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La propiedad es un robo, así que dejamos en vos el modo de multiplicar las voces que acá reproducimos. Que no somos dueñxs de nada, sólo estamos llenxs de ansias de contagio. SALUD, QUE VIVA LA ANARQUÍA EN NUESTROS CORAZONES!!!!

Noviembre 2015

www.anarquiaediciones.wordpress.com

EL SEMBRADOR

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VALERIO.- ¡No, tata, no! (Ve a Carlos que tambalea ensangrentado) ¡Ah, te ha lastimao, hermano! (Salta para sostenerle, mientras increpa al padre) ¡Mal hecho, tata! ¡Mal hecho!ROSAURA.- (En tierra, clama siempre) ¡Perdón, perdón!

(Santos permanece con el cuchillo bajo, mudo e inmóvil)

CARLOS.- (Tomando de la mancera) ¡Chist!... No alarmen… Ya está… Ya está… ¡Pero mi arado queda! (Irguiéndose poco a poco) Sobre su tierra, don Santos; en tus instintos, Valerio; dentro de tu entraña, Rosaura: ¡mi arado queda!... (Lo alza, lo mueve, lo empuja) Mírenlo aquí: ¡parece un barco! (Resbalando al suelo) ¡Parece un barco que avanza!... (Cae muerto)

Rodolfo González Pacheco

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RODOLFO GONZÁLEZ PACHECO

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ROSAURA.- (Asustada, desasiéndose de él) ¡Ay, no, Carlos! ¡Eso no! ¡ Tata te matarían!CARLOS.- (Suspenso) ¿Me mataría?... ¿Por qué?... Y sí; tal vez… (Pasea)

No sé… Pero (se detiene, la mira, se le acerca) ; y, si me voy, si huyo yo, ¿es a ti, entonces, a quien va a matar, a pisotear, tu padre?ROSAURA.- (Guareciéndose en él) ¡Dios mío, Carlos! ¡Yo tengo miedo!CARLOS.- (Sonriente) Miedo, miedo… Yo también tengo miedo. La prime-ra impresión que me produjo tu grito, ha sido eso: ¡miedo! ¡ Ah, los hombres, los hombres! Somos niños, no más. Sí, sí. Realizamos, a veces, viriles actos, pero es inocentemente. Basta que alguno nos grite: ¡te matarían!, para que nos detengamos temblando… Me has hecho temblar, Rosaura…¡Y bueno! (Alza los hombros) Si la verdad y el amor cuestan tan caros… ¿qué hemos de hacerle?... (Se dirige a lateral izquierda) ¡Se pagan! ¡Se muere! (Llama a voces) ¡Don Santos!...ROSAURA.- (Le cierra el paso, desesperada) ¡No, Carlos! ¡Por favor, no! ¡No quiero! ¡Calláte!SANTOS.- (Por foro, como evocado) ¿Qué hay?... (Ante la turbación de

ellos, a grito herido) ¿ Qué hay, digo?...ROSAURA.- Nada, tatita, nada… Carlos se va… Ya se va… (Camina hacia

lateral izquierda)

CARLOS.- Sí, pero antes tengo que hablarle, don Santos… Hace un momento, me preguntaba usted qué había entre Rosaura y yo. Y no se lo dije entonces, porque no sabía lo que ahora sé…SANTOS.- (Centellea una mirada de odio sobre los dos y avanza) ¿Qué?ROSAURA.- (Aterrorizada) ¡Carlos!CARLOS.- (Impasible) No se violente, don Santos. Yo soy un hombre leal. Y con un poco de calma, nos entenderemos. Óigame, pues…SANTOS.- (Fuera de sí, le manotea la ropa y le mete el suello en la cara) ¡Basta de charlas! ¡Diga lo que haiga! ¿Qué hay?CARLOS.- (Rechazándolo, altivo) ¡Eh! ¡bueno!... ¡No me toque! ¡Hay que Rosaura va a ser madre!SANTOS.- (Recula, hace pie y se abalanza con el cuchillo desnudo) ¡Ah, m‘hija! ¡Perro! ¡Perro!ROSAURA.- (Corre hacia él clamando) ¡Perdón, tatita, perdón!SANTOS.- (La arroja de sí y alcanza a Carlos, que permanece inerme) ¡Tomá! ¡Tomá! (Hiere, pega, hasta que por foro se precipita Valerio y le

inmoviliza)

EL SEMBRADOR

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PRÓLOGO

Tenemos el honor de presentar una vez más una obra del grandioso

Pacheco, por primera vez en formato digital, para la libre descarga

y difusión. Esta nos cuenta, con un lenguaje gaucho, cómo un simple

malentendido, una simple discrepancia en el pensamiento, fácilmente

evitables, que no da lugar a otras visiones de la realidad, pueden ter-

minar en lo peor. Se cruzan viejos códigos inútiles, y nuevos mensajes

de libertad y felicidad (pero que, como veremos, en el caso éste no

contemplan tampoco la felicidad de los más vulnerables), en defi nitiva

el mensaje, lo que nos quiere decir el autor con un vocabulario simple,

campesino, es directamente una advertencia: no se puede luchar por

la libertad de todos sino somos coherentes con nosotros mismos, no se

puede pedir solidaridad para el mundo entero si les privamos de ésta

a nuestros seres más cercanos, a quienes más nos necesitan. Y sobre

todo “El Sembrador” nos muestra, a nosotros, obreros y revolucio-

narios del pensamiento y la obra, a querer abrazar nuestra causa sin

perder jamás el sentido de la moral revolucionaria, que nos distingue

entre tantas otras ideologías que pregonan la libertad y el bien común

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en sus escritos y pomposos discursos (en realidad vacíos) pero en sus

