Prólogo 'Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas' de Eduardo Zamacois

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CORTESANAS, ESCRITORES, BOHEMIOS, ASESINOS Y FANTASMAS PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página III

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Ya puedes disfrutar del prólogo del libro ' 'Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas' de Eduardo Zamacois, que ha sido escrito por Gonzalo Santonja, catedrático de Literatura de la Universidad Complutense de Madrid y director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. El volumen forma parte de la colección Cuadernos de Obra Fundamental.

Transcript of Prólogo 'Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas' de Eduardo Zamacois

C O R T E S A N A S , E S C R I T O R E S ,

B O H E M I O S , A S E S I N O S Y F A N T A S M A S

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EDUARDO ZAMACOIS EN EL JARDÍN DE LA CASA FAMILIAR DE

JULIO ROMERO DE TORRES EN CÓRDOBA, HACIA 1930.

Fototeca del Museo Julio Romero de Torres.

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C O L E C C I Ó N O B R A F U N D A M E N TA L

EDUARDO ZAMACOIS

CORTESANAS,BOHEMIOS,ASESINOS

Y FANTASMAS

Introducción y selección de

Gonzalo Santonja

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COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTALResponsable literario: Francisco Javier ExpósitoCuidado de la edición: Lola Martínez de AlbornozDiseño de la colección: Gonzalo ArmeroImpresión: Gráficas Jomagar, S. L. Móstoles (Madrid)

© Fundación Banco Santander, 2014© De la introducción, Gonzalo Santonja© Herederos de Eduardo Zamacois

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigente,podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo oen parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autori-zación.

ISBN: 978-84-92543-55-7Depósito legal: M-13600-2014

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Í N D I C E

Un hombre que se fue, una obra que vuelve, por Gonzalo Santonja [ IX ]

Procedencia de los textos [ LXVI ]

NOVELAS Y CUENTOS

Cuentos de asesinos, ladrones y fantasmas [ 3 ]

Europa se va [ 69 ]

Postales de Madrid. Los que huyen de la muerte [ 137 ]

Un hombre que se va (capítulo xxiv) [ 145 ]

ESCRITORESGALERÍA DE CONTEMPORÁNEOS

Los olvidados [ 161 ]

Cosas de Baroja [ 165 ]

A propósito de Benavente [ 169 ]

Vicente Blasco Ibáñez [ 173 ]

Miguel de Unamuno [ 181 ]

Ramón del Valle-Inclán, iluminado por Dorio de Gádex [ 183 ]

TEATRO GALANTE

Nochebuena [ 189 ]

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EPISTOLARIO

Cartas a Julio, Enrique y Rafael Romero de Torres (1920) [ 253 ]

Epistolario (1938-1971)

1. De Margarita Nelken, 18 de noviembre de 1938 [ 265 ]

2. A Juan Negrín, 1 de febrero de 1939 [ 266 ]

3. De Jean Cassou, 31 de mayo de 1939 [ 267 ]

4. De Ramón Gómez de la Serna, ¿diciembre de 1958? [ 269 ]

5. A Alfredo Palacios, 17 de febrero de 1961 [ 270 ]

6. De Luis Ponce de León, 19 de enero de 1965 [ 271 ]

7. De Luis Ponce de León, 11 de diciembre de 1967 [ 272 ]

8. A Luis Ponce de León, 29 de enero de 1968 [ 274 ]

9. A Luis Ponce de León, 11 de febrero de 1968 [ 276 ]

10. A Luis Ponce de León, 11 de septiembre de 1968 [ 278 ]

11. A Ramón Solís, 24 de enero de 1969 [ 279 ]

12. De Ramón Solís, 24 de marzo de 1969 [ 280 ]

13. De Federico Carlos Sainz de Robles, 12 de noviembre de 1969 [ 281 ]

14. De Francisco Umbral, 7 de diciembre de 1969 [ 283 ]

15. A Ramón Solís, 26 de diciembre de 1969 [ 285 ]

16. A Ramón Solís, 20 de enero de 1970 [ 286 ]

17. De Federico Carlos Sainz de Robles, 30 de enero de 1970 [ 287 ]

18. A Federico Carlos Sainz de Robles, 6 de febrero de 1970 [ 288 ]

19. De Federico Carlos Sainz de Robles, 30 de mayo de 1970 [ 289 ]

20. De Matilde Fernández a Ramón Solís, 22 de mayo de 1971 [ 290 ]

21. De Manuel Ríos Ruiz a Matilde Fernández,

28 de mayo de 1971 [ 291 ]

22. A José Manuel Lara, 15 de diciembre de 1971 [ 292 ]

Cartas familiares (1950-1971) [ 295 ]

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Gonzalo Santonja

UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

… Y es tan largo el olvido.

Pablo Neruda

A partir de 1960 el nombre de Eduardo Zamacois «empezó a sonar de nuevo en

España», escribió Federico Carlos Sainz de Robles al prologar en 1971 sus Obras se-

lectas en AHR (Barcelona)1, editorial decisiva en ese intento de recuperación, el mis-

mo año en que la muerte alcanzaba al autor en Buenos Aires2, cuando cumplía

treinta y dos años de exilio y al cabo de una vida pródiga en iniciativas y literaria-

mente fecunda.

1 Cerca de mil páginas que incluyen Las raíces, Los vivos muertos y Memorias de un vagón de ferrocarril (2.ª ed.,

1973), libro precedido en la misma editorial en 1959 por Obras selectas, con mil quinientas páginas y seis novelas

(las tres citadas más El delito de todos, La opinión ajena y El misterio de un hombre pequeñito). El punto máximo se

alcanzó con la publicación de sus memorias: Un hombre que se va, prólogo de Federico Carlos Sainz de Robles, Bar-

celona, AHR, 1964, con segunda edición en Buenos Aires, Santiago Rueda, 1969 (por la que citaré) y tercera, a car-

go de Javier Barreiro y Barbara Minesso, en Sevilla, Renacimiento, 2011. Entre finales de la década de los sesenta y

la de los setenta, en especial al comienzo de esta, Zamacois conoció un conato de recuperación, con varias reedi-

ciones: La antorcha apagada (Linosa, 1968), Sobre el abismo (Linosa, 1970), Don Luis se divierte (Linosa, 1971), El

misterio de un hombre pequeñito (Barcelona, Andorra, 1970), La cita (incluida por Sainz de Robles en Antología de

la novela corta, Barcelona, Andorra, 1972, t. i), El asedio de Madrid (Barcelona, AHR, 1976), Memorias de una cor-

tesana (Petronio, 1979), El seductor (Barcelona, Plaza & Janés, 1980), Los últimos capítulos (Madrid, Emiliano Esco-

lar, 1980), etc.

2 El 31 de diciembre, siendo sus restos inhumados en la sacramental madrileña de San Justo el 13 de marzo de

1972 en presencia de su viuda Matilde Fernández, Federico Carlos Sainz de Robles, estudioso y reivindicador de su

obra, Rodolfo Schelotto, jefe de información de El Día (Buenos Aires), y Alfredo Herrero Romero, propietario de

AHR.

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Cubano de nacimiento (Pinar del Río, 17 de febrero de 1873), hijo único de

Pantaleón Zamacois y Urrutia, músico vasco emigrante en América, hermano de in-

telectuales, artistas y aventureros3, y de la pinareña Victoria Quintana, con infancia

y juventud viajera4, Eduardo Zamacois dirigió revistas, fundó editoriales, inventó la

novela corta de quiosco, modalidad clave en las primeras décadas del pasado siglo,

fue narrador consagrado, memorialista de los imprescindibles, corresponsal de la

Primera Guerra Mundial, republicano sin adscripción partidaria y exiliado, reno-

vando también —aportación habitualmente inadvertida— el género de las confe-

rencias, pionero en la alianza de la palabra y la imagen con películas rodadas por él

mismo, realización documentada gracias al Museo Julio Romero de Torres (Córdo-

ba), cuya directora Mercedes Valverde, que prepara su catálogo, ha descubierto en-

tre sus muy ricos fondos un interesantísimo conjunto de cartas y telegramas de Za-

macois, aquí anticipados por mor de su generoso sentido de la colaboración y la

responsabilidad intelectual.5

[X] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

3 Los Zamacois fueron veintiún hermanos, y aunque el patriarca, Miguel Zamacois, «quiso hacer de su nume-

rosa prole un plantel de obreros», persuadido de que «las Bellas Artes no dan de comer», estos se le descarriaron

para destacar como actores (Ricardo), pintores (Eduardo, Leonardo), cantantes (Elicia) o historiadores (Niceto).

Huyendo de los menesteres planeados por el progenitor, «Adolfo dejó la cuchillería por la gimnasia y actuando de

trapecista recorrió los mejores circos europeos, hasta que en Bayona, dando un salto mortal, se rompió varios hue-

sos; Francisco […] se hizo domador de fieras y se trasladó a la India, donde lo mató un tigre […]; Federico se en-

roló, como músico, en la charanga de unas tropas que iban a Filipinas», etc.: Eduardo Zamacois, Un hombre que

se va, cit., cap. i, pág. 19.

4 El primer año de vida de Eduardo transcurrió en la finca familiar de La Ceiba; con dos, sus padres se trasla-

daron a Marinao, junto a La Habana, y con tres dieron el salto a Europa, instalados primero en Bruselas, luego en

París y después en Sevilla (1883), para asentarse por fin en Madrid, ciudad que, «habituado a la estridente policro-

mía de Sevilla, me desagradó», y donde le aguardaba la Universidad Central. Zamacois se matriculó en Filosofía y

Letras, «halagado vagamente por la ambición de ser catedrático y escritor» (Un hombre que se va, cit., cap. iii, pág.

58), y a continuación en Medicina, con la voluntad «rápidamente» conquistada por el ambiente de la capital, «con

sus cafés, sus bailes, y especialmente con sus librerías de lance» (pág. 61).

5 Complemento esas películas de las «Charlas familiares», se trató de una idea novedosa, con la conferencia

«ilustrada con proyecciones cinematográficas» sobre «cómo vivían y trabajaban las grandes figuras españolas de mi

época». Proyecto inicialmente recibido con escepticismo, se abrió paso a partir del apoyo de Pérez Galdós y Ramón

y Cajal, quienes accedieron a ser filmados, y en pos de los cuales «todos los del gremio se pusieron, en manada, a

mi disposición», entre otros, Valle-Inclán, Benavente, Azorín, Baroja, Villaespesa, Fernández Flórez, Hoyos y Vi-

nent, los hermanos Quintero y, ampliando el objetivo, pintores como Julio Romero de Torres. «El espectáculo»,

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Desde aquel ya lejano año de 1971 hasta el presente, la obra de Zamacois ha cre-

cido entre los círculos especializados6, círculos trascendidos por Un hombre que se

va7, apasionante obra de marquetería que ensambla multitud de páginas anteriores

y aun obras enteras, verbigracia Años de miseria y risa o Confesiones de un «niño de-

cente». ¿Razones o sinrazones de tanto olvido? Además del corte de la guerra y el

exilio, Zamacois posiblemente sea víctima de una pereza mental que le mantiene

en sus primeros éxitos, obtenidos en el ámbito de la llamada novela galante. Rafael

Cansinos-Assens lo fijó ahí en La nueva literatura, y en ese compartimento conti-

núa anclado para buena (o mala) parte de los historiadores de nuestra narrativa, a

pesar de que dicho ensayo apareciera en 1916, cuando Zamacois, superada esa eta-

pa, ya se ocupaba de «temas más serios», como el mismo Cansinos apuntó entre

errores:

«La novela galante era una novela ligera, llena de chispeante ingenio francés o

florentino, con seducciones fáciles, bailes de máscaras, cenas en los reservados y

champagne. Hubo un tiempo —hasta 1900— en que este género literario estuvo

GONZALO SANTONJA [XI]

proyección y conferencia, «podría durar hora y media, dos horas…», se celebraba en teatros, era de pago y los in-

gresos rendidos «me permitían vivir con una tranquilidad nueva para mí» (Un hombre que se va, cit., capítulos xviii-

xix, págs. 333-354). ¿Qué fue de aquellas películas? «Ah, mis películas», lamenta Zamacois en una de sus cartas fa-

miliares, recuperadas y editadas por Sang Joo Hwang, «las hice en 1916 [y en ello siguió al menos hasta 1920, como

demuestra su correspondencia con los hermanos Romero de Torres], y se quedaron en Barcelona cuando la guerra»,

añadiendo en otra que «Si yo pudiera conseguir una copia […] sería “el hombre más feliz del hemisferio austral”»,

Sang Joo Hwang, Vida y obra de Eduardo Zamacois, tesis doctoral bajo mi dirección, Madrid, 1996, vol. ii, págs.

697-699; cartas fechadas en Buenos Aires, 27 de noviembre y 15 de diciembre de 1965.

6 Particular importancia registran dos tesis doctorales, ambas presentadas en la Facultad de Filología Española

de la Universidad Complutense de Madrid: Hwang Sang Joo, Vida y obra de Eduardo Zamacois, bajo mi dirección

(Madrid, 1966); Ignacio Cordero Gómez, La obra literaria de Eduardo Zamacois, dirigida por Andrés Amorós Guar-

diola (Madrid, 2007), basada en el exhaustivo inventario bibliográfico que constituyó su memoria de licenciatura

(Bibliografía de Eduardo Zamacois, dirigida por José Simón Díaz, Universidad Complutense de Madrid, 1986).

7 Memorias publicadas tras dos años de dilaciones: «Ese libro, que todos (desde hace dos años) quieren publi-

carlo, me tiene enfermo». Nadie le hablaba con claridad, pero «de lo que sí estoy seguro es de que hay algo», un

«algo», entiéndase, con la censura, a pesar de que en el «libro no digo nada de la guerra; ni una palabra; me la salto

a la torera, por miedo a la censura, y salgo del paso diciendo: “Terminada la guerra me fui a Francia”»: Sang Joo

Hwang, tesis doctoral, vol. ii, 1996, cartas fechadas en Buenos Aires a 29 de agosto y julio de 1963.

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muy en boga entre nosotros; y raro será el escritor de aquella época que no lo haya

cultivado al menos con amor efímero e incidental […]. Pero el cultivador sistemá-

tico de este género novelesco, el que afirmó la intención galante en mayor número

de obras y fue alma de la más notoria de aquellas revistas galantes […], fue Eduardo

Zamacois, el autor de Seducción [en realidad El seductor, Barcelona, Sopena, 1902],

Punto Negro [Madrid, Imprenta de Fortanet, 1897] y tantas otras obras de esta clase,

que marcan la primera manera de este escritor, orientado luego hacia temas más se-

rios. Véase Tik-Nay o el payaso inimitable [Tik-Nay, payaso inimitable, Barcelona,

Sopena, 1900]».

Esa sigue siendo la imagen dominante en la caracterización novelística de Za-

macois, repetida por César González Ruano en sus memorias: «Había recorrido el

mundo y traído a la literatura española el naturalismo francés y la fórmula de la

novela erótica»8. Como si su obra, integrada por nada menos que ciento veinte

títulos y varios miles de artículos periodísticos, se hubiera detenido en el tránsito

del siglo xix al xx, cuando el autor ni siquiera alcanzaba veinticinco años de edad,

dejando de lado sus (a mi juicio) mejores vertientes narrativas: la social y la de mis-

terio, amén de hacer caso omiso de sus facetas teatral, viajera, periodística y ensa-

yística.

Arrastrado al exilio con sesenta y siete años, la guerra, contada y sufrida desde

un periodismo de circunstancias9, le arrebató «lo más entrañable que había en mí:

el deseo de escribir», «porque el destierro me había sacado del ambiente castellano

[XII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

8 César González Ruano, Mi medio siglo se confiesa. Memorias, Barcelona, Noguer, 1951 (reed.: Sevilla, Renaci-

miento, 2004).

9 Cronista del frente, que no corresponsal, al comienzo desde la sierra de Madrid y más adelante por Toledo y

Extremadura, seleccionó sus artículos en tres libros: De la batalla (Madrid, Gráficas Reunidas, 1936), Crónica de la

guerra (Valencia, Subsecretaría de Propaganda, 1937) y Por las trincheras (Madrid, Castro, empresa colectivizada,

1937), y también se valió de ellos en El asedio de Madrid, su última novela (Barcelona, Mi Revista, 1938). Al tratar

de estos artículos, a veces se remite a los de su peripecia como enviado especial de La Tribuna (Madrid), el periódico

de Cánovas Cervantes, para cubrir la Primera Guerra Mundial, recogidos en La ola de plomo: episodios de la guerra

europea, 1914-1915 (Madrid, Librería de la Viuda de Pueyo, 1915), más literarios y con menos implicaciones per-

sonales.

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que yo necesitaba para las novelas seguidoras de Las raíces»10; únicamente regresó a

la escritura, ya en sus últimos años, desde el memorialismo. Lo demás fueron me-

nesteres adventicios: consultorios radiofónicos («El confesionario del amor», charlas

bien pagadas desde La Habana, de «éxito continental»11), doblajes para Metro

Goldwyn Mayer y Paramount, un período «de esclavitud» en la redacción neoyor-

quina de Reader’s Digest del que se liberó para volver a la radio con cuarenta nove-

las12, y un centón de colaboraciones periodísticas (El País, Bohemia, Carteles o Alerta

en Cuba; Todo de México; Clarín, Mundo Argentino, Maribel o Sintonía en Argen-

tina), a salto de mata entre país y país, amparado por la nacionalidad cubana, lo que

le otorgó una libertad de movimiento que la condición de rojo le negaba13.

Reivindicado en la España de los sesenta por Federico Carlos Sainz de Robles, a

cuyo juicio se trató de uno de los escritores «que más han influido, entre 1907 y

1936, sobre las promociones siguientes», sus gestiones, al principio solitarias y siem-

pre loables, se vieron favorecidas por la política aperturista dispuesta por Fraga Iri-

barne desde el Ministerio de Información y Turismo (1962-1969), en este aspecto

concretada a través de La Estafeta Literaria de Luis Ponce de León, revista oficial de

vida larga14, y por medio de Joaquín de Entrambasaguas, que incluyó Memorias de

GONZALO SANTONJA [XIII]

10 Zamacois se refiere aquí a los primeros años de exilio («pronto iba a cumplirse el tercer aniversario de mi lle-

gada a México»), pero esa situación se mantuvo hasta el final, sumido en trabajos adventicios para ganarse la vida:

«Modestamente, yo me ceñía a escribir lo que me decían que escribiera», añade tras volver a Buenos Aires en 1946,

el último puerto de su existencia, «pequeñas notas tendentes a revelar la conveniencia de abrigarse en invierno, para

evitar resfriados; y a la obligación en que estamos, por razones de higiene pública, de combatir las ratas y las moscas

[…]. Trabajos que nada tenían que ver con la literatura»: Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, pág. 484.

