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Enero 2002 �

Presentación ................................................. 4

Sentido cristiano y dignidad de la educación ...................................................... 5Primera parte del discurso de Francisco Ponz en el acto In Memoriam celebrado en la Universidad de Navarra, en junio de 1976

LA RESPONSABILIDAD DE LOS PADRES .......................................................... 7El matrimonio, vocación cristiana ............. 18Homilía pronunciada en Navidad de 1970 .

FAMILIA Y COLEGIO ................................. 25

Conversaciones con Monseñor Escrivá .... �4Selección de preguntas y respuestas

EDUCAR EN LA FE ...................................... 40

Las labores educativas ............................... 52Extracto del discurso de Francisco Ponz en el acto In Memoriam celebrado en la Universidad de Navarra, en junio de 1976

BOLETÍN PARA PADRESNúmero 112ENERO 2002

Sumario     

Edita: Retamar S.A. Pajares, 22. Pozuelo de Alarcón 28223 (Madrid)

Imprime:Torreangulo. Arte Gráfico, S.A.Reus 828044 MADRID

Depósito Legal: AV 85-1976

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Presentación

El Centenario del nacimiento de San Josemaría Escrivá de Balaguer es el gozoso motivo que impulsa la publicación de este número extraordinario del Retamatch

Boletín para Padres.

Hemos querido recoger en él una selección del pensamiento de San Josemaría acerca de la acción familiar en el quehacer educativo de los hijos —en el hogar y el colegio—, fiján-donos en el triple aspecto que debe entrañar una formación completa: la adquisición de las necesarias virtudes humanas, la potenciación de las capacidades intelectuales y el desarrollo de una fe viva y operativa cimentada en una sólida vida de piedad.

Se ha procurado que la estructura de la revista aúne sencillez de manejo y tras-cendencia en sus contenidos. Se abre y se cierra con un extracto del discurso pronun-ciado por el Doctor Don Francisco Ponz —en aquel momento Rector Magnífico de la Universidad de Navarra— con ocasión del homenaje In Memoriam a San Josemaría un año después de su marcha al Cielo. A continuación, una selección de textos breves sobre la «responsabilidad de los padres», «la familia y el colegio» y «la educación en la fe», acompañados por una serie de fotograf ías que ilustran diferentes momentos de la vida del Fundador del Opus Dei. La homilía El matrimonio vocación cristiana, y determinadas respuestas extraídas de Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer se intercalan con los textos breves anteriormente citados.

La intención es que el contenido responda a las inquietudes que cualquier familia res-ponsable ha tenido siempre en el dif ícil pero apasionante reto de la educación de sus hijos. Pocas personas a lo largo del siglo XX han sido tan claros y directos a la hora de tratar este importantísimo tema como San Josemaría. Retamar, fruto de su estímulo y de su oración, recoge en estas páginas el porqué de un estilo, el del Colegio, que quiere ser fiel y leal reflejo de su permanente doctrina.

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En las enseñanzas de Monseñor Escrivá de Balaguer, la educación se contempla desde una perspectiva teologal, que

considera al hombre en la plenitud de su ser y de su finalidad, en conformidad con el sentido cristiano de la vida. Se parte de la realidad más profunda: el hombre, ser inte-ligente y libre, ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza y tiene a Dios como fin. La educación ha de promover el desarrollo integral de la persona humana en el orden natural, de modo que el hombre se haga capaz del más completo y responsable ejercicio de su libertad, pueda realizar con competencia un trabajo profesional que sea servicio a los demás, y conviva con todos en espíritu de respeto, de cooperación y de concordia; mas ha de incluir asimismo la dimensión sobrena-tural: dar a conocer a Dios, enseñar a amarle como hijos suyos, descubrir la trascendencia divina de cualquier acción humana.

La dignidad de la educación alcanza su más alto valor desde esa perspectiva que tiene en cuenta la fe. La fe nos enseña que todo

tiene un sentido divino... No simplifica, este entendimiento sobrenatural de la existencia terrena del cristiano, la complejidad humana; pero asegura al hombre que esa complejidad puede estar atravesada por el nervio del amor de Dios, por el cable fuerte e indestructible, que enlaza la vida en la tierra con la vida definitiva en la Patria� . El desarrollo de la persona humana ha de comprender todas sus dimensiones, ha de ser congruente con la unidad radical del hombre: ...no podrá hacer nunca recto uso de la inteligencia y de la li-bertad... quien carezca de suficiente formación cristiana�. La vida espiritual, la familia, el tra-bajo, las relaciones con los demás hombres, las actividades cívicas, todo debe quedar fundido en la unidad de vida del cristiano. La actitud del hombre de fe es mirar la vida, con todas sus dimensiones, desde una perspectiva nueva: la que nos da Dios�.

�  Es Cristo que pasa, �77.�  Conversaciones con Monseñor Escrivá de Bala-guer, �.�  Es Cristo que pasa, 46

Sentido cristiano y dignidad de la educación

por Francisco Ponz

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Para la eficacia de la tarea educativa, mucho más si se entiende con sentido cris-tiano, se precisa entrega, donación personal. La educación es obra de amor y reclama de quien educa hacer y enseñar, ejemplo y palabra, vida y doctrina. Si no hay unidad de vida en el maestro, resultará imposible transmitida. La educación es exigente: requiere el esfuerzo tenaz y sincero por alcanzar la verdad; el compromiso de luchar honrada y lealmente para ajustar la propia vida conforme a la verdad hallada; y la actitud generosa, de amistad, por la que se ofrece a los demás la verdad hecha vida.

La educación, en palabras del Fundador del Opus Dei, se dirige a formar ...cristianos verdaderos, hombres y mujeres Íntegros capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conciu-dadanos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren más tarde, en la sociedad�; que, como dejó escrito en �9�9, sean ...capaces de vivir en el mundo su aventura divina; ...cristianos decididos a fomentar, defender y amparar los intereses —los amores— de Cristo en la sociedad; que sepan distinguir la doctrina católica de lo simplemente opinable, y que en lo esencial procuren estar unidos y compactos; que amen la libertad y el consiguiente sentido de la responsabilidad personal.

Educar consiste en realizar una espléndida siembra le verdad: El error no sólo oscurece las inteligencias, sino que divide las voluntades. Sólo cuando los hombres se acostumbren a decir ya oír la verdad, habrá comprensión y concordia. A eso vamos, a trabajar por la Verdad sobrenatural de la fe, sirviendo tam-bién lealmente todas las parciales verdades humanas, a llenar de caridad y de luz todos los caminos de la tierra.

4  Ibid.,�8

La elevada consideración que el quehacer educativo alcanzaba para Monseñor Escrivá de Balaguer, se ponía de manifiesto en múl-tiples ocasiones.

Una maestra le preguntó por su profesión: Tu profesión —le respondió en seguida— es admirable. Jesús se hace llamar Maestro, y tú eres también maestra de aquellos niños. ¡Fíjate si es grande tu profesión! Tienes a tu cuidado unas almas, que son como barro blando. Puedes poner allí tus dedos, y plasmar tu fe, los deseos grandes que tienes de ser una cristiana admirable, buena servidora de los demás, de tu país... ¡Tantas cosas estupendas les puedes enseñar...! Puedes hacer una labor casi sacerdotal con tus alumnos, hija mía.

En Portugal, al preguntarle alguien sobre la tarea formativa con muchachos de �� a �5 años, decía: Coges a cada alma como si fuera un tesoro—y lo son, porque cada una vale toda la sangre de Cristo—, y haces lo que uno de aquellos miniaturistas de los viejos monasterios de la Edad Media, que se pasaba los días pintando un pajarillo, una flor... Así haces tú con esas almas.

Y en esta misma Aula Magna, en una solemne investidura, nos hacía ver que era ...una invitación a la esperanza contemplar la vida de los tres nuevos Doctores: sus años de servicio generoso a la Universidad; su grandeza de ánimo para afrontar problemas arduos, su trabajo constante, con altura, sin desmayos ni rutina; su solicitud en la formación de tantos discípulos. Y en los que han sabido despertar la conciencia de la nobleza de la vocación universitaria, como instrumento de progreso espiritual, científico, cultural y civil5.

�  Discurso, 7.X.7�, Pamplona.

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Los padres son los principales educadores de sus hijos, tanto en lo humano como en lo sobrenatural,

y han de sentir la responsabilidad de esa misión, que exige de ellos comprensión, prudencia, saber enseñar y, sobre todo, saber querer;

y poner empeño en dar buen ejemplo.1

La responsabilidad de los padres

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Encomiéndalos a la Santísima Virgen, sé muy amigo de San José,

que lo hizo muy bien como padre, y verás cómo salen las cosas.

Después, ten devoción también a los Ángeles Custodios de tus hijos.

Y si hacen una barrabasada, nada de gritos, que así no arreglas nada.2

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No es camino acertado, para la educación, la imposición autoritaria y violenta.

El ideal de los padres se concreta más bien en llegar a ser amigos de sus hijos.1

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Los hijos son lo más importante: más importante que los negocios, que el trabajo, que el descanso.1

Los padres educan fundamentalmente con su conducta.3

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. . . ayudarles a encauzar

rectamente sus afanes e ilusiones,

enseñarles a considerar las

cosas y a razonar; no imponerles una conducta,

sino mostrarles los motivos,

sobrenaturales y humanos, que la

aconsejan.1

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La prudencia exige que, siempre que la situación lo requiera, se emplee la medicina, totalmente y sin paliativos, después de dejar al descubierto la llaga. Al notar los menores síntomas del mal, sed sencillos, veraces, tanto si habéis de curar como si habéis de recibir esa asistencia. (. . .) En primer lugar hemos de proceder así con nosotros mismos, y con quienes, por motivos de justicia o de caridad, tenemos obligación de ayudar: encomiendo especialmente a los padres, y a los que se dedican a tareas

de formación y de enseñanza.4

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Que no os detenga ninguna razón hipócrita: aplicad la medicina neta. Pero obrad con mano maternal, con la delicadeza infinita de nuestras madres, mientras nos curaban las heridas grandes o pequeñas de nuestros

juegos y tropezones infantiles. Cuando es preciso esperar unas horas, se espera; nunca más tiempo del

imprescindible, ya que otra actitud entrañaría comodidad, cobardía, cosa bien distinta de la prudencia. Rechazad

todos, y principalmente los que os encargáis de formar a otros, el miedo a desinfectar la herida.5

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Si tuviera que dar un consejo a los padres, les daría sobre todo éste: que vuestros hijos vean —lo ven todo desde niños, y lo juzgan: no os hagáis ilusiones— que procuráis vivir de acuerdo con vuestra fe, que Dios no está sólo en vuestros labios, que está en vuestras obras; que os esforzáis por ser sinceros y leales, que os queréis y que los queréis de veras.3

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Escuchad a vuestros hijos, dedicadles también el tiempo vuestro, mostradles confianza.6

Salid a su encuentro, a mitad de camino, y rezad por ellos, que acudirán a sus padres con sencillez.6

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La pedagogía y la justicia de las madres consiste en tratar de manera desigual a los hijos desiguales. Si uno de tus hijos está malo, está enfermo, lo tratas con más cariño, con más mimo, mientras está enfermo. No le dejas, sin

embargo, la psicosis de enfermo, porque no le conviene: si se pone mimoso, lo espabilas un poco... 7

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El problema de la libertad depende mucho de los padres. Podría contaros de algunas madres que ¡dan cada revés!... y así, no hacen nada, no

logran nada. Es mejor ser comprensivos,

aunque no tanto que los chicos hagan lo que les

dé la gana.8

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El matrimonio, vocación cristiana

E stamos en Navidad. Los diversos he-chos y circunstancias que rodearon el nacimiento del Hijo de Dios acuden a

nuestro recuerdo, y la mirada se detiene en la gruta de Belén, en el hogar de Nazareth. María, José, Jesús Niño, ocupan de un modo muy especial el centro de nuestro corazón. ¿Qué nos dice, qué noS enseña la vida a la vez sencilla y admirable de esa Sagrada Familia?

