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    In memoriam Ronald Escobedo

    Reformismo y sociedad en la Amrica borbnica

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    Reformismo y sociedaden la Amrica borbnica

    Pilar Latasa (coord.)

    EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A.PAMPLONA

    In memoriam Ronald Escobedo

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    Consejo Editorial de la Coleccin HISTRICA

    Director: Prof. Dr. Agustn Gonzlez EncisoVocales: Prof. Dra. Cristina Diz-Lois MartnezProf. Dr. Francisco Javier Caspistegui Gorasurreta

    Vocales: Prof. Dra. Julia Pavn BenitoSecretaria: Prof. Dra. M. del Mar Larraza Micheltorena

    Primera edicin: Septiembre 2002

    2003. Pilar Latasa (Coord.)Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA)

    Plaza de los Sauces, 1 y 2. 31010 Barain (Navarra) -EspaaTelfono: +34 948 25 68 50 - Fax: +34 948 25 68 54

    e-mail: [email protected]

    ISBN: 84-313-2080-XDepsito legal: NA 1.208-2003

    Ilustracin cubierta: Patrimonio Nacional.

    Criollo a caballo, en Trujillo del Per: a fines del siglo XVIII.Dibujos y acuarelas que mand hacer Baltasar Jaime Martnez Compan,

    Biblioteca del Palacio Real (Madrid)

    Fotografa de cubierta:

    Imprime: GRFICAS ALZATE, S.L. Pol. Ipertegui II. Orcoyen (Navarra)

    Printed in Spain - Impreso en Espaa

    Queda prohibida, salvo excepcin prevista en la ley, cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunica-cin pblica y transformacin, total o parcial, de esta obra sin contar con autorizacin escrita de los titulares delCopyright. La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelec-tual (Artculos 270 y ss. del Cdigo Penal).

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    ndice general

    1 Presentacin .................................................................. 92 Introduccin .................................................................. 13

    Primera parteLa poltica reformista

    3 La poltica impositiva del reformismo borbnico

    Ronald Escobedo Mansilla ........................................... 23

    4 El regalismo conciliar en Amrica y sus protagonistasElisa Luque Alcaide ...................................................... 43

    5 El intendente ante la tradicin jurdica indiana: conti-nuidad o ruptura?

    Rafael D. Garca Prez ................................................. 73

    6 Reformismo fiscal americano: incidencia en las clasesprivilegiadasM. Luisa Martnez de Salinas Alonso .......................... 111

    Segunda parte

    Elite criolla y reformismo7 La elite cubana y el reformismo borbnico

    Juan B. Amores Carredano ........................................... 133

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    8 El criollismo luisians bajo la administracin espaola

    (una aproximacin al tema)Jos Antonio Armillas Vicente ....................................... 155

    9 El segundo virrey Alburquerque y su memoria de go-bierno (Mxico 1710)Luis Navarro Garca ..................................................... 195

    10 Comerciantes, burcratas y aristcratas en la Lima bor-bnica: revisin historiogrficaPilar Latasa Vassallo .................................................... 227

    11 Reflexiones sobre la racionalidad de la emigracin y elaprendizaje del oficio de emigrante: Pas Vasco, 1750-1820scar lvarez Gila ........................................................ 253

    Obra completa de Ronald Escobedo Mansilla .............. 279Bibliografa colectiva .................................................... 283

    ndice de cuadros y grficos .......................................... 319

    ndice de personas, lugares e instituciones ................... 321

    8 ndice general

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    Presentacin

    Como se explica en la Introduccin, este libro tiene su origenen un simposio acadmico celebrado en la Universidad de Na-varra en memoria de nuestro querido y admirado compaero, denuestro amigo, Ronald Escobedo. El libro en s no es un home-naje, al menos es slo un pequeo y familiar homenaje; es untrabajo que nos une en torno a su recuerdo, siempre vivo; segu-ro que a l le gusta, aunque a nosotros pueda sabernos a poco.El recuerdo de los amigos siempre facilita la tarea en comn.

    Mi condicin de Director del Departamento de Historia enel momento en el que el simposio se celebr me da prioridadsobre el resto de los amigos de Ronald para poder dejar porescrito mis sentimientos. No voy a descubrir nada nuevo, nadaque vosotros no sintis tambin. Igualmente es probable que

    yo no fuera el ms adecuado para decir estas cosas, pues otrostendran ms intimidad con l. Por eso me siento honrado depoder hacerlo, de convertirme en una especie de portavoz detodos los que habrais querido abrir vuestro corazn.

    No es fcil mi papel porque no querra limitarme a una ex-presin de sentimientos ntimos, que como tales se resisten aaparecer en letra impresa, ni pretendo reducir estas lneas a untradicional escrito in memoriam donde se alaben las virtudes

    y los mritos acadmicos del aludido. Eso ya se hizo en sumomento y no parece que sea necesario repetirlo. Me intere-sa resaltar que lo importante en Ronald no est en sus ttulos

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    y publicaciones, sino en su talante vital, en el ejemplo de vida

    que nos dio. Sus publicaciones y dems mritos son slo laconsecuencia de la actividad de una persona que se tom enserio su trabajo, es ms, que luch por dar a su tarea profesio-nal, a toda su vida, una dimensin superior a lo meramentehumano. Ronald intentaba trabajar de cara a Dios y se es elsecreto de su alegra, de su amabilidad, de su carcter acoge-dor; por supuesto, tambin de su sabidura profesional.

    Ronald saba trabajar y saba disfrutar. Tena una especial

    habilidad para vestir de broma amable la conversacin ms se-ria, para bromear sin herir, en definitiva, para tener una visinoptimista y esperanzada de la vida. Su afn emprendedor lellev a entrar, sin agobiarse, en numerosas tareas que a cual-quiera le habran puesto el gesto algo estirado. Para Ronald, eltrabajo y la convivencia eran una sola cosa, gracias a su enor-me capacidad de relacin, de saber aunar, de superar barreras.

    Nuestro Departamento de Historia, as como el Instituto deHistoria, de la Facultad de Teologa, siempre se apoyaron enl para multitud de actividades. Se lo agradezco ahora muy deveras, a l, que ya no necesita este reconocimiento, y a M Vic-toria, que sabe bien lo mucho que le queramos, lo que tam-bin a nosotros nos falta, aunque sea otro faltar, y la acompa-amos en lo que con ella podemos compartir.

    Aunque los amigos no lo necesitan, debo tambin agrade-

    ceros a todos. A quienes participaron en el simposio, a los quecolaboran en este libro y a los que por razones variadas, nopudieron ni venir entonces, ni escribir ahora, pero que since-ramente lo hubieran hecho de haberles sido posible. De ma-nera especial me enorgullece, por lo que demuestra de carioal Profesor Ronald Escobedo, recordar las numerosas y valio-sas adhesiones que recibimos con ocasin de la celebracindel simposio. Todas ellas demuestran, en sus distintas facetas,

    la huella honda y variada que Ronald dej entre nosotros.Quiero expresar tambin un agradecimiento particular a los

    profesores Pilar Latasa y Juan B. Amores, as como a los ayu-

    10 Agustn Gonzlez Enciso

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    dantes que han colaborado con ellos, por sus esfuerzos en la

    preparacin tanto del anterior simposio, como de este libro.La Facultad de Filosofa y Letras y la editorial EUNSA, queacoge el volumen en su Coleccin Histrica, nos ayudan aque este objeto que el lector tiene en sus manos, mantenga,con su presencia material en forma de libro, la emocin per-manente que nos ayude a convertir el recuerdo en accin.

    AGUSTN GONZLEZ ENCISO

    Presentacin 11

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    Introduccin

    El libro que ahora se publica tiene su origen en el simposioEl reformismo borbnico y las elites ilustradas en Amrica,que tuvo lugar en la Universidad de Navarra los das 27 y 28de abril de 2001. Esa reunin cientfica se organiz como ho-menaje pstumo a Ronald Escobedo Mansilla, fallecido en

    Pamplona el 19 de junio del ao anterior.Ronald Escobedo naci en Arequipa (Per) el 6 de agosto de

    1945 y estudi en la Pontificia Universidad Catlica del Per(Lima) donde obtuvo el doctorado en Historia en 1793. Tras unbreve periodo docente en la Universidad de Piura (Per) se tras-lad a Espaa con el fin de realizar un nuevo doctorado, en Fi-losofa y Letras, en la Universidad de Navarra. Defendi su

    segunda tesis doctoral, bajo la direccin del catedrtico de His-toria del Derecho y primer rector de esta Universidad, IsmaelSnchez Bella, en 1977. Dos aos ms tarde publicaba este tra-bajo con el ttuloEl tributo indgena en el Per: siglos XVI yXVII(1979). En esta obra, Ronald Escobedo desvelaba ya su in-ters cientfico preferente por el estudio de la hacienda indianaque culminara en otras dos monografas: Control fiscal en elvirreinato peruano: El Tribunal de Cuentas (1986), por la cual

    recibi el Premio Internacional Derecho Indiano Ricardo Le-vene, yLas comunidades indgenas y la economa colonial pe-ruana (1997).

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    Su docencia en el mbito universitario espaol comenz en

    la Universidad de Deusto. De all se traslad a la Universidaddel Pas Vasco donde gan en 1986 la plaza de Profesor Titularde Universidad en Historia de Amrica y unos aos ms tarde,en 1990, la Ctedra de esta misma rea. En esta Universidad,al tiempo que desempeaba una intensa labor docente, acome-ti el reto de organizar el rea de Historia de Amrica, hastaentonces inexistente en una Facultad todava joven. A lo largode su vida universitaria mantuvo una estrecha vinculacin con

    el mundo acadmico americanista nacional e internacional. En1996 fue elegido presidente de laAsociacin Espaola de Ame-ricanistas, al frente de la cual realiz una incansable tarea cien-tfica y editorial en beneficio de sus miembros

    En 1990 fue nombrado profesor extraordinario de la Univer-sidad de Navarra. Su dedicacin docente en esta Universidad,espordica pero intensa, se centr de modo especial en los es-tudios de tercer ciclo. Imparti numerosos cursos de doctoradoe impuls las investigaciones americanistas, que gozaban ya dereconocido prestigio en el mbito del Derecho indiano graciasal trabajo de Ismael Snchez Bella y de sus discpulos.

