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ISBN 978-9945-00-813-5 Impreso en Rep. Dominicana

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Soy un hombre de pocas palabras porque se el valor que tiene cada una de las

mías. Quizás la mayoría de la gente no valora las suyas y por eso hablan más tonterías de la cuenta. Mientras más pasa el tiempo más me doy cuenta de que el tiempo se agota y que aprovecharlo en lo que importa es lo que importa. Por eso, yo no quiero hacerte perder el tiempo. Decidí escribir este brevísimo ensayo para advertirte que el regreso de nuestro Señor Jesús está cerca y aunque las señales son tan claras como el agua más pura, parece que a algunos no les interesa hacerles caso. Todo el mundo sabe que se acerca el fin de nuestro mundo pero pocos viven como si eso realmente fuera a pasar. Mi pregunta raya en la ironía diciendo ¿estamos preparados? Algunos pensarán que sí, otros opinarán que no. Déjame exponerte mis razones.

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Los primeros cristianos vivían cada día como si fuera el último. Esperaban, deseaban y buscaban la venida del Señor. Vendían lo que tenían para apoyar la obra y soportaban la exclusión social que representaba ‘ser uno del camino’. La historia demuestra que este extremo no fue una postura sabia y el mismo apóstol Pablo reprendió a la iglesia Tesalónica por su ceguera. El regreso de Jesús no justificaba las acciones de algunos hermanos, quienes dejaban de trabajar y se olvidaban de sus responsabilidades terrenales. Además, la iglesia en Jerusalén sufrió mucha necesidad económica pues los creyentes que habían vendido todo ya no tenían con que sostenerse y entonces otras iglesias tenían que socorrerlos. Dios permitió la persecución del imperio romano y eso provocó la expansión de la iglesia, trayendo aires nuevos a sus pulmones.

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El tiempo pasó y por obra del emperador Constantino, en los años 300 de nuestra era, la iglesia pasó de ser perseguida a ser consentida por el imperio. El emperador se convirtió al cristianismo y con él toda Roma, o al menos eso parecía pues Constantino antes de ser cristiano era político y su conversión fue más por conveniencia terrenal que espiritual. Siendo el cristianismo la religión oficial del vasto imperio romano, cualquier región bajo su dominio debió adoptar la creencia cristiana por asuntos diplomáticos. La gente no conocía al Jesús verdadero sino al Jesús de la religión y así nació la iglesia católica, apostólica y romana. Como el reino de esta iglesia era más político que espiritual, las prioridades cambiaron y por varios siglos el regreso de Cristo pasó de ser un anhelo ferviente en el corazón de los creyentes a ser

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un temor escondido en el corazón de los líderes religiosos de la época y un evento desconocido por la mayoría de los creyentes o miembros de la iglesia medieval.

Fue con los reformadores que la llama por el

retorno de Cristo volvió a arder. Knox, Calvino, Hus y Lutero son algunos de los hombres que enfrentaron a la iglesia de entonces destapando las verdades ocultas por siglos y alumbrando con la esperanza inminente de la salvación presente y futura.

La historia evidencia que varias décadas

atrás en República Dominicana cometimos errores parecidos a los de la iglesia primitiva y hoy cometemos los mismos errores de la iglesia post-perseguida. Cuando el evangelio de la

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salvación entró a Santo Domingo fueron los más pobres quienes recibieron las noticias del retorno de Cristo con el corazón abierto, viendo en este evento el suceso que les permitiría escapar de su pobreza material. Se olvidaron de sus responsabilidades terrenales como estudiar o prepararse para el futuro y entonces quedaron relegados a la mediocridad social. A finales del siglo XX el panorama cambió sutilmente hacia el otro extremo. La idea de una iglesia pobre, escasamente intelectual y estrechamente física comenzó a ser motivo de ira santa para los líderes de aquel entonces. Se promovía la idea de una iglesia empoderada, rica y dominante. Una ‘iglesia de reino’ para gobernar y no ser gobernados. Se nos subieron los humos a la cabeza y el movimiento apostólico preparó el camino para el “evangelio de la prosperidad”.

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Despertamos, entonces, una mañana odiando nuestra pobreza y buscando “las riquezas del reino” como nuestra razón de ser cristianos y servir a Dios. Sin darnos cuentas pasamos de ser la iglesia de Esmirna a ser la iglesia de Laodicea. Quien tenga ojos que lea.

