Programa de Maestría en Teología - universidadccu.org · Dios entregó a Moisés la primera copia...

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CALIFORNIA CHRISTIAN UNIVERSITY DISTANCE LEARNING PROGRAM Programa de Maestría en Teología CURSO “Teología Avanzada del Antiguo Testamento” Unidad 4: Antología de lecturas Tema: La religión de Israel. Samuel Schultz. Habla el A.T. Páginas 432-464 Tema: Teología bíblica del pecado. Pierre Grelot. Théologie biblique du péché, Supplément de la Vie Spirituelle,15 (1962) 203-241. Tema: Las manifestaciones de Dios. Edmond Jacob. Teología del Antiguo Testamento. Editorial Desclee. Páginas 77-85. Tema: La decadencia espiritual de Israel. En el plan de Dios en el Antiguo Testamento. Jack B. Scott. Unilit. Páginas 145-160 Todos los textos y artículos son usados con propósitos estrictamente académicos y con apego a las leyes de autor

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CALIFORNIA CHRISTIAN

UNIVERSITY DISTANCE LEARNING PROGRAM

Programa de Maestría en Teología

CURSO

“Teología Avanzada del Antiguo Testamento”

Unidad 4: Antología de lecturas

Tema: La religión de Israel. Samuel Schultz. Habla el A.T.

Páginas 432-464 Tema: Teología bíblica del pecado. Pierre Grelot. Théologie biblique

du péché, Supplément de la Vie Spirituelle,15 (1962) 203-241.

Tema: Las manifestaciones de Dios. Edmond Jacob. Teología del

Antiguo Testamento. Editorial Desclee. Páginas 77-85.

Tema: La decadencia espiritual de Israel. En el plan de Dios en el

Antiguo Testamento. Jack B. Scott. Unilit. Páginas 145-160

Todos los textos y artículos son usados con propósitos estrictamente académicos y con apego a las leyes de autor

La religión de Israel

El acampamiento en el monte tuvo un propósito. En menos de un año, el pueblo de la alianza con Dios se convirtió en una nación. La alianza estableció con el Decálogo las leyes para una vida santificada, la construcción del Tabernáculo, la organización del Sacerdocio, la institución de las ofrendas y las observancias de las fiestas y estaciones del año, todo lo cual capacitaba a Israel para servir a Dios de una forma efectiva (Exodo 19:1 y Nums. 10:10). LA religión de Israel fue una religión revelada. Durante siglos, los israelitas habían sabido que Dios hizo un pacto con Abraham, Isaac y Jacob, si bien experimentalmente no habían sido conscientes de su poder y manifestaciones hechas en su nombre. Dios realizó un propósito deliberado con esta alianza al liberar a Israel del cautiverio egipcio y de la esclavitud (Exodo 6:2-9). Y fue en el monte Sinaí, donde el propio Dios se reveló así mismo al pueblo de Israel. La experiencia de Israel y la revelación de Dios en aquel acampamiento está registrada en (Ex. 19 y hasta Lev. 27.) Las siguientes subdivisiones pueden servir como una guía para ulteriores consideraciones: I. Pacto de Dios con Israel Éxodo 19:3-24:8. Preparación para el encuentro con Dios 19:3-25. El Decálogo 20:1-17. Ordenanzas para Israel 20:18-23:33. Ratificación del pacto 24:1-8. II. El lugar para la adoración 24:9-40:38.

Preparación para su construcción 24:10-31:18. Idolatría y juicio 32:1-34:35. Construcción del Tabernáculo 35:1-40:38.

III. Instrucciones para un santo vivir Lev. 1:1-27:34. Las ofrendas 1:1-27: 34. El sacerdocio 8:1-10:20. Leyes de purificación 11:1-15:33 El día de la expiación 16:1-34 Prohibición de costumbres paganas 17:1-18:30 Leyes de la santidad 19:1-22:33 Fiestas y estaciones 23:1-25:55 Condiciones para las bendiciones 26:1-27:34

El pacto

Habiendo estado en cautiverio y en un entorno idolátrico, Israel a partir de entonces iba a ser un pueblo totalmente devoto de Dios. Por un acto sin precedentes en la historia, ni repetido desde entonces, quedó repentinamente cambiado desde una situación de esclavitud a la de una nación libre e independiente. Allí, en el Sinaí, sobre la base de su liberación, Dios hizo un pacto por el que sería su nación sagrada.

Israel fue instruido para preparar tres días para el establecimiento de esta alianza. A

william
Tachado

través de Moisés, Dios reveló el Decálogo, otras leyes e instrucciones para la observación de fiestas sagradas. Bajo el liderazgo de Aarón, dos de sus hijos y setenta mayores, el pueblo adoró a Dios con ofrendas de fuego y de paz. Tras de que Moisés hubo leído el libro de la alianza, ellos respondieron aceptando sus términos. La aspersión de la sangre sobre el altar y sobre el pueblo selló el acuerdo. Israel tuvo la seguridad de que sería llevado a la tierra de Canaán a su debido tiempo. La condición del pacto era la obediencia. Los miembros individuales de la nación podían perder sus derechos a la alianza por la desobediencia. Sobre las llanuras de Moab, Moisés condujo a los israelitas a un público acto de renovación de todo aquello antes de su muerte (Deut. 29:1). El Decálogo77

Las diez palabras o diez mandamientos constituyen la introducción al pacto. Las enumeraciones más comunes del Decálogo, como se consideran en el presente son: La mayor parte de los protestantes Luteranos e Iglesia Católica y la Iglesia Católica Romana. Griega. (Orden de Josefo) (Orden de Agustín) 1. Dioses extraños, Ex. 20:2-3 1. Dioses extraños e imágenes,

Ex. 20:2-6 2. Imágenes, 20:4-6 2. Nombre de Dios 3. Nombre de Dios 3. Sábado 4. Sábado 4. Padres 5. Padres 5. Matar 6. Matar 6. Adulterio 7. Adulterio 7. Robar 8. Robar 8. Falso testimonio 9. Falso testimonio 9. Desear la casa del prójimo 10. Ambicionar. 10. Ambicionar la casa, la propiedad

o la mujer del prójimo.

Los judíos difieren de Josefo al utilizar Ex. 20:2 como el primer mandamiento y los versículos 3-6 como el segundo. La división usada por los judíos desde los primeros siglos del Cristianismo, coloca el versículo 2 aparte como el primer mandamiento y combina los versículos 3-6 como el segundo. La enumeración agustina difería ligeramente de la lista citada ante-riormente en que el noveno mandamiento se refiere a la avaricia y el deseo hacia la esposa del prójimo, mientras que la propiedad estaba agrupada bajo el décimo mandamiento, siguiendo el orden establecido en el Deuteronomio.

Distribuyendo los diez mandamientos en dos tablas, los judíos desde Filo hasta el presente, las dividen en dos grupos de cinco cada una. Puesto que la primera pentada es cuatro veces tan larga como la segunda, esta división puede estar sujeta a discusión. Agustín asignó tres a la primera tabla y siete a la segunda, comenzando la última con el mandamiento de honrar

77 Para detalles respecto al Decálogo, la ley, el Tabernáculo, el sacerdocio y las ofrendas, fiestas v estacione,, \cr el comentario sobre el Éxodo y Levítico de Keil y Delitzsch.

padre y madre. Calvino y muchos otros, que siguieron la enumeración de Josefo, utilizan la misma división en dos partes, con cuatro en la primera tabla y seis en la segunda. Esta división en dos partes por Agustín y Calvino, asigna todos los deberes hacia Dios en la primera tabla. Los deberes hacia los hombres quedan consignados en la segunda. Cuando Jesús redujo los diez mandamientos en dos en Mateo 22:34-40, pudo haber aludido a tal división.

La característica distintiva del decálogo es evidente en los primeros dos mandamientos. En Egipto eran adorados muchos dioses. Las plagas habían sido dirigidas contra los dioses egipcios. Los habitantes de Canaán también eran politeístas. Israel iba a ser distinto y único como el propio pueblo de Dios, caracterizado por una singular devoción a Dios y solo a Dios. Consecuentemente, la idolatría era una de las peores ofensas en la religión de Israel.

Dios entregó a Moisés la primera copia del decálogo en el monte Sinaí. Moisés rompió aquellas tablas de piedra sobre las cuales fueron escritos los diez mandamientos por el dedo de Dios, cuando comprobó que su pueblo estaba rindiendo culto al becerro de oro fundido. Tras de que Israel fuese debidamente castigado, pero salvado de la aniquilación mediante la plegaria mtercesoria de Moisés, Dios le ordenó que le proporcionase dos tablas de piedra (Deut. 10:2, 4). Sobre tales tablas, Dios escribió una vez más el decálogo. Aquellas tablas fueron más tarde colocadas en el Arca del Pacto. Las leyes para un vivir santo

La expansión de las leyes morales y sus regulaciones adicionales para un Vivir santo, fueron instituidas para guiar a los israelitas en su conducta como « pueblo santificado por Dios (Ex. 20-24; Lev. 11-26). La simple obediencia a esas leyes morales, civiles y ceremoniales, les distinguirían de todas las naciones que les circundaban.

Esas leyes para Israel pueden ser entendidas mejor a la luz de las culturas contemporáneas de Egipto y Canaán. El matrimonio entre hermano y hermana, que era cosa común en Egipto, quedaba prohibido. Las regulaciones concernientes a la maternidad y al nacimiento de los hijos, no solamente les recordaban que el hombre es una criatura pecadora, sino que se erigía contra la perversión sexual como contraste, contra la prostitución, y el sacrificio de los niños asociado con sus ritos religiosos y con las ceremonias de los cananeos. Las leyes del alimento purificado y las restricciones concernientes al sacrificio de animales, tenían como fin evitar que los israelitas se conformaran con las costumbres egipcias, asociadas con rituales idolátricos. Los israelitas, habiendo vivido y conservado frescas las memorias y recuerdos de la esclavitud, debían ser instruidos en dejar algo para los pobres en tiempo de las cosechas, proveer para los sin ayuda, honrar a los ancianos, y rendir un constante ejemplo de justicia en todas sus relaciones humanas. Conforme se disponía de un mayor conocimiento relativo al medio religioso contemporáneo de Egipto y Canaán, es verosímil que muchas de las restricciones para los israelitas pareciesen más razonables a la mente moderna.

Las leyes morales eran permanentes, pero muchas de las civiles y ceremoniales, eran temporales en naturaleza. La ley que limitaba el sacrificio de animales para alimento destinado al santuario central, fue abrogada cuando Israel entró en Canaán (comparar Lev. 17 y Deut. 12:20-24). El santuario

Hasta aquel tiempo, el altar había sido el lugar del sacrificio y del culto. Una de las costumbres de los patriarcas era que deberían erigir un altar allí donde fuesen. Allá en el monte Sinaí, Moisés construyó un altar, con doce pilares representando las dos tribus, sobre el cual los

jóvenes de Israel ofrecían sacrificios para la ratificación del pacto (Ex. 24:4 ss.). Un "Tabernáculo de Reunión" que se menciona en Ex. 33, fue erigido "fuera del campamento". Aquello servía temporalmente solo como el lugar de reunión para todo Israel, pero también como el lugar de la divina revelación. Puesto que ningún sacerdocio había sido organizado, Josué fue el único ministro. Siguiendo inmediatamente la ratificación del Pacto, Israel recibió la orden de construir un tabernáculo de tal forma que Dios pudiese "habitar en medio de él" (Ex. 25:8). En contraste con la proliferación de templos en Egipto, Israel tenía un solo santuario. Los detalles se dan explícitamente en Ex. 25-40.

Bezaleel de la tribu de Judá fue nombrado jefe responsable de la construcción. Trabajando junto a él, estaba Aholiab de la tribu de Dan. Estos hombres estaban especialmente insuflados con el "Espíritu de Dios" y "capacidad e inteligencia" para supervisar el edificio del lugar del culto (Ex. 31,35-36). Asistiéndoles, se encontraban muchos otros hombres que se hallaban divinamente motivados y dotados con capacidad para llevar a cabo sus tareas particulares. Los ofrecimientos por la libre voluntad del pueblo suministraban material más que suficiente para el logro propuesto.

El espacio cerrado destinado al tabernáculo era comúnmente conocido y llamado el atrio (Ex. 27:9-18;38:9-20). Con un perímetro de 300 codos (14 metros) aquel receptáculo estaba marcado por una cortina de fino lienzo retorcido colgado sobre pilares de bronce con ganchos de plata. Aquellos pilares eran de dos metros de altura y espaciados dos metros uno de otro. La única entrada (de nueve metros de anchura) se encontraba al final de la cara este.

La mitad oriental de este atrio constituía el cuadrado de los adoradores. Allí, el israelita hizo sus ofrendas en el altar del sacrificio (Ex. 27:1-8; 38:1-7). Este altar de bronce (tres metros cuadrados y casi dos de altura) con cuernos en cada esquina, fue construido con acacia recubierta de bronce. El altar era portátil equipado con escalones y anillas. Más allá del altar surgía la fuente (Ex. 30:17-21; 38:8, 40:30) que también fue construido en bronce. Allí los sacerdotes se lavaban los pies en preparación para su oficio en el altar de los sacrificios o en el tabernáculo.

En la mitad occidental del atrio, aparecía el tabernáculo propiamente dicho. Con una longitud de 13'50 mts. y una anchura de 4'80 mts., estaba dividido en dos partes. La única entrada abierta hacia oriente, daba acceso al lugar sagrado de nueve mts. de largura, accesible a los sacerdotes. Más allá el velo era el Lugar Santísimo (4'5 x 4'5 mts.) donde el Sumo Sacerdote tenía permiso para entrar en el Día de la Expiación.