Entre las muchas consideraciones que podríamos hacer, una sobre todo quiero co-mentar ahora. El nacimiento de Jesús significa, como refiere la Escritura, la inauguración de la plenitud de los tiempos�, el momento escogido por Dios para manifestar por entero su amor a los hombres, entregándonos a su propio Hijo. Esa voluntad divina se cumple

� Gal IV, 4

en medio de las circunstancias más normales y ordinarias: una mujer que da a luz, una familia, una casa.

La Omnipotencia divina, el esplendor de Dios, pasan a través de lo humano, se unen a lo humano. Desde entonces los cristianos sabemos que, con la gracia del Señor, pode-mos Y debemos santificar todas las realidades limpias de nuestra vida. No hay situación terrena, por pequeña y corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo y etapa de nuestro caminar hacia el Reino de los cielos.

No es por eso extraño que la Iglesia se alegre, que se recree, contemplando la morada modesta de Jesús, María y José. Es grato —se reza en el Himno de maitines de esta fiesta— recordar la pequeña casa de Nazareth Y la existencia sencilla que allí se

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lleva, celebrar con cantos la ingenuidad hu-milde que rodea a Jesús, su vida escondida. Allí fue donde, siendo niño, aprendió el oficio de José; allí donde creció en edad. y donde compartió el trabajo de artesano. Junto a El se sentaba su dulce Madre; junto a José vivía su esposa amadísima, feliz de poder ayudarle y de ofrecerle sus cuidados.

Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia. El mensaje de la Navidad resuena con toda fuerza: Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad�. Que la paz de Cristo triunfe en vuestros corazones, escribe el apóstol�. La paz de sabemos ama-dos por nuestro Padre Dios, incorporados a Cristo, protegidos por la Virgen Santa María, amparados por San José. Esa es la gran luz que ilumina nuestras vidas y que, entre las dificultades y miserias personales, nos impulsa a proseguir adelante animosos. Cada hogar cristiano debería un remanso de serenidad, en el que, por encima de las pequeñas con-tradicciones . diarias, se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de fe real y vivida.

El matrimonio no es, para un cristiano, simple institución social, ni mucho menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación sobrenatural. Sacra-mento grande en Cristo y en la Iglesia, dice San Pablo��, y, a la vez e inseparablemente, contrato que un hombre mujer hacen para siempre, porque —queramos o no— el ma-trimonio instituido por Cristo es indisoluble: signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el alma de los que se casan y les

� Lc ��,�4.� Col III,�5.4 Eph V, ��.

invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial un andar divino en la tierra.

Los casados están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión; cometerían por eso un grave error, si edificaran su conducta espiritual a espaldas y al margen de su hogar. La vida familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurada y me-jorada, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad social, todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos cristianos deben sobrenaturalizar.

La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los pro-blemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber. La caridad lo llenará así todo, y lle-vará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria.

Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada, se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría... Hablando del matrimonio, de la vida matrimonial, es necesario comenzar con una referencia clara al amor de los cónyuges.

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SANTIDAD DEL AMOR HUMANO

El amor puro y limpio de los esposos es una realidad santa que yo, como sacerdote, bendigo con las dos manos. La tradición cristiana ha visto frecuentemente, en la pre-sencia de Jesucristo en las bodas de Caná, una confirmación del valor divino del matrimonio: fue nuestro Salvador a las bodas —escribe San Cirilo de Alejandría— para santificar el principio de la generación humana5.

El matrimonio es un sacramento que hace de dos cuerpos una sola carne; como dice con expresión fuerte la teología, son los cuerpos mismos de los contrayentes su materia. El Señor santifica y bendice el amor del marido hacia la mujer y el de la mujer hacia el marido: ha dispuesto no sólo la fusión de sus almas, sino la de sus cuerpos. Ningún cristiano, esté o no llamado a la vida matrimonial, puede desestimada.

Nos ha dado el Creador la inteligencia, que es como un chispazo del entendimiento divino, que nos permite —con la libre volun-tad, otro don de Dios— conocer y amar; y ha puesto en nuestro cuerpo la posibilidad de engendrar, que es como una participación de su poder creador. Dios ha querido servirse del amor conyugal, para traer nuevas criaturas al mundo y aumentar el cuerpo de su Iglesia. El sexo no es una realidad vergonzosa, sino una dádiva divina que se ordena limpiamente a la vida, al amor, a la fecundidad.

Ese es el contexto, el trasfondo, en el que se sitúa la doctrina cristiana sobre la sexualidad. Nuestra fe no desconoce nada de lo bello, de lo generoso, de lo genuinamente humano, que hay aquí abajo. Nos enseña

5 S. Cirilo de Alejandría, In Ioannem commentarius, �,� (PG 7�, ����.

que la regla de nuestro vivir no debe ser la búsqueda egoísta del placer, porque sólo la renuncia y el sacrificio llevan al verdadero amor: Dios nos ha amado y nos invita a amarle y a amar a los demás con la verdad y con la autenticidad con que El nos ama. Quien conserva su vida, la perderá; y quien perdiere su vida por amor mío, la volverá a hallar, ha escrito San Mateo en su Evangelio, con frase que parece paradójica�.

Las personas que están pendientes de sí mismas, que actúan buscando ante todo la pro-pia satisfacción, ponen en juego su salvación eterna, y ya ahora son inevitablemente infelices y desgraciadas. Sólo quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás —también en el matrimonio—, puede ser dichoso en la tierra, con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo.

Durante nuestro caminar terreno, el dolor es la piedra de toque del amor. En el estado matrimonial, considerando las cosas de una manera descriptiva, podríamos afirmar que hay anverso y reverso. De una parte, la alegría de saberse queridos, la ilusión por edificar y sacar adelante un hogar, el amor conyugal, el consuelo de ver crecer a los hijos. De otra, dolores y contrariedades, el transcurso del tiempo que consume los cuerpos y amenaza con agriar los caracteres, la aparente mo-notonía de los días aparentemente siempre iguales.

Tendría un pobre concepto del matrimo-nio y del cariño humano quien pensara que, al tropezar con esas dificultades, el amor y el contento se acaban. Precisamente entonces, cuando los sentimientos que animaban a aquellas criaturas revelan su verdadera na-turaleza, la donación y la ternura se arraigan

� Mt X,�9.

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y se manifiestan como un afecto auténtico y hondo, más poderoso que la muerte.�

Esa autenticidad del amor requiere fi-delidad y rectitud en todas las relaciones matrimoniales. Dios, comenta Santo Tomás de Aquino�, ha unido a las diversas funciones de la vida humana un placer, una satisfacción; ese placer y esa satisfacción son por tanto buenos. Pero si el hombre, invirtiendo el orden de las cosas, busca esa emoción como valor último, despreciando el bien y el fin al que debe estar ligada y ordenada, la pervierte y desnaturaliza, convirtiéndola en pecado, o en ocasión de pecado.

La castidad —no simple continencia, sino afirmación decidida de una voluntad enamorada— es una virtud que mantiene la juventud del amor en cualquier estado de vida. Existe una castidad de los que sienten que se despierta en ellos el desarrollo de la pubertad, una castidad de los que se preparan para casarse, una castidad de los que Dios llama al celibato, una castidad de los que han sido escogidos por Dios para vivir en el matrimonio.

¿Cómo no recordar aquí las palabras fuertes y claras que nos conserva la Vulgata, con la recomendación que el Arcángel Rafael hizo a Tobías antes de que se desposase con Sara? El ángel le amonestó así: Escúchame y te mostraré quiénes son aquellos contra los que puede prevalecer el demonio. Son los que abrazan el matrimonio de tal modo que excluyen a Dios de sí y de su mente, y se dejan arrastrar por la pasión como el caballo y el

� Cant VII, �.� S. Tomás de Aquino, S. Th. I-IJ, q. �� et �4�.

mulo, que carecen de entendimiento. Sobre éstos tiene potestad el diablo9.

No hay amor humano neto, franco y ale-gre en el matrimonio si no se vive esa virtud de la castidad, que respeta el misterio de la sexualidad y lo ordena a la fecundidad y a la entrega. Nunca he hablado de impureza, y he evitado siempre descender a casuísticas morbosas y sin sentido; pero de castidad y de pureza, de la afirmación gozosa del amor, sí que he hablado muchísimas veces, y debo hablar.

Con respecto a la castidad conyugal, aseguro a los esposos que no han de tener miedo a expresar el cariño: al contrario, porque esa inclinación es la base de su vida familiar. Lo que les pide el Señor es que se respeten mutuamente y que sean mutuamente leales, que obren con delicadeza, con naturalidad, con modestia. Les diré también que las relaciones conyugales son dignas cuando son prueba de verdadero amor y, por tanto, están abiertas a la fecundidad, a los hijos.

Cegar las fuentes de la vida es un crimen contra los dones que Dios ha concedido a la humanidad, y una manifestación de que es el egoísmo y no el amor lo que inspira la conducta. Entonces todo se enturbia, porque los cónyuges llegan a contemplarse como cómplices: y se producen disensiones que, continuando en esa línea, son casi siempre insanables.

Cuando la castidad conyugal está presente en el amor, la vida matrimonial es expresión de una conducta auténtica, marido y mujer se comprenden y se sienten unidos; cuando el bien divino de la sexualidad se pervierte, la intimidad se destroza, y el marido y la

9 Tob VI,��-��.

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mujer no pueden ya mirarse noblemente a la cara.

Los esposos deben edificar su convivencia sobre un cariño sincero y limpio, y sobre la alegría de haber traído al mundo los hijos que Dios les haya dado la posibilidad de tener, sabiendo, si hace falta, renunciar a comodidades personales y poniendo fe en la providencia divina: formar una familia numerosa, si tal fuera la voluntad de Dios, es una garantía de felicidad y de eficacia, aunque afirmen otra cosa los fautores equivocados de un triste hedonismo.

No olvidéis que entre los esposos, en ocasiones, no es posible evitar las peleas. No riñáis delante de los hijos jamás: les haréis sufrir y se pondrán de una parte, contribuyendo quizá a aumentar inconscientemente vuestra desunión. Pero reñir, siempre que no sea muy frecuente, es también una manifestación de amor, casi una necesidad. La ocasión, no el motivo, suele ser el cansancio del marido, agotado por el trabajo de su profesión; la fatiga —ojalá no sea el aburrimiento— de la esposa, que ha debido luchar con los niños, con el servicio o con su mismo carácter, a veces poco recio; aunque sois las mujeres más recias que los hombres, si os lo proponéis.

Evitad la soberbia, que es el mayor ene-migo de vuestro trato conyugal: en vuestras pequeñas reyertas, ninguno de los dos tiene razón. El que está más sereno ha de decir una palabra, que contenga el mal humor hasta más tarde. Y más tarde —a solas— reñid, que ya haréis en seguida las paces.

Pensad vosotras en que quizá os abando-náis un poco en el cuidado personal, recordad con el proverbio que la mujer compuesta saca al hombre de otra puerta: es siempre actual el deber de aparecer amables como cuando erais

novias, deber de justicia, porque pertenecéis a vuestro marido: y él no ha de olvidar lo mismo, que es vuestro y que conserva la obligación de ser durante toda la vida afectuoso como un novio. Mal signo, si sonreís con ironía, al leer este párrafo: sería muestra evidente de que el afecto familiar se ha convertido en heladora indiferencia.

HOGARES LUMINOSOS Y ALEGRES

No se puede hablar del matrimonio sin pensar a la vez en la familia, que es el fruto y la continuación de lo que con el matrimonio se inicia. Una familia se compone no sólo del marido y de la mujer, sino también de los hijos y, en uno u otro grado, de los abuelos, de los otros parientes y de las empleadas del hogar. A todos ellos ha de llegar el calor entrañable, del que depende el ambiente familiar.

Ciertamente hay matrimonios a los que el Señor no concede hijos: es señal entonces de que les pide que se sigan queriendo con igual cariño, y que dediquen sus energías —si pueden— a servicios y tareas en bene-ficio de otras almas. Pero lo normal es que un matrimonio tenga descendencia. Para estos esposos, la primera preocupación han de ser sus propios hijos. La paternidad y la maternidad no terminan con el nacimiento: esa participación en el poder de Dios, que es la facultad de engendrar, ha de prolongarse en la cooperación con el Espíritu Santo para que culmine formando auténticos hombres cristianos y auténticas mujeres cristianas.