    En reconocimiento a esta valiosa dedicacin a nuestra Uni-versidad y a su prestigiosa carrera acadmica, se organiz en elmarco del simposio antes mencionado, un acto in memoriamque estuvo presidido por el Excmo. Sr. D. Angel Luis Gonz-

    lez, entonces Decano de la Facultad de Filosofa y Letras. En lintervinieron Ana de Zaballa Beascoechea, Profesora Titular deHistoria de Amrica de la Universidad del Pas Vasco, AntonioGutirrez Escudero, en ese momento vicepresidente de la Aso-ciacin Espaola de Americanistas, y Agustn Gonzlez Enciso,entonces Director del Departamento de Historia de la Univer-sidad de Navarra. Asistieron al mismo Mara Victoria RomeroGualda, esposa de Ronald, Profesora Titular de Lingstica y

    Ordinario de Lengua Espaola de esta Universidad, que estuvoacompaada por sus cinco hijos as como por una amplia repre-sentacin del claustro acadmico y de colegas y compaeros de

    14 Pilar Latasa

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    Ronald. El acto cont con numerosas adhesiones explcitas del

    mundo americanista europeo y americano.La obra que se presenta es una recopilacin de los trabajospresentados a ese simposio. La temtica elegida, la incidenciadel reformismo borbnico en la sociedad americana colonial,en especial en las elites, haba sido objeto de anlisis por par-te de Ronald, como se puede ver por el trabajo que se publicaen este libro, hasta ahora indito. Se han agrupado las nuevecontribuciones en dos partes.

    En la primera,La poltica reformista, se abordan algunos delos grandes temas que subyacen tras la poltica que la monar-qua borbnica lleva a cabo en sus territorios de Ultramar enesta centuria. En concreto, los referentes a las reformas econ-micas, administrativas y regalistas. El aspecto econmico esanalizado con acierto por Ronald Escobedo en un captulo en elque se destaca el neomercantilismo que inspira estas reformas,cuya consecuencia fundamental ser la liberalizacin comercialde 1765 y 1778 y el aumento de la presin fiscal en la pobla-cin americana, resultado no tanto de nuevas imposicionescomo de una mejor administracin de la Hacienda. Las conse-cuencias sociales de ambas medidas son analizadas por el au-tor, que se centra en el grupo eclesistico, lo cual supone unanovedad historiogrfica. La presin fiscal sobre institucionesy personas de la Iglesia americana culminara en la llamada

    consolidacin de vales reales que supuso, segn seala Ro-nald Escobedo, una cuasi-desamortizacin bastantes aosantes de que medidas de este tipo fueran adoptadas por las re-pblicas independientes. Por su parte, M Luisa Martnez deSalinas recalca en su trabajo el carcter fiscal de las reformasborbnicas y realiza un interesante anlisis de la resistencia dela elite criolla a la aplicacin de determinadas medidas como laadministracin directa de impuestos, que hasta entonces haban

    estado en manos de corporaciones locales. Con mayor solicitudrespondieron los criollos a las peticiones de donativos por par-te de la corona en perodos de guerra, puesto que estos prsta-

    Introduccin 15

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    mos eran recompensados con un reforzamiento de su prestigio

    social a travs, especialmente, de la concesin de ttulos nobi-liarios. Sin embargo, tanto Escobedo como Martnez de Salinascoinciden en sealar que esta mayor presin fiscal no redunden beneficio de la metrpoli, porque el aumento de la recauda-cin se destin preferentemente a cubrir los crecientes gastosde la renovada administracin americana, lo que supuso unamovilidad de capital que acab beneficiando a la elite criolla.

    En el terreno de las reformas administrativas, intrnseca-

    mente relacionadas con las fiscales, revisti una especial impor-tancia la implantacin en Amrica de las intendencias. RafaelGarca hace un estudio de fondo del carcter de esta reformadesde tres puntos de vista: el filosfico-jurdico (principiosinspiradores), el jurdico-positivo (regulacin) y el de la apli-cacin prctica (conflicto de competencias). Este autor entien-de que las Ordenanzas de intendentes son un exponente clarodel afn racionalizador y uniformador caracterstico de lamentalidad ilustrada. Lejos de reflejar la tradicional concep-cin casustica del derecho indiano, las instrucciones que re-gulaban las intendencias respondan ms bien a un ideal siste-mtico, e intentaban adaptar su articulado a los principios deuniformidad, coherencia e integridad, propios de todo sistemajurdico. Desde este punto de vista, la reforma de las inten-dencias se desviaba de los parmetros jurdicos hasta enton-

    ces vigentes en Indias. Por ello, su principal creacin, los in-tendentes, a quienes se reconocieron un considerable nmerode competencias, no deben ser conceptuados segn RafaelGarca como una mera evolucin de figuras anteriores, puesconstituan realmente una nueva autoridad en el mundo india-no. De ah que la puesta en marcha de la reforma, que conlle-vaba el engranaje de esta institucin en el marco administrati-vo existente, diera lugar a lgicos problemas de competencias

    y, en definitiva, a una resistencia por parte de las institucionestradicionales a aceptar esta nueva figura. La ruptura que el in-tendente supone con el orden tradicional del Antiguo Rgimen

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    prefigura en cierto modo las transformaciones polticas hispa-

    noamericanas tras el advenimiento del Estado liberal.Elisa Luque acomete en su trabajo un replanteamiento delas reformas eclesisticas que Carlos III trat de introducir atravs del Tomo regio y la subsiguiente celebracin de los fa-mosos cinco concilios regalistas americanos. Se cuestionala autora si estos concilios fueron simples receptores de la po-ltica regalista espaola o adoptaron un proyecto de reformapropio. Con ese fin, analiza diferentes parmetros: proceden-

    cia geogrfica de los obispos que asistieron a estos concilios,iterepiscopal, edad, adscripcin al clero regular o secular, es-tudios y otros rasgos personales. Desde esta perspectiva, ElisaLuque avanza una propuesta de reinterpretacin historiogr-fica del tema basada en dos aspectos: el carcter americano dealgunos de los decretos reformistas conciliares especial-mente en la zona andina, que responden en parte a reformasiniciadas anteriormente en el seno de dichas dicesis siguien-do los planteamientos reformistas del Papa Benedicto XIV, y eldiscutible fracaso de estos concilios como sostiene habi-tualmente la historiografa al no haber sido aprobados porRoma puesto que en lugares como Mxico y Charcas existenindicios de la pervivencia de sus decretos hasta el siglo XIX.

    La segunda parte del libro,Elite criolla y reformismo, renecinco trabajos que tratan de aportar nuevas luces sobre la recep-

    cin del proyecto reformista borbnico por parte de las elitesamericanas. La mayor parte de los trabajos abordan la reaccinde determinadas elites criollas y, en este sentido, ofrecen uncomplemento fundamental a los estudios generales de la pri-mera parte. Juan B. Amores brinda un interesante panorama delpeculiar comportamiento de la elite cubana que adopt una pos-tura acomodaticia y flexible frente a la metrpoli a cambio dedestacables privilegios. Tras detenerse en la repercusin que la

    libertad comercial de 1765, la implantacin de la intendencia ylas reformas militares y navales tuvieron en la alta sociedad dela isla, concluye que la elite hacendada cubana supo aprovechar

    Introduccin 17

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    la coyuntura del reformismo borbnico y la situacin geoestra-

    tgica de su territorio para lograr importantes beneficios de n-dole econmica y social. Jos Antonio Armillas aborda el estu-dio de otra elite singular: la que se conforma en La Luisianadurante los 33 aos (1767-1800) que permaneci bajo el domi-nio espaol. El estudio de los censos de poblacin realizados eneste perodo refleja la creciente presencia de colonos de proce-dencia hispana frente a la mayora de la poblacin verdadera-mente criolla, de origen francs. El paso del criollismo francs

    al imposible criollismo espaol es ilustrado con cuatro casosparadigmticos de lo que denomina criollismo consorte, en elque vemos cmo el entronque matrimonial de militares y fun-cionarios espaoles residentes en Nueva Orleans con acredi-tadas familias francesas favorecer el ascenso social de losprimeros. Todo ello le lleva a concluir que la poltica de excep-cionalidad aplicada por el gobierno espaol a La Luisiana in-

    cluy frmulas de incorporacin de la elite criolla francesa algobierno de esta regin con el fin de garantizar una difcil esta-bilidad. Pilar Latasa contribuye a dar otra perspectiva de la in-cidencia local de las reformas borbnicas con un trabajo de ca-rcter historiogrfico sobre las elites de la Lima borbnica.Destaca cmo desde un punto de vista cualitativo y cuantitativolas aportaciones recientes permiten una aproximacin bastanteprecisa al comportamiento de los comerciantes, burcratas y

    aristcratas de esta ciudad en el periodo tardocolonial. Dicho deotro modo, estos estudios permiten vislumbrar con nitidez lasrepercusiones sociales de las reformas borbnicas. Esta autoraseala las principales aportaciones de estos trabajos, las lagunashistoriogrficas todava existentes, as como las nuevas pers-pectivas que se ofrecen, entre las que cabe destacar la recienteapuesta por estudios de familia, linajes y grupos de parentesco.

    Los dos restantes trabajos de esta segunda parte tienen iden-

    tidad propia. Luis Navarro publica la indita Memoria degobierno del segundo virrey Alburquerque en Nueva Espaa(1702-1710). Su conocimiento de la realidad novohispana en

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    el periodo borbnico le permite hacer una esclarecedora crti-

    ca y contextualizacin del texto, que le lleva a incidir en laparcialidad que frecuentemente caracteriza este tipo de fuen-tes. La sesgada visin de la Nueva Espaa que el duque vier-te en su Relacin no fue bice para que este representante dela primera elite administrativa americana fuera condenado ymultado secretamente por un gobierno absoluto que prescin-di del carcter pblico que normalmente tenan las senten-cias de los juicios de residencia indianos. scar lvarez Gila,

    por su parte, sale en su trabajo al paso del tpico historiogr-fico de la excepcionalidad como caracterstica estructuralde la emigracin que tuvo lugar desde al Pas Vasco a Amri-ca en esta poca. Frente a ello prefiere hablar de racionali-dad de la emigracin vasca a Ultramar, que responde a unalgica interna propia que juega con distintas piezas con el finde garantizar la pervivencia del grupo familiar. Demuestraesta lgica a travs de un documentado estudio de este com-

    portamiento social en el municipio vizcano de Carranza.Ronald Escobedo, con su talante abierto y dialogante, habra

    disfrutado leyendo y repensando las nuevas perspectivas de es-tudio sobre la incidencia social de las reformas borbnicas quese vierten en este libro. A l va mi agradecimiento por el alien-to prestado a mis primeras incursiones en el mundo de la inves-tigacin peruanista y de la docencia universitaria. Espero queesta obra sirva para honrar su memoria que permanece viva en-tre muchos que le tuvimos como maestro. Quiero destacar lainapreciable colaboracin de Juan B. Amores, profesor titularde la Universidad del Pas Vasco, con sus siempre acertadosconsejos y orientaciones, tanto en la organizacin del simposiocomo en elaboracin final de este libro. A Agustn GonzlezEnciso agradezco el apoyo prestado por el Departamento deHistoria de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad

    de Navarra que ha hecho posible que este homenaje pstumosea una realidad.

