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RAYMOND CHANDLER EL SUEÑO ETERNO EDITORIAL DEBATE

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RAYMOND CHANDLER

EL SUEO ETERNO

EDITORIAL DEBATE

Primera edicin: octubre 1990

Versin castellana de: JOS ANTONIO LARA

Ttulo original: The Big Sleep Philip Marlowe by 1939 De la traduccin castellana: Barral Editores, S. A., 1972 1990 de la presente edicin: Editorial Debate, S. A. Recoletos, 7, 28001 Madrid ISBN.: 84-7444-421-7 Depsito Legal: M-38279-1990. Compuesto en Imprimatur, S. A. Impreso en Unigraf, Arroyomolinos, Mstoles (Madrid)Impreso en Espaa

Captulo 1

Eran cerca de las once de la maana, a mediados de octubre. El sol no brillaba y en la claridad de las faldas de las colinas se apreciaba que haba llovido. Vesta mi traje azul oscuro con camisa azul oscura, corbata y vistoso pauelo fuera del bolsillo, zapatos negros y calcetines de lana del mismo color adornados con ribetes azul oscuro. Estaba aseado, limpio, afeitado y sereno, y no me importaba que se notase. Era todo lo que un detective privado debe ser. Iba a visitar cuatro millones de dlares. El recibidor del chalet de los Sternwood tena dos pisos. Encima de las puertas de entrada, capaz de permitir el paso de un rebao de elefantes indios, haba un vitral en el que figuraba un caballero con armadura antigua rescatando una dama que se hallaba atada a un rbol, sin ms encima que una larga y muy oportuna cabellera. Tena levantada la visera de su casco, como muestra de sociabilidad, y jugueteaba con las cuerdas que ataban a la dama, al parecer sin resultado alguno. Me detuve un momento y pens que de vivir yo en esta casa, tarde o temprano tendra que subir all y ayudarle, ya que pareca que l, realmente, no lo intentaba. La parte trasera del vestbulo tena puertaventanas; tras ellas, un gran cuadro de csped se extenda delante de un garaje blanco, ante el cual el chfer, joven, moreno y esbelto, con brillantes polainas negras, limpiaba un Packard descapotable, color castao. Detrs del garaje haba rboles recortados tan cuidadosamente como el pelaje de los perros de lanas y despus de ellos, un

inmenso invernadero con techo en forma de cpula. A continuacin haba ms rboles y, completamente al fondo, se vean las lneas slidas, desiguales y apacibles de las faldas de las colinas. En el lado este del edificio, una escalera pavimentada con baldosines daba a un balcn corrido con barandilla de hierro forjado y un vitral, con otra escena romntica. Enormes sillas, con asiento redondo de felpa roja, adosadas a la pared, en los espacios vacos, daban la sensacin de que nunca se hubiese sentado nadie en ellas. En medio de la pared oeste haba una enorme chimenea con pantalla de cobre formada por cuatro panales unidos con bisagras, y en aqulla una repisa de mrmol en cuyas esquinas haba cupidos. En la repisa haba un gran retrato al leo, y encima de ste dos gallardetes de caballera, agujereados con bala o comidos por la polilla, cruzados dentro de un marco de cristal. El retrato era el de un rgido oficial con uniforme de la poca de la guerra contra Mxico. El hombre del retrato tena perilla y bigotes negros y, en conjunto, el aspecto de un hombre con el que convena estar a bien. Pens que deba ser el abuelo del general Sternwood. No poda ser el propio general, aunque haba odo que ste era demasiado viejo para un par de hijas que rondaban la peligrosa edad de los veintitantos. Estaba contemplando an los ojos negros y ardientes cuando se abri una puerta debajo de la escalera. No era el mayordomo que volva. Era una muchacha. Tendra alrededor de veinte aos; era pequea y delicadamente formada, aunque pareca fuerte. Vesta pantalones azul plido, que le sentaban muy bien. Andaba como flotando. Su pelo tostado era fino y ondulado y lo llevaba ms corto de lo que se estilaba entonces: a lo paje con puntas vueltas hacia dentro. Sus ojos eran azul pizarra y no tenan

expresin ninguna cuando miraron hacia m. Se me acerc y sonri; tena dientes pequeos y rapaces, tan blancos como el corazn de la naranja fresca y tan ntidos como la porcelana. Brillaban entre los labios delgados, demasiado tirantes. Su rostro careca de color y no pareca muy saludable. Es usted muy alto me dijo. Ha sido sin querer. Sus ojos se agrandaron. Estaba confundida. Pensaba. Y pude darme cuenta en el poco tiempo que la conoca que pensar iba a ser siempre un fastidio para ella. Y buen mozo. Adems, apuesto a que usted ya lo sabe. Gru. Cmo se llama? Reilly dije. Doghouse Reilly. Es un nombre muy raro coment. Se mordi el labio y volvi la cabeza un poco mirando hacia m de soslayo. Entonces baj las pestaas, que casi acariciaron sus mejillas, y las levant de nuevo lentamente, como un teln. Llegara a conocer bien este truco, que tena como finalidad hacerme caer de espaldas, patas arriba. Es usted luchador? pregunt al ver que no me caa. No exactamente. Soy un sabueso. Un qu...? pregunt, ladeando la cabeza con enfado, y su hermoso color brill en la luz, ms bien tenue, del gran vestbulo. Se est usted burlando de m. Hum...!, hum! Qu? Prosiga dije ya me oy. No ha dicho nada. Es usted un grandsimo bromista dijo, y levant un pulgar y se lo mordi. Era un pulgar extraamente formado, delgado y estrecho

como un dedo suplementario, sin curva alguna en la primera articulacin. Se lo mordi y lo chup lentamente, dndole vueltas en la boca, como hara un nio con el chupete. Es usted terriblemente alto dijo y solt una risita divertida. Se volvi con lentitud, sin levantar los pies. Sus manos estaban cadas a los costados. Se inclin hacia m de puntillas. Se precipit en mis brazos. Tena que cogerla o dejar que se estrellase en el suelo embaldosado. La sostuve por las axilas y, como un mueco desarticulado, cay sobre m. Tuve casi que abrazarme a ella para levantarla. Cuando su cabeza estuvo sobre mi pecho, la levant y me mir rindose: Es usted listo dijo, divertida, yo tambin lo soy. No contest nada. El mayordomo eligi tan oportuno momento para volver a travs de las puertaventanas y verme sujetndola. Esto no pareci preocuparle. Era un hombre alto, delgado y con el pelo blanco, de unos sesenta aos. Tena ojos azules, de mirada completamente abstrada. Su piel era suave y brillante, y se mova como un hombre de firmes msculos. Atraves la habitacin despacio hacia nosotros y la muchacha se separ de m de un salto y desapareci antes de que yo pudiera dejar escapar un suspiro. El mayordomo dijo sin entonacin: El general le recibir ahora mismo, seor Marlowe. Levant la barbilla y sealando con la cabeza pregunt: Quin es? La seorita Carmen Sternwood, seor Deberan destetarla. Ya tiene edad suficiente. Mir hacia m con grave cortesa y repiti lo que l haba dicho.

Captulo 2

El mayordomo me condujo a travs de las puertaventanas y recorrimos un sendero de baldosas rojas que orlaba el lado del csped ms alejado del garaje. El chfer con aspecto de muchacho se hallaba ahora limpiando un Sedn negro y cromado. El camino nos llev a un invernadero, y el mayordomo abri la puerta y se hizo a un lado. sta daba a una especie de pequeo vestbulo, tan clido como un horno alimentado con cenizas. Mi acompaante me sigui, cerr la puerta exterior, abri otra interior y pasamos por ella. Aqu haca realmente calor. El aire era espeso, hmedo, cargado de vapor e impregnado del perfume empalagoso de las orqudeas tropicales. Las paredes de vidrio y el techo estaban saturados de vapor, y grandes gotas de agua salpicaban las plantas. La luz tena un color verdoso irreal, como la filtrada a travs del depsito de un acuario. Las plantas llenaban el lugar formando un bosque, con feas hojas carnosas y tallos como los dedos de los cadveres recin lavados. Su perfume era tan irresistible como el alcohol hirviente debajo de una manta. El mayordomo se las arregl lo mejor que pudo para guiarme sin que las hmedas hojas le golpearan la cara. Al cabo de un rato llegamos a un claro, en medio de aquella selva bajo la cpula del techo. Aqu, en un espacio de baldosas hexagonales, haba extendido un viejo tapiz turco y sobre l una silla de ruedas y en sta un anciano,

visiblemente moribundo, nos miraba llegar con ojos negros en los que el fuego haba muerto haca mucho tiempo, aunque conservaban todava algo de los ojos del retrato que se hallaba colgado encima de la chimenea del recibidor. El resto de su cuerpo era una mscara de cuero, con labios sin sangre, nariz puntiaguda, sienes hundidas y los lbulos de las orejas curvados hacia afuera, anunciando su prximo fin. El cuerpo, largo y estrecho, estaba envuelto, a pesar de aquel calor, en una manta de viaje y un albornoz rojo descolorido. Las delgadas manos, semejantes a garras, descansaban blandamente en la manta de lunares rojos. Algunos mechones de cabello blanco y pajizo le colgaban del cuero cabelludo como flores silvestres luchando por la vida sobre la roca pelada. El mayordomo se detuvo ante l y dijo: Este es el seor Marlowe, general. El anciano no se movi ni habl; ni siquiera hizo una inclinacin de cabeza. Dirigi hacia m sus ojos sin vida. El sirviente empuj una hmeda silla de mimbre a mi espalda y me sent. Cogi mi sombrero con un hbil movimiento. Entonces, el anciano sac la voz como del fondo de un pozo y dijo: Coac, Norris. Cmo quiere usted el coac? Solo contest. El mayordomo se alej de las abominables plantas. El general volvi a hablar utilizando su energa tan cuidadosamente como una corista sin trabajo cuida su ltimo par de medias. Antes me gustaba tomarlo con champaa. El champaa tan fro como el Valley Forge, y aproximadamente el tercio de una copa de coac dentro del champaa. Puede usted quitarse el abrigo. Hace

demasiado calor aqu para un hombre que tenga sangre en las venas. Me levant, me quit el abrigo y saqu el pauelo para enjugarme el sudor del rostro, cuello y dorso de las muecas. Esto era peor que San Luis en agosto. Volv a sentarme, y automticamente, ech mano al bolsillo para coger un cigarrillo; pero no llegu a cogerlo. El anciano se dio cuenta del movimiento y sonri. Puede usted fumar. Me gusta el olor del tabaco. Encend un cigarrillo y ech una bocanada de humo, que l olfate como un terrier el agujero de una ratonera. Una sonrisa levant las comisuras de sus labios. Arreglados estamos cuando un hombre tiene que gozar de sus vicios indirectamente dijo con sequedad. Est usted contemplando al triste sobreviviente de una vida bastante brillante. Ahora un impedido, paraltico de ambas piernas y con slo medio estmago. Hay muy pocas cosas que pueda comer y mi sueo est tan cerca del despertar que apenas merece ese nombre. Parece que existo sobre todo por el calor, como una araa recin nacida; las orqudeas son una excusa para el calor. Le gustan a usted las orqudeas? No demasiado contest. El general entorn los ojos. Son asquerosas. Su tejido es demasiado parecido a la carne de los hombres, y su perfume tiene la podrida dulzura de una prostituta. Le mir con la boca abierta. El calor suave y hmedo era como un pao mortuorio a nuestro alrededor. El anciano inclin la cabeza como si el cuello se hubiese asustado del peso de sta. En aquel momento lleg el mayordomo empujando a travs de la selva un carrito de ruedas; me prepar la bebida, envolvi el cubo de cobre que contena