Los padres son los principales educadores de sus hijos, tanto en lo humano como en lo sobrenatural, y han de sentir la responsabilidad de esa misión, que exige de ellos comprensión, prudencia, saber enseñar y, sobre todo, saber querer; y poner empeño en dar buen ejemplo.

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No es camino acertado, para la educación, la imposición autoritaria y violenta. El ideal de los padres se concreta más bien en llegar a ser amigos de sus hijos: amigos a los que se conf ían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable.

Es necesario que los padres encuentren tiempo para estar con sus hijos y hablar con ellos. Los hijos son lo más importante: más importante que los negocios, que el trabajo, que el descanso. En esas conversaciones conviene escucharles con atención, esforzarse por comprenderlo s, saber reconocer la parte de verdad —o la verdad entera— que pueda haber en algunas de sus rebeldías. Y, al mismo tiempo, ayudarles a encauzar rectamente sus afanes e ilusiones, enseñarles a considerar las cosas y a razonar; no imponerles una conducta, sino mostrarles los motivos, sobrenaturales y humanos, que la aconsejan. En una palabra, respetar su libertad, ya que no hay verdadera educación sin responsabilidad personal, ni responsabilidad sin libertad.

Los padres educan fundamentalmente con su conducta. Lo que los hijos y las hijas buscan en su padre o en su madre no son sólo unos conocimientos más amplios que los suyos o unos consejos más o menos acertados, sino algo de mayor categoría: un testimonio del valor y del sentido de la vida encarnado en una existencia concreta, confirmado en las diversas circunstancias y situaciones que se suceden a lo largo de los años.

Si tuviera que dar un consejo a los padres, les daría sobre todo éste: que vuestros hijos vean —lo ven todo desde niños, y lo juzgan: no os hagáis ilusiones— que procuráis vivir de acuerdo con vuestra fe, que Dios no está sólo en vuestros labios, que está en vuestras obras;

que os esforzáis por ser sinceros y leales, que os queréis y que los queréis de veras.

Es así como mejor contribuiréis a hacer de ellos cristianos verdaderos, hombres y mujeres íntegros capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conciudadanos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren más tarde, en la sociedad.

Escuchad a vuestros hijos, dedicadles también el tiempo vuestro, mostradles con-fianza: creedles cuando os digan, aunque alguna vez os engañen; no os asustéis de sus rebeldías, puesto que también vosotros a su edad fuisteis más o menos rebeldes; salid a su encuentro, a mitad de camino, y rezad por ellos, que acudirán a sus padres con sencillez —es seguro, si obráis cristianamente así—, en lugar de acudir con sus legítimas curiosidades a un amigote desvergonzado o brutal. Vuestra confianza, vuestra relación amigable con los hijos, recibirá como respuesta la sinceridad de ellos con vosotros: y esto, aunque no falten contiendas e incomprensiones de poca menta, es la paz familiar, la vida cristiana.

¿Cómo describiré —se pregunta un es-critor de los primeros siglos— la felicidad de ese matrimonio que la Iglesia une, que la entrega confirma, que la bendición sella, que los ángeles proclaman, y al que Dios Padre tiene por celebrado?.. Ambos esposos son como hermanos, siervos el uno del otro, sin que se dé entre ellos separación alguna, ni en la carne ni en el espíritu. Porque verdaderamente son dos en una sola carne, y donde hay una sola carne debe haber un solo espíritu... Al contemplar esos hogares, Cristo se alegra, y les envía su

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paz; donde están dos, allí está también El, y donde El está no puede haber nada malo�0.

Hemos procurado resumir y comentar algunos de los rasgos de esos hogares, en los que se refleja la luz de Cristo, y que son, por eso, luminosos y alegres —repito—, en los que la armonía que reina entre los padres se trasmite a los hijos, a la familia entera y a los ambientes todos que la acompañan. Así, en cada familia auténticamente cristiana se reproduce de algún modo el misterio de la Iglesia, escogida por Dios y enviada como guía del mundo.

A todo cristiano, cualquiera que sea su condición —sacerdote o seglar, casado o cé-libe—, se le aplican plenamente las palabras del apóstol que se leen precisamente en la epístola de la festividad de la Sagrada Familia: Escogidos de Dios, santos y amados��. Eso so-mos todos, cada uno en su sitio y en su lugar en el mundo: hombres y mujeres elegidos por Dios para dar testimonio de Cristo y llevar a quienes nos rodean la alegría de saberse hijos de Dios, a pesar de nuestros errores y procurando luchar contra ellos.

Es muy importante que el sentido voca-cional del matrimonio no falte nunca tanto en la catequesis y en la predicación, como en la conciencia de aquellos a quienes Dios quiera en ese camino, ya que están real y verdaderamente llamados a incorporarse en los designios divinos para la salvación de todos los hombres.

Por eso, quizá no puede proponerse a los esposos cristianos mejor modelo que el de las familias de los tiempos apostólicos: el

�0 Tertuliano, Ad uxorem �, �, 9 (PL �, ��0�).�� Col III, ��.

centurión Camelia, que fue dócil a la volun-tad de Dios y en cuya casa se consumó la apertura de la Iglesia a los gentiles��; Aquila y Priscila, que difundieron el cristianismo en Corinto y en Éfeso y que colaboraron en el apostolado de San Pablo��; Tabita, que con su caridad asistió a los necesitados de Joppe��. Y tantos otros hogares de judíos y de gentiles, de griegos y de romanos, en los que prendió la predicación de los primeros discípulos del Señor.

Familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo. Pequeñas comu-nidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico.

Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo, que contagiaba a quienes los conocían y los trataban. Eso fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y de alegría, de la paz y de la alegría que Jesús nos ha traído.

(Homilía pronunciada en Navidad de �9�0)

�� Act X, �4-48.�� Act XVIII, �-�6.�4 Act IX, �6

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Familia y Colegio

Vuestra labor es muy interesante, y vuestros negocios no se resentirán por esta dedicación que os pide el Colegio. Con palabras del Espíritu Santo, os digo: “electi mei non laborabunt frustra”. Os ha elegido el Señor, para esta labor que se hace en provecho de vuestros hijos, de las inteligencias de vuestros hijos, del carácter de vuestros hijos; porque aquí no sólo se enseña, sino que se educa.9

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La primera cosa buena es que los padres respondáis. Porque en el Colegio hay tres cosas importantes: lo primero, los padres; lo segundo, el profesorado; lo tercero, los alumnos. Vuestros hijos —no os ofendáis— están en tercer lugar. De esta manera marcharán bien.2

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Un colegio será efectivamente cristiano cuando, siendo como los demás y esmerándose en superarse, realice una labor de formación completa —también cristiana—, con respeto de la libertad personal y con la promoción de la urgente justicia social. 10

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La sinceridad. Una criatura que desde pequeña acostumbra a soltar el sapo que tiene dentro, y en la cara del profesor, a solas, se

entiende, es una criatura maravillosa. Hay que inculcarles la sinceridad (…), y para eso, debéis ser vosotros muy sinceros. Enseñad a los niños a acudir al confesor. Pero yo les aconsejaría, además, que hablen con el preceptor, que guarda silencio profesional y puede ayudarles de muchas maneras: espirituales, psicológicas, materiales.9

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El primer negocio es que vuestros hijos salgan como deseáis; por lo menos tan buenos y, si es posible, mejor que vosotros. (…). Si no van

mejor, es por culpa vuestra: porque no rezáis y porque no venís por aquí.9

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Os insisto: tratadles con cariño, con mucho cariño: no resolvéis nada con un par de cachetes. Hay que explicarles las cosas pedagógicamente, con pedagogía cristiana, para

que las comprendan desde pequeñitos, poco a poco.8

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Prepara bien tus clases, y sé leal con tus alumnos, de manera que ellos, poco a poco, vayan siendo amigos tuyos. No te distancies de los chicos. Procura salir a su encuentro, a mitad de camino, para que ellos recorran voluntariamente la otra mitad. Así los irás conociendo muy bien.9

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Habéis de haceros amigos de los hijos, darles pie para que hablen de sus cosas confiadamente. ¿Me entendéis? Las almas de vuestros chiquillos son lo primero; después viene todo lo demás.11

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El cariño no tiene límites. Cuando hay fortaleza, hay también cariño, porque la fortaleza es parte del amor. ¿De acuerdo? y luego, no puedes tratar a todos los hijos de igual manera, cada uno es distinto, cada uno es una joya que el Señor te ha puesto en las manos, porque ha tenido mucha confianza en tu mujer y en ti. De modo que colabora con Dios, para que esa joya luzca y brille.2

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¿En qué sentido entiende usted la liber-tad de enseñanza y en qué condiciones la considera necesaria? En este sentido, ¿qué atribuciones deben reservarse al Estado en materia de enseñanza superior? ¿Estima usted que la autonomía es un principio básico para la organización de la Universidad? ¿Podría apuntarnos las líneas maestras en las que ha de fundarse el sistema autonómico?1.

La libertad de enseñanza no es sino un aspecto de la libertad en general. Considero la libertad personal necesaria para todos y en todo lo moralmente lícito. Libertad de ense-ñanza, por tanto, en todos los niveles y para todas las personas. Es decir, que toda persona o asociación capacitada, tenga la posibilidad de fundar centro de enseñanza en igualdad de condiciones y sin trabas innecesarias.

La función del Estado depende de la si-tuación social: es distinta en Alemania o en Inglaterra, en Japón o en Estados Unidos, por citar países con estructuras educacionales muy diversas. El Estado tiene evidentes funciones de promoción, de control, de vigilancia. Y eso exige igualdad de oportunidades entre la iniciativa privada y la del Estado: vigilar no es poner obstáculos, ni impedir o coartar la libertad.

Por eso considero necesaria la autonomía docente: autonomía es otra manera de decir libertad de enseñanza. La Universidad, como corporación, ha de tener la independencia de un órgano en un cuerpo vivo: libertad, dentro de su tarea específica en favor del bien común.

Algunas manifestaciones, para la efectiva realización de esta autonomía, pueden ser:

Conversaciones con Monseñor Escrivá

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libertad de elección del profesorado y de los administradores; libertad para establecer los planes de estudio; posibilidad de formar su patrimonio y de administrarlo. En una palabra, todas las condiciones necesarias para que la Universidad goce de vida propia. Teniendo esta vida propia, sabrá darla, en bien de la sociedad entera.

—¿No opina usted que —después del Vaticano II— han quedado anticuados los conceptos de "colegios de la Iglesia", "colegios católicos", "Universidades de la Iglesia", etc.? ¿No le parece que tales conceptos comprometen indebidamente a la Iglesia o suenan a privilegio?1

No: no me lo parece, si por colegios de la Iglesia, colegios católicos, etc., se entiende el resultado del derecho que tienen la Iglesia y las Ordenes y Congregaciones religiosas a crear centros de enseñanza. Montar un colegio o una universidad no es un privilegio, sino una carga, si se procura que sea un centro para todos, no sólo para los que cuentan con recursos económicos.

El Concilio no ha pretendido declarar superadas las instituciones docentes confesio-nales; ha querido sólo hacer ver que hay otra forma —incluso más necesaria y universal, vivida desde hace tantos años por los socios del Opus Dei— de presencia cristiana en la enseñanza: la libre iniciativa de los ciudadanos católicos que tienen por profesión las tareas educativas, dentro y fuera de los centros promovidos por el Estado. Es una muestra más de la plena conciencia que la Iglesia tiene, en estos tiempos, de la fecundidad del apostolado de los laicos.

He de confesar, por otra parte, que no simpatizo con las expresiones escuela católica, colegios de la Iglesia, etc., aunque respeto a

los que piensan lo contrario. Prefiero que las realidades se distingan por sus frutos, no por sus nombres. Un colegio será efectivamente cristiano cuando, siendo como los demás y esmerándose en superarse, realice una labor de formación completa —también cristiana—, con respeto de la libertad personal y con la promoción de la urgente justicia social. Si hace realmente esto, el nombre es lo de menos. Personalmente, repito, prefiero evitar esos adjetivos.

