Presocraticos y Socrates

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LECCIÓN III LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS Y SÓCRATES 1. Algunas características en común Conocemos con el nombre de presocráticos a todos aquellos filósofos anteriores a Sócrates cuta actividad filosófica se prolongó desde finales del siglo VII a principios del V a. C. Desde el punto de vista histórico, Sócrates aparece como la figura central en el nacimiento y posterior evolución de los problemas filosóficos, en el culminó la primera etapa de la filosofía griega y de él comenzaron a surgir los nuevos planteamientos que dieron cauce a las grandes concepciones del siglo IV a. C. en las obras de Platón y Aristóteles. Como características generales comunes a todos los filósofos presocráticos podemos señalar las siguientes: a) Casi todos prevenían de la periferia del mundo helénico, predominantemente de las costas del Asia Menor y de las colonias de Sicilia y la Magna Grecia. (El primer filósofo ateniense del que tenemos noticia es Archelaos, discípulo de Anaxágoras y maestro de Sócrates, aunque desde el punto de vista de sus aportaciones posee un escaso relieve.) b) Sabemos en la mayor parte de los casos, cuál es su localidad de origen, pero nos resultan imprecisas las fechas de su nacimiento y muerte. c) Se ha perdido casi la totalidad de su obra escrita, de tal modo que sus realizaciones y sus opiniones nos han llegado, con grandes lagunas, a través, de fuentes indirectas citadas por diversos autores del siglo IV a.

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LECCIÓN III

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS Y SÓCRATES

1. Algunas características en común

Conocemos con el nombre de presocráticos a todos aquellos filósofos anteriores a Sócrates cuta actividad filosófica se prolongó desde finales del siglo VII a principios del V a. C.

Desde el punto de vista histórico, Sócrates aparece como la figura central en el nacimiento y posterior evolución de los problemas filosóficos, en el culminó la primera etapa de la filosofía griega y de él comenzaron a surgir los nuevos planteamientos que dieron cauce a las grandes concepciones del siglo IV a. C. en las obras de Platón y Aristóteles.

Como características generales comunes a todos los filósofos presocráticos podemos señalar las siguientes:

a) Casi todos prevenían de la periferia del mundo helénico, predominantemente de las costas del Asia Menor y de las colonias de Sicilia y la Magna Grecia. (El primer filósofo ateniense del que tenemos noticia es Archelaos, discípulo de Anaxágoras y maestro de Sócrates, aunque desde el punto de vista de sus aportaciones posee un escaso relieve.)

b) Sabemos en la mayor parte de los casos, cuál es su localidad de origen, pero nos resultan imprecisas las fechas de su nacimiento y muerte.

c) Se ha perdido casi la totalidad de su obra escrita, de tal modo que sus realizaciones y sus opiniones nos han llegado, con grandes lagunas, a través, de fuentes indirectas citadas por diversos autores del siglo IV a. C., entre los que destacan Platón, Aristóteles, entre otros. Sin embargo, son estos últimos, los que tienden a interpretar los pensamientos que nos transmiten desde sus propias posiciones intelectuales; por consiguiente, con frecuencia, resulta muy difícil determinar el auténtico significado de sus textos.

2. Los problemas principales

El problema principal plateado por los pensadores presocráticos fue el del arjé (se trataba de investigar el principio fundamental de la realidad, aquello de lo que todo brota y a lo que todo vuelve. De la nada, nada puede surgir, en consecuencia, tiene que existir una realidad primera, arjé, de la cual se deriven todas las demás. En este sentido, los filósofos presocráticos entendieron por arjé:

a) Lo primero en el orden del ser, es decir, la primera realidad, aquello de lo que cualquier otra deriva o procede.

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b) El sustrato y fundamento que se encuentra presente (y permanece invariable) en el curso de todos los cambios, esto es, lo que en último término toda realidad es.

c) La fuerza rectora o naturaleza phýsis (que gobierna y explica (o posee la razón de) cualquier otro género de realidad, sus estructuras, sus cambios, sus propiedades y su actividad.

De acuerdo con las características enunciadas, nada se engendra ni nada se corrompe, ya que el arjé, en tanto en cuanto realidad primera como principio y sustrato de todas las cosas, se encuentra presente en todos los cambios, permanece inmutable a lo largo de todos ellos y regula su actividad.

Junto con este problema, destaca el de las facultades cognoscitivas humanas. En este aspecto, los primero filósofos griegos propendieron a contraponer el conocimiento sensible a la razón y en general, opinaron que los sentidos eran fuente de error, que por medio de ellos no podíamos llegar a la verdad, sino que ésta sólo podía alcanzarse en virtud del conocimiento intelectual, gracias a la razón.

