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1 Ian Graham falleció a los 93 años de edad el 1º de agosto de 2017, al final de una vida extraordinaria y muy variada. Todas las historias que se escriban en el futuro sobre los estudios mesoamericanos habrán de desta- car sus contribuciones sin paralelo como explorador, Ian Graham y los mayas conservacionista y documentador de ruinas y arte mayas. No es una exageración decir que el legado de Ian habrá de permanecer al menos al nivel del de Alfred Maudslay (su compatriota, además de ser su héroe en lo personal), el de Teobert Maler, el de Sylvanus Morley y el de otros famosos exploradores que trabajaron en los primeros años de los estudios mayas. Ian James Graham, de padres aristócratas, nació el 12 de noviembre de 1923 en Chantry Farm, Campsey 2003 Traducción de “Ian Graham and the Maya,” en The PARI Journal 8(1):1-8. Esta traducción: www.mesoweb.com/es/articulos/ Stuart/IanGraham.pdf. Publicaciones en línea de PARI DAVID STUART University of Texas at Austin Figura 1. Ian Graham, ca. 1975 (foto: Hillel Burger).

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Ian Graham falleció a los 93 años de edad el 1º de agosto de 2017, al final de una vida extraordinaria y muy variada. Todas las historias que se escriban en el futuro sobre los estudios mesoamericanos habrán de desta-car sus contribuciones sin paralelo como explorador,

Ian Graham y los mayas

conservacionista y documentador de ruinas y arte mayas. No es una exageración decir que el legado de Ian habrá de permanecer al menos al nivel del de Alfred Maudslay (su compatriota, además de ser su héroe en lo personal), el de Teobert Maler, el de Sylvanus Morley y el de otros famosos exploradores que trabajaron en los primeros años de los estudios mayas. Ian James Graham, de padres aristócratas, nació el 12 de noviembre de 1923 en Chantry Farm, Campsey

2003 Traducción de “Ian Graham and the Maya,” en The PARI Journal 8(1):1-8. Esta traducción: www.mesoweb.com/es/articulos/Stuart/IanGraham.pdf.

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Figura 1. Ian Graham, ca. 1975 (foto: Hillel Burger).

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Ash, Suffolk. Su padre, Lord Alistair Mungo Graham, era el hijo menor del Duque de Montrose y su madre, Lady Meriel Olivia Bathurst, era hija del séptimo Conde Bathurst. La madre murió súbitamente a los 41 años de edad, cuando Ian tenía apenas siete años y, en palabras del mismo Ian, había sido una mujer de “notable belleza, inteligencia y sensibilidad” y con un gran sentido del humor (Graham, 2010: 4). Ian heredó mucho de ella. Sus primeros años los pasó en Chantry Farm, antes de ser enviado a un internado a los ocho años de edad, en donde encontró que “la mayoría de sus clases eran muy poco estimulantes.” Durante toda su infancia ex-perimentó una persistente fascinación por los aparatos mecánicos y eléctricos, interés que habría de durarle toda la vida y que habría de serle muy útil en incon-tables ocasiones en el curso de sus años trabajando en la arqueología maya, por la constante necesidad de reparar equipo fotográfico o autos Land Rover en campo, o de hacer arreglos al Rolls Royce que durante años conservó en una cochera en Inglaterra. Posteriormente, Ian asistió a Winchester College y recibió su educación superior en la Universidad de Cambridge y en el Trinity College de Dublín, graduán-dose en Física. Los años de la Segunda Guerra Mundial interrumpieron sus estudios universitarios, pues entre 1942 y 1947 hizo su servicio en la Reserva de Voluntarios de la Armada Real, ayudando a desarrollar y probar nuevos tipos de equipo de radar. Ian estaba muy orgul-loso de su investigación y de los experimentos en los que participó en este terreno y en sus años postreros habría de describir con frecuencia y gran entusiasmo la manera en que estos instrumentos funcionaban. En ningún mo-mento de su educación recibió Ian conocimientos for-males de arqueología. Su breve idea de estudiar Historia del Arte después de la guerra apunta, sin embargo, a una temprana y siempre presente fascinación tanto con las imágenes como con las cosas antiguas, intereses que más adelante habrían de llevarlo al mundo de los antiguos mayas. A principios de la década de 1950, una beca otorgada por la National Gallery llevó a Ian a Londres, en donde trabajó como técnico en un laboratorio de conservación de arte. Muy pronto comenzó a ser objeto de diversos encargos fotográficos, dada su gran habilidad en este campo, especialmente trabajos de arquitectura, área en la que contribuyó a realizar varios libros en color sobre el tema a mediados de la década de los 60s, incluyendo Splendors of the East: Temples, Tombs, Palaces and Fortresses of Asia, de Sir Mortimer Wheeler (1965). Tras viajar a Nueva York en 1957, Ian trabajó brevemente como asis-tente del fotógrafo Irving Penn; también fue asistente de Robert Freson, otro conocido fotoperiodista del siglo veinte. Su primer encuentro con el mundo de los antiguos mayas se dio en 1958, a resultas de haber conducido su Rolls Royce Torpedo, modelo 1927, desde Nueva York