el hielo con una servilleta hmeda y desapareci entre las orqudeas. Una puerta se abri y se cerr tras la selva. Sabore la bebida. El anciano se pas la lengua por los labios una y otra vez mientras me contemplaba, pasndola de un lado a otro con arrobamiento funeral, como un empleado de funeraria que se frotase las manos. Hbleme de usted, seor Marlowe. Supongo que puedo preguntarle. Claro! Pero hay poco que decir. Tengo treinta y tres aos; fui al colegio y, si es necesario, an puedo hablar ingls. Y no hay gran cosa en cuanto a mi profesin. Trabaj para el seor Wilde, el fiscal del distrito, como investigador. Su investigador principal, un hombre que se llama Bernie Ohls, me telefone y me dijo que usted quera verme. Soy soltero porque no me gustan las mujeres de los policas. Y un poco cnico dijo el anciano, sonriendo . No le gustaba trabajar para Wilde? Fui despedido por indisciplina. Tengo un alto ndice de indisciplina, general. Yo siempre lo tuve tambin, y me agrada orlo de otros. Qu sabe usted de mi familia? Me han dicho que es usted viudo y que tiene dos hijas bonitas y alocadas. Una de ellas ha estado casada tres veces, la ltima con un ex contrabandista de alcohol, que era conocido en el negocio con el nombre de Rusty Regan. Esto es todo lo que he odo, general. Y no encontr en ello algo extrao? La parte de Rusty Regan, quiz. Pero yo siempre me llevo bien con los contrabandistas de alcohol. Volvi a producirse en su rostro la leve sonrisa. Yo tambin, segn parece. Aprecio a Rusty. Un irlands grandote de Clonmel, de pelo rizado, con ojos

tristes y una sonrisa tan amplia como el bulevar Wilshire. La primera vez que le vi crea que podra ser lo que usted probablemente piensa que fue: un aventurero que se vio envuelto en negocios de fciles ganancias. Deba usted quererle dije. Ha aprendido su lenguaje. Puso sus delgadas manos bajo el borde de la manta. Tir la colilla y acab la bebida. Fue un soplo de vida para m, mientras dur. Pasaba horas enteras conmigo, sudando como un cerdo, bebiendo coac por jarros y contndome historias de la revolucin irlandesa. Haba sido oficial del IRA. Ni siquiera haba entrado legalmente en los Estados Unidos. Fue un matrimonio ridculo y no dur ni un mes como tal matrimonio. Estoy contndole secretos de familia, seor Marlowe. Son secretos todava repliqu. Qu le sucedi a l? El anciano me mir sin expresin y prosigui. Se march hace un mes. De repente, sin decirle una palabra a nadie. Sin decirme adis. Esto resulta un poco doloroso, pero l se educ en una dura escuela. Sabr de l un da de stos. Entre tanto soy de nuevo vctima de un chantaje. De nuevo? pregunt. Sac las manos de debajo de la manta con un sobre pardo entre ellas. Lo hubiera sentido por cualquiera que hubiera intentado chantajearme mientras Rusty estaba aqu. Un mes antes que l viniese... es decir, hace nueve meses... le pagu a un individuo llamado Joe Brody cinco mil dlares para que dejase en paz a mi hija menor, Carmen. Ah! exclam.

Levant sus finas cejas blancas. Qu significa eso? Nada contest. Sigui mirndome, medio frunciendo las cejas. Despus prosigui: Coja este sobre y examnelo. Y srvase coac. Cog el sobre de sus rodillas y me sent de nuevo. Me limpi las palmas de las manos y lo mir. Iba dirigido al general Guy Sternwood, 3765 Alta Brea Crescent, West Hollywood, California. La direccin estaba escrita con tinta, en el tipo de letra impresa oblicua que utilizan los ingenieros. El sobre estaba abierto. Saqu de l una tarjeta color castao y tres tiras de papel rgido. La tarjeta era de fina cartulina, impresa en oro: Arthur Gwynn Geiger. Ninguna direccin. Y en letra muy pequea, en el ngulo inferior izquierdo, Libros raros y Ediciones de lujo. Volv la tarjeta, que contena al dorso ms letras oblicuas: Muy seor mo: A pesar de que los recibos adjuntos que francamente, representan deudas de juego son legalmente incobrables, estoy seguro de que su deseo es que sean cancelados. Respetuosamente suyo, A. G. Geiger. Mir las tiras de papel blanco. Eran recibos de acreedores, escritos con tinta y fechados en varios das del mes anterior, septiembre: A solicitud, prometo pagar a Arthur Gwynn Geiger o a su orden la suma de mil dlares ($ 1.000) sin intereses. Valor recibido. Carmen Sternwood. La parte en tinta estaba escrita con letra estpida, con muchos ganchitos y crculos en lugar de puntos. Me prepar otro coac, beb algunos sorbos y puse a un lado los documentos.

Qu opina usted? pregunt el general. No me he formado ninguna opinin. Quin es Arthur Gwynn Geiger? No tengo la menor idea. Y qu dice Carmen? No le he preguntado nada, ni tengo intencin de hacerlo. Si lo hiciera, se chupara el pulgar y me mirara con timidez. La encontr en el vestbulo y se condujo de ese modo. Luego, intent sentarse en mis rodillas. Nada cambi en la expresin del general. Sus manos descansaban plcidamente sobre la manta, y el calor, que haca que me sintiese como despus de una cena en Nueva Inglaterra, no pareca hacerle mella. Tengo que ser bien educado o puedo conducirme con naturalidad? pregunt. No he podido apreciar que padeciese usted inhibicin alguna, seor Marlowe. Acostumbran a ir las dos muchachas juntas por ah? Creo que no. Me parece que siguen caminos separados y ligeramente divergentes hacia la perdicin. Vivian es mal educada, exigente, lista y bastante despiadada. Carmen es una muchacha que disfruta arrancndoles las alas a las moscas. Ninguna de las dos tiene ms sentido moral que un gato. Yo tampoco lo tengo. Ningn Sternwood lo ha tenido nunca. Prosiga. Estn bien educadas, supongo. Saben lo que estn haciendo. Vivian fue a colegios buenos y elegantes. Carmen asisti a media docena de escuelas, cada vez ms liberales en la admisin, y termin donde haba empezado. Sospecho que ambas tenan, y siguen teniendo, los vicios propios de sus edades. Si le parezco siniestro como padre,

seor Marlowe, es porque el hilo que me ata a la vida es demasiado dbil para albergar hipocresas victorianas dijo. Ech la cabeza hacia atrs y cerr los ojos, abrindolos de repente al cabo de un rato. No es preciso aadir que el hombre que es padre por primera vez a los cincuenta y cuatro aos merece todo lo que le cae encima. Beb un trago y asent. El cuello gris y delgado del anciano lata visiblemente y con tanta lentitud que apenas era latido. Un anciano medio muerto y an decidido a creer que poda asimilar las contrariedades. Sus conclusiones? pregunt de repente. Yo pagara. Por qu? Slo se trata de un poco de dinero contra un montn de molestias. Debe de haber algo detrs de esto. Pero nadie le va a partir a usted el corazn, si no lo han hecho ya. Tengo mi orgullo dijo framente el anciano. Ya cuentan con eso. Es la mejor manera de engaarlos. Eso o la polica. Geiger puede cobrar esos recibos, a menos que usted pueda demostrar que es una estafa. En lugar de esto, se los regala a usted admitiendo que son deudas de juego, lo que le permite a usted defenderse, incluso en el caso de que l hubiera conservado los recibos. Si es un estafador, conoce la cuestin a fondo, y si es un hombre honrado que hace de pasada un pequeo negocio de prstamo, tiene derecho a recuperar su dinero. Quin era ese Joe Brody a quien le pag usted los cinco mil dlares? Una especie de jugador. Apenas recuerdo. Norris, mi mayordomo, lo sabr. Tienen sus hijas dinero propio?

Vivian lo tiene, pero no en cantidad; Carmen es an menor. Les tengo asignadas a ambas cantidades muy generosas. Puedo quitarle de encima a ese Geiger, general, si es eso lo que usted desea. Quienquiera que sea y tenga lo que tenga. Puede costarle algn dinero, aparte de lo que me pague a m. Y, naturalmente, esto no le llevar a ninguna parte. Ya est usted apuntado en su lista de nombres provechosos. Ya veo dijo, y encogi sus picudos hombros dentro de la bata descolorida. Hace un momento me aconsej que pagase. Ahora dice que eso no me llevar a ninguna parte. Quise decir que podra resultarle ms barato y ms sencillo aceptar que le sacaran un poco de dinero. Eso es todo. Me temo que sea usted bastante impaciente, seor Marlowe. Cules son sus honorarios? Cobro veinticinco dlares y gastos, cuando tengo suerte. Bien. Me parece muy razonable por sacar mrbidas excrecencias de la espalda de la gente. Una operacin bastante delicada. Se da usted cuenta de ello, supongo. Haga la operacin con la mnima molestia para el paciente. Podr hacerla de varias maneras, seor Marlowe. Termin el coac y me limpi los labios y el rostro. El licor no disminua gran cosa el calor que senta. El general parpade y se ajust la manta a las piernas. Pregunt: Puedo llegar a un acuerdo con ese individuo si su actitud es razonable? S. El asunto est ahora en sus manos. Yo nunca hago las cosas a medias. Le buscar. Va a sorprenderse bastante.

Estoy convencido de que usted puede hacerlo. Y ahora le ruego me disculpe. Estoy cansado. Toc el timbre que tena sobre un brazo de la silla. El cordn iba metido en un cable negro que rodeaba las profundas cajas verde oscuro en las que crecan y moran las orqudeas. El anciano cerr los ojos, volvi a abrirlos y despus de una breve ojeada se recost en los cojines. Baj los prpados definitivamente y no volvi a ocuparse de m. Me levant; cog mi abrigo del respaldo de la hmeda silla y me dirig a la salida por entre las orqudeas. Abr las dos puertas y me qued un momento en el umbral aspirando el aire fresco de octubre y haciendo acopio de oxgeno. El chfer ya no se encontraba delante del garaje. Por el camino rojo vena el mayordomo, con paso suave y la espalda tan derecha como una tabla de planchar. Me puse el abrigo y le esper. Se par ante m y dijo con voz grave: La seora Regan desea verle antes de que se marche, seor. En cuanto al dinero, tengo instrucciones del general para darle un cheque por el importe que usted desee. Y cmo le ha dado instrucciones? Pareci sorprendido; luego sonri. Ah! Ya comprendo. Es usted detective, naturalmente. Es la forma de tocar el timbre. Extiende usted cheques en nombre del general? Tengo ese privilegio, seor. Eso debera librarlo de la fosa comn. No, no quiero dinero ahora, gracias. Y qu desea de m la seora Regan? Tiene un concepto equivocado del objeto de su visita. Quin le dijo que estaba aqu? Su ventana da sobre el invernadero. Nos vio cuando

entrbamos, y me vi obligado a decirle quin es usted. No me gusta eso dije. Sus ojos azules se endurecieron. Pretende usted decirme cules son mis obligaciones, seor? No. Pero me divierto mucho tratando de adivinar cules son, realmente. Nos miramos un momento y el mayordomo inici la marcha.

