¿Qué sería de mi sin ti ..

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Guillaume Musso ti?

Qu sera yo sin

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Guillaume Musso ti?GUILLAUME MUSSO

Qu sera yo sin

QU SERA YO SIN TI?

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Guillaume Musso ti?

Qu sera yo sin

Para Ingrid, esta historia escrita en la magia doloroso de aquel invierno...

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Guillaume Musso ti?

Qu sera yo sin

Siempre he preferido la locura de las pasiones a la sensatez de la indiferencia. Anatole France

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La conocemos todos... Esa soledad que nos mina a veces. Que sabotea nuestro sueo o arruina nuestras madrugadas. Es la tristeza del primer da de colegio. Es el momento en que l besa a una chica ms guapa en el patio del instituto. Es Orly o la estacin del Este al final de un amor. Es el nio que no tendremos nunca juntos. Soy a veces yo. Eres a veces t. Pero basta algunas veces con un reencuentro...

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Qu sera yo sin

ndiceResumen..............................................................8 1. Ese verano....................................................9 PRIMERA PARTE Bajo el cielo de pars............................................25 2.El mayor de los ladrones.............................26 3. Mi hermano de soledad......................................31 4. Dos hombres en la ciudad.................................39 5. Los amantes del Pont Neuf................................47 6. Pars se despierta..............................................57 7. Los duelistas......................................................65 8. La llave del paraso............................................76 9. Mademoiselle Ho...............................................87 10. El torbellino de la vida.......................................95 11. El da en que te vayas........................................98 12. Djame verter una lgrima..............................105 13. La otra mitad...................................................112 SEGUNDA PARTE Las calles de san francisco.................................116 14. Valentine..........................................................117 15. Alter ego..........................................................127 16. California here I come......................................134 17. La sed del otro.................................................142

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18. Los recuerdos y los remordimientos tambin ........................................................................150 19. Ves?, no he olvidado nada..........................157 20. Two lovers.......................................................168 21. Nos quisimos tanto..........................................174 22. La carta de Valentine.......................................184 23. Halfway to hell ................................................187 TERCERA PARTE La compaa de los ngeles...............................195 La gran evasin ..............................................196 25. La zona de salidas...........................................202 26. Las cosas hermosas que lleva el cielo.............211 27. Anywhere out of the world...............................220 28. Te querr de nuevo..........................................233 29. Eternally yours.................................................241 Eplogo.............................................................245 Entre nosotros.................................................248

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RESUMEN

Desde los tejados de Pars al sol de San Francisco, un primer amor que ilumina toda una vida. Una historia fascinante, llena de suspense y magia. Gabrielle tiene dos hombres en su vida. Uno es su padre; el otro es su primer amor. Uno es un famoso polica, el otro es un reconocido ladrn. Ambos se conocen y ambos se odian. El destino los alej de ella durante mucho tiempo, pero un da, a la misma hora, ellos reaparecen pero Gabrielle se negar a elegir... Le gustara protegerlos, mantenerlos juntos y amarlos a los dos, pero hay conflictos cuya nica solucin es la muerte. Excepto si...

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1. Ese verano

El primer amor es siempre el ltimo. TAHAR BEN JELLOUN San Francisco, California Verano de 1995 Gabrielle tiene 20 aos Es americana, estudiante de tercer curso en la Universidad de Berkeley. Ese verano lleva a menudo unos vaqueros claros, una blusa blanca y una cazadora de cuero entallada. Su largo pelo liso y el verde de sus ojos con reflejos dorados la hacen parecerse a las fotos de Franoise Hardy tomadas por Jean-Marie Prier en los aos sesenta. Ese verano reparte sus das entre la biblioteca del campus y su trabajo como bombera voluntaria en el parque de bomberos de California Street. Ese verano va a vivir su primer gran amor.

Martin tiene 21 aos Es francs y acaba de obtener su licenciatura de Derecho en la Sorbona. Ese verano se ha marchado solo a Estados Unidos para perfeccionar su ingls y recorrer el interior del pas. Como no tiene un duro, encadena currillos durante ms de setenta horas a la semana: camarero, vendedor de helados, jardinero... Ese verano su corta melena negra le da un aire a Al Pacino en sus comienzos. Ese verano va a vivir su ltimo gran amor.

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Cafetera de la Universidad de Berkeley Eh, Gabrielle, una carta para ti! Sentada a una mesa, la joven levanta los ojos de su libro. Una carta para ti, cielo! repite Carlito, el gerente del establecimiento, mientras pone un sobre de color crema junto a su taza de t. Gabrielle frunce el ceo. Una carta de quin? De Martin, el francesito. Ya no trabaja aqu, pero ha pasado esta maana a dejar esto. Gabrielle mira el sobre con perplejidad y lo desliza en su bolsillo antes de salir del caf. Dominado por su campanario, el inmenso campus verdeante est inmerso en una atmsfera estival. Gabrielle bordea las alamedas y los caminos del parque hasta encontrar un banco libre a la sombra de rboles centenarios. All, en completa soledad, abre el sobre con una mezcla de curiosidad y aprensin.

25 de agosto de 1995 Querida Gabrielle: Quera decirte simplemente que maana vuelvo a Francia. Simplemente decirte que nada ha significado ms para m durante mi estancia californiana que los pocos momentos pasados juntos en la cafetera del campus, hablando de libros, de cine, de msica, y cambiando el mundo. Simplemente decirte que, varias veces, me hubiera gustado ser un personaje de ficcin. Porque en una novela o en una pelcula el hroe habra sido menos torpe para hacerle comprender a la herona que le gustaba de verdad, que disfrutaba hablando con ella y que senta algo especial cuando la miraba. Una mezcla de dulzura, de dolor y de intensidad. Una complicidad turbadora, una intimidad conmovedora. Algo extrao, que no haba experimentado nunca antes. Algo cuya existencia ni siquiera sospechaba.

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Simplemente decirte que una tarde, cuando la lluvia nos sorprendi en el parque y encontramos refugio en el prtico de la biblioteca, sent, creo que como t, ese momento de desconcierto y atraccin que, por un instante, nos perturb. Aquel da s que estuvimos a punto de besarnos. No di el primer paso porque me habas hablado de ese novio, de vacaciones en Europa, a quien no podas ser infiel, y porque no quera presentarme ante tus ojos como un tipo como los dems, que ligan contigo descaradamente y a menudo sin respeto. S, sin embargo, que si nos hubisemos besado, me habra vuelto con entusiasmo, pasando de la lluvia o del buen tiempo, ya que contara un poco para ti. S que ese beso me hubiera acompaado a todas partes y durante mucho tiempo, como un recuerdo radiante al que aferrarme en momentos de soledad. Pero, despus de todo, algunos dicen que las historias de amor ms hermosas son aquellas que no han tenido tiempo de vivirse. Quiz los besos que no recibimos sean tambin los ms intensos... Simplemente decirte que cuando te miro, pienso en las veinticuatro imgenes por segundo de una pelcula. En ti, las veintitrs primeras imgenes son luminosas y radiantes, pero de la vigesimocuarta emana una verdadera tristeza que contrasta con la luz que llevas en ti. Como una imagen subliminal, una fisura bajo el brillo: una falla que te define con mayor sinceridad que el escaparate de tus cualidades o de tus xitos. Varias veces me he preguntado qu es lo que te pona tan triste, varias veces he esperado que me hablaras de ello, pero nunca lo has hecho. Simplemente decirte que te cuides mucho, que no te contamine la melancola. Simplemente decirte que no dejes que triunfe la vigesimocuarta imagen. Que no dejes que se imponga el demonio sobre el ngel con demasiada frecuencia. Simplemente decirte que, a m tambin, me has parecido admirable y luminosa. Pero eso te lo repiten cincuenta veces al da, lo que al fin hace de m un tipo como los dems... Simplemente decirte, en fin, que no te olvidar nunca. Martin

Gabrielle levanta la cabeza. Su corazn se ha acelerado, y es que no se esperaba aquello.

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Desde las primeras lneas, ha comprendido que esa carta era especial. Esa historia la conoca, por supuesto, pero no desde ese ngulo precisamente. Mira en torno a ella por miedo a que el rostro traicione su emocin. Cuando siente que las lgrimas alcanzan sus ojos, se va del campus y coge el metro para volver al corazn de San Francisco. Haba previsto quedarse a trabajar ms tiempo en la biblioteca, pero sabe que ahora ser incapaz de hacerlo. Sentada en su asiento, su mente vacila entre la sorpresa suscitada por la carta de Martin y el placer doloroso que la ha invadido al leerla. No todos los das le dedica alguien ese tipo de atenciones. Tampoco todos los das se detienen ms en su personalidad que en el resto. Todo el mundo la cree fuerte, sociable, aunque es frgil y se pierde un poco en sus contradicciones de mujer joven. La gente que la conoce desde hace aos lo ignora todo de las cosas que la atormentan, pero l ha sabido leerlo en ella y lo ha comprendido todo en pocas semanas. Ese verano el calor abochorn la costa californiana, sin exceptuar San Francisco a pesar de su microclima. En el vagn, los viajeros parecen apagados, como aletargados por el sopor estival. Pero Gabrielle no est entre ellos. Se ha convertido sbitamente en una herona medieval, sumida en una poca caballeresca. Una poca en la que el amor corts hace sus primeras apariciones. Chrtien de Troyes acaba de enviarle una misiva y est decidido por completo a convertir la amistad que ella le tiene... Lee y relee su carta, y le hace bien, y le hace mal. No, Martin Beaumont, no eres un to como los dems... Lee y relee su carta, y la deja feliz, desesperada, indecisa. Tan indecisa que se olvida de bajar en su estacin. Una parada de tren ms a recorrer bajo el calor para regresar a su casa. Enhorabuena, herona, well done!

Al da siguiente 9 de la maana Aeropuerto de San Francisco (SFO) Llueve. Todava no despierto del todo, Martin reprime un bostezo y se agarra a la barra del autobs que, con la suspensin cascada, se tambalea en una curva. Lleva sobre los hombros un abrigo de polipiel, unos vaqueros con rotos, zapatillas gastadas y una camiseta con la efigie de un grupo de rock.

