Rabinovich, R. - El nombre del padre, articulación entre la letra, la ley y el goce

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432 http://www.uva.br/trivium/edicao1-dez-2010/artigos-tematicos/5-articulacion-entre-letra-la-ley-y-el-goce.pdf ARTIGOS TEMÁTICOS EL NOMBRE DEL PADRE: Articulación entre la letra la ley y el goce (1) Norberto Rabinovich Resumen En la primera parte de este trabajo abordo la equivalencia entre el fenómeno de la transferencia y la disposición religiosa en los seres hablantes y el soporte estructural que comparten: la función del Sujeto Supuesto Saber. Siguiendo el camino que trazara Lacan procurando clarificar la diferencia entre el SSS como representante de Dios en tanto proyección del superyó, y el Dios como Nombre del Padre, que según la hipótesis original de Lacan especifica la existencia de un significante primordial en el corazón del inconciente. De allí parte el aforismo lacaniano: “Dios es inconciente”. Desarrollo las dos referencias conceptuales, diferentes aunque interdependientes: a) Dios-Padre, imaginarización de la función del Otro, y, b) el Nombre del Padre, referente del padre en tanto significante inconciente. Este último, definido por Lacan como “el significante de la ley del significante”, encarna una función lógica anterior y heterogénea a la de los mandamientos de la palabra. En la segunda parte analizo la hipótesis de Lacan acerca del origen del significante con el fin de interrogar el estatuto que le atorga al Nombre del Padre en tanto fundamento estructural y sostén de la ley del lenguaje. Palabras clave: transferencia; disposición religiosa; Nombre del Padre; Sujeto Supuesto Saber, Ley; goce. Abstract: In the first part of this work I wrote about the equivalence between the phenomenon of transference and religious disposition of speaking beings and the structural support shared: the function of the ‘Subject Supposed to Know’. Following the path opened by Lacan intending to clarify the difference between the SSK as a representative of God as a projection of the superego, and as the Name of the Father, which according to the original hypothesis of Lacan specifies the existence of a primordial signifier in the heart of the unconscious . From there comes the Lacanian aphorism: "God is unconscious". Developing two conceptual references, distinct but interdependent: a) God the Father, imaginization of the Other’s function, and b) the Name of the Father, concerning the unconscious father as signifier. Wich is defined by Lacan as "the signifier of the Law of signifier" embodies a logical function previous and heterogeneous to the word commands. In the second part I analyzed Lacan's hypothesis about the origin of the signifier in order to interrogate the status which bestow the Name of the Father in both structural foundation and support of the language Law. Keywords: transference; religious disposition; Name of the Father; Subject Supposed to Know, Law, enjoyment. Psicanalista, membro fundador da Escuela Freudiana de Buenos Aires. [email protected]

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ARTIGOS TEMÁTICOS

EL NOMBRE DEL PADRE: Articulación entre la letra la ley y el goce (1)

Norberto Rabinovich∗

Resumen En la primera parte de este trabajo abordo la equivalencia entre el fenómeno de la transferencia y la disposición religiosa en los seres hablantes y el soporte estructural que comparten: la función del Sujeto Supuesto Saber. Siguiendo el camino que trazara Lacan procurando clarificar la diferencia entre el SSS como representante de Dios en tanto proyección del superyó, y el Dios como Nombre del Padre, que según la hipótesis original de Lacan especifica la existencia de un significante primordial en el corazón del inconciente. De allí parte el aforismo lacaniano: “Dios es inconciente”. Desarrollo las dos referencias conceptuales, diferentes aunque interdependientes: a) Dios-Padre, imaginarización de la función del Otro, y, b) el Nombre del Padre, referente del padre en tanto significante inconciente. Este último, definido por Lacan como “el significante de la ley del significante”, encarna una función lógica anterior y heterogénea a la de los mandamientos de la palabra. En la segunda parte analizo la hipótesis de Lacan acerca del origen del significante con el fin de interrogar el estatuto que le atorga al Nombre del Padre en tanto fundamento estructural y sostén de la ley del lenguaje. Palabras clave: transferencia; disposición religiosa; Nombre del Padre; Sujeto Supuesto Saber, Ley; goce. Abstract: In the first part of this work I wrote about the equivalence between the phenomenon of transference and religious disposition of speaking beings and the structural support shared: the function of the ‘Subject Supposed to Know’. Following the path opened by Lacan intending to clarify the difference between the SSK as a representative of God as a projection of the superego, and as the Name of the Father, which according to the original hypothesis of Lacan specifies the existence of a primordial signifier in the heart of the unconscious . From there comes the Lacanian aphorism: "God is unconscious". Developing two conceptual references, distinct but interdependent: a) God the Father, imaginization of the Other’s function, and b) the Name of the Father, concerning the unconscious father as signifier. Wich is defined by Lacan as "the signifier of the Law of signifier" embodies a logical function previous and heterogeneous to the word commands. In the second part I analyzed Lacan's hypothesis about the origin of the signifier in order to interrogate the status which bestow the Name of the Father in both structural foundation and support of the language Law. Keywords: transference; religious disposition; Name of the Father; Subject Supposed to Know, Law, enjoyment. ∗ Psicanalista, membro fundador da Escuela Freudiana de Buenos Aires. [email protected]

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Primera Parte: DE LA CREENCIA Y LA EXISTENCIA DE DIOS EL SUJETO SUPUESTO SABER: Una cara de Dios.