actos siguen reproduciendo los mismos gestos, expresiones, y tratos

que atrasan el bienestar y el sentido de la justicia libertaria para la

humanidad entera. Pacheco aquí denuncia el machismo, la indiferen-

cia, y el discurso único sin trasladarlo a otras maneras de entender

y sentir la vida. Seamos entonces pragmáticos, pero sin dividirnos,

realmente solidarios, realmente dignos de luchar por una causa más

grande que todos nosotros, que es la dignidad del otro.

Sociedad de Resistencia de Bahía Blanca

(F.O.R.A. – A.I.T.)

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dan?... (Por su equipaje.)

VALERIO.- (Toma la maleta y sale.) ¡Mʼ iría con vos, caray!

CANUTO.- (Hombrea la bolsa de la semilla y jipa) ¡Pesao el alfalfarcito!

(Sigue a Valerio)

(Carlos agarra el arado con la intención de arrastrarlo fuera)

ROSAURA.- (Se le interpone resuelta) ¡Carlos! ¡No quiero! ¡Quedáte! (Llora)

CARLOS.- ¡Oh, pobrecita!... ¿Por qué?... No llores. Comprende. Debo irme.

Pero, te escribiré, ¡ah, sí! ¡No te podré olvidar nunca!

ROSAURA.- ¡No te vas, Carlos!... ¡Mira que yo!...

CARLOS.- ¿Qué?

ROSAURA.- (Se le guarece en el pecho, avergonzada) ¡ Voy a ser madre!

CARLOS.- ¡Madre! (La retira de sí y la contempla) ¡Oh, santa, santa! (Se

le arrodilla el alma, se le caen los brazos, echa la barba al cuello como si

rezara) Has dicho: madre, y he visto ahí, en ti, a la mía, a la madre mía. (Le

alza la cara y la besa, devoto) ¡Chist! No se agite, no llore… (La atrae y la

sienta en sus rodillas) Quietita aquí, calladita; cuna, nidito de vida… (La

acaricia, la mima)

ROSAURA.- ¡Aura quedáte!

CARLOS.- ¡Debiera quedarme, sí! Aquí, entre mis brazos, lo tengo todo ya:

el hijo, la amada, la paz… ¡Ah, qué lindo, qué bueno! (La besa en la boca,

como si la sellara) ¡Yo volveré! ¡Te juro que volveré!

ROSAURA.- (En un grito, saltando de sus rodillas) ¿Cómo?... ¿Te vas?...

CARLOS.- ¡Y sí!

ROSAURA.- (A todo llanto) ¿Y m’hijo?...¿Y yo?...

CARLOS.- (De pie, hacia ella) El hijo será tu gloria. ¡Tú vas a crecer en él,

como el terrón en la planta que brota!...

ROSAURA.- (Desesperada) ¡No quiero, Carlos! ¡ Quedáte!

CARLOS.- (Doliente, pero sereno) No puedo quedarme. Como tú un ger-

men de amor, llevo yo, dentro de mí, una idea de libertad. Tú no podrías

negarte a ser madre de él. Y yo no puedo negarme a ser sembrador de ella.

¿Comprendes?... ¡Sería como echar al fuego una bolsa de semillas!

ROSAURA.- ¡Carlos!

CARLOS.- (Ciñéndola, protegiéndola en su pecho) Mujercita, mujercita:

¿qué cosa tan grande has hecho que ahora te anonada su dulce peso?... ¡Chist!

(Le toma la barbilla y la besa) No te agites, no llores. No voy a dejarte así.

Antes hablaré a tu padre, voy a decírselo todo…

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mediodía los bendice y la noche se los traga como un túnel. Pero ellos siguen. Y aquí labran una chacra, allá sacan un periódico, y más lejos, sobre un bar-co, fl amean verso. Obreros, apóstoles y poetas que se hacen duros, curtidos, aguantadores de todas las inclemencias y todas las intemperies. ¿Para qué?... ¿Para acumular fortuna, señorear gloria o poder?... ¡No, no! Para sembrar tan sólo; sembrar aquello que más precisan los hombres: ¡fe en la vida, esperanza en la justicia, amor!VALERIO.- ¡Éste es mi hermano!

(Rosaura se sienta y llora)

CARLOS.- Aunque no nos hayamos visto nunca el que ara con el que escribe, el que se empina hacia el cielo cazando estrellas, con el que camina a gatas por el sendero que él mismo se abrió en la mina, sin embargo, sentimos que somos todos hermanos, soldados de un solo ejército. La obra es común, el fi n idéntico, la sangre que nos circula hierve de la misma fecunda fi ebre: ¡sembrar, sembrar! ¿Qué?... (Se vuelve a los dos como si le hubieran inte-

rrogado). Ustedes preguntan: ¿qué?... ¡Ésto! ¡Lo que yo he sembrado aquí: impulsos, visiones, cantos! (Baja la voz y sigue uncioso) Sólo que, a veces, es tan feraz, tan buena la tierra que trabajamos, que aún no hemos salido de entre sus surcos cuando ya el grano revienta, y se torna planta, sombra, fl or… Es un amigo que se nos pone al lado, una mujer que nos enlaza el cuello, un río de claras y frescas aguas que brota y canta a los pies del sembrador sudoroso y polvoriento… (Cierra los ojos, suspira) ¡Qué cosa!... Y hay que dejarlo también. ¡Dejarlo todo! Se alza una voz con la aurora, baja con el mediodía, penetra hasta en nuestro sueño, como una luz en un túnel, y dice siempre, repite siempre: ¡adelante, adelante, adelante!CANUTO.- (Por el foro; se le oye el canto antes de vérsele):

