Primera entrega herbario B

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El primer herbario que se conoce data del Siglo XVI y fue hecho por Luca Ghini, profesor de Botánica en la U. de Bolonia, Italia. Esta práctica adquirió gran importancia durante los siglos XVII y XVIII, época en que se llevaron a cabo exploraciones a terri- torios desconocidos. La mayor parte de las colecciones correspondieron a plantas medicinales y comestibles. Los herbarios inicialmente eran colecciones privadas de cien- tíficos o botánicos y luego se asociaron a jardines botánicos y universidades. Hoy se cree que existen alre- dedor de 3.300 herbarios pú- blicos en el mundo, con más de 250.000 especies de plantas vasculares (cuentan con siste- ma de vasos para el transporte de sustancias y savia), muchas de las cuales aún no se encuentran identificadas. Sin embargo, herbarios como los de Kew (Inglaterra), Nueva York, París y Estocolmo, poseen tam- bién colecciones notables de hongos y líquenes (organismos que resultan de la asociación entre un alga y un hongo) procedentes de diversas par- tes del mundo. El herbario con el mayor número de especímenes en el mundo es el del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, en París, con cerca de 9 mi- llones de ejemplares. Le siguen el del Jardín Botánico de Nueva York y el del Instituto de Botánica Komarov, en Rusia, con un poco más de 7 millones, y el herbario del Real Jardín Botánico de Kew, en Inglaterra, con cerca de 7 millones. En Colombia, el herbario con mayor número de ejemplares es el de la U. Nacional, con cerca de 500.000 ejempla- res; seguido del Herbario de la U. de Antioquia, el cual cuenta con aproximadamen- te 180.000 especímenes. En Antioquia, el segundo en número de colecciones es el del Jardín Botánico de Medellín con casi 100.000 ejemplares. HERBARIOS EN EL MUNDO Y EN COLOMBIA CHENGUE (leyenda de la Ciénaga Grande de Santa Marta) Entre los primitivos pobladores de Araché cuentan la leyenda de Chengue, un indio que de niño nunca aprendió a lanzar una flecha, ni nada que tuviera que ver con la guerra. En cambio, tenía un don espe- cial para sentir las cosas: el canto de las chicharras lo hacía reir hasta el hipo y suspiraba con la simple caída de una hoja. Cuando Chengue llegó a la pubertad, se le agudizó la nariz, las cejas le crecieron en punta y los ojos se le llenaron de chispas. Lo creyeron loco, pues al amanecer se su- bía en los árboles donde pasaba horas en- teras imitando el canto de los picogordos, los toches, los congos, las oropéndolas, el búho, la lechuza o el guacabó. ¡Y en los árboles vecinos le contestaban las aves! Pero los jefes de la aldea le cogieron rabia pues en su canto hablaba de una rara fruta con granos de maíz, llamada mazorca, que había llegado: “La extraña semilla debía ser repartida. Que todos los hombres, sin dis- tingo de clases, gocen de sus beneficios”, decía. Chengue fue expulsado del pueblo y los brujos le pusieron la maldición de ser convertido en árbol. Cuando Chengue lo supo, dijo con voz de trueno: “Si el pueblo no cambia de conducta, todo envejecerá pronto”. En efecto, el día que tuvo que salir del pueblo, cayó sobre el caserío un silencio extraño: los bohíos se llenaron de telarañas y los granos de la mazorca foras- tera que se habían guardado para la siem- bra, empezaron a nacer en el fondo de los calabazos secos. En los patios, nunca más se maduró un fruto. Los niños empezaron a sufrir de orzuelos, los viejos de sordera galopante, los caciques y brujos de tem- blores involuntarios y hasta los árboles se marchitaron. Mientras tanto, Chengue se fue tatareando la parte de su último men- saje: “Todo envejecerá de pronto”. Y por donde pasaba un concierto de aves llenaba el ambiente. A orillas de la Ciénaga, el in- dio se miró en las aguas y vió su rostro des- teñido y sus vellos rígidos como bejucos. Las aves que revoloteaban a su alrededor se posaron en su cuerpo y se afianzaron con sus picos. Su piel se endureció y por sus poros reventaron espinas afiladas; por sus hombros nacieron muchos brazos que se convertían en ramas y por sus pies muchísimos dedos, que se volvían raíces. Le brotaron hojas y antes de que sus ojos fueran dos nudos más en su corteza vio que se había convertido en árbol. Así nació Chengue, el árbol cienaguero cuyas flores parecen pajaritos colga- dos de sus picos. JARDINES BOTÁNICOS: MUSEOS VIVIENTES Siempre que viajes a otra ciudad o país, pregunta si tie- nen un jardín botánico y no dejes de visitarlo. Segura- mente encontrarás hermosísimas sorpresas y aprenderás mucho del ecosistema que rodea el lugar que visitas. Los jardines botánicos se diferencian de otros jardines porque su objetivo es el estudio, la conservación y divulgación de la diversidad vegetal. Se caracterizan por exhibir colecciones científicas y plantas originarias de todo el mundo, generalmente con el objetivo de fomentar el interés de los visitantes hacia el mundo vegetal. Pueden tener diversos nombres según su es- pecialidad: arboretum (colecciones de árboles), pal- metum (colecciones de palmeras), fruticetum (colec- ciones de arbustos y arbolillos), cactarium (colecciones de cactus y plantas que crecen en los desiertos), entre otros. Entre sus atractivos pueden tener una carpoteca (colección de frutos), una xiloteca (colección de maderas), o un herbario. A continuación algunos de los jardines más bellos del mundo. Byodoin, Kyoto, Japón. Patrimonio de la Humanidad. Pabellones al estilo chino y japonés. Uno de los cinco últimos jardines-paraíso de Japón. Giverny, Normandía, Francia Pintura viviente, hogar donde vivió, pintó y jardineó el gran pintor impresionista, Claude Monet. Kew, Londres, Gran Bretaña El jardín botánico más grande del mundo, con una de cada 8 especies de plantas conocidas. Montreal, Quebec, Canadá Tiene un arboretum (colección de árboles y otras plantas leñosas) de 7000 especies y un insectario con 160mil especímenes vivos y preservados, además de un jardín oriental, el más grande de su clase fuera de Asia. Jardín Botánico de Medellín, Joaquín Antonio Uribe: entre su colección de plantas vivas podremos encontrar unos 1200 árboles. Museo Nacional de Historia Natural de Francia. (Erythrina fusca)