11 Fue al comienzo del exilio, rescatados Zamacois y su familia por Flora Díaz Parreño, diplomática de Cuba

en París: «A los españoles el suyo [el pasaporte] no les servía, porque Francia no les dejaba salir a no ser para volver

a España. Todas las fronteras nos estaban cerradas; nadie nos quería»; ibídem, cap. xxviii, pág. 459, y cap. xxix,

pág. 461.

12 Ibídem, cap. xxx, págs. 470-471.

13 «Luis Rodolfo Miranda y de la Rúa, subsecretario de Estado de la República de Cuba/ Certifica/ que Eduar-

do Julián José Zamacois y Quintana, de sesenta y siete años, viudo, hijo de Pantaleón y Victoria ha acreditado tener

la calidad de ciudadano cubano» en La Habana, a 23 de julio de 1941; Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN).

14 Fundada por Juan Aparicio en 1944 e incursa en el organigrama de la Delegación Nacional de Prensa, La Es-

tafeta Literaria (Madrid) conoció siete épocas, extendidas hasta 2001, bien deslindadas por Margarita Garbisu Bue-

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un vagón de ferrocarril entre Las mejores novelas contemporáneas, y para quien la es-

critura galante «rebaja la categoría de gran parte de su producción»15.

La Estafeta Literaria le cursó entonces una invitación generosa para viajar a Es-

paña: dos pasajes, hoteles, dinero para gastos. Zamacois, halagado, empezó por

aceptar. El plan quedó cerrado, pero, inopinadamente, volvió sobre sus pasos. ¿Por

qué? Al tanto de los periódicos españoles, enseguida cayó en la cuenta de que no se

le trataba como escritor, sino como curiosidad: antigualla de noventa y tantos años,

todavía erguido y con salud para saltar de un continente a otro. Viéndolo con luci-

dez, escribió a Ponce de León: «Yo leo entre líneas lo que dicen los periódicos de mi

viaje, y hay en sus comentarios más compasión que aprecio. Es mi edad, antes que

mi obra, la que estiman digna de glosarse […]. Me consideran un fracasado, un inú -

til que ya sólo piensa en dónde echarse»16.

Y así no. Consciente de que encaraba los años finales de su existencia, el escritor

se afirmaba en la dignidad: «Yo seré un olvidado, pero no un vencido de la Vida»17,

y muchísimo menos, apreciación que corre de mi cuenta, un desertor de la litera-

tura, señaladamente de la narrativa, porque hasta sus últimas cartas familiares res-

ponden a la idiosincrasia del contador de historias, con muy logrados microrre -

latos.

[XIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

sa: la inicial, 1944-1946, regida por Juan Aparicio, bajo los designios del franquismo más intransigente; segunda, de

abril de 1956 a julio de 1957, dirigida por Luis Jiménez Sutil, continuista; tercera, a partir de noviembre de 1957,

cuando toma la dirección el poeta Rafael Morales, orientada a cerrar las heridas de la guerra y a la promoción de

nuevos valores; cuarta, el período de Ponce de León, 1962-1968, de signo aperturista, mantenido por Ramón Solís

hasta octubre de 1978 (quinta) y a continuación acentuado por Luis Rosales (Nueva Estafeta, 1978-1983); y séptima,

encabezada por Manuel Ríos Ruiz, 1997-2001. Margarita Garbisu y Montserrat Iglesias Berzal han trazado su histo-

ria en Índices de La Estafeta Literaria (1944-2001), Madrid, Fragua, 2004. En cuanto a su «aperturismo», se impone

recordar el juicio crítico de Ricardo Doménech: La Estafeta Literaria o «antiliteraria se especializó en denigrar a los

escritores y críticos de la nueva literatura. Eran ataques brutales, con acusaciones políticas de consecuencias impre-

visibles […] ante los cuales, además, uno estaba indefenso: cualquier intento de réplica resultaba inútil, ya que esa

réplica, para publicarse, habría tenido que ser aprobada antes por unos censores que eran… ellos mismos» («Una

experiencia, una época» en Paul Aubert, A. Alted Vigil (eds.), Triunfo en su época, Madrid, Casa de Velázquez, 1995).

15 Barcelona, Planeta, 1963, tomo vi (1920-1924), pág. 617.

16 Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, pág. 493.

17 Ibídem, cap. xxx, págs. 491-494.

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Se negó, pero desde La Estafeta insistieron y al final, cediendo en sus reparos,

Zamacois y su mujer, Matilde Fernández, volvieron de visita a España, insistiendo

en que ese retorno fugaz se desarrollase con discreción. De visita, insisto: sabiendo

que su hogar, su vida, irreversiblemente estaba al otro lado del mar. Fue en la pri-

mavera de 1969.

Zamacois confirmó sus peores sospechas: nadie le leía, el tajo de la guerra había

calado demasiado hondo: «Este viaje me ha hecho mucho daño», confió a su sobri-

no Ricardo tras regresar a Buenos Aires18, y del mismo tenor se manifestó con Ra-

món Solís, sucesor de Ponce en la dirección de La Estafeta: «Será porque me he con-

vencido de que para mis compañeros (de esta generación) no paso de ser una figura

un tanto pintoresca y no tienen de consiguiente mayor interés en comprar mis li-

bros». Se reencontró con familiares, estrechó amistad con Federico Carlos Sainz de

Robles, con Dámaso Santos, con la gente de la revista. Pero nada más. Su tiempo,

sus cosas, sus gentes habían declinado. Él era otro: «El Zamacois que tú abrazaste

en abril ya no era el que fue; se le parecía pero era otro». Pocos meses después, le al-

canzó la mano de nieve. Siempre caballero, se marchó con elegancia: «Adiós, Ricar-

dito, despídeme de todos»19.

I

Zamacois, Zola: esta sería la primera referencia, el punto de partida para la carac-

terización de su obra narrativa; maestro literario, espejo de conducta y modelo de

compromiso, con J’accuse como «monumento de honradez, de elocuencia y de valor

cívico»20. Zamacois lo expone paladinamente en sus memorias y aun mucho antes. Esa

profesión de fe en los principios del naturalismo ya la manifestó en Consuelo (1896):

GONZALO SANTONJA [XV]

18 Correspondencia recogida por Sang Joo Hwang, tesis doctoral, cit., vol. ii.

19 Buenos Aires, 5 de noviembre de 1969 y 13 de julio de 1971, en Sang Joo Hwang, tesis doctoral, cit.

20 Años de miseria y de risa. Escenas de una vida en que sólo hubo erratas, segunda edición, Barcelona, Maucci

(s.a.), pág. 159.

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«Yo también soy defensor entusiasta del naturalismo […]; el empirismo en me-

dicina, el positivismo en filosofía, el realismo en literatura y en artes, esas son las

grandes conquistas del espíritu moderno».

Y esa actitud se acentuó en el tránsito, sin rupturas ni renuncias, de la novela ga-

lante a la novela social (su última novela galante, Don Juan hace economías, escrita

en 1935, apareció en 1936, en vísperas de la guerra). Zamacois, a la manera de Zola,

preparaba los temas y escribía desde su propia experiencia, sin dejarse aplastar por

los documentos y poniendo la imaginación al servicio de la verosimilitud:

«Como soy enemigo de inventar, aun cuando para ello tenga gran facilidad, la

mayor parte de los incidentes de mis libros están basados en hechos reales de que

fui protagonista o espectador, y que luego trueco o desfiguro según las necesidades

o exigencias de mi obra»21.

«Hechos reales de que fui protagonista o espectador». ¿También cuando pintaba

escenas del «gran mundo», sazonadas de aristócratas, plutócratas y damas de alcur-

nia? Cualquier afirmación absoluta requiere de matizaciones. Y esta no supone nin-

guna excepción. Él mismo se encargó de aclararlo: «La mayor parte de los incidentes

de mis libros»; la mayor parte, ¿y el resto? Pues es muy evidente: de la realidad y de

la experiencia de Zamacois formaban parte sus lecturas, enamorado por ejemplo

de París, como tantos otros escritores y artistas de la época, a través de las novelas de

Victor Hugo y Murger22. Lector memorioso, en los libros encontró los elementos

para tales ambientaciones, proceso ciertamente atemperado a lo largo de su carrera:

menos vividos y más literarios sus relatos en la primera de las tres etapas en que di-

vidió su obra; menos literarios y más vividos después, proceso plenamente asentado

[XVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

21 De mi vida. Recuerdo, historia de mis libros, críticas…, Barcelona, Sopena, 1903, pág. 222.

22 «Los museos, las encrucijadas de Montmartre me fascinaban. Las novelas de Victor Hugo y de Murger ha-

bían poblado mi espíritu de lugares y nombres. Quería visitar la tumba de Musset, pisar las calles citadas por Balzac,

oír el eco de mis pasos bajo los portales del Odeón, y tener en el Barrio Latino un amorío», señala en Un hombre

que se va, cit., cap. iv, pág. 86.

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en la tercera. «La fábula mejor es la más verosímil», leemos en Consuelo, apuntando

un programa y adelantando un logro.

Eduardo Zamacois se dejaba llamar por los asuntos, disponía unos cuadernos de

trabajo minuciosos y hacía lo que menester fuera para empaparse de la materia a nove-

lar. La historia le conducía a situaciones de hambre, pues se apartaba durante días de la

alimentación: «Las mismas páginas donde describo el hambre de Isabel Ortego», expli-

có en De mi vida a propósito de Memorias de una cortesana, «las compuse después de

haber permanecido voluntariamente tres días justos sin comer»23. Y si al hambre por el

hambre, al mundo de los trenes (Memorias de un vagón de ferrocarril) metiéndose a fo-

gonero24 o al de los presos, pongo por caso, internándose en las prisiones, penado entre

los penados, uno más en la rutina del patio y en la sordidez del enchiqueramiento25. No

era ver la cara del hambre, informarse de las condiciones de los trenes o vislumbrar el

penar de los encarcelados; se trataba de padecer los ladridos del estómago, de sufrir las

angustias del preso. A partir de tales presupuestos el escritor inventaba desde la lógica

de la historia y la coherencia de los personajes: cada uno de ellos «un hijo que se pone

a discutir con su padre», y que dejaba de funcionar cuando las acciones perdían conse-

cuencia26. Para caracterizar su fórmula narrativa, algunos críticos (Carmona Nenclares)

han acuñado la expresión «realismo imaginario», a mi juicio nada desencaminada.

Puesto a escribir su trilogía más ambiciosa, Zamacois se miró, proclamándolo,

en el espejo del Zola de aquella saga imponente de Les Rougon-Macquart27, «histoire

GONZALO SANTONJA [XVII]

23 De mi vida, cit., pág. 94.

24 «Al volver de nuestro viaje [con Blanca Valoris a Canarias, 1922] se me ocurrió mi novela Memorias de un

vagón de ferrocarril. Para vivir el tema, antes de llevarlo al papel, hice varios viajes en las locomotoras de los expresos

Madrid-Hendaya como ayudante de máquina»; Un hombre que se va, cit., cap. xxiii, pág. 392.

25 «Pero antes de sentarme a escribir necesitaba conocer personalmente el medio en que situaba la acción, para

lo cual pensé recluirme en una penitenciaría», proyecto planteado al director general de Prisiones, Clemente Mi-

quélez de Mendiluce, que se apresuró a rechazarlo, aunque enseguida tuvo que rectificar, aprobándolo, instado a

ello por el ministro de Gobernación, el general Severiano Martínez Anido, gestión facilitada por su hijo, el pintor

Roberto Baldrich, buen amigo de Zamacois; ibídem, cap. xxvii, págs. 229-232.

26 Los dos, Madrid, Siglo XX, 1925, págs. 18-19.

27 Entrevistado por José Montero Alonso en el prólogo de Los dos, cit., pág. 12, Zamacois adelantó la noticia

de «una serie de volúmenes independientes; pero con una trabazón superior», manifestando el propósito de que

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naturelle et sociale d’une famille sous le Second Empire», cinco generaciones que

«personnifieront l’époque, l’Empire lui-même», en total veinte novelas en más de

dos décadas de trabajo (de 1871 a 1893), a su vez con el Balzac de la Comedia hu-

mana como referente. El maestro del naturalismo aspiraba a la «novela fisiológica»,

ganado por las teorías de Taine, enfrentado a las interpretaciones espiritualistas y a

las especulaciones psicológicas, persuadido de que las obras de arte se explican mejor

desde el estudio geográfico, la realidad económica y la situación social, influido por

Claude Bernard, uno de los padres de la medicina experimental.

Recreando esas influencias y atenuando sus planteamientos, ahí se reconocen los

propósitos y el estilo de Zamacois, también identificado con otros autores galos, co-

mo el Gautier de la literatura viajera (Constantinopla, Viaje a España, Viaje a Rusia),

el Catulle Mendès de Para leer en el convento, Voltaire, Victor Hugo, Murger, Musset

o Max Nordau (húngaro —Budapest, 1849— de origen hebreo, a partir de 1880

instalado en París), y naturalmente con algunos de sus contemporáneos españoles

como Vicente Blasco Ibáñez, de quien se declaró admirador y cuya obra demostró

conocer, y diversos compañeros de afanes, figuras de algún fuste entonces pero

náufragos hoy en el ancho océano de la historia de la literatura. ¿Qué multitud de

lectores recuerda, por ejemplo, a Jacinto Octavio Picón, José Zahonero o Eduardo

López Bago, tres referentes de peso para Zamacois?

Jacinto Octavio Picón (Madrid, 1852-1923), educado en Francia y uno de los

máximos exponentes del naturalismo español, académico por partida doble (Real

Academia Española28, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando29), desempe-

ñó la vicepresidencia del Patronato del Museo del Prado (formó parte de la comi-

sión redactora de sus estatutos y dejó un rico legado al Museo de Arte Moderno) y

[XVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

fuesen «algo así como Los Rougon-Macquart de Zola […], unos ocho o diez volúmenes encadenados e independien-

tes a la vez», finalmente limitada a tres (Las raíces, Los vivos muertos y El delito de todos).

28 Ingresó en 1900 con un discurso sobre Emilio Castelar respondido por Juan Valera, fue bibliotecario y secre-

tario perpetuo de la institución.

29 Ingresó en 1902 con un discurso sobre «el desnudo y su escasez en el arte español», carencia imputada a la

Iglesia, respondido por José Ramón Mélida.

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consiguió acta de diputado republicano por Madrid30, significándose en calidad de

político europeísta, distinguido por el Gobierno de Francia con la encomienda

de la Legión de Honor.

Escritor profesional, de los pocos que en su época vivió de la pluma31, progresis-

ta, partidario de la justicia social y el feminismo, defensor del amor natural y ene-

migo de cualquier tipo de fanatismo, Picón fue biógrafo de Velázquez (obra ponde-

rada por Gaya Nuño32), pionero en el estudio de la caricatura33, crítico canónico de

arte desde Revista de España, Revista Europea, El Correo, La Ilustración Española y

GONZALO SANTONJA [XIX]

30 Elegido en 1903 junto a Joaquín Costa, adalid del regeneracionismo (recuérdese: «Escuela, despensa y siete

llaves para el sepulcro del Cid»); Nicolás Salmerón, presidente efímero de la Primera República (sucedió a Pi y Mar-

gall), efímero porque dimitió del cargo para no verse en la obligación de firmar unas sentencias de muerte, y filósofo

krausista, despojado de su cátedra al restaurarse la monarquía y en dicha sazón empujado al exilio; Manuel de Llano

y Persi, gran maestre interino del Oriente Español, presidente del Partido Republicano Progresista y miembro de

la comisión que propuso la corona a Amadeo de Saboya; Nicolás Estévanez, militar revolucionario que siendo ca-

pitán también se negó a ejecutar en La Habana las penas capitales dictadas contra ocho estudiantes («antes que la

patria», afirmó, «están la humanidad y la justicia»), por lo que fue expulsado del ejército, partidario de la autonomía

de Cuba y Canarias, su tierra natal, exiliado durante la Restauración y mentor de Mateo Morral, regicida frustrado

de Alfonso XIII; y Miguel Morayta, gran maestre definitivo de la masonería española y filipina, acusado de alta

traición en calidad de corresponsable de la insurrección por la independencia. El perfil de dichos compañeros de

candidatura esclarece la faceta política de Picón.

31 Así lo ponderaba Juan Valera: habiéndose «creado ya un numeroso público, [figura entre los pocos] que

viven o pueden vivir con el producto de lo que escriben, y que venden no pocos miles de ejemplares de los libros

que publican» (Ecos argentinos, Madrid, Fernando Fe, 1901, pág. 14), y lo reconocía él mismo: «¿Usted vive de

los libros, don Jacinto?», le preguntó el Caballero Audaz. «Sí, señor», respondió, «de la literatura […]. Pues

qué… ¿No se concibe que en España un literato viva de sus libros?» («Nuestras visitas», La Esfera, Madrid, 2 de

julio de 1914).

32 Vida y obras de don Diego Velázquez. Madrid, Ricardo Fe, 1899. Sin competir ni hacer sombra a los monu-

mentales estudios de Beruete y Justi, para Gaya Nuño, historiador exigente, «se trata de uno de los libros más per-

fectos del autor de Dulce y sabrosa. Sin grandes novedades de criterio de documentación, sin propósito de ninguna

erudición ni sapiencia, esta bella monografía era, en cuanto a digna prosa, el regalo del año del centenario»; Biblio-

gafía crítica y antológica de Velázquez, Madrid, Fundación Lázaro Galdiano, 1963, pág. 50.

33 Apuntes para la historia de la caricatura. Madrid, 1877, impresa en la tipografía de Revista de España, en cuyas

páginas apareció por entregas. A su juicio, la caricatura constituía un arte de progreso: «La caricatura es la sátira di-

bujada […]. Es quizás el medio más enérgico de que lo cómico dispone, el correctivo más poderoso, la censura que

más han empleado en todo tiempo los oprimidos contra los opresores, los débiles contra los fuertes, los pueblos

contra los tiranos y hasta los moralistas contra la corrupción» (pág. 7).

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Americana, La Esfera, El Imparcial, del que fue corresponsal en la Exposición Uni-

versal de París de 1878, o Heraldo de Madrid y además cuenta en su haber con no-

velas y cuentos como La honrada, Dulce y sabrosa34, Tres mujeres, Drama de familia

o Sacramento, auténticos best sellers en su momento. En refrendo de tanta notorie-

dad y buscando una respuesta masiva para el lanzamiento de El Cuento Semanal,

Zamacois escogió su novela corta Desencanto para dar comienzo a la serie, acierto

indiscutible, ya que alcanzó varias ediciones consecutivas con tiradas considerables.

Renacimiento editó en los años veinte sus obras completas y Zamacois le dedicó un

libro: Impresiones de arte, publicado por Sopena en 1905, antología de críticas lite-

rarias y artísticas35 un tanto extrañamente completada por un puñado de cuentos

galantes. Picón pisó fuerte en aquel tiempo.

