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ENERO / MARZO 2006 239 RESEÑAS RESEÑAS El siglo XX se cobró en dos guerras uni- versales más de cien millones de vidas. Detrás de la primera alentaba el nacio- nalismo; también el nacionalismo alentó tras el fascismo y el nazismo, y tuvo una reacción complementaria en el interna- cionalismo del comunismo, tiranía cuya construcción y expansión contaron no menos víctimas en el ábaco de la Histo- ria. Todas ellas, ideologías vinculadas al fanatismo de la identidad –como pueblo o nación elegidos, como raza o como victoriosa clase universal– y que se han revestido de simbología y liturgia religio- sas. La deuda contraída ha aguijoneado a los historiadores de las ideas a ir en busca de los argumentos que fueron consolidando las mentalidades totalita- rias europeas, las razones del inmenso apoyo social que cobijó el horror mayús- culo del Holocausto y los horrores del Terror jacobino y bolchevique, del Gulag soviético, de la Revolución Cultural china o de los jemeres rojos de Pol Pot. Ahora, el historiador británico Michael Burleigh va en busca de sus fuentes en Poder terrenal, volumen que recorre el primer trecho, desde la Revolución Francesa hasta la Primera Guerra Mundial, y que el autor concluirá en un próximo libro con la Segunda Guerra Mundial. La historia occidental de la edad contem- poránea ha tenido entre sus temas fun- damentales el de la separación de la Iglesia y el Estado, un largo y sinuoso proceso cuya primera expresión se produjo en la Revolución Americana, aunque allí no fue un asalto de la alianza entre el Trono y el Altar, sino una defen- sa de las confesiones cristianas minori- tarias, e incluso del judaísmo, frente a la iglesia dominante. En la Europa conti- nental, sin embargo, tal proceso tiene el impulso de una vocación estatal laicista que se incuba en el pensamiento de los filósofos de la Ilustración y eclosiona con los jacobinos que profesaron la primera «religión política». Ya en su introducción Michael Burleigh confiesa que el libro nació como un pro- Religiones políticas UIS V ALVERDE Cuadernos de pensamiento político MICHAEL BURLEIGH Poder terrenal. Religión y política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial) Taurus, Madrid 2005, 600 págs.

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El siglo XX se cobró en dos guerras uni-versales más de cien millones de vidas.Detrás de la primera alentaba el nacio-nalismo; también el nacionalismo alentótras el fascismo y el nazismo, y tuvo unareacción complementaria en el interna-cionalismo del comunismo, tiranía cuyaconstrucción y expansión contaron nomenos víctimas en el ábaco de la Histo-ria. Todas ellas, ideologías vinculadas alfanatismo de la identidad –como puebloo nación elegidos, como raza o comovictoriosa clase universal– y que se hanrevestido de simbología y liturgia religio-sas. La deuda contraída ha aguijoneadoa los historiadores de las ideas a ir enbusca de los argumentos que fueronconsolidando las mentalidades totalita-rias europeas, las razones del inmensoapoyo social que cobijó el horror mayús-culo del Holocausto y los horrores delTerror jacobino y bolchevique, del Gulagsoviético, de la Revolución Cultural chinao de los jemeres rojos de Pol Pot. Ahora,el historiador británico Michael Burleigh

va en busca de sus fuentes en Poderterrenal, volumen que recorre el primertrecho, desde la Revolución Francesahasta la Primera Guerra Mundial, y queel autor concluirá en un próximo libro conla Segunda Guerra Mundial.La historia occidental de la edad contem-poránea ha tenido entre sus temas fun-damentales el de la separación de laIglesia y el Estado, un largo y sinuosoproceso cuya primera expresión seprodujo en la Revolución Americana,aunque allí no fue un asalto de la alianzaentre el Trono y el Altar, sino una defen-sa de las confesiones cristianas minori-tarias, e incluso del judaísmo, frente a laiglesia dominante. En la Europa conti-nental, sin embargo, tal proceso tiene elimpulso de una vocación estatal laicistaque se incuba en el pensamiento de losfilósofos de la Ilustración y eclosiona conlos jacobinos que profesaron la primera«religión política». Ya en su introducción Michael Burleighconfiesa que el libro nació como un pro-

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MICHAEL BURLEIGHPoder terrenal. Religión y política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera GuerraMundial)Taurus, Madrid 2005, 600 págs.

yecto más humilde, el de comparar lascelebraciones y los rituales cívicos du-rante la Revolución Francesa con los delcomunismo y los del nazifascismo. Laambición de la obra creció a medida quese afirmaba como instrumento de análi-sis el término «religión política», quedesagrada a muchos historiadores de laizquierda tanto como el de «totalitaris-mo», aunque estas ideologías y los regí-menes que secretaron «aspiraron a nive-les de control sin precedentes…, peroque son algo familiar en el mundo de lasreligiones». Para Burleigh, los críticos de izquierdatampoco toman en consideración «dequé forma los movimientos totalitariosparecían iglesias o, trascendiendo la se-paración de la Iglesia y el Estado, cómorepresentaban un regreso a épocas anti-guas y primitivas en las que deidad y go-bernante eran uno». Y es que a esos his-toriadores no les gusta que sus idealesprogresistas sean vinculados a esasotras ideologías del progreso, como efec-tivamente lo fueron el nacionalsocialismoy el fascismo, ni que se les recuerde los«rasgos mesiánicos» del socialismo y delmarxismo. Aun así, pese a esas reticen-cias, «religión política» no es sólo un con-cepto que, en su opinión, se ha ido acre-ditando entre los investigadores, sino quetiene una noble genealogía que se re-monta a Alexis de Tocqueville, cuandoanticipa en El Antiguo Régimen y la Revo-lución que ésta «se convirtió, más bien,en un nuevo género de religión, una reli-gión incompleta, bien es verdad, sin Dios,sin ritual y sin vida después de la muerte,pero una religión que, como el Islam,inundó la tierra con sus soldados, após-toles y mártires».

Más cerca de nosotros, ya en el siglo XX,el término fue auspiciado más o menosexplícitamente por el escritor expresio-nista checo Franz Werfel; por la historia-dora austriaca Lucie Varga, el periodistacatólico Fritz Gerlich, el teólogo protes-tante Reinhold Niebuhr, el sacerdoteitaliano Luigi Sturzo, el politólogo austria-co Eric Voegelin, quien inspiró a RaymondAron el concepto de «religiones laicas»(«doctrinas que ocupan en las almas delos contemporáneos el lugar de una fedesaparecida –afirma en su artículo«L'avenir des religions séculièrs»–, y quesitúan la salvación de la humanidad eneste mundo, en el futuro lejano, en laforma de un orden social que hay quecrear»); e influyó en el intelectual cató-lico Christopher Dawson, el periodistaFeredrick Voigt, o más recientemente, enel sociólogo norteamericano RobertBellah quien habla de una «religión cívi-ca» paralela a las iglesias oficiales y quesustenta «la idea de Estados Unidos co-mo una nación elegida, con la misión desostener ciertos valores y principios da-dos por Dios». El recurso que GeorgeBush y Tony Blair hacen al «mal» en sulucha contra el terrorismo islamista remi-te inquietantemente a ella. La originalidad de Burleigh no reside enhaber recurrido a ese instrumento con-ceptual, sino en haberlo aplicado a todala historia contemporánea europea. Y enhaber advertido que el espíritu evangeli-zador y las grandes ceremonias litúrgicasse continuaban en el proselitismo, la pro-paganda y el martirologio revolucionarios,en nuevos calendarios y santorales, enfunerales y tedeum republicanos, colorea-dos y animados por artistas como Jac-ques-Louis David, pero también con per-