hasta México, en lo que constituyó ¡una pequeña desvi-ación de su meta original de viajar a California! Mediante conocidos fortuitos en la Ciudad de México, escuchó por primera vez sobre la existencia de los mayas y sobre las maravillosas ruinas de Yaxchilán, ubicadas en lo que entonces eran las partes más recónditas de Chiapas. “¿Cómo era posible que no hubiera yo jamás oído hablar de la civilización maya?” habría de preguntarse Ian en retrospectiva (Graham, 2010: 118). Ian pensó que los mayas serían un magnífico tema para un nuevo libro de fotografía y mientras investigaba sobre el tema, tanto en México como ya de regreso en Londres, oyó hablar de Alfred Maudslay y de su gran obra de fotografía y registro de ruinas mayas. Y quedó enganchado. Casi de inmediato, viajó de regreso a México, con la firme intención de explorar ruinas mayas a lo largo y ancho de México y Guatemala … y más allá. En San Cristóbal de las Casas, tuvo ocasión de conocer al conocido mayista Frans Blom, quien inspiró a Ian a continuar con sus aven-turas. En el curso de los siguientes meses, atravesó toda la región maya: Chiapas, Yucatán, Belice, Honduras, entrando luego al norte de Guatemala. Pronto, se halló en un lugar llamado Aguateca, del que estaba seguro (con razón) que ningún arqueólogo tenía conocimiento. Para Ian, que para entonces ya tenía 35 años de edad, fue ese un parteaguas en el que el propósito de su vida se le reveló súbitamente con gran claridad. Los primeros esfuerzos que llevó a cabo Ian en la documentación de ruinas fueron patrocinados en parte por el Instituto de Investigaciones de América Media de la Universidad de Tulane, la cual publicó en 1967 sus Archaeological Explorations in El Peten, Guatemala, publi-cación que se convirtió inmediatamente en un clásico y en la que se registraron una impresionante cantidad de nuevos hallazgos en sitios cuya existencia conocían muy pocos arqueólogos del área maya. Entre esos sitios se contaban Aguateca, Dos Pilas (Figura 2), Machaquilá, Kinal, Nakbé y El Mirador (Graham, 1967). Este último sitio es en la actualidad uno de los más importantes de la antigua Mesoamérica: se trata de una gran ciudad del período Preclásico que aún guarda muchos secretos sobre los orígenes de la civilización maya en las Tierras Bajas. A principios de 1962, Ian fue el primero arqueólogo (aún cuando fuera aficionado) en explorar El Mirador y en descubrir su enorme extensión. Sin contar con un entrenamiento formal, logró mapear y documentar con exactitud las inmensas ruinas en el curso de diez días de estadía; ese mismo año publicó en un periódico una breve reseña sobre los hallazgos que había hecho (Graham, 1962). El volumen publicado por la Universidad de Tulane alcanzó un gran éxito (se llegó a planear un segundo volumen sobre Dos Pilas y otros sitios, pero esto nunca llegó a concretarse) y para mediados de la década de 1960, Ian sostenía correspondencia con regularidad con varios personajes importantes en el mundo de la