A su vez José Zahonero (Ávila, 1853-Madrid, 1931), con estudios de Medicina y

Derecho en las universidades de Granada y Valladolid, se significó entre los parti-

darios de Zola36 e intervino junto a Clarín en el debate del Ateneo de Madrid sobre

el naturalismo, pese a lo cual apenas se le cita de pasada o en condición de folleti-

nista, etiqueta injusta37.

Zahonero debutó en el mundo literario con una colección de cuentos, Zig Zag

(1881), y apenas tres años después llegó con La carnaza al cenit de su carrera en

[XX] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

34 Reedición a cargo de Gonzalo Sobejano en Madrid, Cátedra, 1990 (Letras Hispánicas). Novela de sesgo es-

peranzado y final optimista, donde el amor derriba todas las barreras, económicas o sociales, apunta uno de los mo-

dos de la novela galante, basado en el esteticismo y el dominio —sobre el componente doctrinal— de los elementos

literarios, con el autor asomando en el relato para contrarrestar la ganga retórica y los excesos sentimentales de sus

personajes a través de la ironía, rasgo de modernidad.

35 Sobre su concepción de «las crónicas llamadas de arte» y el oficio de crítico literario, Zamacois se explaya en

Un hombre que se va, cit., cap. xiii, págs. 259-260: «Si te metes a crítico, te recomiendo muy seriamente», indicó a

José Francés, «que uses lentes; que, cuando salgas a la calle, lo hagas llevando algunas revistas extranjeras en la mano,

que no te rías nunca y que te dejes redondear la barriga».

36 El 15 de septiembre de 1880 salió en su defensa desde La Unión con un artículo antes rechazado por distintos

periódicos, y al año siguiente se volcó en alabanza de Nana, actitud agradecida por el mismísimo Zola (El Imparcial,

12 de mayo de 1882).

37 José Antonio Bernaldo de Quirós Mateo, «José Zahonero en el contexto del naturalismo español», Espéculo

(revista electrónica cuatrimestral de estudios literarios), núm. 22, Universidad Complutense, Ciencias de la Infor-

mación, noviembre de 2001-febrero de 2002.

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tanto que escritor naturalista, y digo bien: en tanto que escritor naturalista, por-

que a finales de siglo entró en crisis y, renunciando al anticlericalismo, la denuncia

de la condición social de la mujer, el republicanismo y el determinismo, volvió a

la fe católica, repudiando aquella etapa. «El renombrado cuentista es fervoroso ca-

tólico, apostólico y romano», contó Polo Benito, «aunque cierto día díjome muy

entristecido que en esto había pasado por breve tiempo de desvío […], por absor-

ción en el aborrascamiento de un ambiente político y literario cargado de podre-

dumbre»38.

Dotado para las descripciones y con dominio del diálogo, Zahonero naufraga

por las estructuras y el sentido del relato, pecando de desordenado, efectista y gran-

dilocuente. Alejandro Sawa, que a raíz de La prostituta lo proclamó «campeón del

naturalismo radical», lamentó después su influencia: «En mi primera época hacía

novelas truculentas, de un realismo zolesco exagerado, por el estilo de Zahonero, el

de La carnaza […], cosas de que hoy me avergüenzo»39.

Eduardo López Bago (Aranjuez, 1853-Alicante, 1931), médico y zolista extrema-

do (calificó sus novelas de «ensayos médico-sociales»), ingresó de golpe en la litera-

tura y en el índice de obras prohibidas por la autoridad eclesiástica con Los amores

(1876). Lo suyo consistió en un naturalismo radical, concretado en dos series: la te-

tralogía formada por La prostituta, retirada de la venta y denunciada, La pálida, La

buscona y La querida, sembrada de elementos autobiográficos; y la trilogía «Amor y

miseria», compuesta por La mujer honrada. La señora de López, La mujer honrada.

La soltera y La mujer honrada. La desposada, enderezada de lleno a la denuncia de la

moral sexual.

López Bago también se ocupó críticamente del sistema penitenciario (El preso,

Los asesinos, obra folletinesca), denunció los males debidos al celibato eclesiástico

(El confesionario, La monja y El cura) y dedicó al tema candente de Cuba El separa-

tista, novela antiseparatista, contra lo que el título pudiera dar a entender y algunos

de sus contemporáneos pensaron, compleja y en la órbita de los planteamientos del

GONZALO SANTONJA [XXI]

38 José Zahonero, Manojito de cuentos, prólogo de Polo Benito, Madrid, Voluntad, 1928.

39 Allen Phillips, Alejandro Sawa, mito y realidad, Madrid, Turner, 1976, pág. 159.

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general Martínez Campos40. Asimismo se sumó a la nómina de la literatura taurina

con La torería, biografía de Luis Mazzantini, personaje apasionante, torero consa-

grado en España e Hispanoamérica que al cortarse la coleta se pasó al ruedo de la

política, concejal de Madrid y gobernador civil en Ávila y Guadalajara, habitual de

los cafés y tertuliano de fecundo ingenio. Emigrante en Buenos Aires y La Habana

desde 1888 hasta bien entrado el siglo xx, el brillo literario de López Bago se diluyó

al regresar a España, pronto «retirado» en Alicante.

Al lado de escritores olvidados, meras referencias en notas a pie de página en las

historias de la literatura, escritores consagrados. Zamacois absorbió multitud de lec-

turas de la primera mitad de los años ochenta decimonónicos, como La desheredada

de Benito Pérez Galdós, La cuestión palpitante y Un viaje de novios de Emilia Pardo

Bazán o La Regenta de Clarín, traductor de Zola. En ese ambiente creció y se formó

él, ambiente que no fue de exaltación y apoteosis del naturalismo, sino de polémica

intensa, con detractores notables (desde Alarcón a Menéndez Pelayo) y con matices

entre los adeptos.

Pardo Bazán, por ejemplo, situaba el realismo español por delante «de la escuela

de noveladores franceses que enarbola la bandera realista o naturalista»41, opinión

compartida por Galdós, reivindicador de Pereda y en especial de «las grandes rique-

zas de este género que nos ofrece la literatura picaresca»42, en tanto que Clarín tra-

dujo Trabajo, de Zola, «por espíritu de tolerancia», respeto literario a un gran nove-

[XXII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

40 Reeditada por Castalia (Madrid, 1997) con un documentado estudio preliminar de Francisco Gutiérrez Car-

bajo. Publicada en La Habana en 1895, la novela se cierra con las primeras victorias de Martínez Campos, sustituido

por Weyler, militar colonialista, recambio que determinó la acentuación fatal del conflicto. Gutiérrez Carbajo lo

explica así: «Martínez Campos, dotado de un gran olfato político, advierte que han cambiado las condiciones du-

rante los catorce años de paz y se da cuenta del respaldo total a los independentistas de la base popular de la po-

blación urbana así como de campesinos, negros y mulatos. En esas condiciones, ganar la guerra no era sólo derrotar

a un ejército enemigo, sino desarticular la sociedad que lo apoyaba: es decir, la guerra había que librarla en parte

contra la población civil y no estaba dispuesto a ello. Esa fue la misión que pretendió cumplir su sucesor», la que

López Bago no contempla en su novela, aunque sí la padeciera en directo, instalado en Cuba, tras una etapa en

Buenos Aires en 1888, hasta después del desastre.

41 Un viaje de novios, Madrid, 1881, prólogo.

42 José María de Pereda, El sabor de la tierruca. Copias del natural, prólogo de Benito Pérez Galdós, grabados

de C. Verdaguer, ilustraciones de Apeles Mestres, Barcelona, Biblioteca de Artes y Letras, 1882.

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lista de muchas de cuyas ideas «no participo», y «deseo de servir modestamente a la

lengua castellana»43, en sintonía con la «manera religiosa de Tolstoi» y contrario a

«la inflexibilidad dogmática» de Zola:

«Zola es el primer novelista de su país, a mi ver, entre los vivos; y acaso también

del mundo entero […]. Tolstoi, espíritu más profundo, no es ni tan fuerte ni tan

variado como Zola, con serlo mucho. Mi alma está más cerca de Tolstoi que de Zo-

la, sin embargo, tal vez, principalmente, por las fórmulas dogmáticas en que Zola

expresa sus aventuradas negaciones […].

Yo creo en Dios, en el espíritu, en el misterio; y las graves cuestiones sociales no

creo que hoy se puedan resolver científicamente […]. Las rotundas afirmaciones de

Zola sobre Dios, el alma, la evolución, el fin de la vida, la llamada cuestión social, las

rechazo, aún más que por su contenido, por la inflexibilidad dogmática de Zola»44.

En esa perspectiva, Zamacois tenía bien presentes aquellas militancias y estos re-

paros cuando se declaró, como vimos más arriba, «defensor entusiasta del naturalis-

mo» a través de uno de los personajes de Consuelo. No se olvide.

II

El mismo Zamacois distinguió tres momentos en su narrativa (momentos, no

épocas), representados por «las obras en que puse mayor esfuerzo».

Primer momento, «el pasional»: Punto negro (1897), Tik-Nay, El seductor, Duelo

a muerte (1902), Memorias de una cortesana (1903) y Sobre el abismo (1905), novela

ajena a la órbita galante de las anteriores. Comprende de los veinticuatro a los trein-

GONZALO SANTONJA [XXIII]

43 Émile Zola, Trabajo, traducción de Leopoldo Alas Clarín, estudio preliminar de Francisco Caudet, Madrid,

Ediciones de la Torre, 1991, «Prólogo del traductor», págs. 150-151.

44 Ibídem. Y añade: «En España tuve el honor de ser el primero, allá en mi juventud, casi adolescente, que de-

fendió las novelas de Zola, de entonces (para mí las mejores de las suyas), y hasta su teoría naturalista, con reservas,

como un oportunismo…».

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ta y dos años y se desarrolla entre París y Madrid, con el editor Ramón Sopena, las

revistas La Vida Galante y El Escándalo y la editorial Cosmópolis en calidad de ejes.

Al señalar esas obras, Zamacois pasa de largo por sus primeras novelas y deja un va-

cío hasta 1910, el comienzo de su segunda etapa, en buena medida ocupada por la

fortuna y los reveses de El Cuento Semanal.

Segundo momento, «de indecisión o transición, en que el sentimiento amoroso

me preocupa menos, y me aventuré por los pagos del misterio y la ironía»: El otro

(1910), Europa se va y La opinión ajena (1913), El misterio de un hombre pequeñito

(1914), Memorias de un vagón de ferrocarril (1922) y Una vida extraordinaria (1923),

más Traición por traición (1925). Este «momento», cruzada de viajes triunfales (Bue-

nos Aires, Santiago de Chile, Nueva York, La Habana, San Juan de Puerto Rico,

México y Mérida, Guatemala y Centroamérica, Venezuela y Santo Domingo), tam-

bién conoció la penuria, «un éxodo de cuatro o cinco meses [en que] recorrimos to-

do el norte africano»45 y la Primera Guerra Mundial, como corresponsal tentativo

en los frentes, frustrado por los incumplimientos económicos de Cánovas Cervan-

tes, director de La Tribuna, que al mandarlo a Berlín «me entregó mil pesetas y un

billete kilométrico valedero para circular por toda Europa, excepto Rusia», y le re-

galó la promesa de otras mil pesetas mensuales, vanagloria deshecha en humo e in-

cumplimiento que obligó a Zamacois a una renuncia resuelta sobre engaños y tra-

pisondas. Cánovas lo recibió en Madrid con una sonrisa: «Yo sabía —gritó riendo

a carcajadas— que usted no es de los que se ahogan en poca agua»46.

Tercer momento, el de «mis novelas de ambiente social»: Las raíces (1927), Los

vivos muertos (1929) y El delito de todos (1933), «las tres primeras de un ciclo de siete

volúmenes que la guerra me impidió escribir»; momento clausurado por La antor-

[XXIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

45 «Recorrimos»: en compañía de Blanca Valoris, una de sus muchas amantes, «hija de italiano y alemana» que

«nació en París, se educó en Londres» y hablaba cuatro idiomas, mujer «complicada, bohemia y autócrata» y actriz

de talento que «pronto se apartó del teatro». Dejó a Zamacois a la vuelta de ese periplo africano al descubrirlo ca-

sado: «Si cuando nos conocimos —sollozaba— me lo hubieras dicho, tal vez te habría querido igual. Pero me en-

gañaste, y ya no tengo confianza en ti. El encanto se ha roto. Ahora, aunque renunciaras a tu mujer y a tu hija para

mí no serías el mismo»; Un hombre que se va, cit., págs. 317 y 331.

46 Ibídem, caps. xv y xvii, págs. 310-311 y 330.

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cha apagada (1935) y El asedio de Madrid (1938), que abarca la segunda etapa de la

dictadura de Primo de Rivera, el final de la monarquía, la Segunda República y la

guerra.

Novelas, pues, galantes, de ironía, misteriosas y sociales: «Esta diversidad de gé-

neros demuestra que jamás he pensado en adular las aficiones del público, sino en

dar pleno contentamiento a las mías»47. Como rasgo muy acusado, Zamacois corri-

gió en cuanto pudo a fondo, hasta el borde de la reescritura, las novelas iniciales48,

urgidas por Ramón Sopena y elaboradas con premura, incitado a ello por el favor

del público que le acompañó desde Punto negro, su segundo título.

Pasarán los años, no demasiados, y una vez liberado de Sopena y asentado en el

catálogo de Renacimiento, Zamacois rechazó la recuperación de aquellos productos,

insatisfecho con su escritura descuidada, molesto por la cosecha de erratas, apartado

del móvil de lucro que precipitó su salida y guiado por la decisión de atemperar la

crudeza y proliferación de escenas sexuales. Abrumado por aquellas novelas, una y

otra vez reimpresas por Ramón Sopena, el autor estampó esta advertencia al frente

de sus obras:

«Mis doce o quince primeros libros: La enferma, Punto negro, El seductor, Duelo

a muerte, etc., fueron escritos a vuela pluma, bajo presión de la Necesidad, y vendi-

dos a precios irrisorios a la Casa Editorial Sopena, la cual, después de veinte años,

continúa publicándolos con los mismos deplorables andrajos con que aparecieron.

Pero yo, persuadido de que no merecían tan mal trato, acudí a corregirlos, y tan

honrada y perseverante aplicación puse en ello que casi “he vuelto a escribirlos”.

Por consiguiente, la única edición que me atrevo a recomendar a mis lectores es

la de Renacimiento. Todas las anteriores —especialmente aquellas de la Casa Edito-

rial Sopena— son execrables y únicamente merecen olvido. Yo no las reconozco, no

GONZALO SANTONJA [XXV]

47 Ibídem, cap. ii, págs. 52-53.

48 Corrector minucioso de pruebas y nada autocomplaciente, se confesó «atormentado» e inseguro («todo me

parece mediano, en todas partes creo hallar asonancias, solecismos o repeticiones…») y tan atribulado como Flau-

bert, «levantándose a media noche para corregir una errata» (De mi vida, cit., pág. 222).

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las autorizo; yo no escribiré jamás sobre la primera página de tales libros una dedi-

catoria…

Por rescatar los millares de ejemplares que de esas ediciones se han vendido, da-

ría el autor su mano derecha».

Su mano derecha o su mano izquierda, la que quisiera. Porque Ramón Sopena

siguió a lo suyo, es de suponer que amparado por contratos leoninos. Publicar resul-

taba difícil para un escritor en los comienzos, cobrar derechos suponía una hazaña,

ponerse en el camino de la profesionalización apuntaba a una quimera. El mundo

editorial era muy reducido, de poco vuelo; las posibilidades escaseaban. Y Ramón

Sopena constituía un hito de primer orden. Poco a poco, con tenacidad y esfuerzo,

había forjado, no un imperio, pero sí una empresa con implantación y alcance. Los

escritores nuevos, sin alternativas, aceptarían esto y aquello, cobrando y perdiendo

por unas pesetas «mis doce o quince primeros libros». Al cabo de los años y a la vuel-

ta de mil conflictos, tras entenderse con Martínez Sierra (Renacimiento), Zamacois

conseguiría recuperar algunos; otros, en cambio, prosiguieron su vida descarriada.

De bien avanzado 1936 data la última edición de Sopena de Memorias de una corte-

sana, agregada a la «Biblioteca de Grandes Novelistas» (Julio Verne, Cervantes, Ale-

jandro Dumas, Enrique Sue, Enrique Larreta, Armando Palacio Valdés) y estampada

a dos columnas sobre papel de pésima calidad, con el reclamo de una cromolitogra-

fía de añejo gusto decimonónico. Que el autor se quejara hasta desgañitarse, estaba

en su derecho, pero las leyes desprotegían a los escritores y la lucha por la vida eter-

nizaba concesiones, creídas pasajeras pero a la postre demostradas irreparables.

Autoexigente y persuadido de sus posibilidades, a la hora del balance final Za-

macois se pintó por debajo de ellas y derrotado. Sin recursos económicos y propicio

a las tentaciones, arrastrado por un frenesí de amores y viajes, con la maleta siempre

hecha y por lo menos dos hogares que mantener (por lo menos dos, frecuentemente

tres, en ocasiones hasta cuatro), «el Hombre hizo mucho daño al Artista», ambos

con mayúsculas reivindicativas, con su punto de orgullo. Hombre, Artista. El pri-

mero dañó al segundo. Fueron las exigencias naturales, la vida como torbellino. Así

se lo confió a Entrambasaguas mientras este antologaba las mejores novelas españo-

[XXVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

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las contemporá neas49. Se lo confesó por escrito, en una de sus cartas, y sin duda se

trata de una reflexión reveladora: «El Hombre hizo mucho daño al Artista».

Tres momentos acabo de señalar asumiendo los deslindes del autor, pero asu-

miéndolos con salvedades y precisiones. El primer momento, por ejemplo, no sale de

la nada, porque Zamacois desembocó en Punto negro tras unos años de caminos equi-

vocados, de aprendizaje y tanteos (de 1890 a 1897), con estudios abandonados de Fi-

losofía y Letras, ahuyentado por la enseñanza oficial y ganado por la lectura50, y Me-

dicina, feliz en las aulas durante tres cursos pero disuadido de seguir adelante en

cuanto «me enfrenté con la clínica», desalentado por el ambiente lúgubre, frío y sór-

dido del hospital de San Carlos, definitivamente decidido entonces a ser escritor51.