Revisemos el siguiente texto:1

“La mayoría de los filósofos primitivos creyeron que los únicos principios de todas las cosas eran los de índole material, pues aquello de lo que constan todos los entes y es primer origen de su generación y el término de su corrupción es, según ellos, el elemento y el principio de los entes. Y por eso creen que ni se genera ni se destruye nada, pensando que tal naturaleza se conservara siempre.

Pero cuanto al número y a la especie de tal principio, no todo dicen lo mismo”.

Aristóteles: Metafísica, I, 3, 983

3. Los pensadores más destacados

En este apartado vamos a estudiar las principales corrientes filosóficas que precedieron a Sócrates.

3.1.1. Los Milesios

Según la tradición histórica occidental, la filosofía tiene su inicio en Mileto, colonia griega del Asia Menor, y Tales de Mileto pasa por ser el primer filósofo de nombre conocido. Según Tales, el arjé2 es el agua, puesto que de ella todo procede y a ella todas las cosas vuelven y, asimismo, dicho elemento se encuentra presente en todas las cosas.

1 Señalar las tres palabras claves del texto.2 Principio fundamental de la realidad, aquello de lo que todo brota y a lo que todo vuelve

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Posteriormente, Anaximandro3 indicó que el principio fundamente (arjé) de la naturaleza es el ápeiron (lo indeterminado, lo ilimitado) y según Anaxímenes el aire.

3.1.2. Tales de Mileto

Vivió desde el último tercio del siglo VII hasta mediados del VI a. C. Los relatos antiguos le atribuyen múltiples actividades: ingeniero, astrónomo, financiero y político. Probablemente viajo por Egipto y se le atribuye la introducción en Grecia de la geometría egipcia (cálculo de distancias y alturas según la igualdad de semejanza de triángulos). Predijo también un eclipse. Es, pues, una gran figura de su tiempo.

Para lo aquí nos interesa, su filosofía, la fuente principal y de más valor es Aristóteles, autoridad máxima para todas las interpretaciones de toda la presocrática. Aristóteles dice que según Tales, el principio (arjé) de todas las cosas es el agua, es decir, el estado de humedad. La razón de esto sería que los animales y las plantas tienen el alimento y la semilla húmedos.

Se ha llamado a esto hilozoísmo (animación o vivificación de la materia). Pero lo verdaderamente importante es el hecho de que Tales, por primera vez en la historia, se hace cuestión de la totalidad de cuanto hay, no para preguntarse cuál fue el origen mítico del mundo, sino qué es en verdad la naturaleza. Entre la teogonía y tales hay un abismo: el que separa la filosofía de toda la mentalidad anterior.

3.1.3. Anaximandro

Sucedió a Tales a mediados del siglo VI en la dirección de la escuela de Mileto. De su vida apenas se sabe nada cierto. Escribió una obra, que se ha perdido, conocida con el título que posteriormente se dio a la mayoría de los escritos presocráticos: sobre la naturaleza. Se le atribuyen, sin certeza, diversos inventos de carácter matemático y astronómico, y más verosílmente, la confección de un mapa. A la pregunta por el principio de las cosas responde diciendo que es el ápeiron. Esta palabra significa literalmente infinito, pero no es sentido matemático, sino más bien en el de ilimitación o indeterminación. Y combine entender esto como grandioso, ilimitado en su magnificencia, que provoca asombro.

Esta naturaleza es, además “principio”: de ella surgen todas las cosas: unas llegan a ser, otras dejan de ser, partiendo de esa arjé, pero ella permanece independiente y superior a esos cambios individuales. Las cosas se engendrar por una segregación, se van separando del conjunto de la naturaleza por un movimiento como de criba, primero lo frío y lo caliente, y luego las demás cosas. Este engendrar y perecer es una “injusticia”, un predominio injusto de un “contrario” sobre el otro (lo caliente sobre lo frío, lo húmedo sobre lo seco, etc.). Por esta “injusticia” existe el predominio de las cosas individuales. Pero hay una

3 “Anaximandro, hijo de Praxiades de Mileto, afirmaba que el principio y el elemento es lo indefinido (ápeiron), sin distinguir el aire, el agua o cualquier otra cosa…” (DEILS, H.: Anaximandro, Frag. 12 A,1.)

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necesidad que hará volver a las cosas a ese fondo último, sin injusticias, el ápeiron, inmortal e incorruptible, donde no predominan unos contrarios sobre otros. La forma en la que ha de ejecutarse esa necesidad es el “tiempo”. El tiempo hará que las cosas vuelvan a esa unidad, a esa quietud e indeterminación de la phýsis, de donde han salido injustamente.

Anaximandro, representa el paso de la simple designación de una sustancia como principio de la naturaleza a una idea de esta, más aguda y profunda, que apunta ya los rasgos que van a caracterizarla en toda la filosofía presocrática: una totalidad, principio de todo, imperecedera, ajena a la mutación y a la pluralidad, “opuesta a las cosas”. Veremos aparecer estas notas en el centro mismo del problema filosófico griego.

