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Que un buen rayo de luna ilumine tus noches, y que vivas por siempre en la mente infinita del Gran Sabio "Viviremos en Él"

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Que un buen rayo de luna ilumine tus noches, y que vivas por siempre

en la mente infinita del Gran Sabio "Viviremos en Él"

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ERITH DE PLANTA Y HUESO

Autor: Daniel Rodríguez Cano

De la obra de Juan Comparán Arias

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5Leyendas de Quidea ∞ Erith de planta y hueso

En estos años me he concentrado tanto en continuar La leyenda de Erith, que me he obsesionado en que cada una de sus aventuras para que el descubrimiento

y la consecución de su misión sea impecables. Esta ha sido una labor ardua y apasionante que sin duda me llevará muchos años más. En el camino, este esfuerzo ha tenido como consecuencia la creación de un universo en el que convergen por un lado, el misticismo de diferentes culturas, los sueños y la fantasía, y por otro, el inabarcable mundo de las plantas, los insectos y la bi-ología en general. Esta hermosa convergencia ha demandado de mi acudir a expertos en estos ámbitos, personas talentosas que en algunos de los casos también escriben o ilustran, como es el caso de Daniel Rodríguez y Joaquín Ochoa. El conocerlos me ha permitido ensanchar mis límites y plantearme la posibilidad de que ellos también participen en la creación de nuevas histo-rias dentro del universo que inicié, historias que a diferencia de La leyenda de Erith, tomen aspectos de los personajes que yo no he explorado debido a mi concentración en la parte legendaria y mística de Erith y de su misión. De esta indagación surgió el proyecto de Erith de planta hueso, en el que narramos sus aven-turas cuando era tan sólo una jovencita y conoció a los herbos que mas influyeron en su vida como es el caso de Zeo. Esta obra ha sido un ejercicio fascinante porque de la mano de mis nue-vos aliados de la palabra, hemos podido explorar los inicios del

Prólogo

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protagonista, las aventuras que han definido sus principales ras-gos y emociones. Una historia en la que Erith empieza a asomar su potencial desde su lado mas humano y natural. Aquí el lector va a poder identificarse con sus desaciertos y las locuras que fi-nalmente van a convertirla en la leyenda.

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7Leyendas de Quidea ∞ Erith de planta y hueso

Si leer un libro es como un viaje, escribirlo es lo más parecido a los preparativos antes de emprenderlo. Se deben recolec-tar experiencias, opiniones, juicios, herramientas, equipo.

Es, además, una experiencia que se disfruta mucho más cuando trabajas y compartes con la gente a tu alrededor. De esta manera, agradezco al equipo de DazhLab por su atención, constancia, colaboración, múltiples lecturas y aguante durante el año en que se escribió este libro.

En primer lugar a Juan Comparán por atreverse a soltar a su hija de letras, Erith, para que fuera escrita por mano ajena; a Gerardo Topete por su constante amistad y por ser el primero en presentarme La Leyenda de Erith a Héctor Viveros, herma-no de letras y un verdadero deleite intelectual; a Joaquín Ochoa por su trazo hábil y su facilidad para dibujar sonrisas en el equi-po; a Carlos Escobedo por su creatividad continua y sus ideas provocadoras; a Manú Flores, Elia Suárez y León Reffreger por sus oídos atentos a las largas relecturas en voz alta de cada uno de los capítulos; y a nuestra editora, Brenda Gutiérrez, que a pe-sar de sus constantes disculpas y advertencias de su crítica dura, resultó ser una persona precisa, concisa y honesta.

También un afectuoso gracias a cada una de las personas que conscientes o inconscientes, con palabras o acciones, lograron aportar a cada coma, a cada diálogo, a cada capítulo de esta nueva entrega de la Saga de Erith; ¡Gracias a ustedes, familia y amigos!

Agradecimientosa la sombra del Gran Árbol:

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Hago un agradecimiento especial a la Luna, a aquella que me acompaña en el viaje de la vida y de las letras, aquella que con su luz influyó sobre mi disposición y buen camino en este proyecto. Gracias a ti, gracias, Karla María.

Por último, sin embargo no menos importante, agradezco tu mirada sobre estas líneas, lector. Espero que disfrutes este viaje que inicia: por ti, y de parte de todo el equipo, te decimos: ¡Dazhlud!

Daniel Rodríguez, 5 de noviembre del 2015, a la sombra del Gran Árbol.

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9Leyendas de Quidea ∞ Erith de planta y hueso

Agradezco a todo el equipo de DazhLab por su entera confianza, calidad como amigos y seres humanos, por hacerme sentir parte de algo muy grande. Gracias a mi

novia Karen por estar siempre ahí apoyándome y a las lunas por inspirarme. Espero que esté libro, por su contenido e ilustracio-nes, logre marcar algo en tu vida.