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secuciones y matanzas equivalentes a lasde los cátaros o los hugonotes, aunquenadie quiera acordarse de la represión dela rebelión federalista en Burdeos, Lyon,Marsella, Tolouse y Toulon, o en la Ven-dée, cuando se «inventaron» modernosmétodos de exterminio masivo por ahoga-miento y a cañonazos.Para Burleigh, igual que para historiado-res como Niall Ferguson (cuyo esplén-dido El Imperio Británico publicaba esteaño Debate) la historia es inexplicable sinla cultura en todos sus órdenes: las artes,las letras, el pensamiento y las creencias.No basta con describir batallas y enume-rar héroes, con dilucidar movimientossociales y fenómenos económicos. Esecontinuo cultural donde las creenciasson medulares –en Occidente la religiónestructura los valores y cualifica lassociedades– subyace en el proceso desecularización, que así se muestra enuna «transferencia de la sacralidad»,como lo ha caracterizado Mona Ozouf,premio Montaigne y autora, entre otrasobras, de Calendaire, La fête revolutio-naire (Gallimard) y del Diccionario de laRevolución Francesa (con FrançoiseFuret, traducido por Alianza). Una «transferencia de sacralidad» queen el campo de la literatura ha historiadoPaul Benichou en La coronación del es-critor (1750-1830) y El tiempo de los profe-tas. Doctrinas de la época romántica(ambos traducidos por FCE), pues los es-critores sustituyeron a los sacerdotescomo mediadores entre los hombres y lanueva divinidad. Y que en el campo de laciencia engendraría los excesos positi-vistas que llevaron a Augusto Comte aoficiar misas a la diosa Razón o a que sepostularan los principios de la eugenesia

que en el siglo XX practicarán criminal-mente los nazis; y de forma benigna losnorteamericanos y los escandinavos conla esterilización de enfermos mentaleshasta más allá de los años 60. Ese continuo cultural también alentó laRestauración contrarrevolucionaria enFrancia (con la aparición del pensamien-to ultramontano) y en las naciones quesufrieron el embate napoleónico, comola reacción antiliberal española o lacuasi teocracia rusa, que a Burleigh lemerece una reflexión mayor, por cuantoel fracaso de la tibia revuelta burguesacontra Alejandro II, ocurrida como refle-jo de la Comuna, desembocaría en elradicalismo revolucionario, de natura-leza no menos sacra, fenómeno queDostoievski retratará en el pasaje delGran Inquisidor de Los hermanos Kara-mazov y en los personajes y la secuen-cia del incendio en Los demonios, y cuyanaturaleza religiosa no quiso ver IsaiahBerlin en sus Pensadores rusos.Por último, tan largo aliento le permite aBurleigh explorar otros grandes aconte-cimientos históricos que no siempre fue-ron de inspiración jacobina, sino de es-tirpe romántica, como los nacionalismos,que indujeron la reunificación italiana yla creación del Reich alemán, y que cons-tituyeron «la Iglesia más potente y omni-presente del siglo XIX», aunque tuvierondesarrollos y alianzas muy distintas, ya setratara de Polonia o Irlanda, donde nuncaentraron en colisión con el Papado; o deItalia y Alemania, donde se ventilaroncuestiones territoriales que afectaban supoder temporal, y que conducirían tardeo temprano a la separación de la Iglesiay el Estado.

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En cualquier caso, el originario naciona-lismo alemán también nació como unareacción contra el racionalismo y, en me-nor medida, el cosmopolitismo de la Ilus-tración. Su gran formulador, JohannGotfried Herder, consideraba que la na-ción era la intermediaria entre el indivi-duo y la humanidad y que la auténticacultura no se producía en las élitesdesarraigadas sino en las canciones y elfolclore popular. Esa diversidad de pue-blos que exigen ser naciones y de idio-mas que encapsulan la esencia nacionalera, para él, «un jardín». Pero tambiénesos nacionalismos apelarían al imagi-nario religioso con conceptos como pue-blo elegido, redención y sacrificio; tam-poco hay que olvidar que su Espíritu delPueblo tendría un aciago apogeo en elnazismo. En fin, ni que decir tiene el interés queesta ambiciosa exploración de las pato-logías políticas de naturaleza religiosaalcanza entre nosotros donde a diarioresucita el anticlericalismo jacobino ydonde los nacionalismos, aquí siempreamparados por el bajo clero, giran en elbucle melancólico del victimismo sacri-ficial.

TULIO DEMICHELI

La Guerra CivilespañolaANTHONY BEEVORLa Guerra Civil españolaEd. Crítica, Barcelona, 2005

La guerra fue el episodio más triste de lahistoria de la España contemporánea.

Nuestro país había vivido guerras civilesen el siglo XIX, pero ninguna, a pesar dela dureza y duración de las carlistas, deconsecuencias tan devastadoras. Laguerra de 1936 fue terrible por muchasrazones, pero fue la terrorífica cifra depersonas asesinadas más allá de las víc-timas estrictas del combate lo que hizode ella un ejemplo escalofriante de lamaldad humana. La mortandad por com-bate fue alta, muy alta si nos fijamos enalgunas batallas específicas, pero lo másdesolador fue ese reguero de muertesocurridas en uno y otro bando y quenada tuvieron que ver, salvo casos con-cretos, con el desarrollo del conflictomilitar. Y es que la guerra española fuemuchas más cosas que un enfrenta-miento militar entre dos combatientes.Lo que hizo de ella un acontecimientomoderno, lo que la convirtió en una gue-rra del siglo XX, fue su condición deguerra total, de guerra de destrucción yeliminación del enemigo, entendido ésteno como un soldado combatiente al otrolado del frente, sino como la otra partede la sociedad. O estás conmigo o estáscontra mí, y si estás conmigo tendrás quedemostrarlo reiteradas veces, de formapalmaria y sin que quepa la más mínimaposibilidad de que pueda considerarte,por acción u omisión, un enemigo de micausa. Con esa lógica, no es de extrañarque a uno y otro lado del conflicto, lasdetenciones ilegales, los encarcela-mientos arbitrarios, los asesinatos, lasfarsas judiciales, las torturas, las humi-llaciones… y un sinfín de acciones inhu-manas y vergonzosas se convirtierandesde muy pronto en una actividad nor-mal y necesaria para ganar la guerra. Noes extraño, por tanto, que la historia de

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la guerra, aun sin necesidad de mirar loque pasó en los frentes, siga siendo, acomienzos del siglo XXI, un relato queestremece y entristece, que provoca uninmenso dolor y que nos recuerda, acada instante, lo afortunados que somospor vivir en el tiempo presente. Es fácil, por tanto, que una historia de laguerra civil española como la de Beevor,siempre que esté bien escrita y seaaccesible al público no académico, re-sulte un éxito de ventas. No creo, contralo que piensan algunos, que eso sea unsíntoma de enfermedad de la sociedadespañola ni que el interés por leer lo quesucedió en la guerra tenga necesaria-mente que significar un afán por utilizarla historia en la política de nuestro pre-sente. Otra cosa bien distinta es que em-pecemos a tener una lógica sensaciónde hartazgo con este asunto de la guerracivil, y que no nos creamos, dada laevidencia de los últimos treinta años, queel olvido y la desmemoria hayan sidorasgos básicos de nuestra corta historiademocrática, como se insiste recurren-temente desde algunas voces autoriza-das de la izquierda.Pero las historias de la guerra civil es-pañola no cansarán nunca del todo, ni aizquierda ni a derecha, y no lo harán por-que a pesar de lo mucho que hemosavanzado en su conocimiento –gracias,sobre todo, a la apertura de los archivosrusos y de algunos trabajos como los dePayne (Unión Soviética, comunismo yrevolución en España (1931-1939), Barce-lona, 2003) y Elorza y Bizcarrondo (Queri-dos camaradas: la Internacional comu-nista y España, 1919-1939, Barcelona,1999)–, hay aspectos decisivos de aquel

periodo que siempre, al principio o al finaldel relato, requieren no ya de una apro-ximación a falta de fuentes, sino tambiénde un juicio de valor. No cansarán, endefinitiva, porque es improbable y hastacierto punto contraproducente que desa-parezca la pluralidad de interpretacionessobre la guerra. Una conciencia históricarazonadamente plural es, contra lo quealgunos señalan, la mejor señal de lamadurez de nuestra democracia, pormucho que algunas interpretaciones aluso de la vida política española del sigloXX se den de bofetadas con la terca reali-dad (lo contrario, la unanimidad, es lo queocurría bajo la dictadura franquista o loque tanto gustaba a los amigos del socia-lismo revolucionario). Lo verdaderamen-te importante es que nadie sea capaz deimponer una historia oficial que tengaconsecuencias políticas sobre nuestropresente, especialmente cuando trate,como algunos quieren, de afectar a losfundamentos del pacto constitucional denuestra actual convivencia democrática. El libro de Beevor no es ninguna versióndefinitiva de la guerra civil española que,sustentada en una visión desapasionadade la historia del conflicto, vaya a cerrarlas puertas al debate. Que haya sido aco-