“El silguero y la calandria,eran dos que se querrían y, por temor a un desprecio,ninguno se descubría;hasta que, al fi n, ya cansado,le dijo el silguero un día…”

(Aparece en la puerta) Con permisio. Che, Valerio… (Sigue en el mismo

tono de la canción) Ya tenés el coche listo…CARLOS.- ¡Ah!, ¿ sí?... Vamos, entonces; cuanto antes, mejor. ¿Me ayu-

EL SEMBRADOR

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EL SEMBRADOR

Estrenada el 28 de julio de 1922, en el TEATRO BOEDO, por la Compañía Zannetta.

P E R S O N A J E S

DON SANTOS ROSAURA VALERIO CARLOS CANUTO

ACTO ÚNICO

Cuarto de guardar aperos y herramientas en una estancia. En las paredes,

sogas, sierras de monte, herrajes. Lateral izquierda, jineteando un caballete,

un recado, y cerca de él, media bolsa de semillas; lateral derecha, encima

de unos cajones, una valija abierta y vacía. Palos, pisones, picos, tiros de

alambre por cualquier parte. Algunos bancos. Y en el centro, antes y más

visible que toda cosa, un arado de mancera, que a la escasa luz del atardecer,

parece que avanza boyando hacia la platea. Puerta al foro que da al campo.

Laterales practicables.

Carlos, Valerio y Rosaura. Carlos recoge y cuelga, herramientas; Vale-

rio, al foro, recostado en la puerta, habla.

VALERIO.- ¡Te viá estrañar, caray!... CARLOS.- De donde quiera que llegue, te escribiré. A Rosaura, igual… También le escribiría a don Santos, pero… VALERIO.- No vale la pena; ya sabés que tata… CARLOS.- Ya sé (vuelve a su tarea); no vale la pena… (Pausa) VALERIO.- (Mirando al campo) ¡Amigo, el toro bayo ese! Se lo ha pasao todo el día apuñaliando el alambrao de la chacra… Viá tener que atarlo… CARLOS.- ¿Para qué?... (Signifi cativo) Tampoco vale la pena.

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VALERIO.- (Comprendiendo) ¿Eh?...¿Como tata, entonces?... CARLOS.- Y bueno, sí, como tu padre. También él cornea al destino; se le alzan como alambrados las cosas nuevas; parece que le cerraran el camino a su querencia. ¿No te has fi jado?... Todo cuanto yo hablo o hago, lo enfurece y me atropella. (Ríe) ¡Gaucho viejo!...VALERIO.- Pobre tata. No comprende. Disculpalo.CARLOS.- (Serio y rápido) Y claro que lo disculpo. Pero a ti te digo: no es afuera de nosotros que están los cercos y los obstáculos. Y si están, valen muy poco: se saltan o se traspasan. Es adentro, en nuestra falta de audacia, en la debilidad de nuestras ideas: ¡ahí! El hombre de pensamiento varonil y mus-culoso, es libre siempre. Y si no lo es totalmente, porque lo rodean esclavos, trabaja, por lo menos, la libertad. ¡Ara, siembra!VALERIO.- (Trasportado) ¡Hermano lindo!... ¡Te viá estrañar, caray!ROSAURA.- (Por lateral derecha, con una pila de ropa que lleva a la

maleta de Carlos) Su ropita, Carlos…CARLOS.- ¡Ah, muchas gracias! (Mirando, mientras ella la acomoda) ¿Pero es toda ésa?... ¿Tanta?... ¿Qué voy a hacer yo con tanto trapo?...ROSAURA.- Ponérselos y cuidarlos. ¡No se destroce, pues! Da usté solo más trabajo que tata y Valerio juntos… (Medio mutis)

CARLOS.- (Riendo) Es la falta de costumbre. Y usted ha tenido la culpa: me ponía como para ir a un baile, cuando iba a arar. Como de un baile vol-vía… de un baile que hubiera acabado en una taberna: sudoroso, revolcado… Bueno, bueno; gracias, Rosaura. (Ella marca el mutis y al llegar a lateral

derecha, él le dice): ¡Le voy a escribir muchas cartas, con muchas cosas, de todas partes!…ROSAURA.- (Alarmada) ¿A mí?... ¡No! ¡No me escriba! (Desaparece)

CARLOS.- (Siguiéndola con la voz) Sí, sí, le voy a escribir. ¡Y usted me va a contestar!ROSAURA.- (De dentro) ¡No! ¡No le viá contestar!VALERIO.- (Jovial) Escribíle; si ella quiere que le escribás. Si la conoceré a mi hermanita…CARLOS.- (Vuelto a él y confi dencial) Dime, Valerio: ¿tú sabes que yo la quiero?...VALERIO.- (Como si lo hincaran) ¿Eh? … ¿Cómo?...CARLOS.- (Más fi rme) ¡Que yo la quiero a Rosaura!VALERIO.- Este… (Se rasca la nuca, se tuerce, dibuja con el pie el suelo)

Sí… no… No sabía, no.