La disposición a creer en algún dios es de carácter estructural en el ser hablante y a lo

largo de su vida encontrará distintos personajes que le darán a esta creencia actualidad y consistencia.

La transferencia analítica está determinada por los mismos resortes que la fe religiosa. En este sentido, las cuestiones relativas a la creencia en Dios están en el centro de la experiencia del análisis, sin que en ello tenga relevancia la adscripción del sujeto a cualquier creencia religiosa o su profesión de fe atea. Pero en la situación analítica, el lugar de Dios, ese desconocido que envía enigmáticos mensajes al sujeto, es el inconciente, y el analista se propone como su intérprete, un humilde lector de los ciframientos del inconciente. Sin embargo, por el fenómeno de la transferencia, el analizante cree en él, como si ya supiera por anticipado aquella verdad que se trata de revelar. Esta es una función que Lacan denomino Sujeto Supuesto Saber. Encarnar para el sujeto al Sujeto Supuesto Saber, esta al inicio de la transferencia.

Pero la cura analítica, que se apoya en esa religiosidad del analizante, tiene como meta disolverla, disolver la consistencia imaginaria de la ilusión transferencial planteada en el inicio. Este desenlace es el sentido más radical que tiene la expresión - instaurada por Freud - "liquidación de la transferencia", aunque fue Lacan quién le dio su verdadero alcance y definió sus fundamentos, “(...) de lo que se trata en un psicoanálisis, en virtud de la existencia del inconciente, consiste precisamente en borrar del mapa esa función del sujeto supuesto saber” (LACAN, 1967-8, classe del 7/7/68, p. 8).

En Freud, la liquidación de la transferencia es una noción que presenta ambigüedades y contradicciones. En el terreno de la neurosis histérica, fóbica u obsesiva, la disposición a la transferencia es un rasgo esencial de su estructura, razón por la que las denominó "neurosis de transferencia". La transferencia constituía el verdadero campo de batalla de la eficacia analítica y por eso la consideró como una condición de analizabilidad. A la vez, planteó que la eliminación de la ligazón transferencial constituye la tarea última de un tratamiento analítico. En este punto cabe observar que, si la transferencia llegara a ser radicalmente disuelta por medio de la labor analítica, la estructura neurótica misma quedaría desarticulada. Este es un problema teórico y clínico que Freud no alcanzó a resolver y es una problemática central en la obra de Lacan: la cuestión relativa al final del análisis.

Freud había reconocido a la transferencia como un elemento específico del accionar analítico. No analizar la transferencia, como sucede en otras prácticas “psi” no la hace intervenir menos, implica servirse de ella en sus efectos de sugestión,“¿Qué quiere decir, por lo tanto, análisis de la transferencia? Si algo quiere decir, no puede ser otra cosa que la eliminación sujeto supuesto saber.” (LACAN, 1967-8, classe del 29/12/67, p. 24)

Freud, paradójicamente con mayor énfasis en sus últimos trabajos, limitó el alcance de la liquidación de la transferencia, sosteniendo que el análisis, en sentido estricto es infinito y su terminación una cuestión práctica. Entendió que no resultaba posible arribar a una culminación del trabajo analítico debido a la infranqueable barrera que resulta de las defensas neuróticas ante la angustia de castración. Ateniéndonos a las consecuencias del planteo freudiano, un desenlace radical de la sujeción transferencial es inviable, puesto que el rehusamiento de la castración en el sujeto es correlativo a la ilusión de que el Otro garante y protector, existe...El sostén de toda fe religiosa, incluyendo la que se gesta dentro del dispositivo analítico, es la suposición de estar

bajo el amparo de un ser todopoderoso.

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Si es cierto que el análisis es interminable por el límite que impone la "roca viva de la castración", no habría salida verdadera de la religiosidad transferencial. Inversamente, la destitución de la función del sujeto supuesto saber, lo cual no es habitual alcanzar, no implica que el analizante deje de creer en el inconciente sino todo lo contrario. Cuando se llega al final del análisis el sujeto deja de angustiarse o defenderse ante lo que pulsa desde el inconciente. Creer en Él, el inconciente, y reconocer allí la causa oculta del deseo, constituye una posición subjetiva muy diferente de aquella otra que llevó al sujeto a creer en Él, el Sujeto Supuesto Saber encarnado en su docto representante. En este último caso, que sitúa el móvil sobre el cual se estructura la neurosis de transferencia, el sujeto pone en manos del poder del Otro y de su voluntad, es decir sobre ese oscuro referente subjetivo que es el deseo del Otro, la dirección de su propio deseo. La religiosidad transferencial en el análisis, si bien es una condición necesaria de su eficacia, opera, tal como lo observó tempranamente Freud, como la mayor resistencia a la asunción subjetiva de la verdad que viene del inconciente.