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gido con parecido entusiasmo en mediostan poco afines como El País y ABC, nose debe tanto, en mi opinión, a que elanálisis del libro resulte especialmenteconsistente sino a que, como suele pasarcon otros tantos autores anglosajones,practica una forma de relato históricoaparentemente equilibrada, basada en unobsesivo reparto equitativo de las culpas,errores y responsabilidades. A poco quenos fijemos, sin embargo, el relato resultamuchas veces confuso y la equidistanciase convierte, gracias a la comparacióninadecuada o la disculpa moral, en unsesgo marcadamente prorrepublicano.Así pues, la lectura de Beevor exige, paraempezar, que tengamos presente quebajo el mito de una historia desapasio-nada y equilibraba, alejada de todo secta-rismo ideológico, no es raro encontrar unfalso apoliticismo y, aunque matizadas,gran parte de las interpretaciones máscomunes de la historiografía prorrepubli-cana en sus distintas versiones. No discuto que merezca la pena leer ellibro de Beevor, documentado, bien cons-truido y ameno. No creo, sin embargo,que sea un trabajo imprescindible, entreotras razones porque no aporta nadasustancialmente nuevo en el debate so-bre los temas más polémicos del con-flicto, incluidos sus orígenes –más atrac-tivo y menos prorrepublicano parece ElInfierno fuimos nosotros. La guerra civilespañola (1936-1942), último libro deBartolomé Bennassar. Que ciertos inte-lectuales indiscutidos de los que escri-ben en los medios de centro-izquierdaconsideren que la edición en español dellibro de Beevor (original inglés de haceya varios años) es una magnífica noticia,y que cataloguen a Beevor como un

ejemplo de una forma de hacer historiaalejada del histerismo y del radicalismo–en fin, una historia de la guerra civilequilibrada–, lo veo normal. Siempre esmuy cómodo utilizar a los autores anglo-sajones, al parecer exentos por natura-leza de toda parcialidad, para demostrarcómo se debe contar la convulsa histo-ria de España del siglo XX. Es un recursolegítimo, muy al uso entre una parte im-portante de la historiografía española,quizá demasiado convencida todavía deque los historiadores españoles necesi-tan de buenos ejemplos de cordura pro-cedentes del exterior.Sin embargo, el libro de Beevor no es, ami juicio, un ejemplo de historia desapa-sionada al que debamos rendir pleitesía.Es verdad que muy al estilo británico,Beevor trata siempre de dar una de cal yotra de arena y que eso gustará muchoa los lectores que piensan que los pro-blemas políticos siempre hay que expli-carlos repartiendo las responsabilidadesde forma equilibrada. En mi opinión, nohay forma de hacer historia que no estéexenta de juicios personales, ni hay for-ma de contar la vida política que no impli-que, finalmente, un análisis de valor y, portanto, una preferencia más o menos disi-mulada. El propio Beevor ha reconocidoen una entrevista a ABC que la historiano es una ciencia y que la mirada de uninglés sobre la historia de España siem-pre conlleva un cierto sesgo romántico.No se equivoca, las páginas de su librodemuestran una y otra vez que es impo-sible hacer la historia de la guerra civilespañola sin emitir juicios de valor, y que,en su caso, estos son, por lo general, declaro sesgo prorrepublicano.

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Por otra parte, toda buena historia de laguerra civil debería contar, a mi juicio,con un requisito: que el autor demostraraun buen conocimiento de la historia delos dos o tres años anteriores al estallidode la guerra, pues sólo partiendo de esascondiciones podrá realizar un juicio com-pleto de lo que aquella guerra represen-taba en términos políticos y huirá depresentar al bando republicano como eldefensor de la causa de la democracialiberal. Beevor tiene, a la luz de los prime-ros capítulos, una visión demasiado tópi-ca de la República, por mucho que afirmeluego en la prensa que «El mito de unaRepública inmaculada, como edad dora-da que fue destruida, no existe» (véase,sin embargo, su análisis de las relacio-nes Iglesia-Estado nada más producirsela caída de la Monarquía en 1931 (p. 32),aspecto en el que se ha ignorado la partemás sustantiva del comportamiento tem-plado de la Iglesia para sustituirlo por unaversión ciertamente sectaria. Y no menosinsultante es el juicio general sobre GilRobles que podemos leer en la página 52,valoración negativa que produce abso-luta perplejidad si se compara con lasdeclaraciones de Beevor en ABC en lasque asegura que «es exactamente ver-dad» que hubo una «derecha posibilista,menos monolítica y más plural que la quenos ha legado la leyenda…»). Una visiónasí de la República y de lo ocurrido inme-diatamente antes del golpe de Estado, noes que le reste fuerza al libro, es que lomutila, pues todo el análisis de la histo-ria de la guerra en el bando republicanoparte de la premisa, más o menos mati-zada, de que una democracia liberal yreformista fue abortada por un pronun-

ciamiento militar, sin querer atender –sal-vo contadas excepciones y ya muy avan-zado el libro– al hecho cierto de que lasituación prerrevolucionaria de la prima-vera de 1936 no era ninguna entelequia.Hay que esperar, de hecho, a la página352 para que Beevor, a propósito de laguerra de propaganda, haga un juicio tansencillo pero importante para entenderel comienzo de la guerra como es éste:«Los argumentos de la República eransimples, quizá demasiado simples: su go-bierno, que había sido elegido demo-cráticamente en febrero de 1936, habíasufrido un golpe de Estado a cargo degenerales reaccionarios apoyados porlas dictaduras del Eje. La República lu-chaba por la causa de la democracia, lalibertad y la ilustración contra el fran-quismo. Aunque entonces y más tardetodos estos argumentos se defendierancon vehemencia, las propias credencia-les democráticas de la izquierda dejabanmucho que desear, como había demos-trado palmariamente su rebelión contraun gobierno legal en octubre de 1934. Lospartidarios de la República no constata-ron tampoco lo que era obvio, es decir,que la derecha, amenazada de extinciónpor la izquierda y por una situación pre-rrevolucionaria en la primera mitad de1936, tenía que reaccionar».Primero, la violencia en la zona republi-cana estuvo caracterizada por «el des-control, la corta duración del proceso yla casi inmediata intervención de lasautoridades republicanas y de los diri-gentes de los partidos para intentar dete-ner la locura homicida», amén de que«esa violencia de los primeros días fuecomo un brutal estallido (…) de los de-

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seos de venganza por las miserias sufri-das, pero no fue tan ciego ni tan indis-criminado como a veces se ha dicho»(126 y 121). Segundo, para comprender larepresión en el bando nacional «hay quetener presente que la idea de hacer‘limpieza’ formaba parte de los planesgolpistas» y que «no fue tanto conse-cuencia de los enfrentamientos comouno de los requisitos del golpe de Es-tado». «Los sublevados justificaban labrutalidad de sus actos como represaliacontra el ‘terror rojo’, pero, como habíapasado en Sevilla, en Córdoba o enBadajoz y como sucedería con la caídade Málaga seis meses después, la repre-sión nacional sobrepasaba en mucho alas ejecuciones republicanas» (129 y136). Tercero, respecto de la intervenciónextranjera, asegura Beevor que si bien laayuda alemana fue decisiva para contra-rrestar las ofensivas republicanas de1937 y 1938, no lo fue al comienzo de larebelión, pues «la incompetencia y elcaos revolucionario» de la flota republi-cana habrían hecho posible tarde o tem-prano que las tropas de África se despla-zaran a la península. Admite, además,que «es posible» que la ayuda soviéticafuera decisiva para salvar Madrid ennoviembre de 1936. Y cuarto, respecto ala pésima estrategia militar de los res-ponsables republicanos y a los méritosde Franco: «El general Franco no ganópor sí solo la guerra. Fueron los jefes mili-tares republicanos quienes la perdieron,desperdiciando miserablemente el valory el sacrificio de sus tropas» (679).Éstas son algunas de las conclusionesmás importantes del libro, más allá delrelato exhaustivo de las acciones mili-

tares. Creo no descubrir nada a un lectorbien informado si le digo, para terminar,que ninguna de ellas está exenta de polé-mica ni es excesivamente original. No esBeevor, desde luego, ese autor desapa-sionado que, por fin, va a aclararnos losepisodios más oscuros y polémicos de laguerra. En realidad, su libro, como todonuevo libro sobre la guerra civil española,debiera ser leído con cierta cautela y conla mirada puesta en los datos y el análi-sis con los que contamos hasta ahora,recordando la fuerte polémica que handespertado algunos trabajos recientesy las diferencias tan substanciales quesiguen dándose en el balance de losmuertos y la represión.