    PILARLATASA

    Introduccin 19

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    Primera parte

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    La segunda mitad del siglo XVIII trajo consigo profundoscambios en Hispanoamrica en los ms variados campos, desdelos culturales o mentales hasta los econmicos. En este ltimoaspecto, casi todos los territorios indianos superan la atona y larecesin de las dcadas precedentes, para vivir una de las etapasms intensas de crecimiento econmico de su historia. Un creci-

    miento que tiene su correlato inmediato en la fiscalidad, dondetambin se registra un incremento notabilsimo en la recauda-cin, que se multiplica por doquier, muy especialmente duranteel reinado de Carlos III, como se puede observar en los datosofrecidos por Tepaske para las cajas de Mxico.

    Este hecho, que es bastante conocido y se torna evidente cuan-do se ven los cuadros estadsticos de cualquier circunscripcin,ha llevado a una afirmacin lgica, que la presin fiscal losimpuestos que soportaban los americanos creci considera-blemente durante esta poca y que aqu hay que buscar, por lotanto, una de las causas importantes del descontento de la pobla-cin, que explicara primero las rebeliones populares del XVIIIy, despus, el posterior proceso de la independencia americana.

    Que la presin fiscal se increment es, insisto, evidente, perocuando sta se equipara a un aumento general de los impuestos

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 1

    Ronald Escobedo Mansilla ()Universidad del Pas Vasco

    1 Ponencia presentada en el VIII Congreso Dominicano de Historia,Santo Domingo, octubre de 1997.

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    existentes o a la multiplicacin de nuevos gravmenes, deja de

    ser absolutamente cierta. Salvo el aumento de la alcabala delcuatro al seis por ciento, la potenciacin de las rentas estanca-das o la creacin de nuevos pequeos impuestos, en la mismalnea que haba seguido la Hacienda indiana a lo largo de suhistoria no hay otros que avalen esta informacin.

    La presin fiscal, la recaudacin, sube por la conjuncin devarios factores, especialmente dos: el crecimiento econmicoaumento de la produccin minera, ciertamente prodigiosa en la

    Nueva Espaa, y las medidas liberalizadoras en el comercio y,en segundo lugar, por el engrasamiento de la maquinaria fiscal,por la profunda reestructuracin de la administracin hacends-tica 2, y por la creacin de nuevas estructuras ms eficaces parala recaudacin de los impuestos, las administraciones separadasy alcabalatorios, que alcanzan a los ms recnditos territorios ya todo tipo de personas. Dicho de otra manera, los impuestos ens mismos no se incrementan, lo que mejora es la capacidad re-caudatoria. Pero esta distincin es, si se quiere, acadmica, me-todolgica y muy poco significativa para los contribuyentes dela poca, quienes lo nico que podan comprobar era que efecti-vamente ahora, en ese momento, pagaban ms impuestos.

    1. La reforma fiscal indiana

    La Hacienda americana tiene sus races, como todo el entra-mado institucional, en la tradicin jurdica castellana, perodesde los primeros momentos se nos presenta como un objetodistinto y original de estudio. En este momento del reformis-mo borbnico las finanzas indianas tambin difieren de la evo-lucin metropolitana. Josep Fontana nos ofrece un buen resu-

    24 Ronald Escobedo Mansilla

    2

    Cspedes del Castillo (1953) y Escobedo (1985). Este hecho ha sidoestudiado tambin en la ya numerosa produccin sobre las visitas caro-linas y la introduccin del rgimen de intendencias en las diferentescircunscripciones territoriales de las Indias espaolas.

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    men y descripcin de la Hacienda peninsular: La historia de

    Espaa, de Carlos V para ac, estaba presidida por la dramti-ca incapacidad de ajustar los recursos financieros disponiblesa las exigencias de una gran poltica exterior. Los tesoros deAmrica ayudaron a superar esta insuficiencia, pero lo quede momento signific una ventaja se convirti, a largo plazo,en causa del desastre financiero en que se hundi la Espaadel Antiguo Rgimen. Porque mientras otros pases europeoshaban adecuado sus respectivas haciendas a las exigencias de

    los nuevos tiempos, Espaa se ahorr el esfuerzo y lleg a finesdel siglo XVIII con una Hacienda que se asemejaba en exceso ala de dos siglos antes 3. Los esfuerzos borbnicos por moder-nizar la Hacienda y aumentar los ingresos no dieron los resul-tados apetecidos y la situacin se agrav con la poltica de en-deudamiento de los ltimos aos del siglo XVIII.

    Este oscuro panorama no tiene un paralelismo perfecto enIndias, donde las medidas reactivadoras dieron un excelente re-sultado, aunque, tambin es cierto, que para la Hacienda cen-tral, en general, no tuviera grandes repercusiones, porque en lamisma medida aumentaron los gastos en Amrica. Incrementodel gasto que, como bien se sabe, tiene dos causas fundamenta-les: el crecimiento del cuerpo funcionarial que deba garantizarla puesta en marcha de la renovada maquinaria administrativa y,lo que es ms importante, la militarizacin de Amrica, que no

    slo aument los efectivos de fuerzas regulares y milicias dis-ciplinadas por todo el continente, sino que dispar los gastos demantenimiento y la poltica de construcciones defensivas. Es-tos dos rubros la administracin y la guerra son los que has-ta mediados del siglo XIX constituan los ingresos fundamen-tales de la monarqua espaola y de cualquier otro erario.

    El primer intento serio de modernizacin de la Haciendacastellana fue la confeccin del Catastro de la riquezas del rei-

    no del marqus de la Ensenada, que deba servir de base para

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 25

    3 Fontana (1980, 13).

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    la implantacin de un nuevo sistema fiscal, la nica contribu-

    cin, que deba reemplazar a las rentas provinciales servicios,alcabalas, millones sumamente complejas, obsoletas, pero,sobre todo, injustas. El nuevo sistema tena la intencin de serprogresivo, gravando ms a los ms pudientes. Aunque elcatastro lleg a completarse, los ltimos aos del reinado deFernando VI no fueron el momento propicio para implantaruna reforma de tanto aliento. A poco de llegar Carlos III a Es-paa replante el asunto, y en 1770 se publicaron los decretos

    e instrucciones para establecer la nica contribucin, aunquesin indicar la fecha en que entrara en vigor. Esta fecha no lle-gara nunca 4. La inspiracin de la fracasada reforma caste-llana fue el sistema implantado en los reinos de la antigua co-rona de Aragn, que despus de la guerra de Sucesin fueronobligados a contribuir, como prcticamente no lo haban hechohasta entonces, al mantenimiento de la monarqua. El impues-to o mejor dicho el conjunto de impuestos sobre propiedadesmuebles e inmuebles y sobre los rendimientos personalesadquiri diversos nombres: catastro en Catalua, equivalenteen Valencia, nica contribucin en Aragn y talla en Mallorca.

    No hay constancia de que tal contribucin y el consecuentecatastro se hubiera siquiera pensado para las posesiones ultra-marinas, probablemente porque la situacin indiana era muydistinta a la de los reinos peninsulares no castellanos. Su prin-

    cipal diferencia radicaba en que por ser reinos y provinciasunidos accesoriamente a la corona de Castilla, Amrica s ha-ba contribuido desde los primeros momentos al sostn de lamonarqua; ms an, su oro y su plata eran los que haban per-mitido a Espaa la hegemona por ms de un siglo. Pero igual-mente se diferenciaba de Castilla, porque la novedad america-na permiti implantar en los nuevos territorios una Haciendamoderna, libre de las trabas y rmoras medievales. En Amri-

    ca, por otra parte, los espaoles y sus descendientes estuvie-

    26 Ronald Escobedo Mansilla

    4 Ibdem, 26 y ss.

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    ron libres de cualquier contribucin directa, pero los ms pu-

    dientes, los comerciantes, fueron siempre el aliado econmi-co de las autoridades locales y centrales, con sus ms o menosvoluntariosprstamos yservicios graciosos. La necesidad dela reforma del sistema no era pues tan perentoria.

    Pero todo esto no significa que los tratadistas y los rganosde gobierno metropolitanos no volvieran sus ojos sobre los re-cursos americanos y que no pusieran todos los medios para in-crementar los rendimientos de las posesiones indianas, mucho

    ms cuando vean que sus competidores europeos sacaban ma-yores rendimientos de sus respectivas colonias, hasta tal pun-to que hace exclamar a Bernardo Ward, en la Introduccin desuProyecto Econmico: Para ver lo atrasado que est un ob-jeto tan grande basta considerar que la Francia saca anual-mente de sus colonias cerca de cuarenta millones de pesos quequiere decir cuatro veces ms de lo que saca la Espaa de todo elNuevo Mundo 5. Frase que encierra una enorme carga de esenuevo aire colonialista que caracteriza a muchos de los polti-cos y economistas ilustrados espaoles, como un nuevo as-pecto del influjo de su paradigma europeo. Los principalesobjetivos polticos parecen centrarse pues en la conservacinde aquellos territorios y en su mejor aprovechamiento econ-mico, objetivos que estn en el fondo de la reforma administra-tiva y que ha llevado a algunos autores a calificar al periodo

    como de reconquista imperial de Amrica.2. Reactivacin econmica y crecimiento fiscal

    No s si los espaoles de entonces eran conscientes de lopernicioso que haba sido para la economa la afluencia de losmetales preciosos americanos, pero s estoy seguro de que anadie se le hubiera ocurrido cegar esta fuente de riqueza. Era,

    a falta de otros recursos, la savia que segua manteniendo a la

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 27

    5 Ward (1762, XIV).

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    monarqua y, para Amrica, el motor de su movimiento econ-

    mico. La produccin minera en el virreinato peruano medidasobre todo en trminos fiscales haba llegado a una situa-cin crtica a finales del siglo XVII, prcticamente a paralizar-se. Fue una medida hacendstica la que permiti tocar fondo ycomenzar una lenta y paulatina recuperacin: la reduccin delimpuesto del quinto al dcimo, es decir del veinte al diez porciento. Pero lo que realmente multiplic la produccin fueronotras medidas de orden econmico y tcnico que se toman ya

    en la segunda mitad de siglo, concretamente en el reinado deCarlos III, tales como la creacin de los bancos de avo y derescate, de los tribunales de minera, las misiones de tcnicosalemanes o la creacin de estudios tcnicos superiores. Losresultados no fueron iguales en todos los territorios. NuevaEspaa desplaza definitivamente a Suramrica como principalcentro productor y ncleo econmico. Pero incluso el castiga-do virreinato peruano, relegado y reducido territorialmentepor las reformas, lleg a aproximarse durante esta poca a losniveles productivos del siglo XVII 6.