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El primer herbario que se conoce data del Siglo XVI y fue hecho por Luca Ghini, profesor de Botánica en la U. de Bolonia, Italia. Esta práctica adquirió gran importancia durante los siglos XVII y XVIII, época en que se llevaron a cabo exploraciones a terri-torios desconocidos. La mayor parte de las colecciones correspondieron a plantas medicinales y comestibles. Los herbarios inicialmente eran colecciones privadas de cien-tíficos o botánicos y luego se asociaron a jardines botánicos y universidades.Hoy se cree que existen alre-dedor de 3.300 herbarios pú-blicos en el mundo, con más de 250.000 especies de plantas vasculares (cuentan con siste-ma de vasos para el transporte de sustancias y savia), muchas

de las cuales aún no se encuentran identificadas. Sin embargo, herbarios como los de Kew (Inglaterra), Nueva York, París y Estocolmo, poseen tam-bién colecciones notables de hongos y líquenes (organismos que resultan de la asociación entre un alga y un hongo) procedentes de diversas par-tes del mundo.El herbario con el mayor número de

especímenes en el mundo es el del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, en París, con cerca de 9 mi-llones de ejemplares. Le siguen el del Jardín Botánico de Nueva York y el del Instituto de Botánica Komarov, en Rusia, con un poco más de 7 millones, y el herbario del Real Jardín Botánico de Kew, en Inglaterra, con cerca de 7 millones. En Colombia, el herbario con

mayor número de ejemplares es el de la U. Nacional, con cerca de 500.000 ejempla-res; seguido del Herbario de la U. de Antioquia, el cual cuenta con aproximadamen-te 180.000 especímenes. En Antioquia, el segundo en número de colecciones es el del Jardín Botánico de Medellín con casi 100.000 ejemplares.