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investigación maya, incluyendo a J. Eric S. Thompson y Tatiana Proskouriakoff. Mientras se hallaba en campo en la región del Petexbatún, tuvo ocasión de establecer un contacto estrecho con quienes trabajaban en un proyecto arqueológico de la Universidad de Harvard en los cercanos vestigios de Ceibal (Seibal), incluyendo a Gordon Willey y a A. Ledyard Smith. Su gran energía y capacidad para el mapeo llamaron la atención de estos investigadores y le invitaron a participar en la excav-ación, dándole la tarea de hacer un reconocimiento de las extensas ruinas de Ceibal, muchas de las cuales aún se hallaban ocultas entre el denso follaje, en un terreno muy accidentado. Estos primeros contactos con Harvard, el Museo Peabody y con Willey abonaron el terreno para el posterior desarrollo del programa llamado Corpus de Inscripciones Jeroglíficas Mayas (CMHI, por sus siglas en inglés) y su ambicioso plan de recopilar y publicar todas las inscripciones mayas.

La visión del proyecto del Corpus había surgido ya desde 1966, en el curso de pláticas entre William Coe, del proyecto Tikal de la Universidad de Pennsylvania, Robert Wauchope, de la Universidad de Tulane, y Willey. Juntos exploraron la manera de financiar un proyecto común que sirviera para reunir el inventario de todos los sitios arqueológicos del Petén, utilizando para ello los registros preparados por arqueólogos anteriores, así como el trabajo de prospección de las compañías petroleras (en la década de 1960, Shell y otras compañías estaban activamente explorando y llevando a cabo tra-bajos de prospección a lo largo y ancho de todo el norte de Guatemala). Este plan específico no llegó a realizarse por falta de dinero, pero pronto se retomó y expandió, gracias al apoyo de la Fundación Charles Guttman. Para entonces, estaba claro para todos que era Ian la persona que debía encabezar este ambicioso esfuerzo y en 1968 llegó a Harvard como Becario de Investigación

Figura 2. Ian limpiando una estela recién levantada en Dos Pilas, Guatemala, 1976 (foto: Otis Imboden).

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del Museo Peabody, en donde procedió a examinar la totalidad de los archivos fotográficos de la Institución Carnegie de Washington, así como los de Teobert Maler. Éstos le dieron los elementos básicos que Ian necesitaba para ampliar el registro y fue así como nació el programa del Corpus de Inscripciones Jeroglíficas Mayas (CMHI, por sus siglas en inglés). El proyecto del Corpus fue un parteaguas y sus re-sultados fueron inmediatos. Ian pasó muchos meses en campo, tanto en México como en Guatemala, y en 1975 produjo el primer fascículo sobre los monumentos de Naranjo (Graham y von Euw, 1975). Pronto, le siguieron algunos volúmenes sobre Yaxchilán (Graham y Von Euw, 1977). A principios de la década de 1970, el Corpus había contratado a un asistente, Eric von Euw, quien debía concentrar la mayoría de sus esfuerzos en Yucatán

