Principios Biblicos de la Misión Integral - Robert. Guerrero

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Artículos Red Del Camino Principios Bíblicos de misión integral Robert Guerrero La Biblia afirma que debemos mostrar a los demás compasión, reconciliación, justicia, transformación y buenas obras si vivimos esa misión integral iniciada por Jesucristo, la cual viene a ser nuestro propósito aquí en la tierra. La pregunta final sería: ¿estamos evidenciando a Cristo permanentemente? La doctrina y práctica de la misión integral están claras en la Biblia: la adoración a Dios sin compromiso por la justicia es hipocresía que Dios aborrece (Is 1.14–17, Amós 5.21– 24); proclamación del evangelio y obras sobrenaturales sin obras de amor por el necesitado son señales de falsa espiritualidad (Mt 7.21–23; 25.31–46) y santidad personal sin servicio social es hueca religiosidad (Lc 10.30– 37). Celebrar cultos, estudiar la Biblia y orar por su parte, es solo la punta del archipiélago. Cuando uno abraza la visión bíblica de la misión cristiana, el culto cristiano llega a ser una expresión de todo un trabajo y toda una vida de compromiso con el servicio, la compasión y la justicia social. Así que, quisiera proponer algunos principios bíblicos que sustentan el carácter integral de esa misión cristiana para su práctica consistente en nuestras vidas e iglesias. El primer principio es la manifestación del reino ¿Qué quiero decir? En la Biblia, Dios da a conocer su plan y programa gracias a los grandes pactos: en el que hizo a Abraham, Dios promete bendecir a todas las naciones por medio de su descendencia, y ciertamente el pueblo de Israel fue el instrumento de Dios para darnos su revelación. En el de Sinaí por su parte, Dios muestra su carácter al establecer la Ley. A su vez, con el pacto Davídico Dios manifiesta su posición como Soberano y Rey. De igual forma, al establecer su compromiso en el Nuevo Pacto (ref. Jeremías) Dios se obliga a convertir esta revelación (de su carácter santo y su posición como Rey) en una realidad interna y salvadora para el ser humano y su pueblo mediante Su Espíritu. Puede notarse también que en el Nuevo Testamento el cumplimiento de los ofrecimientos divinos se manifiesta con la llegada del tan esperado Mesías, nuestro Señor Jesucristo. Al iniciar su ministerio público, Jesús leyó las palabras del profeta «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor» (Lc 4.18–19) y de esta manera cumple a plenitud la intención de los pactos del Antiguo Testamento: Él es la máxima revelación del carácter y reinado de Dios, Dios mismo encarnado y quien inicia el nuevo pacto para con nosotros. Ahora bien, la señal de Su misión y reinado es la reconciliación de todas las cosas consigo mismo, como bien dice Colosenses 1.19, «porque al Padre agradó que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar 1

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El estudio de algunos principios bíblicos quesustentan el carácter integral de esa misión cristiana para una práctica consistente ennuestras vidas e iglesias.

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Principios Bíblicos de misión integralRobert Guerrero

La Biblia afirma que debemos mostrar a los demás compasión, reconciliación, justicia, transformación y buenas obras si vivimos esa misión integral iniciada por Jesucristo, la cual viene a ser nuestro propósito aquí en la tierra. La pregunta final sería: ¿estamos evidenciando a Cristo permanentemente?

La doctrina y práctica de la misión integral están claras en la Biblia: la adoración a Dios sin compromiso por la justicia es hipocresía que Dios aborrece (Is 1.14–17, Amós 5.21–24); proclamación del evangelio y obras sobrenaturales sin obras de amor por el necesitado son señales de falsa espiritualidad (Mt 7.21–23; 25.31–46) y santidad personal sin servicio social es hueca religiosidad (Lc 10.30–37). Celebrar cultos, estudiar la Biblia y orar por su parte, es solo la punta del archipiélago. Cuando uno abraza la visión bíblica de la misión cristiana, el culto cristiano llega a ser una expresión de todo un trabajo y toda una vida de compromiso con el servicio, la compasión y la justicia social. Así que, quisiera proponer algunos principios bíblicos que sustentan el carácter integral de esa misión cristiana para su práctica consistente en nuestras vidas e iglesias.

El primer principio es la manifestación del reino

¿Qué quiero decir? En la Biblia, Dios da a conocer su plan y programa gracias a los grandes pactos: en el que hizo a Abraham, Dios promete bendecir a todas las naciones por medio de su descendencia, y ciertamente el pueblo de Israel fue el instrumento de Dios para darnos su revelación. En el de Sinaí por su parte, Dios muestra su carácter al establecer la Ley. A su vez, con el pacto

Davídico Dios manifiesta su posición como Soberano y Rey. De igual forma, al establecer su compromiso en el Nuevo Pacto (ref. Jeremías) Dios se obliga a convertir esta revelación (de su carácter santo y su posición como Rey) en una realidad interna y salvadora para el ser humano y su pueblo mediante Su Espíritu.