HERBARIOS EN EL MUNDO Y EN COLOMBIA

CHENGUE(leyenda de la Ciénaga Grande de

Santa Marta)

Entre los primitivos pobladores de Araché cuentan la leyenda de Chengue, un indio que de niño nunca aprendió a lanzar una flecha, ni nada que tuviera que ver con la guerra. En cambio, tenía un don espe-cial para sentir las cosas: el canto de las chicharras lo hacía reir hasta el hipo y suspiraba con la simple caída de una hoja. Cuando Chengue llegó a la pubertad, se le agudizó la nariz, las cejas le crecieron en punta y los ojos se le llenaron de chispas. Lo creyeron loco, pues al amanecer se su-bía en los árboles donde pasaba horas en-teras imitando el canto de los picogordos, los toches, los congos, las oropéndolas, el búho, la lechuza o el guacabó. ¡Y en los árboles vecinos le contestaban las aves! Pero los jefes de la aldea le cogieron rabia pues en su canto hablaba de una rara fruta con granos de maíz, llamada mazorca, que había llegado: “La extraña semilla debía ser repartida. Que todos los hombres, sin dis-tingo de clases, gocen de sus beneficios”, decía. Chengue fue expulsado del pueblo y los brujos le pusieron la maldición de ser convertido en árbol. Cuando Chengue lo supo, dijo con voz de trueno: “Si el pueblo no cambia de conducta, todo envejecerá pronto”. En efecto, el día que tuvo que salir del pueblo, cayó sobre el caserío un silencio extraño: los bohíos se llenaron de telarañas y los granos de la mazorca foras-tera que se habían guardado para la siem-bra, empezaron a nacer en el fondo de los calabazos secos. En los patios, nunca más se maduró un fruto. Los niños empezaron a sufrir de orzuelos, los viejos de sordera galopante, los caciques y brujos de tem-blores involuntarios y hasta los árboles se marchitaron. Mientras tanto, Chengue se fue tatareando la parte de su último men-saje: “Todo envejecerá de pronto”. Y por donde pasaba un concierto de aves llenaba el ambiente. A orillas de la Ciénaga, el in-dio se miró en las aguas y vió su rostro des-teñido y sus vellos rígidos como bejucos. Las aves que revoloteaban a su alrededor se posaron en su cuerpo y se afianzaron con sus picos. Su piel se endureció y por sus poros reventaron espinas afiladas; por sus hombros nacieron muchos brazos que se

convertían en ramas y por sus pies muchísimos dedos, que se volvían raíces. Le brotaron hojas y antes de que sus ojos fueran

dos nudos más en su corteza vio que se había convertido en árbol. Así nació Chengue,

el árbol cienaguero cuyas flores parecen pajaritos colga-

dos de sus picos.

JARDINES BOTÁNICOS: MUSEOS VIVIENTES

Siempre que viajes a otra ciudad o país, pregunta si tie-nen un jardín botánico y no dejes de visitarlo. Segura-mente encontrarás hermosísimas sorpresas y aprenderás mucho del ecosistema que rodea el lugar que visitas. Los jardines botánicos se diferencian de otros jardines porque su objetivo es el estudio, la conservación y divulgación de la diversidad vegetal. Se caracterizan por exhibir colecciones científicas y plantas originarias de todo el mundo, generalmente con el objetivo de fomentar el interés de los visitantes hacia el mundo vegetal. Pueden tener diversos nombres según su es-pecialidad: arboretum (colecciones de árboles), pal-metum (colecciones de palmeras), fruticetum (colec-ciones de arbustos y arbolillos), cactarium (colecciones de cactus y plantas que crecen en los desiertos), entre

otros. Entre sus atractivos pueden tener una carpoteca (colección de frutos), una xiloteca (colección de maderas), o un herbario. A continuación algunos de los jardines más bellos del mundo.

Byodoin, Kyoto, Japón. Patrimonio de la Humanidad. Pabellones al estilo chino y japonés. Uno de los cinco últimos jardines-paraíso de Japón.

Giverny, Normandía, FranciaPintura viviente, hogar donde vivió, pintó y jardineó el gran pintor impresionista, Claude Monet.

Kew, Londres, Gran BretañaEl jardín botánico más grande del mundo, con una de cada 8 especies de plantas conocidas.

Montreal, Quebec, CanadáTiene un arboretum (colección de árboles y otras plantas leñosas) de 7000 especies y un insectario con 160mil especímenes vivos y preservados, además de un jardín oriental, el más grande de su clase fuera de Asia.

Jardín Botánico de Medellín, Joaquín Antonio Uribe: entre su colección de plantas vivas

podremos encontrar unos 1200 árboles.

Museo Nacional de Historia Natural de Francia.

(Erythrina fusca)