3.1.4. Anaxímenes

Discípulo de Anaximandro, también de Mileto, en segunda mitad del siglo VI. Es el último milesio importante. Añade dos cosas importantes a la doctrina de su maestro. En primer lugar, una indicación concreta de cual es el principio de la naturaleza: “el aire”, que pone en relación con la respiración o el aliento. Del aire nacen todas las cosas, y a él vuelven cuando se corrompen. Esto parece más bien una vuelta al punto de Tales, sustituyendo el agua por el aire; pero Anaxímenes agrega una segunda precisión: el modo concreto de formación de las cosas, partiendo del aire, es la condensación y rarefacción. Esto es sumamente importante; no sólo ya la designación de una sustancia primordial, sino la explicación de cómo de ella se producen todas las diversas cosas. El aire enrarecido es fuego; más condensado, nubes, agua, tierra, rocas, según el grado de densidad. A la sustancia primera, soporte de la variedad cambiante de todas las cosas, se añade un principio del movimiento.

Demos un vistazo al siguiente texto:

“Los primeros intentos completamente racionales por descubrir la naturaleza del mundo tuvieron lugar en Jonia. Aquí estuvieron aliados, al menos por algún tiempo, una prosperidad material y unas oportunidades especiales de contacto con otras cultura, con unas sólida tradición cultural y literaria que data de la época de Homero. En el espacio de un siglo Mileto alumbró a Tales, Anaximandro y Anaxímenes; cada uno de ellos se caracterizó por la asunción de un único principio material y su separación constituyó en el paso más importante en la explicación sistemática de la realidad”.

KING, G.S., y RAVEN, J.E.: Los filósofos presocráticos, Gredos, Madrid, 1987, pág. 118.

3.2. Los Eléatas

Hacia fines del siglo VI a. C. en Elea floreció una escuela cuya figura principal fue Parménides. Según estos filósofos, la realidad es el Ser, lo que es, lo único que plenamente es.

3.2.1. Parménides

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Parménides es el filósofo más importante de los presocráticos. Significa en la historia de los presocráticos un momento de capital importancia: la aparición de la “metafísica”. Hasta entonces, la especulación griega había sido cosmología, física; pero es Parménides quien descubre el tema propio de la filosofía y el método con el cual se debe abordar. En sus manos la filosofía pasa a ser “metafísica” y “ontología”; no va a versar ya sobre las cosas, sino “sobre las cosas en cuanto son”, es decir, como “entes”. El “ente” es el gran descubrimiento de Parménides.

Parménides distinguió dos vías de conocimiento, a saber: la “vía de la opinión” (dóxa) y la “vía de la verdad” (epistéme); según él, la vía de la opinión significa la actitud cognoscitiva espontánea, el testimonio de los sentidos, es la vía que siguen los “vulgares mortales” y conduce a la ilusión, a las apariencias, al error. En cambio, la vía de la verdad se corresponde con la auténtica vía de la investigación y, por ella, se llega al verdadero conocimiento, ésta consiste en una deducción racional perfecta, mediante la cual se pone de relieve que “el Ser es y es imposible que no sea y el No-ser no es y ni siquiera puede ser pensado”.

De este modo, intentó poner de relieve la coincidencia del pensar con el Ser (con la realidad). “Los sentidos” carecen de capacidad para suministrarnos la verdad y a ésta sólo podemos acceder mediante el ejercicio de la actividad lógico-racional que pone de manifiesto que la realidad, el Ser, siempre es. Entre el Ser y el No-ser (la nada) no puede darse un término medio, en consecuencia, no puede haber diferencias dentro del Ser, pues sólo la nada es distinta al Ser; pero la nada, nada es (es decir, no es) y, por tanto, no puede diferenciar. Se pone en evidencia, pues, que “el Ser es uno, inengendrado, imperecedero, perfecto, inmóvil e indivisible”, todo semejante a una esfera perfecta cuyos puntos son perfectamente equidistantes del centro: el Ser es siempre acabado y completo, esto es, “perfecto”.

3.3.1. Heráclito de Éfeso

Era de Éfeso, en el Asia Menor. Vivió entre los siglos VI y V. Se dice que era de la familia real de Éfeso y estaba llamado a regir la ciudad, pero renunció y se dedicó a la filosofía. Heráclito, al moverse dentro de la dialéctica parmenidea “del Ser y del No-Ser”, se puede considerar como filosóficamente sucesor de Parménides. Heráclito despreciaba a la muchedumbre y condenaba los cultos y ritos de la religión popular.

Lo que más importa es caracterizar la metafísica y situarla dentro de la evolución de la filosofía posterior a Parménides. Heráclito afirma taxativamente la variación o movimiento de las cosas, “todo corre, todo fluye”. Nadie se puede bañar dos veces en el mismo río, porque el río permanece, pero el agua ya no es la misma. La realidad es cambiante y mudable. Por esto la sustancia primordial es el “fuego” la menos consistente de todas, la que más fácilmente se transforma. Además – dice- la guerra es el padre de todas las cosas. Es decir, la “discordia”, “la contrariedad”, es el origen de todo el mundo. El mundo es un eterno fuego que se transforma.