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Ese verano, todos los jvenes tienen algo de Kurt Cobain. En su cabeza se agolpan los recuerdos de esos dos meses pasados en Estados Unidos. Siente los ojos y el corazn llenos de ellos. Tan lejos se lo ha llevado California de vry y de las afueras de Pars. Al principio del verano tena previsto opositar para oficial de polica, pero esa estancia en el extranjero con cariz de rito de paso lo ha cambiado todo. El chico de barrio ha tomado confianza en s mismo en ese pas donde la vida es tan dura como en cualquier otra parte, pero donde la gente ha conservado la esperanza y la ambicin de realizar sus sueos. Y su sueo, el de l, es escribir historias. Historias que lleguen a la gente, historias de personas corrientes a las que les suceden cosas extraordinarias. Porque la realidad no le basta y porque la ficcin siempre ha estado presente en su vida. Desde muy pequeo, sus hroes preferidos lo han sacado a menudo de sus sufrimientos, consolado de sus decepciones y de sus penas. Han alimentado su imaginario y afinado sus emociones para hacerle ver la vida a travs de un prisma que la vuelve aceptable. La lanzadera procedente de Powell Street suelta una riada de viajeros ante la terminal internacional. Entre empujones, Martin atrapa su guitarra del portamaletas. Cargado como una mula, sale el ltimo del autobs, busca en su bolsillo para dar con su billete y, mirando hacia arriba, trata de orientarse en ese ddalo urbano. No la ve en seguida. Ha aparcado su coche en doble fila, con el motor encendido. Gabrielle. Est empapada por la lluvia. Tiene fro. Tiembla un poco. l, Ella se reconocen. l, Ella corren uno hacia el otro. Se abrazan, con el corazn acelerado, como se hace la primera vez, cuando todava se cree en ello. Luego ella sonre y lo provoca: Entonces, Martin Beaumont, de verdad piensas que los besos que no se reciben son los ms intensos? Y se besan. Sus bocas se buscan, sus alientos se mezclan, sus cabellos mojados se entremezclan. l tiene la mano sobre su nuca, ella tiene la suya sobre la mejilla. En la urgencia, intercambian algunas torpes palabras de amor. Ella le pide: Qudate ms! Qudate ms!

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l no lo sabe, pero no conocer nada mejor en su vida. Nada ms puro, nada ms luminoso o ms intenso que los ojos verdes de Gabrielle brillando bajo la lluvia esa maana de verano. Ni que su voz implorndole: Qudate ms!

San Francisco 28 de agosto7 de septiembre de 1995 Con el pago de un suplemento de 100 dlares, Martin ha podido retrasar la fecha de su partida. Una suma que le va a permitir vivir los diez das ms importantes de su vida. Se aman. En las libreras de las calles de Berkeley donde todava flota un aroma a bohemia. En un cine de Reid Street donde no ven gran cosa de la pelcula Leaving Las Vegas, tanto se pierden en besos y caricias. En un pequeo restaurante, ante una gigantesca hamburguesa hawaiana con pina y una botella de Sonoma. Se aman. Hacen el tonto, juegan como cros, se agarran fuerte de la mano y corren por la playa. Se aman. En un cuarto universitario, donde l improvisa para ella, con su guitarra, una versin indita de La Valse a mille temps de Jacques Brel. Ella baila para l, primero con languidez, luego cada vez ms rpido, girando sobre ella misma, desplegando sus brazos, la palma de la mano girada hacia el cielo a la manera de un derviche giratorio. l deja su instrumento y se rene con ella en su trance. Forman una peonza que acaba cayndose al suelo donde... ... se aman. Flotan, vuelan. Son Dios, son ngeles, son nicos. Alrededor de ellos, el mundo se difumina y se reduce a un simple decorado de un teatro del que son los nicos actores. Se aman. Con un amor que llevan en la sangre. Con una ebriedad permanente. En el instante y en la eternidad.

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Y al mismo tiempo, el miedo est en todas partes. El miedo a la ausencia. El miedo a encontrarse sin oxgeno. Es la evidencia y la confusin. Es a la vez el relmpago y el abatimiento. La ms bella de las primaveras, la tormenta ms violenta. Y sin embargo, se aman.

Lo ama. En mitad de la noche. En su coche, que ella ha dejado en un aparcamiento de Tenderloin, el barrio bajo de la ciudad. La radio del coche vibra al ritmo de gansta rap y de Smells Like Teen Spirit. Es el kif del peligro, el cuerpo del otro que ondula en medio del baile de faros, con la amenaza de ser atacados por las bandas o sorprendidos por los maderos. Esta vez no es un amor a lo ramo de rosas, un amor a lo palabritas tiernas. Es un amor rojo candente en el que se arranca ms que se da. Esta noche, entre ellos, es el pico, es el chute, es el subidn del drogadicto. Ella quiere mostrarle esa faceta de ella misma, ese rollo menos suave tras la imagen romntica: la falla, la vigesimocuarta imagen. Quiere ver si la seguir en ese terreno o la dejar por el camino. Esa noche, ella ya no es su amor, es su amante. because the night belongs to lovers because the night belongs to us.

La ama. Sin hacer ruido. En la playa, de madrugada. Ella se ha dormido sobre su abrigo. l ha puesto la cabeza sobre su vientre. Dos jvenes amantes envueltos en el viento tibio, bajo la luz rosa de un cielo californiano.

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Sus cuerpos en reposo, sus corazones cosidos, clavados uno al otro, mientras la pequea radio puesta sobre la arena emite una vieja balada.

8 de septiembre de 1995 9 de la maana Aeropuerto de San Francisco (SFO) Fin del sueo. Se agarran en el vestbulo del aeropuerto, en medio de la muchedumbre y del ruido. La realidad ha terminado por ganar la partida ante la ilusin de un amor fuera del tiempo. Y es brutal. Y duele. Martin busca la mirada de Gabrielle. Esa maana, los reflejos dorados han desaparecido de sus ojos. No saben ya qu decirse. Entonces, se abrazan, se aferran uno al otro, cada uno tratando de encontrar en el otro la fuerza que le falta. En ese juego, Gabrielle es mejor que l. Sabe que esos das de felicidad se los roba a la vida, mientras que l cree que durarn siempre. Sin embargo, es ella quien tiene fro. Entonces, l se quita su abrigo de polipiel y se lo pone sobre los hombros. Al principio, Gabrielle lo rechaza, en plan soy una ta dura, en plan puedo con todo, pero l insiste porque est claro que tiembla. Por su parte, ella desabrocha de su cuello su cadena de plata de la que cuelga una pequea Cruz del Sur. Le deja caer la joya en la mano. ltima llamada. Estn obligados a dejarse. Por ensima vez, l le pregunta: A ese novio de viaje en Europa, lo quieres? Pero, como siempre, ella le pone un dedo sobre la boca y baja los ojos. Entonces, sus dos cuerpos se desatan y l se va hacia el rea de embarque sin dejar de mirarla.

9 de septiembre Pars Aeropuerto Charles-de-Gaulle

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Despus de dos escalas y de mltiples retrasos, el vuelo de Air Lingus aterriza en Roissy al final de la tarde. En San Francisco todava era verano. En Pars ya es otoo. El cielo est negro, hecho un asco. Un poco perdido, los ojos enrojecidos por la falta de sueo, Martin espera su equipaje. En la pantalla de una tele, una rubia de silicona chilla: Dios me ha dado la fe. Por la maana ha dejado la Amrica de Clinton, por la tarde est en la Francia de Chirac. Y odia su pas porque su pas no es el de Gabrielle. Recoge su maleta y su guitarra y luego emprende su periplo para llegar a su casa: RER B hasta Chtelet-Les Halles, RER D direccin CorbeilEssones hasta vry, y luego el bus para la ciudad dormitorio de Pyramides. Querra aislarse del mundo gracias a la msica, pero las pilas de su walkman murieron hace tiempo. Est desamparado, desorientado, como si hubieran inyectado veneno en su corazn. Luego toma conciencia de que corren lgrimas por sus mejillas y de que los gilipollitas de su barrio lo miran y se cachondean de l. Intenta recobrar la compostura: no hay que dar muestras de debilidad en vry, en un bus con direccin a Pyramides. Entonces gira la cabeza, pero se da cuenta por primera vez de que no dormir con ella esa noche. Y las lgrimas vuelven a correr.

Medianoche. Martin deja el cuartito que ocupa en el apartamento de proteccin oficial de sus abuelos. Ascensor averiado. Nueve pisos a pie. Buzones arrancados, peleas en el hueco de la escalera. Aqu no ha cambiado nada. Busca durante media hora una cabina telefnica que no est destrozada, desliza por la ranura su tarjeta de cincuenta pasos y marca un nmero transatlntico. A doce mil kilmetros de all, en San Francisco, son las doce y media. El telfono suena en la cafetera del campus de Berkeley...

49, 48, 47... Con el vientre encogido, cierra los ojos y simplemente dice: Soy yo, Gabrielle. Fiel a nuestra cita del medioda.

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Al principio, ella se re porque est sorprendida y porque es feliz; luego rompe en sollozos porque es demasiado duro no estar ya juntos. ... 38, 37, 36... Le dice que la echa mucho de menos, que lo vuelve loco, que no sabe cmo vivir sin... ... ella le dice cunto le gustara estar all, de verdad, all, para dormir a su lado, besarlo, acariciarlo, morderlo, matarlo de amor. ... 25, 24, 23... Escucha su voz y todo regresa a la superficie: la textura de su piel, el olor de la arena, el viento en sus cabellos, sus un beso... ... sus un beso, su mano que se aferra a su cuello, sus ojos que buscan los suyos, la violencia y el amor de sus abrazos. ... 20, 19,18... Mira con terror la pantalla de cristal lquido de la cabina y es un suplicio ver el rpido transcurrir de los pasos de la tarjeta telefnica. ... 11,10, 9... Luego no se dicen nada; sus voces se quiebran. No escuchan nada ms que el golpeteo de sus corazones, que laten al unsono, y la dulzura de sus respiraciones, que consiguen mezclarse a pesar de ese puto telfono. ... 3, 2,1, 0...

En aquella poca, no se hablaba todava de internet, e-mail, Skype o mensajera instantnea. En aquella poca, las cartas de amor enviadas desde Francia tardaban diez das en llegar a California. En aquella poca, cuando escribas te quiero, haba que esperar tres semanas para tener la respuesta. Y esperar un te quiero durante tres semanas es en verdad inhumano cuando se tienen veinte aos.

Entonces, poco a poco, las cartas de Gabrielle se espacian hasta volverse inexistentes.

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Luego ya casi no responde al telfono ni en la cafetera ni en su cuarto de la universidad, y deja que su compaera coja sus mensajes la mayora de las veces. Una noche, desquiciado, Martin arranca el auricular y se sirve de l para destrozar las paredes de cristal de la cabina pblica. La rabia le lleva a hacer lo que siempre ha criticado en los dems. Se ha convertido en uno de los que odia: los que estropean la propiedad pblica, los que necesitan meterse seis cervezas antes de irse a dormir, los que fuman porros todo el da cachondendose de todo: de la vida, de la felicidad, de la desgracia, del ayer y del maana. En pleno desconcierto, se lamenta por haberse cruzado con el amor porque ahora no sabe ya cmo continuar viviendo. Cada da se convence de que maana todo ir mejor, que el tiempo lo cura todo, pero al da siguiente se hunde todava ms.

Un da, sin embargo, Martin se dice que no podr reconquistar a Gabrielle si no pone en ello todo su corazn. Encuentra entonces en la accin la fuerza para salir a la superficie. Vuelve a la facultad, consigue que lo contraten en el Carrefour de vry 2 como manipulador. Por la noche, trabaja como vigilante en un aparcamiento y empieza a ahorrar cada moneda. Es en ese momento cuando debera haber tenido un hermano mayor, un padre, una madre, un buen amigo, alguien que le aconsejara precisamente que no entregara nunca todo su corazn. Porque, cuando lo hacemos, nos arriesgamos a no poder amar nunca ms. Pero, precisamente, Martin no tiene a alguien a quien escuchar, aparte de a su gran corazn de autntico gilipollas.

