará sobre todo un día a la semana, el jueves, para este día pensar en el Santísimo y hacerle este obsequio y mortificación ... (76).

Saber dar trabajo y ocupación era otro de los primeros principios edu­cativos que reconocemos en su Colegio. Antes, en Bélgica, cuando se preo­cupó de las mujeres de mal vivir, «como la mayor parte eran encajeras, el oficio del país, las mandaba hacer flores sueltas, de las que supieran, y se las pagaba al precio que las vendían ellas antes de tener la mala vida; y entre éstas y las pobres, que resolví darles trabajo en vez de limosna, por-

(70) A 232. (71) A 233-238. (72) A 275. (73) A 369. (74) A 287-288. (75) A 378. (76) A 363.

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que esto las tenía ocupadas y les gustaba más a ellas mismas ... » (77). Sa­bía también que era mejor el trabajo dentro de casa que fuera, cuando todavía no estaban preparadas para ello, porque «con salir a los talleres volvían como toritos y fieras» (78).

Pero la austeridad de vida, la ocupación, el trabajo, el silencio, ciertos castigos o penitencias, como besar el suelo ... (79), todo esto, para que fuera bien recibido de las colegialas y surtiera su efecto, implicaba un espíritu o forma de caridad y suavidad, que nos parece característico de la Madre Sacramento. La santa creía que no iba a entender la manera de llevar y gobernar aquella institución. Le repugnaba por ello ser la Directora y re­sistió a encargarse ella misma de la obra todo lo que pudo. Sin embargo, tenía la primera condición del pedagogo para influir eficazmente en el educando: sabía ganarse el coraz6n de las colegíalas con su caridad irre­sistible. La manera como se ganó a Filomena, descrita largamente en la Autobiografía, de una manera graciosa y eficaz, es una lección de conquista de las almas a fuerza de ingenio y de paciencia (80). También la colegiala Paz es otro caso de «ganar con halago su afecto, ya cuidando con esmero de su salud, ya escuchando sus padecimientos con calma, una de las cosas que más halaga en general, en sus largas relaciones de males físicos como morales, falso lo más que me decía, pero que yo escuchaba con calma para a su tiempo hacer uso de ello. Cuando yo conocí-prosigue la santa Ma­dre-me agradecía las pequeñas distinciones que le hacía ... » (81), enton­ces fue el momento de actuar con eficacia para corregirla y que ella misma renunciara a ciertas condiciones, como no besar el suelo, llevar cierto ves­tido llamativo, coser una camisa para su querido, que había puesto al en­trar. A una mujer descreída y con sarna de mal género la misma santa en secreto, para no descubrir su enfermedad, le daba unturas por todo el cuer­po por espacio de una hora un mes seguido, sin que nadie lo supiera en casa. Le hablaba después y lloraba con ella la pena de su incredulidad. Sanó de la lepra física y de la moral, en cuanto a la fe (82).

La caridad es paciente-dijo San Pablo-(83). Y uno de los secretos de la caridad eximia de Madre Sacramento era saber esperar, tener pa­ciencia hasta que llegase la hora de Dios.

¡Cuántas ocasiones se malogran por querer precipitar la conversión I Al regresar a Madrid, cuando las Señoras de la Junta que llevaba su Colegio supieron de la llegada de la Vizcondesa, la llamaron «y todas reunidas de­cidieron dejarlo, porque estas mujeres eran incorregibles y el plan de su salvación sólo estaba en mi cabeza. Todas lo dejaron y algunas ya ni a esta última Junta asistieron» (84). La caridad todo lo espera. Y Santa María Micaela esperó con caridad. Triunfaba con la fe y la paciencia (85).

(77) A 120. (78) A 169. (79) A 416. (80) A 190-198. (81) A 419. (82) A 459-460. (83) 1 Cor 14, 4. (84) A 168. (85) v. gr. A 432-43~.