Pero Freud, finalmente, concluyó que el análisis, en el mejor de los casos, podía lograr atemperar la dureza y rigor del superyó o moderar las exaltadas exigencias del ideal del yo, instancias donde se asienta la atadura del neurótico a los mandamientos del Otro. Esta función del superyó, heredero del padre normativo y protector de la infancia, constituye en la perspectiva freudiana, un soporte no eliminable de la estructura subjetiva.

En el “Proyecto...” y más claramente en la “Interpretación de los sueños”, Freud sostuvo que dicha sumisión constituía la garantía del mantenimiento del orden y la coherencia del aparato psíquico. Si se quiebra la barrera de la censura, ya sea por incremento masivo de las fuerzas pulsionales o por el resquebrajamiento de los diques de contención, el sujeto desemboca en la locura. Esta convicción freudiana de la necesidad imprescindible de una barrera restrictiva al goce impuesta al sujeto desde el lugar de un Otro omnipotente, es finalmente solidaria de una creencia neurótica universal. Sobre estos fundamentos teóricos, el final del análisis no sería posible, o por lo menos, deseable. UN SER EXCEPCIONAL

Racionalista y ateo por convicción, Freud pretendía demostrar que las creencias religiosas son ilusiones y esperaba que la ciencia viniera en su relevo. El Todopoderoso -explicó- responde a la necesidad de enaltecimiento del padre de nuestra infancia, y más allá de éste, a la restauración del poder del gran padre de la infancia de la humanidad, el Urvater. La creencia en Dios, sería un modo engañoso de preservar siempre vivo en nuestro imaginario, a un ser que sirva de consuelo y refugio a nuestro narcisismo infantil. Su doctrina del padre cae, sin embargo, en una trampa similar a la que denuncia, puesto que él mismo no pudo prescindir de postular, en el origen, la existencia de un ser excepcional: el padre primitivo, un sujeto todopoderoso confeccionado de una forma relativamente novedosa, pero un dios al fin. Freud, pese a sus convicciones y aspiraciones, creyó que ese padre originario alguna vez había existido realmente y que sobre esa existencia pretérita, una vez que fue asesinado por los hijos, se asentaba el edificio de la ley.

Lacan, por su parte, desestimó el valor histórico del Urvater. Entendió que Freud había inventado un nuevo mito, que en este punto revelaba estar confeccionado según sus propias necesidades neuróticas, pues dicha construcción estaba destinada a "salvar al padre" todopoderoso.

Puedo decir que revelándonos aquí su (la de Freud) contribución al discurso analítico, que no procede menos de la neurosis que lo que ha recibido de la histérica bajo la forma del Edipo. Es curioso que haya sido necesario que yo espere este tiempo para que una

tal aserción, a saber que Tótem y Tabú es un producto neurótico, pueda adelantarla. (LACAN, 1970-71, classe del 9/6/71, tradución libre del autor)

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El neurótico se aferra a ese Otro y con la renuncia a sus propios deseos custodia el cumplimiento de su voluntad, lo eterniza en su poder, lo enaltece en sus virtudes, lo estigmatiza en su tiránico y absurdo capricho, lo fija en constante mirada invisible amparo de la soledad. Su voz inaudible lo acompaña a todo instante, para cuidar el orden y prevenir el caótico desenfreno...

Esta es la roca que el propio Freud no pudo atravesar y que le impidió concebir la liquidación exhaustiva de la transferencia.

Para Lacan el verdadero ateo es aquel que, sin importar demasiado sus convicciones en cuestiones de fe, no obedece a ningún dios. En ese sentido, la experiencia analítica llevada hasta el final representa el acceso a un ateísmo estructural sólo en la medida que pueda ser disuelta la obediencia retrospectiva a los mandamientos paternos. Sin embargo, el psicoanálisis pone de relieve hasta que punto no es el yo quien decide las huellas que configuran su destino. Si éste afirma orgulloso que Dios ha muerto no por ello queda liberado de aquel amo indestructible, el inconciente, que alberga la causa real de sus deseos. Pero este amo no es el Otro al que se le supone el saber, es el lugar, en tanto campo de lo reprimido, donde se aloja la verdad del sujeto dividido. Una verdad, nos dice Lacan, despojada de todo saber.

LA GARANTÍA DEL SENTIDO Y EL SOPORTE DE LA LEY DEL LENGUAJE

"En tanto se diga algo, allí estará la hipótesis de Dios." (LACAN, 1972-73, P.59)

El fenómeno de la creencia y el reinado del sujeto supuesto saber en el horizonte

subjetivo, es consecuencia de la inmersión del ser parlante en el lenguaje. A fin de participar del mundo humano, es preciso creer en el sentido de las palabras. El sentido es el sostén del lazo social. Nuestra realidad íntima y cotidiana, tanto como nuestra vida social, se modela y ordena en función del sentido de las palabras.