El tabernáculo en sí mismo estaba hecho de 48 tablas de 4'5 mts. de altura y casi 70 cms. de ancho, con 20 a cada lado y ocho en el extremo occidental. Hecho todo ello con madera de acacia sobrecubierta de oro (Ex. 26:1-37; 36:20-38), las planchas quedaban sujetas por medio de barras y encastres de plata. El techo consistía en una cortina de fino lienzo retorcido en colores azul, púrpura y carmesí con figuras de querubines. La cubierta externa principal estaba fabricada con pelo fino de cabra, que servía como protección para el lienzo. Dos cubiertas más, una hecha con pieles de carnero y otra de pieles de tejones, tenían como finalidad proteger las dos primeras. Dos velos del mismo material de la primera cubierta eran usados para los lados oriental y occidental del tabernáculo y también para la entrada del lugar santo. La exacta construcción del tabernáculo no puede ser determinada, sin embargo, puesto que no se suministran detalles en el relato escriturístico.

En el lugar santo había colocadas tres piezas de mobiliario: la mesa de los panes de la proposición al norte, el candelero de oro hacia el sur y el altar del incienso ante el velo separando el lugar santo del lugar santísimo (Ex. 40:22-28).

La mesa de los panes de la proposición estaba hecha de acacia, recubierta de oro puro

teniendo alrededor una cornisa también de oro, rodeada con un reborde de un palmo coronado todo ello de oro. Se hicieron cuatro anillas de oro para los cuatro pies en sus ángulos. Los anillos están por debajo de la cornisa para pasar por ellos las barras con que tenía que ser llevada (Ex. 25:23-30; 37:10-16). Además, platos, cucharas, copas y tazas para las liberaciones, todo de oro puro. Sobre la mesa se pusieron cada sábado doce panes para la proposición, que fueron comidos por los sacerdotes (Lev. 24:5-9).

El candelero de oro puro todo él en su base y en su tallo era trabajado a cincel (Ex. 25:31-39; 37:17-24). La forma y medidas del pedestal aparecen inciertas. De sus lados salían seis brazos, tres de un lado y tres del otro. Tres copas en forma de flor de almendro con un capullo y una flor en un brazo y otras tres copas de la misma forma en el otro. El tallo del candelabro tenía también cuatro copas en forma de almendro en flor con sus capullos y sus flores. Un capullo bajo los dos primeros brazos que salen del candelabro, otro bajo los otros dos y un tercero bajo los dos últimos que arrancaban también del candelabro. El conjunto de capullos y brazos formaba una sola pieza con el candelabro. Todo en oro puro trabajado a cincel. Cada tarde los sacerdotes llenaban las lámparas con aceite de oliva suministrado por los israelitas, para proveer de luz durante toda la noche (Ex. 27: 20-21; 30:7-8).

El altar dorado, primeramente usado para la quema del incienso, quedaba en el lugar santo ante la entrada en el lugar santísimo. Hecho de acacia recubierta de oro, este altar tenía casi un metro de altura y 46 cms. cuadrados. Tenía un reborde de oro alrededor de la parte superior y un cuerno y un anillo sobre cada esquina, de forma que pudiera ser convenientemente transportado con varas (Ex. 30:1-10, 28, 34-37). Cada mañana y cada tarde al llegar los sacerdotes al candelabro, quemaban incienso utilizando fuego procedente del altar de bronce.

El arca del pacto o testimonio era el objeto más sagrado en la región de Israel. Esta, y solamente esta, tenían su sitio especial en el lugar santísimo. Hecho de madera de acacia recubierta de oro puro por dentro y por fuera, este cofre tenía 1'15 mts., de largo con una profundidad y anchura de setenta centímetros (Ex. 25:10-22; 37:1-9). Con anillos de oro y varas en cada lado, los sacerdotes podían fácilmente transportarla. La cubierta del arca era llamada el propiciatorio. Dos querubines de oro permanecían sobre la tapa de frente uno respecto del otro con sus alas cubriendo el centro del propiciatorio. Este lugar representaba la presencia de Dios. A diferencia de los paganos, no existía ningún objeto material para representar al Dios de Israel en el espacio que mediaba ente los querubines. El Decálogo claramente prohibía ninguna imagen o semejanza de Dios. No obstante, este propiciatorio era el lugar donde Dios y el hombre se encontraban (Ex. 30:6), donde Dios hablaba al hombre (Ex. 25:22; Núm. 7:89), y donde el sumo sacerdote aparecía en el día de la expiación para rociar la sangre para la nación de Israel (Lev. 16:14). Dentro del arca propiamente dicha, estaba depositado el Decálogo (Ex. 25:21; 31:18; Deut. 10:3-5), un frasco de maná (Ex. 16:32-34), y la vara de Aarón que floreció (Núm. 17:10). Antes de que Israel entrase en Canaán, el libro de la Ley fue colocado cerca del Arca (Deut. 31:26). El sacerdocio

Anterior a los tiempos de Moisés las ofrendas eran usualmente hechas por el cabeza de una familia, que oficialmente representaba a su familia en el reconocimiento y la adoración de Dios. Excepto por la referencia de Melquisedec como sacerdote de Dios en Gen. 14:18, no se menciona oficialmente el oficio o cargo de sacerdote. Pero ya que Israel había sido redimido de Egipto, el oficio del sacerdote se hizo de una significante importancia.

Dios deseó que Israel fuese una nación santa (Ex. 19:6). Para una ministración adecuada

y una adoración y culto efectivos, Dios designó a Aarón para servir como sumo sacerdote durante la permanencia de Israel en el desierto. Asistiéndole, estaban sus cuatro hijos: Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar. Los dos primeros fueron más tarde castigados en juicio por llevar fuego no sagrado al interior del tabernáculo (Lev. 8:10; Núm. 10:2-4). En virtud de haber escapado a la muerte en Egipto, el primogénito de cada familia pertenecía a Dios. Elegidos como sustitutos por hijo mayor en cada familia, los levitas auxiliaban a los sacerdotes en su ministerio (Núm. 3:5-13; 8:17). En esta forma, la totalidad de la nación estaba representada en el ministerio sacerdotal.

Las funciones de los sacerdotes eran varias. Su primera responsabilidad era mediar entre Dios y el hombre. Oficiando en las ofrendas prescritas, ellos conducían al pueblo asegurándoles la expiación por el pecado (Ex. 28: 1-43; Lev. 16:1-34). El discernimiento de la voluntad de Dios para el pueblo era la más solemne obligación (Núm. 27:21; Deut. 33:8). Siendo custodios de la ley, también estaban comisionados para instruir al laicado. El cuidado y la administración del tabernáculo también estaba bajo su jurisdicción. Consecuentemente, los levitas estaban asignados para asistir a los sacerdotes en la ejecución de las muchas responsabilidades asignadas a ellos.

La santidad de los sacerdotes es aparente en los requerimientos para un vivir santo, al igual que en los prerrequisitos para el servicio (Lev. 21:1-22:10). La ejemplaridad en la conducta era especialmente aplicada por los sacerdotes como obligación de tener un especial cuidado en cuestiones de matrimonio y de disciplina de la familia. Mientras que las taras físicas les excluían permanentemente del servicio sacerdotal, la falta de limpieza ceremonial resultante de la lepra, o de contactos prohibidos, les descalificaba temporalmente del ministerio. Las costumbres paganas, la profanación de las cosas sagradas, y la contaminación, eran cosas que tenían que ser evitadas por los sacerdotes en todas las ocasiones. Para el sumo sacerdote las restricciones eran todavía mucho más exigentes (Lev. 21:1-15).

La santidad peculiar para los sacerdotes también estaba indicada por los ornamentos que tenían instrucciones de vestir. Hechos de materiales escogidos y de la mejor labor artesana, tales vestiduras adornaban a los sacerdotes en belleza y en dignidad. El sacerdote vestía una túnica, un cinturón, una tiara, y unos calzoncillos, todo ello fabricado con lino fino (Ex. 28:40-43; 39:27-29). La túnica era larga, sin costuras y con mangas de lino fino, que le llegaban casi hasta los pies. El cinturón, aunque no está descrito en particular, se ponía por encima de la túnica. De acuerdo con Ex. 39:29, el azul, la púrpura y el escarlata, eran trabajados en el hilo blanco del cinturón con aguja, correspondiendo a los materiales y colores utilizados en el velo y ornamentos del tabernáculo. El manto del sacerdote terminaba con un casquete plano, en forma de bonete. Bajo la túnica tenía que usar calzoncillos de hilo fino cuando entraba en el santuario (Ex. 28:42).

El sumo sacerdote se distinguía por ornamentos adicionales que consistían en una túnica bordada, un efod, un pectoral y una mitra para la cabeza (Ex. 28:4-39). El vestido, que se extendía desde el cuello hasta por debajo de las rodillas, era azul y muy liso, excepto por unas granadas y campanillas adheridas al fondo. El primero, de color azul, púrpura o escarlata, tenía un propósito ornamental. Las campanillas, hechas en oro, estaban diseñadas para conducir a la congregación que esperaba en cualquier momento, la entrada del sumo sacerdote en el lugar santísimo, en el día de la expiación.

El efod consistía en dos piezas de hilo hecho de oro, azul, púrpura y escarlata, unidas entre sí con tiras en los hombros. En las caderas una pieza extendida en forma de banda en la cintura sostenía a ambas en su lugar. Sobre cada pieza de los hombros del efod, el sumo sacerdote vestía una piedra preciosa con los nombres de seis tribus grabadas por el orden de su nacimiento. Para hacer la cuenta igual, los levitas eran omitidos, puesto que ellos asistían a los sacerdotes, o posiblemente José contaba por Efraín y Manases. En esta forma, el sumo sacerdote

representaba la totalidad de la nación de Israel en su ministerio de mediación. Adornando el efod, llevaba dos bordes dorados y dos pequeñas cadenas de oro puro.

En el pectoral, una especie de bolsa cuadrada, de 25 cms., se hallaba el más lujoso, magnífico y misterioso complemento del vestido del sumo sacerdote. Cadenas de oro puro lo eslabonaban a la tira del hombro del efod. El fondo estaba atado con encaje azul a la banda de la cintura. Todo de piedras grabadas con los nombres tribales, estaban montadas en oro sobre la plancha pectoral, sirviendo como un visible recordatorio de que el sacerdote representaba a la nación ante Dios. El Urim y el Tumim, que significaban "luces" y "perfección" estaban situados en el pliegue de la citada plancha del pecho (Ex. 28:30, Lev. 8:8). Se conoce poco respecto a su función o del procedimiento prescrito del sacerdote oficiante; pero el hecho importante permanece, aquello proveía un medio de discernir la voluntad de Dios.

Igualmente significativo era la vestidura de la cabeza o turbante del sumo sacerdote. Extendido por toda la frente y adherido al turbante, llevaba una lámina de oro puro sobre la cual se hallaba escrito "Santidad al Señor". Ello constituía un permanente recordatorio de que la santidad es la esencia de la naturaleza de Dios. Mediante un precepto expiatorio, el sumo sacerdote presentaba a su pueblo como santo ante Dios. Por medio de los sagrados ornamentos el sumo sacerdote, lo mismo que los sacerdotes ordinarios, manifestaba, no solamente la gloria de este ministerio de mediación entre Dios e Israel, sino también la belleza en el culto por la mezcla del colorido de la ornamentación corporal con el santuario.

En una elaborada ceremonia de consagración, los sacerdotes estaban colocados aparte para su ministerio (Ex. 29:1-37; 40:12-15; Lev. 8:1-36). Tras un lavatorio con agua, Aarón y sus hijos eran vestidos con los ornamentos sacerdotales y ungidos con aceite. Con Moisés oficiando como mediador, se ofrecía un buey joven como ofrenda para el pecado, no solamente para Aarón y sus. hijos, sino para la purificación del altar de los pecados asociados con su servicio. Esto solía ir seguido por un holocausto en donde se sacrificaba un morueco de acuerdo con el ritual usual. Otros de estos animales eran entonces presentados como ofrenda de paz en una ceremonia especial. Moisés aplicaba la sangre al dedo pulgar derecho, la oreja derecha y el dedo gordo del pie derecho de cada sacerdote. Después tomaba la grasa, la pierna derecha y tres trozos de repostería, que eran normalmente distribuidos al sacerdote oficiante y los presentaba a Aarón y a sus hijos, quienes hacían con ellos ciertos signos y movimientos antes de ser consumido sobre el altar. Tras ser presentado como ofrenda, la pechuga era hervida y comida por Moisés y los sacerdotes. Precediendo a esta comida sacrificial, Moisés rociaba el aceite de los ungüentos y la sangre sobre los sacerdotes y sus vestiduras. Esta impresionante ceremonia de ordenación era repetida cada uno de siete días sucesivos, santificando los sacerdotes para su ministerio en el tabernáculo. En esta forma la totalidad de la congregación se hacía consciente de la santidad de Dios cuando el pueblo llegaba hasta los sacerdotes con sus ofrendas. Las ofrendas

Las leyes sacrifícales e instrucciones dadas en el Monte Sinaí, no implicaban la ausencia de las ofrendas anteriormente a este tiempo. Si puede o no ser discutida la cuestión de las varias clases de ofrendas en el sentido de fuesen claramente distinguidas y conocidas por los israelitas, la práctica de hacer sacrificios era indudablemente familiar, de cuanto se deduce de lo registrado acerca de Caín, Abel, Noé y los patriarcas. Cuando Moisés apeló al Faraón para dejar en libertad al pueblo de Israel, ya había anticipado las ofrendas y sacrificios haciéndolo así antes de su partida de Egipto (Ex. 5:1-3; 18:12, y 24:5).