Como ves, ambos extremos son terriblemente

incorrectos. Pero confieso que me sorprendo al mirar mi entorno y deseo sentir que todo ha sido una equivocación mía, que mi percepción está empañada por la ironía, que debería subirme a la colina del éxito “ministerialmente profesional” o cualquier otra idea preconcebida de la felicidad cristiana. ¿Fuimos creados para ser felices o para hacer feliz a nuestro creador? Si eligiera la primera o la segunda opción me temo que me etiquetarías como egoísta o fanático.

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A veces la idea de la superación personal

esconde detrás de sí un hambre desmedida por reconocimiento. Es una necesidad natural ser aceptados pero cuando basamos nuestro valor en el titulo por el que nos llaman, en el vehículo que conducimos, en la casa donde dormimos o en el vestido que compramos para usarlo solamente durante una noche, eso deja bien claro que estamos desenfocados aunque digamos lo contrario. Nos engañamos pensando que nuestra fama traerá fama al nombre de Dios y no es así. Nuestras buenas obras sí, nuestros títulos o posesiones pueden ser piedras de tropiezo para que otros se salven.

Sabes, el tiempo es relativo. Lo que antes

parecía ser eterno o demorarse mucho, hoy

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día es tan efímero como el vapor del agua. La tecnología ha demostrado que la distancia ya no es un problema y la ciencia sigue luchando por llegar cada vez más lejos, deseando brindarle a la humanidad una vía para escapar del inminente final. Estamos viviendo un cambio de era y las cosas que vemos ahora mañana no serán lo que eran. Es tiempo de despertar. Nuestro tiempo se acaba.

Preguntémonos ¿cuál es la meta de lo que estamos haciendo como iglesia? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué buscamos? ¿Qué perseguimos? ¿Cuáles son nuestras prioridades? Cristo está a la puerta. Dichosos a quienes encuentre haciendo lo que tenían que hacer por las motivaciones correctas.

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Durante el sermón del monte Jesús tocó muchos puntos importantes de la vida diaria desde una perspectiva transcendental. Él nos enseñó como vivir una vida digna de un hijo de Dios que busca agradar a su Padre Celestial sin descuidar lo que hace en la tierra. En otras palabras, buscando el reino de los cielos y su justicia primero.

A veces creemos que buscar el reino de Dios primero significa olvidarse de lo demás. Jesús no dice eso sino que en medio de todo lo demás tengamos pendiente que la prioridad es nuestra relación con Dios. El problema radica cuando nos olvidamos de que a Dios le interesa más una relación que una religión, buscamos lo terrenal olvidando lo celestial. Yo podría ser el predicador más famoso del mundo pero si mi relación con Dios ha sido descuidada, estoy totalmente perdido y desenfocado.

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Pienso que algunos han olvidado que el objetivo del cristianismo es ser como Jesús. Si cada día que pasa no procuramos parecernos más a él, no debemos pretender que estaremos con él. Sus palabras relatadas por el apóstol Juan fueron: entonces vendré y me tomaré a mi mismo.

La meta de un verdadero cristiano es Ser como Jesús. Es necesario que nos comparemos con la palabra de Dios y pensemos en que nos parecemos a él.

Yo no estoy en contra de las grandes iglesias pero ¿para qué nos sirve tener grandes congregaciones de gente con pocos discípulos?

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A Jesús le seguían muchos pero solo escogió 12 como sus discípulos. La verdad con muchos cristianos de hoy día es que no son discípulos, son parte de la multitud. Reciben los milagros, sienten la presencia de Dios, ven la gloria de Dios pero vuelven a su casa sin Jesús, no viven con él. Jesús vive con sus discípulos, no con las multitudes.

Se puede ser parte de una iglesia y aún así ser parte de la multitud. Viendo los relatos bíblicos entiendo que la gente se deleitaba con las palabras de Jesús pero no se comprometía a cumplirlas pero los discípulos, aunque eran igual de pecadores que toda la gente, ponían en práctica las palabras de su maestro y esa era y sigue siendo la diferencia.

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Tampoco estoy en contra de las riquezas, estoy en contra del amor egoísta manifestado en tener cuentas llenas de dinero y vecinos con neveras vacías. ¿Para qué te servirá el dinero cuando mueras? ¿A quién se lo dejarás cuando Cristo vuelva?

Jesús siendo el verdadero hijo de Dios ni

siquiera tenía donde recostar su cabeza. No se sabe donde dormía, ni que comía, pero por tres años y medio anduvo predicando por todo su mundo y no le faltó nada. Él retó a sus discípulos a dejarlo todo y a seguirle. Les advirtió que ser sus discípulos tendría un costo, pero a ellos no les importó porque estaban buscando el reino. ¿Será que ahora no hay un costo para seguir a Cristo?