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Del «Reglamento interior» son las siguientes palabras, indice manifiesto de un espíritu evangélico que no se busca a sí:· «para esto [para el aposto­lado en caridad a que son llamadas las Señoras Adoratrices] se debe man­dar con dulzura lo primero; con calma y paciencia lo segundo; y con amor, con amor, sí, con amor, mirando a Jesucristo que es a quien representan los pobres, y cada una de ellas, pero con un amor de Dios, desprendido, no egoísta o con amor propio, porque si no se salva [ me] desanimo yo, y creo perdido mi tiempo, y mi celo se entibia y decae; no permita el cielo que una Esclava del Señor le imponga leyes; semejante soberbia en una reli­giosa sería una calamidad para la Comunidad; dejemos este lenguaje a los del mundo que si no ven en el momento el fruto de nuestros desvelos lo creen perdido y quiera Dios que no crean perjudicial la Institución porque no salta a sus ojos y en el momento el cambio que cada uno se promete ver en una Desamparada. Este es un trabajo en que no cabe tener amor propio, la gloria ha de ser para Dios, porque no cogemos nosotras el

. fruto, porque no sólo no nos lo paga la que lo recibe, que le es molesto y la contraría todo su ser, sino que el público que no las conoce más que en el vicio, las desprecia, y siente empleemos tan mal dinero y tiempo, como lo hemos de hacer de caridad siempre y sin retribución ni precio, el in­terés de atesorar, ganar, que está en el corazón del hombre, tampoco mue­ve nuestro corazón; no tenemos el gusto ni consuelo, que en todo colegio se tiene, que se hable del beneficio de la Institución a quien le debe su salvación, porque publica su mal vivir si dice la enseñamos en nuestros colegios, y la misma vergüenza que la enseñamos a tener y el mismo dolor que la hicimos concebir del pecado, y sus consecuencias, se vuelve contra el amor propio, de la que lo hizo porque su trabajo se luciese, pues, cuanto mejor enseñadas salen, más callan su vida pasada, ya por la vergüenza, ya por el dolor de la ofensa de Dios, ya por no ser mal miradas de los mismos que por su piedad y buena educación y modales fían sus casas. Por lo que es muy común y sé por experiencia lo que las duele hablen mal en la casa donde sirve una colegiala, de nosotras, sin podernos defender, ¡sino a costa de su deshonra I muchísimas han venido llorando, a consultar si lo dirían. No, hijas mís, no, y mil veces no, nuestro trabajo no es para el mundo ni por la gloria que sus elogios nos pueden dar, que es corta paga para tanto sacrificio y que se hizo por el amor de Dios, y este mismo Dios tiene tesoros de amor divino, única ambición de una Esclava del Santí­simo. Muera, pues, el amor propio en nuestras casas, muera el amor del mundo, que es corta paga para una Adoratriz y Esclava» (86).

«Tenía carácter fuerte mi Madre Fundadora-leemos en el proceso de su Beatificación y Canonización-pero con las chicas no se disgustaba, sino que las corregía dándose disciplinas de sangre a presencia de la de­lincuente. Cuando la insultaban y calumniaban rebosaba la alegría en su semblante y nos exhortaba a nosotras las religiosas a querer mucho a las chicas diciéndonos que a éstas debíamos la felicidad de ser religiosas» (87).

La santa era fácil para perdonar. Ella misma lo confiesa. No le cos-(86) RI 66-68. (87) Sor Maria de la AmUlciaci6n Martínez y Ten'én: PIV f. 944.

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taba conceder el perdón a quien lo deseaba y se reconocía de sus cul­pas (88).

Importaba reconocerse. A una le habló al alma y le dijo lo desgraciada que sería si no se reconocía. «Me oyó muy bien-continúa-, lloró, me dio las gracias, pidió perdón; bien todo» (89).

Con este espíritu de caridad, que penetraba los corazones, se entiende la suavidad con que procedían sus métodos de reeducación. Cuando el santo arzobispo Claret y otras personas consultadas en el caso de una niña pequeña sumamente maliciada, que hacía daño a las demás, aconsejaban el castigo severo o la expulsión, Santa María Micaela comprendió que en su casa el rigor «era imposible y opuesto al método del colegio: todo con dulzura y persuasión». Tomó un coche y llevó la niña a la persona que la había traído (90). En la Autobiografía alaba una escuela de Bélgica, la mejor montada que había visto «sin más castigo que ser despedido, y como esto era lo que yo tenía pensado para mi Colegio, lo miré muy bien» (91). Era, en fin de cuentas, una pedagogía y plan de educación de sentirse bien en la Casa, de modo que la expulsión fuera la pena más temida; y todas, contentas de estar allí, recibieran la educación con agrado.