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En síntesis, tenemos que el sentido más general de la filosofía de Heráclito; es un intento por interpretar el movimiento, radicalizándolo, convirtiéndolo todo en mutación continua.

4. Los sofistas

De manera análoga a otros movimientos filosóficos griegos, los sofistas también surgieron en la periferia del mundo griego, pero adquirieron su auténtico sentido cuando se establecieron en Atenas.

Inicialmente el término sofista, sophistés, poseyó un valor de amplio alcance, significando sabio, experto o entendido en los asuntos de la vida, de la sociedad o en alguna actividad artística o pragmática (administración, retórica, poesía, música, etc.)

Pero a partir de finales del siglo V, dicha palabra adquirió un fuerte tono peyorativo, pasando a tener el significado de “sabiondo” o “falso sabio”, embaucador, etc. ¿Por qué surgió este matiz negativo?

A ello contribuyen varios hechos, entre los que podemos considerar como más relevantes los siguientes:

1. La fuerte reacción antidemocrática surgida en Atenas hacia fines del siglo V a. C., secundada por la aristocracia y por una gran parte del pueblo que, preocupado por las costumbres y por los ritos tradiciones, veían con muy malos ojos el escepticismo religioso (o la tolerancia religiosa).

2. El desarrollo de ciertas ideas y actitudes que incidían notablemente en las creencias de los griegos. En este sentido, los sofistas:

2.1. Tendieron a defender el relativismo de las normas, de las costumbres y de las creencias.

2.2. Propugnaron ciertas posturas agnósticas: poniendo en cuestión la eficacia y la realidad de los dioses, e insistiendo en la imposibilidad de resolver racionalmente los enigmas de la religión.

2.3. Percibían retribuciones por su actividad pedagógica. Los sofistas, puesto que sus enseñanzas versaban sobre el modo de triunfar en la vida, recibían determinadas cantidades de dinero por dichas actividades. Este hecho suponía un relativo escándalo a los ojos de aquella sociedad, pues los griegos, en mayor medida que ningún otro pueblo, poseían una visión “teorética” (contemplativa) y “deportiva” de la vida y, en consecuencia, tendían a sobrevalorar el “ocio” y el “esfuerzo desinteresado” y a rechazar el “negocio”, es decir, el trabajo remunerado. Desde estos principios difícilmente podían comprender la licitud de la percepción de remuneraciones por la práctica de la enseñanza y, por tanto, les resultaba de dudosa honestidad dicha conducta.

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A este aspecto negativo, hay que añadir la animadversión despertada por aquellas personas que, deseando adquirir artes y destrezas que dichas enseñanzas proporcionaban, no podían hacerlo por carencia de recursos materiales.

3. Las agrias críticas que contra ellos vertieron determinados filósofos (Ej: Platón y Aristóteles).

4.1. Las ideas principales

Los sofistas no formaron escuela, sino que constituyeron un grupo relativamente numeroso de “humanistas” griegos con ciertos rasgos comunes, entre los que cabe destacar los siguientes: a) adopción de una postura escéptica y relativista con respecto a las capacidades cognoscitivas humanas; b) preocupación predominante por los asuntos humanos y por la educación; c) valoración de la retórica y de la dialéctica y crítica de las instituciones o contraposición phýsis y nomos.

a) Escepticismo y relativismo

Los sofistas insistían en que sólo podemos conocer aspectos o fenómenos de las cosas (fenomenismo), pues no existe una verdad objetiva y universal (escepticismo), ni nada es en sí verdadero ni falso (relativismo). Estos principios, según ellos, se justifican tanto desde los objetos como desde los sujetos, así, por una parte, de las múltiples realidades existentes en el mundo sólo una mínima parte se encuentra próxima a nosotros y de éstas únicamente se nos ofrecen alguno aspectos; por otra, todos nuestros conocimientos dependen de las sensaciones; pero el estado de las facultades sensitivas varían de acuerdo con las circunstancias, la situación y los propios sentimientos afectivos de cada persona. Así pues, cada individuo posee una opinión particular de acuerdo con los aspectos de la realidad que se le brindan, la situación en que se encuentra y las experiencias por él vividas. En este sentido, señalaba Protágoras, el sofista más importante, que “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son”.