Quemada la nave de los estudios, la travesía literaria conoció diversos puntos de

apoyo: el periodismo, ejercido desde cabeceras de signo descreído, como Las Domi-

nicales del Libre Pensamiento; el ensayismo científico, acogido al postulado de que la

ciencia explicaba o explicaría, simple cuestión de tiempo, los misterios de las reli-

giones (alucinaciones, éxtasis, llagas), apartado que incluye diversas traducciones co-

mo Clasificación de las ciencias de Hubert Spencer52; y el apunte de diversos esbozos

narrativos, asentados en el costumbrismo (Tipos de café, 1893, libro perdido, pero

título y temática reiterados en 1935) y en un puñado de novelas cortas. Desde Amor

a oscuras («capullo de novela») llega hasta Consuelo (1896), preludio de la novela ga-

GONZALO SANTONJA [XXVII]

49 Las mejores novelas contemporáneas, t. iv, pág. 602.

50 «Leía sin cesar, y este desbocado afán me convirtió en un mal estudiante. La enseñanza oficial llegó a serme

intolerable: la juzgaba rutinaria, aburridora, lenta, sobre todo lenta. Dejé de ir a clase. ¿Para qué invertir dos años

en aprender de memoria el texto de metafísica escolástica hilvanado por nuestro profesor Orti y Lara en preguntas

y respuestas […]. Y pues, todos los libros maestros del pensamiento antiguo fueron traducidos al castellano, ¿para

qué malgastar tiempo en aprender griego clásico?», entusiasmado entonces con la medicina («creí haber hallado mi

camino»), quizá por «influencias balzanianas»; Un hombre que se va, cit., cap. iii, pág. 65.

51 «Los tres primeros años de la carrera me encantaron. Luego […] estos fervores se desvanecieron apenas me

enfrenté con la clínica. El lúgubre convento de San Carlos, convertido en hospital, me repugnó; era viejo, oscuro,

feo, frío, sucio, con una suciedad de siglos; olía mal, olía a cadaverina. Y automáticamente desistí de ser médico.

[…] Y arrepentido de mis veleidades ya sólo pensé en ser autor: escribiría novelas, comedias, cuentos, ensayos filo-

sóficos…»; ibídem, cap. iii, pág. 66.

52 Hubert Spencer, Clasificación de las ciencias, prólogo de Antonio Zozaya, traducción de Eduardo Zamacois

y Quintana, Madrid, Biblioteca Económica Filosófica, 1889.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXVII

lante. Son obras de cara y cruz: de escritura despejada y con suma habilidad para los

diálogos, el lenguaje se resiente, a veces apegado a registros fósiles, mientras el ritmo

se desequilibra, afectado por el afán discursivo.

Con veinte años, estudiante entusiasmado de Medicina y escritor en agraz, que

ya se nutre de su experiencia y tempraneramente se afirma en la literatura de su pro-

pio acontecer (recuérdese: «yo soy enemigo de inventar»), Zamacois vaciló entre la

escritura y la ciencia, con El misticismo y las perturbaciones del sistema nervioso (1893)

y Consuelo marcando los límites, unos límites, por cierto, ya contaminados, puesto

que dicho ensayo otorga pareja importancia a unas fuentes y a otras, científicas y li-

terarias, con tanta presencia de autoridades en psicología o fisiólogos eminentes co-

mo de Lord Byron, Walter Scott, Flaubert o Santa Teresa, y con pasajes manifiesta-

mente anunciadores de novelas como La enferma o El otro. Antes de contar cinco

lustros de existencia, Zamacois colgó los libros de estudio y sentó plaza definitiva de

escritor, de escritor profesional, no de profesional que en los ratos libres escribía,

apuesta cuando menos osada en aquella sociedad.

Las novelas del primer momento responden a un género, el de la novela galante

francesa, cuajado desde un patrón, unos moldes y unas características bien defini-

dos: historias ligeras, ingeniosas y con chispa, vivas y maliciosas, con travesuras, de -

senfados, ironías y donaires; gabinetes elegantes, playas de moda, hoteles de lujo,

criadas cómplices, sirvientes solícitos. La moral burguesa sometida al tamiz de la

burla; atmósfera liberal, escéptica y sin prejuicios. La vida alegre a salto de mata, con

trampas y sobresaltos. Caballeros de alcurnia venidos a menos, apaches en situación

postiza y cortesanas en cuyas casas el timbre de la puerta inevitablemente anunciaba

artificios, impaciencias o deudas. Maridos burlados, carrusel de queridas, revival de

amantes. Literatura de pasatiempo, picante y con aventuras fáciles, las seducciones

a flor de página. El corpus, los episodios eróticos; las fronteras, la acritud social. Se

trataba de un género menor, de escaso relieve literario y aún de menos prestigio. Sin

complicaciones argumentales, ágiles las descripciones, ocurrentes los diálogos y pre-

cipitadas las acciones.

A partir de tales rasgos, Zamacois aporta una voluntad de estilo, un afán de con-

gruencia, un mundo propio y un denuedo evidente por desbordar esos límites. No

[XXVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXVIII

se conforma con contar, no le convencen los personajes sin entidad ni coherencia,

no le atraen los ambientes imaginados. Al contrario: escribe, fija caracteres y se sitúa

en el Madrid contemporáneo, con personajes que pasan de novela en novela, tam-

bién en este aspecto deudor de Pérez Galdós y Balzac.

Autor omnisciente, en sus primeros relatos pesan demasiado las digresiones y su

morosidad descriptiva supone un handicap. Ahora bien, frente a las novelas galantes

en boga, tópicas y por lo general desaliñadas, las suyas implican un paso literario de

consideración. De ahí, creo yo, que se haya confundido su papel: no fue el «inven-

tor» o el introductor de esa modalidad de la narrativa francesa en España, sino el

autor que acertó literariamente a dignificarla, enriqueciéndola con personajes que

no se movían como simples guiñoles de la sensualidad en una sucesión mecánica de

bailes, máscaras, donaires, penumbras, frivolidades, amoríos en reservados, equívo-

cos, engaños, champán y orquestas, sin preocupaciones de otra índole. Nada de eso.

Enseguida desbordó ese marco.

En 1902 Zamacois publicó cinco novelas, tres cortas y dos largas: Loca de amor,

La quimera y Noche de bodas; El seductor y Duelo a muerte. Trabajos convencionales

y pro pane lucrando las primeras, aunque ya con una notable carga de misterio la úl-

tima, los relatos extensos apuntan más allá. Así, El seductor responde a una cuidada

estructura casi epistolar, con el personaje central, un escritor de cartas de amor por

encargo, protagonizando en la vida la historia antes escrita para otro, en tanto Duelo

a muerte plantea una dinámica de exclusión social y marginamiento, con la pareja

formada por el pintor Daniel Carmona y la vizcondesa de San Bartolomé, unidos

por la deslealtad de sus respectivos cónyuges, enfrentada en duelo a muerte con la

sociedad biempensante y todopoderosa: la nobleza, la alta burguesía y el clero, clases

y estamentos dominados por la hipocresía y la corrupción. La historia ofrecerá fallos y

su planteamiento crítico quizá peque de confuso, pero de ninguna manera se pliega

al molde de la novela galante, referente perdido y ni siquiera tenido en cuenta por

el autor cuando la lógica del texto le lleva al mundo de las cortesanas, mujeres re-

sentidas y, en nombre del interés, dispuestas a cualquier extremo.

Además, ese mismo año aún publicó otra obra: Memorias de una cortesana, un

mixto de memoria y novela, en su opinión el género «más humano, el menos artifi-

GONZALO SANTONJA [XXIX]

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXIX

cioso, aquel que tiene una dosis mayor de realidad», declaración a tomar con cuida-

do, porque al instante se advierte la huella de no pocas lecturas y el influjo de Balzac.

El lector se encuentra con la autobiografía de Isabel Ortega, meretriz de fortuna tor-

nadiza, niña educada «para la virtud» que al cabo de un sinfín de vaivenes sobrevivía

al amparo de un grupo de prostitutas lozanas, criada suya y a las que «ya no sirve ni

para cómplice del pecado»53. Apurando el análisis psicológico y trazando un friso

crudo de la prostitución finisecular, el autor se maneja en la órbita del naturalismo.

Por si todavía fueran precisos más ingredientes, eso no es todo. Porque, dando

un paso en su carrera, la última novela de este «primer momento», Sobre el abismo

(1905), resulta una obra de transición, enfocada hacia la narrativa social, con el vér-

tigo del sexo abocado a la violencia en el marco de un escenario opresivo: siete ma-

rineros y una prostituta, embarcada como polizón, encerrados en una goleta con to-

dos los elementos desatados, así el mar, la lluvia y el viento como el mástil o los

barriles de las provisiones. Tremendismo y deshumanización, furia ciega.

En consecuencia, consideradas esas obras del primer momento en el contexto y

con perspectiva, Zamacois ingresó en el mundo literario a través de un género sin

prestigio intelectual, pero lo hizo dispuesto a dotarlo de dignidad y, al quedársele

pequeño, pronto rebasó sus barreras, aventurándose por distintos caminos. Ajena a

ello, cierta crítica lo habría condenado a un encasillamiento fatal, reduciéndolo a esa

faceta: la del escritor galante por excelencia. En otras palabras, nuestro autor siguió,

y en buena medida (o sea, en mala medida) todavía seguiría, purgando el éxito co-

mercial que le permitió profesionalizarse. Como si la posición alcanzada por medio

de Tik-Nay y afianzada con El seductor, comportara una etiqueta literaria peyorativa

e inmodificable.

«De indecisión o transición» define Zamacois su segundo momento, «en que el

sentimiento amoroso me preocupa menos, y me aventuré por los pagos del misterio

y la ironía», que va de 1910 a 1925, y está compuesto por más de sesenta títulos de

distintos géneros, narraciones largas y cortas, crónicas, cuentos, teatro, literatura

auto biográfica y crítica literaria. Transición y ahondamiento en las formas del rea-

[XXX] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

53 De mi vida, cit., pág. 92.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXX

lismo sin renunciar por ello a la novela galante, modalidad relegada a las obras me-

nores, las de la lucha cotidiana por la existencia.

El otro, la obra inicial, desarrolla un extraño triángulo amoroso, un triángulo de

ultratumba al modo de la novela gótica y en la estela de Espirita de Gautier54. Ade-

lina y el barón de Nhorres, su amante, asesinan al marido, el doctor Riaza, director

de un manicomio, hombre cruel y retorcido, temido en vida y aún más temido en

muerte, omnipresente cuando creían haberse librado de él. El peso de la culpa, la

carga del terror. Riaza los anula, y también impone su presencia al resto de los per-

sonajes de la novela, entre los que sobresale el sepulturero Bonifacio Crespo, obvio

trasunto del Lorenzo de las Noches lúgubres de Cadalso. Novela opresiva, el protago-

nismo corresponde al poder del más allá, lo inasible y los terrores, asuntos y clímax

de varios relatos cortos del «primer momento», con lo que volvemos a los apunta-

mientos y a las pervivencias de unos momentos en otros, con novelas galantes en vís-

peras de la guerra incivil y anticipos de misterio en los años iniciales.

Entre El otro y La opinión ajena se aprecia continuidad, no ruptura, puesto que

esta última novela es asimismo psicológica, aunque en clave irónica —ironía de de -

senlace cruel—, con el terror del más allá sustituido por el terror del más acá, en-

carnado por la dictadura del «qué dirán», férreamente asentada en un poblachón

manchego imaginario: Serranillas, situado en los aledaños de Almodóvar del Cam-

po y Valdepeñas, espacio que remite al Quijote, huella patente, así como la del Gal-

dós de Doña Perfecta (obra publicada por Zamacois en un aventura editorial fran-

cesa que consideraremos más adelante).

A don Higinio Perea, acomodado en su mediana hacienda, le toca la lotería, y

ese suceso le saca de sus casillas, esto es, le mueve a rebasar las bardas del lugar, em-

pujado por el «qué dirán» a viajar a París, obligado por el «qué dirán» a inventarse

la fantasía de un asesinato y, en definitiva, inducido por el «qué dirán» a someterse

a una operación de resultado funesto. En resumidas cuentas, esta sería la novela de

la consagración del prisma de la ironía, pero no en simple función de humorada,

GONZALO SANTONJA [XXXI]

54 Teófilo Gautier, Espirita, traducción de Diodoro de Tejada, Madrid, Librería Alfonso Durán, 1866, de nuevo

traducida, prologada y anotada por Guillermo Carnero, Barcelona, Edhasa, 1971.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXI

antes bien en calidad de elemento crítico, revelador de miserias, vanidad, debilida-

des y pequeñeces y del peso insuperable de usos y costumbres opresivos, puntales

del orden social establecido.

Así pues, Zamacois, siendo el mismo, ya era otro, lo reconozca o no la opinión

ajena.

Otro, en primer lugar, por los temas, novelista del drama de la emigración en

Europa se va y novelista que vuelve al enigma del más allá, en la estela de El otro, en

El misterio de un hombre pequeñito, afortunadísima conjunción de fantasía y realis-

mo, con una historia de espíritus ambientada en el lugar salmantino de Puertopu-

mares en la ficción, y en la realidad posiblemente Béjar, porque las referencias son

inequívocas.

Otro, también, por la intención, paulatinamente acentuada la preocupación so-

cial y la carga de denuncia: «Aquello era la España que se iba», explica en Europa se

va, «la patria vieja, desilusionada, empobrecida por los criminales errores de sus go-

biernos», carne de cañón, desheredados a quienes el sistema marginaba y a quienes

una sociedad complaciente y cómplice volvía la espalda: «Aquellos centenares de

hombres emigraban de noche, solos, olvidados de las autoridades, despedidos por la

indiferencia glacial de la ciudad dormida»55.

Otro por los ambientes: historias desarrolladas más allá y más acá de Madrid y,

sobre todo, en ausencia de los escenarios galantes, tierras adentro de la Meseta. «A

intervalos, sacando tiempo no sé de dónde, me retiraba a vivir breves temporadas

en pueblos de Castilla, con el objeto de ir reuniendo las observaciones y paisajes que

utilicé en Traición por traición […], y que posteriormente me permitieron trazar el

escenario de Las raíces»56. Horizontes dilatados, paisaje y paisanaje, tradiciones y

costumbres, tipos y modismos: las novelas de Zamacois rompían el círculo y pasa-

ban al regeneracionismo y el 98.

Y otro, fundamentalmente, por la técnica y el estilo, profundizando en la novela

caleidoscópica y polifónica, en suma de historias fragmentarias (Europa se va, Me-

[XXXII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

55 Europa se va, séptima edición, «(única refundida por el autor)», Madrid, Renacimiento, (s.a.), pág. 59.

56 Un hombre que se va, cit., cap. xxvi, pág. 417.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXII

morias de un vagón de ferrocarril, Una vida extraordinaria), y con la expresión depu-

rada, progresivamente apartado de los excesos retóricos, de la ganga y el artificio

inherentes a la novela galante, deudor en esto del modernismo. Unas veces inserta

en el relato novelas cortas, sabiendo fundirlas con habilidad; otras, en cambio, pro-

cede al revés, independizando en novelas cortas algunos fragmentos.

Ahora bien, otro y el mismo cuando en Una vida extraordinaria, las memorias

de Luis Leal y Donaire, barón de San Félix, libro andariego y autobiográfico, reto-

ma los ambientes aristocráticos y los decorados galantes, en sucesión de aventuras y

lances amorosos, frívolos y evanescentes, al margen de la realidad, por encima de los

problemas. Leal también, si se quiere, a los donaires.

El ciclo de Las raíces, tres novelas de las ocho o diez que llegó a plantearse (la he-

rida de la guerra y el tajo del exilio, ya lo he señalado, cercenaron el proyecto), inicia-

do con ese título (1927), continuado por Los vivos muertos (1929) y concluido con El

delito de todos (1933), sitúa a Zamacois, junto al Felipe Trigo de El médico rural (1912)

y Jarrapellejos (1914), en el punto de enlace entre los regeneracionistas y la novela so-

cial de los años treinta, precursor asimismo del tremendismo de la posguerra y de la

novela social de los años cincuenta. El novelista desaparece de unos relatos que ya no

interrumpe con las apostillas inhábiles del primer momento, acentúa la sobriedad del

lenguaje y crea universos cerrados (un pueblo hundido en la miseria, Carrascal

del Horcajo; el mundo sórdido de los penales y el Madrid miserable de mendigos y

meretrices), condenados al imperio de la violencia, con los tres relatos articulados en

torno a la familia Santoyo, dos hermanos molineros, réplicas de Caín y Abel, perso-

najes sumidos en la degradación y en el fango, astillas sin fuerza en el vendaval del de-

lito y arrastrados por la culpa de todos, delito y destino heredados por las raíces, vivos

muertos en suma. El mejor Zamacois alienta en estas obras de madurez.

En este sentido, El asedio de Madrid (1938), novela de circunstancias —y de qué

circunstancias—, literariamente implica un paso atrás y en otros aspectos levanta

muchas perplejidades, con Zamacois admitiendo e implícitamente elogiando «lan-

ces» como los que siguen, fruto de una «conversación [que] era animada», contados

«con moderación» en un cuarto de guardia:

GONZALO SANTONJA [XXXIII]

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXIII

«Allá por diciembre —dijo uno—, hallándome con mi Brigada en el frente del

Pardo, a un compañero, mientras dormía, le quitaron el capote. El perjudicado, co-

mo ignoraba quién fuese el ladrón, se calló. Horas después un muchacho extremeño

[…] se presentó al comandante. “Vengo —le dijo— a que me mande usted fusilar”.

Dice el comandante: “¿Por qué…?”. Contestación: “Porque he deshonrado mi uni-

forme”. Y el otro: “¿Qué hiciste?”. Respondió: “Lo peor que puede hacerse: robar a

un camarada, y quiero que me maten; así escarmentarán en mí los demás”.

Un circunstante indagó:

—¿Y le fusilaron?

—Era su gusto —concluyó el narrador— y era de justicia.

—Yo sé —dijo otro— un caso más raro aún que ese: el de un miliciano de la co-

lumna Durruti que se presentó en la cárcel de su pueblo para ver a su padre, preso

allí por fascista, y en teniéndole delante le pegó dos tiros.

Impresionado vivamente, Juanito Muñoz tomó la palabra:

—No sé —dijo— cuál de esos dos episodios supera al otro. Ambos me demues-

tran que al calor de nuestra revolución está forjándose un código nuevo. El pri mero

es un caso asombroso de autoeducación moral, porque el delincuente, sin estímulo de

nadie, se aplica el castigo que cree merecer. El segundo atestigua la existencia de hom-

bres capaces de inmolar a un ideal sus afectos más entrañables. Ese miliciano de

Durruti me recuerda el sacrificio de Guzmán el Bueno; pues si este, por defender a

España, dejó inmolar a su hijo, aquel por la misma sagrada razón mató a su padre»57.