Sin embargo, la búsqueda de entendimiento y comprensión entre las personas conduce a inevitables fracasos los cuales no impiden que la apuesta a la comprensión sin fallas sea sistemáticamente renovada.

Estos fracasos no son contingentes, están determinados por la estructura del lenguaje. El sentido no está pegado a las palabras, aunque surja de ellas y estas sean sus vehículos. Si existiera algún lugar donde el sentido del habla entrara en correspondencia unívoca e íntegra con los significantes que lo engendran ese lugar sería Dios. Creer en Dios, ofrece al ser parlante la posibilidad de suponer que el sentido amasado por el lenguaje está garantizado; que en algún lugar la verdad está asegurada. Esto lleva a construir iglesias de cualquier naturaleza. No es una contingencia histórica, es una exigencia lógica de los seres que habitan el lenguaje,"La estabilidad de la religión viene de esto: que el sentido es siempre religioso.”(LACAN, 1945-81).

Dios debería saber el sentido último y verdadero de las palabras y por ello su garante. Doble e ilusoria atribución: que en la lengua el sentido existe de manera real y que existe realmente un sujeto, el Otro, (Dios) que sabe ese sentido.

Los autores clásicos también han creído en el sentido y teorizado sobre ello. Pensaban que las palabras tenían un sentido originario y verdadero, además de “los sentidos figurados” que iban adquiriendo con el desarrollo de la lengua. ¿Pero, donde, o a quien atribuir dicha conexión primordial entre el sonido de una palabra y su sentido propio ese no fuera ese Dios que todo lo sabe aún antes de ser dicho?

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En Lacan, la cuestión del origen del Verbo y el de la existencia de Dios como lugar de garantía, confluyen sobre un articulador teórico fundamental al que llamó el Nombre del Padre. Designa con esa expresión, de evidente relación con el Dios que inaugura el monoteísmo, a un significante primordial y privilegiado que encarna el punto de partida de toda lengua y el soporte de la ley de su estructura. En esta perspectiva, el Nombre del Padre queda posicionado como el garante de la ley del lenguaje, pero he aquí una sorpresa, esta ley es la ley del sinsentido.

SEGUNDA PARTE: EL NOMBRE DEL PADRE EN EL ORIGEN DEL LENGUAJE GÉNESIS

La observación analítica llevaba a Freud siempre a la misma encrucijada: el factor determinante de las neurosis encuentra su causa última en la renuncia del sujeto a ciertas satisfacciones pulsionales debido a su sometimiento a las prohibiciones exigidas por la cultura. En sus términos, el conflicto entre las exigencias naturales para gozar y los requerimientos de las leyes sociales, constituía un conflicto específicamente humano y una fuente ineliminable de angustia. ¿Por qué el ser hablante se impone tantas restricciones a la satisfacción de sus impulsos? ¿Por qué la ley impone la renuncia a las pulsiones?

La problemática acerca del origen y fundamento de la ley, que Freud abordó principalmente en Totem y Tabú, se entrelaza con otra cuestión: para que cualquier ley enunciada en palabras y aceptada por el grupo, es preciso que el lenguaje esté operando allí. Por ello, el verdadero acontecimiento que determina el “pasaje de la naturaleza a la cultura”, es el advenimiento del orden del significante en el seno del mundo natural. El lenguaje es el padre del sujeto y sus leyes, y no al revés.

No acordamos con Freud cuando postula que la ley de las leyes, la prohibición del incesto y su correlato, la prohibición de matar al padre, constituyan el punto de partida de la cultura. La renuncia al goce incestuoso tiene un antecedente estructural, no de renuncia sino de “pérdida de goce” como producto de la alienación del viviente al lenguaje.

Si aceptamos que el ser hablante y el ordenamiento social acorde a la ley cultural son efectos de la existencia del lenguaje, ¿cómo concebir el origen del lenguaje y la ley sobre la que se asienta? El capítulo de Génesis de la Biblia aporta una respuesta clara y precisa: en el origen, está el verbo y en el origen del verbo está YHVH, el impronunciable e incognoscible Nombre de Dios. El problema es que requiere de un acto de fe para aceptar este postulado.

De todas maneras, la propuesta de Lacan acerca del origen del lenguaje, mantiene vínculos más estrechos con el mito bíblico que con el mito freudiano del Urvater, puesto que

plantea que para explicar el origen del lenguaje, y por consiguiente del ser hablante, es necesario postular el advenimiento de un significante primordial a partir del cual todos los

A Pedra da Roseta – bloco de granito negro com inscrições egípcias antigas. British Museum

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otros se someten a su ley; tomando apoyo en la tradición bíblica, denominó a este operador de la estructura, el Nombre del Padre. En el Escrito “Ciencia y Verdad” expresó claramente su apuesta al respecto: “(…) el psicoanálisis es esencialmente lo que reintroduce en la consideración científica el Nombre-del-Padre” (LACAN, 1966, p.875)

NUESTRO PUNTO DE PARTIDA No acordamos con Guy Le Gaufey quien, en su libro “La evicción del origen”, sostiene

que la enseñanza de Lacan, compenetrada de los nuevos sistemas epistémicos surgidos a partir de la teoría general de la relatividad de Einstein, desmitifica la antigua exigencia de fundamentar el origen, "(...) es a partir de sus comienzos que vamos a ver ahora a Lacan operar sin la más mínima preocupación por lo originario."( GAUFEY , 1995, p. 156).