10 de diciembre de 1995 Gabrielle, amor mo: Djame llamarte otra vez, aunque tenga que ser la ltima. No me hago ya muchas ilusiones, siento que me rehyes. Para m, la ausencia no ha hecho sino fortalecer mis sentimientos y espero que, por tu parte, me eches de menos un poco todava. Estoy all, Gabrielle, contigo.

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Guillaume Musso ti?Ms cerca de lo que nunca lo he estado.

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De momento, somos como dos personas que se envan seales, cada una desde la orilla opuesta de un ro. Algunas veces, se renen brevemente en mitad del puente, pasan un momento juntos, al abrigo de los malos vientos; luego cada uno vuelve a su orilla, esperando reencontrarse ms tarde, para ms tiempo. Y es que, cuando cierro los ojos y nos imagino dentro de diez aos, vienen a mi cabeza imgenes de felicidad que no me parecen irreales: sol, risas de nios, miradas cmplices de una pareja que contina estando enamorada. Y no quiero dejar pasar esta oportunidad. Estoy all, Gabrielle, al otro lado del ro. Te espero. El puente que nos separa puede que parezca en mal estado, pero es un puente slido, construido con troncos de rboles que han desafiado muchas tempestades. Comprendo que tengas miedo a atravesarlo. Y s que quiz no lo atravieses nunca. Pero dame una esperanza. No te pido una promesa, ni una respuesta, ni un compromiso. Slo quiero una seal tuya. Y tienes un medio muy simple de mandarme esa seal. Con mi carta encontrars un regalo de Navidad peculiar: un billete de avin para Nueva York con fecha del 24 de diciembre. Estar en Manhattan ese da y te esperar todo el da en el Caf DeLalo, al pie del Empire State Building. Ven a reunirte conmigo si crees que tenemos futuro juntos... Un beso, Martin

24 de diciembre de 1995 Nueva York 9 de la maana Los pasos de Martin chirran sobre la nieve reciente. Hace un fro polar, pero el cielo est de un azul lmpido, apenas turbado por el soplo de viento que hace revolotear los copos.

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Los neoyorquinos quitan la nieve de sus aceras con el buen humor con que los impregnan los adornos y los Christmas Carols que suenan hasta en las tiendas ms pequeas. Martin empuja la puerta del Caf DeLalo. Se quita los guantes, el gorro, la bufanda, y se frota las manos para entrar en calor. No ha dormido desde hace dos das y se siente febril y excitado como si estuviese bajo una perfusin de cafena. El sitio es caluroso y se respira espritu navideo, cordial bajo el espumilln, los ngeles de azcar y las figuritas de mazapn que cuelgan del techo. En el aire flotan olores mezclados de canela, de cardamomo y de tortitas con pltano. Como msica de fondo, en la radio, los clsicos de Navidad alternan con el pop contemporneo. Ese invierno la pasin por Oasis est en su punto culminante y Wondewall suena a todas horas en las radios. Martin pide un chocolate caliente cubierto de mininubes antes de instalarse en una mesa cerca de la ventana. Gabrielle vendr, est seguro de ello. A las diez comprueba por milsima vez los horarios del billete que le ha enviado. Salida: 23 de diciembre 22.55 h (San Francisco SFO) Llegada: 24 de diciembre 07.15 h (Nueva York JFK) No se preocupa: con la nieve, los vuelos llevarn horas de retraso. Del otro lado del cristal, una marea humana recorre la acera, como un ejrcito pacfico que hubiese cambiado las pistolas por vasos coronados por tapas de plstico. A las once Martin hojea el USA Today que un cliente ha abandonado encima de una mesa. En el peridico se debate por extenso la absolucin de O. J. Simpson, y se habla de la escalada burstil y de Urgencias, la nueva serie de televisin que apasiona a los estadounidenses. Ese invierno, Bill Clinton todava no se ha topado con Monica y hace frente con valenta al Congreso para defender sus medidas sociales. Gabrielle vendr. A las doce Martin se pone los cascos de su walkman en las orejas. La mirada perdida, camina con Bruce Springsteen por las calles de Filadelfia. Vendr.

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A la una le compra un perrito a un vendedor ambulante sin quitarle ojo a la entrada del caf, por si acaso... Va a venir. A las dos comienza a leer El guardin entre el centeno, la novela que ha comprado en el aeropuerto. Una hora ms tarde ha ledo cuatro pginas... Seguramente vendr. A las cuatro saca su Game Boy y pierde cinco partidas de Tetris en menos de diez minutos. Quiz venga... A las cinco, los empleados del caf comienzan a mirarlo, curiosos. Una probabilidad sobre dos de que venga. A las seis el establecimiento cierra sus puertas. Es el ltimo cliente en dejar el caf. Incluso una vez fuera, todava cree en ello. Y sin embargo...

San Francisco 15.00 h Con el corazn en un puo, Gabrielle camina por la arena frente al ocano. El tiempo est a imagen y semejanza de su humor. El Golden Gate se desvanece en la bruma, unas nubes pesadas cercan la isla de Alcatraz y el viento se desata. Para tener menos fro, se ha envuelto en el abrigo de Martin. Se sienta en la playa con las piernas cruzadas y saca de su bolso el paquete de cartas que le ha escrito. Relee ciertos pasajes. Pensar en ti hace latir mi corazn ms rpido. Quisiera que estuvieses all, en mitad de mi noche. Quisiera cerrar mis ojos y volver a abrirlos sobre ti... Saca de un sobre los pequeos regalos que le ha enviado: un trbol de cuatro hojas, una edelweiss, una vieja foto en blanco y negro de Jean Seberg y de Belmondo en Al final de la escapada... Bien sabe que pasa algo raro entre ellos. Un vnculo muy fuerte que no est segura de recobrar. Lo imagina esperndola en Nueva York, en ese caf en el que la ha citado. Lo imagina y llora.

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En Nueva York, el caf ha cerrado hace media hora, pero Martin espera todava, helado y pasmado. En ese momento no sabe nada de los verdaderos sentimientos de Gabrielle. No sabe cunto bien le ha hecho a ella su relacin, cunto la necesitaba, qu perdida y dispersa se senta antes de conocerlo. No sabe que ha evitado que ella pierda pie en un momento tan delicado de su vida...

La lluvia comienza a caer sobre la arena de San Francisco. A lo lejos, se oye el aullido lgubre del rgano marino, que vibra al ritmo de las olas que se adentran en sus conductos de piedra. Gabrielle se levanta para coger el tranva que sube por la pendiente abrupta de Fillmore Street. Ejecuta como un autmata ese trayecto que la lleva dos manzanas por detrs de la catedral de Grace al Lenox Medical Center. Envuelta en el abrigo de Martin, atraviesa una tras otra las puertas correderas. A pesar de los adornos festivos, el vestbulo del hospital est apagado y triste. Cerca de una mquina de bebidas, el doctor Elliott Cooper reconoce su rostro y se imagina que ha llorado. Buenos das, Gabrielle dice, tratando de brindarle una sonrisa tranquilizadora. Buenos das, doctor.

Martin la ha esperado hasta las once, solo en el fro penetrante de la noche. Ahora tiene el corazn vaco y siente vergenza. Vergenza de haber ido a primera lnea sin protegerse, con el corazn por bandera, su entusiasmo juvenil y su candor. Lo haba apostado todo y lo ha perdido todo. Entonces, vaga por las calles: la 42, los bares, las tabernas, el alcohol, las compaas que se saben dudosas. Ese invierno, Nueva York es todava Nueva York. Ya no la de Warhol o la de la Velvet Underground, pero tampoco la ciudad esterilizada que se conocer ms tarde. Es una Nueva York todava peligrosa y marginal para quien acepte dar va libre a sus demonios. En aquella noche aparecen por primera vez en los ojos de Martin la maldad y la dureza.

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No ser nunca escritor. Ser un madero, ser un cazador. Aquella noche no slo ha perdido el amor. Ha perdido tambin la esperanza.

Eso es todo. Esta historia no cuenta sino cosas de la vida. La historia de un hombre y de una mujer que corren uno hacia otro. Todo ha comenzado por un primer beso, una maana de verano, bajo el cielo de San Francisco. Todo ha estado a punto de terminar una noche de Navidad, en un bar neoyorquino y en una clnica californiana.

Luego los aos pasaron...

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PRIMERA PARTE BAJO EL CIELO DE PARS

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2.El mayor de los ladrones

Las razones por las que odiamos a una persona son las mismas por las que la amamos. RUSSELL BANKS

PARS,

ORILLA IZQUIERDA DEL

SENA

29 de julio 3 de la madrugada El ladrn Pars estaba inmersa en la noche clara de la mitad del verano. Sobre los tejados del museo de Orsay, una sombra furtiva se desliz detrs de una columna y luego se recort en el halo de una media luna. Vestido con un mono oscuro, Archibald McLean anud las dos cuerdas de escalada al arns fijado a su cintura. Se ajust el gorro de lana negra hasta los luminosos ojos, que destacaban sobre su rostro cubierto de betn. El ladrn cerr su mochila y mir la ciudad que se extenda ante l. El tejado del famoso museo le ofreca una vista impresionante de los monumentos de la orilla derecha: el inmenso palacio del Louvre rebosante de esculturas, la baslica merengada del Sacr-Coeur, la cpula del Grand Palais, la noria del jardn de las Tulleras y la bveda verde y oro de la pera Garnier. Sumida en la noche, la capital tena un aspecto intemporal. Era el Pars de Arsne Lupin, el del Fantasma de la pera. Archibald se puso unos guantes de escalada, relaj los msculos y desenroll la cuerda a lo largo de

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la pared de piedra. Esa noche, la partida sera difcil y arriesgada. Pero eso era tambin lo que le daba su belleza.

El madero Es una locura! De vigilancia en su coche, el capitn de polica Martin Beaumont observaba a travs de sus gemelos a alguien a quien segua la pista desde haca ms de tres aos: Archibald McLean, el ms ilustre de los ladrones de cuadros de los ltimos tiempos. El joven polica haba llegado al colmo de la excitacin. Esa noche iba a proceder al arresto de un ladrn fuera de lo comn, algo que slo ocurre una vez en la vida de un madero. Era un momento que esperaba desde haca mucho tiempo. Una escena que haba ensayado muchas veces en su cabeza. Un acto por el que lo envidiaran tanto la Interpol como los detectives privados contratados por los multimillonarios a los que Archibald haba expoliado. Martin gradu sus gemelos para obtener una imagen ms ntida. La sombra inasible de Archibald emerga por fin de la oscuridad. Con el corazn en un puo, Martin lo vio desenrollar la cuerda desde el tejado y deslizarse a lo largo de la pared del museo hasta que alcanz uno de los dos relojes monumentales que daban al Sena. Por un instante, el madero tuvo la esperanza de ver los rasgos de su presa, pero Archibald estaba demasiado lejos y le daba la espalda. Por increble que pudiera parecer, nadie en sus veinticinco aos de carrera haba visto nunca el verdadero rostro de Archibald McLean...