MANUEL ÁLVAREZ TARDÍO

España no esun mito GUSTAVO BUENOEspaña no es un mito. Claves parauna defensa razonadaTemas de hoy, Madrid 2005

El mismo día que el octogenario filósofoGustavo Bueno gritaba ¡Viva España!ante la emocionada multitud congregadaen la Puerta del Sol, aparecía en las libre-rías su última obra; España no es un mito.El título, combativo por sí solo, convierteal último libro de Bueno en un alegato endefensa de España que nos provocadesde los estantes de las librerías. Unlibro que el propio Bueno define como«uno más de los libros españoles de con-

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traataque, escritos frente a los enemigosde España, los que desprecian su esen-cia y los que llegan a poner en duda, yaun a negar, su propia existencia». Esdecir, un libro escrito contra aquellos quevocean que España es una entelequia oun mito.A lo largo del libro, Gustavo Bueno seinterroga y nos responde a las sucesivaspreguntas que son cabecera de cadauno de los capítulos: ¿España existe?,¿España amenazada?, ¿desde cuándoexiste España?, ¿España es una Nación?,¿España es Idea de la Derecha o de laIzquierda?, ¿existe, en el presente, unaCultura española? y ¿España es Europa?De un modo absolutamente lógico –aveces la lógica y el sentido común sonrevolucionarios– Gustavo Bueno respon-de a esas preguntas de una forma metó-dica y expresa sus conclusiones sin pe-los en la lengua.Ya en los primeros compases del libro sepercibe la combatividad del filósofo enla respuesta de Bueno –narrada por elautor– a un muchacho que trató de boi-cotear una de sus conferencias al gritode yo soy celta y España no existe: «Túno eres celta; tú eres un imbécil». Tal fuela contundente reacción de GustavoBueno.En esta obra, el autor demuestra no estaren la inopia –como tantos compatriotas–y desde muy pronto constata una evi-dencia –muy discutida en España por laizquierda–, la de que la meta de todos losnacionalistas es «separarse de Españay, si encuentran resistencia, tratar dedestruirla», mancillándola o negándola.Pero Bueno contraataca a las insidias delos «separatistas asturchales», «aber-chales» y catalanes y, desde el terreno

de la lógica, hace tambalear sus argu-mentos buscando su contradicción: «SiEspaña no existe ¿qué puede quererdecir el proyecto de separarse de ella?,¿cómo puede uno separarse de lo que noexiste?».Desde la constatación de que Españaestá amenazada de diversas formas, elautor no olvida referirse a una de las másperniciosas: el «tabú que conduce a laevitación de la pronunciación y de laescritura» del nombre de España y susustitución por eufemismos tales comoEstado, que pretende remarcar el carác-ter artificial y super-estructural de Es-paña, como si de una realidad exclusi-vamente jurídica se tratara, negando sucarácter de nación histórica, o eufemis-mos tales como «este País», que buscarelativizar la trascendencia de la Naciónotorgándole la misma relevancia que auna dirección postal o a un paisaje.Ante la serie de amenazas que se cier-nen sobre España, Bueno brama contrala disposición a ignorarlas o a minimi-zarlas, que se convierte, por sí sola, enuna grave amenaza para España y que elautor conceptúa como panfilismo, acti-tud en la que encuadra al presidente delGobierno de España. Pero si tal peligroes grave, no lo es menos para el filósofoel de la existencia y acción de los paci-fistas fundamentalistas españoles, másperniciosos aún que quienes formalmen-te amenazan la existencia de España.Gustavo Bueno también se remanga paraentrar de lleno en el debate historiográ-fico sobre el origen de España comoNación y comienza afirmando lo evi-dente: que España es previa a la Consti-tución, norma que es segregada por la

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Nación y no al revés. Ciertamente, no espoco en los tiempos que corren.Bueno critica a Renan y su idea del ple-biscito cotidiano para afirmar la existen-cia ininterrumpida de España, aunquecon cambios en su identidad. Sin caer enlas redes de la España eterna, Buenorebusca el «nacimiento» de España en laHistoria y sostiene que la «futura España»empezó como unidad conformada porRoma. Para el autor, España comienza acobrar su nueva identidad –cristiana eimperial– en el proceso de reconquistaque, al culminar, desborda lo peninsular.En cualquier caso, la Reconquista apa-rece íntimamente ligada al comienzo dela existencia de España como entidadpolítica con identidad plena, aunque, ental momento, su ser es el de una naciónétnica. Según Bueno, es a partir del sigloXVI –al iniciarse el camino imperial–cuando España se convierte en una na-ción histórica. Y no es hasta 1812, comoreacción a la invasión francesa, cuando–en las Cortes de Cádiz– España ad-quiere la actual condición de nación polí-tica. Tras este breve repaso histórico,Bueno concluye que sólo «un canalla dis-frazado de historiador puede decir queEspaña no existe».

Para Bueno es inapelable que España esuna nación política y por lo tanto no me-rece la pena dar batalla al adulto que loniegue. Además, según el autor, España–en el terreno del ser– ya es nación y porlo tanto también en el terreno del deberser. Según el filósofo el hecho otorga elderecho.Bueno no deja títere con cabeza y serefiere a la nación de naciones como unconcepto imposible, al sostener que, pa-ra que los «pueblos» peninsulares seannaciones políticas, es preciso que la Na-ción española deje de serlo. Tampoco an-da el autor con medias tintas en lo rela-tivo a la soberanía, o se tiene o no setiene pero no es divisible, del mismo mo-do que un organismo está vivo o muerto,pero no hay posibilidades intermedias.Pero, quizá, una de las más interesantesreflexiones de Bueno tiene que ver conla diferenciación entre los conceptos depueblo y nación. Mientras que el pueblointegraría exclusivamente a los ciudada-nos vivientes, la nación englobaría nosólo a los individuos vivientes sino a losmuertos que los engendraron y a los des-cendientes aún no nacidos. Al estilo deEdmund Burke, para Bueno la Nación esuna cosa seria.Las afirmaciones más controvertidas deBueno estarán sin duda en su deslegiti-mación y deslegalización del separa-tismo políticamente organizado. Según elfilósofo, «La libertad inherente a unademocracia implica poder escribir libroscontra la democracia, pero no defenderla secesión en forma pública organizada.La democracia podrá a lo sumo tolerarque las ideas separatistas se publiquen,a título particular, en libros o en artícu-

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los ‘científicos’ o de opinión, o en discur-sos de quien, al hablar, sólo se repre-senta a sí mismo; pero es ridículo permi-tir que a estas especulaciones se les débeligerancia en el mismo Parlamentocontra cuya existencia están atentando».Y es que para el autor, el descuartiza-miento de España llevado a cabo por losdescendientes «renegados» de aquellosque «un día se sintieron orgullosos de serespañoles» tiene mucho de latrocinio, almenos para todos aquellos españolesque consideran suyos el País Vasco,Cataluña y Galicia y que tienen en esastierras españolas sus orígenes y sus an-tepasados.Entra de lleno el autor en la considera-ción de si España es una idea de Dere-cha o de Izquierda y lo hace desde laconstatación de que gran parte del me-nosprecio a España viene de la izquier-da, aunque se refiere a algunos conspi-cuos izquierdistas que la exaltan, entreellos Manuel Azaña (izquierda republi-cana), Vicente Uribe (comunista) e Inda-lecio Prieto (socialista), que según elautor pronunciaron palabras de tanintenso españolismo que podrían ser atri-buidas a Ramiro de Maeztu o a José An-tonio Primo de Rivera.Sin embargo, a pesar de esa pluralidadde la izquierda, Bueno no evita arreme-ter sin piedad contra esa izquierda inde-finida, «cuyo reino no es de este mundo»y que encuentra en la «España negra»una fuente inagotable de inspiración parasus novelas y sus películas subvencio-nadas. Por lo que el autor determina queEspaña está muy lejos de las miradas deesa izquierda.Concluye Gustavo Bueno con un incen-diario capítulo titulado «Don Quijote, es-

pejo de la nación española», en el queataca la interpretación de Don Quijotecomo un símbolo de paz universal y detolerancia. Remata así una aportacióncorajuda e incorrecta que no estaráexenta de polémica pero que manifiestala preocupación del autor ante la actitudde los españoles frente al expolio y sa-queo de una parte de su patrimonio irre-nunciable que representa la secesión.

SANTIAGO ABASCAL

Corrigiendo aCopérnicoTHOMAS L. FRIEDMANThe World Is FlatEd. Farrar, Strauss and Giroux, Nueva York,2005, 488 págs.

