Refugio de tentaciones y privaciones

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Refugio De Tentaciones

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Refugio De Tentaciones

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El Ofrecimiento

Estaban a punto de desfallecer, perdidos en medio de un bosque interminable, en un territorio hostil, en medio de una montaña desconocida, muy lejos de su tierra y de sus gentes. Y no sólo era peligrosa esa tierra por desconocida, sino también por lo que sabían de ella, de sus enemigos y los animales devoradores de hombres que las habitaban. El cansancio de días de marcha iba en aumento, mortificándolos porque el descanso no se presentaba, nadie dormía más de tres horas seguidas, y los relevos de guardia eran continuos. A pesar de todo, conocían su deber, sabían que la insurrección no funciona sin sacrificio, sin privaciones, sin aceptar la montaña como refugio, y a la vez, como tortura. Por los lugares que pasaban saludaban a los agricultores y labriegos, no sin cierta desconfianza, y gesto de superioridad, porque los tenían por dóciles y manipulables. Encontraban en ellos algunos ejemplos de servilismo que les resultaba desagradable, su enfado se dejaba arrastrar en ocasiones hasta el insulto, pero finalmente se dejaban ayudar. Se podría decir que sabían que los necesitaban, aunque ellos se negaran a tomar partido por las enseñas revolucionarias. No era fácil de entender aquel proceder indeciso, y dispuesto al martirio. Pero si lo pensaban fríamente, siempre habría menos riesgo en salir corriendo a esconderse en la montaña ante la presencia de soldados, que en tomar un fusil; o algunos pensaban así. Podían conservar su independencia, darles comida a escondidas, pero que se negaran a esconder a fugados o heridos, eso era mucho más difícil de aceptar. Pero así estaban las cosas, y en ese hilo se movían. Debían guardar una distancia, se decían los labriegos, unas normas, tal vez una postura que les excusara ante las autoridades, eso era lo único que los libraba de que llegaran los camiones cargados de soldados y arrasaran el pueblo. Los soldados, por su parte, se presentaban como héroes libertadores, valientes y desinteresados, pero en sus filas también se alistaban fugados por delitos comunes y mercenarios que estaban por el botín, esa era la verdad. Quedaría mucho por decir de las relaciones de la gente de las montañas y los guerrilleros de lo que puede apreciarse en la distancia. Al escribir sobre ello, no hago más que establecer una base sobre la que ir componiendo, sobre la que ir estratificando ideas -algunas contradictorias-, y pensé que sería conveniente, desde el principio poner en claro los límites que cada cual necesita para la supervivencia, y lo insensibles que pueden parecer algunas reacciones, que sin embargo, con el tiempo, terminan por ceder. Pero intentar determinar esa relación sin los detalles que le den profundidad, puede resultar desalentador, y para ello es necesario ir paso a paso, construyendo la historia, con paciencia, sin anticiparnos a lo que ha de venir. En la experiencia del guerrillero el mal tiene una forma definida, y conoce todos sus tentáculos porque el horror que sale de él le es familiar, no es una suposición, una alternativa, una casualidad que tal vez nunca se cruce en su camino o un perjuicio que se pueda sortear con un poco de suerte, se trata de un objeto político y por tanto de poder, que suscita en él la aversión sin control, la rebelión incondicional como única respuesta. Sin embargo, de interiorizar hasta tal extremo sus convicciones, una pesadumbre de riesgo extremo le hace sumir la vida que elegido como un juego de azar. Mi punto de vista sólo puede ser a favor de la experiencia, del hombre de acción dispuesto a cambiar las cosas asumiendo sus riesgos, rechazando absurdas teorías o ideologías, o aceptándolaspero unicamente como soporte de la acción real. No obstante, si por un momento podemos imaginaral guerrillero después de muchos kilómetros de marcha, descansando bajo un árbol, con su fusil y sumochila a su costado y leyendo novelas del oeste, el lugar de un sesudo libro de filosofía descubriremos que la injusticia y la prepotencia déspota del tirano, no siempre se combate por convicciones idealistas. No existe una mejor relación entre revolución y compromiso, que la que sale de haber vivido en primera persona la violencia arrogante del represor. Las diferencias entre Fecker y Muller no eran definitivas, y solían extinguirse después de unos cuantos gritos con acento italiano. A todo lo que pudiera tener de agradable andar kilómetros con ampollas en los pies, oliendo a demonios y enterrando a algunos compañeros con ocasión de chuscos enfrentamientos, había que añadirle aquellas estúpidas discusiones. Quedarse con el