Archibald se detuvo delante de la parte inferior del reloj de vidrio, que brillaba con una luz plida. Pegado a esa esfera de siete metros de dimetro, le resultaba difcil no sentirse presionado por el tiempo. Saba que se arriesgaba a ser descubierto en cualquier momento, pero no obstante lanz una mirada a la calle. Los muelles estaban en calma pero no desiertos: los taxis pasaban intermitentemente, algunos paseantes nocturnos deambulaban por all y otros regresaban para acostarse despus de una larga noche. Sin precipitarse, el ladrn se apoy en el reborde de piedra y desenganch de su cinturn una rueda dotada de puntas con coronas diamantadas. De un movimiento veloz, amplio y regular, ray la superficie

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acristalada en el punto en que las armazones de latn se cruzaban para delimitar la sexta hora. Como esperaba, la piedra dentada slo ara el cristal al dibujar una rea del tamao de un arito. Archibald fij all un juego de ventosas de tres cabezas y luego se hizo con un cilindro de aluminio de la longitud de una linterna. Pase el haz a lo largo de la lnea de fractura con destreza y seguridad, multiplicando las pasadas. Como buen hilo para cortar cristal, el rayo lser le permiti practicar una incisin fina y profunda. La fractura se propag rpidamente siguiendo la lnea de incisin. Cuando el cristal estuvo a punto de ceder, Archibald empuj el juego de ventosas. El pesado cristal se solt de una sola pieza, sin fragmentos ni rotura, y se pos suavemente en el suelo, liberando un paso circular afilado como una guillotina. Con la agilidad de un acrbata, Archibald se desliz por la abertura que le daba acceso a uno de los ms bellos museos del mundo. A partir de ese instante, tena treinta segundos antes de que la alarma se activara.

Con la nariz pegada a la ventanilla de su coche, Martin no daba crdito a lo que vea. En efecto, Archibald acababa de lograr una proeza, pero la alarma iba a activarse de un momento a otro. La seguridad del Orsay haba sido seriamente reforzada despus de la entrada por la fuerza, el ao pasado, de una banda de individuos que haban conseguido penetrar en el museo echando abajo una salida de emergencia. Los borrachos haban deambulado por las galeras varios minutos antes de ser detenidos. Un tiempo que haban aprovechado para desgarrar un lienzo de Monet, El puente de Argenteuil. El asunto haba dado mucho que hablar. La ministra de Cultura haba encontrado inadmisible que alguien pudiese penetrar en Orsay como Pedro por su casa. Ms tarde, las deficiencias del museo haban sido pasadas por el tamiz. Como miembro de la OCBC Oficina Central de Lucha contra el Trfico de Bienes Culturales, Martin Beaumont haba sido consultado para hacer inventario y asegurar todos los accesos posibles. En teora, las famosas galeras impresionistas seran a partir de ese momento inviolables. Pero, en ese caso, por qu esa jodida alarma no se activaba?

Archibald aterriz en una de las mesas de la cafetera. El gran reloj de cristal daba directamente al Caf des Hauteurs, en el ltimo piso del museo, cerca de las salas consagradas a los impresionistas. El ladrn mir su reloj: todava veinticinco segundos. Salt al suelo y subi los pocos

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escalones que llevaban a las galenas. Las lentes de infrarrojos formaban una red invisible de haces de largo alcance que cubran el plano de deteccin que se extenda por los cincuenta metros de pasillos. Localiz la caja de alarma y desatornill el panel de proteccin antes de enchufar all un notebook apenas ms grande que un iPod. En la pantalla, las cifras pasaban a una velocidad vertiginosa. En el techo, las dos cmaras provistas de detectores trmicos no tardaran en activarse. Ya slo diez segundos...

Sin poder aguantar ms, Martin sali del coche e hizo crujir sus articulaciones. Estaba de vigilancia desde haca cuatro horas y empezaban a dormrsele las piernas. Haba perdido la costumbre. En sus comienzos, haba pasado noches en vela vigilando en condiciones algunas veces inverosmiles: el maletero de un coche, un camin de la basura, un falso techo. El viento se levant de pronto. Tuvo un escalofro y se subi la cremallera de la cazadora de cuero. Tena la piel de gallina, lo que no resultaba desagradable para esa calurosa noche de verano. Desde que trabajaba en la OCBC, nunca haba sentido semejante excitacin. Sus ltimas descargas de adrenalina se remontaban a cinco aos atrs, a la poca en que curraba en Estupefacientes. Un trabajo de perros ligado a una poca difcil de su vida que no lamentaba haber borrado de un plumazo. Prefera ese puesto tan singular, de madero del arte, en el que conciliaba su pasin por la pintura y su compromiso con la polica. En Francia no haba ms que una treintena de personas que hubieran seguido la formacin de alto nivel dispensada por la cole du Louvre que permita incorporarse a ese servicio puntero. Aunque desde entonces tuviera que hacer sus averiguaciones en el medio aterciopelado de los museos y de las salas de subastas, frecuentando ms a los anticuarios y a los conservadores que a los camellos o a los violadores, segua siendo un madero ante todo. Y un madero que tena trabajo por delante. Con ms de tres mil robos al ao, Francia era un blanco privilegiado de los saqueadores de patrimonio, cuyo trfico generaba en ese momento flujos financieros comparables a los del trfico de armas o de estupefacientes. Martin despreciaba a los gamberros que robaban en las capillas de los pueblos, que arramblaban con los clices, las estatuas de ngeles y de la Virgen. Execraba la estupidez de los vndalos que se divertan estropeando las esculturas en los parques. Odiaba en fin a los saqueadores que trabajaban por encargo a cuenta de coleccionistas o de anticuarios podridos ya que, al contrario de lo que se crea, los ladrones de objetos artsticos no eran gentlemen solitarios. La mayora de ellos

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estaban conchabados con el crimen organizado y el gangsterismo ms duro, y haban puesto la mano en el sector del blanqueo de lienzos robados organizando su salida del territorio. Apoyado contra el capote de su viejo Audi, Martin encendi un cigarrillo sin quitarle los ojos a la fachada del museo. A travs de sus gemelos, distingua el agujero abierto en el reloj de cristal. Ninguna alarma se haba activado an, pero saba que no era ya ms que una cuestin de segundos que un grito estridente desgarrase el silencio de la noche.

Tres segundos. Dos segundos. Un seg... El rostro de Archibald se ilumin con un brillo de alivio cuando las seis cifras se clavaron en la pantalla del minsculo ordenador. Luego la combinacin ganadora parpade, y quedaron desactivados los detectores de movimiento. Exactamente lo que haba previsto. Un da, quiz, cometera un error. Un da, sin duda, hara un robo de ms. Pero no esa noche. La va estaba libre. El espectculo poda comenzar.

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3. Mi hermano de soledad

Hay dos clases de personas. Los que viven, actan y mueren. Y los que no hacen nada ms que mantenerse en equilibrio sobre la lnea de la vida. Luego, los actores. Y los funmbulos. MAXENCE FERMINE

Martin encendi otro cigarrillo sin conseguir calmarse. Esta vez era seguro, algo fallaba. La alarma deba haberse activado haca un minuto largo. En el fondo, el joven no estaba descontento. No era eso lo que haba esperado secretamente: trincar a Archibald l solo, sin la ayuda de vigilantes o de maderos de la polica judicial, para regalarse un mano a mano1 sin testigos? Martin saba que un buen nmero de sus colegas estaban fascinados por las hazaas de Archibald y encontraban gratificante perseguir a un criminal semejante. Es cierto que McLean no era un vulgar ladrn. Desde haca veinticinco aos provocaba sudores fros a los directores de museo y ridiculizaba a todas las policas del mundo. Devoto de los detalles, haba erigido en arte el latrocinio, dando muestras de virtuosismo y de originalidad en cada uno de sus robos. Nunca haba recurrido a la violencia, no haba disparado ni un solo tiro ni vertido una gota de sangre. Con el ardid y la astucia como nicas armas, no haba dudado en desvalijar a hombres peligrosos al oligarca maoso Oleg Mordhorov o al amo de la droga Carlos Orteg, aun a riesgo de tener a la mafia rusa en los talones y de que pusiesen precio a su cabeza los crteles sudamericanos. Martin se desquiciaba regularmente por la manera en que los medios relataban los delitos del ladrn. Los periodistas esbozaban1

En espaol en el original. (N. del t.)

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retratos complacientes de Archibald, en los que lo consideraban ms como un artista que como un criminal. Paradjicamente, los maderos no conocan gran cosa de Archibald McLean: ni su nacionalidad, ni su edad, ni su ADN. Ese hombre no dejaba nunca huellas tras de s. En los vdeos de las cmaras de vigilancia, rara vez se distingua su rostro y, cuando se lograba hacerlo, nunca era el mismo, tan bien dominaba ese hombre el arte del disfraz. Por ms que el FBI prometa recompensas importantes a cualquiera que suministrara alguna informacin que permitiese su arresto, no haba recogido sino testimonios contradictorios. Archibald era un verdadero camalen, capaz de cambiar de aspecto fsico y de meterse en la piel de sus personajes como un actor. Ningn encubridor ni ningn cmplice haba roto nunca la ley del silencio. Tales indicios dejaban pensar que Archibald trabajaba solo y por su propia cuenta. A diferencia de sus colegas y de la prensa, Martin no haba cedido a la fascinacin por el personaje. A pesar de su brillo, McLean no era ms que un criminal. Para Martin, el robo de un bien cultural no se poda comparar al de otro bien. Por encima de su valor de mercado, toda creacin artstica tena algo de sagrado y participaba en la transmisin de un patrimonio cultural acumulado en el curso de los siglos. El robo de una obra de arte constitua pues un atentado grave a los valores y fundamentos de nuestra civilizacin. Y los que se dedicaban a ello no merecan ninguna indulgencia.

Silencio religioso, ningn crujido, ninguna presencia: el museo estaba extraamente en calma. Archibald penetr en las salas de exposicin con el mismo recogimiento que en una iglesia. La iluminacin nocturna del museo, con tonos verde esmeralda y azul cobalto, suma sus estancias en una atmsfera de castillo encantado. Archibald se dej conquistar por el ambiente. Siempre haba pensado que de noche los museos cobraban vida, en el silencio y la penumbra, lejos de las exclamaciones de la masa y de los flashes de los turistas. Por empearse en exponer la belleza de las obras, no se acababa por desnaturalizar su integridad y, llegados a un punto, por destruirlas? En un ao un lienzo poda hoy da estar sometido a tanta luz como antao en cincuenta! As exhibidos, los cuadros perdan poco a poco su brillo, se vaciaban de su savia y de su vida. Lleg a la primera sala, consagrada a Paul Czanne. Desde haca ms de veinte aos, Archibald haba visitado docenas de museos, tenido entre las manos algunas de las grandes obras maestras; sin embargo,

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senta cada vez la misma emocin, el mismo escalofro ante la evidencia del genio. Algunos de los ms hermosos Czanne se encontraban en esta estancia: Los baistas, Los jugadores de naipes, Montaa Sainte-Victoire... El ladrn tuvo que contenerse para desprenderse de su contemplacin. Rebusc en su cinturn una fina barra de titanio que atornill firmemente en el lienzo de pared que separaba esa galera de la siguiente. Y es que Archibald no haba venido por Paul Czanne...