Joaquín Ochoa

Agradecimientosde Joaquín Ochoa

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Todas las historias están conectadas.Así como las raíces de Herboré “El Gran Árbol”

acarician la superficie del mundoy se reúnen en el centro mismo del tronco de Herboré,

las vidas de los herbos son una madeja de historias,un solo corazón-semilla que hace palpitar a toda Herborith “Quidea”.

Diálogos de la Dama del Bosque con Zeo.

La luna escarlata resplandecía en el horizonte y pintaba las arenas del desierto de Zertha de un color parecido al liñed.1 Era una noche cálida, placentera, con el cielo pinta-

do de estrellas y una brisa que invitaba a la quietud. Sin embargo, en las arenas de Zertha, algo ocurría. Un repentino crujir de las maderas chocando entre sí se apoderó de la quietud. Un grupo de herbos montados en enormes caballos-yuca marchaban escoltan-do una barca de arena que era arrastrada por un par de animales de la misma especie y naturaleza. La barca mostraba un decorado elegante de finas líneas incrustadas en la madera que destellaban con el color de la luna; estaba hecha a partir de la habitalización de un árbol boscoso, por lo que mostraba ramas con hojas siempre verdes y un olor a resina que contrastaba con el desierto y sus are-nas; era una barca lujosa, diseñada para ser arrastrada por caballos, no para funcionar a base de energía de cristales.

1 Vino.

Las arenas de Zertha

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Manzanilla (Chamaemelum):Originaria de Europa occidental y el norte de Asia. Es una hier-ba de hasta 26 cm de largo. Sus hojas suelen ser alternadas y finamente divididas en foliolos (hojas más pequeñas). En el ápice de las ramas presentan una inflo-rescencia (conjunto de flores) los frutos son secos y de 1 mm de diámetro.

Yuca (Yucca):Estas plantas son nativas de manera natural en Norte y Centroamérica. Las yucas son plantas arbustivas y también herbáceas cuando recién brotan de la tierra. Las hojas son muy puntiagudas y están agrupadas en las puntas de las ramas. En Quidea cualquier animal con esta segunda natu-raleza es propenso a la cooperación justa, equitativa y en pro de la vida.

Dentro, iba un exasperado Agreit.2

Su nombre era Emereth, hijo de Ethereth y elegido de Lialin. Tenía prisa, mucha, por lo que abrió la ventana y gritó a los jinetes y al con-ductor de la barca.

—¡Más rápido! ¡Vayan más rápido! ¡Tengo que estar en Eupher.3 antes del amanecer! –Su voz era tan aguda como el canto de un grillo en el bosque. Era incapaz de ocultar el miedo, la desesperación y el dejo de súplica en sus palabras.

Alrededor de la barca se escucharon gritos.—¡Rápido!—¡Con más fuerza, que para esto nos pagan!La madera crujió, Agreit Emereth sintió en

el rostro la calidez del viento con más fuerza. Cerró la ventana y se arrellanó de nuevo en el asiento amplio y cómodo.

Sacó de un compartimento frente a él una dazhera4 adornada con el escudo de su familia y un vaso hecho con la corteza de una de las raíces del Gran Árbol, un lujo que sólo los Agreit se po-dían dar. Sirvió un poco de dazh con manzanilla, menos de la mitad del vaso, para que no se derra-mara, tanto por el movimiento del carruaje como por el temblor de su mano. “Lialin estará bien, lle-garé a Eupher antes del amanecer y podré curarla”, pensó en un intento de consolarse. Mientras be-bía, acariciaba una caja a su izquierda. Era de gran tamaño, hecha de madera de encino, y contenía

2 Noble.3 Provincia limítrofe entre Dano y Zewa.4 Recipiente con dazh.

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un cristal imbuido con un rayo de luna particular. El cristal pesaba mucho, por lo que la caja que lo contenía había roto el asiento don-de descansaba. Significaba la cura para el mal de luna de Lialin, y Emereth lo había robado de una familia peligrosa. Pero eso ya no importaba, al ritmo que llevaban, arribarían al amanecer a Eu-pher; Lialin recuperaría la salud y su ejército se encargaría de los herbos destinados a de darle caza.

El Agreit levantó el vaso de dazh, como si hiciera un brindis, sonrió y habló solo.

—¿Ves, Lialin?, todo salió bien. Y tú que estabas tan preocu-pada por la estúpida luna escarlata.

