¿Qué arqueología del Paisaje?

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¿Qué Arqueología del paisaje? Ricardo González Villaescusa 1 Université de Reims

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R. González Villaescusa, ¿Qué arqueología del paisaje? ; in Catastros, hábitats y vía romana, programa INTERREG III B de la Unión Europea: Las Vías Romanas en el Mediterráneo, Generalitat Valenciana, Valencia, 2006, 215-246.

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¿Qué Arqueología del paisaje?

Ricardo González Villaescusa1

Université de Reims

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Con este título se parafrasea el del artículo de Miquel Barceló de 1992, Quina arqueolo-gía per al-Andalus?. Propuesta imprescindible para la definición de los registros arqueológi-cos que deben generarse en una arqueología de la sociedad de al-Andalus. En las próximaspáginas pretendo hacer una valoración de las distintas tendencias que se dedican al tema delpaisaje, enmarcándolas en el contexto de la investigación actual. Plantear, posteriormente, laalternativa que creo debería presidir la arqueología del paisaje con los matices necesarios,como consecuencia de la diferente evolución histórica e investigadora española y cómo debenaplicarse esos criterios a una serie de líneas de investigación en las que debe profundizarse.

Para M. Barceló la arqueología debe preocuparse de la estructura de la sociedad que estu-dia. En consecuencia, es una arqueología cuyo objetivo es el conocimiento histórico de lasociedad en cuestión. Ante los intentos de formular una “arqueología teórica” mediante lailusión de producir conocimientos autónomos, propios de la arqueología, postula que elúnico sujeto histórico posible es la sociedad que sólo puede ser comprendida teóricamente apartir de modelos conceptuales. El objetivo de la arqueología histórica sería, pues, la identi-ficación arqueológica de los procesos de trabajo campesinos, la captura del producto deri-vado de esos procesos, en forma de tasa o de renta, sea por parte de un Estado o de una clasemilitar o religiosa, o ambas cosas a la vez.

De esta forma, el registro arqueológico producido por el estado genera información sobrelas formas de acumulación tributaria y su gasto, pudiendo distinguir las variaciones del con-trol efectivo que tiene el estado sobre la sociedad y sobre el tamaño espacial de este control,materializándose en el proceso fiscal que hace visible la relación entre el estado, o los seño-res de renta, y los campesinos.

La arqueología de los paisajes es un observatorio de primer orden para definir en lassociedades preindustriales la dimensión, características e impronta real que una determina-da sociedad ejerció sobre un determinado medio, y poniendo en evidencia el tamaño espa-cial de ese control. Especialmente en el caso de al-Andalus, donde la evolución históricaoccidental “normal” se trunca, construyendo espacios agrícolas diferentes a los que había

1 Este artículo es la revisión y actualización de un capítulo de la memoria presentada como Habilitation à Dirigerdes Recherches en la Universidad de París 7-Denis Diderot (González Villaescusa 2004). El tribunal estaba com-puesto por: J. P. Vallat (Director), S. Ramallo Asensio, F. Favory (Ponente), G. A. Fassetta, J. Andreau (Ponente), M.Christol.

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antes del siglo VIII. Los análisis de morfología agraria realizados han permitido diferenciarla huella de distintas formaciones sociales en el espacio, medir la impronta de estas inter-venciones en territorios no abordados hasta entonces y apreciar la relación diferenciada entrelas formaciones sociales y el medio que ocuparon. Traduciéndose, por medio de “modelosconceptuales”, en conocimiento histórico sobre las sociedades del pasado.

En las próximas líneas intentaré abordar cuál es la diferencia entre esta arqueología delpaisaje que defiendo de “otras” arqueologías del paisaje que se practican.

1. Arqueología espacial y Arqueología del paisaje

Con este epígrafe se pretende dar constancia de la existencia de todo un grupo de investi-gadores que realizaron arqueología espacial desde los años 80 y que hoy en día practican unaarqueología del paisaje, prácticamente con los mismos presupuestos teóricos. Desde mi puntode vista, el salto teórico y metodológico es de tal magnitud que cuesta creer que arqueologíaespacial y arqueología del paisaje son lo mismo. Sin embargo, hay que aceptar que la mayo-ría de los investigadores han dado ese salto sin dar demasiadas explicaciones. También pare-ce evidente que, en el caso de los arqueólogos de las formas del paisaje, la espacialización delos resultados y la consideración de criterios propios de la arqueología espacial es un hechocada vez más frecuente, con lo que hoy en día, encontramos incluidos en el cajón Arqueologíadel Paisaje una amalgama de estudios que incluyen el espacio, los asentamientos, las vías, losparcelarios o el paleoambiente, en el centro de sus investigaciones.

En este sentido es ilustrativo de este salto la celebración del congreso, continuador de losdedicados a la arqueología espacial del Seminario de Arqueología de Teruel, con el títuloArqueología espacial, 19-20. Arqueología del Paisaje, en 1998. Donde se dieron cita anti-guos investigadores de la arqueología espacial, que hicieron verdaderos esfuerzos por expli-car el desplazamiento teórico; nuevos investigadores de la arqueología del paisaje con crite-rios de la arqueología espacial; arqueólogos de las formas del paisaje y, finalmente, investi-gadores de la arqueología agraria. Quizá el caso más significativo de esta situación sea el dela investigadora del CSIC, Almudena Orejas (1995, 1995-1996, 1998), que ha hecho del pai-saje el eje de sus investigaciones, realizando un notable esfuerzo de lo que M. Barceló ha lla-mado, teorización del método (BARCELÓ 1992).

Es necesario destacar el esfuerzo realizado por J. M. Ortega por explicar este salto entreambos métodos con el artículo “De la arqueología espacial a la arqueología del paisaje: ¿EsAnnales la solución?” (ORTEGA 1998, 33-51). Donde propone que la arqueología del pai-saje vendría a ser una respuesta global de Annales a la Arqueología Espacial de raíces eco-lógicas. Esta respuesta, añade, sería una arqueología global: economía, sociedad, cultura;basada en un revival braudeliano articulado en torno a la geografía y la visión diacrónica dela longue durée. Pero también se produce un cambio de enfoque desde la arqueología de loslugares de reproducción social, propia de la arqueología espacial, a una arqueología agrariade la producción, de la arqueología del paisaje annaliste. Sin embargo, para J. M. Ortega(ORTEGA 1998, 43-44) el estudio de las centuriaciones y catastros:

(…) son los ejemplos más evidentes de la estructuración del paisaje, de la ordenaciónsocial y económica del territorio y de la producción, pero también una de las muestras máspalpables del interés de Annales en reducir la cuestión a problemas de morfología agraria,dejando al margen las relaciones de propiedad y el poder del estado [exceptúa a M. Clavel-Levêque de esta afirmación]. (…) En conclusión una arqueología agraria o una arqueologíarural sin campesinos ni pastores, como se prefiera. La coartada frente al análisis social esaquí clara: campos de cultivo frente a campesinos, ecología del bosque frente a sus formas

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de apropiación, técnicas de infraestructura hidráulica frente a las formas de reparto social delagua, etc. (…) Si es cierto que la “arqueología agraria” de esta nouvelle Arqueología delPaisaje ha sabido evitar el economicismo implícito en la “arqueología agrícola” que se hacíaen tiempos de la New Archaeology, falta todavía dar el paso siguiente hacia una genuina“arqueología rural”, en la que el tema central sea el campesinado, sus procesos de trabajo, laorganización de los calendarios productivos, el reparto del producto, etc. (…)

(…) Ahora bien, esta Arqueología del Paisaje, quizás el último caso de travestismo ter-minológico de la Arqueología Espacial, puede llegar a convertirse, antes que nada, en unconstructo diseñado para enmascarar la esclerosis del rampante positivismo que todavía sub-yace a buena parte de las propuestas que se venden bajo tal rótulo. (…)

(…) Éste, quizás, sea el mayor problema que la nouvelle Arqueología del Paisaje puedeheredar de sus maestros: su más que demostrada indefinición teórica, es decir, política.