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Es curioso ver a tantos que tienen tan poco y tan pocos que tienen tanto. Nuestra sociedad es desigual por definición y las iglesias de hoy también lo son.

Jimmy Elliot dijo: No tiene nada de tonto dar

lo que no se puede guardar para ganar lo que no se puede perder.

Esta es una frase que destruye muchos sermones modernos enfocados en el aquí y ahora. Lo peor es que la gente de hoy busca ansiosamente satisfacer sus necesidades humanas para luego darse cuenta de que a pesar de tener un buen carro, una buena casa, un buen sueldo, un buen titulo, un buen trabajo, etc... su alma no está satisfecha y todo es vanidad de vanidades.

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¿Estoy en contra de tener una casa o un buen carro? No, ¿cómo crees? Pero si eso me cuesta mi relación con Dios, prefiero vivir debajo de un puente y andar a pie.

Jesús detonó una bomba atómica en la mente de sus oyentes cuando los retó a no acumular tesoros en la tierra. Los judíos no tenían una perspectiva divina de la vida, ellos creían que morían y luego descansaban en el seno de Abraham, no pensaban en el cielo como el destino final de su alma (con la excepción de los héroes de la fe que andaban como forasteros en la tierra buscando una patria celestial). Cuando Jesús les dice olvídense de guardar cosas materiales en su tesoro terrenal, fue como decirles: no sean estúpidos, hay algo mucho mejor. Todo esto que están viendo, guardando

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y valorando puede que un día pierda su valor, alguien se los pueda robar y dejen de verlo. En cambio, úsenlo para ganar aquellas cosas que no se pueden perder.

¿Dónde está nuestro tesoro? ¿Qué es aquello que valoramos más? Si estamos valorando las cosas más que a las personas, entonces nuestro tesoro no está en el cielo sino en la tierra. Si nuestro tesoro está en la tierra no esperemos recibir recompensa en el cielo. Eso está reservado para aquellos que valoran su relación con Dios más que la fama, la marca de su cartera o su ropa, más que el celular que tienen, la casa en donde viven o que el dinero que pueden presumir.

Quiero aclarar que el deseo de una mejor vida, ganar dinero, un empleo, una casa y todo

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lo demás no es malo. Al contrario, es bueno tener dinero para poder ayudar a tu familia, amigos y la gente que te rodea. Es bueno tener un empleo que te ayude a ganar ese dinero de forma honrada. Es bueno tener una casa donde descansar y vivir o un buen teléfono que te permita comunicarte con tu gente. Ahora bien, fíjate que todo depende del uso que le damos a las cosas. Fíjate que si la usamos para AMAR estamos demostrando que nuestro tesoro esta en el cielo, porque el amor nunca deja de ser, nadie se lo puede robar ni destruir.

Si nuestro dinero y nuestras posesiones no se usan para demostrar nuestro amor a Dios y la gente entonces nuestro tesoro en el cielo está vacío porque allá, la moneda que circula es el amor.

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¡Dejemos de perseguir la felicidad! Si en verdad buscamos agradar a Dios, la felicidad nos alcanzará. La idea de que fuimos creados para ser felices es puramente humanista, estés de acuerdo conmigo o no. La verdadera recompensa de seguir a Jesús no es una felicidad efímera y pasajera, sino un gozo eterno heredado por sufrimiento. ¿Puede el sufrimiento dar a luz un gozo verdadero? Preguntemos a una madre que sostiene su bebé luego de horas llenas dolor e incomodidad.

¿En qué consiste el reino de Dios? No es

acaso en lo que el dinero no puede comprar. ¿Por qué pensamos que riquezas y bienestar económico es sinónimo de reino y poder? ¿Cual reino? ¿Cual poder?

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A veces las riquezas son piedra de tropiezo para alcanzar el verdadero reino de Dios, desde ese punto la pobreza no seria nuestra enemiga, sino nuestra amiga. Si no estamos haciendo caso al llamado divino y obedeciendo lo que Dios nos ordenó entonces no estamos cargando nuestra cruz, entonces no somos sus discípulos, entonces no conocemos su reino.