malestar dentro tampoco era solución, y sus voces podían oírse muy lejos, por lo que no sería extraño que en una de esas terminaran por atraer a alguna patrulla que diera su posición y predispusiera una ataque por aire. Pero nos equivocaríamos si detrás de su mutua disconformidad no viéramos el aprecio que se tenían y la dedicación que ponían en cuidar del resto. Se diría que los dos censuran el proceder del otro en las cosas más simples, pero no pueden estar el uno muy lejos del otro. La diferencia entre montar una gran bronca por derramar la sal, o no decir nada por no dar cobertura a un compañero en mitad de una “balasera”, se resolvía con la gravedad del segundo caso,y el olvido prematuro del primero. Creo que los dos disfrutaban viéndose en medio de aquellas montañas, repantigados sobre la hierba, apoltronados como si se tratara del salón de su casa. Remueven sus macutos en busca de cecina o comida deshidratada, y después se dejan caer de espalda esperando la noche para compartir un buen fuego. Allí, en las montañas más lejanas, en las que los hombres que aún se van encontrando apenas han pisado una ciudad, y que están a días de camino de la civilización más cercana, se sienten a salvo. Hay estrellas que brillan como linternas a las que acabaran de cambiar las baterías, y la luna se enciende como una farola. Desde los lugares más recónditos le llegan señales de crecientes victorias, y las discusiones entre Fecker y Muller, parecen ser menos. En la marcha que duraba ya más de un mes, y de la que no sabían cual era su objeto, atravesaron algunos asentamientos revolucionarios muy organizados y bien defendidos, en los que eran acogidos con júbilo y con la manifiesta sensación de victoria que les daba relatar las últimas batallasen las que la revolución había causado daños irreparables al gobierno. Todos aquellos poblados por los que habían pasado les dejaban claro que había mucho más mundo organizado en la revuelta de lo que habían pensado, y eso les levantaba la moral. Era un placer escuchar a aquellos hombres y mujeres, formados y cantando himnos de fidelidad a sus principios, y oraciones por los caídos. En medio de la montaña, los recuerdos de los campamentos y los amigos que habían hecho les ayudaban a pasar la noche, conversando acerca de ellos, y haciendo sonar las guitarras con canciones melancólicas. Mientras reconstruían el relato de sus recuerdos se reafirmaban en la idea de que el desaliento no haría presa en ellos, porque, aunque las penurias eran grandes, no eran definitivas. A su espalda quedaba lo pasado, eran gente ruda, y al frente lo que hubiera de venir. Por la época en que Fecker decidió dejarlo todo y adentrarse en la montaña en busca de los gruposde resistencia, su vida no pasaba por un buen momento. Había perdido su sentido para los negocios en el hampa, y lo que era peor, había perdido su intuición para el juego. Entregado a su última visión había ido al banco y sacado todo el dinero que el quedaba, y cuando tenía una de aquellas visiones se entregaba totalmente a ella. Confiaba en poder recuperar algo de su dinero y su prestigioperdido con aquella jugada que le quería hacer a destino, y poder así, con lo beneficios que sacara de ello, subsistir uno o dos años más. Su vida era fácil, y no necesitaba demasiado, para pagar su habitación e ir tirando, y eso podría mantenerlo si ganaba esa vez y, por supuesto, no volvía a jugar los beneficios. Junto a la ventana de la oficina de apuestas había un boletín colgado por uno de sus vértices con una cuerda, lo abrió y leyó las carreras y los nombres de los caballos. Reconoció uno de los nombres, sintió como si se encendiera una luz, y lo apostó todo a que llegaba el primero en la siguiente carrera. No tardaría mucho en empezar a correr y le daría tiempo a escucharlo por radio. Desde la terraza de una cafetería esperó centrando el dial y confiando en que no hubiera interferencias. A su lado pasaban los transeúntes, con prisa, como si llegaran tarde a alguna parte; todos le parecían iguales. Pidió una cerveza, y se acomodó inclinado sobre el aparato receptor. Desde aquel lugar podría recibir la impactante noticia de que su racha de mala suerte había terminado, y en el bolsillo apenas le quedaban unas monedas para pagar la cerveza y comprar algo de pan antes de volver a casa. Era como si todas las fuerzas del universo se hubiesen centrado en la voz del locutor que con desbordante emoción iba narrando la carrera. Hubiera querido levantarse, correr el mismo al lado del caballo, empujarlo, tirar de él, hasta hacerlo llegar el primero, pero no fue así; Lugoshi entró el último y muy rezagado. A veces, oyendo el júbilo de los hombres que celebraban una nueva victoria, creía estar reviviendo su propia derrota, la llegada a la meta de un caballo rival, y los gritos de los hombres, que abrazaban a las mujeres, y se abalanzaban sobre la