Visión inexacta sobre la eventual respuesta de una disciplina a la otra, pues el desarrollode la Arqueología Espacial en la década de los 70 es, en rigor, posterior a los primeros títu-los que mostraban interés por los landscapes (BRADFORD 1957). Creo más acertado con-siderar a ambas corrientes como disciplinas que confluyen en un momento determinado,como consecuencia de los objetos comunes que tienen como referente.

En cualquier caso, como ya demostré para la llamada Arqueología de la Muerte(GONZÁLEZ VILLAESCUSA 2001, 30), el paisaje sufre un efecto de moda. Los títulos quebien podrían haberse realizado hace 20 años con otros términos bien diferentes, hoy no pue-den editarse sin una alusión explícita al paisaje tengan, o no, que ver con él. Por otra partese multiplican las adaptaciones personales y los “constructos de semántica viscosa” (Barceló1992; 1993, 195-205) a los que se les puede vaticinar una trascendencia científica reducidaa la publicación en sí misma. El fetiche de los sesenta “economía”, el de los setenta “cultu-ra”, el de los ochenta “mentalidad”, ha sido sustituido por el fetiche “ecología” o “paisaje”.Véase, si no, una reciente publicación titulada Ecohistoria del paisaje agrario (GÓMEZBELLARD 2003), donde no hay ni una sola línea justificativa de la utilidad del concepto“ecohistoria” ni una sola referencia a los pioneros que propusieron esos conceptos:G. Bertrand (1975) y R. Delort y F. Walter (2001).

2. La trascendencia de la escuela de Besançon en España

Recientemente E. Ariño (2003) ha realizado un tour d’horizon sobre las diferentes ten-dencias que se han ocupado del tema de los paisajes en España, además de realizar una pro-puesta ante la “crisis” que reconoce instalada en las aproximaciones que se hacen sobre elpaisaje. Trabajo que puede servir de base para recorrer el mismo trayecto para revisar lasdiferentes tendencias de la investigación.

La labor pionera de los geógrafos (y un arqueólogo como E. Llobregat) del volumenCenturiaciones romanas en España de 1974 no tuvo trascendencia en los estudios posterio-res ya que ninguno de los que ahora se dedican al tema son discípulos directos de aquellospioneros españoles, mayoritariamente geógrafos, como se ha dicho. Y ello a pesar de consi-derarme discípulo de E. Llobregat, director de mi tesis doctoral, aunque en mi faceta deinvestigación sobre lo funerario.

Los primeros estudios recientes sobre los catastros en Hispania tendrían como “restau-radores”, en la década de los 80, a dos discípulos de la escuela de Besançon, una directacomo R. Plana y, otro, en alguien que se reconoce seguidor de la metodología del tandemChouquer-Favory, el propio Enrique Ariño. La primera trabajando en el noreste español fun-damentalmente (Emporion, Gerunda…), mientras que el segundo lo haría, sobre todo, en el

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valle del Ebro (Caesaraugusta) y en revisiones de antiguas hipótesis de centuriaciones.Posteriormente, a finales de esta década o principios de los 90, empiezan a destacar los estu-dios realizados desde la Universidad Autónoma de Barcelona, claramente inspirados en laescuela de Besançon, mientras que los investigadores de la Universidad Central de Barcelonaañaden a los métodos tradicionales de Besançon los estudios paleoambientales aportados porlos análisis palinológicos.

Es posible que sea E. Ariño quien haya realizado un mayor esfuerzo por sistematizar ypor aportar reflexiones globales sobre el estudio de los catastros. Formado en la Universidadde Zaragoza como discípulo de M. Martín Bueno, en 1994 junto a otros autores propuso unalectura estratigráfica del paisaje (ARIÑO et al. 1994). Reivindicación apoyada en dos méto-dos: el análisis minucioso de la documentación escrita medieval y moderna y el análisis dela cartografía histórica. Según los autores esto permite establecer las fases de transformacióndel territorio, diferenciando los elementos más antiguos de aquellos trazados en épocas pos-teriores. Tal y como se afirma en el abstract del artículo:

“Además pensamos que es interesante analizar la morfología de los parcelarios de otrasépocas para diferenciarlos de los de época romana y evitar posibles confusiones de interpre-tación”.

Lo que, en mi opinión es una perversión del método escrita negro sobre blanco, lo medie-val sólo es analizado como filtro para eliminar lo que no es romano, verdadero objeto de lainvestigación. Pero más adelante se define lo que es la lectura estratigráfica del paisaje(ARIÑO et al 1994, 191):

“Entendemos la prospección del paisaje como la necesaria lectura arqueológica delmismo sobre el terreno, es decir el análisis de la relación estratigráfica entre los diversos ele-mentos arqueológicos (vías, estructuras agrarias, etc.) su caracterización y registro. (…) Esuna toma de posición personal a la que hemos llegado a partir del estudio de los particularespaisajes que ofrece la Península Ibérica, resultado de geomorfologías diversas y de una mor-fología histórica muy peculiar. [Al-Andalus, la conquista y repoblación feudal] generaron unpaisaje específico (…) caracterizado por una reocupación de las tierras, en la que se utilizade nuevo un sistema variado de parcelarios geométricos, que en algunos casos se superpo-nen y enmascaran los parcelarios de época antigua.”

Como metáfora puede ser válida la lectura estratigráfica del paisaje, aunque no como con-cepto útil pues en todo el texto no se propone ninguna lectura estratigráfica en sentido estricto(vía que corta o se adosa a una parcela, cuneta cubierta por depósitos aluviales modernos…),sino, a lo sumo, lecturas espaciales entre elementos que componen el paisaje. Como es fre-cuente, la transferencia de conceptos entre disciplinas diferentes no deja de dar la sensación deque se trata de una “simple reformulación verbal de lo que ya se sabía” (GARCÍA 2004, 75),enmascarando un concepto vacío o una “teorización del método” como diría M. Barceló.