    La poltica reformista se va a centrar fundamentalmente enel comercio. Los economistas espaoles se dieron cuenta de-finitivamente de que el mercantilismo, la doctrina en la que sehaba desarrollado la economa espaola y su accionar enAmrica, tena dos soportes, uno, la obtencin de los metales

    preciosos y, el otro, la conservacin de stos a travs de unabalanza de pagos favorable. Los polticos anteriores o no lohaban entendido perfectamente o sus competidores extranje-ros no lo haban permitido, pero lo cierto es que la cojera enesos momentos era ya ostensible. La panacea se ve entonces enel libre comercio, corregido con una poltica arancelaria que pro-tegiera a lo que quedaba de la industria nacional y fomentarael desarrollo de algunos sectores con el patrocinio del Estado.

    Uno de los principales objetivos era conseguir el ansiado in-

    28 Ronald Escobedo Mansilla

    6 Fisher (1977), Brading (1971).

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    cremento de los ingresos fiscales y uno de los instrumentos

    para conseguir estos fines, la reforma tributaria.Como dice Varela, la reforma comercial deba estar ya en lamente de Carlos III en 1759, ao de su ascenso al trono. Laguerra con Inglaterra y la debilidad mostrada por Espaa, queperdi incluso La Habana, aceler y afirm la decisin del mo-narca de vitalizar las Indias, a la par que extender el beneficiodel comercio a todas las regiones espaolas. Inevitablementeaumentara la construccin naval y por reaccin en cadena for-

    talecera la presencia espaola en Amrica, y en general en to-dos los mares, posibilitando una posicin de mayor fuerza in-ternacional. Despus de la Paz de Pars de 1763, crey llegadoel momento. El estudio de la reforma se encomend a una Jun-ta presidida por el marqus de los Llanos, que aconsej comen-zar el rgimen de libertad comercial con las posesiones ultra-marinas y, despus de recibir el beneplcito real, elabor undocumento que sirvi de base para la publicacin del Real De-creto del 16 de octubre de 1765, que permita el libre comercioa varios puertos espaoles adems de Cdiz y a los de Barlo-vento en Amrica. La consulta sigo el resumen de Varela,propona las siguientes respuestas a las lacras del comercio in-tercontinental, la mayor parte de ellas, como se ve y es lo queme interesa destacar ahora, de carcter hacendstico: suprimirel sistema de flotas, galeones y registros, con toda la burocracia

    que su despacho supona; suprimir el derecho de toneladas ycambiarlo por otro de carcter porcentual, sobre el valor de lasespecies; moderar los impuestos en Amrica; fomentar la intro-duccin directa de negros de frica; rebajar los derechos sobreel oro y la plata; obligar al cumplimiento de las leyes, y por l-timo, y muy importante, luchar contra todo tipo de introduccio-nes fraudulentas o costumbres que las hiciesen posible 7.

    La medida fiscal ms importante era la supresin de los im-

    puestos de toneladas y palmeo, que gravaban la capacidad del bu-

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 29

    7 Varela (1991, 10, 14).

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    que y los gneros por su volumen, sin distincin ni relacin deta-

    llada de los mismos, que se reemplaz por un arancel que grava-ba menos a los productos nacionales y ms a los extranjeros. Elnuevo sistema, como es bien conocido, se extendi despus aotros puertos del rea del Caribe, a Buenos Aires y, a partir delReglamento de 1778, al resto de los territorios, con excepcin dela Nueva Espaa y Caracas, a donde lleg finalmente en 1789.

    La reforma sustituy as, con una pequea rebaja, al antiguoalmojarifazgo del comercio trasatlntico por unos derechos

    aduaneros de seis por ciento para los productos nacionales ysiete para los extranjeros. Pero en realidad el arancel, siguien-do el pensamiento poltico-econmico proteccin y fomentode la produccin espaola que haba guiado a los reformistasdesde Jernimo de Ustriz, estableca muchas excepciones.

    La alcabala

    La alcabala, el ms hispnico de los impuestos, se incre-ment en trminos generales del cuatro al seis por ciento 8,aunque todava se quedaba muy lejos del catorce por cientoincluidos los cuatro cientos que importaba el gravamenen Castilla. Pero este hecho no es suficiente para explicar elespectacular aumento que la convierte en el ms importanteingreso de la mayor parte de las circunscripciones fiscales deIndias. La explicacin, como antes se insinu, hay que buscar-la en las mejoras administrativas y en su universalizacin.

    30 Ronald Escobedo Mansilla

    8 Este seis por ciento es la regla general y admite muchas excepciones yparticularidades, como generalmente sucede cuando hablamos de la ha-cienda americana. Incluso en este momento del reformismo borbnico,en que existe una clara voluntad uniformadora y centralista, la realidadindiana hace triunfar sus particularismos. Las excepciones nos la encon-tramos generalmente en los territorios marginales de la Amrica atlnti-

    ca, que en estos momentos comienzan a adquirir significacin poltica yse incorporan con fuerza al crecimiento econmico. Son los casos, porejemplo, de Caracas, donde slo se cobra un cuatro por ciento y el deCuba, que haba estado exceptuada de este gravamen. Amores (1996).

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    La alcabala, en efecto, naci con vocacin universal. Cual-

    quier transaccin econmica deba ser gravada con este im-puesto, sin acepcin de personas, salvo eclesisticos e indiosen determinadas operaciones; pero la realidad, en sus casi dossiglos de existencia, haba sido muy diferente. Los privilegiosy exenciones, concedidos a los primeros pobladores, se fueronprorrogando por muchos aos y slo a finales del XVI se im-planta definitivamente en los grandes ncleos urbanos y por-tuarios, quedando exceptuados legal o de hecho muchos terri-

    torios del interior y las regiones marginales.El primer cambio en este sentido deriva de la implantacin del

    nuevo rgimen impositivo del comercio libre. La confeccin delarancel y el avalo detallado de las mercaderas en el puerto pe-ninsular se constituy en un instrumento valiossimo en manosde los oficiales reales para cobrar la alcabala en suelo america-no, que adems sirvi para generalizar la llamada alcabala delmar, es decir, la cobranza por adelantado en el puerto de los g-neros procedentes de Espaa a cuenta de la primera transaccino venta en Amrica; de esta forma, aunque tenga apariencias deimpuesto aduanero, no es ms que la misma alcabala general 9.

    De esa manera, las pequeas operaciones mercantiles, quehasta ese momento haban pasado desapercibidas a los ojos delos administradores fiscales, comenzaron ahora a ser tenidasen cuenta; buen ejemplo de esto son las llamadas alcabalas de

    composicin y las de tarifa. Las primeras son las que debanpagar los diferentes oficios por sus ventas al menor para lasque, por ejemplo, se confeccionaron en Lima unas tablas conel baremo de lo que cada gremio deba contribuir, de las queel virrey Amat se senta francamente satisfecho 10; las segun-das son las que deban pagar los corregidores en sus ms omenos lcitos manejos en el reparto forzoso de mercancas alos indios. En la siguiente tabla vemos los datos generales que

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 31

    9 Limonta (1962, 38).10 Rodrguez Casado y Prez Embid (1947, 600-602).

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    reflejan el incremento de los ingresos por alcabala de la Real

    Hacienda indiana, donde queda claro el xito fiscal de las nue-vas medidas liberalizadoras.

    Cuadro n. 1Ingresos procedentes del comercio

    32 Ronald Escobedo Mansilla

    Periodo Per Charcas Ro de la Plata Chile Nueva Espaa

    1601-1620 2.944.041 953.095 -4.535 3.946.048

    1621-1640 3.318.358 1.094.426 27.547 24.179 3.129.954

    1641-1660 3.519.185 1.452.573 31.228 75.250 5.209.323

    1661-1680 6.709.155 1.462.239 71.651 111.383 4.560.646

    1681-1700 5.739.915 1.297.429 41.035 242.875 3.933.178

    1701-1720 5.135.419 674.414 62.835 427.435 4.780.584

    1721-1740 5.436.375 846.434 192.535 256.010 7.980.034

    1741-1760 6.796.212 1.181.674 388.034 1.217.300 17.835.922

    1761-1780 13.157.642 2.506.438 1.646.718 2.518.696 23.692.639

    1781-1800 8.082.053 6.576.708 2.917.241 4.018.795 29.478.3551801-1820 1.540.709 3.253.242 3.332.249 1.748.588 14.056.602

    1601-1620 1601-1620

    Per Charcas Ro de la Plata Chile Nueva Espaa

    1641-1660 1661-1680 1681-1700 1701-1720 1721-1740 1741-1760 1761-1780 1781-1800 1801-1820

    30.000.000

    25.000.000

    20.000.000

    15.000.000

    10.000.000

    5.000.000

    0

    -2.000.000

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    3. La administracin hacendstica

    Pero vuelvo a lo que considero una de las claves de la cues-tin, a que gran parte del xito recaudador est en las reformasadministrativas. Comenzando por la gran reforma territorial,que crea y potencia nuevas entidades polticas, sobre todo enla vertiente atlntica el virreinato del Ro de La Plata, la Co-mandancia General de Intendencia de Caracas, las reformasen las Antillas, etc., territorios que comienzan una intensa

    vida econmica, que tiene, como ya se ha dicho, su reflejo enla fiscalidad. Un caso clarsimo son las oscuras cajas de lasgobernaciones venezolanas, aglutinadas alrededor de Caracasen la Capitana General de Venezuela, que en la segunda mi-tad de siglo, comienzan a normalizarse y a tener ingresos sig-nificativos, como lo ha estudiado, por ejemplo, Mara Jos Nes-tares para la Caja de Cuman 11.