ventanilla para recuperar su dinero y cobrar su premio. Sólo uno de los hombres podía saber el significado de vidas diferentes a diferentes intensidades, avanzar en el “truco” de vivir en busca de emociones fuertes, o sentarse en una silla de escritor a vercomo se sombrea una habitación con la luz cambiante del día, y ese debía ser Fecker. El fragor del combate hacía un ruido parecido al retumbar de los cascos de un caballo, el inquietante bramido de los morteros, el silbido envenenado de las balas, eran comparables a la caída de un jinete con posibilidades de ganar. Y entonces, de pronto, estremecerse por la sacudida de un proyectil próximo, que lo hacía temblar y le cubría la cara de tierra. Hacía buena noche, podrían dormir protegidos por el calor que desprendía la tierra, confiar en la guardia, y no preocuparse de nada más que de las sombras que animaba una luna brillante. Como resultaba normal en aquellas circunstancias, los gestos, las buenas maneras y las simpatías, ayudaban a un ambiente de concordia que sólo podía ser reemplazado por una estricta disciplina, y de eso se encargaba la única persona al mando, El jefe Maltus. Generalmente no hacía falta que expusiera su paecer, que tuviera que hacerse oír y proponer algún castigo, porque las posturas encontradas e irreconciliables, preferían ceder por sí mismas, aunque se guardaran el resto interiormente. A menudo algunos de los hombres ensayaban reconciliaciones que no eran tales, peroa él eso le daba igual, no le importaba que se odiaran por media ración, siempre que no se les notaray no los oyera discutir. El legado militar de antiguos revolucionarios, mostraba que ambos tenían razón, siempre que reservaran toda su agresividad para los enemigos de los humildes. Sin duda existían razonables y sólidos argumentos para mantener las pequeñas envidias, los desafíos y las contradicciones entre guerrilleros, pero consentirlo sería destruirse sin necesidad de ponerse a tiro de los soldados gubernamentales. Pese a los peores encuentros, los desprecios más amargos, los pequeños egoísmos y las maldiciones vertidas en momentos de incontrolable enfado, los enfados entre Muller y Fecker tenían otro aspecto menos personal; olvidan con rapidez y no le daban más importancia. No es necesario situarnos en unos espíritus místicos, ni en posturas ascéticas para comprenderlos, simplemente eran amigos con diferencias, pero sin rencores. Aunque ahora que lo pienso, tal vez, que Muller hubiese sido cura tuviera algo que ver en todas las veces que aceptaba ceder en sus discusiones: pero sólo tal vez.

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Todos Tenemos Un Pasado

Que Muller no tuviera la confianza de sus superiores, y que por eso nunca le ofrecieron una iglesia que fuera su casa, ni en el pueblo más recóndito, ni una colaboración con los monjes de un monasterio, ni una plaza de profesor en algún centro de una gran ciudad, fue decisivo para salir una mañana en busca de los emplazamientos que luchaban contra la dictadura desde la montaña, a pesare haberse convertido en una figura reconocible e imitable para muchos otros religiosos que lo habían conocido. El obispo al que se había dirigido en varias ocasiones para tener un destino, le había dicho que tendría que salir de la región, posiblemente viajar a Europa, y eso no estaba dispuesto a a hacerlo. Así comenzaban una serie de desencuentros, a veces por carta, a veces en persona que no le permitían establecer una forma de conducta adecuada, organizarse conforme los tiempos que vivían y mucho menos establecerse en una comunidad en la que aspiraba a integrarse socialmente -es posible que por ahí, sin ser consciente de ello, comenzaran sus problemas con la jerarquía-. Sin embargo, iba a ser un asunto de faldas lo que lo empujara a abandonar definitivamente sus pretensiones de llegar a ser un líder espiritual en alguna comunidad campesina.