Una aportación del método de trabajo propuesto consiste en romper el esquema rígido deun modelo preconcebido como consecuencia de la adaptación a la realidad preexistente. Así,un cardo o un decumano podrían haber sido plasmados deformes en el suelo, desde el pri-mer momento, como consecuencia de esa adaptación a las realidades del terreno y no comoresultado de una deformación por su uso a lo largo de la historia. Los decumanos de Barcino,por ejemplo, tienen una ligera deformación para salvar una elevación (ARIÑO et al 1996,149, fig. 11). Esta visión sería criticada implícitamente poco después, por autores de laUniversidad Autonoma de Barcelona (CORTADELLA, OLESTI, PRIETO 1998, 43):

“Es frecuente leer que una centuriación no responde a un módulo prefijado porque seadaptaba a la realidad preexistente. Pero, si los ejes conservados no coinciden con un módu-

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lo teórico ¿en qué elementos morfológicos nos apoyamos si precisamente dudamos delmodelo que nos sirve de análisis? No debemos olvidar que los elementos viarios y parcela-rios, salvo raras excepciones, no tienen una cronología por sí mismos, sino tan solo en cuan-to parecen estar en relación con un modelo teórico.”

Todo ello se traduce en el escaso éxito del uso de la noción de estratigrafía del paisajecomo concepto válido para el estudio de los paisajes. Véase si no, la indiferencia hacia elmismo en el más reciente artículo del propio E. Ariño (2003). Pero se traduce, además, en defi-ciencias importantes, apreciables en el ejemplo de Elche que aparece en ese mismo artículo.Por ejemplo, la pertica de Elche me parece más extensa (GONZÁLEZ VILLAESCUSA 2002)de lo que afirman Ariño y otros (ARIÑO et al. 1994, 296); además, no veo por ninguna partela dependencia, o en cualquier caso, no se acierta a entender qué significa esa dependencia,entre las diferentes estructuras diferenciadas en el caso de Elche; por el contrario los autoresolvidan la impronta y trascendencia del riego tradicional que, a mi entender, es fundamentalpara comprender el paisaje antiguo de Elche. A pesar de realizar un “análisis regresivo”, losautores no identifican ni valoran el alcance del desplazamiento de la antigua Ilici (La Alcudia)a la localización de la madina islámica Ils̆ (Elche), lo que ayudaría a entender una de las estruc-turas paisajísticas detectadas (GONZÁLEZ VILLAESCUSA 2002, 439-442).

El artículo más reciente de Ariño que pretende ser sintético de los estudios sobre el pai-saje, es crítico con el uso realizado por G. Chouquer del concepto “más ecléctico y ambi-guo” de formas del paisaje frente al de catastro más frecuente en los años 80 (ARIÑO 2003,98), quizá porque, como se verá más adelante, no se haya entendido el giro copernicano queha significado el análisis arqueomorfológico de (todas) las formas del paisaje, encuadradoen un análisis realmente diacrónico y la deconstrucción del paradigma catastral de los años90 (CHOUQUER 2000, capítulo III y compte rendu de Leveau 2001, 238). Esta decons-trucción consiste precisamente en entender la autonomía de las formas de los paisajes res-pecto de los sistemas sociales, perceptible en el ejemplo de las centuriaciones italianas quecomentaremos más adelante.

Asimismo, Ariño postula una “crisis de crecimiento” en los estudios del paisaje comoconsecuencia de la incorporación de nuevas técnicas, tradicionalmente relegadas en el estu-dio del territorio antiguo, por lo que destaca como pionera a parte de la investigación espa-ñola al incorporar como método los estudios paleoambientales por medio de los análisis pali-nológicos, especialmente los trabajos de la Universidad Central de Barcelona con J. M. Palety J. M. Gurt.

Por otra parte, el autor cree que la crisis de la investigación sobre los paisajes se produ-ce por la escasa atención prestada a la prospección intensiva combinada con el análisis de lasformas de los paisajes por lo que resalta algunos de los trabajos realizados por mí mismo enIsona (el más reciente GONZÁLEZ VILLAESCUSA 2002, capítulos V y VI), aunque debode observar que realiza un uso poco adecuado o tergiversado de mi concepto regularidadorgánica en dos ocasiones, sin hacer la más mínima alusión a la elaboración del concepto nia su creador (ARIÑO 2003, 100-101):

“Es muy posible que estemos ante una organización más o menos regular antigua, perode crecimiento orgánico [el subrayado es mío], impuesto por la topografía y el drenaje [enalusión a la estructura regular identificada por O. Olesti de la U. Autónoma de Barcelonacomo centuriación en Iluro]. (…) Otro fenómeno que empieza a documentarse es el uso deretículas geométricas moduladas en actus que no ocupan el paisaje de modo continuo, sinoque, o bien ocupan la periferia de zonas con parcelaciones de crecimiento orgánico [elsubrayado es mío] de cronología anterior (caso de Aeso) (…)”

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Lo cual debería halagarme porque, según P. Bourdieu, “la mayor consagración que puedeconocer un investigador consiste en poder llamarse autor de conceptos, de efectos, etcétera,que han pasado a ser anónimos, sin sujeto” (BOURDIEU 2003, 132). Si bien, utilizando losmismos conceptos que Bourdieu, creo que, sencillamente, se trata del típico enfrentamientoen una lucha regulada en el seno del campo científico “paisajes” en el que Ariño se alinea-ría con los logros de la Universidad Central de Barcelona, frente a los de la UniversidadAutónoma de Barcelona o los de cualquier otra escuela.

En este “enfrentamiento” el autor considera que es necesario una nueva interpretación delpaisaje, “revolucionar nuestro sistema de trabajo” añade y propone un ejemplo, estudiadoantes y después de la “crisis”, antes y después de la nueva propuesta metodológica: el terri-torio de Calagurris. Siguiendo con P. Bourdieu, cabe preguntarse si esa revolución tendrá elefecto de “transformar la jerarquía de las importancias” en el campo científico en cuestión,luchando por “ser o mantenerse actual” (BOURDIEU 2003 111-126); intentaré demostrarque, en realidad, no es así.

Para empezar nos encontramos con la afirmación de que el paisaje apenas refleja dife-rencias respecto del actual como consecuencia de la pervivencia de topónimos desde el sigloXI hasta nuestros días, lo cual es ciertamente dudoso pues un paisaje puede cambiar y man-tenerse el topónimo antiguo reflejando, precisamente, una realidad previa. Además, la alu-sión a una via uetera en un documento de 1162 es un indicio de una via antigua pero en nin-gún caso la certeza de que se trata de la vía romana. Por otra parte, añade, diversos indicioscomo la mención de un aqueductum en la documentación de 1046, la existencia de la ace-quia de Sorbán, la documentación de los restos de un acueducto romano que, a veces, coin-cide con la orientación de la centuriación, que le permiten afirmar al autor que el acueductofue modificado, dándole un trazado rectilíneo acorde con la centuriación. Ante lo cual cabepreguntarse ¿para qué es preciso adaptar el trazado de un acueducto al de los ejes de una cen-turiación? Y ¿cuáles son los elementos arqueológicos que permiten afirmar tales modifica-ciones: relaciones estratigráficas entre la acequia actual, la medieval y el acueducto romano?Se trata de conjeturas, hipótesis de trabajo, compartibles, pero en absoluto de conclusionesválidas. En el extremo opuesto se halla la propuesta de un regadío en el seno del catastro Bde Orange, argumentado por la excavación de un canal ocasionalmente isoclino con la cen-turiación, relleno con depósitos alóctonos (BERGER, JUNG 1996, 103-105) y fechado porlos fragmentos cerámicos que se encontraron en su interior.