En los últimos años se han publicadonumerosos libros que analizan la globa-lización como un fenómeno aún inci-piente. En su gran mayoría, comparten unenfoque donde se valora este proceso deintegración mundial como algo, si noesencialmente negativo para la huma-nidad, por lo menos como una amenazao incluso como un fracaso ya que, enprincipio, sólo favorece a unos pocos yperjudica a muchos. Economistas comoStiglitz o Krugman, de mucha talla inte-lectual y de no menor motivación ideo-lógica, veían en el liberalismo económicoy en la eliminación de barreras al culpa-ble de las injusticias existentes y de lasfuturas que traería esta globalización.

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Sin duda es un error considerar que elproceso de globalización es perjudicialen sí mismo. Desde Adam Smith se hacomprobado que el mercado bien regu-lado y la libertad que éste implica son elmejor mecanismo para crear riqueza ypermitir la asignación de recursos entreproductores y consumidores de unaforma eficiente. En definitiva, como otrosmuchos economistas piensan, no es laglobalización sino la falta de ella la causade la pobreza.The World is Flat viene a rebatir esasabsurdas tesis que se oponen a la glo-balización como si fuera algo optativo, yse centra en analizar un cambio que yase ha producido y en una nueva realidadque, en lugar de injusticias, lo que signi-fica es nuevas oportunidades y retos. Laeliminación de barreras mediante latecnología, los acuerdos políticos o co-merciales y los medios de comunicaciónhan posibilitado un cambio de paradigmaa nivel mundial y han hecho posible unanueva concepción del mundo «plana», esdecir, sin obstáculos y sin limitaciones.Se trata de un mundo cada vez másconectado y donde se trabaja con reglasy conceptos globales, por encima dedistancias geográficas, países, fronteras,lenguas o culturas, de las que Internet essólo un ejemplo. Es poco frecuente que llegue a las libre-rías un título que tenga la virtud de abor-dar cuestiones de una gran complejidady de hacerlas comprensibles a un lectorno especializado. Sin duda The World isFlat posee esta característica. ThomasFriedman, columnista habitual del NewYork Times especializado en política in-ternacional, además de traducir cuestio-

nes complicadas a un lenguaje sencillo yclaro, demuestra brillantemente su capa-cidad para relacionar y encontrar causa-lidades en procesos tan dispares comola subcontratación de servicios informá-ticos en la India, la deslocalización deempresas a China y las innovaciones enámbitos como la logística o la informática.El motor universal de este nuevo ordenes la búsqueda de la eficiencia econó-mica y la especialización en los múltiplesprocesos de crear valor añadido. Friedman no aborda en este libro el pro-ceso de integración de la economía mun-dial a partir de especulaciones sobre loque sucederá o sobre cómo nos afectará,sino que ofrece un análisis de lo que yaestá sucediendo y lo que es ya una reali-dad. Mediante una excelente documen-tación y numerosas entrevistas, Fried-man nos lleva a aquellos lugares dondeel proceso de globalización puede serpercibido en su justa magnitud. No setrata de las bulliciosas calles de NuevaYork o de las elegantes avenidas de unaciudad europea. Friedman ve en las re-cientemente industrializadas ciudadescosteras de China, en la nueva clasemedia india o en los laboratorios de bio-tecnología de Singapur los logros de estaglobalización. En efecto, durante los últimos años, cuan-do la burbuja tecnológica estalló, mien-tras que la economía mundial entró encrisis y el mundo asistía a la inesperadaamenaza terrorista, sin grandes titulares,lentamente pero sin pausa, se han estadomaterializando unos cambios de enor-mes consecuencias para la forma de vidade millones de personas. De hecho esprobable que, en el futuro, los inicios del

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siglo XXI no sean recordados por la gue-rra de Irak o de Afganistán, sino por laintegración de India y China en la cadenade producción mundial y por el surgi-miento de una clase media en países envías de desarrollo que actuarán comomotor del cambio en esas sociedades.Es esta espontaneidad y el carácter veloze incontrolado lo que hace que este pro-ceso de globalización no sea dirigidosegún pautas burocráticas. La globaliza-ción no nació en despachos de NacionesUnidas o de gobiernos, sino que es unproceso de auto-organización en el quelas iniciativas de individuos y empresashan sobrepasado las estructuras políti-cas, y para el que estas últimas se que-dan peligrosamente atrás, como lo de-muestra, por ejemplo, la práctica parálisisde las negociaciones de la OrganizaciónMundial del Comercio para eliminar ba-rreras y los cada vez más difíciles acuer-dos multilaterales. Sin embargo, todasestas barreras están obligadas a serderribadas porque cuanto más tarde seeliminen, más se perjudicará a los paísesy sociedades que están tras ellas sinquerer abrirse a los nuevos tiempos. Elterreno de juego no sólo se ha ensan-chado, sino que también se ha igualadopermitiendo a individuos en países envías de desarrollo tener el acceso a lainformación y a recursos que hace pocoeran impensables.Friedman sitúa el origen de estas trans-formaciones en cambios tecnológicos,en concreto en tres: en primer lugar, lacomercialización masiva de computa-doras y ordenadores personales, queofrecen a un individuo la posibilidad

–anteriormente inexistente– de crearcontenidos en formato digital y conser-varlos. En segundo lugar, la disponibilidadde un exceso de capacidad en las comu-nicaciones digitales, que permite unosprecios de comunicación muy bajos y laposibilidad de interconexión mundial. Y,finalmente, la creación de estándaresinformáticos y plataformas de trabajocomunes, que han permitido el inter-cambio de información y el trabajo con-junto de grupos de personas de unaforma rápida, inmediata. Como lo fue ensu día la Revolución Industrial, un cambiohistórico conlleva la necesidad de adap-tarse a nuevos tiempos para individuosy sociedades. Friedman comparte plena-mente las tesis de autores como Fuku-yama, que ven en la sociedad del cono-cimiento la única alternativa para lospaíses desarrollados. Son estos paíseslos que en poco tiempo no podrán com-petir en mano de obra y costes con lospaíses que se convertirán en proveedo-res de mercancías (China) y servicios(India) y que tienen en la mejora de laeducación uno de sus mayores retospara que el nuevo mundo «plano» no su-ponga una merma en las economías depaíses avanzados.

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Cuando Copérnico anunció con total cer-teza que la tierra era redonda, probable-mente no podría imaginar que en el sigloXXI alguien pudiera reclamar de nuevoque el mundo es plano. Friedman lo haceahora como metáfora de una globaliza-ción que ya es una realidad y que cono-ceremos mejor tras esta apasionantelectura.

GERARDO DEL CAZ

En defensa delcapitalismoglobalJOHAN NORBERGEn defensa del capitalismo globalUnión Editorial, 2005. 336 págs.

Este libro que ahora edita Unión Editorialen español, es una de las más clarasrespuestas a las mentiras de los antiglo-balizadores. Su autor, el economista sue-co Johan Norberg, es una deslumbranterevelación en la tarea de divulgar loslogros del libre mercado. Este joven eco-nomista vinculado al Thinr Tank sueco«Timbro», nos presenta con audacia yclaridad un mundo en el que los niños notrabajan como Oliver Twist, donde lospaíses pobres agradecen la presencia demultinacionales y donde la prosperidadavanza a la paz de la libertad. Porque el capitalismo es la patria de lalibertad individual, el hogar en el que lainiciativa de cada persona se puede desa-

rrollar sin trabas, el futuro deseado porlos que aún viven bajo la tiranía.En el panorama mediático actual esinusual encontrarse con alguien quedefienda al capitalismo, y, más aún, si lohace sin complejos. Parece mentira queen la época de mayor desarrollo econó-mico de la Historia, sea una osadía rei-vindicar los beneficios del capitalismo sintener que pedir perdón a los santones ycorifeos del pensamiento único progre-sista; por que tras la caída del Muro deBerlín y el colapso del sistema econó-mico centralizado, los nostálgicos delestatismo opresor siguen dominando laescena mediática. Y lo hacen a través denuevas formas de estatismo arropado enlas más variadas excusas. Excusas queno son más que falacias para justificarnuevos recortes de nuestras libertades,siempre por nuestro bien, por supuesto. Johan Norberg desmonta cada una delas «acusaciones» que la progresía bien-pensante lanza contra el libre mercado.Y lo hace acudiendo a los datos de laONU (al igual que lo hizo Lomborg en suManual para el ecologista escéptico),una de las instituciones más queridas porlos enemigos de la libertad. Por ejemplo, se suele decir que la pobre-za sigue en aumento. Pues no. Norbergdemuestra, con datos del Programa deNaciones Unidas para el Desarrollo, quela pobreza ha disminuido en 200 millonesde personas en los últimos 20 años a pe-sar de que la población total ha aumen-tado en 1.500 millones. Es decir, en 1950el 50% de la población mundial vivía conmenos de un dólar diario, en 1980 era el31% y en la actualidad es un 20%.