Por el contrario, nosotros comprobamos que para aportar fundamentos a la teoría psicoanalítica estuvo atravesado por la pregunta sobre el origen lógico de la estructura del significante.

El significante debe primero concebirse como diferente de la significación. Se distingue por no tener en sí mismo significación propia. Intenten pues imaginar que puede ser la aparición de un puro significante. Obviamente, por definición, ni siquiera podemos imaginarlo. Y, sin embargo, ya que hacemos preguntas sobre el origen, es necesario a pesar de todo intentar aproximarse a lo que esto puede representar. (LACAN, 1955-56, p.284)

Para concebir el "instante inaugural" que permitió la aparición del significante en el

mundo, podríamos imaginar una hipotética "primera vez" en la que, un signo adherido a algún significado, más o menos establecido dentro de un sistema de comunicación anterior al lenguaje, por efecto de una determinada operación, quede: a) desprendido de lo que significa, b) convertido en un material fonético sin ningún sentido propio y c) capaz de significar cualquier cosa. Así, el signo mutaría su naturaleza de signo y se convertiría en significante.

El significante, en Lacan, queda especificado como tal, en tanto lo constituye un signo material despojado de sentido. La aparición de la dimensión del sin-sentido del signo determina el origen del lenguaje, "En efecto, algo es significante no en tanto todo o nada, sino en la medida que algo que constituye un todo, el signo, está ahí para no significar nada. Ahí comienza el orden del significante, en tanto que se distingue del orden de la significación. "(LACAN, 1955-56, p.269)

El significante no surge de la nada, está precedido por el funcionamiento de un conjunto de signos articulados en un circuito de intercambio social. El signo, "lo que significa algo para alguien", es la materia prima de la cual surge el significante.

En el supuesto estadio preliminar al nacimiento de la lengua, ni el grito amenazador, ni el gemido de dolor o la voz de arrullo, como tampoco las voces utilizadas para designar un objeto, animal, persona, fenómeno natural, etc., no podrían ser considerados significantes en la medida en que están adheridos al registro de una significación preestablecida y relativamente unívoca. El pasaje del signo al estadio del significante implica que el primero rompa su apego a ese " algo" que significa; esa operación transforma su naturaleza de signo y la eleva al estatuto de significante. "Nuestro punto de partida, el punto al que siempre volvemos, pues siempre estaremos en el punto de partida, es que todo verdadero significante es, en tanto tal, un

significante que no significa nada.” Que el significante sea definido como tal a partir del momento en que se torna elemento asemántico, no lo excluye del campo del sentido.

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Propiedad de significar que tiene el significante surge del enlace con otro elemento del sistema y no por su adherencia a una significación relativamente fija y establecida de antemano.

¿A partir de qué momento pasamos al orden significante? El significante puede extenderse a muchos elementos del dominio del signo. Sin embargo, el significante es un signo que no remite a un objeto, ni siquiera en estado de huella, aunque la huella anuncia de todos modos su carácter esencial. Es, también, signo de una ausencia. Pero en tanto forma parte del lenguaje, el significante es un signo que remite a otro signo, está estructurado como tal para significar la ausencia de otro signo, en otras palabras para oponerse a él como un par. (LACAN, 1955-56, p.264)

La primera condición en la génesis del significante es que rompa su atadura con el significado y la segunda, que reencuentre el sentido por relación a otro significante. Dado que no resulta posible cernir la identidad de un significante en el registro del sentido, puesto que el sentido de cada significante se desplaza y se transforma de manera continua, la identidad de los elementos que conforman el discurso habrá que buscarlo en el registro formal de su estructura fonológica. "Pues lo que caracteriza, lo que funda al significante, no es en absoluto cualquier cosa que le sea adherida como sentido, en tanto tal, es su diferencia, es decir, no algo que le sea pegado a él y permitiría identificarlo, sino el hecho que todos los otros le sean diferentes."(LACAN, 1955-56, p.238)

El caballo se distingue del cabello por un pequeño sonido. Al mismo tiempo, en este registro formal del significante, análogo al que Freud reconoció a nivel de los procesos primarios inconcientes, el caballo mantiene una relación de equivalencia más estrecha con un cabello que con un equino. Pero además, un caballo, si es un caballo de mar o un caballo de fuerza, también esta alejado de significar a un brioso corcel. No es posible identificar al caballo como diferente de las otras palabras en función de su valor semántico. En cambio, puede ser identificado con certeza examinando su estructura material. El significante se recorta a partir de su "materialidad", es decir de pequeñas e irreductibles inflexiones de la emisión vocal, llamadas fonemas. Un pequeño grupo de fonemas que pudo ser reconocido y aislado en los primitivos alfabetos, se combina de mil formas entre si para generar un conjunto infinito de significantes. No resulta decisivo que la articulación fonemática llegue a ser emitida por el hablante o percibida por el receptor con absoluta precisión; en el ejercicio del lenguaje sólo tiene relevancia el hecho de que cada significante pueda ser distinguido por su sonoridad de los otros en cada contexto discursivo. En este registro de la estructura fonológica del lenguaje, donde las diferencias significativas no desempeñan ningún papel, "el significante como tal, sirve para connotar la diferencia en estado puro."(LACAN, 1968-69, Clase 15/2/69, p.20)