Más adelante propone un sistema irrigado con aterrazamientos y nivelación de campos,así como un parcelario de “forma más o menos radial” que parece datar de época romana porla aparición de material romano en los campos aterrazados, mientras que la vega del Cidacoshabría quedado exceptuada de la división romana porque “seguramente ya estaba ocupada eirrigada en época prerromana”. Por último, defiende que la pérdida de suelo en algunaszonas sería provocada por el regadío:

“Es posible que estos pedregales (…) sean el resultado de estos procesos de cultivo deépoca medieval y que su cultivo en regadío provocase la pérdida del suelo, convirtiendo loscampos en inexplotables con los arados de la época.”

Hasta donde alcanzan mis conocimientos, el regadío es por sus características (aportesextraordinarios de agua a los cultivos) un factor determinante en la conservación de suelospor dos razones. La primera es el aporte constante de sedimentos a las acequias y camposdonde se conduce el agua. La segunda es que, como consecuencia de la gravedad y del apro-vechamiento del agua, se aterrazan los campos, respetando la horizontalidad, garantizandouna pendiente mínima, suficiente para desplazar el agua, pero reducida para evitar la erosión.

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Solamente se conocen casos de desertificación y erosión de suelos como consecuencia delabandono del riego y la degradación de los aterrazamientos que contenían el suelo o comoconsecuencia de la salinización de los acuíferos por sobreexplotación y el consiguiente aban-dono de los campos.

No se niega, pues, la posibilidad de las afirmaciones de Enrique Ariño pero en toda suargumentación no se encuentran los argumentos a favor de tales hipótesis. ¿Dónde está larevolución de los métodos de trabajo?

En línea con los trabajos de Ariño se encuentran los de J. M. Palet, junto a otros autores,como es el caso de S. Riera, palinólogo que aporta datos paleoambientales a los análisis mor-fológicos de J. M. Palet, o J. M. Gurt. Palet añade la ventaja de acometer los estudios del pai-saje por medio de un estudio regresivo de la documentación escrita, examinada y transcritapor él mismo, de un análisis riguroso y exhaustivo de la cartografía histórica y, finalmente,de una prospección intensiva de los trazados viarios y de un estudio de algunos paisajes agra-rios fósiles. Este método le llevó a hacer una propuesta de evolución diacrónica del llano lito-ral de Barcelona entre el siglo II a.C. y el siglo XI d.C. (PALET 1997), aunque también hatrabajado en otras regiones de Cataluña (PALET, GURT 1998; PALET, RIERA, 2001, GUI-TART, PALET, PREVOSTI 2003; PALET 2003).

El defecto que, en mi opinión, tienen estos trabajos lo situaría a nivel metodológico y encuanto a los resultados obtenidos. En el primer caso el análisis morfológico efectuado distade ser el más adecuado a la problemática investigada debido sobre todo a la pequeña escalacon que trabaja el autor (contactos de las fotografías aéreas a escala 1:33.500 aproximada-mente (PALET 1997, 33) que le impide entrar en el detalle del parcelario y que condicionala exposición de los resultados que, una vez editados, suelen expresarse en planos a escalaspróximas a 1:180.000. Para comprender bien los resultados es necesario el recurso al análi-sis del parcelario en clichés ampliados a gran escala (en torno 1:15.000) y los resultadosofrecidos en la publicación definitiva deberían ofrecer “sondeos” en determinadas zonasespecialmente significativas para la argumentación, donde el análisis parcelario a gran esca-la pueda evidenciarse y entenderse la argumentación morfológica, no siempre evidente parael lector, (entre 1:50.000 y 1:15.000 como es el caso de mis trabajos GONZÁLEZVILLAESCUSA 2002). A pequeña escala los detalles del parcelario se pierden. En realidad,J. M. Palet o E. Ariño, a pesar de invocar el nombre de G. Chouquer (PALET 1997, 28), noincorporan el método renovador que significó el análisis arqueomorfológico de finales de losaños 80 y principios de los 90, manteniendo los métodos de análisis de la primera escuela deBesançon.

Por otra parte, es legítimo plantearse algunas dudas sobre el fondo de las propuestas de J.M. Palet, como la existencia de módulos variables dentro de una misma trama de la pertica.Es algo que ocurre, salvo error por mi parte, exclusivamente en catastros de Tarraco(Tarragona) y Barcino (Barcelona) ambos estudiados por J. M. Palet. En el caso de Barcinose desarrolla una centuriación con un módulo cuadrado de 15 actus de lado, aunque para elautor, el uso frecuente de un divisor equivalente a 5 actus debió servir para introducir una seriede variaciones en el módulo base en el sector más próximo a la ciudad, donde se configurancenturias de 15 x 20 actus y 150 iugera de superficie (PALET 1997, 111). En el caso deTarraco además propone la existencia de dos tramas en el seno de una misma pertica (TarracoIV) con una variación en la orientación de 5 grados, yuxtaponiéndose y plasmándose en elsuelo en una zona intermedia como consecuencia de la adaptación de los ejes de la pertica ala topografía del terreno y a itinerarios preexistentes. Parece como si el debate francés de prin-cipios de los años 90 que condujo a la reclamada “moratoria” por Philippe Leveau para los

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estudios de las centuriaciones por la multiplicación de las retículas ad infinitum se hubieraresuelto, en este autor, con la integración de diversas orientaciones y módulos en una únicahipótesis de estructura centuriada. A decir verdad, aun no dudando de que esta casuísticapueda darse, una excepción a la norma general como la comentada (existencia de diferentesmódulos y de diferentes orientaciones en una misma pertica) merece una argumentación apo-yada en la morfología y en la documentación escrita mucho más detallada.

Un último reparo a los trabajos de J. M. Palet concierne a la espacialización de los datosderivados de los análisis paleoambientales realizados por S. Riera. En este sentido son suge-rentes las dudas planteadas por Claire Delhon y otros en un artículo destinado a aclarar las“Perceptions et représentations de l’espace à travers les analyses archéobotaniques”(C. DELHON et al 2004, 292-293). Donde se dice lo siguiente respecto al uso del conceptode mosaico por los paleoambientalistas:

“Le concept de mosaïque, issu de l’écologie végétale, est d’un grand secours àl’archéobotaniste. Il lui permet de décrire une certaine diversité du mileu végétal etde contourner le problème de la localisation exacte des groupements phytosociologi-ques. Dans un paysage en mosaïque, on suppose que plusieurs groupements végétauxoccupant chacun des faibles superficies se cotôient dans des zones écologiquementéquivalentes et à des distances comparables du site archéologique, sans que l’on soittoutefois en mesure de les situer précisément en un point de l’espace. (…) Le termede mosaïque, très pratique pour décrire l’hétérogénéité d’une végétation morcelée, nepermet cependant pas de veritable ancrage dans l’espace car il ne comporte aucuneindication sur la taille exacte, la localisation précise, le nombre, la proximité ou laforme des parcelles occupées par chaque communauté végétale.”

“Mosaico heterogéneo” es precisamente el término utilizado para describir el paisaje delllano de Barcelona en un artículo conjunto de J. M. PALET y S. RIERA (2001).