    El proceso concluye de alguna manera con la introduccindel rgimen de intendencias, que crea nuevas magistraturas po-lticas y determina una nueva demarcacin interna, pero sobretodo reforma la administracin hacendstica. Pero esta reforma,insisto, es la conclusin de un proceso iniciado mucho antes, al-rededor de 1750, acelerado con las visitas generales de Glveza la Nueva Espaa y de Areche y Escobedo al Per. La reformade la administracin de las rentas estuvo orientada principal-

    mente por dos principios generales: independizar la gestin delos rubros ms importantes y crear oficinas de recaudacin don-de la cuanta de los ingresos lo justificase. As se establecen, porejemplo, verdaderas aduanas, con sus respectivos cuerpos ad-ministrativos, para la cobranza de los reales derechos y otros deresguardo tanto en tierra como en el mar, potenciando los guar-dacostas y el corso nacional para reprimir el contrabando. En elinterior de las provincias se crean alcabalatorios para la cobran-

    za del impuesto en pueblos y villorrios. En otras rentas como

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 33

    11 Nestares (1996).

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    las estancadas, diezmos, tributos indgenas, etc. tambin se crean

    o se potencian sus propios rganos de gestin buscando la efi-cacia y el particularizar las responsabilidades.

    Rentas estancadas e impuestos menores

    Mediatizada la empresa monopolista colombina y declaradala libertad empresarial de los sbditos espaoles, la Coronamantuvo siempre unos criterios restrictivos en la explotacin o

    comercializacin de determinados productos, bien por presumi-bles ganancias, ms o menos fciles, o por intereses estratgicos.Estos monopolios dieron muy diferentes resultados econmicosy, hasta la segunda mitad del siglo XVIII, no tuvieron una espe-cial significacin para el fisco. La creacin de algunos impues-tos que gravaban los vicios de los sbditos y el estancamien-to de algunos de ellos, como los naipes y el tabaco, dieronestupendos resultados fiscales. El caso del tabaco es el ms lla-

    mativo al multiplicar, a partir del reinado de Carlos III, los ingre-sos de este rubro, muy especialmente en Nueva Espaa, como loha estudiado magistralmente Guillermo Cspedes del Castilloen su discurso de ingreso a la Real Academia de la Historia 12.

    Como deca al principio, durante la poca que estudiamos,la del reformismo borbnico, no surgen muchas nuevas ren-tas, al menos no en mayor proporcin que en etapas anteriores,pero s son especialmente molestas por gravar de forma prefe-rente el consumo popular (Cuadro n. 2). Dos son las principa-les justificaciones para su implantacin y que estn en perfec-ta concordancia con el carcter de la poca: subvenir parte delos gastos militares, especialmente de las milicias, y atenderlos gastos que se derivan de las obras pblicas que intentan em-bellecer y dotar de servicios a las ciudades. Estas rentas, llama-das a veces municipales por su carcter localista, son muy varia-

    das y difieren de un lugar a otro.

    34 Ronald Escobedo Mansilla

    12 Cspedes (1992).

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    Cuadro n. 2

    Rentas estancadas y otros ingresos procedentes del consumo

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 35

    Periodo Per Charcas Ro de la Plata Chile Nueva Espaa

    1601-1620 361.155 495.321 -1.611 1.341.308 0

    1621-1640 418.497 398.900 -19.261 1.318.034 0

    1641-1660 383.823 384.542 -18.448 1.812.972 0

    1661-1680 473.132 211.803 6.350 22.545 3.060.794

    1681-1700 179.562 128.375 17.721 8.762 2.639.998

    1701-1720 116.251 29.814 86.960 8.865 3.107.731

    1721-1740 105.404 27.380 125.754 3.313 4.020.155

    1741-1760 297.431 55.642 312.165 19.979 4.329.139

    1761-1780 1.138.919 37.746 1.044.126 46.267 9.284.452

    1781-1800 2.039.647 314.805 2.410.095 2.359.060 54.362.942

    1801-1820 7.183.347 457.298 2.477.070 1.287.243 23.737.453

    1601-1620 1601-1620 1641-1660 1661-1680 1681-1700 1701-1720 1721-1740 1741-1760 1761-1780 1781-1800 1801-1820

    60.000.000

    50.000.000

    40.000.000

    30.000.000

    20.000.000

    10.000.000

    0

    -5.000.000

    Per Charcas Ro de la Plata Chile Nueva Espaa

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    36/340

    Hay tambin en estos pequeos rubros fiscales una tercera

    novedad, los montepos civiles y militares, a los que no pode-mos considerar impuestos, pero que gravan las rentas de losfuncionarios y se administran por los oficiales del rey, cuyofin es pagar pensiones a los jubilados, viudas, hurfanos ymutilados.

    Para terminar mencionar slo de pasada un fenmeno muyinteresante, que he descrito con ms detalle en un artculo so-bre la economa de la Iglesia en la Amrica hispana 13. Fen-

    meno que se inicia en esta poca y tiene su pleno desarrollo enla siguiente, me refiero a la apetencia del Estado por los bie-nes y rentas de la Iglesia y de los eclesisticos, que est estre-chamente relacionado con otro hecho histrico: las conse-cuencias en Amrica del endeudamiento del erario a travs delos vales reales, que tambin se escapa del marco cronolgicopropuesto.

    4. La presin fiscal contra las institucionesy personas eclesisticas

    Como es lgico, los primeros escarceos se presentaron en elmbito de la administracin de los censos el nexo de siem-pre, en el campo econmico, entre la Iglesia y la Corona.Las primeras medidas en contra de los intereses econmicos

    de la Iglesia se presentan como una especie de arbitraje de laCorona entre la Iglesia diocesana y las rdenes religiosas. Lamayora de stas haban obtenido, a lo largo del tiempo, im-portantes propiedades territoriales en Amrica y por derechoinveterado haban quedado exceptuadas en gran medida delpago de los diezmos.

    Desde mediados del siglo XVII, las rdenes religiosas fue-ron obligadas a pagar tambin este derecho eclesistico, con-

    cretamente por la real orden de 20 de febrero de 1655. Poco a

    36 Ronald Escobedo Mansilla

    13 Escobedo (1992).

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    poco, todas las rdenes religiosas, no sin agrias protestas, se

    avinieron al cumplimiento de la disposiciones reales, salvo laCompaa de Jess, que en 1657 interpuso un recurso judicialque le fue admitido, contencioso que durar cerca de un siglo.En 1750, por intervencin directa del monarca como dueoabsoluto y nico de los diezmos, se daba por concluido elproceso y la Compaa de Jess quedaba obligada a pagar estederecho de todos los frutos diezmables de las haciendas ybienes que entonces posea y en lo futuro adquiriese, aunque

    fuesen navales, pero en la proporcin de 30:1 en lugar del10:1 general que pagaban los particulares y las rdenes reli-giosas. Pese al silencio perpetuo que el real decreto impusoa todas las partes, la protesta de las iglesias americanas se dejsentir con fuerza en la corte. El 4 de diciembre de 1766, yacon Carlos III en el trono, se despach una cdula por la quese declaraba rrita y sin ningn valor la concesin de Fer-nando VI. Los argumentos utilizados para esta retractacinson verdaderamente fuertes: se acusa, por una parte, a la Com-paa de haber sorprendido a la buena fe del rey, y por otra, deagraviar comparativamente a las otras rdenes religiosas. Enadelante, aunque prcticamente no hubo tiempo para ello, aldecretarse muy poco despus la expulsin, la Compaa debapagar los diezmos por el rgimen general del 10:1.

    Dos observaciones respecto a este largo episodio. La actua-

    cin arbitral de la Corona no es, como se podra suponer, unaactitud asptica. En primer lugar se inserta ya en la lucha in-coada por el Estado en contra de las propiedades religiosas, eneste momento sobre todo contra la pretensin de los regularesde hacer prevalecer sus privilegios de orden fiscal. Pero ade-ms de este teln de fondo, la Real Hacienda obtena benefi-cios inmediatos a travs del noveno real, que deba incremen-tarse con el aumento general de los diezmos.

    La segunda observacin es muy sugestiva: en el fugaz triun-fo de los jesuitas, obtenido gracias a los buenos oficios del pa-dre Rvago ante Fernando VI, se les concede en virtud de la be-

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 37

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    nevolencia del monarca, que es dueo absoluto y nico de los

    diezmos. Como siempre, lo importante es sentar el principiodel que despus se podrn extraer las consecuencias.La participacin de la Corona sobre el total de los diezmos se

    duplic en 1804, amparndose en un breve del Papa Po VII,por el que se estableci un nuevo noveno decimal, que se fijsobre el total de la masa bruta diezmal, antes de cualquier des-cuento, con lo que la participacin del Rey a partir de este mo-mento afect a no menos de la cuarta parte de los ingresos de-

    cimales.Pero la participacin directa de la Corona no se reduca ex-

    clusivamente a un porcentaje de la recaudacin decimal, sinoque afectaba a otras partes de la misma, como por ejemplo losexpolios de los obispos, que se haban cobrado habitualmenteen Indias, pero sobre los que la Corona en el siglo XVIII redo-bla su inters, situando sobre ellos muchas partidas que deotra manera hubieran tenido que pagarse de las haciendas co-loniales o de la central.

    En el mismo sentido puede incluirse a las llamadas vacan-tes mayores, contempladas ya en la concesin pontificia delos diezmos desde los momentos iniciales. En 1737 se orde-n lo mismo para las vacantes menores, es decir, las que seproducan a la muerte, traslado o renuncia de las dignidades,cannigos y dems beneficiados del cabildo catedralicio. En

    1796 se orden que se separara una tercera parte de la rentade ambas vacantes para el montepo militar, y mil pesos parael montepo de ministerios, aunque esta ltima carga la com-parta con el fondo de la pensin de la Orden de Carlos III,para cuyo sustento se cargaron las rentas de los obispos y pre-bendados del cabildo. Al obispado de Caracas le correspon-dan, por ejemplo, 2.100 pesos, distribuidos de la siguiente ma-nera: al obispo, 900 pesos; al den, 140; a las dignidades,

    100; a los cannigos, 440 en total; a los racioneros y medioracioneros, 120 y 100 pesos respectivamente, tambin en con-junto.

    38 Ronald Escobedo Mansilla

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    En la segunda mitad del siglo XVIII se origina una fuerte

    controversia por la pretensin de la Corona de reducir el sa-lario de los curas doctrineros, amparndose en que ya perci-ban suficientes estipendios por la realizacin de sus tareaspastorales. El litigio adems de lo que ahora nos interesa lapresin del Estado para tratar de recortar gastos e incremen-tar sus ingresos a costa de las instituciones y personas ecle-sisticas, suscita una abundante documentacin que recoge,en ocasiones, airadas denuncias, ataques personales contra

    los clrigos..., y en otras, encendidas defensas de los mis-mos, que revelan de alguna manera el inicio de la divisin dela sociedad en su relacin con la Iglesia, como un presagiode la ms profunda del siglo XIX, al menos en sus clases di-rigentes.