Hieróglifos – Pedra da Roseta

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UN SIGNIFICANTE EN LO REAL Valiéndonos de una situación hipotética, intentaremos concebir que tipo de operación podría haber intervenido en el nacimiento del orden del significante.

Imaginemos, en un estadío social anterior al lenguaje, la presencia de un sistema de signos ya acopiados por un determinado grupo, y utilizados en el interior de una comunicación rudimentaria para significar objetos, acontecimientos o lo que fuera. Un sonido cualquiera, por ejemplo, la emisión vocal "sol", sirve para significar al astro rey. Supongamos ahora que un miembro del grupo decide nombrar a su primogénito con ese mismo elemento vocal. A partir de ese momento “sol”, se convierte en un sonido que condensa dos empleos significativos totalmente diferentes. En la medida en que esta nominación sea aceptada por el grupo, cada vez que alguien emita el sonido "sol" generará, en el que escucha, la duda acerca del contenido del mensaje. La homonimia entre "sol" y "Sol" introduce en la comunicación un malentendido que exige, para poner coto a la ambigüedad, añadir al sonido "sol" un signo supletorio. Por ejemplo, la vocalización "calor" acompañando a la de "sol" precipita el significado de este último en referencia al astro. En cambio, acompañarlo del signo “hijo” servirá significar al primogénito. Este procedimiento reproducido de manera indefinida engendra un nuevo principio para regular la relación entre los signos y los significados.

Extraviado del lazo inicial que unía el signo vocal con el significado, el sonido “sol” se convierte en una especie de bolsa vacía en la que puede introducirse o de la que se puede extraer un sentido u otro cualquiera, en función del signo que le haga compañía.

En este ejemplo, cuya simpleza y precariedad sólo se justifica para ofrecer un soporte imaginario a una función lógica, ¿podríamos llegar a definir a "sol" como un signo que no significa nada, es decir, un significante?

¿Por qué, la combinación de un signo con otro alteraría la naturaleza original del signo para transformarlo en un significante? ¿Porqué no hablar en cambio, de un proceso de complejización de la estructura del signo?

Muchos autores clásicos interesados en los problemas del lenguaje, entendieron que las palabras tenían un significado original y los significados que se agregaban luego, eran ciudadanos de segunda clase. Lacan propuso una génesis del significante diametralmente opuesta: sólo cuando los signos de la comunicación pierden su sentido original y más radicalmente, cuando quedan despojados de todo sentido, nace el significante como tal.

La más simple combinación que inyecta en el signo primero otro sentido lo convierte en un elemento equívoco. A partir del acto inaugural del bautismo de "Sol", algo nuevo es arrojado a una dimensión que resulta imposible imaginar. Hasta ese momento, a nivel del signo, podíamos distinguir solo dos dimensiones: por una parte, la constitución material de cada signo y por otra, la del significado más o menos fijo. Esta relación no es nada natural dado que se trata de un vínculo entre dos registros que requiere para poder funcionar del acuerdo entre, por lo menos, dos individuos. Pero como consecuencia de la homonimia entre “sol” y “Sol”, la materia fónica entra en un impasse en lo relativo al sentido y solo se realiza como sentido en la singularidad de un decir, y no en función del acuerdo preestablecido sobre su sentido. De esta manera, el vocablo “sol” ingresa en la dimensión de la ex-sistencia por fuera de los dos lugares topológicos del "código" y del "mensaje". Quedó transformado en un conjunto de fonemas que ya no significa por si mismo ni a febo ni al primogénito. No hay límites a la capacidad del ser hablante para alterar el sentido de cada elemento del tesoro de significantes. Por ejemplo, el mismo sol apareció alguna vez en el vocablo “soldado”. A partir del primero que empieza a funcionar como un recipiente sin contenido, todos los otros que se combinan con él, ingresan en un orden de simbolización propiamente significante.

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Inscripción fonológica de los significantes Mensaje M C Código ( reservorio de significantes) (significación) Discurso Gráfico I

En la estructura del significante se pueden distinguir tres registros articulados: el

imaginario, por su vinculación al ambiguo campo del sentido; el simbólico, como material empleado y registrado en el código, y el real, por su condición de rasgo material aislado de cualquier relación con el significado.