Personalmente se implicó en algunos programas culturales que exigirían de él viajar a donde nadie llegaba, casi a “invadir, conquistar y colonizar” a hombres y lugares, que habían perdido todo contacto con la civilización, y para eso no le hacía falta la aprobación de sus superiores. Desaparecer era una opción, y lo hizo por una temporada, pero la experiencia fue muy negativa y los campesinos lo echaron porque tenían sus propias creencias y no querían oír hablar de otros dioses que no fueran los suyos. Esta aventura si hubiese salido bien, le hubiese canjeado muchas simpatías, pero al volver con un fracaso más en su saco de decepciones, le creo algunos problemas adicionales. Por su parte el poder político había empezado a oír hablar de él, y cuanto más conocidose volvía más irrespirable era la atmósfera que le preparaban. Controles, visitas inesperadas, registros, advertencias, y en efecto un continuado malestar que lo hizo tomar la decisión más acertada, acudir al único sitio que sería bien recibido y donde despertaría algunas simpatías, aunque sólo fuera por escribir las cartas a algunos de sus compañeros de fatigas. Así pues, estaba ya casi decidido a partir a la montaña, cuando conoció a Marciela, una joven estudiante de bachiller que se metió en su pieza por semanas, mientras sus padres la andaban buscando en lo lugares más recónditos. Creyeron que la encontrarían durmiendo en la playa, en la boca del metro, o en un portaldel centro de la ciudad, y salían cada noche en su busca. Molestaban a todos los que dormían en la calle para verles la cara y comprobar que no era ella, y les preguntaban por si la había visto. Todas las molestias no condujeron a nada. Cuando Marciela volvió al instituto, después de prometerse amor eterno, Muller supo que lo buscaban, partió a la sierra, y nunca se volvieron a ver. Al existir distinciones y favores entre los hombres -allí donde vayamos se generan simpatías, y lo que es peor desagradables antipatías y desencuentros-, Muller debía optar necesariamente por unos y por otros, intentar descubrir la verdad en sus rechazos, y llegar a la conclusión de que todos, absolutamente todos, en mitad de la batalla, son camaradas a pesar de las diferencias. Pertenecer a aquellos más moralistas, a los más pecadores, o directamente encontrar algún valor humano en los que no sabían por qué hacían las cosas, lo degradaba en su inteligencia, pero sacarle importancia a cosas que hasta entonces le habían parecido primordiales, en su situación era lo más adecuado. Precisamente, a causa de su forma medida y controladora de pensar, se creaban demasiadas diferencias, y si había un problema entre ellos por encima de envidias y antipatías, era la de los que creaban una clase más que se dedicaba a clasificarlos y estudiarlos, separándolos por su calidad y conducta. Muller se mostraba siempre con eso tono de falso inofensivo que tienen los curas, procurando habar en un susurro de comprensión del que nadie se fía. ¿existía pues, un motivo mayor de división y diferencia que la falta de aplomo? Ninguna tendencia a la camaradería se reprime en la circunstancia en la que uno se dispone a entregar la propia vida, e interceder por poner a salvo a los demás. Ningún enigma es comparable alque lo perdona todo desde un interior insondable convirtiendo en hermanos a auténticos desconocidos. Comparadas con otras vivencias, aquellas que conducen a los hombres a la batalla son una verdad innegable, y de una crueldad manifiesta. No podían sentirse turbados delante de reacciones inesperadas, y que uno se pusiera en el camino de una bala destinada a otro, era moneda corriente entre ellos. Poseían la credibilidad de los que comparten un riesgo extremo, y aún así, el jefe Maltus mantenía sus distancias como si la desconfianza formara parte de su trabajo. Es cuando creemos que todo está clara, que por fin hemos encontrado un profundo grado de conocimiento y desmembramiento de barreras que en vidas ordinarias levantamos, entonces, es cuando damos por bueno lo que ya nunca sabremos. Poseer el tipo de verdad que supone abrir el pecho para que los fusiles hurguen dentro en busca de traidores no resulta posible en la acomodada vida moderna, entrelas sorpresa de la última temporada de modernas series de televisión, entre las comodidades de los colchones de última generación, entre las comidas exóticas que nos traen en restaurantes orientales para que podamos disfrutar de placeres que hasta entonces nos resultaban desconocidos, entre la evasión postmoderna y los cuidados más dulces de una navidad con calefacción central. Sería imposible calcular cuanto sufrimiento soportamos o lo que estamos dispuestos a entregar a cambio de algo tan lejos de los comodidades como el sueño idealizado de un mundo menos injusto en la próxima curva. La lucha eterna entre el bien y el mal. Los malos crecen y la tierra responde; siempre ha sido así.