Autoeducación moral, el vuelco de las revoluciones. ¿Resultado? Un suicidio,

unos verdugos y un parricidio. ¿Un código nuevo? Va de suyo que no cabe identi-

ficar las opiniones de los personajes con la del autor, pero El asedio de Madrid agra-

via con expresiones matoniles («la policía apiolaba a los cuarenta y siete falangistas

que intentaron asaltar Radio España», pág. 152) y con justificaciones de crímenes

sórdidos. Así cuenta e interpreta el asalto a la Cárcel Modelo, antesala de los críme-

nes de Paracuellos:

[XXXIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

57 El asedio de Madrid. Barcelona, AHR, 1938, págs. 392-393.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXIV

«Una mañana Madrid supo que parte de la cárcel Modelo estaba ardiendo. El si-

niestro era intencionado. Lo provocaron unos presos de acuerdo con elementos de la

quinta columna. Estaban armados y se proponían, aprovechando el tumulto que el in-

cendio había de causar, matar a los celadores y huir. No lo lograron. Avisado a tiempo

el pueblo, en tropel, cercó la prisión, la ganó por asalto y dio muerte a los sublevados.

Allí cayeron Melquíades Álvarez, el tristemente conocido doctor Albiñana y otros figu-

rones. Pero estas podaciones no bastaban; el cáncer que roía la vida nacional empeoraba

y el daño se aliviaría únicamente cuando el bisturí justiciero penetrase muy hondo»58.

Eufemismos («dio muerte», «podaciones»), insultos a los asesinados («figurones»)

e incitaciones (que «el bisturí justiciero penetrase más hondo»). Asediado en Madrid

y testigo en la Sierra de infinidad de atrocidades y pérdidas («—¿Cómo va el pleito

en la Sierra? / —Regular / —¿Cae mucha gente nuestra? / —Mucha», pág. 143), na-

da presagiaba tanta radicalidad en Zamacois, orientado al anarcosindicalismo, fer-

voroso de «la palabra quemante, llama viva» de Dolores Ibárruri59, entusiasta del

Quinto Regimiento60, encantado con la «certera labor depurativa»61 de las diversas

policías partidistas; complacido por las «tempestades de aplausos» levantadas en los

frentes por los fusilamientos en la retaguardia e identificado con el «peso abrumador

de la ley», impuesta por unos nuevos tribunales de justicia cuyas sentencias se ajus-

taban a los decretos del pueblo, legislador riguroso de lo que había de ser.

Novela coral, protagonizada por el pueblo madrileño, el relato cobra cuerpo a tra-

vés de los diálogos establecidos entre el taxista Juanito Muñoz y su mujer Purita, ca-

misera, inmersos ambos en la atmósfera de tensión de los días previos al desencade-

namiento de la guerra, arrastrados por el vendaval que desembocó en la toma del

Cuartel de la Montaña e inopinadamente transformados en combatientes voluntarios

en la Sierra. Primero se marchó él, «emborrachado por el aturdidor huracán» de la

GONZALO SANTONJA [XXXV]

58 Ibídem, pág. 141.

59 Ibídem, pág. 130.

60 Ibídem, págs. 139-140.

61 Ibídem, pág. 132.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXV

violencia, pero enseguida lo secundó ella y allí libraron los dos un encuentro cuerpo

a cuerpo sobre el «campo oscuro», acogedora laTierra y el sembrador afanado62.

Trescientas páginas más adelante, trufadas de alegatos y arengas, la novela conclu-

ye. Juanita cumple su «deber de parir», Juanito improvisa frases épicas: «Madrid re-

nace en ti. En tus entrañas está amaneciendo. Date prisa. En estos momentos sería

de mal agüero que nuestro hijo naciese ahogado». «Fin: Madrid, noviembre, 1938»,

datación que implica cierta hipérbole magnificadora, dado que Zamacois, evacuado

antes de Madrid a Valencia, había seguido los pasos del Gobierno republicano. Así

lo detalla en sus memorias.

«En Valencia estuvimos», puntualiza, «hasta que el Gobierno se trasladó a Bar-

celona», exactamente el 30 de noviembre de 1937, donde vivió tensiones, padeció

necesidades y soportó bombardeos que a la postre desembocaron en la toma de la

ciudad por las tropas franquistas el 26 de enero de 1939, encaminado hacia el exilio

casi en el último momento por un golpe de suerte y atrevimiento63.

Con este calendario, El asedio de Madrid, que no alcanzó a publicarse en Valen-

cia «por falta de papel», vio la luz casi de milagro y gracias al empeño de Eduardo

Rubio, «quien luego fue mi mejor amigo»64, «propietario y director de Mi Revista»

(Barcelona), quincenal en aquellas circunstancias de lujo y verdaderamente sui gé-

neris65, ácrata y de variedades, integrador de firmas liberales (Diego de San José, Ro-

[XXXVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

62 Ibídem, págs. 133-136.

63 Refugiado con su mujer en la Embajada de México, colmada de gente desesperada y abandonada por los di-

plomáticos, en medio de la noche «inesperadamente se produjo el milagro: en el silencio negro retumbó la voz fuer-

te, nerviosa, de un hombre: / —¡El señor que va a Le Perthus! […] El coche está listo. / Nos habíamos salvado. Me

levanté de un brinco. / —¡Aquí estoy! —grité—. / Agarré a Matilde de un brazo y tirando de ella y tropezando con

los pies de los dormidos, gané la puerta, donde el llamante esperaba a alguien que no era yo», y así llegaron «a corta

distancia de La Junquera», donde se quedaron sin gasolina, trance solucionado por un nuevo golpe de fortuna: «En

aquel momento pasaba un coche de la Embajada inglesa, que nos recogió y llevó a la frontera»; Un hombre que se

va, cit., págs. 453-454.

64 Ibídem, cap. xxix, pág. 451. Y ese «mi mejor amigo», además de El asedio de Madrid, publicó una nueva edi-

ción de Las raíces.

65 Barcelona, 15 de octubre de 1936-5 de diciembre de 1938, cincuenta y cuatro números y tal vez alguno más,

con profusión de ilustraciones («Ilustración de actualidades», reza el subtítulo), buen papel y muchas páginas, entre

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXVI

berto Castrovido, Pedro de Répide, Antonio Zozaya, Gonzalo de Reparaz) y de al-

gunos valores nuevos (Gabriel García Maroto, editor inicial de Federico García Lor-

ca, o Nicolás Guillén66) junto a los históricos de la intelectualidad anarcosindicalista

(Ángel Samblancat, su editorialista, el doctor Félix Martín Ibáñez, Fernando Pinta-

do, editor de La Novela Roja, el dibujante Helios Gómez o Alfonso Vidal y Planas),

partidario de las colectivizaciones pero al tiempo exaltador de Líster y entusiasta de

Hollywood y la Paramount, volcado con sus actores y singularmente «con sus chi-

cas», sin olvidarse por eso del cine español67. En fin, las paradojas pueden extremar-

se, porque Mi Revista, revolucionaria y recelosa del catalanismo68, compatibilizó esa

actitud con una «Página financiera», con reseñas frívolas, con gitanerías poéticas y

hasta con una sección fija («Lo que gusta a las mujeres») imbuida de un feminismo

galante y tradicional a cargo de Rosa Blanca («para hacerse amar de los hombres»,

mejor las lágrimas que los gritos, en verano favorecen los vestidos de punto, etc.),

galimatías número a número heterodoxamente resuelto con desenfado.

Tiempo confuso y, en cuanto tal, abocado al riesgo, la zozobra y los sustos, Rubio

dispensó a Zamacois su último asidero literario en España, con colaboraciones a su

GONZALO SANTONJA [XXXVII]

cuarenta y ochenta por entrega, con el hito de sendos monográficos sobre Madrid (15 de octubre de 1937), el primer

año de guerra, el Ejército Popular y México (1 de enero de 1938), que respectivamente se acercaron a cien, ciento

cincuenta y doscientas. En cuanto al precio, empezó a sesenta céntimos (núms. 1-8), y a continuación registró su-

cesivos incrementos: 1 peseta (9-21), 2 pesetas (22-38), 2,50 (39-45) y 3 pesetas (46-54), con los especiales en pro-

porción, a 10 y 15 pesetas, siempre por debajo del mercado, con publicidad (directa e indirecta, amplios reportajes

sobre ciudades como Alcoy o Gerona) y, según sus repetidas afirmaciones, con aceptación y tiradas considerables,

aunque de cuantificación imposible.

66 «Sirenas en París y aviones sobre Londres», Mi Revista, Barcelona, núm. 48, 1 de septiembre de 1938, pág. 15.

67 En las últimas entregas anunciaron un número especial, íntegramente dedicado al cine español de la guerra,

similar al consagrado a México. Parece que la derrota de la República en Cataluña acabó con el proyecto, ya en im-

prenta, aunque no resulta descartable que llegara a publicarse.

68 Para cerciorarse de ello basta con reparar en la página 3 del número 8 (febrero de 1937), ocupada por un re-

trato de Companys, presidente de la Generalidad de Cataluña, acompañado por esta nota: «Pretendíamos que el

presidente Companys nos dijera qué opinaba de la CNT y de la FAI dentro y fuera del Gobierno: pero el presidente

Companys, por ahora, no puede decirnos nada de la CNT y de la FAI, ni dentro ni fuera del Gobierno», limitán-

dose a entregar a sus redactores «mi retrato» lacónicamente dedicado. «Nada más», concluye la nota, «y aquí lo tie-

nen ustedes. ¡Nada más!».

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXVII

voluntad y una sección fija, con algún punto de ironía y hasta de provocación inge-

nua en el título: «Las emboscadas de la ilusión»69, porque el término emboscada/em-

boscados registraba entonces las peores resonancias. De hecho, el escritor lo habría

pasado mal de no mediar a tiempo el doctor Negrín, presidente enérgico de una Re-

pública en trance de consumación, que le libró de unos peligros nada menores por

medio de una estratagema de por sí ilustradora del signo torvo de la situación.

Pues sucedió que, republicano por libre y novelista social, alguien recordaría el

pasado galante de Zamacois y quién sabe qué otras decadencias. Por ese vericueto de

las denuncias anónimas, Zamacois, en su ignorancia, rozó la tragedia cuando más

entretenido estaba con las tertulias de Mi Revista, reducto que en resurrección de

tiempos pasados le tributó un banquete de homenaje con motivo de la publicación

de El asedio de Madrid 70, celebración inimaginable en aquella coyuntura de hambre

y necesidades, fruto de los «ardides nunca revelados» de Rubio71. El escritor pasa de

puntillas por aquella penalidad, velando nombres y detalles, como si andados los

años prefiriese callar, aún con el susto a cuestas:

«Pasaron unos días, a tiempo que Matilde, Enrique y yo nos sentábamos a al-

morzar, varios desconocidos rodearon nuestra mesa. Venían a detenerme. Les pre-

guntamos el motivo.

—Ahora —respondieron— no podemos decirlo; más tarde lo sabrán.

Como toda resistencia era inútil, subí con ellos al automóvil que traían. Trans-

currido un rato, ya en las afueras de la ciudad, mis aprehensores me tranquilizaron

diciéndome que, no obstante haberme detenido, no estaba preso. No les entendí.

[XXXVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

69 «Las emboscadas de la ilusión», serie «escrita especialmente para Mi Revista», comenzó en el número 42, co-

rrespondiente al 1 de junio de 1938 («Sinfonía en tono menor», págs. 41-42), y salió con intermitencia hasta el final

de la publicación, con «Rumbo a Costa Rica», en el 54 (1 de diciembre de 1938, págs. 17-18). A falta del 43 en las

colecciones consultadas, salió en los números 44-45, 46 («Por tierras salvadoreñas»), 47 («Desembarcamos en Ni-

caragua»), falta en el 48, y sigue en el 49, 50 y 51-52 («Donde la tentación asoma»), para fallar de nuevo en el 53.

70 Mi Revista, núm. 53, 15 de noviembre de 1938, con fotografía de los asistentes al banquete (los redactores

más Ruiz Villaplana y dos militares) y reseña de la novela de Máximo Silvio.

71 Un hombre que se va, cit., cap. xxix, pág. 451.

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—El doctor Negrín —aclaró uno de ellos— supo anoche que hoy, a mediodía,

iban a encarcelarle a usted, y para evitarlo nos ordenó prenderle antes de que lo ha-

gan los otros. Ahora le llevamos a Pedralbes, residencia del doctor Juan Negrín, y

allí estará usted mientras dure el peligro».

«Los otros», ¿quiénes? Volviendo a los peores momentos del verano/otoño especial-

mente sangriento del 36, a tal decisión dominada la retaguardia por patrullas patibu-

larias, los incontrolados campaban a su trágico arbitrio por una Barcelona en negro,

sometida a las razias desmoralizadoras de la aviación enemiga y paralizada por el fuego

criminal de los camaradas, sangrantes las heridas de la guerra interna de mayo del 37.

Zamacois, por fortuna, se libró de esas cárceles que con tanta, ingenuidad, exaltó, pre-

cisamente, desde las páginas de Mi Revista 72. Poco después, y ya vencida la edad de la

jubilación, cruzó la frontera con lo puesto, no hijo ni padre sino abuelo de la diáspora.

Zamacois, entonces, se reinventó sin novelas. El escritor se había quedado en España.

III

Obra abundante la de Zamacois, fundamentalmente narrador, pero también en-

sayista, dramaturgo, crítico literario, biógrafo y periodista, autor de libros de viajes

y de una obra autobiográfica de importancia. Examinada su narrativa, ahora nos

ocupará su obra autobiográfica, teatral y viajera.

La peripecia vital de Zamacois siempre impregnó su escritura. Permítaseme re-

cordarlo una vez más: «Soy enemigo de inventar». Su obra autobiográfica propia-

GONZALO SANTONJA [XXXIX]

72 ¿Ingenuidad? ¿Desinformación? Lo cierto es que Zamacois se deja arrastrar por la incivilidad: haciendo for-

mar a los presos («rebaño asustado»), las autoridades los instan a pasarse de bando. Muchos aceptan, otros se man-

tienen en sus convicciones, atrincherados en el silencio frente a las arengas. Y esa firmeza merece este comentario:

«Del silencio y de la actitud pasiva, desganada, de toda aquella taifa dedujimos que no eran fascistas convencidos,

sino un hato despreciable de abúlicos y de cobardes que prefería la vida embrutecida, pero sin riesgos, de los campos

de concentración a las viriles emociones de la línea de fuego»; «En Vallbona de Las Monjas», Mi Revista, núm. 50,

1 de octubre de 1938, págs. 13-14.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXIX

mente dicha, cifra y resumen de infinidad de fragmentos narrativos, relatos, artícu-

los y crónicas periodísticas, comprende tres títulos: Años de miseria y de risa. Escenas

de una vida en que sólo hubo erratas (Madrid, Biblioteca Hispania, 1916), Confesiones

de «un niño decente» (Madrid, Renacimiento, 1922) y Un hombre que se va (Barce-

lona, AHR, 1964), que engloba los dos precedentes y fija ese final al que acabo de

referirme, porque, terminada esta, el autor, sintiendo que «lo he dicho todo», se ne-

gó «el derecho a seguir escribiendo»73. Hombre elegante y bohemio de buen tono

cuando la vida le puso en esa tesitura, desenvuelto pero no hampón, Zamacois echó

el cierre literario con dignidad admirable. Más de ciento treinta libros y miles de ar-

tículos desembocaron en esta declaración, estampada en el cierre de Un hombre que

se va, obra a mi juicio lúcida y medida o, si se prefiere, medida por lúcida, con la

piedad y el decoro como explicación implícita de algunos silencios:

«En el reloj de nuestra vida hay un segundo, el último, aquel en que el corazón

se detiene. El gráfico de ese segundo es el punto, el más pequeño de los signos or-

tográficos. Ese punto acabo de ponerlo yo, al final de este libro, y en el acto mi alma

se llenó de silencio y de ocaso. […] Consiguientemente, mi misión ha concluido.

Me voy. Lo he dicho todo. Soy un hombre sin secretos; me he quedado vacío, y este

no tener ya nada que contar me niega el derecho a seguir escribiendo. Tengo la im-

presión de que me he suicidado.

Con esto llego al fin de mis Memorias. No vale seguir… En todas las estaciones

ferroviarias hay una sala de espera, llamada de pasos perdidos, en atención a que los

que allí se dan no conducen a parte ninguna, y yo ahora, recordando los muchos que

di buscando algo inefable que no llegó nunca, pienso que acerté al hacer de mi vida

un pasatiempo y una canción; porque, como nada conduce a nada, la vida…, ¡toda

la vida!…, no pasa de ser una sala, una inmensa sala, de pasos perdidos».

Buenos Aires, enero de 1964: fin. Zamacois, fiel a su palabra, se retiró. Un pasa-

tiempo, así entendía su vida. Como Cervantes su gran libro: «Yo he dado en Don

[XL] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

73 Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, pág. 495.

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Quijote pasatiempo / al pecho melancólico y mohíno, / en cualquiera sazón, en todo

tiempo»74. Nada más, nada menos. En el capítulo inicial de esas memorias, el autor

destaca que «todas las noches, hasta que cumplí doce años, mi padre me dormía le-

yéndome el Quijote, la Historia de Gil Blas de Santillana o las Aventuras del joven Te-

lémaco». Primero el Quijote, fortunas y sinsabores, Sierra Morena, la penitencia de

Beltenebros…, él se dormía escuchando, con los sueños ennoblecidos y la imagina-

ción disparada75. Un pasatiempo, una canción. Por eso, aunque lo inefable no lle-

gara, «pienso que acerté». Pasos perdidos, pasos ganados.

A juicio de Federico Carlos Sainz de Robles, prologuista de Un hombre que se va,

«la confesión de Eduardo Zamacois no puede ser tan sincera al detalle como algunos

la desearían»76. No es que no pudiera; el autor ni siquiera se lo planteó. Zamacois fue

a lo sustancial de su vida a través del anecdotario que la explicaba, desinteresado por

el acarreo de miserias o el zafarrancho de menudencias. Ajustó cuentas con Ramón

Sopena y con la viuda de Antonio Galiardo, el capitalista en la empresa de El Cuento

Semanal. Por el editor se sintió maltratado y explotado; la mujer de su socio creyó que

le despojaba de una casa muy suya. Y poco más, muy poco. Por lo general prefirió vol-

ver página, fiel a la memoria de los olvidos, y además, conviene subrayarlo, inducido

a ello por la censura franquista. Zamacois quería publicar y publicó el libro en España,

y eso le llevó a no aventurarse por las arenas movedizas de la contienda incivil.

A cambio de dichos olvidos esta literatura autobiográfica revela el proceso de

educación de un niño decente, detalla la formación de un escritor, relata desde den-

tro los entresijos del mundo editorial y literario, explica la fascinación de París, des-

menuza la bohemia en clave de ironía o, entre otros aspectos, traza el inventario del

descubrimiento americano, no insiste en la guerra y da cuenta del exilio de un es-

critor deliberadamente apartado de los ambientes políticos, transterrado del éxodo

que, frente al horizonte del llanto, permaneció aferrado a la vida como pasar-del-

tiempo. Y así nos ofrece, en definitiva, unas memorias distintas.