Esta posición les llevaba a afirmar la relatividad de las valoraciones cognoscitivas, éticas y estéticas y, en consecuencia, aseguraban que los mínimos objetos (y al mismo tiempo) son y no son, la misma cosa puede ser buena y mala, bella y fea y, en último término, la realidad, la verdad y la belleza dependen del gusto de cada persona, “si se mandara a todos los hombres reunir en un montón las cosas que cada uno de ellos crea fea y, después, viceversa, tomar del montón de éstas las que cada uno estime bellas, no se dejaría ni una, sino que entre todos las tomarían todas, porque no todos creen en las mismas cosas”.

b) Preocupación por los asuntos humanos y la educación

La afirmación de que “El hombre es la medida de todas las cosas” supone situar a los seres humanos (a cada ser humano) como centro y referencia de todas las cuestiones filosóficas. Desde esta posición, los sofistas se desentendieron, casi totalmente, de los temas cosmológicos y teológicos, y se inclinaron hacia los asuntos prácticos, esto es, hacia las cuestiones morales y políticas: las costumbres y las creencias, la justicia y el Estado, las instituciones y las clases sociales.

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En este sentido, se llevó a cabo una “tarea desmitificadora” y, de acuerdo con su postura escéptica y relativista, se puso en duda la existencia de los dioses. Con anterioridad, el eléata Jenófanes, oponiéndose al politeísmo oficial, había cuestionado el “antropomorfismo” de los dioses: “los etíopes representan a sus dioses chatos y negros, y los tracios que tienen los ojos azules y los cabellos rojos. Pero si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos y pudiesen dibujar… los caballos dibujarían figuras de dioses semejantes a los caballos y los bueyes a los bueyes”. Anaxágoras por su parte, había hablado de una divinidad o nous único, que presidía y regulaba el proceso cósmico. Los sofistas, por su parte, se inclinaron hacia el “agnosticismo”; Protágoras, por ejemplo, aseguraba que “nada podemos saber de los dioses, si existen o no existen, pues son muchas las razones que impiden que lo sepamos; por ejemplo, la dificultad del problema y la brevedad de la vida humana”.

En consecuencia, reaccionando, contra el carácter teológico, aristocrático y elitista de la enseñanza tradicional, se produjo una tendencia a la “secularización” y a la “democratización” de la cultura. La participación del demos (pueblo) en las tareas políticas y judiciales implicaba la conveniencia de un nuevo tipo de educación más acorde con la particular organización de la nueva forma de gobierno, pues debido a la importancia concedida a las asambleas públicas dentro de la administración ateniense, los ciudadanos no debían limitarse al cumplimiento de las leyes, sino que habían de ser capaces, también, de participar en su elaboración. Los “nuevos ideales pedagógicos”, se orientaron hacia una “educación humanista”: “igualdad de los seres humanos, conciencia de sus limitaciones y sus debilidades y preparación para la vida pública”.

Ahora bien, si como vimos en el punto anterior, tanto las capacidades cognoscitivas como los valores éticos, estáticos, jurídicos, etc., fuesen relativos; si no existiese modo de distinguir los objetos verdaderos de los falsos, las cosas bellas de las feas, las conductas justas de las injustas, lo bueno de lo malo, ¿qué sentido puede poseer la educación?

Las respuestas de los sofistas se inclinaban hacia el “utilitarismo”: hacer ver qué objetos, qué instituciones, qué costumbres y qué comportamientos resultan preferibles (más útiles) y, de este modo, la función del sabio (del orador, del político) habría de consistir en “hacer parecer” como justos los objetos, las instituciones, etc., beneficiosos para la ciudad.

Pero las preguntas continúan: ¿qué objetos, instituciones, etc., son provechosos para la ciudad? No existen criterios universales, no es posible formular una respuesta categórica; útiles a la ciudad son aquellos objetos, instituciones, comportamientos, etc., que el conjunto o la mayoría de los ciudadanos juzgan convenientes para ella. Los criterios “humanos” adquieren preeminencia y, de esta manera, se pone de relieve el carácter formal de la educación, destinada a proporcionar al educando no contenidos, sino actitudes (habilidades) y procedimientos para defender (o para hacer triunfar) su voluntad y sus intereses, y para “convertir en fuertes las razones débiles”, en último término, se trataba de sacar consecuencias adecuadas del principio de Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”.

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c) Valoración de la retórica y de la dialéctica

Los sofistas instruían a sus discípulos de modo especial en las aptitudes “retóricas” y “dialécticas”. El hecho de que en Atenas la dirección de los asuntos de gobierno descansara de modo decisivo en las asambleas públicas y de que en éstas pudieran intervenir todos los ciudadanos, favorecería el desarrollo de la oratoria y del debate y, en consecuencia, la exaltación de la palabra.

En este aspecto, los sofistas supusieron también una profunda renovación frente a las posturas tradicionales. En la tradición, se concebía la palabra como lógos, como elemento mediante el cual se expresaba el Ser, la realidad, la legalidad de lo que es y de lo que debe ser. Ahora bien, los sofistas propendían a declarar autónoma la realidad con relación al conocimiento y a éste respecto del lenguaje; así, Gorgias estableció las tres afirmaciones siguientes: “nada existe”, “si algo existe es incognoscible por el hombre” y “si es cognoscible es inexplicable e incomunicable”, por tanto, la palabra posee una realidad autónoma e independiente y puede ser empleada en múltiples sentidos: la palabra es un monstruo con mil poderes, “puede hacer desaparecer el temor y quitar los dolores, infundir alegría e inspirar piedad… pues, dirigiéndose al alma, la persuade, la constriñe y la convence a tener fe en la palabra y a consentir los hechos”.