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labriego, del que pisotea el suelo contra el que lo ara!... Pero, no tiene im-portancia. (Se alza y sonríe a Rosaura) Gracias, muchacha (por las fl ores); gracias.

(Rosaura busca un banco y se sienta)

VALERIO.- No, paráte. Es que yo lo conozco a tata. (Jovial) De la primera embestida, parece que va a tragarse el cielo y el campo. Pero, después, una vez que echa el veneno, es una malva, el pobre… Mirá, escucháme: pa’ mi ver, aura te debías quedar. Quedáte.CARLOS.- (Con asombro) ¿Yo?... ¡No! No puedo quedarme.VALERIO.- Vos sabés que a mí me gustaría que te quedaras. Y aura te viá decir más: a otra persona también. (Guiñando el ojo hacia Rosaura) Me he encargao que te lo diga…CARLOS.- (Se violenta, camina) ¡No, no! No puedo quedarme… ¿Qué haría aquí?... ¿El chacarero, el burgués?... ¡Oh, estás loco, loco!... Yo amo la tierra, sí; pero de esto hasta afi ncarme en ella hay una gran distancia… ¡Una gran distancia!... En fi n, dejemos esto también. (Se mueve, resuelto, hacia su equi-

paje) Tendría mucho que hablar… Vamos.VALERIO.- (Siguiéndole) ¡Y hablá, qué diablos! A mí me gusta escucharte…ROSAURA.- (Ante la inminencia de la partida, se alza y le grita) ¡Carlos!

(Se inmovilizan los tres; hay una expectativa que corta)

CANUTO.- (desde la puerta, foro) Con permisio… Decime, che: ¿Atás o no atás el coche?... (A Valerio)

VALERIO.- Sí, lo viá atar… ¿Querés ir atando vos?...CANUTO.- Y güeno… Pero, como don Santos dijo…VALERIO.- ¡Ah, no! No tengas cuidao. Atá, no más.CANUTO.- No: por mí no tengo cuidao. ¡Pch!... Dende que perdí en el juego, m´entregao al que m´importa. Venga el hacha pu’ ande venga. (Gira y se va)

CARLOS.- (Que al grito de ella se ha detenido, suspenso) Y, sí; tienen razón. Debo hablar.VALERIO.- (Vuelto a él) ¿ Decías, hermano?...CARLOS.- Que ustedes no son don Santos, alma vieja que ni comprende ni quiere. Ustedes son fuerzas nuevas, crestas blancas sobre el oleaje oscuro. Tú eres mi amigo, Rosaura es mi amada. Tienen derecho a saber por qué no puedo quedarme. Óiganme, vengan. (Ellos se acercan: él los toma bajo

sus brazos abiertos) Yo soy uno de los tantos sembradores que recorren el mundo. Como yo, hay muchos. A través de las ciudades, los mares y los desiertos, cruzan mis compañeros tras sus arados. Y la aurora los saluda, el

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CARLOS.- (Por lat. izq., como si entrara por su equipaje) Se me va acercan-do la hora… Voy a empezar a cargar mis cosas.SANTOS.- Sí, ¿no?... Llévese todo… Esto, también (le presenta el ramo); es suyo.CARLOS.- (Maravillado) ¿ Flores, don Santos? ¡Caramba! ¿ Usted?...SANTOS.- ¡No! ¡Yo no! ¡M‘hija!CARLOS.- (Estira la mano para tomarlas) ¡Ah, Rosaura! Pobrecita…SANTOS.- (Las deja caer al suelo) Pobrecita, ¿eh?... Lástima le tiene usté.CARLOS.- Oh, pero… ¿qué hay?... ¿Qué sucede?...SANTOS.- No sé. Usté sabrá. ¡Y aura me lo va a decir!CARLOS.- ¡Hombre! Decirle, ¿qué?... ¡Ah!, ¿que nos queremos? Y bueno, sí: nos queremos. Yo no he hecho misterio de eso. Sólo que, como a usted no le ha interesado nunca nada de mí… (Se baja a tomar el ramo)

SANTOS.- (Le da con el pie y lo tira lejos) ¡Nada! ¡De usté nada! ¡Pero esto es d’ella!CARLOS.- (Se alza y lo mira desconsolado) Tampoco esto le interesa; ¿no ve?... Esto es su dolor; la despedida de su hija, mojada en lágrimas; y usted lo tira al suelo y se lo patea. No le interesa nada. ¿Qué he de decirle, entonces?... (Va por las fl ores)

SANTOS.- (Gana la puerta del foro, la cierra y se le cuadra, agresivo) ¡Todo! ¡Todo lo que haiga entre ella y usté, me lo va a decir aura! ¡Pronto!CARLOS.- (Caminando hacia él con el ramo en la mano) ¿Por el miedo, por la fuerza?... ¡Oh, señor! ¡Qué gaucho y qué viejo es esto!... Se cierran todos los rumbos por donde pudiera entrarles un hilo de claridad a la conciencia, y luego atropellan, ciegos, la oscuridad a puñaladas… Y bien: (Poniéndole el

pecho) ¿Qué quiere, pues?... ¿Herir, matar?...VALERIO.- (Desde el foro, tras de la puerta cerra) ¡Eh! ¡Hermano! ¡Te has encerrao, caray! (Empuja, entra y ve la actitud del padre) ¡Oh, tata!SANTOS.- (Se vuelve y sale escupiendo) ¡Charlatán, maula!...CARLOS.- (Se sienta en la bolsa de semillas, abatido) ¡Qué cosa!ROSAURA.- (Por lat. derecha, alarmada) ¿Qué hay?... (A Valerio)

VALERIO.- No sé. (A Carlos) ¿Qué hubo?...