GONZALO SANTONJA [XLI]

74 Viaje del Parnaso, cap. iv, vv. 22-24.

75 Un hombre que se va, cit., cap. i, págs. 30-31.

76 Ibídem, prólogo, pág. 12.

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El apartado teatral comprende siete comedias, un drama y cuatro libros de va-

riedades, con artículos de prensa, entrevistas, estudios de interpretación (sobre Ma-

ría Guerrero, Enrique Borrás o su amante Ramona Valdivia, con quien compartió

el primer viaje americano) y anécdotas chispeantes, mundanas y benévolas, todo

ello en la onda de lo galante, salvo Presentimiento (1915), pieza de un acto de inten-

ción dramática «que recuerda La intrusa de Maeterlinck», cuyo estreno en el Infanta

Isabel significó un fracaso rotundo, aunque luego corriese mejor suerte77.

Atraído desde niño por el teatro, la primera de dichas obras, Lo pasado, data de

1902. Recogida en De mi vida (Sopena, 1903), es un breve cuadro representable y

remite a un modo de hacer inicial del que ofreció repetidas muestras en Vida Ga-

lante, del mismo modo que El aderezo y Rebeldía, adaptación de la novela Incesto,

responden a la impronta expansiva de El Cuento Semanal y aparecieron en sendas

colecciones de quiosco, El Libro Popular (1912) y Los Contemporáneos y Los Maestros

(1914).

Mayor interés presentan Nochebuena (estrenada en el Romea la Nochebuena de

1908), El pasado vuelve y Frío (1909), comedias agrupadas en libro bajo el título

—bien explícito— de Teatro galante (Madrid, Antonio Garrido, 1910), mas galan-

tería corroída de tristeza, con el problema de la soledad y los estragos del tiempo co-

mo materia de fondo. «Así son los hombres», reflexionó en la semblanza dedicada a

la actriz Amalia Colóm78, «y más que los hombres los artistas: risa y llanto, pasión

y olvido, sacrificio y desdén, todo revuelto, todo frívolo, todo deprisa y a flor de

piel; todo teatro, en suma». Desde la Nochebuena oficial, fiesta de alegrías obliga-

das, a la nochebuena del apagamiento, con la alternativa de la borrachera y la des-

memoria: «El vino se lleva los recuerdos, y una noche sin recuerdos… ¡Nochebue-

na!», concluye. De la frivolidad al horror vacui, Zamacois indaga el otro lado del

tópico y la superficialidad, creando personajes con vida interna y contradicciones.

[XLII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

77 Primero se representó una obra de cuatro actos y a continuación la suya, ya a una hora avanzada y sin cambio

de decorado. «El público no quiso oírla», concluye, «estaba cansado y el cansancio es mal humor. […] Esa noche

el público fue injusto. Presentimiento gustó después y María Teresa Montoya […] lo incorporó en su repertorio»;

ibídem, cap. xviii, pág. 333.

78 Años de miseria y de risa, cit., xxiii, págs. 313-321.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLII

Obras bien planteadas y alegrías engañosas, con apariencia de broma y realidad

de veras, las tres le depararon triunfos sonados y una parte de la crítica apreció «en

ellas mi propósito de formar un género particularísimo, atrayente, de aventureros y

cortesanas», en concordancia con su novela galante. A pesar de dibujársele unas

perspectivas halagü� eñas, el autor, dramaturgo nuevo y en vías de consagración,

abandonó de inmediato ese camino, quizás disuadido por la tensión de las jornadas

previas al estreno y por la inquietud padecida durante las representaciones79.

Lo suyo era la narrativa. La narrativa y el placer de andar, pasiones conciliadas.

Zamacois confiesa tres grandes placeres: las mujeres, los viajes y los libros, afirmado

en los tres. Entre la novela y la literatura del caminante se aprecian puntos de unión:

escribe de lo vivido, y entre el paisaje y el paisanaje, enseguida se decanta por este,

atraído por el hombre común y corriente, el hombre de la calle o el hombre del

campo: «El pueblo, las clases trabajadoras y pobres», precisa. Y no lo hace bajo el se-

ñuelo de afanes exóticos, sino por el deseo de llegar al fondo de cada cultura: «Entre

esas gentes sencillas, que no viajan y leen poco y viven sujetas a la tierra, es donde

con más robustos y limpios perfiles se guardan las costumbres típicas de cada país»80.

Con nostalgia de la vida andariega, el autor de Dos años en América (1910), La

alegría de andar (1920) y De Córdoba a Alcazarquivir (1922) combatió en Barcelona

las angustias de los estertores de la guerra incivil española con los artículos viajeros

en Mi Revista de «Las emboscadas de la ilusión», marbete esclarecedor: frente a las

oscuridades de una ciudad cerrada, pasto de incontrolados y sin defensa ante los

bombardeos, la ilusión, irrenunciable aunque emboscada, de la inmensidad de

los mares y la infinitud de los cielos. Conocer gentes, pisar otras tierras. Evadirse,

alejarse. Adquirir cabal dimensión de la pequeñez del hombre. «Caminante son tus

huellas / el camino y nada más», que cantó Machado. Interpelado por los afanes que

años antes lo arrastraron al Río de la Plata, respondió con dos preguntas: «¿Es que

un hombre inteligente y trabajador no puede vivir en todas partes? ¿Es que a Buenos

GONZALO SANTONJA [XLIII]

79 Teatro galante, Madrid, Antonio Garrido, 1910, prólogo del autor, págs. 5-11.

80 Dos años en América. Impresiones de un viaje por Buenos Aires, Montevideo, Nueva York y Cuba, Barcelona,

Maucci, 1910, pág. 177.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLIII

Aires sólo debemos ir a ganar dinero?»81. Caminante en estado puro, esta parcela de

su obra, a mi juicio, no ha perdido vigencia.

IV

«Director de revistas, fundador de editoriales, inventor del género de la novela

corta», señalé al comienzo de estas páginas. Tratando de Zamacois, siempre se incide

en Vida Galante, revista señera y de presencia notoria. Nada que objetar al respecto,

salvo que Vida Galante supuso un punto y seguido, no un punto inicial.

Lo primero fue El Libre Examen, periódico de riesgo, al principio lanzado en so-

litario, contra viento y marea, por Carlos Chíes, hijo de Ramón Chíes, editor junto

a Fernando Lozano Demófilo de Las Dominicales del Libre Pensamiento, semanario

anticatólico, masón y republicano, de vida dilatada y azarosa (Madrid, 1883-1909),

secuestrado por norma y hasta por hábito82, en el que «durante mucho tiempo» Za-

macois colaboró «gratuitamente» a su pesar y con disgusto creciente, porque «poner

mis cuartillas al nivel de lo que los comerciantes llaman muestras sin valor me dis-

minuía a mis ojos»83. Ese disgusto le movió a apartarse de la revista; luego pasaron

[XLIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

81 Ibídem, pág. 8.

82 El periódico conoció dos etapas, integrada la primera por más de ciento cincuenta números y explicado el

tránsito en una nota editorial, «Nuestro calvario» (15 de julio de 1900), que pintaba una situación imposible: «Los

cinco últimos números de Los Dominicales han sido secuestrados; cuatro de ellos por denuncia; el último por equi-

vocación, puesto que no ha sido denunciado. Amén de ello, el gobernador de Madrid nos ha multado pretextando

una nimiedad […]. Suman muchos miles de duros los daños y perjuicios que estos abusos del poder llevan produ-

cidos a nuestro periódico. Del centenar de procesos que se nos habrá formado, sólo de ocho años acá, no han pros-

perado más que dos o tres. En los demás, los gobiernos han procedido injustamente, pero nadie nos ha indemni-

zado de los daños causados». En esas condiciones, con la empresa descapitalizada, Demófilo (Chíes había fallecido)

lanzó una campaña de suscripción de acciones a 50 pesetas y llamó a «los propietarios a contribuir con cinco cén-

timos durante seis meses». Esto le permitió reanudar la publicación el 7 de febrero de 1901 con el título de Las Do-

minicales. Semanario Librepensador, «sostenido por almas luminosas» (aclaración añadida en el núm. 84) y al año

siguiente autoproclamado «Órgano de la Federación Internacional de Librepensadores de España, Portugal y Amé-

rica Íbera» (10 de octubre de 1902).

83 Un hombre que se va, cit., cap. iii, pág. 67.

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algunos años y, acentuada «mi vocación de escritor», decidió «tener una imprenta,

como Balzac», con su madre de capitalista, y en esas, inmerso en el negocio, se le

presentó en el local Carlos Chíes, hijo de Ramón Chíes, a quien recordaba con gra-

titud.

La conversación se encauzó enseguida: «Carlos había fundado El Libre Examen,

semanario ultraizquierdista, de ocho páginas, y pretendía que yo le ayudase. Tiraba,

me dijo, dos mil ejemplares, y estaba cierto de que nos daría fama y dinero», pro-

fecías que resultaron ciertas, pero ciertas a la viceversa: fama en ruido y disgustos

(«el lápiz del fiscal no nos daba cuartel; la policía secuestraba casi todos los núme-

ros»), dinero en números rojos («nuestros corresponsales no pagaban, los suscripto-

res tampoco») y deudas, con los tipógrafos a la cuarta pregunta y el taller sobrevi-

viendo a duras penas gracias a diversos encargos, algunos beneficiosos pero fuente

otros de más conflictos. Como el Extraordinario del Liberal Imparcial, «publicación

semiclandestina» cuyos hacedores, en la estela de Chíes, también acudieron a Za-

macois. Al final, «cuando la policía terció en el asunto, tuve que malvender la im-

prenta»84.

Poco después, con diecinueve años, ya casado con Cándida y en relaciones con

Matilde Lázaro, joven viuda recién desposada por poderes con un comerciante ha-

banero, la necesidad de desaparecer (anunció su llegada el marido de Matilde, em-

barazada) y la atracción del mito literario le encaminaron a París, viaje costeado

por la primera edición de Punto negro, tres mil ejemplares comprados «a bajo pre-

cio» por el librero Fernando Fe85. En la Ciudad Luz, «centro espiritual del planeta»

para Azorín, juicio generalizado del que sólo disentiría Pío Baroja («¡Si la capital

francesa es una ruina intelectual y literaria después de la derrota de 1870! ¡Si lo úni-

co que quieren los parisienses es fare bella figura, impresionar!», escribió en La Voz

de Guipúzcoa), donde recibió la noticia de la muerte de su amante, víctima del par-

to, llamó a las puertas de la editorial Garnier, asidero de tantos españoles, exiliados

políticos o intelectuales en fuga del ambiente español, así Nicolás Estévanez, exmi-

GONZALO SANTONJA [XLV]

84 Ibídem, cap. iii, págs. 69-70.

85 Ibídem, cap. iii, pág. 84.

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nistro de Guerra de la Primera República, como Eugenio d’Ors o los hermanos

Machado86.

Punto negro le reportó cinco o seis mil reales. Parecía mucho dinero, pero lo ago-

tó pronto. Unas semanas de lujo, «de bordonería y despilfarro»; luego las casas de

empeño; después una carta de recomendación —la única que llevaba— para Luis

Bonafoux, la Víbora de Asnières, enemigo acérrimo de Clarín, a quien acusó de pla-

giar a Flaubert, que le aconsejó volver de inmediato a España; por último, la visita

a la Casa Garnier en demanda de traducciones.

—Venía buscando trabajo; yo soy español, periodista…

—Pase usted por aquí y espere; el señor director, Mr. Elías Zerolo, vendrá ense-

guida.

Zamacois entró en el despacho del director y se dispuso a esperar. Los minutos

transcurrían, Mr. Zerolo no llegaba. Incómodo, nervioso, se levantó del asiento;

incómodo, nervioso, volvió a sentarse. Mr. Zerolo seguía sin aparecer. Se incor-

poró de nuevo, presa de la desazón. Entonces reparó en un diccionario enciclopé-

dico. Convocado por el recuerdo de su tío Eduardo, lo abrió por la zeta. Al ins-

tante encontró la entrada correspondiente: «Eduardo Zamacois, célebre pintor

español. Nació en Bilbao en 1840. Murió en París en 1870». Eso era todo, apenas

dos líneas y un tópico insulso: célebre pintor español. Aquello acabó de hundirle.

«Pasarás ignorado, como una sombra», se dijo. Devolvió el diccionario a su sitio

y huyó del despacho. El oficinista que le había franqueado la entrada se mostró

extrañado.

—¿No espera usted a Mr. Zerolo?

—Mañana… Yo vendré mañana.

Aquel fue, concluye Zamacois, «el primer dolor que me dio París»87.

[XLVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

86 Pura Fernández, «La editorial Garnier de París y la difusión del patrimonio bibliográfico en castellano en el

siglo xix», en Tes philies tade dora: miscelánea léxica en memoria de Conchita Serrano, Madrid, CSIC, 1999, págs.

603-612; y Denise Fischer Hubert, «Traducciones españolas de los clásicos franceses publicadas en París (1890-

1930)», en Francisco Lafarga y Antonio Domínguez (eds.), Los clásicos franceses en la España del siglo XIX. Estudios

de traducción y recepción, Barcelona, PPU, 2001, págs. 13-21.

87 Años de miseria y de risa, cit., cap. vii, «En Casa Garnier», págs. 109-117.

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Dolor, al menos este, pasajero. Porque, antes o después, Zamacois regresó sobre

sus pasos, apretado por las privaciones. Y Zerolo, escritor canario, republicano fe-

deralista, partidario de Pi y Margall, le dispensó una acogida cordial, como a tantos

y tantos españoles. Cordialidad, o sea traducciones. El beneficio era mutuo, porque

esos escritores necesitaban de Garnier y Garnier de ellos, empeñada aquella casa en

la conquista del mercado americano del libro, oportunidad formidable de expan-

sión.

De hecho los hermanos Garnier no estuvieron solos en tal empresa. Al contrario.

Los editores franceses competían por ese mercado desde mediados del xix, con mar-

cas como Baudry, Paul Ollendorff, Armand Colin, Louis Michaud, Hispano Ame-

ricana o Privat, entre otras, consiguiendo una penetración notable. Y Garnier se

apuntó unas ganancias pingü� es, superiores a las de «todos los libreros de Madrid

juntos»88. «Muchos miles de duros», según el traductor Miguel de Toro Gómez, au-

tor también de diccionarios y gramáticas bilingü� es, acumuló el fundador de aquella

casa, «que ha llegado a centenario […] sin sentir la necesidad de estudiar la lengua

de Cervantes y sin poder apenas decir a un cliente: ¡Buenos días!»89.

Garnier, en efecto, se hizo con una montaña de beneficios, porque disfrutó del

monopolio del libro escolar y desde esa posición de privilegio desplegó un elenco de

colecciones omnipresentes: Biblioteca de Religiones, Biblioteca de la Mujer, Biblio-

teca Selecta para los Niños y, como joya de la corona, Manuales Garnier. Desde

prontuarios de divulgación científica e histórica a misales y libros religiosos, inclu-

yendo el suculento apartado de gramáticas, guías y tratados de urbanidad. Su gran

Diccionario enciclopédico de la lengua castellana (1895) aseguró la comida a numero-

sos escritores españoles e hispanoamericanos (Gómez Carrillo, Bonafoux, Estéva-

nez, Alejandro Sawa), hasta el punto de que Joaquín Dicenta lo rebautizó Asilo en-

ciclopédico de españoles ayunos, y ayunos a veces de conocimientos, porque en ese

trigal se encuentra un poco de todo: traducciones notables, medianas y pésimas,

GONZALO SANTONJA [XLVII]

88 J. F. Botrel, Libros, prensa y lecturas en la España del siglo XIX, traducción de D. Torra Ferrer, Madrid, Funda-

ción Germán Sánchez Ruipérez, 1993, págs. 645-646.

89 Ibídem, pág. 652.

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precipitadas y repletas de disparates, facturadas en las urgencias del hambre con las

limitaciones de un francés elemental, ampliado sobre la marcha.

Conservadora y partidaria de los clásicos, españoles (Quevedo, Larra, Zorrilla) y

franceses (Balzac, Victor Hugo), Garnier apenas se arriesgó con un puñado de es-

critores peninsulares e hispanoamericanos contemporáneos. Zamacois fue uno de

ellos, amablemente recibido y estupendamente tratado por Mr. Zerolo poco tiempo

después de «aquel primer dolor que me dio París»:

«Otro día saludé a Elías Zerolo. Me recibió bondadosamente, me dio a traducir

un Tratado de pintura y me compró un libro de cuentos y de crónicas —muy me-

diocres— titulado Vértigos. Para ser feliz no necesitaba más»90.

Feliz, de momento. A un franco la página, y a ocho, nueve o diez páginas al día,

Zamacois «sacaba lo estrictamente imprescindible para vivir», y eso cuando lo saca-

ba, porque «escaseaban las traducciones» y la otra fuente de ingresos a la vista, la de

los artículos parisinos para la prensa española, se le resistía, escritor todavía bisoño

del que nadie se acordaba. En esas condiciones «mi destierro comenzó a parecerme

insoportable», así que regresó a Madrid91, donde también se encontró sin sitio, de

modo que enseguida se trasladó a Barcelona. Allí conoció a Ramón Sopena, el hom-

bre que «influyó en mi vida más dañinamente», y juntos crearon Vida Galante, se-

manario ilustrado que causó sensación. Un hombre que se va incluye la crónica de

dicha fundación:

«Sopena quería publicar una revista titulada Vida Galante, que no fuese infor-

mativa como Nuevo Mundo ni tan rosa como Blanco y Negro, los dos grandes sema-

[XLVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

90 Un hombre que se va, cit., cap. iv, pág. 89. El tratado es El pintor. Manual de pintura al alcance de todos (París,

Garnier, 1889, Biblioteca de Utilidad Práctica); Vértigos (París, Garnier, 1899) reúne, en efecto, cuentos y crónicas

y un «capullo de novela» (Amar a oscuras), cuyo único denominador común, señalado por el autor en el prólogo,

será el de que «casi todos fueron escritos deprisa, para salvar un compromiso urgente o una necesidad inaplazable; y

madurados en algunas horas de reflexión febril, instantes de alumbramiento doloroso, de desolación intelectual;

y luego escritos a vuela pluma de un tirón. Por eso hay en ellos desigualdades enormes».

91 Ibídem, cap. iv, págs. 89-90 y 93.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLVIII

narios que se disputaban las simpatías del público; una revista frívola que recogiese

el aroma de alcoba que perfuma la literatura francesa del siglo xviii; una publicación

traviesa, con historias de mujercitas locas y maridos de vodevil, aunque sin audacias

de mal género»92.