Marcharon aquel día durante kilómetros y al salir de un bosque espeso, estaban tan cansados que redujeron el paso, se sentaron sobre una rocas cubiertas de musgo, donde brotaban una plantas espinosas que se clavaban en sus piernas, por lo que pusieron un cuidado especial. Algunos conocían aquellos rastrojos y dijeron que no había cuidado, que arañaban pero producían leves infeccionas; nada que no remitiera en un par de días. Contemplaban en infinito espectáculo de un valle alargado como el lomo de un caballo, cuando descubrieron y recogieron algunos pequeños frutos silvestres con lo que se entretenían mascando y escupiendo las pepitas. Paso un tiempo en el que nadie habló, y lentamente se iba imponiendo la idea de detener la marcha definitivamente por aquel día, aunque el sitio no fuera el más adecuado para descansar. Cuando se desplazaron un poco y se disponían a instalar el campamento, descubrieron algo que los dejó momentaneamente descolocados, se trataba de una tumba del tamaño de un hombre, con una cruz de madera vieja en uno de sus extremos y un nombre tallado que apenas se leía, posiblemente José, o Moisés, al menos,tres letras parecían claras. Debía llevar allí mucho tiempo, porque las piedras que lo cubrían estabanennegrecidas y la cruz de madera tan podrida que si le ponían la mano encima posiblemente se desharía. Ya se habían dado la vuelta y volvían a sus tareas cuando alguien reparó que entre la hierba, subiendo la ladera, estaba tan lejos que resultaba imposible distinguir su cuerpo, mucho menos sus facciones, o saber si se trataba de un hombre o una mujer. Parecía que levantaba la cabeza, como mirando hacia aquella actividad incesante que se producía a media montaña. No dejaba de ser asombroso que sucediera aquello, en aquel lugar solitario, donde no esperaban encontrar a nadie. Cuando estuvo más cerca comprobaron que vestía como un campesino, con uno de aquellos sobreros de paja tan característicos, y cuando aún se acercó lo suficiente como para poder hablar con él, pudieron ver sus manos hinchadas y cuarteadas por el trabajo. Inmediatamente después de llegar el jefe quiso hablar con él, acababa de refrescarse mojándose la cabeza con agua fresca y le hizo una preguntas sin dejar de frotarse la cabeza. Manejaba hábilmente la situación puesquería saber si se trataba de algún infiltrado o espía, porque decían que existían esos campesinos a los que pagaban por información, aunque lo cierto era que nunca nadie había visto ninguno. El hombre estaba pálido de miedo, porque sabía que si daba motivos para no creerle le podían meter un tiro; y nadie preguntaría por él. Por la actitud del jefe, parecía que se iban aproximando posturas,y que se iba rebajando la tensión de los primeros momentos. Respondía con cierta coherencia, y sobre todo, sin tartamudear ni pensarlo demasiado. Además de eso miraba al jefe a los ojos, lo que le agradaba, y cuando le hacía preguntas políticas respondía con orgullo de campesino. Podía estar mintiendo, pero nadie lo hubiese dicho. “No ha sido fácil llegar hasta aquí”, añadió a una de la preguntas, “pero no tengo otro sitio a donde ir, mi familia murió cuando los soldados entraron en la aldea disparando sin preguntar”. El charloteo ya duraba demasiado, la tarde seguía cayendo y al fin decidió entregarle un fusil, era la prueba máxima de confianza. El cielo se volvía naranja, y del naranja pasaba al violeta, y a continuación los colores se oscurecían al ocultarse el sol, como si desprendiera el hollín de un día ardiente. Consiguieron una cierta calma a pesar de los nervios y el cansancio, pero cuando ya era casi noche cerrada comenzó una nueva discusión por algún tema menor. Dos de los muchachos se gritaban y se insultaban, se proferían amenazas que terminaron en pelea, y los golpes hicieron saltar algún diente, y alguna nariz sonó como si el hueso hubiese quedado aplastado para los restos. Finalmente los separaron y el jefe anunció un castigo ejemplar, en la marcha del día siguiente irían cargados como burras, y si eso no fuera suficiente, esa noche harían guardia. Les puso muy claro que si se quedaban dormidos les metería una bala en la nuca a cada uno, así que el uno era responsable de que el otro estuviera despierto. Mientras se llevaba a cabo el anuncio del castigo, los dos se miraban furtivamente deseándose lo peor, pero nada pasaría ya de ahí. La disciplina no acaba nunca, y no sería el último castigo por motivos similares antes de terminar la marcha, pero cuando llegaran al destino, todos serían nuevamente hermanos en sus riesgos. Así funcionaba la ardiente atmósfera de privaciones que los rodeaba. Se trataba de un tensión que nunca desaparecía del todo, que regresaba con un halo de desconfianza de terribles consecuencias sise desataba. Los hombres son entidades tan diferentes, que así como algunos parecen encajar en un fenómeno de tolerancia, otros parecen incomodarse por meras presencias, miradas o gestos. Esta