Captulo 3

La habitacin era demasiado amplia; el techo demasiado alto, las puertas demasiado altas y la blanca alfombra, que llegaba de una pared a otra, tena el aspecto de una nevada en el lago Arrowhead. Haba, por todas partes, grandes espejos y cachivaches de cristal. Los muebles, de color marfil, estaban adornados con cromo y los pliegues de las cortinas, tambin color marfil, caan sobre la blanca alfombra a medio metro de las ventanas. El blanco haca que el marfil pareciese sucio, y el marfil haca parecer al blanco desvado. Las ventanas daban a las oscuras colinas. Iba a llover y la atmsfera estaba pesada. Me sent en el borde de una mullida silla y mir a la seora Regan. Vala la pena mirarla. Era dinamita. Se hallaba echada, descalza, en una chaise longue moderna, lo que me permita contemplar sus piernas envueltas en medias transparentes. Estaban all para ser contempladas, eran visibles hasta la rodilla, y una de ellas, hasta bastante ms arriba. Las rodillas no eran huesudas y tenan hoyuelos. Las pantorrillas, magnficas, y los tobillos, largos y esbeltos, de lnea capaz de inspirar una poesa. La seora Regan era alta, llena y pareca muy fuerte. Su cabeza reposaba en un cojn de raso color marfil. Su pelo era negro y liso, peinado con raya al medio. Tena los ardientes ojos negros del retrato del vestbulo. La boca era carnosa y en aquel momento estaba fruncida con gesto arisco. Sujetaba en la mano una copa, de la que bebi un sorbo antes de dirigirme una mirada fra por encima del

borde. As que usted es un detective dijo. No saba que existiesen realmente, excepto en los libros; o bien que eran grasientos hombrecitos espiando alrededor de los hoteles. Nada de eso iba por m, as es que lo pas sin comentarios. Dej la copa en el brazo de la chaise longue, y al mover la mano para tocar su cabello una esmeralda centelle. Pregunt pausadamente: Qu le parece pap? Me gust contest. Quera a Rusty. Supongo que sabe usted quin es Rusty. Pchs!... Rusty era ordinario y vulgar a veces, pero era muy sincero. Resultaba muy divertido para pap. Rusty no deba haberse marchado as. Pap est muy dolido, aunque no lo diga. O se lo dijo? Algo de eso dijo. No es usted muy hablador, seor Marlowe. Pero quiere encontrarle, no es eso? La mir cortsmente un momento y dije, despus de una pausa: Pues s y no. Eso no es una contestacin. Cree que puede encontrarle? Yo no dije que lo iba a intentar. Por qu no se dirige a la Oficina de Personas Desaparecidas? Tienen una organizacin eficiente. Eso no es tarea para una persona sola. Oh! Pap no quisiera que la polica se mezclara en el asunto. Me mir nuevamente por encima de la copa, la vaci y

toc el timbre. Una sirvienta entr en la habitacin por una puerta lateral. Era una mujer de mediana edad, con cara amarillenta y alargada, nariz larga, sin barbilla y tena grandes ojos hmedos. Pareca un simptico caballo viejo que descansa, pastando, de sus largos aos de servicio. La seora Regan le seal la copa vaca y la sirvienta le prepar otra bebida; se la dio y sali de la habitacin, sin una palabra ni una sola mirada hacia m. Cuando la puerta se cerr, la seora Regan pregunt: Bien, entonces, cmo va usted a enfocar el asunto? Cmo y cuando desapareci? No se lo ha dicho pap? Lade la cabeza y sonre. Se ruboriz. Sus ardientes ojos negros echaron chispas. No veo que haya motivos para andar con tapujos salt, y no me gustan sus modales. Los suyos tampoco me entusiasman demasiado dije. Yo no deseaba venir aqu; usted me llam. Me tiene sin cuidado que se haga la elegante delante de m o que desayune con whisky. Tampoco me importa que ensee las piernas. Son piernas preciosas y da gusto contemplarlas. Me importa un bledo que no le gusten mis modales. Son bastante detestables y lo lamento durante las largas veladas de invierno. Pero no intente sonsacarme nada. Dej la copa violentamente, y el contenido se derram sobre un cojn color marfil. Se puso en pie de un salto y qued echando chispas, con las aletas de la nariz dilatadas. A travs de la boca abierta, sus brillantes dientes resplandecan. Sus nudillos estaban blancos. No estoy acostumbrada a que me hablen as dijo con voz ronca. No me mov y le sonre con irona. Muy lentamente, la

seora Regan cerr la boca y mir hacia el licor derramado. Se sent en el borde de la chaise longue y apoy la barbilla en la palma de su mano. Dios mo! Grandsimo y bello bruto. Debera atropellarle con mi Buick. Frot una cerilla con la ua de mi pulgar y, por una vez al menos, se encendi. Ech una bocanada de humo y esper. Odio los hombres dominantes dijo; los odio. Y qu es lo que usted teme, seora Regan? Sus ojos parecieron aclararse. Despus se oscurecieron de nuevo hasta dar la sensacin de que no tenan ms que pupila. Pareca que le estuvieran pellizcando las ventanas de la nariz. Pap no le llam a usted para hablar de Rusty en absoluto dijo con voz forzada en la que todava quedaban huellas de ira. O era para eso? Mejor es que se lo pregunte a su padre. Se enfad de nuevo. Mrchese, estpido, mrchese! Me levant. Sintese! grit. Me sent y esper. Por favor dijo, por favor. Usted podra encontrar a Rusty si pap quisiera encargrselo. Esto no dio resultado tampoco. Asent, y pregunt: Cundo se fue? Una tarde, hace ya un mes. Se march en su coche sin decir una palabra. Encontraron el coche no s dnde, en un garaje privado. Encontraron? La seora Regan se volvi encantadora. Todo su cuerpo pareci aflojarse. Sonri triunfante. Entonces no se lo ha dicho. S, me habl del seor Regan. Pero no era de lo que

quera hablarme. Es esto lo que ha estado usted tratando de hacerme decir? No me importa lo que usted diga. Me levant de nuevo. Entonces me marcho. Me dirig hacia la blanca alta puerta por donde haba entrado. Cuando me volv a mirar, la seora Regan tena un labio entre los dientes y estaba visiblemente fastidiada. Baj por la escalera de baldosas al vestbulo y el mayordomo surgi de alguna parte con mi sombrero en la mano. Me lo puse mientras l me abra la puerta. Se equivoc usted dije. La seora Regan no quera verme. Inclin su plateada cabeza y dijo cortsmente: Lo siento, seor. Me equivoco muy a menudo. Cerr la puerta detrs de m. Me qued en la puerta fumando y contemplando a mis pies una serie de terrazas con macizos y rboles recortados hasta la altura de la verja de hierro, coronada con picos dorados, que rodeaba la finca. Un camino serpenteante descenda entre los muros de contencin hasta las altas puertas de hierro. Tras el muro, la colina descenda suavemente varios kilmetros. En la parte baja, all a lo lejos, apenas se vea alguna de las viejas torres de madera del campo de petrleo con el que los Sternwood haban hecho su fortuna. La mayor parte de ese campo era ahora un parque pblico, que el general Sternwood haba donado a la ciudad. Una pequea parte de l se explotaba; algunos pozos producan an cinco o seis barriles diarios. Los Sternwood, que haban ido a vivir a la parte ms alta de la colina, ya no perciban el olor rancio del petrleo o del agua de los sumideros; pero todava podan asomarse a sus

ventanas y contemplar lo que les haba enriquecido, si queran verlo. No creo que quisieran. Fui descendiendo por un sendero de ladrillos, de terraza en terraza, hasta el camino que conduca a la puerta, donde haban dejado mi coche bajo un rbol. Se oan los estampidos del trueno sobre las colinas y el cielo estaba rojinegro. Iba a llover bastante. En el aire ya flotaba el anuncio de la lluvia. Levant la capota de mi coche antes de bajar a la ciudad. La seora Regan tena preciosas piernas; haba que reconocerlo. Ella y su padre eran ciudadanos sin escrpulos. l, probablemente, estaba solamente ponindome a prueba. El trabajo que me haba encargado era ms bien tarea de un abogado. E incluso si Arthur Gwynn Geiger, Libros raros y Ediciones de lujo, resultaba ser un chantajista, segua siendo tarea de un abogado, a menos que hubiese en el asunto mucho ms de lo que se apreciaba a simple vista. Como primera providencia, pens que podra divertirme mucho investigando sobre el particular. Baj a la biblioteca pblica Hollywood e hice una investigacin superficial en un grueso volumen titulado Primeras ediciones famosas. A la media hora, sent necesidad de almorzar.

Captulo 4

El establecimiento de A. G. Geiger estaba situado en la fachada norte del bulevar, cerca de Las Palmas. La puerta de entrada se hallaba en el centro, y los escaparates, adornados con cobre, tenan al fondo biombos chinos, que impedan ver el interior de la tienda. En los escaparates se exhiba un montn de trastos orientales, que no pude apreciar si eran autnticos porque no soy coleccionista de antigedades; yo colecciono facturas pendientes de pago. La entrada tena cristalera; pero tampoco a travs de ella pude ver mucho porque el local era muy oscuro. A un lado de la tienda se vea la entrada de un edificio y al otro un resplandeciente comercio de joyera a plazos. El joyero estaba en la puerta, balancendose con aire aburrido. Era un judo alto y apuesto, con pelo blanco, vestido de oscuro y con un brillante de nueve quilates en la mano derecha. Una leve sonrisa burlona curv sus labios cuando vio que me dispona a entrar en el establecimiento de Geiger. Dej que la puerta se cerrase suavemente a mi espalda y avanc sobre una mullida alfombra azul que cubra el suelo de pared a pared. Haba butacones de cuero azul con mesitas de fumar a su lado. Algunas colecciones de encuadernaciones fileteadas, sujetas entre soportes, estaban expuestas en estrechas mesitas pulidas. Haba ms encuadernaciones de lujo en pequeas vitrinas adosadas a las paredes. Mercanca de hermoso aspecto que los ricos compraran por metros para mandar poner en ella sus ex

libris. Al fondo haba un tabique de madera veteada, con una puerta en medio, que en ese momento estaba cerrada. En el ngulo que formaba el tabique con una de las paredes, una mujer se hallaba sentada tras un escritorio en el que haba una lamparita de madera tallada. Se levant despacio y vino hacia m contonendose. Llevaba un vestido negro mate. Sus muslos eran largos y andaba con un vaivn que no haba visto nunca en libreras. El pelo, rubio ceniza, suavemente ondulado, dejaba ver las orejas en las que lucan grandes pendientes de azabache. Sus ojos verdes estaban orlados por largas pestaas. Llevaba las uas plateadas. A pesar de su atuendo, tena aspecto equvoco y no propio ni frecuente en el personal de una librera. Se acerc a m con aire seductor y amable que podra embobecer a los ms sesudos hombres de negocios, e inclin la cabeza para arreglarse un rizo rebelde de suave y sedoso pelo. Su sonrisa era falsa, de circunstancias, y poda mejorarse bastante. En qu puedo servirle? pregunt. Yo llevaba puestas mis gafas oscuras. Habl con voz aguda. Tendran por casualidad un Ben Hur mil ochocientos sesenta? No pregunt Cmo?, pero se qued con ganas de hacerlo. Sonri framente. Una primera edicin? Tercera dije, la que tiene una errata en la pgina ciento diecisis. Lo siento seor. En este momento, no. Y un Caballero Audubon, mil ochocientos cuarenta? La coleccin completa naturalmente. Pues tampoco dijo con aspereza.

Su sonrisa, sostenida ahora slo por los dientes y las cejas, estaba prxima a desvanecerse. Venden ustedes libros? dije con mi voz de falsete ms corts. Me mir de arriba abajo. Ahora no sonrea. Sus ojos se haban endurecido y estaba muy rgida. Seal con un ademn las encuadernaciones de las vitrinas. Pues qu es eso?, naranjas? inquiri mordaz. Oh! Ese tipo de libro apenas me interesa, sabe usted? Seguramente tienen grabados en metal baratos y vulgares. Lo corriente. No me interesa, gracias. Ah trat de sonrer de nuevo. Estaba tan dolida como un concejal con paperas. Quiz el seor Geiger..., pero no est aqu en este momento aadi; sus ojos me estudiaban cuidadosamente. Saba tanto de libros como yo de manejar pulgas amaestradas en un circo. Vendr ms tarde? Temo que no venga hasta ltima hora. Qu lstima! dije. Qu lstima! Me sentar y fumar un cigarrillo en uno de esos encantadores sillones. Tengo la tarde libre. Nada en qu pensar, excepto en mi clase de trigonometra. S..., por supuesto. Me dej caer en uno de los sillones y encend un cigarrillo con el encendedor redondo de nquel que estaba en la mesita cercana. La joven permaneci en pie, mordindose los labios y con los ojos ligeramente inquietos. Por fin dio media vuelta y se dirigi a su pequeo escritorio. De cuando en cuando me echaba miradas por encima de la lamparita. Cruc las piernas y bostec. Sus uas plateadas se dirigieron al telfono que haba sobre el escritorio pero no lleg a cogerlo; comenz a golpear la mesa con los dedos.