Ahora que Israel era una nación libre y en relación de alianza con Dios, se dieron

instrucciones específicas que concernían a las varias clases de ofrendas. Llevándolas como estaban prescritas, los israelitas tenían la oportunidad de servir a Dios de manera aceptable (Lev. 1-7).

Cuatro clases de ofrendas implicaban el esparcir de la sangre: la ofrenda que tenía que ser quemada, la ofrenda de la paz, la ofrenda del pecado y la ofrenda de culpa. Los animales estimados como aceptables para el sacrificio eran animales limpios de manchas cuya carne podía ser comida, tales como corderos, cabras, bueyes o vacas, viejos o jóvenes. En caso de extrema pobreza estaba permitida la ofrenda de una paloma o un pichón.

Las reglas generales para hacer el sacrificio eran como sigue:

1. Presentación del animal en el altar 2. La mano del oferente se colocaba sobre la víctima 3. La muerte del animal 4. El rociado de la sangre sobre el altar 5. Quemar el sacrificio Cuando un sacrificio era ofrecido para la nación, oficiaba el sacerdote. Cuando un

individuo sacrificaba por sí mismo, llevaba al animal, colocaba su mano sobre él y lo mataba. El sacerdote, entonces, rociaba la sangre y quemaba el sacrificio. El que ofrecía, no podía comer la carne del sacrifi-C10> excepto en el caso de una ofrenda de paz. Cuando se producían varios sacrificios al mismo tiempo, la ofrenda del pecado precedía al holocausto y a la ofrenda de paz. Holocausto

La característica distintiva respecto al holocausto, era el hecho de que la totalidad del sacrificio era consumido sobre el altar (Lev. 1:5-17; 6:8-13). No estaba excluida la expiación, puesto que ésta era parte de todo sacrificio de sangre. La completa consagración del oferante a Dios quedaba significada por la consunción de la totalidad del sacrificio. Tal vez Pablo hacía referencia a esta ofrenda en su llamamiento para la completa consagración (Rom. 12:1). Israel tenía ordenado el mantener una continua ofrenda de fuego día y noche, por medio de ese fuego sobre el altar de bronce. Se ofrecía un cordero cada mañana y cada tarde, y de ahí el recordatorio de Israel de su devoción hacia Dios (Ex. 29:38-42; Núm. 28:3-8). La ofrenda de paz

La ofrenda de paz era totalmente voluntaria. Aunque la representación y la expiación estaban incluidas, la característica primaria de esta ofrenda era la comida sacrificial (Lev. 3:1-17; 7:11-34; 19:5-8; 22:21-25). Esto representaba una comunicación viviente y una camaradería y amistad entre el hombre y Dios. Se permitía a la familia y a los amigos unirse al oferente en esta comida sacrificial (Deut. 12:6-7, 17-18). Puesto que era un sacrificio voluntario, cualquier animal, excepto un ave, resultaba aceptable, sin tener en cuenta la edad o el sexo. Tras la muerte de la víctima y el rociado de sangre para hacer expiación por el pecado, la grasa del animal era quemada sobre el altar. A través de los ritos de los movimientos de las manos del oferente, que sostenía el muslo y el pecho, el sacerdote oficiante dedicaba estas porciones del animal a Dios. El resto de la ofrenda servía como fiesta para el oferente y sus huéspedes invitados. Esta alegre camaradería significaba el lazo de amistad entre Dios y el hombre.

Existían tres clases de ofrendas de paz. Aquellas variaban con la motivación del oferente. Cuando el sacrificio se hacía en reconocimiento de una bendición inesperada o inmerecida, se

llamaba ofrenda de acción de gracias. Si la ofrenda se hacía en pago de un voto o promesa, se le llamaba ofrenda votiva. Si la ofrenda tenía como motivo una expresión de amor a Dios, se le daba el nombre de ofrenda voluntaria. Cada una de tales ofrendas era acompañada por una comida de ofrenda prescrita. La ofrenda de gracias duraba un día, mientras que las otras dos se extendían a dos, con la condición de que cualquier cosa que quedase tenía que ser consumida por el fuego al tercer día. En esta forma, el israelita gozaba del privilegio de entrar en el gozo práctico de su relación de alianza con Dios. La ofrenda por el pecado

Los pecados de ignorancia cometidos inadvertidamente, requerían una ofrenda (Lev. 4:1-35; 6:24-30). La violación de la negativa de órdenes punibles por excisión podía ser rectificada por un sacrificio prescrito. Aunque Dios tenía solo una pauta de moralidad, la ofrenda variaba con la responsabilidad del individuo. Ningún caudillo religioso o civil era tan prominente que su pecado fuese condenado, ni ningún hombre tan insignificante que su pecado pudiera ser ignorado. Existía una gradación en las ofrendas requeridas: un becerro para el sumo sacerdote o para la congregación, un macho cabrío para un gobernante, una cabra para un ciudadano privado. El ritual variaba también. Para el sacerdote o la congregación, la sangre era rociada siete veces ante la entrada del lugar santísimo. Para el gobernante y el laico, la sangre era aplicada a los cuernos del altar. Puesto que era una ofrenda de expiación, la parte culpable carecía del derecho de comer la carne del animal, en ninguna de sus partes. Consecuentemente, este sacrificio o bien era consumido sobre el altar o quemado al exterior, en el campo, con una excepción: el sacerdote recibía una porción cuando oficiaba en nombre de un gobernante o seglar.

La ofrenda por el pecado era requerida también para pecados específicos, tales como rehusar el testificar, la profanación del ceremonial o un juramento en falso (Lev. 5:1-13). Incluso aunque esta clase de pecados podían ser considerados como intencionales, no representaban un desafío calculado a Dios castigado por la muerte (Núm. 15:27-31). La expiación alcanzaba a cualquier pecado arrepentido, sin tener en cuenta su situación económica. Si no podía ofrecer una oveja o una cabra, podía sustituirlas por una tórtola o una paloma. En casos de extrema pobreza, incluso una pequeña porción de harina de flor fina — el equivalente de una ración diaria de alimento — aseguraba a la parte culpable la aceptación por parte de Dios. (Para otras ocasiones que requieran una ofrenda del pecado, ver Lev. 12:6-8; 14:19-31; 15: 25-30; y Núm. 6:10-14). La ofrenda de expiación

Los derechos legales de una persona y de su propiedad, en situación que implicase a Dios al igual que a un amigo, estaban claramente establecidos en los requerimientos por las ofrendas de la trasgresión (Lev. 5:14-6:7; 7:1-7). El fallo en el reconocimiento de Dios al descuidar el llevarle los primeros frutos, el diezmo, u otras ofrendas requeridas, necesitaba no solamente la restitución, sino también un sacrificio. Además, era preciso pagar seis quintos de las deudas requeridas, y el ofensor también sacrificaba un carnero con objeto de obtener con ello el perdón. Este costoso sacrificio le recordaba el precio del pecado. Cuando la mala acción era cometida contra un amigo, el quinto era también preciso para hacer la pertinente enmienda. Si la restitución no podía ser hecha para el ofendido o un pariente cercano, estas reparaciones eran pagadas al sacerdote (Núm. 5:5-10). El infringir de los derechos de otras personas, también representaba una ofensa contra Dios. Por tanto, era necesario un sacrificio.

La ofrenda del grano78 Esta es la única ofrenda que no implicaba la vida de un animal, sino que consistía

primariamente en los productos de la tierra, que representaban los frutos del trabajo del hombre (Lev. 2:1-16; 6:14-23). Esta ofrenda podía ser presentada en tres diferentes formas, siempre mezcladas con aceite, incienso y sal, pero sin levadura ni miel. Si una ofrenda consistía en tos primeros frutos, las espigas del nuevo grano eran quemadas en el fuego. ras de moler el grano, podía presentarse al sacerdote como harina fina 0 Pan sin levadura, tartas o bien en forma de obleas preparadas en el horno.

Parece que una parte de estas ofrendas eran acompañadas de una proporcionada cantidad de vino para sus libaciones (Ex. 29:40; Lev. 23:13; Núm. 15:5,10). Una justificable inferencia es que la ofrenda del grano, no era nunca llevada sola. Primeramente existía el acompañamiento de las ofrendas de paz y del fuego. Para estas dos parecía ser el necesario y adecuado suplemento (Núm. 15:1-13). Tal era el caso de la ofrenda diaria del fuego (Lev. 6:14-23; Núm. 4:16). La totalidad de la ofrenda era consumida cuando estaba ofrecida por el sacerdote para la congregación. En el caso de una ofrenda individual, el sacerdote oficiante presentaba sólo un puñado ante el altar del holocausto y retenía el resto para el tabernáculo. Ni en la ofrenda misma ni en el ritual, hay alguna sugerencia de que proveía expiación por el pecado. Por medio de estas ofrendas, los israelitas presentaban los frutos de su trabajo, significando así la dedicación de sus regalos a Dios. Las fiestas y estaciones

Por medio de las fiestas y estaciones designadas, los israelitas recordaban constantemente que ellos eran el pueblo de Dios. En el pacto con Israel, que este ratificó en el Monte Sinaí, la fiel observancia de los períodos establecidos era una parte del compromiso adquirido (Ex. 20-24). El Sabbath Lo primero, y muy principalmente, era la observancia del Sabbath. Aunque el período de siete días queda referido en el Génesis, el sábado (día de reposo) está primeramente mencionado en Ex. 16:23-30. En el Decálogo (Ex. 20:8-11), los israelitas tienen que "acordarse del día de reposo" indicando que este no era el principio de su observancia. Para descansar o cesar de sus trabajos, los israelitas recordaban que Dios descansó de su obra creativa en el séptimo día. La observancia del sábado era un recordatorio de que Dios había redimido a Israel del cautiverio egipcio y santificado como su pueblo santo (Ex. 31:13; Deut. 5:12-15). Habiendo sido liberado del cautiverio y la servidumbre, Israel disponía de un día de cada semana para dedicarlo a Dios, que indudablemente no hubiera sido posible mientras que el pueblo había servido a sus amos egipcios. Incluso sus sirvientes estaban incluidos en la observancia del día de reposo. Se prescribía un castigo extremo para cualquiera que deliberadamente despreciaba el sábado (Ex. 35:3; Núm. 15:32-36). Mientras que el sacrificio diario para Israel era un cordero, en el sábado se ofrecían dos (Núm. 28:9,19). Este era también el día en que doce tortas de pan eran colocadas sobre la mesa en el lugar santo (Lev. 24:5-8).

78 La ofrenda del grano está identificada como la «ofrenda de la carne» en la versión m8'esa, la «ofrenda de la comida» en la versión americana, y «la ofrenda de los en la revisada inglesa, y la «ofrenda del alimento» en la versión de Berkcley.

La luna nueva y la fiesta de las trompetas El sonido de las trompetas proclamaban oficialmente el comienzo de un nuevo mes

(Núm. 10:10). Se observaba también la luna nueva sacrificando ofrendas al pecado y al fuego, con provisiones apropiadas de carne y bebida (Núm. 28:11-15). El mes séptimo, con el día de la expiación y la fiesta de las semanas, marcaba el clímax del año religioso, o el fin del año (Ex. 34:22). En el primer día de este mes de la luna nueva, era designado como el de la fiesta de las trompetas y se presentaban ofrendas adicionales (Lev. 23:23-25; Núm. 29:1-6). Este también era comienzo del año civil. El año sabático

Íntimamente relacionado con el sábado, estaba el año sabático, aplicable a los israelitas cuando entraron en Canaán (Ex. 23:10-11; Lev. 25:1-7). Observándolo como un año festivo para la tierra, dejaban los campos sin cultivar, el grano sin sembrar y las viñas sin cuidados cada siete años. Cualquier cosa que recogiesen en dicho año tenía que ser compartido por los propietarios, los sirvientes y los extraños, al igual que las bestias. Los que tenían créditos a su favor, tenían instrucciones de cancelar las deudas en que hubiesen incurrido los pobres durante los seis años precedentes (Deut. 15:1-11). Puesto que los esclavos eran liberados cada seis años, probable-mente tal año era también el año de su emancipación (Ex. 21:2-6; Deut. 15:12-18). De esta forma, los israelitas recordaban su liberación del cautiverio egipcio.

Las instrucciones mosaicas también preveían para la lectura pública de la ley (Deut. 31:10-31). En esta forma, el año sabático tuvo su específica significación para jóvenes y viejos, para los amos y sus sirvientes. Año de júbilo

Después de la observancia del año sabático, llegaba el año del jubileo. Se anunciaba por el clamor de las trompetas en el décimo día de Tishri, el mes séptimo. De acuerdo con las instrucciones dadas en Lev. 25:8-55, este marcaba un año de libertad en el cual la herencia de la familia era restaurada a aquellos que habían tenido la desgracia de perderla, los esclavos hebreos eran puestos en libertad y la tierra era dejada sin cultivar.

En la posesión de la tierra el israelita reconocía a Dios como el verdadero propietario de ella. Consecuentemente tenía que ser guardada por la familia y pasaba como si fuese una herencia. En caso de necesidad, podían venderse sólo el derecho a los productos de la tierra. Puesto que cada cincuenta años esta tierra revertía a su propietario original, el precio estaba directamente relacionado con el número de año que se mantenía antes del año del jubileo. En cualquier momento, durante este período, la tierra estaba sujeta a rendición, por el propietario o un pariente próximo. Las casas existentes en las ciudades amuralladas, excepto en las ciudades leví-ticas, no estaban incluidas bajo tales principios del año del jubileo.