idea estaba muy presente en la dificultad del trabajo que el jefe Maltus debía llevar a cabo, y por esosu mirada acosaba cada movimiento como si intentara detener cualquier movimiento inapropiado. Afortunadamente, llevaban tanto tiempo andando juntos, que las miradas torvas se volvían pesadas, las incomodidades salían a la superficie, y los globos de furia se desinflaban o el jefe se encargaba de explotarlos controladamente uno tras otro. La desconfianza tuvo que aparecer por primera vez entre los hombres, de la mano del primer traidor: mucho antes de Judas. Ponía a prueba los mejores ejércitos que caían sin saber como porqueel enemigo sabía cuales eran sus debilidades. Nada conserva su credibilidad si no es puesto a prueba, y esa tiene que ser una prueba superior, en la que se ponga en juego la vida. Además, los hombres siempre necesitaremos de los otros, lo dicta nuestro instinto de supervivencia; en este caso no se trata de una verdad mística que debamos obedecer a ciegas, como diría Muller. Pasar por alto una traición no debe ser nada fácil, porque te pone en una falsa situación, en un dilema, en un problema sin solución, es decir, sin el otro no podemos sobrevivir en un medio hostil, pero si aceptamos una reconciliación nos arriesgamos a ser traicionados de nuevo, y en tal caso dejarnos enmitad de un puente viendo sin hacer nada como caemos al vacío. El rudo aspecto del guerrillero pone por delante su compromiso hasta las ultimas consecuencias, y así debe ser, porque es mucho loque se juegan. En éxodo, la entrada en cada nueva región, no se sabía si se trataba de salir al encuentro de la batalla, o seguir huyendo de las fuerzas gubernamentales. Pretendían resolver sus dudas observando los gestos de su jefe, pero su aspecto era el de una efigie de duro mármol, imperturbable. En estos tiempos tecnológicamente avanzados, pretender una revolución a la cubana,les iba a costar más de un disgusto, pero mientras la aventura duraba, las banderas de la libertad permanecían en alto. Es posible que el proyecto contemporáneo de familia, trabajo, cole, tele y coche, no contemple la rebelión como solución al sórdido plan de vida que los consume, pero algunos hombres -tal vez sólo unos pocos-, siguen creyendo que dejarse llevar es entregarse. Fecker se sentó al lado del nuevo porque quería hacerle preguntas, en realidad, cuando alguien nuevo llega al grupo todos se mueren por saber cosas pero intentan no acosarlo. No era difícil comprender los motivos que lo llevaban a desear luchar por la libertad. Pero cabía preguntarse los motivos personales, aquellos que los conducían sinceramente a dar aquel paso, y esos eran diferentes en todos los casos, pero tenían una cosa en común, nada que perder más que la vida. Aquel hombre, por su aspecto, daba la imagen del convencido campesino, no era difícil imaginarlo en medio de un campo con algunos otros, cavando zanjas, removiendo la tierra o arrojando semilla en una mañana fría y de cielo cubierto. Sería la pieza que encajaría perfectamente en esa imagen. Habían pasado tantas cosas que pareciera que todos eran expertos en adivinar lo que había detrás deun rostro campesino que pedía un lugar entre la tropa, se habían acostumbrado a caminar y dejarse acoger por las montañas y sus gentes, y hacer sitio para uno más sucedía a veces. Todos, de una forma o de otra, habían llegado de la misma sin pasado, o sin demasiada gana de contar de él. Le dijo que el fusil que le diera el jefe había pertenecido a un buen amigo, y que había caído no hacía mucho en una escaramuza, por eso esperaba que lo llevara con honor. “¡Pobre hombre!”,pensaba Muller, no muy lejos de la escena, “acaba de llegar y ya le están echando la responsabilidad del honor y los muertos a la espalda”. Había un problema de fechas, y lugares, en las historias que el nuevo contaba, pero Fecker no le dio mayor importancia; no se trataba tanto de interrogarlo, como de charlar un rato y saber del mundo exterior y las últimas noticias. El amable campesino carraspeó y señaló que todo iba como siempre, porque el no conocía la tele, pero escuchaba a veces un transistor, y por lo que otros que viajaban a la ciudad le contaban, nada estaba dispuesto para un cambio de gobierno, no debían confiar en ello. Hablaron largo rato, pero aquel hombre no se expresaba con facilidad, la elocuencia no era un don que Dios le hubiese dado. Se mostraba nervioso y preocupado desde que Fecker se sentó a su lado, así que finalmente lo dejó solo y vio como se acurrucaba para dormir. “Debe estar cansado”, dijo Muller, como si le importara, “después de unos días de marcha o se acostumbra o se arrastra”. El otro debió oírlo pero ni se movió, se hizo el dormido hasta que se alejaron.

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Pobres Muertos ¿Qué Reclaman?