CARLOS.- Esto… (Les muestra el ramo) Es decir: esto es no más que un pretexto. La realidad es otra (remarcado): ¡El viejo odio del pastor contra el

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CARLOS.- Sí, yo la quiero, la quiero mucho… Y ella…VALERIO.- (No aguanta más; se da vuelta a campo y dice, fuera de tono y

de situación) ¡Ve!... Ya vuelve el toro bayo a corniar los alambraos!... ¡Oh, yo lo viá atar, lo viá atar, no más! (Huye)

CARLOS.- (Queda suspenso, viéndolo irse ; luego se vuelve y se dispone a

enaceitar su arado ; mientras dice): ¡Qué cosa es la verdad! Una punta de fuego aplicada de pronto en la cara, no les haría peor efecto: ¡saltan los hom-bres, gritan, disparan!... ¡Qué cosa!SANTOS.- (Por lateral izquierda, después de observarle un rato.) ¿Ya ‘stá listo pa marchar?... Stá güeno… Y, ¿vamos a arreglar cuentas, entonces, no?...CARLOS.- (Sin mirarle) Nada hay que arreglar, don Santos. Ya le dije hoy, que todo estaba arreglado. No insista…SANTOS.- Sí, me dijo… Pero yo no entro por ésas. Mi ley es otra. Diga, no más, sin miedo, cuánto le debo.CARLOS.- (Mirándolo) Pero…SANTOS.- No. No hay pero que valga. Usté cobra sus pesitos y hemos con-cluido.CARLOS.- (Vuelto a su labor) Pesitos… pesitos sucios. Gracias.SANTOS.- (Fuerte, indignado) ¡Sucios, pero suyos, Cristo! ¡ Oh!...CARLOS.- (Tolerante) Bueno, hombre; no se exaspere. Míos o suyos, son igual sucios los pesos. Entre amigos no se debe hablar de plata: eso he queri-do decirle. Me ensuciaría las manos yo… (Las alza chorreando aceite)

SANTOS.- (Brutal) ¿Amigos?...CARLOS.- Amigos, sí, don Santos. Como a mi amigo me han tratado, al menos. Me han abierto la casa, me he sentado a su mesa, he trabajado a mi antojo. He sido como de la familia…SANTOS.- ¿Familia?...CARLOS.- (Desentendiéndose) ¡Oh, bueno! ¡No cobro, y basta! ¡No quiero plata!SANTOS.- (Sordo, agresivo) ¡No! Es que va a cobrar, no más! ¡Qué se ha créido!CANUTO.- (Por el foro, con una bolsa, a guisa de poncho, al hombro) Con permiso. (Se cuela)

CARLOS.- Adelante.SANTOS.- (Cambiado, casi cordial.) ¡Ajá!... ¿De ande salís vos?CANUTO.-Ya ve, don Santos: de entre las pajas. Vine a sofrenar aquí, tras el rabo de mis perros. Sí, pues… Con permisio… (Se sienta en el suelo) Como

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aura tienen alfalfa, las liebres rumbean p’acá.SANTOS.- (Cazando el dato en el aire, como un pretexto) ¡Lindo! Áhi ‘sta lo que salimos ganando con esas siembras: que se nos llene la estancia de sabandijas… ¡Muy lindo!CARLOS.- (En su tarea, siempre) Tendrá también mariposas este verano. Y pajaritos. A más, ya le he explicado a Valerio cómo debe evitar eso…SANTOS.- (Paseándose) ¡Um! M’hijo Valerio…CANUTO.- M’ he desocao corriendo. Con permisio… (Se larga boca al suelo)

CARLOS.- (Con extrañeza) Oh, ¿qué le pasa a usted?...CANUTO.- ¿A mí?...CARLOS.- Permiso, permiso… Ni que estuviera en la iglesia…CANUTO.- ¡Y claro, pues! El hombre ha de ser cumplido siempre. Pobre, pero de güenos modales. (Haciendo con la cabeza una seña a Santos) ¿De ande me sacó este infi el?...SANTOS.- (Despectivo) El sembrador…CANUTO.- ¡Ah! ¿Este había sío el extranjero que hachea sin misiricordia el campo?... (Mirando a Carlos) ¡Gringuito de mala entraña!CARLOS.- ¿Gringuito?... (Ríe) No. Si yo soy criollo, del país.CANUTO.- ¿Del páis?... ¿del páis y acuchilla el suelo?... ¡Nunca!CARLOS.- ¿Tanto ama la tierra usted?...CANUTO.- (Remedándole) Ama, ama… Hable como varón, pues, amigo. ¡Quiero!, se dice. La quiero, sí. Tiene planos pa’ correr, lomadas pa’ tomar sol, bajitos pa’ dormir a pata suelta. ¿Y usté l’ama?...CARLOS.- Tiene más que eso: la entraña cálida y la boca de agua fresca. Carne y espíritu. Los hombres somos sus hijos. Caminarla, pisotearla, es poco. También hay que acariciarla con la herramienta, besarla con las semi-llas, vestirla de sementeras. Porque, mire (se alza entusiasta): cada terrón que se rompe es como un error de dios que se pulveriza.CANUTO.- ¡Y güeno! Así será, si usté dice… ¡Pero, no mire tan juerte, que me va a cortar la leche!SANTOS.- No sé cómo es que sabiendo tanto, se ha rebajao a pionar al ser-vicio de unos brutos como nosotros. Con tanta cencia no debió salir del pue-blo… Pero, acabemos: ¿cuánto le debo?...CARLOS.- (Desesperado) Pero, don Santos: ¡nada! ¡No me debe nada!... La mano de mi amigo: eso me debe… (Va hacia él con la diestra estirada)