Durante cinco minutos hubo un silencio absoluto. Se abri la puerta y entr un individuo alto, de aspecto famlico, con bastn y enorme nariz. Se dirigi al escritorio y coloc en l un envoltorio. Sac del bolsillo una cartera con cantos dorados y le mostr algo a la rubia. sta toc un timbre. El individuo en cuestin fue a la puerta del tabique y la entreabri lo suficiente para poder pasar. Termin mi cigarrillo y encend otro. Los minutos transcurran lentamente. Se oa el ruido de los automviles y las bocinas en el bulevar. Pas un enorme descapotable rojo. Son el timbre que anunciaba el cambio en el semforo de la calle. La rubia apoy el codo en el escritorio y, haciendo visera con la mano, mir hacia m. Se abri la puerta del tabique y se desliz fuera el tipo del bastn. Llevaba otro envoltorio del tamao de un libro grande. Fue al escritorio y entreg dinero. Se march como haba venido, andando silenciosamente y respirando con la boca abierta; al pasar por mi lado me dirigi una mirada penetrante. Me levant, salud a la rubia y sal tras l. Se dirigi rumbo al oeste, haciendo molinetes con el bastn. Era muy fcil seguirle. Su abrigo pareca hecho de la manta de un caballo y tena los hombros tan anchos que su cuello emerga de l como un tallo de apio; su cabeza se balanceaba al andar. Anduvo manzana y meda. Al llegar al semforo de la avenida Highland, me puse a su lado y dej que me viera. Me ech una mirada casual, despus otra temerosa y se volvi rpidamente. Cruzamos la avenida Highland y anduvimos otra manzana. Como el individuo tena las piernas largas, cuando llegamos a la esquina me haba sacado una ventaja de veinte metros. Gir a la derecha. Anduvo unos cien pasos y se par. Se

puso al brazo el bastn y sac una pitillera de piel de un bolsillo interior. Cogi un cigarrillo y cuando iba a tirar la cerilla me vio vigilndole desde la esquina y se sobresalt como si le hubieran dado un puntapi. Casi levantaba polvo al recorrer otra manzana a grandes zancadas y golpeando el suelo con el bastn. Torci de nuevo hacia la izquierda. Casi me llevaba media manzana de ventaja cuando llegu al sitio donde haba dado la vuelta. Yo iba jadeando. Era una calle estrecha y bordeada de rboles, con un muro de contencin a un lado y tres grupos de chalets en el otro. El individuo haba desaparecido. Anduve de un lado para otro. Al llegar al segundo chalet, vi algo. Era el llamado El Bab, un sitio oscuro y tranquilo con una doble fila de hotelitos sombreados por rboles. El paseo central estaba adornado con cipreses italianos recortados muy cortos y gruesos, algo que recordaba las tinajas de aceite de Al Bab y los cuarenta ladrones. Detrs de la tercera tinaja se mova una manga de tejido llamativo. Me recost en un rbol y esper. Se oa el ruido del trueno en las colinas. El brillo de los relmpagos iluminaba las nubes negras que se amontonaban hacia el sur. Algunas gotas comenzaron a caer en el pavimento, dejando huellas del tamao de una moneda. El aire era pesado como el del invernadero del general Sternwood. La manga se mostr de nuevo detrs del rbol; despus asomaron una larga nariz y un ojo y el pelo amarillo sin el sombrero que lo cubriera. El ojo me mir y desapareci. El compaero reapareci como un pjaro carpintero, por el otro lado del rbol. Transcurrieron cinco minutos. Se puso nervioso. Los hombres de este tipo son un manojo de nervios. O el chasquido de un fsforo y entonces empez a silbar. Vi una sombra oscura deslizarse sobre la hierba

hacia el rbol siguiente. Entonces el individuo sali al paseo, andando derecho hacia m, dndole vueltas al bastn y silbando. Un silbido desabrido y agitado. Mir hacia el cielo oscuro y pas muy cerca de m. No me dirigi ni una sola mirada. Iba seguro. Se haba deshecho de lo que le estorbaba. Le segu con la mirada hasta que desapareci y me dirig al paseo central de El Bab y separ las ramas del tercer ciprs. Encontr un libro envuelto, me lo ech bajo el brazo y me fui de all. Nadie me llam.

Captulo 5

Cuando volv al bulevar, entr en la cabina telefnica de unas galeras comerciales y busqu el telfono de la residencia de Arthur Gwynn Geiger. Viva en Lveme Terrace, una calle situada en la falda de una colina, al lado del bulevar Laurel Canyon. Por gusto, met un nquel en la ranura y marqu el nmero. Nadie contest. Busqu en la seccin de direcciones clasificadas y anot las de un par de libreras prximas al lugar donde yo me encontraba. La primera de ellas se hallaba en la parte norte, en un amplio piso bajo dedicado a papelera y material de oficina; en el entresuelo slo se vea un montn de libros. No me pareci en lugar adecuado. Cruc la calle y anduve dos manzanas hacia el este, en busca de la otra librera. Esta se acercaba ms a lo que yo buscaba; una pequea tienda estrecha, llena de libros desde el suelo hasta el techo y cuatro o cinco personas ojeando libros ociosamente y manoseando las novedades. Nadie se fijaba en los dems. Me fui al fondo de la tienda; atraves un tabique y hall a una mujer pequea y morena que estaba leyendo un libro de Derecho en un escritorio. Puse mi cartera abierta sobre la mesa y dej que viese la insignia prendida en la solapa. La mir, se quit las gafas y se recost contra el respaldo de la silla. Me guard la cartera. Aquella mujer tena el rostro finamente dibujado de juda inteligente. Se me qued mirando y no dijo nada. Podra usted hacerme un favor, un pequeo favor?

dije. No s. De qu se trata? hablaba con voz un poco ronca. Conoce la tienda de Geiger, cruzando la calle, dos manzanas al oeste? Creo que he pasado por delante alguna vez. Es una librera dije, no del tipo de la de ustedes; lo sabe usted muy bien. Hizo una pequea mueca con la boca y no respondi. Yo pregunt: Conoce usted de vista a Geiger? Lo siento. No le conozco. Entonces no puede decirme qu aspecto tiene? Sus labios se curvaron an ms. Y por qu haba de hacerlo? Por ningn motivo. Si usted no quiere hacerlo, no puedo obligarla a ello. Mir a travs de la puerta divisoria y se recost de nuevo en la silla. Es una insignia de la polica, no? Diputado honorario. No significa nada. No vale una perra chica. Ya. Sac un cigarrillo y se lo puso en la boca. Se lo encend. Me dio las gracias, volvi a colocarse como estaba y me mir a travs del humo. Despus dijo discretamente: Quiere saber qu aspecto tiene y no quiere visitarle? No se encuentra all en este momento. Presumo que estar. Despus de todo, es su tienda. No quiero visitarle precisamente ahora contest. Volvi a mirar hacia la puerta. Pregunt: Sabe usted de libros raros?

Puede ponerme a prueba. Tiene usted un Ben Hur mil ochocientos sesenta, tercera edicin, la que tiene una lnea duplicada en la pgina ciento diecisis? Puso a un lado el libro de Derecho y alcanz un grueso volumen que estaba en el escritorio; busc una pgina y la estudi. Eso no puede tenerlo nadie contest sin levantar la vista. Esa edicin no existe. Exacto. Qu se propone con eso? La dependienta de la tienda de Geiger ignoraba que no exista esa edicin. Levant la mirada. Ya. Est usted empezando a interesarme, aunque no demasiado. Soy detective privado e investigo un caso. Quiz pido demasiado. A m, sin embargo, no me lo parece. Dio una chupada al cigarrillo y lo apret contra el cenicero. Habl con voz suave, con indiferencia: Creo que tiene cuarenta y tantos aos, estatura media, grueso. Pesar unos 80 kilos. De cara ancha; bigote a lo Charlie Chan; cuello grueso y blando. Blando todo l. Bien vestido; va siempre sin sombrero. Presume de entender de antigedades y no es cierto. Ah, su ojo izquierdo es de cristal! Sera usted un buen polica dije. Coloc en su sitio el libro de referencias y volvi a abrir el libro de Derecho delante de ella. Espero que no dijo, y se puso de nuevo las gafas. Le di las gracias y me march. Haba empezado a llover y tuve que correr con el paquete bajo el brazo. Mi coche estaba en una bocacalle del bulevar, casi frente a la tienda

de Geiger. Antes de llegar ya estaba completamente empapado. Me met en el coche, sub ambas ventanillas y sequ el paquete con mi pauelo. Luego lo abr. Ya me figuraba lo que era, claro. Un pesado libro, bien encuadernado, magnficamente impreso en papel fino, repleto de fotografas, de las llamadas artsticas, a toda plana. Tanto las fotos como el texto eran de una indecencia indescriptible. El libro no era nuevo. Haba fechas estampadas en una hoja en blanco, fechas de entrada y salida. Un libro de prstamo. Una biblioteca circulante de obscenidades. Envolv de nuevo el libro y lo guard detrs del asiento. Un negocio como se, en pleno bulevar, pareca significar amplia proteccin. Permanec all sentado, envenenndome con el humo del tabaco, escuchando la lluvia y pensando en el asunto.

Captulo 6

La lluvia llenaba las cunetas y en el pavimento salpicaba hasta la altura de la rodilla. Corpulentos policas, protegidos con impermeables relucientes, se divertan de lo lindo cruzando en brazos, a travs de los sitios donde los charcos eran mayores, a algunas muchachas que rean alborozadas. La lluvia golpeaba el techo de mi coche, que empez a calarse. A mis pies se fue formando un charco. Era mucha lluvia para esta poca. Me puse el impermeable y corr al bar ms prximo para tomarme un whisky. Cuando volv, senta menos fro y me encontraba ms animado. Haba aparcado en sitio prohibido, pero los policas estaban demasiado atareados, transportando muchachas y tocando el silbato, para preocuparse por eso. A pesar de la lluvia, o quiz a causa de ella, haba bastante movimiento en el comercio de Geiger. Hermosos coches paraban frente a la puerta, y gente, con muy buena pinta, entraba y sala con paquetitos. Y no todos eran hombres. Geiger apareci a eso de las cuatro. Un cup color crema par frente a la tienda y tuve una rpida visin del ancho rostro y del bigote a lo Charlie Chan cuando se ape y entr en el establecimiento. Iba sin sombrero y llevaba un impermeable de cuero verde con cinturn. Debido a la distancia no pude apreciar el ojo de cristal. Un muchacho alto y muy bien parecido sali de la tienda y llev el coche a la vuelta de la esquina, regresando a pie, con el pelo brillante por la lluvia.