Mientras Emereth acercaba el vaso a sus labios, escuchó en su mente la voz débil y suplicante de Lialin: “La luna, Emereth, cuídate de la luna”. En ese instante sintió una fuerte sacudida del lado izquierdo de la barca. Emereth aún sonreía cuando el vehículo comenzó a dar volteretas.

Emereth creyó escuchar a Lialin. Algo le dolía excesivamen-te a su esposa, pues el sonido era gutural y profundo, como si el dolor la hubiera transformado en una bestia.

— Ya voy, Lialin, espera un poco más –dijo el Agreit, con una voz apagada por el desconcierto.

Intentó levantarse y, en lugar de la cómoda cubierta de su asiento, sintió la aspereza de la arena. Abrió los ojos y soltó un chillido. La arena tenía el color de la sangre y alrededor de él sólo vio arena y más arena escarlata; por unos instantes se sintió en un mar sangriento.

Una mano áspera y pesada lo tomó del hombro.— Tranquilícese –la voz era ronca y con mucha salibia5 que

se mezclaba con las palabras–. Al parecer no tiene ninguna he-rida de gravedad, estará bien.

5 La saliva en los herbos está mezclada con su sabia.

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Cacto (Escontria): Este cacto es endé-mico de México. Es una planta alta que sólo florece dos veces al año. Sus flores son pequeñas y amarillas y sus frutos son de color púrpura. La semilla, el tallo, los frutos y las flores se pueden comer. Un herbo cacto es un ser rudo y por lo general seco en su trato; pero a la vez suele tener un buen corazón tras todas las espinas que lo protegen.

Cola de borrego (Sedum): Planta suculenta (raíz, tallo y hojas engrosa-das para almacenar agua) nativa del sur de México y Honduras. Los tallos de esta planta alcanzan los 30 cm de largo y sus hojas, hinchadas, son de color verde azulado. Las flores aparecen en la punta de los tallos. Los herbos con esta segunda naturaleza suelen ser aptos para aguantar grandes jornadas bajo el sol.

Emereth se incorporó. La voz tenía razón, su cuerpo estaba ileso. Comenzó a reconocer aque-llas siluetas que resaltaban de las arenas rojas. El herbo de la voz ronca y espesa de salibia era el capataz de los jinetes que había contratado, su nombre era Arno Desitreon; al padre y al ele-gido, Emereth los había olvidado. A su izquier-da estaban varios caballos-yuca, resguardados por un herbo naturaleza cola de borrego, su nombre era Cathe y era sobrino del capataz. A su derecha estaba la barca destrozada y, aplas-tados debajo del vehículo, los dos animales de tiro. Uno estaba muerto, el otro gemía de dolor y agonía. Ese sonido gutural y profundo, que Emereth había confundido con el sufrimiento de su esposa, comenzó a desesperarlo.

—¿No pueden callar a ese animal? –Soltó al capataz; la voz de Emereth, aún en calma, sona-ba como la de un jovencito.

—Sí, pero no lo haremos. –Sonrió el capataz de naturaleza cacto.

—Por el regente de Eupher. ¡Mátenlo de una vez! –Emereth miró directamente a los ojos del capataz.

—Con todo el respeto que su persona me in-funda, matar a un animal durante esta luna es uno de los peores augurios que un caminante quiere sufrir. –La sonrisa del capataz había desaparecido.

El Agreit pateó las arenas. Una breve polva-reda roja brilló intensamente bajo los rayos de la luna. El animal gimió con más fuerza y Eme-reth recordó el cristal. Había olvidado el objeto más importante de su travesía. Lo buscó entre

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los restos de la barca, pero por más que sus ojos escudriñaban cada recoveco, no veía la caja por ninguna parte.

—Arno, la caja que llevaba conmigo, ¿dónde está? –La voz le temblaba.

Arno preguntó a los mozos a gritos.—¿Alguien ha visto una caja? Agreit Emereth la requiere.Todos respondieron que no. El cacto sonrió, mostraba sus

dientes viscosos que olían a salibia y liñed. Miró a Emereth con sus ojos brillantes, coloreados de rojo por las arenas del desierto, lo que daba la impresión de que estaba ebrio.

—La caja habrá rodado enterrándose en alguna duna. No se preocupe, señor de Eupher. En Tres Arenas existen buenos buscadores del desierto. Con suerte mañana…

Emereth dejó de escuchar al cacto. Acababa de darse cuenta del tiempo; de que se había desmayado; de que había observado todo el accidente; de que el caballo-yuca aún no se moría; de que… Dejó de pensar; su cuerpo se puso pálido y gotas de sudor comenzaron a resbalarle por el rostro. Su sangre helaba su cora-zón-semilla, y la voz con la que habló no era más que un suspiro de cobaya, había sido un milagro que Arno lo escuchara.