    Los subsidios eclesisticos, de los que estaba exento el es-tamento eclesistico americano, comenzaron a afectar a todoslos clrigos indianos desde el siglo XVIII. Igualmente, co-menzaron a ser obligados a pagar mesadas, medias anatas,anualidades eclesisticas, etc., impuestos que gravaban fuer-temente los ingresos del estado clerical.

    Como se podr apreciar en este apretado resumen, muchasde estas ltimas exacciones, o bien nada tiene que ver ya conla renta decimal o su relacin es muy lejana.

    En este mismo siglo, el Estado pone su ojos no slo sobre la

    riquezas corporativas o sobre las actividades econmicas yprofesionales de los eclesisticos, sino sobre sus riquezas opresuntas riquezas personales. Ciertamente a lo largo del pe-riodo colonial, los clrigos ms o menos acomodados habanacudido como los dems sbditos en ayuda del rey en los pe-ridicosprstamos yservicios graciosos. Pero ahora, con lossubsidios eclesisticos se intent en dos ocasiones obligaruniversalmente a todos los miembros de ambos cleros de las

    Indias a contribuir al sostenimiento de la monarqua. Se re-caudaron importantes cantidades, aunque muchsimo menos delo que se pretenda. Pero ms importante que el hecho mismo,

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 39

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    es, insisto, el cambio de mentalidad, en el que la Iglesia y los

    eclesisticos pasaron de ser una institucin y un estamento fis-calmente privilegiados, a principal objeto de deseo para cubrirlas necesidades econmicas del estado.

    La consolidacin de vales: una cuasi desamortizacin

    Como se habr observado, la presin econmica del Estadosobre la Iglesia y los eclesisticos, se ha movido hasta ahora,

    en unos casos, en los lmites que la Corona tena en su capaci-dad normativa sobre la fiscalidad y en una interpretacin ple-namente ajustada a derecho, y en otros casos con una interpre-tacin ms o menos abusiva de los privilegios patronales. Peroal final del periodo, a caballo entre los siglos XVIII y XIX,nos encontramos con un episodio que puede ser consideradocomo un precedente inmediato de las desvinculaciones deci-

    monnicas: la consolidacin de los Vales Reales, que de algu-na manera podemos considerar como una cuasi-desamortiza-cin, porque no afect directamente a las propiedades de lasrdenes religiosas, sino al sistema crediticio manejado por lasinstituciones eclesiales, avalado en gran medida sobre bienesraces. Tcnicamente se puede discutir por lo tanto si fue o nouna desamortizacin, pero es evidente que culmina el procesointervencionista del Estado espaol en la economa eclesial,

    dejando las puertas abiertas al paso siguiente: la manifiesta ex-propiacin, desvinculacin o desamortizacin de los bienes dela Iglesia y de la de sus instituciones 14. Ms an, como se es-tudia en este mismo simposio, el periodo de transicin entrelos primeros regmenes independientes y el advenimiento delliberalismo doctrinario, siguieron muy de cerca este ejemplo,

    40 Ronald Escobedo Mansilla

    14

    Independientemente de su calificacin, el hecho reviste tal grave-dad y trascendencia que ha atrado sobre s la atencin historiogrfi-ca, abundante produccin entre la que destaca: Hamnett (1969), Herr(1971), Lavrin (1973), Levaggi (1986), Liberti (1969) y Merino (1981).

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    como lo expone Ana de Zaballa en su ponencia en el caso de

    Mxico, antes de llegar a la abierta expropiacin de las propie-dades eclesisticas.Los efectos de tal medida repercutieron, como era de pre-

    ver, en personas e instituciones eclesiales, pero igualmente, yquiz an ms drsticamente, en muchos otros estamentos dela sociedad, por cumplir el crdito eclesistico una eminentefuncin social y econmica, como lo ha estudiado Gisela VonWobeser, para la Nueva Espaa 15. Los principales afectados

    fueron, en efecto, pequeos y medianos propietarios y pro-ductores, que tenan crditos pendientes con tales institucio-nes, afianzados sobre sus bienes; pero otros muchos, en cam-bio, supieron medrar con esta situacin, adelantando tambinde esta manera las expropiaciones republicanas.

    Intencionadamente he eludido tratar de la expulsin de losjesuitas, de la incautacin de sus bienes y de la formacin dela renta de temporalidades, porque aunque evidentementeconstituya la primera gran desamortizacin en el mundo his-panoamericano y cuyos efectos y ejemplo debieron quedaren la retina de los liberales del siguiente siglo, la intencinde Carlos III y sus ministros no fue directamente sta la des-vinculacin o expropiacin de sus bienes sino que las ra-zones que el monarca guardaba en su real pecho obedecansobre todo a consideraciones polticas. Probablemente, entre

    ellas tambin habra algn componente econmico, pero al notener un peso decisivo, insisto, en las motivaciones de tandrstica medida, no podemos considerarla como un paso se-rio en la evolucin de la presin econmica del Estado sobrela Iglesia y sus instituciones. La expatriacin de los ignacia-nos, desde el punto de vista que se trata de exponer en estetrabajo, s es relevante, por contra, en la evolucin ideolgicaque a muy pocos aos, en el siglo XIX, deviene en ese laicis-

    mo de muchos regmenes liberales, que al aplicar su progra-

    La poltica impositiva del reformismo borbnico 41

    15 Von Wobeser (1994).

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    ma en contra de la Iglesia, tienen ya sin ningn gnero de du-

    das, esta intencin.Todo esto, en definitiva, nos presenta ese cuadro de la pre-sin constante del Estado sobre los bienes, la economa insti-tucional de la Iglesia y las renta de los eclesisticos a lo largodel siglo XVIII, como una concrecin de esos dos principios,el ideolgico y el econmico, que se dieron en el proceso delas polticas desamortizadoras de la siguiente centuria.

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    El reformismo borbnico trat de hacer de la Iglesia ameri-cana uno de los pilares de su poltica colonial. Momento cla-ve del regalismo en Amrica fue la puesta en marcha de la realcdula de Carlos III, del 21 de julio de 1769, conocida comoel Tomo Regio, que movi la celebracin de cinco conciliosprovinciales en las sedes metropolitanas de Mxico (1771),

    Manila (1771), Lima (1772), Charcas (1774-1778) y Santa Fede Bogot (1774) 1.

    Participaron en los concilios veintids prelados: cinco me-tropolitanos 2 y diecisiete obispos sufragneos (vid. Cuadro 1).

    El regalismo conciliar en Amrica

    y sus protagonistas

    Elisa Luque AlcaideUniversidad de Navarra

    1 Las otras dos sedes metropolitanas (Santo Domingo y Guatemala) noestaban en condiciones de emprender la iniciativa. Santo Domingo

    arrastraba desde mediados del XVII una crisis originada por factoresfsicos (huracanes, epidemias) y polticos (establecimiento de france-ses en el norte de la isla, inicios del futuro Hait, implcitamente reco-nocido en el Tratado de Ryswick (1697) entre Espaa y Francia. EnGuatemala, erigida en arzobispado en 1743, con las dicesis sufrag-neas de Chiapas, Nicaragua, y Honduras, el metropolitano Pedro Cor-ts y Larraz (1768-1779), tuvo que afrontar el gravsimo terremoto de1773 que supuso el conflictivo traslado de la capital al Valle de la Er-mita.

    2

    Hubo un sexto, pues en Charcas, al fallecer Argandoa en pleno Con-cilio, le sustituy el nuevo metropolitano, Francisco Ramn Herbosoque, participaba ya en el Concilio como obispo de Santa Cruz de laSierra: en el Cuadro 1 Herboso aparece como obispo de Santa Cruz.

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    Todos ellos dieron cumplimiento al Tomo Regio Fueron sim-

    ples receptores de una iniciativa de la corona? Tuvieron supropio proyecto reformista? Son interrogantes que han tenidodiversa lectura entre los estudiosos del tema.

    1. Debate historiogrfico

    La historiografa sobre las reformas de la Iglesia en Amricay Filipinas del siglo XVIII ha seguido dos direcciones. La pri-

    mera situaba el polo reformista en la pennsula: la corona habrasido el protagonista del movimiento conciliar. La inici con suincisividad caracterstica Gimnez Fernndez para quin losconcilios americanos del XVIII fueron instrumentos para some-ter la Iglesia del Nuevo Mundo a la poltica regalista de Ma-drid 3; la historiografa jesutica sigui esta interpretacin 4. Dela Hera, ha hecho una nueva lectura y ve en estos concilios ca-rolinos un experimento piloto para implantar en la monarqua

    hispana una iglesia nacional autonmica en el seno de la Iglesiaromana 5. Brading se sita en ptica peninsular, pero desde otraperspectiva: las reformas fueron llevadas a cabo por los sectorespeninsulares del clero en Amrica 6, enfrentados con el clerocriollo; de este modo, constituiran un proceso extranjerizante.

    Una segunda lnea historiogrfica situ en Amrica el poloreformista. Partiendo de un anlisis cultural, Gonzlez Casa-nova, Navarro, Rodrguez Casado y Gngora, destacaron la

    44 Elisa Luque Alcaide

    3 Gimnez Fernndez (1939). Esta tesis los vea como instrumentos diri-gidos a solicitar desde Amrica la extincin de la Compaa de Jess;los padres conciliares seran, as, la longa manus del Estado borbnico.

    4 Los concilios provinciales de Indias eran arma de la poltica regalistadurante el reinado de Carlos III; la utilizaron con criterio oportunistapara acelerar la extincin de la Compaa: Lopetegui y Zubillaga(1965, 918).

    5

    De la Hera (1989, 1991 y 1992, 479), interpreta la promocin del arzo-bispo de Mxico Lorenzana y del obispo de Puebla Fabin y Fuero, alas dicesis de Toledo y Valencia bajo esta ptica.

    6 Brading (1991, 497 y 1994).

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    existencia de una ilustracin catlica americana 7. Desde las

    relaciones Iglesia-Estado, resaltaron tambin el protagonismode los americanos, Bobb y Lavrin, en Estados Unidos, y Fa-rris, en Inglaterra 8. Por su parte, Sierra Nava y Garca Aove-ros rechazaron la visin de la Iglesia americana como vctimapasiva del Estado en Indias 9.

    Macera y Millar Carvacho estudiando el concilio de Lima;y Soria-Vasco, el concilio de Charcas, destacaron el debateabierto que tuvo lugar en ambas asambleas 10. Teresa Y. Maya

    Sotomayor, al analizar el concilio mexicano del XVIII, conce-de protagonismo al proyecto de reforma de los prelados deNueva Espaa y, en contra de la supuesta inefectividad delconcilio, que no alcanz aprobacin oficial 11, sostiene que enl se verific la escisin entre religiosidad popular barroca ypiedad filojansenista del alto clero, que perfilara la Iglesia delperodo independiente 12.