y Campeche, en tanto que Ian se concentraba en el Petén y la región del Usumacinta. Ian optó por dar prioridad a sitios poco conocidos o a ruinas remotas que se hallaran amenazados por los saqueadores, que para entonces estaban haciendo estragos, especialmente en el norte de Guatemala. Sitios ya bien publicados, como Palenque, Copán y Tikal recibieron baja prioridad. Juntos, estos primeros esfuerzos del Corpus produjeron una gran riqueza de dibujos de campo y fotografías. Entre otros colaboradores que trabajaron con Ian en el CMHI se cuentan Peter Mathews, yo mismo y Lucia Henderson. El trabajo de campo de Ian generalmente se llevaba a cabo en torno a tres tareas: fotografía, dibujos de campo (Figura 3) y mapeo, actividades todas ellas en las que Ian era excelente. No obstante y a pesar de haber dibu-jado cientos de inscripciones, Ian nunca se consideró a sí mismo un epigrafista, ni consideraba tener compren-sión especial alguna del intrincado sistema de escritura jeroglífica maya. Atribuía esto al hecho de tener “una memoria icónica totalmente inadecuada,” y agregaba que “nunca había pretendido ser nada más que un ma-chetero equipado con una cámara, una brújula, lápices, algo de sentido común e instinto de auto preservación” (Graham, 2010: 292). Pero, desde luego que Ian sabía muchos sobre glifos, como tuve ocasión de comprobar en muchas conversaciones de oficina, sostenidas mien-tras revisábamos y procurábamos entender algunos detalles de nuestros dibujos. Tenía una fuerte convicción de que su propio papel no era el de descifrador, sino el de una persona dotada de condiciones únicas para registrar, conservar y diseminar información en bruto para su estudio. Los dibujos que Ian hizo de muchas esculturas mayas se sostienen por sus propios méritos como ex-traordinarias obras de arte (Figuras 4–6). Su intrincado dibujo a línea y su cuidadoso punteado establecieron una nueva norma de exactitud y objetividad, partiendo de lo establecido en primera instancia por William Coe del proyecto Tikal. En aquellos días y hasta hace muy poco, los dibujos se realizaban utilizando tinta sobre mylar; este material se utilizaba para calcar una prim-era versión hecha en acetato, la cual, a su vez, se había calcado de una fotografía (ver Graham, 1975: 12-13). Un dibujo de campo, hecho a lápiz e idealmente en pres-encia de la escultura original, servía como referencia para revisar todos los detalles relevantes de la escultura. De este modo, Ian creó la norma ideal para el registro de monumentos mayas. Puede decirse lo mismo de los mapas de sitio que dibujó y que forman parte de las publicaciones del CMHI, muchos de las cuales se hicieron con base en sus propias exploraciones, llevadas a cabo en circunstancias extremadamente difíciles. En la actualidad, quienes realizan mapas arqueológicos o dibujan esculturas en campo se esfuerzan por seguir los métodos y la sensibilidad artística de Ian, aún aquellos que producen dibujos y mapas digitalmente, ya sea en

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Figura 3. Dibujo de campo de la Estela 4 de Piedras Negras. Dibujo de Ian Graham, © Presidente y Miembros del Colegio de Harvard, Museo Peabody de Arqueología y Etnología, PM

núm. 2004.15.17.3.1.

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Figura 4. Dintel 24 de Yaxchilán. Dibujo de Ian Graham, © Presidente y Miembros del Colegio de Harvard, Museo Peabody de Arqueología y Etnología, PM núm. 2004.15.6.5.21.

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Figura 5. Dintel 25 de Yaxchilán. Dibujo de Ian Graham, © Presidente y Miembros del Colegio de Harvard, Museo Peabody de Arqueología y Etnología, PM núm. 2004.15.6.5.22.

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una tableta o en una pantalla. Las fotocopias de los dibujos de campo y otros productos del proyecto del CMHI fueron el catalizador más importante en el rápido desciframiento de los jeroglíficos mayas, que alcanzó su punto más alto en la década de los 80s. Cientos de nuevos textos se hal-laban ahora a disposición de la pequeña comunidad de epigrafistas de la época y los materiales-fuente dejaron de estar restringidos al pequeño grupo de los sitios bien conocidos. Al compartir generosamente su archivo visual, Ian dio a los epigrafistas las materias primas necesarias para comparar textos, analizar ortografías alternativas y dar seguimiento a las historias dinásticas. Sin estos elementos básicos para trabajar, habría sido difícil lograr mayores avances en el desciframiento de la escritura maya y en el análisis del lenguaje maya clásico subyacente. Además de sus tareas sin fin en el Corpus, Ian tenía un profundo interés en investigar las vidas de personalidades clave de los inicios de los estudios mayas y escribió importantes biografías de sus famosos antecesores de exploración, Alfred Maudslay (Graham, 2002) y Teobert Maler (Graham, 1997). Sospecho que estos ejercicios históricos, cuya investigación Ian llevó a cabo tanto en Harvard como en Europa, entre una temporada de campo y otra, le permitieron entender y reflexionar sobre su propio papel, así como sobre la importancia de la exploración y la fotografía de ruinas mayas. A través de las historias de estos personajes, seguramente llegó a tomar consciencia de su propio papel como último sucesor de aquella gran tradición de exploración del ámbito maya. Algunas veces se mostraba escéptico hacia la nueva tecnología, pues se hallaba más cómodo con sus propios métodos y equipo, tantas veces puestos a la prueba: una cámara Hasselblad 500C de formato mediano, una tableta con clip para papeles y una brújula. Para mapear, con frecuencia medía las distancias entre montículos simplemente cubriendo la distancia en pasos en línea recta, siempre con extraordinaria exactitud. Hasta donde sé, nunca utilizó una cámara digital, si bien a finales de su vida llegó a prever la importancia que estos nuevos aparatos habrían de cobrar. No obstante, adoptó el uso de computadoras con gran entusiasmo (lo que era el reflejo, una vez más, de su viejo amor por la electrónica) y para cuando yo trabajaba con Ian en nuestra oficina compartida del Corpus, pasaba muchas horas frente a su Apple Macintosh, escribiendo los capítulos de su pla-neada autobiografía. Ésta se publicó en el año 2010, bajo el título The Road to Ruins, un recuento muy entretenido de las aventuras de toda su vida (Graham, 2010). A título personal, tuve el tremendo honor, suerte y placer de haber conocido a Ian en sus últimos años, como colega y como amigo. Cuando vivía yo en Cambridge, solía visitar ocasionalmente la oficina que compartía con Tatiana Proskouriakoff, que entonces se hallaba en el