Martin aplast la colilla de su cigarrillo con el taln de su bota antes de volver al interior de su coche. No era el momento de hacerse notar. Si haba aprendido algo en sus diez aos de servicio, es que hasta el ms genial de los criminales acaba por cometer un error. As es la naturaleza humana: tarde o temprano, la confianza conlleva la relajacin y la relajacin te conduce a cometer un error hasta el ms nfimoque basta para hacerte enchironar. Y lo menos que se poda decir es que, en el curso de los ltimos meses, Archibald haba multiplicado las proezas, realizando una serie de robos como no se haban visto nunca en el mundo del arte: entre otros tesoros, La Danza de Matisse en el museo del Hermitage de San Petersburgo, una inestimable partitura manuscrita de las sinfonas de Mozart en la Morgan Library de Nueva York, un sublime desnudo de Modigliani en Londres... En fin, tres meses antes, mientras pasaba el fin de semana en su yate, el multimillonario ruso Ivn Volynski tuvo la desagradable sorpresa de que le birlaran el famoso n. 666 de Jackson Pollock, adquirido en Sotheby's por cerca de noventa millones de dlares. Un robo que haba irritado particularmente al oligarca, quien se deca haba comprado ese cuadro para su nueva y joven pareja. Martin encendi la luz interior del coche y sac de su bolsillo una libretita Moleskine en la que haba anotado los robos recientes.

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Las concordancias eran, demasiado numerosas para creer en simples coincidencias: a la manera de un asesino en serie, Archibald McLean no daba sus golpes al azar, sino que segua un modus operandi preciso. Como para rendirles homenaje, pareca organizar sus robos en funcin del aniversario de la muerte de los artistas a los que veneraba! Vanidad suprema o manera de mofarse ms de la polica y de construirse una leyenda, haba firmado cada uno de sus robos con su tarjeta de visita adornada de una Cruz del Sur. Sin duda, ese tipo era inclasificable. Cuando se hubo dado cuenta de esa forma de proceder, el primer reflejo de Martin haba sido escudriar las notas de la Interpol, pero no haba encontrado ninguna huella de sus deducciones. Por lo visto, era el nico investigador del mundo en haber visto la relacin entre las fechas de robo de las obras y las de la muerte de los artistas! El joven polica haba dudado en alertar a su superior, el tenientecoronel Loiseaux, jefe de la OCBC. Finalmente, haba preferido guardarse la informacin para s y actuar como francotirador. Pecado de orgullo? Sin duda, pero tambin cuestin de carcter: Martin era un solitario, y no muy cmodo ni muy eficiente trabajando en equipo. El mximo de s lo daba cuando poda trabajar a su manera. Y es lo que iba a hacer esa noche, en la que servira a la OCBC la cabeza de Archibald en bandeja. Como siempre, el coronel Loiseaux y sus colegas no tardaran en atribuirse el mrito, pero a Martin le traa sin cuidado. No se haba hecho madero para buscar honores o reconocimiento. Baj la ventanilla de su vieja berlina. La noche se presentaba apasionante, llena de amenazas y promesas. Muy alto, a travs de las ventanas de la fachada del museo, se entrevean las enormes lmparas de araa que daban testimonio de los fastos de antao. Mir su reloj, un Omega Speedmaster de coleccionista, regalo de una ex novia que haba desaparecido de su vida haca mucho.

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Guillaume Musso ti?Desde haca pocas horas era 29 de julio.

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El aniversario de la muerte de Vincent Van Gogh.

Feliz aniversario, Vincent espet Archibald al penetrar en la sala siguiente, la que albergaba algunos de los Van Gogh ms famosos: La siesta, el retrato Doctor Gachet, la Iglesia de Auvers-su-Oise... Dio unos pasos en la estancia y se qued plantado ante el ms conocido de los autorretratos del artista. Aureolado de vibraciones misteriosas, el cuadro tena algo de fantasmal con sus colores turquesa y verde absenta que fosforescan en la penumbra. Desde su marco de madera dorada, Van Gogh le lanz una mirada oblicua, fija e inquietante. Una mirada que pareca seguirle y rehuirlo al tiempo. El plumeado de las pinceladas revelaba sus rasgos duros y demacrados. La cabellera anaranjada del pintor y su barba color fuego devoraban su rostro como llamas, mientras que en el fondo del cuadro se arremolinaban arabescos alucinados. Archibald mir el lienzo con intensidad. Como Rembrandt y Picasso, Van Gogh se haba tomado a menudo a s mismo como modelo. En todos sus cuadros, en su inimitable estilo, haba buscado hasta la nusea su propia identidad. Se haban inventariado ms de cuarenta autorretratos suyos: espejos sin complacencia que permitan seguir la evolucin de su enfermedad y de su confusin interna. Pero ese lienzo era conocido por ser aquel al que Vincent estaba ms unido. Quiz porque lo haba pintado durante su internamiento en el asilo de Saint Rmy-de-Provence, menos de un ao antes de su suicidio, durante uno de los perodos ms fecundos pero tambin ms dolorosos de su vida. Casi compadecindose, Archibald senta un verdadero malestar ante el rostro torturado. Esa noche, el lienzo devolva al ladrn la imagen de un hermano de soledad. Podra haber robado ese cuadro haca ya diez o veinte aos, pero haba preferido esperar a esa noche, que sera el apogeo de su carrera como ladrn. En la planta inferior se oy un ruido de pasos, pero Archibald no consegua arrancarse de los ojos los del pintor holands, hipnotizado por su genio que, en cierta forma, haba triunfado sobre su locura. Los interrogantes suscitados por Van Gogh a travs de sus autorretratos lo remitan a las preguntas que se haca a s mismo sobre su propia existencia. Quin era realmente? Haba tomado las decisiones correctas

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en los momentos decisivos? A qu pensaba consagrar el resto de su vida? Y, sobre todo, encontrara un da el coraje de dar un paso hacia Ella la nica mujer que importaba realmente para pedirle perdn? Entonces, nos vamos, Vincent? pregunt. Por un juego de luces, la mirada de Van Gogh pareci brillar de forma ms viva. Archibald decidi tomar esa seal como un asentimiento. Bueno, abrchate el cinturn. Corremos el riesgo de sufrir algunas sacudidas! previno decidindose a quitar el cuadro de su moldura. Inmediatamente, la alarma se activ y un aullido estridente reson por todo el museo.

La potente alarma se hizo or hasta en la calle. Ya en guardia, Martin no esperaba ms que esa seal para actuar. Abri la puerta y sali a la acera despus de haber recogido su arma de servicio de la guantera: la pistola semiautomtica Sig Sauer 9 mm con que se equipaba en ese momento a la mayora de los gendarmes y de los maderos de Francia. Comprob el cargador de quince balas y guard la pipa en su funda. Ojal que no tenga que utilizarla. Le faltaba entrenamiento. Aunque en Estupefacientes usaba su arma regularmente, desde su traslado a la OCBC no haba hecho ni un disparo. Martin atraves los dos carriles para apostarse en la plaza del museo, en perpendicular a los muelles del Sena. La calle de la Lgion-d'Honneur estaba desierta, a excepcin de dos sin techo que dorman en sacos de dormir a la entrada de la estacin subterrnea del RER C. El joven polica se ocult detrs de una columna Morris y retom la vigilancia desde su nuevo puesto de observacin. Con la cabeza en direccin a los tejados, repar a travs de sus gemelos en una nueva cuerda tendida a lo largo de la cara este del museo y que permita alcanzar uno de los balcones de la primera planta. Sinti cmo se le aceleraban los latidos del corazn. No tardes demasiado, Archie. Estoy aqu ya. Te espero.

En cuanto Archibald descolg el lienzo, las rejas de seguridad de los dos lados de la sala se abatieron a una velocidad fulgurante para cazar al ladrn y bloquear su huida. En todos los grandes museos del mundo

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exista hoy da el mismo sistema de proteccin, no necesariamente para tratar de impedir a los maleantes introducirse en los edificios, sino para asegurarse de que no pudiesen huir. En pocos segundos, una riada de vigilantes acordonaba el nivel superior del museo. Est all, sala 34! espet el jefe de la seguridad mientras penetraba en el pasillo que llevaba a las galeras. Sin ceder al pnico, Archibald se puso una mscara respiratoria, se cal unas finas lentes de proteccin azuladas y sac de su mochila lo que necesitaba para desaparecer. La patrulla se acercaba, avanzando a toda velocidad a travs de las galeras impresionistas. Cuando los guardias se plantaron ante la verja de acero, les dieron la bienvenida tres granadas sin pasador que Archibald acababa de lanzar sobre el parquet. Presas del pnico, los vigilantes se quedaron clavados en el sitio. Luego los proyectiles se activaron, liberando un gas de color violceo. En un instante, un humo denso y picante invadi la sala y la sumi en una niebla que apestaba a plstico quemado. El muy gilipollas! Nos ahma! solt el responsable al tiempo que retroceda varios pasos. Los detectores de humo no tardaron en reaccionar y, esta vez, fue la alarma de incendios lo que se activ y se uni al jaleo reinante. De inmediato, una cortina metlica de lminas lisas se corri alrededor de toda la estancia para proteger los cuadros del diluvio de extintores automticos que no tardaran en ponerse en marcha cuando el calor de la estancia se volviese demasiado intenso.

En el mismo momento, la comisara del sptimo distrito recibi en directo imgenes digitalizadas procedentes de las cmaras instaladas en Orsay. El sistema de seguridad a distancia que ligaba la alarma del museo a los servicios de la polica judicial se activaba algunas veces por error pero, esta vez, la alerta fue considerada grave y, sin perder tiempo, tres coches de la polica partieron con las sirenas a todo sonar hacia el famoso museo de la orilla izquierda. No comprendo a qu juega! reneg el jefe de seguridad, con un pauelo pegado al rostro para protegerse del humo. Agarr su walkie-talkie y rugi sus rdenes al puesto de seguridad: Enva a los chicos por la escalera del fondo. No quiero perderlo de vista!

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Detrs de los barrotes de la verja, no distingua ms que una sombra que se mova en la sala de los Van Gogh. Antes de que el humo hubiese inundado toda la galera, escrut la sala a travs de sus lentes de infrarrojos. A priori, no haba ningn peligro de que el ladrn se las pirase. Por lo que poda ver, los barrotes metlicos en el otro extremo de la estancia se haban abatido tambin, lo que impeda toda posibilidad de huida. Los maderos no tendrn ms que recogerlo cuando desbloqueemos las salidas, pens completamente tranquilo.

Lo que no haba visto era la fina barra de titanio que haba detenido la verja a cincuenta centmetros del suelo...