    En resumen, las reformas eclesisticas americanas del sigloXVIII se han interpretado desde la ptica peninsular, como ins-trumentos de la poltica del estado borbnico y como una laborextranjerizante, llevada a cabo por el clero peninsular, frente alas aspiraciones de los criollos. Desde la perspectiva americana,como un proceso de cambio eclesial en que se producira la es-cisin entre una religiosidad popular barroca y una piedad aus-tera y racionalizante de los estamentos cultos y del alto clero.

    El regalismo conciliar en Amrica y sus protagonistas 45

    7 Gonzlez Casanova (1948), Navarro (1948), Rodrguez Casado (1951,1955) y Gngora (1969).

    8 Bobb (1962), Lavrin (1996) y Farris (1968).9 Sierra Nava (1975) y Garca Aoveros (1990).10 Macera (1963), Millar Carvacho (1987, 1989) y Soria-Vasco (1971,

    1982).11 Fue nula, o por lo menos de escaso relieve, la influencia de estos

    Concilios del siglo XVIII en la vida y disciplina eclesistica hispanoa-mericana, si se excepta la del II de Charcas, del ao 1774, Garca yGarca (1992, 186).

    12 Maya Sotomayor (1997, 21).

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    Todos los estudiosos de las reformas regalistas en Amrica

    sostienen la colaboracin de la jerarqua indiana con la corona,excepto en dos temas conflictivos: el ataque a la inmunidad defuero eclesistico y el control estatal de los bienes eclesisti-cos. Esta actuacin de los prelados se debi, segn algunos, asus convicciones regalistas; otros la explican por el temor antelas represalias si no colaboraban; temor que se habra acentua-do despus de la expulsin de la Compaa, en 1767 y, en elcaso de Mxico, de la violencia con que Glvez ahog los fo-

    cos de oposicin; algunos historiadores apuntan a que la ac-cin de los prelados americanos respondera a un propio pro-yecto de reforma. Este ltimo planteamiento supone en laAmrica del setecientos dos fuerzas reformistas, una estatal yotra eclesistica.

    2. Protagonistas conciliares

    Los cuadros de los anexos recogen los datos de los veinti-ds prelados que participaron en los concilios provinciales enAmrica y Filipinas.

    a) Procedencia geogrfica de los prelados:

    De los veintids prelados conciliares ms del 50% eran pe-

    ninsulares (doce, frente a diez criollos). A nivel metropolita-no la proporcin es exactamente del 50% (tres peninsulares,frente a tres criollos) (vid. Cuadro 2). Eran criollos los dosmetropolitanos que intervinieron en Charcas (Argandoa, quefalleci durante las sesiones, y su sucesor Herboso) y el arzo-bispo que convoc el de Santa Fe de Bogot (Agustn Cama-cho).

    La proporcin peninsular/criollo no era homognea en las

    diversas regiones americanas. En Mxico todos los preladosconciliares procedan de la pennsula. En Manila predomina-ron los peninsulares (tres peninsulares, frente a un criollo). En

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    Santa Fe de Bogot convoc el concilio el metropolitano pe-

    ninsular y lo presidi un obispo criollo. En el mundo andino,domin la presencia criolla: en Charcas alcanzan una notablemayora (cinco criollos y un peninsular); en Lima superan el50% (tres obispos criollos y dos peninsulares).

    Sin embargo, la poltica propeninsular se haca sentir tam-bin por esos aos en las iglesias andinas. Francisco Jos Ma-rn, obispo criollo de Concepcin, escriba algo despus, en1780, al obispo de Santiago, Manuel de Alday, y creer que

    si retiran al (obispo) del Cuzco, venga algn religioso europeoa ocupar aqul sitio, y lo mismo suceder con Tucumn yBuenos Aires; porque pensar ya en los criollos que han de ha-cer papel, es delirio 13.

    Entre los ocho obispos regulares haba una mayora penin-sular: seis eran peninsulares y dos criollos. Entre los seculareses mayor la presencia criolla: de los catorce prelados secula-res, ocho eran criollos y seis peninsulares 14.

    b) Iter episcopal

    Doce de los veintids obispos conciliares, fueron promovi-dos a nueva sede: tres de Mxico, uno de Manila, dos deLima, cuatro de Charcas y dos de Bogot. Cinco de ellos fina-lizaron su carrera en una dicesis peninsular: Lorenzana, en laprimada de Toledo; Fabin y Fuero, en Valencia; Basilio San-cho, fue nombrado para la sede de Granada, aunque no llega tomar posesin por fallecer antes de emprender el viaje;Moscoso y Peralta, pas a Granada; Alvarado, a Ciudad Ro-drigo. De los cinco, Moscoso era criollo, los cuatro restanteseran peninsulares.

    El regalismo conciliar en Amrica y sus protagonistas 47

    13 Araneda (1986, 233).14

    Corts Pea (2000, 198) trabaja slo sobre los obispos peninsulares;incluye datos de cuatro de los cinco promovidos a sedes hispanas; Ba-silio Sancho, el arzobispo de Manila, no est contemplado en los cua-dros.

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    Lorenzana, Moscoso y Alvarado recorrieron tres dicesis;

    en los tres casos la ltima dicesis a la que accedieron era pe-ninsular. Estos datos acercan al iter curricular del preladoamericano del ltimo tercio del siglo XVIII.

    c) Edad

    Los obispos conciliares ms ancianos tenan setenta aoscumplidos, haban nacido en los ltimos aos del XVII y pri-

    mera dcada del XVIII; un segundo grupo giraba en torno alos sesenta aos, los nacidos en la dcada de los aos 1710; yel grupo ms joven, alrededor de cincuenta aos, los nacidosen la dcada de los aos 20 15.

    Haban cumplido o superado los setenta: en Mxico, Anto-nio Alcalde, op (1701 [ao de nacimiento]) y Miguel lvarezde Abreu (1697 ca.); en Lima, el metropolitano Diego Antoniode Parada (1698); en Charcas, el metropolitano Pedro Antonio

    de Argandoa (1690 ca), y, algo ms joven, Manuel Antonio dela Torre (1705), obispo de Buenos Aires; en Manila, Miguel deEzpeleta (1701 ca); en Bogot, el metropolitano Agustn Ca-macho y Rojas, op (1700 ca). La proporcin criollo/peninsu-lar es, en este grupo del 50%. Dos de los siete prelados, ocu-paban sedes arzobispales: la de Charcas y la de Bogot.

    En torno a los sesenta aos se encontraban el carmelita JosVicente Daz Bravo (1708), obispo de Durango; tres concilia-res de Lima, Miguel Moreno y Ollo (1713), Agustn Gorrich-tegui (1716), y Manuel Alday y Aspe (1712); y otros tres deCharcas, Francisco Ramn Herboso (1710), Gregorio Fran-cisco Campos (1718), y Juan Jos Priego, op (1710). De lossiete, seis eran criollos; peninsular, el navarro Daz Bravo.

    Los prelados ms jvenes, de unos cincuenta aos, eran sie-te: en Mxico, el metropolitano Lorenzana (1722) y el obispo

    48 Elisa Luque Alcaide

    15 De Pedro ngel Espieira, ofm, obispo de Concepcin, no hemos en-contrado la fecha de nacimiento.

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    Fabin y Fuero (1719); en Charcas, Moscoso (1723); en Ma-

    nila, el metropolitano Basilio Sancho (1728), Antonio de Luna,ofm (1729) y Miguel Garca de San Esteban (1727); en Bogo-t, Alvarado y Castillo (1720). Todos eran peninsulares, ex-cepto Moscoso. Entre los siete se encuentran los cinco prela-dos promovidos a sedes peninsulares al final de su trayectoriaepiscopal: Lorenzana, Fabin y Fuero, Moscoso, Sancho y Al-varado; los dos restantes, regulares, eran el franciscano Lunay el dominico Garca de San Esteban, obispo de Nueva Sego-

    via16. Todos ellos accedieron al episcopado a partir de 1765, esdecir en los aos en que en Madrid avanzaba la poltica rega-lista, con la revisin del Libro I de las Leyes de Indias, paraampliar las facultades del Patronato Regio 17.

    En 1765 fueron promovidos tambin dos obispos del se-gundo grupo en edad: los criollos Agustn Gorrichtegui, parala sede de Cuzco; y Gregorio Francisco Campos, para el obis-pado de La Paz. Gorrichtegui fue el defensor del antiprobabi-lismo, frente a Alday en el concilio de Lima; Gregorio Francis-co Campos, se haba formado en Sevilla y gozaba de prestigiocomo hombre ilustrado. Eran hombres en sintona con la ad-ministracin estatal.

    El regalismo conciliar en Amrica y sus protagonistas 49

    16 De los promovidos a sede peninsular el nico criollo fue Moscoso y

    Peralta, vivi como arzobispo de Cuzco la rebelin de Tupac Amaru(1780); fue acusado de simpatizar con los que se alzaron y llamado aLima, en 1784. Por disposicin del gobierno viaj a Espaa en 1786,donde se defendi de la acusacin y fue promovido a la dicesis deGranada; adems se le concedi la gran cruz de la orden de Carlos III[en su defensa Ignacio Castro escribi una obraInocencia justificadaque, segn Corts, se hallaba en la Biblioteca Nacional de Lima]: Cor-ts (1875) y Mendiburu (1885) ad vocem. Tal vez, fue retenido en Gra-nada para evitar su posible influencia en Amrica. OPhelan (1995,

    116 y 64, cita 84) lo presenta como regalista decidido: excomulg aTupac Amaru y se congratul con los curas que se opusieron al movi-miento.

    17 Hera (1992, 433-459).

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    d) Adscripcin al clero secular y regular

    La proporcin de prelados del clero secular, frente a los derdenes religiosas era an ms significativa que respecto al bi-nomio criollo/peninsular (vid. Cuadro 3). Los catorce secula-res frente a los ocho regulares representan un 63,6 %. Respon-da al proceso de secularizacin del clero americano. Iniciadopor Felipe II, especialmente despus de la Junta Magna de1568, lo impulsaron decididamente los Borbones. La corona

    logr que Benedicto XIV por la bulaInescrutabili, del 26 denoviembre de 1751, sancionara el paso de las doctrinas dereligiosos al clero secular. Los datos de los asistentes a losconcilios, muestran que, en la dcada de 1770, la seculariza-cin rega tambin a nivel de la jerarqua indiana.