La santa confiesa que siempre era obedecida (92). Con dulzura, con paciencia, enseñaba la humildad, la obediencia (93). Era un arma y un recurso el lanzarse ella a la penitencia de besar el suelo, si alguna había cometido ciertas faltas o llegado tarde. Cuando las colegialas veían a la «Señora» que se disponía a besar el suelo para satisfacer por la falta de alguna, las demás no lo podían sufrir y se adelantaban a hacerlo ellas (94).

La caridad le hacía defender a las colegialas contra los ataques de los lobos, bien que en ocasiones vestidos con pieles de ovejas (95). Sabía es­tudiar con inteligencia las inclinaciones, lenguaje, maneras y genio de las colegialas para mejor educarlas (96). Sobre todo actuaba la vigilancia con las nuevas reción llegadas a la Casa (97).

Los recursos de que se servía Santa María Micaela para la buena edu­cación de las alumnas eran interminables; entre otros: tener en buen con­cepto a las colegialas y que los otros también lo tuvieran (98). Conocía la tendencia humana a parecer persona de virtud, aunque no se tenga (99). Sabía entretenerlas con lecturas convenientes durante ciertas recreacio­nes (100), y alabar la manera de leer bien (101). Fue un medio eficaz de ganarse el afecto y la confianza de una colegiala difícil.

(88) v. gr. A 260-261; 505. (89) A 516. (90) A 514. (91) A 103. (92) A 273. (93) A 284. (94) A 371; 419-420. (95) A 393-406. (96) A 417. (97) A 500-501. (98) A 198. (99) A 417. (lOO) A 423. (101) A 423-424.

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Sabía entretener a las niñas con juegos inocentes, aun en medio de pre­ocupaciones y circunstancias difíciles (102). Ella misma, todavía Vizcon­desa, iba a jugar con las chicas para quitar a las religiosas extranjeras todo reparo y repugnancia de las colegialas (103). Las distinciones y vestidos diferentes, de Filomena y de Micaela, pertenecen también a las caracterís­ticas de su pedagogía (104); con ello se juntó una gran habilidad para quitar a una colegiala un vestido de colorines que al principio le había permitido (105).

El cuidado personal y atención a cada una de las educandas, que hoy tanto se pondera como fórmula de educación, queda bien de manifiesto en el libro «Registro del personab) (106) que hemos podido ver en los Ar­chivos del Instituto. Aparece el exquisito cuidado de llevar fichas de cada una de las colegialas con los antecedentes y datos personales de cada una (hemos visto del año 1859) en este libro en que hay 973 registradas. Si al principio los datos son más someros, con el tiempo se van haciendo más abundantes, aquellos datos o informaciones que pueden servir para la la­bor pedagógica o para la estadística; cambios de nombre, datos perso­nales más secretos (el libro se cerraba un tiempo con candado), confesor que tiene o que se le ha señalado, salidas del colegio y conducta posterior.

Las Constituciones del Colegio de Nuestra Señora de las Desampara­das (a. 1853) tenían cuidado de escoger los confesores ordinarios. Con el capellán, se nombrarían cuatro confesores de fuera y ninguno más podría confesar (c. 4) (107). Se trataba, según las mismas constituciones (en 'la

(102) A 450. (103) A 218-219. Cf. también las Declaraciones del proceso de beatificación y

canonización; María del Rosario Patrocinio Fernández " ... pues yo la declarante soy testigo de que mi Madre Sacramento tenia todas sus delicias y alegrías con nosotras las colegiales, descendiendo hasta jugar con nosotras, y nos trataba con más carifio que a las hermanas, de cuyas cosas deducimos nosotras las asiladas que por amor a las infelices desamparadas había fundado el Instituto" (f. 1120). "Yo la recuerdo a menudo, porque su mayor placer consistía en la felicidad y sal­vación de sus chicas, como nos llamaba a sus colegialas" (f. 1124 rv).