Transcurri otra hora. Oscureci y nubes de lluvia envolvieron las luces de los comercios, que parecan perderse en la negrura de la calle. Las bocinas de los autos sonaban estridentemente. A las cinco y cuarto, el muchacho alto y bien parecido, con chaqueta de cuero, sali de la tienda con el paraguas y fue en busca del cup de Geiger. Cuando el coche estuvo frente a la puerta, sali Geiger y el muchacho sostuvo el paraguas, lo sacudi, lo dej en el coche y corri de nuevo a la tienda. Puse mi coche en marcha. El cup se dirigi hacia el este, lo que me oblig a virar hacia la izquierda y hacerme un montn de enemigos; incluso un chfer sac la cabeza por la ventanilla para gritarme. El cup me llevaba dos manzanas de ventaja antes de que yo consiguiera ponerme en su misma direccin. Esperaba que Geiger fuera camino de su casa. Lo vi de lejos un par de veces y observ que giraba al norte, hacia el bulevar Laurel Canyon. Subiendo la cuesta, y hacia la mitad, vir a la izquierda y tom un tramo asfaltado de hormign llamado Lveme Terrace. Era una calle estrecha, con acera alta a un lado y al otro un pequeo ncleo de casitas, parecidas a cabaas, construidas cuesta abajo de modo que los tejados no sobresalan mucho del nivel de la calle. Las ventanas de las fachadas se ocultaban tras setos y arbustos. Los rboles de todo el contorno escurran su mojado follaje. Geiger llevaba encendidas las luces del coche; yo las llevaba apagadas. Aceler y lo pas en una curva; me fij en el nmero de una casa y di la vuelta al final de la manzana. l ya haba parado. Las luces de su coche se hallaban dirigidas hacia el garaje de una casita que tena un seto recortado en forma de caja cuadrada y dispuesto de forma que tapaba completamente la puerta de entrada. Lo

vi salir del garaje con el paraguas y atravesar el seto. No se condujo como si sospechara que alguien iba siguindole. Las luces de la casa se encendieron. Fui hacia la casa de al lado, situada en un plano inferior y que pareca estar vaca aunque ningn signo lo precisara. Aparqu el coche, lo aire, beb un trago de mi botella y me sent. No saba, en realidad, qu era lo que estaba esperando aunque algo me aconsejaba que esperase. Transcurri bastante tiempo. Dos coches subieron por la colina y pasaron de largo. Aquella pareca ser una calle muy tranquila. Poco despus de las seis surgieron ms luces a travs del fuerte aguacero. Ya era noche cerrada. Un coche par ante la puerta de Geiger. Sus faros se apagaron, la portezuela se abri y se ape una mujer con sombrero e impermeable transparente. Pas por el laberinto del seto. Un timbre son dbilmente y la luz indic que se haba abierto una puerta; se oy el ruido de sta al cerrarse y se hizo de nuevo el silencio. Cog de mi coche una linterna y baj a observar el otro automvil. Era un Packard, descapotable, color castao. La ventanilla izquierda estaba bajada. Busqu a tientas la tarjeta con la licencia y enfoqu con la linterna. Estaba extendida a nombre de Carmen Sternwood, 3765 Alta Brea Crescent, West Hollywood. Volv a mi coche y permanec sentado durante largo tiempo. El agua me caa sobre las rodillas y el whisky me haba producido ardor de estmago. No volvieron a pasar ms coches. No se encendi ninguna luz en la casa frente a la cual yo haba aparcado. Pareca un barrio demasiado bueno para que en l existieran malos modales. A las siete y veinte un fuerte fogonazo sali de la casa de Geiger, como un relmpago de primavera. Al hacerse de nuevo la oscuridad, son un ligero grito que se perdi

entre los hmedos rboles. Antes de que el grito se apagase del todo sal del coche y me dirig a la casa. No haba temor en el grito. Ms bien son a sorpresa un tanto agradable, con acento de embriaguez y tono de idiotez. Fue un sonido desagradable. Me hizo pensar en hombres vestidos de blanco, una ventana con barrotes y camas estrechas con correas de cuero para atar las muecas y los tobillos. La casa de Geiger estaba de nuevo en silencio cuando llegu al seto y avanc por el ngulo que tapaba la puerta. Como aldaba haba un aro de hierro en la boca de un len. Lo cog y me dispuse a llamar. En ese preciso instante, como si alguien hubiera estado esperando la seal, tres disparos retumbaron en la casa. Se oy despus un sonido que poda ser un suspiro largo y spero. En aquel instante o un pesado golpe y, despus, pasos rpidos que se alejaban de la casa. La puerta principal estaba situada frente a una escalera estrecha, parecida a una pasarela sobre una zanja, que llenaba el hueco entre la pared de la casa y el borde de la carretera. No haba portal, ni suelo firme, ni tampoco por dnde ir a la parte posterior de la casa. La puerta trasera se hallaba al final de una escalerita de madera que suba desde el callejn de atrs. Yo me figur todo esto porque o ruido de pasos que bajaban. Entonces advert el sbito arranque del motor de un coche que se perdi rpidamente en la distancia. Me pareci que ese sonido fue seguido por el de otro coche, pero no estaba seguro. La casa que haba frente a m estaba silenciosa como un panten. No haba ninguna prisa. Lo que hubiera all, all estaba. Pas por encima de la cerca y me inclin hacia una ventana que no tena persiana, sino solamente unas cortinas, y trat de mirar por el hueco donde se juntaban stas. Vi una lmpara en la pared y el extremo de una estantera. Fui por

la pasarela que estaba frente a la puerta y, precipitndome contra sta, trat de abrirla con el hombro. Fue una tontera. El nico sitio por donde no se puede entrar a la fuerza, en una casa de California, es por la puerta principal. Todo lo que consegu fue lastimarme el hombro y ponerme de mal humor. Volv a saltar por encima de la cerca y utilizando mi sombrero como guante, le di un puetazo a la ventana, con lo que hice saltar todo el cristal inferior. As pude alcanzar un pestillo que cerraba la ventana. El resto fue fcil. No haba pestillo en la parte superior y pude abrir. Me sub a la ventana y apart las cortinas de mi rostro. Ninguna de las dos personas que haba en la habitacin se inquiet por la forma en que entr, aunque solamente una de ellas estaba muerta.

Captulo 7

Era una habitacin amplia, del ancho de toda la casa. El techo era bajo y con vigas; las paredes, de escayola marrn, estaban adornadas con tiras de bordado chino y estampas chinas y japonesas en marcos de madera veteada. Haba estanteras bajas para libros y una gruesa alfombra china de color rosa, en la cual una ardilla podra pasar una semana sin sacar la nariz por encima de la lana. Se vean cojines por el suelo y trozos de seda desparramados como para que el que all viviese pudiera tener siempre un trozo a su alcance para manosearlo. Haba tambin un amplio y chato divn de vieja tapicera rosa, con un montn de ropa encima, entre la que se vean prendas interiores de seda color lila; una enorme lmpara tallada en un pedestal y otras dos con pantallas verde jade, adornadas con largas borlas; un escritorio negro con grgolas talladas en las esquinas, y detrs, un silln negro pulido, con los brazos y el respaldo tallados, y un cojn amarillo. La habitacin estaba impregnada de una extraa mezcolanza de olores entre los que destacaban el picante de la cordita y el aroma enfermizo del ter. En una especie de estrado, situado en un extremo de la habitacin, haba un silln de madera de teca con respaldo alto en el que se hallaba sentada, sobre un chal anaranjado con flecos, Carmen Sternwood. Estaba muy erguida en su asiento, con las manos sobre los brazos del silln, las rodillas muy juntas y el cuerpo rgido, en la posicin de

una diosa egipcia; sus pequeos dientes brillaban a travs de los labios entreabiertos. Tena los ojos muy abiertos. El color pizarra del iris haba devorado las pupilas. Eran ojos de loca. Pareca estar inconsciente, pero su postura no lo confirmaba. Daba la sensacin de que estuviera pensando en algo muy importante y que eso le produjera una gran placidez. De su boca sali un ligero sonido, semejante a una risita ahogada, que no cambi su expresin, pues apenas movi los labios. Llevaba pendientes de jade. Eran muy bonitos y probablemente haban costado un par de cientos de dlares. No llevaba otra cosa encima. Tena un hermoso cuerpo, pequeo, macizo, compacto, firme y redondeado. Su piel, a la luz de la lmpara, tena el brillo trmulo de una perla. Sus piernas no posean la gracia provocativa de las de la seora Regan, pero eran muy bonitas. La mir sin ningn deseo. Aunque desnuda, era como si no estuviese en la habitacin. Para m era solamente una estampa de la estupidez. Siempre fue tan slo una estpida. Dej de contemplarla y mir a Geiger. Estaba en el suelo, cado de espaldas, fuera de la alfombra china, frente a una cosa que pareca un pilar totmico con perfil de guila y cuyo ojo, grande y redondo, era la lente de una cmara fotogrfica. Esta lente estaba enfocada hacia la muchacha desnuda en la silla. Haba un flash unido a un ngulo del pilar totmico. Geiger llevaba zapatillas chinas de gruesa suela de fieltro. Sus piernas se perdan bajo un pijama de raso negro y su chaqueta era una tnica china bordada, cuya pechera estaba ensangrentada. El ojo de cristal reluca y pareca mirarme fijamente y era lo nico en Geiger que daba la sensacin de vida. A primera vista, ninguno de los tres

tiros haba fallado. Estaba ms muerto que una piedra. El flash haba producido el ramalazo de luz que yo haba visto y el grito fue la reaccin de la muchacha. Los tres tiros haban sido idea de alguna otra persona dispuesta a dar un nuevo giro a los acontecimientos. Idea del muchacho que haba bajo las escaleras de la puerta trasera y haba huido en un coche. Reconoc el mrito, desde su punto de vista. En el escritorio, un par de vasos frgiles con rebordes dorados descansaban en una bandeja de laca junto a un frasco panzudo lleno de lquido pardo. Quit el tapn y olfate el lquido. Ola a ter y a algo ms, probablemente ludano. Nunca haba probado la mezcla, pero pareca asociarse bastante bien con un tipo como Geiger. Escuch la lluvia golpear contra el techo y las ventanas del norte. Aparte de esto no haba ningn ruido. Ningn coche, ninguna sirena; slo el sonido de la lluvia. Fui hacia el divn y me quit el impermeable. Mir las ropas de la muchacha. Haba un vestido de lanilla rojo plido, sencillo, de media manga. Pens que podra arreglrmelas. Decid darle la ropa interior, no por delicadeza, sino porque no poda imaginarme ponindole las bragas y abrochndole el sostn. Acerqu el vestido a la silla de teca. Carmen Esternwood tambin ola a ter desde unos metros de distancia. Segua soltando risitas ahogadas y un poco de espuma le escurra de la boca. Le di unas palmadas en la cara. Parpade y dej de rer. Volv a palmotearle la cara. Vamos dije, hgame caso y vstase. Me mir sin expresin; sus ojos grises estaban tan vacos como los agujeros de un antifaz. Volv a darle palmadas en la cara pero no reaccion ni se espabil. Empec a maniobrar con el vestido. Esto no le import tampoco.