Los esclavos eran dejados en libertad durante este año, sin tener en cuenta la duración de su servicio. Seis años era el período máximo de servidumbre para cualquier esclavo hebreo sin la opción de la libertad (Ex. 21:1). En consecuencia, no podía quedar reducido a la condición de perpetuo estado de esclavitud, aunque pudiese considerarlo necesario el venderlo a otro como sirviente alquilado, cuando financieramente fuese preciso. Incluso los esclavos no hebreos no podían ser considerados como de propiedad absoluta. La muerte como resultado de la crueldad por parte de su amo, estaba sujeta a castigo (Ex. 21:20-21). En caso de evidentes malos tratos personales, un esclavo podía reclamar su libertad (Ex. 21:26-27). Por el periódico sistema de dejar en libertad a los hebreos esclavos y la demostración de amor y amabilidad a los extranjeros

en la tierra (Lev. 19:33-34), los israelitas recordaban que ellos también habían sido esclavos en la tierra de Egipto.

Incluso cuando el año del jubileo era seguido por el año sabático, los israelitas no tenían permiso para cultivar el suelo durante este período. Dios les había prometido que recibirían tal abundante cosecha en el sexto año que tendrían suficiente para el séptimo y el octavo años siguientes, que eran tiempo para el descanso de la tierra. De este modo, los israelitas recordaban también que la tierra que poseían al igual que las cosechas que de ellas recibían, era un regalo de Dios.

Fiestas anuales

Las tres observaciones anuales celebradas como fiestas, eran: (1) La pascua y fiesta de los panes sin levadura, (2) la fiesta de las semanas, primicias o siega, (3) la fiesta de los tabernáculos o cosecha. Tenían tal significación estas fiestas que todos los israelitas varones eran requeridos para su debida atención y celebración (Ex. 23:14-17). La pascua y la fiesta de los panes sin levadura

Históricamente, la pascua fue primeramente observada en Egipto cuando las familias de Israel fueron excluidas de la muerte del primogénito, matando el cordero pascual (Ex. 12:1-13:10). El cordero era escogido en el décimo día del mes de Abib y matado en el décimo cuarto. Durante los siete días siguientes solo podía comerse los panes sin levadura. Este mes de Abib, más tarde conocido por Nisán, era designado como "el principio de los meses" o el principio del año religioso (Ex. 12:2). La segunda pascua era observada en el décimo cuarto día de Abib un año después de que los israelitas abandonasen Egipto (Núm. 9:1-5). Ya que ninguna persona incircuncisa podía compartir la pascua (Ex. 12:48), Israel no observó este festival durante el tiempo en su peregrinación por el desierto (Jos. 5:6). No fue sino hasta que el pueblo entró en Canaán, cuarenta años después de dejar la tierra de Egipto en que se observó la tercera pascua.

El propósito de la observancia de la pascua, era el recordar a los israelitas anualmente la milagrosa intervención de Dios en su favor (Ex. 13: 3-4; 34:18; Deut. 16:1). Ello marcaba la inauguración del año religioso.

El ritual de la pascua sufrió indudablemente algunos cambios de su primitiva observancia, cuando Israel no tenía sacerdotes ni tabernáculo. Los ritos de carácter temporal eran: el sacrificio de un cordero por el cabeza de cada familia, el rociado de la sangre en las puertas y dinteles y posiblemente también, la forma en que compartían el cordero. Con el establecimiento del tabernáculo, Israel disponía de un santuario central en donde los hombres tenían que congregarse tres veces al año comenzando con la estación de la pascua (Ex. 23:17; Deut. 16:13). Los días quince y veinticinco eran días de sagrada convocación. En toda la semana, sólo podía comerse por los israelitas el pan sin levadura. Puesto que la pascua era el principal acontecimiento de la semana, a los peregrinos se les permitía volver a casa a la mañana siguiente de esta fiesta (Deut. 16:7). Mientras tanto, durante toda la semana se hacían ofrendas adicionales diarias para la nación, consistentes en dos becerros, un carnero y siete corderos machos para una ofrenda de fuego, con la comida de ofrenda prescrita y un macho cabrío para una ofrenda de pecado (Núm. 28:19-23; Lev. 23:8). Acompañando el ritual en el cual el sacerdote movía la gavilla ante el Señor, estaba la presentación de una ofrenda de fuego consistente en un cordero macho además de una comida de ofrenda de flor de harina mezclada con aceite y una ofrenda de vino. Ningún grano tenía que ser usado de la nueva cosecha hasta el público reconocimiento que tenía que ser hecho como materiales de bendición que procedían de Dios. Por consiguiente, en la

observancia de la semana de la pascua, los israelitas eran no solamente conscientes de su histórica liberación de Egipto, sino también reconocían la bendición de Dios que era continuamente evidente en provisiones materiales.

Tan significante era la celebración de la pascua, que su especial provisión era hecha para aquellos que estaban incapacitados para participar en el tiempo señalado y observarla un mes más tarde (Núm. 9:9-12). Cualquiera que rehusara observar la pascua quedaba reducido al ostracismo en Israel. Incluso el extranjero era bienvenido para participar en aquella celebración anual (Núm. 9:13-14).

Así, la pascua era la más significativa de todas las fiestas y observaciones en Israel. Conmemoraba el más grande de todos los milagros que el Señor había puesto en evidencia en favor del pueblo de Israel. Esto se halla indicado por muchas referencias en los Salmos y en los libros profetices. Aunque la pascua era observada en el tabernáculo, cada familia tenía un vivísimo recuerdo de su significación, comiendo los panes sin levadura. No había ningún israelita exceptuado de su participación en ella. Esto servía como un recordatorio anual de que Israel era la nación elegida de Dios. Fiesta de las semanas

Mientras que la pascua y la fiesta del pan sin levadura era observada al comienzo de la cosecha de la cebada, la fiesta de las semanas tenía lugar cincuenta días más tarde, tras la cosecha del trigo (Deut. 16:9).79 Aunque era una ocasión verdaderamente importante, la fiesta era observada solamente un día. En este día de descanso, se presentaba una comida especial y una ofrenda consistente en dos hogazas de pan con levadura que se presentaba al Señor para el tabernáculo, significando con ello que el pan de cada día era proporcionado por obra del Señor (Lev. 23:15-20). Los sacrificios prescritos eran presentados con esta ofrenda. En esta alegre ocasión, el israelita no olvidaba nunca al menos afortunado, dejando alimentos en los campos para los pobres y los necesitados.

La fiesta de los tabernáculos

El último festival anual era la fiesta de los tabernáculos4,80 un período de siete días durante el cual los israelitas vivían en tiendas (Ex. 23:16; 34: 22; Lev. 23:40-41). Esta fiesta no sólo marcaba el fin de la estación de las cosechas, sino que cuando estuvieron establecidos en Canaán, servía de recordatorio de su permanencia en el desierto en que tenían que vivir en tiendas de campaña.

Las festividades de esta semana encontraban su expresión en los mayores holocaustos jamás presentados, sacrificando un total de setenta bueyes. Ofreciendo trece el primer día, que se consideraba como una convocación sagrada, el número iba decreciendo diariamente en uno. Cada día, además, se ofrecía una ofrenda de fuego adicional. Esta ofrenda consistía en catorce corderos y dos carneros con sus respectivas ofrendas igualmente de carne y bebida. Una convocatoria sagrada celebrada en el octavo día, llevaba a la conclusión de las actividades del año religioso. 79 También era conocida por la Fiesta cíe las Primicias (Núm. 28:26) o la Fiesta de la ja (Ex. 23:16). Basada en la palabra griega para designar el número «cincuenta», se llamó Pentecostés en tiempos del Nuevo Testamento. 80 También conocida como Fiesta de la Cosecha (Ex. 23:16; 34:22; Lev. 23:39; Deut. 16:13-15). Era observada en el día decimoquinto de Tishri con las olivas, las uvas y el grano, cuyas cosechas ya se habían completado.

Cada año séptimo era peculiar en la celebración de la fiesta de los tabernáculos. Era el año de la pública lectura de la ley. Aunque a los peregrinos se les pedía observar la pascua y la fiesta de las semanas durante un día, ellos normalmente empleaban la totalidad de la semana en la fiesta de de los tabernáculos, dando ocasión de una amplia oportunidad para la lectura de la ley de acuerdo con el mandamiento de Moisés (Deut. 31:9-13). Día de la Expiación

La más solemne ocasión de la totalidad del año era el día de la expiación (Lev. 16:1-34; 23:26-32; Núm. 29:7-11). Era observada en el décimo día de Tishri con una sagrada convocatoria y ayuno. En aquel día no era permitido ningún trabajo. Este era el único ayuno requerido por la ley de Moisés.

El principal propósito de esta observancia era el hacer una verdadera expiación. En su elaborada y singular ceremonia la propiciación fue hecha por Aarón y su casa, el santo lugar, la tienda de la reunión, el altar de las ofrendas de fuego y por la congregación de Israel.

Sólo el sumo sacerdote podía oficiar en aquel día. Los otros sacerdotes ni siquiera se les permitían estar en el santuario sino identificarse con la congregación. Para esta ocasión, el sumo sacerdote lucía sus especiales ornamentos y se vestía con lino blanco. Las ofrendas prescritas para el día eran, como sigue: dos carneros como holocausto para sí mismo y para la con-gregación, un becerro para su propia ofrenda de pecado, y dos machos cabríos como una ofrenda de pecado por el pueblo.

Mientras que las dos cabras permanecían en el altar, el sumo sacerdote ofrecía su ofrenda del pecado, haciendo expiación por sí mismo. Sacrificando una cabra en el altar, hacía la expiación por la congregación. En ambos casos, aplicaba la sangre al propiciatorio. En manera similar, santificaba el santuario interior, el lugar sagrado y el altar de las ofrendas de fuego. De aquella forma las tres divisiones del tabernáculo eran adecuadamente limpiadas en el día de la expiación para la nación. Después, la cabra era llevada al desierto para que con ella se fuesen los pecados de la congregación.81

Habiendo confesado los pecados del pueblo, el sumo sacerdote volvía al tabernáculo para limpiarse a sí mismo y cambiarse en sus atavíos oficiales. Una vez más volvía al altar en el patio exterior. Allí concluía el día de expiación y su ritual con dos holocaustos, uno para sí mismo y el otro para la congregación de Israel.

Las distintivas características de la religión revelada de Israel formaba un contraste con el ambiente religioso de Egipto y Canaán. En lugar de la multitud de ídolos, ellos adoraban a un solo Dios. En vez de un gran número de altares y hornacinas de adoración, ellos tenían sólo un santuario. Por medio de las ofrendas prescritas y de los sacerdotes consagrados, se tenía hecha la provisión para que el laicado pudiese aproximarse a Dios sin temor. La ley les guiaba en una pauta de conducta que distinguía a Israel como la nación de la alianza con Dios en contraste con las culturas paganas del entorno. En toda la extensión en que los israelitas practicaban esta re-ligión divinamente revelada, se hallaban asegurados del favor de Dios, como se expresaba en la fórmula sacerdotal para bendecir la congregación de Israel (Núm. 6:24-26):

"Jehová te bendiga y te guarde." "Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia."

81 La persona encargada de llevar !a cabra al desierto, sólo se le permitía volver al campamento tras haberse lavado y limpiado sus propias ropas.

PIERRE GRELOT

TEOLOGÍA BÍBLICA DEL PECADO

Théologie biblique du péché, Supplément de la Vie Spirituelle,15 (1962) 203-241.

ANTIGUO TESTAMENTO

En una visión general de conjunto podemos establecer una triple división en el AT: el periodo antiguo, anterior a los profetas del siglo VIII, establece los fundamentos doctrinales del pecado y su influencia se prolonga hasta la literatura sacerdotal; el período profético va desde el siglo viII hasta el v, desarrolla los fundamentos de la doctrina antigua y engloba conjuntos literarios no proféticos; el judaísmo del post-exilio que se separa algo de la visión profética. Al agrupar los textos en una visión general de la historia de Israel, comprendemos mejor la revelación del pecado que se va haciendo de manera progresiva en la Biblia.

PERÍODO ANTIGUO Idea del pecado en las religiones del Antiguo Oriente

Al establecer una comparación con las religiones en Oriente, aparecen con más claridad las características de la noción bíblica del pecado.

En Egipto las protestas de inocencia, conservadas en el Libro de los Muertos, nos dan una idea bastante completa de su noción del pecado. Cuando el difunto aparece ante el tribunal de Osiris para presenciar la valoración de su alma, le es necesario pronunciar una fórmula ritual, que manifieste su inocencia ante los dioses. La lista de los pecados es muy irregular. Figuran en ella tabús religiosos y preceptos esenciales en la vida de la sociedad. Los dioses detestan lo que la conciencia humana condena (robo, adulterio, injusticia), sin embargo el concepto de pecado acentúa más la materialidad de los actos cometidos que su intención. Las protestas de inocencia parecen estar dotadas de cierta eficiencia mágica que asegura la pureza interior del muerto y su entrada en el paraíso. No hay referencia a un verdadero ideal espiritual o a una ley divina revelada.

En la religión mesopotámica este juicio del mas allá no existe. La doctrina del pecado se ha de buscar en las oraciones penitenciales y de súplica. La prueba de su existencia nos viene dada por la miseria humana: derrotas, hambre, enfermedades, etc. El suplicante deduce de estas circunstancias que ha provocado la ira de algún dios, y ahora experimenta su venganza. Confiesa, pues, su pecado y pide perdón. Cualquier violación de la voluntad de algún dios, es pecado. Las faltas, así consideradas, no entran en un orden moral. El hombre, para purificarse, se abandona a unos ritos expiatorios que aseguran su inocencia. El poder divino irritado se parece muy poco al Dios personal de la Biblia: los formularios de las oraciones están dirigidos a cualquier dios, conocido o desconocido, a quien el pecador haya podido desairar. En primer plano está la utilidad del pecador y su conversión interior no aparece.