Una fina sonrisa iluminaba el rostro de Archibald mientras se arrastraba bajo la reja antes de volver a salir del museo por donde haba entrado. Toda la operacin no le haba llevado ms de cinco minutos. Cinco minutos que le haban bastado para descolgar de la pared un cuadro de un valor inestimable.

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4. Dos hombres en la ciudad

Slo los enemigos dicen la verdad; los amigos y los amantes mienten sin cesar, atrapados en la tela del deber. Stephen King

Despus de una carrera por los tejados, Archibald agarr la cuerda para anudarla a su mosquetn antes de dejarse deslizar hasta el balcn. Sin recobrar el aliento, pas por encima de la balaustrada y aterriz sobre la gruesa cristalera esmerilada suspendida sobre la entrada del museo. Luego, con una agilidad felina y casi sin impulso, salt varios metros para caer sobre la plaza. No est nada mal tu nmero, acrbata... juzg Martin, todava vigilando detrs de su columna Morris. El joven polica sac su arma, listo para intervenir. Por fin alcanzaba su objetivo! Sin que supiese realmente por qu, el famoso ladrn haba terminado por contaminar su mente hasta la obsesin. Se haba jurado ser el primero en descubrir su misterio. A pesar de la falta de informaciones sobre McLean, haba tratado de trazar su perfil psicolgico, esforzndose por pensar como l para anticipar y comprender su lgica. No era fascinacin. Era otra cosa: una curiosidad insaciable a la par que un vnculo invisible que relacionaba a dos ajedrecistas. El que una a Broussard y a Mesrine, a Roger Borniche y a mile Buisson, a Clarice Sterling y a Hannibal Lecter... Venga, deja de desvariar. Sal de tu escondite y encirralo! Sin embargo, a pesar de las conminaciones de su mente, Martin sigui paralizado, espectador pasivo de una pelcula de la que no era el hroe. Ahora que su caza iba a concluir, senta un raro vaco en la boca del estmago. De dnde proceda esa vacilacin? Por qu esa necesidad, esas ganas malsanas de jugar al gato y al ratn? Por prolongar el placer?

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El mismo Archibald no perda tiempo. Rpido como el rayo, desapareci un breve instante detrs del kiosco de peridicos de la calle de la Lgiond'Honneur para volver a salir de ella metamorfoseado. Haba reemplazado su traje de camuflaje por una chaqueta clara y un pantaln de tela. Su maestra en el disfraz no es una leyenda, pens Martin. Ms que su nuevo atavo, era el aspecto mismo del ladrn lo que pareca diferente: ms torpe y encorvado, como si le hubieran pasado diez aos en diez segundos. Pero lo ms sorprendente quedaba por llegar. Era una locura! A la luz del alumbrado pblico, el joven polica observaba al ladrn montarse a horcajadas en... una Vlib', una de las veinte mil bicis de autoservicio que el municipio pona a disposicin de los turistas y de los parisinos. En pocos meses, la silueta maciza de las dos ruedas color gris piedra se haba impuesto como uno de los iconos de las calles de la capital. Por lo visto, McLean deba de tenerle aprecio, si bien haca de ella un uso muy singular, al haber tenido el cuidado de encadenar su cacharro a una farola antes de encaramarse sobre el tejado del museo! Cuando un concierto de sirenas anunci la llegada de los maderos del sptimo distrito, Archibald ya haba alcanzado el muelle Anatole-France. Martin dud en coger su coche y luego renunci a ello. Con el joven capitn tras sus pasos, Archibald subi siguiendo el curso del Sena, de espaldas al Congreso de los diputados y pedaleando hacia la le de la Cit. Los tres coches de polica se detuvieron en la plaza de Henry-deMontherlant, justo a la entrada del museo, y de ellos se baj una docena de agentes de uniforme que se metieron como un solo hombre por la entrada principal. Ni por un segundo sospecharon que el ciclista con quien se haban cruzado unos momentos antes era el hombre al que haban ido a arrestar.

Totalmente desprevenido, Martin se interrogaba por el camino a tomar. Archibald haba alcanzado la acera que bordeaba los muelles y pedaleaba a un ritmo ms bien tranquilo, en sentido contrario a la circulacin. Ni por un segundo se volvi para ver si lo seguan. Por la acera de enfrente, Martin no lo dejaba ni a sol ni a sombra. Por suerte, la Vlib' era bien visible cintas reflectantes en las ruedas, faros potentes adelante y atrs , lo que permita no perderlo de vista. Adems, la bici estaba completamente carenada, cargaba con un revestimiento que encapsulaba sus cables y sus frenos, pero deba de pesar una tonelada e impedir as cualquier veleidad de emular a Bernard Hinault.

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Ahora el viento, que soplaba con fuerza, haca ondear el ramillete de banderas tricolores del palacete de la Caja de Depsitos. Martin estaba tenso, pero tena la situacin bajo control: aunque Archibald lo descubriera, no podra escaparse de l. No a esa distancia. Martin haca footing en serio casi todas las maanas, corriendo hasta la extenuacin para sobrepasar sus lmites. Si el otro trataba de escaparse en un sprint, no le dejara ni arrancar. Sin embargo, estaba obligado a permanecer en guardia para no correr el riesgo de distanciarse. Los dos hombres cruzaron el puente Real, con su badn y sus arcos en semicrculo, que una la calle de Beaune al pabelln de Flore. Archibald pareca saborear su paseo nocturno, pedaleando de forma indolente y aspirando el aire de la noche con la delectacin de un turista. En la parte delantera de su bicicleta, dos varillas sostenan una cesta metlica que haca las veces de portaequipajes. Archibald haba acomodado all un petate caqui, recin salido de una tienda de ropa militar. Un petate que contena un cuadro de Van Gogh de un centenar de millones de euros... En el quai Voltaire, se dio el lujo de ralentizar ms su paso para darse una vuelta por las galeras, las libreras de arte y los escaparates de los anticuarios elegantes. Eso, ahora, a hacerse el turista!, suspir Martin. Sin embargo, casi a su pesar, el madero se dej ganar por el encanto del barrio. De noche, el quai Voltaire pareca ajeno al tiempo y bastaba con poco para imaginrselo un siglo atrs, en los tiempos en que Ingres y Delacroix tenan su taller en el barrio, en los tiempos en que Baudelaire escriba Las flores del mal en un hotel muy cercano... Una publicidad agresiva pegada en una marquesina de autobs devolvi bruscamente a Martin a la realidad. Archibald rodaba ahora delante de las casetas metlicas de los libreros. A algunos les haban hecho pintadas recientemente y el contenido de los mensajes no destacaba por su ingenio: Djamila, te quiero Rgis es un gilipollas Sarkozy Nazy Sgolne es a la poltica lo que Pars Hilton a la cultura. Justo despus del puente del Carrousel, el ladrn apreci como entendido que era la tienda Sennelier, Los Colores del muelle, que haba abastecido de pinturas y lienzos tanto a Czanne como a Modigliani o Picasso. A su lado, dos ordenanzas de guardia estaban de palique delante del apartamento del ex presidente Chirac. Archibald pas delante de ellos sonriendo. Luego el ladrn dej de hacerse el turista y aceler el ritmo, aunque no lo bastante como para que a Martin le pareciera un peligro. Las farolas eran numerosas en esa parte de la calle. Al tiempo que la pasarela

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metlica del puente des Arts se dibujaba en el horizonte, varios taxis bajaron a toda velocidad por el carril bus, con lo que el trfico pareci reanimarse. Al lado del Sena, dos empleados de mantenimiento limpiaban la cubierta de una larga chalana acondicionada como restaurante. Un vehculo verde y blanco de Limpieza de Pars estaba aparcado encima del bordillo de una acera, con los intermitentes encendidos y el motor funcionando, aunque su conductor se haba evaporado. Ahora Archibald pedaleaba con fuerza. Al pasar como una flecha por delante de la cpula de las Academias, forz a Martin a correr a un ritmo ms constante. El joven polica se debata entre propsitos contradictorios. Debera arrestar a McLean en seguida o era mejor correr el riesgo y seguirle la pista lo ms lejos posible? De hecho, poner a Archibald entre rejas no garantizaba que algn da se pudieran encontrar las docenas de lienzos que haba arramblado. Una imagen cruz por la cabeza del joven polica: la de la Aguja hueca, el mtico escondite de Arsne Lupin en los acantilados de tretat, donde almacenaba su tesoro: La Gioconda, los grandes Botticelli, los Rembrandt ms sombros... Seguro que la cueva de McLean no tena nada que envidiarle. Soy yo quien lo ha encontrado. Soy mejor que l. Puedo arrestarlo cuando quiera... Bajo los rboles frondosos del muelle de Conti, Archibald adopt un ritmo ms lento, lo que no le resultaba desagradable a Martin. Un coche de polica patrullaba los muelles no lejos de la lancha de los bomberos zapadores, pero persegua a los sin techo ms que a los ladrones. Archibald no movi pestaa y prosigui su paseo hacia la le de la Cit. Cuando la silueta del Pont Neuf se recort en el horizonte, Martin se hizo por primera vez la pregunta: en esa caza al hombre, estaba seguro de no hacer el papel de la presa?

En el muelle de los Grands-Agustins, el ladrn abandon su bicicleta al pie de la fuente Wallace, cuyas cuatro caritides sostenan con gracia una pila de fundicin adornada de delfines y de divinidades fluviales. Archibald cogi el petate y se lo llev al hombro antes de empezar a cruzar el Pont Neuf. Pillado desprevenido, Martin sac de nuevo su arma, como por reflejo, pero no tuvo ms remedio que seguir los pasos de Archibald y perseguirlo al descubierto por la misma acera. Con sus balcones en semicrculo y los centenares de figuras fantsticas que adornaban las cornisas, el puente ms antiguo de Pars era tambin el ms cautivador. Sus doce arcos cruzaban los dos brazos del Sena,

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Guillaume Musso ti?

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dibujando una elegante lnea rota cuyo badn culminaba en un terrapln central, en el extremo de la le de la Cit. El puente estaba sorprendentemente vaco, barrido por un intenso viento. Como un autntico camalen, Archibald haba recuperado agilidad y resistencia: su ritmo de carrera no tena nada que ver con el del ciclista flemtico al que haba seguido Martin hasta entonces. En apenas unos segundos dej atrs los dos primeros balcones semicirculares que dominaban las cornisas. Sin aliento y cubierto de sudor, el brazo armado estirado en diagonal, apuntando el can hacia el suelo, el joven polica sufri un ataque de pnico: quiz lo esperaba un coche al otro lado del puente. Quiz aparecera un cmplice para echarle una mano. Esta vez, el riesgo de perder a Archibald le pareci demasiado grande como para continuar la vigilancia. Martin quit el seguro de su arma, desbloque el gatillo y le dio un primer aviso. Alto, polica! El ladrn aminor bruscamente su carrera. Alto o disparo! prosigui Martin para aprovechar el efecto sorpresa. Esta vez, Archibald se detuvo en seco. Mantenga las manos a la vista y vulvase lentamente! Sin hacrselo repetir, Archibald obedeci y, por primera vez, Martin contempl los rasgos del ladrn. Archibald era un hombre de unos sesenta aos, bien conservado. Su pelo castao plateado y su barba muy recortada brillaban en la noche. Sus ojos verdes muy claros, casi risueos, iluminaban un rostro de rasgos armoniosos en el que an quedaban huellas negruzcas de crema de camuflaje. Nada en su expresin reflejaba el miedo o la sorpresa. Al contrario, todo exhalaba en l diversin y serenidad. Hola, Martin, bonita noche, no crees? El joven polica sinti que se le helaba la sangre... Joder, cmo sabe quin soy? ... pero trat de no reflejar su sorpresa. Cierre la boca y deje su mochila en el suelo! Archibald dej la mochila, que cay a sus pies. Martin vio, cosido a la tela del petate, el emblema de la Royal Air Forc, la aviacin del ejrcito britnico. Si de verdad queras arrestarme, tenas que haberlo hecho delante del museo, Martin.