—¿Cuánto tiempo… Cuánto desde que volcamos?—Ah… Creo que alrededor de dos drodas,6 mi Señor de Eupher.Emereth sintió que sus ojos se saldrían de sus órbitas, su co-

razón-semilla se aceleró y su vista se llenó del color de la sangre. —¡Arno, es demasiado tarde, hemos perdido bastante tiempo.

Vamos a morir. Nuestro destino nos alcanzará esta noche.

Los sirvientes observaban cada vez más nerviosos cómo el Agreit, al que conducían al castillo de Eupher, escarbaba las arenas del desierto. Lo hacía de una manera ridícula, sólo daba unos cuantos manotazos, salpicaba arena pintada de escarlata,

6 Unidad de tiempo parecida a las horas. Cada luno/día tiene veinticinco de ellas.

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Nochebuena (Euphorbia): Esta planta es nativa de Mesoamérica.Tiene forma de arbusto. Las llamativas hojas rojas de la nochebuena se lla-man brácteas (pétalos falsos) y justo en su centro se encuentra la verdadera flor con sus pequeños pétalos amarillos. En Quidea los herbos nochebuena tienen una atracción hacia la cobardía. Suelen ser miedosos e inseguros, sin embargo también son vanidosos.

maldecía, daba unos pasos y repetía el proceso. Lo cierto era que les inquietaba que le hablara al caballo-yuca moribundo; cada vez que éste ge-mía de dolor, el Agreit le gritaba diciéndole que llegaría a salvar a Lialin. Ninguno de los presen-tes conocía a esa herba de la que tanto hablaba el enloquecido Emereth.

En tanto, Arno les dio la orden de preparar a los animales, mientras intentaba tranquilizar al se-ñor de Eupher y, con suerte, llevarlo a Tres Arenas para que fuera problema de otros y él y sus jinetes pudieran regresar a casa y a sus trabajos habituales. Los herbos obedecieron con rapidez, formando la nueva cuadrilla de jinetes, esperaron el resultado de la plática entre el de naturaleza de cacto y el de naturaleza de nochebuena, Agreit Emereth.

—¿Dónde está? ¡Aquí! ¡No, no, no, no! –Emereth cambiaba de lugar cada vez más rápi-do, escarbaba menos y se perdía más–. ¡Cállate, bestia! Salvaré a Lialin.

—Mi señor de Eupher –la sonrisa de Arno había desaparecido–. ¿Puedo recomendarle, que busquemos la caja mañana por la mañana?

—¡No! Tenemos unos momentos antes de que lleguen, necesito la caja, después cabalga-remos, y después a Eupher, y después…

Los jinetes observaron cómo Arno detuvo el cuerpo convulso de Emereth con una sola mano. El rostro del cacto estaba cubierto de es-pinas, en su calva, en su barba, en su frente y un poco en su cuello. Todas parecían listas para las-timar la delicada piel de Emereth. La cuadrilla entera se mantuvo a la expectativa.

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—Entonces, Agreit Emereth, tiene que ser más honesto con-migo. –El cacto apretó su agarre, era muy fuerte, y el Agreit ya comenzaba a chillar de dolor.

—Mi esposa está enferma, muy enferma, un mal de luna que es incurable; sólo un rayo de luna específico podría salvarla. ¡Suél-tame, animal! –Arno soltó a Emereth y, con un gesto, lo invitó a continuar–. Robé un cristal a una familia poderosa de Frigia.

Todo quedó en silencio. Por unos instantes sólo se escuchó el latir del corazón-semilla del Agreit acompasado por la respi-ración profunda y húmeda de Arno, junto con los quejidos cada vez más suaves del moribundo caballo-yuca. El desierto había vuelto a su relativo silencio, por eso, la voz del cacto sonó tan fuerte y cavernosa cuando habló.

—¿A qué familia? –Emereth intentó volver a buscar la caja en-tre la arena, pero Arno lo detuvo, ahora con ambas manos, y apre-tó con todas sus fuerzas los hombros del herbo–. ¿Cuál familia?

Emereth comenzó a llorar, con gotas regordetas que pintaban en su rostro una línea de color rojo. Dio un vistazo a los enardeci-dos ojos del cacto y, otra vez, dijo en una voz delicada y chillona.

—Los Prunneth7 de Frigia. –Arno soltó la presión. El si-lencio del desierto era absoluto. El animal herido, por fin había muerto–. Defiéndanme, peleen por mí, serán recompensados por mi familia, serán soldados y caballeros de la…

Arno golpeó con tanta fuerza a Agreit Emereth, que el herbo nochebuena casi pierde su segunda naturaleza. Aun así, se mira-ron nuevamente, uno suplicante, el otro lleno de furia y miedo.