PIERRE GRELOT

Noción bíblica del pecado

La Biblia tiene una noción esencialmente religiosa del pecado, cuya gravedad se sitúa en el orden de la acción. El pecado es un acto, o más hondamente, una actitud del hombre ante Dios. Para calificar esta actitud del hombre hay que referirse necesariamente a la voluntad objetiva de Dios, que se manifiesta en su ley. Esta noción del pecado tiene como fundamento la historia de la Alianza: Dios por su propia iniciativa entra en relación religiosa con el hombre fijando unas condiciones; el cumplimiento de su Ley. Al apartarse el hombre de esta Ley, peca. El vocabulario hebraico que describe el pecado, advierte esta relación personal entre Dios y el hombre. La raíz awôn señala el extravío del buen camino, que es la ley de Dios. La palabra pésa indica la infidelidad a Dios. El pecado manifiesta, pues, la conducta del hombre contraria a los mandatos del Dios de la Alianza. Esta relación pecado- ley se encuentra no sólo en el campo jurídico, sino que entra en la economía de la salvación del hombre.

Novedad de esta concepción

La novedad radica en la distinción entre materia e intención. Estos son los dos elementos esenciales de la teología del pecado. La materia no está determinada por los imperativos de una moral social o de un rito tradicional sino por la ley positiva revelada al hombre en la Alianza. La Torah, por ejemplo, al asumir lo que llamamos religión y moral natural, presenta sus preceptos morales y religiosos como revelación de la autoridad divina.

En segundo lugar se acentúa la intención y responsabilidad del hombre que peca. El pecado es el drama íntimo y personal del hombre ante Dios. Por eso para borrarlo no basta, aunque es necesaria, la purificación ritual; se exige la conversión del corazón David, después de su adulterio, no puede contentarse con un sacrificio expiatorio y ha de reconocer su culpa: "he pecado contra Yahvé" (2 Sam 12,13)

El drama del pecado en la historia

La conciencia del pecado humano en su gravedad esencial permite al escritor sagrado presentar el drama del pecado en la historia de una manera original. El pecado no es un accidente fortuito, sino que nace del corazón malo del hombre: "los deseos del corazón humano, desde la adolescencia tienden al mal" (Gen 8,21). Concepción realista dé la naturaleza humana que ve el mal como anclado en la sociedad y en el individuo. Es cierto que también hay justos, pero estos no se muestran impecables.

El mal en la historia se hace algo más inteligible en función de la responsabilidad individual -sufrimiento y muerte como castigo- y de la solidaridad humana que responsabiliza entre sí a los miembros de la comunidad y con las futuras generaciones. Es una ley de la historia el que el hombre al enfrentarse con Dios decide no sólo su propio destino sino también, el alguna manera, el de aquellos que de él dependen. Por el pecado del primer hombre todas las generaciones quedan marcadas por la cólera de Dios: desde entonces el sufrimiento y la muerte gravitan sobre nosotros.

PIERRE GRELOT

PERÍODO PROFÉTICO

Los profetas anteriores al exilio no aportan una innovación doctrinal esencial, pero su mensaje señala un desarrollo considerable al subrayar el triunfo escatológico de Dios sobre el pecado.

Pecado humano frente a la ley y la alianza

Muchos discursos proféticos denuncian los pecados de Israel, pero contrariamente a los escritos sacerdotales lo hacen sin una referencia explícita a la ley. No es fácil establecer una jerarquía de valores morales válida para todos los profetas, pero todos acentúan las exigencias morales y religiosas primordiales tanto de la vida social como en las virtudes individuales. La conciencia humana parece afinar más en lo que Dios quiere de los hombres.

Los profetas insisten en la responsabilidad del pecador: anuncian el castigo a los culpables y la necesidad de la conversión. Conversión moral, puesto que los pecados son de orden moral, pero más profundamente conversión religiosa, ya que se trata de verdaderas infidelidades al Dios de la alianza. La comparación con las relaciones padre-hijo y esposo-esposa destacan la naturaleza profunda y la malicia del pecado (Os 11,1-6; 2; Is 1,2-4; Ez 16).

Misterio del pecado

Los profetas se fijan más en la realidad actual del pecado en la historia, que en su origen; ven en el pecado la presencia activa del misterio del mal en el corazón humano. "No hay en la tierra sinceridad, ni amor, ni conocimiento de Dios" (Os 4,1). El pueblo de la alianza y de la ley se entrega voluntariamente al mal, no escucha la voz de los profetas. Su endurecimiento es trágico. La doctrina profética llega a una paradoja: la responsabilidad del pecador y la imposibilidad de que el hombre por sus propias fuerzas se convierta. El drama del pecador no tiene solución... humana.

Triunfo escatológico de Dios sobre el pecado

La escatología describe la transformación del ser humano por la gracia, es la nueva alianza entre Dios y el hombre (Os 2,16-22; Jer 31,31-34; Ez 36,25-28). Dios da a los hombres la justicia, la fidelidad y el amor que les exige (Oseas); inscribe la ley en sus corazones (Jeremías); envía el espíritu para su cumplimiento (Ezequiel). Así se obtiene el perdón de los pecados, la conversión del corazón que sólo Dios puede realizar. Este es el don escatológico de la salvación, que viene en la figura de un salvador, mediador de esta nueva alianza (ls 42,6-7). El participará de la condición humana, dolor y muerte, y realizará la purificación del pecado. La teología del pecado y de la salvación son correlativas.

PIERRE GRELOT

EL JUDAÍSMO DEL POST-EXILIO La doctrina del pecado en los textos inspirados

Los sabios y salmistas del post-exilio acentúan los aspectos religiosos y morales del pecado. Su ley está centrada en la fidelidad y el cumplimiento del decálogo. Son conscientes, sin embargo, del mal interior que afecta al hombre. La corrupción es universal. El pecado anida en el ser humano. Dos actitudes son necesarias en el hombre: la conversión y la gracia. El salmista implora la purificación interior y el espíritu divino que vence al mal. En esto sigue las enseñanzas proféticas.

La doctrina del pecado en el judaísmo tardío

Algunos textos del Qumrán manifiestan la dualidad entre la corrupción y la gracia. La humanidad siente en su interior la lucha de los dos espíritus y la llamada divina a la conversión. Pero en otros escritos parece que el pertenecer a la secta y la misma observancia de la ley basten para asegurar la salvación. Los fariseos forzarán esta actitud hasta el legalismo superficial que define el pecado por su materia, el ritualismo que perjudica la conversión interior y la excesiva confianza en la fuerza de la voluntad que justifica al hombre. Estas tentaciones son permanentes en la conciencia humana.

NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento nos revela el pecado humano desde el misterio de la cruz y resurrección. Examinaremos fundamentalmente los sinópticos, las epístolas de San Pablo y los escritos juaneos.

El pecado humano en los sinópticos

Jesús esclarece el misterio del pecado cuando habla explícitamente de él, e implícitamente cuando anuncia la redención. La insistencia de Cristo sobre la ley recae más en la intencionalidad que en su observancia material (Mt 5,20-48). El mismo subordina todos los preceptos de la ley al mandamiento del amor que los sintetiza (Mt 22,34-40), y prohíbe apartarse de él para mantener la tradición superficial (Me 7,8-13). La esencia del pecado, según Cristo, está en la intención y en el corazón del hombre: la violación de los preceptos está en la voluntad humana. Se peca por deseo y la intención: "os digo que todo el que mira a una mujer deseándola ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5,28).

Además del corazón humano, Jesús presenta a Satán como responsable del mal. El induce al hombre a pecar e impide que la palabra de Dios fructifique (Me 4,15).

Los males que afligen a la humanidad se deben a su presencia. Su acción no suprime la responsabilidad personal del hombre. El tienta pero el hombre es culpable si le sigue. Judas escuchó la voz de Satán y traicionó a su Maestro: "desdichado de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado; ¡mejor le fuera a ése no haber nacido!" (Mt 26,24).

PIERRE GRELOT

Aparece el misterio de la libertad humana: el hombre oye la llamada de la gracia y de Satán, y su destino dependerá de la elección que haga.

El pecado trae consigo consecuencias graves, y Cristo nos pone ante los ojos la principal: apartarse de Dios. Con el tema del hijo pródigo, nos presenta la ruptura de las relaciones personales entre Dios y los hombres. El pecado aleja al pecador de la intimidad y amistad divina. El pecado, aparta a las ovejas de su pastor (Lc 15,4). Esta es la verdadera gravedad del pecado, el separar al hombre de Dios, ya que fuera de Dios no hay salvación.

El perdón del pecado

La salvación y el reino de Dios iluminan el concepto del pecado. Cristo llama a los pecadores a quienes salva y perdona gratuitamente. Se aparta de los que confían en sus propias obras. El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10). La salvación del pecador exige su conversión interior. Las parábolas de la misericordia que acentúan la iniciativa divina, no olvidan esta conversión interior. El hijo pródigo pensaba: "me levantaré y diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15,18-20). Cristo dice de la pecadora: "le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho" (Lc 7,47-48). Con la conversión, la gracia del perdón está asegurada. Sólo la blasfemia contra el Espíritu es un obstáculo. El que se niega deliberadamente a obedecer la llamada interior del Espíritu que lleva a Cristo, permanece en el pecado. La idea no es nueva: el AT nos hablaba del endurecimiento voluntario de los corazones que los fija en el pecado. Por otro lado se señala que la conversión interior del hombre es gracia de Dios. El, como pastor, busca sus ovejas y las ama tanto que entrega a su propio Hijo. El pecado es un mal muy grave, pues el Hijo de Dios, para rescatarnos de él, ha de sujetarse a lo peor.

El pecado en los escritos de san Pablo

Pablo, judío de nacimiento, tiene conciencia de que no es un pecador procedente de la gentilidad (Gál 2,15) sino, según la justicia de la ley, irreprensible (Flp 3,6). Dentro de este marco judío recibe la revelación de que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales él es el primero (1 Tim 1,15), y que la justificación no viene por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo (Gál 2,16). Su doctrina está relacionada con esta experiencia personal suya.

Los datos de la tradición

La expresión "Cristo murió por nosotros" (1 Cor 15,3; Rom 5,8), que sintetiza los datos de la tradición primitiva, tiene en Pablo un contenido más jurídico y preciso que en los demás autores del NT. En Rom 4,15 habla de una transgresión voluntaria a la ley divina que pone de relieve la responsabilidad personal del pecador. Por esta transgresión desde Adán reinó la muerte sobre todos e incluso sobre los que no habían pecado (Rom 5, 14). Por ella vino también Cristo al mundo (Rom 4,25). La ley determina la materia y el conocimiento del pecado, pero no redime al hombre. Pablo da como una realidad la universalidad del mal y la necesidad, también universal, de la redención.

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El drama del pecado en la historia humana

Desde esta visión general examina Pablo el drama del pecado en su perspectiva histórica, esbozando las etapas del plan. salvífico de Dios desde los orígenes hasta su realización en Cristo (Rom 5-6).

El pecado se personifica: un poder demoníaco que arrastra al hombre hacia la perdición. Por Adán el pecado entra en la historia (Rom 5,12) y en la humanidad (5,19). Los hombres seguirían esclavos del pecado si la gracia de Dios no les redimiera. Dios actúa en dos tiempos: la ley y Cristo. Por la ley sólo nos viene el conocimiento del pecado (Gál 3,20) sin dominio sobre él. Dios no se sirve de esta ley más que para "encerrarlo todo bajo el pecado" (Gál 3,22) y para que aparezca la gratuidad de la elevación en Cristo.

Por la muerte de Cristo el pecado es vencido (Rom 5,15-21). La gracia justifica a los hombres no en virtud de sus obras sino por la fe en Cristo. Esta fe obra sacramentalmente en el bautismo la muerte al pecado y la vida en Dios por Cristo, (Rom 6,1-11). Es el desenlace del drama provocado por la transgresión original: las promesas escatológicas de los profetas se han cumplido y podemos reanudar la amistad e intimidad divinas. En esta visión integra Pablo todos los elementos esenciales de los autores sagrados anteriores, sólo queda un poco en la penumbra la responsabilidad por los pecados individuales, pero la recogerá más adelante.

El drama del pecado en la conciencia humana

Pablo no ignora que en cada individuo se renueva el drama cuyo desenlace será la salvación o la perdición personal. El hombre nace esclavo del pecado (Rom 6, 17-20). Su libertad no queda suprimida -pues es responsable- pero, herida por el pecado, le inclina hacia el mal. A esta disposición espontánea de la voluntad humana, san Pablo la llama carne. Cuando el hombre vive según la carne, las pasiones de los pecados obran en sus miembros (Rom 7,5-6). La ley no es pecado, pero por ella se conoce el pecado y éste alcanza la raíz misma de la libertad humana. El hombre es un ser dividido, empujado hacia direcciones opuestas por la carne y el espíritu: "si, pues, hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena. Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado que mora en mí" (Rom 7,16-17). ¿Cómo escapar de este drama interior?