Más en línea directa con Besançon se encuentran investigadores españoles como OriolOlesti o Rosa Plana que han trabajado en tierras catalanas, en el noreste de la penínsulaIbérica. En el caso de la segunda autora, algunos de sus trabajos han sido parcialmente cri-ticados por M. Guy (1996, 191), desde el punto de vista del análisis metrológico que permi-tió distinguir una métrica griega (estadio jonio de 600 pies) en el catastro que se encuentratierra adentro de la colonia griega de Emporion (PLANA MALLART 1994), y más fuerte-mente contestados por J. M. Palet y J. M. Gurt (1998, 45-47) en cuanto a la identificación delas propias estructuras centuriadas. Sin embargo, ambas críticas (desde la métrica y la mor-fología) coinciden en reconocer que el catastro romano podría haber renormado el catastrogriego preexistente. Aun sin disponer de elementos válidos para confirmar o refutar las pro-puestas de R. Plana o las legítimas contrapropuestas de J. M. Palet y J. M. Gurt, se echade menos en el texto de estos autores la demostración de que las dos tramas parcelarias plan-teadas por R. Plana en realidad deben corresponder a una sola. En realidad se trata de lamisma polémica suscitada en torno a la identificación de dos sistemas, Forum Domitii B deA. Pérez y Nîmes A, que se encuentra refutada en beneficio de una sola trama, en la figura1 del ya célebre artículo de F. Favory (1997, 98-99). Por mi parte resaltaría el esfuerzo rea-lizado por R. Plana al poner en relación las estructuras agrarias detectadas con el posible sis-tema agrario que da lugar a una determinada producción y las relaciones que pudieron man-tener los colonos griegos con los agricultores indígenas.

La mayoría de los trabajos de O. Olesti adolecen de los defectos resaltados en el caso delas aportaciones anteriores. La declaración de intenciones dista mucho de los resultados fina-

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les y la reconstrucción de la retícula catastral parece ser el objetivo principal implícito aun-que el discurso explícito sea otro bien diferente. Sin ir más lejos, el decálogo propuesto enun artículo de 1998 como reflexiones sobre las que articular una reformada visión del estu-dio de los paisajes, parece ir encaminado a la reconstrucción del paisaje y de las tramas quelo componen, más que a la meta principal explicitada “el estudio de las sociedades que trans-formaron esos territorios” o el “objetivo prioritario debe ser el catastro (…) como la plas-mación en un territorio concreto tanto de las relaciones sociales, como de las mismas condi-ciones en que se produjeron” (CORTADELLA, OLESTI, PRIETO 1998, 439-440). En todoel decálogo, ni en el resto del artículo, se acierta a descubrir cuáles son las estrategias que seproponen para poder definir esas relaciones sociales, de producción se supone, y las condi-ciones en que se produjeron para que la retícula centuriada restituida pueda ser interpretadaa la luz de esas relaciones sociales.

No quisiera terminar este epígrafe sin hacer una breve mención a los trabajos de JesúsMoratalla que han recibido una credibilidad acrítica por parte de autores como E. Ariño(2003, 100) y L. Abad (2003, 124-125). Intentaré demostrar que la propuesta de extensionesde una eventual pertica al norte de Elche (MORATALLA 2001), en el curso medio delVinalopó, no pueden sostenerse. En primer lugar, no se cumple una condición indispensablepara reconocer los restos de una limitación romana, como es la identificación de una com-posición formal en cuadrados centuriales. La fotointerpretación de la lámina II (MORATA-LLA 2001, 567) no permite apreciar en ningún momento la existencia de una ordenacióncenturiada del espacio (fig. 1). Una aproximación al mismo espacio, destacado por el autorcomo revelador de una parcelación antigua, evidencia algo bien distinto. La interpretaciónde la figura 2 (MORATALLA 2001, 554) no deja ningún lugar a dudas de que la composi-ción formal del parcelario analizado es la típica de un parcelario en bandas (fig. 2). Se tratade la organización de un espacio, en la confluencia de la rambla de Orito con el Vinalopó, entérmino de Monforte, organizado en parcelas longitudinales a las grandes bandas, articula-das a ambos lados de un eje central que sigue la pendiente del terreno hasta conectar con larambla. Se trata de un parcelario en bandas que se organiza con un módulo de 147 x 73,5 maproximadamente que habría que identificar; pero no hay nada de romano ni en la composi-ción formal ni en la métrica utilizada. La crítica realizada (CHOUQUER 2000, 132) a losinvestigadores que olvidan que una limitación antigua es una retícula de ejes periódicos yque la división parcelaria es una trama que se origina en función de unidades intermediariasfundamentales y regulares llamadas centurias cobra todo su sentido, pues:

“(…) se sont contentés de relever de simples trames isoclines et ont inprudemmentconclu à la presence de centuriations. Sans une reconstitution, au moins vraisambla-ble, de ce niveau individuel de cohérence de la forme, on ne peut interpréter dans cesens (…) une trame n’est pas une forme”

3. La Arqueogeografía

En el volumen 167-168 de la revista Études Rurales de 2003, G. Chouquer postula la cri-sis a la que se ven abocados historiadores y arqueólogos que tienen el espacio de las socie-dades antiguas como objeto de sus investigaciones (CHOUQUER 2003). La crisis se produ-ciría, según Chouquer, como consecuencia de que los contenidos de la arqueología del pai-saje no estaban claramente definidos y que “nous ne savions pas par quoi remplacer lesobjets usés des problématiques géographiques et géohistoriques”. Explicando que despuésde ciertos titubeos en el uso de palabras compuestas y especializadas (arqueomorfología,

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Fig. 1. Fotointerpretación de J. Moratalla del sector donde confluye la rambla de Orito con el Vinalopó (MORATALLA 2001,Lám. II, 567).

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morfohistoria, morfología dinámica) se instala una nueva disciplina denominadaArqueogeografía cuyos objetivos serían (CHOUQUER 2003, 17):

“C’est l’étude de l’espace des sociétés du passé et de ses dynamiques, dans tou-tes ses dimensions. C’est l’histoire de la transformation de l’espace géographique enécoumène habité, exploité, aménagé, transmis, hérité. Telle quelle, la discipline pos-sède des spécialités dont certaines sont déjà opératoires: étude des objets géographi-ques ordinaires et planifiés des sociétés passées (habitats, voies, et parcellaires), laplupart sous forme hybridée; étude des territoires; étude des réprésentations que lessociétés anciennes ont de leur espace. (…)

L’objetif principal est la qualification des processus dynamiques qui transformentet transmettent les formes paysagères. Fondamentalement, cela conduit à considérerque la stratigraphie, l’empilement et les relations géométriques verticales de couche

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Fig. 2. Fotointerpretación del mismo sector donde se evidencia la existencia de un parcelario en bandas con un modelo articuladoen parcelas de 147 x 73,5 m aproximadamente.