(104) A 416. (105) A 421-422. En el Testamento, otorgado por la santa Madre ante el Nota­

rio D. Claudio Sanz y Barea, en Madrid 18 de marzo de 1864, muestra el amor que tenía a sus colegialas, y cómo un vestido tenia que ser incentivo para la virtud: "Finalmente deseo-dice en la cláusula 13-que sepan mis colegialas que en mis últimos momentos no las olvido, como no las he olvidado durante mi vida; y, como una prueba de ello, quiero que para cuando les corresponda salir del Colegio a ser­vir o de otro modo honesto y conveniente, se compre a todas las que a mi falleci­miento estén en la casa de Madrid bajo mi inmediata dirección, un vestido de percal, un pafiuelo y una mantilla que no exceda todo de cien reales, y a las que se hallen con iguales circunstancias en las demás casas una prenda también de vestir a Juicio de mis albaceas según los usos del país y el estado de fondos, pero que no exceda de sesenta reales; unas y otras han de optar a este regalo saliendo colocadas de la casa con el beneplácito y aprobación de la superiora de ella. Y si, lo que Dios no permita, se dejasen llevar alguna vez de las sugestiones del ene­migo, las ruego que al ponerse las prendas que las doy se acuerden de mí y de los muchos desvelos y fatigas que me cuesta su educación y la salvación de sus almas, y por amor de Jesús dejen de cometer siquiera algún pecado en memoria de la ofensa tan grande que hacen a Dios, y de la pena y sentimiento que me darían si yo viviera."

(l06) "Libro Registro del personal. Colegio de Nuestra Señora de las Desampa­radas y Esclavas del Santísimo Sacramento. Dirigido por la Sefiora Dofia Micaela de Desmaisieres López de Dicastillo, Vizcondesa de Jorbalán."

(107) Se entiende-creemos-como cosa ordinaria.

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edc. de 1863), de «una casa de refugio para las mujeres extraviadas que, careciendo de medios para vivir honradamente, quieran dedicarse a la virtud». Si al principio sólo se admitían 70 por la estrechez del edificio y escasez de fondos, después (a. 1863) el número de las que se admitan «será proporcionado a la capacidad del edificio ... y según los recursos». La permanencia de las colegialas no pasaría de tres años según lo previsto como cosa ordinaria, para cimentar la virtud y enseñarles a ganarse el sus­tento (c. 1). Se distinguían clases de Micaelas y Filomenas con sus vestidos propios (c. 6).

La instrucción que debía darse a las colegialas, tanto Micadas como Filomenas-dicen las Constituciones del Colegio (a. 1853)-«consistirá en arraigar en sus corazones el temor de Dios y en enseñar las labores propias de su sexo (108). Se cuidará que todas aprendan bien la doctrina cristiana practicando al mismo tiempo las obligaciones que ella nos impone; con­fesión y comunión de quince en quince días (109), oirán misa y velarán delante del Santísimo por espacio de media hora diariamente (llO) , reza­rán el rosario todas las noches, harán un ejercicio cristiano de media hora por la mañana y otro por la noche, y sin dejar la labor oirán dos veces al día una lección espiritual, que durará media hora cada una» (c. 6). Se prescribe además un día de retiro el último día de cada mes, y ocho días de ejercicios espirituales todos los años (c.6). Los castigos no serán los golpes ni quitar la ración; sino los que humillan el corazón, como besar la tierra, pedir perdón, recargar con alguna labor, privar de la recrea­ción (c.6).

Falta todavía en el método pedagógico de la santa, la mención del len­guaje inspirado por Dios con que hablaba en ocasiones. Cuando por salvar un alma que se acogía a ella, acudió a una casa de mal vivir y habló a algunas mujeres, «en estos casos-escribe-por ruda que una sea, habla un lenguaje inspirado por Dios, y así las palabras tienen una fuerza supe­rior y divina (lll).