El malentendido, siempre listo a imponerse nunca quedará definitivamente liquidado en un mensaje aún con el agregado de otros signos. A medida que evoluciona y se complejiza la red de signos lingüísticos, sufriendo ellos mismos el proceso de desarraigo del significado unívoco, sucederá necesariamente que en un enunciado concreto, cuando un significante se combina con otro en la tarea de precipitar el sentido del primero, éste, el segundo, está a su vez en posición de introducir un nuevo equívoco. Por ejemplo si el vocablo “sol” se aparea con la vocalización “calor”, el calor puede remitir a un estado febril del niño y no a una propiedad de nuestra estrella. Una vez que el signo es capturado por la función del equívoco, el malentendido en la comunicación es ineliminable.

Se deduce de esto, que un conjunto más o menos reducido de significantes estaría en condiciones potenciales de abarcar la totalidad de lo significable y a su vez generaría, en el registro imaginario del sentido, un deslizamiento permanente y una ambigüedad irreducible. El sentido de un significante, de una frase o de un discurso no se establece con exactitud en ningún lado. Ni en el cielo, ni en los diccionarios, ni en la conciencia del emisor. De allí, que en el empleo del lenguaje común, en el terreno del intercambio de las palabras, el ser hablante esté condenado al malentendido. La ilusión de la existencia de alguna garantía del saber funciona como tapón de esta verdad de la estructura. Pero el equívoco del significante, que se presenta como un obstáculo indeseable en la comprensión y una barrera infranqueable a la comunión de las almas, constituye, por otra parte, una falla que garantiza que una lengua no llegue a convertirse en un sistema cerrado de significaciones congeladas que fije al sujeto en respuestas automáticas. Siempre resta en el ser

hablante la posibilidad de que las palabras digan otra cosa de lo que supuestamente dicen. El equívoco preserva en el sujeto un campo de indeterminación respecto al sometimiento que

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engendra la sujeción al lenguaje. El valor de las garantías buscadas en la ley se encuentra invertido en esta perspectiva. No se trata de asegurar la estabilidad del sentido y la sumisión del sujeto al mandato de la palabra. Ese es el ideal de cualquier sistema religioso y la función de la conciencia moral. En la condensación que instaura el sin-sentido del significante, en el ineliminable malentendido que resulta de ello, en fin, en el equívoco radical del lenguaje humano, Lacan sitúa el resorte fundamental de la ley del lenguaje. "Puesto que esas cadenas no son de sentido sino de gosentido (jouisens), a escribir como Ud. quiera conforme al equívoco que constituye la ley del significante." (LACAN, 1984, p.94)

El concepto lacaniano del Nombre del Padre, especifica, en una de sus múltiples facetas, el soporte de dicha ley. En esa línea, Lacan lo definió como “el significante de la ley del significante”. Se trata de una ley de la estructura y no una ley elaborada y sancionada por los hombres. Es una ley que no se realiza en ningún enunciado de autoridad. Se encarna en un significante excepcional que transmite su ley al conjunto de los significantes de la cadena, uno que tiene la singular propiedad de existir más allá de la función significativa donde habitan todos. Presentifica de manera purificada, aquello que Lacan enseñó a partir de su tercer seminario como “un significante en lo real”.

El punto más novedoso e incomprendido de la teorización lacaniana de la función paterna, reside en distribuir claramente la función de soporte de la ley del lenguaje que le corresponde al padre como nombre, como significante excepcional que también llamó el Uno de la excepción y, por otro lado, la ley del mandamiento de la palabra sostenido por el Otro fantasmático, aquel que Freud trató en términos de Superyó paterno, incluyendo ahí la función del Ideal. Por lo general, esta distinción queda en penumbras cuando los discípulos de Lacan retoman la función del padre en el psicoanálisis confundiendo en un mismo registro la función del Uno y del Otro como sostén de la ley.

De los tres registros del significante- real, imaginario y simbólico- concentraremos nuestra atención en el primero, puesto que es el que más dificultades ofrece a la conceptualización.

En la elaboración de la génesis y estructura del significante, Lacan se esforzó en aislar, distinguir, teorizar, aquello que determina la existencia y función del sin-sentido en los hechos del lenguaje. El carácter asemántico del significante, aparenta ser una noción simple, pasible de ser captada de manera directa, sin mediaciones lógicas o complejos razonamientos. El sin-sentido del significante especifica un imposible lógico, un punto donde fracasa el saber y por lo tanto la función del Otro.

Tal como sugiere el grafico anterior, un significante puro, un significante en tanto vacío de significado y ajeno a toda significación, existe por fuera del círculo del discurso. Cuando un significante ingresa en el habla, su estructura asemántica queda velada, disimulada detrás de las apariencias del sentido, puesto que en el discurso, el significante tiene la función de significar. Cuando alguien escucha un enunciado cualquiera, cree escuchar sentidos, aunque solo percibe los sonidos del habla los cuales quedan registrados en la memoria. Hay un mundo de distancia entre escuchar un fragmento de discurso y entenderlo. En la comunicación cotidiana el hablante focaliza su conciencia en el sentido, y al mismo tiempo, la materia prima del mensaje queda olvidada a partir de lo que comprende.