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Guillaume Musso ti?Cmo sabe que...?

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Has tenido tu oportunidad y la has dejado escapar concluy el ladrn. Ese hombre tena voz de bajo y arrastraba un acento escocs, al marcar ligeramente las erres. Martin pens en la voz de Sean Connery, que mantena con orgullo el acento de su pas de origen fuese cual fuese la nacionalidad del personaje que interpretase. Estire los brazos hacia m! grit Martin mientras sacaba un par de esposas del bolsillo de su cazadora. Esta vez, el escocs no lo obedeci. Slo has cometido un error, pero es el peor de todos: te has permitido perder cuando podas ganar. Una vacilacin siempre funesta... Martin estaba paralizado por ese brusco cambio de papeles. Archibald continu: Los perdedores siempre se vencen ellos mismos, no sus adversarios, pero eso creo que ya lo sabes. El viento soplaba ms fuerte. Una ventolera levant una nube de polvo, lo que oblig a Martin a protegerse el rostro. Imperturbable, McLean prosigui: Algunas veces, es ms fcil perder que pagar el precio que exige la victoria, no crees? Como Martin no responda, Archibald insisti: Confiesa al menos que te has planteado la cuestin! Qu cuestin? pregunt Martin a su pesar. Si detengo a McLean hoy, cul sera el sentido de mi vida maana? El condicional no es oportuno: le detengo hoy. Ahora. Vamos, hijo, reconoce que slo me tienes a m en la vida. No soy su hijo, OK? No tienes mujer, ni hijos, ni siquiera una novia estable desde hace siglos. Tus padres? Murieron los dos. Tus colegas? Desprecias a una buena parte de ellos. Tus superiores? Crees que no reconocen tu trabajo. Por mucho que McLean estuviera bajo la amenaza de una pipa, conservaba una seguridad sorprendente. Martin tena un arma, y Archibald slo palabras. Sin embargo, en ese instante, las palabras eran ms eficaces que una pistola automtica.

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Como para apoyar lo que deca, los ojos de Archibald brillaban. Emanaba de l una mezcla de rudeza y refinamiento. En el momento oportuno se te fue la fuerza por la boca, chaval. No lo creo minti Martin. Intentaba tranquilizarse agarrando su pistola, pero el arma pareca pesar una tonelada. Tena las manos sudorosas y, a pesar de los relieves que recubran la empuadura, la Sig Sauer se le resbalaba de las manos. Deberas haber llamado a tus colegas esta noche solt el escocs. Agarr la mochila de tela que tena a sus pies como si para l hubiese llegado el momento de despedirse y blandi con una mano el autorretrato de Van Gogh en el vaco. O el cuadro o yo! previno, haciendo como que lo tiraba al ro. Martin sinti cmo el pnico se apoderaba de l. Sus ojos estaban pegados al cuadro, cuyo azul intenso formaba un halo hipntico. Algo no encajaba. Que l supiera, Archibald era un esteta, un verdadero experto. No la clase de hombre que se arriesgara a destrozar un cuadro as, ni siquiera para proteger su retaguardia. Cierto era que el ao anterior lo haba hecho, cuando sabote la polmica exposicin de Jeff Koons en el palacio de Versalles. La bomba artesanal que haba colocado sobre el bogavante gigante colgado en uno de los salones haba pulverizado la escultura del artista contemporneo. Pero Jeff Koons no era Vincent Van Gogh. No haga gilipolleces, McLean! No es una decisin fcil, eh? No se atrever! lo desafi Martin. Lo conozco mejor de lo que piensa. En ese caso... hasta la vista,2 hijo! grit Archibald al tiempo que arrojaba el lienzo con todas sus fuerzas hacia las aguas sombras del ro. Presa del pnico, Martin se encaram sobre el reborde del balcn que sobresala de la cornisa. A causa del viento, el Sena estaba tan tumultuoso como un mar agitado. Martin siempre haba odiado nadar y no haba vuelto a meter los pies en una piscina desde las pruebas para teniente de polica en las que roz la nota eliminatoria. Pero esa noche, qu otra cosa poda hacer? Cogi aire y salt al agua oscura. La vida de Van Gogh estaba en sus manos.2

En espaol en el original. (N. del t.)

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Archibald cruz el segundo brazo del Sena y luego baj hacia el puerto del Louvre, donde estaba aparcado su coche ingls de coleccionista. Se instal al volante y alcanz el quai Franois-Mitterrand antes de esfumarse en la noche.

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5. Los amantes del Pont Neuf

Debera haber tenido dos corazones, el primero insensible, el segundo constantemente enamorado, habra confiado este ltimo a aquellas por las que palpita y con el otro hubiese vivido feliz. AMIN MAALOUF

Quai Saint-Bernard, 3.20 h Nos vamos, chicos, tenemos una intervencin en el Pont Neuf. La capitana Karine Agneli entr en el comedor del cuartel general de la Brigada fluvial de Pars. Diaz y Capella, vens conmigo. Un to acaba de tirarse al agua. Los dos tenientes siguieron los pasos de su patrona y, pocos segundos ms tarde, los tres policas tomaban asiento en El Comorn, una de las lanchas de ronda utilizadas para vigilar el ro parisino. La embarcacin pareca deslizarse sobre las olas aceitosas donde se reflejaba el oro lquido vertido por las farolas. Los suicidas me tocan mucho los huevos! renegaba Diaz. Es el cuarto esta semana. S, ya podran arrojarse bajo los trenes! aprob Capella. No hagis coa con eso, tos! los embronc Karine. En efecto, en cualquier estacin, los puentes de Pars atraan a los desesperados y movilizaban a la brigada, que evitaba ms de un centenar de suicidios al ao. Pero en verano, con los muelles rebosantes de gente, las intervenciones se multiplicaban. Entre las apuestas estpidas de final de la noche y los drogatas de Pars Playa, cada vez ms gente se arriesgaba a darse un chapuzn en el ro. Sin embargo, a pesar de las

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promesas de un antiguo alcalde, todava no se permita el bao en el Sena. Con el trfico fluvial, el peligro de ser golpeado por una chalana era muy real. Por no hablar de los riesgos de contraer la leptospirosis, una bacteria propagada por la orina de las ratas. Un asunto escabroso que poda dejarte paralizado e incluso ser fatal. La lancha continu su carrera quai d'Orlans, puerto Saint-Michel, quai des Orfvres... antes de reducir la velocidad en las proximidades del Pont Neuf. Ves algo? pregunt Capella. Joder, dnde est ese gilipollas? aadi Diaz. Con los ojos pegados a sus gemelos, Karine Agneli trat de mantener la calma. En ese momento, sus chicos estaban nerviosos. La semana pasada, a la altura del quai de la Tournelle, uno de los barcos de la Compaa de Barcos de Paseo haba colisionado con una lancha alquilada por unos turistas. Atrapada contra el pilar del puente, el barco de recreo se haba ido a pique. La brigada haba intervenido rpidamente, pero no lo bastante para salvar a uno de los nios, un cro de tres aos que haba muerto ahogado. Ninguno de los maderos de la fluvial haba cometido el ms mnimo error. Pero eso no importaba: la desaparicin del nio se haba vivido como un trauma en el servicio. All est! grit de pronto Karine, apuntando con su ndice en direccin al jardn del Vert-Galant. La lancha se acerc lentamente a la orilla. Voy decidi la joven mientras se abrochaba el traje y se pona las gafas de buceo. Antes de que ambos hombres hubiesen podido emitir la menor objecin, se haba zambullido. Cuerpo alargado, piernas giles y movimientos areos de los brazos: no le hicieron falta sino unos pocos segundos para socorrer al hombre que nadaba hacia la orilla. Cuando lleg a su lado, se dio cuenta de que se agarraba a un cuadro como a una tabla.

Son unos aficionados! No se comportan como profesionales! El ndice amenazante de la ministra de Interior apuntaba alternativamente al director del museo, a su jefe de seguridad, al director de la Polica Judicial as como al jefe de la OCBC. En menos de media hora, se haba organizado una reunin de crisis en el recinto mismo del museo de Orsay.

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Esto no se va a quedar as! vocifer la ministra. Primera persona salida de los suburbios y de la inmigracin que acceda a ese nivel de responsabilidad, su sobreexposicin meditica la haba transformado en un icono republicano. Inteligente y ambiciosa, simbolizaba a la vez la apertura a la izquierda y la diversidad. Era conocida por su franqueza as como por su lealtad sin fisuras al presidente de la Repblica, quien la apodaba algunas veces la Condoleeza Rice francesa. Son unos intiles y punto! En traje gris de Paul Smith y blusa blanca agns b., recorra desde haca cinco minutos la sala Van Gogh, descargando su ira sobre los que consideraba responsables de ese nuevo robo. Su cabello de bano, que caa en mechones lisos, enmarcaba su mirada oscurecida con kohl, fra y cortante como el cristal. A su lado, su homlogo de Cultura no se atreva a intervenir. Parece que les divierte ser la burla de ese ladrn! grit al tiempo que sealaba la carta de visita que Archibald McLean haba prendido con alfileres en la pared, en lugar del autorretrato de Van Gogh. El largo pasillo consagrado a los impresionistas, plagado de policas, se haba convertido en un anexo de comisara. Se haban subido todas las rejas de acero y unos focos agresivos haban reemplazado la luz suave y azulada que se mantena de noche. En la sala Renoir, los investigadores de la 3.a Divisin de la Polica Judicial interrogaban al personal de seguridad. En la Sala Monet, otros oficiales visionaban en un monitor las imgenes suministradas por las cmaras de vigilancia, mientras que un equipo de la polica cientfica jugaba a CSI en la sala Van Gogh. Hay que recuperar ese cuadro en seguida zanj la ministra. Les va en ello su carrera.