(Santos le vuelve la espalda, da vuelta su tirador, y se pone a contar

pesos)

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charlas. Y a otra persona también. Y pa’ remate, pretende marcharse en co-che, como un ray. ¡Ésa es la güeva!VALERIO.- (Tolerante, persuasivo) No, tata; no. No se altere; escúcheme. Bien visto, como él se esplica, tiene razón. Un caballo, dice, es como un her-mano menor pal hombre: hay que cuidarlo, atenderlo. Y su vida no le da, no le alcanza pa’ eso. Prefi ere andar solo, a pie o en tren…SANTOS.- Sí, sí; ya sé… (Pasea) Ya sé… (Se detiene frente a él y lo mira

compasivo) ¡Pobre m’hijo! ‘Stá ciego y sordo: ni oye a su sangre ni ve a su padre… Vaya, no más. (Le señala el foro) Vaya también usté.VALERIO.- (Se para y murmurea mansamente) No es pa’ tanto, tata…SANTOS.- (Firme, cerrado) ¡Vaya, también! (Valerio sale; él se sienta)

ROSAURA.- (Por lat. izq., trae un manojo de fl ores en la mano; al ver al

padre, se sorprende y lo esconde bajo su delantalcito; pregunta) ¡Ah!... ¿Va-lerio no’staba acá?...SANTOS.- (Sigue en sus cavilaciones) ¡Ciego y sordo, pobre m’hijo!... Y vea qué hombre lo envuelve… ¡Hasta parece mentira! (Se alza y se mueve

hacia Rosaura) Yo miro lejos, m’hija: por entre los celajes de la mañana y contra los resplandores del atardecer, campiando al gaucho que se la merezca a usté… Y no lo hallo, ¡Cristo! ¡No lo veo!... (Le acaricia, le mima el rostro) Y ya va siendo grande y güena moza, m’hijita.ROSAURA.- (Encogida) Tata…SANTOS.- (La deja y se retoma sarcástico) Un sembrador… Enantes, a los tipos d’esta laya, los teníamos pa’ la risa, pal jaraneo, los gauchos… Aura, ya ve: nos desprecian la plata, nos embolisman los hijos, y encima, tuavía tene-mos que mandarlos al pueblo en coche… ¡Qué le parece?... (Pausa; pausa)

Pesitos sucios… ¡Seguro! Pa’ qué precisan los pesos si saquean el corazón de sus dueños. Tampoco precisarán el cariño ‘e las mujeres: les bastará con robarles la inocencia. (La mira profundamente; ella baja la cabeza) ¡Ah, pero ya t’he fi liao! ¡Hum!... Sembrador… (Haciendo mutis lat. izq.) ¡Ya t’he fi liao!.....

(Rosaura, sola, se agobia ante la sospecha del padre; reacciona luego,

va a la valija de Carlos, saca sus fl ores, las besa y las coloca sobre las ropas.

Llora ahí; después sale despaciosa por lat. der. Por foro va a cruzar Santos;

la ve irse estremecida de llanto. Se detiene y penetra.) ‘Stá güeno… (Ve las

fl ores que desbordan la valija) ¡Ajá! (Las toma y sacude la cabeza con deseos

de escupirlas) ¡‘Stá lindo!

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CANUTO.- Sí, pues. Yo gané el campo de rabia, disparé despavorido. Me campiaron pa’ cobrarme. –Pague, Canuto; no juya– me decían… Pagué. Pa-gué, ¡pero tenía unas ganas de agarrarme a puñaladas!SANTOS.- ¿Perdiste mucho?CANUTO.- ¿Mucho?... ¡Perdí hasta l’habla! Me re jundí, ¿no le digo?... ¡Per-dí dos pesos!... ¡Qué injusticia! (Sacude la cabeza y repite) ¡Qué injusticia!VALERIO.- (Por el foro) No, tata; Carlos no quiere caballo. Ya se lo había ofertado yo.SANTOS.- (Parándose airado) Oh, ¿y qué quiere, entonces?... ¡Plata, tam-poco quiere! Le ha regalao a éste todo. (Por Canuto)