Dios envió a su hijo en carne semejante a la del pecado, y condenó así al pecado en la carne (Rom 8,3-4). No hay, pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo, porque la ley del espíritu de vida en Cristo nos libró de la ley del pecado y de la muerte (Rom 8,1-2). El espíritu ha sanado la libertad humana en su misma raíz: le ha dado poder para cumplir la ley de Dios, obrar el bien y vencer ,el mundo de la carne. En cualquier momento se nos ofrece a nuestra conciencia una elección: la esclavitud del pecado de la carne y de la muerte, hacia la cual nos inclina nuestra espontaneidad, o la auténtica libertad en el servicio de Dios, llevados por la fuerza del Espíritu. De esta íntima elección depende nuestro destino, según las palabras de San Pablo: "la soldada del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en Nuestro Señor Jesucristo" (Rom 6,23).

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Esta visión de la conciencia humana supone en el pecado dos aspectos estrechamente ligados entre sí: la materia, especificada por los preceptos de la ley divina (desde este punto de vista las listas de los pecados son parecidas a las del AT) y el consentimiento dado por la voluntad a las fuerzas interiores del mal, frente al Espíritu.

El pecado en los escritos juaneos

El vocabulario juaneo sobre el pecado es más pobre que en Pablo, pero su teología del pecado no es menos rica. En las cartas considera el problema del pecado en la vida cristiana, mientras que su evangelio muestra el drama del pecado anudado en torno a Cristo.

El problema del pecado en la vida cristiana

En su primera carta, san Juan muestra una teología de la redención idéntica a la de Pablo: Cristo nos purificó de todo pecado (1 Jn 1,7) siendo él propiciación no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo (2,2). Para el cristiano purificado por el bautismo el problema del pecado adquiere una importancia particular. El sigue también entre el espíritu de la verdad y el espíritu del error y será de Dios o del mundo, según su actitud frente a este doble espíritu (4,4-6). Interesa, pues, que el bautizado, nacido de Dios, no peque (5,18), porque la semilla de Dios depositada en él es incompatible con el pecado (3,9), y que no ame al mundo, ni lo que hay en él, concupiscencia de la carne, de los ojos, orgullo de la vida (2,15-17). Esta actitud fundamental debe dominar la vida cristiana: apartarse del mal (para Pablo, la carne) y adherirse al espíritu de Dios (para Pablo, docilidad al Espíritu).

Esta actitud cristiana radical, en la práctica, se traduce en obediencia a los preceptos de Dios. Lo contrario sería mentir (2,4). Es verdad que la Ley se resume en el mandamiento único del amor (2,7-11), pero el amor y la fe en Cristo -síntesis de toda ley- implica el cumplimiento de todos los preceptos (5,3). Es necesario adoptar esta actitud para que el pecado salga definitivamente de nuestra existencia. Todos somos pecadores, incluso bautizados hemos de confesar nuestra debilidad y nuestro pecado dentro ya del camino del Espíritu. Así nuestra conversión obrada radicalmente por el bautismo se actualiza mediante nuestros actos concretos, como la redención del pecado, obtenida por Cristo una vez y para siempre, se actualiza en el marco de la historia cristiana. Por la fe nuestra vida, ya desde el bautismo, vence al mundo (5,4). Sólo por la infidelidad al Espíritu viene el pecado irremisible: no se puede ir a la vida si se escoge voluntariamente permanecer en las tinieblas, cerrándose al amor, a la fe y a la salvación.

La espiritualidad juanea muestra este punto paradójico del hombre: su debilidad y su responsabilidad, que le pueden llevar a la perdición o a la salvación. Se trata de una libertad necesitada de una gracia más fuerte que ella, y dotada al mismo tiempo de una posibilidad de elección frente al doble espíritu. El mismo Dios, en el desarrollo histórico del ser del hombre, le propondrá una decisión fundamental, de la que dependerá su destino. Este es el punto difícil de la vida cristiana.

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El drama del pecado en torno a Cristo

En la vida cristiana, todo gira alrededor de la opción que el hombre toma frente a Dios. Lo mismo sucede en la historia de Cristo. Los hombres, ante este Cristo, luz y vida del mundo, se dividen en creyentes o incrédulos. Los primeros son llamados hijos de Dios y los segundos constituyen " el mundo" por quien Jesús no ruega, "no ruego por el mundo, sino por los que tú me enviaste" (Jn 17,9). Al ser Cristo luz, vida y salvación de los hombres, cordero que quita el pecado del mundo, su sola presencia divide el corazón humano, forzándolo a una elección: con él o contra él, fe o incredulidad. Por esto Cristo, juzgando, salva al mundo. Este juicio se opera según la decisión libre del hombre: "el que cree en él no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado" (Jn 3,18).

Este es el pecado típico de los judíos incrédulos: rehusar voluntariamente al que podía salvarles.' El evangelio nos señala la culpabilidad de esta incredulidad: pretender ver sin la luz de Cristo: "han visto mis obras pero me aborrecieron a mí y a mi Padre" (Ja 15,24). Esta actitud pone de relieve la libertad humana que puede elegir o rechazar a Cristo, luz en medio de las tinieblas del mundo: "la luz vino, pero los hombres abrazaron las tinieblas". Esta libre elección es la esencia del pecado. Los sinópticos al referirse a ella hablan del pecado contra el Espíritu y san Pablo del endurecimiento de los corazones. Juan presenta este misterio del pecado teniendo ante sus ojos el testimonio vivo de los judíos que llevan a Cristo a la muerte. Sabe que el drama de la incredulidad judía se realizará mientras en la historia va anunciándose el evangelio de Cristo. "En viniendo el Espíritu, éste argüirá al mundo de pecado... porque no creyeron en mí" (in 16,8-9).

La violación de los preceptos y las transgresiones particulares de la ley, no son simplemente rasgos de la miseria humana, que Jesús quiso subsanar, como el paralítico (Jn 5) o el ciego de nacimiento (Jn 9) y la resurrección de Lázaro (Jn 11), sino la actualización concreta de la libre decisión del hombre frente a Cristo. Esta descubre el camino secreto que conduce el alma hacia las tinieblas. Es el caso de Judas. Empieza en la multiplicación de los panes y le siguen los signos claros de murmuración y queja del Maestro. Cede a la tentación (Jn 13,2) y se esconde en la noche más profunda del pecado (Jn 13,30). Su contraste es Pedro pecador (Jn 13,36-38) que niega al Maestro: su afecto, su corazón, no obstante, permanece en Cristo hasta llegar a la sinceridad más profunda en su conversión, por la que se le confiere el mando de la Iglesia. Vemos la debilidad humana junto al corazón endurecido, ante Cristo. ¡Qué desenlace tan distinto para ambas actitudes!

CONCLUSIÓN

A través de los dos Testamentos se han evidenciado las líneas de fuerza que articulan la teología del pecado. En un plano inmediato, aparece el pecado como correlativo a la ley de Dios, pero no en un sentido puramente jurídico, sino como expresión de la voluntad objetiva e inmutable del creador sobre los hombres, les da a conocer su fin y el camino conducente a él. Hablar así de la ley divina, supone tener presente todo el lenguaje analógico y simbólico respecto a Dios; analogía y simbolismo que no caen en el mito ni traicionan la realidad divina, sino que, por el contrario, dejan entreverlo como perteneciente a otro orden.

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Decir que esta noción del pecado es un rasgo específico del Antiguo Testamento abolido ya por el Nuevo y que el régimen de la gracia y del Espíritu Santo substituyen al de la ley y de la letra, es confundir el sentido de los escritos paulinos y juaneos que contrastan los dos regímenes (Jn 1,17). En realidad Dios da a conocer su voluntad, primero por la misma conciencia (Ron, 2,14-15), después por la ley positiva revelada en el AT y finalmente por los preceptos de Jesús. A través de estas etapas se perfecciona nuestro conocimiento de la voluntad divina centrada en el máximo mandamiento del amor. Amor que exige actitudes determinadas, normas fijas de conducta.

Veamos ahora la otra cara del problema del pecado: la deliberada violación de la ley divina. Aquí entra en escena el misterio del mal, cuyo descubrimiento se ha hecho progresivamente en el curso de la revelación bíblica. El NT lo ha puesto en una evidencia total. Este misterio del mal, este peso del pecado, es mayor que el poder del hombre, sus propias fuerzas no bastan para vencerlo. Es preciso el sacrificio de Cristo. Es el Espíritu de Dios que le libera del pecado, obrando en él una transformación interior que le permite llamarle Padre (Rom 8,1417) y le posibilita la observancia de sus preceptos (Rom 5,5). Esta victoria práctica sobre el pecado supone la decisión humana pero es un fruto del Espíritu (Gál 5, 22-23).

Visto así, el problema del pecado es esencialmente espiritual: es una opción contra Dios. Ya desde el AT se va delineando con claridad el drama de la libertad que rechaza a Dios. Es el caso de Adán y Eva o el endurecimiento de los corazones que hace fracasar la alianza del Sinal. El pecado, además de debilitar la voluntad, es un peso que la inclina a decidirse contra Dios, pero la gracia divina viene a contrapesar esta influencia: "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5,20).

La lucha del hombre contra el pecado se desarrolla en dos planos distintos. En un primer nivel el hombre se esfuerza en amar a Dios respondiendo a sus fracasos y caldas con una confesión sincera y un deseo de conversión en continua renovación. En un segundo nivel se destaca la opción esencial: su adhesión a Cristo y su decisión de fe. Si por orgullo o desesperación cede a la tentación, comete el pecado de muerte (1 Jn 5,16), la blasfemia contra el Espíritu Santo que no será perdonada ni en este siglo, ni en el venidero (Mt 12,31-32). Mientras el hombre vive en este mundo, el pecado y el Espíritu de Dios se disputan su corazón. En la existencia que Dios le da aquí, el hombre ha de decidirse, en la penumbra de la fe, antes de la visión cara a cara definitiva donde encontrará toda su alegría.

Tradujo y condensó: CARLOS BARDÉS

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CAPÍTULO 5

LA DECADENCIA ESPIRITUAL DEISRAEL

(JUECES, RUT, 1 SAMUEL 1,2)

Nos estamos moviendo cronológicamente ahora hacia uno de losperíodos más oscuros de la historia de Israel. Es imposible saber conexactitud cuántos años transcurren durante este período de los jue-ces. Hay inseguridad incluso con respecto a la época del Éxodo. Mien-tras que algunos señalan una fecha más temprana, en el siglo quince,para el Éxodo, otros señalan la existencia de numerosas evidencias afavor de una fecha posterior en algún momento del siglo trece. Huboun tiempo en que los de tendencia conservadora se atenían a la fechamás temprana y los liberales a la segunda, pero hoy en día ya no sepuede decir que sea así. Muchos conservadores insisten en un éxodoen el siglo trece, y con buenos argumentos. Las Escrituras no están detodo claras en este asunto, y no tenemos razón para preocuparnosgrandemente con respecto a la fecha exacta.

Igualmente la duración del período de los jueces no puede serdeterminada con certeza. Parece claro que los años de los distintosjueces del período no pueden ser consecutivos, puesto que requeri-rían más años de los que tenemos disponibles entre el Éxodo y eltiempo de David, que se sitúa con bastante certeza alrededor delaño 1000 A.C. Por tanto, podemos suponer que en los tiempos delos distintos jueces tenemos la coincidencia de varios de ellos endiferentes partes del país.

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Sería un error gastar demasiado esfuerzo tratando de elaboraruna cronología que las Escrituras no nos han aclarado. Mejor vea-mos las lecciones de este oscuro período en la historia de Israel.

I. El libro de los JuecesEl libro en sí, al igual que el de Josué, se puede dividir en dos

secciones básicas pero no iguales. La primera, que cubre los capí-tulos 1 a 16, trata sobre los ciclos de la historia israelita en esteperíodo. La última sección del libro, los capítulos 17 al 21, nos daalgunos ejemplos del estado espiritual de Israel en aquel momento.

El capítulo uno de Jueces presenta lo que siguió al período deJosué. Encontramos al principio después de la muerte de Josué undeseo por parte de Israel de conocer y seguir la voluntad del Señor(vv. 1-3). Las diversas tribus se hallaban ocupadas en terminar lasconquistas. Esto quiere decir que Josué no había completado laoperación de conquista, sino que había aún numerosos puntos deresistencia a través de todo el país (vv. 22,27,29-34).

Se nos dice además que muchas de las tribus, aparentementesiguiendo el ejemplo de Josué que leemos en Josué capítulo 9, esta-ban poniendo en los trabajos duros a los cananeos vencidos,esclavizándolos en lugar de destruirlos como les había ordenado elSeñor (vv. 28,30,33,35).

Este estado de cosas provocó que el Señor enviara un ángelpara que le advirtiera a Israel que su desobediencia al mandatodivino traería sufrimiento a la tierra (2.2,3). El hecho de que elpueblo reaccionara a esta palabra proveniente de Dios con arre-pentimiento es en sí una buena indicación de que en ese momentoel pueblo estaba aún espiritualmente alerta. Podían sentir dolor porsus pecados (v. 45).

Mientras vivían los que recordaban a Josué, el pueblo fue engeneral fiel al Señor (v. 7). Pero incluso aquella generación falló en

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La decadencia espiritual de Israel

un aspecto muy importante. No siguieron las instrucciones deDeuteronomio 6.4ss de enseñar a sus hijos lo que habían aprendidode Dios, y así vemos que se levanta después toda una generaciónque no sabe nada de Dios ni de la Ley de Moisés (v. 10). Esteabandono por parte de los padres que no instruyen a sus hijos es ungolpe asestado al mismo centro del propósito de Dios cuando llamaa un pueblo y establece su pacto con él para que él sea su Dios yellos su pueblo. Lo que Dios le había expresado primeramente aAbraham sobre los deberes de los padres (Gn 18.19), y les habíadicho en forma específica a todas las familias de Israel (Dt 6.4ss),fue desoído, y con los peores resultados. Se levantó toda una gene-ración sin fe.