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China (a pesar de que sigue siendo unadictadura) y la India son los dos paísesque más han contribuido en la reducciónde la pobreza, dado que han renuncia-do a su economía centralizada y se hanabierto al libre mercado. Además, hay que tener en cuenta que ladefinición de pobreza que hacen orga-nismos como la ONU es relativa. Es de-cir, se define como pobre a quien ganamenos de la mitad del salario medio delpaís donde reside. No es lo mismo serpobre en Estados Unidos que serlo enBangla Desh.Lo mismo pasa con la esperanza de vida.En los países en vías de desarrollo pasóde 46 años en 1960 a 65 años en 1998, yhoy se encuentra más cercana a la es-peranza de vida de los países desarro-llados que en 1960. Y en cuanto a la mor-talidad infantil, ésta se ha reducido a lamitad en los países en vías de desarrollo.¿Y que pasa con el hambre? pues que entreinta años se ha reducido del 37% al18% y eso contando con lo que haaumentado la población mundial. La pro-ducción de alimentos se ha duplicadodurante el último medio siglo. Y las ham-brunas han disminuido porque, comoafirma Amartya Sen, éstas se producensólo en regímenes centralizados y auto-ritarios que reprimen la libertad de pensa-miento y el libre mercado. Porque es elrégimen dictatorial lo que causa el ham-bre y no la escasez de recursos.Pero Norberg no se limita a recopilarestadísticas. Su libro fundamenta loslogros del capitalismo en la libre inicia-tiva de los individuos, en la voluntariedadde sus acuerdos económicos y en laausencia de coacción. Como buen cono-

cedor de los autores clásicos de la Es-cuela Austríaca de Economía, afirma laimposibilidad del cálculo económicosocialista. Es imposible que un agentecentralizador pueda conocer todas lasinteracciones económicas en todos losámbitos. Sólo a través del mecanismo delos precios, los empresarios y consumi-dores pueden realizar millones de inter-cambios voluntarios en un juego de sumapositiva.El autor también afirma que la propiedadprivada es el pilar sobre el que se sus-tenta la economía de mercado, pues nosólo garantiza la obtención del fruto deltrabajo sino que permite pensar en tér-minos de futuro. Además de ser la formade protección más efectiva para los másdesfavorecidos, tal y como demuestra eltambién economista Hernando de Sotoen sus estudios acerca de la economíainformal.Pero hay más beneficios del libre co-mercio, porque si consultamos las esta-dísticas vemos que el capitalismo favo-rece el desarrollo de los más pobres, nofomenta la desigualdad y, al ser inheren-temente flexible, facilita la movilidadsocial, es decir, los pobres dejan de ser-lo con más rapidez. Así lo vemos en el

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informe de Jeffrey Sachs, acerca de lapolítica comercial de 117 países de 1970a 1989, que demuestra una relación di-recta entre crecimiento y libre comercio. La apertura comercial es imprescindiblepara el desarrollo. Por ejemplo, en 1960Corea del Sur tenía la misma renta percápita que Zambia, y hoy…, hoy no tie-nen la misma. Pero Norberg no sólo de-fiende el libre comercio por razonesmateriales, sino también porque, en pri-mer lugar, da libertad, libertad para com-prar y vender a quien se quiera.¿Pero la globalización no crea desem-pleo? Frente a este otro mantra de lapérdida de empleos en los países de-sarrollados por «culpa» de las desloca-lizaciones, se demuestra que, tras añosde internacionalización de la economíamundial, los puestos de trabajo globaleshan aumentado también en los paísesdesarrollados. No hay una cantidad fijade empleos, éstos aumentan, y lo hacenprincipalmente en puestos de trabajocualificados. En el fondo son los mismosprejuicios de los «ludistas» del siglo XIX,apenas revestidos de dialéctica marxistaadaptada a la posmodernidad.Otra de las supercherías más repetidaspor los antiglobalizadores es que «el 20%de la población mundial consume el 80%de los recursos de la tierra». Se da aentender que los pobres son pobres por-que los ricos les han robado sus recur-sos. Sin embargo, los países con mayorabundancia de materias primas no sonlos que más han crecido. La causa prin-cipal por la que el 20% consume el 80%de los recursos es porque produce el80% de estos recursos. El problema con-siste en saber por qué algunos no produ-cen tanto, y no por qué hay tantos ricos.

Norberg desmonta lugares comunes entorno a las causas de la pobreza, comola colonización, y también demuestra quelos países en vías de desarrollo exportanmás productos elaborados que materiasprimas. En cuanto al problema de la deu-da externa, critica las políticas del FMI yrecuerda el llamado «riesgo moral» de lacondonación de la deuda, y el hecho deque ésta permite mantener en el podera regímenes dictatoriales y corruptos.Otra frase que ha hecho furor entre los«bienpensantes» es que «51 de las gran-des economías mundiales son empre-sas». Esto es falso, porque PIB y ventasno son magnitudes comparables. Ade-más las empresas no tienen poder coer-citivo como los Estados. Y tampoco esevidente que las grandes empresascrean monopolios. En realidad, las gran-des empresas tienen menos capacidadde influencia en una economía mundialmás globalizada que en economías ce-rradas. Además, las compañías multina-cionales, con sus sueldos más elevadosy sus lugares de trabajo más salubres,ayudan a mejorar el estándar laboral delos países en vías de desarrollo.Todos hemos oídos lo malas que son lasinversiones especulativas, pues bien,Norberg explica que el gran incrementode las inversiones en los países en víasde desarrollo es una bendición paraellos, porque reciben excedentes decapital de los que están necesitados. En10 años los países pobres del mundo hanrecibido en inversiones una cifra supe-rior a toda la ayuda al desarrollo conce-dida en el mundo en los últimos 50 años.Los mercados financieros extensos yliberalizados fomentan el desarrollo enlos países pobres.

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La propuesta de los antiglobalizadores deregular estos flujos de capital olvida quelas economías con mercados financierosmás flexibles superan antes las crisiseconómicas. Así, tenemos el ejemplo delestancamiento de los países iberoame-ricanos en los años 80 y la rapidez conque han superado la crisis de los 90 lospaíses asiáticos. Por último, el autor critica a la llamada«Tasa Tobin» (que no es más que unatergiversación de la propuesta del propioTobin). Norberg explica cómo es perjudi-cial para los países en vías de desarro-llo porque, si se aplicase, haría disminuirel volumen de operaciones y las opcio-nes de financiación externa en los paísesque más lo necesitan. Esta tasa bloquea-ría el capital allí donde está (en los paísesricos) con lo cual se convertiría en unarancel al capital y causaría un dañobrutal a las economías emergentes.En defensa del capitalismo global no esun tratado de economía ni pretendeserlo. Es un libro de divulgación en elmejor sentido de la palabra. Estamos, endefinitiva, ante un libro que desmonta losmitos antiglobalizadores que no paran deaparecer en los medios de comunica-ción. Es una refutación implacable yaccesible de los tópicos de la «izquierdacaviar» más preocupada en acallar sumala conciencia de vivir en un mundocapitalista que en ayudar a los pobres.Permítase el placer de regalar este libroa algún amigo «progre» (todos conoce-mos alguno); si es inteligente, inclusopuede replantearse sus prejuicios.

MOISÉS RUBIAS BARRERA

Retos jurídicosde la bioéticaJOSÉ MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDERÓNRetos jurídicos de la bioéticaEIUNSA, Madrid, 2005, 276 págs.