—Continuando con la vida familiar, quisiera ahora centrar mi pregunta en la educación de los hijos, y en las relaciones entre padres e hijos. El cambio de la situa-ción familiar en nuestros días lleva, algunas veces, a que el entendimiento mutuo no sea fácil, e incluso a la incomprensión, dándose lo que se ha llamado conflicto entre generaciones. ¿Cómo puede supe-rarse esto?2

El problema es antiguo, aunque quizá puede plantearse ahora con más frecuencia o de forma más aguda, por la rápida evolu-ción que caracteriza a la sociedad actual. Es perfectamente comprensible y natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de modo distinto: ha ocurrido siempre. Lo sorprendente sería que un adolescente pen-sara de la misma manera que una persona madura. Todos hemos sentido movimientos de rebeldía hacia nuestros mayores, cuando comenzábamos a formar con autonomía nuestro criterio; y todos también, al correr de los años, hemos comprendido que nuestros padres tenían razón en tantas cosas, que eran fruto de su experiencia y de su cariño. Por eso corresponde en primer término a los padres —que ya han pasado por ese trance– facilitar el entendimiento, con flexibilidad, con espíritu jovial, evitando con amor inteligente esos posibles conflictos.

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Aconsejo siempre a los padres que pro-curen hacerse amigos de sus hijos. Se puede armonizar perfectamente la autoridad pater-na, que la misma educación requiere, con un sentimiento de amistad, que exige ponerse de alguna manera al mismo nivel de los hijos. Los chicos —aun los que parecen más díscolos y despegados— desean siempre ese acercamiento, esa fraternidad con sus padres. La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familia-ridad, que no den jamás la impresión de que desconf ían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez: la confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se conf ía en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre.

Esa amistad de que hablo, ese saber ponerse al nivel de los hijos, facilitándoles que hablen confiadamente de sus pequeños problemas, hace posible algo que me parece de gran importancia: que sean los padres quienes den a conocer a sus hijos el origen de la vida, de un modo gradual, acomodán-dose a su mentalidad y a su capacidad de comprender, anticipándose ligeramente a su natural curiosidad; hay que evitar que rodeen de malicia esta materia, que aprendan algo —que es en sí mismo noble y santo— de una mala confidencia de un amigo o de una amiga. Esto mismo suele ser un paso importante en ese afianzamiento de la amistad entre padres e hijos, impidiendo una separación en el mismo despertar de la vida moral.

Por otra parte, los padres han de procurar también mantener el corazón joven, para que les sea más fácil recibir con simpatía las aspi-raciones nobles e incluso las extravagancias de los chicos. La vida cambia, y hay muchas

cosas nuevas que quizá no nos gusten —hasta es posible que no sean objetivamente mejores que otras de antes—, pero que no son malas: son simplemente otros modos de vivir, sin más trascendencia. En no pocas ocasiones, los conflictos aparecen porque se da importancia a pequeñeces, que se superan con un poco de perspectiva y de sentido del humor.

Pero no todo depende de los padres. Los hijos han de poner también algo de su parte. La juventud ha tenido siempre una gran capacidad de entusiasmo por todas las cosas grandes, por los ideales elevados, por todo lo que es auténtico. Conviene ayudarles a que comprendan la hermosura sencilla —tal vez muy callada, siempre revestida de naturali-dad— que hay en la vida de sus padres; que se den cuenta, sin hacerlo pesar, del sacrificio que han hecho por ellos, de su abnegación —muchas veces heroica— para sacar adelante la familia. Y que aprendan también los hijos a no dramatizar, a no representar el papel de incomprendidos; que no olviden que estarán siempre en deuda con sus padres, y que su correspondencia —nunca podrán pagar lo que deben— ha de estar hecha de veneración, de cariño agradecido, filial.

Seamos sinceros: la familia unida es lo normal. Hay roces, diferencias... Pero esto son cosas corrientes, que hasta cierto punto contri-buyen incluso a dar su sal a nuestros días. Son insignificancias, que el tiempo supera siempre: luego queda sólo lo estable, que es el amor, un amor verdadero —hecho de sacrificio— y nunca fingido, que lleva a preocuparse unos de otros, a adivinar un pequeño problema y su solución más delicada. Y porque todo esto es lo normal, la inmensa mayoría de la gente me ha entendido muy bien cuando me ha oído llamar —ya desde los años veinte lo vengo repitiendo– dulcísimo precepto al cuarto mandamiento del Decálogo.

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Quizá como reacción a una educación religiosa coactiva, reducida a veces a unas pocas prácticas rutinarias y sensibleras, parte de la juventud de hoy prescinde casi totalmente de la piedad cristiana, porque la interpreta como beatería. ¿Cuál es a su parecer la solución a este problema?2

La solución es la que la pregunta lleva ya implícita: enseñar —primero con el ejemplo, y después con la palabra— en qué consiste la verdadera piedad. La beatería no es más que una triste caricatura pseudo-espiritual, fruto generalmente de la falta de doctrina, y también de cierta deformación en lo humano: resulta lógico que repugne, a quienes aman lo auténtico y lo sincero.

He visto con alegría cómo prende en la juventud —en la de hoy como en la de hace cuarenta años— la piedad cristiana, cuando la contemplan hecha vida sincera;

—cuando entienden que hacer oración es hablar con el Señor como se habla con un padre, con un amigo: sin anonimato, con un trato personal, en una conversación de tú a tú;

—cuando se procura que resuenen en sus almas aquellas palabras de Jesucristo, que son una invitación al encuentro confiado: vos autem dixi amicos [Ioan �5, �5], os he llamado amigos;

—cuando se hace una llamada fuerte a su fe, para que vean que el Señor es el mismo ayer y hoy y siempre [Heb ��, �.].

Por otra parte, es muy necesario que vean cómo esa piedad ingenua y cordial exige también el ejercicio de las virtudes humanas, y que no puede reducirse a unos cuantos actos de devoción semanales o dia-

rios: que ha de penetrar la vida entera, que ha de dar sentido al trabajo, al descanso, a la amistad, a la diversión, a todo. No podemos ser hijos de Dios sólo a ratos, aunque haya algunos momentos especialmente dedicados a considerarlo, a penetrarnos de ese sentido de nuestra filiación divina, que es la médula de la piedad.

He dicho antes que todo esto la juventud lo entiende bien. Y ahora añado que el que procura vivirlo se siente siempre joven. El cristiano, aunque sea un anciano de ochenta años, al vivir en unión con Jesucristo, puede paladear con toda verdad las palabras que se rezan al pie del altar: entraré al altar de Dios, del Dios que da alegría a mi juventud [Ps 4�, 4.].

Entonces, ¿le parece importante educar a los chicos, desde pequeños, en la vida de piedad? ¿Piensa que en la familia deben hacerse algunos actos de piedad?2

Considero que es precisamente el mejor camino para dar una formación cristiana auténtica a los hijos. La Sagrada Escritura nos habla de esas familias de los primeros cristia-nos —la Iglesia doméstica, dice San Pablo [� Cor ��, �9.]—, a las que la luz del Evangelio daba nuevo impulso y nueva vida.

En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para

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poder transmitir —más que enseñar— esa piedad a los hijos.

¿Los medios? Hay prácticas de piedad —pocas, breves y habituales— que se han vivido siempre en las familias cristianas, y entiendo que son maravillosas: la bendición de la mesa, el rezo del rosario todos juntos —a pesar de que no faltan, en estos tiempos, quienes atacan esa solidísima devoción maria-na—, las oraciones personales al levantarse y al acostarse. Se tratará de costumbres diversas, según los lugares; pero pienso que siempre se debe fomentar algún acto de piedad, que los miembros de la familia hagan juntos, de forma sencilla y natural, sin beaterías.

De esa manera, lograremos que Dios no sea considerado un extraño, a quien se va a ver una vez a la semana, el domingo, a la iglesia; que Dios sea visto y tratado como es en realidad: también en medio del hogar, porque, como ha dicho el Señor, donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos [Mat ��, �0.].

Lo digo con agradecimiento y con orgullo de hijo, yo sigo rezando —por la mañana y por la noche, y en voz alta— las oraciones que aprendí cuando era niño, de labios de mi madre. Me llevan a Dios, me hacen sentir el cariño con que me enseñaron a dar mis primeros pasos de cristiano; y, ofreciendo al Señor la jornada que comienza o dándole gracias por la que termina, pido a Dios que aumente en la gloria la felicidad de los que especialmente amo, y que después nos man-tenga unidos para siempre en el cielo.

Circunstancias de muy diversa índole y exhortaciones y enseñanzas del Magiste-rio de la Iglesia, han creado y estimulado una profunda inquietud social. Se habla mucho de la virtud de la pobreza, como

testimonio. ¿Cómo puede vivirla un ama de casa, que debe proporcionar a su familia un justo bienestar?2

Sacrificio: ahí está en gran parte la reali-dad de la pobreza. Es saber prescindir de lo superfluo, medido no tanto por reglas teóricas cuando según esa voz interior, que nos advierte que se está infiltrando el egoísmo o la comodi-dad indebida. Confort, en su sentido positivo, no es lujo ni voluptuosidad, sino hacer la vida agradable a la propia familia, y a los demás, para que todos puedan servir mejor a Dios.

La pobreza está en encontrarse verdade-ramente desprendido de las cosas terrenas; en llevar con alegría las incomodidades, si las hay, o la falta de medios. Es además saber tener todo el día cogido por un horario elástico, en el que no falte como tiempo principal —además de las normas diarias de piedad— el debido descanso, la tertulia familiar, la lectura, el rato dedicado a una afición de arte, de literatura o de otra distracción noble: llenando las horas con una tarea útil, haciendo las cosas lo mejor posible, viviendo los pequeños detalles de or-den, de puntualidad, de buen humor. En una palabra, encontrando lugar para el servicio de los demás y para sí misma: sin olvidar que todos los hombres, todas las mujeres —y no sólo los materialmente pobres— tienen obli-gación de trabajar: la riqueza, la situación de desahogo económico es una señal de que es está mas obligado a sentir la responsabilidad de la sociedad entera.

El amor es lo que da sentido al sacrificio. Toda madre sabe bien qué es sacrificarse por sus hijos: no está sólo en concederles unas horas, sino en gastar en su beneficio toda la vida. Vivir pensando en los demás, usar de las cosas de tal manera que haya algo que ofrecer a los otros: todo eso son dimensiones de la pobreza, que garantizan el desprendimiento efectivo.

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Para una madre es importante no sólo vivir así, sino también enseñar a vivir así a sus hijos: educarles, fomentando en ellos la fe, la esperanza optimista y la caridad; ense-ñarles a superar el egoísmo y a emplear parte de su tiempo con generosidad en servicio de los menos afortunados, participando en tareas, adecuadas a su edad, en las que se ponga de manifiesto un afán de solidaridad humana y divina.

Para resumir: que cada uno viva cumplien-do su vocación. Para mí, el mejor modelo de pobreza han sido siempre esos padres y esas madres de familia numerosa y pobre, que se

desviven por sus hijos, y que con su esfuerzo y su constancia —muchas veces sin voz para decir a nadie que sufren necesidades– sacan adelante a los suyos, creando un hogar alegre en el que todos aprenden a amar, a servir, a trabajar.

Notas:

�  La universidad al  servicio de  la  sociedad actual. Entrevista realizada por Andrés Garrigó. Publicada en Gaceta Universitaria (Madrid) el �.X.�967.

� La mujer en la vida del mundo y de la Iglesia. Entre-vista realizada por Pilar Salcedo. Publicada en Telva (Madrid) el �.II.�968.