Desde la perspectiva política, la “utilidad” de la palabra se pone de manifiesto en la defensa de los propios puntos de vista, pretendiendo “hacer que las razones débiles parezcan fuertes o las fuertes débiles (o que la causa peor parezca la mejor) de acuerdo con nuestros intereses”, se trata, en definitiva, de utilizar la palabra como mero “medio” de bandearse en los asuntos públicos. La dialéctica y la retórica, pues, lejos de ser concebidas como ciencias o artes destinadas a mostrar la verdad, eran consideradas como medio de persuasión y sugestión orientadas a la defensa de intereses particulares y subjetivos.

d) Contraposición phýsis y nomos

La postura escéptica y relativista de los sofistas se refleja también en su crítica a las instituciones: la pólis, el derecho, etc. En la tradición griega se consideraba como natural todo (phýsis) aquello que poseía en sí mismo la razón de su propia existencia, lo que no había sido creado por la voluntad de los seres humanos, las entidades que existían por sí mismas de una manera lógica y de acuerdo con determinados principios naturales y, en este sentido, la polis, el derecho, la justicia, al igual que la razón y la lógica (o los animales) eran (y surgían) por phýsis.

Los sofistas, en cambio, sostenían que todas las instituciones y normas morales, jurídicas y políticas son el fruto del acuerdo y la convención (nómos), esto es, que dependen de la voluntad de los individuos humanos. Ellos son quienes establecen la polis y la obligación de cumplir las leyes. Lo justo y lo injusto consiste, por tanto, en mera opinión o convención (nómos).

En el desarrollo de estas ideas se dieron dos corrientes de signo contrapuesto, a saber: la primera, en la que destacaron Hippias y Antifón entre

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otros, propugnaban que la naturaleza es un principio de igualdad y fraternidad humana; mientras que por el contrario, las convenciones (nómos) son la fuente de la desigualdad entre los seres humanos: por naturaleza “todos los hombres son iguales”, lo mismo el de oscuro origen que el de claro linaje, lo mismo el esclavo que el libre; por convención (nómos), en cambio, es diferente el griego del bárbaro, el libre del esclavo. Sin embargo, otros filósofos, como Cilicles, Trasímaco, Critias… concibieron la naturaleza a nivel zoológico, como la ley del más fuerte, y, prescindiendo del carácter racional de la naturaleza humana, mantuvieron que por “phýsis los seres humanos son diferentes y son las convenciones (nómos) las que, oponiéndose a la ley natural (phýsis), tienden a defender la “injusta igualdad”, pues “la naturaleza misma demuestra que lo justo es que el más fuerte exceda al más débil y el más poderoso al impotente”.

4.2. Los sofistas principales

Casi todos los tratadistas preocupados por la filosofía griega coinciden en señalar como sofista más destacado a Protágoras de Abdea (480-410 a.C.), que vivió en Atenas, fue amigo de Pericles y que al final de su vida se vio obligado a huir de esta ciudad, muriendo cuando viajaba hacia Sicilia.

Es posible afirmar que Protágoras se ocupó de cuestiones relativas al conocimiento y a la sociedad. Como hemos visto, partió de una concepción epistemológica de carácter “fenomenista” que lo condujo al “escepticismo” y al “relativismo”: “el hombre es la medida de todas las cosas…” (Negación del principio de contradicción o identidad de lo verdadero y lo falso) y a la luz de estas posiciones procuró obtener las consecuencias pertinentes en el plano práctico, esto es, a nivel ético, social y político: convención y relatividad de los valores, de las organizaciones sociales y de la justicia y el derecho…

Gorgias de Sicilia (que llegó a Atenas hacia el año 425 a. C.) radicalizó aún más, si cabe, el escepticismo de Protágoras. En su obra principal titulada “Sobre el no Ser o sobre la Naturaleza”, reaccionó contra los filósofos eléatas y su pretensión de encontrar la verdad por la vía de la razón, asentó las tres proposiciones siguientes: “nada existe”, “si algo existiera no sería cognoscible” y “si fuera cognoscible sería incomunicable”; lo cual supuso sucesivamente: a) la negación de la posibilidad de admitir la existencia de una realidad en sí; b) la separación del Ser (de la realidad) y del conocer; c) el apartamiento del conocimiento y del lenguaje. Estas ideas equivalen a afirmar que el mundo por sí mismo no posee ningún sentido y que, por consiguiente, la interpretación de la realidad depende de los deseos o de la libre disposición de los seres humanos.