Acaba de publicar el profesor de Filo-sofía del Derecho de la UniversidadComplutense de Madrid, Dr. José Mi-guel Serrano Ruiz-Calderón, su últimolibro, Retos jurídicos de la bioética.Acredita nuevamente el autor su condi-ción de profundo conocedor de estanueva disciplina que es la bioética, enla que destaca merecidamente a nivelinternacional. Reseñar esta densa obra, repleta deideas y sugerentes análisis, que mueveinexorablemente a la reflexión del lector,no resulta fácil. El libro, articulado en unabuena sistemática, se divide en diez capí-tulos que podrían constituir el armazónde otros tantos ensayos. Ha escapado elprofesor Serrano a la habitual tentaciónacadémica de hinchar el número de pági-nas de la obra, con lo que el resultado esun texto, si bien claro, de gran riqueza deconceptos, ideas y argumentos. Tampo-co ha sucumbido al «juego» con los dis-tintos planteamientos en liza, bajo elcamuflaje de un eclecticismo acorde conlos estándares de la «corrección polí-tica». Con valentía y firmeza expone yfundamenta reflexiones fruto de años deinvestigación en este complejo ámbito,defiende valores y asume posturas que amenudo son enarbolados nominalmentesin extraer de ellos las consecuencias

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debidas, por lo que esos valores e ideasquedan, estérilmente, inoperantes. No es un libro dirigido a un auditorioconformista que hace dejación de susconvicciones y se deja seducir por ma-nidos y endebles argumentos que, ma-chaconamente, aparecen en los mediosde comunicación. Bien al contrario, lasmás de doscientas setenta páginas con-tienen todo un arsenal de ideas que apor-tan un sólido instrumental para hacerfrente a los falaces y estereotipadosargumentos que tan irreflexivamente sonrecibidos por buena parte de la opiniónpública. Como advierte el autor en elprólogo, «quien busque un vademécumpara moverse con comodidad en lasreuniones bioéticas de la época, yerra alelegir este libro».En el capítulo primero, «El paradigmabiológico y su impacto en las cienciassociales», se entra de lleno en una mate-ria sumamente polémica. Allí se abordacómo los nuevos medios tecnológicoshan supuesto una transformación radi-cal del mundo que exige articular nuevasrespuestas, en cuestiones que nos afec-tan en las relaciones personales y ennuestra vida familiar, en las relacionesinternacionales o en los campos de lamedicina o la investigación. Reflexionesde calado antropológico y metafísico seintercalan desde el comienzo: el pro-blema del mal, manifestado en los dramá-ticos acontecimientos terroristas, el dela libertad humana y la condición depen-diente del ser humano –que muestra lascarencias del argumento puramente indi-vidualista de las relaciones humanas.Advierte el autor de la incidencia de as-

pectos ideológicos que subyacen –y tam-bién emergen– en los planteamientoscientíficos, cuestión latente a lo largo detoda la obra. También se plantea el im-pacto que en las ciencias sociales –y enla propia actividad política– ha tenido laaparición de la genética, vinculada a lasteorías evolucionistas y su incidencia enla eugenesia positiva y negativa, asícomo en la eutanasia y el aborto (aspec-tos abordados más extensamente enotros momentos: el capítulo octavo, «De-recho y vida prenatal», o el noveno, «Lacuestión de la eutanasia en España»). Enasuntos tan polémicos se ven afectadosde pleno los valores defendidos a ul-tranza, desde la racionalidad más estric-ta, por el autor de la dignidad humana(desarrollado en el capítulo séptimo,«Dignidad humana») o la radical –y onto-lógica– igualdad de todo hombre, algoque se olvida a menudo, cuando se im-ponen criterios que camuflan intereses–a veces espurios– sobre dichos valores. Otra constante que inspira la obra es ladefensa de la libertad humana; una li-bertad responsable, que tantas veces seve amenazada por un poder político detendencias totalitarias que se ha reves-tido bajo muchas formas, algunas suma-

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mente sibilinas, a lo largo de la historia.La combinación de planteamientos asu-midos del «cientismo» y la tentación tota-litaria del poder serán desarrolladas enel capítulo tercero, «Aspectos fundamen-tales del cientismo».Aboga José Miguel Serrano por que elprincipio de prudencia y la consideraciónque conlleva de las consecuencias de losactos, que se esgrime en el campo de laecología, sea tomado en consideraciónen los debates que se plantean en elseno de la bioética. Otro aspecto a desta-car es la necesidad de sopesar los ries-gos que suponen, como la otra cara de lamoneda, ésta de carácter negativo, elprogreso científico y los avances tec-nológicos, auténtico peligro para un ver-dadero progreso civilizador de la socie-dad occidental. Muchas de las paradojasde nuestro mundo actual son destacadasy analizadas en la obra, como el avancede la medicina en la segunda mitad delsiglo XX y del bienestar creciente de unaparte de la humanidad, por un lado, y, porotro, el desarrollo de un nuevo materia-lismo, con ribetes nihilistas y hedonistas,que reduce el valor del ser humano.En «El origen de la bioética», capítulosegundo, se analiza la irrupción y evolu-ción de esta novedosa y pujante disci-plina, así como los vínculos que presen-ta con la ecología, la política o el derecho,considerando sus tres grandes áreas: losaspectos éticos relevantes a las relacio-nes entre los profesionales de la salud ylos pacientes, las cuestiones de justiciaen el campo de la salud y los aspectoséticos surgidos a raíz del avance cientí-fico y tecnológico. De forma sintética y

nítida considera el autor las grandes ten-dencias de la bioética, asumiendo unplanteamiento que se inscribe dentro dela «bioética personalista», que pone es-pecial acento en la dignidad del hombrey en las raíces metafísicas del conceptode persona. Los principios sobre los que se asientaesta «bioética personalista» son la de-fensa de la vida física, pues el cuerpo escoesencial a la persona; la libertad yresponsabilidad, siempre presentes en lagénesis del acto moral; el principio tera-péutico de «totalidad», que considera alser humano como un todo en referenciaa qué ha de entenderse por el bien de lapersona, y el principio de sociabilidad, delque derivan obligaciones hacia el con-junto social y el bienestar común.Acerca de las cuestiones morales tratael capítulo cuarto, «Dificultades del de-bate moral» y toda una serie de reflexio-nes acerca del derecho y su relación conla bioética son abordadas extensamenteen los capítulos quinto –«El papel delderecho»– y sexto: «Principios informa-dores del derecho». Finalmente, cabedestacar el capítulo décimo –y último–,dedicado a «Matrimonio, derecho y bioé-tica», donde se aborda la cuestión de lareciente modificación del derecho de fa-milia español que ha supuesto la des-virtuación del núcleo social básico querepresenta la institución matrimonial.Retos jurídicos de la bioética constituyeun importante y formativo libro que sirvede guía útil para comprender las nuevasrealidades, sin caer en los habitualestópicos, escrita por un fino jurista e inte-lectual sólido, desde una actitud incon-

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formista que se resiste a sacralizar loimpuesto por el poder y a asumir losplanteamientos de moda por la meraseducción de los usos y tendenciastriunfantes.

JOSÉ DE LA TORRE MARTÍNEZ

Francia endecliveNICOLAS BAVEREZFrancia en decliveEdiciones Gota a Gota, 2005. 118 págs.

En Francia, la literatura sobre el «décli-nisme» tiene una larga tradición. Soncentenares los libros publicados sobre eltema. Por eso, que Nicolas Baverez, his-toriador y economista, consiguiera levan-tar una gran polvareda con esta breveobra dice bastante sobre sus méritoscomo polemista.Francia en declive no es, como tantosotros libros similares, un mero ejerciciode autoflagelación. No es, en rigor, unaobra periodística ni tampoco un ensayoeconómico. Es un libro esencialmentepolítico, que quiere denunciar «la sinies-tra continuidad entre los 14 años deMitterrand y los 12 de Jacques Chirac,unidos en su talento en ganar eleccionesy arruinar a Francia».El autor parte de una constatación: Fran-cia no ha sido capaz de adaptarse a unmundo que ha acelerado su ritmo detransformación. La posición francesa pa-rece haber sido que «cuanto más cam-bie el mundo, más necesario es no cam-

biar nada». Para ello cita dos ejemplosconcretos: el estancamiento económicoy la pérdida de influencia diplomática.En primer lugar, la crisis económica. Trasla extraordinaria expansión de los «30Años Gloriosos» (1945-1975 1), Franciaestá inmersa en un largo periodo de es-tancamiento. Desde la primera crisis delpetróleo, apenas en dos breves periodos(a finales de los 80 y de los 90 respecti-vamente), sus tasas de crecimientosuperaron el 3 por ciento; en el resto, semantuvieron por debajo del 2. El desem-pleo ha permanecido por encima del 10por ciento durante 30 años. Y, para agra-var las cosas, mientras la tasa de ocupa-ción se mantenía en los niveles más ba-jos de los grandes países industriales (58por ciento), y mayores eran las exigen-cias internacionales de productividad, elpaís se embarcó en uno de los experi-mentos sociales más disparatados quese recuerdan: la «eutanasia del trabajo»mediante el recorte obligatorio de la jor-nada laboral. Los resultados están a lavista.En segundo lugar, la confusión diplomá-tica. Baverez subraya cómo Francia noha sabido digerir las consecuencias delderrumbe del Muro de Berlín y de la pos-terior reunificación europea. Recuerdacon acierto los intentos de última hora deMitterrand para intentar frenar la reuni-ficación alemana, o cómo trató de apun-talar a la URSS de Gorbachov, cuando suproceso de descomposición era ya atodas luces irreversible.