quinto piso del Museo Peabody. En 1993, Ian me contrató como asistente: un trabajo de sueño para un epigraf-ista. Como resultado de esto, Ian y yo pasamos mucho tiempo juntos en remotos lugares del mundo maya, a menudo en compañía de su confiable asistente de campo, oriundo del Petén: Anatolio López. Trabajamos algunas semanas en las vastas ruinas de Calakmul, fotografiando y dibujando las innumerables estelas del sitio. La experiencia resultó inolvidable: pasábamos largos días limpiando y dibujando esculturas durante el día y escuchando los maravillosos relatos de Ian por las noche, mientras cenábamos tortillas y sardinas (una de las comidas favoritas de Ian). Recuerdo que un día nos golpeó inesperadamente un fuerte “norte”: un frente frío que convirtió a la tórrida selva en un sitio neblinoso, frío e inquietante, silenciando a todas las aves y animales a nuestro alrededor. No estábamos en absoluto prepara-dos para el frío y las noches resultaron especialmente difíciles. Ian y yo compartíamos una habitación en el campamento del sitio, gracias a la hospitalidad del di-rector del sitio, Ramón Carrasco, pero contábamos tan sólo con una sábana para los dos. (De hecho, habíamos tenido dos, pero habíamos utilizado una de ellas como reflector para algunas de las fotografías que habíamos hecho de los monumentos de Calakmul y había quedado inutilizable después de una semana.) Cuando bajó la temperatura, Ian insistió en que yo utilizara la sábana que quedaba, para mantener algo de calor corporal. Ian contaba con su propia solución: “¡Yo puedo utilizar las hojas de mi periódico!” Recuerdo sus palabras, pronun-ciadas con algo de entusiasmo. Yo no sabía exactamente de qué estaba hablando, sino hasta que vi que extendía la mano y sacaba de su mochila un ejemplar del Diario de Yucatán de la semana anterior, acostándose para dormir, mientras se colocaba cuidadosamente cuatro o cinco hojas para cubrirse el cuerpo. Se veía genuinamente or-gulloso de su ingenio mientras nos acostábamos para intentar conciliar el sueño. Al menos, Ian lo logró. Todo lo que yo recuerdo de aquella noche es el constante ruido de las hojas de papel arrugándose al moverse Ian para mantener el calor. Yo no pude cerrar los ojos. Pero nunca olvidaré la visión, al amanecer, de Ian Graham, el gran explorador de la selva, cubierto de pies a cabeza en hojas de periódico y profundamente dormido. Años después, compartimos una tienda de campaña cuando visitamos el sitio de San Bartolo. Una vez más, hacía frío y desde luego Ian llegó sin una frazada adecuada. Pero estaba listo a su manera, pues tenía periódicos a la mano: un número dominical especial de Prensa Libre. Supe en ese momento que me esperaba una larga noche. De nuestras aventuras juntos, quizá la más memorable sea nuestra expedición de 1997 a un nuevo e interesante sitio que ambos decidimos bautizar con el nombre de La Corona. Poco después habría de comprobarse que era este el sitio del que provenían muchas esculturas saqueadas cuyo origen se definía