A través de la historia posterior del pueblo de Dios hasta nues-tros días podemos observar el mismo pecado y sus consecuencias.Muchos de los males de la iglesia de hoy surgen de la negligenciade los padres cristianos en la enseñanza de la Ley de Dios a sushijos, y su poca preocupación por vivirla ante ellos.

El surgimiento de una generación sin fe, descrito en el capítulo2 de Jueces, da entrada a la serie de ciclos que se desarrollan en loscapítulos restantes del libro.

El esquema de ese ciclo se nos presenta en 2.11-23, y es comosigue: 1) el pueblo hace el mal, dejando la adoración al Señor (vv.11-13); 2) Dios, en su cólera, los castiga levantando enemigos quearrasan con ellos (vv. 14-15); 3) el pueblo en su sufrimiento apela alSeñor (v. 15); 4) el Señor hace surgir jueces que lo salven de lasmanos de sus enemigos (v. 16). Entonces el ciclo comenzaría denuevo, tan pronto como ellos olvidaran a su Dios y se volvieran almal (vv. 17ss). El propósito de Dios al hacer surgir naciones quecastiguen a Israel se nos dice en 3.1-6. Habían sido dejadas en latierra para probar la fidelidad de Israel y para afirmar la fortalezade los fieles.

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

En 3.7 comienza el relato de los ciclos, que sigue hasta el capí-tulo 16. Hay por lo menos siete ciclos separados, como los descri-tos anteriormente, en este período de la historia de Israel.

El primer ciclo (vv. 7-11) habla de la condición pecadora deIsrael que provocó que Dios enviara contra ellos a reyes deMesopotamia. Luego, cuando Israel había clamado a Dios en sudolor, Dios levantó a Otoniel, de la familia de Caleb, para rescatar aIsrael. En este caso, como en muchos otros, se nos dice que elEspíritu del Señor vino sobre el juez para darle sabiduría y un poderespecial para realizar su tarea (v. 10).

La función exacta del Espíritu Santo en la época del AntiguoTestamento no está del todo clara. Ciertamente, está activo en lacreación, y también guiando a Israel en particular, al dotar a ciertaspersonas con capacidades para realizar tareas especiales. Así lohizo con algunos en el desierto, haciéndolos capaces de realizarhábiles trabajos en la construcción del tabernáculo que él habíaordenado (Éx 31.1-4; ver también 1 S 10.6). También sabemos queel Espíritu Santo guió a los profetas llamados a poner por escrito dela Palabra de Dios (2 P 1.21). Sin embargo, no parece haber unapresencia constante del Espíritu en los hijos de Dios del AntiguoTestamento, como vemos en el Nuevo después de pentecostés. ElEspíritu en esta época, el período de los jueces, parece haber des-cendido sobre ciertas personas por un período y haberlos dejadodespués. Evidentemente este es el caso de Otoniel (v. 10).

El segundo ciclo (vv. 12-30) relata el sangriento episodio delasesinato de Eglón, rey de Moab y enemigo de Israel. Algunos sequejan de que aparezcan escenas tan sangrientas en la Biblia ytratan de considerarla como algo escrito en un nivel inferior al cris-tiano. Sin embargo, no hay escenas más sangrientas que las queencontramos en el Apocalipsis. Todas ellas subrayan el hecho deque el pecado ha traído consigo la necesidad del derramamiento desangre, y si el Antiguo Testamento o el Nuevo resultan sangrientos

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La decadencia espiritual de Israel

para algunos, es que están ignorando ingenuamente los problemasreales de vida o muerte, y la terrible amenaza de infierno que cuel-ga sobre todo el que entra en este mundo.

El tercer ciclo se menciona aquí solo brevemente, sin muchosdetalles (v. 31).

El cuarto ciclo (4.1—5.31) nos dice que cuando los hombresno sabían cumplir con su responsabilidad en la iglesia como dirigen-tes, el Señor podía, y de hecho lo hizo a veces, llamar mujeres queocuparan sus puestos. Pero no hemos de concluir por ello que Diosles ha dado a las mujeres, en paridad a los hombres, el lugar dejefes en la iglesia. Como dijo Cristo con respecto al divorcio, eneste caso tampoco era así en el principio (5. 7; cf. Mt 19.7,8; 1 Tim2.9-15). Se desprende claramente de 4.8, que la razón por la queDébora fue escogida fue que los hombres, que debían haber dirigi-do al pueblo, no querían hacerlo.

La expresión poética de la victoria de Débora que está en elcapítulo 5 pone en claro que no había sido Débora sino el Señorquien había triunfado en aquel día. Hasta las estrellas del cielo com-batieron contra Sísara, el enemigo de Israel (5.20). Esto no es unareferencia a la astrología, sino que, como dice Josué 10.12,13, comola soberanía de Dios lo controla todo, hasta los cuerpos celestespueden llegar a afectar las vidas y los destinos de los hombressegún la voluntad de Dios.

El quinto ciclo (6.1—10.5) cubre la liberación de Israel de ma-nos de Madián su enemigo, por medio del juez Gedeón. Este perío-do de la historia de Israel es particularmente bajo en espiritualidad.Dios envía un profeta innominado para reprocharle al pueblo sufalta de fidelidad (vv. 7-10).

El llamado de Gedeón nos hace recordar los de Moisés y Josué.Aquí Dios promete estar con aquél a quien ha llamado y enviado arealizar su obra (vv. 15,16).

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La petición que hace Gedeón de una señal, según vemos en elverso 17, y el episodio subsiguiente con el vellón (vv. 36-40), no sonprecisamente motivo de alabanza para la figura de Gedeón. Suinsistencia en que hubiera una señal no es indicio de fortaleza espi-ritual sino de debilidad. Aunque se le llama «hombre de fe» (Heb11.32,33), su fe es muy débil, como indica claramente su peticiónde señales.

La obediencia de Gedeón al Señor era la evidencia de su fe, yaque derribó el altar de Baal y construyó uno para el Señor (vv.26,27; cf. la fe en Abraham, Gn 12.4, y de Noé, Gn 6.22). Aquívemos un ejemplo de un hijo guiando a su padre: el padre de Ge-deón desarrolla evidentemente su fe en Dios siguiendo la direcciónde su hijo (vv. 30-32).

El episodio del vellón que se recoge en los versículos 36 y si-guientes, manifiesta, como ya dijimos, no la fortaleza de la fe deGedeón sino su debilidad. Dios había prometido estar con él y ha-cerlo prosperar, y sin embargo Gedeón pidió una señal, no una vez,sino dos (vv. 36,37,39). La práctica que tienen algunos hoy en díade discernir la voluntad de Dios «extendiendo el vellón» ha de servista en el contexto de alguien cuya fe es tan débil que no quiereobedecer a Dios sin un signo visible. Si alguien insiste en «extenderel vellón» es decir, en poner a Dios en el caso de manifestarle suvoluntad por medio de alguna señal ideada por el que duda, aténga-se a las consecuencias si se queda sin respuesta. No todos somosllamados como Gedeón.

El método usado para escoger a los que habrían de pelear Jun-to a Gedeón, tal como leemos en el capítulo 7, no es el asuntoprincipal, según creo. Hay quienes le han dado demasiado signifi-cado a la forma en que algunos bebían con sus manos, mientrasque otros se echaban sobre sus rodillas para beber, tratando deprobar que una forma era preferible a la otra. No estoy seguro deque sea esto lo importante. Lo principal es que Dios quería eliminar

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La decadencia espiritual de Israel

a la mayoría para demostrar que la victoria sería de él y no de loshombres. Los que él escogió, pueden haber sido los menos capacesde los 10.000.

El sueño del madianita que se le permitió conocer a Gedeónfue una nueva seguridad de que se cumpliría la promesa de Dios dedarle la victoria (vv. 9-14). La última parte del capítulo 7 relata lahuida desordenada de los madianitas, cuando Dios pone confusióny miedo en sus corazones.

Podemos ver la sabiduría y diplomacia de Gedeón cuando cal-ma la ira de los efraimitas. Esencialmente, lo que hizo fue halagarlosdiciendo que lo que él había hecho con su pequeña banda de hom-bres no era nada en comparación con lo que Efraín había hecho.

Cuando el pueblo de Israel le ofreció el título de rey (8.22ss),Gedeón mostró su gran humildad ante los hombres y ante Dios alrehusarlo, a la vez que afirmaba la realeza del Señor (v. 23). Enverdad, el Señor era el único con derecho a ser rey, como Moisés lohabía proclamado mucho tiempo antes (Éx 15.18).

Es difícil comprender cómo este mismo Gedeón haya podidodesviar inmediatamente el corazón del pueblo del mismo Dios queacababa de proclamar. Y sin embargo eso es lo que hizo (vv. 24-28). El final de la historia de Gedeón y su familia es triste, sin duda,por su desatino al hacer el efod (una prenda sacerdotal) que causóla caída del pueblo (v. 27).

De entre los setenta hijos de Gedeón (tenía muchas esposas),solo uno, Jotam, sobrevivió a la matanza llevada a cabo por Abimelec,hijo de Gedeón con su concubina. Jotam también fue forzado a huir,después de haber pronunciado una maldición sobre Abimelec(9.7ss). La maldición era que los hombres de Siquem y Abimelec,que habían maltratado así a Gedeón y a sus hijos, se destruiríanmutuamente (vv. 19-20). El resto del capítulo nuevo nos narra cómose hizo realidad esa maldición.

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El ciclo sexto se encuentra en 10.6—12.15. Es la historia deJefté, y de cómo condujo a Israel a la victoria sobre los amonitas.Jefté había sido despreciado por su propio pueblo, hasta que tuvie-ron necesidad de él (11.1ss). Entre tanto, los amonitas amenazabana Israel y, como antes, el pueblo se volvió a Dios pidiendo ayuda(10.10). Sin embargo, esta vez el Señor no respondió inmediata-mente a sus ruegos sino que les reprochó su falta de fidelidad (v.13). Solo después de que ellos hubieron mostrado evidencias realesde arrepentimiento sincero hizo Dios surgir un libertador, Jefté.

El éxito de Jefté fue que, con la ayuda de Dios, sometió alenemigo de Israel, los amonitas (11.33). La tragedia de la historiade Jefté está en que, buscando seguridad para sí mismo contra laderrota, hizo un voto apresurado e innecesario que le costaría muycaro (11.30-31). En cierto sentido, Jefté intentaba sobornar a Diospara que le diera la victoria. Ya había tenido anteriormente todaslas indicaciones de que Dios estaba con él (v. 29). No puedo imagi-nar que esperara que le saliera desde la puerta de su casa a suregreso nadie más que algún miembro de su propia familia.

Debemos decir aquí que Dios nunca ha hecho transacciones deesa clase, ni con Jefté ni con ningún otro hombre. Dios nunca estuvode acuerdo en honrar un voto semejante. Él ya le había mostrado supresencia a Jefté, asegurándole así la victoria. La idea fue totalmentede Jefté. Es más, Dios nunca perdonó lo que había hecho Jefté. Noestá escrito en la Palabra de Dios como ejemplo de lo que tienen quehacer los hijos de Dios. Al contrario, lo que hizo Jefté era un crimencontra la Ley de Dios. Tampoco leemos que Dios se lo exigiera,aunque él haya hecho el voto como lo hizo. Nunca es necesarioconsumar un voto que esté contra la Ley de Dios. Lo que aquí en-contramos no es un acto de gran fe sino un pecado sin valor ejemplaralguno para el pueblo de Dios. Aunque Jefté es enumerado entre losfieles a Dios, de ninguna manera puede servir de ejemplo en esteparticular hecho de su vida (Heb 11.32).

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El último ciclo, en los capítulos 13 al 16, es el conocido ciclo deSansón y los filisteos. Desde su nacimiento Sansón había sido dedi-cado por sus padres para ser nazareo por indicación de Dios (13.3-5). Como los demás jueces, Sansón fue dotado con el Espíritu San-to de Dios (13.25).

Al igual que Jefté y Gedeón, Sansón, aunque aparece entre loshombres de fe del capítulo 11 de Hebreos, no es un buen ejemplode lo que ha de ser un hijo de Dios. Entre otras cosas, quiso casarsecon una filistea (14.2), lo cual estaba en desacuerdo con la voluntadde Dios.

Los episodios siguientes sobre su trato con los filisteos, y lamatanza de grandes multitudes de ellos de vez en cuando, eran sinduda parte del propósito de Dios de liberar a Israel de manos de susenemigos (14.5 a cap. 15).

En el capítulo 16 leemos cómo terminó la vida de Sansón. Alparecer, no había aprendido nada de las desagradables experien-cias pasadas al casarse con una filistea, puesto que se vio envueltopor otra de Gaza, una ciudad filistea, que era ramera (16.1ss). Estepecado casi le costó la vida.

Después, para añadir pecado al pecado, amó a otra mujer más,Dalila, probablemente filistea, puesto que conocía muy bien a losseñores filisteos (16.4-5). Desde el principio se ve que ella amabamás el dinero y su propia persona que a Sansón (16.5), y buscó lamanera de traicionarlo poniéndolo en manos de sus enemigos, loque al fin consiguió (16.18-21).

El último acto de Sansón fue quizá el mayor y menos egoísta.Esperó pacientemente a que su cabello volviera a crecer, esto es, avolver a ser nazareo, para poder hacer aquello para lo que Dios lohabía llamado. Pasó por grandes sufrimientos para realizar esteúnico acto de liberación de su pueblo. Y sin embargo, este actopuede haber sido muy bien una venganza personal, más que unintento de servir a Dios y a su pueblo (16.8).