CANUTO.- Con permisio… (Puertea y desaparece) VALERIO.- Sí; dice él que con los trapos y la semilla que l’hemos dao, ya’stá pago. No quiere más.SANTOS.- ¡Nos toma a menos ese hombre! ¿M›entiende?... ¡A menos!VALERIO.- (Sonriente) ¿Quién, tata, Carlos?... Pero, usté no lo conoce, en-tonces… Si es güenaso el pobre, un alma ‘e dios. Él me ha explicao por qué no aceta el caballo…SANTOS.- Le ha explicao… A usté cualquiera le esplica y en seguida entra po el aro. ¡Parece mentira, amigo!VALERIO.- (Arrimándose) Pero, tata…SANTOS.- Me da pena verlo. (Pasea) Siéntese áhi. (Valerio ejecuta) Tene-mos que conversar. (Se le cuadra enfrente) Dígame: ¿somos o no somos gau-chos nosotros?... ¡Conteste!VALERIO.- Y bueno: somos.SANTOS.- ¿No es vida lial y santa la que vivimos?¿Criando animales, ayu-dando al pobrerío, divirtiéndonos también, cuando el caso llega, como dios manda?VALERIO.- ¡Si yo no lo contradigo, tata!SANTOS.- No, de palabra, no. Pero en los hechos, voy viendo que pa’ usté pintan mejor otras cosas. ¡Sí! Se da a los gringos usté. Usté lo trajo a ése. Y áhi ‘stá aura lo que sucede: impone su voluntá; pior tuavía: nos hace una zancadilla a todos. ¡A todos!... ¿Me oye?VALERIO.- ¡Pch! No veo en qué, no comprendo. Él vino aquí a trabajar, y resultó que después se hizo mi amigo. Cierto es: yo lo quiero. Francamente, aura me daría vergüenza irle con plata. ¡Qué le viá pagar!... Más vale me iría con él, ¿ve?...SANTOS.- (Saltando) ¡Ajá! ¡Áhi ‘stá la cosa! Lo ha embolismao con sus

EL SEMBRADOR

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CANUTO.- (Se alza de un brinco y le baraja la mano a Carlos entre la suya)

¡Canuto, pa’ lo que mande! (Ante el asombro del otro) ¿No me conoce?...CARLOS.- (Ríe y se la estrecha) Y bueno: tanto gusto… No le conocía, no.CANUTO.- ¿Ni de mentas conocía usté a Canuto del Valle, a Canutito el liebrero?... ¡Bah, bah, bah!... ¡Pero, entonce, usté no sabe ni cuándo es nunca, pues! ¿Ande se ha críao?...SANTOS.- (Que ha concluido de contar, se vuelve y tira un rollo de pesos a

los pies de Canuto) ¡Tomá, che: eso te regala ese hombre!... (Y sale por late-

ral izquierda, despacio y marcial)

CANUTO.- ¡Eh! ¿Qué?... ¿Plata, platita, don Santos?... (Desasiéndose de un

empellón de Carlos) Con permiso, pues, amigo. ¡Salga de áhi! ¡No se me atraque! (Junta del suelo los pesos desparramados)

CARLOS.- (Se encoge de hombros, sonríe y retoma su labor; mientras canta):

Roja es la aurora,negra es la tierra,y el surco abiertoparece el fl eco

de una bandera.

De mi bandera,

que es roja y negra

como una aurora

sobre una pena!

CANUTO.- Lindo cantó el cristiano… ¡como caballo! (Se larga al suelo a

contar lo que ha juntado)

ROSAURA.- (Por lateral derecha, no ve a Canuto; va a recta a Carlos y le

dice con reproche) Cómo cantás; parece que estás contento, porque te librás,

al fi n, de la pobre gaucha bruta…

CARLOS.- ¡Ah, Rosaura! (Deja todo y va a ella) No es por eso que cantaba.

Tú sabes que canto siempre, y que cuando estoy triste, canto más. Busco en

mi pecho canciones, como podría un pordiosero buscar, entre sus harapos,

cobres, monedas sonantes, para darlas a otros más pobrecitos que él. Canto,

canto… Porque tengo pena de irme, canto. ¡Te quiero mucho!

ROSAURA.- Sí, me querés, sí; pero te vas…

CARLOS.- Tengo que irme; ya he sembrado, ya he concluido. ¿Qué haría

ahora?... Tu hermano me ofreció para que me quedara de chacarero; pero

Page 10: (R. Gonz lez Pacheco El sembrador.indd) fileLa propiedad es un robo, así que dejamos en vos el modo de multiplicar las voces que acá reproducimos. Que no somos dueñxs de nada, sólo

RODOLFO GONZÁLEZ PACHECO

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eso no puede ser. Chacarero, explotador de la tierra… ¡Oh, qué locura! No, no. Yo soy de aquellos que aran y siembran, de los que pasan cantando. Para recoger y amontonar, hay otros…ROSAURA.- Es que no me querés…CARLOS.- (Tomándola del talle) Oye, Rosaura: cuando el arado arranca sur-queando un campo, a su paso hay un clamor de tendones rotos, de cascotes divididos, de agujeros que serpentean como venas llenas de instintos, y todos dicen igual, le gritan el mismo grito al hierro que los troza relampagueando: ¡no me quieres, no me quieres!... Tierrita rosa y blanca, corazoncito que yo he sembrado de ensueños, orejita que he llenado de canciones, boca que colmé de besos: ¡yo te quiero, yo te quiero! (La acaricia, la abraza; en el abrazo

ella gira y ve a Canuto, que ha seguido la escena con la boca abierta)

ROSAURA.- ¡Ah! (Se desprende de Carlos violentamente) ¡Propasao! ¡No me toque! ¡Salga! (Huye lateral izquierda)

(Carlos va a seguirla, se detiene, alza los hombros y mira a Canuto)

CANUTO.- ¡ʼStá lindo!...