Dej que le levantara los brazos y separ los dedos, como si eso fuera encantador. Pude meter sus brazos en las mangas, pasarle el vestido y ponerla en pie. Cay en mis brazos rindose. Volv a sentarla en la silla y le puse las medias y los zapatos. Vamos a dar un paseo dije, un pequeo paseo. As lo hicimos. Unas veces sus pendientes me golpeaban el pecho y otras nos tambalebamos, al mismo tiempo, como bailarines profesionales. Pasamos por encima del cuerpo de Geiger. La obligu a mirarlo. Le encontr encantador. Se ech a rer e intent decrmelo, pero no lo consigui. La llev al divn y la acost. Hip dos veces, ri y se volvi a dormir. Me met todas sus pertenencias en los bolsillos y pas detrs del pilar totmico. La cmara estaba efectivamente all, pero no haba placa alguna. Mir alrededor, por el suelo, pensando que Geiger pudo haberla sacado antes de que le disparasen. No se vea ninguna placa. Cog la mano del cadver y la volv. Tampoco la tena l. No me gustaba cmo se iban desarrollando las cosas. Fui al vestbulo, al fondo, y registr la casa. Haba un cuarto de bao a la derecha y una puerta cerrada con llave; la cocina estaba detrs. La ventana haba sido forzada y se vea en el marco el hueco donde haban apoyado el gancho para abrir. La puerta trasera estaba abierta. La dej as y ech una ojeada a un dormitorio situado a la izquierda del vestbulo. Estaba aseado y con muchos adornos; era afeminado. En la cama haba una colcha arrugada. En un tocador con triple espejo haba perfumes, adems de un pauelo, dinero suelto, cepillos de caballero y un llavero. En un armario haba ropa de hombre y unas zapatillas debajo del borde de la colcha arrugada. Sin duda, aquel era el dormitorio de Geiger. Llev el llavero a

la habitacin de la entrada y registr el escritorio. Encontr una caja de acero en uno de los cajones. La abr con una de las llaves. Haba en ella solamente una libreta con tapas de piel azul, con ndice y mucha escritura en cifra, con la misma letra oblicua de la nota dirigida al general Sternwood. Me guard la libreta en el bolsillo, limpi la caja de acero para quitarle las huellas, cerr el escritorio, me guard las llaves, me puse el impermeable e intent despertar a Carmen Sternwood. No fue posible. Le encasquet el sombrero, la envolv como pude en el impermeable y la llev al coche. Volv para apagar las luces de la casa y cerrar la puerta. Busqu las llaves en un bolsillo y puse en marcha el Packard. Bajamos la colina sin encender las luces. Llegamos a Alta Brea Crescent en diez minutos. Carmen pas el tiempo roncando y echndome a la cara su aliento que ola a ter. No pude quitar su cabeza de mi hombro. Lo nico que pude conseguir es que no me la pusiera en las rodillas.

Captulo 8

Haba luz en la puerta de uno de los lados de la mansin Sternwood. Detuve el Packard ante la puerta y vaci mis bolsillos en el asiento. La muchacha roncaba en un rincn del coche, con el sombrero echado sobre la nariz y las manos cadas entre los pliegues del impermeable. Sal del coche y toqu el timbre. Se oyeron pasos lentos, como si vinieran de una remota distancia. La puerta se abri y el mayordomo alto, de cabeza plateada, me mir. La luz del vestbulo pareca poner un halo a su cabeza. Buenas noches, seor dijo cortsmente. Mir el Packard y volvi a mirarme. Est la seora Regan en casa? No, seor. El general estar durmiendo, supongo. S. Al anochecer es cuando mejor duerme. Y la sirvienta de la seora Regan? Matilde? Est aqu, seor. Mejor ser que le diga que salga. Es cosa que necesita mano femenina. Eche una ojeada dentro del coche y ver por qu. Lo hizo y volvi. Ya veo. Voy a buscar a Matilde. Matilde la tratar bien, espero. Todos hacemos cuanto nos es posible por tratarla bien. Me figuro que tendrn prctica. El mayordomo dej pasar la indirecta. Bien, buenas noches dije; la dejo en sus manos.

Muy bien, seor. Quiere que avise a un taxi? De ningn modo. En realidad, yo no estoy aqu. Est usted viendo visiones. Sonri e hizo una inclinacin de cabeza. Sal del chalet. Anduve diez manzanas por calles encharcadas, bajo el constante goteo de los rboles. Pas ante las ventanas iluminadas de grandes chalets que parecan perdidos en enormes terrenos fantasmales. En lo alto de la colina se vean ventanas iluminadas, remotas e inaccesibles como casas embrujadas en medio de un bosque. Llegu a una gasolinera, resplandeciente de luz innecesaria, donde un aburrido mecnico con gorra blanca y abrigo azul se hallaba sentado en un banco, detrs del cristal empaado, leyendo el peridico. Fui a entrar, pero continu mi camino. No poda mojarme ya ms de lo que estaba y en una noche como sta le crece a uno la barba esperando un taxi. Adems los taxistas tienen buena memoria. Tard ms de media hora en volver a casa de Geiger. No haba nadie en la calle, ni coches tampoco, excepto el mo, que estaba donde lo dej y tena un aspecto tan desgraciado como un perro perdido. Saqu de l mi botella de whisky y me tragu la mitad de lo que quedaba. Me met en el coche y encend un cigarrillo. Fum la mitad y lo tir; sal otra vez, dirigindome a casa de Geiger. Abr la puerta y entr en aquella atmsfera tibia y oscura y permanec all, chorreando y escuchando la lluvia. Busqu a tientas una lmpara y la encend. Lo primero que not es que faltaba en la pared un par de tiras de seda bordada. Yo no las haba cortado pero se vea claramente el espacio desnudo en donde haban estado. Encend otra lmpara y mir al pilar totmico. A sus pies, al borde de la alfombra china, sobre el suelo desnudo,

haba sido extendida una alfombra. No estaba all antes. En cambio, el cuerpo de Geiger, que s haba estado, ahora no estaba. Haba desaparecido. Esto me dej helado. Volv a buscar por toda la casa. Todo segua como antes. Pero el cuerpo de Geiger no se encontraba en la cama de colcha arrugada, ni debajo de ella, ni en el armario. Tampoco estaba en la cocina, ni en el cuarto de bao. nicamente quedaba por ver la habitacin cerrada de la derecha del vestbulo. Una de las llaves de Geiger la abra. Era una habitacin curiosa por ser totalmente diferente de la habitacin de Geiger: una pieza sobria y varonil, con el suelo de madera pulida, un par de alfombrillas pequeas de estilo indio, dos sillas rectas, un escritorio de madera oscura veteada, un neceser masculino y dos velas negras en candelabros de cobre de pie largo. La cama, estrecha y al parecer no muy blanda, tena una colcha de batik. La habitacin estaba fra. Volv a cerrar, limpi el picaporte con un pauelo y regres hasta el pilar totmico. Me arrodill y examin el suelo desde el borde de la alfombra hasta la puerta. Cre distinguir dos huellas paralelas que llevaban esa direccin, como si los talones hubieran sido arrastrados. Quienquiera que lo hubiese hecho, haba sido por puro inters. Los cadveres pesan ms que los corazones destrozados. No haba sido la justicia. En ese caso estaran all, manejando ya las cintas para medir y la tiza, las cmaras fotogrficas, buscando huellas y fumando puros baratos. Alguien haba estado all, desde luego. Tampoco era el asesino. l se fue con demasiada prisa. Debi de ver a la chica y no estaba seguro de que sta fuera lo suficientemente loca como para no verlo. Yo no poda ni tena que averiguar el porqu, pero estaba de acuerdo en que quien fuere prefera a Geiger desaparecido que

simplemente asesinado. Esto me daba oportunidad de ver si poda contarlo todo sin mencionar a Carmen Sternwood. Volv a cerrar la casa, puse el coche en marcha y me fui a mi casa en busca de una buena ducha, ropa seca y una cena a deshora. Despus de todo esto, me sent y beb bastante ponche caliente, mientras intentaba descifrar la clave de la libreta azul de Geiger. De lo nico que poda estar seguro es de que se trataba de una lista de nombres y direcciones, probablemente de clientes. Haba ms de cuatrocientos, lo que haca que fuese un negocio interesante, sin mencionar las posibilidades de chantaje. Y haba montones. Cualquier nombre de la lista poda ser el presunto asesino. Desde luego, no envidiaba la labor de la polica cuando recibiera la libreta. Me fui a la cama lleno de whisky y desazn y so que un hombre con tnica china ensangrentada persegua a una muchacha desnuda que llevaba largos pendientes de jade, mientras yo corra tras ellos e intentaba sacarles una foto con una cmara vaca.

Captulo 9

La maana siguiente era clara y soleada. Me despert con la boca pastosa; beb dos tazas de caf y le los diarios de la maana. En ninguno encontr referencia a Arthur Gwynn Geiger. Me hallaba sacudiendo mi traje hmedo para tratar de quitarle las arrugas, cuando son el telfono. Era Bernie Ohls, investigador principal del fiscal del distrito, el que me haba recomendado al general Sternwood. Bien. Cmo est el muchacho? empez. Su voz era la de un hombre que ha dormido bien y que no suele beberse su dinero. Bajo los efectos de la resaca contest. Hum! ri distradamente y su voz se torn demasiado indiferente; era la astuta voz de un polica. Has visto ya al general Sternwood? Hum! Has hecho algo por l? Demasiada lluvia contest, si a esto se le puede llamar contestacin. Esa parece ser una familia a la que le ocurren muchas cosas. Un enorme Buick, que les pertenece, ha cado al agua en el muelle del Lido. Apret el auricular y contuve el aliento. S dijo Ohls alegremente, un precioso Buick nuevo, todo sucio de arena y agua de mar... Ah, casi se me olvidaba! Haba un tipo dentro. Regan? pregunt.

Cmo? Quin? Ah, s! Quieres decir el ex contrabandista que la muchacha conoci y con el que se cas ms tarde. No le he visto. Adems, qu diablos iba a estar haciendo all? Djate de decir tonteras. Qu iba a hacer nadie en semejante lugar? No s, chico. Voy a ir a verlo. Quieres venir? S. Pues date prisa. Estar en mi guarida. En menos de una hora, despus de afeitarme, vestirme y desayunar, llegu al Palacio de Justicia. Sub al sptimo piso y me dirig a donde se hallan los pequeos despachos de los hombres del fiscal del distrito. El de Ohls no era mayor que los dems, pero lo ocupaba l solo. No haba nada en su mesa, excepto un secante, un juego barato de escritorio, su sombrero y uno de sus pies. Era un hombre rubio, de mediana estatura, de cejas blancas y rectas, ojos tranquilos y dientes bien cuidados. Tena el aspecto de un hombre comn y corriente. Yo saba que haba matado a nueve hombres; tres de ellos le estaban apuntando con una pistola, o se supone que le apuntaban. Se levant y se guard en el bolsillo una caja metlica de puros cortos llamados Entreactos; movi el que tena en la boca, ech la cabeza hacia atrs y me dirigi una mirada astuta por encima de la nariz. No es Regan dijo. Lo comprob. Regan es corpulento, tan alto como t y un poco ms grueso. Este es un muchacho. No hizo comentario alguno. Por qu se ha largado Regan? pregunt. Estar metido en esto? No lo creo dije. Cuando un tipo que ha estado en el negocio de los licores se casa con una rica heredera y despus les dice

adis a la bella dama y a un par de millones de billetes legtimos, eso ya es suficiente para dar que pensar, incluso a m. Supongo que creas que esto era un secreto. Hum...! De acuerdo! Sigue as, chico. No te guardo rencor. Se levant, vino hacia m golpendose los bolsillos y alcanz su sombrero. No estoy buscando a Regan dije. Ohls cerr la puerta y nos fuimos al aparcamiento oficial, donde cogimos un Sedn azul. Nos dirigimos al bulevar Sunset, utilizando la sirena de cuando en cuando para no tener que parar ante las seales. Era una hermosa maana, de esas que hacen que la vida parezca sencilla y agradable si no se tuvieran demasiadas preocupaciones. Yo las tena. Haba sesenta kilmetros hasta el Lido por la carretera que bordeaba la costa, los veinte primeros con bastante trnsito. Tardamos tres cuartos de hora en llegar hasta all. Paramos frente a un arco de estuco descolorido y nos apeamos. Un largo muelle parta del arco en direccin al mar. Se vea un montn de gente al final del muelle. Un motorista se hallaba situado en el arco, para impedir que otro grupo de gente se acercase al muelle tambin. Haba coches aparcados a ambos lados de la carretera, sin duda eran los aficionados, de uno y otro sexo, de los sucesos. Ohls mostr al motorista su insignia y pasamos al muelle, donde se perciba un fuerte olor a pescado, que una noche de lluvia no haba suavizado nada. Ah est, en la gabarra dijo Ohls, sealando con el puro. Una gabarra negra, baja, con una timonera como la de un remolcador, se hallaba junto a los pilares del final del muelle. Haba en su cubierta algo que brillaba al sol de la