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En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir—más que enseñar— esa piedad a los hijos.12

Educar en la fe

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Lo digo con agradecimiento y con orgullo de hijo, yo sigo rezando —por la mañana y por la noche, y en voz alta— las

oraciones que aprendí cuando era niño, de labios de mi madre. Me llevan a Dios, me hacen sentir el cariño con

que me enseñaron a dar mis primeros pasos de cristiano; y, ofreciendo al Señor la jornada que comienza o dándole gracias por la que termina, pido a Dios que aumente en

la gloria la felicidad de los que especialmente amo, y que después nos mantenga unidos para siempre en el cielo.12

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Que vuestros hijos no se vayan a dormir como perritos. Me gusta decirlo así, porque resulta muy claro y puedo hacerme entender. Los perritos se tienden en un rincón, y ya está. Vuestros hijos, no: tienen que persignarse antes de irse a la cama, y decir unas palabras a la Santísima Virgen y a Dios Nuestro Señor, aun cuando el alma no esté limpia del todo.13

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El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende

a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende esto, se ve la gran tarea apostólica que

pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir —más que

enseñar— esa piedad a los hijos.12

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Hay prácticas de piedad —pocas, breves y habituales— que se han vivido siempre en las familias cristianas, y

entiendo que son maravillosas: la bendición de la mesa, el rezo del rosario todos juntos —a pesar de que no faltan,

en estos tiempos, quienes atacan esa solidísima devoción mariana—, las oraciones personales al levantarse y al

acostarse. Se tratará de costumbres diversas, según los lugares; pero pienso que siempre se debe fomentar algún

acto de piedad, que los miembros de la familia hagan juntos, de forma sencilla y natural, sin beaterías. 12

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A mí, la verdad, me costaba rezar el Rosario cuando era pequeñín. Pero las mamás, como sois muy listas, hacéis

rezar un avemaría, o dos o tres, y basta. Es muy buena costumbre. Luego, cuando los niños van creciendo, poco a poco llegan a ser más o menos piadosos. Pero tú no les

obligues a nada; que te vean rezar a ti.2

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He visto con alegría cómo prende en la juventud —en la de hoy como en la de hace cuarenta años— la piedad cristiana, cuando

la contemplan hecha vida sincera; cuando entienden que hacer oración es hablar con el

Señor como se habla con

un padre, con un amigo: sin

anonimato, con un trato

personal, en una

conversación

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de tú a tú; cuando se procura que resuenen en sus almas aquellas palabras de Jesucristo, que son una invitación al encuentro confiado: vos autem dixi amicos (Ioan 15,15), os he llamado amigos; cuando se hace una llamada fuerte a su fe, para que vean que el Señor es el mismo ayer y hoy y siempre (Heb 1 3, 8).14

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¡Fidelidad a la doctrina! Eso es lo primero. Profesamos la doctrina que la

Iglesia ha mantenido siempre yen todas partes; la que han creído siempre los

fieles de la Iglesia. No nos turbamos por estas revoluciones y locuras que se ven

y se oyen. Nos quedamos tranquilos y serenos, confiando en la providencia y en

la misericordia de Dios.2

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Procurad no esconder vuestra piedad, procurad ser limpios en vuestra conducta: entonces aprenderán, y serán la corona de vuestra madurez y de vuestra vejez. Sois para ellos como un libro abierto. Por eso, debéis tener vida interior, luchar por ser buenos cristianos. Si no, es inútil la labor que pretendéis hacer con vuestros hijos o con los hijos de otros amigos vuestros.15

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Tú tienes vida interior. Tienes alegría y paz, y la quieres dar, porque la has saboreado.

Sabes que es muy bueno estar con el alma en gracia. Eso lo sabes tú pegar. ¡Son unos

microbios muy activos! Habla noblemente con tus hijos, no te separes de ellos, míralos

crecer con cariño, ve soltándoles la cuerda poco a poco, porque necesitan su libertad y

su personalidad.16

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¿Qué son los sacramentos —huellas de la Encarnación del Verbo, como afirmaron los antiguos— sino la más clara manifestación de este camino, que Dios ha elegido para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de medios materiales? 17

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Las labores educativas

por Francisco Ponz

LA PROMOCIÓN DE CENTROS DOCENTES

El estado y la libertad de enseñanza

Buen número de personas con vocación profesional a la enseñanza que al contacto con el espíritu del Opus Dei descubrieron más amplios horizontes para su tarea educativa, fueron a realizada en centros docentes públicos de sus respectivos paí-ses, generalmente del Estado. Monseñor Escrivá de Balaguer ha visto siempre con complacencia este servicio cultural cristia-no prestado en las instituciones estatales y ha inculcado mucho la necesidad de vivir con esmero la lealtad a los correspondientes órganos de la Administración Pública, a las autoridades de los centros y a los compa-ñeros de trabajo. La actividad docente en Centros del Estado es un campo legítimo y apropiado para el ejercicio profesional educativo, en el que normalmente pueden

y deben darse las condiciones requeridas para que el profesor realice con perfección su trabajo y procure la educación cristiana de la juventud.

Siempre que el Fundador de la Univer-sidad se ha referido a los centros docentes del Estado, ha expresado invariablemente su consideración, respeto y afecto, estimulando a la más íntima y leal cooperación entre ellos y los de otras instituciones, en busca de la más eficaz realización del servicio a la sociedad que a unos y otros compete.

Al propio tiempo, Monseñor Escrivá de Balaguer ha defendido decididamente la libertad de enseñanza, la capacidad de la sociedad para promover centros educativos en uso del legítimo derecho que le asiste. Decía en una entrevista en 1967: La libertad de enseñanza no es sino un aspecto de la libertad en general. Considero la libertad personal necesaria para todos y en todo lo

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moralmente lícito. Libertad de enseñanza, por tanto, en todos los niveles y para todas las personas1 .

De conformidad con la doctrina de la Iglesia y con el Derecho Natural, nuestro Fundador ha hablado muchas veces de la libertad de enseñanza como un derecho bá-sico e indeclinable, que no puede renunciarse cediendo a la comodidad, la apatía o la falta de responsabilidad.

PROMOCIÓN DE LABORES EDUCATIVAS E INICIATIVA SOCIAL

Como consecuencia de sus enseñanzas personales, se ha despertado en muchos cristianos la conciencia de su responsa-bilidad en el orden de la educación y de la cultura y han surgido de hecho por todo el mundo, de la libre iniciativa civil, un número ya incontable de actividades educativas del más diverso género, con el afán de contribuir a la mejor formación profesional y humana de los alumnos, de acuerdo con sus fines propios y, al mismo tiempo, para ... ayudar... a vivir más ple-namente el espíritu evangélico en su vida ordinaria..., para enseñarles que su trabajo corriente —sea humanamente humilde o brillante— es de un gran valor y puede ser un medio eficacísimo para amar y servir a Dios y a los demás hombres; para moverles a querer a todos los hombres, a respetar su libertad, a trabajar con plena autonomía, del modo que les parezca mejor, para borrar las incomprensiones y las intolerancias entre los hombres y para que la sociedad sea más justa2 .

Las características concretas de estas labores educativas, surgidas al aliento y estímulo de estas enseñanzas por iniciativa de diversos grupos de personas, dependen de las necesidades sociales de cada lugar y

de las circunstancias y preferencias de sus promotores.

LABORES EDUCATIVAS PROMOVIDAS POR EL OPUS DEI

Naturaleza y fines.

Sólo en muy pequeña parte estas insti-tuciones han sido promovidas por el Opus Dei y, en tal caso, figura así públicamente. Han adoptado muy variadas modalidades. Como ha declarado Monseñor Escrivá de Balaguer, todas estas obras han sido y son indudablemente focos de irradiación del espíritu cristiano que, promovidos por laicos, dirigidos como un trabajo profesional por ciudadanos laicos, iguales a sus com-pañeros que ejercitan la misma tarea u oficio, y abiertos a personas de toda clase y condición, han sensibilizado vastos estratos de la sociedad sobre la necesidad de dar una respuesta cristiana a las cuestiones que les plantea el ejercicio de su profesión o empleo3.

Se ha de tener siempre en cuenta que estas actividades corporativas del Opus Dei no son el fin de esta Institución, ni su labor principal, sino simplemente unos medios más, un trabajo en el que, corno en tantos otros, se puede realizar la tarea de mejoramiento de la vida cristiana personal —verdadero fin éste, de carácter exclusivamente espiritual, que se busca—.

Con gran claridad, Monseñor Escrivá de Balaguer explicaba estas ideas en 1966 al corresponsal del New York Times: Efectivamente, en todos los países donde trabaja, el Opus Dei realiza actividades sociales, educativas y benéficas. No es ésa, sin embargo, la labor principal de la Obra;

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lo que el Opus Dei pretende es que haya muchos hombres y mujeres que procuren ser buenos cristianos y, por tanto, testigos de Cristo en medio de sus ocupaciones or-dinarias. Los centros a los que se refiere, se ordenan precisamente a esa finalidad” .

Los centros educativos que el Opus Dei ha promovido por todo el mundo han merecido de hecho el reconocimiento social y desarrollan sus actividades con un bien acreditado prestigio público. Induda-blemente, aunque todo sea mejorable, los resultados que se consiguen son, desde el punto de vista humano y técnico, buenos. Esto se debe, al menos en gran parte, a que se trata de labores realizadas por personas que ejercitan ese trabajo como una específica tarea profesional, para la que se preparan como todo el que desea hacer una labor seria5. Es esencial en el espíritu del Opus Dei que una actividad humana sólo puede alcanzar valor sobre-natural si se hace todo lo posible para que esté humanamente bien hecha, si se realiza con la mayor perfección profesional, dentro de las limitaciones personales. Quienes se dedican a una labor educativa, corporativa, han de ser profesionales de esa actividad, gentes que se han sentido con esa vocación profesional, que se han formado científica y técnicamente para ello, que ponen todo su esfuerzo en desarrollarla lo mejor que saben y luchan en ella contra la comodidad, el desinterés o la ligereza, movidos por el amor a Dios y por la voluntad de prestar el mejor servicio a los hombres.

Las primeras labores corporativas de educación

En el desarrollo histórico del Opus Dei, la primera labor corporativa fue la Academia DYA (�9��) Y a continuación las residencias

de estudiantes universitarios. Ya en �9�4 co-menzó una de estas residencias en Madrid, emplazada en la calle de Ferraz. Destruida durante la guerra española fue más tarde remplazada y luego, con la expansión del Opus Dei, fueron surgiendo otras junto a diversas Universidades, en España y en todo el mundo. En estas mismas residencias de estudiantes, o en locales distintos, se desarro-llaron prácticamente al mismo tiempo, o aún antes, actividades para la formación humana, cultural y espiritual de la juventud, abiertas a muy diversos tipos de personas, que en muchos casos adoptan la forma de Centros Culturales u otros equivalentes, según las características de los países y las necesidades específicas que cubren.

En �95� se iniciaba en Las Arenas, junto a Bilbao, el Colegio Gaztelueta, al que después habrían de seguir algunos otros en España y en diferentes países. Un año más tarde, en �95�, surgía en Pamplona el primer centro de la Universidad de Navarra.

Las labores corporativas específicamente docentes que luego han ido apareciendo a lo largo del tiempo, son de muy diversos tipos: junto a los centros más clásicos para la ense-ñanza primaria, media y superior, existen otros para la formación profesional de la juventud obrera, para la capacitación en las tareas agrícolas, institutos técnicos, escuelas para empleadas del hogar o para las funciones de secretariado, centros de enseñanza en ciencias domésticas, en hospedería, en arte y hogar, escuelas o institutos de idiomas, etc.

Los medios sobrenaturales y humanos

Es obvio decir que cualquiera de estas labores educativas de carácter corporativo supone mucho sacrificio y una amplia movili-zación de recursos personales y económicos.

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Para que puedan cumplir bien su cometido, se necesita la cooperación de buen número de personas —a veces muy elevado— que se sien-tan atraídas profesional y espiritualmente por la labor que allí se realiza. Estas instituciones están concebidas, como ya hemos dicho, con carácter eminentemente profesional y todos cuantos a ellas se dedican tienen derecho a percibir una justa retribución en consonan-cia con la que perciben sus compañeros de profesión en otras actividades similares; re-quieren instalaciones dignas y amplias, lo que implica importantes gastos; y deben realizar una función social, por lo que son asequibles a personas de toda condición.

Mas las dificultades humanas que todo esto implica, nunca han sido para Monseñor Escrivá de Balaguer obstáculos insuperables. La fe, la confianza en Dios, ha estado cons-tantemente viva en el alma de nuestro Fun-dador, también a la hora de conseguir los medios económicos. Fe viva y penetrante. Como la fe de Pedro. —Cuando la tengas —lo ha dicho Él— apartarás los montes, los obstáculos, humanamente insuperables, que se opongan a tus empresas de apóstol6 .

Cada una de las labores corporativas ha sido precedida de mucha oración y sacrificio, y su desarrollo requiere acudir en primer término a los medios sobre-naturales.