Tal como sugiere el grafico anterior, un significante puro, un significante en tanto vacío de significado y ajeno a toda significación, existe por fuera del círculo del discurso. Cuando un significante ingresa en el habla, su estructura asemántica queda velada, disimulada detrás de las apariencias del sentido, puesto que en el seno del discurso el significante esta presente para significar. Cuando alguien escucha un enunciado cualquiera, cree escuchar sentidos, aunque solo percibe los sonidos del habla. Hay un mundo de distancia entre escuchar un fragmento de

discurso y entenderlo. En la comunicación cotidiana el sentido, siempre supuesto, se impone en primer plano, y al mismo tiempo, la materia prima del mensaje queda olvidada a partir de

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lo que se comprende. El Nombre del Padre tiene la función de poner un tope irreductible para que el equívoco no quede borrado en el ejercicio del lenguaje detrás de la pretensión del ser hablante por asegurar el sentido.

Cualquier vocalización que haya intervenido en la producción de significado y luego acuñada en el lugar del código, tiene al mismo tiempo un anclaje en el registro de lo real. Para que pueda subsistir la regla del libre juego entre sonido y sentido sobre el conjunto, Lacan plantea que es necesario que haya al menos un significante, el Nombre del Padre, que escape esa regla. Un significante privilegiado que no pueda ser entendido, ni traducido, ni interpretado, ni sabido de ninguna manera, es decir, algo del campo del lenguaje resulte imposible trasladarlo al registro imaginario del sentido. La estructura y el estatuto que tiene el Nombre del Dios de la tradición judía fue una manera de plasmar en el registro mítico esta función lógica del significante de la excepción. La Torá subraya que sólo es posible identificar las cuatro consonantes, YHVH, del Nombre de Dios. Más allá que la tradición prohíba nombrarlo, el Nombre de Dios es impronunciable porque, según el texto bíblico, nunca nadie conoció sus vocales. Las vocalizaciones conocidas, tales como Yaveh o Jehová, son agregados posteriores que desvirtúan el estatuto inaugural de este nombre que trata de afirmar la existencia de un significante que como tal no pueda ingresar en el habla. De esta forma, el Nombre de Dios queda inmunizado del riesgo de adquirir cualquier significado, no importa cual, y llenar con lo imaginario del sentido un agujero en lo sabido del creyente que debería permanecer siempre abierto. Una modalidad de la fe en Dios, que dista mucho de responder a los principios exigidos por el orden religioso.

El Nombre del Padre lacaniano localiza un agujero central en la superficie topológica del

saber. Ésta propiedad lo convierte en el soporte y agente de la castración en el Otro. En el seminario “Las Psicosis” Lacan inventó varias expresiones para transmitir a su auditorio esa inaprensible dimensión del significante en lo real. Habló de símbolo puro, significante puro

sinsentido, etc. En este punto de su teorización de la función del Nombre del Padre, Lacan volvió a encontrarse con Freud, con una noción del descubridor del inconciente bastante

Pergaminho do Deserto

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confusa y rodeada de falsas afirmaciones pero que sin embargo se le imponía como una exigencia teórica a partir de sus observaciones clínicas. Me refiero a la Represión Originaria, noción que Lacan redefinió en ocasión de responder a una pregunta de Marcel Ritter, de la siguiente manera: "La Represión Originaria se especifica por no poder ser dicha en ningún caso, por estar en la raíz del lenguaje." (14)

NOTAS: 1.Este trabajo se extrajo de mi libro, publicado por Editorial Homos Sapiens, Argentina: "El Nombre del Padre.: articulación entre la letra, la ley y el goce." El texto enviado corresponde a los capitulos II y III del libro, pero el que envié a Trivium contiene agregados que no figuran ni en la primera edición ,Noviembre de 1998, ni en la segunda edición, enero del 2005. La versión Trivium es la que va a aparecer en la tercera edicición en preparación que va a salir en 2011.

REFERÊNCIAS GAUFEY, G. La evicción del origen. Buenos Aires:Edelp, 1995. LACAN, J.(1967-68) Seminario XV: El acto psicoanalítico. Seminário inédito. Publicación y Circulación interna de Discurso Freudiano. ______ (1970-71) Seminario XVIII.: De un discurso que no fuese semblante. Seminário inédito. Public. mimeog. en francés. ______ (1972-73/2010) Seminario XX. Aun. Buenos Aires: Paidós. ______ (1966/2010) Escritos 1. Buenos Aires: Paidós. ______ (1945-81) Carta de disolución de la Escuela Freudiana de París In: Petits écrits et conférences. Inétido. ______(1955-56/1984). Seminario III: Las psicosis. Buenos Aires: Paidós. ______ (1968-69) . Seminario XVI: De un otro al Otro. Seminario inetido. Public.de circulación interna Grupo Verbum. ______ (1961-62) Seminario IX: La identificación. Seminario Inetido. De circulación interna EFBA ______ Psicoanálisis: Radiofonía y Televisión. Barcelona: Anagrama,1984. ______. (1975).Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter. Inétido. Suplemento de Notas Escuela Freudiana de Buenos Aires. Nº 1. Recebido em: 08 de outubro de 2010 Aprovado em: 10 de novembro de 2010