CARLOS.- (Silencioso, toma el arado de la mancera, como si fuera a echar-

lo a andar hacia la platea. Lo deja y va a salir; ve la bolsa de semillas; va

a ella, saca un puñado que hace caer resbalando entre los dedos; después

grita) ¡Don Santos! (A lateral izquierda) ¿Por qué no me da esta semilla de

alfalfa que le ha sobrado? (Más fuerte) ¡Don Santos!

SANTOS.- (De adentro, airado) ¡Llévese lo que quiera!

CANUTO.- ‘Stá güeno!

CARLOS.- (Arrastrando la bolsa hasta el pie de su maleta) ¡Qué me dice,

don Canuto! Esto es un alfalfar que me llevo. ¡Un gran alfalfar!... (La deja y

sale foro)

CANUTO.- Sí, sí… Andá, no más, alfalfar… Fiáte vos sos con estos sabios

profundos. (Se para) La suerte que ella sabe dar su derecho, ¿eh?... ¡Propa-

sao!, le dijo. ¡No me toque!... ¡Moza arisca! Con permisio… (Medio mutis

por el foro)

SANTOS.- (Por lateral izquierda, a Canuto) Paráte, che: no te vas. (A Rosau-

ra, que entra tras él con el consabido mate) ¿Y su hermano, hija?...

ROSAURA.- (Dándole el mate) Fue al campo a tráir la yunta del break, pa

llevarlo a la estación a Carlos.

SANTOS.- El break; ¿va a atar el break?... ¡Oh! ¿Aura salimos con ésas? Si

sabe tanto, ¿por qué no muenta a caballo?... (Riendo forzadamente) ¡Ja, ja,

EL SEMBRADOR

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ja! ¿Has visto, vos?... (A Canuto) ¿Qué le parece, m´hija?... (A Rosaura) ¿Son

hombres éstos?... (A los dos) ¡No, Cristo! Son troncos muertos en la corren-

tada de la vida: ¡sin rumbo y sin gobierno! Preguntenlén pánde va; ¿a qué no

sabe tampoco?... Ande lo descargue el tren. ¡A sembrar, dice, a sembrar!...

¡Ah, pero, no! ¡Dígale a m´hijo que no! (A Rosaura) Que le ensille un güen

caballo y le dé otro pa’ carguero, si es preciso. ¡Que de acá, de mi casa, no

sale nadie en coche, como no sean las mujeres! ¡Vaya! (Le vuelve el mate y la

empuja con el gesto; ella vacila) ¡Vaya! (Sale despaciosa, la cabeza baja; él

la sigue hasta que desaparece por foro; luego se vuelve a Canuto) Atrácate

vos… Decíme: ¿estuviste en las carreras, che? (Cordial)

CANUTO.- (Acercándose) ¿En cuálas?

SANTOS.- En las del otro domingo, en el boliche “La Estrella”.

CANUTO.- ¡Oh, y de no!... perdí, también. Me desnudé jugando…

SANTOS.- ¡Ajá! Sentáte, pues. (Le arrima un banco) ¿ Y cómo jué?... Contá,

a ver…

CANUTO.- (Echando el banco a un lado y largándose al suelo) Güeno. Con

permisio, entonces… Jué peliaguda, don Santos. El zaino ganó al fi ador, pero

dende que se movieron, jué un solo hachazo. La plata ‘staba toda al otro ca-

ballo. Yo me desnudé jugando.

SANTOS.- (Tomando el banco que le arrimó a Canuto, y sentándose él)

¡Ajá!... ¿Partieron mucho, che?...

CANUTO.- Toda la tarde. A boca ´e noche recién largaron. El caballito ala-

zán parecía de mejor pique qu´el zaino. Yo lo miré, lo remiré, lo volví a mirar.

¡Uff!, pensé; éste va a salir como de contra un palo cuanto les griten: ¡vamos!

Jué tal cual lo había pensao. Puntió el caballo alazán, le sacó casi un cuerpo

en l´atropellada. Pero, había sido de lay el caballo zaino. Dentró a seguirlo,

prendido al anca, lonja y lonja. El negro Panta, que montaba el alazán, sacu-

día la cabeza como diciendo: ¡no y no! Y el rubio Higinio, pegao a la cruz

del zaino, se estiraba como gritando: ¡sí, hijito, sí!... ¡Carrera linda! (Pausa)

SANTOS.- ¡Seguí, pues! ¿ Y de áhi?...

CANUTO.- ¡Y de áhi!... Es que de áhi p’adelante es triste el cuento, don San-

tos. ¡Qué injusticia!... Como a las tres cuadras le dentró al cuadril el zaino;

comenzó a chuparlo como lampalagua al alazancito. A las cuatro, ya lo había

tapao… ¡Ay, mama!, grité yo. Y sentí frío, como si me desnudaran. Pero, se-

guí mirando. Puede que sea puesta, dije… ¡Que puesta! El zaino dentró, pasó

y ganó al fi ador. Y a mí me hallaron como a la hora entre las pajas.

SANTOS.- ¿Entre las pajas?