Es lógico que estas labores encuentren el apoyo de la sociedad, porque realizan una evidente tarea de servicio desintere-sado. Para llevar adelante estas labores —explicaba el Fundador del Opus Dei— se cuenta... también con la ayuda generosa que prestan tantas personas, cristianas o no. Algunos se sienten movidos a colaborar por razones espirituales; otros, aunque no compartan los fines apostólicos, ven que se

trata de iniciativas en beneficio de la so-ciedad, abiertas a todos, sin discriminación alguna de raza, religión o ideología7.

Desde el primer momento quiso nuestro Fundador que nadie pudiera dejar de parti-cipar de las distintas labores corporativas de enseñanza por motivos económicos. A este fin, todas estas instituciones deben contar con buen número de becas destinadas a quienes las necesiten, sin que por ningún concepto se manifiesten diferencias de trato entre los becarios y los demás.

En esa misma línea de pensamiento, nuestro primer Gran Canciller, precisaba: Cuantos reúnan condiciones de capacidad deben tener acceso a los estudios superiores, sea cualquiera su origen social, sus medios económicos, su raza o su religión8.

Monseñor Escrivá de Balaguer explicaba en una entrevista el modo de financiar estas labores: Cada centro se financia del mismo modo que cualquier otro de su tipo. Las residencias de estudiantes, por ejem-plo, cuentan con las pensiones que pagan los residentes; los colegios con las cuotas que satisfacen los alumnos; las escuelas agrícolas con la venta de sus productos, etc. Está claro, sin embargo, que estos ingresos casi nunca son suficientes para cubrir todos los gastos de un centro, y menos cuando se considera que todas las labores del Opus Dei están pensadas con un criterio apostólico y la mayoría se dirigen a personas de escasos recursos económicos, que —en muchas ocasiones— pagan por la formación que se les ofrece cantidades simbólicas. Para hacer posible esas labores se cuenta también con las aportaciones de los miembros de la Obra, que destinan a ellas parte del dinero que ganan con su trabajo profesional. Pero sobre todo con

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la ayuda de muchas personas que, sin pertenecer al Opus Dei, quieren colaborar en unas tareas de trascendencia social u educativa9.

Las Fundaciones o entidades análogas pueden prestar su colaboración, de acuerdo con sus fines sociales. Y también es razonable que el Estado y las corporaciones públicas cooperen a la instalación y sostenimiento de estas instituciones educativas porque realizan una función social evidente, de la que de otro modo se tendrían que ocupar directamente, con mucha mayor carga económica y con las consiguientes preocupaciones y responsabili-dades. Es un fenómeno habitual en numerosos países, que se concedan subvenciones u otros tipos de ayudas a aquellas labores que se ocu-pan desinteresadamente de prestar servicios de evidente interés social.

LA RESPONSABILIDAD SOCIAL EN LA EDUCACIÓN

La promoción de labores corporativas no ha sido sin embargo ni el único ni el mayor efecto de la predicación del Funda-dor del Opus Dei en el orden educativo.

La principal significación, en este aspecto, del mensaje difundido por Monseñor Escrivá de Balaguer, es con-secuencia de la valoración profunda que en él se hace del trabajo profesional y de todas las realidades humanas, en orden al bien espiritual y eterno del hombre y a su función de servicio a la humanidad. De este modo se ha agudizado el sentido de responsabilidad del cristiano corriente, del que está inmerso en las ordinarias tareas del mundo, respecto del papel que le corresponde en la configuración de la sociedad; y con ello, se ha ocupado más

activamente de la educación en todos sus aspectos. La existencia de labores educativas del Opus Dei, promovidas y dirigidas por profesionales iguales a sus compañeros, fruto de la libre iniciativa de la sociedad, constituye un cauce para satisfacer esas responsabilidades; pero, sobre todo, señala un camino a seguir, expresa lo que es posible hacer e invita a realizado. Resulta evidente que esas labores han sensibilizado vastos estratos de la sociedad sobre la necesidad de dar una respuesta cristiana a las cuestiones que les plantea el ejercicio de su profesión o empleo 10 , han constituido un poderoso revulsivo de las virtualidades contenidas en la sociedad, lo que ha dado lugar a que se despertaran muchas otras iniciati-vas de educación, con un similar anhelo por favorecer la formación profesional y cristiana de toda clase de personas. Quienes han promovido y dirigen estas iniciativas, lo hacen bajo su personal responsabilidad, con sentido también profesional y con afán de servicio.

EL ESPíRITU DE LAS LABORES EDUCATIVAS

Unidad y diversidad

El Fundador del Opus Dei ha realizado aportaciones personales muy valiosas a las Ciencias de la Educación. Sin haberse propuesto en absoluto escribir un tratado sobre la materia, ha sido, como hemos visto, un pedagogo extraordinario, un excepcional educador. Ha enseñado a enseñar con su misma vida, con el testi-monio de sus cincuenta años de actividad sacerdotal. Así, esas aportaciones no son tanto en el orden que podríamos llamar técnico o metodológico, sino en el vital: afectan al espíritu que debe informar la

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acción educativa. De aquí justamente que sean de carácter fundamental, que superen el paso del tiempo y los avances científicos y técnicos, que posean valor permanente. Su modo de entender la educación es fiel reflejo del espíritu del Opus Dei por él encarnado. Y es lógico que en las actividades educativas ani-madas por ese mismo espíritu, pueda apreciarse, como consecuencia, un sello característico.

De hecho, si cualquier observador me-dianamente perspicaz visita con alguna de-tención una labor de educación promovida por el Opus Dei, percibe en seguida que su ambiente y su fisonomía son peculiares. Esto ocurre, lo mismo se trate de una residencia de estudiantes, de un colegio, de una escuela agraria, de un centro para empleadas del hogar o de una Universidad. La peculiaridad no está en el contenido de lo que se enseña, que puede ser variadísimo; ni en las técnicas didácticas que se siguen, que serán como aconseje en cada caso el criterio profesional de las personas que dirijan la labor, de los profesores, del tipo de centro, etc. Tampoco consiste en el estilo, disposición u otros aspectos de las instalaciones, que pueden responder a los diversos gustos y preferencias. El sello común de estos centros es mucho menos palpable que todo eso y sin embargo es mucho más llamativo: se capta por todas partes, en mil detalles que son uno por uno poco perceptibles: en el cuidado material de las cosas, en la limpieza, en la mirada de las personas, en su alegría, en el trato: en una palabra, en el espíritu que informa toda la vida del centro.

Ese mismo espíritu está presente en todo el proceso educativo y deja en el ánimo de quienes de él participan una huella profun-da. Al margen del nivel de conocimientos

adquiridos, y de la capacidad intelectual de cada uno, variables por tantos motivos, se va haciendo común un modo profundo de entender la vida, una consideración atenta y fraternal a las personas, una escala de valores orientadora. La impronta, eminentemente espiritual, tiene la fuerza de lo imborrable. Es posible rebelarse contra ella, pero sigue allí presente, como la verdad bien adquirida queda siempre en la inteligencia, aun cuando no informe a veces la conducta.

Estaría muy lejos de lo real, por otra parte, el que pensara de quienes acuden a esos centros que poseen alguna especie de uniformismo; por el contrario, fuera de ese fondo espiritual común, profundo, pero reducido, se manifiestan individualmente diversísimos. Y esto es así, muy claramente, porque una de las consecuencias del espíritu que anima a todos esos centros es estimular el desarrollo, libre de inhibiciones, de la personalidad de cada uno.

No resulta fácil enumerar las caracterís-ticas que se aprecian en los centros que se inspiran en el espíritu del Fundador del Opus Dei. Me referirá no obstante a algunas de ellas, que pienso ilustran la fisonomía peculiar de que antes hablaba.

LA LABOR EDUCATIVA COMO TAREA DE TODOS

Para Monseñor Escrivá de Balaguer, la educación es una tarea en la que cooperan todos cuantos están implicados de cual-quier modo en un centro educativo: los que lo dirigen, los padres de los alumnos, los profesores, los alumnos, los empleados. El espíritu que anima a cada uno, el ejemplo de su conducta personal, el esmero que pone en su trabajo, todo importa e influye en la calidad de la educación.

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Pienso que a todos nos ha llamado la atención una expresión de Monseñor Es-crivá de Balaguer, repetida con frecuencia al referirse a las actividades educativas. La formulaba de nuevo en una tertulia con padres de alumnos en un Colegio de Madrid, en 1972: En el Colegio hay tres cosas importantes: lo primero, los padres; lo segundo, el profesorado; lo ter-cero, los alumnos. Vuestros hijos —no os ofendáis— están en tercer lugar. De esta manera marcharán bien.

Son importantes los padres, porque tiene que haber armonía entre la edu-cación familiar y la del colegio. Os ha elegido el Señor —decía a los padres en un colegio—, para esta labor que se hace en provecho de vuestros hijos, de las almas de vuestros hijos, de las inteligencias de vuestros hijos, del carácter de vuestros hijos; porque aquí no sólo se enseña, sino que se educa, y los profesores participan de los derechos y deberes del padre y de la madre.

Los padres no pueden descargar su responsabilidad enviando a los hijos a un determinado colegio que les merece confianza, para que los eduquen. De muy poco o nada servirá un colegio, si el ambiente familiar no coopera muy positi-vamente a esa educación. El Colegio —les decía— tiene que ser una ampliación de vuestro hogar.

En el pensamiento del Fundador del Opus Dei está muy clara la idea de que los padres son lo primero: de una parte, porque ellos constituyen el primer objetivo apostólico del Colegio, si se quiere que la labor con los alumnos dé resultado; de otra, son los padres los primeros interesados y los primeros be-neficiarios de esa labor.

Después de los padres, vienen los profeso-res. De su competencia profesional, del esmero que pongan en el ejercicio de su función, y, muy especialmente, del ejemplo de su vida, del espíritu con que se conduzcan en todo, depende el fruto de la labor. Importa, por tanto, destinar tiempo y atención al mejora-miento del profesorado, a conseguir su mayor integración en el espíritu del centro, a fin de potenciar la acción educadora conjunta. A todos los educadores Monseñor Escrivá de Balaguer les pide entrega, darse a la labor.

En tercer lugar, están los alumnos: en ellos confluye la labor educativa de los padres y de los profesores; su educación ha motivado el establecimiento del colegio; el anhelo común por que lleguen a ser buenos cristianos y buenos ciudadanos, alegres, felices, ha dado cita a todos cuantos se integran en esa labor. Conseguida la debida confluencia de los padres y de los profesores, en busca de ese mismo propósito primordial, está plenamente abierto el camino para la formación integral de los alumnos.

Mas la cooperación abarca a todos: también a quienes de cualquier forma ayudan al sostenimiento del centro; y a los que se dedican a las funciones admi-nistrativas o de atención material. Con muy elocuentes palabras se ha referido nuestro primer Gran Canciller a este punto en diversas ocasiones. En una entrevista en 1967, aclaraba: la vida de este centro universitario se debe principalmente a la dedicación, a la ilusión y al trabajo que profesores, alumnos, empleados, bedeles, estas benditas y queridísimas mujeres na-varras que hacen la limpieza, todos, han puesto en la Universidad 11.

Estas ideas permiten vislumbrar la hon-dura y la fecundidad del modo de entender

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nuestro Fundador la actividad educativa: una tarea de todos, pues todos contribuyen a educar y todos, a su vez, resultan beneficiados de esa educación; en todos se acrecientan las convicciones cristianas y la propia personali-dad. Es otra consecuencia natural de la unidad de vida del cristiano, una manifestación de que la educación compromete la vida por entero.

EDUCACIÓN EN LA LIBERTAD Y EN LA RESPONSABILIDAD

El espíritu del Opus Dei... es un espíritu de libertad, de amor a la libertad personal de todos los hombres12 .