Puede notarse también que en el Nuevo Testamento el cumplimiento de los ofrecimientos divinos se manifiesta con la llegada del tan esperado Mesías, nuestro Señor Jesucristo. Al iniciar su ministerio público, Jesús leyó las palabras del profeta «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor» (Lc 4.18–19) y de esta manera cumple a plenitud la intención de los pactos del Antiguo Testamento: Él es la máxima revelación del carácter y reinado de Dios, Dios mismo encarnado y quien inicia el nuevo pacto para con nosotros.

Ahora bien, la señal de Su misión y reinado es la reconciliación de todas las cosas consigo mismo, como bien dice Colosenses 1.19, «porque al Padre agradó que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar

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consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz». La vida, muerte y resurrección de Cristo hacen posibles la reconciliación. Por eso el cometido de Jesús es la reconciliación de todas las cosas en Él, aunque la plenitud de ella aún aguarda su segunda venida.

La misión de la iglesia dentro de ese contexto es extender la misión de Jesús. El evangelio que predicamos es el del Reino, y si somos fieles a Jesús, hemos de ser pequeñas señales de este: «La iglesia Primitiva emuló el ministerio de Jesús en el sentido de plantar señales del incipiente Reino de Dios. Los cristianos no habían sido llamados a algo más que erigir señas, pero tampoco algo menos.» (David Bosch, Misión en Transformación). Así que como iglesia nos ocupamos, aunque de manera imperfecta e incompleta, en la reconciliación de todas las esferas de la vida y las relaciones humanas como pequeñas señales del incipiente Reino de Dios. En otras palabras, si no estamos preocupados por la reconciliación en todas sus áreas, estamos ignorando nuestro papel como socios de Jesús en la misión de manifestar el Reino de Dios en nuestro entorno.

El segundo principio es la compasión integral

Una de las palabras claves que describen el carácter de Dios en Jesús es compasión. Jesús mostró esta virtud de manera integral ante todas las penurias humanas. Como en el caso de nuestro señor, el creyente debe tener compasión genuina y proveniente del Espíritu, pues solo así podrá involucrarse con la necesidad del hombre en todas sus áreas (espiritual, física, psicológica, emocional, social).

De hecho, la compasión de Jesús se expresó de distintas maneras, según fuera el caso y la persona, pero siempre significó la restauración completa del individuo. Por ejemplo, las diferencias en los relatos de la multiplicación de los panes y los peces en Marcos 6 y 8 solamente se entienden a la luz de la compasión integral.

En primer lugar observamos que en Marcos 6 el público es judío y Jesús tuvo compasión por la desorientación espiritual de la gente y

comienza a enseñarles (6.34). En Marcos 8 tenemos otro público (judíos y gentiles) y en esta ocasión Jesús tuvo piedad por la necesidad física de la gente: no tenían qué comer (8:2). En otras palabras, la compasión nos lleva a responder a toda necesidad humana. En segundo lugar, vemos como despierta la conciencia a los discípulos involucrándolos en la misión. Les presenta el problema y les dice lo mismo que a nosotros: «denles ustedes de comer». Ante la gran necesidad y escasez siempre clamaremos como los discípulos, «¿dónde podremos encontrar lo suficiente…?» Es en ese momento cuando el verdadero desafío de fe nos viene: «entréguenme lo que tienen» (no lo que le sobra), entonces vemos el milagro.

Hay otro ejemplo en Marcos 5.21–43. El milagro de la mujer con flujo de sangre aparece como una inserción dentro de la historia de Jairo y su hija. La razón, de nuevo, es enseñarnos que la compasión integral se expresa al restaurar al individuo en su área de necesidad y siguiendo una fórmula uniforme. En ambos casos, Jesús sana de manera integral (física, emocional y psicológica), pero lo hace de manera distinta.

Para la mujer (una marginada social), viene en la afirmación de ella como «hija» y la afirmación de su fe. Jesús la reintegra no solo físicamente sino también emocional y psicológicamente. En el caso de Jairo, una persona importante que confiaba en su posición y su prestigio, Jesús percibe su restauración en la humillación. Por eso se detiene ante la rechazada social, dejando que la hija se muera, para enseñarle a no confiar en sí mismo sino en Dios y a la vez, desafía la limitación de su fe.

Esta compasión es fruto de la llenura del Espíritu. Solamente así podremos entender el mensaje que Jesús ve y nos quiere dar y nos acercaremos a la gente con compasión integral procurando su restauración completa. Esto nos lleva al tercer principio.

El tercer principio es la espiritualidad integral

Más de lo que estamos acostumbrados a ver, la promesa del derramamiento del Espíritu es dada en el contexto del reino de justicia y paz que traerá el Mesías. Un ejemplo de ello lo

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tenemos en Isaías 32. Inicia con la promesa del gobierno de justicia y paz, pero luego, tomando como ejemplo las mujeres de la clase alta, acusa a aquellos que se sienten confiados y tranquilos (espiritualidad privada e individualizada) a pesar de estar rodeados de tanta injusticia y opresión. Por tanto, Isaías advierte del juicio de Dios pero a la vez da la palabra de esperanza: «hasta que desde lo alto el Espíritu sea derramado sobre nosotros. Entonces el desierto se volverá un campo fértil…. La justicia morará en el desierto, y en el campo fértil habitará la rectitud. El producto de la justicia será la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto.» (15–17). La promesa del Espíritu está relacionada con el reino de justicia, cuyo producto será la paz y la tranquilidad.