5. Sócrates

Nació y vivió en Atenas, (470 – 399 a. C.) ciudad de la que, según parece, tan sólo salió en tres ocasiones, y su vida y obra constituyen problemas difíciles de analizar con precisión.

Sócrates no escribió nada, de tal modo que las noticias acerca de sus actividades y sus doctrinas nos han llegado, a través, de los escritos de sus

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discípulos y de otros escritores contemporáneos a los suyos. Ahora bien, los primeros, además de diferir en muchos puntos importantes, nos han transmito su pensamiento mezclado con sus propias opiniones, de tal modo que resulta casi imposible distinguir las ideas del maestro de las de sus discípulos; los segundos, por su parte, nos han ofrecido frecuentemente versiones contradictorias.

No obstante, podemos asegurar que Sócrates hizo de la enseñanza la misión de su vida; él repetía que a esta tarea le había empujado su daimon (¿la conciencia?, ¿una iluminación divina?); debatía en cualquier lugar y con cualquier persona sobre “lo que casa cosa realmente es”, sobre la esencia de cada cosa. Utilizaba el método del “diálogo”4 y centraba sus actividades en las cuestiones humanas: la actividad cognoscitiva, la virtud, la felicidad, etc.

Finalmente, fue acusado de “impiedad”, de introducir nuevos dioses y de corromper a la juventud. En el juicio seguido en su contra él apenas se defendió de dichas acusaciones, fue declarado culpable y condenado a muerte.

Aunque pudo evitar el cumplimiento de la condena y huir, prefirió acatar la sentencia a desobedecer las leyes de su ciudad. Su discípulo Platón nos narró los últimos momentos del filósofo en el diálogo titulado “Fedón”.

La actitud y el pensamiento de Sócrates ejercieron una enorme influencia en su tiempo, convirtiéndose casi desde el mismo momento de su muerte en un símbolo, dejando detrás de sí un amplio número de discípulos, escuelas y seguidores y, posteriormente, en el transcurso de la Historia, se ha vuelto a resaltar con frecuencia su figura.

¿Un sofista más?

Platón, Jenofonte y Aristóteles propendieron a oponer de modo radical las actitudes y doctrinas de Sócrates con la de los sofistas; mientras que otros contemporáneos, como el comediógrafo Aristófanes, le consideraron un sofista más. En este sentido, resulta indubitable que existen ciertas coincidencias entre dicho filósofo y los sofistas, pues tanto éstos como aquél, por una parte, centraron sus preocupaciones en los temas humanos: la política, la virtud, la justicia, etc., y, por otra, se dedicaron a la actividad pedagógica: educar al démos, a cualquiera de sus ciudadanos, sin distinción de clases ni capas sociales.

Pero aún con estas coincidencias, existían diferencias profundamente significativas a saber:

a) En sus métodos:

Los sofistas:

- Cobraban por enseñar.

- Se dirigían a los discípulos mediante “monólogos”, utilizando largos discursos.

4 Para ser más precisos de la “mayéutica”.

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- Buscaban la “reacción afectiva”, de sus discípulos se orientaban a persuadir, a seducir por la ingeniosidad, la belleza o estilo o la grandilocuencia de sus expresiones.

Sócrates:

- No percibía ningún tipo de emolumento por sus actividades.

- Llevaba a cabo sus enseñanzas mediante el “diálogo”, hablando con sus interlocutores, discutiendo con ellos sirviéndose de preguntas y respuestas.

- Perseguía el “rigor racional”, esto es, convencer por medio de razones.

b) En sus teorías:

Los sofistas:- Mantenían posiciones escépticas y relativistas y predicaban el éxito y

la utilidad, el triunfo en la vida.

Sócrates:

- Enseñaba que existía la “verdad universal”, una y la misma para todos los seres humanos, que se expresa en el “concepto universal”

LOS SOFISTAS SÓCRATESCobraban por enseñar. Enseñaba gratuitamente.Se expresaban mediante monólogos. Utilizaba el diálogo.Perseguían la reacción afectiva. Perseguía el rigor racional.Eran escépticos y relativistas. Enseñaba la verdad universal.Temas políticos Temas sobre la virtud.Enseñaban a triunfar en la vida Aconsejaba la honestidad y

honradez moral.

El método socrático

Sócrates afirmaba que el “carácter innato” del conocimiento: según él, los seres humanos poseen “ideas innatas” de las que, sin embargo, no son conscientes, no se dan cuenta; por consiguiente, para investigar la verdad debemos examinar los contenidos que se encuentran en nosotros, en nuestra almo, como indica la inscripción de Delfos, el principio de la sabiduría radica en el conocimiento de uno misma: “conócete a ti mismo”.