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à couche ne peuvent plus être le seul fil conducteur de l’interprétation. Le «renver-sement du schéma stratifié» invite à rechercher d’autres relations, qui se lisent dansl’espace”

Dado que se me incluye en esta evolución final del análisis morfológico (CHOUQUER2003, 16) creo necesario comentar mis reflexiones sobre algunas de las aportaciones delvolumen. En primer lugar no puedo sentirme identificado con los objetivos finales propues-tos para la Arqueogeografía. Mi objeto de investigación es la sociedad del pasado, y éstatiene un escenario productivo. La implantación de una sociedad en el territorio, y especial-mente sus estructuras agrarias y los parcelarios, deben poder informarnos de sus estrategiasaunque no sean planificadas. De acuerdo en que la crisis está postulada, los nuevos objetosdefinidos y especialmente bien descritos, pero cómo se integran en el discurso histórico –elúnico sujeto histórico posible es la sociedad– y qué relación tienen esos nuevos objetos conlos campesinos, –usuarios finales de las estructuras agrarias definidas– son cuestiones queestán, todavía, por definir. Y todavía queda por demostrar la posibilidad de “producir cono-cimientos autónomos” propios de la Arqueogeografía.

Intentaré concretar estas cuestiones sobre algunas de las aportaciones del volumen deÉtudes Rurales. El artículo de Claire Marchand (2003) plantea de forma magistral el “reju-venecimiento” de las centuriaciones italianas que se han conservado de forma extraordina-ria hasta nuestros días, sin cambios notables durante algo más de dos mil años. Esto se rea-lizaría por una acumulación de elementos estructurales con el paso de los años que no serí-an obra de sus originales creadores, reafirmándose la estructura con el paso de los siglos. Sinpretender modelizar este proceso como lo hace la autora, ya propuse la existencia de estefenómeno en el caso de la prolongación contemporánea del importante limes intercisivus10,5 de la centuriación Orange A en la meseta de les Costières (GONZÁLEZ VILLAES-CUSA 2002, 97). En excelente expresión de C. Marchand “c’est une virtualité antique quiest devenue matérialité moderne” (MARCHAND 2003, 100).

Pero a la justa crítica que formula a las visiones del paisaje en que a cada forma debecorresponderle una proyección en el suelo de un poder institucional (una forma –un poder–una época) yo opondría otra bien distinta. Admitiendo la existencia de otra realidad, revela-da por la autora, las formas autoorganizadas y autónomas, la siguiente pregunta a formulares si esas formas revitalizadas o materializadas con el paso del tiempo, –que lo hacen nece-sariamente en forma de límites de parcelas, paredes de piedra seca, cunetas…, y tienen queser materializadas necesariamente por alguien (campesinos por ejemplo)– responden, pues,a una autonomía campesina. Si son autónomas, ¿de quién es autónoma esa autonomía cam-pesina? ¿Qué peso tienen en el marco productivo de la región, del mismo sistema autoorga-nizado? Si no tienen ningún peso, supongo que bastará con describir la forma y seguir bus-cando formas que tengan un significado. Si se me permite el símil es como si se hubiera des-cubierto una nueva especie de insecto. Una vez definida, clasificada y denominada, laborprevia imprescindible, hay que integrarla en la cadena ecológica de la cual forma parte.

Otra observación que me parece oportuno hacer concierne a la pregunta retórica que seformula la autora sobre si “Est-il aisément acceptable de penser que la forme centuriée, pro-jetée sur le sol par des arpenteurs décidés à créer du neuf, soit restée le cadre de la vie agrai-re, sans changement notable pendant un peu plus de deux mille ans ?“ Aunque pueda surgirla duda a la pertinente pregunta, cabe responder sin vacilación que no. Que, evidentemente,las relaciones sociales, técnicas agrícolas, poderes y contrapoderes han sido variados y mul-tiples en esos dos mil años y, por tanto, cabe plantear que ese mismo marco morfológico dela vida agrícola ha sido útil a lo largo de ese período y se ha redibujado, como demuestra la

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autora, con el paso del tiempo, aunque dentro de una misma composición formal sin que ellocuestione la variabilidad de las relaciones sociales que se han sucedido en ese marco espa-cial. Sería interesante, entonces, explicar por qué se han sucedido en el espacio distintassociedades sin transformar profundamente esas estructuras agrarias.

Ante esta situación creo que merece la pena contrastar los resultados con los que he podi-do aportar en el caso español (GONZÁLEZ VILLAESCUSA 2002) y preguntarse ¿por quélas centuriaciones hispánicas de aquellas zonas donde la sociedad andalusí permaneciódurante más tiempo y transformó profundamente las estructuras sociales, las agrarias, loscampos y la tecnología agrícola, no se han redibujado siguiendo el ejemplo italiano, trans-formándose y no dejando apenas huella del diseño original de los campos romanos?Si seguimos a M. Barceló (1992, 247):

“(…) toda la investigación arqueológica hecha, que no es mucha, sobre los espacios rura-les andusíes –las alquerías bien aisladas o formando parte de un sistema– indica claramenteque los campesinos han producido un espacio agrícola diferente del que había antes, reco-nociendo, incluso, el profundo desconocimiento de lo que había antes.”

Toda la investigación realizada, que tampoco es mucha, sobre los espacios agrícolas anti-guos indica exactamente lo mismo. La “revolución agrícola”, en concepto de A. M. Watson(1998), aportada por al-Andalus hizo en gran parte de los casos inoperante o, mejor, desfigu-ró profundamente los espacios rurales antiguos adaptándolos a una nueva realidad. Y, lo másimportante, esos campesinos autónomos en cuanto a sus decisiones de crear nuevos espaciosagrarios escapan, en cierta medida, al modelo historicista de los paisajes criticado porC. Marchand “(una forma –un poder– una época)”. Creando la opción social que supone lairrigación, generaron nuevas formas de asentamientos, nuevas formas sociales de organizarlos espacios, la alquería o los sistemas de alquerías que compartían un mismo curso de aguay, en definitiva, nuevos procesos de trabajo campesino, consecuencia del control que la exi-gencia de renta o tasa introduce dentro de la lógica productiva campesina (Barceló passim).

En definitiva, es cierto que en el caso italiano la revitalización de las centuriaciones esun hecho a pesar del paso de dos mil años y la sucesión de diferentes sociedades en el mismoespacio, pero dudo que ese hubiera podido ser el caso de las centuriaciones identificadas enel espacio de lo que más tarde fue al-Andalus. El marco morfológico creado por las centu-riaciones fue más apto durante dos mil años en suelo italiano que en suelo andalusí. La razónque explica esa diferencia es la pregunta a la que hay que responder, con independencia dela autoría de esas transformaciones.

Semejantes observaciones se pueden hacer del artículo de Caroline Pinoteau, donde iden-tifica unas tramas mixtas físicosociales “hidro-parcelarios” que serían autoorganizadas“au gré de la vie de la population locale, sans projet social planifié global connu” (PINO-TEAU 2003, 250). De acuerdo, pero, conocida la posibilidad, ¿qué aporta al conocimientode la población local sin proyecto social planificado?

Cedric Lavigne por su parte incide en la planificación agraria medieval y en el conceptode planificación discreta (2002; 2003). Detecta la existencia de sistemas autoorganizados que,siendo de origen antiguo (vías, caminos y límites parcelarios principales), evolucionan y per-duran gracias a los múltiples cambios de detalle que los transforman. Postula, además, unespacio global compuesto, híbrido en el tiempo y en el espacio, siendo inconcebible su estu-dio sin un análisis de las formas que lo estructuran. También de acuerdo. Pero repito mis plan-teamientos anteriores. Nuevas formas, nuevos procesos de construcción paisajística pero ¿porqué no reintegrarlos en esas condiciones socioeconómicas de producción a las que alude elautor? ¿Cuál es el papel, tanto en casos comprobados de planificación agrícola como en los

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otros, que cumplen esas nuevas formas en las condiciones de producción? ¿Quiénes son losautores?, ¿Señores de renta o comunidades de campesinos? Si se trata de campesinos ¿de quéautoridad son independientes? ¿A quiénes pagan sus rentas o tasas? Son preguntas que nece-sitan respuestas explícitas en el programa de investigación de la Arqueogeografía.