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Visto en conjunto, el grupo de jueces que se fueron levantandopara liberar a Israel de vez en cuando, es un grupo muy oscuro.Vemos en todo el período muchos héroes, pero pocos caudillos es-pirituales auténticos que anduvieran con el Señor. La mayoría deellos no eran ejemplos de vidas fieles. No encontramos nadie quese parezca a Moisés, o a Josué, o a Samuel, que aparecerá mástarde. Los jefes eran débiles, principalmente porque el pueblo eradébil, y el clima espiritual de aquellos días era muy pobre.

El hecho de que el período de los jueces es llamado con razón laEdad Oscura de la espiritualidad en Israel, queda bien ilustrado conlas dos narraciones de esa época que recogen los capítulos 17 al 21.

La primera narración, en los capítulos 17 y 18, nos habla de unhombre llamado Micaía, que al parecer le robó alguna plata a sumadre (v. 2). Por alguna razón, le devolvió la plata, y ella decidiódedicarla al Señor haciendo una imagen de talla (v. 3). De estaforma violaba tanto el segundo como el octavo mandamiento, ytambién el quinto, puesto que él no había honrado a su madre. Estohace que el autor del libro comente: «En aquellos días no había reyen Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (v. 6). Esta frasebien podría ser llamada el estribillo del libro de los Jueces (cf. 18.1;19.1; 21.25).

No podemos decir con seguridad si el autor estaba escribiendodesde la perspectiva de un tiempo en el que había, o se esperaba quehubiera, reyes en Israel. Un significado seguro de esta declaraciónes que el pueblo había rechazado al Señor y su Palabra. El Señor noreinaba en sus corazones como rey pero él se había declarado su rey(Éx 15.18; Jue 8.23). Era una época llena de pecado.

El pecado de Micaía se hizo aun mayor cuando tomó a unlevita como sacerdote personal suyo (vv. 10-13). Dios nunca habíapermitido una cosa así. Era un abuso del ministerio de los levitas.

Al parecer, en aquellos días algunas tribus no se habían aúnestablecido. Unos de la tribu de Dan fueron a acampar donde esta-

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ba Micaía y su sacerdote privado (cap. 18). Acabaron atrayendo alsacerdote para su tribu (vv. 19-20). Esto era algo que tampoco esta-ba permitido por Dios. Los intentos por parte de Micaía de que ledevolvieran su sacerdote y sus ídolos se vieron frustrados por lasamenazas que le lanzaron (v. 25). De esta forma, el pecado de unhombre se convirtió en pecado de toda una tribu (v. 30). Aquí tene-mos, pues, una muestra de la ausencia de ley y orden que prevalecíaen el Israel de aquellos tiempos. Este es el tipo de gente que losjueces trataban de guiar. Humanamente parecía una tarea imposible.

Quizá la parte más triste de toda esta narración es aquella enque por fin se da el nombre del sacerdote, en 18.30, y resulta ser undescendiente de Moisés por línea directa. Esto nos habla de lo rápi-do que se mueve el poder de Satanás entre los hijos de Dios, ha-ciendo estragos. Ni la familia de un hombre de Dios como Moisésestaba inmune a los ardides de Satanás. Este nieto de Moisés des-cendió a una escala espiritual muy baja al rebelarse contra las leyesde Moisés, su abuelo.

El segundo ejemplo se relata en los capítulos 19 al 21. Estanarración también tiene que ver con un levita y con la ciudad deBelén (19.1; cf. 17.7). Es una historia horrorosa y sórdida. El levitahabía tomado una concubina de Belén, la que finalmente había hui-do de su lado para volver a su padre en Belén (19.2). El levitaregresó a Belén a buscarla, y después de haber sido detenido algu-nos días por su suegro, al cabo partió de regreso a Efraín con suconcubina.

Notemos la triste situación de Israel en aquellos días, que pasade largo una ciudad pagana, Jebús (Jerusalén), para pasar la nocheentre hebreos, solo para encontrarse con que la ciudad hebreaGabaa, de Benjamín, rezumaba hostilidad y carecía de hospitalidad(vv. 12-15). La ciudad de Gabaa resultó tener muchas de las ca-racterísticas de Sodoma y Gomorra (podríamos comparar las pala-bras de Isaías mucho después, en Is 1.9). En la ciudad había un

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peregrino extranjero que sí supo mostrarle hospitalidad al levita,como Lot, extranjero en Sodoma, la había mostrado a los ángelespensando que eran hombres necesitados de ayuda (vv. 16ss). Tam-bién, al igual que en Sodoma, los benjaminitas se quejaron del ex-tranjero y de su huésped levita, y quisieron «conocer» (tener rela-ciones sexuales) al levita (v. 22). El extranjero, que le había pedidoal levita que entrara en su casa, como había hecho Lot anterior-mente con los ángeles, ofreció su hija y también la concubina dellevita a los hombres (vv. 23-24).

Los hombres malvados de Benjamín abusaron de la concubinadurante toda la noche, dejándola tan exhausta físicamente que mu-rió (vv. 27-28). La acción del levita nos parece horrible a nosotros,pero fue efectiva (v. 29). Unió a todo Israel, al menos una vez, paracastigar a toda la tribu de Benjamín (cap. 20).

Solo quedaron unos pocos de la tribu de Benjamín cuando ter-minaron las luchas, y así una tribu quedó casi exterminada. Esatribu no volvería nunca más a ser fuerte, y terminaría uniéndosecon la de Judá. Las formas ingeniosas en que los israelitas resolvie-ron el problema de conseguirles esposas a los benjaminitas quequedaron nos muestra cómo se iban capitalizando pecado tras pe-cado, hasta que nada se podía hacer sin que conllevara una ciertaviolación de la Ley de Dios (cap. 21).

En conclusión, con respecto a las lecciones que ofrece este libro,hemos visto que el período de los jueces fue básicamente un períodode caos espiritual. Hemos visto ilustraciones de faltas que afectan acasi todos los Diez Mandamientos: falta de honor a los padres, robo,fabricación de imágenes, adoración a otros dioses, codicia, mentira,asesinato, y adulterio. Así era como se vivía entonces.

¿Qué fue lo que causó un caos espiritual semejante? En losprimeros capítulos de Jueces encontramos la respuesta. Los pa-dres que habían conocido a Josué, y sabían cómo Dios había libra-do a Israel de los cananeos, al parecer estaban demasiado ocupa-

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dos para dedicar su tiempo a enseñarles la Palabra de Dios a sushijos. Desobedecían así las órdenes dadas específicamente por Diosen Deuteronomio 6.4ss. Esto hizo que toda una generación no co-nociera al Señor ni supiera de la obra que él había hecho por Israel(2.10). Y esto a su vez trajo consigo la ignorancia espiritual y elcaos, como podemos ver en este libro. O sea, que está subrayandola necesidad de unos padres piadosos con fidelidad que enseñen asus hijos la Palabra de Dios. De otra manera, no llegarán a conoceresa Palabra de Dios.

II. La otra cara de los hechos: Elimelec y Elcanay sus familias (Rut, 1 S caps. 1 y 2)

Aunque el libro de los Jueces nos presenta el cuadro de lasituación espiritual que prevalecía en la época, no podemos decirque el cuadro sea total. Sin duda alguna hubo también padres pia-dosos en Israel que no siguieron las tendencias infieles de su épo-ca. Podemos ver esto ejemplificado en las familias de Elimelec yElcana. El Señor, como hemos visto, desde el mismo momento dela creación, ha enfatizado grandemente la importancia de la fami-lia. El libro de Rut y el de 1 Samuel ilustran muy bien la forma enque Dios bendecía a las familias fieles.

El libro de Rut recoge las experiencias de la familia de Elimelec,casado con Noemí. Es interesante que ambos eran de Belén (1.1),como lo eran algunos de los personajes más sórdidos que encontra-mos en el libro de los Jueces. Debido al hambre que había en latierra se fueron a vivir por un tiempo en la tierra de Moab. Estandoallí, los dos hijos de Elimelec y Noemí se casaron con mujeres pa-ganas de Moab. Quizá esta fuera la razón por la cual ambos murie-ron. Sin embargo, la piadosa Noemí ansiaba regresar a su casa.

Ella no esperaba que sus dos nueras dejaran su hogar en Moab,pero una de ellas, Rut, sí prefirió a Noemí y a su Dios por encimade su propia gente y sus dioses (vv. 16-17). El versículo 16 ha sido

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citado con frecuencia para ilustrar la gran fe y devoción de Rut, yasí es, pero no podemos pasar por alto el hecho de que tambiénelogia la estatura espiritual de Noemí, cuya devoción al Señor yamor por su nuera conmovieron a esta hasta hacerla dejar a supueblo e irse con la anciana a un hogar extraño.

De vuelta en Belén, Rut, por una providencia divina, comomuestra el libro, conoció a otra persona piadosa, Booz, y por bendi-ción de Dios, ambos terminan casándose, estableciendo así otrohogar piadoso (capítulos 2 a 4). De aquel hogar de fe descenderíael gran rey David (4.22), y alguien aun más grande: el Señor Jesu-cristo (Mt 1.1) .

Aquí volvemos a ver a una pagana, Rut, insertada en la línea delos creyentes. Una vez más, Dios da una prenda del día en el quegentes de todas las naciones del mundo vendrían para ser incluidasen el pueblo de Dios.

Así bendijo Dios a la fiel Noemí, que mostró de tal manera lapresencia suya en su vida que una joven pagana fue atraída a eseDios. Dios le proporcionó un esposo creyente, juntos constituyeronuna familia temerosa de Dios, de la cual vendría en el tiempo lapersona de Jesucristo. No todo estaba perdido en esta edad peca-dora y sin Dios, porque él es bondadoso y no permitiría que la luz seapagara en Israel.

La familia de Elcana y su esposa Ana también son un buenejemplo de la presencia de personas devotas en Israel, en la épocade los jueces. Era procedente de los montes de Efraín, de dondeera también Micaía, según Jueces 17 (v. 8), y de donde proveníatambién el levita de Jueces 19 (v. 1). Su vida espiritual se refleja enla regularidad con que adoraba al Señor con su familia en Silo,donde estaba el tabernáculo en aquel entonces (1 S 1.3; cf. Jos18.1). Notemos el contraste entre su obediencia al mandato deDios con respecto a la adoración en un solo lugar que Dios escoge-

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ría (Dt 12) y la desobediencia de los danitas, que levantaron supropio santuario separado de la casa de Dios.

Ana, la esposa de Elcana, tenía como rival a la otra esposa,llamada Penina (1 S 1.6-7). Como era estéril, deseaba mucho tenerun hijo y oraba incesantemente pidiéndoselo. La entrega de su hijoal Señor como sacrificio vivo para Dios contrasta con el disparata-do compromiso y con el voto de Jefté (1 S 1.11; cf. Jue 11.30-31).El que Elí no haya sabido reconocer que Ana estaba orando, es ensí mismo un buen comentario sobre la corrupción espiritual de laépoca (1.12-13). Era tan escasa la oración en aquellos tiempos,que ni un sacerdote de Israel era capaz de reconocerla.

Cuando Dios le dio un hijo a Ana, ella lo llamó Samuel. El nom-bre significa «Su nombre es Dios», y es un tributo al Dios que se lohabía dado. Samuel fue criado en un hogar piadoso y, finalmente,fue entregado al Señor (1.22,25,28). De esta forma, Ana y su espo-so demostraron ser padres fieles al Señor y llenos de amor por él.Estaban mostrándole ese amor al dedicar a su hijo al servicio delSeñor para siempre.

La oración de Ana que está en el capítulo dos es una de lasoraciones más hermosas que se recogen en las Escrituras. Revelala gran profundidad de su fe, y su visión espiritual de la Palabra deDios. Y sobre todo, muestra la gran obra hecha por Dios en loscorazones de algunos en esos días de oscuridad espiritual.

En esta oración revela tener comprensión de cómo el Señorhumilla a los soberbios pero exalta a los humildes (2.1,3,4,6,7). Asíes como comprende el verdadero propósito de los sacrificios, quees llevar al pueblo de Dios al quebrantamiento y contrición de cora-zón para que Dios lo pueda levantar. Habla de la santidad de Diosy de su soberanía sobre todos los asuntos de los hombres (vv. 6,7,8).Expresa una confianza especial en que Dios guardará a los suyos yjuzgará a los malvados (v. 9) muy similar a la expresada en el Sal-

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mo 1. Sin duda, su profundidad espiritual es un reflejo de lo que lehabían enseñado sus padres, o quizá su esposo. La oración de-muestra que conocía la Ley de Dios y comprendía lo que significa-ba para los hijos de Dios.

Terminaremos este capítulo aquí. Como vemos, el período deoscuridad en Israel no fue capaz de triunfar sobre la luz de la ver-dad y los propósitos que tenía Dios. Aunque la mayoría del pueblode Israel era malvado, hubo también quienes no vivieron como lamayoría sino que tomaron a Dios en serio. Aun en las épocas deoscuridad espiritual en la iglesia hace Dios surgir algunos que le sonfieles. Podríamos preguntar: «¿Qué debo hacer?» Noemí y Booz,Elcana y Ana tienen la respuesta para nosotros: permanecieronfieles e hicieron lo que Dios les había dicho en su Palabra quedeberían hacer como padres y como hijos de Dios. De su descen-dencia levantó Dios a Samuel y a David, dos de los más notableshijos de Dios del Antiguo Testamento, cuyas vidas resultaron efec-tivas en la empresa de traer de vuelta a Israel como toda una na-ción a los pies del Señor.