En Pentecostés vemos el inicio de este cumplimiento. No debemos reducir la espiritualidad de Pentecostés a una sensación individualizada, sino a la comunidad que crea el Espíritu donde mora la justicia social y la paz, como vemos en Hechos 2.42–47. El Espíritu produce paz (shalom) en el contexto de la justicia social. En otras palabras, una iglesia verdaderamente «Pentecostal», es una iglesia que manifiesta la presencia del Espíritu no solo en el culto sino en la calle, identificándose con los pobres y comprometida con la justicia, la paz y el bienestar general. De hecho, eso es lo que vemos en la iglesia primitiva. Cada uno vendía sus propiedades y no había necesidad económica. La «llenura del Espíritu» en Hechos 4.31, no es solo porque proclamaban la palabra, sino porque «todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían… no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas las vendían… para que se distribuyera a cada uno según su necesidad» (4.32–35).

El cuarto principio es presencia transformadora

La pregunta ahora es, ¿cuál es el papel de esa comunidad que el Espíritu crea en el mundo? En Mateo 5.11–14 tenemos una descripción de los ciudadanos del Reino. Básicamente, indica que nuestra presencia en el mundo es para ser sal (en otras palabras, preservar del deterioro) y para ser luz (para iluminar con

buenas obras manifestando la gloria de Dios en este mundo).

Lamentablemente, debido a los modelos erróneos de cómo relacionarnos con el mundo, o nos hemos separado totalmente (siguiendo al Fundamentalismo) y perdido la habilidad de sazonar el mundo, o nos hemos asimilado tanto (según el Nominalismo) que desaten-demos nuestra habilidad de iluminar.

El modelo bíblico es presencia transformadora (Encarnacional). Como sal, debemos penetrar las tinieblas y convertirnos en una presencia preservadora. en lugar de separarnos y huir. Como luz, nuestro testimonio es en las buenas obras de amor y justicia (Isaías 58.) Así, la gente verá lo que hacemos y creerá en un Dios amoroso y justo. Esto no significa que el mundo nos va a aceptar sin reservas, pues una comunidad desafiante ¡será perseguida! Pero, no será por hacer cultos o por ser intolerantes, pedantes y altivos en la comunicación sino porque somos una amenaza a la estructuras de maldad.

Muchos cristianos se preguntan: «si nos involucramos en lo social, ¿no descuidaremos lo espiritual?» sin embargo, esta idea presupone una separación que resulta inconcebible en la mente de Dios y en la verdadera misión de la iglesia. Según la Biblia, no nos debe preocupar tanto el contagio del contacto con la gente del mundo, sino la capacidad que tenemos para influir. Es decir, no debemos preocuparnos por determinar si debemos estar involucrados en buenas obras, sino en definir cuáles son y cuán visibles son para cumplir con el llamado de ser sal y luz. Esto nos lleva al quinto principio.

El quinto principio es la fe activa

¿Cómo se evidencia la fe en el individuo? La señal es el servicio social como resultado de una espiritualidad íntegra. Esto es diferente a lo que normalmente entendemos por fe. La misma doctrina de «la justificación por fe» ha sido mal interpretada y mal usada para diluir su significado real. Pero una lectura correcta de Pablo y Santiago en el Nuevo Testamento nos ayuda a entender este concepto. En un sentido somos justificados por la fe solamente. Pero, la fe que justifica es aquella que obra. Ahora, ¿de qué obra estamos hablando? Si comparamos Mateo 7.21–23 y 25.31–46,

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vemos la respuesta. Ambos pasajes describen la misma situación histórica —el día del juicio. En los dos casos hay «demostraciones» de fe —una meramente «espiritual» que conlleva la adoración («Señor, Señor»), la predicación («profetizamos») y los milagros («sanamos y liberamos»), y la otra de índole social, cuyo fin es servir al necesitado sin la conciencia de hacerlo en «Su» nombre. Pero, en ambos casos, el resultado es muy diferente. En el primero las obras sobrenaturales no indican espiritualidad: «aléjate de mí, nunca te conocí». En el segundo no solo hay aceptación sino también una invitación para entrar en el Reino para siempre. La genuina espiritualidad es una fe activa que lleva buenas obras porque fluye como una verdadera expresión de nuestra relación con el Rey a quien servimos. Somos justificados por la fe que obra.

Para concluir, podríamos decir que el Reino de Dios ha llegado. La Biblia afirma que debemos mostrar a los demás compasión, reconciliación, justicia, transformación y buenas obras si vivimos esa misión integral iniciada por Jesucristo, la cual viene a ser nuestro propósito aquí en la tierra. La pregunta final sería entonces: ¿estamos evidenciando a Cristo dentro y fuera de nuestras iglesias?

Robert Guerrero es el pastor principal de la Iglesia Comunitaria Cristiana de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, República Dominicana. Es líder y fundador de la Red del Camino.

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