En el ámbito de la educación, este es-píritu de libertad se proyecta en múltiples aspectos. Libertad de las familias, para elegir el centro en el que quieran educar a sus hijos. Libertad de los centros edu-cativos para que puedan ser establecidos, para funcionar en igualdad de condiciones con los demás, incluidos los del Estado, y para seleccionar a su personal y profe-sorado. Libertad de los maestros y de los profesores —escribía Monseñor Escrivá de Balaguer en 1939—, para que puedan ejercer su profesión, con nobleza y competencia, sin injustas presiones de un monopolio de privilegiados; para que puedan estudiar y buscar sinceramente la verdad, sin estar condicionados por motivos de situación económica o social. Y estrechamente unida a todas estas honestas libertades, la liber-tad de los alumnos, el derecho a que no se deforme su personalidad y no se anulen sus aptitudes, el derecho a recibir una formación sana, sin que se abuse de su docilidad na-tural para imponerles opiniones o criterios humanos de parte... Finalmente: la libertad estudiantil universitaria, para que puedan

reunirse en grupos o asociaciones, en donde pueda madurar su formación humana, cultural y espiritual, que les permita una participación responsable —sin puerilida-des y sin ser instrumentos de desorden— en la vida universitaria.

En una entrevista, resume así nuestro Fundador los rasgos que caracterizan las instituciones educativas del Opus Dei: …educación en la libertad personal y en la responsabilidad también personal. Con li-bertad y responsabilidad se trabaja a gusto, se rinde, no hay necesidad de controles ni de vigilancia: porque todos se sienten en su casa, y basta un simple horario. Luego, el espíritu de convivencia, sin discriminaciones de ningún tipo. Es en la convivencia donde se forma la persona; allí aprende cada uno que, para poder exigir que respeten su libertad, debe saber respetar la libertad de los otros. Finalmente, el espíritu de humana fraternidad: los talentos propios han de ser puestos al servicio de los demás. Si no, de poco sirvenl3.

Se ha de educar para el ejercicio de ...la libertad personal que los laicos tie-nen para tomar, a la luz de los principios enunciados por el Magisterio, todas las decisiones concretas de orden teórico o práctico —por ejemplo, en relación a las diversas opiniones filosóficas, de ciencia económica o de política, a las corrientes artísticas y culturales, a los problemas de su vida profesional o social, etc.— que cada uno juzgue en conciencia más convenientes y más de acuerdo con sus personales con-vicciones y aptitudes humanas14.

El educador, el profesor, puede, y en determinadas cuestiones debe, aportar información y criterios sobre los diversos temas opinables, diferentes puntos de vista,

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que quizá desconoce el alumno, pero no para que éste haga necesariamente suya una opinión ajena, sino para contribuir a que forme la propia: .. .se trata de formar con libertad las propias opiniones en todos estos asuntos temporales donde los cristia-nos son libres, y de asumir la responsabi-lidad personal de su pensamiento y de su actuación, siendo siempre consecuente con la fe que se profesa15 .

Las enseñanzas que ha dado Monseñor Escrivá de Balaguer para la educación fa-miliar, que antes hemos intentado reflejar, son enteramente vigentes para cualquier centro educativo. Amar la libertad de los alumnos, enseñarles a que la administren bien, darles confianza, procurar que ad-quieran sentido de responsabilidad, no violentar a nadie, no forzar, explicarles las razones de las cosas, invitarles a que piensen más los asuntos antes de que adopten una decisión que se considera equivocada, animarles a que organicen por su cuenta algunas actividades y a que par-ticipen responsablemente en otras; todo esto contribuye eficazmente al desarrollo de la personalidad de los alumnos, a su verdadera educación.

Seria muy dif ícil encontrar entre los abundantes textos del Fundador del Opus Dei que expresan su gran amor a la libertad alguno que no reclame simultáneamente el sentido de responsabilidad.

En la homilía que pronunció en el campus de la Universidad, nos decía: Tenéis que difundir por todas partes una verdadera mentalidad laical, que ha de llevar a tres conclusiones: a ser lo sufi-cientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal; a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a

los hermanos en la fe, que proponen —en materias opinables— soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene; y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas... La libertad personal es esencial en la vida cristiana. Pero no olvidéis... que hablo siempre de una libertad responsable16. Por esto, aconseja estimular en los alum-nos el sentido de responsabilidad, en la medida en que se les concede también libertad personal. Acostumbrarles a que sean valientes, que respondan personal-mente de sus obras, que no pretendan esconderse en el anonimato.

De otra parte, Monseñor Escrivá de Balaguer, con su profundo realismo, hace ver los naturales condicionamientos que la vida social determina para el ejercicio de la libertad. La libertad del hombre razo-nable —aclaraba en una ocasión— exige responsabilidad personal. La persona que no quiere ser responsable de sus actos, no merece la libertad... la libertad es un gran regalo de Dios... Después, en cuanto media docena de personas viven juntas, si no hay un mínimo de reglamento y de horario, aquello es una anarquía: no hay quien trabaje, no hay quien se forme, no hay quien haga nada positivo... Además, en la tierra no hay nadie que sea tan libre que no esté condicionada... ¡No hay nadie en el mundo que no tenga la libertad condicionada! Si alguno piensa que puede vivir sin condicionar su libertad, tendrá que marcharse a un desierto y vivir solo..., y también se verá condicionado por el ambiente, por sus pasiones. Sólo Dios es verdaderamente libre.

Nuestro primer Gran Canciller, por su amor a la doctrina y a la libertad, ha

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sido muy solícito en que la enseñanza de la Religión, de la Teología, distinga bien lo que es de fe, de lo que son opiniones legítimas. Salvo para los especialistas, la enseñanza debe centrar la atención en lo que es doctrina sólida, segura, de la Iglesia. En distintas ocasiones ha repetido además que el Opus Dei no tiene ni tendrá ninguna opinión propia o escuela corporativa en materias teoló-gicas o filosóficas dejadas por la Iglesia a la libre disputa de los hombres, sino que, también en estas materias, los so-cios gozan de la misma libertad que los demás católicos.

En las labores educativas, aunque vayan dirigidas a niños de poca edad, la doctrina que se enseñe ha de ser la católica, la de la Iglesia. Con un ejemplo muy vivo respondió Monseñor Escrivá de Balaguer en una tertulia a la pregunta de por qué se ha de enseñar a los niños sólo la doctrina católica: ¿por qué tu mamá —perdonadme, que lo voy a de-cir brutalmente— cada vez que te daba el pecho, no te daba también alfalfa y cebada y paja para que eligieras? Y tú, ahora, para tener buena salud, ¿por qué no tomas un venenito cada día?

La conjunción de doctrina segura y libertad personal es un principio cons-tante de sus enseñanzas. Siempre ha rechazado la obligatoriedad de cualquier práctica religiosa colectiva: En el Opus Dei —afirmaba un día en el Colegio Mayor Moncloa, a propósito del rezo del Santo Rosario— tenemos la tradición de que ningún acto religioso es obligatorio. Cuarenta y cinco años llevamos defen-diendo la libertad de cada uno, con la consiguiente responsabilidad personal.

LOS CENTROS EDUCATIVOS Y LAS ACTIVIDADES POLíTICAS

Como es bien conocido, es muy frecuente el intento de convertir a los centros docentes, en especial los universitarios, en lugares de propaganda y lucha políticas. Le preguntaron al Fundador de la Universidad sobre este punto y, después de aclarar que expresaba su punto de vista personal y no el modo de ver del Opus Dei, respondió: Sería preciso, en primer lugar, ponerse de acuerdo sobre lo que significa política. Si por política se entiende interesarse y trabajar en favor de la paz, de la justicia social, de la libertad de todos, en ese caso, todos en la Universidad, y la Universidad como corporación, tienen obligación de sentir esos ideales y de fomen-tar la preocupación por resolver los grandes problemas de la vida humana. Si por política se entiende, en cambio, la solución concreta a un determinado problema, al lado de otras soluciones posibles y legítimas, en concurren-cia con los que sostienen lo contrario, pienso que la Universidad no es la sede que haya de decidir sobre esto. La Universidad es el lugar para prepararse a dar soluciones a esos problemas; es la casa común, lugar de estudio y de amistad; lugar donde deben convivir en paz personas de las diversas tendencias que, en cada momento, sean expresiones del legítimo pluralismo que en la sociedad existe��... Si la Universidad se convierte en el aula donde se debaten y deciden problemas políticos concretos, es fácil que se pierda la serenidad académica y que los estudiantes se formen en un espíritu de partidismo... Nadie puede pretender en cuestiones temporales imponer dogmas, que no existen. Ante un problema concreto, sea cual sea, la solución es: estu-diarlo bien y, después, actuar en conciencia, con libertad personal y con responsabilidad también personal��

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VIRTUDES HUMANAS Y EDUCACIÓN

Junto con el amor a la libertad personal y al sentido de responsabilidad, que tanto contribuyen a la maduración y desarrollo de la personalidad, destaca asimismo en las la-bores educativas del Opus Dei el aprecio por otras virtudes humanas como la veracidad, la sinceridad, la sencillez, la naturalidad, la confianza, la lealtad, el optimismo, etc. Esta gran estimación tiene origen sin duda en la unidad de vida y en la filiación divina, que conducen a actuar habitualmente cara a Dios, sin miedos y sin tapujos.

En la predicación de Monseñor Escrivá de Balaguer hay una continua llamada a la veracidad, a la sinceridad. Recuerdo que cuando, en 1948, se estaba construyendo el edificio del Colegio Mayor Monterols, en Barcelona, quiso que se inscribieran en el oratorio las palabras Veritas liberabit vos —la verdad os hará libres— (Ioh, 8,32), como un lema para la labor que allí se hiciera.

En el primer Colegio dirigido por el Opus Dei, en Gaztelueta, se puso otra frase, que subraya asimismo muy bien este rasgo de la fisonomía de estas labores: Sea nuestro sí, sí; sea nuestro no, no (Cfr. Iac, 5,12). Edu-car en la veracidad, evitar las restricciones mentales, la hipocresía, el ocultamiento de cualquier tipo, ha sido una recomendación vivísima de nuestro Fundador.

En una tertulia contestó a un profesor que le preguntaba qué virtudes había de enseñar a los chicos: Hay que inculcarles la sinceridad, y para eso, debéis ser vosotros muy sinceros. Y a otra pregunta similar, contestaba: Hacedlos leales, sinceros, que no tengan miedo a deciros las cosas. Para eso, sé tú leal con ellos, trátalos como si fueran personas mayores, acomodándote a sus

necesidades y a sus circunstancias de edad y de carácter. Sé amigo suyo, sé bueno u noble con ellos, sé sincero y sencillo.

Ha predicado en infinidad de circuns-tancias el amor a la verdad. El mundo vive de la mentira —comentaba una vez—; y hace veinte siglos que vino la Verdad a los hombres. Hay que decir la verdad. Ya eso vamos. El espíritu de veracidad, de ventanas abiertas, acompaña a toda actuación del Opus Dei y, por supuesto, a las labores educativas. Somos hombres amantes de los espacios abiertos —clamaba en la Catedral de Pamplona en 1964— del aire libre, de la limpieza, del agua clara.

La confianza en los demás, es asimis-mo un elemento esencial en la educación. Nuestro Fundador ha dado infinidad de veces ejemplo de confianza a cuantos se han acercado a él. Cuantos le hemos tratado sabemos muy bien los numerosos asuntos que dejaba en nuestras manos, y hasta qué punto fiaba en nuestra palabra. Tenía confianza plena en nuestra veracidad. Con mucha frecuencia nos repetía una frase muy expresiva y, a la vez, tremendamente comprometedora: creo lo que cada uno de vosotros me diga, aunque cien nota-rios unánimemente afirmen lo contrario. Confianza para fiarse de los alumnos y confianza también para que éstos acudan a exponer libremente 10 que sea a quienes dirigen. El buen gobierno debe basarse en la libertad, en la confianza... Un gobierno que se fundase en la desconfianza andaría mal. En cambio, el que conf ía trabaja contento, hace las cosas con gusto.

EDUCACIÓN Y AMISTAD

Desde muy antiguo, ya en la primera re-sidencia de estudiantes universitarios, Mons.

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Escrivá de Balaguer quiso que, en los lugares donde se realizan labores de formación de jóvenes, estuviera en lugar bien visible, para que se grabara con fuerza en las mentes y en los corazones de todos, el Mandatum novum (Ioh, 13,34), el mandato de la cari-dad. Una caridad que no puede quedar en teorías, ni en sentimientos; sino que se ha de vivir, como escribía en 1935, ...con todas sus consecuencias... . ..De tal manera, que se hagan realidad las palabras del Apóstol...: llevad unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo (Gal, 6, 2).