Sopena, audaz y visionario, lo aceptó, pero estableció barreras: «Tendrá veinti-

cuatro páginas», pero como editor incipiente, únicamente disponía de entusiasmo,

no de recursos. «Hasta que empecemos a cubrir gastos no podremos pagar colabo-

raciones», advirtió a Zamacois. Ahí estaba el reto: «Serás tú quien las escribas. ¿Te

atreves?». Sin dudarlo mucho (¿acaso podía permitírselo), se atrevió. Y así empezó

la historia de uno de los semanarios más influyentes entre finales del siglo xix y

principios del xx, desarrollada desde noviembre de 1898 hasta diciembre de 1905

conforme a las pautas establecidas por Sopena en aquella conversación, cuyas pa-

labras y planteamiento, puestas en limpio por su socio (seremos «como herma-

nos»), se reconocen en el editorial del número 6: «La Vida Galante cultivará el ver-

so festivo, el cuento alegre, volteriano, la crónica que relata los amoríos y enredos

más sobresalientes de la sociedad que constituye la flor y nata de las grandes ciu-

dades», siempre dentro de «los moldes del más acendrado valor literario» y sin es-

pacio al mal gusto ni incurrir en vulgaridades.

El suceso, como entonces se decía, rayó en lo memorable. Su fórmula de erotis-

mo e inquietud social, de sicalipsis y críticas, con despliegue de imágenes (fotogra-

fías, viñetas, dibujos) insinuando y diciendo, despertó curiosidad, captó simpatías y

fascinó a los lectores. Pero la infraestructura y el diseño se revelaron entonces insu-

ficientes: así como Villanueva y Geltrú, sede de la imprenta, o Barcelona, con la casa

de Zamacois haciendo las veces de redacción.

Con audiencia y difusión nacionales, a finales del verano de 1900 se impuso la

conveniencia del traslado a la capital, decisión anunciada y sostenida con estos ar-

gumentos: «Las publicaciones provincianas, por buenas que sean, nunca tienen la

autoridad y el valioso prestigio de aquellas que en Madrid se publican; ni el variado

GONZALO SANTONJA [XLIX]

92 Ibídem, cap. vii, págs. 150-151.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLIX

carácter, las orientaciones artísticas y el acendrado buen gusto de los periódicos cor-

tesanos»93.

Vida Galante creció en todos los aspectos: de doce o dieciséis páginas en blanco

y negro pasó a veinticuatro con las cubiertas en color. Del autor único a una nómina

amplia de colaboradores: Dicenta, Benavente, Villaespesa, Martínez Sierra, los her-

manos Álvarez Quintero, Juan Pérez Zúñiga, Eusebio Blasco o José Francés; novelas

seriadas de autores nacionales y relatos de autores extranjeros («Cuentos ajenos»),

historietistas incisivos y monigoteros con imaginación, dibujantes de tirón y recla-

mo, hoy pasto del olvido, como Teodoro Gascón, Vicente Tur, Karikato, Méndez

Álvarez (Modesto) o Pedro de Rojas. Desenfado y atrevimiento: episodios anticleri-

cales, escenas de voyerismo, noches de boda y noches locas, lances de celestinas, gui-

ños y chascos, celos, equívocos, episodios de travestismo y fogonazos bestialistas,

siempre, o casi siempre, con más intención de broma que propósito de zaherir.

Unidos en la escasez, el viento de cara sembró la discordia entre Sopena y Za-

macois. Sus posturas chocaron.

Zamacois pretendía cobrar, basado en la certeza de que la revista rendía benefi-

cios, animado por la segunda edición de Punto negro y estimulado por la buena for-

tuna de una «Colección Regente» con noventa títulos publicados bajo su dirección.

Sopena, por el contrario, sentía cumplidas sus obligaciones con el goteo de algu-

nos adelantos. «Ni aun con lo que producen los libros cubrimos gastos», le espetó.

Al final, después de algunos silencios embarazosos, apuntó esta solución: «Para que-

dar en paz se me ocurre que, si renuncias a tu título de socio industrial, yo doy por

perdido lo que hasta aquí te he adelantado, y te señalo un sueldo».

El escritor aceptó. A cambio de veinticinco duros mensuales rindió la cotitulari-

dad de la empresa: reconvertido primero en director asalariado, enseguida en simple

colaborador, y cesado y sustituido en 1902 por Félix Limendoux94, poco después fue

[L] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

93 Vida Galante, núm. 99, 23 de septiembre de 1900.

94 Málaga, 1870-Madrid, 1908, periodista (La Ilustración Española, Madrid Cómico, El País), narrador (El perro

del hortelano) y autor de sainetes líricos y escenas cómicas (El fraile descalzo, El disloque, El gorro frigio). Al frente

de Vida Galante desarrolló una línea continuista.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página L

definitivamente apartado por su propia voluntad de la que fue su revista. En esa co-

yuntura se asocia con Eduardo Barriobero y Joaquín Segura para fundar El Escándalo,

semanario subtitulado «Papelito intermitente que la armará fácilmente», episodio

magnificado por Zamacois en sus memorias: «Tan desesperadamente batallador y

bien informado que apenas nacido conquistó la popularidad. Se vendía a cinco cén-

timos, pero la grey chismosa […] pagaba los números a dos y tres pesetas». Su apote-

osis habría consistido en la revelación de que el dueño de un famoso café usaba la le-

che, adquirida a bajo precio, en que una marquesa anciana lozaneaba «sus fatigadas

carnes». En verdad se trató de un papelito descabellado, basado en anónimos y rumo-

res, abocado al ingeniosismo y las ocurrencias, faltón e insultante, exponente, eso sí,

del malestar político, social y artístico. A trancas y barrancas lanzó ocho números95.

La etapa siguiente fue la de la editorial Cosmópolis, «concepción que estimo ge-

nial», recordaría Zamacois sin pecar de modesto, «destinada a publicar, en francés,

las mejores novelas españolas contemporáneas». Etapa fugaz, en realidad un mero

guiño sin concreción a partir del propósito de «abrir a los escritores españoles el

mercado europeo». Genial o no y mejor o peor proyectada, se la llevó por delante

lo disparatado de su ejecución, con una imprenta instalada en un hotelito de dos

plantas, la primera ocupada por la familia del escritor, y una plantilla cruzada de

brazos mientras Zamacois supuestamente realizaba gestiones en el París de sus sue-

GONZALO SANTONJA [LI]

95 Un hombre que se va, cit., cap. vii, págs. 152-154, y cap. ix, págs. 182-184. La Hemeroteca Municipal de Ma-

drid guarda del 1.º, correspondiente al 28 de enero de 1903, al 4.º, de 20 de febrero de 1903, con la dirección im-

putada a Manuel Carcar y Ciria, un seudónimo más, y con la totalidad de la revista acogida al anonimato o a los

seudónimos (el Barón de Forcius, el Sastre del Campillo, Caramanchel, José de Lasarna o el Burro de Antón) y sec-

ciones como «El tizón de la nobleza», «Difamemos», «Vomitorium» o «Cloaca máxima». La intención, el tono y las

circunstancias quedan reflejadas en la nota editorial del número 2, «Nosotros», cerrada por estos dos párrafos: «Con

gusto firmaríamos todos nuestros artículos, pero como dentro del régimen actual no hay garantías para la verdad,

cuando esta empaña el brillo de los parásitos de salones, ministerios y otros almacenes de pestilente inmundicia,

nos dedicamos a quitar caretas desde la sombra, sin perjuicio de responder en todos los terrenos a quien demuestre

vivos deseos de buscarnos. Lectores sinceros, ¿no os parece que será un día muy grande para todos aquel en que lle-

guemos a conocernos íntimamente y a saber de memoria, por ejemplo, que para hablar con el Excelentísimo Sr. D.

Fulanito hay que ponerse la mano en la parte posterior, y para saludar a don Zutanito, ponerse tres pares de guan-

tes, y para recibir a Su Eminencia X dejar bajo llave el portamoneda?». Su «desaparición me contrarió», declara Za-

macois en sus memorias, pero a continuación matiza: «Aunque no mucho»; ibídem, cap. ix, pág. 189.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LI

ños, que no era el París de las mansardas, la humedad y las privaciones, sino el París

del champán y los lujos, con los gastos imputados a la cuenta del socio capitalista,

un rico latifundista pacense96.

El bagaje de Cosmópolis se redujo a sendas ediciones de Doña Perfecta de Pérez

Galdós, El seductor y Punto negro, quince mil ejemplares que descansaban «intactos» en

el hotelito de marras cuando aquella entelequia se desmoronó. Carrascal, el capitalista,

entendió la inversión perdida y regaló los libros a Zamacois, «por haber trabajado sin

sueldo», que se apresuró a regresar junto al Sena, convencido de que los lectores se los

quitarían de las manos, fantasía resuelta en las librerías de lance y por los bouquinistes97.

Sin desanimarse por ello, el autor/editor retornó a Madrid dispuesto a seguir intentán-

dolo, convencido de que antes o después acertaría con la fórmula del triunfo.

Fue pronto: una noche de finales de 1905 —afirma en Un hombre que se va—

«en que las zozobras que trae consigo la penuria no me dejaban dormir, me asaltó

la idea de fundar una revista que había de titularse El Cuento Semanal», novedosa

revista literaria de periodicidad semanal y exclusivamente dedicada a la publicación

de novelas cortas inéditas de autores españoles contemporáneos, de veinticuatro

páginas y precio módico, 30 céntimos98. «No hubo en mi ánimo el menor titubeo»,

concluye99.

Sin capital para ejecutar el proyecto, este cuajó merced a la oportuna aparición de

Antonio Galiardo, un joven con inquietud literaria y medios económicos. El número

inaugural, Desencanto de Jacinto Octavio Picón, irrumpió el 1 de enero de 1907 y

[LII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

96 Ibídem, cap. x, págs. 197-208.

97 Ibídem, cap. xi, págs. 209-210.

98 Madrid, 1907-1912, 263 números. Para la consideración de El Cuento Semanal siguen revelándose imprescin-

dibles los estudios pioneros de Federico Carlos Sainz de Robles, Raros y olvidados. La promoción de El Cuento

Semanal, Madrid, Espasa Calpe, 1975; y Luis S. Granjel, «La novela corta en España (1907-1936)», en Cuadernos

Hispanoamericanos, Madrid, núm. 222-223, julio de 1968, y Eduardo Zamacois y la novela corta, Salamanca, Univer-

sidad de Salamanca, 1980. Entre la bibliografía posterior revisten especial interés el estudio de un equipo de inves-

tigadores franceses dirigidos por Brigitte Magnien: Ideología y texto en El Cuento Semanal (1907-1912), Madrid, Edi-

ciones de la Torre, 1986, y el número monográfico en conmemoración de su primer centenario de la revista

Monteagudo de la Universidad de Murcia (2.ª época, núm. 12, 2007), coordinado por Manuel Martínez Arnaldos.

99 Un hombre que se va, cit., cap. xii, pág. 236.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LII

obtuvo un respaldo masivo, semana tras semana, confirmado con tiradas de hasta

cincuenta y sesenta mil ejemplares. Así las cosas, el negocio marchaba miel sobre ho-

juelas, pero miel sobre hojuelas de puertas afuera, porque de puertas adentro pronto

surgieron tensiones, impagos y apremios, hasta el extremo de que Galiardo, rebasado

por la situación, se quitó la vida el 30 de mayo de 1908. Zamacois insertó esta nota

titulada «Antonio Galiardo» en la primera entrega post mórtem de la revista:

«Más de año y medio hace que él y yo nos unimos para fundar El Cuento Semanal.

En las horas de esperanza y alegría, como en los momentos procelosos de vacilación o

de quebranto, siempre estuvimos juntos; y le vi animoso, resuelto, seguro de sí mismo.

Yo le quise mucho. Era joven, era simpático, era artista…

Su generosa imaginación meridional iba muy lejos.

—Dentro de tres o cuatro años —decía— podremos introducir en el periódico

“tal” reforma…

¿Cómo quien concedía a una obra suya vida tan larga pudo poner a la suya pro-

pia un fin tan brusco? ¿Qué idea negra oscureció su pensamiento y armó su mano?

¿Qué inextricable tragedia o qué desapoderado aletazo de locura lograron arrastrarle

hacia la muerte en el espacio breve de una tarde?

Yo no lo sé; nadie lo sabe. Entre él y la curiosidad anhelante de los vivos, se alza

ya el enigma frío y callado de las cosas inertes.

Todo esto es horrible, y cuanto más lo recuerdo menos sabría describirlo.

Yo le vi muerto…, yo vi cómo se lo llevaban… Pasó ante mí en una caja negra.

¡Oh…! ¡Qué quieto iba, qué misterioso…! Y aquello compone ahora en mi memo-

ria un cuadro extraño, con brochazos negros y rojos y manchas blancas, manchas

exangües, lívidas y tristes como la cera…

—Adiós, hermano…

Y queda, además, en esta Redacción, antes tan risueña para mí, una especie de

pasmo, una sensación intraducible de estupor, de silencio, de frío, de olor a hume-

dad que parece agarrarse a las paredes y amortiguar un poco la alegría luminosa de

las lámparas. No es aprensión mía; en las sillas, sobre las mesas, a lo largo de los pa-

sillos… hay algo que me dice:

GONZALO SANTONJA [LIII]

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LIII

—No está…

¡Ah!… Yo no te olvidaré nunca, tarde maldita del 30 de mayo»100.

De cara a los lectores, El Cuento Semanal prosiguió con normalidad, con nuestro

escritor en solitario al frente. Sin embargo, la realidad era muy distinta. Porque Rita

Segret, viuda de Galiardo, y Zamacois entraron de inmediato en desavenencias irre-

conciliables, concretadas en denuncias y pleitos. La ruptura afloró a finales de año.

Zamacois insertó en el último número publicado bajo su dirección una «Despedida.

A mis lectores» hábil, cruda y bien graduada:

«En los primeros días de septiembre de 1906 fue a verme a mi casa un caballero

como de treinta años, simpático y elegantemente vestido. Me abrazó.

—¿No se acuerda usted de mí?

Quedeme perplejo unos instantes, pues aunque soy fisonomista excelente, tardo

mucho en asociar los nombres a las figuras. Al cabo mi memoria se iluminó.

—¡Sí! —dije—. Ahora caigo. Usted es Antonio Galiardo. Perdone usted… ¡pero

usted ha cambiado! Le encuentro mucho más grueso, tiene usted mejor… ¡Si hasta

me parece que ha crecido usted!

—Es cierto —repuso—, ahora vivo bien, porque vivo sin trabajar. Mi padre mu-

rió y he heredado bastante; puedo decir que soy rico. Además, me he casado. Soy,

por tanto, eso que los franceses llaman un homme rangé.

Y prosiguió:

—Actualmente resido en Barcelona, pero deseo trasladarme a Madrid y fundar un

periódico. Para esto le he buscado a usted. Quiero que trabajemos juntos. Yo recuerdo

que hace años, cuando yo no tenía nada ni valía nada, usted fue bueno para mí.

Hablamos. Me dijo que su proyecto era fundar una revista del corte de Nuevo

Mundo, pero en colores y a 15 céntimos.

—Eso es un disparate mayúsculo —le repliqué—: Nuevo Mundo está confeccio-

nado admirablemente y es imposible competir con él.

[LIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

100 Eduardo Zamacois, en El niño de los caireles de Arturo Reyes, El Cuento Semanal, núm. 75, 5 de junio de 1908.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LIV

—Entonces, ¿qué podríamos hacer? ¿Tiene usted alguna idea?

—Sí, señor.

—¿Cuál?

Con todo espacio y minuciosamente, pues se trataba de un proyecto que desde

hacía mucho tiempo yo traía prudentemente sopesado y medido, le expliqué lo que

El Cuento Semanal había de ser».

Galiardo y Zamacois se entendieron al instante, y aunque los profesionales ex-

presaran pronósticos fatales, ellos, sin desalentarse, persistieron. Y la fortuna les son-

rió, apuntándose en su haber «uno de los éxitos periodísticos más grandes de estos

últimos tiempos». ¿Y después? Primero sobrevino la fatalidad del suicidio; a conti-

nuación la viuda se desentendió y El Cuento Semanal iba en directo hacia la suspen-

sión, pero él supo evitarla atento al interés de los suscriptores y para «demostrar que

el periódico tiene vida propia, puesto que conmigo, que carezco de bienes de fortu-

na, ha vivido desde mayo acá». Pero el año se cumplía y, rodeado de hostilidad, dijo

basta:

«El abintestato me disputa la propiedad de El Cuento Semanal (que yo creo me

pertenece en virtud de cierto contrato que firmamos Antonio Galiardo y yo el día

18 de marzo de 1907) y los tribunales que entienden en el asunto no me permiten

cobrar ni aun mi sueldo de director, en tanto que la cuestión que se litiga no quede

resuelta. Y yo no puedo trabajar gratuitamente un año y otro, yo soy pobre y los en-

granajes judiciales marchan muy despacio».

En consecuencia, entregaba las cuentas y se iba. «Vivo y lleno de autoridad sale

el periódico de mis manos.» Quien lo recibía, «si quiere, lo continuará». Él abando-

naba, orgulloso de haber conseguido «una síntesis admirable de la mentalidad espa-

ñola actual»101.

GONZALO SANTONJA [LV]

101 Eduardo Zamacois, «Despedida. (A mis lectores)», en El cocodrilo azul de Juan Pérez Zúñiga, El Cuento Se-

manal, núm. 104, 25 de diciembre de 1908, cubierta, vuelta.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LV

Dueña absoluta de la revista, Rita Segret prosiguió sin perder ficha, posiblemen-

te para asombro de Zamacois, que evidentemente la minusvaloraba. Además nom-

bró un nuevo director literario, Francisco Agramonte, y «en legítima defensa» res-

pondió al exsocio de su marido, poniendo algunas cartas boca arriba. Zamacois no

abandonaba por su voluntad ni por cansancio. Es más, ni siquiera abandonaba. Ha-

bía pleiteado hasta el fin, y había perdido. Salía —lo sacaban— de allí por mandato

judicial:

«Sin mi intervención, sin mi consentimiento, el Sr. Zamacois publicó el perió-

dico el día 5 de junio y ha seguido publicándolo hasta el 25 del mes último. El juz-

gado de primera instancia del distrito del Centro le requirió en 3 de agosto “para

que se abstuviera de publicar el periódico, para que bajo apercibimiento de ser pro-

cesado por desobediencia entregase todo lo que perteneciente a El Cuento Semanal

tuviera en su poder, y para que me rindiese cuenta de su gestión durante el tiempo

que llevaba publicándolo”. El Sr. Zamacois no acató la orden judicial, pidió reposi-

ción de ella, que le fue denegada, apeló ante la Audiencia, promovió demanda re-

clamando la propiedad…¡Cuantos recursos conceden las leyes, otros tantos utilizó

en mi perjuicio durante estos siete meses!».