maana y que todava estaba rodeado con las cadenas de la gra que lo haba izado a bordo: un gran coche negro y cromado. El brazo de la gra haba sido llevado a su posicin normal y bajado al nivel de la cubierta. Algunos hombres rodeaban el coche. Bajamos a la cubierta por unas escaleras resbaladizas. Ohls salud a un teniente con uniforme caqui y a un hombre con traje de paisano. Los tres hombres que formaban la tripulacin de la gabarra estaban recostados contra la timonera, mascando tabaco. Uno de ellos frotaba su pelo hmedo con una toalla sucia. Deba de ser el que se haba tirado al agua para enganchar las cadenas al coche. Examinamos el coche. El parachoques delantero estaba doblado; uno de los faros roto y el otro doblado, pero con el cristal intacto. El radiador tena una enorme abolladura y la pintura y el niquelado de todo el coche estaban araados. La tapicera estaba empapada y negra. Ninguno de los neumticos pareca haber sufrido dao alguno. El chfer estaba an contra el volante, con la cabeza cada sobre el hombro en una posicin anormal. Era un muchacho delgado, de pelo oscuro, bien parecido hasta haca poco. Ahora, su rostro tena un color blanco azulado; los ojos eran un apagado reflejo bajo los prpados cados; la boca abierta tena arena y en la sien izquierda se vea una magulladura que se destacaba contra la blancura de su piel. Ohls se apart del coche, hizo un ruido con la boca y encendi un puro. Qu ha ocurrido? El hombre de uniforme seal a los curiosos que haba al final del muelle. Uno de ellos estaba tanteando el lugar donde la barandilla haba sido derribada en un ancho

espacio. La madera partida estaba amarilla y limpia como pino recin cortado. Cay por all. Debi de chocar fuerte. La lluvia cay de pronto por aqu, alrededor de las nueve. La madera partida est seca por dentro. Ocurri despus que ces la lluvia. Cay en medio del agua, por lo que no pudo golpearse ms de lo que estaba; no habra ms de media marea, pues si no, lo habra arrastrado ms lejos o se habra golpeado contra los pilares. Puede calcularse alrededor de las diez. Quiz las nueve y media, pero no antes. Como se vea el coche bajo el agua, cuando los muchachos vinieron a pescar esta maana, hicimos que la gabarra lo sacase y nos encontramos con el muerto. El hombre sin uniforme restreg la punta del zapato en la cubierta. Ohls me mir de reojo. Estara borracho? pregunt sin dirigirse a nadie en particular. El hombre que se haba estado secando con la toalla carraspe de forma tan violenta que todo el mundo mir hacia l. He tragado arena dijo y escupi. No tanto como el amigo del coche pero s un poco. El hombre uniformado aadi: Poda estar bebido y alardeando solo bajo la lluvia. Los borrachos son capaces de cualquier cosa. Borracho, demonio! exclam el del traje de paisano. La palanca del acelerador estaba medio bajada y el tipo ha sido golpeado en la sien. Esto para m se llama asesinato. Ohls mir al hombre de la toalla. Usted qu opina? El hombre pareci halagado. Sonri. A m me parece suicidio. No es asunto que me atae;

pero como me pregunta, digo que es suicidio. En primer lugar, el individuo hizo en el muelle un surco completamente derecho. Se ven perfectamente las huellas de los neumticos. Eso demuestra que fue despus de cesar la lluvia, como dijo el polica. Luego golpe el malecn con fuerza, o no hubiera podido atravesarlo, y cay con el lado derecho hacia arriba. Probablemente dio un par de vueltas y, como iba a mucha velocidad, golpe de lleno la barandilla. Eso es ms de medio acelerador. Pudo haberlo hecho con la mano mientras caa y herirse en la cabeza al caer. Ohls dijo: Vaya vista, amigo. Le han registrado? pregunt al polica. El polica, entonces, me mir a m, despus a la tripulacin, que segua recostada contra la timonera. Bueno, djelo. Un hombre bajito, con gafas y expresin cansada, baj las escaleras del muelle. Eligi un sitio limpio en la cubierta y coloc all un maletn negro. Entonces se quit el sombrero y se frot el cuello mirando al mar, como si no supiera dnde estaba o para qu haba ido all. Ah tiene usted a su cliente, doctor dijo Ohls. Cay del muelle la noche pasada, entre las nueve y las diez. Eso es todo lo que sabemos. El hombrecillo mir con desgana hacia el cadver. Le toc la cabeza, mir la magulladura de la sien y movi la cabeza con ambas manos. Palp las costillas. Levant una de las manos y examin las uas, luego la dej caer. Se dirigi al maletn y sac de l un talonario de impresos de la oficina fiscal y empez a escribir. La fractura del cuello es la causa aparente de la muerte dijo mientras escriba, lo que significa que no habr tragado mucha agua y que va a empezar a adquirir rigidez

rpidamente, ahora que est en contacto con el aire. Mejor ser sacarle del coche en seguida. Supongo que no les gustar sacarlo cuando haya adquirido la rigidez cadavrica. Ohls aprob con la cabeza. Cunto tiempo lleva muerto? No puedo decirlo. Ohls le dirigi una mirada inquisidora y se quit el puro de la boca. Encantado de conocerle, doctor. Un hombre del juzgado de guardia que no puede averiguarlo en cinco minutos, me confunde usted. El hombrecillo sonri agriamente, guard el talonario en su maletn y se meti el lpiz en el bolsillo. Si cen anoche, se lo dir, cuando averige a qu hora comi. Pero no en cinco minutos. El hombrecillo mir de nuevo la magulladura. No lo creo. El golpe se lo dieron con algo cubierto. Y ya haba sangrado, subcutneamente, estando vivo an. Cachiporra, eh? Muy posiblemente. El mdico se despidi con una inclinacin de cabeza; cogi su maletn y se fue hacia las escalerillas del muelle. Una ambulancia esperaba en el arco de estuco. Ohls me mir y dijo: Marchmonos. El paseo no ha valido la pena, verdad? Volvimos al muelle y nos metimos en el coche de Ohls. Dio la vuelta y nos dirigimos de nuevo a la ciudad por la carretera, lavada por la lluvia, entre colinas redondas de arena blanca y amarillenta con terrazas de musgo. Hacia el mar, algunas gaviotas revoloteaban y se posaban sobre algo en el oleaje. A lo lejos, un yate blanco pareca estar

colgado del cielo. Ohls levant la barbilla y pregunt: Le conoces? Claro; es el chfer de los Sternwood. Le vi ayer limpiando ese mismo coche. No quiero agobiarte, Marlowe. Dime solamente si el encargo que te dieron tiene algo que ver con l. No. Ni siquiera s cmo se llama. Owen Taylor. Que cmo le conozco? Es curioso; hace un ao aproximadamente lo tuvimos a la sombra por rapto. Parece ser que se escap a Yuma con una de las hijas de Sternwood, la ms joven. La hermana les sigui y los trajo aqu nuevamente e hizo que metieran en chirona a Owen. Al da siguiente volvi para entrevistarse con el fiscal del distrito y solicit que le pusieran en libertad. Dijo que el muchacho tena intencin de casarse con su hermana y deseaba hacerlo pero que su hermana no quera. Ella slo deseaba divertirse un poco. As, pues, soltamos al muchacho y, santo Dios!, continu trabajando con los Sternwood. Poco despus recibimos los informes y las huellas dactilares, que por puro trmite habamos pedido a Washington, y result que tiene antecedentes en Indiana por intento de atraco a mano armada, hace seis aos. Estuvo condenado a seis meses de prisin que cumpli en la misma crcel de donde se fug Dillinger. Pasamos esta informacin a los Sternwood, pero no le despidieron. Qu opinas de esto? Parece una familia de locos dije. Saben algo de la noche pasada? No. Tengo que ir ahora all a informarles. Que no se entere el viejo, si es posible. Por qu? Tiene bastantes preocupaciones ya, y est enfermo.

Te refieres a lo de Regan? Frunc las cejas. No s nada de Regan. Ya te lo dije. No le estoy buscando. Que yo sepa, no se ha metido con nadie. Ohls exclam Oh! y mir pensativamente hacia el mar. Durante el resto del trayecto, apenas hablamos. Me dej en Hollywood, cerca del teatro Chino y se fue hacia Alta Brea Crescent. Almorc en un bar y hoje un peridico de la tarde. No encontr nada referente a Geiger. Despus de almorzar me fui hacia el bulevar para echarle una ojeada a su establecimiento.

Captulo 10

El vendedor de joyas se encontraba a la puerta de su establecimiento, en igual postura que la tarde anterior. Me dirigi la misma mirada irnica cuando me vio entrar en la librera de Geiger. La tienda tena el mismo aspecto. La misma lmpara brillaba en el pequeo escritorio del rincn y la misma rubia, con el mismo traje, sali de detrs de l y vino a mi encuentro con la misma sonrisa. En qu...? dijo y enmudeci. Mova los dedos con nerviosismo y se notaba cierto esfuerzo en su sonrisa. No era lo que se llama una sonrisa. Ms bien era una mueca, pero ella crea que sonrea. Aqu estoy de vuelta dije alegremente e hice un ademn con el cigarrillo. Est hoy el seor Geiger? Lo siento, me temo que no. Qu deseaba? Me quit las gafas oscuras y me golpe delicadamente la mueca con ellas. Si se puede parecer un hada y pesar 85 kilos, me estaba saliendo estupendamente. Lo de esas ediciones era solamente un pretexto cuchiche. Debo andar con cuidado. Tengo algo que le interesar, algo que ha deseado durante largo tiempo. Las uas plateadas acariciaron la oreja adornada con jade. Ah, un vendedor! dijo. Bien, puede usted volver maana. Creo que estar aqu. No disimule dije, tambin soy del oficio. Sus ojos se achicaron hasta que quedaron reducidos a un leve reflejo verde, como un lejano lago entre la sombra de

los rboles. Sus uas se clavaron en las palmas de las manos. Me mir con temor. Est enfermo? Podra acercarme a su casa dije con impaciencia. No voy a pasarme la vida detrs de l. Usted... pues..., usted... se atragant Pens que iba a caerse de bruces. Todo su cuerpo temblaba y pareca que la cara se le deshaca en pedazos como el merengue de un pastel de boda. Se rehizo lentamente, como si levantara un gran peso, con enorme esfuerzo de voluntad. La sonrisa intent aparecer de nuevo. No dijo por fin la muchacha. No, no est en la ciudad. El ir a su casa no le servira de nada. No podra... volver maana? Abra la boca para decir algo cuando la puerta del tabique se entreabri. El muchacho alto y bien parecido que haba despedido a Geiger el da anterior, plido y con los labios apretados, me vio y volvi a cerrar rpidamente pero no antes de que yo pudiera ver, tras l, un montn de cajas de madera envueltas en papel de peridico y llenas de libros. Las manipulaba un hombre vestido con un mono completamente nuevo. Estaban trasladando a otro lugar las existencias de Geiger. Cuando la puerta se cerr volv a ponerme las gafas oscuras y me toqu el sombrero. Hasta maana, entonces. Me gustara dejarle una tarjeta, pero ya sabe usted de qu se trata. S, ya lo s. Sal de la tienda y me fui hacia el callejn que hay detrs de los comercios del bulevar. Una camioneta negra, con los laterales de alambre y sin nombre alguno, se hallaba frente a la tienda de Geiger. El hombre del mono completamente nuevo colocaba en ella una caja. Volv al

bulevar y, frente a la manzana siguiente a la del local de Geiger, encontr un taxi libre delante de una boca de riego. El taxista, un muchacho de aspecto lozano, estaba leyendo una revista de sucesos sangrientos. Me inclin y le ense un dlar. Seguimos un rastro? Me mir de arriba abajo. Poli? Privado. Sonri. Soy su hombre. Guard la revista y entr en el taxi. Dimos la vuelta a la manzana y paramos enfrente del callejn, ante otra boca de riego. Haba ya en la camioneta una docena de cajas cuando el hombre del mono subi la trampilla trasera y se puso al volante. Sgalo dije al taxista. El de la camioneta puso en marcha el motor, mir a un lado y a otro del callejn y sali rpidamente. Gir a la izquierda. Nosotros hicimos lo mismo. A lo lejos vi a la camioneta tomando la direccin oeste y le dije al taxista que se aproximara un poco. No lo hizo o no pudo conseguirlo. Vi la camioneta dos manzanas ms all cuando llegamos a la calle Franklin. An la divisbamos cuando llegamos a Vine; cruzamos esa calle para meternos en la de Western. La vimos un par de veces despus de Western. Haba mucho trnsito y el taxista la segua muy de lejos. Le estaba hablando de eso, en trminos poco diplomticos, cuando la camioneta, ya muy alejada, volvi a torcer hacia el norte. La calle en la que dio la vuelta se llama Britanny Place. Cuando llegamos all, la camioneta se haba esfumado.