—¡Entonces, muertos estamos! ¡Yo! ¡Lialin! ¡Arno el cacto y sus herbos que pretenden ser jinetes! –Gimoteó con sus ojos empapados en lágrimas.

7 Familia conocida por sus artes de la guerra y por las reprimendas que toman contra aquellos que les faltan al respeto.

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Cacao (Theobroma): Es una árbol de hoja siempre verde de hasta 10 m de alto, originario de la cuenca del amazonas y extendido hasta el sur de México. En la antigua Mesoamérica la semilla del cacao era utilizada como moneda de cambio. Sus flores son de color rosa y sus frutos crecen directamente del tronco y de las ramas más viejas. El fruto es un tipo de baya seca parecida al coco. En Quidea las semillas del cacao también son utiliza-das como monedas de cambio.

—Está equivocado, Agreit Emereth de Eu-pher. Hoy, el único que se muere, es usted.

—¡Arno, espera! ¡Arno, no seas cobarde! ¡Arno! ¡Llévenme con ustedes! –La voz de Eme-reth estaba cargada de llanto y frustración.

Seguía a tropezones al cacto, que ya estaba montándose a un caballo-yuca, listo para em-prender la huida hacia Tres Arenas. Emereth alcanzó a agarrar el pie del capataz. Su rostro batido en lágrimas, de cuyos ojos se avivó el rojo del desierto y que parecía marchitar su se-gunda naturaleza.

—Mira Arno, mira esta dazhera –el Agreit enseñó un fruto diseñado por un hábil herba-lizador.8 Era de fina hechura, mostraba la he-ráldica de la familia Eupher en el centro–. Vale cientos de cacaos dorados, es tuyo, tómalo.

Arno tomó la dazhera con desdén y la arrojó lo más lejos de la cuadrilla que pudo, dada su fuerza, la distancia fue considerable. Miró al Agreit con ojos de lástima, de la misma manera que lo había visto cuando entró en la posada de Tres Arenas y preguntó quién estaba dispuesto a escoltarlo a Frigia. Era un patético potentado de Eupher, un herbo cobarde nacido en una vaina de cacaos,9 un Agreit miserable que había per-dido su primera cuadrilla al llegar a Tres Arenas desde Zewa y que ahora Arno estaba dispuesto a abandonar a una muerte segura.

El cacto lo miró con compasión a los ojos.

8 Artesano que modifica las plantas a través de rayos de luna. 9 Expresión popular que significa: nació en una familia rica.

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—Lo lamento, pero usted se lo buscó. –Pateó al Agreit, y dio la orden de retirada a la cuadrilla.

Emereth, tirado sobre las arenas, lloró con más fuerza y lan-zó un grito de agonía mientras el grupo huía. De vez en cuando, un jinete volteaba la cabeza para mirarlo, o a la barca destroza-da; debido a los rayos de la luna, esos ojos semejaban dos fuegos fatuos en la oscuridad; miraban y se despedían de Agreit Eme-reth, hijo de nadie, elegido de la muerte.

—Lialin… –Emereth se desplomó en las arenas.Nada importaba ya, Lialin moriría sin el rayo de luna que cu-

raría su mal y, sin ella, nadie se aseguraría que el corazón-semilla de Emereth fuera plantado en el lugar que ambos habían planeado enterrarlo, nadie se encargaría de comer del fruto de su alma tal y como él le había explicado a Lialin. Estaba solo y culpaba a Lialin, por enfermarse; a la torpeza de los animales al surcar el desierto, a la inexperiencia de la cuadrilla, a Arno por huir, al desierto y sus ro-cas traicioneras y a la luna escarlata, que trajo la desgracia a su vida.

Emereth escuchó un nuevo galope a lo lejos. “Ya están aquí. Los asesinos de la familia Prunneth, los soldados mantis, los Merkut, han llegado”, pensó. Sintió que el miedo recorría su cuerpo y vigo-rizaba sus piernas para huir. De inmediato, comenzó a correr en la dirección contraria del sonido, lejos de la muerte, de la enfermedad de Lialin y de la luna. Corrió con suerte, pues tropezó justo en la cima de una empinada duna; resbaló hasta el fondo y las arenas cu-brieron su cuerpo. Enterrado escuchó cómo el galope parecía seguir la dirección que Arno y sus jinetes tomaron, en pos de Tres Arenas.

Emereth se dejó abrazar por las arenas escarlatas.