Unos días después llegaron a uno de los enclaves que la resistencia tenía entre montañas. Estaban realmente cansados y fueron recibidos con júbilo, como solía suceder. Los acomodaron en los barracones y no les encomendaron ninguna tarea, se trataba de dejarlos descansar, porque en algún lugar, alguien había hecho planes para ellos, y no iban a permanecer mucho tiempo allí. Enseguida se dieron cuenta, y se miraban con inquietud, porque temían lo que presentían. El comandante del puesto, concedió al jefe Maltus poderes especiales, lo que significaba una distinción militar, que además, no sería obviada en el futuro. Como si fuera un ascenso consolidado, el jefe se sentía feliz y orgulloso, y dispuesto a llevar a cabo cualquier misión que le encomendaran por imposible que le pareciera. Decepcionar a sus superiores poniendo de manifiesto el cansancio de sus hombres, y lo innecesario de llevar a cabo un acción que supusiera demasiadas bajas, no estaba entre sus opciones. Demasiado bien sabía él a donde lo conducía aquel callejón sin salida, pero cumplir con su deber era lo que nunca había dejado de hacer. Nunca había tomado una decisión por sí mismo, que fuera contra las órdenes dadas, y lo que ahora le pedían era que se tirara con sus hombres contralas fuerzas gubernamentales que los habían localizado y los acosaban. Todo resultaba muy caótico ysórdido, y para los hombres de Maltus imposible de entender. Hubo una segunda entrevista entre Maltus y el comandante del puesto, y esa vez, el jefe estaba un poco más centrado. O menos afectado, si se prefiere. Se miraban en silencio mientras bebían un licor de color miel que habían requisado en su última salida. No era el mejor momento, faltaba pocopara comer y si se pasaban, perderían el apetito. No hubo lugar para objeciones, pero alguna leve crítica, intentó descubrir motivos no declarados; no sirvió de nada. Entonces Maltus encontró que susuperior olía como si no se hubiese lavado en un año, lo que sería soportable y más que justificable si, como era su caso, hubiese pasado meses marchando, pero no era así. Entonces, el jefe observó que la silla en la que se iba a sentar su interlocutor, tenía una pata quebradas, pero no dijo nada. Estaba condenado a sentarse y caer al suelo sin remedio, eso, al menos, le daría el gusto de reírse unrato a su costa. Se apoyó tranquilamente sobre la mesa sin dejar de mirar al comandante del puesto de guardia, pacientemente saboreo el licor mirando por encima del vaso, respiró lentamente y de pronto, un estruendo, una silla rota y aquel hombre revolviéndose en el suelo como si se hubiese roto el trasero. Blasfemaba, maldecía y se quejaba de dolor, mientras Maltus no paraba de reír y lo ayudaba a levantarse. Aunque hubieran querido, no hubiesen podido eludir las órdenes interesadas que le daban. Tampoco pudieron evitar la charla que les dieron asa noche antes de ir a sus barracones, y volver a dormir en camas más o menos mullidas. No podían hacer otra cosa más que asentir y vitorear el sentido belicista que los llevaba a un callejón sin salida. Fecker se dirigió a Muller y les espetó, “moriremos esta vez”. Entonces Muller sacó una vena artística y sonrió como si no le importara. “Simorimos mañana ya no podré ser rico. Ni volver a jugar a caballo ganador como tu hiciste aquella vez y lo perdiste todo. No debería decir esto, pero soy un revolucionario con aspiraciones burguesas. Quiero criados que me sirvan, que muevan las cosas y hagan la limpieza por mi; para eso me hice cura. Envidio a esos cabrones a los que le hacemos la guerra, cambiando de chica cada día, rodeándose de cosas valiosas, y conduciendo coches caros. No se pierde mucho si yo muero, porque si ganamos la revolución con gente como yo, nada va a cambiar. Pero, ¿sabes qué?... Por si eso sucede, rezaré por ti esta noche. Puedes estar tranquilo, estarás en situación de ver a nuestro señor si una bala perdida te alcanza. Parecéis olvidar que soy cura, y eso nos da una gran ventaja.” Deberíamos traer a cuenta en este punto, lo que la revolución inspiraba en los corazones más

pobres, que eran los secos corazones campesinos; sin esperanza, espinados y, muchos de ellos, arrastrando grandes tragedias. En tales situaciones de pobreza, combatir los excesos burgueses significaba, al menos, hacer alguna cosa. Por eso debemos establecer que siempre resultaba mejor, que sentarse a esperar la muerte, sentarse a esperar morir de hambre, de enfermedades, o por el pasode los soldados. Por fin, al tomar partido, si morían, tenían algo que ver con merecerlo y no dejarse empujar, llevados a tumbos por unos y por otros. Tomar partido, en una situación desesperada era un bien que no prescribía, que no permitía olvidar, ni dejar al pensamiento errar libremente sin capacidad para conducirlo hacía la justicia tan necesaria. Pues, efectivamente, se podía saber por otros hombres que pasaran por la guerrilla antes que ellos, que sus posiciones se hacían más firmes, y finalmente, se le encontraba un sentido a la rebelión. Fecker se entregaba a difíciles recuerdos que lo torturaban, no quería volver a llevar una vida parecida. Aquella no noche no le resultaba fácil conciliar el sueño. Como muchas otras veces su imaginación lo traicionaba, y no podía dejar de ver imágenes horribles de cuerpos desfragmentados por un obús, o miembros volando, llevado en el aire por la fuerza expansiva de una granada. Sin duda, su clarividencia anunciaba lo peor, era posible que allí terminaran sus viajes. Si hubiese vuelto a nacer no hubiese vivido de forma de diferente, no había tanto donde escoger. Hubiese escapado de los mismos miedos, como todo el mundo hace. Hubiese pasado por las mismas estaciones, y subido a los mismos trenes y autobuses, y también, hubiese vuelto a la montaña y la hubiese pateado sin resuello arriba y abajo. Se aprovecharía de cada minuto previo a labatalla y sentiría el vértigo del combate, y reviviría los momentos que le habían dado sentido a la vida arrojándose contra el fuego enemigo. Pero no iba a volver a nacer, y debía mantener la serenidad y la fe en los momentos que le quedaban. La situación no era fácil, y antes de partir, aquella mañana, formados delante de la puertay franqueados por los centinelas, una noticia corrió entre la tropa, “el nuevo había huido”. En otros tiempos, tal vez en otro momento más apropiado, ese hombre sería perseguido, encontrado, cazado, acorralado y posiblemente fusilado sin preguntas. No se preguntan sus motivos a los traidores, o se les ofrece la posibilidad de explicarse, ni se desea saber lo que dejan atrás. Por el contrario, se le niega cualquier derecho, y no se le da agua para tranquilizar sus bocas secas de miedo. Ni siquiera, al contrario de lo que algunos creen, se les ofrece la oportunidad de rezar en sus últimos minutos; enla montaña no se hace eso, se dispara y se deja su cuerpo tirado en medio de la nada para que todos lo puedan ver, y se lo coman las alimañas. Pero debían partir en busca de los soldados gubernamentales que tenían amenazado el puesto, y no había tiempo que perder. Para los resistentes ocasionales debería ser de obligado cumplimiento un estudio general sobre lascausas, el compromiso y las posibilidades de la revolución. Cualquier desproporción da lugar a que jóvenes estudiantes descontentos con su vida estudiantil, campesinos que descubren en la milicia una oportunidad para saciar su hambre, distraídos y teóricos del marxismo, y otros sujetos, se acerquen a los grupos que deambulan por la montaña sin tener en cuenta que uno de pronto entrega su cuerpo y su alma a una causa, y que eso no se hace con ligereza. No se estudia en la universidad las consecuencias del fracaso o la traición, pero morir fusilados o torturados, es moneda corriente pero que no explican en los noticiarios. Lucharon con sus mejores armas, esgrimieron sus mejores razones, y desplegaron un fuego inesperado, pero nada fue suficiente. La lucha comenzó cuando caía la tarde, y la luz del bombardeoencendía el cielo como una arrebatada tormenta. Al intentar empujar las lineas por tierra, se metieron en un pozo y quedaron rodeados de un terrible muro de rostros ennegrecidos. Un puñado de hombres intentaron romper el cerco, y fueron abatidos. Buscaron zafarse de la trampa sin descanso, lo intentaron una y otra vez, pero no lo consiguieron. Cuando ya estaban vencidos y la artillería gubernamental disminuyó sus descargas, Fecker adivinó una parte de la verdad, “el nuevo”, había dado las coordenadas y sus intenciones; la traición se había consumado. La chica que amara a Muller nunca conocería su final, nunca lo volvería a ver, su desaparición le parecería un hecho lamentable, pero ya no conocería a que se había debido. Alguna vez se acordaría que fue amada, intentaría dibujar sus rasgos girando un dedo en el aire, pero le sería imposible. Fecker esperó el final acurrucado entre sus compañeros muertos, y la sangre corría entre sus ropas sin que