El chfer del taxi me haca seas para tranquilizarme, a travs del cristal, y subimos la colina a gran velocidad, buscando la camioneta detrs de los rboles. Dos manzanas ms arriba, Britanny Place torca al este e iba a desembocar en Randall Place por una faja de terreno en la que haba un edificio blanco, cuya fachada daba a Randall Place, con un garaje en el stano que tena salida a Britanny Place. Pasamos por delante. El taxista me iba diciendo que la camioneta no poda estar muy lejos cuando mir a travs de los arcos de entrada al garaje y la vi en la penumbra, con las puertas traseras abiertas. Fuimos a la entrada del edificio y me ape. No haba nadie en el vestbulo y tampoco la lista con los nombres de los inquilinos. Haba un escritorio de madera contra la pared, debajo de un panel con buzones dorados. Le los nombres. Un individuo llamado Joseph Brody tena el apartamento 405. Un tal Joe Brody haba recibido cinco mil dlares del general Sternwood por dejar de jugar con Carmen y encontrar alguna otra muchachita como compaera de juego. Poda ser el mismo Joe Brody. Me sent inclinado a pensar que haba muchas posibilidades de ello. Me situ al pie de la escalera, al lado de la cual estaba el hueco del ascensor automtico. La parte superior de ste se hallaba a nivel del suelo. Al lado de la puerta del hueco del ascensor haba otra en la que se lea Garaje. La abr y baj por unas escaleras estrechas que conducan al stano. La puerta del ascensor estaba abierta y el hombre del mono nuevo grua como un loco, mientras colocaba en l las pesadas cajas. Me plant a su lado, encend un cigarrillo y lo contempl durante un momento. Despus dije: Vigila el peso, muchacho. Slo resiste una tonelada.

Adonde van estas cajas? Brody, cuatrocientos cinco contest. Administrador? S. Tiene trazas de ser un buen botn. Se me qued mirando con ojos inexpresivos. Libros gru. Cincuenta kilos largos cada caja, y yo no resisto ms de cuarenta. Bueno, vigila el peso. Se meti en el ascensor con seis cajas y cerr la puerta. Regres al vestbulo y sal a la calle. Volv a subir al taxi que me llev a la ciudad, al edificio donde tengo mi oficina. Le di al taxista una buena propina y l me entreg una tarjeta comercial con las puntas dobladas, que por una vez no dej caer en el jarrn de maylica lleno de serrn que hay al lado del asiento del ascensor. Tena habitacin y media en la parte trasera del sptimo piso. La media habitacin era una oficina dividida en dos salas para recibir. La otra tena nicamente mi nombre. Siempre dejaba la recepcin sin cerrar por si vena algn cliente y quera sentarse y esperar. Haba un cliente.

Captulo 11

Llevaba un traje de tweed oscuro, camisa de hombre y corbata y zapatos fuertes de deporte. Las medias eran transparentes, como las del da anterior, pero no las luca demasiado. Su pelo negro brillaba debajo de un sombrerito marrn, a lo Robin Hood, que deba haber costado cincuenta dlares y tena el aspecto de poderse hacer con un rodillo y empleando una sola mano. Vaya, se levanta usted de la cama! dijo, arrugando la nariz y mirando el sof descolorido y las dos butacas desiguales, las cortinas que necesitaban un lavado y la minscula mesa de lectura con venerables revistas para dar un aire profesional. Estaba empezando a pensar que quiz trabajaba usted en la cama, como Marcel Proust. Y quin es ese seor? me puse un cigarrillo en los labios y me qued mirndola. Pareca un poco plida y en tensin, pero tena el aspecto de una chica que puede aguantar ese estado. Un escritor francs; un entendido en degenerados. Era de suponer que no le conocera. Bah..., bah...! Pase a mi oficina. Se levant diciendo: No estuvimos muy de acuerdo ayer; quiz estuve grosera. Estuvimos groseros los dos repliqu. Abr la puerta y la sostuve para que ella pasase. Penetramos en el resto de mi suite, amueblada con una

alfombra castao rojizo, no muy nueva; cinco ficheros verdes, tres de ellos llenos de puro aire de California; un calendario de anuncio, que representaba a unas bailarinas deslizndose por un suelo azul celeste, con trajes de color de rosa, pelo castao y ojos tan grandes como ciruelas gigantes; tres sillas de madera, imitacin castao; el escritorio de rigor, con secante, juego de plumas y lpices, cenicero, el telfono de costumbre y el silln giratorio, tambin de costumbre. No tiene preparado el escenario con mucho lujo dijo, sentndose en el lado del escritorio destinado a los clientes. Me dirig al buzn del correo y cog seis sobres: dos cartas y cuatro anuncios. Colgu mi sombrero en el telfono y me sent. Tampoco lo hacen los detectives privados contest. No se puede hacer mucho dinero en este negocio, si se es honrado. Si se monta un escenario de lujo es porque se est ganando dinero o se tienen esperanzas de ganarlo. Oh! Es usted honrado? pregunt al tiempo que abra el bolso. Sac un cigarrillo de una pitillera esmaltada, lo encendi con un mechero de bolsillo y volvi a guardar pitillera y mechero en el bolso, que dej abierto. Desgraciadamente. Entonces, por qu se meti en esta clase de negocios? Por qu se cas usted con un contrabandista? Dios mo, no empecemos de nuevo a pelearnos! He estado tratando de telefonearle toda la maana. Aqu y a su apartamento. Para hablarme de Owen? Su cara adquiri una expresin seria. Su voz era dulce.

Pobre Owen! As que est usted enterado de todo? Un hombre de la oficina del fiscal me llev al Lido. Crey que quiz yo sabra algo; pero l saba mucho ms que yo. Est al tanto de que Owen quiso casarse con su hermana hace tiempo. Dio una chupada al cigarrillo y sus ojos negros me miraron fijamente. Posiblemente no hubiera sido una mala idea; la quera y no es frecuente encontrar eso en nuestro crculo. Tena antecedentes penales. Se encogi de hombros y contest sin darle importancia: No tena las amistades adecuadas. Eso es todo lo que los antecedentes penales significan en este pas podrido de crmenes. Se quit el guante derecho y se mordi el dedo ndice, mirndome fijamente. No vine a hablarle de Owen. Cree que puede usted decirme por qu quera verle mi padre? Sin permiso de l, no. Era acerca de Carmen? Ni siquiera a eso puedo contestarle. Termin de llenar mi pipa y la encend. Contempl el humo un momento y meti la mano en el bolso del cual sac un grueso sobre blanco. Lo puso encima de la mesa y dijo: Mejor ser que le eche una ojeada a eso. Lo cog. Estaba dirigido a Vivian Regan, 3765 Alta Brea Crescent, West Hollywood. Haba sido entregado por un servicio de mensajeros, y el sello de la oficina marcaba las 8,35 de la maana como hora de salida. Abr el sobre y saqu de l una foto de 4,25 por 3,25, que era todo lo que contena. Era Carmen, sentada en el silln de teca de alto respaldo, en casa de Geiger, con sus pendientes de jade y el traje con que vino al mundo. Sus ojos estaban an ms

extraviados de lo que yo recordaba. El dorso de la fotografa estaba en blanco. Volv a meterla en el sobre. Cunto quieren? pregunt. Cinco mil por el negativo y las restantes copias. El trato tiene que cerrarse esta noche o entregarn el asunto a la seccin de escndalos de algn peridico. Cmo le lleg la peticin? Una mujer me telefone media hora despus de haberme sido entregada la foto. No hay que preocuparse por el peridico. Hoy da los jurados censuran estos chismes sin moverse de su asiento. Qu ms hay aqu? Tiene que haber algo ms? Naturalmente. Se qued mirndome un poco perpleja. Lo hay, la mujer dijo que existe un asunto policaco relacionado con esto y que sera conveniente que les enviase pronto esa suma porque, en caso contrario, tendra que hablarle a mi hermanita a travs de rejas. Mejor. Qu clase de lo es se? No lo s. Dnde est Carmen ahora? En casa. Se senta mal anoche. Est an en la cama. Sali anoche? No. Yo no estuve en casa pero los criados dicen que no sali. Yo estuve en Las Olindas jugando a la ruleta en el club de Eddie Mars. Perd hasta la camisa. As que le gusta la ruleta. Deb figurrmelo. Cruz las piernas y encendi otro cigarrillo. S, me gusta la ruleta. A todos los Sternwood les gustan los juegos de azar como la ruleta, casarse con hombres que las abandonan, tomar parte en las carreras de obstculos a los cuarenta y ocho aos, ser derribado por un

caballo y quedar baldado para siempre. Los Sternwood tienen dinero. Y todo lo que han comprado con l es una nueva oportunidad para hacer las mismas tonteras. Qu haca anoche Owen con el coche de usted? Nadie lo sabe. Lo cogi sin permiso. Siempre le dejbamos llevarse un coche en su noche libre, pero anoche no estaba libre hizo una mueca y aadi: Cree usted...? Que Owen conociera la existencia de esta fotografa? Cmo podra decirlo? l no estaba a mi servicio. Puede usted conseguir cinco mil dlares en billetes inmediatamente? No, a menos que se lo diga a mi padre o los pida prestados. Probablemente podra pedrselos a Eddie Mars. Tiene motivos para ser generoso conmigo. Bien lo sabe Dios. Mejor es que intente eso. Puede usted necesitarlos con urgencia. Se recost en la silla. Y si lo pusiramos en conocimiento de la polica? Es una buena idea, pero usted no lo har. No? No. Tiene usted que proteger a su padre y a su hermana. Usted no sabe lo que la polica podra descubrir. Podra ser algo que no pudieran pasar por alto. Habitualmente lo intentan averiguar en los casos de chantaje. Puede usted hacer algo? Creo que s; pero no puedo decirle por qu o cmo. Me gusta usted dijo. Cree usted en los milagros. Tiene algo de beber en el despacho? Abr mi cajn secreto y saqu una botella y dos vasos. Los llen y bebimos. Cerr el bolso y separ su silla del

escritorio. Voy a conseguir cinco grandes dijo. He sido una buena cliente de Eddie Mars y existe adems otra razn por la cual debera complacerme y que usted quiz ignore me lanz una de esas sonrisas, que se disipan antes de llegar a los ojos, y aadi: La esposa de Eddie Mars es la dama rubia con quien Rusty se fug. No hice ningn comentario. Se encar conmigo y aadi: No le interesa? Eso debiera hacer ms fcil el hallazgo, si yo estuviera buscndolo. Usted no cree que est metido en este asunto, verdad? Empuj su vaso vaco hacia m.