La acción divina se manifestaba más poderosa, si el celo iba acompa­fiado de la abnegación. «Lo prueba-como leemos en los procesos-el mani­festarnos su Sierva muchas veces que para cooperar a la salvación de las chicas era preciso que nosotras hiciésemos alguna mortificación. Esto no dejaba de ser sólo un consejo que nos daba, sino que con su ejemplo pro­curaba de imbuir en nuestro ánimo a practicar esto mismo; pues acaeció en cierta ocasión que sabedora nuestra Madre de las tentaciones pecami­nosas de que una de las colegialas estaba poseída, cuyo nombre y paradero ignoro, en términos de quererse salir del colegio de :Madrid, cogió a esta colegiala, se encerró con ella en una habitación, tomó las disciplinas y la misma Madre principió a darse tan fuertes golpes sobre sus carnes supli-

(108) Las Constituciones impresas en 1858 afíaden: "ensefíándolas a su entrada en el Colegio a prepararse para hacer una buena confesión general" (c. 6, n. 11).

(109) Según las Constituciones de 1863, las Micaelas de ocho en ocho días, y las Filomenas de quince en quince días (c. 5, n. 12).

(110) La vela en las Constituciones de 1863' se pone acompafíando como premio a las Sefioras Adoratrices (c. 5, n. 13).

(111) A 484.

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cando y pidiendo al Señor al mismo tiempo por la salvación de aquella colegiala, que ésta llena de espanto y remordimiento y a la vez de compa­sión en la manera de mortificarse nuestra Madre, no por propios pecados de ésta, sino por los suyos, prorrumpió en copioso llanto y abrazándose a la Madre le dijo: «Por Dios, Madre, no se castigue más, que yo no saldré de aquí y seré buena». Desde entonces esta colegiala no solamente fue buena, sino que fue ejemplar su conducta para con las demás. Estas mor­tificaciones y deseos de nuestra Madre de padecer por Jesucristo las ejer­citó toda su vida y sin interrupción» (112). Y todavía en los mismos pro­cesos: «y nos decía: Hlijas mías, con tal de evitar pecados, os habéis de sacrificar siempre, pues costaron mucho las almas a nuestro Jesús» (113).

Falta aún más en el método de rescate de las almas según la santa. No hemos hablado todavía de sus recursos a la piedad y el llevar las almas a la oración. Conocemos la medalla de la Virgen, puesta a una joven en peligro, que retiene en el colegio a esta persona (114). Conocemos la devo­ción de Santa María Micaela a los siete dolores de María (115) y a la Preciosa Sangre de Nuestro Señor; y así puso el ejercicio o rosario de la Preciosa Sangre (116). Los sacramentos eran, en el concepto de la Madre Sacramento, el coche para llegar al cielo (117). Sobre todo el Santísimo Sacramento.

Estando en Boulogne entregó una sortija de siete piedras, de la que le costaba desprenderse por haber pertenecido a su madre, pensando que se trataba de hacer una capilla de la Virgen y «una iglesia donde algún día se pondría un sagrario, IY en él el Señorl, es decir, mis amores (118).

Sintió mucho la Vizcondesa que las Señoras que cuidaban de la Casa en Madrid, durante su ausencia· en Francia y Bélgica, habían quitado la misa diaria de las chicas, para que aprovecharan este tiempo y no per­dieran jornal, «lo que me causó a mí mucha pena, por ver era un método distinto y opuesto a lo que yo había puesto en el Reglamento que les dÍ» (119). En efecto, más adelante, en la imposibilidad de oir misa y reci­bir los sacramentos en una de las casas, de la calle de Jardines, donde tuvo su Obra, ella misma las acompañaba a misa los días de fiesta o pre­cepto (120).

El espíritu eucarístico era el alma de toda esta Obra de regeneración y educación. Ya lo hemos conocido viviente más arriba en la santa. El San­tísimo Sacramento era su refugio. A El se debía el tener casa; a El los raudales de vida pura; de El dimanaban los rayos de sol para desecar los pantanos. «Como mi refugio para todo es el Santísimo y yo le trataba como mi mayor amigo, le puse una carta pidiéndole casa y la mandé poner de-

(112) Hermana Maria Ignacia Domenech: PIV f. 902 v.-903. (113) La misma declarante, ib. f. 911. (114) A 506-507. (115) A 178, 489. (116) A 304. (117) A 527. (118) A 81. (119) A 50. (120) A 203.