De hecho, en todas las labores educa-tivas inspiradas en el espíritu de nuestro primer Gran Canciller impera un clima de afecto mutuo, de cordialidad, de amistad, que trasciende enseguida. El amor a las almas —decía en una ocasión Monseñor Escrivá de Balaguer— nos hace querer a todos los hombres, comprender, disculpar, perdonar... Debéis tener un amor que cu-bra todas las deficiencias de las miserias humanas.

Para nuestro Fundador, la caridad es riquísima en contenido y fecunda en una multitud de manifestaciones; porque, sobre todo, ha de ser vivida: obras son amores y no buenas razones, como él ha recor-dado tantas veces. La caridad cristiana —ha dicho— no se limita a socorrer al necesitado de bienes económicos: se dirige, antes que nada, a respetar y comprender a cada individuo en cuanto tal, en su intrínseca dignidad de hombre y de hijo del Creador19.

Y conduce al propósito …de no juzgar a los demás, de no ofender ni siquiera con la duda, de ahogar el mal en abundancia de bien, sembrando a nuestro alrededor la convivencia leal, la justicia y la paz20.

La caridad lleva también a la relación personal, individual, a evitar que alguien se sienta sofocado en una masa, a procurar la amistad. Es plenamente válido para la relación del educador con el alumno, 10 que nos dice Mons. Escrivá de Balaguer de la labor del sacerdote con las almas: ...cada criatura requiere una asistencia concreta, personal. ¡No pueden tratarse las almas en masa! No es lícito ofender la dignidad humana y la dignidad de hijo de Dios, no acudiendo personalmente a cada uno con la humildad del que se sabe instrumento, para ser vehículo del amor de Cristo: porque cada alma es un tesoro maravilloso; cada hombre es único, insustituible. Cada uno vale toda la sangre de Cristo21.

Monseñor Escrivá de Balaguer percibía con aguda intuición muchas situaciones personales, movido por su penetrante ca-riño por todos. Era frecuente que, incluso en reuniones con bastante gente, advirtiera la cara desmejorada de alguno por motivos de salud, o por no haber dormido bien; o que descubriera el aspecto preocupado o intranquilo de cualquiera. Y este mismo cariño de padre y de madre —a veces también decía que era de abuela— que-ría ver en todas aquellas personas con responsabilidades de formación de otros. Y recomendaba, sobre todo, que nadie pudiera sentirse nunca solo. Formad a los alumnos —nos pedía en una tertulia aquí en Pamplona en 1964— de tal modo que jamás se encuentren solos, que no tengan que experimentar jamás la amargura de la soledad.

Cariño y amistad con los alumnos, saber estar disponibles para lo que ne-cesiten. No emplear la violencia para vencer al error, no maltratar a nadie: ...cuando alguno intentara maltratar a los

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equivocados, estad seguros de que sentiré el impulso interior de ponerme junto a ellos, para seguir por amor de Dios la suerte que ellos sigan.

Amistad también, por supuesto, entre los propios alumnos. Hay que vivir de verdad las consecuencias del mandato de la caridad: Lo lógico es que os queráis —decía en Portugal en una tertulia con numerosos estudiantes, que le habían hablado de las luchas políticas en la Universidad—. Sois jóvenes, tenéis un gran corazón, ¿por qué os habéis de maltratar y pegar los unos a los otros? ¡No! Si no sabéis ser buenos estudiantes y convivir, después tampoco sabréis convivir como ciudadanos.

AMOR AL TRABAJO

Dada la importante significación que el mensaje espiritual difundido por el Fundador del Opus Dei descubre en el trabajo, resulta lógico que en las labores educativas se enseñe el amor al trabajo y se eduque para vencer con esfuerzo la tendencia a la pereza, a quedarse en lo fácil, a evadirse del cumplimiento de las obligaciones personales, so capa a veces de actividades nobles. Monseñor Escrivá de Balaguer da muchas razones sobrenaturales y humanas para encarecer el espíritu de trabajo en la educación: Si has de servir a Dios con tu inteligencia, para ti estudiar es una obligación grave22. Denuncia como falsa la piedad de quien no trabaja: Frecuentas los Sacramentos, haces oración, eres casto... y no estudias... —No me digas que eres bueno: eres solamente bondadoso23. No me explico que te llames cristiano y tengas esa vida de vago inútil.— ¿Olvidas la vida de trabajo de Cristo?24

Es justamente el estudio, el trabajo que sea, lo que Dios pide a cada uno.

Prestarle la dedicación necesaria, poner atención, aprovechar el tiempo, es cumplir la voluntad de Dios. El estudio, hecho con rectitud de intención, por motivos sobrenaturales, tiene valor de oración y es fuente de sacrificio provechoso. Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración25 .

El papel que en la espiritualidad del Opus Dei desempeñan las cosas corrientes, de poco relieve, que, cuando están hechas con mucho amor de Dios, alcanzan eficacia sobrenatural, es de entera aplicación al cumplimiento del pequeño deber de cada momento26 que en esas circunstancias es precisamente el estudio.

No puede sin embargo pensarse en que la educación para el trabajo, para el estudio, represente una limitación en la capacidad creadora, en el interés por los grandes temas que afectan a la humanidad. Por el contrario, Monseñor Escrivá de Balaguer ha aconsejado siempre no ahogar sino alentar los grandes ideales, las nobles ambiciones de los jóvenes, su afán de abordar actividades de trascenden-cia para la sociedad. Mas para evitar que todo eso se convierta en señuelos engañosos, señala que para servir a la sociedad lo primero que ha de hacerse es cumplir con las obligaciones inmediatas�� .

En Sevilla, en un Colegio Mayor Univer-sitario, explicaba a los estudiantes diversas razones por las que se debían aplicar seria-mente a su trabajo. Yo diría que hay una razón de justicia. En todos los países —al menos en Europa— el Estado hace un gran esfuerzo, y puede decirse que paga buena parte de los gastos a los ciudadanos que van a cursar estudios universitarios...Por eso, la sociedad española espera vuestros servicios: de médicos, de ingenieros, de

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abogados, de arquitectos... Es una labor que debéis realizar en favor de los demás ciudadanos, en justicia... Después hay un motivo de lealtad con vuestras familias, que hacen muchos sacrificios para que os preparéis bien y podáis enfrentaros con la vida. Y hay también —en vuestro caso con-creto— un motivo de lealtad con la Obra, que realiza un esfuerzo bastante notable y, a veces, heroico, con estas Residencias. Lo hacemos con mucha alegría, y en todo el mundo... Para ayudaros, para formaros, para que seáis hombres de provecho, buenos profesionales y buenos cristianos.

La seriedad en el trabajo, en el estudio, es así también un modo de enseñar el sentido de responsabilidad. Responsabilidad, como veíamos, ante el esfuerzo de la familia y de la sociedad, y también de cara al futuro, ya que, aun cuando la actividad profesional a que uno se vaya a dedicar pueda parecer intrascenden-te, de la preparación adquirida y, aún más, de los hábitos de trabajo y esfuerzo que hayan sido alcanzados, depende la contribución que podrá ofrecerse a la humanidad.

MENTALIDAD DE SERVICIO

La necesidad de inculcar en los estu-diantes una mentalidad de servicio a los demás, ha sido insistentemente enseñada por nuestro primer Gran Canciller. Desde los niveles educativos inferiores se ha de animar a los alumnos a vivir la genero-sidad en cosas que pueden parecer de escasa importancia; a descubrir posibles necesidades de los compañeros para in-tentar remediarlas; acceder a los gustos de los otros.

Trataba nuestro Fundador abiertamente este tema en una entrevista sobre la Uni-

versidad. Es necesario que la Universidad forme a los estudiantes en una mentalidad de servicio: servicio a la sociedad, pro-moviendo el bien común con su trabajo profesional y con su actuación cívica. Los universitarios necesitan ser responsables, tener una sana inquietud por los problemas de los demás y un espíritu generoso que les lleve a enfrentarse con estos problemas, y a procurar encontrar la mejor solución... la Universidad... debe formar a sus estudiantes para que su futuro trabajo profesional esté al servicio de todos28 . Y para concretar el modo de realizar ese servicio, de dar efectividad a la solidaridad social, añadía luego: El ideal es, sobre todo, la realidad del trabajo bien hecho, la preparación científica adecuada durante los años universitarios. Con esta base, hay miles de lugares en el mundo que necesitan brazos, que esperan una tarea personal dura y sacrificada. La Universidad no debe formar hombres que luego consuman egoístamente los be-neficios alcanzados con sus estudios, debe prepararles para una tarea de generosa ayuda al prójimo, de fraternidad cristiana. Muchas veces esta solidaridad se queda en manifestaciones orales o escritas, cuando no en algaradas estériles o dañosas: yo la solidaridad la mido por obras de servicio, y conozco miles de casos de estudiantes españoles y de otros países, que han re-nunciado a construirse su pequeño mundo privado, dándose a los demás mediante un trabajo profesional, que procuran hacer con perfección humana, en obras de enseñanza, de asistencia, sociales, etc., con un espíritu siempre joven y lleno de alegría29.

La mente de Monseñor Escrivá de Balaguer es clara: se ha de inculcar el es-píritu de servicio en los jóvenes para que lo ejerciten mientras cursan sus estudios y para más adelante. Servir significa darse

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a los demás, vencer todo egoísmo. Y se presta ese servicio, en primer término, con el propio trabajo profesional bien hecho, con una dedicación a los demás generosa y

sacrificada y contribuyendo a hacer a todos más grata la vida. Al vivir con espíritu de servicio, se encuentra la auténtica felicidad, la verdadera alegría.

Notas:1 Conversaciones, 79.2 Conversaciones, 56. 3 Conversaciones, 18. 4 Conversaciones, 51. 5 Conversaciones, 31. 6 Camino, 489.7 Conversaciones, 27. 8 Conversaciones, 74.9 Conversaciones, 31.

10 Conversaciones, 18. 11 Conversaciones, 83. 12 Conversaciones, 67. 13 Conversaciones, 84. 14 Conversaciones, 12. 15 Conversaciones, 90.�� Conversaciones, ���. �� Conversaciones, ��. �� Conversaciones, ��. �9 Es Cristo que pasa, ��.

20 Es Cristo que pasa, 72. 21 Es Cristo que pasa, 80. 22 Camino, 336.23 Camino, 337. 24 Camino, 336. 25 Camino, 335.26 Cfr. Camino, 815. 27 Cfr. Camino, 825. 28 Conversaciones, 74. 29 Conversaciones, 75.

Referencias de los textos que acompañan a las fotos

1 Es Cristo que pasa, nº 27

2 Apuntes tomados en una tertulia en Retamar (Madrid), 28-X-1972. Publicado en Retamatch. Boletín de Padres, nº 109.

3 Es Cristo que pasa, nº 28

4 Amigos de Dios, nº 157

5 Amigos de Dios, nº 158

6 Es Cristo que pasa, nº 29

7 Apuntes tomados en una tertulia en Tabancura (Santiago de Chile), 5- VII-1974. Publicado en Retamatch. Boletín de Padres, nº109.

8 Apuntes tomados en una tertulia en Belagua (Pamplona), 8-X-1972. Publicado en Retamatch. Boletín de Padres, nº 109.

9 Apuntes tomados en una tertulia en Viaró (Barcelona), 21-XI-1972. Publicado en Retamatch. Boletín de Padres, nº 109.

10 Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, nº 81

11 Apuntes tomados en una tertulia en Brafa (Barcelona), 22-XI-1972. Publicado en Retamatch. Boletín de Padres, nº 109.

12 Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, nº 103

13 Apuntes tomados en una tertulia en El Prado (Madrid), 18-X-1972. Folleto publicado por el propio Colegio (2002)

14 Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, nº 102

15 Apuntes tomados en una tertulia en Pozoalbero (Jerez de la Frontera), 12-XI-1972. Publicado en Retamatch. Boletín de Padres, nº 109.

16 Apuntes tomados en una tertulia en Centro de Estudos (Seo Paulo), 25-V-1974. Publicado en Retamatch. Boletín de Padres, nº 109.

17 Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, nº 115

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