Personalmente me resulta gracioso como

hablamos tanto del reino de Dios sin realmente desearlo. Me parece penoso que hablamos del reino de Dios cuando a veces nuestro rey es otro. Siento que es interesante que hablamos del reino de Dios como si viviéramos en él pero actuamos como si no porque lo más curioso es que el reino de Dios no consiste en palabras sino en poder.

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El reino de los cielos no está escondido en casas grandes, altas posiciones en el gobierno, autos de ultimo modelo o ropa nueva cada mes. El reino de Dios está dentro del corazón de cada creyente que ha decidido obedecer a su rey, dentro de todos aquellos que deciden pagar el precio de seguir a Jesús, dentro de la madre que se desvela cuidando y orando por sus hijos, dentro del padre que trabaja hasta más no poder para proveer a su familia, dentro del hijo que sabe honrar a sus padres, dentro del matrimonio que sobrelleva sus diferencias, dentro de la gente que sabe perdonar a los demás, DENTRO y no fuera. Ya basta de juzgar las apariencias.

Miro a mi alrededor y sigo sorprendiéndome

al escuchar la gente hablar del reino de los cielos cuando sus prioridades están en la tierra.

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Solo hace falta mirar aquellas cosas en la que invierten su tiempo y dinero para saber donde está su tesoro.

En mi opinión el capitalismo y el humanismo

nos han cegado hasta el punto de confundir nuestras prioridades con la voluntad de Dios o quizás olvidamos el supremo llamamiento por el cual hombres como el apóstol Pablo lo dejaron todo, por amor a Dios y por amor al prójimo sufrieron vergüenza, violencia, hambre, frio, dolor e incluso la muerte. Lamentablemente hay más cristianos interesados en buscar su propia gloria que la gloria de Dios, así como un grupo de ciegos guía otros ciegos.

Quiero motivarte a valorar lo que realmente

tiene valor. A usar tus talentos, tus cosas, tu vida

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para amar a Dios sobre todas las cosas y a tu vecino como a ti mismo. De eso se trata ser cristiano, ser como Jesús.

¿Qué estamos haciendo con nuestros talentos? Si hemos olvidado a quien le pertenecen realmente es momento de recordar que nuestro Señor volverá con su galardón para recompensar a cada uno según el fruto de sus obras. Estamos viviendo un periodo de prueba, esforcémonos por presentarnos aprobados ante Dios, sin nada de que avergonzarnos.

¿Por qué y para qué estamos siguiendo a Jesús? ¿para heredar la tierra o el cielo? ¿la prosperidad material o espiritual? ¿será ser como Él? ¿por qué será que es tan difícil amar a los demás? ¿acaso será porque en realidad no

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amamos a Dios? ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para seguir a Jesús? Creo que todos sabemos las respuestas.

Se que la salvación no se gana con buenas obras. Ninguno de nosotros puede ganar el perdón de su alma alimentando a los pobres, sanando a los enfermos o haciendo obras caritativas. La salvación es un regalo de Dios gracias al sacrificio de Jesús en la cruz. La salvación es por gracia.

Sin embargo, la salvación por gracia a través de la fe en el sacrificio de Cristo es demostrada por las obras y aquí es donde hemos estado fallando. Nos hemos olvidado del propósito de nuestra salvación para alimentar nuestros egos y no a nuestro prójimo. Pienso que

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de nuevo los extremos son malos. No podemos olvidar que somos salvos por gracia y no por obras pero tampoco olvidemos que somos salvos para buenas obras no para dar las sobras.

Aquí es donde el cielo se nos oscurece sin energía eléctrica, cuando queremos vivir un cristianismo político, buscando a Dios cuando lo necesitamos. Mientras todo está bien seguimos viviendo nuestra vida sin pensar que hoy puede ser el último día.

Necesitamos ser humildes y entender nuestra posición delante de Dios. Seamos santos o pecadores, solo Su gracia ha hecho posible nuestra redención y está debe ser nuestro mayor tesoro. Olvidémonos de los extremos y vivamos cada día anhelando el día de nuestro Señor y Salvador Jesús.

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Créeme cuando te digo que el mundo anhela desesperadamente el día de la manifestación gloriosa de los hijos de Dios. Ese día puede ser hoy si tan solo renunciamos un poco más a nuestros egos y prioridades terrenales para buscar las cosas eternas. Pongamos nuestra mirada en las cosas de arriba y no perdamos más tiempo en el entretenimiento vacío y consumista que nos bombardea todos los días, por todos lados, franca y abiertamente.

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“Por lo tanto, manténganse despiertos, porque no saben qué día vendrá su Señor.”

Mateo 24:42

Notas