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como “Sitio Q.” Nuestros viajes juntos son ahora invaluables recuerdos y aunque no fueron muchos, pude mediante ellos tener un atisbo de la vida de Ian como descubridor y aventurero en el viejo sentido romántico, un verdadero sucesor de los grandes exploradores del siglo diecinueve y, sin duda, el último de ellos. Ian dejó de viajar al mundo maya en el 2009, siendo su última visita de campo una vez más a Yaxchilán. Fue, de alguna manera, como si cerrara un círculo, pues la primera vez que se sintió atraído por el área maya fue al escuchar relatos sobre esta gran ciudad maya, además de haber dedicado una parte importante de su trabajo de campo a la documentación de sus monumentos. El

proyecto del Corpus, que ahora se encuentra bajo la dirección de Barbara Fash, sigue adelante, con la pub-licación de fascículos adicionales sobre Yaxchilán, La Corona y otros sitios que se encuentran actualmente en preparación. Hacia finales de su carrera, Ian recibió numerosos y muy merecidos homenajes y premios. Una de las prim-eras becas-premio MacArthur se le concedió a él en 1981, en tanto que la Universidad de Tulane le confirió un doctorado honorario en 1998. En 2001, recibió la Orden del Pop del Museo Popol Vuh, en Guatemala, y poco tiempo después recibió la Orden del Quetzal, que es el mayor honor que confiere el gobierno de Guatemala. En

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Figura 6. Dintel 14 de Yaxchilán. Dibujo de Ian Graham, © Presidente y Miembros del Colegio de Harvard, Museo Peabody de Arqueología y Etnología, PM núm. 2004.15.6.5.13.

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2004, la Sociedad de Arqueología Americana concedió a Ian su Premio al Logro de una Vida. Vale la pena reiterar que el papel transformador de Ian como documentador y explorador siempre resultó difícil de reconciliar con el mundo académico profesional de la arqueología de finales del siglo veinte. Nunca tuvo un grado académico avanzado, nunca dio clases y nunca expresó mucho interés en interpretar sus notables hallazgos. Por necesidad, tuvo una existencia sin vínculos, lo que permitía a Ian concentrarse en explorar, preservar y registrar sitios y monumentos. Y, sin embargo, la importancia singular del proyecto del Corpus, con su énfasis en la pura recolección de datos a la manera de otros tiempos, también planteaba ciertos desafíos en lo tocante a su financiamiento y la obtención de apoyo institucional. Harvard nunca contribuyó fon-dos directamente al trabajo de campo de Ian y, al no con-tar éste con “temas de investigación” formales, ni con un marco teórico, a menudo fue difícil tener acceso a sub-venciones. Es irónico pensar que esa situación persiste hoy en día y que la recopilación de datos y los esfuerzos de conservación carecen del apoyo que necesitan. Los proyectos básicos y fundamentales, como el proyecto del Corpus, deben de tener un financiamiento adecuado, ya que crean legados cuya duración es de décadas, cuando no de siglos. Con demasiada frecuencia, aparecen muy por detrás en las prioridades otorgadas a proyectos que son de corto plazo, con mucho contenido teórico y potencialmente poca relevancia de largo plazo. Las contribuciones de Ian eran difíciles de categorizar ante las instituciones académicas modernas de los Estados Unidos, a pesar de su naturaleza fundamental y de que su vigencia sea prácticamente infinita. Tras varios años de que se le diagnosticara el mal de Alzheimer, Ian “entró al camino,” usando una expresión maya del período Clásico para aludir a la muerte. Había regresado a Inglaterra y estaba residiendo, una vez más, en Chantry Farm y ya no era capaz de viajar a campo y ni siquiera de realizar nuevos dibujos. Su retiro puso fin a casi cinco décadas de dedicación y trabajo que sacaron a la luz los preciosos registros de toda una civilización,

sellando así un legado que no podrá igualarse jamás. Su vida, llena de aventuras, será siempre entre una de las más grandes de la historia de la arqueología.

AgradecimientosMe gustaría agradecer a The PARI Journal la invitación a escribir este ensayo en memoria de mi viejo y querido amigo. Thomas Garrison, Stephen Houston, Carolyn Porter, Astrid Runggaldier, y Marc Zender me dieron retroalimentación e hicieron comentarios que me fueron muy útiles y los agradezco mucho.

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of Asia. Photographs by Ian Graham. Putnam, New York.