Estoy seguro de que la Arqueogeografía es una etapa, necesaria, pero una etapa en lainvestigación de los paisajes.

4. Propuestas de futuro

4.1. Multiplicación y modelización de las hipótesis morfológicas

La labor realizada en Las formas de los paisajes mediterráneos (GONZÁLEZVILLAESCUSA 2002) es insuficiente por diversas razones. En primer lugar la mayoría delos estudios de casos analizados son exclusivamente fruto de la emisión de hipótesis. Incluso,cuando algún ejemplo tuvo una verificación en el terreno de esas hipótesis por medio deprospecciones o excavación de estructuras agrarias integradas, como en el caso de Ibiza,Isona, Les Alcuses o Marruecos…, prescindí conscientemente de ellos en la edición defini-tiva de la publicación. Pretendía provocar el fértil debate desatado en Francia entre los años80 y 90, aunque con la revisión y actualización lógicas, teniendo en consideración la críticade las hipótesis emitidas hasta entonces. En segundo lugar, aunque los ejemplos son nume-rosos, son del todo insuficientes. Las razones para seleccionar los casos estaban condiciona-das por tres criterios necesarios en el momento; se trataba, lo confieso, de “quemar” etapas:

1. Criterio morfológico, allí donde las formas del paisaje fueran evidentes y ligadas aprocesos históricos conocidos y reconocibles de colonización agraria.

2. Criterio cronológico, a la búsqueda de un catálogo amplio de formas que abarcarandesde los periodos más antiguos a los más recientes.

3. Un criterio de conocimiento regional, finalmente, que primaba zonas donde el avan-zado estado de la investigación o la existencia de programas de investigación, querequerían de la intervención de un análisis de la morfología parcelaria.

Es evidente que estos tres criterios condicionaron el resultado de la obra Las formas delos paisajes mediterráneos. Los paisajes repertoriados en ella son estereotipados, clasifi-cados cronológicamente y se encuentran faltos de argumentaciones arqueológicas; sinembargo tiene la bondad de mostrar un repertorio de formas que, siguiendo los pasos dela línea de trabajo planteada por G. Chouquer, permitía postular hipótesis de trabajo sobrela evolución de los paisajes del arco mediterráneo occidental comprendido entre el sur deFrancia, la costa mediterránea de la península Ibérica y la de Marruecos. En este contex-to, la identificación de las estructuras viarias y de los sistemas parcelarios, como la resti-tución de los sistemas centuriados “sont à considérer comme des hypothèses relatives àune dimension du paysage étudié, la morphologie agraire, et en partie seulement”(FAVORY 1997, 102).

Aun así, sigue siendo imprescindible la confección de un amplio catálogo de formas yuna reflexión sobre la formación, creación, evolución y degradación de las mismas, algunosde cuyos objetivos son explícitos en el cuadro-resumen del artículo programático de laArqueogeografía de G. Chouquer (2003, 16), además de otros que pueden ir surgiendo en elproceso de investigación:

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1. Relectura de las formas agrarias2. Aportaciones de la arqueología preventiva3. Estudio de las formas auto-organizadas4. Evaluación de la relación entre morfología y arqueología.5. Recalificación del objeto planificado.6. Disociación entre asignación y territorio de la ciudad.7. Reevaluación de las formas medievales y modernas.8. Relectura del corpus de los gromáticos antiguos y de los textos medievales.9. Planificación protohistórica.

Así, empezando por el aspecto más “exótico” y alejado, creo de imprescindible realizaciónun estudio de etnoarqueología sobre la morfología del township americano. Según R. Lebeau(1969, 102-103) este sistema de división quedó fijado en 1785, cuando el territorio norteame-ricano empezó a soportar una estructuración en cuadrículas regulares de una milla de lado(1.609,3 m), la sección, para repartir el espacio entre los colonos. Un cuarto de sección era enlos primeros tiempos el lote básico, lo que es algo más grande que la centuria (un cuadrado deunos 804,6 m de lado y 64,7 ha de superficie). Más tarde, con la colonización del lejano oestelos lotes fueron doblados o cuadruplicados. El grupo de 36 secciones formaba una unidadadministrativa, el Township, equivalente, mutatis mutandis, al concepto de pertica.

Recientemente he podido revisar algunas imágenes aéreas y mapas a escala 1:24.000 delas grandes extensiones de esta forma agraria en Indianápolis o Chicago y creo que ofrecenun excelente campo de investigación sobre una morfología agraria próxima a la de los siste-mas centuriados, tal y como ha iniciado recientemente G. Chouquer (2004). Para empezar, apesar de los 220 años transcurridos, frente a los 2000 de los paisajes antiguos, el paisaje decolonización no es algo fijo e inmutable. Ha sufrido transformaciones pero también integró,en el momento de su construcción elementos del paisaje indígena antiguo. Es sintomática ladistinción en los planos históricos de Chicago de los indian trails o senderos indios que ser-pentean bajo la omnipresente retícula del township, dando lugar a calles (Vincennes Avenue,heredera del Vincennes Trail) y límites administrativos entre los distritos de la ciudad deChicago. Y también sorprende la constatación de que no todo el espacio ha sido objeto dedivisiones plasmadas en el suelo, o bien hay elementos anisoclinos que organizan pequeñosespacios. Además de la plasmación en el terreno visible en las fotografías aéreas y en la car-tografía, en esta última aparece la retícula virtual, administrativa, que divide espacios, allídonde no ha sido plasmada en el terreno.

Todo ello son datos que podrían aportar un elemento, menor si se quiere, a la historiareciente norteamericana pero, ante todo, una reflexión válida y útil para comprender e inten-tar conocer los procesos de creación, degradación y construcción de los paisajes.

También de orden metodológico se hace necesaria una puesta en común todavía por rea-lizar en nuestro país sobre el estudio de las formas agrarias de los paisajes. Se hace impres-cindible una reunión científica que acoja a todos los investigadores de la morfología de lospaisajes que trabajamos en España con la misma idea que presidió el tomo 26 de la RevueArchéologique de Narbonnaise (1993) o la jornada de estudio del GDR 954 del CNRS del27 de febrero de 1995 y el texto propuesto para la reunión por J. L. Fiches: “Tracés direc-teurs de la Nîmes antique et de ses campagnes”; donde se planteó “(…) un bilan précis, noterles évolutions, mettre en évidence un certain nombre de questions et de problèmes méthodo-logiques, ouvrir des perspectives”. Más tarde este texto se transformaría en un capítulocorrespondiente al volumen de Nîmes de la Carte Archéologique de la Gaule

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(FICHES 1996). Reuniones que significaron establecer criterios unificados de descripciónde los catastros, establecer los criterios de datación y cronología de las limitaciones roma-nas, las bases metodológicas para proseguir la investigación, definición de estrategias meto-dológicas y morfológicas, formas de cooperación entre diferentes disciplinas e investigado-res. La tarea está por hacer y la desconexión de los diferentes grupos que trabajan sobre lasestructuras agrarias de la antigüedad es total.