Zamacois invocaba un contrato que a su entender le confería la propiedad; la

viuda le contestaba reproduciendo la cláusula en cuestión:

«9.ª Si D. Antonio Galiardo decidiese que el periódico cesara de publicarse, la

propiedad del título El Cuento Semanal, con exclusión de los créditos que a favor del

mismo existan, pasará a ser propiedad del Sr. Zamacois, sin que el Sr. Galiardo tenga

derecho a exigir al Sr. Zamacois indemnización alguna, ni el Sr. Zamacois pueda exi-

gir al Sr. Galiardo el pago de las deudas que pudieran pesar sobre el periódico».

Pero Galiardo no desistió, Galiardo se quitó la vida. La propiedad, en conse-

cuencia, recaía en sus herederos. La sentencia lo asentaba categóricamente: «No ha-

biendo lugar a adjudicarle la propiedad de El Cuento Semanal, que pertenece al

[LVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LVI

abintestato del Sr. Galiardo, y condenando a dicho Sr. Zamacois en todas las costas,

por la notoria temeridad con que ha procedido». Sentado esto, Segret se empleaba

a fondo, invirtiendo los papeles al pasar de descalificada a descalificadora: menos li-

teratura y más humildad. El mérito de la colección pertenecía a los autores, elegir

buenas firmas lo hacía cualquiera. Y, las cuentas claras, la viuda de Galiardo enume-

ra partidas, precisa conceptos, deja caer acusaciones, insinúa abusos, desgrana iro-

nías y, cláusula por cláusula, si Zamacois invocaba en su favor la 9.ª, ella sacaba a

colación la 5.ª, referente al mobiliario de la vivienda particular del escritor, hasta ese

extremo beneficiado por su «pobre marido».

«El Sr. Zamacois no tiene derecho a quejarse, porque hasta que murió mi esposo

fue espléndidamente retribuido. Cobró sus sueldos casi siempre anticipados, perci-

bió participaciones cuantiosas en los beneficios, donativos, hasta comisiones por

anuncios; solamente los recibos que pude encontrar al morir mi esposo, firmados

por aquel señor y que ha reconocido judicialmente, importan 4.574 pesetas, sin con-

tar otras cantidades pedidas al amigo, algunas de las cuales constan en cartas también

reconocidas ante el Juzgado; y el confortable mobiliario que tiene el Sr. Zamacois

en su casa pagado por mi pobre marido, según declara la cláusula 5.ª del contrato

que entre ellos existía»102.

Desalojado de la revista y desmentido en público, Zamacois no se quedó en la ca-

lle ni permaneció callado. Al contrario, de inmediato puso en pie una colección igual:

Los Contemporáneos, asociado al impresor José Blass103, prueba evidente de que, sa-

biendo el pleito perdido, llevaba tiempo preparando esa alternativa. Y desde esa nueva

tribuna se despachó a gusto, revelando las miserias propias del barro humano, acen-

GONZALO SANTONJA [LVII]

102 Rita Segret, «En legítima defensa. A los lectores de El Cuento Semanal», en El talón de Aquiles. Novela en tres

jornadas, El Cuento Semanal, núm. 105, 1 de enero de 1909, cubiertas.

103 José Blass, alemán nacionalizado español tras la Segunda Guerra Mundial, fue contratado por Torcuato Luca

de Tena para llevar el color a las páginas de Blanco y Negro y se estableció por su cuenta en 1903. Apoyó a Zamacois

durante el período que media entre el suicidio de Galiardo y las sentencias judiciales que consagraron los derechos

de Rita Segret, y juntos crearon Los Contemporáneos (Un hombre que se va, cit., cap. xiii, págs. 251 y 258).

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LVII

tuadas si cabe por las limitaciones del ambiente editorial español104. Pero Rita Segret,

mujer herida y de respuesta pronta105, acabó con la disputa al divulgar la sentencia de-

finitiva de Felipe Santiago Torres y Morillas, juez de primera instancia de Madrid,

ina pelablemente pronunciada a su favor106. Para que la derrota aún fuera más aplas-

tante, Zamacois perdió la batalla de los quioscos y el control de Los Contemporáneos:

«Durante varios meses ambas publicaciones lucharon sin que ninguna prevale-

ciese. Después la mía empezó a decaer. Era lógico. Los Contemporáneos no tenía his-

toria; El Cuento Semanal sí, lo que bastaba para que la masa lectora lo prefiriese. Só-

lo cuando la jerarquía literaria del autor que yo publicaba superaba la del que esa

semana firmaba la revista enemiga, Los Contemporáneos se vendía más»107.

Blass, el impresor, «se asustó», y en «días amargos», Zamacois recurrió a Manuel

Alhama Montes, periodista enriquecido con Alrededor del Mundo, quien aceptó su

oferta de compra «a condición de ser su único propietario». Puesto entre la espada

de la de saparición y la pared del enajenamiento, el escritor pasó a «empleado de lo

que fue mío». Cualquier renuncia antes que la humillación del cierre. «A todo me

avine, y no me arrepiento», reconoce. Porque «gracias a eso» vería pasar por delante

de su puerta el cadáver del adversario, extinguido El Cuento Semanal en 1912 en tan-

to Los Contemporáneos proseguía su andadura hasta 1926108.

Al lado de Rita Segret se alineó Francisco Agramonte, sucesor de Zamacois en la

dirección literaria de El Cuento Semanal, responsabilidad desempeñada hasta media-

[LVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

104 Eduardo Zamacois, «A mis lectores», en Querer y no querer, de Linares Rivas, Los Contemporáneos, Madrid,

núm. 2, 8 de enero de 1909.

105 Rita Segret, «A los lectores de El Cuento Semanal», en Mater adimirabilis de Juan Téllez y López, El Cuento

Semanal, núm. 107, 15 de enero de 1909.

106 Sentencia, en El obstáculo de Luis Cánovas, El Cuento Semanal, núm. 155, 17 de diciembre de 1909.

107 Un hombre que se va, cit., cap. xiii, pág. 258.

108 El Cuento Semanal, Madrid, 1 de enero de 1907 - 12 de enero de 1912, 263 volúmenes; Los Contemporáneos,

Madrid, 1 de enero de 1909 - 28 de marzo de 1926, 896 volúmenes. Zamacois desempeñó la dirección hasta 1911,

siendo sucedido por José de Elola.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LVIII

dos de 1911, cuando ingresó en la carrera diplomática de la mano de los Ortega, se-

cretario de Ortega Munilla en El Imparcial. Según Agramonte el mérito correspon-

dió en exclusiva a «un joven culto e inteligente» que «sin osar alinearse con los pro-

fesionales cultivaba la literatura» y «un día concibió la idea de hacer una publicación

hasta entonces desconocida en España», recurriendo al novelista como mero ejecu-

tor de tal designio109. Agramonte es rotundo:

«Durante un par de años, asumí la dirección de El Cuento Semanal después del sui-

cidio de su fundador y de la traición de un socio que, al fracasar en el siniestro propó-

sito de sustituirle, no vaciló en crear otro semanario similar para arruinar al primero»110.

Rotundo y, tal vez, demasiado parcial. Yo creo que Agramonte peca de animosi-

dad, pecado, por cierto, en el que también incurrió Zamacois respecto a Rita Segret,

implacablemente fulminada en sus memorias con acusaciones que en su momento,

con ella en situación de defenderse, no se atrevió a esgrimir. Al cabo de tantos años,

la cicatriz continuaba supurando:

«Rita había hecho de su hombre un sujeto plegable y abusaba de él. Egoísta, va-

nidosa, gastadora, amiga de figurar, malversaba en costosas superfluidades las ga-

nancias de la revista. El periódico no producía lo que su propietaria necesitaba, y

empezamos a vivir del crédito. Firmando letras cobrables a noventa días, seguimos

adelante, dando tumbos, hasta que mi compañero —que a vivir luchando prefería

morir sin luchar— se suicidó de un tiro el 2 de mayo de 1908»111.

Sobre tales ajustes de cuentas, habituales en estos casos, aquí y ahora carece de

sentido extenderse. Ahora bien, a cada cual lo suyo: por un lado, la razón jurídica;

GONZALO SANTONJA [LIX]

109 Francisco Agramonte, Extraoficial, Madrid, Aguilar, 1958, págs. 94-95.

110 F. Agramonte, El frac a veces aprieta, Madrid, Aguilar, 1955, obra recuperada por Ediciones del Viento, 2008,

«prólogo», redactado en tercera persona y firmado con sus iniciales, F. A. [y] C.[ortijo].

111 Un hombre que se va, cit., cap. xiii, pág. 251. Adviértase el error de Zamacois, que sitúa el suicidio de Galiardo

el 2 de mayo de 1908, contra la fecha dada por él y Rita Segret (30 de mayo) en los textos reproducidos más arriba.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LIX

por el otro, la intrahistoria de un proyecto editorial. El propietario fue sin duda An-

tonio Galiardo, y después su viuda; la paternidad de la idea, eso es distinto. Zama-

cois arrima el ascua al fuego de sus intereses en Un hombre que se va al pretender

que el modelo de El Cuento Semanal fue Vida Galante, literariamente conducida por

él bajo la gestión comercial de Sopena, alianza de escritor y editor, cada cual a lo su-

yo, implícitamente extendida a la relación con Galiardo. Pero sí y no, conviene ma-

tizar.

Primero el no: Vida Galante y El Cuento Semanal únicamente coinciden en ele-

mentos secundarios, a veces inevitables, como el papel, las letras, la impresión a dos

columnas o la periodicidad. Lo demás, o sea casi todo, son diferencias. Vida Galante

se caracteriza por fotografías insinuantes, poesías festivas, reproducciones artísticas

de sesgo erótico, relatos sicalípticos, entrevistas con su punto de malicia a figuras del

espectáculo, crónicas picantes, comentarios teatrales y viñetas con intención. Pues

bien, ¿qué rastros se encuentran de tal programa en El Cuento Semanal, donde los

relatos, aparte de las ilustraciones, sólo ceden espacios secundarios para los anuncios

y mínimos para los demás elementos, sean comunicados editoriales o secciones dis-

continuas de libros y teatro?

Después el sí: al cobijo de Vida Galante, Zamacois alumbró dos series de na-

rrativa, «Colección Regente» y «Colección Galante», cuyo catálogo ha reconstrui-

do Villarías Zugazagoitia112, ambas formadas con obras propias (Incesto, Horas

crueles, Amar a oscuras, El lacayo, Bodas trágicas, etc.), con frecuencia acogido a

seudónimo113, o seleccionadas por él. Y aquí son obvios, no ya las coincidencias,

sino los antecedentes. No cabe duda: desde comienzos de siglo nuestro autor tan-

teaba la fórmula, aunque no en solitario, porque esa transformación flotaba en el

[LX] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

112 José María Villarías Zugazagoitia, «Un pequeño proyecto editorial de principios de siglo: Catálogo comen-

tado de la Colección Galante», en Letras de Deusto, vol. 27, núm. 76, julio-septiembre de 1977, págs. 73-102. Para

implantarse en el mercado americano, Sopena se asoció con Maucci Hermanos de México y Maucci Hermanos e

Hijos de Buenos Aires.

113 Veinticuatro títulos y diez autores, según el catálogo establecido por Villarías Zugazagoitia, ibídem, pág. 79,

Zamacois, autor de nueve, se disimuló en tres bajo el seudónimo de Luis de Montemar (El misterio de Lucía, Se-

mana de amor y La señorita del entresuelo) y en dos bajo el de Enrique d’Artagnan (Camisa verde y Los zapatos blan-

cos).

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LX

ambiente, rozada en diversas publicaciones de la época. «Quizás Zamacois tomó

la idea para publicar El Cuento Semanal de este tipo de colecciones de novelas

breves en las que tuvo tanta participación», señala Villarías, a mi entender con ra-

zón.

De hecho, la superación del folletín decimonónico y el camino del cuento hacia

la novela corta constituyen rasgos diferenciales del periodismo literario de fin de si-

glo, transformación estudiada por Pilar Celma y Ángeles Ezama114, entendida y apo-

yada por Clarín en 1894 desde Los Lunes de El Imparcial 115: «Hacen mal los direc-

tores de periódicos», advirtió entonces, «en exigir a los verdaderos cuentistas que sus

cuentos sean cortos, muy cortos», limitando las historias y a unos lectores cuyas ex-

pectativas iban más allá de la mera información, seña de identidad de Vida Galante

frente a Nuevo Mundo o de Blanco y Negro respecto a ABC. Cerrado el desastre de

las guerras coloniales, la sociedad, recuperado el pulso, pedía y esperaba de las revis-

tas, antes que noticias, lecturas sugestivas.

O sea, el proyecto maduraría entre los dos a partir del exponente de publicacio-

nes francesas de la época, bien conocidas por Zamacois. Sumando y no restando, así

nacería y cobraría impulso El Cuento Semanal, no «la primera colección seria de no-

vela existente en España» pero sí la «primera colección de novela corta de autores

españoles en forma de revista y no de libro»116, punto de partida del fenómeno edi-

torial y literario de masas más relevante del primer tercio del siglo xx, extendido a

diversos géneros (teatral, biográfico, cinematográfico) y ambientes, desde los tradi-

cionales hasta los más radicales y revolucionarios117.

GONZALO SANTONJA [LXI]

114 María Pilar Celma Valero, Literatura y periodismo en las revistas literarias del fin de siglo: estudio e índices

(1888-1907), Madrid-Gijón, Júcar, 1991; y Ángeles Ezama Gil, El cuento de la prensa y otros cuentos. Aproximación

al estudio del relato breve entre 1890 y 1900, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1992.

115 Clarín, «Revista literaria», Los Lunes de El Imparcial, Madrid, 26 de marzo de 1984, pág. 3.

116 Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, «La colección literaria Los Contemporáneos. Una primera aproximación»,

Monteagudo, 3.ª época, núm. 12, 2007, pág. 94.

117 Consúltense María Luisa Boehmer Literatura popular libertaria. Trece años de «La Novela ideal», prólogo de

Joaquín Marco, Barcelona, Península, 1981, y mi libro La insurrección literaria. La novela revolucionaria de quiosco

prólogo de Alfonso Sastre, Madrid, Sial, 2000.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LXI

Ponderando el auge de dicha fórmula editorial, Sainz de Robles se refería a más

de diez mil novelas publicadas desde 1907 hasta 1925, cifra considerable que poste-

riores estudios han revelado corta, aunque a mi juicio se aleje de las estimaciones de

Alberto Sánchez Álvarez-Insúa: «Entre 1907 y 1936 se generan unas quinientas co-

lecciones con una media de cien títulos por colección y un total de cincuenta mil

obras»118, cálculo quizás ajustado en cuanto a las colecciones pero fuera de lugar res-

pecto a los títulos, con bastantes series de corta duración y catálogo escaso.

Yo sostengo que la cifra real giraría en torno a los veinte mil títulos, que ya son

muchos, y en la generalización del modelo, con réplicas en el teatro, las vertientes

sociales de la medicina (con particular incidencia en la sexualidad), la poesía, el cine,

las crónicas o el cancionero, de modo que ese tipo de publicaciones tomó literal-

mente los quioscos y se adueñó de las librerías, llegando a los rincones más recón-

ditos de la geografía nacional por medio de corresponsales y suscripciones. Nuevos

referentes, nuevos temas, nuevos patrones de vida. La palabra escrita convertida en

un hábito entre los españoles. Su trascendencia resulta histórica e innegable. La

cuantía de las tiradas hizo posible el surgimiento del escritor profesional, marcó el

tránsito de la literatura popular oral a la literatura escrita y fijó el comienzo de la

modernidad. Así lo señaló Hipólito Escolar119 y, a tenor de datos contrastados, esta-

mos ante una evidencia. Nada más, nada menos.

En conclusión, Zamacois trasciende de largo cualquier definición simplista, y el

marbete de escritor galante, aplicado en exclusiva, oculta una obra plural en modos

y géneros. Novelista, por supuesto, de cortesanas y sicalipsis, pero también novelista

del misterio, de las zonas oscuras y el ámbito de los enigmas, y de temas sociales,

plural por naturaleza en el registro con que Cervantes llamó a Lope de Vega «mons-

truo por naturaleza». Periodista de artículos y crónicas, periodista de café, periodista

de estrenos y de trincheras. Dramaturgo, memorialista brillante y hombre de inicia-

[LXII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE

118 Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, art. cit., págs. 91-120 («Consideraciones», pág. 99). Sánchez Álvarez-Insúa

ha levantado un repertorio monumental: Bibliografía e historia de las colecciones literarias en España (1907-1957),

Madrid, Libris, 1996.

119 Hipólito Escolar Sobrino, Los editores y el cambio, Cámara del Libro de Madrid, 1982, págs. 12-13.

PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página LXII

tivas, director de revistas y editoriales, con un invento en su bagaje como el de El

Cuento Semanal, marca y divisa de toda una época. ¿Una obra que se viene? Ojalá.

Porque va siendo hora de que en su caso se consume aquello que advierte Gil de

Biedma: «En la vida los olvidos / no suelen durar».

G. S.

GONZALO SANTONJA [LXIII]

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PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS

«Cuentos de asesinos, ladrones y fantasmas»: La risa, la carne y la muerte, Madrid,

Renacimiento, 1930, págs. 269-357.

«Postales de Madrid. Los que huyen de la muerte»: Mi Revista, núm. 44-45, Barce-

lona, 15 de julio de 1938, págs. 16-17.

Europa se va: La Novela Corta, núm. 66, Madrid, 7 de abril de 1917.

«El crimen del expreso de Andalucía. Como vecino de Madrid, asisto a la ejecución

de los reos. Los cacareados Hermanos de la Paz y Caridad»: Un hombre que se va,

Buenos Aires, Santiago Rueda, 1969, cap. xxiv, págs. 397-405.

«Los olvidados», Años de miseria y de risa, Madrid, Hispania, 1916, págs. 252-256.

«Cosas de Baroja», La alegría de andar. (Croquis de un viaje por tierras de Puerto Rico y

Cuba, Estados Unidos, Centro-América y América del Sur), Madrid, Renacimiento, 1920,

págs. 97-100.

«A propósito de Benavente»: La Carreta de Théspis, Barcelona, Maucci, 1914, págs.

204-209.

«Vicente Blasco Ibáñez»: Vicente Blasco Ibáñez, Madrid, Sucesores de Hernando,

1910 (Mis Contemporáneos, 1), y Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1928, págs.

99-110.

«Miguel de Unamuno»: Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, págs. 474-476.

«Ramón del Valle-Inclán»: Un hombre que se va, cit., cap. iv, págs. 186-187.

Nochebuena: Teatro Galante, Madrid, Antonio Garrido, 1910, págs. 13-80.

Cartas a Julio, Enrique y Rafael Romero de Torres: Museo Julio Romero de Torres,

Córdoba.

Epistolario: Archivo Histórico Nacional, Madrid.

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