    Dos prelados conciliares fueron expulsados de las asambleas.La expulsin de los que por derecho participaban en un concilioprovincial no tena precedentes en Amrica. Los dos expulsos

    fueron obispos religiosos: del concilio de Mxico, el carmelitaJos Vicente Daz Bravo, obispo de Durango; del de Manila, elfranciscano Antonio de Luna, obispo de Nueva Cceres. Es undato significativo de las tensiones entre ambos cleros en unapoca de reformas regulares, objeto de aguda friccin.

    De las rdenes evangelizadoras de primera hora en Amricaslo estaban representadas entre los conciliares las de San Fran-cisco y Santo Domingo (no haba prelados agustinos, ni merce-darios). Haba un carmelita calzado, orden que lleg a Amricams tarde y que tuvo menor desarrollo; y, como dato novedoso,un escolapio estaba al frente de la metropolitana de Manila.Esta congregacin no exista an en el mundo colonial 18; Basi-lio Sancho, al incorporarse como arzobispo de Manila, se ha-ba propuesto implantarla en las Filipinas (vid. Cuadro 4).

    50 Elisa Luque Alcaide

    18 Congregacin de los Clrigos regulares de la Madre de Dios y de las Es-cuelas Pas, fundada en Roma por San Jos de Calasanz (Peralta de laSal, Huesca 1556-Roma, 1648) en 1617, para la educacin de los pobres.

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    Los dominicos contaban con el mayor nmero de obispados:

    cuatro de los ocho prelados regulares pertenecan a esa orden;es decir, el 50% de los conciliares religiosos. Uno de ellos erael metropolitano convocante del concilio santafereo. Es sig-nificativo el dato: los jesuitas expulsos fueron sustituidos enlas misiones especialmente por franciscanos; a nivel de la je-rarqua americana la corona se apoy en los dominicos, queestaban viviendo un resurgir tomista, desde comienzos del si-glo XVIII 19 y que sostuvieron el debate antiprobabilista, con

    menor incisividad que los agustinos.Las dicesis encomendadas al clero regular, excepto la ar-

    chidicesis santaferea, eran circunscripciones de categoramenor, por su volumen y por sus rentas. En Mxico: las de Yu-catn y Durango; en Lima, la de Concepcin de Chile; en Char-cas, la de Asuncin del Paraguay; en Manila, Nueva Cceres yNueva Segovia.

    e) Estudios

    Los ocho prelados regulares se graduaron en los estudiosgenerales y centros de formacin de la orden o congregacina la que pertenecan. De catorce seculares, los seis peninsula-res estudiaron en las universidades de Salamanca, Alcal deHenares, Valladolid, y Sevilla. Las universidades de Salaman-

    ca, Alcal y Sevilla fueron focos de la Ilustracin peninsu-lar20. Valladolid conserv ms el escolasticismo tradicional 21.Cinco conciliares criollos se graduaron en la universidad de

    Lima (tres de ellos fueron alumnos del Colegio de San Mar-tn); dos estudiaron en las universidades de Cuzco y de Mani-la. El criollo Gregorio Francisco Campos, obispo de La Paz,conciliar de Charcas, se gradu en la universidad de Sevilla,

    El regalismo conciliar en Amrica y sus protagonistas 51

    19 Huerga (1981, 204).20 Mestre (1976, 9); Domnguez Ortiz (1976, 269; 1990, 191-198).21 Sierra Nava (1975, 43-56).

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    ciudad en la que sera, despus, miembro de la Real Academia

    de Historia (vid. Cuadro 5).Entre los seculares haba cinco telogos: Lorenzana y Fa-bin y Fuero, en Mxico; Moreno y Ollo, en Lima; Pedro An-tonio de Argandoa y Manuel Antonio de la Torre 22, en Char-cas. Lorenzana se gradu tambin en Derecho cannico. Nueveprelados eran canonistas: lvarez de Abreu, en Mxico; Parada,Alday y Gorrichtegui en Lima; Moscoso, Francisco RamnHerboso y Gregorio Campos, en Charcas; Alvarado y Castillo,

    en Bogot. Miguel de Ezpeleta, obispo de Ceb, consta comoMagister en Filosofa. Muchos de los prelados regulares habansido maestros de teologa en los centros de estudios de sus r-denes.

    f) Rasgos personales

    Estos prelados gozaron fama de limosneros. Fundaron ins-

    tituciones de beneficencia y promocin social: Lorenzana es-tableci en Mxico la Casa de nios expsitos; en Ceb, Ez-peleta construy viviendas para los inmigrantes chinos. Aldaypromovi una Casa de hurfanos en Santiago. Parada dispusola construccin de viviendas y tiendas en los bajos del palacioarzobispal de Lima, que hubo de reconstruir por el estado rui-noso en que lo haba dejado el terremoto de 1746, y del que nose haba recuperado. Algunos fueron promotores de la educa-cin: construyeron escuelas Lorenzana en Mxico y Alcaldeen Yucatn y Guadalajara, en esta ltima ciudad el obispo do-minico dej, adems, un legado para la futura universidad.Lorenzana, promovera ms tarde, en Toledo, una universidada la que dot de un importante fondo para su biblioteca.

    Cuidaron las normas de la liturgia, predicaron y administra-ron los sacramentos entre sus feligreses. Lorenzana, autor de

    52 Elisa Luque Alcaide

    22 Ritzler y Sefrin (1958), afirman que era Dr. en Theologa; Bruno(1969), sostiene que no tena estudios superiores.

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    Avisos a los predicadores, es uno de los restauradores de la

    elocuencia sagrada23

    . A Manuel Antonio de la Torre, tal vez elde carcter ms difcil, sostenedor de numerosas controver-sias, se le reconoce su celo pastoral, su predicacin frecuentey las horas que emple en atender las confesiones de sus feli-greses 24. De Manuel Alday, obispo de Santiago, afirm el his-toriador Araneda Bravo, que no fue prdigo en alabar a los ecle-sisticos, que gobern esta dicesis con singular sagacidaddurante treinta aos (1755-1788) y fue, bajo este aspecto, un

    modelo de moderacin y prudencia 25.Los obispos conciliares optaron por la reforma de sus igle-

    sias. El metropolitano de Mxico pidi a la corona la convo-catoria de concilios provinciales; el metropolitano de Charcassolicit la autorizacin real para celebrar el snodo diocesano.Uno y otro buscaban por este medio renovar la vida de susdicesis. Demandaron tambin medidas de reforma eclesisti-ca el arzobispo de Manila y el obispo de Puebla, sufragneode Mxico 26. Estas iniciativas fueron precisamente el puntode arranque del Tomo Regio.

    Varios prelados, antes de recibir el Tomo Regio, emprendie-ron medidas reformistas en lnea tridentina; entre ellas las vi-sitas diocesanas. Parada recorri tres veces el territorio de LaPaz, antes de incorporarse a la sede de Lima, en donde impe-dido por problemas de salud lo hizo dos veces por procurador;

    Moscoso visitar Cuzco, al ser promovido a esta dicesis des-

    El regalismo conciliar en Amrica y sus protagonistas 53

    23 Appolis (1960, 471).24 Bruno (1969, 372).25 Araneda Bravo (1986, 234).26 AGI, Indiferente General 3041, Consulta del Consejo extraordinario

    al rey del 3 de junio de 1768 e Informe del Fiscal Campomanes, del 26de junio de 1768, Collado de Merino (1987pro manuscrito). El arzo-

    bispo de Charcas Argandoa, el 4 de enero de 1765, finalizada la visitaa la dicesis, solicit la venia de la corona para celebrar snodo dioce-sano; una real cdula del 25 de febrero de 1767, aprobaba la iniciativa:Constituciones Sinodales (1854).

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    pus de asistir al concilio de Charcas; Argandoa llev a cabo

    tres visitas diocesanas en Tucumn y, al incorporarse a Char-cas, recorri todo el territorio; Manuel Antonio de la Torre alllegar a Buenos Aires, emprendi una visita que dur tres aosdetenindose en todos los pueblos de misiones; Campos reco-rri por tres veces la dicesis de La Paz; en Chile lo hicieronAlday en Santiago y Espieira en Concepcin.

    Para la renovacin diocesana se necesitaba un clero secularde buen nivel intelectual y moral. Por ello, muchos obispos

    promovieron o reformaron el seminario: Sancho y Argandoalo fundaron en Manila y Tucumn respectivamente; Parada loreconstruy en La Paz; Fabin y Fuero, en Puebla, Alday, enSantiago; Espieira, en Concepcin. Parada encontr en Limaun nmero de clrigos muy superior al trabajo pastoral quehaba en la dicesis, y se propuso despejar a quines llegabanal sacerdocio como solucin de vida. Lorenzana proyect unanueva configuracin parroquial: reorganiz las circunscrip-ciones parroquiales de la ciudad y lanz por vez primera unmodelo de parroquia que integraba a las diversas etnias deldistrito 27.

    Todos los prelados conciliares trabajaron por la reforma delos regulares y se esforzaron para que volviesen a la primitivaregla, para que los frailes viviesen en los conventos y tambinpara que se sometieran al control del obispo 28. Fabin, en Pue-

    bla; Lorenzana, en Mxico; Parada en Lima, y Sancho en Ma-nila, se distinguieron por la firmeza en llevarla a cabo 29.Muchos de estos prelados haban vivido en sus dicesis la

    expulsin de la Compaa de Jess. Era el caso de todos losconciliares de Mxico, excepto el carmelita Vicente Daz Bra-

    54 Elisa Luque Alcaide

    27 Zahino Peafort (1996, 50-61).28

    Espieira, fue la excepcin: informaba desde Concepcin que en sudicesis las rdenes religiosas cumplan en todo con sus Reglas. Ara-neda Bravo (1986).

    29 Manchado (1994).

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    vo, obispo de Durango 30. Tambin vivieron la expulsin los

    cuatro conciliares de Manila. Fabin y Fuero fue el ms deci-dido antijesuita, presentando por sorpresa en el concilio mexi-cano la propuesta de pedir la supresin de la Compaa 31. Porel contrario, la mayora de los conciliares criollos, formadosen colegios de jesuitas, se mostraron ms proclives a la Com-paa: entre otros, Argandoa, Alday, Moscoso, en el rea an-dina. Estos, aunque cumplieron lo ordenado por la Real Prag-mtica, se solidarizaron con las penalidades de los expulsos:

    en este sentido destac Manuel de Alday, en Santiago.Mxico fue la asamblea ms regalista: la nica que pidi al

    Papa la