El método adecuado para llevar a cabo esta tarea consiste en un proceso “inductivo” que por medio del diálogo (método dialéctico), partiendo de los

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conocimientos aparentes, de las opiniones ingenuas y comunes, y de los prejuicios cotidianos logra descubrir la verdad. En este proceso podemos distinguir dos momentos: un primer momento negativo o “refutación” y otro positivo o “mayéutica”.

La refutación consiste en hacer ver a nuestros interlocutores que “los conocimientos que crían ciertos e indudables no son tales”. Sócrates salía al ágora y allí interrogaba al artista, al maestro, al general y sirviéndose de ciertas preguntas atinadas hacia cobrar conciencia de su ignorancia. La “refutación”, pues, ponía de manifiesto que aquellas opiniones que parecían ciertas e indubitables eran problemáticas, falsas o carecían de fundamento. De este modo, conducían al interlocutor a una situación sin salida aparente en la que todos los conocimientos se tornaban problemáticos: “sólo sé que nada sé”. En este punto, comenzaba el segundo momento, la mayéutica, que consistía en que, una vez eliminadas las falsas opiniones, los propios interlocutores pudieran encontrar en sí mismos la verdad.

Sócrates, que era hijo de un escultor y de una comadrona, comparaba su oficio con el de sus progenitores: de la misma manera que su padre “no construía” estatuas, sino que ante un bloque de mármol se limitaba a eliminar las partes sobrantes hasta permitir que surgiera la figura que previamente existía en el interior, y de idéntico modo su madre que ayudaba a dar a luz a los niños concebidos con anterioridad por otras mujeres, pero ella no los concebía; así, él tampoco enseñaba nada sino que se limitaba orientar a sus discípulos para que ellos hallaran las verdades que, con anterioridad, residían en sí mismos, en su interior, en su alma (innatismo); esto es, en opinión de este pensador el auténtico conocimiento consiste en traer a la conciencia los contenidos – las ideas- que previamente se encuentran en el alma de modo inconciente.

El conocimiento universal

El método socrático, pues, consiste en un proceso “inductivo” en virtud del cual de la pluralidad accedemos a la unidad, de los conocimientos poco riguroso y simple dudosos o falsos al conocimiento intelectual, es decir, al conocimiento universal. Mediante la “refutación” se eliminan los prejuicios, los saberes parciales, las apariencias y gracias a la “mayéutica” se alcanza el “concepto universal”, que expresa la “esencia” inmanente de todas las cosas de una misma especie, lo que hace que las cosas sean lo que son. Por ejemplo, examinando muchas cosas bellas podemos llegar a determinar la “esencia” de la belleza; analizando varios comportamientos justos, la “esencia” de la justicia, etc.

Pero entre todos los conceptos universales o, a través, de todas las “esencias”, los que más interesan a Sócrates son los morales, aquellos, mediante los cuales podemos ordenar nuestra conducta y averiguar nuestras obligaciones y nuestros deberes. Se trata, pues, de conocer el bien, la virtud, la justicia, etc., para ser buenos, virtuosos y justos.

El intelectualismo moral socrático

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Según este filósofo, desde el punto de vista moral, el “bien” y la “virtud” proporcionan la “auténtica felicidad”. Consecuentemente, si la virtud y el bien otorgan otorga la auténtica felicidad nadie obrará mal intencionadamente, pues nadie querrá ser infeliz o desgraciado.

De este modo, Sócrates concluyó en un intelectualismo moral, según el cual se identifica en bien con el saber y el mal con la ignorancia: “el sabio es bueno y el malo es ignorante”, basta saber qué es el bien y la virtud para ser buenos y virtuosos o, expresado de otro modo, “nadie se equivoca queriendo”, por tanto, quien obra mal es porque no sabe.

Las consecuencias sociales de esta postura saltan a la vista: eduquemos, ilustremos a las personas y las haremos buenas; fuera las cárceles y los castigos, pues en el fondo nadie es culpable sino ignorante. Por otra parte, desde estos principios se puede entender mejor la pasión con que Sócrates se entregó a su misión de procurar educar a sus convecinos atenienses.

Desde la óptica de nuestro tiempo, no obstante, parece dudoso que se pueda mantener la ecuación: sabiduría = bondad = felicidad, pues la Historia nos ha mostrado que no siempre el saber se utilizo de manera correcta, sólo hay que recordad los horrores nazis o estalinistas para reconocer que allí no faltaba sabiduría, sino al contrario, que ésta era utilizaba con propósitos profundamente inmorales. Pero, además, es evidente que una cosa es conocer lo que debemos hacer y otra, distinta, hacerlo; pues junto a la facultades intelectivas, los seres humanos poseen también determinadas pasiones, ciertos egoísmos y algunas tendencias instintivas , etc., que pueden desviarles de su camino moral. Ahora bien, a pesar de lo analizado y, aunque no sea suficiente saber para obrar bien, resulta evidente que debemos esforzarnos, de modo, primario, en conocer lo que debemos hacer, pues sólo así podremos hacerlo.