pudiera saber si estaba herido o se sumergía en la sangre de sus compañeros. Intentó moverse y se encontró con el cadáver de su amigo, buscó deslizarse entre las sombras, pero ya no podía más. Desalentado creyó que su ropa pesaba como un saco, se inclinó hacia adelante y cayó inconsciente. Los árboles renacieron con la alborada, y algunas aves de las más grandes hacían ruidos que en nada se parecía a un canto, pero despertaban la campiña. La sencillez natural de ver un amanecer derocío y aire fresco, se veía entristecido por los hombres que habían quedado con vida y se agolpaban en el suelo con las manos atadas a la espalda. Habían sido maltratados, y les hacían preguntas que no comprendían. La luz era tan bella que cualquiera podía pensar que nada malo iba asuceder en un momento así, pero se equivocaría, y, en ese momento, uno de aquellos se soltó con unllanto ruidoso y se unió a los graznidos de los cuervos. Luego se oyó el canto de un ángel, o sólo los condenados a muerte lo oyeron, pero les dio un gran sosiego. Un oficial se les acercó, llevaba una pistola en la mano, esa era la señal. Después de una descarga de fusilería, anduvo entre los cadáveres dándoles un tiro de gracia, uno por uno. Detrás sushombres, con gastados uniformes y cara de desprecio observaban la escena sin hablar, esperando que terminara para que les diera las últimas órdenes antes de partir, dejando atrás aquel amasijo de cuerpos aún calientes. Todavía el sol se resistía a calentar, era temprano, con un poco de suerte tomarían el camino de vuelta. Dejarían de acosar el puesto de la milicia, porque creían haber acabado con ellos, ¡qué injusto resultaba todo! La presencia del oficial lo hacía más ceremonioso, poseía la indudable influencia de hacer creer a quienes lo rodeaban, que hasta los actos más inhumanos, poseían, cuando el los ejecutaba, una incuestionable categoría. No necesitaba cubrirse con medallas, ni poseer un sable de oro, ni un caballo pura sangre, todos sabían que disponía de sus vidas y la obediencia era absoluta. De eso se trata la guerra, de que alguien en alguna parte decide quien muere, cuantos son, y cuando lo hacen, si vale la pena el sacrificio, y si la estrategia lo dispone, siempre se podrá convertir a los mártires en héroes. El oficial se fue hacia sus hombres decididamente, como si el cansancio de una noche interminable no hiciera mella en hombres como él. Aunque nadie lo acusaba por su frialdad, dijo, “no sientan lástima por ellos, de esto se trata”, y siguió andando y alejándose del lugar sin limpiándose la cara con un pañuelo.