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bajo de la custodia, antes de exponer en el Oratorio del Caballero de Gracia, que había allí función o novena al Santísimo. Me sirvió el Señor tan bien, que al tercer día ... » ya tenía casa (121).

El Santísimo Sacramento no podía faltar en el espíritu y método edu­cativo de quien por devoción se llamaba «Esclava del Santísimo Sacra­mento» (122). La Madre Sacramento nos lo dice expresamente, cómo la eucaristía entraba plenamente en su plan pedagógico. Con la cita siguien­te podremos dar por terminado el estudio de esta pedagogía para el res­cate de las almas. La eucaristía es fuente de santidad:

«Como yo quería imprimir en todos los de la Casa y fuera el amor al Santísimo, y no hallase un medio indirecto que lo recordara, puse unos letreros que de letras grandes decían: «Alabado sea el Santísimo Sacra­mento», y mandé se dijera siempre en los tránsitos, al entrar, salir y sa­ludarse, etc. En todas las cosas de la Casa se empieza con el «Alabado» al Santísimo. Es un gusto que siempre y en todo momento se alabe al San­tísimo Sacramento» (123).

Los frutos de esta educación son conocidos de Dios. También de los hombres, que los podemos rastrear y ver. La Autobiografía es próvida en referir la obra de la gracia en la redención de muchas almas. No podía ser de otra manera, cuando se busca a Dios con aquella intención recta y pura, como la buscó en su Obra la Vizcondesa de Jorbalán. Queremos solamente consignar la reacción de las colegialas, cuando un incendio ame­nazó el colegio: «Mi Colegio-escribe la santa-se bajó a la capilla sin asustarse, y muy contentas al ver cómo Dios las guardaba, y tan enfervo­rizadas que decían: Si arde la casa nuestra, moriremos con gusto, mejor que ofender a Dios. Con esto me pagaban ellas a mí todo lo que sufría por la salvación de sus almas (124).

El ideal de toda su vida y de toda su acción en la ardua Obra em­prendida era que las colegialas llegasen a amar a Dios: «¡Si estas hijas llegasen a comprender bien lo que Dios las ama y mira por ellas! ... ¡ Cómo se lo pagarían amándole a su vez sin límites, ni restricciones, dán­dole en pago todo su corazón!, pues bien, hermanas mías, a esto estamos llamadas las Esclavas: a amarle por ellas, ínterin las enseñamos lo que es Dios y lo que ellas le deben, muy particularmente; y ¡ cómo por ellas pone el Señor en movimiento tanto gente, y lo principal de la ciudad! ¡Qué gastos! ¡Qué sacrificios no se hacen por salvarlasl ¡Y sin saber aún

(121) A 204. (122) En el Reglamento interior expresa su ideal de esclavitud respecto del

Santísimo Sacramento: "Este nombre [de adoratriz Esclava del Santísimo y de la Caridad] la obliga a mucho; primero a adorar al Santísimo siempre sin separarse jamás de Jesús como una esclava, que una cadena la hace andar unida al Sagrario donde mora el Santísimo Sacramento, y es también esclava de la Caridad, que es clavo de amor, el amor de Jesús la hace mirar a su prójimo como a sí misma, y éste es un precepto puesto por Dios, y para cumplir este precepto y mandato expreso del Sefíor estamos sus Esclavas (p. 62).

(123) A 378-379. (124) A 334.

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para quién! ¡Y sin conocerlas! ¿No es una generosidad grande la de Dios, exponerse aun a ser ofendido en unas casas que tanto le cuestan, y por almas que aún están ofendiéndole por el mundo? Esto quita el juicio, y anima y excita a servir a un Dios tan amante con nosotras en escogernos para su Santa Empresa, de salvarle almas y las nuestras con ellas!» (125).

MIGUEL NICOLAU SJ Universidad Pontificia. Salamanca

(125) Carta a Hna. Caridad del 11 de diciembre de 1858: CS 1 p. 382-383.