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1 Esta habitual expresión francesa «Treinte Glorieu-ses» no debe confundirse con unos supuestos «glorio-sos Años Treinta» (que más tuvieron de pena que degloria).

Desde hace quince años, nos apuntaBaverez, Francia parece jugar en un ta-blero europeo e internacional que le re-sulta extraño. El 11 de septiembre haagravado, si cabe, un malestar que veníade antes. El confort de la antigua divisiónen bloques, que le otorgaba un ilusoriopapel de mediador entre las superpoten-cias, se ha desvanecido. La diplomaciagala no sabe qué actitud tomar ante los«pequeños países» de la Nueva Europa;está asustada ante las auténticas inten-ciones de la Alemania reunificada; dudaincluso de su influencia real en el mundoárabe o africano. El discreto y amablepapel de potencia media, que tan gratosería para otros, para la élite diplomáticafrancesa resulta insufrible.Esta doble combinación de pérdida depeso económico y de desorientaciónestratégica ha conducido a Francia a lasituación de aturdimiento en la que hoyse encuentra. Baverez describe sus ras-gos de forma brillante. No duda en narrarcon palabras duras el autismo de susélites, su miopía sobre la evolución delmundo, su preferencia por la gesticula-ción antes que por las realizaciones con-cretas. El autor cita numerosos ejemplos;otros tantos acuden inmediatamente a lamemoria del lector.Sin embargo, Francia no es el único paísen haber atravesado épocas de dificul-tades. Japón o el Reino Unido han vividotambién fases de conflictos. La economíaalemana está estancada desde la reuni-ficación. Incluso los Estados Unidos atra-vesaron a finales de los 70 una gravecrisis de confianza.Lo que resulta singular en el caso fran-cés es, retomando al Tocqueville de El

Antiguo Régimen y la Revolución, unanación «embriagada por el mito de larevolución y que cultiva el rechazo de lareforma». Es precisamente esta dificul-tad de reformar la que ha llevado al país,a diferencia de otras naciones industria-les, de la crisis al declive.De hecho, quizá las páginas más intere-santes de la obra se encuentran en elcapítulo titulado precisamente «Quietanon movere», en el que se denuncia elculto a los intereses creados: de losagricultores a los cineastas subsidiados;de los empleados de EDF o la SNCF aesa auténtica excepción francesa queconstituyen los «intermitentes del espec-táculo». Como apuntaba un importanteempresario galo, en un país en el que lamayoría absoluta de los votantes estácompuesta de funcionarios, empleadosde empresas estatales y jubilados, cual-quier reforma se convierte en un riesgoelectoral de consecuencias imprevisi-bles.¿Exagera Baverez? Una de las acusa-ciones más frecuentes ha sido la de pin-tar un panorama demasiado negro, tantode la situación social y económica delpaís como de las carencias de su clasepolítica. Es sabido que el libro fue muymal recibido por políticos de uno u otrosigno. La izquierda acusó las críticas asus fallidos experimentos de «moderni-zación social»; la derecha, su denunciadel pánico, tras la traumática experien-cia de Juppé, a la contestación callejeray la consiguiente parálisis reformista.Tampoco los medios de comunicaciónfranceses –de uno u otro signo– fueronmás benévolos. Aparte de calificar alautor con todo tipo de epítetos, hicieron

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poco más que criticar algunas estadísti-cas mal utilizadas o ciertas frases pocoafortunadas. Es cierto que algunas de las expresionesde Baverez pueden parecer excesivas.Probablemente el tejido industrial fran-cés no está «en vías de extinción»(pág.74). Tampoco parece que Francia sevaya a convertir a corto plazo «en unmuseo» (pág. 107). Sin embargo, pocosse han atrevido a negar que el diagnós-tico que realiza sea atinado. No es fácilseñalar con el dedo los rasgos menosgratos de cualquier sociedad. Baverez seha atrevido a hacerlo.No obstante, también cabría hacer algu-nos reparos. En primer lugar, quizá deforma justificable, Baverez ha queridoejercer de polemista antes que de aca-démico. Ha optado por un formato deobra corta, directa, a pesar de que mu-chos temas tratados hubieran requeridoun tratamiento más amplio. El polemista es en muchas ocasiones unsimplificador. En un centenar de apreta-das páginas vemos desfilar desde Napo-león a De Gaulle; desde Keynes a Rums-feld y la Guerra de Irak. Ese trazo gruesofacilita el impacto de la obra, pero deja laimpresión de que los argumentos mere-cerían un desarrollo más cuidadoso.En segundo lugar, aunque el autor hayasido llamado «neo-thatcheriano» (califi-cativo que en Francia tiene un sentidomenos amable que en otras partes), parael lector liberal el libro, brillante en ladenuncia, se queda sorprendentementecorto en las propuestas.En el aspecto institucional, Baverez de-fiende un sistema presidencialista, lo

que es legítimo, pero cabe preguntarsesi realmente es una de las reformas prio-ritarias que Francia necesita. De la mis-ma forma, aboga por una reducción del30 por ciento del gasto público en seisaños y la supresión de 500.000 puestosde funcionarios. Puede ser buena idea,pero el lector queda con la impresión deuna cierta arbitrariedad en el análisiseconómico. Otros temas llaman la aten-ción por su ausencia. Así, por ejemplo,existen muy escasas referencias a lasprivatizaciones, abandonadas en Franciadesde los lejanos años de Balladur, quetransformarían definitivamente su pano-rama empresarial.Por último, también cabe discrepar cuan-do afirma, por ejemplo, que parte del es-tancamiento económico francés se debea la rigidez del mandato del Banco Cen-tral Europeo, a las restricciones presu-puestarias del Pacto de Estabilidad o,incluso, a la política comunitaria de com-petencia, que dificulta la aparición de«campeones» europeos de talla interna-cional. El lector familiarizado con la vidafrancesa reconocerá fácilmente estasideas, pero resulta extraño encontrarlasen un autor al que se acusa de pertene-cer al campo «neoliberal».

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Francia en declive surge bajo el impactodirecto de las elecciones del 21 de abrilde 2002. El establishment político (tantode izquierda como de derecha) se viohumillado al descubrir que nada menosque un 30 por ciento de los votantes, enun país tan desarrollado y culto, optó porgrupos extremistas. Posteriormente, lasituación no parece haber mejorado mu-cho: el insólito rechazo a una Constitu-ción europea hecha a medida de la pro-pia Francia, o los recientes episodios deviolencia urbana, nos indican que la ex-periencia del 21 de abril no fue un episo-dio aislado. En este sentido, el libro eshoy tan relevante como lo fue en el mo-mento de su publicación, en 2003.Sin embargo, Baverez no es un pesi-mista. Piensa que Francia puede des-pertar, eligiendo entre la alternativa deun «tratamiento de choque para moder-nizar al país a marchas forzadas, o undeclive no tan tranquilo». Es posible quetenga razón. En cualquier caso, Baverezhabrá contribuido, con este libro valien-te y necesario, a «rechazar el conserva-durismo callado» que hoy todavía para-liza a su país.

Un último comentario. El lector español,ante una descripción tan cruda de losmales de su vecino, podría dejarse ten-tar por la schadenfreude. Esto sería unerror. España ha seguido en los últimostreinta años, es cierto, una trayectoriahistórica muy distinta. La nación ha es-tado dispuesta a asumir muchas y muyimportantes reformas. La transformaciónde nuestro país desde la Transición es laconsecuencia.Pero esto ha sido el resultado de unameritoria generación de personas quesupieron dejar de mirar hacia atrás y ex-traer las lecciones de una historia terri-ble de confrontación, aislamiento y atra-so, y pasar, como Ortega reclamaba, «alas cosas».Está por ver que las generaciones quesiguen sean capaces de hacer otro tanto.Algunos nubarrones preocupantes seatisban en el horizonte. Los lectores es-pañoles haríamos bien en leer a Baverez,y meditar sobre lo que enseña este brevepero contundente libro.

ROMÁN ESCOLANO

ENERO / MARZO 2006 261

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