Un magnfico DB5 plateado suba por la va Georges Pompidou. El coche era de otros tiempos, los aos sesenta, la era dorada del Aston Martin. Al volante, Archibald se senta en un universo aparte, vestigio de una poca desaparecida: la del verdadero lujo britnico, elegante sin ser ostentoso, deportivo sin ser rudo, refinado sin dejar de ser masculino. Un coche que se le pareca. Aceler un poco, pas el quai de la Rape, el puente de Bercy y se meti en la circunvalacin. Para ser un objeto de coleccionista, el viejo DB5 se defenda bien en la carretera. Al considerar los coches como obras de arte, Archibald no conduca sino ejemplares nicos. Y aqul tena una

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historia muy singular, ya que haba actuado en los primeros James Bond: Operacin trueno y Goldfinger. Fabricado en una poca en que las pelculas no estaban todava contaminadas por los efectos digitales, el blido haba mantenido su arsenal de chismes, conservados tal como estaban por sus coleccionistas sucesivos: metralletas disimuladas en los intermitentes, matrculas rotatorias, sistema de cortina de humo, parabrisas blindado, mecanismo para verter aceite y clavos en la calzada, cuchillas retrctiles para desgarrar los neumticos de los perseguidores con demasiadas prisas... Haca dos aos, al trmino de una subasta pica y meditica, el coche fue vendido por ms de dos millones de dlares a un misterioso hombre de negocios escocs.

Martin Beaumont! exclam Karine Agneli, todava en el agua. Diaz y Capella, los dos oficiales de la Brigada fluvial que seguan en el barco, izaron a Martin sobre la lancha y le tendieron una manta. Qu coo haces en el Sena en mitad de la noche con un cuadro como tabla de natacin? pregunt la joven, mientras se agarraba a la mano de uno de sus tenientes para subir a la embarcacin. Castaeteando los dientes, el joven polica se enroll en la manta. Entrecerr los ojos y mir en direccin a la voz que lo interpelaba. Cabello claro corto, ligeras pecas, aspecto deportivo y esbelto: Karine Agneli no haba cambiado. Era todava una chica bien plantada, entusiasta y de buen humor. Su opuesto exacto. Haban trabajado juntos en Estupefacientes durante dos aos y fue su compaera en varias misiones de infiltracin. En esa poca, el trabajo sobre el terreno constitua toda su vida. No distingua entre el curro y el corazn. Haba sido un perodo estimulante y terrible al mismo tiempo. Jugar a los agentes infiltrados te revela partes de tu personalidad que hubieses preferido no conocer y te obliga a aventurarte en territorios de donde no se regresa nunca indemne. Para evitar hundirse, se haban amado. Enganchado el uno al otro, ms bien. Una relacin llena de momentos de gracia, pero que nunca haba encontrado su equilibrio. Por un breve instante, unos recuerdos venenosos emergieron a la superficie con violencia. Su historia era lo mejor y lo peor que haban conocido. Como una droga. A la luz de las farolas, Karine observaba a Martin. El agua chorreaba por su pelo y le goteaba por la barba de tres das. Le pareci enflaquecido y cansado, aunque su rostro haba conservado algo infantil.

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Guillaume Musso ti?Sintindose observado, Martin le espet:

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Sabes que ests condenadamente sexy con tu combinacin de bucear? Como nica respuesta, ella le arroj una toalla a la cara, que l utiliz para enjugar con delicadeza el autorretrato de Van Gogh. Karine estaba guapa como una sirena y pareca radiante. Como l, haba abandonado los estupefacientes por una ocupacin menos destructiva. A los ojos de la gente, los tipos de la Fluvial eran socorristas ms que autnticos maderos, y por ello los tenan en mayor consideracin. Ese cuadro, es el original? pregunt ella al sentarse a su lado. Al ritmo de un barco de recreo, la lancha acababa de pasar la isla de Saint-Louis y estaba a punto de atracar en el puerto Saint-Bernard. Martin sonri: Archibald McLean te dice algo? El ladrn? Por supuesto. Lo he tenido en la punta de mi pipa rabi Martin. Es l quien te ha tirado al agua? Se podra decir as. Es extrao porque... Karine se inquiet. Porque qu? El tipo que ha telefoneado a la brigada para advertir de tu zambullida: ha dicho que se llamaba Archibald.

Las lneas puras y sobrias del Aston Martin hendan la noche a plena velocidad. En el habitculo, Archibald respiraba el olor de la valiosa madera y de la moqueta de pura lana. A su lado, sobre el asiento del pasajero en cuero patinado, haba puesto la mochila con los colores de la Royal Air Forc que conservaba desde la poca de su servicio militar. Haca un rato, sobre el Pont Neuf, ante el joven polica, haba sentido una descarga de adrenalina. Una emocin inesperada que le costaba explicar. Detrs de su aspecto audaz, ese joven tena algo conmovedor. Recordaba sobre todo su mirada: la mirada de un nio triste y solitario al que le quedaba todava todo por aprender.

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En cuanto se incorpor a la A6 la clebre autopista del Sol, Archibald hizo zumbar el motor de seis cilindros, liberando sus 280 caballos. Le gustaba la velocidad, le gustaba sentirse vivo.

Karine y Martin saltaron a la vez a la orilla del puerto SaintBernard. Es necesario que me lleves al museo de Orsay dijo l. Cmbiate de ropa primero, ests empapado. Capella te prestar algn trapo mientras saco el coche. Martin sigui al teniente hasta el local alargado que bordeaba el ro. Cuando volvi a salir de all tena la impresin de ir vestido de forma estrafalaria con el uniforme aos ochenta que le haba encasquetado el polica y que tena ms de disfraz que de traje de intervencin: polo azul ndigo, pantaln de polister azul marino, chubasquero XXL. Una camioneta Land Rover, equipada con defensa frontal y con una pletina de cabrestante, se detuvo a su altura. Sube orden Karine a la vez que abra la puerta del pasajero. Ests muy mono... Ahrrame tus pullas, por favor. El 4 x 4 arranc con un chirrido de neumticos. Si bien la circulacin era muy fluida, los accesos al museo estaban bloqueados. En la plaza Henry-de-Montherlant, los Scenic y los 307 de la polica se mezclaban con los vehculos oficiales y los coches de los reporteros. Vamos, ve a hacerte el hroe! brome Karine al detenerse justo en la plaza. Martin le dio las gracias. Se dispona a bajar del vehculo cuando ella lo retuvo: Todava llevas el reloj dijo, y seal el Speedmaster plateado que le haba regalado cinco aos antes. Y t el anillo respondi l. La mano derecha de la joven tecle suavemente en el volante y los tres anillos entrelazados de la trinity brillaron en las primeras luces del alba: oro rosa, oro gris, oro amarillo. Un intercambio de regalos carsimos para su escaso sueldo de polis. En esa poca, toda su paga de objetivos e incluso ms se les haba ido en aquello. Un gesto que ninguno de los dos lamentaba.

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Por unos segundos, la idea de que su historia tal vez no haba terminado volvi a la superficie. La vida acababa de reunidos de nuevo en extraas circunstancias. Tal vez fuese una seal. Tal vez no... Luego, el momento de duda se disip. Martin abri la puerta y se llev el autorretrato con l. Antes de cruzar la calle, mir por ltima vez el Land Rover. Karine haba bajado su ventanilla y le solt sonriendo: Cudate esas bonitas nalgas, Martin, y aprende a nadar. No estar siempre ah para repescarte!

Una pandilla de ineptos, eso es lo que son! Cuando se acercaba a la sala Van Gogh, reconoci la voz de cotorra de la ministra del Interior. Se detuvo en el umbral de la estancia, donde no se oa ni una mosca entre las sartas de insultos. Una pandilla de farsantes, de negados... Martin vio la silueta familiar de su jefe, el tenientecoronel Loiseaux, as como el rostro crispado del director de la Polica Judicial con el que trabajaba en el quai des Orfvres. A su derecha estaba Charles Rivire, el presidente-director del Orsay. ... un montn de intiles y de cagados! Los tres hombres tenan la cara descompuesta y ninguno se atreva a plantarle cara a la ministra. Para llegar a su puesto, todos haban pasado por la escuela del peloteo y haban aprendido a encajar los insultos sin rechistar. Vamos. Moveos y recuperadme ese jodido... Ese jodido cuadro est aqu, seora espet Martin acercndose a ella. Al instante, todas las miradas se volvieron hacia l. En mitad de la sala, la ministra lo escudri frunciendo el ceo. Quin es usted? pregunt por fin. Capitn Martin Beaumont, de la OCBC. Charles Rivire ya se haba precipitado hacia l para arrancarle el cuadro de las manos. Decidido a jugar limpio, Martin empez a dar un relato completo, contando cmo haba logrado identificar el modus operandi de McLean, lo que lo haba incitado a vigilar delante del museo con la esperanza de atrapar al criminal en flagrante delito. El joven polica no era ingenuo y no

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se esperaba recibir enhorabuenas, pero, por primera vez, el ladrn haba sido puesto en jaque. Cuando termin su informe, tuvo un momento de vacilacin. La ministra mir a Loiseaux, quien, para recobrar la compostura, no supo hacer otra cosa que dejar estallar su ira: Hubisemos podido atrapar a McLean si nos hubiese alertado a tiempo, Beaumont! Pero no, ha preferido trabajar en solitario! Siempre esa condescendencia hacia sus colegas! Sin m, el cuadro habra desaparecido se defendi Martin. No crea que va a poder aprovecharse de eso, capitn! La ministra levant una mano y fulmin a Loiseaux con la mirada para poner fin a sus reproches. Todos esos tejemanejes internos no le interesaban. Por el contrario, vea ah un medio de darle la vuelta a la situacin en su favor. Ante la prensa, hara falta que se hiciese pasar al joven polica por un hroe. La polica francesa haba recuperado el cuadro en un tiempo rcord. Sobre aquello era sobre lo que haba que insistir, no sobre las disfunciones del servicio. Ninguna necesidad de mentir. Simplemente, no decir toda la verdad. Simplemente, hacer poltica. Adems, ese Martin Beaumont tena buena presencia y los medias lo adoraran. Al final, el fracaso del arresto de McLean se transformara en un buen montaje publicitario para la polica y de paso para ella. Si todo iba bien, podra incluso posar para Paris Match en vaqueros y chupa de cuero, rodeada del Van Gogh y de maderos con cuerpo de cachas de calendario. Esa idea seductora qued de pronto reducida a la nada cuando el director del museo declar con tono consternado: Lo siento, Beaumont, pero le ha dado gato por liebre. Cmo? se inquiet Martin. El cuadro ha sido bien imitado, pero es una falsificacin. Es imposible. He visto sacarlo de su mochila y no le he quitado ojo. Mrelo usted mismo: la firma. La firma? Pero cul... Van Gogh no haba firmado ninguno de sus autorretratos. Martin se acerc al lienzo extendido sobre un caballete. Vincent Van Gogh haba firmado muy pocas obras ni siquiera una sptima parte y cuando lo haba hecho, por ejemplo en Los girasoles, era siempre con su nombre de pila. Ahora bien, en el cuadro que tena ante los ojos no era el nombre Vincent lo que se destacaba con pequeas letras desunidas, sino otra rbrica redactada con un alfabeto risueo:

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Archibald

El Aston Martin dej la autopista en direccin a Fontainebleau y se meti en la comarcal que