Otra tarea perentoria es la modelización de las formas medievales ligadas tanto a épocaislámica como cristiana. Se hace necesario formar a alumnos de base medievalista en el aná-lisis morfológico, que continúen el proceso iniciado de comparación de las formas agrariasdel regadío andalusí y las formas agrarias del regadío en el norte de África. Permitirá esta-blecer las evoluciones propias e inherentes al proceso histórico hispánico, así como terminarde esclarecer la existencia de una morfología propia del regadío. También parece imprescin-dible un análisis modelizador al mismo tiempo de las formas medievales repertoriadas en elPaís Valenciano (conquista catalana posterior al siglo XIII), como de los textos medievales,fundamentalmente las cartas pueblas, y de la adopción del derecho romano. De manera quepueda precisarse la fecha de aparición del vocabulario descrito anteriormente, unido a unaprosopografía de los principales personajes que estudiaron leyes en Bolonia para intentarconectarlos con los partidores y agrimensores que trabajaron repartiendo y dividiendo las tie-rras del nuevo reino. Parece evidente que esta incorporación del derecho romano en la prác-tica de la gestión del espacio por Jaime I y la aparición de un nuevo vocabulario a mediadosdel siglo XIII no es coincidencia y que las fuentes de inspiración deben rastrearse enBolonia. Sin embargo los extremos de la demostración no están realizados y deben realizar-se por alguien que combine en su formación una base de medievalista, una rigurosa forma-ción en análisis arqueomorfológico y un conocimiento del derecho romano adoptado en elsiglo XIII.

Desde 1996 advierto sobre la importancia de realizar un estudio profundo y pluridisci-plinar en Murcia (GONZÁLEZ VILLAESCUSA 1996, 330-331). La existencia de un pasa-do antiguo y la fundación de la ciudad en época emiral, la elocuente documentación cristia-na y la posibilidad de ubicar en el espacio la valoración agrológica y fiscal del azimen oregistro andalusí, así como la fuerte intervención cristiana en algunos sectores de la huerta,son elementos que hacen de Murcia y su entorno una región privilegiada para el estudio dela planificación medieval, islámica y feudal.

Finalmente, otro esfuerzo necesario en línea con la modelización de algunas de las formasidentificadas al nivel de hipótesis es el de las posibles estructuras protohistóricas y la necesa-ria formalización e identificación por métodos arqueológicos de lo que he llamado regulari-dad orgánica y las formas atribuidas a la protohistoria. Se hace necesario, pues, modelizaralgunos de los ejemplos descritos para parcelarios protohistóricos (Llíria, Isona…) pero tam-bién algunos de los sistemas irrigados que reproducen esa misma morfología.

4.2. Articulación de la morfología agraria y los datos de prospecciones relativas al hábitaty los campos de cultivo

La arqueología de los parcelarios ofrece un punto de vista privilegiado para el estudio delas sociedades preindustriales. El objeto parcelario no es otra cosa que la racionalización pues-ta al servicio de la producción y explotación del medio por parte de las sociedades agrícolas.Su identificación y estudio ligados a otros métodos y técnicas debe poder permitir compren-der la relación existente entre la sociedad y la naturaleza con vistas a obtener un excedente.Si, por ejemplo, la llegada de los romanos a Hispania supone una serie de cambios radicales

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en las estructuras agrarias, no es indicio del imperialismo gozoso de unas determinadas cla-ses ociosas, sino de nuevas formas de exportación de los problemas sociales generados por los“excedentes” de población de la sociedad romana, de extracción del excedente entre la socie-dad colonizadora y la colonizada y entre unos indígenas que verán acrecentadas sus oportu-nidades con estos cambios, y otros indígenas menos afortunados. Pero se hace necesario con-templar cada vez más la realidad indígena previa que convive y condiciona las estructurasagrarias, paisajísticas, que Roma trazará sobre los territorios conquistados (FICHES,GONZÁLEZ VILLAESCUSA 1997; FAVORY 2003). Y todo ello canalizado por una especí-fica fiscalidad que se ocupará de transferir y “distribuir” ese excedente.

La información que se tiene de esos procesos, estrategias y distribución no es, a pesar delconocimiento generado, abundante. Por eso buena parte de la investigación futura deberádefinir y conceptuar el registro arqueológico que permita comprenderlos: dispersión y tama-ño, de las unidades de producción agraria, dimensión de los espacios productivos, coheren-cia y registro arqueológico que permita conectar unos y otros, y los descriptores que permi-ten definir todos estos datos. Es decir, utilizando las palabras de F. Favory, “faire vivre lesparcellaires d’époque romaine pour comprendre leur fonctionnement avec l’habitat contem-porain, (…) à l’occupation de l’espace structuré par ces systèmes parcellaires cohérents età la dynamique du peuplement“, (2000, 11).

La manera adecuada de profundizar en la formulación de estas “preguntas” al registroarqueológico pasa por concentrar los esfuerzos en regiones que permitan articular los datosderivados del análisis de la morfología agraria con los de la prospección de las residencias yunidades de explotación y de los campos de cultivo. Los excelentes resultados obtenidos parael valle del Ródano son la consecuencia de la aplicación de los principios contemplados enla cita anterior (ARCHAEOMEDES 1998).

Sin embargo, uno de los avances que han permitido revolucionar los conocimientos en elpaís vecino no tiene lugar en el nuestro como consecuencia de las trayectorias divergentes denuestra arqueología de gestión. La ausencia total de intervenciones de arqueología preventi-va sobre las estructuras agrarias (en parte debido a la ausencia de hipótesis previas) en lasobras de grandes infraestructuras o planes de actuación urbanística nos desposeen de todasuerte de argumentos arqueológicos sobre la datación, función y articulación de los sistemasespaciales antiguos. En el momento actual solo es posible contemplar esta estrategia desdela investigación básica y programada. La pregunta que se deriva de lo anterior es si los pro-yectos de investigación que se realizan en este país están a la altura de formular las pregun-tas pertinentes a la investigación sobre los espacios rurales.

Parece, pues, necesario un proyecto a medio camino entre la modelización del análisismorfológico y la articulación de los datos morfológicos con los derivados de la prospección,excavación de los campos de cultivo y de las unidades de producción. El objetivo no es otroque definir las formas del hábitat siguiendo los pasos de proyectos como Archaeomedes, lasistematización realizada por F. Bertoncello para el sur de Francia (1999), o la de Jean PierreVallat para Italia (2002) y definir una tipología por medio de métodos de análisis estadísticomultivariable. Clasificando ese mismo hábitat con atributos arqueológicos, cronológicos osituacionales que permitan trascender la taxonomía tradicional (vicus, villa, caserío…). Estopermitiría interpretar las residencias y unidades de producción en función de su implanta-ción en el suelo (razón de ser inicial y explicación última de su perduración en el tiempo) ylos paisajes que los circundan, como la proporción entre éstos y los espacios de cultivo.

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